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    Entrada

    Hace ya varias dcadas tuve a bien fungir como refereeen un encuentro sostenido entre mis amigos Jos Ma-ra Muri y Carlos Martnez Assad sobre cuestiones dehistoria regional. Deben de haber promediado los aosochenta. Frente a un grupo de alumnos convocado porGloria Villegas, los dos disertaron sobre lo suyo. Mien-tras Muri alegaba que para entender una regin era me-

    jor ser oriundo de ella, Martnez Assad sostena que lhaba abordado el Tabasco garridista o despus el SanLuis cedillista, como un observador ajeno, tal como elmaestro Ricardo Pozas Arciniega llevaba a sus alumnosde prcticas de campo al Valle del Mezquital. El uno pon-deraba la comprensin cabal del espacio estudiado; elotro, la dosis mayor de objetividad, producto de la dis-tancia, que demandaba el estudio. Si no hubo acuerdo

    entre s, los alumnos presenciaron dos acercamientosvlidos a la regin, al espacio acotado no nacional, almundo micro. Yo mismo encuentro virtudes en los dos

    acercamientos; sin embargo, en esta ocasin me hareco del son que dice: para hablar de la Huasteca, hayque haber nacido all.

    Por otra parte, cuando a principios de 1969 elaboruna resea radiofnica a Pueblo en vilo, mencion La fe-ria de Arreola, no slo por aparecer citada en la biblio-grafa general de la Microhistoria de San Jos de Gracia,sino que, gracias a tener relativamente fresca la lecturade la saga de Zapotln, alud al hecho de que Juan Jostranscribiera literalmente fragmentos historiogrficos aje-nos a su pluma. De hecho, cuando narra la derrota de losconstitucionalistas en la Cuesta de Sayula, reconoc dosprrafos de Mis memorias de campaa, del general Ama-do Aguirre, mi abuelo materno. Antes haba detectadolas palabras de algn cronista colonial que puede ser Te-llo, Ornelas o algn otro. Historiografa en la novela,creacin literaria en la historia. Ha pasado medio siglo

    desde la aparicin de La feriay cuarenta y cinco aos dela de Pueblo en vilo. Conviene, pues, evocarlos desde laptica de

    La feria yPueblo en vilo

    La experienciapueblerinalvaro Matute

    Las relaciones entre los estudios histricos y la fabulacin lite-

    raria son puestas en escena por el doctor lvaro Matute en el

    dilogo entre La feria, donde Juan Jos Arreola retrata su natal

    Zapotln en Jalisco, y Pueblo en vilo, en el que Jos Luis Gon-

    zlez hace lo propio con San Jos de Gracia, Michoacn. En pa-

    labras del autor de La historia como ideologa, se trata de una

    historiografa en la novela, creacin literaria en la historia.

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    la experiencia pueblerina.

    La idea est sustentada en una lectura heterodoxa de Laexperiencia histrica sublimede Frank Ankersmit,1 sinduda una de las contribuciones recientes ms notablesdentro del campo de la teora y filosofa de la Historia.No pretendo reducir a unos cuantos prrafos la riquezadel libro en cuestin. Me limitar a exponer la manerainteresante e inteligente como Ankersmit ejemplificala idea de experiencia histrica sublime en el caso de sucoterrneo Johan Huizinga, autor por cierto influyenteen nuestro don Luis, a travs del magisterio de RamnIglesia. Ankersmit muestra cmo Huizinga concibi Elotoo de la Edad Media2 tras la visita a una exposicinde primitivos flamencos en Brujas, el ao de 1902. Loscuadros de Van der Weyden, Campin, Van der Goes ylos hermanos Van Eyck hicieron que Huizinga tocaraelpasado, es decir, experimentara la sublimidad que lo co-locara en un momento del pasado, que al investigarlo

    y recrearlo denominara Herfsttij dev Middeleeuwen, conel que replante la concepcin ya entonces algo mec-nica de un renacimiento flamenco. La Edad Media to-dava estaba presente. La sucesin temporal no se damediante cortes tajantes, sino que va siendo. El otooconserva algo del verano y avanza hacia el invierno. Cuan-do ste llega, la estacin se afirma como tal. El caso es

    el tema de la experiencia histrica sublime como algoque permite sentir, palpar el pasado, algo que no es unser ah, pero que provoca la necesidad de recrearlo, msque reconstruirlo. Participa de la nocin de vivencia(Erlebnis) diltheyana, pero no es exactamente lo mis-mo; se trata de una suerte de revelacin, podra tratar-se del acto heurstico, lo cual nos lleva a un

    parntesis obligado.

    Cuando Ambrosio Velasco llam mi atencin en tor-no a la heurstica atend a la connotacin que a este vo-cablo dan los filsofos. A su vez, Velasco se percat dela que los historiadores utilizamos como nuestra.3 Co-mo expongo en mi contribucin a su libro, con base enalgo tan elemental, pero no por ello indigno, esto es, elDiccionario de la Real Academia, heurstica tiene en es-paol dos acepciones: arte de inventar y busca o in-vestigacin de documentos o fuentes histricas.4 Si bien

    Johann Gustav Droysen sustancia la idea de heursticaen su segunda acepcin, su punto de partida es la pre-gunta investigante, esto es, la ocurrencia, el porqu deltema a investigar. Esa pregunta es el acto heurstico, quepuede emparentarse con la experiencia histrica subli-me de Ankersmit, aunque no se trate exactamente delo mismo. Por ello hice referencia a una interpretacinheterodoxa, solamente en la parte en la que ejemplificacon Huizinga y no en la totalidad del andamiaje tericoque construye.

    El caso es que toda historia tiene su historia, comotambin la tiene cada novela. La pregunta investigantedel que aborda un texto historiogrfico o una narracinse dirige a interrogar cul fue la pregunta que movi aun historiador o a un escritor a trabajar en su libro o, sino hay una pregunta, qu fue aquello que los movi arealizar una obra, cul fue su inspiracin, si se puedetodava hablar de ello. Finalmente, la heurstica es artede inventar y trabajo a sustanciar. Las dos acepciones seconjugan en una sola accin que tiene su principio en

    la primera y su desarrollo en la segunda.Tanto La feria como Pueblo en viloson producto

    de sendas experiencias pueblerinas. De no haberlas te-nido sus autores, los libros no existiran. Esto parecedar la razn a Muri, ya que la ajenidad no hubiera po-sibilitado la escritura de esas dos piezas maestras desus respectivos gneros, cuyos universos son Zapotlny San Jos de Gracia. En este sentido, lo afirmado pue-de ser una obviedad, pero resulta fundamental subra-

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    1 Frank Ankersmit, La experiencia histrica sublime, trad. del neer-lands de Nathalie Schwan, Universidad Iberoamericana, Mxico,2010, 415 pp.

    2Johan Huizinga, El otoo de la Edad Media. Estudios sobre las for-mas de la vida y del espritu durante los siglos XIV y XV en Francia y los

    Pases Bajos, trad. del alemn de Jos Gaos, sptima reimpresin, Re-vista de Occidente, Madrid, 1967, 512 pp.

    3Ambrosio Velasco Gmez (coordinador), El concepto de heursticaen las ciencias y las humanidades, Siglo XXI Editores-Universidad Na-cional Autnoma de Mxico, Mxico, 2000, 255 pp.

    4lvaro Matute, Heurstica e historia, en ibidem, p. 149.

    Juan Jos Arreola

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    yarlo, por todo lo que tienen de fondo comn los dosautores, adems de los dos libros. Tambin obra el fac-tor nostlgico, las idas y venidas de los dos autores a suspueblos en constante cotejo con lo que para ellos fuela esencia pueblerina y cmo se va perdiendo con el tiem-po. Para dar lugar a la recreacin era necesario estable-cer distancia ahora se le puede dar la razn a Mart-nez Assad y contemplar

    los pueblos desde Pars.

    Si se me permite la ancdota, la ltima vez que vi a JuanJos Arreola fue cuando le impusieron a Luis Gonzlezel doctorado honoris causaen la Universidad de Guada-lajara. No es algo gratuito. Siete aos mayor el jaliscien-se que el michoacano, si se toma el corte 1910-1925como parmetro, los dos pertenecen a la misma gene-racin. Lo mismo ocurrira si se tratara de 1915-1930.Slo si se hablara de 1905-1920 y 1920-1935, ya no.Pero el trazo de las fechas no est exento de arbitrarie-dad, por lo cual abundar en los rasgos comunes que com-parten Arreola y Gonzlez es lo ms digno de ser tomadoen cuenta. Nacidos en sus respectivos pueblos (septiem-bre de 1918 y octubre de 1925), pasan su infancia enellos, pero sufren expulsiones. La de Arreola es volun-taria, frente a la obligada de don Luis. Mientras el deZapotln llega hasta la capital de la Repblica, el jose-fino al principio slo a Guadalajara, ciudad com-partida por ambos, adems de la amistad con Antonio

    Alatorre, aunque en momentos diferentes. El caso es queya los dos en Mxico comienzan a universalizar sus cul-turas literaria e histrica, de manera que los dos llegarna la ciudad del Sena donde cada quien alternar con losdioses mayores de sus respectivas actividades como Louis

    Jouvet y Jean-Louis Barrault o Fernand Braudel e Ir-ne Marrou, es decir, lo ms representativo del teatro yla historia.5 Podramos comparar los trabajos anterio-res al cruce del Atlntico de ambos autores? DigamosHizo el bien mientras viviy El optimismo nacionalistacomo factor de la Independencia?Los dos textos apuntanal regionalismo, ms el primero que el segundo, pero ste,por tratarse de la independencia tiene su sede en Gua-najuato, ms que en la Ciudad de Mxico. Los artculosde don Luis y los cuentos de Arreola presentan a dosprosistas que se entienden a la perfeccin con sus len-

    guajes. Por los aos que se llevan, Arreola alcanza suplenitud en Confabulario y Varia invencin, Gonzlez enEl hombre y la tierra y El subsuelo indgena, que ocupanla mayor extensin del tomo dedicado a la Repblicarestaurada. Vida social de la Historia moderna de M-xico. En esos trabajos los dos narradores del occidentemexicano se elevan a las respectivas alturas en las quedeben ser ubicados.6

    Arreola y Gonzlez, pueblerinos cosmopolitas, com-partan el tener una idea universal de la literatura y dela historiografa, por lo aprendido y ledo en Mxico yFrancia, donde frondosos rboles les dieron sombra y ha-ban ejercitado sus respectivas armas expresivas. Los dos,por cierto, trabajaron en El Colegio de Mxico. Mien-tras llegaban de regreso a sus matriaspor va de la escri-tura, ambos ejercieron un generoso magisterio en el queformaron escritores e historiadores que jams ponen enduda la enorme deuda contrada con ese par de mento-res. As, cinco aos habran de mediar entre la publica-

    cin de Pueblo en vilo, que apareci al finalizar 1968, y

    La feria,

    libro, como ya se dijo, cuya edicin original data de 1963.La reciente aparicin de El ltimo juglar. Memorias deJuan Jos Arreolaeditado por su hijo Orso Arreola,7 he-

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    5 El viaje de Arreola (1945-6), en Orso Arreola, El ltimo juglar. Me-morias de Juan Jos Arreola, Editorial Jus-Universidad de Guadalajara,Mxico-Guadalajara, 2010, 420 pp. [La primera edicin es de EditorialDiana, 1998], pp. 234-257; el de Luis Gonzlez (1951-2), en Jean Meyer(coordinador),Egohistorias. El amor a Clo, Centre dtudes Mexicaines

    et Centreamricaines, Mxico,1993, 232 pp., pp. 57-81 y en EnriqueFlorescano y Ricardo Prez Montfort, Historiadores de Mxico en el sigloXX, Fondo de Cultura Econmica-Consejo Nacional para la Cultura ylas Artes, Mxico, 1995, 558 pp., pp. 367.

    6 El caso de don Luis Gonzlez ofrece alguna complejidad. Es relati-vamente evidente que El hombre y la tierrano fue debidamente valorado

    como s lo fueron los dos libros de Arreola, por la sombra que le hacael haber sido publicado como parte de la Historia moderna, ya que donDaniel Coso Villegas, como es natural, acaparaba todos los reflectores.

    7 Orso Arreola, op cit.

    Luis Gonzlez y Gonzlez

    Archivofamiliar

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    cho a base de fragmentos autobiogrficos y diarios, re-cupera a un Juan Jos de cuerpo entero. Aparte, y poreso mismo, da claves muy ricas para emprender la re-lectura de La feria. En principio, el amor matrio. Enlugar de tener el nombre patritico de Ciudad Guzmn,debera rebautizarse al lugar con el nombre de Zapo-tln de Arreola. Si haba dudas acerca de su fijacin conZapotln, en El ltimo juglarquedan disipadas. Ahorabien, Orso Arreola recupera los diarios de su padre, quelo ligan a la tierra donde estaba y a la tierra que evoca,a la presente y a la ausente. En ellos est la historia delos amores juveniles de Juan Jos. Los fragmentos de Laferiaen que son evocados, haban sido escritos dcadasantes de la breve novela. sta, a decir de su autor, recu-pera cuatro o cinco series: las labores agrcolas, la luchapor la tierra, las veladas de los miembros del Ateneo, lasconfesiones del nio, los amores del joven poeta,8 queno es otro sino l mismo, que se planta frente a la es-cuela de corte y confeccin a esperar a que su amada le

    d la respuesta anhelada. Eso sucedi en la vida real yeso se cuenta en la novela. Alrededor de ellos gira la mi-crohistoria de Zapotln integrada por las voces, si node los treinta mil habitantes, s de un buen nmero desus representantes.

    Estilsticamente, Arreola se transforma y sigue fiel as mismo. Renuncia al relato puro y extendido en suspalabras para atomizarlo en breves fragmentos, al-gunos de los cuales apenas sobrepasan la pgina impre-sa. La editorial Joaqun Mortiz tuvo el acierto de sepa-rarlos con pequeas vietas de Vicente Rojo, las cualesse integraron plenamente al texto. Si el lector quiere te-ner una idea de la historia de Zapotln, La feria le ofreceuna visin impresionista-puntillista. Cuenta con el granmarco temporal que se remonta al tiempo de la con-quista de los tlayacanques y de ah parte el asunto deldespojo de la tierra a los habitantes originarios y se des-prende la lucha por su reivindicacin, que nunca llega.Por cierto, el haber compartido en el siglo XVI la pro-vincia de valos hace paisanos a los dos escritores. Si laaccin se ubica en el sigloXXposrevolucionario, no sonajenos a ella los elementos de larga duracinah coloca-dos. Entonces el cuentista Arreola recupera su estilo quelo emparenta con Borges y Julio Torri, a la vez que trazauna historia colectiva cuyo nexo comn es territorial.Sus personajes son la gente de ah, que se involucra enla dinmica de un pueblo al que se le va la vida en cele-brar a su santo patrono, por cierto San Jos, lo que daotro aspecto comn con el espacio michoacano de donLuis Gonzlez. La autenticidad histrica de Arreola semanifiesta en su idea de que la percepcin fragmenta-ria de la realidad es la que mejor se acomoda a la ndo-le profusa y diversa de La feria.9Adems del esfuerzoque presupuso recuperar el lenguaje de la gente, el len-guaje escuchado en su niez, en un pueblo donde apren-di de memoria, antes de saber leer, El Cristo de Te-maca, del padre Alfredo R. Plasencia, La feria tiene suheurstica en la acepcin de los historiadores. Le relataa Emmanuel Carballo:

    ... les ped a dos o tres que me escribieran algo de lo que

    les haba pasado (por ejemplo las noticias sobre los tlaya-

    canques), y pude utilizar algunos de sus escritos casi tex-

    tualmente; tambin me serv de trozos de cartas y de p-

    rrafos enteros del peridico local. Me produjo una gran

    alegra ver que la realidad y la fantasa se confunden a tal

    grado que yo mismo no puedo fijar sus lmites. Aqu mis-

    mo conviene aclarar que tambin me serv de documentos

    antiguos, de pasajes bblicos y de los evangelios apcrifos.

    El propsito de estas inclusiones es dar un trasfondo his-

    trico a los hechos y a las palabras actuales.10

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    8 En Emmanuel Carballo, Protagonistas de la literatura mexicana,2a. ed., Ediciones El Ermitao-Secretara de Educacin Pblica, Mxi-co, 1986, 578 pp., p. 485.

    9 Ibidem, p. 485.10 Ibidem, pp. 485-486.

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    La feriaes, con mucho, una microhistoria de Zapo-tln entramada como novela, sustanciada como histo-riografa, compuesta a base de mltiples fragmentos enlos que aparecen y desaparecen los personajes que le dancuerpo al relato y que son resultado de un cotejo entreimaginacin y realidad. En su conversacin con Carba-llo expresa que a pesar de la veneracin por Zapotln ysus paisanos, por la matria, sucumbe ante la irona. Ascomo los amores no terminan correspondindose, losagraristas no ven la tierra; la novela culmina con el in-cendio del castillo en el que estaban puestas todas las ex-pectativas de la magna celebracin del santo patrono conla coronacin de la Sagrada Familia. La nica que llega la plenitud fue Concha de Fierro, que perdi su con-dicin metlica, gracias al matador Pedro Corrales. Apartir de ah cambi su vida. El pueblo, en cambio, si-gui inmerso en un movimiento cclico de la historia. Elesfuerzo colectivo qued reducido a cenizas y pavesas,pero se no fue el final de la historia. ste queda abier-to para dar lugar a un nuevo curso viquiano. Zapotln,al igual que San Jos de Gracia, es un

    Pueblo en vilo.

    Zapotln y San Jos de Gracia comparten muchas cosaspor pertenecer a Occidente, es decir, a la misma regin.Las percepciones de los autores de sus respectivas micro-historias les otorgan muchos rasgos comunes que loshacen semejantes, pero sin perder cada uno su individua-lidad. Los libros, pese a sus parentescos, genricamenteson distintos. En ello estriba la principal diferencia. LuisGonzlez est comprometido con la continuidad, mien-tras que Arreola se puede permitir el recurso puntillista,sin que ello le lleve a renunciar a la larga temporalidad,pero tambin se permite ser selectivo. Por ejemplo, laguerra cristera est ausente en sus pginas, mientras queen Pueblo en viloes un suceso central. No hubo cristia-da en Zapotln? Claro que s, pero Arreola no le da sulugar en La feria. En la novela se gana un pasaporte a la

    selectividad; la historia se obliga a recuperar de mane-ra ntegra el curso completo, sobre todo si se trata dela historia de un espacio reducido como el de San Josde Gracia. Pero los dos libros tienen un punto de par-tida comn: van de lo macro a lo micro, es decir, de al-go tan general como la conquista de la Nueva Galiciau Occidente a la individualidad de sus pueblos. El ca-so del michoacano, que es de Michoacn por pocosmetros, el viaje de lo macro a lo micro abarca muchotiempo-papel. Se llega al pueblo hasta la pgina 115,despus de cuatro captulos. La historia de San Jos abar-

    car los nueve restantes, para llegar a la pgina 353, esdecir, hay que recorrer un 30 por ciento, mientras queLa feriapuede comenzar in medias ressubrayando una

    suerte de continuidad esencial zapotlaneca, frente a lahistoricidad josefina.11

    Los primeros captulos no son microhistricos. Suobjeto es definir la regin o conducir al lector hacia laconstruccin de una regin que es hacienda de unos yluego de otros y que a la postre se ir definiendo con susasentamientos de poblacin como ganadera lechera. Porla zona ocurren ecos de los acontecimientos nacionalesque perturban a los habitantes que ven pasar la mette-sis de Jucumatln a Cojumatln sin aspaviento alguno.Por fin, ya en el pas porfiriano, sucede la fundacin delpueblo. La microhistoria va dndose conforme avanzanlas pginas hasta llegar a manifestarse en plenitud. Antesfue macrohistoria, bien llevada por los influjos annalis-tasaprendidos en Franois Chevalier sustanciados entoda la parafernalia archivstica que hubo menester.

    Ya en el campo microhistrico, al igual que Arreo-la, Luis Gonzlez quiso recuperar algo fundamental: ellenguaje del pueblo. Los dos tenan odo fino y memo-ria, adems de que regresaban constantemente a visitara sus padres y parientes. Don Luis dice que vacacionabaen San Jos, porque iba acorde con su salario de acad-mico; realmente regresar a la matrialo fortaleca, al igualque al autor de Confabulario. No fue solamente el len-guaje escuchado en la infancia, sino adems, su con-tinuidad. La lengua de los padres. En esa lengua reco-gieron testimonios y se la reprodujeron a escuchas deambos lugares. Sus modi operandino difirieron en mu-cho. Sobre el lenguaje de Pueblo en vilo, la siguiente citaes conveniente:

    Rafael Segovia advirti que el estilo personal y coloquial

    resultaba agresivo [...] Seal que pareca un remedo de

    obras como La feriade Juan Jos Arreola y otras [...] Da-

    niel Coso Villegas, con la impaciencia que a veces las

    ms le caracterizaba, dijo que ya era tiempo de escu-

    char al doctor Gaos, quien se apresur a decir: La pri-

    mera recomendacin que le hago es que no cambie ni una

    coma. El estilo nos pone en contacto con San Jos de Gra-

    cia; sin el estilo lo perderamos, nos iramos a cualquier

    comunidad aldeana de cualquier parte.12

    El propio Gonzlez rememora que Antonio Alato-rre defendi su lenguaje, lo que, junto con la opininde Jos Gaos, le da carta de naturaleza al libro en el or-den estilstico. Aos despus, Rafael Segovia entonabaun sincero mea culpa. Por otra parte, es interesante quehiciera referencia a La feria, libro que al igual que Pedro

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    11 Utilizo la primera edicin de Luis Gonzlez, Pueblo en vilo. Micro-historia de San Jos de Gracia, El Colegio de Mxico, Mxico, 1968, 365 p.

    12 En Mara Eugenia Arias Gmez, Fruto de una tradicin, enEvelia Trejo y lvaro Matute (editores), Escribir la historia en el siglo XX.Treinta lecturas, Instituto de Investigaciones Histricas-Universidad Na-cional Autnoma de Mxico, Mxico, 2005, 589 pp., p. 331.

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    Pramo yAl filo del aguafigura en la bibliografa gene-ral, al igual que esa curiosa recreacin de la vida pue-blerina hecha por el caricaturista Rius, Los supermachos.

    Del lenguaje se va al tema de la autenticidad hist-rica. De hecho, lenguaje y autenticidad histrica se danla mano. El uno garantiza la otra. Recuerdo que en untrabajo escolar una alumna reprochaba que la obra es-tuviera basada en muchos testimonios orales, provenien-tes de la parentela del autor. Por tratarse de una estu-diante de tercer o cuarto semestre de la licenciatura,manifestaba la ortodoxia aprendida en sus cursos de me-todologa. Tal vez entonces no se haba reflexionado demanera suficiente en la oralidad que antecede la pro-duccin de fuentes escritas ni en el valor de la memoriacolectiva que ms tarde, tras la fuerte presencia de losantroplogos en la produccin historiogrfica, adqui-ri legitimidad. Hoy en da, gracias a libros como Pue-blo en viloy La Cristiadade Jean Meyer, el sustento oralqued bien establecido. La oralidad constituye la basefundamental de la escritura historiogrfica y justamenteel libro que nos ocupa es una de las mejores muestras deltema. Haberlo hecho en 1966 adems de arriesgado resul-t innovador. Don Luis debe de haber vivido agradecido

    por la longevidad de tantos josefinos y por la privilegiadamemoria de sus padres. Antes, en las pginas macrohis-tricas, da muestra de su probidad en cuestiones de histo-ria documental. Aos ms tarde elabor el mejor tratadomexicano de metodologa, El oficio de historiar.

    Tanto en las partes macro como microhistricas, elmaestro Gonzlez hace gala de su enfoque generacio-nal. Pocos como l lo logran con tanta plenitud. Desdeel sigloXVII es capaz de no perder de vista la sucesin,aunque sea en planos demasiado grandes. Y cuando seestrecha el espacio, logra una continuidad que da sen-tido a la sucesin. Para ejemplificar, las generaciones dela aurora boreal y la de la nevada: cada una tiene su iden-tidad y le imprime al mbito josefino un significado par-ticular; lo mismo sucede con el resto, especialmente enlas desgracias ocurridas a San Jos con la Revolucin y laguerra cristera. Don Luis proyecta una sensacin muypueblerina, en el sentido de estar mejor cuando los defuera estn lejos y no irrumpen en la vida propia. Eramejor leer en El Pasde Trinidad Snchez Santos lo quepasaba en otros lados y vender sus productos lcteos ala capital que padecer los embates del huertismo, el cons-titucionalismo, el villismo y el bandolerismo, para re-matar con la pandemia de 1918. Y despus de un respi-ro, el callismo solivianta los nimos josefinos y el puebloofrece reclutas espontneos para defender a Cristo Rey.

    Aos difciles.Para el momento en que es escrito el libro, plantear

    el binomio revolucin padecida/cristiada insurgente erauna heterodoxia historiogrfica. Por una parte, revela lamadurez de un historiador que, tras haber aprendidola historia nacional con Jos Bravo Ugarte, y haber da-do un vuelco hacia la historia oficial de izquierda, quelo hicieron aparecer rojo ante opiniones conservado-ras, construye su propia posicin.13 Con muchas horasde vuelo posteriores, logra la autenticidad histrica alcomprometerse con los sujetos de su narracin. No erahabitual antes de 1968 ofrecer un planteamiento de esanaturaleza, salvo en las obras que publicaba la editorial

    Jus. A partir de ese momento es un acadmico probo el

    que entrama como tragedia la Revolucin, por verla des-de el mirador de quienes la padecieron, y el haber dejadoa los cristeros en la frustracin tras los arreglos de 1929y constatar la destruccin sufrida por San Jos. A par-tir de ah, el entramado trgico se supera gracias al ni-mo reconstructivo. Por esa experiencia, posteriormentedon Luis lleg al concepto de los revolucionadoscon elque subraya la ajenidad de la poblacin ante el embatede los revolucionarios. Un avance historiogrfico en elmomento, que deja herencia al revisionismo que ya segestaba y del que resulta precursor. Lo inventa o lo des-

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    13 Esto expresa don Luis en Florescano y Prez Montfort, op. cit.,p. 364.

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    cubre? Lo primero, por dar sentido a los hechos; lo se-gundo, por recuperar la voz de los pacientes.14

    En tanto historia del pueblo, la de San Jos, como lade Zapotln, hace pensar en el movimiento cclico. Avefnix que renace de sus cenizas, literalmente. De mane-ra contrafactual, puede pensarse en que al final de 1918o hacia 1930, San Jos de Gracia pudo haber termina-do sus das, abandonado e incendiado, de no ser por elempuje de sus habitantes, que prcticamente lo refun-daron. Las cifras de poblacin en las que don Luis com-para la situacin de 1910 con la de c.1940 son estticasdebido al elevado nmero de ausentes. Sin embargo, elrenacimiento auspiciado por el padre Federico Gonz-lez Crdenas, que aprovech el medio siglo de vida delpueblo, le infundi paz y concordia, tanto entre los jose-finos como entre ellos y el gobierno, al propiciar la ni-ca visita presidencial realizada por Lzaro Crdenas, prc-ticamente paisano. La reflexin que coloca don Luis alrespecto de la integracin negativa del lugar con la his-

    toria de Mxico, apoyado en una reflexin lcida de JeanMeyer, es exacta: a fuerza de sufrimiento San Jos deGracia se mexicaniz, revolucionado y agrarista. Estoltimo, otra imposicin que viene del centro o de arri-ba, como se quiera, deja su ltima secuela de violencia,

    aunque disminuida con respecto a las anteriores expe-riencias y termina otorgndole un perfil. El declarar quela propiedad deba ser considerada de agostadero, lalabor del padre Federico y el general Crdenas hacen losuyo para que sobrevenga la paz, adems de los nuevostiempos que inicia el pas con Manuel vila Camacho.

    Para contar la parte agrarista de la historia, don Luishace gala de su dominio historiogrfico al colocarse en me-dio del mirador. Simpatiza con los desposedos y com-prende la razn que asiste a los reacios al reparto y la co-lectivizacin de la tierra, los autnticos propietarios. Sloreprueba al sector terrateniente que de conservador pasa areaccionario. No hace concesiones ideolgicas para contarcmo se dio la ltima tensin mayor de la historia josefina.

    Viene despus la etapa contempornea, de la que elautor es testigo y la narra con la conciencia de serlo. Deah un relato fluido apenas interrumpido por escasas no-tas al pie, donde los aspectos cotidianos y educativos delos josefinos de arriba y de abajo cobran la mayor rele-

    vancia y proyectan su esencia pueblerina. La contem-poraneidad se equipara con la comunicacin. La carre-tera que lleva y trae. Durante su construccin acarreaempleo alternado con descanso etlico y compaa demujeres que antes no estaban ah y que introducen en-fermedades venreas. Tambin trae, desde luego, bienesde consumo que los josefinos compran. El cine sirve parailustrar usos y costumbres deseables. Lo que la carrete-ra se lleva es brazos, principalmente a Estados Unidos,en alto porcentaje, y tambin a la Ciudad de Mxico, laque ofrece expectativas diferentes a las del universo ce-

    rrado que asfixiaba a los ms jvenes. Don Luis jamspierde la perspectiva generacional. El xodo vuelve apropiciar cierto estancamiento demogrfico.

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    14 Cuando aparece Pueblo en vilo, el nico libro acadmico sobrela guerra cristera era el de Alicia Olivera Sedano,Aspectos del conflictoreligioso de 1926 a 1929. Sus antecedentes y consecuencias, Instituto Na-cional de Antropologa e Historia, Mxico, 1966, 292 pp. El libro seorigin en una tesis presentada en la Facultad de Filosofa y Letras de laUNAM, dirigida por el doctor Jos Miranda. Tuvo como base el archi-

    vo de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. El captuloVIII de Pueblo en vilobien puede ser el segundo tratamiento acadmi-co del tema. Por ese tiempo, Jean Meyer avanzaba en su investigacin,cuyo resultado presentara en 1969 en la Universidad de Pars.

    San Jos de Gracia, Michoacn

  • 7/21/2019 La Feria y Pueblo en Vilo

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    El libro concluye con una caracterizacin, ms queconfrontacin entre los de arriba y los de abajo. Con suscaractersticas, su identidad, su personalidad propia, los

    josefinos son michoacanos y mexicanos, a veces a pesarsuyo, a veces con conviccin. Siempre en vilo.

    Recupera de manera ms plena la cotidianidad, quele permite advertir el proceso de modernizacin mate-rial frente a una fuerte tradicin espiritual, la cual tam-bin se ve afectada por el proceso al que ya no puede sus-traerse. El buen antroplogo que fue don Luis desde Elsubsuelo indgenasiempre est presente en el libro, perode manera ms frecuente en las ltimas pginas, avan-za hacia un final abierto que va ms all del hecho deque San Jos abandon su condicin de ser parte de latenencia de Ornelas para convertirse en el municipioMarcos Castellanos, cura insurgente que anduvo por ah.Nuevamente el lenguaje da las pautas. Con repertoriosde palabras expresa una historicidad que manifiesta laaceleracin de los tiempos. Suceden presidentes, gober-nadores, funcionarios, pero lo importante es la gente,verdadera protagonista de la historia que se narra en Pue-blo en vilo, la que vive en vilo el pueblo.

    La experiencia pueblerina de Arreola y Gonzlez losllev a recrear la experiencia pueblerina de Zapotln ySan Jos de Gracia; los unos para las otras. Como libros,los dos tienen un significado especial en la trayectoria desus autores. La feriamuestra que Arreola s poda ocu-parse de lo suyo, poda ser de su tierra y lograr una no-vela como totalidad narrativa. El caso de Luis Gonzlezes diferente: para l marc, ms que un cambio de rum-bo, una definicin. No se malentienda; no pas de his-toriador a microhistoriador, sigui siendo lo primero, ycon ms argumentos, al demostrar la posibilidad de uni-versalizar un objeto de proporciones demasiado acota-das. Logr elaborar una de las obras historiogrficasms plenas del siglo XX, cuyo contenido revolucionmuchos mbitos: abatir el dogma de la hiperdocumen-tacin, al dotar al recuerdo de una dimensin que latradicin acadmica haba desdeado; eliminar la ideade que lo nacional condiciona lo local, sino que la his-

    toria de una experiencia colectiva tiene un desarrollopropio que alterna, incorporando y desechando, lo quese pretende imponer y, sobre todo, independizar elproceso histrico de toda imposicin al mostrar c-mo se le padece o se le rechaza. A partir de Pueblo envilo, no slo reflexion sobre la historia local, sino quetambin lo hizo sobre la historia general y pudo opo-ner la matriaa la patria, estimular microhistorias paramultimxico, y ofrecer a la postre el concepto de los revo-lucionados, es decir, mostrar la revolucin en una facetaque se padeci, pero que era polticamente incorrecto

    conceptuarla de esa manera. Dos grandes libros vivos,uno con medio siglo a cuestas y el otro, con slo un lus-tro menos.

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