T. 5. LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y LA ERA DEL IMPERIALISMO
la era de la revolución
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2. La Revolución Industrial
I. Si bien este acontecimiento da sus primeros pasos a principios del siglo XVIII, no será
hasta 1830 cuando la literatura de Balzac y los manifiestos de Engels y Marx se hagan cargo
del proletario y la clase trabajadora hija del capitalismo. La Revolución Industrial supone que
un día entre 1780-1790, y por primera vez en la historia humana, se liberó de sus cadenas al
poder productivo de las sociedades humanas, que desde entonces se hicieron capaces de una
constante, rápida y hasta el presente ilimitada multiplicación de hombres, bienes y servicios.
Esto es lo que ahora se denomina técnicamente por los economistas take-off, el crecimiento
autosostenido. Ninguna sociedad anterior había sido capaz de romper los muros de una
estructura en la que el hambre y la muerte se imponían periódicamente. Preguntar cuándo se
completó es absurdo, pues su esencia era que, en adelante, nuevos cambios revolucionarios
constituyeran su norma. Y así sigue siendo.
Que el estallido se diera en Inglaterra no quiere decir que fuese superior científica y
técnicamente hablando. En las ciencias naturales Francia era, con mucho, el baluarte de
Europa. Las lecturas de los economistas ingleses eran tanto Adam Smith como Dupont,
Quenay Turgot, Lavoisier y los italianos. La educación palmaria no estaba en Oxford o
Cambridge, sino en Escocia, de donde surgieron los genios de esta revolución, como Watt,
Telford, McAdam, James Mill. Hasta que Lancaster impusiera sus medidas, la educación
inglesa no despegó. Además, los inventos de estos no requerían más conocimiento que el que
se tenía a principio de siglo (excepto en química), y su aplicación fue muy posterior (unos 40
años).
Las condiciones legales eran la gran ventaja. Un puñado de terratenientes de mentalidad
comercial monopolizaba casi la tierra, que era cultivada por arrendatarios que a su vez
empelaban a gentes sin tierras o propietarios de pequeñísimas parcelas. La agricultura estaba
preparada para cumplir sus cuatro funciones fundamentales en una era de industrialización:
-aumentar la producción y la productividad para alimentar a una población no
agraria
-proporcionar un vasto y ascendente cupo de potenciales reclutar para las
ciudades
- suministrar un mecanismo para la acumulación de capital utilizable por los
sectores más modernos de la economía
-así como la creación de excedente para exportar material e importar capital.
El dinero no solo hablaba, sino que gobernaba. Pero hay zonas que, aunque en 1850
producían mucho más que en 1750 no habían disfrutado del salto cualitativo de Manchester o
Birmingham. Empresarios e inversores cruzaron sus actividades. Había algo que alzaba a
Gran Bretaña sobre el resto de naciones, que además tras las guerras napoleónicas quedaron
sometidas: la industria algodonera y la expansión colonial.
II. Los esclavos y el algodón fueron en paralelo. Liverpool, Bristol y Glasgow crecieron al
amparo de este tráfico de mercancías. La Revolución industrial puede considerarse, salvo en
unos cuantos años iníciales, hacia 1780-1790, como el triunfo del mercado exterior sobre el
interior: en 1814 Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres
consumidas en ella; en 1850, trece por cada ocho. Las guerras napoleónicas cerraron Europa
a este comercio, algo que volvió a reanudarse en 1820. Pero en las colonias, la industria
británica había establecido un monopolio a causa de la guerra, las revoluciones de otros
países y su propio gobierno imperial. Inglaterra dominó financieramente al continente
sudamericano. India se convirtió en la (forzada) clientela de Lancashire. El comercio del opio,
por su parte, lanzó los intercambios con China desde 1820-1830. Los suministros
ultramarinos de lana ganaron en importancia a partir de 1870.
La gran industria del algodón se llevó por delante el trabajo manufacturero, de gran
antigüedad. Muchos se rebelaron ante la pérdida de sus puestos de trabajo cuando y ala
industria no los necesitaba para nada. Comenzaba la tiranía de las máquinas.
III. La industria como tal tiene su nacimiento en base al algodón. El textil es posterior y el
vapor no se usaba mucho fuera de la minería. Con ella arrastró a otros sectores; por eso
influyó en el progreso económico de Gran Bretaña. Se pasó de importar 11 millones de libras
de algodón bruto en 1780 a 588 millones en 1850 (su producción suponía casi el 50% del
total). La pequeña crisis entre 1830-1840 sacudió levemente el mercado del algodón y
tambaleó toda la economía británica: queremos con esto mostrar lo importante que era el
algodón para su estabilidad.
La desviación de las rentas hacia el arrendatario, supuso levantamientos cartistas y otros
en 1848 contra las máquinas, vistas como la raíz de los problemas. No solo proletariado, sino
granjeros fueron los protagonistas. Por eso los pequeños burgueses y los obreros se unieron
a los radicales ingleses, republicanos franceses o jacksonianos norteamericanos, dependiendo
la localización.
A los capitalistas solo les preocupaba el cómputo de sus ganancias; mientras tanto les
daba igual las acciones proletarias. Los tres fallos del sistema fueron: el ciclo comercial de
alza-baja, la tendencia de la ganancia a declinar y la disminución de las oportunidades de
inversiones provechosas. Inicialmente la industria del algodón tenía muchas ventajas. Su
mecanización aumentó mucho la productividad de los trabajadores, muy mal pagados en
todo caso, y en gran parte mujeres y niños. La inflación que suponía la diferencia entre el
coste de la materia prima y el beneficio que suponía la venta de la manufactura, quedó
neutralizada (e incluso en descenso) en 1815.
En los momentos de crisis había se ajustaba el presupuesto reduciendo los salarios de los
trabajadores: se podía comprimir directamente los jornales, sustituir los caros obreros
expertos por mecánicos más baratos o introducir máquinas en el lugar de un grupo. La
medida más racional era introducir maquinaria. Entre 1800-1820 hubo 39 patentes nuevas,
51 entre 1820-1830, 86 en 1830-1840 y 156 en 1840-1850. Si bien la industria se estabilizó
tecnológicamente en 1830, no sería hasta la 2/2 de siglo cuando la producción tuviera un
aumento revolucionario.
IV. El problema de las producciones masivas es que necesitan un buen mercado de
consumo. La industria militar, tras Waterloo, entró en decadencia y la de productos primarios
no era excesivamente grande. Nunca falló, sin embargo, la industria del carbón: 10 millones
de toneladas (90% de producción mundial) frente a 1 millón de los franceses) en 1800. El
ferrocarril es el hijo de las minas del norte de Inglaterra: una gran producción requería una
excelente movilización de producto.
El ferrocarril constituía el triunfo del hombre mediante la técnica. Que requiriese de una
gran inversión en hierro, acero, carbón y maquinaria pesado, de trabajo e inversión de
capital, supuso que el ferrocarril impulsó, como ningún otro invento, el desarrollo de la
segunda industrialización. Carbón y acero triplicaron su producción. La sociedad inglesa
invertía sus riquezas y obtenía beneficios, la aristocracia y la sociedad feudal se lanzó a
malgastar una gran parte de sus rentas en actividades improductivas. Esa fue la diferencia.
Cuando el capital acumulado fue tanto que no lo pudo absorber el propio país, se decidió
invertir en el extranjero, especialmente desde la década de 1820. Pero solían ser empresas
fracasadas porque no se cumplían las expectativas: o terminaban por cobrar menos interés o
el pago de este se retrasaba unos 40 años (como el caso de los griegos).
V. El factor más crucial que hubo de movilizarse y desplegarse, fue el trabajo, pues una
economía industrial significa menos población agrícola, más urbana y un aumento general de
la población, luego también se necesita mayor suministro de alimentos: una revolución
agrícola. Para eso se hubo de terminar con los comunales medievales y las caducas actitudes
comerciales del feudalismo. En 1846 se abolieron las Corn laws que retrasaban la entrada del
capitalismo en el campo.
Para que la industrialización urbana triunfara, había que hacer dos cosas: mecanizar el
campo para liberar a muchos campesinos de su actividad tradicional y tentarlos a la industria
y, después, formarlos para que estuviesen capacitados en sus puestos. En un principio, se
contrataron mayoritariamente niños y mujeres (que resultaban más rentables).
Si bien sus ciudades pronto se contaminaron y llenaron de niebla (recordad Oliver Twist!),
los ingleses supieron utilizar muy bien sus recursos. A la altura de 1780 su consumo de
algodó era dos veces el de los EE.UU y cuatro el de Francia; producía más de la mitad de
lingotes de hierro del mundo; recibía dividendos de todas sus inversiones por el mundo. Gran
Bretaña era el taller del mundo.
3. La revolución francesa
I. Si Inglaterra proporcionó la base de la Rev. Industrial, Francia lo hizo en la política. Entre
1789-1917, las políticas de todo el mundo lucharon ardorosamente en pro o en contra de los
principios e 1789 o los más radicales de 1793. Proporcionó los programas de los partidos
liberales, radicales y democráticos de la mayor parte del globo.
Ya entre 1776 y 1790 se produjo una serie de revoluciones democráticas, en EE.UU.
Bélgica, Holanda; pero fue la francesa la que más consecuencias tuvo. Fue la única verdadera
revolución de masas (hemos de saber que 1/5 europeos era francés…) y radical (tanto que
los extranjeros revolucionarios que se le unieron fueron luego moderados en Francia). Al
contrario que la Revolución americana, la francesa influyó en ámbitos geográficos muy
distantes: afectó en Sudamérica y fue el primer gran movimiento de ideas en la cristiandad
occidental que produjo algún efecto real sobre el mundo islámico –caso de la India y Turquía-
.
En Francia, al contrario que en Inglaterra, el conflicto entre los intereses de antiguo
régimen y la ascensión de las nuevas fuerzas sociales era peligrosamente agudo. Una
monarquía absoluta, como la de Luis XVI, no aceptaría pequeñas dosis reformistas como las
propuestas de Turgot. Hacía falta un gran cambio. La monarquía absoluta, no obstante,
introdujo, por iniciativa propia a una serie de financieros y administrativos en la alta
aristocracia, quienes fundían los descontentos de nobles y burgueses en los tribunales.
La nobleza se granjeó numerosos enemigos: no solo ocupaba los puestos más
importantes del Estado, sino que tenía una creciente inclinación a apoderarse de la
administración central y provincial. La mayoría de la gente eran gentes pobres o con recursos
insuficientes, deficiencia ésta aumentada por el atraso técnico reinante. La miseria general se
intensificaba por el aumento de la población. Diezmos y gabelas también contribuían a ello.
La revolución americana terminó con victoria para Francia, pero el precio fue demasiado
alto: una bancarrota total. Aunque muchas veces se ha echado la culpa de la crisis a las
extravagancias de Versalles, hay que decir que los gastos de la corte sólo suponían el 6% del
presupuesto total en 1788. La guerra, la escuadra y la diplomacia consumían un 25% y la
deuda existente un 50%. Guerra y deuda –la guerra norteamericana y su deuda- rompieron
el espinazo de la monarquía.
La Revolución comenzó con la “Asamblea de notables” de 1787 y la convocatoria a
Estados Generales de 1789. Todo comenzó como un intento aristocrático de retomar el
control, pero fue un error subestimar al “tercer estado” con una crisis económica tan
profunda, dejándolo a un lado en los órganos representativos. La Declaración de derechos del
hombre y del ciudadano es un manifiesto contra la sociedad jerárquica y los privilegios, pero
no a favor de una sociedad democrática. No se pedía el fin de los reyes ni la conformación de
una asamblea representativa (podía haber intermediarios. Pero eso sí: la soberanía residiría
en la “Nación” (vocablo importante). Esta identificación iba más allá del programa burgués,
tenía un acento mucho más radical y peligroso para el orden social.
La crisis del trigo, que el pan duplicara su precio, el bandolerismo y los motines, hicieron
de la Asamblea “ del juego de pelota”, algo más revolucionario y crítico de lo que cabría
esperar. La contrarrevolución hico a las masas de París una potencia efectiva de choque. La
toma de la Bastilla fue el símbolo del final del Antiguo Régimen en Francia: 14-7-1789.
La revolución fue burguesa y liberal-conservadora. El tercer estado fue liberal-radical. Por
momentos esta dicotomía oscilaba hasta que finalmente quebró. Algunos burgueses dieron
un paso más hacia el conservadurismo, al ver que los “jacobinos” llevaron la revolución
demasiado lejos para sus ideales. El tercer estado no quería una sociedad burguesa, que
progresivamente adquiría tintes aristocráticos.
De los jacobinos, solo los sans-culottes tenían cierta iniciativa política. El resto,
desarrapados y hambrientos eran incultos y seguían a líderes bien formados. Marta y Hébert
defendían los interesas de la gran masa de proletarios, el trabajo, la igualdad social y la
seguridad del pobre: igualdad, y libertad directa. Pero su utopía fue irrealizable y más fruto
de la desesperación que de un plan bien trazado. Su memoria queda unida al jacobinismo,
del que no siempre fue partidario.
II. Entre 1789 pocas concesiones se hicieron a la plebe, pero sus reformas fueron las más
duraderas. Desde el punto de vista económico, las perspectivas de la Asamblea Constituyente
eran completamente liberales: su política respecto al campesinado fue el cercado de las
tierras comunales y el estímulo a los empresarios rurales; respecto a la clase trabajadora, la
proscripción de los gremios; respecto a los artesanos, la abolición de las corporaciones.
La Constitución Civil del clero fue un mal intento, no de destruir el clero, sino de alejarlo
del absolutismo romano.
El rey sabía que la única opción de reconquistar el absolutismo sería con una intervención
desde el exterior, pero esto sería difícil debido a la buena situación del resto de países. Pero
Europa se dio cuenta de que corría peligro su derecho al trono y se pusieron en marcha. La
Asamble Legislativa pronosticaba la guerra y así fue desde 4-1792. Sin embargo fueron
derrotados y las masas se radicalizaron. Los altos mandos fueron encarcelados, incluido el
rey y la República fue instaurada.
La Convención Girondina se percató de que o vencían rotundamente o eran eliminados del
tablero de juego. Para ello movilizó el país como nunca se había hecho: economía de guerra,
reclutamiento en masa, racionamiento, y abolición virtual de la distinción entre soldados y
civiles. Por último, reclamaba sus fronteras naturales con dos propósitos: tumbar la
contrarrevolución y conseguir más territorios con los que hacer la guerra económica a Gran
Bretaña. En este clima, los jacobinos fueron ganando terreno palmo a palmo. Esto derivó en
la toma de poder por los sans-culottes el 2-6-1793.
III. La Convención jacobina se recuerda por el almidonado Robespierre, el gigante Danton,
el elegante Saint-Just, el tosco Marat y el Comité de Salud Pública –Comité de guerra-, el
tribunal revolucionario y la guillotina. Hubo 17.000 ejecuciones en 14 meses. El terror, a
pesar de lo que se dice, fue mucho menor que el de las matanzas contra la Comuna de París
en 1871 o las del siglo XX. Pero el caso es que tras ese tiempo de muerte, Francia se estaba
desintegrando por los ataque extranjeros en todos los frentes. El resultado: la
contrarrevolución vencida, un ejército mejor formado y más barato una moneda más estable
(ya casi toda en papel) y un gobierno estable (aunque con otro color) que iba a comenzar
una racha de casi veinte años de victorias militares ininterrumpidas.
El fin del programa jacobino era un Estado fuerte y centralizado –le grande nation-, las
levas en masa y una Constitución radical que prometía el sufragio universal, alimento,
trabajo y derecho a la rebelión. Se procuraría el bien común con unos derechos operantes
para el pueblo (lo que implicaba el fin total de todo lo concerniente al sistema y los privilegios
feudales).
El rígido Robespierre venció al pícaro Danton, que acaudilló a numerosos delincuentes,
especuladores, estraperlistas y otros elementos viciosos y amorales de la sociedad. La
guillotina recordaba que nadie estaba seguro. Los procesos de descristianización disgustaron
a algunos. El 27-7-1794, con la victoria en Fleurus y la ocupación de Bélgica, se dio paso a
una revolución termidoriana que terminó con los andrajosos sans-culottes y los gorros frigios.
Robespierre, Saint Just y Couthon, junto con otros 87 miembros, fueron ejecutados.
IV. Termidor se encontraba con el problema de enfrentarse la clase media francesa para la
permanencia de lo que técnicamente se llama período revolucionario (1794-1799). Tenían
que conseguir una estabilidad política y un progreso económico sobre las bases del programa
liberal original de 1789-1791. Los sucesivos regímenes hasta 1870 (Directorio, Consulado,
Imperio, monarquía borbónica restaurada, monarquía constitucional, República e Imperio de
Napoleón III, no fueron más que el intento de mantener una sociedad burguesa intermedia
entre dos sistemas antagónicos: la república democrática jacobina y del antiguo régimen.
El régimen civil era débil. Su constitución no fructificó como se esperaba. Precariamente,
los políticos oscilaron entre la derecha y la izquierda y tenían que hacer uso frecuente del
ejército tanto contra los agentes exteriores como contra las rebeliones internas. En este
contexto, es normal que Napoleón brotara en este clima de ambigüedad en el que los
militares tenían más poder que los gobernadores. Poco a poco el ejército fue abandonando su
carácter revolucionario y adquirió tintes de ejército tradicional y nacional, propiamente
bonapartista.
La escala se configuraba por las dotes personales y la capacidad de mando. La rigidez
castrense aún no estaba definida. El ejército no contaba con un abundante armamento,
respaldado por una industria pesada efectiva. Contaba más la efectividad de actuación. Con
estos Napoleón conquistó Europa, no solo porque pudo, sino porque tenía que hacerlo. Con él
el mundo tuvo su primer mito secular: de cónsul pasó a Emperador, estableció un código
civil, un concordato con la Iglesia y hasta un Banco nacional. El Corso hizo de la revolución
liberal un régimen liberal asentado.
Napoleón fue mito y realidad. Era el hombre civilizado del siglo XVIII, racionalista, curioso,
ilustrado, pero lo suficientemente discípulo de Rousseau para ser también el hombre
romántico del XIX. Si bien construyó las estructuras de la universidad, la legislación, el
gobierno, la economía, destruyó el sueño jacobino de la libertad, igualdad y fraternidad:
ascensión del pueblo para sacudir el yugo de la opresión… Este mito revolucionario
sobreviviría a la muerte de Napoleón.
9. Hacia un mundo industrial
I. Solo una economía estaba industrializada efectivamente en 1848, la británica, y, como
consecuencia, dominaba al mundo. Probablemente entre 1840 y 1850, los Estados Unidos y
una gran parte de la Europa central habían cruzado o estaban ya en el umbral de la
Revolución industrial. Salvo en las zonas angloparlantes, la realidad social de 1840 no era
muy diferente de la de 1788.
Una revolución continental sin un correspondiente movimiento británico estaba condenada
al fracaso, como preveía Marx. Lo que no pudo prever, en cambio, fue que el desnivel del
desarrollo industrial entre la Gran Bretaña y el continente hacía inevitable que éste se alzara
solo.
El notabilísimo aumento de población estimulaba mucho, como es natural, la economía,
aunque debemos considerar esto como una consecuencia, más que como una causa exógena
de la revolución económica, pues sin ella no se hubiera mantenido un ritmo tan rápido de
crecimiento de población más que durante un período limitado. También producía más
trabajo, joven, sobre todo, y más consumidores.
Otros factores clave son la expansión del ferrocarril y las carreteras, al tiempo que los
canales y el paso de la navegación de vela a la de vapor y mayor tonelaje. Esto derivó en
grandes movimientos migratorios (hasta cinco millones de personas abandonaron sus tierras
de origen) y en que el comercio internacional se multiplicara por cuatro entre 1780 y 1850.
II. A partir de 1830 –el momento crítico que el historiador de nuestro período no debe
perder de vista cualquier que sea su particular campo de estudio- los cambios económico y
sociales se aceleran visible y rápidamente. Los cimientos de una gran parte de la futura
industria se habían puesto en la Europa napoleónica, pero no sobrevivieron mucho al fin de
las guerras, que produjo una gran crisis en todas partes. Después de esa fecha todo cambió,
tanto que hacia 1840 los problemas propios del industrialismo eran objeto de serias
discusiones en Europa occidental y constituían la pesadilla de todos los gobernantes y
economistas.
Con la excepción de Bélgica y quizá Francia, el monótono período de verdadera
industrialización en masa no se produjo hasta después de 1848. El período 1830-1840 señala
el nacimiento de las zonas industriales, y los famosos centros del mundo. Los artículos de
consumo estaban dejando paso al hierro, acero, carbón, etc… Mientras Inglaterra aún
practicaba masivamente la explotación de los primeros, Bélgica y Suecia se aferraban a los
segundos.
Las grandes ciudades apenas estaban industrializadas, aunque mantenían una gran
población que cubría este déficit. De las ciudades del mundo con más de 100.000
habiatantes, aparte de Lyon, sólo las inglesas y norteamericanas tenían verdaderos centros
industriales: Milán, en 1841, sólo tenía dos pequeñas máquinas de vapor.
En Inglaterra, tras 200 años, no había una escasez real de ningún factor de producción
para el desarrollo del capitalismo. En Alemania, por ejemplo, existía una falta manifiesta de
capital: la gran modestia del nivel de vida de las clases medias lo corrobora. La multiplicidad
de pequeños estados, cada uno con sus peculiares intereses y sus controles, contribuía a
impedir el desenvolvimiento racional. La unión aduanera constituyó el triunfo de la mano de
Prusia: garantía de inversiones y otorgamiento de condiciones favorables eran algunos de los
planes. Los proyectos de financiación industrial de los hermanos Pererire fueron bien
recibidos en el extranjero. Los banqueros, desde 1850, actuaron más como inversores que
como banqueros propiamente.
III. Sobre el papel ningún país tendría que haber avanzado más: tenían ingenio, inventiva,
gran desarrollo capitalista, sistemas de grandes almacenes, publicidad y ciencia. Sus
financieros eran los más importantes, como hemos visto. Fundaron las compañías de gas e
invirtieron en el ferrocarril de toda Europa. La clave para entender lo siguiente se debe a la
misma Revolución francés, que perdió con Robespierre mucho de lo que ganara con la
Asamblea Constituyente de 1790. Se prefería la inversión, la venta, el despilfarro en el
extranjero en busca de la acumulación de capital.
En tanto Estados Unidos crecía desorbitadamente. Solo un obstáculo ralentizó el proceso:
el conflicto entre el norte (industrial, granjero y proteccionista frente al extranjero) y el sur
(semicolonial, aliado comercial de Inglaterra). Rusia estaba llamada a ser otra de las
grandes: por su tamaño, población y recursos naturales. El sistema feudal ya estaba
decayendo en su seno. Pero donde no había independencia política, no había opción de
desarrollo. Los mejores ejemplos son Egipto e India.
De todas las consecuencias económicas de la era de la doble revolución , la más profunda
y duradera fue aquella división entre países “avanzados” y “subdesarrollados”. El abismo
entre los “atrasados” y los “avanzados” permaneció inconmovible, infranqueable y cada vez
más ancho.
13. Ideología secular
I. Con muy pocas excepciones, todos los pensadores importantes de nuestro período
hablaban el idioma secular, cualesquiera que fueran sus creencias religiosas particulares. El
tema principal surgido de la doble revolución fue la naturaleza de la sociedad y el camino por
el que iba o debía ir; entre los que creían en el progreso y los otros.
Los burgueses liberales y el proletariado revolucionario creían, resumidamente, en el
progreso continuo y ascendente. Este pensamiento era racionalista y secular. El hombre tenía
capacidad de pensar y resolver los problemas de su mundo mediante esa capacidad.
Filosóficamente se inclinaban al materialismo o al empirismo, muy adecuada para una
sociedad que debía su progreso a la ciencia: cada hombre estaba ”naturalmente” poseído de
vida, libertad y afán de felicidad, como afirmada los Declaración de Independencia de
Norteamérica. La felicidad era el supremo objetivo de cada individuo; la mayor felicidad del
mayor número era el verdadero designio de la sociedad. Más que el soberbio Thomas
Hobbes, el filosóficamente tenue John Locke era el pensador favorito del liberalismo vulgar,
pues declaraba a la propiedad privada el más fundamental de los “derechos naturales”. Y los
revolucionarios franceses encontraron magnífica esta declaración: cada cual podría vender
sus brazos y su trabajo libremente, sin ataduras.
La época de apogeo de la economía política tuvo su nacimiento con Hobbes y siguió con
Adam Smith y David Ricardo. Las actividades, dejadas libremente, podían regirse por sí
solas: la economía se autoregulaba y traía la “riqueza de las naciones”. Smith decía que
“Podía probarse que la sociedad económicamente muy desigual que resultaba
inevitablemente de las operaciones de la naturaleza humana, no era incompatible con la
natural igualdad de todos los hombres ni con la justicia. Eran hombres que creían, con
justificación histórica, que el camino hacia delante de la humanidad pasaba por el
capitalismo.
Per los resultados sociales del capitalismo demostraron ser menos felices de lo que se
había pronosticado. La miseria de los pobres estaba condenada a prolongarse hasta el borde
de la extenuación, o a padecer por la introducción de la maquinaria, decían Malthus y
Ricardo. Las sólidas realizaciones de Smith y de Ricardo, respaldadas por las de la industria y
el comercio británicos, convirtieron la economía política en una ciencia inglesa, dejando
reducidos a los economistas franceses al ínfimo papel de simples predecesores. Entre 1818 y
1813 se introdujo en Sudamérica la cátedra de economía política, dato importante para
percibir la expansión de esta materia.
El liberalismo, no obstante, estaba fraccionado entre el utilitarismo, la ley natural y el
derecho natural, con predominio de estas. La Revolución trajo la creación de un ala izquierda
con un programa anticapitalista, implícito en ciertos aspectos de la dictadura jacobina. Los
liberales prácticos del continente se asustaban y preferían una monarquía constitucional con
sufragio adecuado que garantizara sus intereses. John Stuart Mill ya trataría de defender los
derechos de las minorías frente a las mayorías: Sobre la libertad(1859).
II. Mientras la ideología liberal perdía su confianza original, el socialismo, basado en la
razón, la ciencia y el progreso, se alzaba como nueva ideología. Saint-Simon (1760-1850),
primer “socialista utópico” hizo de la industrialización materia sine qua non de sus teorías y
sus proyectos. La solución estaba más allá de la industria, algo que entendieron Owen,
Engels y Fourier. El más importante objeto de la existencia es la felicidad, pero esta no se
puede obtener individualmente. Por eso, si el capitalista se apropiaba en forma de beneficio
del excedente que producía el trabajador por encima de lo que recibía como salario, el
trabajador jamás podría acceder, por el trabajo, hacia los méritos… solo la abolición de los
capitalistas aboliría la explotación.
Si el capitalismo hubiera llevado a cabo lo que de él se esperaba en los días optimistas,
tales críticas no habrían tenido resonancia. Se podía demostrar no sólo que el capitalismo era
injusto, sino que, al parecer, funcionaba mal y daba unos resultados contrarios a los que
habían predicho sus panegiristas.
El socialismo no defendía que la sociedad fuera un conjunto de átomos individuales con
propio interés en la competencia. El hombre, por naturaleza, es un ser comunal. La sociedad
era el “hogar” del hombre –decía Marx- y no tanto el lugar de las libres actividades del
individuo. Además, ahora que el progrso y la ilustración habían demostrado a los hombres lo
que era racional, todo lo que había que hacer era barrer los obstáculos que impedían al
sentido común seguir su camino. Algún déspota ilustrado apoyó los proyectos de Saint
Simon, como Mohamed Alí.
Pero solamente cuando Karl Marx (1818-1883) trasladó el centro de gravedad de la
argumentación socialista desde su racionalidad, el socialismo adquirió su más formidable
arma intelectual. Economía política inglesa, socialismo francés y filosofía alemana se
combinaban en sus teorías. El capitalismo creaba fatalmente su propio sepulturero, el
proletariado, cuyo número y descontento crecía a medida que la concentración del poder
económico en unas pocas manos lo hacía más vulnerable, más fácil de derribar. No era una
sombra extensa sin predecesores: su madre era la revolución, su padre el capitalismo.
III. La resistencia al progreso no era más que un sistema de pensamiento, actitudes faltas
de un método intelectual. El anarquismo de la competencia de todos contra todos y la
deshumanización del mercado atentaba contra el liberalismo. Los hombres eran
desigualmente humanos, pero no mercancías valoradas según el mercado. Sus integrantes
solían buscar una edad de oro en el pasado, corrompida ahora por la Revolución Industrial.
Los pensadores conservadores no tenían el sentido del progreso histórico, tenían en
cambio un sentido agudísimo de la diferencia entre las sociedades formadas y estabilizadas
natural y gradualmente por la historia y las establecidas de pronto por “artificio”. Edmund
Burke en Inglaterra y la “escuela histórica” alemana de juristas legitimaron un antiguo
régimen en función de su continuidad histórica.
IV. Falta por considerar un grupo de ideologías extrañamente equilibradas entre el
progresismo y el antiprogresismo, o en término sociales, entre la burguesía industrial y el
proletariado de un lado, y las clases aristocráticas y mercantiles y las masas feudales del
otro. No estaban preparados para seguirlo hasta sus lógicas conclusiones liberales o
socialistas.
El primer grupo: Jean-Jacques Rousseau fue el más importante de estos pensadores; pero
ya había muerto en 1789. Su influencia intelectual fue penetrante en los jacobinos del año II,
sobre todo en Robespierre. También influyó en personas más borrosas como Mazzini; pero
también en Jefferson y Thomas Paine. Algunos lo consideran el precursor directo del
totalitarismo de izquierdas, pero lo cierto es que, a lo largo de cuarenta años de epístolas,
Marx y Engels solo lo nombran tres veces, casual y negativamente.
En realidad Rousseau fue más decisivo para los jacobinos, jeffersonianos y mazzinianos,
fanáticos de la democracia , el nacionalismo y un estado de gentes modestamente
acaudaladas, propiedad equitativamente repartida y algunas actividades de beneficencia. En
síntesis: fue el verdadero paladín de la igualdad.
El segundo grupo Puede ser también llamado “de la filosofía alemana”. Wilhelm von
Humboldt (1767-1835), hermano del gran científico, fue uno de los más notables. Creían que
era inevitable el progreso y el avance científico y económico. También Goethe es un buen
ejemplo de esta actitud. Pretendían organizar el progreso económico y educativo, y el de que
un completo laissez faire no fuera una política particularmente ventajosa para los negociantes
alemanes no disminuye la importancia de esta actitud.
A estos pensadores no les atraía Newton y el cartesianismo, sino más bien el misticismo y
el simbolismo. Su expresión más monumental fue la filosofía clásica alemana (1760-1830):
Goethe, Schiller, Kant, Hegel. Pero debemos recordar que este pensamiento es puramente
burgués y si bien no estaban totalmente a favor de 1789, lo veían necesario. Se sentían
convencidos, no obstante, por las teorías de Adam Smith.
En estos, el contenido social de los ingleses y franceses se reduce a una gran abstracción:
la abstracción moral de la “voluntad”. Rechazaban el empirismo y, por supuesto, el
materialismo. Kant ve al individuo como unidad básica, para Hegel el punto de partida es el
colectivo, fragmentado por el mismo desarrollo histórico. El resultado de la revolución de
1830-1848 no fue un girondino o un filósofo radical, sino Karl Marx, quien trató ser el
economista y filósofo del siglo XIX, el arquitecto de una sociedad bastante distinta a la
ilustrada del siglo XVIII.
15. La ciencia
I. El más antimundano de los matemáticos, vive en un mundo más ancho que el de sus
especulaciones. El progreso de la ciencia no es un simple avance lineal, pues cada etapa
marca la solución de problemas previamente implícitos o explícitos en ella, planteando a su
vez nuevos problemas. Nuestro período supuso nuevos puntos de partida radicales en
algunos campos del pensamiento (matemáticas), contribuyó al despertar de algunas ciencias
aletargadas (químicas) creó otras (geología) e inyectó nuevas ideas revolucionarias en otras
(biológicas y sociales).
Lavoisier preparó los cálculos de la renta nacional. George Stephenson, más que científico
era un hombre muy sensato y práctico, que supo hacerse un nombre en Inglaterra. En
general hubo un gran estímulo a la investigación durante nuestro período (Escuela Normal
Superior, Museo Nacional de Historia Natural, Real Academia…). Entre Alemani y Francia
forjaron los modelos educativos de casi toda Europa. Inglaterra ni los legó ni los adoptó. Allí
se fundó la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia (1831) y la Universidad de
Londres, contrapeso de Oxford y Cambridge.
El comercio y la exploración dio talentos científicos como Alexander von Humboldt. Pero lo
cierto es que la época de las ambulantes celebridades pasó con el Antiguo Régimen. Ahora
será el periódico regular o el especializado quien viaje por las personas.
II. El único de los campos verdaderamente abierto de las ciencias físicas fue el del
electromagnetismo. Galvani, Volta, Oersted y Faraday, entre 1786 y 1831 descubrieron los
fundamentos esenciales de la electricidad. Las leyes de la termodinámica, la mayor novedad.
Lavoisier en la química abrió la puerta a otros mucho experimentos, como los del oxígeno o
la teoría atómica. Woehler descubrió que un cuerpo que antes se encontraba sólo en las
cosas vivas podía ser sintetizado en el laboratorio, con lo que se abrió el campo de la química
orgánica.
Pero las matemáticas fue la más privilegiada de las ciencias: Teoría de las funciones de
complejos variables (Gauss, Cauchy, Abel, Jacobi), Teoría de los grupos (Cauchy, Galis) o la
Teogría de los vectores (Hamilton). Pero sobre todo hay que destacar a Bolyai y a
Lobachevski que desmontaron la geometría euclidiana.
III. Para que naciera el marxismo tuvo que nacer la economía política y descubrirse la
evolución histórica. En ambos se apoyó el capitalismo para hacer cálculos racionales sobre las
rentas, los gastos, los beneficios, la construcción de viviendas, los puestos de trabajo… Aquí
cabe encajar el estudio de Malthus, Estudio sobre el principio de población humana (1798).
El descubrimiento de la historia como un proceso de evolución lógica y no sólo como una
sucesión cronológica de acontecimientos fue otro de los grandes logros. Los lazos de esta
innovación con la doble revolución son tan obvios que no necesitan ser explicados. Acto
seguido, hizo su aparición la historiografía: Michelet, Guizot, Thierry…
La recogida de vestigios del pasado, escritas o no escritas, se convirtió en una pasión
universal. Quizá fuese, en parte, un intento para salvaguardarlas de los rudos ataques del
presente, aunque probablemente su estímulo más importante fuera el nacionalismo: en
algunas naciones todavía dormidas, muchas veces serían el historiador, el lexicógrafo y el
recopilador de canciones folklóricas los verdaderos fundadores de la conciencia nacional.
El nacimiento de la filología surgió al compás de las conquistas. Conocer nuevas zonas del
mundo llevó a estudiar sus lenguas: Jones (1786) comienza a estudiar el sánscrito cuando se
conquista Bengala por los ingleses; el desciframiento de Champollion de los jeroglíficos
egipcio se debe a la expedición de Napoleón a Egipto, el cuneiforme de Rawlinson (1835) a
las campañas inglesas en las colonias… Durante aquellas exploraciones iniciales, nunca
dudaron los filólogos de que la evolución del lenguaje era no sólo una cuestión de establecer
secuencias cronológica o registra variantes, sino que debía explicarse por leyes lingüísticas
generales, análogas a las científicas.
IV. El problema histórico de la geología era, pues, cómo explicar la evolución de la tierra,
el de la biología el doble de cómo explicar la formación de la vida desde el huevo, la semilla o
la espora, y cómo explicar la evolución de las especies. En 1809 el francés Lamarck presentó
la primera gran teoría sistemática moderna de la evolución, basada en la herencia de las
características adquiridas. Cuvier, el fundador del estudio sistemático de los fósiles,
rechazaba la evolución en nombre de la Providencia. El infeliz doctor Lawrence, que contestó
a Lamarck proponiendo una casi darwiniana teoría de la evolución por selección natural, se
vio obligado, ante el griterío de los conservadores, a retirar de la circulación su Natural
History of Man (1819).
Sólo a partir de 1830 –cuando la política gira hacia la izquierda- se abieron paso las
teorías evolucionistas en la geología, con la publicación de la famosa obra de Lyell Principios
de geología.
El fosilismo del hombre prehistórico no fue aceptado hasta el descubrimiento del primer
Neanderthal en 1856. Aunque las teorías evolucionistas habían hecho muchos progresos,
ninguna estaría lo suficientemente madura –excepto la economía política, la lingüística y la
estadística-. Lo mismo ocurría con la antropología o la etnografía.
Por otro lado, con funestas consecuencias, comenzó a debatirse entre los monogenistas y
poligenistas; en otras palabras, entre aquellos que pensaban que todos los hombres tenían
las misma raza y, por tanto, eran iguales, y los que percibían acusadas diferencias.
V. Los efectos indirectos de los acontecimientos contemporáneos fueron más importantes.
Nadie podía dejar de observar que el mundo se estaba transformando más radicalmente que
nunca antes de aquella era. Apenas sorprende que los patrones de pensamiento derivados de
los rápidos cambios sociales, las profundas revoluciones, resultaran aceptables. Una vez que
decidimos que no son ni más ni menos racionales todo es cose y cantar, pero eso no sucedió
hasta después de la revolución.
Charles Darwin dedujo el mecanismo de la “selección natural” por analogía con el modelo
de la competencia capitalista, que tomó de Malthus (la “lucha por la existencia”). La afición
por las teorías catastrofistas en geología pudo también deberse en parte a lo familiarizada
que estuvo aquella generación con las convulsiones de la sociedad. Pero no hay que dar
mucha importancia a los agentes externos: el mundo del pensamiento es autónomo y sus
movimientos se producen dentro de la misma longitud de onda histórica que los de fuera.
Es fácil subestimar la “filosofía natural” –como competidora de la ideología científica
clásica, porque pugna con la razón como ciencia. La “filosofía natural” era especulativa e
intuitiva. Trataba de expresar el espíritu del mundo o de la vida, la misteriosa unión orgánica
de todas las cosas con las demás, y muchas más cosas que resistían una precisa medida
cuantitativa de claridad cartesiana. Pero en conjunto, el camino “romántico” sirvió de
estímulo para nuevas ideas y puntos de partida, desapareciendo en seguida de las ciencias.
Los románticos, más que crear un nuevo cuadro del mundo, diferente al del s. XVIII, lo
idearon, buscaron los términos. La alternativa romántica no daba soluciones, pero mostraba
problemas reales.