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La Esfera RECUERDOS DE UN CINCUENTÓN UN BARRIO QUE MUERE D HNTRO de muchos años, cuando estos tiempos que ahora corremos hayan pasado á la His- toria, si perduran aún los suntuosos edifi- cios de la Gran Vía, adquirirán para nuestros nie- tos un valor representativo y un carácter arqui- tectónico que tal vez les preste una belleza que hoy están muy lejos, pero muy lejos de poseer. Serán la evocación del período do la Gran Guerra y de los nuevos ricos, documentos elocuentísimos de este período tan importante en la vida del si- glo XX-. Para nosotros tiene hoy esa calle otra signi- ficación , especial- mente para los que hemos vivido más en el siglo pasado que en el actual, pues viene á trans- formar una parte muy característica de íladrid. Tan ca- racterística, tan tí- pica, que hoy evo- ca ella también todo un largo pe- ríodo de la vida española. Irrumpe la sun- tuosa vía por lo quo fué el refugio do la depauperada claso media del si- glo xix. Y no sólo lian derribado las ruinas; parece ha- ber ahuyentado también á los mur- ciélagos que en ellas anidaban. ¡Oh, pobre clase media de aquel en- tonces, tan próxi- mo y tan lejano! Aún queda mu- cho, aún asoman vergonzosas las ca- llejas afluentes, con sus casuchas sucias y destartaladas, con el gesto dolien- te y quejumbrón do la escasez y la mi- seria. Porque ese ba- rrio fué el alber- gue de una clase social que puede representar, como ninguna otra, la vida do jiarte del siglo anterior. Allí vivían apiñados unos con otros, sin sol y sin aire, las familias venidas á menos, los funcio- narios, intermiten- tes que sufrían re- signados al turno de los partidos, las viejas pensionis- tas, los jubilados, los que vivían sin saber de qué, es- perando siempre el día de mañana: to- da esa masa enor- me de gente quo no encontraba ocu- pación en una ca- pital burocrática, sin industria ni co- mercio, ni otra vida que la vida oficial. Las casas olían á miseria; las ca- lles, nial empedra- das, sucias y estre- chas , parecían apretarse para ocultar la vergüen- za de sus vecinos. Y todo respondía y se adaptaba á esa existencia pobre y angustiosa. Allí estaban las prenderías donde iban á parar los restos del lujo de otros tiempos; los libreros tío viejo, que se enriquecían con la miseria ajena; los usureros que prestaban al mil por ciento; las casas do présta- mos; la prostitución al alcance de empleadillos y estudiantes pobres. En cada hogar de aquellos se sostenía á diario una lucha por la existencia. Miento quien diga que era entonces la vida más fácil. Los sueldos no bas- taban para cubrir las más perentorias necesidades; vivían en la miseria hasta los que podían comer Pos aspados de la Gran Vía madrileña á diario, quo no eran todos. Y del barrio entero salía como un clamor do protesta contra las cosas de este país, que al fin nos lia ido legando un fondo do pesimismo y desconfianza en nosotros mismos. Y las cosas de este país solían ser, por ejemplo, que no se premiase la consecuencia política de un tal don Fulano, quo hacía veinte años no había aceptado un ompleo de otro partido por no abdi- car de sus ideas. Que tal ó cual ministro olvidase la amistad que con él tuvo de estudiante: «Cuántas veces no se quedó sin comer gracias á mí.» Vivía por allí también mucho periodista, con quince, con veinte duros de sueldo, colocados á trom- picones; estudian- tes, curas, viudas con huéspedes do dos pesetas con principio, y, sobre todo, mucho visio- nario de inventos, do negocios, de rt*. voluciones, de plei- tos .fantásticos. No faltaban, como es natural, los gran- des dramaturgos i n é d i t o s , ni los poetas á lo Xúñez do Arce. ¡Ah, cuán- tos drama, cuántos poemas, cuántas novelas han guar- dado los cajones de esas mesas que ve- mos hoy en las prenderías! Y ora el caso es- tupendo que el so- ñor que había es- crito un drama, que pensaba en ponor un pleito do millo- nes, quo había in- ventado algo, no so ocupaba do otra cosa y sólo vivía pendiente do su en- sueño. Mientras tanto las hijas cosían á escondidas para fuera, y salían de noche á entregar,- como si fuesen á comotor un crimen. Por la tardo iban diariamente á bus- car novio á la Cas- tellana, oprimidas por el corsé, maci- lentas, tristes, an- dando muy despa- cito, sin atreverse á mover los brazos ni á mirar do lado. Detrás iban las ma- dres, pensando en el desahucio, en la deuda al tendero. Al desaparecer toda esa amalgama do casas, so pierde gran parto do lo que fué el núcleo do la clase media modriloña, y la Gran Vía, con sus casas á la ameri- cana, parece pro- meter también una .'renovación de cos- tumbres; pero ¿qué . dirección las hará tomar? ¿ Habita- rán esas casas las hijas de los que vivieron en el an- tiguo barrio, ó de- jarán que vengan - gentes extrañas ú habitarlas? Francisco Arimdn Marco Ayuntamiento de Madrid

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R E C U E R D O S D E UN C I N C U E N T Ó N

U N B A R R I O Q U E M U E R E DHNTRO de muchos años, cuando estos tiempos

que ahora corremos hayan pasado á la His­toria, si perduran aún los suntuosos edifi­

cios de la Gran Vía, adquirirán para nuestros nie­tos un valor representativo y un carácter arqui­tectónico que tal vez les preste una belleza que hoy están muy lejos, pero muy lejos de poseer. Serán la evocación del período do la Gran Guerra y de los nuevos ricos, documentos elocuentísimos de este período tan importante en la vida del si­glo XX-.

Para nosotros tiene hoy esa calle otra signi­ficación , especial­mente para los que hemos vivido más en el siglo pasado que en el actual, pues viene á trans­formar una parte muy característica de íladrid. Tan ca­racterística, tan tí­pica, que hoy evo­ca ella t a m b i é n todo un largo pe­ríodo de la vida española.

Irrumpe la sun­tuosa vía por lo quo fué el refugio do la depauperada claso media del si­glo xix. Y no sólo lian derribado las ruinas; parece ha­ber a h u y e n t a d o también á los mur­ciélagos que en ellas anidaban.

¡Oh, pobre clase media de aquel en­tonces, tan próxi­mo y tan lejano!

Aún queda mu­cho, aún asoman vergonzosas las ca­llejas afluentes, con sus casuchas sucias y d e s t a r t a l a d a s , con el gesto dolien­te y quejumbrón do la escasez y la mi­seria.

Porque ese ba­rrio fué el alber­gue de una clase social que puede representar, como ninguna otra, la vida do jiarte del siglo anterior. Allí vivían ap iñados unos con otros, sin sol y sin aire, las familias venidas á menos, los funcio­narios, intermiten­tes que sufrían re­signados al turno de los partidos, las v ie jas pensionis­tas, los jubilados, los que vivían sin saber de qué, es­perando siempre el día de mañana: to­da esa masa enor­me de gente quo no encontraba ocu­pación en una ca­pital burocrática, sin industria ni co­mercio, n i o t r a vida que la vida oficial.

Las casas olían á miseria; las ca­lles, nial empedra­das, sucias y estre­chas , p a r e c í a n a p r e t a r s e para ocultar la vergüen­za de sus vecinos. Y todo respondía y se adaptaba á esa

existencia pobre y angustiosa. Allí estaban las prenderías donde iban á parar los restos del lujo de otros tiempos; los libreros tío viejo, que se enriquecían con la miseria ajena; los usureros que prestaban al mil por ciento; las casas do présta­mos; la prostitución al alcance de empleadillos y estudiantes pobres.

En cada hogar de aquellos se sostenía á diario una lucha por la existencia. Miento quien diga que era entonces la vida más fácil. Los sueldos no bas­taban para cubrir las más perentorias necesidades; vivían en la miseria hasta los que podían comer

Pos aspados de la Gran Vía madrileña

á diario, quo no eran todos. Y del barrio entero salía como un clamor do protesta contra las cosas de este país, que al fin nos lia ido legando un fondo do pesimismo y desconfianza en nosotros mismos.

Y las cosas de este país solían ser, por ejemplo, que no se premiase la consecuencia política de un tal don Fulano, quo hacía veinte años no había aceptado un ompleo de otro partido por no abdi­car de sus ideas. Que tal ó cual ministro olvidase la amistad que con él tuvo de estudiante: «Cuántas veces no se quedó sin comer gracias á mí.»

Vivía por allí también mucho periodista, con quince, con veinte duros de sueldo, colocados á trom­picones; estudian­tes, curas, viudas con huéspedes do dos p e s e t a s con principio, y, sobre todo, mucho visio­nario de inventos, do negocios, de rt*. voluciones, de plei­tos .fantásticos. No faltaban, como es natural, los gran­des d r a m a t u r g o s i n é d i t o s , ni los poetas á lo Xúñez do Arce. ¡Ah, cuán­tos drama, cuántos p o e m a s , cuántas novelas han guar­dado los cajones de esas mesas que ve­mos hoy en l a s prenderías!

Y ora el caso es­tupendo que el so-ñor que había es­crito un drama, que pensaba en ponor un pleito do millo­nes, quo había in­ventado algo, no so ocupaba do otra cosa y sólo vivía pendiente do su en­sueño.

Mien t ras tanto las hijas cosían á e scond idas para

fuera, y salían de noche á entregar,-como si fuesen á comotor un crimen. Por la tardo iban diariamente á bus­car novio á la Cas­tellana, oprimidas por el corsé, maci­lentas, tristes, an­dando muy despa­cito, sin atreverse á mover los brazos ni á mirar do lado. Detrás iban las ma­dres, pensando en el desahucio, en la deuda al tendero.

Al desaparecer toda esa amalgama do casas, so pierde gran parto do lo que fué el núcleo do la clase media modr i loña , y la Gran Vía, con sus casas á la ameri­cana, parece pro­meter también una

.'renovación de cos­tumbres; pero ¿qué

. dirección las hará tomar? ¿ Habita­rán esas casas las hijas de los que vivieron en el an­tiguo barrio, ó de­jarán que vengan

- gentes extrañas ú habitarlas?

Francisco Arimdn Marco

Ayuntamiento de Madrid