La 'epistolaridad' de «Pepita Jiménez» de Juan Valera

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biblioteca G ALDOSIANA Hartmut Stenzel Friedrich Wolfzettel [eds.] Estrategias narrativas y construcciones de una ‘realidad’: Lecturas de las ‘Novelas contemporáneas’ de Galdós y otras novelas de la época SEPARATA La “epistolaridad” de Pepita Jiménez de Juan Valera TILMANN ALTENBERG (2003)

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Book chapter originally published in Hartmut Stenzel & Friedrich Wolfzettel (eds.): Estrategias narrativas y construcciones de una 'realidad': Lecturas de las 'Novelas contemporáneas' de Galdós y otras novelas de la época. Las Palmas: Cabildo Insular de Gran Canaria, 2003 (pp. 227-248).

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  • bibliotecaGALDOSIANA

    Hartmut StenzelFriedrich Wolfzettel [eds.]

    Estrategias narrativas yconstrucciones de una realidad:Lecturas de las Novelas contemporneas deGalds y otras novelasde la poca

    S E P A R A T A

    La epistolaridadde Pepita Jimnezde Juan ValeraTILMANN ALTENBERG (2003)

  • En la narrativa europea del realismo literario de la segunda mitad del siglo XIX la novela epistolar juega un papel insignificante. Parece que la perspectiva limitada y la subjetividad del narrador-personaje epistolar se perciben como difcilmente compatibles con el ideal realista de representar, desde un punto de vista imperso-nal (aunque no neutral) y de un alcance cognoscitivo superior a cualquiera de los personajes, un sector de la realidad en toda su complejidad.1 Dicho de otra manera, la predominante perspectiva olmpica del narrador en la novela realista, que le permite, en principio, disponer de toda la informacin del universo diegtico, y hasta penetrar en las esferas profundas del alma de un personaje, ms all del contenido de su conciencia, esta perspectiva y sus consecuencias estn vedadas a la narracin epistolar stricto sensu. Cuando con Pepita Jimnez se public en 1874 la primera novela terminada de Juan Valera, el subgnero epistolar, tan en boga en Europa durante el siglo XVIII y hasta principios del XIX, haba, pues, prcticamente dejado de cultivarse.2 En vista del contexto literario

    La epistolaridad de Pepita Jimnezde Juan Valera

    TILMANN ALTENBERG

    1 Cf. Lissorgues (1998), 14ss.

    2 Cf. el escrutinio histrico de la ficcin epistolar en Europa de Beebee (1999), para

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    poco propicio para este subgnero novelesco, resulta tanto ms interesante examinar cmo y con qu fines, cien aos despus del Werther, el escritor andaluz, cuya posicin distanciada con respecto a la narrativa realista de la poca es un hecho consabido,3 se apropia en su novela ms exitosa de las particularidades del gnero de la novela epistolar y del discurso epistolar extraliterario.4

    La historia narrada en Pepita Jimnez es relativamente simple: un joven seminarista se enamora de la misma mujer que su padre, el cacique de un pueblo andaluz, pretende como esposa. ste, al enterarse de la pasin mutua de los jvenes, renuncia a su propsito de desposar a la muchacha, sin que los enamorados se enteren de ello. Para evitar que su hijo nico se haga sacerdote, dejndole sin prole, el padre trama incluso el matrimonio de los jvenes, empresa que desemboca en un final feliz.

    Como es sabido, la novela consta de cuatro partes. Comienza con una especie de prlogo ficcional, correspondiente a las pala-bras de un editor annimo que explica en unos pocos renglones las circunstancias del hallazgo y de la publicacin de un legajo manus-crito, confeccionado por un Den, muerto pocos aos ha (141).5 La segunda parte de la novela corresponde a la transcripcin literal de la primera de las tres partes de ese legajo, titulada Cartas de mi sobrino. Contiene 15 cartas dirigidas por el seminarista, Luis de Vargas a su to, el mismo Den en cuyo poder se hallaba el le-

    quien Pepita Jimnez figura ya entre las novelas epistolares habitadas por el fantasma

    de la epistolaridad (ghost of epistolarity, ttulo del captulo 7).

    3 Cf. al respecto ltimamente Wolfzettel (1999, 124).

    4 Una de la particularidades de la llamada novela epistolar reside en que ella remite

    simultneamente a una tradicin literaria, que arranca del Proceso de cartas de amores

    de Juan de Segura (1548), y a un uso de la palabra escrita firmemente establecido

    fuera del mbito narrativo-ficcional, aunque no sin interferencias con l (cf. Beebee

    1999:9). Esta doble orientacin hacia un gnero primario y un gnero secundario (en

    trminos de Bakhtin) caracterstica, en principio, de todo texto literario (cf.

    Adam 1998, 53) da tambin la pauta para mis reflexiones.

    5 Me baso en la edicin de Pepita Jimnez preparada por Leonardo Romero, Madrid, 51994, sealando entre parntesis los respectivos nmeros de pgina.

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    gajo. En la tercera parte de la novela, segunda del legajo, que est titulada Paralipmenos, un sujeto, perfectamente enterado de todo (271), completa el cuadro con sucesos que las cartas no re-fieren (143). La cuarta y ltima parte de la novela, que se basa en la tercera del legajo, lleva como ttulo Eplogo: Cartas de mi her-mano. Consiste en la transcripcin fragmentaria de algunas de las cartas enviadas por el padre del seminarista, Pedro de Vargas, a su hermano el Den. A excepcin de la primera parte del legajo, el editor complementa su transcripcin con una serie de comentarios y reflexiones.

    La narracin de la novela se produce en dos niveles. A nivel extradiegtico, el narrador-editor annimo se hace responsable de la edicin del legajo, delegando la funcin narrativa sucesivamente a las tres voces intradiegticas correspondientes a las partes del le-gajo. El narrador-editor se basa para su labor exclusivamente en el material que el legajo le ofrece sin hacer l mismo averiguaciones acerca de los acontecimientos narrados.6 La historia propiamente tal se narra a nivel intradiegtico.7 En el plano de la historia se pro-ducen en Pepita Jimnez dos carteos dialgicos entre tres correspon-sales.8 Luis de Vargas se cartea con su to el Den, quien mantiene tambin una correspondencia paralela con su hermano Pedro de Vargas, el padre de Luis. Sin embargo, de las cartas de estos inter-cambios epistolares tan slo una pequea parte llega a presentarse efectivamente en la novela.

    La primera reduccin del corpus de cartas es anterior a su edicin y se sustrae al mbito de accin del editor. Concierne el propio legajo y se motiva en el plano de la historia. As, no es nada sorprendente que las cartas enviadas por el Den a sus familiares

    6 Cf. Calas para un repertorio abarcador de las (posibles) actividades del editor en la

    ficcin epistolar (1996, 52-55).

    7 Cf. el esquema 1 (apndice) para un intento de visualizar la construccin narrativa

    global de la novela.

    8 Segn la tipologa formal propuesta por Calas (1996), estamos ante un tringulo de

    voces troncado (triangle de voix tronqu) (32s.).

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    no figuren entre los papeles por l reunidos, porque as supone-mos, segn la lgica interna, ellas no se encuentran en su poder. La segunda reduccin del corpus epistolar, en cambio, corre por cuenta del narrador-editor y no se justifica en ese plano. Mientras que el editor transcribe ntegramente y sin intervencin alguna las cartas de Luis, de las cartas de Pedro de Vargas, correspondientes a la tercera parte del legajo, no presenta sino unos pocos fragmentos sin indicacin de fecha, pero todos ellos posteriores a la boda de los jvenes. Sin embargo, aunque la supresin casi completa del texto de esas cartas disminuye su valor relativo dentro del corpus episto-lar, no por ello hay que subestimar su importancia para la construc-cin global de la novela y la estrategia narrativa seguida por Valera. As, como veremos ms adelante, la existencia del carteo entre los hermanos resulta esencial para el desenlace de la historia, y el en-cubrimiento de su contenido hasta un momento especfico de los Paralipmenos, para el efecto cautivador de la narracin.

    El motivo tanto para entablar la correspondencia como para terminarla deriva, en el caso del carteo entre Luis y su to, direc-tamente del viaje del joven a su tierra natal. Mientras que ste redacta la primera carta a los pocos das de llegar a la casa de su pa-dre, en la ltima carta de la secuencia Luis proyecta su salida para dentro de pocos das (269). Ese corpus de cartas constituye, pues, un conjunto armnicamente cerrado. Tambin el carteo entre los hermanos tiene su motivo en la separacin geogrfica de ellos. Sin embargo, puesto que esta separacin es la consecuencia de la di-vergencia permanente de sus vidas, es lgico suponer que la corres-pondencia tiene su inicio en un pasado anterior a la historia de Luis y Pepita y se prolonga tambin ms all de su casamiento, traspa-sando los lmites de la historia narrada en Pepita Jimnez. Efectiva-mente, la redaccin de las cartas del eplogo data desde el da de la boda [] hasta cuatro aos despus (385), segn afirma el edi-tor.

    Cada uno de los narradores intradiegticos representa una visin particular de los acontecimientos narrados. As, las cartas de Luis

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    de Vargas y de su padre, correspondientes a las partes primera y tercera del legajo, respectivamente, se caracterizan por un punto de vista limitado, que es, en principio, propio de toda narracin intradiegtica verosmil, pero que se agudiza an ms por la forma epistolar en que se materializa ficcionalmente. Una de las premi-sas fundamentales del discurso epistolar en Pepita Jimnez y otras ficciones epistolares es la inmediatez de la narracin, en cuanto ac-cin productora del relato, con respecto a lo narrado. Esta cercana temporal entre el presente de la narracin y el presente narrado se traduce en la secuencia epistolar en una narracin intermitente, o bien, a trechos, es decir, que progresa por saltos cronolgicos.9 Si bien cada una de las micronarraciones correspondientes a una carta aislada es ulterior a los acontecimientos narrados, en la secuencia epistolar el horizonte de conocimiento del personaje-narrador se va ampliando en la medida que la historia avanza, y slo al final de ella dispone de un mximo de informacin, de acuerdo con el al-cance cognoscitivo propio de su papel intraficcional. Como lectores estamos, en principio, sujetos a las mismas restricciones de conoci-miento que el autor de las cartas que leemos.

    Es obvio que la construccin de Pepita Jimnez depende esen-cialmente de este fenmeno. As, no es fortuito que la transcripcin literal de la totalidad de las cartas enviadas por Luis de Vargas a su to el Den encabece la secuencia de narracines intradiegticas. Entramos en la historia desde el punto de vista del seminarista, convirtindonos en testigos de su lucha interior. Aunque nuestro conocimiento del mundo diegtico dependa, en principio, exclusi-vamente del relato del joven, Valera evita que los lectores sigamos de manera ingenua su visin doblemente limitada. Hace al narrador-editor adelantar en sus palabras introductoras un comentario acerca

    9 Para Altman (1982), la discontinuidad de la narrativa epistolar es inmanente a su

    carcter fragmentario (169). En otro captulo del mismo estudio la autora ofrece

    algunas observaciones acerca de lo que llama polivalencia temporal (temporal poly-

    valence, 129) del discurso epistolar.

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    de la poca experiencia de Luis de Vargas en las cosas del mundo (143) y su gran fervor religioso y empeo de ser sacerdote (ib.). As advertidos de una caracterstica fundamental del joven seminarista, no tardamos en reconocer en sus palabras cun apartado ha vivido de la realidad mundanal que ahora le va acosando. Es muy probable que, hoy como entonces, el lector con cierta experiencia del mundo registre al igual que el Den los indicios del enamoramiento de Luis de Vargas mucho antes de que l mismo lo confiese a su to.10 Para el funcionamiento de esta irona narrativa es esencial que los lectores no nos identifiquemos demasiado con Luis, efecto que Valera logra con la particular concepcin de este personaje, cuya biografa y actitud constituyen un caso raro que se aparta mucho del mbito de experiencia del pblico lector enfocado.

    La incapacidad por parte del seminarista de leerse de manera adecuada a s mismo y al mundo en su rededor no pone en tela de juicio la sinceridad de sus auto-disquisiciones. Antes bien, la propia constelacin epistolar el seminarista se dirige a su ins-tructor religioso, quien acta a su vez como confesor-confidente activo11 reproduce fielmente la situacin en el confesionario, asegurndonos del carcter sincero de las cartas de Luis.12 Adems, el seminarista insiste en sus cartas varias veces en la sinceridad de sus consideraciones, llegando incluso a explicitar el paralelismo con la confesin.13 En vista de sus pretensiones religiosas sera, por lo dems, absurdo suponer un engao consciente.

    Como se ve, la funcin de la ficcin epistolar de la primera parte del legajo no se reduce a la muy comentada posibilidad de narrar desde dentro, con una distancia temporal-emocional mnima, la

    10 As opina tambin, entre otros, DeCoster (1974, 96).

    11 Cf. Altman (1982, 51, 62).

    12 Cf. Serrano Puente (1975, 46).

    13 Cf. en este sentido ante todo las cartas del 22 de marzo (p. 163) y del 12 de mayo

    (p. 242), respectivamente. Altman (1982) ve en la confidentiality (47) una de las

    caractersticas inherentes of the letters that typically compose epistolary narrati-

    ves (ib.).

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    crisis espiritual de uno de los protagonistas de la novela.14 Con la construccin de un narrador preso no slo de su perspectiva do-blemente limitada, sino tambin de una visin distorsionada de sus propios sentimientos, Valera invita adems a una lectura irnica de las cartas de Luis de Vargas, apelando al conocimiento del mundo por parte del lector.

    La nica excepcin de la presentacin monolgica o mondica de las correspondencias mantenidas en Pepita Jimnez, que coincide con un momento crucial de la historia, se encuentra hacia el final de los Paralipmenos. All Pedro de Vargas lee a su hijo en voz alta una carta de su hermano el Den y la minuta de su propia contes-tacin. Al quedar manifiesto que los hermanos desde hace tiempo han estado enterados del amor de los jvenes, se disipa de una vez la angustia sufrida por Luis a causa de la supuesta traicin de su pa-dre. En el plano de la historia el dilogo entre padre e hijo marca el reencuentro definitivo de ellos. La lectura de las cartas ante su hijo a nivel metadiegtico cierra una fase de interaccin indirecta du-rante la cual el Den ha intuido los verdaderos sentimientos de Luis transmitindolos en sus cartas al padre, y ste, a su vez, ha obrado indirectamente, tanto por medio de la correspondencia con su her-mano, hacindole saber su propsito de retener al hijo y conspirar contra su vocacin (379) religiosa, como con la ayuda de Antoona, la criada de Pepita.

    El reencuentro definitivo de padre e hijo en el dilogo indicado halla su correspondencia en el plano de la expresin. Primero, es ste el nico momento en la novela en el que los lectores presen-ciamos un intercambio de palabras entre padre e hijo en discurso directo. Visto as, la inmediatez de la representacin refuerza la di-mensin ntima del encuentro. Segundo, la yuxtaposicin dialgica de las cartas, que no se da en ningn otro momento de la novela, no slo llama la atencin sobre ese pasaje, sino que puede leerse

    14 Cf. en este sentido p. ej. Gulln (1976, 149), Palomo (1987, 287) y Romero (1994,

    71).

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    como colocacin emblemtica de la superacin de la comunicacin deficiente entre padre e hijo. Tal como la presentacin mondica de la correspondencia en Pepita Jimnez es incompleta con respecto a su carcter inmanentemente dialgico,15 tambin el reencuentro de padre e hijo despus de largos aos de separacin queda superficial e incompleto hasta el momento de entablar ellos un dilogo sincero. En este pasaje de los Paralipmenos se revela, pues, de manera particularmente clara lo calculado y eficaz de la construccin epis-tolar de Pepita Jimnez. As, la supresin consecuente de las cartas del Den y de Pedro de Vargas hasta un momento muy avanzado de la narracin, procedimiento que se justifica en parte por la ficcin del legajo (cf. supra), se revela como esencial para la suspensin del lector y la repentina solucin de ella en el pasaje comentado.

    Antes de examinar ms de cerca las particularidades microes-tructurales del discurso epistolar en Pepita Jimnez, quiero conside-rar otros dos puntos claves de la construccin narrativa de la novela, a saber, el status textual del legajo y la identidad del narrador de los Paralipmenos, ambos aspectos ntimamente relacionados con la ficcin del narrador-editor, y comentados con frecuencia por la crtica. Como vimos, el narrador-editor extradiegtico de Pepita Jimnez no tiene acceso al mbito de accin de los corresponsales. Antes bien, depende enteramente de la informacin aportada por los documentos del legajo, en concreto, de las cartas de Luis y de su padre Pedro, de los comentarios del Den y de la narracin de los Paralipmenos.

    El hecho de que los papeles del legajo dejado por el Den estn, segn el editor, todos escritos de una misma letra (143) invita a la especulacin acerca de su autenticidad. El propio narrador-editor admite haber ponderado dos posibilidades: o el Den compuso los textos del legajo para ejercitar su ingenio (143), o las cartas son copia de verdaderas cartas (143), siendo esta ltima la alternativa preferida por el editor en el prlogo. Aunque la duda no se aclara

    15 Cf. Kerbrat-Orecchioni (1998, 30).

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    en ningn momento de la novela, el editor afirma que para l la cuestin de la autenticidad del legajo carece de importancia. De cualquier modo que sea as nos dice, confieso que no me ha cansado, antes bien me ha interesado casi la lectura de estos pa-peles (143). Salta a la vista que la tradicional funcin de la ficcin de un narrador-editor, que consiste en acreditar la autenticidad del manuscrito, se distorsiona en Pepita Jimnez. Lejos de ser garante de ella, el propio narrador-editor siembra la duda al respecto.

    Cabe inferir que tambin para Valera el aspecto de la autentici-dad del legajo y la ilusin de realidad de la construccin novelesca no tienen mucha importancia. Ms an, la duda del editor parece sugerir que Valera no slo delega la cuestin a un lugar secundario, sino que la desecha, caracterizndola a travs de la voz del narrador extradiegtico como criterio irrelevante en el mbito de la ficcin literaria. Es ste un giro cervantino reminiscente del desenlace de la(s) ltima(s) de las Novelas ejemplares, El casamiento engaoso - Coloquio de los perros, donde el Licenciado Peralta, al acabar la lectura del Coloquio, despide como irrelevante la pregunta por el carcter verdadero de la historia contentndose con que en ella brillen el artificio y la invencin del autor.16 La dimensin ldica del uso que Valera hace de la ficcin del narrador-editor recuerda, adems, la enredada historia del origen del manuscrito sobre cuya base el as denominado segundo autor del Quijote narra la historia del Caballero de la Triste Figura. Tanto aqu como all, hay ciertas incongruencias prescindibles y hasta molestos para una narracin llana, pero que s enriquecen estticamente el texto.17 Puede con-cluirse, pues, que el cervantismo valeriano, tantas veces observado

    16 Dice el Licenciado textualmente: Aunque este coloquio sea fingido y nunca haya

    pasado, parceme que est tan bien compuesto que puede el seor Alfrez pasar

    adelante con el segundo. [] Yo alcanzo el artificio del Coloquio y la invencin, y

    basta (Cervantes 1987, 321s.).

    17 Cf. Stagg (1985) para un estudio del carcter modelar del Quijote, en particular

    de Cide Hamete Benengeli y de la ficcin del hallazgo de un manuscrito, para la

    construccin narrativa de Pepita Jimnez.

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    en la crtica,18 se manifiesta tambin en el uso que el autor hace del modelo de la ficcin epistolar en Pepita Jimnez.

    El problema de la autenticidad del legajo vuelve a plantearse a ni-vel intraficcional en una de las intervenciones del narrador-editor en los Paralipmenos. All el editor llama la atencin sobre el carcter de autenticidad que tiene la presente historia (324), alegando lo pro-saico y poco enredado de las circunstancias del encuentro decisivo de Luis y Pepita. Su argumentacin se basa en la idea de que en una novela el autor se hubiera esforzado en adornar el relato con todo tipo de traza sentimental. Aunque la duda del editor con respecto a la autenticidad del legajo parece aqu ceder ante la conviccin firme a su favor, no por ello la afirmacin inicial de la poca importancia de la cuestin queda anulada. A mi modo de ver, la funcin principal de la tematizacin repetida de la autenticidad del legajo, desde puntos de vista incongruentes, consiste en despistar al lector de un aspecto bastante ms arduo de la construccin de la novela.19

    Esta consideracin nos lleva a la problemtica identidad del na-rrador de los Paralipmenos. Si bien es cierto que no hay por qu dudar de la fiabilidad del narrador-editor, cuyo compromiso con los personajes de la digesis es nulo, la narracin de los Paralip-menos plantea un inconveniente. Puesto que el relato del sujeto, perfectamente enterado de todo, sea quien fuere, forma parte del legajo dejado por el Den, tenemos que aceptar que su composicin corresponde a uno de los personajes de la digesis. Sin embargo, a diferencia de la narracin de las partes primera y tercera del legajo, cuya redaccin est condicionada, como vimos, por una perspectiva limitada y personal, la narracin central de los Paralipmenos se lleva a cabo desde una posicin superior y hasta olmpica.

    Lo bien informado del narrador de los Paralipmenos ha lle-vado a parte de la crtica a sospechar su identidad. Tambin aqu es el propio narrador-editor quien siembra la duda en un extenso

    18 Cf., entre otros, Lott (1962) y (1970).

    19 Cf. en un sentido parecido Ruano de la Haza (1984:261) y Stagg (1985, 122).

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    comentario insertado en los Paralipmenos (cf. 353-360). Sin em-bargo, sus reflexiones no se refieren a la omnipresencia y el alcance suprahumano del conocimiento del narrador, sino a su excesiva indulgencia para con Luis de Vargas, y la actitud distanciada de la narracin, que no deja entrever la identidad de quien la lleva a cabo. Para ambos fenmenos el narrador-editor ofrece una explicacin razonable, haciendo hincapi en que el buen gusto literario (355) del Den le ha puesto a salvo de entreverarse en la historia a ttulo de to y ayo del hroe, y de moler al lector saliendo a cada paso un tanto difcil y resbaladizo con un prate ah, con un qu haces? mira no te caigas, desventurado! o con otras advertencias por el estilo (357).

    Los intentos por parte de algunos crticos de atribuir la narra-cin de los Paralipmenos a otro personaje han puesto en tela de juicio el razonamiento del narrador-editor, desechndolo como poco convincente. As, Ruano de la Haza ha argumentado que es Pedro de Vargas el personaje cuya personalidad se concilia ms fcilmente con la posicin del narrador de los Paralipmenos, y que la narracin de la segunda parte del legajo corresponde, por tanto, a l y no al Den.20 Aunque no sea indiferente la pre-gunta por la identidad del narrador, me parece que los intentos de cuestionar la argumentacin del narrador-editor caen en una trampa hbilmente armada por Valera. A mi modo de ver, tanto las reflexiones del editor acerca de la autenticidad del legajo como sus consideraciones respecto a la autora de los Paralipmenos constituyen una maniobra destinada a desviar a los lectores de las implicaciones de la construccin inverosmil del narrador de los Paralipmenos. Con la atencin puesta en los posibles indicios

    20 En contra de la insistencia del propio Valera, este autor mantiene que instintiva-

    mente, artsticamente [] la personalidad de su criatura [i. e. la de Valera], D.

    Pedro [de Vargas], se impuso poderosamente sobre sus vagas e indefinidas intencio-

    nes, remediando as la falta y suministrndole el narrador que necesitaba (Ruano

    de la Haza 1984, 262).

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    textuales que permitan desmentir al narrador-editor, se nos va escapando el problema fundamental. Mientras que la narracin ul-terior de las circunstancias exteriores de la historia no relatadas en las cartas de Luis de Vargas podra, en principio, correr por cuenta de cualquiera de los personajes de la digesis, la posibilidad de pe-netrar en las esferas ms profundas del alma de los personajes, ms all del contenido de su conciencia, no se da de forma verosmil en el plano intradiegtico.21 En rigor, esta falta de verosimilitud desafa la ilusin de realidad caracterstica del realismo literario. Al despistar al lector por medio de los comentarios del narrador-editor, Valera logra que la introduccin de esta voz narrativa poco convincente, aunque estticamente justificable y hasta necesaria, pase casi desapercibida.

    No creo que sea fortuito que Valera haga al narrador-editor alegar el buen gusto literario del Den para explicar las particu-laridades de su narracin en los Paralipmenos. Si reconocemos que la actitud distanciada y el alcance cognoscitivo inverosmil del Den en su narracin intradiegtica no constituyen sino dos aspec-tos de la misma irregularidad narrativa, resulta plausible suponer que Valera reclama para s lo que concede al Den como personaje del universo ficcional. El buen gusto literario no slo condiciona la narracin del Den, sino que es tambin la justificacin ltima de la creacin de una voz intradiegtica dotada de un poder cognoscitivo superior a cualquiera de los personajes. Segn esta lectura, las exi-gencias estticas de la narracin se imponen en Pepita Jimnez a la verosimilitud stricto sensu. El hecho de que Valera procure desviar nuestra atencin del fenmeno parece confirmar que es consciente del malestar que este aspecto de la construccin de Pepita Jimnez puede provocar en los lectores contemporneos, acostumbrados a construcciones narrativas ms verosmiles.

    21 Serrano Puente (1975), quien reconoce en Valera una marcada preocupacin por

    la verosimilitud y la autenticidad (62), admite que el autor no soluciona este

    problema de verosimilitud (61).

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    Queda todava por examinar cmo Valera utiliza el discurso epis-tolar a nivel microestructural de su novela. Por lo que respecta a las cartas enviadas por Pedro de Vargas a su hermano desde el da de la boda [] hasta cuatro aos ms tarde, vimos que el narrador-editor decide no trasladar sino unos pocos y breves fragmentos (386) de ellas, con el nico fin de disipar cualquier duda acerca de la felicidad de la vida matrimonial de Pepita y Luis. Los fragmentos escogidos no alcanzan ni el 4% de la extensin total de la novela. Aunque el editor nos presenta los fragmentos de las cartas en orden cronolgico, no hay manera de reconstruir ni la extensin original de las cartas ni el lapso que corre entre la redaccin de ellas. No queda ni fecha, ni saludo, ni palabra de despedida, ni apenas el ms mnimo rasgo del destinatario o reflejo de sus cartas. En el eplogo la funcin de la forma epistolar se reduce, entonces, a motivar en el plano de la historia de forma plausible el origen de la informacin aportada. Las marcas discursivas caractersticas de un intercambio de cartas y su potencial semitico no se aprovechan de forma al-guna.

    La transcripcin literal de la totalidad de las cartas dirigidas por Luis de Vargas a su to, que abarca casi la mitad de la extensin de la novela, en cambio, invita a una consideracin de sus rasgos dis-cursivos especficamente epistolares. Quiero, primero, presentar al-gunas observaciones meramente cuantitativas.22 Cronolgicamente, la redaccin de las quince cartas de Luis de Vargas corresponde a un lapso de poco menos de tres meses, desde el 22 de marzo hasta el 18 de junio. Si dejamos de lado una serie de analepsis externas, que aclaran ciertas circunstancias del pasado de Luis, anteriores al viaje a su tierra nativa, el tiempo narrado en ellas abarca desde el 18 de marzo, el da de la llegada del joven seminarista al pueblo de su nacimiento, hasta el momento de redaccin de la ltima carta, es

    22 Cf. el esquema 2 (apndice) para un intento de visualizar algunos aspectos cuanti-

    tativos de la secuencia epistolar de Luis de Vargas.

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    decir, tres meses justos.23 La extensin de las cartas vara conside-rablemente. Destacan por su mayor extensin las cartas primera y sptima. Considerada la serie de cartas en su conjunto, resulta que en la medida que la historia avanza, la extensin de las cartas tiende a disminuir considerablemente.

    El tiempo que transcurre entre la redaccin de las cartas es re-lativamente constante. Salvo dos casos, oscila entre cuatro y siete das, con un promedio aproximado de seis das. Llama la atencin que las dos excepciones, correspondientes a los 14 das que separan la sptima carta de la anterior y los tres das que transcurren entre sta y la carta siguiente, sigan inmediatamente la una a la otra, abra-zando, adems, la carta ms extensa de todas, correspondiente al 4 de mayo. Aunque esta carta aproximadamente cuatro veces ms larga que las cartas circundantes no corresponda, en rigor, al cen-tro de la secuencia, su redaccin s coincide con el momento central de la cronologa epistolar.24 Sin ser de por s significativas, estas con-sideraciones cuantitativas permiten ver lo que podramos llamar el particular perfil o ritmo epistolar de esta parte de la novela.

    Veamos, ahora, en qu medida estos fenmenos se relacionan con la historia narrada, o ms especficamente, con el contenido de las cartas. La regularidad con la cual el joven se dirige a su to se motiva en el plano de la historia por una especie de convenio entre los corresponsales. As, la primera carta cierra con las si-guientes palabras de Luis: Adis, to; en adelante escribir a usted a menudo y tan por extenso como me tiene encargado, si bien no tanto como hoy, para no pecar de prolijo (167). Aunque, debido a la presentacin mondica del carteo, en ningn momento de la

    23 Tanto Serrano Puente (1975, 63) como Stipa Madland (1980, 169) llaman la aten-

    cin sobre lo significativo de la ambientacin estacional del enamoramiento de Luis

    de Vargas, el que se produce en primavera de un ao no especificado.

    24 Para un breve anlisis del tiempo en Pepita Jimnez a partir de una serie de obser-

    vaciones muy parecidas, cf. Stipa Madland (1980) y, en menor medida, Whiston

    (1977, 25s.).

  • 240 TILMANN ALTENBERG LA EPISTOLARIDAD DE PEPITA JIMNEZ DE JUAN VALERA 241

    novela tengamos acceso directo a las contestaciones del Den, s hay algunos reflejos de ellas en las cartas de Luis. El lapso de cuatro a siete das que corre entre la redaccin de la mayor parte de las cartas enviadas por el seminarista es suficiente para fundamentar de forma verosmil esta dialogicidad del carteo, la que presupone la redaccin y el envo alternantes de las cartas de la secuencia epistolar.25 Pero no slo en este aspecto Valera procura respetar las particularidades de la prctica epistolar, firmemente establecida en el mbito extraliterario. Tambin la extensin cada vez menor de las confesiones del seminarista considerar la excepcin de la sptima carta en un momento encaja en el plano de la historia, con la creciente absorcin del joven por la vida aldeana y su afecto hacia Pepita, convirtindose, desde el punto de vista del lector, en indicio de ella. En la medida que Luis se va inmiscuyendo en las ac-tividades mundanales, o bien, stas se van apoderando de l a pesar suyo, desencadenando una profunda crisis espiritual, se le acortan cada vez ms el tiempo y el aliento para confesarse con su to.

    La sptima carta corresponde a un momento decisivo en el de-sarrollo de la historia del amor de Luis y Pepita. En ella, Luis relata con lujo de detalles una excursin en compaa de la joven viuda y otros conocidos del pueblo. Toda la carta testimonia el impacto que el primer encuentro a solas con Pepita ha tenido en el seminarista. A pesar de lo inocente de la conversacin entre ellos, a partir de aquel momento las preocupaciones mundanales de Luis prevalecen sobre sus pretensiones religiosas. En contra de sus afirmaciones en cartas anteriores, llega incluso a admitir que la vida en el pueblo tiene cierto encanto (211).

    Por lo que respecta al intervalo que separa esta carta de la pre-cedente, el propio seminarista se admira ante el hecho de que en tantos das ya no haya tenido tiempo para escribir a usted [i. e. a su to] (209), echando la culpa a su padre y a las muchas obligaciones

    25 Cf. Altman (1982, 134ss.) para algunas reflexiones fundamentales con respecto al

    carcter dialgico tanto de una carta individual como de la secuencia epistolar.

  • 242 TILMANN ALTENBERG LA EPISTOLARIDAD DE PEPITA JIMNEZ DE JUAN VALERA 243

    sociales. Sin embargo, me parece plausible leer la negligencia mo-mentnea del joven en el cumplimiento del convenio epistolar con su to, explicitado en la primera carta, tambin como indicio de su enajenacin bajo el efecto del encuentro con Pepita. Slo 12 das despus de la excursin vuelve en s de su delirio, para retomar la correspondencia con una carta cuya extensin relativamente larga es proporcional al tiempo transcurrido desde la carta anterior. En ella, Luis vuelve a pecar contra su propsito de evitar la prolijidad. No logra reducir las vivencias intensas de las semanas pasadas a los hechos centrales, perdindose a menudo en descripciones y enume-raciones que vienen muy poco al caso del examen de conciencia. En ello puede verse otro indicio de la confusin experimentada por el seminarista ante las delicias desconocidas que la nueva vida le ofrece.

    Quiero, por ltimo, examinar brevemente la primera carta de Luis de Vargas, que descuella tambin por su extensin relativa-mente larga. Ante la necesidad de remediar la casi total ignorancia de los lectores con respecto a la situacin inicial de la novela, Va-lera aprovecha la primera carta del joven seminarista para suplir un mximo de informacin contextualizante. Logra hacerlo con un mnimo de redundancia informativa, y sin fatigar mucho la in-dulgencia del pblico lector con respecto a la plausibilidad intra-ficcional del carcter excepcional de la carta. Pocos das despus de llegar al pueblo de su nacimiento, Luis de Vargas se dirige al Den a fin de informarle de sus impresiones del lugar y su gente. Puesto que para su relacin tiene que comenzar desde cero, se dilata ms de lo conveniente. l mismo revela tener conciencia de ello en un pasaje al final de la carta, que vuelvo a citar: [] en adelante escribir a usted a menudo y tan por extenso como me tiene encargado, si bien no tanto como hoy, para no pecar de prolijo (167). Al tematizar intraficcionalmente la mayor exten-sin de esta carta,26 Valera se deshace del handicap del ncipit

    26 Cf. Serrano Puente (1975, 42).

  • 242 TILMANN ALTENBERG LA EPISTOLARIDAD DE PEPITA JIMNEZ DE JUAN VALERA 243

    epistolar, transponindolo del plano de la narracin al plano de la historia.27

    Es interesante ver que la primera carta es tambin la que con ms fidelidad observa las normas del discurso epistolar extraliterario. Es decir, est encuadrada por un saludo y una especie de frmula de despedida. A mi modo de ver, no es casual que sea la primera carta dentro de la secuencia epistolar la que ms se aproxima al modelo extraliterario de la comunicacin epistolar. Debido a su posicin inicial, posee un carcter prototpico con respecto al resto de la co-rrespondencia ficcional. Una vez establecido el modelo discursivo, Valera se aleja hasta cierto punto de l, suprimiendo las frmulas de saludo y despedida. A diferencia de otras novelas epistolares con un mayor nmero de corresponsales pinsese, por ejemplo, en el caso extremo de Les Liaisons dangereuses, en Pepita Jimnez no hay manera de confundirse acerca de la identidad de ellos, nm-brense o no de forma explcita al principio y al final de las cartas. Parece que ante esta situacin, Valera consideraba estticamente preferible esa reduccin a la observacin fiel de las normas que ri-gen la correspondencia en el mbito extraficcional.28

    En conclusin, hemos podido apreciar la gran habilidad y flexibi-lidad de Valera en el manejo de la forma epistolar tanto en el plano de la construccin global de la novela como en el plano microes-tructural de las secuencias epistolares. El valor confesional de las cartas de la primera parte del legajo, y con l la errnea pretensin de veracidad absoluta que comportaba la novela epistolar,29 se iro-nizan en Pepita Jimnez desde el principio, llegando a disiparse en

    27 Herman (1998) observa que el principio de una novela epistolar est trs souvent

    marqu par un excs dinformation et par une espce de redondance narrative,

    qumaillent presque invariablement des formules telles que comme vous le sa-

    vez, je vous rappelle que (155); cf. tambin Altman (1982, 120).

    28 Tambin Palomo (1987) advierte en Pepita Jimnez la tcita supresin por inope-

    rantes [] [de] todos los encabezamientos, salvo en la primera carta, y todas las

    despedidas (293).

    29 Romero (1994, 79).

  • 244 TILMANN ALTENBERG LA EPISTOLARIDAD DE PEPITA JIMNEZ DE JUAN VALERA 245

    la autoridad rectificadora de la voz omnisciente de los Paralipme-nos. Con la introduccin de este narrador intradiegtico y de un editor-narrador extradiegtico incapaz de garantizar ficcionalmente la autenticidad del legajo, Valera no slo siembra la duda acerca de la verosimilitud stricto sensu de la construccin novelesca, sino que llama, en ltima instancia, la atencin sobre su carcter ficcional, colocndose una vez ms al margen del realismo literario contem-porneo. Aunque el novelista aprovecha de forma sistemtica la limitacin cognoscitiva de la narracin epistolar e invierte, en cierto sentido, las funciones tradicionales tanto de ella como de la ficcin del editor, en ningn momento pone en tela de juicio la posibilidad del conocimiento de mundo. De ello es testimonio el alcance cog-noscitivo ilimitado del narrador de los Paralipmenos.

    Echando una mirada en La incgnita de Prez Galds, novela epistolar publicada 15 aos despus de Pepita Jimnez, podramos concluir que mientras que en la novela de Valera la incgnita de la primera parte del legajo termina por resolverse dentro de los lmites de la construccin novelesca por medio de la introduccin de una voz narrativa omnisciente, Galds radicalizar la subjetividad y la limitacin cognoscitiva de la narracin epistolar, posponiendo la realidad del caso enigmtico a la homnima novela dialogada.

  • 244 TILMANN ALTENBERG LA EPISTOLARIDAD DE PEPITA JIMNEZ DE JUAN VALERA 245

    APNDICE

    Esquema 1

    La construccin narrativa global de Pepita Jimnez

    I. Cartas de mi

    sobrino

    III. Eplogo: Cartas

    de mi hermano

    II. Paralipmenos

    nivelintradiegtico

    nivelextradiegtico

    un sujeto, perfectamente

    enterado de todo

    Luis de Vargas Pedro de Vargas

    Den

    editor

    ... dirige cartas a... (cartas forman parte del legajo)

    ... dirige cartas a... (cartas no forman parte del legajo)

  • 246 TILMANN ALTENBERG LA EPISTOLARIDAD DE PEPITA JIMNEZ DE JUAN VALERA 247

    Esquema 2

    Aspectos cuantitativos de la secuencia epistolar de Luis de Vargas

    Nmerode la carta

    Extensin relativade las cartas

    Lapso que correentre la redaccinde las cartas (das)

    1

    2

    3

    4

    5

    6

    7

    8

    9

    10

    11

    12

    13

    14

    15

    14

    6

    7

    4

    6

    6

    3

    5

    7

    4

    7

    7

    5

    7

  • 246 TILMANN ALTENBERG LA EPISTOLARIDAD DE PEPITA JIMNEZ DE JUAN VALERA 247

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