La familia (II) · que nos recuerda el Evangelio: lo que es imposi-ble para los hombres, es posible...

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Comunidade [3] Obispo La familia (II) Monseñor Lemos Montanet Bispo de Ourense Cuando leas estas letras estaremos acercándo- nos a la celebración del Sínodo de los Obispos (4 al 25 de octubre). En mi carta de septiembre os invitaba a la oración y a intensificar nuestra formación y la de las personas de nuestro entor- no pidiendo al Espíritu Santo que ilumine a los padres sinodales. El Santo Padre Francisco nos está invitando a una nueva tarea evangelizadora y para ello ne- cesitamos convencernos de que hoy, más que nunca, hay que apostar por una pastoral de la familia, que no debe ser sectorial y reducida a unas actividades concretas, en un momento de- terminado y para unas personas determinadas... ¡No! No podemos hacer ese planteamiento por- que “somos familia”. La aproximación pastoral a la realidad de la familia debe ser un proceso “integral” porque en ella está en juego la ver- dad sobre el hombre y sobre lo más preciado del ser humano que es su despertar religioso, está en juego el ser de la propia existencia humana. Todos hemos nacido en el seno de una familia, entendida como esa íntima comunión de vida y amor, entre un hombre y una mujer que se abre a nuevas existencias. Cuando esa familia está bien constituida e integrada se convierte en “taller de humanidad”. Para nosotros los creyentes, el “evangelio de la famiia” no se puede desvincu- lar del “evangelio del matrimonio” que es su origen y su fuente. Ambos brotan de la certeza del amor de un Dios que crea al hombre y a la mujer con una vocación al amor. Solo en la familia la persona, incluso la más frá- gil, como puede ser un niño concebido y no na- cido, o un anciano en la decrepitud de sus fuer- zas, solo en ese ámbito, el ser humano se puede conocer, comprender y aceptar como persona, proque es querida por lo que es y no por lo que tiene. No podemos vivir sin amor; ninguno de nosotros sería capaz de comprenderse plena- mente a sí mismo si no experimenta ese amor creador de Dios, a través de su familia: padres, hermanos, es más, si no nos encontramos con ese amor y no participamos de él, nuestra exis- tencia sería una realidad mutilada, incompleta, enfermiza. Lo podemos constatar en nuestra so- ciedad al encontrarnos, tantas veces, con niños y jóvenes problemáticos proque no han podido vivir ni ser acogidos en un ámbito familiar de amor esponsal sano y pacífico. De ahí que la Iglesia, ante tantas dificultades como estáis experimentando los matrimonios, y ante las muchas situaciones críticas que obser- vamos en las familias, no solo nos invita a rezar, sino que quiere reflexionar sobre el matrimonio que es una vocación cristiana vivida en comu- nión entre un hombre y una mujer y que supone la asunción de un estado de vida singular ante la sociedad y la Iglesia. El matrimonio no podemos entenderlo como una entidad privada, que solo concierne a los esposos, porque su vida común es el fundamento de una nueva realidad social. Por eso es necesario que el matrimonio sea, no solo reconocido socialmente, sino también protegido por unas leyes justas para que así se sienta apo- yado, convirtiéndose en el cauce constructivo de la sociedad y de la Iglesia. Cuando los esposos -él y ella- se dan y se reciben mutua y libremente, nace, ante la sociedad, un vínculo tan singular y especial que hace que los esposos, siendo dos, vengan a construir una uni- dad de dos, ¡serán una sola carne (Gén.2, 24). Esa unidad reclama y exige la indisolubilidad. Este proyecto natural y divino al mismo tiempo, es tan importante mantenerlo que somos cons- cientes de su belleza, pero también de las difi- cultades que esta fidelidad conlleva, de ahí la insistencia en la oración y acompañamiento de aquellos que se preparan para el matrimonio o ya lo viven; no podemos olvidar nunca aquello que nos recuerda el Evangelio: lo que es imposi- ble para los hombres, es posible para Dios. Os invito, una vez más, a que elevéis al Señor oraciones y ofrezcáis los sacrificios de la vida cotidiana por los frutos del Sínodo de los Obis- pos y por esa aventura de amor que es el matrio- nio y la familia. Se encomienda a vuestras oraciones y os bendice. J. Leonardo Lemos Montanet - Bispo de Ourense

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Comunidade [3]Obispo

La familia (II)

Monseñor Lemos

MontanetBispo de Ourense

Cuando leas estas letras estaremos acercándo-nos a la celebración del Sínodo de los Obispos (4 al 25 de octubre). En mi carta de septiembre os invitaba a la oración y a intensificar nuestra formación y la de las personas de nuestro entor-no pidiendo al Espíritu Santo que ilumine a los padres sinodales.El Santo Padre Francisco nos está invitando a una nueva tarea evangelizadora y para ello ne-cesitamos convencernos de que hoy, más que nunca, hay que apostar por una pastoral de la familia, que no debe ser sectorial y reducida a unas actividades concretas, en un momento de-terminado y para unas personas determinadas... ¡No! No podemos hacer ese planteamiento por-que “somos familia”. La aproximación pastoral a la realidad de la familia debe ser un proceso “integral” porque en ella está en juego la ver-dad sobre el hombre y sobre lo más preciado del ser humano que es su despertar religioso, está en juego el ser de la propia existencia humana. Todos hemos nacido en el seno de una familia, entendida como esa íntima comunión de vida y amor, entre un hombre y una mujer que se abre a nuevas existencias. Cuando esa familia está bien constituida e integrada se convierte en “taller de humanidad”. Para nosotros los creyentes, el “evangelio de la famiia” no se puede desvincu-lar del “evangelio del matrimonio” que es su origen y su fuente. Ambos brotan de la certeza del amor de un Dios que crea al hombre y a la mujer con una vocación al amor.Solo en la familia la persona, incluso la más frá-gil, como puede ser un niño concebido y no na-cido, o un anciano en la decrepitud de sus fuer-zas, solo en ese ámbito, el ser humano se puede conocer, comprender y aceptar como persona, proque es querida por lo que es y no por lo que tiene. No podemos vivir sin amor; ninguno de nosotros sería capaz de comprenderse plena-mente a sí mismo si no experimenta ese amor creador de Dios, a través de su familia: padres, hermanos, es más, si no nos encontramos con ese amor y no participamos de él, nuestra exis-tencia sería una realidad mutilada, incompleta,

enfermiza. Lo podemos constatar en nuestra so-ciedad al encontrarnos, tantas veces, con niños y jóvenes problemáticos proque no han podido vivir ni ser acogidos en un ámbito familiar de amor esponsal sano y pacífico. De ahí que la Iglesia, ante tantas dificultades como estáis experimentando los matrimonios, y ante las muchas situaciones críticas que obser-vamos en las familias, no solo nos invita a rezar, sino que quiere reflexionar sobre el matrimonio que es una vocación cristiana vivida en comu-nión entre un hombre y una mujer y que supone la asunción de un estado de vida singular ante la sociedad y la Iglesia. El matrimonio no podemos entenderlo como una entidad privada, que solo concierne a los esposos, porque su vida común es el fundamento de una nueva realidad social. Por eso es necesario que el matrimonio sea, no solo reconocido socialmente, sino también protegido por unas leyes justas para que así se sienta apo-yado, convirtiéndose en el cauce constructivo de la sociedad y de la Iglesia. Cuando los esposos -él y ella- se dan y se reciben mutua y libremente, nace, ante la sociedad, un vínculo tan singular y especial que hace que los esposos, siendo dos, vengan a construir una uni-dad de dos, ¡serán una sola carne (Gén.2, 24). Esa unidad reclama y exige la indisolubilidad.Este proyecto natural y divino al mismo tiempo, es tan importante mantenerlo que somos cons-cientes de su belleza, pero también de las difi-cultades que esta fidelidad conlleva, de ahí la insistencia en la oración y acompañamiento de aquellos que se preparan para el matrimonio o ya lo viven; no podemos olvidar nunca aquello que nos recuerda el Evangelio: lo que es imposi-ble para los hombres, es posible para Dios.Os invito, una vez más, a que elevéis al Señor oraciones y ofrezcáis los sacrificios de la vida cotidiana por los frutos del Sínodo de los Obis-pos y por esa aventura de amor que es el matrio-nio y la familia. Se encomienda a vuestras oraciones y os bendice.J. Leonardo Lemos Montanet - Bispo de Ourense

No pueden robarnos la fe: este año, el día de la Virgen del Cristal, se tuvo muy presente en el santuario de Vilanova dos Infantes a D. Adolfo y a la imagen de la Virgen del Cristal, cuya réplica, obra del restaurador sevillano Manuel Granaí, se bendijo ese mismo día. Tal y como destacaba Monseñor Lemos en su homilía, en nues-tra Diócesis, profundamente mariana, nos pueden robar la imagen de la Santí-sima Virgen, pero no la fe en María.