La falacia de la educación como mala noticia

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1 LA FALACIA DE LA EDUCACIÓN COMO MALA NOTICIA Gabriel Restrepo, profesor Instituto de Estudios en Comunicación y Cultura, UN, especial para Escena Pedagógica. “Falacia.(Del lat. fallacĭa).1. f. Engaño, fraude o mentira con que se intenta dañar a alguien.2. f. Hábito de emplear falsedades en daño ajeno.” RAE, 2001. El acto más lúcido de Nietzsche fue el mismo que anunció su locura: abrazar en medio de llantos a un caballo azotado por su dueño, un “zorrero” de Turín. El filósofo que anunciara la voluntad de poderío como guía del superhombre por venir, retornaba en el umbral de su demencia a la abjurada compasión y piedad que denunciara como abdicación de la vida proveniente de la mansedumbre y mistificación religiosas, budista o cristiana, cuya expresión filosófica fuera encarnada por Shopenhauer y cuya dimensión musical fuera el Parsifal de Wagner. Nietzsche había repudiado a los dos y en aquella tensión creó lo mejor de su obra, una que no cesa de interpretarse como filosofía del presente. El gesto “kínico” de Nietzsche, la puesta en escena de su locura, recuerda esa famosa y dramática expresión de los maestros del periodismo cuando indican que no es noticia que un perro muerda

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LA FALACIA DE LA EDUCACIÓN COMO MALA NOTICIA

Gabriel Restrepo, profesor Instituto de Estudios en Comunicación y Cultura, UN, especial para Escena Pedagógica.

“Falacia.(Del lat. fallacĭa).1. f. Engaño, fraude o mentira con que se intenta dañar a alguien.2. f. Hábito de emplear falsedades en daño ajeno.” RAE, 2001.

El acto más lúcido de Nietzsche fue el mismo que anunció su locura: abrazar en medio de llantos

a un caballo azotado por su dueño, un “zorrero” de Turín. El filósofo que anunciara la voluntad de

poderío como guía del superhombre por venir, retornaba en el umbral de su demencia a la abjurada

compasión y piedad que denunciara como abdicación de la vida proveniente de la mansedumbre y

mistificación religiosas, budista o cristiana, cuya expresión filosófica fuera encarnada por

Shopenhauer y cuya dimensión musical fuera el Parsifal de Wagner. Nietzsche había repudiado a los

dos y en aquella tensión creó lo mejor de su obra, una que no cesa de interpretarse como filosofía del

presente.

El gesto “kínico” de Nietzsche, la puesta en escena de su locura, recuerda esa famosa y

dramática expresión de los maestros del periodismo cuando indican que no es noticia que un perro

muerda a un hombre y sí lo es si un hombre muerda a un perro. La demencia del zorrero al azotar al

caballo no es notable, porque castigar a los animales es una costumbre de la doma vulgar desde el

neolítico. En cambio, el acto de compasión de Nietzsche por el equino humillado es indicio de locura

porque pocos se apiadan de los animales. San Francisco de Asís es un santo al parecer anacrónico, si se

estima el método de palos para matar a las focas de la Antártida. Por ello, el lema insignia del

periodismo muestra el dispositivo morboso que lo caracteriza. No hay noticia de lo que no sea

extraordinario en un sentido pésimo. Ya Thomas de Quincey prefiguró esto en el siglo XIX en su libro

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Del asesinato como una de las Bellas Artes. El espectáculo de la muerte o de la degradación son la

materia prima de la escatología periodística. Se corrobora este encuadre cuando alguien que observa

los noticieros se sorprende por el contraste entre el rostro sublime, una cara de hierro, de la que

enuncia las noticias y la mascarilla jovial de las presentadoras de farándula. Entre las máscaras de la

tragedia, cenicienta, y de la comedia, tipo Max Factor, no hay espacio para claroscuros.

Todo ello viene a cuento por la cascada de malas noticias resaltadas con una especie de júbilo

sadomasoquista por la prensa en torno a las “maldades” de la educación, con el juicio implícito de que

maestros y maestras tienen la culpa. Suicidio, delitos menores, anorexisa. La prensa colombiana perdió

el juicio, es in/mediática, sucumbe consumida ante “lo que pasa”, carece de claroscuros, es imperativa,

no interroga, no hace seguimiento, no diferencia. Parece como si en Colombia por el problema de la

violencia organizada todos debiéramos alinearnos en términos del agonismo neto entre “los buenos” y

“los malvados”, en ecuaciones y reglas de tres falaces. Tal parece como si no pudiéramos vivir sin

buscar con lupa enemigos externos.

Y es así como la educación salta a primera escena por dos noticias representadas de modo

trágico: la propensión a bulimia o anorexia en ocho de cada diez adolescentes, el incremento del

suicidio juvenil y una encuesta que se refiere a la aparente prevalencia de delitos menores en la

escuela: matoneo, hurtos, amenazas, chantajes, peleas.

Ninguno de los tres fenómenos pueden menospreciarse, pero el enfoque en cambio es falaz, en la

acepción puesta como epígrafe de este artículo. La escuela no opera en el vacío. Si se quiere aplicar

una metáfora, hay como una suerte de socio - transmisores de las violencias, semejantes al papel que

cumplen los neurotransmisores en el sistema nervioso. Lo mismo ocurre con los problemas de

alimentación, ya no sólo relativos al hambre sino a la relación cultural de la comida con los modelos

de belleza, los mismos que exalta la farándula. Resulta entonces paradójico que en un segmento de los

noticieros se muestre el tema de la propensión al adelgazamiento y en el otro se exalten las modelos

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lánguidas, lo mismo que sucede cuando se exponen las imágenes de un cadáver con tremenda fruición

casi que caníbal y luego en otro segmento se culpa a la escuela por engendrar violencia.

No es noticia, en cambio, la encuesta organizada por un equipo de la Universidad Nacional que

diseñó un sistema integral de evaluación de la calidad de la educación y que midió los grados de

desarrollo socioafectivo en 20 escuelas y colegios públicos de Bogotá. Allí se diseñó un instrumento

aplicado a cerca de 6.000 estudiantes y a cerca de 350 profesores. Los resultados no muestran que los

hombres hayan mordido al perro, es decir: sugieren una imagen diferente a la expuesta en los medios.

Pese a los conflictos existentes, la escuela y el colegio no caben ya, definitivamente, en el síndrome de

la canción de Celia Cruz:

Tongo le dio a Borondongo,

Borondongo le dio a Bernabé,

Bernabé le pegó a Muchilanga,

Le dio burundanga y le hincha lo´pie.

Traduciendo el sentido de la canción, ya la escuela y el colegio no son esa guerra de todos contra

todos, esa máquina de inculpaciones y recriminaciones entre padres y maestros y estudiantes y

autoridades, en la cual la peor parte la llevaba el “Muchilanga”, el niño o niña, los jóvenes. Según los

datos arrojados por el estudio socioafectivo, cuyo diseño e interpretación realizó Gabriel Restrepo, han

mejorado de modo extraordinario las atmósferas generales de afectividad frente al panorama que

mostraban las indagaciones etnográficas de hace diez o veinte años, por ejemplo en el Proyecto

Atlántida. Esto es un augurio muy prometedor hacia el futuro porque, aunque no haya una correlación

biunívoca simple entre afecto e inteligencias y capacidades de desempeño, medidos en un solo

instante, sí puede pensarse que a mediano plazo sea válida la expresión que se puede deducir del

discurso de Diotima en El Banquete de Platón: que el mejor modo de enseñar el amor al saber sea por

medio del saber del amor.

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Unas cifras del índice de habilidad afectiva medidos por los grados de satisfacción propia, con

pares, con profesores y con familia, indican que de 5.554 niños y niñas de tercero y sexto grado están

en alto riesgo 5.14 (nada felices), en riesgo 8.0% (poco felices), en riesgo moderado 16.7% (ni feliz, ni

infeliz), pero en cambio hay un 30.7% y un 38.11% que indican ser felices o muy felices. En el

13.14% que indican nula o muy poca felicidad radican los problemas de agresor y agredido, tendencia

a problemas alimenticios o a depresión y en caso exagerado a suicidio. No creemos que estas cifras

sean superiores al promedio de la sociedad colombiana. En todo caso, la encuesta permite a los

colegios saber esa situación, prevenirla con medidas de atención psicosocial y atenuar sus efectos en la

escuela.

Pero esto no es noticia. Esto no es “lo que pasa”, esto es ajeno al sensacionalismo periodístico y

a su búsqueda de “chivas expiatorias”. Como esta investigación no halla eco, salen a la palestra

psiquiatras que proponen un afectograma, cuando ya hay una investigación teórica y estadísticamente

sustentada (El Espectador, domingo 13 de abril).