La educación y la comunicación

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LA EDUCACIÓN Y LA COMUNICACIÓN Hablar de comunicación y de educación como dos campos separados no tendría sentido en el mundo actual y carece de sentido ahora, cuando la comunicación puede devolverle a la educación mucho de lo que obtuvo de ella. Más que nunca, la educación necesita de la comunicación, no solamente para romper los moldes que han terminado por aprisionarla y separarla de la posibilidad de crecimiento, sino también porque frente a la llamada “sociedad de la información” la escuela se ha quedado atrás en su manera de aprehender los nuevos procesos de la comunicación. El modelo tradicional de la escuela ha recibido en los últimos años severas críticas por su incapacidad de evolucionar con la rapidez que requiere el desarrollo social y tecnológico. Modernizar el sistema educativo para adaptarse a la sociedad de la información se ha entendido a veces como una simple traslación de tecnologías. Se remplaza la tabla de multiplicar (que antes venía impresa detrás de los cuadernos), con calculadoras, y se introducen cámaras de video y computadoras para sustituir a los maestros, pero no se cuestiona desde adentro el concepto mismo de la educación. Como ha señalado algún autor, en lugar de la alcancía de la “educación bancaria” tenemos ahora cajeros electrónicos que no resuelven el tema de fondo. El error más común que se comete actualmente es pensar que la introducción de nuevas tecnologías en la comunidad educativa (y en cualquier otra comunidad), es la respuesta adecuada frente a las presiones de la sociedad de la información. La “solidaridad digital” y otras expresiones que llevan el pecado original de su sesgo tecnológico,

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El siguiente texto trata de temas muy importantes para los educadores en la actualidad sobre la comunicación y los medios para la misma.

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LA EDUCACIÓN Y LA COMUNICACIÓN

Hablar de comunicación y de educación como dos campos separados no tendría sentido en el mundo actual y carece de sentido ahora, cuando la comunicación puede devolverle a la educación mucho de lo que obtuvo de ella.

Más que nunca, la educación necesita de la comunicación, no solamente para romper los moldes que han terminado por aprisionarla y separarla de la posibilidad de crecimiento, sino también porque frente a la llamada “sociedad de la información” la escuela se ha quedado atrás en su manera de aprehender los nuevos procesos de la comunicación.

El modelo tradicional de la escuela ha recibido en los últimos años severas

críticas por su incapacidad de evolucionar con la rapidez que requiere el desarrollo social y tecnológico. Modernizar el sistema educativo para adaptarse a la sociedad de la información se ha entendido a veces como una simple traslación de tecnologías. Se remplaza la tabla de multiplicar (que antes venía impresa detrás de los cuadernos), con calculadoras, y se introducen cámaras de video y computadoras para sustituir a los maestros, pero no se cuestiona desde adentro el concepto mismo de la educación. Como ha señalado algún autor, en lugar de la alcancía de la “educación bancaria” tenemos ahora cajeros electrónicos que no resuelven el tema de fondo.

El error más común que se comete actualmente es pensar que la introducción de nuevas tecnologías en la comunidad educativa (y en cualquier otra comunidad), es la respuesta adecuada frente a las presiones de la sociedad de la información. La “solidaridad digital” y otras expresiones que llevan el pecado original de su sesgo tecnológico, desvían el tema de la comunicación hacia el terreno de los aparatos.

La modernización requerida se entiende como un tema de dotar de tecnología a las escuelas y no de desarrollar en ellas procesos de comunicación como los que se requieren para que los educandos se adapten a los desafíos de una sociedad cada vez más determinada y

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modelada por la información y la comunicación audiovisual que se desarrollan en el espacio público y en el interior de los hogares.

La educación como proceso de comunicación (es decir, diálogo, reflexión colectiva, puesta en común, participación), es indispensable en una sociedad donde la escuela ya no es la que “forma” al individuo como se creía tradicionalmente. La escuela no solamente no forma, sino que tampoco deforma. Su influencia actual es limitada, porque se ha quedado al margen de una sociedad donde los individuos y las comunidades están sometidos permanentemente a otras influencias que contribuyen en su formación (o deformación). La televisión, la publicidad, la presión de grupo, y por supuesto el acceso a la red (Web) a través de Internet, son factores que, sobre todo en el ámbito urbano (que hoy es globalmente mayoritario), determinan la conformación de una personalidad “mediada”.

El informe encomendado por la UNESCO a la Comisión Internacional sobre la Educación en el Siglo XXI, presidida por el ex ministro de Francia Jacques Delors concluyó que los cuatro pilares de la educación son:

* Aprender a conocer * Aprender a hacer * Aprender a convivir * Aprender a ser

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En América Latina varios foros y autores han enriquecido esos conceptos añadiendo: aprender a emprender.

Mario Kaplún usaba expresiones como “se aprende al comunicar”, “conocer es comunicar” o “del educando oyente al educando hablante”, y afirmaba: “educarse es involucrarse y participar en un proceso de múltiples interacciones comunicativas”.

En la medida en que la educación se concibe como un proceso de aprendizaje de toda la vida, no puede sino acudir a la comunicación como su complemento directo. Siguiendo a Paulo Freire, si la educación es a la vez un acto político, un acto de conocimiento y un acto creador, entonces no puede sino hacer el mismo camino que la comunicación en el proceso de cambio social.

De ahí el rol tan importante de los medios públicos, aquellos que informan y proponen contenidos que refuerzan los valores humanos y los derechos colectivos, y aquellos medios, los comunitarios, que a partir del derecho a la comunicación construyen comunidades de dialogo y participación. Sin los medios públicos y participativos, es difícil equipar mejor a la escuela frente a los medios de difusión comerciales, cuyos límites en el campo de la responsabilidad social son bien conocidos.

Resistencia al cambio y al aprendizaje:

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Todo esto resulta aún más grave cuando sabemos que no es nuevo: la comunicación en la educación es una necesidad que ha sido señalada hace casi un siglo por Celestin Freinet, y desarrollada luego por Lev Vygotsky, Paulo Freire, Mario Kaplún y otros pensadores que militaron por una mayor proximidad entre la educación, la comunicación, la cultura y la expresión artística. Mario Kaplún denominó “educomunicación”, y que es mucho más pertinente al mundo de hoy que el “edu-entretenimiento” que tratan de imponernos desde el norte, y que encaja muy bien con los objetivos de los medios masivos comerciales.

En el marco de la escuela tienen que darse condiciones sociales y éticas que favorezcan el aprendizaje como una actividad creativa, con la conciencia clara de que el aprendizaje es un proceso de toda la vida. Para ello, tiene que existir confianza y voluntad de aprender no solamente en los educandos, sino también en los educadores.

En sus reflexiones sobre el aprendizaje como clave de la educomunicación, Daniel Prieto Castillo apunta lo siguiente:

“Es muy difícil aprender de alguien con quien poco me comunico, mal me comunico o no me comunico;

“Es muy difícil aprender de alguien con quien no comparto tiempos, porque ni él ni yo los tenemos;

“Es muy difícil aprender de alguien en quien no creo;

“Es muy difícil enseñar, promover y acompañar el aprendizaje de las jóvenes y los jóvenes estudiantes si ha sido minada mi voluntad de aprender.”

Aunque Daniel Prieto se refiere al ámbito universitario en el que desarrolla su actividad, estas reflexiones sirven también para otros niveles educativos.

Wittgenstein (1953): sugiere que el sentimiento confiere significado a las palabras y las hace verdaderas, lo cual nos remite a la idea del aprendizaje a través de las emociones.Lo fundamental en esta reflexión sobre la alianza entre la comunicación y la educación, es que cuando se quiebra esa

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interdependencia, se debilitan las posibilidades de aprendizaje así como las potencialidades de comunicación.

La sociedad demanda otro tipo de educación que la escuela no es capaz de proporcionar, porque evoluciona a un ritmo muy lento y es resistente a los cambios. El sistema educativo como tal, no admite modificaciones tan rápidas como las que se producen en la sociedad. Por ello predomina un modelo didáctico que pertenece al pasado y que no puede preparar a los educandos de hoy para el futuro.No es entonces de extrañarse que la escuela pierda terreno constantemente y se convierta, como la iglesia, en una institución arcaica, que “tiene que existir” como un referente en toda sociedad, pero que ya no satisface los anhelos de la colectividad. Más y más la escuela es una especie de servicio civil obligatorio, una institución poco práctica pero un requisito para ser miembros plenos de la sociedad.

Fuera de la escuela, al igual que fuera de la iglesia, es donde se dan los intercambios comunicacionales que en definitiva determinan los valores. La escuela ya no es la única depositaria del saber socialmente relevante, ni el instrumento privilegiado para sistematizar los conocimientos. La televisión tiene más influencia que la escuela, pero ojo, no solamente como programación televisiva, sino como canal de información, comunicación y como espacio de influencia en el tejido social. Uno de los mayores errores es creer que introduciendo programación “educativa” se va a resolver el problema. Lo que se necesita es que la escuela desarrolle instrumentos para una nueva alfabetización comunicacional y audiovisual que sea más adaptada a los tiempos actuales que la lecto-escritura.

El texto, la palabra escrita, el abecedario, han mantenido hasta ahora la hegemonía sobre otras formas innovadoras de hacer educación. La escritura y la lectura siguen siendo los ejes de un aprendizaje que se remonta a varios siglos y que excluye nuevas maneras de ver el mundo. La “transmisión de conocimiento” (que como expresión encierra una falacia) es una simple distribución de información que con frecuencia ni siquiera es pertinente al contexto de aprendizaje. Si lo que se quiere es introducir nuevas tecnologías para reforzar esto mismo, entonces estaríamos traicionando los ideales de una educación liberadora, es decir, basada en los derechos humanos, constructora de ciudadanía.

Las escuelas deben cambiar como proyecto educativo, no como infraestructura. No basta aterrizar computadoras y conectividad con Internet, no bastan las cámaras de video y los estudios de radio. Se necesita una escuela que promueva procesos de aprendizaje reflexivo y basado en la experiencia, relevantes socialmente, es decir, insertos en una realidad social más amplia.

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La necesidad de que la institución escolar se adapte a las nuevas necesidades sociales, pasa por una revisión en profundidad del proceso educativo, que en muchísimos casos ha dejado de ser un proceso, para convertirse en una mecánica repetitiva, seca, desprovista de humanismo.

La educación que Freire y sus discípulos llamaron “bancaria” porque no iba más allá de colocar información en la cabeza del educando como quien coloca monedas en una alcancía, lamentablemente subsiste en gran escala, y en muchos de nuestros países subsiste precisamente por la resistencia de las propias organizaciones de maestros a renovarse y renovar la educación. No hay nada más difícil en los tiempos actuales, al menos en América Latina, que llevar adelante una reforma educativa que permita adaptar la escuela a las necesidades sociales actuales. A esa reforma educativa se oponen actores que son centrales, los propios maestros.

La figura del maestro debería transformarse, para convertirse en garante de una dimensión más dinámica de la educación. La función

“transmisora” de información de los maestros, carece de sentido. El maestro de hoy debe tener la capacidad de facilitar procesos de comunicación y educación que formulan problemas, colocan preguntas provocadoras del diálogo y el debate, permiten sistematizar las experiencias individuales y colectivas de todos los participantes en el proceso educativo, y no solamente de los

educandos o alumnos. El maestro debe ser un dinamizador de situaciones de educación, comunicación, trabajo y creatividad a través de las cuales se genera un saber colectivo.

Es imprescindible recuperar el valor semántico de “educar” y de “comunicar”, pues ambos han sido distorsionados por el uso. Aunque las raíces de educar, provienen del latín “educere” y “educare”, el primero significa sacar lo que está adentro del ser humano, para prepararlo como ser social, mientras que el segundo nos remite a una acción de moldear y guiar. Sacar de adentro hacia fuera el potencial de conocimientos y valores, apoyar el desarrollo de algo que ya existe en el ser humano, en lugar de simplemente moldearlo, hacerlo igual a otro, para que asegure la transmisión de ciertas informaciones. Educere implica preguntar, dialogar, pensar y crear, en oposición a memorizar y repetir. La memorización y la repetición del modelo educativo, es lo que hace que permanezca una institución que se resiste al cambio.

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Si la educación tiene la función de sacar lo que el individuo lleva adentro, para potenciar su creatividad y para socializar con los demás su conocimiento y sus valores, entonces no bastan los equipamientos y las capacitaciones en tecnología: lo que importan son los procesos que permiten comprender dimensiones de la imagen y del sonido que no por demasiado obvias son mejor entendidas. Es un hecho que en medio de la “sociedad de la información”, vivimos un galopante analfabetismo de la comunicación. La comprensión de la comunicación es pobre, y las confusiones entre los propios especialistas son frecuentes.

En la medida en que la educación deje de ser percibida como un producto, y se comprenda como un proceso, se acercará más a su potencial de responder a las necesidades de la sociedad. Y precisamente es la comunicación la que puede contribuir en esa evolución, porque la comunicación es también proceso antes que producto. De ahí que es tan importante establecer entre los propios comunicadores la diferencia que existe entre información (producto) y comunicación (proceso).

En el caso de la “comunicación”, más sujeta a intereses económicos y políticos inmediatos que a lastres institucionales como la educación, se dan igualmente confusiones de términos. Communio significa compartir, poner en común, participar, lo que hace de la comunicación algo muy diferente de la información, y muy próxima al verdadero sentido de la educación. Sin embargo, es muy corriente confundir en el lenguaje cotidiano la comunicación con la información, y los propios comunicadores y periodistas contribuyen a esa confusión.

El rol de las tecnologías:

“La idea de que se pueda asegurar una transmisión (cultural) con medios (técnicos) de comunicación constituye una de las ilusiones más habituales de la ‘sociedad de la información’, propia de una modernidad cada vez mejor armada para la conquista del espacio pero cada vez lo está menos para el dominio del tiempo.”

Los cambios que afectan el papel de la comunicación en la educación no deberían ser ni cosméticos ni instrumentales, sino de enfoque y de

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proceso. El añadido de nuevas tecnologías sobre un sistema arcaico de educación no es la solución.

Se cree que dotando a las escuelas de computadoras, conectividad de Internet, cámaras de video y estudios de producción radiofónica, se acorta la “brecha” que existe entre una escuela que opera en base a la letra y una escuela que opera en base a la imagen. En ese caso se olvida algo muy obvio: lo que importa no es el libro o la computadora, lo que importa es el aprendizaje de la lectura (del texto o de la imagen, y el puente entre ambos).

La incorporación de la tecnología es apenas un paso en un nuevo proyecto educativo. La tecnología per se corre el riesgo de perpetuar un sistema decimonónico en lugar de renovarlo, si es que no se renueva a la vez el proceso educativo, basado en competencias emocionales y en experiencias vivenciales. Una educación pertinente que utilice como instrumentos las nuevas tecnologías, tendría sobre todo que crear posibilidades de construir de manera critica el conocimiento, haciendo énfasis en el dialogo y el debate, y en la apreciación crítica de los mensajes audiovisuales y de los propios procesos de comunicación e información.

La creatividad de los jóvenes debe ser alentada, no coartada con argucias técnicas. No basta que ellos elaboren los guiones, sino que tengan responsabilidad sobre todo el proceso de producción audiovisual, porque de otro modo, lo que uno percibe es que con el argumento de cuidar la calidad técnica, se implantan filtros y formatos convencionales que limitan la creatividad de los jóvenes y despojan de frescura sus obras. Al final, todo se oye igual o se ve igual, porque ha sido modificado en función de un criterio conservador de la técnica y de la lectura audiovisual, por algún técnico bien intencionado que lo que hace es uniformizar todas las producciones para que suenen como una radio comercial. De ahí la reiteración de los formatos, de los efectos sonoros o visuales, de la música… Al final, deja de ser el producto de la creatividad de un joven, para convertirse en un producto neutro, correcto técnicamente, pero sin emoción.

En su uso más corriente las nuevas TICs ignoran por completo los procesos dialógicos “apelando principalmente a la interactividad (con una máquina) y no a una verdadera interacción (entre personas)” dice Gabriel Kaplún y añade: “El ideal del estudiante aislado y conectado a una máquina niega en los hechos el carácter social del aprendizaje. La navegación solitaria en las autopistas de la información no puede reemplazar el aprendizaje, que es esencialmente social”. Mario Kaplún consideraba “sospechosa” la palabra interactividad (una forma de autismo) y prefería la

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interlocución, la intercomunicación y la interacción, propias del diálogo.

Educarse y comunicarse son dos caras de la misma moneda, o más bien, vasos comunicantes de los procesos de aprendizaje. Las tecnologías que en lugar de apoyar y fortalecer esos procesos, tienden a desmontarlos, conspiran en contra de los más altos ideales de la educación y de la comunicación. Los cuatro pilares del informe Delors mencionados anteriormente, no podrían sostenerse si las nuevas tecnologías no contribuyen a profundizar en el proceso de aprendizaje sino simplemente se enfocan en tareas de multiplicación y acumulación de información.

Hay que decir, sin embargo, que el malentendido no viene exclusivamente de la educación sino de los malentendidos y confusiones sobre la comunicación que hemos revisado anteriormente. No debe extrañarnos el uso mecanicista, subsidiario e instrumental de las tecnologías de información en la escuela, si en el mundo de la información y de la comunicación sucede algo similar.