La etnografía del arte contemporáneo de Yves Michaud

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La etnografía del arte contemporáneo de Yves Michaud El libro de Yves Michaud El arte en estado gaseoso ya tiene algunos años (fue originalmente publicado en Francia en 2003, en nuestro país en 2007 por el Fondo de Cultura Económica), lo que no implica que sus ideas hayan envejecido demasiado. El título espanta un poco, hay que reconocerlo: su indefinición anticipa un bodrio más en la larga lista de bodrios escritos sobre arte contemporáneo. Nada más lejano. El texto es muy interesante y aporta un poco de cordura y reflexión ajustada en medio de la banalidad festejada por los autores de moda. Graffiti de Banksy basado en un Balloon Dog de Jeff Koons. Su tesis central no es extremadamente novedosa. De hecho podría decirse que no es más que una ampliación de algunas de las ideas postuladas por Walter Benjamin acerca de la estetización de la vida política en la lejana década del treinta del siglo pasado. “Nosotros, hombres civilizados del siglo XXI, vivimos los tiempos del triunfo de la estética, de la adoración de la belleza: los tiempos de su idolatría –escribe Michaud. La paradoja en la que me voy a detener es que tanta belleza y, junto con ella, un tal triunfo de la estética, se cultivan, se difunden, se consumen y se celebran en un mundo cada vez más carente de obras de arte, si es que por arte entendemos a aquellos objetos preciosos y raros, antes investidos de un aura”. La forma en que está desarrollada esta tesis es, sin embargo, muy certera. La primera parte del libro, un análisis “etnográfico” del mundo del arte, es imperdible. Las palabras de Michaud son impresionantemente tajantes: lectura obligatoria para aflojar un poco con los discursos pretensiosos y vacíos sobre la producción

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La etnografía del arte contemporáneo de Yves Michaud

El libro de Yves Michaud El arte en estado gaseoso ya tiene algunos años (fue originalmente publicado en Francia en 2003, en nuestro país en 2007 por el Fondo de Cultura Económica), lo que no implica que sus ideas hayan envejecido demasiado. El título espanta un poco, hay que reconocerlo: su indefinición anticipa un bodrio más en la larga lista de bodrios escritos sobre arte contemporáneo. Nada más lejano. El texto es muy interesante y aporta un poco de cordura y reflexión ajustada en medio de la banalidad festejada por los autores de moda.

Graffiti de Banksy basado en un Balloon Dog de Jeff Koons.

Su tesis central no es extremadamente novedosa. De hecho podría decirse que no es más que una ampliación de algunas de las ideas postuladas por Walter Benjamin acerca de la estetización de la vida política en la lejana década del treinta del siglo pasado. “Nosotros, hombres civilizados del siglo XXI, vivimos los tiempos del triunfo de la estética, de la adoración de la belleza: los tiempos de su idolatría –escribe Michaud. La paradoja en la que me voy a detener es que tanta belleza y, junto con ella, un tal triunfo de la estética, se cultivan, se difunden, se consumen y se celebran en un mundo cada vez más carente de obras de arte, si es que por arte entendemos a aquellos objetos preciosos y raros, antes investidos de un aura”. La forma en que está desarrollada esta tesis es, sin embargo, muy certera.

La primera parte del libro, un análisis “etnográfico” del mundo del arte, es imperdible. Las palabras de Michaud son impresionantemente tajantes: lectura obligatoria para aflojar un poco con los discursos pretensiosos y vacíos sobre la producción contemporánea y para cuestionar nuestras propias ideas acerca del tema. A continuación, apenas una muestra.

“Todos estos negocios son lo mismo arte que publicidad y lo mismo publicidad que arte (…) Se cierra el círculo cuando quien organiza los espectáculos artísticos es al mismo tiempo redactor de publicidad o animador de estudio gráfico. El curador y el agente de publicidad se van confundiendo aun cuando llevan una doble vida”.

“Para ser realmente honestos, hay que decir que los artistas contemporáneos no se preocupan de ninguna manera por el público, aun cuando todo su arte se orienta hacia lo relacional o transaccional”.

“Un arte no tiene forzosamente por vocación difundirse democráticamente como un servicio público. Lo que resulta raro y constituye una instructiva paradoja es el hecho de comprobar que el hermetismo y el carácter confidencial de los rituales alrededor de los cuales se reúne y reconoce la

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tribu del arte contemporáneo toca tipos de producción que, en formas apenas diferentes, y hasta perfectamente similares, son comúnmente consumidos por el público de la cultura popular comercial”.

“Las mismas fotografías, con muy ligeras diferencias, pueden exhibirse en Paris-Match o en una galería de vanguardia, y las fotografías de Paris-Match o de Gala pueden ser integradas a una instalación por parte de un artista crítico”.

“Tenemos la extraña sensación de que el arte contemporáneo trabaja con muchísimo esfuerzo pero discretamente para hacer hermético el acceso a experiencias al fin de cuentas triviales y tan comunes como apretarle la mano a alguien, darle limosna a un mendigo, intercambiar una mirada con una mujer, mirar en el vacío o aburrirse o sufrir un ataque de risa primero comunicativa y después nerviosa”.

“Los centros de arte y las galerías asociadas exponen juntos sin discriminación sus producciones heterogéneas y extremadamente desemejantes entre sí, pero que de una manera o de otra han aprobado el test del mundo iniciado. No se trata en este caso de un asunto de tolerancia o de apertura de espíritu posmoderno. Solamente se trata de que el criterio discriminante no tiene nada que ver con la naturaleza formal de las producciones o su proyecto intelectual sino con el simple hecho de que han sido recibidas en el mundo del arte contemporáneo”.

“El mundo del arte ritualizado, sacralizado, agarrado a su preciosa rareza teatralizada se va vaciando poco a poco no solamente de obras sino de participantes. Nada más algunos obstinados iniciados, fanáticos y conservadores, si no francamente reaccionarios, se obstinan en perpetuar el rito. Afuera, feliz e inconscientemente, todo el mundo es artista y está inmerso en el arte”.

La era contemporánea es la era de una paradoja: mientras la estética triunfa hasta en los objetos más cotidianos y triviales, el mundo del arte se va apartando de las obras para proponer procedimientos, instalaciones, performances.

'Es como si a más belleza, menos obra de arte, o como si al escasear el arte, lo artístico se expandiera y lo coloreara todo, pasando de cierta manera al estado de gas o de vapor, y cubriera todas las cosas como si fuese vaho. El arte se volatilizó en éter estético.' Haciendo gala de un profundo conocimiento del arte contemporáneo, Yves Michaud analiza en esta obra lo que implica el triunfo de la estética y la evaporación del arte; expone las principales teorías estéticas actuales y su capacidad para explicar esta evolución del arte, y señala cuál es el porvenir que se dibuja también para el arte, su producción y su recepción.

En esta obra el autor plantea que en la era contempor nea se da una paradoja: mientras la est tica triunfa hasta en los objetos m s cotidianos y triviales, el mundo del arte se va apartando de las obras Para proponer procedimientos, instalaciones, performances. "Es como si a m s belleza, menos obra de arte, o como si al escasear el arte, lo art stico se expandiera y lo coloreara todo, pasando de cierta manera al estado de gas o de vapor, y cubriera todas las cosas como si fuese vaho. el arte se volatiliz en ter est tico." Con un profundo conocimiento del arte contempor neo, el

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autor analiza lo que implica el triunfo de la est tica, expone las principales teor as est ticas actuales y su capacidad Para explicar esta evoluci n del arte, y se ala cu l es el porvenir Para ste, su producci n y recepción

“Pequeña etnografía del arte contemporáneo”, contiene algunas descripciones bastante críticas de la situación actual del mundo del arte, que no se detienen sólo en el problema de la mercantilización de la producción y distribución de las obras de arte (uno de los tópicos preferidos de los comentaristas) sino que avanzan sobre algunos otros aspectos más profundos.

Uno de los problemas que Michaud identifica en el arte actual es el siguiente: “Tenemos la extraña sensación de que el arte contemporáneo trabaja con muchísimo esfuerzo pero discretamente para hacer hermético el acceso a experiencias al fin de cuentas triviales y tan comunes como apretarle la mano a alguien, darle limosna a un mendigo, intercambiar una mirada con una mujer, mirar en el vacío o aburrirse o sufrir un ataque de risa primero comunicativa y después nerviosa”.

Lo paradójico de esta operación, más allá del esnobismo de sus contenidos, se encuentra para Michaud en la voluntad de generar un ámbito exclusivo para iniciados (los conocedores del código artístico contemporáneo) a partir de un conjunto de experiencias que cualquier persona vive en su vida cotidiana, pero que fuera del museo o la galería de arte aparecen desprestigiadas e ignoradas, incapaces de asumir el halo mágico de la “obra de arte” otorgado por la bendición del curador-publicitario.

Una salida interesante para este dilema se encuentra en el libro de Martin Seel Estética del aparecer [aquí una reseña más detallada del libro que escribí para la edición impresa de Ñ]. Si bien Seel no se ocupa de mencionar a Michaud, un contrapunto de las ideas de ambos parece provechoso.

Seel parte de la noción clásica de “estética”, que engloba todo lo relativo a los sentidos y que ubica a la filosofía del arte como una de sus ramas, ni exclusiva ni prioritaria: la que se ocupa específicamente de las obras artísticas. Su análisis recupera entonces situaciones en las que vivimos experiencias estéticas (caminando por la calle, observando los edificios, el tipo de escenarios señalados por Michaud) ajenas al arte. “Podemos responder de forma estética a todo y a cada cosa que está presente de algún modo a los sentidos; o podemos abstenernos de ello”, escribe Seel. “Podemos leer un texto como un cúmulo de información o como una constelación de signos del lenguaje y de otros signos. Podemos reunirnos en el café para urdir una conspiración, o

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dejar que su atmósfera nos inunde. Podemos experimentar la visita a la peluquería como un servicio bastante costoso, o disfrutarla como una función alejada de la vida cotidiana”.

Este planteo, al romper con la exclusividad para iniciados del mundo del arte, que amenaza con devorarse el mundo completo de nuestras experiencias, parece marcar un posible camino de salida del atolladero teórico propuesto por Michaud por medio de la recuperación crítica de una noción clásica de experiencia estética. Habrá que transitarlo para ver hasta dónde llega.

En este libro, Yves Michaud muestra con total claridad el estado del arte contemporáneo, las diferentes mutaciones que ha sufrido y, sobre todo, analiza posibles escenarios donde se consolida esta visión actual del arte.

Ya desde la introducción, Michaud expone las características centrales del mundo del arte contemporáneo, su estado de exaltación del culto a lo bello, lo que denomina el estado de “belleza continua”, donde todo es exageradamente bello: los productos empacados, la ropa de marca con sus logotipos estilizados, los cuerpos reconstruidos o rejuvenecidos por las cirugías estéticas (Pág. 9).

El arte del tatuaje, los piercings, las graffities callejeros, la moda, los diseños de vidrieras, barrios enteramente diseñados bajo concepciones estéticas de lo bello (Puerto Madero), la publicidad, el marketing, etc. Son algunos de los ejemplos que se multiplican por doquier; sólo basta con recorrer las calles de las ciudades más importantes del mundo.

Frente a este panorama, cabe hacernos una pregunta: en un mundo en donde si algo no es bello tiene que serlo, en donde la belleza reina, ¿cuál es el estatus que tiene el arte hoy en día? ¿Es realmente un arte con peso, sustancioso? ¿Cuál es el lugar que debemos asignarle a las obras de arte?

En definitiva, desde principio a fin, El arte en estado gaseoso va mostrando este “extraño” lugar del arte en la vida de cualquier ser humano. Nosotros, como habitantes de este mundo, como hombres civilizados del siglo XXI, vivimos los tiempos del triunfo de la estética, de la adoración de la belleza: los tiempos de su idolatría.

Michaud destaca que frente a este incremento del lugar de la belleza en nuestras vidas diarias, cae notablemente nuestra capacidad por apreciar las obras de arte. Para decirlo en un lenguaje un poco más técnico: junto al proceso de desestetización del objeto, existe un proceso de desdefinición del arte. Al estar inmiscuidos en un mundo rodeado de arte, ya no sabemos cómo definirlo, cómo entenderlo, cómo analizarlo. Este es el primer signo de la crisis, la inflación -inflamación, hinchazón- del arte hasta el extremo, hasta el hartazgo. A su vez, se observa una racionalización, una estandarización y transformación de la experiencia estética.

Desde las primeras páginas del libro, el autor presenta un pequeño- aunque bastante sustancioso- recorrido por lo que él mismo denomina “etnografía del arte contemporáneo”, ilustrada, entre otros ejemplos, por la pintura, que se ve desplazada por la irrupción de la fotografía: frente al mundo de la contemplación esgrimido por la pintura, el mundo de lo efímero, de lo instantáneo,

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de lo que solo requiere una breve mirada, se impone, marcando el fin de la pintura e incrementando un proceso que “va borrando la obra en beneficio de la experiencia, borrando el objeto en beneficio de una cualidad estética volátil” (pág. 32).

Frente a este panorama, la publicidad gana terreno. Los museos dejan de ser lugares de verdadera contemplación para transformarse en meros lugares de paseo, los artistas se ven “desencantados”, sin ningún rechazo al paradigma artístico anterior; por el contrario, la aceptación triunfa.

Aquellas tesis marxistas tan leídas por los intelectuales del siglo XX ya no son tomadas por ningún artista. Como señala Ives Michaud al analizar la Filosofía de Arthur Danto, “la era de los manifiestos ha terminado” (Pág. 34).

Michaud muestra como funcionan los mecanismo que nuclean al arte, mundo ahora dominado por un mercado que todo lo puede, que ha puesto valor a las obras y que impone sus más violentas conquistas. Pero, ¿cuál es el lugar de los filósofos, de los intelectuales en este proceso cada vez más consolidado?

Para dilucidar este interrogante, el autor expone detalladamente las causas que lo hicieron posible. Ve en las vanguardias artísticas del siglo XX un nuevo paradigma a atacar. Michaud delimita su espacio de acción, su importante lugar en la historia del arte, el rol de cada intelectual dentro de cada grupo en un recorrido histórico, detallado, minucioso, sin desperdicios. Destaca, en un contexto más amplio, la irrupción de las vanguardias y el sentido de los manifiestos para cada movimiento artístico. Marca similitudes y diferencias, aciertos y desaciertos, coherencias e incongruencias en cada movimiento mostrando la dinámica interna dentro de cada grupo y su relación con otros grupos, para arribar, finalmente, a los grandes artistas de nuestra era: Pollock y De Kooning, por solo dar un par de ejemplos.

El autor muestra cómo, a partir de los trabajos de dichos artistas, el mundo del arte va tomando otra forma, otro formato, borrando fronteras entre bandos, entre clases sociales, entre estamentos diferentes. De ahora en más, cualquiera puede acceder al mundo extremadamente bello del arte, y el arte conceptual es el termómetro, el parámetro. El libro cuenta con ilustraciones que ejemplifican lo que el autor sostiene. Trabajos de Andy Warhol, Marcel Duchamp o Teresa Margolles pueden apreciarse como ejemplificaciones de las tesis de Michaud, quien en esta obra seleccionó detalladamente cada una de las ilustraciones exhibidas.

Otros filósofos han advertido sobre semejante problema en el mundo del arte. El más emblemático y discutido ha sido Walter Benjamin, cuyas tesis han marcado a generaciones de pensadores. Yves Michaud las retoma, extendiéndolas aún más, analizándolas en función del mundo actual desestetizado, poniéndolas en “tela de juicio”. A pesar de la gran cantidad de años que pasaron desde la publicación de las tesis benjaminianas, su vigor, su fuerzan resulta estremecedora. Benjamin ha sido el motor, el propulsor, el anticipador de semejante declive en el arte.

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De esta forma, se corroboran las tesis sostenidas por Michaud en relación al arte: desestatización, indefinición, estado de gas. Distracción, vacío, cine, capitalismo, mercancía, muchedumbres, industria, montaje, culto, gas, son conceptos totalmente emparentados. Ya no hace falta la separación histórica: Benjamin es acabadamente actual.

Finalmente, la pregunta ahora estriba sobre el porvenir.

“La demanda de estética”, es el título del que da a las páginas finales de la obra, un cierre totalmente novedoso, donde el autor se ocupa de mostrar las consecuencias del paradigma en el futuro: el hedonismo, el darwinismo y el culto al turismo, conceptos centrales para comprender el nuevo escenario. El placer por el goce enraizado en la sensibilidad hace posible la alabanza al mundo de las publicidades y el marketing, dominados por un contenido nulo, casi imperceptible, donde las experiencias estéticas son cada vez más estandarizadas, donde la transgresión es moneda corriente. “Todo se renueva”, y el arte no es ajeno a una realidad donde todo se pierde en el olvido para ser rutinario, vulgarizado, sistematizado.

El turismo satisface el hedonismo, reflejado en masas que corren obnubiladas, ciegas hacia los museos en busca de ese “llavero”, de esa reproducción de la “gran” obra que se expone y nadie entiende, pero es en este punto donde se aprecia con mayor claridad el darwinismo en el mundo del arte, generando una precarización en la mirada del valor cultural de las obras de arte. Las obras de arte se almacenan en museos, pero ya no dicen nada sobre el pasado, ya no abren un mundo de posibles interpretaciones, en definitiva, de una posible interpretación hermenéutica de la obra de arte.

Provocativa y brillante, El arte en estado gaseoso muestra el triunfo de la estética y la evaporación del arte; expone las principales teorías estéticas actuales y su capacidad para explicar esta evolución del arte, y señala cuál es el porvenir que se dibuja también para el arte, su producción y su recepción.