La Erupción Del Vesubio Según Plinio El Joven

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LA ERUPCIÓN DEL VESUBIO SEGÚN PLINIO EL JOVEN (a partir de Ep. 6.16; 6.20)

Plinio el Joven: 17 años.

Plinio el Viejo: 56 años. Historia Natural 37 libros enciclopedia.

Pompeya unos 20.000 habitantes

Plinio el joven y su madre vivían con su tío en Miseno desde la muerte del padre de Plinio el Joven

A Tácito:

Me ruegas que te relate la muerte de mi tío materno a fin de que de ese modo puedas transmitirla con mayor fidelidad a los siglos venideros. Te doy las gracias, pues veo que su muerte, si es celebrada por ti, se asegura una gloria imperecedera.

En efecto mi tío murió con ocasión de un desastre que arrasó las más hermosas de las cosas, y que junto a él hizo desaparecer poblaciones enteras y ciudades.

Se hallaba en Miseno [30 km del Vesubio] y disponía del mando militar supremo sobre la flota romana de esa región, que dirigía él en persona. El noveno día antes de las calendas de septiembre, alrededor de la hora séptima [24 de agosto de 79 d.C. hacia la 13h.], mi madre le señala la aparición de una nube de un tamaño y un aspecto inusitados. Él, después de haber estado tumbado al sol y haberse bañado, a continuación, en agua fría, había comido un poco reclinado sobre su lecho, y en ese momento se hallaba trabajando. Pide entonces [a sus esclavos] que le pongan las sandalias y sube hasta el lugar desde el que mejor se podía observar aquel extraordinario fenómeno.

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Una nube se elevaba en el horizonte sin que pudiese saberse desde tan lejos en qué montaña se había originado, sólo después se supo que procedía del Vesubio. Ningún otro árbol presentaba una semejanza mayor con ella y una forma más próxima que el pino. En efecto, tras elevarse sobre una suerte de tronco larguísimo [se

cree una nube tóxica de unos 20 km], en su parte superior se expandía formando como si fuesen ramas, debido, creo, a que, luego de ascender era llevada por un soplo de aire muy poderoso. En unos lugares era de color blanco, y en otros aparecía llena de suciedad y moteada de manchas en virtud de la tierra y la ceniza que había levantado.

Le pareció un fenómeno de gran interés y digno de ser estudiado más de cerca, como no podía ser menos en el caso de un hombre tan instruido como él. De modo que dispone que se prepare para su uso una nave liburna [usadas por César y Augusto] y me ofrece la posibilidad de acompañarlo, si lo deseo. Le respondí que prefería quedarme a trabajar. Se disponía a partir cuando recibe una nota de Rectina, la esposa de Casco, que, aterrorizada por el peligro que la amenazaba, pues su villa se hallaba justamente bajo la nube y no tenía ninguna posibilidad de huir de ella a no ser en una nave, le rogaba que la socorriese en la situación tan crítica en la que se encontraba [se refiere probablemente a Oplontis, donde primero se dirigió

Plinio].

Toma entonces una nueva decisión, y lo que había empezado a hacer movido por su pasión por el saber, lo lleva ahora a cabo empujado por su gran corazón. Ordena que zarpen al instante las cuatrirremes [sobre las 14 h. - grandes naves de guerra - capacidad de 260 remeros

y 200 pasajeros], y también él se embarca para acudir en auxilio no solo de Rectina, sino de muchos otros, pues los encantos de la costa habían atraído a una gran afluencia de gente.

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Se apresura en dirección a ese mismo lugar del que otros huyen, y sin titubear mantiene el curso de su nave y el timón directos al corazón del peligro, tan libre de temor que todos los movimientos de aquella nube terrible, todas las figuras que adoptaba, según las iba observando, las dictaba a un secretario o bien tomaba nota de ellas él mismo.

[cerca de Oplontis, comprueba la imposibilidad de desembarcar ] Ya caía ceniza sobre las naves, más caliente y más densa cuanto más se aproximaban. Ya caían incluso rocas volcánicas y todo tipo de piedras ennegrecidas, quemadas y destrozadas por el fuego. Ya el fondo del mar, que se había levantado, y el desmoronamiento de la montaña les impedían llegar hasta la costa. Tras dudar un instante si debía o no retroceder, dice a su timonel, que le aconsejaba dar la vuelta: “Audaces Fortuna iuvat. Pon rumbo a la villa de Pomponiano” [las cuatrirremes se cree que serían enviadas de vuelta a

Miseno, es posible que una crisis cardíaca de Plinio en el fracaso de desembarco les obligara a cambiar el rumbo hacia Estabias con viento a favor, supuestamente más alejada del peligro].

Pomponiano había dispuesto todo para huir, cuando llega mi tío [se cree que sobre las 19 h.], abraza a su amigo, que tiembla de miedo, lo consuela, le da ánimos, y para aplacar los temores de éste, haciéndole ver lo tranquilo que él está, por su parte, ordena ser transportado hasta la sala de baños. Después de lavarse, acude a cenar y en todo momento muestra un humor excelente.

Entre tanto, en muchos puntos del monte Vesubio resplandecían unas altísimas llamas y unas enormes columnas de fuego, cuyo fulgor y claridad se veían aumentados por las tinieblas de la noche. Mi tío, con objeto de tranquilizar los ánimos, aseguraba que lo que ardía eran fuegos que habían sido dejados encendidos por los campesinos en su huida precipitada. Seguidamente se fue a dormir y disfrutó de un sueño muy plácido.

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Tras la partida de mi tío, consagré, por mi parte, el resto del día a mis estudios, motivo de quedarme en Miseno. Concluidos estos, tomé un baño, cené y me acosté, pero intranquilo como estaba solo pude dormir un poco. Durante muchos días habíamos padecido temblores de tierra, que no nos habían causado inquietud por ser habituales en Campania [mapa: otro terremoto había

tenido lugar 17 años antes, en el año 62 narrar SENECA??].

Sin embargo, aquella noche éstos alcanzaron tal magnitud que todos los edificios parecían no ya moverse, sino venirse abajo. Mi madre entra en mi cuarto en el mismo instante en que yo me levantaba para despertarla, a mi vez, si dormía. Nos sentamos en el patio de la casa y, no sé si debo calificar de valeroso o imprudente mi comportamiento en ese momento (tenía tan solo 17 años), el caso es que pido un libro de historia y, como si estuviese disfrutando de un tranquilo reposo, me pongo a leerlo e incluso tomo notas. Llega entonces un amigo de mi tío, que había venido desde Hispania hacía tan solo uno días para verlo. Cuando nos encuentra allí sentados a los dos, y a mí incluso leyendo, nos censura nuestra actitud, a mi madre su pasividad y a mí mi aparente indiferencia.

En cuanto a mi tío, el patio por el que se accedía hasta su habitación se hallaba tan cubierto de ceniza y rocas volcánicas, que, si mi tío se hubiese quedado más tiempo dentro de su estancia, le habría resultado imposible salir de ella [hasta 2.5 m de

cenizas llegaron a cubrir Estabias]. Así pues, tras ser despertado, se aleja de allí y se reúne con Pomponiano y los otros que habían preferido mantenerse despiertos. Deliberan entre ellos si deben permanecer bajo techo o salir a cielo abierto. En efecto, los edificios vacilaban a causa de frecuentes e importantes temblores de tierra, y, como si hubiesen sido arrancados de sus cimientos,

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parecían moverse hacia uno y otro lado para luego recuperar su posición inicial. Aunque en terreno descubierto existía el riesgo de las rocas volcánicas que caían, como éstas eran ligeras y habían sido corroídas por el fuego, la comparación de uno y otro peligro hizo elegir este último. Entonces, cortando tiras de ropa blanca, se sujetan con ellas unas almohadas sobre sus cabezas, ésta fue su protección contra todo lo que caía.

[6 h] Ya había amanecido un nuevo día en otras regiones, pero allí persistía una noche más obscura y más impenetrable que cualquier noche que se pueda imaginar, cuya negrura, no obstante, atenuaban muchas antorchas y luces de todo tipo. Decidieron acercarse hasta la costa y comprobar sobre el terreno si el estado del mar permitía ya salir a los barcos. Sin embargo, éste aún continuaba embravecido e innavegable. Mi tío, reclinándose sobre un trozo de tela extendido en el suelo, solicita una y otra vez agua fresca para beber. Poco después, las llamas y el olor del azufre, que anuncia que el fuego se aproxima, hacen huir a todos los demás y a él parecen reanimarlo. Entonces, apoyándose sobre dos esclavos, se puso de pie, pero de inmediato cayó de nuevo al suelo, debido, creo yo a que el espeso humo que lo rodeaba le impedía tomar aire con facilidad, obstruyéndole las vías respiratorias, que, en su caso, eran estrechas y débiles por naturaleza y sufrían frecuentes opresiones.

Cuando se hizo nuevamente de día, esto es, dos días después de que mi tío hubiese visto el sol por última vez, su cuerpo fue encontrado en perfecto estado, sin una sola herida y vestido exactamente con la misma ropa que él había querido ponerse. Por su aspecto, parecía más bien un hombre dormido que muerto [parece que murió de un infarto que empezara a manifestarse en el intento de

desembarco en Oplontis].

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Entre tanto, en Miseno mi madre y yo, al amanecer, en torno a nosotros todas las casas estaban gravemente dañadas, por lo que, aunque nos hallábamos a cielo descubierto, dad, no obstante, la estrechez de nuestro patio, corríamos un grave peligro, pues, si los edificios comenzaban a venirse abajo, nos esperaba una muerte segura. Solo entonces nos decidimos a abandonar la ciudad. La población, aturdida, sigue nuestro ejemplo. Y así, una enorme muchedumbre nos aplasta y nos empuja mientras nos alejamos de allí.

Una vez que dejamos atrás todas las edificaciones, nos detenemos. Allí asistimos a muchos prodigios y padecemos todo tipo de temores, pues, aunque el terreno en el que nos encontrábamos era completamente llano, los vehículos que habíamos ordenado traer con nosotros se movían de un lado a otro y ni siquiera permanecían en su sitio después de haber sido calzados con piedras. Asimismo, veíamos que el mar se retiraba. Claramente, la costa había ganado terreno al mar y en su arena, ahora seca, se hallaban retenidos un gran número de animales marinos. Por el otro lado, una nube negra y horrenda era atravesada por los sinuosos y agitados movimientos que seguía el soplo del fuego y entreabriéndose, daba paso a unas llamas de una extraordinaria magnitud. Éstas eran semejantes a los rayos, pero mucho mayores.

Entonces el amigo de mi tío nos dice de un modo mucho más vehemente y enérgico: “¿Por qué os demoráis en emprender la huida?” Le respondimos que no podríamos resolvernos a mirar por nuestra propia salvación mientras no tuviésemos noticias de la suerte corrida por mi tío. Él, sin aguardar ya más, se apresura a huir y se aleja del peligro.

No mucho después, la nube desciende sobre los campos y cubre el mar. Entonces, mi madre me suplica, me exhorta, me ordena que

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huya de allí como pueda, que ella, incapaz ya de moverse con soltura por el peso de sus años y de su cuerpo, morirá feliz si no se convierte en causa de mi muerte. Yo, sin embargo, le respondo que no deseo salvarme si ella no viene conmigo. Seguidamente, la cojo de la mano y la obligo a acelerar el paso.

Ya comenzaba a caer ceniza, no obstante, en escasa cantidad aún. Miro hacia atrás: a nuestra espalda, una espesa sombra se echaba sobre nosotros. Ésta nos perseguía extendiéndose sobre los campos como un torrente. “Apartémonos del camino principal, le digo, mientras aún podemos ver, no sea que caigamos al suelo y muramos pisoteados en la oscuridad por todo este tropel de gente que huye con nosotros”. Apenas nos habíamos sentado a un lado del camino, cuando se hizo de noche.

Por todas partes se podían oír los lamentos de las mujeres, los llantos de los niños y los gritos de los hombres. Unos llamaban a grandes voces a sus padres, otros a sus hijos, otros a sus esposas, e intentaban reconocerlos por la voz. Unos lamentaban su suerte, otros la de los suyos; había quienes, llevados por el miedo a la muerte, imploraban morir; muchos levantaban sus manos a los dioses, pero la mayoría pensaba que los dioses ya no existían, y que aquélla era una noche eterna y la última que conocería el mundo.

Una pequeña claridad fue el indicio de que el fuego se aproximaba, si bien se detuvo un poco lejos de nosotros. De nuevo la oscuridad nos cubrió por entero, y de nuevo comenzó a caer una ceniza densa y abundante. Poniéndonos continuamente de pie, nos la sacudíamos, de lo contrario habríamos sido completamente cubiertos por ella e incluso habríamos podido morir aplastados bajo su peso. Creí que yo mismo iba a desaparecer junto con el mundo,

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Finalmente, la oscuridad se fue atenuando hasta desaparecer como si fuese simplemente humo o niebla. A continuación se dejó ver de nuevo la verdadera claridad del día, e incluso brilló el sol, pero con una luz pálida, como acostumbra cuando se produce un eclipse. Todo lo que nos rodeaba se presentaba a nuestros ojos cubierto por una profunda capa de ceniza que semejaba nieve. De regreso a Miseno, vivimos una noche llena de incertidumbres, prevalecía el miedo, pues aún persistían los temblores de tierra.

Así pues, concluiré esta carta. Añadiré tan solo que te he hecho un relato completo de todo aquello que yo mismo presencié y de lo que me fue referido inmediatamente después de los acontecimientos, cuando los recuerdos son más dignos de crédito. Ya elaborarás tú tu propio resumen con los elementos principales de estos sucesos. Una cosa, en efecto, es escribir una carta y otra una obra histórica, una cosa es dirigirse a un amigo y otra al mundo entero. Cuídate.