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La especulación CARLOS MOREDA DE LECEA 1. INTRODUCCION Con toda seguridad podemos decir que el hombre siempre ha buscado obtener beneficios. Ha comprado para vender con ánimo de ganar; si no lo ha hecho a través del dinero, esta intención ha estado presente, más o menos explícita, en los intercambios, trueques y comercio. En este sentido puede decirse que la especulación es una realidad antigua. Actualmente, la palabra especulación está de moda por su presencia en los medios de comunicación, literatura, etc. Nuestros familiares y amigos la emplean con frecuencia en las conversaciones. Habitualmente no se sabe muy bien cual es su significado preciso, pero se usa para indicar que una persona ha obtenido no su beneficio sino beneficios. Además se le suele añadir un cierto matiz ético peyorativo, como persona que obtiene unas elevadas ganancias de modo dudoso, con conexiones no muy claras, y sobre todo se subraya, al menos tácitamente, que el su-jeto de la especulación no aporta ninguna riqueza a la sociedad, en el fondo como si fuera, en cierta manera, un parásito. En muchos casos calificar a alguien como especulador equivale a llamarle ambicioso, en el sentido negativo de la palabra. No quiere decir que no trabaje o viva a cuenta de los demás, sino más bien supone una capacidad de trabajo que, aprovechándose de una situación concreta, obtiene unos beneficios desproporcionados más o menos rápi- damente, en poco tiempo. Por otra parte somos testigos del enorme desarrollo y actualidad de las actividades económicas en el conjunto social. En este contexto ha adquirido singular relieve el es- tudio de la ética económica y social: la bondad o malicia de las operaciones económicas y de la organización de la sociedad. A ello ha contribuido enormemente los recientes documentos de Juan Pablo II, a través de las encíclicas sociales y documentos de distintas congregaciones y pontificios consejos. En ellos se habla mucho de la legitimidad del comercio y del beneficio. Sin embargo pocas veces se hace referencia a la especulación, y siempre desde la perspectiva negativa. El objeto de estas líneas es realizar una breve reflexión, analizando el significado preciso de la especulación, sus consecuencias positivas y negativas y tratar de hacer una valoración ética en las situaciones que más frecuentemente se presentan. Para ello definiremos su naturaleza y la distinguiremos de conceptos afines; estudiaremos sus ventajas e inconvenientes desde el punto de vista económico; analizaremos casos particulares, entre ellos la información privilegiada. Se concluye señalando la necesidad de honradez en la actividad comercial. II. NATURALEZA Como se indicaba anteriormente no es fácil encontrar una definición o descripción de la especulación. Los mismos diccionarios tanto de la lengua castellana, como los especializados en economía tienden a hablar de ella con poca precisión, y muchas veces se equiparan a negocio o tráfico mercantil. Lo que sí parece sobreentenderse siempre es la existencia de beneficio o ganancia en el futuro. 13

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La especulación

CARLOS MOREDA DE LECEA

1. INTRODUCCION

Con toda seguridad podemos decir que el hombre siempre ha buscado obtener beneficios. Ha comprado para vender con ánimo de ganar; si no lo ha hecho a través del dinero, esta intención ha estado presente, más o menos explícita, en los intercambios, trueques y comercio. En este sentido puede decirse que la especulación es una realidad antigua.

Actualmente, la palabra especulación está de moda por su presencia en los medios de comunicación, literatura, etc. Nuestros familiares y amigos la emplean con frecuencia en las conversaciones. Habitualmente no se sabe muy bien cual es su significado preciso, pero se usa para indicar que una persona ha obtenido no su beneficio sino beneficios. Además se le suele añadir un cierto matiz ético peyorativo, como persona que obtiene unas elevadas ganancias de modo dudoso, con conexiones no muy claras, y sobre todo se subraya, al menos tácitamente, que el su-jeto de la especulación no aporta ninguna riqueza a la sociedad, en el fondo como si fuera, en cierta manera, un parásito.

En muchos casos calificar a alguien como especulador equivale a llamarle ambicioso, en el sentido negativo de la palabra. No quiere decir que no trabaje o viva a cuenta de los demás, sino más bien supone una capacidad de trabajo que, aprovechándose de una situación concreta, obtiene unos beneficios desproporcionados más o menos rápi-damente, en poco tiempo.

Por otra parte somos testigos del enorme desarrollo y actualidad de las actividades económicas en el conjunto social. En este

contexto ha adquirido singular relieve el es-tudio de la ética económica y social: la bondad o malicia de las operaciones económicas y de la organización de la sociedad. A ello ha contribuido enormemente los recientes documentos de Juan Pablo II, a través de las encíclicas sociales y documentos de distintas congregaciones y pontificios consejos. En ellos se habla mucho de la legitimidad del comercio y del beneficio. Sin embargo pocas veces se hace referencia a la especulación, y siempre desde la perspectiva negativa.

El objeto de estas líneas es realizar una breve reflexión, analizando el significado preciso de la especulación, sus consecuencias positivas y negativas y tratar de hacer una valoración ética en las situaciones que más frecuentemente se presentan. Para ello definiremos su naturaleza y la distinguiremos de conceptos afines; estudiaremos sus ventajas e inconvenientes desde el punto de vista económico; analizaremos casos particulares, entre ellos la información privilegiada. Se concluye señalando la necesidad de honradez en la actividad comercial. II. NATURALEZA

Como se indicaba anteriormente no es fácil encontrar una definición o descripción de la especulación. Los mismos diccionarios tanto de la lengua castellana, como los especializados en economía tienden a hablar de ella con poca precisión, y muchas veces se equiparan a negocio o tráfico mercantil. Lo que sí parece sobreentenderse siempre es la existencia de beneficio o ganancia en el futuro.

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Podríamos definir la especulación como la compra de un bien (producto o servicio) para venderlo posteriormente con la intención de obtener un beneficio. Ya en la misma definición aparece clara la distinción con otro tipo de prácticas, como por ejemplo el arbitraje; en este último, la compra y la venta del bien económico son práctica-mente simultáneas, y por lo tanto la cuantía del beneficio puede conocerse con certeza, aunque su materialización se retrase a una fecha posterior. Como puede deducirse, el beneficio en el arbitraje carece de riesgo.

También debe distinguirse de la cobertura que es la compra y venta simultáneas de dos bienes económicos con la expectativa de ob-tener un beneficio por la diferencia de mo-vimientos posteriores de los precios de dichos activos.

Por lo dicho hasta ahora, y a la luz de las diferencias con el arbitraje y la cobertura, es esencial a la especulación el tiempo que va de la compra a la venta, o a la inversa, bien sea que la compra y la venta se realicen en el mismo o en distinto mercado. Por este moti-vo, la especulación viene a ser como un arbi-traje en el tiempo.

Además del tiempo, otros elementos de la especulación son: un bien económico, el precio de compra y el precio de venta y un beneficio (que puede ser nulo, positivo o negativo). Como puede suponerse, cualquier bien económico puede ser objeto de especulación, pero sobre todo lo serán aque-llos que tienen cualidades que facilitan esta operación: facilidad de transporte, de alma-cenaje, de fluctuación de oferta, demanda y precios, etc. Entre otros, pueden destacarse las divisas, los valores mobiliarios, los bienes inmuebles y materias primas o productos de alimentación cuya oferta y demanda fluctúa con el tiempo; cabe señalar que algunas cir-cunstancias, una catástrofe, una guerra, pue-de hacer que determinados bienes sean ob-jeto de especulación de modo circunstancial cuando ordinariamente no lo son.

III. EFECTOS ECONOMICOS

Decíamos al comienzo que hay un sentir generalizado en usar el término especulación de modo peyorativo. Esto es debido, no

sin razón, a una cierta visión de que el espe-culador es un parásito de la sociedad. Pero conviene tener en cuenta que eso no es tan claro porque el hecho es que la especulación reporta a la vida económica no sólo daños, de los que luego hablaremos, sino también una serie de beneficios de los que a continuación detallamos los más relevantes. 1. Ventajas económicas

Una primera ventaja es la estabilización de las fluctuaciones de los precios ya que el especu-lador tiende a reducir las diferencias de pre-cios. Cuando los precios son bajos las com-pras de los especuladores incrementan la de-manda y por lo tanto los precios suben o al menos no descienden lo que bajarían con una demanda inferior que no contuviese la de los especuladores. Por el contrario, cuan-do los precios tienden a subir porque hay poca oferta y mucha demanda, los precios subirán menos porque a la oferta habitual se suma la de los stocks especulativos. Con lo cual se tiende a una cierta estabilización de los precios a lo largo del año o periodo de tiempo en el que se realizan las operaciones de especulación. Esto se ve de un modo más claro en el caso de los productos agrícolas que en vez de un precio constante durante el año, tiene una evolución ascendente suave hasta alcanzar su punto máximo precisa-mente antes de que aparezca el nuevo pro-ducto agrícola. El precio irá subiendo pro-gresivamente, mes a mes, para compensar los costes de almacén y los intereses del capi-tal inmobilizado en el almacén.

La suave evolución ascendente de los pre-cios conlleva también una evolución suave del consumo al que se corresponde también una oferta al precio del mercado. Los especu-ladores comprarán la mercancía ahora para la venta futura con lo que se producirá una disminución de la oferta actual, un incre-mento de la mercancía en depósito, y un au-mento de la oferta futura. Es decir, se favore-ce de este modo, una estabilización relativa del consumo y de la oferta a lo largo del tiempo me-diante la retención de los excedentes; esto es especialmente importante en productos de consuma inelástico, en los que la rebaja del precio influye poco en el volumen de venta.

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La estabilización de las fluctuaciones de los precios origina que en el mercado haya un solo precio, y en los mercados limítrofes un precio muy parecido, con lo que hay también una cierta tendencia a igualar los precios de mercado en el espacio. Las variaciones serán siempre inferiores a lo que supondría el coste del transporte de la mercancía de un lugar a otro.

Otra consecuencia, también muy ventajosa en el orden social, es la distribución de los riesgos. Así, el propietario de un bien corre el riesgo de que en el futuro el precio de ese bien sea distinto de sus previsiones. Ahí, con la predicción del futuro aparece la incertidumbre, que será mayor o menor según sea la posibilidad de alterar los precios. Si yo mantengo la propiedad del bien asumo el riesgo del futuro, pero si lo vendo transfiero al comprador ese riesgo. La persona que compra, habitualmente es el especulador. Mientras el vendedor piensa que no merece la pena correr ese riesgo, el comprador es-pera que el precio futuro va a ser más favo-rable que el de ahora, es decir, piensa que merece la pena correr ese riesgo. En esta función de reparto de los riesgos, los es-peculadores prestan un gran servicio a la sociedad haciendo un papel de regulador y amortiguador del riesgo, sobre todo en pro-ductos agrícolas y perecederos.

Otra ventaja es que los especuladores hacen más dinámicos los mercados y por tanto le dan una mayor liquidez. Si los únicos que comprasen y vendiesen fuesen los que quieren invertir y desinvertir, los bienes no se transformarían tan fácilmente en dinero. La intervención de los especuladores da liquidez al mercado y hace que esos bienes sean más atractivos. Esta propiedad se ve de un modo paradigmático en la bolsa de valores, lo cual supone una importante facilidad para encauzar el ahorro del país, ya que en cualquier momento puede transformarse en dinero. Si faltara el especulador, el mercado estaría limitado exclusivamente por los que quieren invertir y desinvertir, es decir sufriría una disminución de las transacciones. En esta situación, una transacción de compra puede llegar a originar un cambio importan-te en el precio por la ausencia de vendedores a los precios de mercado establecidos; de modo inverso, una venta puede despreciar

el precio en varios enteros por falta de com-pradores.

Pero no solo es en la bolsa de valores. También en la industria y agricultura, el es-peculador hace muchas veces el papel de mayorista, prestando el servicio de distribuir los productos en un amplio mercado para el que el productor se siente incapaz porque carece de los medios necesarios para su co-mercialización. De esta forma, acerca los productos a los consumidores a través de funciones de compra, selección, embalaje, transporte, almacén, información y publicidad, financiación y venta. 2. Desventajas económicas

Pero la especulación no sólo tiene ventajas, sino que algunos de los efectos económicos beneficiosos pueden transformarse en perjudiciales cuando hay una alteración en el mercado. Tal es el caso, que hemos explicado, cuando la especulación evita las fluctuaciones grandes en los precios. Este efecto tiene lugar cuando las transacciones de los especuladores son una parte no muy elevada con respecto al volumen total; en caso de que la actividad de los especuladores sea mayoritaria en el mercado, el efecto será el opuesto, con importantes oscilaciones en los precios.

También lo que indicábamos como efecto beneficioso —estabilización de las fluctua-ciones de los precios—, puede ser perjudicial en algunos tipos de mercancías. Tal es el caso de los bienes en que los precios oscilan siempre en una dirección, en sentido alcista, como ocurre con el suelo urbano. En estos casos la especulación puede incrementar considerablemente la subida de los precios.

En momentos de inflación, la liquidez es menos estimada y el dinero se procura invertir en bienes muebles o inmuebles que en si mismos no experimentan depreciación, sino que se revalorizan con el transcurso del tiempo. Pero aunque se obtenga beneficio, no es beneficio real, sino más bien contable, pues lo que se ha conseguido es no experimentar pérdidas. Es cierto que esta inversión en bienes cuyo valor intrínseco no se devalúa, contribuye a la intensificación de la inflación, pero ha de juzgarse más bien co-

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mo una defensa ante un agresor injusto, en este caso la inflación. Esta operación es muy frecuente cuando se sabe que va a haber una devaluación de la moneda. Pero aunque en la venta de los bienes se obtenga beneficio, no es beneficio real, sino más bien contable, pues lo que se ha conseguido es no experimentar pérdidas.

La especulación se comporta negativa-mente en situaciones de inflación, o de es-pectativas inflacionarias. Con la inflación la liquidez es baja y por ello los movimientos especulativos dan una mayor velocidad de circulación al dinero. En consecuencia, la especulación es de algún modo causa de los efectos perjudiciales de la inflación, pues incrementa las tensiones del mercado. IV. NOCION DE BENEFICIO

El beneficio es una cifra resultante de la diferencia entre los ingresos y los gastos que revierte a los propietarios del capital. Esta cantidad se reparte en dividendos, re-servas y amortización. Algunos autores "consideran que para poder hablar de ver-dadero beneficio es preciso que entre los costes totales a deducir del producto de las ventas se incluyan los costes de oportuni-dad, es decir, el rendimiento alternativo a obtener por los factores de producción, concretamente la dirección y el capital de riesgo, si se hubiera empleado en otra acti-vidad. Dicho de otra manera, de la misma forma que no puede hablarse de beneficio para el capital sin haber antes cubierto las remuneraciones laborales y los intereses de los préstamos, tampoco —opinan—, puede hablarse de verdadero beneficio sin antes deducir la remuneración que el patrono obtendría prestando sus servicios en otra empresa y sin antes deducir las rentas que el capital de riesgo podría obtener invirtiendo como préstamos en otro lugar".1 Es decir, el beneficio tiene un carácter residual: el resultado final que queda después de haber satisfecho los gastos de cualquier tipo en el proceso de producción o en los costes. El beneficio está justificado, siempre que se haya al-canzado con un precio de un mercado con suficientes compradores y vendedores, adecuadamente informados y sin prácticas mo-

nopolísticas. El beneficio se justifica por sí mismo independientemente de su cantidad. Su moralidad intrínseca dependerá no tanto del quantum como de la forma en que se consiguió.2 Si es fruto de un precio abusivo, el beneficio sería injusto siempre aunque fuera muy pequeña su cantidad, pero si se ha obtenido en un mercado libre puede considerarse justo. La inmoralidad puede estar en la materia del negocio que nunca debe tener como objeto algo intrínsecamente malo: "la opción de invertir en un lugar y no en otro, en un sector productivo en vez de otro, es siempre una opción moral3; esto conviene tenerlo en cuenta sobre todo en aquellas inversiones en que se ejerce algún tipo de control: la finalidad de la actividad a la que se dedican los fondos financieros ha de ser buena. La inmoralidad también puede venir por la intencionalidad del negociante. En cuanto a la compra–venta en sí es indiferente, dependiendo en todo caso, del objeto del intercambio.

Hace casi ochocientos años, Santo Tomás de Aquino escribía sobre este particular: "El lucro, que es el fin del tráfico mercantil, aunque en su esencia no entrañe algún ele-mento honesto o necesario, tampoco implica nada vicioso o contrario a la virtud. Por consiguiente, no hay obstáculo alguno a que ese lucro sea ordenado a un fin necesario o aun honesto, y entonces la negociación re-sultará lícita".4

No obstante, en épocas pasadas lograr un beneficio cuantioso no era bien visto, y se consideraba usura o próximo a la usura. Esto era debido al poco desarrollo de los mercados, de modo que el beneficio de uno suponía de hecho una pérdida para el otro, porque la estructura económica era juego de suma cero: en este ambiente de escasa información y poco crecimiento económico es comprensible que fácilmente se dieran prácticas abusivas. Hoy en día sin embargo los beneficios tienen una consideración distinta; son "índice de la buena marcha de la empresa", aunque "no son el único índice".5 Esto es debido a que estamos en una economía de desarrollo, de creación de riqueza porque la estructura es de juego suma positiva.

J. A. Schumpeter6 considera que el beneficio puede considerarse como la retribución

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lograda por una innovación. Esta innova-ción permite acudir al mercado con una ventaja competitiva; tal puede ser, p. e. la apertura de nuevos mercados o la sustitu-ción de unos bienes por otros. F. H. Knight7 relaciona el beneficio con la incertidumbre. Considera que en la actividad económica existe riesgo cuando los acontecimientos fu-turos no se conocen con certeza pero se puede calcular su probabilidad y por tanto cabría un cálculo actuarial. Cuando no pue-de calcularse la probabilidad de que suce-dan los acontecimientos futuros, tenemos la incertidumbre. El beneficio sería conse-cuencia del éxito ante la incertidumbre, es decir, ante un riesgo no asegurable. V. EL BENEFICIO DE LA ESPECULACION

La especulación es una operación de co-mercio que se realiza con la finalidad de ob-tener un beneficio. El beneficio es siempre algo residual, que se calcula hallando la diferencia entre los ingresos y los gastos. En es-tos gastos, habrá que tener en cuenta los gastos de transporte hasta el consumidor y los gastos de almacén que permiten acercar el producto en el tiempo oportuno al com-prador. Sobre todo para este capital inmobi-lizado, que se emplea en la compra y tran-sacción mientras no se liquida el bien, habrá que señalar un tipo de interés. En determi-nadas operaciones se asume un riesgo ma-yor del normal. Lógicamente, habrá de te-nerse en cuenta a favor del dueño del capi-tal, y por tanto parece justo que el porcentaje del interés sea más alto conforme sea mayor el riesgo.

También en la partida de gasto habrá que tener en cuenta la devaluación de la mone-da, si la hay o la ha habido; igualmente ha-brá que deducir los impuestos y demás facto-res de gasto. La diferencia que queda después de restar estos gastos es el beneficio real, que como ya se ha indicado tiene siempre un carácter residual o diferencia.

Muchas veces se identifica la especula-ción, y al sujeto de esta operación, el especu-lador, con operaciones y personas que obtienen pingües beneficios. En sí mismo, especulador es el que compra para vender con ánimo de ganar. Pero frecuentemente, se re

serva el término especulador para aquel que obtiene abundantes beneficios, mientras que comerciante suele emplearse para el que obtiene un beneficio, vamos a llamarlo así, normal o razonable.

Conviene no olvidar que muchas veces el especulador presta un servicio a la sociedad por acercar un bien al consumidor ya sea en el espacio o en el tiempo, o las dos cosas a la vez; además, como hemos indicado, dinamiza el mercado dándole muchas veces liquidez. Junto a lo anterior, el especulador muchas veces sabe extraer de los bienes todas sus potencialidades, dándoles una mayor fi-nalidad, o aplica el ingenio para discurrir nuevas posibilidades del bien, o sabe con ha-bilidad, poniéndose en lugar del otro, —bien sea comprador o vendedor— captar la atención, despertar el interés, estimular el deseo por descubrir nuevas ventajas, etc. En conclusión, como escribe Juan Pablo II: "la capacidad de conocer oportunamente las necesidades de los demás y en conjunto de los factores productivos más apropiados para satisfacerlas es otra fuente importante de la riqueza en una sociedad moderna".8 No cabe duda que hay importantes adelantos en la economía de las naciones como consecuencia del ejercicio de "importantes virtudes, como son la diligencia, la laboriosidad, la prudencia en asumir los riesgos razonables, la fiabilidad y la lealtad en las relaciones interpersonales, la resolución del ánimo en la ejecución de decisiones difíciles y dolorosas (...) y para hacer frente a los eventuales reveses de fortuna".9

Estas palabras de Juan Pablo II están diri-gidas hacia los empresarios pero pueden ser aplicables a algunos especuladores; por ello podemos decir que aunque no todos los em-presarios son especuladores, sí muchos espe-culadores pueden ser considerados como empresarios, aunque también hay especula-dores que más que empresarios pueden ser considerados, como jugadores que arriesgan el dinero personal en una gran ganancia.

Surge entonces una pregunta ¿Es lícito obtener un gran beneficio, un golpe de for-tuna, siempre que sea en un mercado no distorsionado, sin deslealtades competitivas y a un precio justo? esta es, parece, la nota decisiva.

Al hablar a un mercado no distorsionado,

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nos referimos a un mercado que cumpla las condiciones del habitualmente denominado de libre concurrencia o economía de merca-do; nunca se dan en su plenitud todas las condiciones para que un mercado sea de competencia perfecta, pero sí de manera su-ficiente como para garantizar un mínimo de las características que constituyen el merca-do: libre, fluido, normal, etc. Para ello es ne-cesario que el mercado "sea controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el estado, de manera que se garantice la sa-tisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad".'°

Con el término mercados distorsionados entendemos aquellos mercados en los que la fijación de los precios no tiene lugar en las condiciones normales de equilibrio, sino que presentan características desordenadas en el intercambio: mercado forzado en que se influye de modo sustancial en la formación del precio. Consideramos como merca-dos distorsionados los monopolios, oligopolios, competencia monopolística, monopolios y oligopolios bilaterales y monopsonio, sin olvidar otro tipo de barreras que impiden la entrada libre de las empresas en el mercado o las distintas discriminaciones de precios. Para ello es necesario la tutela del Estado al cual "le corresponde determinar el marco jurídico dentro del cual se desarrollan las relaciones económicas y salvaguardar así las condiciones fundamentales de una economía libre".11

VI. PRECIO JUSTO Y LA ESPECULACION

1. El justo precio social

El intercambio nace de la división del tra-bajo, y crece a medida que aumenta esta di-visión. Una simplificación del intercambio será el cambio por dinero. Este cambio dará origen al precio o valor de cambio que es uno de los elementos básicos de la actividad económica. Toda mercancía tiene un valor económico determinado, valor de cambio o, simplemente, valor. Todo objeto tiene un determinado valor antes de que sea objeto de un contrato.

Siendo el precio la traducción en moneda de este valor de cambio, se sigue como exi-

gencia de la justicia comunitativa en la com-pra–venta, la equivalencia del precio con el valor objetivo de la cosa vendida. Por tanto, el precio será justo cuando el valor de la mo-neda cedida corresponde al valor de la mer-cancía recibida. Esta equivalencia entre el precio y el valor supone la existencia de un precio objetivo y una igualdad objetiva; pero esta igualdad objetiva no debe considerarse sólo en la persona individual sino en la tota-lidad de la vida económica, de forma que el juego de precios haga posible el desarrollo normal de la vida económica de la comuni-dad. En consecuencia, una primera caracte-rística que ha de tener el precio justo es que con él funcione correctamente una economía libre.

Efectivamente, si hubiera sólo dos indivi-duos al margen del conjunto social, se valo-raría conforme a la ética individual. Pero en la vida social las relaciones de cambio deben juzgarse con arreglo a la justicia social: con-forme a ella se hará el cálculo de precios con arreglo al interés del conjunto. A conti-nuación "entra la justicia conmutativa para exigir que los precios justos que ya existen con anterioridad se cumplan por imposición suya".12 En esta misma línea afirmaba Nell–Breuning: "La justicia conmutativa no exige que los precios sean justos, sino que los precios justos sean observados".13

Entendemos que no se trata de ordenar los precios desde el punto de vista del interés de la sociedad en su conjunto sino en señalar que no hay precios que no sean el reflejo del conjunto de la actividad económica. Por esta razón es necesario que la actividad económica cumpla una serie de requisitos de racionalidad solo bajo ciertos requisitos de libertad, transparencia, etc. se puede establecer la necesaria relación entre bien común y precio justo. Por tanto, podemos concluir diciendo que: "1" El valor de cambio o precio de las mercancías puestas en el mercado depende, salvo raras excepciones, del conjunto de las relaciones económicas de un pueblo, y 29 la incapacidad de un sis-tema de precios de permitir el desarrollo ar-mónico de la economía es un criterio seguro para juzgar de la injusticia de los mismos".14 Siguiendo a este autor se puede decir que el justo precio es el justo precio social, aquel que facilita a los ciudadanos su desarrollo

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conforme a las posibilidades económicas de la sociedad.

Y por el contrario, un precio que impidiera llegar al bien común, por ejemplo provocando cuantiosas diferencias entre las clases sociales o dificultando una distribución de la renta, sería injusto porque es opuesto a la justicia social. Tal podría ser el caso de monopolios de riquezas naturales con precios que proporcionan ganancias desproporcio-nadas y que impiden a una buena parte de la población el disfrute de esas riquezas.

Lo anterior no es óbice para que se esta-blezca diferencias de precios para, con arreglo a la justicia distributiva, hacer una distribución de las cargas sociales con arreglo al bien común. Así, pequeñas diferencias en el coste de producción pueden manifestarse en diferentes precios aunque no estén en proporción a las diferencias del objeto; p.e. un precio superior en determinada clase de un servicio público, un vuelo aéreo, etc. Estas diferencias se basan en el diferente valor subjetivo que tiene el dinero para los ricos y los pobres.

Desde hace siglos, los economistas y mora-listas mantienen puntos de vista distintos sobre la formación de los precios. Teniendo presente las importantes consecuencias sociales de los precios, sobre todo en bienes de primera necesidad, cabe preguntarse, ¿el valor de los bienes debe ser el dado por las leyes de mercado?

2. El precio de mercado y Centesimus annus

El denominado sistema de mercado

también se designa con el término "sistema de precios", puesto que el mercado es el mecanismo a través del cual se fijan los precios. Y serán los precios fijados en el mercado los que digan cuáles bienes se deben producir, qué métodos emplear y cómo remunerar a los distintos factores productivos. De manera que la modificación del precio induce, mediante el incentivo del beneficio, a modificar las otras variables relevantes.

Habitualmente, la fijación del precio tiene lugar en el mercado por el juego de la oferta y la demanda "pues es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades";15 y así, para

un precio determinado, hay una cantidad que satisface los deseos de los compradores y vendedores. El precio de mercado viene a ser el máximo precio por el que el vendedor puede vender un bien y el menor por el que el comprador puede comprarlo. Esto no autoriza a llamar sin más justo a este precio; lo correcto será denominarlo precio de equilibrio, porque es el parámetro en que las tendencias opuestas de intereses diversos se neutralizan. Sin embargo, en mercado de competencia perfecta el precio en él formado se presumirá justo mientras no se demuestre lo contrario.

El equilibrio del mercado no es estático, definitivo. Es un equilibrio dinámico que busca continuamente nuevas situaciones óptimas a partir de nuevos datos continuamente modificados.16 De aquí que la economía de mercado en su dinamicidad exige una cierta flexibilidad en los precios para que es-tos cumplan con su misión de servir de guías a la adaptación de la producción a las nuevas situaciones originadas por los cambios de los gustos o de las demandas (...) Unos beneficios altos que tal vez no puedan legitimarse con un criterio puramente individual de precio justo o beneficio justo, pueden desempeñar un papel en la readaptación de la producción siempre que sirvan de estímulo para un aumento de la producción en el sector donde se originan —los beneficios altos son indicios de una producción escasa relativamente a la demanda— y tiendan a desaparecer a través del proceso de reajuste.

Pero conviene tener en cuenta estas orien-taciones de Centesimus annus sobre el mercado: "sin embargo, esto vale sólo para aquellos recursos que son vendibles, esto es, capaces de alcanzar un precio conveniente. Pero existen numerosas cualidades humanas que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales". Por esta razón no todos los precios deben ser fijados por el mercado, pues podrían llegar a ser precios no convenientes es decir no oportunos ni proporcionados, y podría haber también necesidades humanas fundamentales sin satisfacer. El Estado como garantía del bien común, puede fijar precios controlados por el Gobierno que sirven de sostenimiento de determina-

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dos productos o para artículos de primera necesidad. Estos precios, llamados políticos o legales, porque están establecidos por la autoridad pública, si han sido establecidos por justa causa y para buscar el bien común, serán precios convenientes.

Por tanto, puede haber ocasiones en que determinados productos no son vendibles, tal es el caso de gran carestía de productos de primera calidad por guerra, catástrofes, etc., en que el acaparador, por su exclusividad en la oferta puede forzar la ley del mercado con precios abusivos (no convienientes o incon-venientes). Tampoco es lícito un precio, en que una de las partes no puede acudir libre-mente a la negociación sino que sufre pre-siones o es forzado para adquirir el bien a determinado ofertante que intercambia el producto a un precio también abusivo. Sería el caso del abuso de una situación de necesi-dad, que puede ser del vendedor o del com-prador explotadas en beneficio del otro.

3. El justo precio en Centesimus annus

En el primer párrafo —antes citado— se-ñala también Juan Pablo II que "quien pro-duce una cosa lo hace generalmente —a parte del uso personal que de ella pueda ha-cer— para que otros puedan disfrutar de la misma después de haber pagado el justo precio, establecido del común acuerdo des-pués de una libre negociación".17 Indica en primer lugar la intencionalidad de la pro-ducción: un servicio a los demás para que perciban a las ventajas de lo hecho. A cam-bio, tiene derecho a percibir un justo precio. Este justo precio era considerado hasta ahora como el que correspondía al valor re-al del objeto y que estaba en estrecha rela-ción con la estimación común de comprado-res y vendedores. En este caso concreto, el Papa quiere subrayar la necesidad de liber-tad de las partes en el intercambio, de forma que ninguno se vea forzado por la necesidad para aceptarlo: la transacción no es libre por parte del necesitado, o como recogía Shakespeare "Mi pobreza, no mi voluntad, consiente" (My poverty, but not my will consents).18

También puede afectar a una verdadera actividad comercial libre la excesiva desi-

gualdad entre las partes: "una economía libre (que) presupone una cierta igualdad entre las partes, no sea que una de ellas supere totalmente en poder a la otra, que la pueda reducir prácticamente a esclavitud". Efecti-vamente, si las partes están en situaciones demasiado desiguales, no es suficiente el consentimiento de las partes para la licitud del contrato.

Tampoco sería libre negociación, si una de las partes manipulase el mercado mediante la inducción de un clima artificial de expectativas que puede ocasionar que el precio suba o baje según su interés. Eso se-ría provocar ilícitamente un precio artificial y beneficiarse con perjuicio de la otra parte (utilizar a un tercero que vaya comprando poco a poco un bien y cuando el precio está alto se vende toda la cantidad adquirida en épocas anteriores a bajo precio o bien difun-dir rumores que afectan al precio del activo).

El justo precio es una noción ética, mien-tras que el precio de mercado es una noción económica. Según Santo Tomás de Aquino el precio justo se basará en la estimación co-mún, y en esta estimación tendrá una parte fundamental el coste de trabajo, otros costes y la ganancia. Con mucha frecuencia, el precio de mercado —siempre que el mercado reúna un mínimo de características que se-ñalábamos—, será un buen indicador de la justicia del precio en cuanto que es reflejo de la estimación común. Pero no pueden equipararse siempre estas dos nociones, por-que hay casos en que el precio de mercado es un precio abusivo.

VII. SITUACIONES SINGULARES

A continuación indicamos algunos casos especiales que no están contemplados en los supuestos anteriores y que sobre ellos se ha-cen distintos juicios de valor.

Uno de ellos es lo que podíamos llamar el juego o la apuesta en la especulación. Es decir, cuando la compra y la venta se realizan entre las mismas personas, de forma que la operación se liquida pagando sólo la dife-rencia de precios. En este tipo de operacio-nes, incluso no es preciso que ninguna de las partes sea propietaria del bien, pues en

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el fondo, no hay intención ni de comprar ni de vender. Esto es un contrato aleatorio que tiene mucha mayor semejanza con una apuesta que con una compraventa. Su mora-lidad depende sobre todo del "juego limpio" de cada una de las partes durante toda la operación, y deben aplicarse los criterios so-bre la moralidad del juego. Junto a lo ante-rior, conviene añadir el afán inmoderado de lucro y la "fiebre" del juego que, cuando me-nos, se puede considerar como peligrosas para la moralidad de la acción. Pero este afán de lucro no es sólo característica de es-te tipo de especulación sino que también puede afectar, de modo desordenado, a otras prácticas especulativas. Todo este tipo de prácticas tienen lugar fundamentalmente en la bolsa de valores.

Otra situación se presenta cuando el com-prador y el vendedor no se encuentran en la misma situación respecto a las expectativas futuras del bien. Por ejemplo, el comprador sabe con certeza moral que el precio del bien va a subir, pero con una ciencia que está al alcance de cualquier persona con un mínimo de cultura; sin embargo, el vende-dor carece de formación y no alcanza a po-seer ese conocimiento. En este caso, no se da igualdad entre las dos partes (una de las características de la justicia), pues tienen distinto conocimiento de las expectativas fu-turas del bien; sin embargo, las dos partes tienen parecidas posibilidades de acceso a la información aunque este acceso supone un coste de tiempo, medios, dedicación, etc. Siempre que haya probabilidad de ofertar a otros compradores, "libertad de negocia-ción", una propuesta de compra llevará al vendedor prudente a tantear otras ofertas, pues de lo contrario sería un imprudente. En este caso, estamos con Santo Tomás de Aquino cuando estudia el caso del vendedor de trigo que lleva el grano a un lugar donde hay mucha carestía y sabe que en su segui-miento van otros con más mercancía, lo cual, si fuera conocido por los compradores, darían al vendedor un precio más bajo. El Aquinate concluye diciendo que "no parece quebrantar la justicia el vendedor que vende una cosa en el precio corriente sin manifes-tar lo que va a suceder después".19

Por ejemplo, esa situación se plantea en la actualidad con la afluencia turística en algu

nos lugares de nuestro país. Es evidente, que los terrenos de esos lugares van a experi-mentar una fuerte revalorización en el futuro y para llegar a ese conocimiento no hacen falta conocimientos especiales. ¿Se puede decir que el contrato de compra—venta no es justo debido a la ignorancia de una de las partes? ¿Es lícito aprovecharse de la falta de visión del propietario? Para algunos autores, un beneficio moderado se legitimaría por la libertad del contrato, incluso un cierto incremento de ese beneficio aún tendría justificación por la formación y cultura del comprador2° y por la preferencia del vendedor del dinero presente sobre el beneficio futuro; pero a un gran beneficio no le encuentra legitimación por la falta de capacidad de una de las partes parece justo, pues así pueden resarcir los gastos ocasionales para alcanzar la pericia.

Una compra en la que el vendedor conozca la visión de futuro sobre sus bienes, o que está incapacitado para sacarles todo el parti-do en el futuro, no tiene por que ser una compra engañosa o con abuso de situación. La prudencia llevará al vendedor a no hacer una venta inmediata, pedir consejo hacer otras ofertas a posibles compradores, solici-tar un peritaje, etc. para conocer el verdadero valor de lo que vende y salir así del error o ignorancia. Nos parece que dados los avances técnicos que permiten cerrar com-pras sin conocer la identidad y situación del vendedor, no es lícito legitimar sin mas estas trasacciones. Otra cosa es que el elevado be-neficio de la plusvalía sufra una elevada pre-sión fiscal que redistribuya en el conjunto social la elevada ganancia.

Lo mismo podemos decir en el caso de que para conocer el verdadero valor de un bien hace falta una preparación especial. ¿Puede lícitamente un entendido pagar un precio muy inferior por algo que sabe, por su ciencia, con certeza que vale muchísimo más, aprovechándose de la ignorancia del vendedor? Tal sería el caso, por ejemplo, de la compra de una obra de arte a un propie-tario que desconoce que sea tal obra de arte, pero también podía plantearse un caso simi-lar cuando un técnico especialista hace un arreglo de fontanería, de un televisor, de un coche, etc., en un breve plazo de tiempo. En todos esos casos, suele decirse que hay "un

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aprovechamiento" de una ignorancia, y la transacción es inmoral porque hay en ella error sustancial y desigualdad entre presta-ción y contraprestación.21

De otra parte, parece que es imposible que, de modo habitual, se dé la equipara-ción o igualdad de información entre los que concurren al mercado. El mercado es un lugar donde hay un procesamiento de la información, y la existencia del mismo mer-cado es en buena parte debida a la dispari-dad de información entre compradores y vendedores. No se puede decir que en el ca-so de las obras de arte, u otros mercados es-peciales como éste, uno tenga obligación de explicar todos los datos; lo cual no quiere decir que se justifique la mentira. La virtud de la veracidad obliga a decir toda la verdad cuando debe decirse y entonces callarla será inmoral. Por ejemplo, no es lo mismo un simple comprador que un cliente, es decir, un comprador habitual. En este último caso por la confianza depositada, aunque sea implícita, por el cliente hacia uno, hay el deber de decir toda la verdad.

En los dos casos de los párrafos anterio-res, la razón fundamental de la elevada ga-nancia no es la creatividad, iniciativa, etc. del comprador, sino la ignorancia del vendedor. Tan es así, que hay situaciones en que la ignorancia de una de las partes al firmar un contrato, es similar a que ese contrato se hiciera con un menor (que no es sujeto capaz, requisito indispensable para un contrato) que no sabe el valor de lo que tiene, o sufre una equivocación en la mercancía que vende: entonces el comprador estaría obligado a sacar del error al vendedor.22 Por eso si el beneficio elevado es producido principalmente por la ignorancia ajena de la que no se puede salir, por el princpio de que no quieras para otro lo que no quieras para tí, no parece lícita esa ganancia excesiva. IX. ESPECULACION CON

INFORMACION PRIVILEGIADA

Son casos totalmente distintos cuando tiene lugar una transacción con información privilegiada. En este caso hay un robo porque se usa de un bien de otro —la información es patrimonio de la empresa— para be-

neficio personal. Uno pasa de servir a la em-presa a servirse de la empresa. Así, por ejem-plo no se puede justificar la adquisición de unos terrenos que se sabe por información privilegiada (está disponible a unas personas pero no a todo el mercado) que van a ser re-calificados, o que van a ser adquiridos por una empresa, etc., con un importante incre-mento de su precio en el mercado. En estos casos la transacción sería injusta, porque uno de los sujetos es desleal con sus superiores faltando a la confianza recibida y por tanto al secreto o confidencialidad; por otra parte, además efectuaría una apropiación indebida. A consecuencia de lo anterior acudiría al mercado con una ventaja indebida que le vendría a dar una situación de poder o privilegio.

Lo anterior no es obstáculo para que haya determinadas compraventas lícitas en que parece que se use información privilegiada que en realidad no lo es. Por ejemplo es el caso de unos altos cargos de Texas GULF SULPHUR que compraron acciones de la misma sociedad antes de que se produjese una huelga en el sector del cobre que con-llevaría un alza en los valores de las acciones de Texas GULF SULPHUR; en el caso anterior, vemos que un directivo no tiene prohibido invertir en su empresa debido a que tienen un mejor conocimiento de sus operaciones. Toda la praxis de la información confidencial ha dado lugar a una doctrina sobre el deber de guardar el secreto aunque no se sea directivo o empleado de la empresa. En este mismo orden, es conocido el caso CHIARELLA, trabajador de una imprenta entre cuyos encargos estaba preparar a imprenta la información sobre fusiones de empresas; su situación podría asimilarse al que recibe en depósito un bien —en este caso la noticia de la fusión— que le obliga a su custodia sin merma sustancial de su valor.

Sin embargo, la consideración de la infor-mación como patrimonio de la empresa muestra una cierta insuficiencia para algunos casos. Por ejemplo, el caso de un reportero de Wall Street Journal, que gozaba de gran prestigio entre los inversionistas. Antes de publicar sus artículos hacía saber el con-tenido de ellos a los empleados de una casa de bolsa; estos compraban y vendían valores

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de acuerdo con esta información. Si se considera la información como patrimonio de la empresa la información del reportero pertenecía al periódico, aún cuando en este caso no fuese privilegiada, pero hay un deber de lealtad con el periódico. Sin embargo, si el Wall Street Journal decidiera tratar con dicha información, no existiría apropiación indebida ni tampoco la violación de un deber fiduciario, por lo que, según esta concepción no existiría delito, aunque sí se da-ría una manipulación del mercado. Necesidad de honradez y coherencia en la actividad comercial

No es raro que en literatura sobre la moralidad de los negocios se considere con frecuencia la especulación de un modo negativo casi en su totalidad.23 Hay sin embargo autores que se dan cuenta del verdadero sentido de la especulación.24 "La especulación es también beneficiosa: contribuye a la igualación de los precios en el tiempo y en el espacio, reparte los riesgos, estabiliza las fluctuaciones de los precios, etc. Debe rechazarse, pues, la concepción del especulador como un manipulador deshonesto de los precios, siempre que no disfrute de un poder de monopolio".25

El término especulación puede emplearse en buen sentido, como sinónimo de cálculos inteligentes y previsiones afortunadas. Sin embargo, como decíamos al principio, muchas veces incluso frecuentemente, la espe-culación encierra un matiz peyorativo o sea como sinónimo de intrigas, fraudes y procedimientos injustos realizados por personas de conducta inmoral. Este significado se encuentra no solo en el lenguaje habitual, sino también en algunos textos pontificios. Tal es el caso de Juan Pablo II, cuando escribe se-ñalando su aspecto negativo en un contexto concreto: "obtener unas ganancias que no son fruto de la expansión global del trabajo y de la riqueza social, sino más bien de su comprensión, de la explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura de la solidaridad en el mundo laboral".26 O más adelante, al tratar la función del Estado en la economía se opone a la obtención de cómodas ganancias de modo contrario a las normas éti

cas, diciendo que "los beneficios fáciles, basados en actividades ilegales o puramente es-peculativas, es uno de los obstáculos principales para el desarrollo y para el orden económico."Y7

En todos los casos, en el fondo, se está ha-blando de la avaricia; es decir, de un apetito desordenado, de bienes materiales. Nótese, que al igual que al tratar del mercado, también aquí se introduce el desorden, pero en este caso referido a la acción humana. La avaricia viene a ser una acción humana desordenada en el uso de los bienes materiales. Esta actuación es motivada por el egoísmo, el interés exclusivo por el propio yo y la despreocupación de las necesidades de los demás. Esta actuación desordenada entraña una "absolutización de actividades humanas" si están generalizadas se convierten en estructuras de pecado que "se fundan en el pecado personal y, por consiguiente, están unidas siempre a actos concretos de las personas"28 entre las cuales "dos parecen ser las más características": el afán de ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder".29

Por lo tanto, no es la actividad en sí misma la que es mala, sino la actitud humana. No es un problema económico, sino una cuestión de cambio profundo en el hombre. De cambio de actitud espiritual ante lo material. El sujeto está en cierta forma esclavizado o arrastrado por lo que es inferior a él, por lo material. Se produce una subordinación de lo espiritual a lo material, cayendo así en el fenómeno actual, tan negativo, del consumismo: la pasión por gastar. Por esta razón escribirá el Papa: "No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume como mejor, cuando está orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para con-sumir la existencia de un goce que se propone como fin en sí mismo".30

Cuando el hombre está atrapado por la actitud profunda de tener más, al estar en sí mismo desordenado es muy fácil que desordene la relación con los demás, convierta los medios en fines los fines en medios. Así nacen los abusos de las personas y de los con-tratos, la usura, el quebrantamiento de la justicia conmutativa en forma de precio excesivo (abusivo) de venta, de honorarios des-

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proporcionados, de salarios insuficientes, y, en general, todo atentado al principio de equivalencia en las prestaciones.

El remedio a esta desarmonía está en la templanza cristiana que lleva a buscar prime-ro el reino de Dios, pues sabe que los bienes temporales se darán por añadidura. Sólo en base a ella se podrá vivir la honradez cristiana que exige la veracidad en las informaciones y comunicaciones, lealtad en los compromisos, etc. Una honradez coherente es incompatible con el afán de lucro o la ambición de poder como fin absoluto de su actividad, sino que buscará la promoción humana global y el perfeccionamiento de aquellos que trabajan a su lado y colaboran con él.31

El Estado, al cual está confiado velar por el bien común, deberá "determinar el marco jurídico dentro del cual se desarrollen las relaciones económicas y salvaguardar así las condiciones fundamentales de una economía libre, que presupone una cierta igual-dad entre las partes, no sea que una de ellas supere totalmente en poder a la otra que la pueda reducir prácticamente a la esclavi-tud".32 Efectivamente, no es suficiente el consentimiento de las partes para la licitud de un contrato, por ejemplo de compraventa. Si las partes están en situaciones demasiado desiguales la condición de libre consenti-miento en los contratos está subordinada al derecho natural.

En moral social y económica no es fácil decir la última palabra. La evolución de las estructuras —sobre todo en este siglo—, y el progreso de las ciencias, especialmente la economía, conllevan replantear las solucio-nes tomadas en circunstancias distintas y con un menor desarrollo científico.

Con los mismos principios morales, si cambia la realidad en la que se aplican se pueden tener otras conclusiones. De ahí que la moral práctica que orienta la vida concreta debe evolucionar. Estas líneas no son más que un grano de arena en este proceso de profundización y puesta al día de la moral económica y social.

Referencias

1 Termes, R. Desde la Banca, Pag. 1883, Madrid 1991. (Cfr. A. Argandoña, voz Beneficio, en GER, tomo IV).

2 No esta en contradicción con lo escrito por Santo Tomás, pues éste condena al comerciante "que hace del lucro su último fin" (II—II, q. 77, a. 4 ad 1). El Cardenal Tomás de Vio Cayetano, comentando este mismo artículo opina que el Angélico Doctor considera el comercio lucrativo como un acto humano indifenrete según su "especie", que necesita, por consiguiente de una ulterior determinación en el comerciante, el cual con "finis operantis" ha-ce que su actitud comercial sea buena os mala moralmente (co-mentario de la Summa Theologiae, Ed. Leon. Tomo IX. Roma, 1987, p. 154).

3 Centesimus Annus, 36. 4 Santo Tomás de Aquino, II—II, q. 77, a. 4. 5 Centesimus annus, 35. 6 J. A. Schumpeter, Teoría del desenvolvimiento económico, 34 edi-

ción, México 1963, cap. 4. 7 F. H. Knight, Riesgo, incertidumbre y beneficio, Madrid, 1947,

cap. 5. Recientemente algunos autores prefieren denominar riesgo a las situaciones en que las probabilidades se pueden objetivar, mientras que la incertidumbre se asociaría con las probabilidades sujetivas bayesianas.

8 Centesimus Annus, 32. 9 Ibídem 10 Ibídem, 3 5 .

11 Centesimus annus, 15. 12 M. Zalba, S.I., El precio y sus condiciones principalmente a través

de L. de Molina, en Estudios de Historia Social de España, vol. 1, Madrid 1949, pág. 635.

13 Nell—Breuning, Grundzúge der Bórsenmoral, Friburgo, 1928, p. 41, cfr. Periodica 18 (1929), 7.

14 J. M. Setien, Las leyes económicas de formación de los precios, Scriptorium Victoriense 3 (1956), 73.

15 Centesimus annus, 34. 16 J. Ma. Solozabal, Los precios ante la moral, Revista Fomento So-

cial 20 (1965). 17 Centesimus annus, 32. 18 Shakespeare, Romeo y Julieta, acto V, 16. 19 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II—II. Q. 77, a. 3,

ad. 4. 20 T. de Mercado, Tratos y contratos con mercaderes, edit., p. 29:

"También el comprador está obligado a manifestar al vendedor que le ofrece una mercancía en un precio inferior al justo, el precio correspondiente de la misma; a no ser que dicho conocimiento sea extraordinario".

21 J. M. Solozabal, Aspectos morales de la especulación y del crédito a la especulación. Anales de Moral Social y Económica, 15 (1967), 129—155. Es un trabajos muy interesante sobre esta materia.

22 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, q. 77, a. 2 ad c: "A veces ocurre que el vendedor creen que la especie de su cosa es menos valiosa de lo que realmente es; como si, por ejemplo alguien vende oro por oropel: el comprador en este caso, si se da cuenta, compra injustamente y está obligado a la restitución".

23 Cfr. J. Aspiazu, La moral del hombre de negocios, 2 ' edic., Ma-drid 1952, pág. 197—199, 347—350. También A. Peinador, Moral profesional, 22 edic_, pág. 549—555.

24 A. Lanza—P. Palazzini, Principios de Teología Moral II, Rialp, Madrid 1956, pág. 366.

25 A. Argandoña, V o z mercado en GER, tomo XI. 26 Centesimus annus, 43. 2 7 Ibidem, 48. 28 Sollicitud rei socialis, 36. 29 Ibídem, 3 7 .

30 Centesimus Annus, 36. 31 Cfr. Juan Pablo II, Discurso en Barcelona, 7—XI—1982. 32 Centesimus annus, 15.

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