LA ESTRUCTURA SOCIAL EN PERSPECTIVA. … · pensar el modo en cómo se ha ido reconfigurando la...

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205 LA ESTRUCTURA SOCIAL EN PERSPECTIVA. TRANSFORMACIONES SOCIALES EN ARGENTINA, 1983-2013 * CARLA DEL CUETO Y MARIANA LUZZI * Introducción En este artículo examinaremos las principales transformaciones registradas en la estructura social de la Argentina durante las últimas tres décadas. Uno de los ejes que ha permitido a las ciencias sociales pensar esos cambios es la creciente fragmentación social producida durante el período. En efecto, a partir de los años noventas, diversas investigaciones coincidieron en interpretar los procesos sociales por los que atravesaba el país a partir de la idea de fragmentación social. Este término refería a la profundización de las distancias entre las clases sociales, así como también al aumento de la heterogeneidad observada en el interior de cada una de ellas. Diversos fenómenos daban cuenta de este proceso: el aumento de la pobreza, el deterioro general de las condiciones de trabajo y la ampliación de la brecha existente entre los sectores de mayores y menores ingresos. Pero la fragmentación se expresaba también en la segregación urbana o en la intensificación de la segmentación a través de los consumos, entre otros aspectos. La expresión más acabada de estos procesos fue la crisis del 2001 que representó, desde esta perspectiva, un momento de quiebre y de agudización de la fragmentación. El contexto de recuperación económica y reorientación de la política pública posterior a la crisis nos invita a revisar las categorías que dieron cuenta de las transformaciones sociales en décadas anteriores. El desafío consiste en repensar aquellas categorías o esquemas conceptuales y generar otros nuevos que ayuden a pensar el modo en cómo se ha ido reconfigurando la sociedad argentina en los años recientes. Para la descripción y el análisis de las transformaciones en la estructura social argentina en los últimos treinta años nos apoyaremos en los trabajos que, desde las ciencias sociales, han estudiado los cambios ocurridos en las diferentes dimensiones en torno de las cuales se producen y reproducen las desigualdades sociales. A los efectos de este análisis, retomaremos de los estudios clásicos sobre la estructura social argentina la diferenciación en tres clases -altas, medias y populares 15 . Es nuestra intención, sin embargo, subrayar el carácter ante todo heurístico de esta división tripartita, que no debería ser asumido más allá de su valor analítico 16 . El texto está organizado en tres partes. En la primera se presentan sintéticamente las principales transformaciones que a partir de la recuperación democrática en 1983 tuvieron lugar en la estructura económica y la formulación de las políticas públicas. En la segunda, se analizan los efectos de dichas transformaciones en la estructura social de la Argentina, examinando de modo particular la situación de las tres grandes clases consideradas. Por último, a partir de este recorrido, en las conclusiones se plantean algunos * Este trabajo retoma en parte nuestro libro Rompecabezas. Transformaciones de la estructura social argentina (1983- 2008), Buenos Aires, Biblioteca Nacional/UNGS. * Sociólogas, investigadoras docentes del Instituto de Ciencias de la UNGS. E-mail: [email protected] y [email protected] . 15 Cfr. Germani, G. (1987) Estructura social de la Argentina, Buenos Aires, Solar y Torrado, S. (1994) Estructura social de la Argentina: 1945-1983, Buenos Aires, Ediciones de la Flor. 16 En este sentido, conviene tener en cuenta que la clasificación canónica a la que se alude más arriba, nacida como clasificación erudita, convive y se superpone con aquellas que construyen los actores en sus prácticas cotidianas, mediante las cuales éstos expresan su manera particular de concebir el mundo social, su posición en él y su relación con los otros, elementos que ningún análisis de la estructura social debería soslayar.

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LA ESTRUCTURA SOCIAL EN PERSPECTIVA. TRANSFORMACIONES SOCIALES EN ARGENTINA, 1983-2013*

CARLA DEL CUETO Y MARIANA LUZZI*

Introducción

En este artículo examinaremos las principales transformaciones registradas en la estructura social de la Argentina durante las últimas tres décadas. Uno de los ejes que ha permitido a las ciencias sociales pensar esos cambios es la creciente fragmentación social producida durante el período. En efecto, a partir de los años noventas, diversas investigaciones coincidieron en interpretar los procesos sociales por los que atravesaba el país a partir de la idea de fragmentación social. Este término refería a la profundización de las distancias entre las clases sociales, así como también al aumento de la heterogeneidad observada en el interior de cada una de ellas. Diversos fenómenos daban cuenta de este proceso: el aumento de la pobreza, el deterioro general de las condiciones de trabajo y la ampliación de la brecha existente entre los sectores de mayores y menores ingresos. Pero la fragmentación se expresaba también en la segregación urbana o en la intensificación de la segmentación a través de los consumos, entre otros aspectos. La expresión más acabada de estos procesos fue la crisis del 2001 que representó, desde esta perspectiva, un momento de quiebre y de agudización de la fragmentación.

El contexto de recuperación económica y reorientación de la política pública posterior a la crisis nos

invita a revisar las categorías que dieron cuenta de las transformaciones sociales en décadas anteriores. El desafío consiste en repensar aquellas categorías o esquemas conceptuales y generar otros nuevos que ayuden a pensar el modo en cómo se ha ido reconfigurando la sociedad argentina en los años recientes.

Para la descripción y el análisis de las transformaciones en la estructura social argentina en los últimos

treinta años nos apoyaremos en los trabajos que, desde las ciencias sociales, han estudiado los cambios ocurridos en las diferentes dimensiones en torno de las cuales se producen y reproducen las desigualdades sociales. A los efectos de este análisis, retomaremos de los estudios clásicos sobre la estructura social argentina la diferenciación en tres clases -altas, medias y populares15. Es nuestra intención, sin embargo, subrayar el carácter ante todo heurístico de esta división tripartita, que no debería ser asumido más allá de su valor analítico16.

El texto está organizado en tres partes. En la primera se presentan sintéticamente las principales

transformaciones que a partir de la recuperación democrática en 1983 tuvieron lugar en la estructura económica y la formulación de las políticas públicas. En la segunda, se analizan los efectos de dichas transformaciones en la estructura social de la Argentina, examinando de modo particular la situación de las tres grandes clases consideradas. Por último, a partir de este recorrido, en las conclusiones se plantean algunos

                                                            * Este trabajo retoma en parte nuestro libro Rompecabezas. Transformaciones de la estructura social argentina (1983-2008), Buenos Aires, Biblioteca Nacional/UNGS. * Sociólogas, investigadoras docentes del Instituto de Ciencias de la UNGS. E-mail: [email protected] y [email protected]. 15 Cfr. Germani, G. (1987) Estructura social de la Argentina, Buenos Aires, Solar y Torrado, S. (1994) Estructura social de la Argentina: 1945-1983, Buenos Aires, Ediciones de la Flor. 16 En este sentido, conviene tener en cuenta que la clasificación canónica a la que se alude más arriba, nacida como clasificación erudita, convive y se superpone con aquellas que construyen los actores en sus prácticas cotidianas, mediante las cuales éstos expresan su manera particular de concebir el mundo social, su posición en él y su relación con los otros, elementos que ningún análisis de la estructura social debería soslayar.

 

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interrogantes centrados en los cambios de la última década, a la vez que se sugieren ejes de análisis para incluir en una agenda futura de investigaciones sobre la estructura social.

Treinta años de transformaciones económicas y sociales

La historia de los últimos treinta años estuvo signada por importantes transformaciones en la estructura productiva, las formas de regulación estatal, la dinámica del mercado de trabajo y las políticas sociales, que afectaron fuertemente las condiciones de vida de los argentinos. Este período estuvo jalonado por dos grandes crisis económicas –una en 1989, con la hiperinflación, y otra en diciembre de 2001, con el final de la convertibilidad- que, por su impacto en las relaciones sociales, en el sistema político y por la reorientación del rol del Estado que siguió a cada una de ellas, constituyen grandes inflexiones en la historia reciente de la Argentina.

Durante los años ochentas, la presencia de altos niveles de inflación constituyó uno de los principales

desafíos para la política económica, cuyas consecuencias se advierten en diferentes planos. En un contexto de desempleo relativamente moderado –aunque creciente hacia el final de la década- el problema central para los trabajadores fue la desvalorización de sus ingresos, con una incidencia importante en el aumento de la pobreza. Junto con el control de la inflación, el gobierno de la recuperación democrática debió enfrentar otros dos problemas que heredaba del período dictatorial: la resolución de la crisis fiscal, vinculada con el crecimiento de la deuda externa, y la recuperación del crecimiento económico. En ambos terrenos la gestión de Raúl Alfonsín encaró diversos intentos de solución, con magros resultados. Finalmente, en 1989, el deterioro de la situación económica y la agudización de los conflictos políticos terminaron desembocando en un proceso hiperinflacionario con graves efectos: disminución de los salarios reales, reducción del nivel de actividad, reemplazo parcial de la moneda nacional por el dólar y caída de la recaudación fiscal, lo cual no hizo más que agudizar las crecientes dificultades del Estado para financiar áreas claves del sistema de protección social como la salud, la educación y las jubilaciones y pensiones. Así, las condiciones de vida de la población al inicio de los años noventas mostraban un importante deterioro respecto de la década anterior.

Las dos presidencias de Carlos Menem (1989-1995 y 1995-1999) estuvieron signadas por la

implementación de un vasto programa de reformas de inspiración neoliberal. Después de un nuevo episodio hiperinflacionario en 1990, un pilar fundamental de esas reformas fue la política de estabilización económica, expresada en el Plan de Convertibilidad. Junto con éste se articulaban diferentes medidas tendientes a la desregulación de los mercados y un ambicioso plan de reforma del Estado, que incluía una reforma impositiva de carácter netamente regresivo, la privatización de empresas públicas y del sistema de jubilaciones y pensiones, la reducción del empleo en el sector y un amplio proceso de descentralización administrativa, con especial impacto en las áreas de la educación y la salud.

Rápidamente exitosa como política de estabilización monetaria, la convertibilidad también significó

un alto nivel de vulnerabilidad externa para la economía argentina, cuyos efectos no tardaron en ponerse en evidencia. Al mismo tiempo, las consecuencias del conjunto de estas reformas sobre el bienestar de la población fueron múltiples. En relación con el mercado de trabajo, el aumento del desempleo y el deterioro de la calidad del empleo constituyeron los rasgos más importantes del decenio. La tasa de desocupación pasó del 8,1% de la población activa al comienzo del período al 15,2% en 2001, llegando a 18,5% en 199517. Pese a que en 1992 había sido implementado un seguro de desempleo, su bajo nivel de cobertura en un contexto de desocupación creciente derivó en la implementación masiva de programas sociales destinados a aliviar la situación de los desocupados que, a poco de su creación, llegaron a superar los 200.000 beneficiarios en todo el país (Svampa y Pereyra, 2003: 99)18. El subempleo y el empleo no registrado también aumentaron, a la vez que se observó una creciente dispersión en las remuneraciones de los trabajadores con distintos niveles de                                                             17 Salvo indicación contraria, todos los datos que se citan en este apartado corresponden a las estadísticas oficiales para los períodos considerados. Cfr. www.indec.gov.ar 18 Se trataba de programas designados como “de fomento del empleo”, creados en la órbita del Ministerio de Trabajo de la Nación. Ellos consistían en el otorgamiento de un beneficio en dinero a cambio de una serie de contraprestaciones que incluyen horas de trabajo y formación.

 

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calificación. Como consecuencia de estos procesos, también se elevó considerablemente el grado de inestabilidad laboral, es decir, la alternancia frecuente de períodos de empleo y desempleo, lo que constituyó uno de los rasgos centrales de la década. En lo que respecta a los ingresos, el crecimiento de la pobreza y el empeoramiento de la distribución del ingreso son signos característicos de este período. El impacto de las reformas supuso un crecimiento de la brecha existente entre los más ricos y los más pobres, tal como lo muestran los datos disponibles para el principal distrito del país, el Gran Buenos Aires: mientras que en 1991 los ingresos familiares del 10% más rico de la población eran 21 veces mayores que los del 10% más pobre, en 1999 los primeros eran 31 veces superiores a los segundos (Beccaria, 2001). En cuanto a la pobreza, en 1990, tras los dos brotes hiperinflacionarios, ésta había llegado a alcanzar al 25% de los hogares del Gran Buenos Aires, para ubicarse debajo del 15% en 1994 y llegar al 21% en el año 2000 (Altimir, Beccaria y González Rozada, 2002: 59).

Tras cinco años de recesión, la situación de la economía argentina al promediar el gobierno de Fernando de la Rua –iniciado a fines de 1999- era acuciante. En 2001, con débiles niveles de inversión externa, serias dificultades fiscales y un endeudamiento creciente con el exterior, la crisis del régimen establecido con la convertibilidad resultaba imparable. Tanto sus efectos en el plano político como en las condiciones de vida de la población fueron profundos. El nivel de desempleo trepó al 21,5% en mayo de 2002 y, según datos oficiales referidos al conjunto de los centros urbanos más importantes del país, la pobreza aumentó del 38,3% en octubre de 2001 al 53% en mayo de 2002. En respuesta a estas tendencias, a comienzos de 2003 la cobertura del Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados, lanzado por el gobierno de Duhalde el año anterior con un esquema similar al de los planes de empleo formulados en los años noventas, casi alcanzaba los dos millones de beneficiarios (CELS, 2003). Al mismo tiempo, la devaluación del peso decretada en enero de 2002 trajo aparejado un fuerte aumento de los precios, con el consiguiente impacto sobre el nivel de las remuneraciones. Así, en 2003, el salario real de los trabajadores había disminuido en más del 30% respecto del año anterior (CENDA, 2007).

A pesar de este panorama, la recuperación de la actividad económica después de la crisis de 2001 fue relativamente rápida. Ello se debió, por un lado, al impacto de los cambios en la estructura de precios relativos internos, que favoreció un proceso de resustitución de importaciones y, por otro, al efecto combinado de la devaluación y el aumento de los precios internacionales de ciertos productos de origen agropecuario, que históricamente constituyeron un componente importante de las exportaciones argentinas (Beccaria, Esquivel y Maurizio, 2005). El período posterior a la crisis de 2001 señala entonces importantes avances respecto de algunos de los problemas agudizados en las décadas precedentes. En virtud de la generación de puestos de trabajo a la que la recuperación económica dio lugar durante el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007), hacia fines de 2006 la tasa de desempleo llegó a situarse por debajo del 10% -después de una década por encima de ese umbral (Álvarez, Fernández y Pereyra, 2012). En cuanto a la pobreza, entre 2003 y 2006 el porcentaje de hogares bajo la línea de pobreza se redujo casi a la mitad (Álvarez, Fernández y Pereyra, 2012).

Sin embargo, persistentes niveles de desigualdad continúan marcando profundamente la estructura

social argentina. En cuanto a la situación del mercado de trabajo, el más significativo de ellos es quizás el nivel de empleo no registrado, que a pesar de la tendencia descendente observada desde 2004 cuando representaba el 45% de los asalariados, en 2010 todavía se situaba en torno del 35% de de ese grupo (Álvarez, Fernández y Pereyra, 2012). El impacto de este rasgo es aún más profundo si se considera que está acompañado de una persistente brecha entre los salarios de los trabajadores registrados y no registrados (Cortés, 2012). A la vez, también para 2010 las estadísticas oficiales señalaban que los ingresos familiares del 10% más rico de la población eran casi 30 veces más altos que los del 10% más pobre, indicando un elevado grado de polarización social (Gaggero y Rossignolo, 2011).

Por último, a la hora de analizar el modo en que se estructuraron las desigualdades sociales a lo largo

del período estudiado, resulta importante considerar también cuál fue la respuesta de las políticas públicas frente a las transformaciones que hemos descripto. Tal como lo ha señalado la literatura al respecto, es posible hablar de un cierto desfasaje entre los cambios ocurridos a nivel de la estructura social y las representaciones y sentidos que continuaron siendo dominantes acerca de la sociedad argentina (Minujin y Kessler, 1995; Kessler y di Virgilio, 2008). A mediados de la década de 1980 aún persistía con fuerza la imagen de la excepcionalidad

 

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argentina en el contexto latinoamericano, visión que llevaba a pensar a la pobreza como un fenómeno transitorio, que sería superado una vez que se resolvieran las dificultades económicas y políticas del momento. Si bien algunos cambios en este terreno comenzaron a observarse a lo largo de esa década, con la definición de nuevas formas de medir la pobreza y la implementación de políticas sociales específicas para los sectores más necesitados (que incluían por primera vez en la historia nacional la distribución de alimentos), la instalación de la pobreza como núcleo de la cuestión social se produjo recién en los años noventas, de la mano de la difusión de políticas sociales focalizadas, destinadas a atender las necesidades de la población considerada más vulnerable.

Fue recién en el último lustro que el modelo de la focalización comenzó a ser cuestionado desde la

formulación de las políticas sociales. En 2009, la creación de la Asignación Universal por Hijo (AUH) -que extiende los beneficios del sistema de asignaciones familiares a los trabajadores no registrados y los desocupados- constituyó el primer avance en este sentido dentro del universo de las políticas de combate de la pobreza. Un movimiento similar puede observarse en la implementación, algunos años antes, del Plan de Inclusión Previsional, que permitió el acceso a la jubilación de aquellos grupos de trabajadores que no habían logrado reunir los aportes necesarios para jubilarse. Sin embargo, tal como señalan algunas investigaciones, en el caso de la AUH sus prestaciones no logran alcanzar todavía a una parte de los sectores vulnerables, lo cual constituye un límite a la universalidad buscada (Cortés, 2012). En este sentido, pese a las transformaciones observadas, la definición de políticas que contribuyan efectivamente, desde una perspectiva de satisfacción de derechos universales, a un mejoramiento en la distribución de los ingresos, continúa siendo un desafío mayor de la política social en la Argentina. Transformaciones recientes de la estructura social argentina

Las clases populares

Durante el siglo XX el trabajo fue un eje central para construir categorías que dieran cuenta del universo

de los sujetos populares en la Argentina. Sin embargo, en las últimas décadas, este eje poco a poco fue desplazado por uno nuevo: el de la pobreza. Este desplazamiento se expresa en los cambios de las políticas sociales y las identidades políticas y en el interés de las ciencias sociales por estudiar un fenómeno poco explorado hasta entonces.

Entre las principales transformaciones de las clases populares en la Argentina durante el período,

podemos mencionar tres ejes: las transformaciones en el mundo del trabajo, el proceso de territorialización de los sectores populares y la multiplicación de expresiones e identidades culturales.

En los años 1980, el mercado de trabajo argentino se caracterizó por un crecimiento moderado de la

desocupación, junto con un aumento de los empleados en el sector servicios y de los trabajadores por cuenta propia, el incremento del trabajo en negro y la disminución del poder de compra de los salarios como resultado de los procesos inflacionarios. En la década siguiente, junto con el desempleo crecieron las ocupaciones asalariadas, lo cual constituye un dato llamativo, ya que en contextos de alto desempleo suele ser el sector informal el que se expande, convirtiéndose en un refugio ante la desaparición de puestos de trabajo en el sector formal de la economía. Dos tercios de esos puestos asalariados creados correspondieron a empleos de jornada parcial. Por otra parte, se acentuó la tendencia del trabajo en negro, que representaba las tres cuartas partes del aumento de la ocupación, y se produjo un deterioro general de las condiciones de trabajo. Como consecuencia de todas estas transformaciones se produjo también un aumento de la inestabilidad laboral. Por último, se profundizó la brecha entre las remuneraciones de los más y los menos calificados19.                                                             19 Cabe señalar que estos cambios produjeron una pérdida de protagonismo de las organizaciones sindicales, al tiempo que surgieron nuevas formas de representación que buscaban generar canales alternativos a los tradicionales dentro del movimiento obrero. Al respecto puede consultarse sobre la experiencia de la CTA el trabajo de Martín Armelino (2005). Para la experiencia gremial de trabajadores precarizados durante la última década puede consultarse el trabajo de Barattini (2013).

 

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Tras la crisis de 2001, la informalidad llegó a superar el 20%, mientras que en 2003 alcanzó al 49% de

los asalariados. Estas tendencias contrastan con lo observado en la última década en la cual el desempleo descendió a un rango que oscila entre el 7 y el 8%, la informalidad laboral se redujo 16 puntos hasta estabilizarse en alrededor del 33% desde 2011. Dentro de este fenómeno general de recuperación del empleo se destaca el intenso proceso de asalarización: el total de asalariados aumentó desde 2003 un 40%. En 2011 alcanzó a casi 12 millones de personas, lo que representa un 75,5% de la PEA, porcentaje superior al registrado a mediados de los años setenta (Etchemendy, 2013; Palomino y Dalle, 2011). Los grupos de ocupaciones que experimentaron mayor crecimiento fueron los obreros calificados de la industria y de servicios básicos asociados, que incluyen actividades relacionadas con la industria manufacturera, la construcción, el transporte, almacenamiento, comunicaciones, electricidad, gas y agua. Le sigue en crecimiento el grupo de los empleados administrativos. Por ello Palomino y Dalle (2011) afirman que el crecimiento económico que impulsó la expansión del empleo en este período se vinculó tanto con el núcleo de la clase obrera como actividades vinculadas con las clases medias. A su vez durante la última década se registra una mejora del salario real promedio, aunque sin superar los promedios de los años noventas (Feldman, 2013).

Durante los años 1990, la pérdida de relevancia del trabajo como eje principal de la experiencia de parte

de las clases populares llevó a lo que diversos análisis coincidieron en denominar la territorialización de los sectores populares (Merklen, 2005, Cerruti y Grimson, 2005, Svampa, 2005). Este proceso consiste en una mayor delimitación geográfica de gran parte de las actividades de los habitantes de los barrios populares. La vida social se circunscribe a los límites de los barrios, en los que proliferan organizaciones que dan respuesta a las distintas necesidades de sus habitantes. Ya no es el trabajo, sino más bien el territorio, el eje que organiza la vida de los individuos. Por otra parte, como resultado del aumento de los niveles de desocupación en la década de 1990, se evidencia una modificación en las demandas de estos actores, que pasaron de centrarse en la cuestión de la vivienda –eje de sus reclamos en los años ochentas- a la del trabajo. Este repliegue sobre el barrio no puede ser entendido si no se incorpora al análisis el modo en que se implementaron las políticas sociales desde el Estado, que a partir de los noventas pasaron a definirse como focalizadas.

Así, una de las primeras consecuencias del proceso de territorialización fue que el barrio surgió como un

espacio natural de acción y organización, al mismo tiempo que como objeto de las políticas estatales, ahora focalizadas y descentralizadas. Este proceso, que ha sido uno de los fenómenos más novedosos del período y como tal ha concitado el interés de las ciencias sociales, no se verifica en todos los barrios populares por igual. Sin embargo, son escasas las investigaciones dedicadas a estudiar los barrios obreros en los que continuó observándose un alto grado de actividad fabril, de modo que los cambios ocurridos en aquellos grupos que mantuvieron empleos formales quedan en cierto modo ocultos (Varela, 2009). Por otro lado, el cambio en la orientación de las políticas sociales de los últimos años, tendientes a la universalidad (como la Asignación Universal por Hijo o Plan de Inclusión Previsional) plantean interrogantes con respecto a la reconfiguración de la organización de las clases populares.

En el plano cultural, distintas investigaciones han dado cuenta de la creciente fragmentación y

diversidad en las expresiones culturales e identificaciones que desplegaron las clases populares durante el período.

Dentro de las expresiones musicales, el rock barrial o “rock chabón” es una manifestación

cultural surgida hacia fines de los ochentas. Esta música se identifica con la experiencia de quienes fueron víctimas de un proceso de desmantelamiento del mundo del trabajo. Diversos estudios (Semán y Vila, 1999; Semán, 2005) señalan que el “rock chabón” es una producción novedosa dentro del rock nacional. Más ligado a los sectores populares que a las clases medias, este subgénero no significó únicamente una ampliación de las bases sociales, demográficas y culturales del rock. También implicó escuchas diferentes de lo previo y produjo narrativas que consolidaron identidades a partir de diversas figuras como los ladrones, la cerveza, las barras, el barrio, entre otras. Otro fenómeno asociado al anterior fue la futbolización del rock. Mientras en la década de 1970 futbol y rock se encontraban en las antípodas, en los años noventas los jugadores compartían gustos con los

 

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rockeros y estos últimos se identifican con el fútbol. El valor del “aguante”20 que está presente en diversas expresiones populares comunica éticamente a hinchadas de fútbol y grupos de fans musicales. A su vez se establece una nueva relación entre “productores” y “receptores”. Durantes los años noventas, con la convertibilidad y la sobrevaloración del peso, la importación de equipos resultaba accesible; esto permitió un amplio acceso a instrumentos y la proliferación de bandas. Los grupos de “rock chabón” se inspiraron en el éxito de las producciones independientes que resistían a las grandes empresas discográficas, como por ejemplo Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Precios más accesibles permitieron el acceso a los espectáculos no sólo de los sectores populares sino también de hijos de familias de clase media empobrecida.

Otra expresión musical ligada a prácticas de escucha y baile dentro de la cultura popular es la cumbia.

Malvina Silba (2011) señala en un estudio sobre la cumbia en la Argentina que si bien esta música se conecta con otros géneros populares, también es necesario tener en cuenta que su difusión y expansión se produce gracias a la intervención de las industrias culturales. Durante los años ochentas se produjo una consolidación de la “movida bailantera” en circuitos de locales bailables en el área metropolitana de Buenos Aires. A principios de la década de 1990 la cumbia bailantera se pone de moda y sus principales exponentes se codean con el establishment argentino. Así, la fiesta menemista unía en una especie de ficción igualitaria a políticos, artistas del espectáculo y bailanteros, mientras que la realidad social mostraba que las jerarquías se mantenían intactas (Pujol, 1999)21. En el cambio de siglo surge la cumbia villera22. Este subgénero planteaba una serie de rupturas con la forma que la cumbia había asumido en el pasado. Por un lado, incorporó nuevos ritmos musicales como el rap y el hip-hop. Por otro lado, las letras del sub-género villero introducían nuevos temas como el relato de delitos menores, consumo y tráfico de estupefacientes y relaciones conflictivas con la policía (Silba, 2011). En este sentido, el contenido de las letras también incluía la referencia sexual explícita con un fuerte componente sexista. Semán y Vila (2011) analizaron las tensiones de género, de fuerte contenido sexual, en la cumbia villera. Según su estudio, existen elementos que dan cuenta del temor de los varones en relación con la transformación del papel de la mujer en los sectores populares. Con esa expresión refieren a la aparición de personajes femeninos que adoptan definiciones de su rol que no encajan ni en las expectativas masculinas ‘tradicionales’ ni en las formas típicas de liberación femenina. Silba señala que en paralelo con el cambio en la tematización de las letras, los nombres de las bandas que surgían aludían a escenarios de la delincuencia y el tráfico y/o consumo de drogas23. Luego del auge de la cumbia villera y frente a la necesidad de captar nuevos públicos, Silba señala que, durante la última década el campo musical de la cumbia experimentó nuevas transformaciones. Principalmente se trató de un regreso a las fuentes con el surgimiento de una nueva oleada de cantantes románticos que mantenían sus looks villeros.  

 Finalmente, en cuanto a la religiosidad de las clases populares un dato significativo de los últimos 30

años ha sido la expansión del pentecostalismo, que marca una novedad con respecto a la tradicional hegemonía del catolicismo. Pablo Semán (2006) señala que el crecimiento de los grupos evangélicos entre los sectores populares, se debe en gran medida a su capacidad para movilizar y combinar supuestos culturales preexistentes de grupos sociales afectados por diversas formas de pobreza. El autor incorpora al análisis el nivel de las representaciones y experiencias religiosas que articulan solidaridades y prácticas que recorren las más diversas situaciones de precariedad. Los pastores y las iglesias pentecostales logran recoger y encarnar varios ejes de tradiciones religiosas, por ejemplo, al entrecruzar elementos del catolicismo con las prácticas de                                                             20 En la idea de aguante están relacionadas el cuerpo, la violencia y la masculinidad. Hay diversos estudios que han trabajado sobre esta noción algunos de los más actuales pueden consultarse en Alabarces y Rodríguez comps. (2008). 21 Entre los clásicos bailanteros se encuentran Ricky Maravilla, Pocho “La Pantera”, Alcides, Miguel, Daniel Lezica, Lía Crucet, Gladys “La Bomba Tucumana”, entre otros. 22 Silba (2011) destaca que un dato significativo del fenómeno de la cumbia villera es que la mayoría de sus ejecutantes así como parte del público tenían en común que eran varones jóvenes, pertenecían a los sectores populares urbanos y habitaban barrios populares o villas miserias. 23 Algunos de los nombres de esos grupos son Pibes Chorros, Flor de Piedra, Yerba Brava, Damas Gratis, Meta Guacha, Eh! Guachín, Flashito Tumbero, SupermerK2, La Base Musical y La Repandilla.

 

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los curanderos. Los elementos provenientes de un universo religioso previo que no encontraban formas de institucionalización y legitimación adecuadas sí lo hacen en el marco del pentecostalismo. Así, la expansión de éste se produce gracias a su capacidad para ofrecer una opción religiosa que da continuidad a los supuestos culturales de las clases populares en canales institucionales legítimos.

Los fenómenos antes señalados describen así un nuevo escenario en el cual las identidades se

multiplican y se manifiestan de manera cambiante, centradas en la subjetividad de individuos.

Las clases medias

Tendencias de la movilidad social A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, las ciencias sociales latinoamericanas encontraron en el

desarrollo de las clases medias uno de los signos más claros de la excepcionalidad argentina en el contexto regional. En efecto, en ese período, al calor de la industrialización, del crecimiento y la complejización del aparato estatal y de las políticas activas del Estado en la provisión de servicios básicos –esencialmente educación y salud- una parte importante de las clases populares argentinas experimentó un proceso de movilidad social ascendente cuyo corolario fue la consolidación de una clase media relativamente robusta en relación con la de otros países de la región (Germani, 1963).

Pese a la fuerte heterogeneidad que históricamente signó a estos grupos, la tendencia a la movilidad

social ascendente –o la confianza depositada en ella- operó como un poderoso elemento aglutinador de las clases medias, al tiempo que definía el horizonte de expectativas de quienes se situaban por debajo de ellas en la estructura social.

En este escenario, las transformaciones registradas en la estructura económica y las modalidades de

intervención del Estado desde mediados de los años setentas, con la llegada al poder del gobierno militar (1976-1983), marcaron un viraje importante. La bibliografía que analiza las transformaciones operadas en la estructura social argentina en este período coincide en señalar que hacia el fin de la dictadura, dos rasgos resultan característicos: por un lado, la consolidación de un proceso de polarización social, visible en un empeoramiento de la distribución de los ingresos; por otro, el aumento y la creciente heterogeneidad de la pobreza en la Argentina (Murmis y Feldman, 1993). Inciden en esto dos fenómenos: la caída generalizada de los salarios reales en diferentes grupos de ocupaciones y el aumento de la dispersión salarial entre categorías de trabajadores. Se hace visible entonces una “nueva pobreza”, la de aquellos sectores recientemente empobrecidos, dotados de recursos en términos de saberes, habilidades, disposiciones y de relaciones sociales notablemente más ricos que los de los grupos tradicionalmente considerados pobres.

La pauperización de las clases medias que se observa entre la década de 1980 y comienzos de la de

1990 puede explicarse por distintos procesos y situaciones que afectan las trayectorias familiares y personales. Pero más allá de la heterogeneidad de trayectorias, algunas características comunes sobresalen en la experiencia del empobrecimiento de los sectores medios en este período. En primer lugar, las respuestas defensivas de estos grupos frente a la pauperización tienen un carácter familiar, que raras veces se vuelve colectivo. En segundo lugar, se trata de una forma de la pobreza que se busca ocultar de la mirada de los otros y se mantiene dentro del ámbito de las relaciones más cercanas. En tercer término, esta relativa invisibilidad de la situación de los nuevos pobres se ve reforzada por el hecho de que la nueva pobreza está ausente de la agenda pública. De esta manera, los nuevos pobres se encuentran en una situación de desprotección social, que se ve reforzada por el hecho de que su empobrecimiento significa no sólo el deterioro de sus condiciones de vida sino también, en términos más generales, el derrumbe de la promesa de igualdad de oportunidades en que la clase media argentina había creído desde mediados del siglo XX (Minujin y Kessler, 1995; Kessler, 2000).

Desde el punto de vista del impacto de este proceso en la configuración de la estructura social, uno de

los elementos más importantes es que, como señalan varios trabajos, los nuevos pobres conforman un “estrato híbrido”. Si bien se asemejan a la población pobre en cuanto a su nivel de ingresos, su inserción en el

 

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mercado de trabajo y su acceso a la protección social, comparten con los sectores medios otros rasgos, como el nivel educativo y la composición de la familia (Minujin y Kessler, 1995). Esto determina la definición de estrategias particulares frente a la situación de pobreza, en las cuales el capital cultural y social de que disponen las familias cumplen un rol central. Ahora bien, como ha demostrado Kessler (2000), la experiencia de la pauperización supone también la incertidumbre sobre la capacidad para valorizar los recursos acumulados en el pasado. Dicho en otros términos, el capital cultural y social producto de una determinada trayectoria familiar, educativa y laboral en cuyo horizonte no se encontraba la pobreza, no necesariamente es válido en el contexto definido por el empobrecimiento.

Ahora bien, a medida que la caída de la clase media se consolidaba como una tendencia persistente, las

características de las experiencias de empobrecimiento fueron mutando. Así, mientras que las investigaciones que habían dado cuenta del fenómeno a comienzos de la década de 1990 subrayaban que se trataba de un tipo de pauperización vivido “puertas adentro”, quienes estudiaron el fenómeno hacia el final de la década encontraron algunas transformaciones dignas de ser señaladas. En primer término, a lo largo de los años noventas se observó una creciente difusión de la categoría de “nuevos pobres” y de los relatos sobre la pauperización de la clase media, que paulatinamente fueron dejando el campo académico para permear los discursos cotidianos e instalarse en la discusión pública. En segundo lugar, esta mayor visibilidad del fenómeno también se registró en otros niveles. La experiencia de los clubes de trueque, círculos de intercambio de bienes y servicios que funcionan sin la mediación del dinero (primero bajo la forma del trueque en sentido estricto, y luego con la utilización de una moneda local), es un buen ejemplo de ello24.

Así, cuando el cimbronazo de la crisis de 2001 volvió a empujar hacia abajo a las fracciones más

vulnerables de las clases medias, el impacto de la caída estuvo acompañado por una mayor conciencia de sus consecuencias. A diferencia de lo que sucedía dos décadas atrás, la movilidad social descendente ya no era un fenómeno sin precedentes en la Argentina; al contrario, era una experiencia que había dejado huellas profundas en muchos hogares. Esas marcas eran, en varios sentidos, un aprendizaje. Por un lado, hacían posible la formulación de nuevos modos –individuales y también colectivos- de enfrentar la pobreza; por otro, revelaban el carácter inestable de trayectorias vitales que, décadas atrás, habían sido pensadas como un movimiento lineal hacia el progreso.

Las tendencias observadas tras la recuperación económica iniciada en 2003 justifican que se preste

particular atención a la inestabilidad como tendencia. Estudios recientes señalan que en la última década se observan elevados niveles de movilidad social, con predominio de los movimientos ascendentes sobre los descendentes (Dalle, 2009; 2011). Pero al mismo tiempo, esos trabajos indican que en ambos tipos de movimientos es la movilidad de corto alcance la que prima, confirmando así la desaparición del que había sido un rasgo distintivo de la estructura social argentina en el pasado (la movilidad social intergeneracional de larga distancia, aquella que describía las trayectorias de los hijos de la clase obrera que llegaban a ocupar posiciones de clase media) (Dalle, 2011).

La movilidad social ascendente de corta distancia refiere a movimientos entre segmentos de clase

adyacentes, cuyos efectos en términos del mejoramiento de las condiciones de vida deben ser examinados con cautela. Por un lado, porque la evolución general de los puestos de trabajo, sus retribuciones y su prestigio social puede hacer que se trate de una movilidad espuria, en la que el pasaje a ocupaciones de mayor calificación no supone necesariamente un mejoramiento del bienestar (Kessler y Espinoza, 2007; Palomino y

                                                            24 Creados a mediados de la década de 1990 y postulados como la base de una economía alternativa, los clubes de trueque fueron poblados inicialmente por sectores medios empobrecidos que encontraban en ellos una manera de acceder a ciertos consumos de los que habían debido prescindir. Pero fundamentalmente, la participación en estos clubes significó la oportunidad de encontrarse con otras personas que atravesaban procesos de empobrecimiento similares, así como también con aquellos que, provenientes de los sectores populares, experimentaban un deterioro creciente de sus condiciones de vida. Así, poco a poco, la pobreza “puertas adentro” traspuso el umbral del espacio privado y comenzó a mostrarse públicamente (González Bombal, 2001, Leoni, 2003; Luzzi, 2005).

 

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Dalle, 2012). Por otro, porque el corto recorrido de esos movimientos podría volverlos también más fácilmente reversibles.

En este sentido, los cambios registrados en la última década permiten confirmar que, como señala

Gabriel Kessler (2011) lo que en su momento pudo ser observado como trayectorias descendentes, en el largo plazo se configura más bien como trayectorias inestables, marcadas por fases de caída y recuperación, cuyas consecuencias en la configuración de las desigualdades sociales aún deben ser exploradas.

La segregación socioespacial como expresión de las transformaciones de las clases medias

La atención puesta sobre las trayectorias inestables no debería llevarnos a olvidar a las fracciones de

las clases medias que, tanto en la década de 1990 como, más recientemente, en los últimos años, protagonizaron trayectorias de ascenso social. Sobre todo en los años noventas, esta fragmentación dentro de las clases medias tuvo su correlato en los modelos de socialización y en la difusión de nuevos estilos residenciales, como las urbanizaciones cerradas.

La difusión de countries y barrios privados comienza a fines de la década de 1970, pero el boom se produjo

durante la década de 1990, decae en 2001 y luego, con el crecimiento económico del país a partir de 2003, recibe un nuevo impulso. Este proceso comenzó relativamente tarde en comparación con otras ciudades de la región, pero en poco tiempo tuvo un crecimiento importante. Según Fernández et al. (2010), en la actualidad existen 540 urbanizaciones cerradas en las que residen 50.000 familias. En total comprenden una superficie de aproximadamente 500 km2 que es equivalente al doble de la superficie de la Ciudad de Buenos Aires.

Durante gran parte del siglo XX, las clases medias, si bien heterogéneas desde su inserción ocupacional,

constituyeron un colectivo con una relativa homogeneidad cultural. Esta homogeneidad tiende a quebrarse a mediados de la década de 1990, por un lado, como resultado de los procesos de movilidad social descendente ya mencionados; y, por otro, por la existencia de trayectorias inversas experimentadas por otras franjas -más reducidas- de las clases medias. Como ha señalado Svampa, (2001), estas nuevas formas residenciales ponen en evidencia la desarticulación de formas de sociabilidad y modelos de socialización en los que se basó una cultura relativamente más igualitaria que había caracterizado a la Argentina en el pasado.

Así, los countries y barrios cerrados pusieron al descubierto la consolidación de una estructura de

relaciones más rígida y jerárquica, ya que estos tipos urbanos asumen una configuración que afirma la fragmentación social, acentuada por la lógica de la espacialización de las relaciones sociales. Los protagonistas de esta nueva forma de habitar son justamente las clases medias, caracterizadas históricamente por su “vocación” integradora. A su vez, el desarrollo de estos emprendimientos inmobiliarios se vio acompañado por la instalación de instituciones educativas, únicamente privadas, destinadas a residentes de urbanizaciones privadas, que reforzaron la segmentación ya existente. Entre las características principales de las nuevas formas de sociabilidad generadas en estas urbanizaciones, se destaca la creciente homogeneidad de los círculos sociales, propia de las clases altas, que constituyó una novedad en el caso de las clases medias en ascenso. Tal como han mostrado distintas investigaciones, en estos espacios se produce una integración social “hacia arriba” en el marco de la red socioespacial compuesta por urbanizaciones cerradas, centros comerciales y colegios privados (del Cueto, 2007). Así, quienes eligen este nuevo estilo de vida circulan por espacios en donde rige la homogeneidad social y en donde las relaciones se establecen con los que se consideran semejantes. Esto se expresa en los diferentes ámbitos por los que circulan los protagonistas de la segregación espacial. La urbanización es uno de estos espacios, allí pueden participar de las distintas comisiones en donde se organiza la vida interna, pueden practicar algún deporte o desenvolverse en la vida social en las distintas actividades recreativas que se promueven. Los circuitos comerciales, shoppings y multicines ubicados en las grandes vías de circulación cercanas a las urbanizaciones cerradas son otros de estos ámbitos. Por último, los colegios privados radicados en las zonas de countries, que forman parte de una oferta educativa novedosa, constituyen también un espacio de integración de las familias, ya que la vida escolar de los hijos implica una serie de actividades y eventos en los que participan los padres. En suma, estos espacios tienden a configurar nuevos grupos de pertenencia en donde -a diferencia de lo que sucedía con las clases medias en el pasado,

 

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cuando el cruce social era posible- lo que rige es la vinculación con los semejantes dando por resultado un modelo de socialización homogéneo.

Las clases altas

En nuestro país, el extenso desarrollo de las investigaciones de las ciencias sociales acerca de las clases

populares y medias contrasta con la persistente escasez de trabajos sobre la composición y características de los sectores altos o dominantes. Así, muy poco es lo que sabemos, por ejemplo, acerca de los estilos de vida, los consumos culturales, la religiosidad o las prácticas políticas de estos grupos sociales. A lo largo de las tres últimas décadas, la mayor parte de las investigaciones sobre las clases altas se han concentrado en el análisis de los comportamientos de los grupos empresarios o de la relación entre éstos y el poder político, dejando de lado toda preocupación por un examen de las clases altas que excediera el mundo de las empresas y de las organizaciones que representan a los diferentes sectores económicos (como la Sociedad Rural Argentina, la Unión Industrial Argentina o las asociaciones de bancos, entre otras). Más recientemente, algunos trabajos han comenzado a llenar esta ausencia, sobre todo en lo que se refiere al estudio de las trayectorias educativas de las élites (Ziegler y Gessaghi, 2012), de ciertas categorías ocupacionales –como los managers (Luci, 2011)- o de la caracterización sociodemográfica de los sectores de más altos ingresos (Benza y Heredia, 2012). Sin embargo, el estudio de estas fracciones de la estructura social continúa siendo una asignatura en buena medida pendiente para las ciencias sociales locales (Benza y Heredia, 2012; Heredia, 2011).

Una de las constataciones que recorre toda la literatura reciente sobre las clases altas en la Argentina es

el progresivo aumento de la concentración de la riqueza observado a lo largo de los últimos treinta años. Esto se observa tanto en el nivel de la distribución del ingreso, que entre 1980 y 2001 mostró una fuerte tendencia regresiva (Altimir, Beccaria y González Rozada, 2002; Benza y Heredia, 2012), como en el de la concentración de la propiedad del capital, tal como lo muestran los datos disponibles para todos los sectores de la economía (Basualdo y Arceo, 2006).

De acuerdo con las conclusiones de varios trabajos, durante el primer gobierno de la era

democrática se observan continuidades importantes con la política económica de la dictadura, las cuales contribuyen a un aumento de la concentración del capital en manos de grupos económicos nacionales y de algunas empresas transnacionales que se benefician de transferencias de recursos públicos por parte del Estado. Pese a las importantes rupturas existentes en otros aspectos respecto del período dictatorial, el gobierno radical continuó en la segunda mitad de los años 1980 con diferentes políticas que, desde mediados de los años 1970, venían contribuyendo a la consolidación de la fracción más concentrada del empresariado local. Los mecanismos básicos a través de los cuales el Estado transfirió recursos públicos a la cúpula empresaria privada fueron los programas de capitalización de deuda externa, los subsidios a la inserción en el mercado externo, el establecimiento de precios preferenciales para las empresas proveedoras o prestadoras de servicios al Estado y los subsidios propios de las políticas de promoción industrial (Castellani, 2006).

Este proceso de concentración continuó profundizándose a lo largo de la década siguiente. Durante el

gobierno de Menem, las privatizaciones de las empresas de servicios públicos contribuyeron a la reconfiguración del sector empresario, haciendo desaparecer a las empresas estatales y creando las condiciones para la generación de beneficios extraordinarios para las empresas adjudicatarias, que operarían en condiciones casi monopólicas.

Al mismo tiempo, las políticas de desregulación económica aplicadas en el período acentuaron la

desindustrialización que se venía observando desde la dictadura militar. Algunas ramas de la industria, como la producción textil, de juguetes y de bienes de capital, fueron especialmente afectadas por la política de apertura económica implementada desde comienzos de los noventas. En total, el proceso tuvo como saldo mayores niveles de concentración en el sector y la disminución del peso de las pequeñas y medianas empresas en el conjunto de la producción industrial (Aronskind, 2001).

 

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En este contexto, y en continuidad con el proceso que había comenzado a gestarse a mediados de la década de 1970, fue el sector servicios el más favorecido por estas transformaciones. Dentro de él, el sector financiero constituye una de las expresiones más claras de la tendencia hacia la concentración, redoblada por el peso creciente que en él fue adquiriendo el capital extranjero a lo largo de la década de 1990 (Aronskind, 2001).

Tal como sucedió con los sectores secundario y terciario, también el sector primario estuvo atravesado

por importantes mutaciones durante los años noventas, tendencia que se hizo aún más visible luego de la crisis de 2001. En efecto, desde mediados de la década pasada se advierte el desarrollo de lo que muchos autores han llamado “nuevas tramas productivas” en el agro, que modificaron profundamente el modelo tradicional de organización de la producción en el sector (Gras y Hernández, 2009; Bidaseca y Gras, 2010). El nuevo modelo se caracteriza por la articulación entre innovación tecnológica y producción agrícola, la cual define la utilización de nuevos cultivos (semillas transgénicas) y nuevas modalidades de siembra (la siembra directa), al tiempo que permite la expansión de los cultivos a regiones anteriormente consideradas marginales para este tipo de producción (como Santiago del Estero o Salta). El caso más emblemático de estas innovaciones, gracias a las cuales el sector agroalimentario recibe un fuerte impulso en el período, es el de la producción sojera.

En cuanto a las consecuencias de esta concentración de la riqueza en la redefinición de las pautas de

consumo y los estilos de vida de las clases altas, se observa cómo se amplía todavía más la brecha que separa a estos grupos del resto de la sociedad, no sólo en términos de ingresos sino también de consumos y estilos de vida.

Tradicionalmente, el comportamiento de las clases altas argentinas se caracterizó por la

constitución de círculos homogéneos, la búsqueda de una sociabilidad exclusiva y excluyente. Ya desde comienzos del siglo XX los viajes al exterior constituyeron un elemento de distinción para las clases altas, en los cuales se afirmaba su cosmopolitismo, el contacto con la “alta cultura” y su participación en redes de sociabilidad con los miembros de las elites europeas. Estos rasgos contribuyeron a construir un estilo de vida de las clases altas que estuvo vigente durante gran parte del siglo XX, operando a la vez como el horizonte de prácticas culturales y de consumos al cual aspiraban las clases medias. Este comportamiento fue particularmente evidente durante la década de 1990, cuando la estabilidad económica hizo posible el acceso de una parte de las clases medias a prácticas y consumos anteriormente reservados a los sectores socioeconómicos altos. Esta tendencia, observada durante la vigencia del plan de convertibilidad, se revirtió en buena medida durante la crisis de 2001 y en el período inmediatamente posterior, cuando la distancia en términos de ingresos entre ambos sectores volvió a ampliarse. Esto se expresa entre otros fenómenos en los viajes al exterior, que por efecto de la devaluación dejaron de ser accesibles para una parte importante de quienes antes viajaban y por un tiempo volvieron a ser patrimonio exclusivo de los sectores de más altos ingresos. Así puede observarse en los datos de la Encuesta de turismo internacional realizada por la Secretaría de Turismo de la Nación, que registra que mientras que en 2001 fueron 850.000 las personas que viajaron al exterior por vacaciones, en 2004 esta cantidad había disminuido a la mitad y en 2006 llegaba a 480.000 personas. Al tiempo que la economía se recuperaba, el comportamiento de las franjas de alto nivel adquisitivo se fue consolidando. En 2004, fuentes periodísticas indicaban que la contratación de paquetes turísticos de alto nivel (Europa, Caribe, centros de ski) había crecido un 50% respecto del año anterior. El viaje al exterior como signo de status volvía entonces a tener la importancia que había tenido en el pasado. Datos más recientes muestran algunos cambios respecto de este tipo de consumos. Mientras en 2004 viajaron desde Ezeiza 180.000 personas a Estados Unidos y Canadá, de los cuales 60 mil declararon como motivo “vacaciones”, en 2012 viajaron 440 mil, de los cuales 315 mil lo hicieron por vacaciones. Al mismo tiempo, también aumentó la venta de automóviles de lujo. Para citar un ejemplo de una marca de alta gama como Audi: mientras en 2003 se vendieron 463, en 2011 se vendieron 5253 (Bustos, 2013).

 

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La recuperación de la actividad económica posterior a la crisis fue, como vimos, promisoria, pero no

por ello benefició a toda la población por igual. Según señalan diversos estudios, el repunte del consumo que se inicia a finales de 2003 y se consolida en los años subsiguientes, estuvo impulsado por los sectores de más altos ingresos. Así, mientras en febrero de 2005 las compras en supermercados eran todavía inferiores a las registradas en diciembre de 2001, las ventas en los shoppings habían aumentado un 30% en relación con el mismo año. Del mismo modo, el impulso que recibieron las actividades agropecuarias después de la crisis de 2001, como resultado de la confluencia de la devaluación del peso y del alza de los precios internacionales de ciertos productos, supuso importantes márgenes de ganancia para los productores y los propietarios de las tierras involucradas, prosperidad que en parte se volvió visible en las áreas rurales pero sobre todo fuera de ellas (Manildo, 2012). Así, numerosas transformaciones se observan en el paisaje de algunas ciudades intermedias de la región pampeana, donde se desarrollan emprendimientos inmobiliarios y se registran niveles y modalidades de consumo que resultaban impensables años atrás. En cuanto a las grandes ciudades, Gorelik (2006) observa en Buenos Aires, luego de la crisis de 2001, un espectacular proceso de valorización inmobiliaria liderado por la emergencia de las “torres-country”. Este tipo residencial forma parte -junto con los countries y barrios cerrados- de la lógica de consolidación de “bolsones de riqueza” propia de los años noventas, que no están integrados a la trama urbana. Ambos tipos residenciales constituyen un ejemplo más de la profundización de la fragmentación que se produce en la ciudad25.

Conclusiones

La fragmentación social, en el sentido de un aumento de las distancias entre los grupos sociales -y entre

distintas fracciones dentro de los mismos- y el progresivo deterioro de las condiciones de vida de grandes capas de la población ha sido la clave dominante en buena parte de los estudios que analizaron los cambios acaecidos en la estructura social argentina a lo largo de los veinte años que siguieron al fin de la dictadura militar.

Más recientemente, algunos trabajos han comenzado a revisar esas hipótesis, si no para refutarlas, al

menos para complejizar la mirada sobre procesos que, examinados a la luz de distintas temporalidades, presentan más matices de los que aquellas visiones permitían advertir (Benza y Calvi, 2005; Benza y Heredia, 2012; Dalle, 2011; Kessler, 2011; Semán y Vila, 2011).

La perspectiva que inauguran estas investigaciones resulta particularmente fecunda en este momento en

que, tras una década signada por la recuperación económica y la reformulación de una parte importante de las políticas que habían imperado en la década de 1990 -cuyo origen se remonta a mediados de la década de 1970-, se vuelve imperioso preguntarse acerca de cuáles son las categorías más pertinentes para pensar los cambios más recientes de la estructura social.

En esta línea, uno de los interrogantes que se destaca es hasta qué punto los cambios operados en la

última década han sido capaces de revertir aquellos efectos de fragmentación social y profundización de las desigualdades que las ciencias sociales tan bien subrayaron a finales de la década de 1990. En efecto, así como en diferentes áreas es posible advertir un notable mejoramiento de ciertos indicadores claves, en otras el progreso es menor o directamente no existen indicios de verdaderos cambios en las tendencias que se habían forjado en un contexto de ajuste estructural.

Respecto de esto último, parece posible pensar que mientras algunas de las transformaciones operadas

como consecuencia de las reformas neoliberales resultan relativamente reversibles –aunque no lo sean todos sus efectos- otras mutaciones han impactado de un modo más durable en la forma en que se configuran las relaciones sociales, dando lugar a fenómenos más persistentes. De modo que no se trata únicamente de procesos que, a través de políticas públicas, puedan revertirse, sino que a través del tiempo, los distintos                                                             25 A estas transformaciones urbanas pueden sumarse las viejas fábricas refuncionalizadas en complejos habitacionales de lujo. Para el análisis de un caso particular en el barrio de Saavedra ver del Cueto y Neuburguer (2011).

 

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grupos sociales modificaron sus lógicas, sus intereses y su conformación. Esto vuelve más complejas las posibilidades de revertir procesos que fueron consecuencias de años de ajuste. Por ejemplo, los procesos de segregación socioespacial de los sectores altos y medios altos, que son relativamente recientes en nuestro país pero más antiguos en otros países de la región, constituyen una marca de los años noventas que difícilmente puedan revertirse completamente. “Los countries llegaron para quedarse” afirmaba Maristella Svampa en pleno proceso de expansión de urbanizaciones privadas. Del mismo modo, la lógica de movilización signada por la territorialización de los sectores populares es otro proceso significativo del período cuya complejidad difícilmente pueda revertirse con políticas públicas que apunten aisladamente a una única dimensión de la vida social.

En cuanto a los cambios observados a lo largo de la última década, sobresale sin dudas el mejoramiento

del empleo, tanto en lo que se refiere a la disminución del desempleo como al avance de la asalarización y la recuperación de los salarios, aunque subsistan problemas importantes en este campo, sobre todo en lo referido a la dificultad para reducir el empleo en negro, que disminuyó de manera sostenida en los últimos años, y para acortar la brecha entre las remuneraciones de hombres y mujeres (Alvarez, Fernández y Pereyra, 2012; Etchemendy, 2013, Cortés, 2012; Palomino y Dalle, 2012). Estas transformaciones no han sido ajenas a un proceso de progresiva re-regulación de las relaciones laborales, en el que se destaca la derogación de algunos de los mecanismos de flexibilización laboral sancionados en los años noventas, la extensión de las negociaciones colectivas de trabajo -que entre 2003 y 2007 crecieron casi un 70% respecto de los convenios establecidos entre 1991 y 2001 (Senén González et al., 2010)- y una mayor regulación de los sectores más vulnerables del mercado de trabajo –como las trabajadoras domésticas y los trabajadores rurales. Tal como señalan distintas investigaciones, si bien estas políticas han producido una recuperación importante respecto de la situación del empleo en la crisis de 2001 y aún respecto de la década de 1990, resulta difícil concluir una completa reversión de los efectos producidos en este campo por las políticas implementadas desde la dictadura militar (Alvarez, Fernández y Pereyra, 2012; Marticorena, 2011). Sin embargo, justo es advertir que los cambios observados en la última década, en los que se combina una creciente vitalización de la actividad sindical con una mayor intervención en las relaciones laborales por parte del Estado, plantean condiciones más favorables para la capacidad de negociación de los trabajadores y, en términos más generales, para un impulso en el mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores populares (Marticorena, 2011; Feldman, 2013).

Ahora bien, más allá de las continuidades y las rupturas señaladas, otro de los interrogantes que se

plantea en el presente refiere a cuáles son las novedades que, en la última década, la reconfiguración de las relaciones económicas y las orientaciones de la política pública introdujeron en la estructura social de la Argentina. Entre los múltiples registros que abarca esta pregunta, dos cuestiones merecen ser destacadas. Por un lado, cuáles son los efectos de la relevancia creciente que adquiere el consumo, en un contexto de reactivación económica basada en el impulso del mercado interno. A lo largo de la última década, y como consecuencia tanto de procesos locales como de transformaciones observadas a nivel mundial, se ha observado un importante aumento del consumo, aún por parte de los sectores más vulnerables. Esta tendencia encierra múltiples paradojas: entre ellas, que mientras por un lado es indicativa del acceso a formas de bienestar antes ausentes, por otro expresa nuevas vías de producción y reproducción de las desigualdades –por ejemplo, por medio de los procesos de sobreendeudamiento a los que suele estar asociado el consumo de las familias más pobres (Kessler y Merklen, 2013). Cuánto y cómo impactan entonces estos cambios en la estructura social constituye un importante terreno de exploración hacia el futuro. Por otro lado, cabe preguntarse también por las consecuencias que las importantes transformaciones registradas en el agro –uno de los pilares de la recuperación económica posterior a la crisis de 2001- han tenido sobre el territorio y las población rural del país. ¿Cómo afectaron a las diferentes regiones del país y a los equilibrios existentes entre ellas? ¿De qué manera influyeron en la estratificación social de las regiones productoras de soja? ¿Cuánto y de qué manera incidieron en los procesos de movilidad social observados dentro y fuera de esas zonas? Estas preguntas, que se ubican hoy en el centro de interés de un gran número de investigaciones, constituyen sin duda un eje fundamental para pensar las nuevas tendencias que atravesaron a la estructura social argentina en la última década.

 

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En esta misma línea, es posible interrogarse por las consecuencias de transformaciones en el plano jurídico, como por ejemplo el matrimonio igualitario o la ley de identidad de género, en las cuales el Estado reconoce por primera vez los derechos de grupos de diversidad sexual. Cuáles podrían ser las consecuencias de la conquista de estos derechos en las relaciones de desigualdad es otro de los desafíos que se presenta para análisis futuros.

A lo largo de estas páginas nos propusimos poner en perspectiva los procesos más importantes que

contribuyeron a definir la forma y las dinámicas de la estructura social de nuestro país durante de los últimos treinta años. Para ello, identificamos los momentos que marcaron puntos de inflexión, lo cual nos permitió dar cuenta de las continuidades y las rupturas que cada uno de ellos abría respecto del pasado. Pero también nos interesó señalar los interrogantes que los cambios operados en la última década plantean hacia el futuro, y los desafíos que ellos suponen para comprender el modo en que se configuran hoy las desigualdades sociales en la Argentina.

P O I É S I S – REVISTA DO PROGRAMA DE PÓS-GRADUAÇÃO EM EDUCAÇÃO – MESTRADO – UNIVERSIDADE DO SUL DE SANTA CATARINA

Unisul, Tubarão, v. 7, n. 12, p. 256 - 273, Jun./Dez., 2013. By Zumblick

Esta obra está licenciada sob uma Licença Creative Commons.

BENEFICIÁRIAS ASIGNACIÓN UNIVERSAL POR HIJO: CARACTERÍSTICAS E LIMITAÇÕES DE SUA PARTICIPAÇÃO NO MERCADO DE TRABALHO1

Patricia Davolos2

RESUMO Este trabalho analisa mudanças e continuidades em condicionantes e padrões de comportamento de um conjunto de mães beneficiárias da Asignación Universal por Hijo, após começar a receber esta política de transferência condicionada de renda. O estudo situa-se no município de La Matanza e combina duas estratégias de análise: um diagnóstico da estrutura e dinâmica sócio territorial, e um estudo qualitativo a partir de uma amostra intencional formada por 66 entrevistas semiestruturadas em lares beneficiários da AUH em quatro bairros carentes do município. Esta articulação analítica permitiu conectar uma narrativa dos comportamentos individuais como expressão das opções e encruzilhadas típicas nas quais se encontram inseridas as mães beneficiárias. O trabalho discute o efeito desta política na participação econômica das mulheres e em quais dimensões esta transferência contribui para ampliar o horizonte de opções e na tomada de decisões.

Palavras-chave: Asignación Universal por Hijo; Política de Proteção Social; Mercado Laboral; Mães beneficiárias.

BENEFICIARY MOTHERS OF THE ASIGNACIÓN UNIVERSAL POR HIJO: CHARACTERISTICS AND CONSTRAINTS OF THEIR PARTICIPATION IN THE LABOR MARKET

ABSTRACT This paper analyzes changes and continuities in the determinants and in behavior patterns of a group of beneficiary mothers of the Asignación Universal por Hijo, after starting to apperceive this conditional cash transfer policy. The research is located in the municipality of La Matanza and combines two methodological strategies: an assessment of the socio-territorial structure, and a qualitative study based on a purposive sample consisting of 66 semi-structured interviews of the AUH beneficiary households in four township slums. This methodology linked individual behavior as an expression of typical options and crossroads where percipient mothers are embedded. The paper discusses the effect of this policy on the economic participation of women and over what dimensions this transfer helps to expand the horizon of choices.

Keywords: Asignación Universal por Hijo; Social Protection Policy; Labor Market; Beneficiary Mothers.

LAS PERCEPTORAS DE LA ASIGNACIÓN UNIVERSAL POR HIJO: CARACTERÍSTICAS Y CONDICIONANTES DE SU PARTICIPACIÓN EN EL MERCADO LABORAL

RESUMEN

1 Una versión preliminar del trabajo fue presentada en el 13 Congreso de Aset, realizado en Agosto de 2013 en la

ciudad de Buenos Aires. 2 Socióloga, Universidad de Buenos Aires; Magister en Ciencias Políticas IDAES Universidad de San Martín;

Doctoranda en Ciencias Sociales Universidad de Buenos Aires.

LAS PERCEPTORAS DE LA ASIGNACIÓN UNIVERSAL POR HIJO

Patricia Davolos

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Poiésis, Tubarão. V. 7, n. 12, p. 256 - 273, Jun. /Dez. 2013. http://www.portaldeperiodicos.unisul.br/index.php/Poiesis/index

Este trabajo analiza cambios y continuidades en los condicionantes y patrones de comportamiento de un conjunto de madres perceptoras de la Asignación Universal por Hijo, luego de comenzar a percibir está política de transferencia condicionada de ingresos. El estudio se sitúa en el municipio de La Matanza y combina dos estrategias de análisis: un diagnóstico de la estructura y dinámica socioterritorial, y un estudio cualitativo a partir de una muestra intencional conformada por 66 entrevistas semi estructuradas a hogares beneficiarios de la AUH en cuatro barrios carenciados del municipio. Esta articulación analítica permitió conectar una narrativa de los comportamientos individuales como expresión de las opciones y encrucijadas típicas en las que se encuentran insertas las madres perceptoras. El trabajo discute el efecto de esta política en la participación económica de las mujeres y en que dimensiones esta transferencia contribuye a ampliar el horizonte de opciones y de toma de decisiones.

Palabras Claves: Asignación Universal por Hijo; Política de Protección Social; Mercado Laboral; Madres Perceptoras.

Presentación

Este trabajo analiza las formas de vinculación de las madres perceptoras de la

Asignación Universal por Hijo (AUH) con el mercado de trabajo, donde el peso que tienen en el

conjunto las mujeres jóvenes de bajo nivel educativo resulta altamente significativo. El estudio

profundiza en los determinantes de esta vinculación, deteniéndose en observar si se registran

cambios a partir de la implementación de la mencionada política de transferencia condicionada

de ingresos a los hogares.

A lo largo de toda América Latina encontramos diferentes Programas de

Transferencias de Ingresos Condicionadas (PTIC). La AUH nace en Argentina a finales de 2009

como parte de estos programas, si bien es posible establecer importantes diferencias en lo que

hace a sus características, alcances y criterios de elegibilidad entre otros aspectos. Esta política

se diferencia de las intervenciones focalizadas típicas de los años noventa en argentina

diseñadas en el marco de reformas en la regulación del mercado de trabajo, reducción del

empleo y reducción del gasto en la seguridad social. Pero también establece diferencias con

otros PTIC existentes en países de la región dirigidos a hogares definidos por su situación de

pobreza o extrema pobreza. La particularidad del caso, es que está definida como una política

de inclusión que consiste en la extensión del cobro de asignaciones familiares -al que accedían

sólo los trabajadores formalizados- a todos los trabajadores más allá de su condición de

LAS PERCEPTORAS DE LA ASIGNACIÓN UNIVERSAL POR HIJO

Patricia Davolos

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Poiésis, Tubarão. V. 7, n. 12, p. 256 - 273, Jun. /Dez. 2013. http://www.portaldeperiodicos.unisul.br/index.php/Poiesis/index

registración. Universalizar el acceso a este derecho, morigera la reproducción de desigualdades

definidas a partir de la inserción en el mercado de trabajo. La AUH se implementa en una fase

de expansión de la económica y del empleo y no requiere de una contraprestación laboral para

su percepción, por lo cual resulta relevante observar si el aumento en los ingresos del hogar ha

modificado en algún sentido los incentivos laborales de las perceptoras. Ya sea favoreciendo

transiciones hacia la inactividad o a una disminución del tiempo de su participación, o

contrariamente, estimulando el levantamiento de “barreras” alentando una intensificación o

mejoramiento en las condiciones de participación.

Específicamente la AUH está dirigida a todos los menores de 18 años (incluidas las

embarazadas) cuyos padres o tutores se encuentren desocupados, se desempeñan en la

economía informal como asalariados, cuenta propias o en el servicio doméstico, y perciban

remuneraciones inferiores al Salario Mínimo Vital y Móvil. Esta transferencia –que privilegia la

titularidad femenina- se entrega a cambio del cumplimiento de compromisos relacionados con

la asistencia a la escuela de los menores, el control periódico de la salud para la primera infancia

y el cumplimiento del calendario de vacunación obligatorio. El 80 por ciento del monto total de

esta transferencia se percibe mensualmente mientras que el 20 por ciento restante se acumula

y es puesto a disposición una vez al año cuando se demuestran cumplidas las condicionalidades.

El estudio se llevó adelante en el segundo semestre de 2011 en cuatro barrios

carenciados situados en el municipio más populoso del conurbano bonaerense (La Matanza) a

partir de una muestra intencional conformada por 66 entrevistas semi-estructuradas a hogares

beneficiarios de la AUH. Las entrevistas fueron realizadas a las madres perceptoras.

La indagación se centra en poblaciones cuya estancia en la pobreza no es novedosa

y que por tanto vienen acumulando desventajas en el más largo plazo. A pesar del cambio de

dinámica que ha experimentado el país en la última década -expresada en indicadores sociales

relativos al mercado de trabajo, la cobertura educativa, la distribución del ingreso-, estos

hogares conformaron el núcleo donde el entrelazamiento y persistencia de carencias entre

generaciones estableció serias limitaciones a la capacidad de modificar sus trayectorias de vida

y por tanto su salida de la situación de pobreza.

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Patricia Davolos

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Otra de las características que define a estos hogares -al menos segunda generación

que persiste en la pobreza y se encuentra concentrada en barrios urbanos carenciados-, es la

relación precaria de sus miembros con el mercado laboral. Es decir, que si bien la reproducción

cotidiana de estas familias no depende únicamente ni centralmente de la AUH, la misma cumple

un papel fundamental tanto por su peso en el presupuesto total de los hogares como también

por la seguridad de su percepción.

El marco de discusión

Las decisiones de las mujeres respecto al trabajo remunerado y su dedicación al

trabajo doméstico están mediadas por una serie de factores y motivaciones que en

oportunidades favorecen y otras obstaculizan su participación en la fuerza laboral.

Dentro de la literatura existen diversas interpretaciones (CORTES, 1995) que colocan

el énfasis explicativo de estos comportamientos alternativamente en: el papel de la institución

familiar, la dinámica de la acumulación y en la demanda de las firmas, y en las formas de

intervención del estado a través de las políticas de protección social y formas específicas de

regulación laboral.

Especialistas en la temática vienen planteando largamente la existencia de tensiones

cruzadas entre el ámbito productivo y reproductivo sobre todo para aquellas mujeres que

proceden de los sectores de menores ingresos y bajo nivel educativo –como las que son objeto

de esta indagación-, y cuya particularidad es su presencia fluctuante en el mercado de trabajo

(CROMPTON, 2009; MOLYNEUX, 2007; DE LA ROCHA, 2005; CERRUTTI, 2000; JELIN y FEIJOO,

1980 entre otros).

Los estratos o subculturas de clase reflejan diferente tipo de cadenas de movilidad

en el mercado laboral, que vinculan los ámbitos productivo, reproductivo y de vida cotidiana

como portadoras de una determinada socialización producto del pasaje por una gama

delimitada de instituciones como la escuela, la familia, o la vecindad (PIORE, 1973).

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La implementación de la AUH renueva los debates en torno a los posibles efectos

que los programas de transferencias tendrían sobre una desincentivación de la participación

laboral o sobre la entrada en relaciones laborales formalizadas para no perder la trasferencia

(GROISMAN et al 2011; LO VUOLO y AGUIRRE, 2011; BECCARIA y MAURIZIO, 2010; GARGANTA y

GASPARINI, 2012; CALABRIA et al, 2010; RODRÍGUEZ ENRÍQUEZ, 2009).

Cecchini y Madariaga (2011) sostienen que la mayoría de los perceptores de los PTIC

a lo largo de América Latina, evidencian una baja probabilidad de inserción en el mercado de

trabajo formal, fundamentalmente porque la salida a un empleo informal sigue siendo la vía

más factible para gran parte de estos hogares. En este sentido, los patrones de comportamiento

de los hogares no resultan decisiones individuales aisladas de sus miembros sino que deben

interpretarse en el marco del número limitado y característico de puestos de trabajo que

determinados colectivos son proclives a ocupar de acuerdo a la segmentación que funciona en

el mercado laboral.

El entrelazamiento de desigualdades y carencias tanto en el ámbito productivo

como en el reproductivo establece limitaciones importantes a la libertad o capacidad de

modificar el plan o trayectoria de vida de los hogares y de los individuos que las padecen,

situación que tiende a reproducirse en la generación siguiente (de no mediar eventos

significativos). Se van estableciendo de este modo patrones generales de movilidad entre los

trabajadores de cada segmento del mercado en función de la clase social a la que pertenecen.

Las características del contexto local

A lo largo de la década del noventa y primeros años del nuevo siglo el municipio de

La Matanza -donde se sitúa el trabajo de campo- experimento un deterioro en las condiciones

de vida y trabajo de sus habitantes aún más pronunciado que lo que mostraban los inéditos

guarismos nacionales, constituyendo el marco de nacimiento de vigorosos movimientos

desocupados que signaron la conflictividad social de esa etapa.

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Durante la última década, y acompañando la dinámica nacional, el municipio exhibe

un notable mejoramiento general en las condiciones sociales de su población. 3

Cuadro N 1: Pobreza4, tasa de desocupación y empleo no registrado para el total aglomerados urbanos

y Municipio de La Matanza 2004 y 2010

2004 2010

Pobreza total (personas) 40,2% 9,9%

Pobreza la Matanza (personas) 56,0 % 17,4%

Desempleo total (14 años y más) 12,0% 8,4%

Desempleo la Matanza (14 años y más) 22,5% 9,4%

Empleo no registrado total 44,0% 34,6%

Empleo no registrado la Matanza 67,0% 37,4% Fuente: ECVLM 2010, EPH 2010

Pero el cambio positivo en las condiciones generales que experimentó el municipio

durante la última década siguió recreando en su estructura tres grandes áreas territoriales o

cordones altamente distinguibles entre sí por su composición social y uniformes en su

conformación interior.

Cuadro 2: Tasa de desempleo, asalariados sin descuento, cuenta propia sin aportes, pobreza e

indigencia según área territorial 2010 para la población de 14 años y más

Tasa de desempleoAsalariados sin descuentos

Cuenta propia que no aportan

Pobreza (ind.) Indigencia (ind.)

Área 1 6,9 22,3 79,1 4,7 0,8

Área 2 11,1 39,0 62,6 13,4 2,4

Área 3 11,8 50,0 90,1 28,9 10,5 Fuente: ECVLM 2010

La calidad del empleo (asalariados sin descuento y cuenta propia que no aportan)

establece diferencias notorias entre áreas, y se corresponde con tasas de pobreza e indigencia

también desiguales. El peso de los trabajadores de la construcción y el servicio doméstico sin

3 Los datos cuantitativos sobre las características y dinámica del municipio están extraídos de los informes

realizados por Alberto SANCHÍS y Gabriel VIÚ basados en una encuesta anual representativa de hogares (ECVLM) que los citados autores dirigen. 4 La pobreza esta medida con la metodología de línea de pobreza del Indec. Dadas las discusiones alrededor del

índice de precios para medir pobreza, este indicador se utiliza sólo a los fines de poder comparar su evolución en el tiempo y con la dinámica nacional.

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descuentos sociales en el área 3 se contrapone con el peso de actividades de comercio,

industria y financieras en el área 1 con niveles de registración marcadamente más elevados.

De esta forma, obtenemos como resultado que en la área 3 el 26% de los hogares

recibe AUH, en la zona 2 el 21% de los hogares y en la zona 1 es beneficiario menos del 7% de

los mismos.

Cuadro 3: Distribución de los ocupados según rama de actividad y según áreas territoriales según área

territorial 2010

RAMA DE ACTIVIDAD TOTAL

AREA

1 2 3

Total 100,0 100,0 35,2 27,5 37,4

Industria 18,9 100,0 29,2 31,1 39,7

Comercio 18,8 100,0 38,0 23,6 38,3

Construcción 11,5 100,0 20,9 26,0 53,2

Servicio Doméstico 6,8 100,0 19,6 34,4 46,0

Activ. Financieras 6,7 100,0 46,9 24,0 29,1

Otras 37,3 -- -- -- --

Fuente: ECVLM 2010.

Para fines de 2010 el 30% de los menores de 18 años del municipio percibían AUH.

Medido por hogares, aquellos que perciben al menos una AUH representan el 17,5% de los

hogares del municipio5. Respecto a la cobertura alcanzada a nivel local, la AUH estaba llegando

a un año de su implementación al 67% de los menores elegibles a nivel municipal, mientras que

a nivel nacional conseguía extenderse al 73%.6 Para ese mismo año, la encuesta de condiciones

de vida del municipio consigna que esta transferencia tuvo un efecto positivo en el corto plazo

en términos de reducción de la desigualdad. De no haberse implementado la AUH el ingreso

promedio del 20% de los hogares de mayores ingresos sería diez veces más alto que el del 20%

5 En el total nacional los hogares que reciben al menos una transferencia representan el 18,5% del total (tomado de

GROISMAN et. al., 2011). 6 Según cálculos de la Subsecretaria de Políticas de Seguridad Social (2011), este beneficio debería alcanzar a 4,8

millones de niños, niñas y adolescentes, quedando todavía alrededor de un millón trescientos mil menores no cubiertos.

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más pobre. Computando el aporte de los ingresos que produce esta transferencia la brecha

entre unos y otros se reduce a 8,5 veces.

Características de los barrios y los hogares entrevistados

El estudio se realizó en barrios con características que se corresponden con la zona

3. La población entrevistada está conformada por núcleos obreros en declive debido al proceso

de desindustrialización y crecimiento dramático del desempleo producido en décadas previas7,

y por familias trabajadoras insertas en la economía informal, el autoempleo urbano de más

larga data (procedentes mayormente del rubro de la construcción), o provenientes de

migraciones del sector rural de llegada más reciente al conurbano.

En los hogares entrevistados -teniendo presente que por definición todos poseen

menores- se encontró un promedio de personas por hogar elevado (5,5), y una presencia

promedio de menores de 18 años también elevada en términos comparativos (2,8) 8. Producto de

maternidades a temprana edad el subuniverso de mujeres madres muy jóvenes -menores de 25

años- constituye una porción significativa de las entrevistadas, siendo el promedio de edad de las

entrevistadas entre los 30 y 35 años donde la edad de la primer maternidad entre ellas

raramente supera los 20 años. Estas mujeres madres conforman hogares nucleares (con pareja

conviviente) con hijos en aproximadamente la mitad de los casos. El resto son hogares

extendidos9 (con y sin núcleo completo) y monoparentales de jefatura femenina. Cuando el

núcleo del hogar es incompleto son mujeres las que están a cargo del mismo, mientras que

cuando el núcleo está completo la jefatura masculina es casi excluyente.

7 Se tomó como referencia además de la ocupación de la entrevistada, la trayectoria laboral del padre y del

cónyuge de la entrevistada. Se encontraron entre las familias entrevistadas que entre la generación anterior había ex obreros metalúrgicos, de frigoríficos y del calzado, sectores industriales de importancia en el distrito que sufrieron numerosos cierres de establecimientos durante los años noventa. 8 El tamaño medio de los hogares que reciben transferencias a nivel nacional es de 4,9 y la cantidad de hijos

promedio es de 2,3 (tomado de GROISMAN et. al, 2011). 9 Hogar extendido, corresponde a los hogares nucleares más otros parientes, o a los monoparentales con otros

parientes además de los hijos.

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Un indicador del clima educativo en los hogares, el cual tiene incidencia en las

posibilidades ocupacionales tanto como en la probabilidad de permanencia de las nuevas

generaciones en la escuela, lo constituye el nivel educativo de los jefes y cónyuges. La mayoría de

ellos sólo llegó a completar hasta el nivel primario (74%), el 65% no ingresó nunca a la escuela

media y sólo algo más del 10% logro terminar este nivel. En promedio en América Latina los jefes

de los hogares beneficiarios alcanzaron 5,5 años de estudio y más del 70% no pasaron de la

educación primaria (STAMPINI y TORNORELLI, 2013).

Los hogares entrevistados perciben 2,5 AUH en promedio. 10 Esta transferencia tiene

un impacto significativo sobre sus presupuestos, representando un aumento promedio de

alrededor del 30% de los ingresos monetarios mensuales totales de los hogares. Un dato que

otorga indicios de su centralidad, es que para 21 hogares (un tercio del total) la AUH resulta la

entrada más importante y la mayoría valora en forma relevante la seguridad de la percepción.

Según la encuesta de condiciones de vida del municipio, los ingresos familiares del

total de hogares indigentes en promedio se elevaron un 52% gracias a la AUH, mientras que para

los hogares pobres significa un aumento promedio del 23%. Estos datos nos permiten ubicar a los

hogares entrevistados como pobres no indigentes. Coincidentemente con ello, se observa que la

mayoría de los hogares entrevistados se concentra entre el borde superior del quintil más bajo

de ingresos del municipio y el segundo quintil.

Además de la AUH y de los ingresos provenientes por el trabajo de los miembros del

hogar, un aporte adicional para estos hogares lo constituyen los planes alimentarios (Plan Más

Vida y Plan de Seguridad Alimentaria) que son una transferencia monetaria de imputación

específica.11 El 80% de los hogares entrevistados percibe uno o ambos planes alimentarios

(ambos planes totalizan o equivalen al 75% del valor total de una AUH). La concurrencia a

10 El monto total de una AUH para el momento en que se realiza el estudio (agosto 2011) es de 220$ equivalente a

53 U$D. 11

Los destinatarios son familias con niños menores de 14 años, embarazadas, discapacitados y adultos mayores en condiciones socialmente desfavorables y menores con vulnerabilidad nutricional. La ejecución se realiza mediante la implementación de tarjetas magnéticas a las que el Estado transfiere dinero para la compra exclusiva de alimentos sólo en comercios habilitados. Estos planes entregan entre $65 y $100 por familia (según el caso estos montos equivalen a alrededor de un tercio de una AUH, o a dos tercios de una AUH en caso de recibir ambos planes). Este aporte no ha sido computado en el cálculo de los ingresos monetarios totales de los hogares.

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comedores comunitarios y/o el retiro de viandas, resulta ser un hecho mucho más eventual de lo

que fue en el pasado.

Las perceptoras de la AUH y el trabajo remunerado

Algo más de la mitad de las madres entrevistadas se encontraba inserta en

ocupaciones remuneradas al momento de la entrevista. Los datos relevados muestran la

precariedad de estas ocupaciones y las escasas opciones con las que cuentan para vender su

fuerza de trabajo y generar fuentes de ingresos. Estos ingresos complementarios o principales –

dependiendo de su posición en el hogar- tienen su fuente en el mercado no formal de la

economía, no siempre bajo la forma asalariada, muchas veces como autoempleo en actividades

de subsistencia y en parte importante resultan producto de la inserción en otros programas

sociales.

Cuadro 5: Inserción de las mujeres ocupadas

Autoempleo Asalariadas Servicio domestico

Programa Argentina Trabaja

% dentro de las mujeres ocupadas entrevistadas

17% 22% 28% 33%

Cantidad de horas promedio trabajadas por semana

38hrs 41hrs 24,5hrs 20hrs

Ingreso promedio por hora trabajada

3$ 10,5$ 12$ 15$

Representación en horas de trabajo semanales del ingreso percibido por AUH *

45,8hrs 13,1hrs 11,4hrs 9,2hrs

* Cantidad AUHs promedio percibidas por estos hogares dividido el ingreso horario para cada inserción Fuente: elab. Propia.

El primer dato que sobresale es que el subgrupo más importante dentro de las

perceptoras ocupadas está conformado por mujeres insertas en el “Programa de Ingreso Social

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con Trabajo” (“Argentina Trabaja”). 12 Estas mujeres trabajan media jornada en el propio barrio

o en su defecto en algún barrio cercano y perciben un ingreso horario que en términos

comparativos con los trabajos o empleos del resto de las mujeres perceptoras ocupadas

entrevistadas resulta ser el más elevado. 13

En el contexto de los barrios –y más allá de las redes políticas que median para el

acceso-, el impacto de este programa resulta indudable si se comparan sus características con

las oportunidades habituales que en el mercado son ofrecidas a estas mujeres. Además de la

relación positiva que observan entre dedicación horaria, ingresos percibidos, y un ámbito de

trabajo cercano al hogar, las entrevistadas aprecian el contenido del trabajo y las relaciones que

se establecen con los compañeros de trabajo. Estas últimas son percibidas como solidarias, a la

vez que consideran que el trabajo que realizan en las cooperativas contribuye a mejorar la

calidad de vida en sus barrios.

El subconjunto que sigue en importancia está compuesto por las mujeres que

trabajan en el servicio doméstico generalmente con una dedicación de media jornada o sólo de

algunos días en la semana. El resto de las mujeres madres entrevistadas perciben ingresos del

autoempleo o son asalariadas (en comercios como almacenes u operarias del calzado). Dentro

de este último grupo (“asalariadas”), se incluyeron también a las mujeres que trabajan en sus

domicilios con la modalidad conocida como “trabajo a destajo” cuya remuneración se pacta con

base a la cantidad de unidades o labores efectuadas. En los casos entrevistados las mujeres

trabajan como armadoras de bolsas, costureras, bordadoras, apareadoras de calzado u otros

artículos de marroquinería14. La característica de estos empleos es que además de no acceder a

beneficios sociales implican largas jornadas de trabajo y dada la baja retribución por

12 Con los datos disponibles, no es posible saber si estas mujeres provenían de la inactividad o estaban ocupadas en

otras actividades cuando se incorporan al Programa, ya que si bien su implementación data del mismo año que la AUH es previo a la misma. 13El Programa Argentina Trabaja está destinado a personas sin ingresos formales, ni prestaciones de pensiones, jubilaciones nacionales, ni otros planes sociales (a excepción de la AUH y los planes de seguridad alimentaria) y promociona la creación de trabajo a través del cooperativismo. La reglamentación establece que los beneficiarios trabajen 20 horas semanales y al momento de la entrevista percibían $1200 (U$D 284), equivalente a 5,5 asignaciones. 14

Aparar es coser las piezas de cuero u otro material que compone al zapato para unirlas y coserlas después con la plantilla y suela.

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producto/labor incitan a un alto rendimiento o productividad de las trabajadoras. 15 En algunos

casos, las mujeres son propietarias de la maquina necesaria para hacer el trabajo (overlockistas,

apareadoras).

Finalmente, se agrupan aquellas mujeres en el autoempleo. Pero según los datos

obtenidos en las entrevistas, el autoempleo resulta la inserción más desventajosa (a pesar de las

dificultades para poder medir ingresos por persona y cantidad de horas trabajadas en estas

ocupaciones). Se agruparon aquí aquellas mujeres feriantes, revendedoras desde el hogar de

artículos diversos (ropa, cosméticos, artículos de limpieza), emprendimientos de preparación de

comidas –en especial de panadería- en venta ambulante, y finalmente a quienes atienden

pequeños kioscos o almacenes que funcionan en un ambiente o espacio del propio hogar.

Muchos son emprendimientos familiares donde colaboran en diversas tareas otros miembros

de la familia y en particular los hijos menores (éstos últimos realizan trabajos de limpieza y

acondicionamiento del local/pieza donde se realiza la actividad, venta, distinto tipo de

mandados o trámites, etc.). En estos casos resulta difuso y con imprecisiones calcular ingresos y

horas trabajadas, ya que en la mayor parte de los casos son emprendimientos que funcionan en

el hogar resultando difícil distinguir o separar el trabajo productivo del reproductivo, además de

que se cuenta con el trabajo de familiares sin un salario. En este conjunto la dedicación de las

mujeres al trabajo se divide entre aquellas que dedican solo algunas pocas horas o algunos días

de la semana a vender productos de forma ambulante, en puestitos ad hoc en el propio barrio o

en ferias cercanas y aquellas que están dedicadas full time (a la vez que alternan con las tareas

domésticas) como quienes tienen armado un kiosco o almacén en sus hogares con venta al

público.

El 60% de las mujeres trabajaban dentro de los márgenes del barrio donde habitan o

en sus domicilios (en muchos casos sin horario fijo), algo más del 30% lo hace en otros barrios

de la Matanza y menos del 10% llega a trabajar en la capital (en el servicio doméstico). A

diferencia, entre los cónyuges, solo un tercio trabaja en el barrio y el resto en parte iguales lo

15 El contrato de trabajo a destajo pacta una remuneración en base a la cantidad de unidades que el trabajador

realice en una jornada determinada. La empresa o el patrón minimizan los costos laborales, pagando efectivamente lo producido y no los tiempos muertos.

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hace en otras localidades de la Matanza o fuera del distrito, siendo la ocupación mayoritaria el

trabajo en la construcción.

Un hallazgo significativo es que no se ha encontrado entre las madres diferencias

importantes en el número de horas trabajadas semanalmente si se las desagrega de acuerdo a

la edad de sus hijos (aunque se registra un mayor número de perceptoras no jefas inactivas con

hijos menores de 5 años). Aquellas que tienen largas jornadas dedicadas al trabajo remunerado

son en general perceptoras que trabajan en el domicilio y pueden alternar con el trabajo y el

cuidado domestico: mujeres que trabajan a destajo o que tienen un emprendimiento en el

domicilio como kiosco, almacén de comidas, etc.

Las formas de vinculación y la dedicación al trabajo remunerado están fuertemente

enlazadas por una distribución desigual del cuidado que coloca a estas madres en un lugar casi

exclusivo. Como se viene sosteniendo en numerosos estudios sobre el tema, en los sectores de

menores recursos el trabajo doméstico femenino compensa la falta o insuficiencia de servicios

de cuidados accesibles para estos hogares, y al escaso acompañamiento de los cónyuges

hombres en las tareas atinentes al cuidado de sus hijos (en oportunidades

suplementado/complementado por los hijos adolescentes).

En los barrios trabajados, los relatos de las madres otorgan ciertas claves para

pensar que su centralidad en la dinámica del hogar no se circunscribe sólo o fundamentalmente

a la primera infancia de los hijos. Los relatos advierten sobre los escasos soportes con los que

cuentan frente a lo los peligros cotidianos de la “calle” en vecindades que albergan complejos

entramados que las entrevistadas referencian recurrentemente como de “riesgos”,

“inseguridades”, “violencias”. La adolescencia constituye un punto central en la vida de los

hogares, y las madres plantean la necesidad de una presencia cercana para garantizar –por

ejemplo- que sus hijos concurran a la escuela con cierta continuidad.

Cambios y continuidades a partir de la AUH

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En la mayor parte de los hogares no se registran cambios en la relación que tenía la

perceptora de la AUH con el mercado laboral antes de su percepción (pasajes de la actividad a la

inactividad o viceversa). Pero sí se registraron algunos cambios en los que refiere al tiempo de

su dedicación y al tipo de ocupación, si bien tienen un peso moderado en el total.

Por un lado, encontramos un número pequeño de casos de mujeres insertas en el

servicio doméstico que deciden bajar el número de horas semanales trabajadas. Todas ellas

decidieron cubrir la parte del ingreso no percibido con la AUH para poder pasar más tiempo con

sus hijos. Sólo se registra un caso de pasaje del servicio doméstico a la inactividad por

problemas importantes de salud.

Por otro lado, encontramos un grupo algo mayor que el anterior de perceptoras que

aumentaron la cantidad de horas trabajadas, o consiguieron un trabajo adicional (también se

registra esta situación entre algunos otros miembros del hogar) o han diseñado estrategias

tendientes a generar nuevos ingresos con la implementación de emprendimientos familiares o

mejorando aquellos ya existentes, a partir de la seguridad que les brinda la percepción de la

AUH. Por ejemplo, encontramos nuevos emprendimientos en el rubro “preparación de comidas

y productos de panadería, reventa de ropa”, como también inversiones para adquirir nuevas

herramientas o equipos (freezers, heladeras), acopio de materias primas, o mejoras y

reacondicionamiento del hábitat donde se lleva adelante el emprendimiento. Este último tipo

de mejoras significaron indirectamente un mejoramiento en la infraestructura de los hogares

donde están alojados estos emprendimientos. En esta direccionalidad se registraron, por

ejemplo, cambios en los materiales de los pisos o techos, acondicionamientos de la cocina, o

construcción de una nueva pieza para el emprendimiento. En estos casos (11 casos de 66

entrevistados que generan nuevos emprendimientos o agrandan los pre existentes), la AUH

recreó oportunidades para planificar nuevos horizontes o condiciones de generación de

ingresos ligadas sobre todo a la preferencia por la búsqueda de flexibilidad horaria y de

localización. Sin embargo, y dada la evidencia empírica recogida, no sería posible afirmar que

esos emprendimientos logren capacidad de cambiar o mejorar en forma importante el bienestar

material (ingresos) de los hogares.

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En síntesis, la evidencia que recoge este trabajo no dan indicios que den cuenta que

la transferencia monetaria constituya una fuente que desincentive la participación laboral.

Contrariamente, se encuentra evidencia de casos en los que tiende a incentivar o recrear

nuevas alternativas de generación de ingresos.

Finalmente, antes de concluir, resulta de interés detenernos en los efectos que tiene

la AUH sobre un grupo en particular de perceptoras no activas en el mercado laboral. Un

subconjunto significativo entre las madres inactivas está conformado por mujeres convertidas

en madres en edades muy tempranas (entre los 15 y los 18 años) que no tienen pareja

conviviente y que suelen morar en los hogares de sus progenitores o de alguno de ellos

(frecuentemente la madre). Sus progenitores son también jóvenes –entre los 35 y 45 años- y

conforman hogares extendidos, con y sin núcleo definido donde conviven distintos familiares o

albergan a varios hijos (con y sin parejas) y a sus nietos. Suelen ser hogares donde cohabitan dos

generaciones de madres perceptoras de la AUH. Fue frecuente encontrar que estas

maternidades tempranas resultaron de relaciones de muy corta duración u ocasionales donde

no llegaron a convivir con el padre de su/s hijo/s (también muy jóvenes). En ocasiones, también

se registran casos donde se pierde directamente la relación con el padre de los menores.

Frecuentemente también, el embarazo llevó aparejado el abandono de la escuela secundaria.

En síntesis resultan mujeres dedicadas con exclusividad al cuidado de sus hijos y con pocos

contactos sociales porque salen poco de sus casas y del barrio.

En sus relatos, aparece de forma elocuente la percepción de la AUH como un evento

que les ha permitido obtener algún grado de autonomía personal en cuanto a una mayor

capacidad de movimiento y de decisión tanto de sus propios padres como de sus ex parejas. Ello

significa la posibilidad de poder prestar atención a las necesidades y deseos de sus hijos a partir

de una mayor capacidad en relación a qué hacer y cómo hacerlo. Situación que no resulta nada

menor en la vida de estas madres.

Conclusiones

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La AUH es una política de redistribución de ingresos que genera un piso de

protección a las familias, aumentando los ingresos disponibles y la seguridad de su percepción.

Coincidentemente con la mayoría de la bibliografía que analiza los resultados de la

implementación de los PTIC en la región, se verifica una baja en la vulnerabilidad social de los

hogares beneficiarios a la vez que una baja en las brechas de la pobreza y la desigualdad.

El presente trabajo analiza en particular la relación que las madres perceptoras

establecen con el mercado de trabajo, y cuál fue el efecto que tuvo la AUH en esa relación a

partir del aumento que produce en los presupuestos familiares.

Se concluye que esta transferencia por su sola percepción no tiene efectos que

desincentiven a las perceptoras (y adicionalmente al resto de quienes conforman el hogar) en

relación a las formas de participación que ya se registraban en el mercado laboral, y

contrariamente se verifican un número de casos en los que contribuye a ampliar el horizonte de

opciones para planificar decisiones que mejoren aún más la obtención de ingresos a través del

trabajo remunerado, estimulando nuevos emprendimientos o reforzando aquellos pre

existentes.

El determinante central de las formas que cobra la inserción de las perceptoras

entrevistadas está dado por las barreras que experimentan en el mercado laboral, ya que

resultan una fuerza laboral escasamente requerida. O en su defecto, requerida para empleos

cuya norma es la baja remuneración, baja productividad y baja calidad en lo que hace a sus

condiciones y seguridad, resultando en actividades cercanas a la subsistencia.

En este marco se destacan algunos núcleos de interés específico:

Las madres prefieren estar cercanas a sus hogares y no ausentarse largas jornadas -dadas las

condiciones sociales y familiares en que deben ejercer los cuidados domésticos-, aunque ello

signifique menores ingresos. En este sentido, los emprendimientos familiares que más

satisfacen estas preferencias, y resultaron incentivados a partir de la percepción de la AUH, son

los que tienden a generar menores ingresos en relación a los otros empleos que se registraron

entre las perceptoras.

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Dada la complejidad de los barrios trabajados, las madres se plantean la centralidad

de su presencia en la protección de sus hijos relegando su salida del hogar en la búsqueda de

ingresos laborales, mucho más largamente que en la etapa de la primera infancia. Resulta un

desafío que las nuevas generaciones -comprendidas hoy bajo las condicionalidades de la AUH-

logren aumentar las credenciales y habilidades educativas con vistas a morigerar la

reproducción de cadenas de movilidad social segmentadas que favorecen la persistencia

intergeneracional de la pobreza.

Las madres muy jóvenes con hijos pequeños, sin pareja, con muy pocos contactos

sociales, que no trabajan ni se plantean trabajar, y que generalmente abandonaron los estudios

con la maternidad, resultan un núcleo que cobra importancia dentro de las madres inactivas. El

vivir en hogares ampliados donde el “jefe” de hogar es alguno de sus progenitores les otorga un

marco de protección y por tanto no resultan ser los hogares más vulnerables, pero sí resultan

ser situaciones individuales muy vulnerables donde la percepción de la AUH les ha recreado un

cierto margen de autonomía de movimiento y decisión.

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