LA EDAD MEDIA. - filosofia.orgfilosofia.org/rev/reu/1874/pdf/n019p008.pdf · Humilde el Rey y el...

11
8 REVISTA EUROPEA. 5 DE JULIO DE 1 8 7 4 . N.°19 Porque aquel una vez, desde un terrado, Un mendrugo le echó de pan moreno De trigo malo y de peor centeno. XIX. Roque el leproso convenció al villano De que una buena acción trae buena suerte; Que la mujer, el niño y el anciano, Son tres seres sagrados para el fuerte: Sin saber que era el viejo un soberano, Pintó con tal fervor su mala suerte, Que hizo á todos llorar Roque el leproso: Y es que el bien como el mal es contagioso. XX. Y aunque un juez necesita de un culpable, Desarruga el labriego el entrecejo, Y después de llamarle—«¡miserable! »•— Olvidando al muchacho, suelta al viejo. Humilde el Rey y el labrador afable, De la Biblia adoptaron el consejo: Al rico no abusar de su opulencia, Y al pobre ser sublime en la paciencia. XXI. Libre ya el Rey, sólo pensó de veras, Por padecer de gota y de otros males, En sentarse en su silla de caderas Que no valdría en venta cuatro reales. Y no sintiendo ya las borracheras Del licor de los sueños inmortales, Dijo, tocando con la barba al pecho: —«Todo cuanto hace Dios, está bien hecho.» XXII. Y á Yuste vuelve el Rey con paso lento, Al extinguirse el sol en Occidente, Y va sus penas confiando al viento Que se queja, como él, eternamente. Al verle dirigirse hacia el convento, —«¡Buen viaje, Majestad!»—dicela gente. —«¡Gracias, gracias!» Don Carlos repetía, Y—«¡buena está mi Majestad!»—decia. XXIII. En España no hay cólera durable; Y, siendo algo español el gran Tudesco, Ya al morir aquel dia interminable Se le templó la rabia con el fresco. Y al fin de esta odisea memorable Confesó con candor caballeresco: ¡Que la ley es más fuerte que la espada; Que es todo la virtud, la gloria nada! RAMÓN DE CAMPOAMQR. LA EDAD MEDIA. (LE VRAI ET LB FAUX MOYEN AGE.) Primam esse historife Iegem, ne quid falsi dicere audeat; deinde ne quid ver; non audeat. CICERO, fie Orni., m, lfi. Es tan importante y trascendental en la historia de la humanidad el periodo de la Edad Media, que antes consiente ser tratado con saña ó con odio, que no con desprecio ó con indiferencia. Podrán maldecirlo sus enemigos, mas no suprimirlo. Después de haber gozado esta época, no hace toda- vía muchos años, do pueril y exagerada popularidad, vuelve ahora á suscitarse contra ella la misma mala voluntad del siglo pasado, siendo al presente como antes, como lo será siempre, manantial perenne, asunto eterno de opiniones y juicios y discursos tan contrarios como apasionados; porque en el fondo de todos los problemas históricos, políticos, sociales y religiosos se advierte la necesidad de estudiar y apre- ciar aquella gran sociedad cristiana, regida por la Iglesia y el feudalismo, y que imperó sucesivamente en todos los pueblos occidentales, desde San Gregorio Magno hasta Juana de Arco. Y acontece así, porque ahora todo católico sincero é ilustrado siente más que nunca la necesidad de conocer tan vasto conjunto de instituciones, de doctrinas y de costumbres cristianas para fallar sobre él de una.manera justa, completa y definitiva. Diremos también que en este, como en todos los casos análogos, no debe ser parte á excluir la más severa imparcialidad, la admiración más pro- funda, reflexiva y declarada que podamos experimen- tar. ¡Líbrenos Dios de tomar por modelo á nuestros contrarios, á los que abominan á la Edad Media y de- nuncian en ella, como el mayor de los crímenes, la preponderancia que alcanzaron entonces la fe y la verdad católicas! ¡Líbrenos Dios también de relegar al olvido ó de ocultar en la sombra los defectos y vicios de aquel tiempo para no tratar sino es de las grandezas y virtudes que brillaron en él, empleando así contra los detractores de la Edad Media el falso é innoble sistema de que han hecho uso siempre, callan- do sus grandezas y proclamando sólo sus miserias! Porque para ser imparcial, fuerza es ser exacto; que no mostrar de una criatura humana ó de un período histórico sino sus vicios, es tan falso y pernicioso sistema como el de no presentarlos sino por el de sus virtudes.

Transcript of LA EDAD MEDIA. - filosofia.orgfilosofia.org/rev/reu/1874/pdf/n019p008.pdf · Humilde el Rey y el...

8 REVISTA EUROPEA. 5 DE JULIO DE 1 8 7 4 . N.°19

Porque aquel una vez, desde un terrado,Un mendrugo le echó de pan morenoDe trigo malo y de peor centeno.

XIX.

Roque el leproso convenció al villanoDe que una buena acción trae buena suerte;Que la mujer, el niño y el anciano,Son tres seres sagrados para el fuerte:Sin saber que era el viejo un soberano,Pintó con tal fervor su mala suerte,Que hizo á todos llorar Roque el leproso:Y es que el bien como el mal es contagioso.

XX.Y aunque un juez necesita de un culpable,

Desarruga el labriego el entrecejo,Y después de llamarle—«¡miserable! »•—Olvidando al muchacho, suelta al viejo.Humilde el Rey y el labrador afable,De la Biblia adoptaron el consejo:Al rico no abusar de su opulencia,Y al pobre ser sublime en la paciencia.

XXI.

Libre ya el Rey, sólo pensó de veras,Por padecer de gota y de otros males,En sentarse en su silla de caderasQue no valdría en venta cuatro reales.Y no sintiendo ya las borracherasDel licor de los sueños inmortales,Dijo, tocando con la barba al pecho:—«Todo cuanto hace Dios, está bien hecho.»

XXII.

Y á Yuste vuelve el Rey con paso lento,Al extinguirse el sol en Occidente,Y va sus penas confiando al vientoQue se queja, como él, eternamente.Al verle dirigirse hacia el convento,—«¡Buen viaje, Majestad!»—dicela gente.—«¡Gracias, gracias!» Don Carlos repetía,Y—«¡buena está mi Majestad!»—decia.

XXIII.

En España no hay cólera durable;Y, siendo algo español el gran Tudesco,Ya al morir aquel dia interminableSe le templó la rabia con el fresco.Y al fin de esta odisea memorableConfesó con candor caballeresco:

¡Que la ley es más fuerte que la espada;Que es todo la virtud, la gloria nada!

RAMÓN DE CAMPOAMQR.

LA EDAD MEDIA.

(LE VRAI ET LB FAUX MOYEN AGE.)

Primam esse historife Iegem, ne quidfalsi dicere audeat; deinde ne quid ver;non audeat.

CICERO, fie Orni., m , lfi.

Es tan importante y trascendental en la historia dela humanidad el periodo de la Edad Media, que antesconsiente ser tratado con saña ó con odio, que nocon desprecio ó con indiferencia. Podrán maldecirlosus enemigos, mas no suprimirlo.

Después de haber gozado esta época, no hace toda-vía muchos años, do pueril y exagerada popularidad,vuelve ahora á suscitarse contra ella la misma malavoluntad del siglo pasado, siendo al presente comoantes, como lo será siempre, manantial perenne,asunto eterno de opiniones y juicios y discursos tancontrarios como apasionados; porque en el fondo detodos los problemas históricos, políticos, sociales yreligiosos se advierte la necesidad de estudiar y apre-ciar aquella gran sociedad cristiana, regida por laIglesia y el feudalismo, y que imperó sucesivamenteen todos los pueblos occidentales, desde San GregorioMagno hasta Juana de Arco. Y acontece así, porqueahora todo católico sincero é ilustrado siente más quenunca la necesidad de conocer tan vasto conjunto deinstituciones, de doctrinas y de costumbres cristianaspara fallar sobre él de una.manera justa, completa ydefinitiva. Diremos también que en este, como entodos los casos análogos, no debe ser parte á excluirla más severa imparcialidad, la admiración más pro-funda, reflexiva y declarada que podamos experimen-tar. ¡Líbrenos Dios de tomar por modelo á nuestroscontrarios, á los que abominan á la Edad Media y de-nuncian en ella, como el mayor de los crímenes, lapreponderancia que alcanzaron entonces la fe y laverdad católicas! ¡Líbrenos Dios también de relegaral olvido ó de ocultar en la sombra los defectos yvicios de aquel tiempo para no tratar sino es de lasgrandezas y virtudes que brillaron en él, empleandoasí contra los detractores de la Edad Media el falso éinnoble sistema de que han hecho uso siempre, callan-do sus grandezas y proclamando sólo sus miserias!Porque para ser imparcial, fuerza es ser exacto; queno mostrar de una criatura humana ó de un períodohistórico sino sus vicios, es tan falso y perniciososistema como el de no presentarlos sino por el de susvirtudes.

N . ° 1 9 CONDE DE MONTALEMBERT. LA EDAD MEDIA.

Ante todo, lo que más importa es distinguir y se-parar cuidadosamente la Edad Media de la época quele siguió, y es conocida bajo el nombre de AntiguoRégimen, protestando de la confusión y la amalgamaque la ignorancia de una parte, y de otra la políticadel absolutismo, han introducido en dos períodos his-tóricos, no sólo diferentes, sino es hostiles uno áotro. Porque creer que los catorce siglos do la histo-ria de Francia, por ejemplo, que precedieron á la Re-volución, no han sido más que el desarrollo natural,el progreso, digámoslo así, de un sólo orden de ideasy de instituciones, es precisamente creer lo contrariode cuanto demuestran los hechos y proclama la ver-dad; que el llamado Régimen Antiguo, merced altriunfo de la monarquía absoluta en todos los pueblosdel continente europeo cerró el período de la EdadMedia, dándola muerte, bien que en vez de hollar yescarnecer los despojos do su víctima se adornó conellos, y que revestido de esta suerte se encontrabacuando llegó para él también la hora de desaparecerde la escena. Fáltanos espacio y tiempo para insistiren orden á esta verdad, que irá siendo cada día másevidente á medida que las sendas de la historia vayandesbrozándose más y más de las malezas y abrojos quehan sembrado en ellas escritores suporíiciales ó de nonada recta intención. Debemos, pues, separar la ver-dadera Edad Media, cuyo esplendor católico es tangrande, de toda relación con la teoría y la práctica deaquel rancio despotismo, renovación y trasunto delañejo paganismo, que todavía lucha en algunas partescon la libertad moderna; separación tanto más nece-saria cuanto mayores son y más extendidas se hallanen el vulgo esas fantasmagorías históricas, merced álas cuales, después de haber asimilado los reyes de laEdad Media á los monarcas modernos, presentándo-nos á San Luis y á San Fernando como reyes á la ma-nera de Luis XIV y de Felipe V, cuando se ha mudadode parecer se ha pretendido que veamos en Luis XIVy en Felipe V los representantes naturales y legítimosde San Luis y de San Fernando. El estudio atento delos hechos y de las instituciones demostrará al obser-vador de buena voluntad que hay menos diferenciaaún entre el orden de cosas derribado por la Revolu-ción Francesa y la sociedad moderna, que entre lacristiandad de la Edad Media y el Régimen Antiguo,que subyugó, corrompió y deshizo á las veces todoaquello que no pudo destruir y matar.

No es necesario retroceder mucho con la imagina-ción para llegar á la época en que todas las grandesfuerzas sociales, aun aquellas mismas cuyas raices sehallaban profundamente plantadas en la Edad Mediacatólica, y á las cuales confunde con ella por hábito elespíritu moderno, negaban toda relación con su pa-sado, sin advertir que, al rechazar la inteligencia, el

• prestigio y ¡a autoridad de aquel pasado quedabandespojadas de sus armas y de su corona, solas, inde-

fensas y expuestas á todas las eventualidades del por-venir. Tampoco está muy lejano el tiempo en que larealeza, extraviada por leguleyos ó historiógrafos ser-viles, renegó de la humildad cristiana de los reyes dela Edad Media; en que la nobleza, infiel á las tradi-ciones de sus más remotos ó ilustres antepasados,sólo buscaba en la gracia de los monarcas los timbresde su gloria; en que el mismo clero parecía sonrojarsede aquellos siglos, que calificaban de bárbaros suspropios escritores, y en los cuales fue, no obstante, laIglesia tan fuerte, tan floreciente, tan libre, tan respe-tada, tan amada y tan obedecida: tiempos en que laignorancia ó el desden con que se miraban los asuntoshistóricos habia invadido de tal modo hasta el mismosantuario, que el clero, atento sólo á sus errores ydesórdenes, no vacilaba en sacrificar las glorias máspuras de la religión á los odios y venganzas del mundo.Y en cuanto concierne á las luchas más heroicas de laIglesia por espacio de dos siglos, hemos creído las ca-lumnias de nuestros tiranos bajo su palabra, sirvién-doles de eco además; viéndose multitud de cristianos,sacerdotes y doctores católicos que, no satisfechosaún de formar en las filas del más fuerte, lucharonpor el mal contra el bien, trasformando la tiraníalaica en víctima inocente de la Iglesia, lo cual les valióel aplauso do Voltaire (1). Mas aun: si de algún tiempoá esta parte se advierte en los estudios históricos queobedecen á un nuevo y saludable impulso, tan favora-ble á la causa de la Iglesia, no es á ella á quien sedebe; que antes ha presenciado que no inspirado larehabilitación de la Edad Media; obra que, siendo tanindispensable á la honray ala libertad del catolicismo,comenzaron los protestantes (2), los indiferentes, yhasta los enemigos declarados de nuestra religión, ycontinuaron, sobre todo, personas extrañas al cle-

(1) Véanse, a propósito de la conducta seguida por individuos del

clero al juzgar la Edad Medía, y entre otros documentos que podrían

citarse, las pastorales de los obispos de Verdun y Troves en 1728, en

las cuales se decía que era «necesario sepultar en olvido eterno las em-

presas de Gregorio Vil»; y la Historia Eclesiástica de Fleiiry, donde á

vueltas de su gran erudición y vasto talento, cosas ambas que puso a!

servicio de los enemigos de Roma, se loe, al comenzar ei cuadro de los

siglos trascurridos desde San Benito hasta San Bernardo: «Pasaron ya

los buenos tiempos de la Iglesia.» Voltaire no pudo entonces por menos

que decir de Fleury que su Historia de la Iglesia era la mejor que 8C

hubiera escrito, siendo sus discursos preliminares muy superiores aún á

lo demás de la obra. Verdad es que nadie ha aventajado aún á Fleury

como historiador de la Iglesia; mas también !o es que no comprendió

nunca la constitución moral y social de los pueblos cristianos en la Edad

Media.

Inspirado, tal vez por Fleury (y conviene esta cita, porque es curiosa),

un sacerdote católico inglés, llamado Berington, y autor de una Historia

literaria de la Edad Media, reimpresa en 1846, trata las Cruzadas de

extravagancias contagiosas, y declara que el único resultado últil pro-

ducido por ellas ha sido la importación en Occidente de los cuentos

orientales, en que la imaginación de los trovadores ha podido hallar

nuevas, abundantes y ricas inspiraciones.

(2) En Francia, Mr. Guizot; en Alemania, Juan de Müller, Voigt,

Leo, Hurter y los dos Menzel.

REVISTA EUROPEA.—5 DE JULIO DE 1 8 7 4 . N.°19

ro (i). ¡Quién sabe si entraba en los secretos y bené-ficos designios de la verdad suprema que los profa-nos, los extraños á la verdadera fe fueran los prime-ros y más afanosos en admirar y estudiar aquellossiglos tan llenos de grandeza y de gloria, y tan pro-fundamente católicos!

Posible es también que la ausencia y el silencio delclero al despuntar de esta aurora de verdad histórica,tan imprevista como brillante, hayan contribuido ádarle el carácter que reviste, y que atenúa su esplen-didez á los ojos de más de un cristiano piadoso. Por-que, al conceder á los poetas, novelistas, pintores,escultores y anticuarios el derecho exclusivo de cul-tivar en beneficio de objetos poco elevados los teso-ros inapreciables de una época en la cual la Iglesia loinspiró y dominó todo, los católicos habrán, tal vez,considerado el estudio de la Edad Media como unaespecie de moda, exagerada y efímera, que consisteen buscar y coleccionar con afán, verdaderamentepueril, candelabros, reclinatorios, estatuetas y vidriospintados, y en copiar actitudes, trajes y estilos de unaépoca cuyos caracteres fundamentales son desconoci-dos, y cuya fe, sobre todo, se guardan de poner enpráctica sus apasionados. ¡Cuan pocos de entre nos-otros se han acercado á la Edad Media con el solícitoy profundo respeto con que deberíamos acercarnos alsepulcro de nuestros abuelos, á los monumentos desu gloria, á la cuna de nuestra vida espiritual y mo-ral! ¡Cuánto más valia dejar dormir ese pasado en elolvido y el desprecio, de que el paganismo lo habia cu-bierto, que no hacerlo resucitar para convertirlo enadorno y lujo de los museos!

Sin embargo, el impulso está dado, y la obra de re-habilitación prosigue y se completa, haciéndose cadadia más popular, extenso y profundo el estudio de laEdod Media. Los primeros que entre los católicos pu-sieron mano en ella hace veinticinco años, tienen ver-dadera ocasión de felicitarse. Era entonces necesariomucho valor para arrostrar la preocupación universaly en apariencia invencible de los cónirarios; era ne-cesario también ruda perseverancia para sobreponerse;'i los desprecios de la muchedumbre ignorante y ruti-naria, y además cierta perspicacia para presentir quelos vientos cambiarían y que á su soplo se haría la luzde la verdad. Manos enemigas han contribuido asi-mismo á esta victoria; ilustres adversarios del catoli-cismo han venido unos en pos de otros á popularizarpersonajes, razas y épocas que el último siglo habiacondenado al olvido; y penetrando en las catacumbasde la historia después de hacer en ellas profundas ex-

(1) El libro más a proposito para dar á conocer la Edad Media y ha-

cerla simpática es obra de un seglar, y se titula: Morca calholici, ó los

Siglos de fe, por Keneltn Digby, Londres, 1851-43, 10 vol. Completan

la obra de Mr. Digby, defectuosa en algunas parles, las profundas y

sabias reflexiones del excelente publicista americano Brownsou, insertas

enmRevUta trimettral. Boston, Julio de 1849,

cavaciones y de poner expeditas y llanas galerías quese habían cegado con el polvo de los siglos, y detrazar y abrir otras nuevas que han conducido aldescubrimiento de riquísimos tesoros, han traído alsalir preciosos materiales para continuar la obra dereconstrucción. Tal vez creyeron sellar con ellos parasiempre la tumba de su víctima; pero Dios ha permi-tido que sirvan para restaurar el santuario de la ver-dad histórica.

Gracias á ellos principalmente sabemos á qué ate-nernos en orden á la barbarie de la Edad Media y ála anarquía feudal, así como acerca de la mayorparte de las invectivas lanzadas contra la sociedadcristiana por acusadores que habían olvidado ó desco-nocido de propósito sus primeras y más rudimentalesnociones. Sobre todo, entre los católicos ha sidocompleta la revolución, porque apenas si hay entreellos ya bastantes contradictores para darse cuentadel triunfo y apreciarlo en toda su importancia; y alvolver al fin por su honra, han reconquistado al pro-pio tiempo y ensanchado las lindes de su patrimoniohistórico. Mas, contra el embate de las preocupacionesvulgares, contra la mala voluntad y la ignorancia¡cuántos esfuerzos y luchas son necesarias aún! Por-que si bien muchos escritores laboriosos, asi eclesiás-ticos eomo seglares, continúan activamente la obra,debemos guardarnos bien de creerla terminada: la in-surrección, por decirlo así, legítima é imprescriptiblede la verdad contra el error, no es fácil empresa, y eltriunfo definitivo se hará esperar todavía, porque sehace necesario para conseguirlo que una ciencia debuena ley venga en nuestro auxilio y provea nuestroarsenal de argumentos y demostraciones irrefutables,que no sólo contribuyan á darnos la victoria subrenuestros enemigos, sino es á conservar indefinida-mente en nuestra posesión el terreno conquistado.

Mas, cuando aún quedaba tanto por hacer paralograr el fin apetecido, ya se ven de nuevo compro-metidas las ventajas alcanzadas por efecto de la movi-lidad de los caracteres, movilidad perjudicial siemprey en todas partes,- pero que en Francia, donde consti-tuye parte esencialísima de la fisonomía nacional, álas veces adquiere proporciones extraordinarias y al-canza hasta la esfera religiosa. De esta suerte se hapasado de un extremo á otro, de un polo del error alpolo opuesto, de la indiferencia fundada en la igno-rancia á la más ciega, estulta y exclusiva admiración,confeccionando una Edad Media fantástica, en la cualse ha establecido el punto de partida de las teoríasmás aventureras y de las pasiones más retrógradasque han producido las convulsiones y las palinodiasde los últimos tiempos. A su vez, la escuela literariaque proscribió de la enseñanza escolar los clásicos dela antigüedad, ha ido á engrosar las filas de la escuelapolítica que pretende tener en la fuerza la mejoraliada de la fe, colocando bajo de una protección tan

Ñ.° 19 CONDE DE MONTALEMBERT. LA EDAD MEDIA.

humillante religión y sociedad, y complaciéndose enafligir con las más absurdas é insoportables pretensio-nes la conciencia y la dignidad humana, y no tenien-do para nada en cuenta la realidad de los hechos, nilos más fidedignos testimonios de lo pasado, ambasse han propuesto hallar en los recuerdos de la EdadMedia, bien que desfigurándolos, armas contra losfueros de la razón y el porvenir de la libertad; ha-ciendo ambos también al espíritu cristiano de nues-tros antepasados la injuria de presentarlo como tipodel estado intelectual y social que sueñan y predicanal mundo moderno.

Entonces, por una reacción natural, las ranciaspreocupaciones de los declamadores contra los siglosde fe volvieron á gozar vida y favor entre las gen-tes, encendiéndose de nuevo la mal extinguida y peorencubierta animosidad de aquellos que, antes porrespeto á la moda que por convicción arraigada, sehabían sometido á una manera de neutralidad. Y á laindignación que excitaba entre muchos la flamanteactividad de los ilotas, á quienes se creia resignados yhabituados á renegar de su gloria y de su antigualibertad, se ha unido la natural inquietud de cuantosprofesan amor á las conquistas y progresos legítimosdel espíritu moderno; porque mezclando y confun-diendo la apología de la Edad Media con la apoteosisde la servidumbre contemporánea, han reanimado,reforzado, y en apariencia justificado el horror queinfunde á los ignorantes la pasada historia del catoli-cismo. De aquí que la causa que parecía ganada hayavuelto á ponerse á discusión, y lleve trazas de per-manecer en tal estado por mucho tiempo, toda vezque los odios y las pasiones.han logrado encontrarpretexto para erigirse en auxiliares y defensores de lalibertad vendida, de la conciencia amenazada y de larazón ofendida y alarmada con justa causa (1). Deaquí también, que el obrero laborioso y concienzudode tan noble y grande y santa causa, tenga con hartafrecuencia que hacer alto y dar de mano á su tarea,viendo con -tristeza y desaliento que el volcan, enapariencia extinguido, abre cráteres nuevos para lan-zar por ellos, como antes, calumnias y ultrajes contrala justicia y la verdad, y con más tristeza y des-aliento aún cuando vé á esta verdad condenada á in-dignas alianzas con la bajeza y el miedo por ignoran-tes y temerarios apologistas, que han hecho ímprobosu trabajo y punto menos que imposible, si ha dedefender y vengar la verdad sin prestarse á ser cóm-plice de ninguna persecución ni de ninguna compla-cencia.

Tiene la Edad Media el triste privilegio de hallarse

(1) «Esa abominable Edad Media, vergüenza de la civilización ydeshonra del humano espíritu.» Journal des Dt'bals, 27 Noviembre,1854. Del propio modo y en términos, si es posible más enérgicos, cali-ficaron á esta época La Revue de Pinstruclion publique del 11 de Di-ciembre de 1856, y La Revue chrelienne del 15 de Noviembre de 1859»

como entre dos fuegos, colocada entre dos camposenemigos. Ódianla unos por creerla contraria á todalibertad; elogíenla otros porque en ella buscan argu-mentos y ejemplos ocasionados á justificar la servi-dumbre y la postración universal que preconizan;ambos sólo están de acuerdo y conformes para desfi-gurarla y escarnecerla con sus alabanzas ó con susinvectivas; pero entrambos se engañan y dan muestrade no conocer la Edad Media; que si fue una época defe, lo S'uó asimismo de lucha, de discusión amplísima,de dignidad, y sobre todo de libertad.

El error común á los encomiadores como á los de-tractores de la Edad Media, estriba en que no ven enella sino el predominio absoluto de la teocracia. Fue,ha dicho Donoso Cortés (1), una época eternamentefamosa por la manifestación de la impotencia humanay por ¡a gloriosa dictadura que ejerció la iglesia.

Negamos la dictadura, y más aún la impotencia hu-mana, porque nunca fue la humanidad más fecunda,viril y poderosa, ni tampoco vio nunca la iglesia máscombatida en práctica su autoridad que entonces porlos que en teoría la reconocían y acataban más dócil-mente. Lo que á la sazón predominaba con imperioabsoluto era la unidad de la fe, del propio modo queal presente predomina en las naciones la unidad de laley civil y de la constitución, sin que de ahí se sigaque en Inglaterra y los Estados-Unidos, donde esaunidad civil y social es completa y absoluta, enerve laenergía, sofoque la vitalidad y coarte la independen-cia individual y colectiva. Del propio modo, la unidadcatólica de la Edad Media dejaba vivir desahogada ylibremente la política y la inteligencia; que la unifor-midad de un culto umversalmente popular, la sinceray tierna efusión de los corazones y de las almas á lasverdades reveladas y á las enseñanzas de la iglesia noexcluían las preocupaciones, ni tampoco las discusio-nes acercifde los asuntos más arduos y de mayorempeño que pudieran suscitarse en la esfera de lafilosofía y de la moral. Ni el principio de autoridadimplicaba tampoco ningún rompimiento con el geniolibre de la antigüedad, tan fiel y cuidadosamentecultivado en los claustros benedictinos, ni con eldesarrollo natural y progresivo del humano espíritu.No es necesario recordar el inmenso vuelo que tomópor aquel tiempo la escolástica, esa gimnasia á la vezruda y sutil de la inteligencia, que á pesar de susdefectos, es tan propia para dar agilidad y fuerza alrazonamiento, ni enumerar tampoco aquellas gran-des, pobladas y poderosas universidades, tan llenasde vida y de libertad, y á las veces tan rebeldes, enlas cuales maestros, cuya independencia era sólo com-parable á la de sus ardientes y bulliciosos discípulos,abordaban cada dia cuestiones tan graves en la cá-tedra, que pondrían miedo á la meticulosa ortodoxia

(1) Réprmse ú Mr. Albert líe Broglie.

REVISTA EUROPEA. 5 DE JULIO DE 1 8 7 4 . N . ° 1 9

de nuestros días; ni es necesario, en fin, traer á lamemoria la libertad, la licencia misma de aquellossatíricos que en la poesía popular y caballeresca, enlas canciones y los romances, y hasta en los productosdel arte consagrados al culto, llevaban al exceso elderecho de la crítica y de la pública discusión, paracomprender la viril fecundidad y la libertad inmensade aquel tiempo (1).

Entonces agitaba los espíritus ansia viva de saber;y el heroico y perseverante ardor que llevaba á losMarco Polo y á los Plancarpin hasta los confines delmundo conocido, venciendo distancias y peligros deque nuestros contemporáneos no tienen idea, animabaá viajeros no menos intrépidos de las regiones delpensamiento; y si el espíritu humano se ejercitaba conGerbert y Scot Erigénes en problemas los más in-tricados y difíles, no retrocedía con los más orto-doxos, como San Anselmo y Santo Tomás de Aquino,por ninguna dificultad psicológica ni metafísica, lle-gando en algunos hasta el extremo de extraviarse enlas tesis más audaces y hostiles al espíritu del Evan-gelio y de la Iglesia; pero en ninguno, y esto puedeafirmarse sin temor de que se desmienta, se resignabaá la abdicación del pensamiento ni al sueño de larazón.

Bien quisiéramos que hoy dia, cuando disfrutamosde los beneficios incalculables de la imprenta, y detantos otros progresos grandes, extraordinarios, si sequiere, pero insuficientes para la educación popular,á pesar de la vulgarización aparente de las ciencias yde las artes, pudiera demostrarse que existan y semantengan en tan perfecto equilibrio como entonceslas preocupaciones materiales y la vida moral delmundo; siendo también de desear que ahora el ele-mento espiritual de la naturaleza humana, el culto delas ideas, el entusiasmo moral, todo, en fin, cuantoconstituye la vida noble del pensamiento, estuvieratan bien representado, tan ampliamente desarrolladoy con el podsr y la riqueza y la exhuberancia deaquellos tiempos. Bien quisiéramos que así fuera;mas fuerza es reconocer, todo bien atendido, quenunca se ha cultivado con más ardor que en la EdadMedia el dominio del alma y de la inteligencia, ni en-riquecídose de frutos más espléndidos.

Es cierto que la religión lo dominaba todo; pero loes también que no coartaba nada. No vivia la Iglesiaoscurecida, aislada de la sociedad, emparedada en elrecinto de sus templos, ó en el fondo de la concienciaindividual, sino que, por el contrario, participaba dela existencia de los demás, que solicitaban su auxilio

(1) Puédese ver á este fin el curioso libro de Mr. Lenient: la Sátiraen Francia en la Edad Media; Parts, 1859; además, la Historia délafábula episódica de Mr. E. du Méril,que sirve de introducción á susPoesías inéditas de la Edad Media; Paris, 1854; y finalmente, los últi-mos tomos déla Historia literaria de Francia, costinuada por la Aca-demia de Inscripciones.

para que lo animase, lo ilustrase, lo penetrase tododel espíritu de vida que rebosaba en ella; y luego dehaber asentado los cimientos del edificio sobre baseinquebrantable, se alzaba su mano maternal para co-ronarlo con una diadema de luz y de belleza. Nadiese hallaba tan encumbrado que no la obedeciese, ni tancaido y tan bajo que no fuera objeto de sus consuelosy de su amparo; y desde el solitario anacoreta al rey,todos experimentaban en determinados momentos elinflujo de sus puras y generosas inspiraciones. E! re-cuerdo de la Redención, de la deuda contraída conDios por el hombre rescatado en el Calvario, se mez-claba y confundía en todo, reflejándose en el hogar, enlas relaciones sociales, en todas las leyes, en todos los•monumentos, y, en casos dados, en todas las almas;que el triunfo de la caridad sobre el egoísmo, de lahumildad sobre el orgullo, del espíritu sobre la ma-teria, de cuanto hay de elevado en nuestra natura-leza, sobre cuanto tiene de innoble y de impuro, fuetan frecuente como lo permite la flaqueza humana; ysi bien es cierto que nunca ha sido completa esta vic-toria en el mundo, no lo es menos que jamás ha es-tado tan cerca de alcanzarse como entonces, porqueen ninguna época de la historia, después del famosoreto'lanzado al mal triunfante en la tierra por el esta-blecimiento del cristianismo, se halló, merced á labienhechora influencia de la Iglesia, tan quebrantadocual lo estuvo en la Edad Media el imperio del espíritusatánico.

¿Deberá inferirse de esto que la Edad Media cons-tituya una manera de bello ideal de la sociedad cris-tiana? ¿Puede considerarse ese período histórico comoel estado normal del mundo? No, ciertamente: enprimer lugar porque no ha existido, ni existará jamásen la tierra un estado que pueda llomarse normal, niépoca ninguna que merezca fama de intachable; y, ensegundo lugar, porque si este ideal pudiera realizarseaquí, no seria durants la Edad Media cuando se al-canzó; que á esa época le basta el haber merecido enla historia el nombre de Siglos de Fe, en memoria deque entonces alcanzó la fe más prestigio, más poder,mayor soberanía, y de que ensanchó los límiíes de suimperio más que en otra alguna; bástale con esto, queya es mucho, y cuanto ha menester la verdad. Por loque hace á la virtud y al bienestar, cosas son que nollegaron en aquella sazón en todos al mismo nivel dela fe; y si nos aventurásemos á sostener lo contrario,mil testimonios irrecusables se levantarían para pro-testar contra una aserción tan temeraria, y traer á lamemoria los triunfos harto frecuentes de la violencia,de la iniquidad, del engaño y de la depravación másrefinada para demostrar que el elemento humano,diabólico, si se quiere, habia tomado harto ascen-diente en el mundo. Al lado del cielo estaba siempreel infierno, y al de aquellos prodigios de santidad, queno han vuelto á parecer en los horizontes de la reli-

N.° 19 CONDE DE MONTALEMBERT. LA EDAD MEDIA. 4 3

gion, veíanse malvados en muy poco inferiores áaquellos monarcas romanos que Bossuet calificó demonstruos de la humanidad.

La Iglesia, que sufre siempre y adolece hasta ciertopunto de la influencia del estado social en que vive,conoció entonces abusos y escándalos, cuya sola ideapondría miedo ahora, así á sus hijos como á sus ami-gos; excesos que provienen, tanto de la corrupcióninseparable del ejercicio de un gran poder y de la po-sesión de inmensas riquezas, cuanto, y esto es lo másfrecuente, del desarrollo que adquirió en ella el do-minio temporal. De aquí que hasta ministros del san-tuario se alzaran á veces con éxito, movidos de co-dicia y de concupiscencia, contra el yugo del Evan-gelio, y que hasta los órganos de la ley promulgadapara reprimirlos se vieran devorados del mismo es-píritu. Y esto, no sólo se puede, sino que se debedecir sin temor, porque en aquella lucha, verdadera-mente terrible, el mal fue casi siempre vencido porel bien; porque los excesos y desórdenes fueron re-dimidos con maravillas de abnegación, de caridad yde penitencia; porque al lado de la culpa se hallósiempre la expiación; de la miseria, el asilo; de lainiquidad, la resistencia; y porque, así en las celdasde los monasterios, como en las concavidades de laspeñas; así bajo la tiara y la mitra, como bajo el cascoy la cota de malla, millares de almas combatían conperseverancia y con gloria las batallas del Señor, for-tificando á los débiles con su ejemplo, reanimando elentusiasmo de aquellos que no sabían ó no queríanimitarlos, y cubriendo después y como velando á losojos de la historia con la grandeza incomparable de suausteridad, de sus profusiones caritativas, de su in-vencible amor de Dios, de sus virtudes, en fin, losdesórdenes y vicios de la muchedumbre.

Mas no debemos dejarnos deslumhrar por el es-plendor de estas virtudes al punto de no ver el fondode las cosas. Entonces habia más santos, más mon-jes, y, sobre todo, mayor número de fieles que ennuestros tiempos; pero menos sacerdotes en la verda-dera acepción de la palabra; porque el clero de laEdad Media era menos ejemplar que el nuestro, elepiscopado menos respetable, y la autoridad espiritualde la Santa Sede mucho menos soberana que lo eshoy. Esto que decimos sorprenderá, tal vez, laignorante admiración de algunos, y, sin embargo,fácil es demostrar que si el poder del romano pon-tífice cuenta en nuestros días con menos subditos queen aquella sazón, los que le permanecen fieles soninfinitamente más dóciles, pudiendo afirmarse que siha perdido en extensión su dominio, ha ganado concreces en intensidad.

Además, usurpado por unos el poder de la Iglesia,disputado por otros, y contrapesado por una multitudde poderes rivales ó vasallos, no logró nunca ser ab-soluto, ni hallarse fuera de discusión, sino que, por el

contrario, vio constantemente violadas sus leyes, al-terada su disciplina y desconocidos sus derechos, nosólo en el orden temporal, sino es también eo el espi-ritual, no por enemigos declarados, como acontece alpresente, sino por pretensos fieles, que sabían, cuandoasí lo reclamaba su orgullo ó su conveniencia, arros-trar sus iras con tanta sangre fria como en casos aná-logos puedan tener los revolucionarios de nuestrostiempos; que la verdadera grandeza, la verdaderafuerza y el verdadero triunfo de la Iglesia en la EdadMedia, no consistió en ser poderosa y rica, ni en seramada, servida y amparada de los príncipes y reyes,sino en gozar de libertad. Y fue libre de la libertadgeneral que disfrutaban los demás, tal como se lacomprendía y practicaba entonces, y del propio modoque la poseían todas las corporaciones y todos lospropietarios; y si tuvo más libertad que otra algunafue porque constituyó la corporación más grande, yfue el propietario más poderoso de Europa. Esta li-bertad, que ha constituido siempre la primera garan-tía de su prestigio, de su fuerza, de su firmeza, de sumaternal fecundidad, la primera condición de su vidala poseyó la Iglesia en ía Edad Media más completa-mente que en ninguna época pasada, y despu.es, ex-cepción hecha de los pocos Estados en los cuales lalibertad moderna ha podido desprenderse de molestasy perniciosas trabas, nunca ha vuelto á poseerla en elmismo grado que entonces; y como los destinos y losfueros de la Iglesia y del alma cristiana son idénticos,nunca tampoco fue más libre el alma, ni pudo conmás espacio consagrarse á la práctica del bien, entre-gándose á Dios y sacrificándose por la humanidad. Heaquí el origen de aquellas maravillas de amor, de fe,de abnegación y de virtud que tanto cautivan el espí-ritu y deslumhran la inteligencia.

Pero sería imperdonable y absurdo imaginar aque-lla liberta como umversalmente consentida, porque,bien al contrario, no prosperaba sino es en medio delas mayores tempestades y zozobras, siendo necesariodisputarla á cada momento á las garras del podersecular, y al dominio de los intereses temporales; ycomo además se hallaba «contenida por la libertadcivil, que la impedia degenerar en teocracia domina-dora (1),» necesario es reconocer que la Iglesia notuvo jamás ni en ninguna parte supremacía perma-nente y absoluta, y que jamás ni en ninguna partevio á sus adversarios rendidos y encadenados á suspies. Esta fue precisamente la causa de su larga y glo-riosa influencia, de su duradero ascendiente, de suacción benéfica sobre las leyes y las almas. Resistir yluchar, y rejuvenecerse por el esfuerzo de la resisten-cia y la lucha, tal fuó la vida de la Iglesia durante laverdadera Edad Media; y de esta suerte, retrocediendo

(1) LACORDA.IRB. Comparaison de» Flaviefts et des Capctiens. Cor*re*pondanl du 25 .luin, 1859,

HEVJSTA EUROPEA. 5 DE JULIO DE 1 8 7 4 . N . ° 1 9

á veces, no experimentando nunca derrotas decisivas,pasó aquel tiempo sin vagar, ni espacio para dormirsesobre sus laureles en el orgullo del triunfo, ni en lapaz enervante de la dictadura.

Nada es, pues, más falso y pueril que la extrañapretensión de algunos partidarios del renacimientocatólico de presentarnos la Edad Media como untiempo en que la Iglesia estuvo siempre protegida ytriunfante; y al mundo de entonces como tierra depromisión cubierta de maná, regida por reyes y va-rones, humildemente prosternados delante de los sa-cerdotes, y poblada de gente beata, dócil, silenciosay sumisa al cayado de sus pastores, viviendo tranquilay feliz á la sombra de la doble autoridad, inviolable ytemida, del altar y el trono; porque lejos de eso, nun-ca se manifestaron más las pasiones humanas, ni hubomayores desórdenes, disturbios y revoluciones queentonces, bien que tampoco hubo nunca más virtudesni más. grandes y generosos esfuerzos en favor delbien; y si todo era guerras, peligros y tempestadespara la Iglesia y el Estado, todo era vigoroso y fuerte,y llevaba impreso el sello de la actividad y de la lu-cha. De una parte estaba la fe; pero una fe sincera,candorosa, sencilla, enérgica, sin hipocresía ni altivez,sin pequenez de miras ni servilismo, ofreciendo cadadia el imponente espectáculo déla fuerza en la humil-dad; y de otra, instituciones civiles y militantes, que,á pesar de sus defectos, tenian todas la virtud admi-rable de crear hombres, no lacayos ó eunucos devo-tos, y que sin cesar compelían al hombre á la acción,al sacrificio y al esfuerzo continuo. Y por tal manera,así los caracteres enérgicos y enteros, como los apo-cados y débiles, hallaban en ellas el específico máspropio para contener ó estimular. Así no se veia en-tonces que las gentes honradas descansaran en unamo del cuidado de defenderlas, sujetándoles de piesy manos los enemigos, ni se veia tampoco á los cris-tianos balando como corderinos delante del lobo, ybuscando refugio entre las piernas del pastor, sinopor el contrario, combatiendo siempre por los bienesmás sagrados; en una palabra, como hombres reves-tidos de la más vigorosa personalidad, y penetradosde la más resuelta energía individual. De donde sesigue que si la Edad Media merece ser admirada, esprecisamente por las razones que le valdrían la ani-madversión de sus panegiristas, si conocieran mejorlo que ponderan y ensalzan con tanto entusiasmo.

Por el contrario, admitimos que la Edad Media debade parecer horrible á los ojos de aquellos á quienesagrada el orden y la disciplina; pero habrán de con-cedernos que las virtudes y el valor llegaron enton-ces al heroísmo; y que si la violencia constituyó casiel estado normal de la sociedad, y la superstición rayóá veces en lo ridículo, y la ignorancia fue general, yla iniquidad quedó impune con harta frecuencia, tam-poco en ningún tiempo estuvo más vivo y profunda-

mente incarnado en el corazón el concepto de la dig-nidad humana, ni dominó con imperio más absolutola primera de las fuerzas, la única verdaderamentegrande, poderosa y respetable: la fuerza del alma.

En cuanto á los que reprueban el pasado católicode los pueblos occidentales bajo pretexto de que eraincompatible con la libertad, puede oponérseles eltestimonio unánime, no sólo de todos los monumen-tos de la historia, sino es además, el de todos los es-critores democráticos de nuestra época, que han he-cho estudio profundo de aquel pasado, y entre quie-nes aparece en primera línea Agustín Thierry, que tanperfectamente enumera las garantías, privilegios yderechos que hubieron de hollar los reyes antes deponerlo todo bajo el nivel de su autoridad soberana.Aquella sociedad estaba erizada de libertades, por-que el espíritu de resistencia y la convicción del de-recho individual, partes que constituyen siempre y entodos los pueblos su base más sólida, la poseia com-pletamente; y estas libertades á su vez, habian esta-blecido un sistema de contrapeso y de frenos que ha-cia n imposible la consolidación del despotismo, te-niendo por garantía principal dos principios que laépoca moderna ha eliminado: la herencia y la asocia-ción. Mas, como quiera que aparecen á las generacio-nes contemporáneas bajo la forma de privilegios, estobasta para que muchos, ni las admiren, ni las com-prendan siquiera.

Así como las desventuras, los errores y las man-chas de la libertad moderna no son parte á entibiar elardiente amor que infunde á las almas generosas, nihay faltas, ni desgracias por grandes que sean quepuedan divorciarlas de ella, así también debemos darmuestra de indulgencia en orden á las formas imper-fectas ó limitadas que ha revestido en épocas ante-riores. La libertad, entonces, np existia como princi-pio abstracto, reivindicado por la humanidad entera,por todos los pueblos de la tierra, aun por aquellosque no sabrán ó no querrán hacer uso de ella jamás,sino como un hecho y un derecho para muchos hom-bres, para mayor número que en nuestros dias, siendosobre todo más fácil de conquistar y de conservarpara los que sabian apreciarla y desearla.

La libertad, que sobre todo es necesaria á los indi-viduos y á las minorías, la encontraban entoncesunos y otras en las limitaciones que recíprocamente seimponían las fuerzas naturales ó tradicionales de laautoridad y de la soberanía, cualquiera que fuese; y sehallaba principalmente en la multiplicidad de aquellosEstados pequeños, de aquellas soberanías indepen-dientes, de aquellas repúblicas municipales y provin-ciales que han sido siempre el baluarte de la dignidaddel hombre, el teatro de su más saludable actividad,en el cual los ciudadanos dotados de aptitud y es-fuerzo tenian más probabilidades de dar expansión ásus legítimas ambiciones, y se encontraban menos

19 CONDE DE MONTALEMBERT. LA EDAD MEDIA.

doblegados y oscurecidos que bajo el yugo domina-dor de los grandes imperios. Además, nuestros ma-yores, que eran altivos por extremo, desconocíanhasta la noción de ese poder sin límites del Estado,reconocido umversalmente por nosotros con tanta fa-cilidad, y ninguno de ellos habría consentido tolerareso que se llama «los males necesarios de la monar-quía ilimitada (1).» Andando los tiempos, la unidad yla independencia absoluta del poder soberano, reem-plazaron en el mundo el espíritu de independencia ylas garantías personales; y áfin de perseguir mejor yalcanzar más fácilmente el ideal de la igualdad, sehan ido suprimiendo, unos en pos de otros, los pe-queños Estados y los municipios, con lo cual se haroto el lazo que hubiera unido lo presente á la liber-tad antigua; y rechazando toda solidaridad con lastradiciones de justicia, derecho y dignidad que habiaproducido en el trascurso de los siglos; considerandoel nivel como símbolo del progreso, y la identidad delyugo como garantía; diciendo de una manera expresaque más vale el despotismo de uno que no el man*tenimiento de las libertades de muchos; buscandoamo por no tener jefe; votando la muerte del derechopor no presenciar la resurrección del privilegio, seha obtenido la libertad al estilo chino. Por fortunasabemos lo que cuesta esa famosa conquista, y lo quedeja en pos de sí de honra y de libertad á las nacio-nes. Receperunt mercedern mam, vani vanam.

Por lo que hace á nosotros, á pesar de las expe-riencias y tristes desengaños alcanzados en los úl-timos tiempos, líbrenos Dios de creer que la igualdadsea incompatible con la libertad; pero es lo cierto,sin embargo, que hasta la hora presente, no ha po-dido descubrirse en ninguna de las graneles nacionesde Europa el arte, el modo, la fórmula de hacerlasvivir y durar juntas. Razón más para que seamos in-dulgentes con una época, en la cual, sin preocuparsenadie de la igualdad, cosa en que ni se soñaba en-tonces, poseían todos de hecho y de derecho la li-bertad, y en la cual también se la supo armonizar enmayor ó menor escala con el principio de autoridad,del propio modo que se hallan concilladas la variedaden la unidad, y el más profundo respeto á los dere-chos individuales con la fuerza y la fecundidad delespíritu de asociación. Bien es cierto que una de lasmás sólidas garantías de la libertad de la Edad Mediaconsistía en el carácter viril y entero de las institu-ciones y de los hombres; porque todo respira enambos nobleza, salud y vida; y la savia, el vigor y lajuventud, rebosan en ellos como en la vegetación tro-pical las galas de la más exhuberante naturaleza, sinprivarla por eso de la gracia y el encanto que le sonpropios. Puras y claras corrientes se veian surgir y

{!) Agustín Thierry. Introductio» nitx ntonuments ile VhUtoire duTiers Elut, pág. 244, ¡n 4.°

desparramarse por todas partes, arrollando al pasar,las más de las veces, los grandes obstáculos" que tro-pozaban, y llevando agrandes distancias la virtud fe-cundante de sus aguas: en medio de la confusión apa-rente de aquella sociedad se advertía la fermentaciónde un germen generoso y grande, merced al cual elbien se sobreponía al mal por medio de repetidos es -fuerzos, y de los prolongados sacrificios de una mul-titud de almas sublimes, consagradas con fervor infa-tigable á la lucha contra la opresión, la iniquidad yla violencia, laboriosamente iniciadas en los triunfosde la fuerza moral, y heroicamente fieles á la fe en lajusticia divina, tanto más necesaria de mantener viva,cuanto que las manifestaciones de esa justicia en lahistoria van siendo más inciertas y raras cada día.

Cierto es que en los tiempos presentes se han des-truido todas las instituciones y preeminencias cuyagrandeza tradicional pesaba de una manera insopor-table sóbrela humanidad; pero también^ ¿cuántos ele-mentos de un valor inapreciable para la defensa y lafelicidad de los pueblos no han desaparecido conellas al propio tiempo? ¿Cuántas veces no han proce-dido los hombres en este linaje de conquistas comolos insensatos que, á pretexto de exterminar las ali-mañas, han despoblado los bosques de sus habitantesy trastornado el orden de la naturaleza, y creyendolibrarse de la voracidad de las águilas, quedar ex-puestos y á merced de los insectos venenosos y de losreptiles?

No es nuestro propósito, y ya lo hemos dicho antes,negar la violencias, los abusos y los crímenes de ese-tan maltratado y peor conocido período histórico; asícomo tampoco lo es desconocer ninguna de las ven-tajas, de los progresos, de los beneficios verdaderosque resultan de la transformación de las costumbres yde las ideas en la sociedad moderna; que los hay muyevidente^jjor fortuna en la manera de ser de las cla-ses inferiores, en la reforma y suavidad de las cos-tumbres, en la administración de justicia, en la segu-ridad general, en la abolición de tantos castigosatroces como se imponían por delitos temporales y es-pirituales, en la impotencia del fanatismo y de lapersecución religiosa, en las guerras, que son al pre-sente más breves y menos crueles, y en el respetomás universal queso guarda á los derechos de la hu-manidad; no negamos esto; pero sí abrigamos eltemor de que, al propio tiempo, haya una decadenciaproporcional en los caracteres, en el amor á la libertady en el instinto del honor.

Y porque no desconocemos ni negamos las necesi-dades y derechos de la época actual, aceptamos sinreservas mentales el orden de cosas producido por laRevolución Francesa, y que con el nombre de demo-cracia crece y se desarrolla más de dia en dia en elmundo moderno, y contemplamos satisfechos esa in-estimable conquista de la igualdad ante la ley, mil

REVISTA EUROPEA. 5 DE JULIO DE 1 8 7 4 . N.° 19

veces más preciosa para los vencidos que para los ven-cedores, cuando la perfidia y la hipocresía no la usur-pan en provecho exclusivo del más fuerte. Por lo quehace á la libertad política, la hemos servido y practi-cado leal y noblemente, sin creerla jamás nociva enmodo alguno á la verdad; y aunque los poderosos deun dia nos enseñan que es incompatible con la demo-cracia, ley de los tiempos modernos, y que ésta nopuede vivir y prosperar si no es con la igualdad y laautoridad, nosotros creemos que se equivocan, y siasí no fuese, deberiamos exigir de la democracia queno enervase y entorpeciera las naciones democráticas,que no las hiciera incapaces de gobernarse, de prote-gerse y de honrarse á sí propias, y que después de ha-ber abatido la cerviz de sus adversarios, no rebajarani envileciera el corazón de sus parciales.

Pero cuando percibimos las lisonjas que tributan ála degenerada humanidad sus cortesanos, y que cons-tituyen el carácter distintivo de la mayor parte délospublicistas modernos; cuando los vemos prosternadosdelante de ese ídolo en quien se deifican su vanidad yla de sus lectores, y apurar todos los recursos de unfrivolo entusiasmo para mejor envolverlos en las nu-bes del incienso impuro que consumen, nos embargala tristeza, contemplando el espectáculo que ofrecela debilidad, la creciente pobreza de espíritu y la de-gradación de cada hombre, considerado en sí mismo,en la sociedad actual. Esa torpe y servil apoteosis dela sabiduría y del poder de las masas ¿no amenazacon sofocar á un mismo tiempo la iniciativa personal yla originalidad, aniquilando y destruyendo todas lassusceptibilidades del alma, juntamente con el geniode la vida pública? ¿Será, tal vez, que estemos conde-nados á presenciar la absorción de cuanto existe denoble y grande por el influjo corruptor que se ejerceen nombre de la fuerza y del poder de las muchedum-bres? ¿No corren peligro la independencia y la liber-tad de perecer destruidas por la soberanía absoluta delEstado, de ese déspota que no muere nunca, y quepasea triunfante por todas partes con mano irresisti-ble su cetro de hierro, como rasero sobre medida depolvo humano?

Y, prescindiendo ahora de la esfera política, ¿quiénque observe con algún detenimiento la época presenteno echará de ver al punto su pobreza intelectual ymoral en medio del grandioso espectáculo que ofrecensus conquistas y sus triunfos y sus goces materiales?¿Quién no retrocederá entonces entristecido al consi-derar la desesperante monotonía y el hastio continuoque llevan trazas de constituir el carácter de la civili-zación futura? ¿Quién será el que no advierta que cadadia van como enmoheciéndose más los resortes mo-rales del alma á impulso de los intereses materiales?¿Quién no se espanta viendo cómo crece y aumenta yse hace universal el predominio de la medianía en lasideas y en las obras, en I03 hombres y en las cosas?

¿Quién no presiente para tiempos no lejanos una erade postración y envilecimiento general, tanto más in-curable cuanto que tan tristes dolencias serán el re-sultado lógico y natural de principios é instituciones,en que doctores ignorantes y fanáticos han pretendi-do concentrar las leyes del progreso, según las cualesla calidad debe ser absorbida por la cantidad, y elderecho por la fuerza ?

¡Postración y envilecimiento! He ahí precisamente!o que no se conocía en la Edad Media; que si adole-ció de grandes vicios y de crímenes más grandes aún,numerosos y bárbaros, también tuvo altivez y ener-gía; y así en la vida pública como en la vida privada,en el mundo como en el claustro, lo que más brilladurante su período es el vigor y la grandeza de alma,del propio modo que los grandes caracteres y lasgrandes individualidades; circunstancias todas queconstituyen la verdadera ó incontestable superioridadde aquel tiempo sobre los actuales.

¿Cuál ha sido siempre la dificultad, insuperablecasi, que han encontrado en el mundo el bien y laverdad para triunfar del mal y del error? No ha con-sistido esta, ciertamente, en las leyes, ni en los dog-mas, ni en los sacrificios que impone ó que implica laposesión de la verdad, sino es en los hombres encar-gados de proclamarla, de representar la virtud y pro-teger la justicia, los cuales, por no encontrarse á laaltura de sus deberes, han olvidado su misión, extra-viando en las sendas del error y del mal á las genera-ciones que estuvieron bajo de su tutela y custodia;que la fe y la ley no han faltado jamás á los hombres, ysí los hombres siempre á las doctrinas, á las creenciasy á los principios. Mas si el mundo tuviera por seño-res, y se le ofrecieran como ejemplo, hombres puros,fieles, enérgicos, humildes en la fe, dóciles al deber yesforzados al propio tiempo, incapaces de flaqueza,verdaderos hombres, en fin, el mundo, atento á suvoz, inspirado de sus lecciones y de su conducta, severia, si no salvado en todos los casos por ellos, con-tenido, al monos, en la pendiente del mal é impulsa-do hacia el bien.

En cambio, la Edad Media produjo una multitud in-mensa de hombres de estas condiciones, y malvadostambién, y criminales, que fueron tan numerososcomo en otros tiempos, sólo que entonces su muche-dumbre quedó equilibrada y aun excedida por la delos buenos y de los santos, de los honrados y de co-razón, quienes aparecen á nuestras atónitas miradascual si fueran las cumbres de altísimas montañas des-pués de nuevo diluvio, y van adquiriendo cada dia máscolosales proporciones, como si crecieran de una ma-nera fantástica, á medida que las virtudes desciendeny se retiran. Estudíense esos hombres, analícense suscorazones, sus actos y sus escritos, y hágase todo pormanos hostiles, si así place, que nada tememos, y severá si es cierto, como sostiene incorregible ignoran-

N/-19 EL CONDE DE MONTALEMBERT. LA EDA» MEDIA.

cia, qne el catolicismo degrada á la humanidad, y quela fe y la humildad enervan el valor y la inteligencia,ó, si por el contrario, hubo en ninguna época de lahistoria más energía, ni más gradeza que en aquellasalmas, á quienes la vulgar preocupación nos presentacomo producto repugnante del fanatismo y de la su-perstición.

«Al leer los historiadores de los tiempos aristocrá-ticos,» dice uno de los más ilustres y discretos publi-cistas contemporáneos, «no parece sino que para serel hombre arbitro de su suerte y gobernar á sus se-mejantes, tenga que comenzar por vencerse á sí pro-pio. Diríase, al recorrer las historias escritas de nues-tro tiempo, que el hombre nada puede sobre sí, ni entorno suyo (1).» En efecto, desde que el hombre haperdido el freno que lo sujetaba dirigiéndolo; desdeque manos imprudentes é implas proscribieron la dis-ciplina del catolicismo, tan necesaria á la libertad, elespíritu decayó, viéndose postrado en el suelo aquelloque antes remontaba sus alas poderosas en la inmen-sidad. Vencerse á sí propio es el secreto de la fuerza,en verdad; vencerse primero, y después consagrarseá un objeto, he aquí el fundamento, la esencia de lainstitución monástica, del propio modo que en la vidacivil y pública formaba la base de los grandes carac-teres, de las sólidas instituciones y de las robustas li-bertades de nuestros católicos antepasados. Por eso,cuando se les considera y estudia bien, y después seles compara los débiles temperamentos, los corazonespusilánimes, los caracteres pequeños, las enervadasvoluntades que pueblan la sociedad moderna, habríapara desesperar de lo porvenir si Dios no hubiera he-cho de la esperanza un deber y una virtud. Y no esel mal, ni son sus progresos más ó menos rápidos yconocidos lo que nos inquieta, sino la debilidad y lapobreza del bien, porque aun cuando ignoramos siotro tiempo ha sido aquel más doloroso, intenso y uni-versal que ahora, es lo cierto, ó la historia falta á laverdad desde la primera página á la última, que nuncaha sido éste más tímido que hoy, principalmente enla vida pública; y así, aunque nos admira el espec-táculo que ofrecsn los tesoros de fe y de caridad quelleva en su seno la generación actual, como quieraque la vida interior y privada no es bastante á lospueblos redimidos con la sangre de Jesucristo, noscontrista la idea de que más ó menos pronto la inva-dan y corrompan los vicios que lleva consigo la de-generación cívica. Tan cierto es esto, que ya vemosen la vida pública y en la esfera social que el bienparece no existir en el santuario de la conciencia sinopara ser sacrificado al primer indicio de peligro ó alprimer triunfo de la intriga; y que si la lucha se haceinevitable y se acepta y se combate, sólo es á condi-ción de alcanzar en seguida los honores del triunfo, ó

(i) Tocqueville. De la DPmocratie en Amerique, lomo III, pág. 173.

TOMO ir.

de capitular en breve. Y acontece asi, porque sólo seaprecia y vale en nuestros días el éxito, siquiera seade un momento, y porque sólo él inspira ya á las al-mas, aun siendo las más honradas, involuntario res-peto; que resistir y pugnar largo espacio parece so-bre insensato, imposible, y por tal manera no conoce-mos, ni los secretos del valor, ni los santos goces delsacrificio, ni la atracción del peligro noblemente ar-rostrado por una causa noble y grande. Desgracia esque la propia debilidad sea nuestro mayor enemigo,haciendo del hombre honrado no sólo el esclavo invo-luntario, sino el dócil servidor, instrumento y cóm-plice del malo, y que por esta causa, de todas las ar-tes, la más adelantada y perfecta entre los modernossea la de rendir las armas y doblar la cerviz al yugo,merced á lo cual el oficio de cobarde ha logrado serel más práctico y seguro. ¥ como vivimos en el siglode las complacencias, de las concesiones y de las fla-quezas hacia cuanto tiene apariencia siquiera de fuer-za y de poder, y el miedo es nuestro rey, á ejemplode Ester en presencia de Asuero, pedimos siempre lagracia de rendirle pleitesía.

Y pues nuestra manera de ser presente es así, y, queno alcanzamos otra en medio de los goces materiales

j y de la seguridad moderna, sepamos al menos hacerjusticia á los grandes caracteres de los siglos de fe; ymientras disfrutamos tranquilamente de los bienesque aún ampara el catolicismo, de las virtudes domés-ticas, de la fidelidad conyugal, del sosiego del hogar,de cuanto debemos, en fin, al denuedo y al perseve-rante valor de las generaciones que nos han precedido,sepamos al menos bendecir y glorificar á los bravossoldados que sucumbieron en los baluartes que toda-vía nos defienden, luchando para dejarnos en heren-cia las virtudes y las verdades que constituyen el pa-trimonio de los pueblos modernos.

No es gracia, sino justicia lo que pedimos, y nuestrodeseo está limitado á devolver su prestigio y su aureolade santidad á los seres superiores, tan olvidados hoy,y que han sido héroes de nuestros fastos, divinos an-tepasados de los pueblos cristianos, patriarcas de lasrazas fieles, modelos inmortales de la vida del alma, ytestigos y mártires de la verdad. Es, además, debernuestro, reconocer en su vida el ideal de la humani-dad cristiana; ideal que los hombres de todos los tiem-pos pueden seguir, y que ha logrado realizarse siem-pre en mayor ó menor escala, dentro de la unidadcatólica; porque al través de las nubes hacinadas so-bre ellos, todavía nos ofrecen el más grande espec-táculo y el más digno de ser imitado: el de un ejér-cito victorioso al servicio de una buena causa; y si enla época que vivieron y lacharon hubo desórdenes,excesos, abusos y ruinas como en todas las épocas,no por eso desmerece la causa, ni el vencedor á losojos de la posteridad.

De aquí la inutilidad de cuantos esfuerzos se hagan2

18 REVISTA EUROPEA. 5 DE JULIO DE 4 8 7 4 . N * 4 9

para despojar á la Edad Media de su carácter detiempos heroicos del cristianismo; tiempos que pasa-ron y que no volverán, quedando por tanto iguales,así sus ciegos panegiristas que tratarán en vano deconseguirlo, como sus fanáticos detractores, que se-guirán teniéndole pueril miedo; que al hombre ni esposible contenerlo siempre en la cuna, ni tampocohacerlo volver á ella después que ha crecido: la ju-ventud, sus encantos y sus azares no se renuevan.Nosotros somos los descendientes de la Edad Media,no sus continuadores; y emancipados y libres de losvínculos que nos unian á lo pasado, somos los únicosresponsables de lo presente y de lo porvenir, sin quepor eso se entienda que nos avergonzamos de nuestraalcurnia.

No se trata, pues, por ningún concepto, de recons-truir lo que ha desaparecido para siempre, ni de sal-var lo que Dios ha dejado perecer, sino de volver porlos fueros de la verdad y de la justicia, y por la famade los hombres y de los tiempos católicos, que cons-tituyen nuestro vinculado patrimonio. Tal debe ser yno otro el objeto del renacimiento de la historia cató-lica, empresa que prosiguen, venciendo grandes difi-cultades, algunos publicistas, antes estimulados quecontenidos en obra tan saludable por los ataques delenemigo, aunque temerosos de que sus sinceros es-fuerzos los expongan á parecer solidarios de miseriasy errores pasados. Mas como saben también que á lasveces, tras prolongadas tinieblas suele hallar la verdadsalida á la luz del mundo por medios providencialesque escapan á la inteligencia y al poder humano, con-flan en la tarda, pero segura ó inmortal justicia de loporvenir.

Si el fin de los estudios históricos es, como hadicho Montaigne (i), «vivir en el trato de las grandesalmas de los mejores siglos», con ninguno puedelograrse mejor este objeto como con el de esa épocade la Edad Media, á pesar de hallarse tan maltratadopor los que han querido ocuparse de él; pero antesparece ser la historia «el archivo de las deshonrashumanas», como dijo en ocasión solemne el sacerdotemás elocuente de nuestros dias (2); porque las másde las veces no pone de relieve sino los triunfos de lainjusticia, y lo que aún es peor, la connivencia de laposteridad con sus autores y sus complacencias ylisonjas con el crimen triunfante. Sin embargo, no poreso deja de tener el historiador una misión noble ygrande, cual es protestar contra las malas pasionesde la muchedumbre; excitar la simpatía en todos ha-cia las causas justas, aunque se hallen perdidas;apoyar las oposiciones legítimas, amparar las virtudes,premiar la perseverancia en el bien aunque haya sidoinfructuosa; llevar la luz á esos lugares lóbregos de lo

(1) Estaü, I, pag. 28.(2) Lacordaire. Panégyrique du B. Fouritr.

pasado en que vive prisionera como en mazmorrasombría la memoria de los vencidos combatiendo porel bien; abatir, ó al menos socavar la base de las re-putaciones usurpadas y de la popularidad inmerecida,y sobre todo, sacar de la oscuridad y presentar comoejemplo y enseñanza al hombre, al alma individual ysu entereza, y sus esfuerzos, y su constancia, y suvalor, declarándose así contra la tiranía que se quiereejercer en nombre de las pretendidas leyes generales,que sólo sirven para justificar crímenes y bajezas.¿Es posible imaginar una empresa más noble, mássanta, ni más adecuada al hombre que no se sientasubyugado por el culto á esos dioses del nuevo paga-nismo que se llaman la fuerza y el éxito! ¿Ni dónde,tampoco, podrá cumplirla mejor que en ese campotan ancho y dilatado de la Edad Media, y en las toda-vía inexploradas regiones de los siglos católicos?

Demás de esto, y prescindiendo de métodos, siste-mas y polémicas, el estudio de la historia, principal-mente de aquellos tiempos que son tan oscuros y queá la vez se hallan tan ligados á nuestra cuna, ejerceen el ánimo encanto indefinible, Heno de melancólicadulzura, y lo atrae, lo ilumina y lo despierta como eleco de los cantos de la juventud; y entonces le acon-tece como al anciano que al fin de su peregrinaciónen la tierra percibe las notas de una melodía que oyócon placer en sus primeros años y que lo transportanpara bien de su alma al tiempo feliz de sus esperanzasy de sus ilusiones pasadas; y si bien es cierto que nopor eso recobra la fuerza, ni el vigor, ni la inocencia,también lo es que le hacen respirar las auras de laprimavera de su vida, y que así resucita en ciertomodo, y se reanima, y siente circular por las venasnuevo ardor, y si la inspiración es fecunda y buena, alrecordar lo pasado, lo que ha aprendido, sufrido yrealizado en él, entreviendo el modesto lugar queocupa y al que ha llegado tras prolongada serie deafanes y de azares, continuando su raza, reanuda la,interrumpida cadena de los tiempos, y comprende suexistencia, y se resigna. Y al considerar aquel pasadoque le abre y le muestra y le explica los horizontesde lo porvenir, se inclina con amor y respeto, y confiay espera sin confundir, no obstante, aquello que cons-tituye su esencia, su alma, su eterna virtud, con loque sólo fue juvenil y frágil hermosura.

E L CONDE DE MONTALEMBERT.

Traducción de

M. JUDERÍAS BÉNDER.

(Le Gorrespondant.)