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MANUELA CIFUENTES MURILLO LA FUNCIÓNAUTOR EN LAS VIDAS DE GIORGIO VASARI. TRABAJO DESDE LOS LÍMITES DISCURSIVOS CON FOUCAULT Y DIDI-HUBERMAN PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Filosofía Bogotá, 3 de noviembre de 2020

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MANUELA CIFUENTES MURILLO

LA FUNCIÓN–AUTOR EN LAS VIDAS DE GIORGIO VASARI.

TRABAJO DESDE LOS LÍMITES DISCURSIVOS CON FOUCAULT Y

DIDI-HUBERMAN

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

Facultad de Filosofía

Bogotá, 3 de noviembre de 2020

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LA FUNCIÓN–AUTOR EN LAS VIDAS DE GIORGIO VASARI.

TRABAJO DESDE LOS LÍMITES DISCURSIVOS CON FOUCAULT Y

DIDI-HUBERMAN

Trabajo de grado presentado por Manuela Cifuentes Murillo, bajo la dirección de la

Profesora Anna Maria Brigante,

como requisito parcial para optar al título de Filósofa

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

Facultad de Filosofía

Bogotá, 3 de noviembre de 2020

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CARTA DEL DIRECTOR

Bogotá, 3 de noviembre de 2020

Profesor

Luis Fernando Cardona Suárez

Decano

Apreciado señor Decano:

Reciba un cordial saludo.

Me permito presentar el trabajo de grado titulado La función-autor en Las Vidas de Giorgio

Vasari. Trabajo desde los límites discursivos con Foucault y Didi-Huberman con el que la

estudiante Manuela Cifuentes Murillo completa una de las condiciones para optar al título de

Filósofa.

Para lleva a cabo este trabajo Manuela ha hecho una lectura cuidadosa del texto de Las vidas

de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos con el fin de cuestionar la

noción de autoría que en este se presenta, máxime porque se lo considera como el discurso

fundador de la Historia del arte. Para cumplir su propósito, Manuela se desplaza a la discusión

contemporánea sobre la muerte del autor; de manera aguda la estudiante logra contrastar las

teorías de Barthes y Foucault al respecto, mostrando cómo este último, según palabras de

Manuela, controvierte “la noción unitaria de autor y también su creída muerte que, no

obstante, conserva substitutivamente el estatuto del sujeto privilegiado”. En un movimento

final, la estudiante se vale de la lectura que Didi-Huberman hace de los márgenes del discurso

vasariano para completar las claridades recabadas gracias a Foucault. El trabajo de Manuela

es inteligente, novedoso y de una gran pertinenecia para un mundo en el que la autoría parece

multiplicarse sin control.

Por las razones presentadas, considero que el trabajo de Manuela cumple con creces las

condiciones que la Facultad ha establecido.

Anna Maria Brigante

Profesora Asociada

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AGRADECIMIENTOS

Quisiera reiterar mi agradecimiento a todas las profesoras y profesores que avivaron durante

estos últimos años mi interés apasionado en la filosofía. Especialmente, agradezco a Anna

Brigante que ha sido una guía sin igual en el desarrollo de este trabajo.

Agradezco a mi familia por su amor, paciencia y apoyo incondicional.

Finalmente, saludo a mi abuelo Jaime por incentivar y compartir conmigo la pasión

desinteresada por el dibujo y porque “piano piano si va lontano”.

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TABLA DE CONTENIDO

CARTA DEL DIRECTOR .................................................................................................. 3

AGRADECIMIENTOS ....................................................................................................... 4

TABLA DE CONTENIDO .................................................................................................. 5

INTRODUCCIÓN ................................................................................................................ 8

I. ¿QUÉ ES LA FUNCIÓN-AUTOR? APERTURA DE NOCIONES CLAUSURADAS ....................... 11

A. La desaparición del autor: antecedentes de Barthes y Foucault .................................. 11

B. El Autor en Barthes ...................................................................................................... 15

C. Foucault se distancia de Barthes .................................................................................. 16

D. La función–autor: la propuesta foucaultiana ............................................................... 18

E. Los cuatro aspectos de la función–autor ...................................................................... 23

1. Primer aspecto: el nombre de autor ......................................................................... 23

2. Segundo aspecto: la apropiación ............................................................................. 24

3. Tercer aspecto: la atribución ................................................................................... 25

4. Cuarto aspecto: la posición del autor ...................................................................... 27

F. Proyecciones de la función–autor: el propósito de este trabajo ............................... 29

II. APERTURA DE LA HISTORIA DEL ARTE DE GIORGIO VASARI: EL DISEGNO DE UNA

DISCURSIVIDAD ..................................................................................................................... 36

A. Renacimiento y arte: la objetivación de una práctica .................................................. 36

1. Antecedentes del proyecto vasariano ....................................................................... 36

2. El caso genitivo: introducción al discurso de Vasari .............................................. 38

3. Los márgenes discursivos ......................................................................................... 41

B. Categorías discursivas del proyecto vasariano ............................................................ 43

1. Primera categoría. La amenaza del olvido .............................................................. 44

2. Segunda categoría. Rinascita como marco de una temporalidad ............................ 46

3. Tercera categoría. Disegno como orden y sentido de la historia del arte ............... 47

5. Cuarta categoría. Distancia entre Historia y Literatura ......................................... 52

6. Quinta categoría: Imitación a la naturaleza ............................................................ 54

7. Sexta categoría: Fama eterna .................................................................................. 58

III. APERTURA DE LA FUNCIÓN-AUTOR VASARIANA ......................................................... 63

A. Apertura de una noción hecha de desplazamientos: trabajo desde los márgenes ........ 63

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6

B. Emplazamientos e inercias: el Historiador del Arte .................................................... 65

C. Apertura del mayor emplazamiento: la fundación discursiva de Vasari ..................... 68

D. Apertura de unidades discursivas: puntos de inflexión ............................................... 69

E. Apertura de los cuatro aspectos de la función-autor vasariana .................................... 71

F. Ideología y ficción: ¿desaparecerá la función-autor? ................................................... 79

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ............................................................................. 86

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Fotografía de la xilografía ilustrativa a la autobiografía de Giorgio Vasari,

ilustrada por él mismo, vecina del índice de sus Vidas de los más ilustres

arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue hasta nuestros

tiempos (1568).

Imagen recopilada en: https://www.widewalls.ch/magazine/giorgio-vasari-lives-of-the-artists

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INTRODUCCIÓN

Hemos propuesto a través de este trabajo filosófico una apertura de la noción unitaria de autor

en la historia del arte de Giorgio Vasari. Buscamos entender cómo esta noción se emplazó

en un discurso sobre la práctica artística; que atribuye su fundación a un sujeto-diferente

llamado “el primer Historiador del Arte”.

Para realizar este cometido, primero, abordaremos el interrogante foucaultiano1 sobre

la noción unitaria de autoría pues muestra el funcionamiento del sujeto en un discurso

particular con cuatro aspectos específicos: el nombre propio, la apropiación, la atribución y

la posición del autor. Estos aspectos han sido conservados por la crítica e inclusive por las

leyes de derecho de autor modernas; creyendo que constituyen la unidad de esta noción.

Foucault con este interrogante se inscribe en una tradición francesa que afirma o rumorea –

bajo el ruido de la indistinción– que el autor ha muerto. En el presente trabajo se controvertirá

la noción unitaria de autor y también su creída muerte que, no obstante, conserva

substitutivamente el estatuto del sujeto privilegiado. Encontraremos que la descentralización

del autor propuesta por Foucault matiza lo que Barthes, por su parte, radicalizó cuando señaló

que “hay un lugar donde esta multiplicidad se concentra y ese lugar es el lector, no, como se

ha dicho hasta ahora, el autor” (Barthes, 1977, p. 148). Al respecto, incluiremos la postura

de John Burke pues problematiza a ambas acepciones. Según él, Barthes y Foucault apuestan

por un sustrato intradiscursivo en el que la escritura sustenta la muerte del autor. Sin embargo,

demostraremos que Foucault no radicaliza ni la noción, ni la muerte, ya que inclusive está en

la misma línea que Burke; pues es “la cuestión de la teoría misma (en tanto sus dominios y

límites, en tanto sus modos de existencia)” (Burke, 1989, p. 207). Suscribimos, así como

Foucault, la apertura de la noción unitaria del autor, interrogando desde los límites y

márgenes del discurso; y apartándonos de las clausuras que permitiría la intradiscursividad.

1 ¿Qué es un Autor? (1969)

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El trabajo desde los márgenes o límites de un discurso comunica además a nuestras

fuentes primarias que son Foucault y Didi-Huberman, ya que “los fines no anidan nunca

mejor que en los márgenes de los grandes textos” (Didi-Huberman, 2010, p. 77)”. Así, en un

segundo momento, abriremos el caso de la historia de arte vasariana con una lectura, al igual,

desde la dimensión fronteriza de las Vidas que emplaza y desplaza unas categorías operativas

para la fundación y conservación del discurso histórico sobre el arte. Estas categorías

discursivas son: el olvido que amenaza la grandeza de la práctica artística, rinascita como

marco de una temporalidad, el Disegno como invención de un orden de la historia del arte,

la distancia deliberada entre historia y literatura (fantasía literaria), la imitación a la

naturaleza como operador del discurso y, por último, la fama eterna que enaltece y da

integridad a este discurso sobre el arte. Estas categorías discursivas resultan del trabajo que

Didi-Huberman ha empleado en Ante la imagen –y otros de sus textos– respecto a las

maniobras y manieras de Vasari, pues estas proyectan un tono de certeza que reina a menudo

en la bella disciplina del arte. De manera que será mandatorio el paso de nuestro trabajo por

las inconsistencias argumentativas del proyecto vasariano y con ellas daremos cuenta de la

predominancia de un credo epocal que se emplaza como principio unitario –reiterativamente–

y diseña de tal manera a su discursividad.

Finalmente, una vez abierto lo contenido en el discurso, abordaremos nuevamente los

cuatro aspectos que se desarrollaron en el primer capítulo, para abordarlos específicamente

en el autor y autoridades del caso vasariano. El nombre de autor, la apropiación, la atribución

y la posición del autor serán abiertos, ahora, en el Historiador del Arte. Con el desarrollo de

estos aspectos controvertiremos la función–autor en Vasari, dejando el horizonte de esta

noción –creídamente unitaria– ante las proyecciones futuras que, más allá de la práctica

artística y siguiendo los planteamientos de Foucault, parece indicar que el autor, su estatuto,

está en una transformación ¡quizá desaparición! que estamos empezando a experimentar por

la relación innovadora con tecnologías como la inteligencia artificial.

Individualmente seguimos creyendo en la unidad como propia e inherente al ser

humano. Ubicamos nuestro lugar en la sociedad afincando estatutos que, ahora más que

nunca, deberían abrirse y ser examinados. Si los derechos nos protegen y conservan el

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estatuto del autor; en realidad, cada vez más desconocemos esos derechos y emplazamos con

nuevas maneras la noción privilegiada de autor. Ahora, estas creencias sobre nuestra supuesta

especialidad como individuos están logrando afincar el estatuto del sujeto a través de tránsitos

tecnológicos que si hace unas décadas presumían una indiferencia (¿qué importa quién

habla?), ahora parecen asumirla desde una sobrepoblación de la autoría y autoridad. Entre

más autores, menos importa quién habla: entonces, si antes se presumía la muerte de la noción

unitaria del autor, ahora se presume la desaparición indiferente de la función del autor. Cada

vez será más difícil distinguir la funcionalidad de un autor y un discurso, porque ya será

demasiado tarde para preguntar ¿cómo ha o está funcionado el autor? Esta panorámica parece

indicar el tempo desfasado con el que las normativas se hacen más impersonales; confesando

no poder o querer estar al día con los avances de la tecnología digital.

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I. ¿QUÉ ES LA FUNCIÓN-AUTOR? APERTURA DE NOCIONES CLAUSURADAS

A. La desaparición del autor: antecedentes de Barthes y Foucault

Los antecedentes de la llamada muerte del autor son tan controversiales como afirmar que,

de hecho, ha muerto. Sabemos que Foucault busca participar de esta preocupación o

discusión con el interrogante inspirado por Beckett: qué es un autor2. En principio esto

muestra que no se da por cerrada, a diferencia de Barthes3, el tema en cuestión sino su

apertura. La pregunta por la constitución del autor es también, para Foucault, la pregunta por

la relación que el autor tiene con un texto; con su discurso. Lo que permite entender que el

interrogante foucaultiano aborda el modo en que un texto apunta a esa figura que le es exterior

y anterior, al menos en apariencia (Foucault, 2000, p. 7). De esto, Foucault manifiesta que

hay una dificultad preliminar: cuando esta figura del autor, por un vínculo argumentativo,

difícilmente se logra poner en duda. En otras palabras: cuando se pretende cerrar

argumentativamente la noción de autoría.

Sabemos, también, que el trabajo foucaultiano está enmarcado en una larga tradición

francesa que abarca, por ejemplo, a la crítica ortodoxa al romanticismo del siglo XIX y a sus

contradictores de finales del mismo siglo4. En efecto, la cuestión del autor con el trabajo

foucaultiano, se inscribe en la cercanía que tiene la noción de autor con la noción de poeta;

porque desde esta última se puede esbozar la transformación del problema de autoría, con

2 Foucault imparte su conferencia ante la Sociedad de Filosofía en la Universidad de Búfalo titulada ¿Qué es un Autor? con

la siguiente introducción: “el tema del que quisiera partir podría formularse con unas palabras que tomo prestadas de

Beckett: «Qué importa quién habla, alguien ha dicho qué importa quién habla»” (Foucault, 2000, p. 7). Cfr. Beckett, S.

(2015). Relatos y textos para nada. JPM Ediciones. 3 Barthes, R. (1977). “The Death of the Author” en Image-Music-Text. Fontana Press. London. 4 “Indeed, by the time French romanticism began to produce works of lasting value, it had essentially become post-romantic

symbolis[m]. The figure of Baudelaire here stands at the crossing, for whilst he continued to extol the virtues of imagination,

in his work for greater stress is laid up on the ideal of the author as the point de passage through which other forces

articulate themselves. Later symbolists, Rimbaud and –in particular– Mallarme came to view the poetic act as one in which

the poet submits more or less entirely to energies and dictates beyond his conscious control” (Burke, 1989, 4).

[ES] En efecto, cuando el romanticismo francés comenzó a producir obras de valor duradero, se había convertido

esencialmente en un simbolismo posromántico. La figura de Baudelaire se encuentra aquí en el cruce, porque mientras él

continuaba ensalzando las virtudes de la imaginación, en su obra se pone mayor énfasis en el ideal del autor como punto de

paso a través del cual se articulan otras fuerzas. Simbolistas posteriores, Rimbaud y –en particular– Mallarmé, llegaron a

considerar el acto poético como aquel en el que el poeta se somete más o menos enteramente a energías y dicta más allá de

su control consciente.

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cierta flexibilidad, en la tradición francesa. La razón de esta flexibilidad está sencillamente

en que la disyunción “autor o poeta” bien puede ser excluyente, así como incluyente. Pues

bien, la disyunción “autor o poeta”, cuando funciona de manera excluyente deja claro, por

ejemplo, que no todos los autores han sido o llegarán a ser poetas. Sin embargo, cuando

funciona de manera incluyente, las nociones se desempeñan de una manera compleja.

A continuación, veremos que la tradición en la que se inscribe Foucault, al preguntar

por lo que es un autor, trabaja en gran medida con la disyunción incluyente entre autor y

poeta pues “a raíz del romanticismo, dos concepciones marcadamente distintas sobre la

génesis y genealogía del texto poético surgieron de las concepciones del autor como creador

y del autor como médium privilegiado” (Burke, 1989, p. 3)5.

Con la crítica ortodoxa en la primera mitad del siglo XIX, las nociones de autor y poeta

fueron indistintas al ser consideradas la fuente trascendente de la obra. Estos ejercían como

médium, como los únicos capaces de traducir las ideas superiores o divinas y “se practicaba

un discurso rapsódico mixto que buscaba retransmitir el trabajo de sus fuentes en la biografía

y la psique del poeta, una práctica que, curiosamente, buscaba explicar y aterrizar el genio

inmortal del poeta” (Burke, 1989, p. 3)6. De manera que la figura del autor aquí comunicaba

las ideas superiores a través de sus características empíricas –biográficas o psicológicas– y

encarnaba la autoridad de la divinidad.

En la segunda mitad del siglo XIX, aun siendo ambas nociones –poeta y autor–

concebidas de manera común, se empezó a discutir la muerte del autor en tiempos modernos.

Esto, en respuesta a la concepción de la crítica ortodoxa que inscribía al poeta en dos

dimensiones: la del médium de las ideas divinas y la del sujeto-diferente que, con su biografía

y psicología particular, determinaba a su vez el modo de ser del poeta. Así, aquellos que a

finales de siglo se distanciaban de la crítica ortodoxa, concebían el acto poético como uno;

es decir uno en el que el poeta se inscribía, por completo, bajo las energías que dictan más

allá de su control consciente y el poema terminaba siendo “voz elocuente de una alteridad

5 “In the wake of romanticism, two sharply distinct conceptions of the genesis and genealogy of the poetic text grew out of

the conceptions of author as creator and author as privileged medium”. 6 “A mixed and rhapsodic discourse was practiced which sought to retrace the work to its wellsprings in the biography and

psyche of the poet, a practice which –curiously– sought therein to explain and laud the immortal genius of the poet”.

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que procede de cualquier voluntad o diseño por parte de su autor” (Burke, 1989, p. 4)7. El

poeta o autor ya no era una noción biográfica o psicológicamente diferente; ahora, la noción

existía para que algo de la alteridad pudiera sencillamente ser entregado; es decir que el autor

efectivamente no poseía las ideas de la Musa o la divinidad, sino que tan solo las inscribía

en la palabra, estando totalmente sometido. De esta manera, Mallarmé señala que el lenguaje

es el principio de esta alteridad ubicada en la misma fuente de la escritura; así, el poder del

lenguaje tiene prelación para organizar –organizarse– y no la intervención subjetiva de

alguien. La escritura se convierte en principio impersonal, porque habita en una

performatividad alejada del yo del autor: “[l]a estructura de un libro, de un verso, debe surgir

a partir de la necesidad interna en la forma en que tanto el azar como el autor serán excluidos

[...] llegarán más allá del volumen a otros poetas que inscribirán en el espacio espiritual la

rúbrica expansiva del genio, anónimo y perfecto como una obra de arte” (Mallarmé, 2007,

pp. 208-209)8.

Ahora bien, las referencias aquí traídas sobre esta conversación post-romántica, sobre

la dual o unitaria concepción del autor (o poeta), está respaldada por el trabajo doctoral de

John M. Burke9. Lo hemos referido en virtud del problema con el que trabaja Foucault y sus

contemporáneos un siglo después. Burke, en primer lugar, señala que el anti-autorialismo

(anti-authorialism)10 reacciona al llamado positivismo biográfico11, en el que se recuerdan

los atributos empíricos del autor como la biografía y la psicología, al separar los referentes

extratextuales de los elementos especulativos porque lo extratextual opera como preliminar

interno, formal y retórico. En segundo lugar, Burke muestra que lo extratextual implica que

se exalte un extremo metodológico sin más (1989, p. 9)12. De manera que los anti-autorialistas

inscriben una muerte de la autoría, sentenciando las categorías del autor como incompatibles

7 “The eloquent voice of an Otherness which proceeds any will or design on the part of its author”. 8 “An order innate to the book of verse exists inherently or everywhere, eliminating chance; it’s also necessary, to eliminate

the author [...] in addition to the volume, written by diverse hands, inscribed on spiritual space, the amplified signature of

genius, anonymous and perfect, giving art existence and being”. 9 Burke, J. (1989). The Death and Return of the Author: Criticism and Subjectivity in Barthes, Foucault and Derrida (Tesis

doctoral). University of Edinburgh, U.K. 10 Aquel que reacciona y deja entre paréntesis la biografía y psicología del autor. 11 Aquel que procura mantener la biografía y psicología en la noción del autor. 12 “Barthes, Foucault and Derrida thus take anti-authorialism to the extreme of promoting authorial exclusion from a

methodological prescription to an ontological statement about the very essence of this course itself”.

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con un análisis inmanente (Burke, 1989, 9)13. Así, habría autor unitario, pero no autor

biográfico o psicológico; el autor sería metodológicamente extratextual, escritural o el lugar

en que se conserva la trascendencia, a saber: la alteridad absoluta.

En lo que respecta a Foucault y a Barthes como partícipes de esta concepción en la que

la autoría estaría en las matrices predeterminantes del discurso (en la noción de escritura, por

ejemplo), Burke señala que ambos apuestan por una noción intradiscursiva del autor; es decir

en la que la noción de autor solo tendría existencia y contenido si está bajo el tamizaje

cultural, escritural y lingüístico de un discurso. Lo que también permitiría señalar que, quizá,

estos escritores llamados posestructuralistas llevaron la muerte del autor aún más lejos que

los anti-autorialistas al promover la exclusión del autor ya no desde una prescripción

metodológica sino haciendo una declaración ontológica sobre la esencia misma del discurso;

y se da como una verdad indiscutida la muerte del autor (Burke, 1989, p. 9)14.

En contraposición a Burke, vale la pena considerar mejor las discrepancias que existen

entre Foucault y Barthes pues resultarán útiles para el desarrollo de este trabajo. Ya que si

uno de ellos afirma que con la escritura se da “la apertura de un espacio en el que el sujeto

que escribe no deja de desaparecer” (Foucault, 2000, p. 8), el otro afirma que con la escritura

“la voz pierde su origen, el autor entra en su propia muerte, comienza la escritura” (Barthes,

1977, p. 142)15. Hay una invitación, subsecuente, a pensar por qué Foucault controvierte la

muerte del autor y prefiere referirse a ella como desaparición. De hecho, anticipadamente

diremos que la propuesta foucaultiana es, por un lado, conjetural en tanto está abierta a la

posteridad con salvedades específicas y, por otro lado, porque con esta propuesta (no–

conclusiva) la concepción del autor se entiende como un privilegio que sería en últimas la

fórmula que ha permitido la supervivencia de la noción unitaria e ideológica de autoría.

13 “The death or disappearance of the author was not at issue but rather the incompatibility of authorial categories with

immanent analyses”. 14 “Within modern French theory, however, so far from functioning as a working methodological hypothesis, the absence

or demise of the author is seen as “indubitably the proof of writing” in all it’s manifestations”. 15 “The voice loses its origin, the author enters into his own death, writing begins”.

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B. El Autor en Barthes

Barthes privilegia una función performativa del autor en su texto La muerte del autor. Esta

función resulta de la retrospectiva barthesiana sobre la concepción moderna del autor: “es

una figura moderna, producto de nuestra sociedad en la medida en que, emergiendo de la

Edad Media con el empirismo inglés, el racionalismo francés y la fe personal de la Reforma,

descubrió el prestigio del individuo; como es más noblemente dicho, de la "persona

humana"” (Barthes, 1977, pp. 142-143)16. Barthes busca controvertir, así, una concepción

antigua pero moderna a la vez del Autor; se interesa por criticar el prestigio que se traslada

del Autor antiguo al autor moderno. Pero esta crítica estará mediada por la noción de

escritura. Y con esta mediación, Barthes privilegiará lo que dice es el rol enunciativo de una

obra; es decir, lo que es la constatación instantánea de algo escrito: aquello que los

lingüistas, siguiendo la filosofía oxfordiana, llaman un performativo (performative). Este

concepto consiste en una forma verbal extraña (que se da exclusivamente en primera persona

y presente) en la que la enunciación no tiene más contenido (más enunciado) que el acto por

el cual ella misma se profiere (Barthes, 1977, pp. 145-146)17.

A pesar de criticar una concepción obsoleta del Autor, Barthes no logra deshacerse de

este sujeto privilegiado que criticó toda vez que lo reformulaba a través de la noción de

escritura; pues el resultado de esta mediación de la escritura es la elección de la noción de

lector como unidad discursiva: “la unidad del texto no reposa en su origen, sino en su destino.

Pero este destino ya no puede seguir siendo personal: el lector es un hombre sin historia, sin

biografía, sin psicología; él es tan sólo ese alguien que mantiene reunidas en un mismo campo

todas las huellas que constituyen el escrito” (Barthes, 1977, p. 148)18. Se explicita la unidad

del texto gracias a un lector esterilizado que reúne el carácter enunciativo y unitario del

escrito. Así, el problema que persiste es la conservación de unidad que privilegia y da

16 “The author is a modern figure, a product of our society insofar as, emerging from the Middle Ages with English

empiricism, French rationalism and the personal faith of the Reformation, it discovered the prestige of the individual, of,

as it is more nobly put, the 'human person”. 17 “A rare verbal form (exclusively given in the first person and in the present tense) in which the enunciation has no other

content (contains no other proposition) than the act by which it is uttered - something like the / declare of kings or the / sing

of very ancient poets”. 18 “A text's unity lies not in its origin but in its destination. Yet this destination cannot any longer be personal: the reader is

without history, biography, psychology; he is simply that someone who holds together in a single field all the traces by

which the written text is constituted”.

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prestigio ahora al lector. De manera que el privilegio de la noción de autor sigue presente

porque, aun cuando ha sido anulado el prestigio psicológico y biográfico de un Autor, se

sigue conservando el prestigio unitario de la noción de autoría: “un cierto número de nociones

que hoy están destinadas a sustituir el privilegio del autor lo bloquean, de hecho, y esquivan

lo que debería despejarse” (Foucault, 2000, p. 9). Se sustituyen nociones a través de la

supuesta muerte del autor y se justifica, esa sustitución, por el estatuto ontológico de la

escritura que hace subsistir al autor unitario y privilegiado; aun cuando, por ejemplo, Barthes

lo intercambia por el lector. La dificultad aquí está, entonces, en la subsistencia de un juego

de sustituciones que promueve el privilegio o conservación del autor. Y esta reiterativa

petición de principio, resulta de una insistencia desbocada por clausurar la noción de autor

en una sola definición, en una generalización precipitada, en una designación unitaria que no

cuida de sus aspectos desplazados.

En resumen, Barthes preserva el privilegio unitario y autoritario del autor cuando lo

sustituye por la noción de lector a través de la noción de escritura. Veamos ahora qué sucede,

por el contrario, en el caso foucaultiano.

C. Foucault se distancia de Barthes

Burke ha estimado a Foucault como partícipe de la insistente muerte del autor. Sin embargo,

Foucault realmente es crítico en esta cuestión de Barthes, y por tanto, es crítico de la muerte

del privilegio del autor a través del juego de sustituciones: “pienso pues que un uso tal de la

noción de escritura corre el peligro de mantener los privilegios del autor bajo la salvaguarda

del a priori: hace subsistir, en la luz gris de la neutralización, el juego de las representaciones

que han formado una cierta imagen del autor” (Foucault, 2000, p. 12). Foucault en su

conferencia describe y problematiza la noción de escritura y la de obra, para llegar a una

misma conclusión: es igual de complejo establecer una definición unitaria para cada una de

estas nociones, así como lo ha sido con la noción de autor. Todas estas nociones conservan

el aspecto principal de su dificultad y es que no son reducibles a lo unitario y clausurable de

la generalización: “la palabra «obra» y la unidad que designa probablemente son tan

problemáticas como la individualidad del autor” (Foucault, 2000, p. 10).

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Barthes al optar por la noción de escritura (como mediación) hace reaparecer al autor,

que supuestamente estaba muerto con la noción de lector, afirmando que en este último:

se revela la existencia total de la escritura: un texto está hecho de múltiples escrituras,

extraídas de muchas culturas y entrando en relaciones mutuas de diálogo, parodia,

contestación, pero hay un lugar donde esta multiplicidad se concentra y ese lugar es el

lector, no, como se ha dicho hasta ahora, el autor. (Barthes, 1977, p. 148)19

Foucault reorientará la cuestión de la noción de autor, la instauración del sentido discursivo

de esta, más allá de la noción de lector y más allá de la noción de escritura. Su postura, aunque

aparentemente similar a la de Barthes, precisa un cambio a partir del funcionamiento de esta

noción; de la función–autor20. Si bien la noción de autor es concebida inicialmente por ambos

autores como apertura, Barthes entiende esta apertura como la instauración del sentido de la

escritura y “en la multiplicidad de la escritura, todo hay que desenredar, nada descifrar [...]

la escritura postula sin cesar el sentido para evaporarlo sin cesar, realizando una exención

sistemática del sentido” (Barthes, 1977, p. 147)21. Foucault comparte con Barthes que la

escritura “no se trata, en efecto, ni del gesto de escribir ni de la marca (síntoma o signo) de

lo que alguien hubiera querido decir” (Foucault, 2000, 11). Sin embargo, Foucault irá más

allá de Barthes al pensar en ‘la instauración de sentido’ que involucra a un autor ya no desde

lo escritural (sin más), sino a través de la instauración de discursividad. Esto quiere decir

que Foucault optará por pensar la proliferación de sentido de los discursos, “acech[ando] los

emplazamientos, las lagunas, las funciones libres” (Foucault, 2000, p. 6) que se hallan no

solo en la escritura, sino en la discursividad que abarca a los escritos y que podría incluir

también otros terrenos como el artístico.

La función–autor es entonces piedra angular en esta discrepancia entre Barthes y

Foucault porque ayuda a entender la dificultad de la desaparición que tuvo, tiene o tendrá el

autor. La función–autor se diferencia de la sustitución de nociones que hace Barthes porque

es un acercamiento singular que busca descentralizar y ejemplifica los desplazamientos que

19 “Thus is revealed the total existence of writing: a text is made of multiple writings, drawn from many cultures and entering

into mutual relations of dialogue, parody, contestation, but there is tane place where this multiplicity is focused and that

place is the reader, not, as was hitherto said, the author”. 20 La función–autor es el concepto foucaultiano que desarrollaremos en este primer capítulo. 21 “In the multiplicity of writing, everything is to be disentangled, nothing deciphered [...] the space of writing is to be

ranged over, not pierced; writing ceaselessly posits meaning ceaselessly to evaporate it, carrying out a systematic

exemption of meaning”.

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18

un solo texto, un solo género literario, un solo estudio instaura o funda tanto en el campo

discursivo como en quién es considerado su autor. Esto implica un panorama propicio para

abrir al autor no solo en textos o escritos, sino también por ejemplo en el terreno del arte que

involucra a lo legible y visible: “me doy cuenta de que hasta ahora he limitado mi tema de

un modo injustificable. De seguro, debería haberse hablado de lo que es la función autor en

la pintura, en la música, en las técnicas, etc.” (Foucault, 2000, p. 23)

Quizá la clave esté en pensar en términos de una desaparición o transformación del

privilegio del autor y no tanto en su muerte; o en abrir la cuestión desde sus emplazamientos

y desplazamientos. Burke precisa una conclusión en su tesis doctoral bastante esclarecedora

al respecto y es que la pregunta por el autor se posiciona –cada vez– de forma más insistente,

no tanto como una pregunta dentro de la teoría sino como la cuestión de la teoría misma (en

tanto sus dominios y límites, en tanto sus modos de existencia) (Burke, 1989, p. 207)22. Esto

quiere decir que la teoría sobre la noción del autor está controvertida por la variación

particular que ocurre de autor en autor, de función en función y es que, por ejemplo, “el

nombre de autor [...] corre, en algún modo, en el límite de los textos, que los recorta, que

sigue sus aristas, que manifiesta su modo de ser o, por lo menos, lo caracteriza” (Foucault,

2000, p. 15).

D. La función–autor: la propuesta foucaultiana

Hasta ahora la clave distintiva entre Barthes y Foucault es la noción de escritura, pues en el

caso barthesiano esta noción permite que el autor siga conservando su privilegio unitario al

estar la escritura destinada a ser recogida por un lector para la prolongación del sentido

escritural. En consecuencia, el lector termina siendo el sustituto del autor y a su vez permite

que se retenga el prestigio y privilegio en esta noción unitaria. En el segundo caso, el

foucaultiano, la noción de escritura también es considerada pero se diferencia en que la

propagación de sentido no es únicamente escritural sino ante todo una propagación del

sentido discursivo; es decir que la escritura no es el único soporte tecnológico con el que se

22 “Certainly, in all events, the question of the author poses itself ever more insistently, not as a question within theory but

as the question of theory, of its domains and their limits, of its adequacy to the study of texts themselves, to the genealogy

and modes of their existence”.

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19

puede dar una continuidad o discontinuidad discursiva. Así, lo que permite –realmente– que

haya una propagación del sentido es lo que Foucault llama instauración o fundación de

discursividad. La diferencia, aunque sutil, está en que tanto la instauración como la fundación

de discursividad abarcan la dimensión de la escritura y además comprenden la apertura a

otros registros como podrían ser, por ejemplo, el artístico y visual. Lo discursivo podría

recoger, más que una tecnología, un campo diferente al de las letras.

Justamente, la prolongación del sentido discursivo se da significativamente, según

Foucault, en los casos en que la función–autor opera de manera compleja, es decir cuando el

funcionamiento del autor no solo implica un texto sino –por ejemplo– todo un género

literario: “lo que acabo de esbozar a propósito de estas «instauraciones discursivas» es [...]

mostrar que esta función–autor, compleja de por sí [...] conlleva aún nuevas determinaciones

cuando se intenta analizar en conjuntos más vastos —como grupos de obras o disciplinas

enteras” (Foucault, 2000, p. 30). La función–autor expresa la prolongación del sentido

discursivo que un caso particular de autoría permite porque puede instaurar o fundar una

posibilidad indefinida de textos y un desencadenamiento de lo discursivo23.

Ahora bien, se pueden encontrar otros casos en los que haya tránsitos y fundaciones de

discursividad, pero no propiamente una instauración discursiva. En los casos

transdiscursivos se encuentran aquellos que son autores “de una teoría, de una tradición, de

una disciplina que alberga otros libros y otros autores [que] podrán ocupar a su vez un lugar”

(Foucault, 2000, p. 23); son aquellos como por ejemplo Homero, Platón, Aristóteles, los

Padres de la Iglesia o los antiguos matemáticos24. Ciertamente son autores antiguos y

responden a un modo de citación y referencia particular: “cómo se restauraba la autenticidad

de sus textos, etc., todo eso obedecía ciertamente a un sistema de funcionamiento” (Foucault,

23 Es menester en este punto aclarar que Foucault, en el orden cronológico en el que se realiza la conferencia ¿Qué es un

Autor?, está respondiendo objeciones sobre Las palabras y las cosas (1966). Está además a puertas de publicar la

Arqueología del saber (1969) y el Orden del discurso (1971). En esta conferencia sobre el autor, responde a algunas de

estas objeciones y también proyecta los propósitos por venir: “Entonces, me dirán ustedes, ¿por qué haber utilizado, en Les

Mots et les Choses, nombres de autor? Hubiera debido, o bien no utilizar ninguno, o bien definir el modo como usted se

servía de ellos. Esta objeción está, creo, perfectamente justificada: he intentado medir sus implicaciones y consecuencias en

un texto que aparecerá pronto; allí intento dar un estatuto a grandes unidades discursivas como las que se llaman Historia

natural o Economía política; me he preguntado con qué métodos, con qué instrumentos pueden establecerse, escandirse,

analizarse y describirse. Es ésta la primera parte de un trabajo emprendido hace algunos años, que ahora ha concluido”

(Foucault, 2000, p. 7). 24 Conservamos y suscribimos aquí las ejemplificaciones de Foucault: Cfr. Foucault, 2000, p. 23.

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20

2000, p. 42). Por otro lado, las fundaciones de discursividad son casos que se destacan por

tener la “particularidad de que no son solamente autores de sus obras, de sus libros. Han

producido algo de más: la posibilidad y la regla de formación de otros textos” (Foucault,

2000, pp. 23-24). Para ejemplificar lo anterior, Foucault muestra a través de Ann Radcliffe

que los fundadores de discursividad no se caracterizan únicamente por ser pioneros de un

tipo de escritos, como sería el caso de esta escritora inglesa con la novela gótica; los

fundadores de discursividad se caracterizan, además, por exceder el espacio de sus escritos25.

Precisamente, Radcliffe hizo posible la existencia de la novela de terror del siglo XIX y,

también, dio lugar a la creación y continuación de un nuevo género literario26.

Son muchos los casos en los que hay fundación de discursividad. Marx y Freud son

ejemplificados también por Foucault en este punto y por otro punto adicional: ambos son

instauradores de discursividad porque “no sólo han hecho posibles un cierto número de

analogías, han hecho posibles (y en igual medida) un cierto número de diferencias. Abrieron

el espacio a algo diferente de ellos, que sin embargo pertenece a lo que fundaron” (Foucault,

2000, p. 25). Aquí, se determina una divergencia entre las fundaciones e instauraciones de

discursividad: la fundación es solo una parte de la instauración de los discursos. En esta

última, no solo está la continuación de un discurso sino también la crítica del discurso mismo:

en ellos se incluyen otras posibilidades como las paradojas y los contrarios de un discurso

particular. De manera que la instauración de discursividad se distancia de la fundación de

discursividad porque despliega, así como ocurre con el psicoanálisis instaurado por Freud,

una heterogeneidad de transformaciones exteriores: “no es darle una generalidad formal que

no podía tener al principio, es simplemente abrirle un cierto número de posibilidades de

aplicación” (Foucault, 2000, p. 26). Y es que la instauración de discursos se aparta de la

generalidad formal porque el acto de fundación con esta última se limita al curso de las

25 “When Radcliffe’s critics approvingly refer to her as ‘the Great Enchantress’, we should not simply register that she told

good stories. We should recognize that her powers of enchantment draw upon her ability to create what I have called the

Romantic ‘topography of the self’, a nexus of subjectivity, nature and language” (Miles, 1955, p. 15).

[ES] Cuando los críticos de Radcliffe se refieren con aprobación a ella como "la Gran Hechicera", no debemos simplemente

registrar que contó buenas historias. Debemos reconocer que sus poderes de encantamiento se basan en su capacidad para

crear lo que he llamado la "topografía del yo" romántica, un nexo de subjetividad, naturaleza y lenguaje [la traducción es

propia]. 26 “En la novela de terror del siglo XIX, encontraremos, como en Ann Radcliffe, el tema de la heroína atrapada en la trampa

de su propia inocencia, la figura del castillo secreto que funciona como una contra-ciudad, el personaje del héroe negro,

maldito, consagrado a hacer expiar al mundo el mal que se le ha hecho, etc.” (Foucault, 2000, p. 25).

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21

transformaciones ulteriores: “como un mero caso particular de un conjunto mucho más

general que entonces se descubre” (Foucault, 2000, p. 26). Esto quiere decir que su fundación

de discursividad busca ante todo homogeneizarse con los principios que determinan su

propiedad y legitimidad en el tema general. La validez de una posible fundación de

discursividad científica, ejemplificando lo anterior, se determina rindiendo cuentas a la

ciencia misma y no a la obra de su autor: “en el caso de Galileo y de Newton, es en relación

con lo que son, su estructura y su normatividad intrínsecas, la física o la cosmología como

puede afirmarse la validez de sus proposiciones” (Foucault, 2000, p. 27).

De hecho en los casos en que la validez sí remite al autor, tenemos que la validez

requiere o exige un regreso a... porque es “la discursividad la que se remite a su obra como

a unas coordenadas primeras” (Foucault, 2000, p. 27). Esto en otras palabras se traduce en

que hay una referencia que pide necesariamente ser redirigida hacia el autor y, por tanto, no

hace parte de los casos en que ocurren fundaciones de cientificidad porque en estos últimos

se dan reactualizaciones y redescubrimientos, a saber: en el primer caso, “la reinserción de

un discurso en un dominio de generalización, de aplicación o de transformación que es nuevo

para él. [Y en el segundo caso] los efectos de analogía e isomorfismo que, a partir de las

formas actuales del saber, hacen de nuevo perceptible una figura que se había enturbiado o

había desaparecido” (Foucault, 2000, pp. 27-28). A diferencia de un regreso al origen, estas

reactualizaciones y redescubrimientos en la ciencia emprenden un trabajo sobre lo que en

algún momento fue descubierto y requiere de incorporaciones corregidas o asociadas, así

como de un acoplamiento o actualizaciones de figuras del saber: Chomsky por ejemplo, en

su libro sobre la gramática cartesiana, redescubre una figura del saber que va desde

Cordemoy a Humboldt27; cosa que es posible por una “gramática generativa, ya que es esta

última la que detenta la ley de su construcción; en realidad, se trata de una codificación

retrospectiva de la mirada histórica” (Foucault, 2000, p. 28). De manera que el regreso o

retorno al origen implica que no sea una retrospectiva parcial sino completa porque “puede

designar de este modo un movimiento que tiene su especificidad propia y que caracteriza

precisamente las instauraciones de discursividad” (Foucault, 2000, p. 28). De esto se sigue

27 Chomsky es también un ejemplo escogido por Foucault.

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22

que, por un lado, los regresos al origen sean característicos de la instauración de discursividad

(y no de la fundación de discursividad científica). Por otro lado, se sigue que la retrospección

en la instauración de discursividad sea otra forma de hablar del olvido; el “regreso a” trata

de un olvido necesario que conduce a quienes desean sumergirse e interceder en el discurso

y “no un olvido accidental, no un ocultamiento debido a alguna incomprensión, sino olvido

esencial y constitutivo. En efecto, el acto de instauración es tal, en su misma esencia, que no

puede no ser olvidado” (Foucault, 2000, p. 28). Y como es un olvido constitutivo, su retorno

debe trabajar con los desplazamientos que la instauración de discursividad ha cedido. El

retorno es de algo que llama para salir a la superficie del discurso “de donde se concluye

naturalmente que ese retorno forma parte del discurso mismo, no deja de modificarlo [...] no

es un suplemento histórico que se añadiría a la discursividad misma y la doblaría con un

ornamento, [...] es un trabajo efectivo y necesario de transformación de la discursividad

misma” (Foucault, 2000, p. 29). Precisamente, el proyecto freudiano se ha modificado en

tanto campo teórico y no en tanto el conocimiento histórico del psicoanálisis; lo único que

no se desplaza, por tanto, es su centro de gravedad, el resto lo hace libremente.

Para finalizar esta exposición de la instauración de discursividad, que permite la

función–autor foucaultiana, podemos señalar –en resumen– que no solo con el

funcionamiento del autor en un discurso (la función–autor) se abre y se va más allá de la

noción de escritura de Barthes sino que también hay una relación (o no–relación), entre el

discurso y el autor, que distingue fundaciones, tránsitos e instauraciones discursivas: “los

campos discursivos de los que hablo conllevan respecto de su autor «fundamental» y mediato

una relación que no es idéntica a la relación que un texto cualquiera mantiene con su autor

inmediato” (Foucault, 2000, p. 30).

A continuación, ahondaremos en la función–autor de la que habla Foucault, es decir

que abordaremos el funcionamiento de la autoría a través de cuatro aspectos que el francés

considera han sido operativos en el surgimiento de textos, libros, géneros literarios o

disciplinas, a saber: el nombre de autor, la atribución, la apropiación y la posición del autor.

Recurriremos a estos aspectos porque emplazan la autoridad de los sujetos–diferentes

(autores) como originaria. De hecho, algunos de estos aspectos son fundamentales en las

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23

leyes actuales de derecho de autor; por lo tanto, abordarlos es más que pertinente para este

trabajo.

E. Los cuatro aspectos de la función–autor

El autor en un discurso funciona a través del emplazamiento de aspectos o características

como el nombre de autor. Este es, por ejemplo, un nombre que no funciona como cualquier

otro nombre propio pues ejerce “un cierto papel respecto a los discursos: asegura una función

clasificadora; un nombre determinado permite reagrupar un cierto número de textos,

delimitarlos, excluir algunos, oponerlos a otros” (Foucault, 2000, p. 14). En otras palabras,

es un nombre que caracteriza particularmente el modo de ser del autor y de un discurso.

En este apartado queremos entender cómo se caracteriza el funcionamiento del autor

en un discurso a través de aspectos como, por ejemplo, el nombre del autor; esto es, a través

de rasgos considerados como característicos de la noción unitaria del autor. Haremos este

recorrido por cada uno de los aspectos mencionados por Foucault con el propósito de esbozar

cómo la noción de autor accede a un estatuto unitario y privilegiado con el emplazamiento

de estos aspectos en el ámbito discursivo.

La respuesta sin duda estará en los discursos, en su particularidad y en su

caracterización como portadores de la función–autor. Foucault adelanta que estos cuatro

aspectos implican el “modo de existencia, de circulación y de funcionamiento de ciertos

discursos en el interior de una sociedad” (Foucault, 2000, p. 16). Además, son elementos de

gran actualidad para el juego de operaciones complejas que fomentan un funcionamiento

autorizado de los discursos.

1. Primer aspecto: el nombre de autor

El primer aspecto estudiado por Foucault es entonces el nombre de autor; nombre que es

diferente al nombre que nos designan nuestros padres al nacer. Nombre que no es una palabra

a la ligera ni una identificación común; pues es una palabra recibida de cierto modo, con un

determinado estatuto, en una cultura dada. Esto quiere decir que, con el nombre de autor, se

registra una relación (entre un texto y un autor) que bien puede ser bienvenida como

censurada.

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24

Esto nos regresa, brevemente, al aspecto huidizo de la noción unitaria de autor; es decir

a aquella dimensión que consta de emplazamientos y desplazamientos particulares. Nos

regresa a esa dimensión huidiza, porque el nombre de autor al ser caso particular permite una

diferenciación frente a otros nombres de autor y frente a otros discursos. Se trata de una

relación entre el texto y el autor que “corre, en algún modo, en el límite de los textos, que los

recorta, que sigue sus aristas, que manifiesta su modo de ser o, por lo menos, lo caracteriza”

(Foucault, 2000, p. 15). En resumen: el nombre de autor es una delimitación discursiva dentro

de una cultura dada, porque su estatuto es ya sea conocido, excepcional o atípico e inclusive

renaciente. Su estatuto permite el emplazamiento o desplazamiento de una discursividad: “el

nombre de autor [...] está situado en la ruptura que instaura un cierto grupo de discursos y su

modo de ser singular” (Foucault, 2000, p. 15).

2. Segundo aspecto: la apropiación

El segundo aspecto del funcionamiento del autor en un discurso es el de apropiación. En

este, Foucault rescata que la concepción de la apropiación está marcada por un antes y un

después del siglo XVII; ya que con este atributo se empiezan a garantizar los derechos de

autor, las relaciones autor-editor, los derechos de reproducción que en resumidas cuentas

conforman un circuito de propiedades. Dice Foucault que, anteriormente, un discurso entraba

en la cultura con un riesgo a ser penitenciado: “los textos, los libros, los discursos empezaron

realmente a tener autores (diferentes de personajes míticos, de grandes figuras sacralizadas y

sacralizantes) en la medida en que el autor podía ser castigado, es decir, en la medida en que

los discursos podían ser transgresivos” (Foucault, 2000, p. 16). Con la modernidad, y las

leyes como el Estatuto de la reina Ana en 171028, se empieza a dar por supuesta esta

transgresión arriesgada del discurso. Esto quiere decir que a partir de la modernidad cuando

se reciben estas medidas de propiedad o garantía de penitencia a terceros (pertenecientes a

los circuitos de propiedad), se exige que la relación de apropiación entre discurso y autor

necesariamente transgreda discursivamente horizontes en la cultura:

28 “An Act for the Encouragement of Learning by Vesting the Copies of Printed Books in the Authors or Purchasers of such

Copies, during the Times therein mentioned 1710, 8 Anne, c.19” (St Clair, 2010, p. 369).

[ES] Una ley para el fomento del aprendizaje mediante la concesión de copias de libros impresos a los autores o compradores

de dichas copias, durante los tiempos que allí se mencionan 1710, 8 Anne, c.19. [la traducción es propia].

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25

como si el autor, a partir del momento en el que fue colocado en el sistema de propiedad

que caracteriza a nuestra sociedad, compensara el estatuto que así recibía recuperando

el viejo campo bipolar del discurso, practicando sistemáticamente la transgresión,

restaurando el peligro de una escritura a la que, por otro lado, se le garantizaban los

beneficios de la propiedad. (Foucault, 2000, p. 17)29

Esta garantía y relación de apropiación manifestaba el peligro en los otros, en los

terceros, que debía ser justificado a través del derecho de autor o la propiedad intelectual. El

peligro debía tener un sentido a partir de la modernidad y este sentido debía funcionar como

derecho privado y, por supuesto, como derechos y privilegios individuales que en este caso

se inscriben en un sujeto-diferente llamado “autor”.

3. Tercer aspecto: la atribución

El tercer aspecto de la función–autor es también uno de los principios que operan hoy en día

en el derecho de autor, a saber: el de atribución30. Sin embargo, esto no siempre fue así: este

aspecto no fue en todo momento creído como indispensable en la noción unitaria de autor.

En la Edad Media, nos cuenta Foucault, los discursos eran puestos en circulación sin que la

autoría fuera aspecto decisivo o controversial: “su anonimato no presentaba dificultades, su

antigüedad, verdadera o supuesta, era una garantía suficiente” (Foucault, 2000, p. 17). Y

ocurría en algunos casos discursivos específicos, como los de las llamadas ciencias

(cosmología, medicina, ciencias naturales, etc.), que el valor de verdad era realmente un

índice de fiabilidad estimado para la circulación y continuidad de un discurso: “«Hipócrates

dijo», «Plinio cuenta» no eran exactamente fórmulas de un principio de autoridad; eran los

índices con los que estaban marcados los discursos destinados a ser aceptados como

probados” (Foucault, 2000, p. 17). La relación entre discurso y autor tenía una marca de agua

que certificaba al discurso para ser promovido con la noción de autor. Ahora bien, con la

29 El viejo campo bipolar al que se refiere Foucault es aquel en el que se contraponían por ejemplo lo sagrado y lo profano

a partir de un acto discursivo, como las declaraciones o las cartas: “El discurso, en nuestra cultura (y sin duda en muchas

otras), no era, originalmente, un producto, una cosa, un bien; era esencialmente un acto —un acto que estaba colocado en

el campo bipolar de lo sagrado y de lo profano, de lo lícito y de lo ilícito, de lo religioso y de lo blasfematorio—“ (Foucault,

2000, p. 16). 30 Es un derecho moral: “el derecho a reivindicar la paternidad de una obra (llamado a veces derecho de paternidad o derecho

de atribución)” (OMPI, 2016, p. 14). Cfr. Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) en:

https://www.wipo.int/edocs/pubdocs/es/wipo_pub_909_2016.pdf

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llegada de la modernidad o al menos durante los siglos XVII y XVIII, los discursos

“científicos” empezaron a ser autorizados por cuenta propia y no por la fiabilidad o

cronología de un nombre. Esto indica que el valor de verdad que, de hecho, sigue operando

hoy en día en el discurso llamado como científico es provisto por la “objetividad” de la

ciencia, o la materia en cuestión, y no el autor que descubre o actualiza teorías: “la función–

autor se borra, el nombre del inventor no sirve, a lo sumo, sino para bautizar un teorema, una

proposición, un efecto importante, una propiedad, un cuerpo, un conjunto de elementos, un

síndrome patológico” (Foucault, 2000, p. 18).

Frente a esta característica moderna de los discursos científicos, se opone el

funcionamiento del autor que opera en los discursos considerados como literarios (los de

Radcliffe y Freud incluidos). En estos la validez de un discurso se enmarca en preguntas

dirigidas, atribuidas, al autor:

Pero los discursos «literarios» no pueden ser aceptados si no están dotados de la función-

autor: a todo texto de poesía o de ficción se le preguntará de dónde viene, quién lo ha

escrito, en qué fecha, en qué circunstancias o a partir de qué proyecto. El sentido que se

le concede, el estatuto o el valor que se le reconoce dependen de cómo se responde a

estas cuestiones. (Foucault, 2000, p. 18)

Por eso es que cuando se reconoce un caso científico con el apellido o nombre de

alguien como, por ejemplo, algunos órganos de los cuerpos, ecuaciones matemáticas, etc.; si

acaso se pregunta por “las técnicas y los objetos de experiencia utilizados en aquella época o

en tal laboratorio” (Foucault, 2000, p. 18). Aspectos que muestran el carácter

homogeneizador del discurso “científico”, en el que priman unas bases unitarias o

generalizables como las leyes de la naturaleza o las leyes de la gravedad, y no las

características diversas o contradictorias que se permiten en los autores o discursos

“literarios”. En consecuencia, la atribución realmente no consolida al autor como una noción

unitaria, puesto que es un aspecto que cambia de acuerdo con las modalidades de circulación

(las tecnologías, etc.), de acuerdo a los emplazamientos discursivos de sea un caso científico

o de un caso literario. Atribuirle un texto, un género literario, a alguien supone valores de

verdad distintos y muy pocas veces asimilables.

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27

4. Cuarto aspecto: la posición del autor

Finalmente, está el cuarto aspecto en la función–autor que se caracteriza porque es el

resultado de una operación compleja y singular “que construye un cierto ente de razón que

se llama el autor” (Foucault, 2000, p. 18). Esta operación se configura a través de factores

que proyectan un tratamiento de los discursos (las comparaciones, las continuidades,

exclusiones, etc.) y no propiamente una designación individual de un autor. En otras palabras,

son operadores que –por un lado– movilizan, y constantemente proyectan el discurso hacia

otros horizontes, y que –por otro lado– exigen nuevas disposiciones discursivas: “tratamiento

que se impone a los textos, de las comparaciones que se operan, de los rasgos que se

establecen como pertinentes, de las continuidades que se admiten, o de las exclusiones que

se practican. Todas estas operaciones varían según las épocas, y los tipos de discurso”

(Foucault, 2000, p. 19). Ahora bien, para especificar cuáles son los factores que juegan en

estas operaciones complejas, Foucault recurre a una comparación análoga de los aspectos

con los que trabaja la crítica moderna y los aspectos que en algún momento se usaron para la

exégesis cristiana. Foucault al hacer alusión a estos criterios, estará nuevamente

problematizando la noción unitaria de autoría con la función–autor; es decir que irá más allá

de estos criterios usados por la crítica.

San Jerónimo, así como otros consagrados, redactó biografías como De Viris

Illustribus. En estas, se recogía la vida de importantes cristianos para la historia de la Iglesia.

Precisamente, Foucault hace referencia a San Jerónimo, específicamente, para retomar cuatro

criterios que este último empleaba para hallar al autor en una obra porque “[e]l nombre como

marca individual no es suficiente cuando se encara la tradición textual” (Foucault, 2000, p.

19). El primer criterio es la calidad constante: en este se evalúa sobre un nivel estimable las

obras de un autor y quedan excluidas las que no tienen una calidad semejante a la mayoría.

El segundo criterio es el de coherencia conceptual o teórica, en este se preserva al discurso

de la contradicción doctrinal. El tercero es el criterio del autor como unidad estilística, es

decir en el que se excluye aquello que está escrito “con unas palabras y unos giros que

normalmente no se encuentran en la pluma del escritor” (Foucault, 2000, p. 20); esto implica

que hay un cuidado respecto de las traducciones o trabajos de un tercero como sería el editor

o un par. El cuarto criterio, por último, es el que determina al autor como punto de encuentro

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de un número de acontecimientos relevantes al momento histórico: “deben considerarse

como interpolados los textos que se remiten a acontecimientos o que citan personajes

posteriores a la muerte del autor” (Foucault, 2000, p. 20).

Lo que sucede con estos criterios es que permiten acercarse a un caso particular a través de

coordenadas que tradicionalmente se han requerido y empleado para hablar de autorías. De

manera que si quisiéramos acercarnos y abordar algún discurso de manera adaptativa, estos

son criterios indicativos (útiles) porque la crítica moderna en gran medida los ha conservado,

y ha continuado emplazándolos: “los cuatro criterios de autenticidad de san Jerónimo

(criterios que parecen bastante insuficientes para los exégetas de hoy) definen las cuatro

modalidades según las cuales la crítica moderna usa la noción de autor” (Foucault, 2000, p.

21). Así, también podríamos decir que si queremos rescatar los desplazamientos, las lagunas

teóricas, las rupturas discursivas entonces hemos de investigar los emplazamientos de estos

criterios discursivos. Los lugares privilegiados son ciertamente resultado de este tipo de

parámetros (y de todos los que hemos mencionado como partícipes de la función–autor)

porque la noción de autoría recordemos “no es en efecto una pura y simple reconstrucción

hecha de segunda mano a partir de un texto dado como un material inerte” (Foucault, 2000,

p. 21). Entonces, la función–autor al esbozar estas expectativas o criterios permite entender

el excedente y la transgresión que se da con todo emplazamiento discursivo. Si bien la noción

unitaria de autor intenta cerrar la concepción de autoría bajo criterios como los de la crítica;

esto se expone con el funcionamiento del autor a través de su posición discursiva y proyectiva

pues “no remite nunca exactamente al escritor, ni al momento en el que escribe ni al gesto

mismo de su escritura; sino a un alter ego cuya distancia con el escritor puede ser más o

menos grande y variar en el curso mismo de la obra” (Foucault, 2000, p. 21).

El alter ego permite expandir el horizonte teórico del autor porque tratamos con casos

discursivos singulares y no con individuos (o escritores si seguimos la cita anterior). La

proyección del discurso hace posible una pluralidad del ego y la función–autor se da en la

escisión y distancia que impide que el autor se halle enteramente en un locutor ficticio-

fantástico, así como en un individuo encarnado. Si bien un yo puede remitir al individuo –

sin equivalente– que está situado en un lugar y tiempo determinado; también está un yo que,

por ejemplo en las ciencias, enuncia y “designa un plan y un momento de demostración que

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29

cualquier individuo puede ocupar, siempre que haya aceptado el sistema de símbolos, el

mismo juego de axiomas, el mismo conjunto de demostraciones previas” (Foucault, 2000, p.

22). Y además puede haber un yo que sitúa la pertinencia de ciertos resultados en un

determinado momento de la teoría, es decir el momento que enuncia y el futuro que precede.

Todos estos “yo” son fácilmente identificables en discursos científicos, pero así volveríamos

a que la función–autor excede una enumeración reduccionista y clausurable del yo; porque

excede una concepción generalizada del autor inclusive en los casos creídos como

“objetivos”: “hay que decir al contrario que, en esos discursos, la función autor funciona de

tal modo que da lugar a la dispersión de estos tres egos simultáneos” (Foucault, 2000, p. 22).

La dispersión es el desplazamiento y elasticidad que caracteriza principalmente a la función–

autor, ya que proyecta los límites y márgenes que emplazan la fundación o instauración de

un discurso.

En resumen, la función–autor trabaja expandiendo fronteras, amplificando

articulaciones, estudiando los sistemas jurídicos e institucionales; así como las rupturas

clandestinas que existen y pueden existir en el universo de los discursos. Los cuatro aspectos

de la función–autor, aunque pueden ser más, son guías en la supuesta desaparición de la

noción de autor y de su privilegio porque van más allá de la escritura, más allá de la reducción

de una noción unitaria-generalizada de autor y porque “tal vez sea hora de estudiar los

discursos no sólo en su valor expresivo o sus transformaciones formales, sino en las

modalidades de su existencia” (Foucault, 2000, p. 32). Cada caso singular de la función–

autor permite entender cómo y a razón de qué un autor se hizo “autor”; de qué manera un

caso singular adquirió un estatus y qué consecuencias discursivas obtuvo. Con el privilegio

y estatuto de un autor vemos que se registra un funcionamiento discursivo (sea fundación o

instauración de discursividad): cambios, fracturas, preservaciones, tradiciones, modos de

circulación que solo a través de los contrastes adaptativos y no impositivos podremos traducir

en estudio e investigación de su singularidad y de su naturaleza transgresora.

F. Proyecciones de la función–autor: el propósito de este trabajo

Foucault concluye su conferencia con la sospecha de que la función–autor también podría

ser excedida: “sin embargo, habida cuenta de las modificaciones históricas en curso, no hay

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30

ninguna necesidad de que la función–autor permanezca constante en su forma, en su

complejidad o en su existencia” (Foucault, 2000, p. 33). Si bien la función–autor aborda el

estatuto del sujeto-diferente, en este trabajo abogamos por continuar bajo los márgenes

coyunturales y cronológicos que han sucedido la conferencia. Esto quiere decir que

abogamos por no declarar que el autor ha muerto, porque en el siglo XXI su privilegio y

derecho de autoría sigue en pie. En este texto, creemos que el autor solo puede desaparecer,

no morir, bajo la indistinción. Su indistinción puede estar cerca, así como también puede

simplemente estar transformándose. Ahora bien, con este texto queremos entender, a través

de un caso particular discursivo, la forma en la que opera y en la que se ha constituido un

supuesto principio unitario de la noción de autor en un discurso particular: la historia del arte

de Vasari. Esto, con el fin de exponer el estatuto unitario y el privilegio de autoría que

emplaza y que, entonces, debe problematizarse y abrirse a través del funcionamiento31 del

historiador del arte y de los artistas.

Para adelantar en esta cuestión, es menester aclarar que la conferencia foucaultiana –

sobre el autor– fue realizada en 1969 y, en la actualidad, aún no se han anulado los privilegios

del autor; tan solo se han desplazado o sustituido. Si esto no fuera así, el peligro que Foucault

ya señalaba como la propagación de una “ficción desencadenada”, habría desterrado por

completo a la idea del autor como sujeto-diferente y como noción unitaria32. Y si esa ficción

desencadenada hubiera eliminado por completo al privilegio del autor, entonces estaríamos

en “una cultura en la que la ficción circular[ía] en estado absolutamente libre, a disposición

de cada cual, y se desarrollar[ía] sin atribución a una figura necesaria o coactiva” (Foucault,

2000, p. 33). Por lo tanto, podemos considerar que hoy en día se están sustituyendo o

transformando los privilegios del autor con tecnologías como la inteligencia artificial; y con

31 La función–autor del historiador del arte y de los artistas en este discurso. 32 Foucault en su obra y específicamente en los textos que siguen a la conferencia sobre el autor (1969), a saber: la

Arqueología del saber (1969) y El orden del discurso (1971), tendrá como propósito exponer e invitar a la descentralización

del sujeto porque, por un lado, ha sido evitada a toda costa en la tradición discursiva e historiográfica a partir de reducciones

a lo unitario y que, por otro lado, el propósito de esta descentralización es “desplegar una dispersión que no se puede jamás

reducir a un sistema único de diferencias, un desparramiento que no responde a unos ejes absolutos de referencia; se trata

de operar un descentramiento que no deja privilegio a ningún centro” (Foucault, 1970, p. 345). En este motivo de despliegue

suscribimos el presente trabajo, pues consideramos que el estatuto ideológico del autor ha promulgado una autoridad del

sujeto unitario en discursos de diversos tipos, tales como el de la historia del arte.

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31

esto, quizá aún sea demasiado pronto para decir que el estatuto ideológico que ha enaltecido

al autor como unitario ya no regule la proliferación de sentido discursivo:

existen también unas razones que dependen del estatuto "ideológico" del autor. La

pregunta se convierte entonces en: ¿cómo conjurar el gran riesgo, el gran peligro

mediante el que la ficción amenaza a nuestro mundo? La respuesta es que puede

conjurarse a través del autor. El autor hace posible una limitación de la proliferación

cancerígena, peligrosa, de las significaciones en un mundo donde no sólo se economizan

los recursos y riquezas sino también sus propios discursos y sus significaciones. El autor

es el principio de economía en la proliferación del sentido. Por consiguiente, debemos

proceder al derrocamiento de la idea tradicional de autor. (Foucault, 2000, pp. 32-33)

Foucault con esto último no solo da cuenta de la relación en la que entrarían el estatuto

ideológico del autor, en tanto figura unitaria, con la ficción desencadenada; una relación de

regulación. A su vez, Foucault da cuenta de la función del autor que ha ejercido

ideológicamente en los discursos y la cual hay que abrir y derrocar; asunto que matizará, el

francés, arduamente en sus escritos posteriores.

Pues bien, la creencia en el autor como instancia creadora de una obra a la que se rellena con

poderes –sobrenaturales– traídos de la Musa, es la promulgación ideológica de un estatuto y

privilegio: “estamos acostumbrados a pensar que el autor es tan diferente a todos los demás

hombres, hasta tal punto trascendente a todos los lenguajes, que a partir del momento en el

que habla el sentido prolifera y prolifera indefinidamente” (Foucault, 2000, p. 33). Y,

además, impartir esa creencia ha emplazado un funcionamiento del autor en los discursos, a

saber: ha emplazado una producción ideológica que reproduce los aspectos “característicos”

de cada caso como principios objetivos de la autoría y del sujeto. El autor entendido como

precedente a las obras, como fuente indefinida de significaciones que colman una obra, es

tan solo un credo funcional con el que se conserva al sujeto y en la amalgama cultural se

obstaculiza la libre manipulación y circulación de lo ficcional33. De manera que esta

33 Aquí la ficción se considera como promotora de textos polisémicos (Foucault, 2000, 34), como aquellos discursos,

géneros, etc., que no siempre han funcionado igual y que su estudio implica un trabajo que no clausure y no homogenice

sino que comprenda los cambios que “son a su vez hechos de discursos que merecen ser analizados aislado de los otros, con

los cuales tienen, indudablemente, relaciones complejas, pero que no son caracteres intrínsecos, autóctonos y

universalmente reconocibles” (Foucault, 1970, 35). Nuevamente, suscribimos estas concepciones foucaultianas, pues

buscamos en el presente trabajo dar cuenta de lo que implica un caso particular de autoría: la historia del arte de Vasari.

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32

regulación de un cierto aspecto heterogéneo34, en los discursos de la ficción, es el

emplazamiento del privilegio y prestigio tradicional del autor:

si estamos acostumbrados a presentar al autor como genio, como surgimiento perpetuo

de novedad, es porque en realidad lo hacemos funcionar de un modo exactamente

inverso. Diremos que el autor es una producción ideológica en la medida en que tenemos

una representación invertida de su función histórica real. El autor es pues la figura

ideológica mediante la que se conjura la proliferación del sentido. (Foucault, 2000, p.

33)

Por lo tanto, estamos con la noción unitaria de autor frente a la producción ideológica

de un sujeto que ha promovido al privilegio de este como necesidad imperante y que sin él

estaríamos siendo llevados por la ficción que amenaza con la libre circulación de los

discursos; pues lleva al “ruido de una indiferencia que ya no se interesa en ese sujeto-

diferente llamado autor: «¿Qué importa quién habla?»” (Foucault, 2000, p. 34).

Detengámonos por un momento en lo que Foucault señala en una de nuestras citas,

cuando dice que “el autor es una producción ideológica en la medida en que tenemos una

representación invertida de su función histórica real” (Foucault, 2000, p. 33). ¿Qué quiere

decir con que haya una inversión?, ¿a qué se refiere Foucault con “su función histórica real”?

La respuesta a estas preguntas está en la distancia que Foucault declara respecto a la noción

de ideología que, a pesar de ser pocas veces aludida en sus escritos, se irá matizando a medida

que surjan nuevos textos en torno a “esta actitud de sospecha sobre la idea de un hombre o

un sujeto fundante que instituye la posibilidad de conocimiento, que ya se advierte en Las

palabras y las cosas, [pues] será la que marque su rechazo a la noción de ideología”

(Benente, 2014, p. 187). El estatuto o idea de un sujeto fundante, unitario y primigenio, es

aquello que según Foucault se conserva con la noción de ideología; y esto, surge de la

incomodidad foucaultiana hacia una concepción marxista de la ideología que indica “que las

relaciones de fuerza, las condiciones económicas, las relaciones sociales, les son dadas

previamente a los individuos, aunque al mismo tiempo se imponen a un sujeto de

34 Aquí heterogéneo entiéndase como aquello que en un caso particular incluye o permite una diversidad de elementos. En

¿Qué es un Autor?, Foucault utiliza este término para caracterizar la instauración discursiva que tiene como ejemplo a

Freud: “la instauración de una discursividad es heterogénea a sus transformaciones exteriores. Desplegar un tipo de

discursividad como el psicoanálisis tal como fue instaurado por Freud no es darle una generalidad formal que no podía tener

al principio, es simplemente abrirle un cierto número de posibilidades de aplicación” (Foucault, 2000, 26).

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33

conocimiento que permanece idéntico” (Foucault, 1996, pp. 25-26). En este distanciamiento

Foucault procura evitar limitaciones irreversibles en el sujeto de conocimiento; cuida no caer

en restricciones que permanezcan idénticas entre el sujeto y la verdad35:

en los análisis marxistas tradicionales la ideología es presentada como una especie de

elemento negativo a través del cual se traduce el hecho de que la relación del sujeto con

la verdad, o simplemente la relación de conocimiento, es perturbada, oscurecida, velada

por las condiciones de existencia, por relaciones sociales o formas políticas impuestas,

desde el exterior, al sujeto del conocimiento. (Foucault, 1996, p. 26)

Para evitar conservar al sujeto unitario bajo la noción de ideología, Foucault propone36

un estudio que haga aparecer las prácticas discursivas, o sociales, en su complejidad para

“mostrar que un cambio, en el orden del discurso, no supone unas "ideas nuevas", un poco

de invención y de creatividad, una mentalidad distinta, sino unas transformaciones en una

práctica, eventualmente en las que la avecinan y en su articulación común” (Foucault, 1970,

p. 351). Aquí, es donde suscribimos nuestro trabajo puesto que queremos abordar el estatuto

unitario, conservado, y que “recibe directamente de la Musa” el privilegio de autoridad

discursiva en la historia del arte. Además, recordemos la segunda parte de la cita

anteriormente en cuestión: “el autor es una producción ideológica en la medida en que

tenemos una representación invertida de su función histórica real” (Foucault, 2000, p. 33)37.

Aquí, la función histórica real es un aspecto clave en esta relación entre ideología (el estatuto

ideológico del autor) y la ficción. Lo es puesto que la historia para Foucault no está hecha de

continuidades ininterrumpidas, ni de una soberanía del sujeto.

35 Cabe anotar que la relación entre el sujeto y la verdad será trabajada por Foucault en La verdad y las formas jurídicas

(1978), es decir habiendo transcurrido un tiempo (posterior) a la publicación de La Arqueología del saber (1969) y que,

determinado tiempo, ha sido examinada por sus lectores a través de las obras transcurridas: Cfr. Benente, M. (2014).

“Ideología y crítica en Michel Foucault. La cuestión del sujeto” en Praxis Filosófica. Nueva serie, No. 40, enero-junio 2015:

183-206. La distancia temporal incluye matices sobre el sujeto de conocimiento que excede los motivos de este trabajo.

Queremos rescatar aquello a lo que se ha opuesto la obra foucaultiana; es decir, a “que el sujeto humano, el sujeto de

conocimiento, las mismas formas del conocimiento, se dan en cierto modo previa y definitivamente, y que las condiciones

económicas, sociales y políticas de la existencia no hacen sino depositarse o imprimirse en este sujeto que se da de manera

definitiva” (Foucault, 1996, p. 6). 36 Por ejemplo, en La Arqueología del saber y en La verdad y las formas jurídicas (de donde surgen nuestras últimas citas):

“me propongo mostrar a ustedes cómo es que las prácticas sociales pueden llegar a engendrar dominios de saber que no

sólo hacen que aparezcan nuevos objetos, conceptos y técnicas, sino que hacen nacer además formas totalmente nuevas de

sujetos y sujetos de conocimiento. El mismo sujeto de conocimiento posee una historia, la relación del sujeto con el objeto;

o, más claramente, la verdad misma tiene una historia” (Foucault, 1996, p. 6). 37 Las cursivas van por mi cuenta.

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34

Foucault propondrá una descentralización del sujeto que exponga que “el propio

hombre, interrogado sobre lo que el mismo era, no podía dar cuenta de su sexualidad ni de

su inconsciente, de las formas sistemáticas de su lengua o de la regularidad de sus ficciones”

(Foucault, 1970, p. 23). La historia así presenta una dificultad toda vez que se intenta cerrar

bajo lo ininterrumpido, bajo lo generalizable, reduccionista e inclusive creído como objetivo

en su discursividad. La consecuencia de ese tipo de excedentes es la reacción, prácticamente

involuntaria, de buscar reactivar nuevamente el sistema de continuidad de la historia; con

certidumbres, con sueños tranquilizadores. De manera que la llamada “función histórica

real” del autor, se invierte a un estatuto ideológico del autor (del sujeto-diferente) y de la

reproducción discursiva del mismo:

lo que se llora es ese uso ideológico de la historia por el cual se trata de restituir al

hombre todo cuanto, desde hace más de un siglo, no ha cesado de escaparle. Se habían

amontonado todos los tesoros de otro tiempo en la vieja ciudadela de esa historia; se la

creía sólida; se la había sacralizado, se la había convertido en el último lugar del

pensamiento antropológico; se había creído poder capturar en ella a aquellos mismos

que contra ella se habían encarnizado; se había creído hacer de ellos unos guardianes

vigilantes. (Foucault, 1970, p. 25)

El estatuto ideológico de la historia y el estatuto privilegiado del autor se encuentran a

razón de este sujeto centralizado, que regula y opera de la misma manera (conservando y

sintetizando) un privilegio.

Ahora bien, regresando al motivo de nuestro trabajo, decimos que este sujeto-diferente o

centralizado ha de ser abierto e interrogado en registros como el artístico (la historia del arte)

porque más allá del provecho distintivo de este caso particular, podremos examinar la

función del autor en un caso “fundacional” de discursividad que está ante todo en el registro

histórico y del privilegio o derecho de autoría. Cabe recordar que Foucault en ¿Qué es un

Autor? invita a examinar el privilegio no solo en los discursos sino también en, por ejemplo,

la pintura38. Abriremos, por lo tanto, a la historia del arte que ha emplazado y desplazado

registros discursivos. Abriremos este terreno discursivo llamado historia del arte que,

aunque llena de intervenciones, estudios, investigaciones, acontecimientos, o escisiones; ha

38 “Pero me doy cuenta de que hasta ahora he limitado mi tema de un modo injustificable. De seguro, debería haberse

hablado de lo que es la función autor en la pintura, en la música, en las técnicas, etc.” (Foucault, 2000, p. 23).

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35

sido atribuida, nombrada, apropiada y posicionada en su fundación a un autor: Giorgio

Vasari, también conocido como “el primer Historiador del Arte”.

La historia del arte es un terreno en el que no ha sido suficiente con un registro

biográfico, temático o técnico de saberes; pues se han elegido para este unas figuras de

autoridad (artistas, historiadores, etc.). Pero solo abriendo este caso singular que constituye

Giorgio Vasari y sus Vidas39 es que podremos entender y hacer aparecer los emplazamientos

y desplazamientos de la noción de autor en la historia del arte, pues siguiendo a Foucault:

el autor es lo que permite explicar tanto la presencia de ciertos acontecimientos en una

obra como sus transformaciones, sus deformaciones, sus modificaciones diversas (y ello

gracias a la biografía del autor, al establecimiento de su perspectiva individual, al

análisis de su pertenencia social o de su posición de clase, a la puesta al día de su

proyecto fundamental) (Foucault, 2000, p. 20).

39 “Abramos las Vidas –abrámoslas, simplemente–. Quedémonos en los márgenes, con la intuición teórica de que los fines

no anidan nunca mejor que en los márgenes de los grandes textos” (Didi-Huberman, 2010, p. 77).

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36

II. APERTURA DE LA HISTORIA DEL ARTE DE GIORGIO VASARI: EL DISEGNO

DE UNA DISCURSIVIDAD

A. Renacimiento y arte: la objetivación de una práctica

1. Antecedentes del proyecto vasariano

El Renacimiento puede considerarse como un periodo coyuntural en la historia de Occidente

porque, así como lo hacen los signos de puntuación lingüística, manifestó todo tipo de

continuidades, pausas y retornos estratégicos en la cultura italiana y europea. De hecho, el

rasgo que caracteriza en alto grado al Renacimiento es la idea prometedora de una edad-

fénix, de un “reino inventado de todas las invenciones” (Didi-Huberman, 2010, p. 73). Esta

idea de la edad que renacía de sus cenizas creó durante los siglos XV y XVI cambios

circunstanciales, adversativos y explicativos (si seguimos con la analogía lingüística

anterior) y permitió en repetidas ocasiones ser estudiada por historiadores y no-historiadores.

Justamente, de esta idea surgió un valor cultural renaciente que inviste los retornos a un

pasado bajo la mirada de un presente y un futuro incierto. Esto quiere decir que se trata en

gran medida de una época que promovió la reivindicación y preservación cultural de muchas

figuras clásicas del saber que al parecer estaban muertas o en decadencia; estableciendo, con

ello, distancia de la Edad Media y anticipando a la Edad Moderna40.

Grandes proyectos en el Renacimiento fueron realizados para la conservación de la

antigüedad grecolatina y, con ellos, la custodia de los ideales que se creía una cultura debía

proteger. Eran proyectos que incluían la invención de academias, tratados y escritos tales

como las Vidas de Giorgio Vasari; es decir, proyectos especializados y concentrados en los

ideales grecolatinos. Así, la ausencia de una edad de oro motivaba la invención de un

discurso renacentista que protegía los ideales clásicos y también creaba un orden cultural

con ellos: “parece declinarse en el tiempo muy especial de un futuro naciente y de recordar,

40 Por ejemplo: “Imitar las ciudades antiguas, tanto en su ordenamiento como en sus construcciones, significa obedecer a

los dictados de la razón y la naturaleza” (Garin, 1981, p. 123). Este será el caso principal de Florencia, aquella que recibe

el nombre de “La ciudad ideal” en La revolución cultural del Renacimiento del ya citado Eugenio Garin.

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37

cerrando la sombra del pasado o del olvido, abriendo la aurora de toda lucidez” (Didi-

Huberman, 2010, p. 73). Pero este resurgimiento de la era clásica, que comenzó a ocurrir en

el Quattrocento, corría el riesgo de ser parcial; es decir que tan solo fuera un rasgo estilístico

recordado esporádicamente41. Por ello, en el Cinquecento se divulgó la amenaza del olvido

en la que parecía tenderse lo renacido en el siglo anterior y se crearon proyectos aún más

robustos para evitarlo.

De hecho, si hoy en día se sigue asumiendo al Renacimiento como periodo

predominantemente artístico, esto es consecuente de que la dimensión artística no solo

involucrara en el Quattrocento y Cinquecento a pintores, escultores, arquitectos o poetas

sino también al poder legislativo y económico: “es el elogio del linaje de los Médicis de sus

muy ilustres antepasados cuya huella Cosme ha sabido seguir protegiendo las artes” (Didi-

Huberman, 2010, p. 79). La invención o fundación de proyectos renacentistas estaba, así,

altamente estimulada por una demanda del poder político y económico del momento que

pretendía hacerles perdurar en el tiempo.

Las Vidas de Giorgio Vasari42 ha sido reconocido como uno de los proyectos por

excelencia de esta época porque fundó la historia del arte. Con este, logró que el arte

excediera su dimensión práctica: lo llevó a una dimensión que no abarcaba únicamente a lo

subjetivo del arte; que es su práctica pictórica, escultural y arquitectónica. La dimensión que

ahora se apoderaba del arte –a manos de Vasari– era escritural, discursiva y objetiva: esto

es, una dimensión que también dependía de otros, de los que no eran artistas: “inventar la

historia del arte fue entonces el trabajo propiamente identificatorio de una práctica que

buscaba –más allá de sí misma, como su idea o su ideal– fundarse como orden dogmático y

social” (Didi-Huberman, 2010, p. 75). Con respecto a esto, como se mencionó en el capítulo

anterior, la discursividad científica, por ejemplo, se caracteriza –según Foucault– por rendir

cuentas a la generalización de un saber “objetivo” o cerrado, como lo hace las Vidas de

41 “La Florencia de Lorenzo se estaba tiñendo con los tonos del declive. Bajo un aparente orden, se agitaban y contraponían

profundas divergencias y contrastes” (Garin, 1981, 105). Lorenzo de Médicis (El Magnífico) fue Señor del Florencia de

1469 a 1492, en el Quattrocento tardío. Y Cosme de Médicis será quien siga el mecenazgo mediceo en Florencia en el

Cinquecento. 42 Giorgio Vasari, nace en Arezzo (República Toscana) en 1511. Fue un reconocido arquitecto, pintor y escritor que en

Florencia desempeñó la labor de pintor de cámara de los Médici. Entre sus obras artísticas destacables está el Palacio Uffizi,

Seis poetas toscanos, entre otras. Obtuvo gran reconocimiento por escribir las Vidas y por fundar la Academia del arte del

Diseño (Accademia delle Arti del Disegno) en 1563 en la que Miguel Ángel sería cabeza de la institución.

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38

Vasari, y también por tender a clausurar con ello los cabos sueltos de autoría; pues el autor

es autor por la materia que lo verifica. En este registro, la historia del arte de las Vidas haría

que tanto los artistas como la práctica artística fueran legitimados por un discurso objetivo

y por depender de todos: artistas y hombres apoderados de la sociedad43. Pero, si bien no

podemos tildarlo de científico al proyecto vasariano, sí podemos decir –por lo pronto– que

hay un propósito expreso en él y es hacer del arte algo más que una práctica artística.

A continuación, explicaremos la objetivación discursiva a la que se somete la práctica

artística en la historia del arte de Vasari.

2. El caso genitivo: introducción al discurso de Vasari

El terreno discursivo es el motivo que nos lleva a trabajar con la función–autor de Foucault

y con Ante la imagen de Didi-Huberman, ya que queremos saber cuáles son las

características que operan en este proyecto llamado historia del arte; atribuida su fundación

a Giorgio Vasari. Queremos entender cómo un discurso formó y sustentó las razones que

darían prestigio no sólo a un individuo, en tanto autor, sino a todo un nuevo género literario.

Para llegar a esto, debemos primero entender desde qué postura parte Didi-Huberman y

cómo sus motivos o propósitos convienen al discurso vasariano que queremos abrir.

Georges Didi-Huberman en su libro Ante la imagen: pregunta formulada a los fines

de una historia del arte se interesó por la predominancia de “un tono de certeza que reina

tan a menudo en la bella disciplina de la historia del arte” (Didi-Huberman, 2010, p. 12). La

investigación de este tono de certeza incluye el paso por las Vidas de Vasari, obra publicada

por primera vez en 1550 y reeditada durante dieciocho años para ser publicada una segunda

vez en 1568 (en pleno Cinquecento); en ella, quedaría por escrito uno de los motivos más

representativos de la era renaciente: la separación del arte de un sentido estrictamente

43 Stefano Guazzo en 1586 escribía La civil conversazione. Un diálogo en el que se trataba a la vida social y la educación

desde una clara influencia humanista, pues dice que “la misma naturaleza le ha dado el habla al hombre, no porque se hable

a sí mismo, sino porque lo usa con otros; y ves que usamos esta instrucción para enseñar, para preguntar, para conferir, para

negociar, para aconsejar, para corregir, para disputar, para juzgar, para expresar el afecto de nuestra alma; con qué medios

llegan los hombres a amarse y unirse” [la traducción es propia].

[IT] “la medesima natura ha dato la favella all uomo, non già perché parli seco medesimo, ma perché se ne serva con altri;

e voi vedete che di questo istromento ci serviamo in insegnare, in dimandare, in conferire, in negociare, in consigliare, in

correggere, in disputare, in giudicare, in isprimere l affetto dell animo nostrp, co quali mezzi vengono gli uomini ad

amarsi, e a congiungersi fra loro” La cita la hemos extraído de Garin, E. (1993). L’umanesimo italiano. Il Giornale, Roma,

p. 195.

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39

genitivo subjetivo, es decir de un sentido únicamente práctico en el que “es el arte mismo el

que lleva su historia” (Didi-Huberman, 2010, p. 56).

Esta separación o distinción la explica el filósofo francés advirtiendo que no es la

anulación del terreno práctico, sino el bautizo de la práctica artística como terreno discursivo

y objetivo: “planteemos la hipótesis de que la historia del arte [...] fue inventada como fase

necesaria para un auto-reconocimiento del arte por sí mismo, su bautizo, en cierto modo”

(Didi-Huberman, 2010, p. 74). Se trata entonces del nombramiento de la historia del arte

como “discurso sobre la práctica artística”.

Para entender este juego lingüístico, recordemos brevemente que el genitivo es el caso

gramatical en el que la declinación (latina) indica posesión o pertenencia. Por ejemplo: “el

amor de Dios”. Aquí, el genitivo es de tipo subjetivo y la declinación indica posesión del

sujeto y no del objeto de la frase; de manera que si se hace una sustitución del complemento

“de Dios” se convertiría en sujeto de la frase: “el amor con que Dios ama a los hombres”44.

En el caso de la historia del arte esto quiere decir que el arte (como práctica), al

separarse de este genitivo-subjetivo, se transforma en “historia del arte” con un sentido

genitivo objetivo y toma una variante no solo lingüísticamente opuesta sino con

consecuencias materiales e inmateriales totalmente diferentes. La diferencia se muestra

cuando al decir “historia del arte” se hace una declinación que indica posesión o pertenencia

ya no subjetivamente sino objetivamente: trata sobre el objeto (arte) de la significación del

sustantivo (historia), “donde el arte se entiende primero como el objeto de una disciplina

teórica” (Didi-Huberman, 2010, p. 56). En el caso ilustrativo “el amor de Dios”, la

sustitución del complemento “de Dios” se convierte en objeto de la frase y resulta “el amor

con que amamos a Dios”. A simple vista “historia del arte” puede indicar ambos tipos del

genitivo, pero el contexto –así como la sustitución de la preposición de– libera esta frase y

su contenido de la ambigüedad45.

Así el proyecto vasariano logra que el arte exceda su terreno práctico: se pasa a un

terreno del tipo genitivo-objetivo, en el que el arte es materia del saber teórico y objeto de

44 Si lo comparamos con la primera versión de la frase, sería igual a decir “el amor de Dios a los hombres” y se hace explícito

el complemento indirecto “a los hombres”. 45 En el caso genitivo-objetivo se podría sustituir “de” por “sobre” o “acerca de”: la historia sobre el arte, la historia acerca

del arte.

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40

estudio de una historia. Este marco lingüístico genera así un cambio importante en la práctica

artística porque ahora predomina un discurso objetivo sobre esta46.

Además, en esta dimensión discursiva se trabajan –ahora en conjunto– dos soportes

tecnológicos: el escrito y el artístico, ya que las Vidas de Vasari es un libro escrito sobre

artistas de la pintura, escultura y arquitectura. La dimensión discursiva hace funcionar

objetivamente a los soportes tecnológicos y a las prácticas (escrita y artística)47; se conjugan

y manifiestan de manera innovadora los aspectos renacientes de la práctica que estaban

amenazados por el olvido. Y la relación entre Renacimiento (período coyuntural) y práctica

del arte triunfa discursivamente a través del proyecto de Las vidas de los mejores arquitectos,

pintores y escultores italianos desde Cimabue hasta nuestros tiempos (1550)48, porque

reivindica la práctica (y a los artistas) a través de un discurso objetivo llamado historia del

arte.

El proyecto del toscano consolida un éxito discursivo que exalta las vidas de aquellos

que fueron reseñados, bajo una premisa objetiva y fundamental: “mantenerlos el mayor

tiempo posible en la memoria de los vivos [...] buscando sus obras, [...] una diligencia

extrema para encontrar la patria, el origen y la actividad de los artistas” (Vasari, 2013, pp.

53-54).

El enfoque lingüístico de Didi-Huberman lo hemos suscrito porque permite entender

el paso que objetiva a la práctica y la vuelve una historia sobre el arte. Ahora pasaremos a

presentar el enfoque funcional que hace a Didi-Huberman, Foucault y nosotros comunes en

este trabajo: los márgenes discursivos.

46 “La finalidad histórica que Vasari se había propuesto, como hemos visto, es conscientemente pragmática y está dominada

por intenciones artísticas. Trata de de representar la vida de los artistas en su totalidad y de hacer concordar los

acontecimientos externos con aquello que los determina y qué le interesa en primer lugar, o sea, la actividad productiva”

(Schlosser, 1976, p. 273). 47 El terreno escrito no es el único que es portador de la función–autor y por lo tanto no es el único medio con el que un

discurso opera, así lo recuerda Foucault: “[m]e he limitado al autor entendido como autor de un texto, de un libro o de una

obra cuya producción se le puede atribuir legítimamente. Ahora bien, resulta fácil ver que, en el orden del discurso, se puede

ser el autor de otras cosas además de un libro —de una teoría, de una tradición, de una disciplina en el interior de la cual

otros libros y otros autores podrán ocupar a su vez un lugar—” (2000, p. 23). 48 Este es el título completo de las Vidas de Vasari.

Page 41: LA FUNCIÓN AUTOR EN LAS VIDAS DE GIORGIO VASARI. …

41

3. Los márgenes discursivos

Dado que en este trabajo nos interesa abordar, con la función–autor, aquellas características

que han configurado la discursividad del caso vasariano; entonces, nos es propicio estudiar

a Vasari desde su relación con las Vidas. Esto, porque la autoría funciona y transita por los

bordes discursivos que delimitan, involucran y desplazan categorías intrínsecas y extrínsecas

al discurso. Por lo tanto, este doble movimiento de la función–autor (donde cooperan un

afuera y un adentro del discurso) da forma a los grandes rasgos de las discursividades.

En el caso vasariano, los rasgos categoriales y características significativas que fundan

discursivamente a la llamada historia del arte49 son: el olvido que amenaza la grandeza de la

práctica artística, rinascita como marco de una temporalidad, el Disegno como invención de

un orden de la historia del arte, la distancia deliberada entre historia y literatura (fantasía

literaria), la imitación a la naturaleza como operador del discurso y, por último, la fama

eterna que enaltece y da integridad a este discurso sobre el arte.

Estas características, en primer lugar, son trabajadas por Didi-Huberman en el capítulo

de Ante la imagen que se titula ‘El arte como renacimiento y la inmortalidad del hombre

ideal’50 cuando dilucida los motivos que Vasari ha dejado visibles e invisibles al determinar

una historia del arte. En ese capítulo, abre la finalidad que conlleva el discurso vasariano,

desde los márgenes o límites de las Vidas, diciendo: “quedémonos en los márgenes, con la

intuición teórica de que los fines no anidan nunca mejor que en los márgenes de los grandes

textos” (Didi-Huberman, 2010, p. 77). Coincidimos con Didi-Huberman en que estas

características que corren por una dimensión fronteriza del discurso permiten estudiar el

funcionamiento de la autoría (la función–autor) vasariana, así como también dan cuenta de

las estrategias discursivas de la historia del arte. En un segundo lugar, estas características

que mencionamos arriba tienen una dimensión categórica y se encadenarán a través de un

movimiento reiterativo que aparenta redundancia; sin embargo, este será el quid para que

sea efectivo y exitoso el proyecto vasariano:

49 En el sentido genitivo-objetivo. 50 Cfr. Didi-Huberman, G (2010). “El arte como renacimiento y la inmortalidad del hombre ideal” en Ante la imagen:

pregunta formulada a los fines de una historia del arte, pp. 72-113. Murcia, España: CENDAC.

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42

puesto que se trataba, con las Vidas, de dibujar el marco de un tipo de discurso,

de escritura, y de llevar a su lector a las orillas de una nueva edad del saber sobre

el arte. Hay que leer –y ver– el marco de las Vidas como un sistema estratificado,

complejo, de procedimientos de legitimaciones. (Didi-Huberman, 2010, p. 78)

Entonces, el procedimiento filosófico que comunica a nuestras fuentes principales, a

saber: la función–autor foucaultiana y la historia del arte de Vasari didi-hubermaniana,

consiste en el trabajo filosófico desde los límites, desde los márgenes y desde lo que recorta

el modo de ser de los discursos o (al menos) aquello que los caracteriza51. Nuestra

aproximación a esta problemática discursiva entre función–autor e historia del arte vasariana

será, por tanto, desarrollada en los márgenes pero también a través de aquello exterior que,

a causa de los emplazamientos y funciones libres, ha sido fundado.

Además, la discursividad al ser consignada en soportes tecnológicos52 nos interesa

porque permite que los múltiples sentidos del lenguaje sean prolongados a través de

modalidades de circulación particulares, especiales de la época. Y teniendo en cuenta que

estas modalidades de circulación –por ejemplo, la imprenta– operan novedosamente en las

sociedades para determinados motivos53; aquí, por lo tanto, nos concentraremos en la

dimensión discursiva porque permite trabajar de la mano con el avance de esas modalidades

de circulación. Los discursos expresan usos ideológicos que, bajo intereses epocales,

ágilmente pueden ser puestos en circulación54. Es menester ahora fijarnos en esos usos

ideológicos que la historia del arte manifiesta con las categorías discursivas que corren por

los márgenes del proyecto vasariano55.

51 “La idea de que el nombre de autor no va, como el nombre propio, del interior del discurso al individuo real y exterior

que lo ha producido, sino que corre, en algún modo, en el límite de los textos, que los recorta, que sigue sus aristas, que

manifiesta su modo de ser o, por lo menos, lo caracteriza. Manifiesta el acontecimiento de un cierto conjunto de discursos,

y se refiere al estatuto de este discurso en el interior de una sociedad y en el interior de una cultura” (Foucault, 2000, p. 15). 52 Como la escritura, la pintura, etc. 53 The Medici Archive, el Archivo di Stato di Firenze, entre otros proyectos de conservación actuales dan cuenta de la cultura

de preservación italiana a través de la amplia variedad de documentos oficiales del ducado de los Médici. Este tipo de

documentos aseguraban posiciones sociales, herencias, noblezas, etc. 54 “Al difundirse fuera de Italia la nueva cultura [...] con las nuevas conquistas técnicas (por ejemplo, la imprenta) [...]

cambia también de tonalidad la visión de los nuevos tiempos y su concreta relación con el pasado” (Garin, 1981, p. 67). 55 Las categorías son: 1. el olvido que amenaza la grandeza de la práctica artística, 2. rinascita como marco de una

temporalidad, 3. el Disegno como invención de un orden de la historia del arte, 4. la distancia deliberada entre historia y

literatura (fantasía literaria), 5. la imitación a la naturaleza como operador del discurso y, por último, 6. la fama eterna que

enaltece y da integridad a este discurso sobre el arte.

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43

B. Categorías discursivas del proyecto vasariano

Las categorías del discurso vasariano que expondremos en este trabajo, parten de la lectura

de Ante la imagen de Didi-Hubermam pues coincidimos con el filósofo francés en que Vasari

ha forjado un proyecto de maniobras y manieras renacentistas que da forma y operatividad

al discurso sobre el arte. Estas categorías, además, siguiendo la concepción foucaultiana de

la función–autor permiten entender cómo este proyecto vasariano fundó estrategias

discursivas particulares y, a su vez, la autoridad de los artistas (y de Vasari). Para dar cuenta

de este motivo, es menester entender primero cómo estás categorías se encadenan

acertadamente en el discurso; pues gracias a esta relación concatenada las categorías

cumplen con la objetivación del arte.

La necesidad de hacer de la práctica artística un objeto de estudio legitimado por

aquellos que no son artistas (especialmente el poder legislativo), precisó de un movimiento

reiterativo con el cual encadenar las categorías discursivas de la historia del arte. Se trata de

un movimiento que identifica –repetidamente– al arte con la historia sobre él. Es un

movimiento de auto-reconocimiento y de deseo triunfal: “planteemos la hipótesis de que la

historia del arte –en sentido del genitivo objetivo: la disciplina dándose el arte como objeto–

fue inventada como fase necesaria para un auto-reconocimiento del arte por sí mismo, su

bautizo, en cierto modo” (Didi-Huberman, 2010, p. 74). La historia del arte es la objetivación

de la práctica artística. Y la objetivación es –entonces– un paso (soporte) necesario para el

enaltecimiento del arte, porque bautiza a esta práctica como especial en sí misma. El

movimiento de auto-reconocimiento del discurso, así, estará presente en toda la historia del

arte de Vasari y bajo la compañía especial de la escritura.

La escritura es el soporte tecnológico con el que se funda la historia del arte y la noción

(privilegiada) del autor renacentista, a través de las Vidas56. Y si la objetivación del arte es

paso y soporte para el reconocimiento de sí, la escritura es la tecnología que a su vez

conforma esta objetivación de la práctica artística. El medio escritural permite hacer

56 “En sus Vidas, que tenemos delante en una notabilísima versión doble, se encierra su importancia como escritor: son su

auténtica y única obra, la que inmortalizó su nombre” (Schlosser, 1976, p. 291).

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44

perdurar, y hacer autenticar (legislar), el discurso sobre el arte y su estatuto. Así, este auto-

reconocimiento al que Didi-Huberman llama ‘dialéctica sutil’ es con el cual “una práctica

humana [el arte] habrá buscado su reconocimiento simbólico (reconocerse a sí misma y a

hacerse reconocer) postulando su auto teología: que no tenía otros fines que ella misma y

que, en ese sentido, se podía contar su historia, su muy específica historia” (Didi-Huberman,

2010, p. 78).

En resumen, las categorías discursivas se encadenarán a través de un movimiento de

autorreconocimiento y se exigirá con ellas que el arte sea objeto discursivo y digno de un

estatuto superior. Sentado lo anterior, ya podemos pasar a abordar la primera categoría de

los márgenes discursivos de la historia del arte que, de hecho, da cuenta de la relación entre

Renacimiento (resurgimiento de los ideales clásicos) e historia del arte (discurso sobre el

arte) porque incita lo primordial: su conservación. Hablamos de la amenaza del olvido.

1. Primera categoría. La amenaza del olvido

La amenaza del olvido opera en la relación entre Renacimiento e historia del arte, porque

evita a toda costa que lo que renació en el Quattrocento quede extraviado en el tiempo.

Además, más que una amenaza, opera como la solicitud incesante de conservación de los

grandes artistas del Quattrocento, de la práctica artística y de los ideales clásicos. Se solicita

que se consolide la historia del arte como discurso objetivo. Y para que esta ratificación

suceda, es necesaria la transformación de la concepción de “la amenaza del olvido”. Esto

con el fin de que los ideales sean ahora inolvidables. La pregunta que surge de esto es: ¿cómo

es que la amenaza del olvido logra transformarse en lo inolvidable? La respuesta es: gracias

a la idea de inmortalidad, porque “o bien el arte ha muerto, o bien es renaciente y, si es

renaciente, será todavía más inmortal...” (Didi-Huberman, 2010, p. 74).

Para entender esto, recordemos nuevamente que el olvido permitió que en el

Quattrocento y Cinquecento se afirmara que los ideales grecolatinos habían sido eclipsados

por el oscurantismo de un periodo intermedio (la Edad Media)57. Este oscurantismo

amenazaba con reincidir en el Cinquecento “pues la voracidad del tiempo es evidente: no

57 Al iniciarse el siglo XVI ya se halla bien delimitada en sus trazos fundamentales la silueta del periodo de las tinieblas, de

la edad del medio” (Garin, 1981, p. 67).

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45

contento con haber roído las obras mismas y los testimonios honoríficos de un gran número

de artistas, ha cancelado y apagado sus nombres” (Vasari, 2013, pp. 53-54). Así, los

testimonios honoríficos de los artistas del Quattrocento –la práctica que hizo renacer los

ideales clásicos a través de ya sea la pintura, escultura o arquitectura– estaba cerca de un

segundo olvido58.

Era pues un supuesto epocal creer que hubo una primera decadencia, un primer olvido, de

la antigüedad. Y este supuesto, permitía recrear el acecho del olvido en el Cinquecento y

también exaltar el orden ideal que, entonces, debía seguir existiendo59.

La única manera de que su existencia ideal fuera justificada y conservada era oponiéndose

a la mortalidad de los artistas y de la práctica artística renaciente. Había que oponerse

inmortalizando a estos ideales clásicos renacientes y, por ende, había que exigir un medio

por el cual esta inmortalidad pudiera ocurrir, a saber: el medio discursivo y objetivo del arte.

La inmortalidad salva para siempre –a través de una maniobra renacentista– a los ideales

clásicos que habían renacido haciéndoles inolvidables: “así fue entonces el primer disegno,

el primer gran diseño de Vasari historiador: salvar a los artistas de su segunda muerte

supuesta, hacer el arte inolvidable. O, dicho de otra manera: inmortal” (Didi-Huberman,

2010, p. 84).

Oblivione, el olvido, hace parte del movimiento en el que se auto-reconoce y bautiza

objetivamente al arte. Permite que la práctica artística, y los autores, sean reivindicados e

identificados en un discurso objetivo, no por su atributo mortal sino por su labor inolvidable

y vida ideal. Recordemos brevemente que el movimiento de autorreconocimiento parte

primero de la práctica artística y de los artistas, del genitivo-subjetivo; pasa luego por una

transformación de objetivación, o sea al sentido genitivo-objetivo; y resulta de ello en la

exaltación y reconocimiento de la vida y obra de estos artistas, ahora, como inolvidable. En

otras palabras: si el arte como práctica artística no hubiera sido amenazado por el olvido, no

58 “Después de una larga reflexión sobre el ejemplo de los antiguos y de los modernos, he constatado que los nombres de

los numerosos arquitectos, escultores y pintores antiguos y modernos [...] están en diversas regiones de Italia condenados

al olvido [...] condenados a una especie de muerte cercana” (Vasari, 2013, pp. 53-54). 59 “El Cinquecento florentino reanuda el camino marcado por Ghiberti y el primer ejemplo de esta especie es el llamado

Libro de Antonio Billi [...] se trata del primer ejemplo de esas compilaciones de escritorio hechas por literatos [...] obras que

huelen a cerrado, al no tener el menor nexo con la producción artística más próxima e inmediata” (Schlosser, 1976, p. 177).

Schlosser encamina estas palabras a la presentación de las Vidas de Vasari.

Page 46: LA FUNCIÓN AUTOR EN LAS VIDAS DE GIORGIO VASARI. …

46

habría pasado por la objetivación de un discurso y no existiría tampoco en la historia de

Occidente la concepción de práctica artística como loable, excelsa, única e inolvidable; y en

consecuencia, tampoco existiría el estatus de los nombres de estos artistas.

Se concluye de esto que el olvido es una de las categorías que, como dijimos, da

funcionamiento y delimita a la historia del arte de Vasari.

2. Segunda categoría. Rinascita como marco de una temporalidad

La objetivación es la vía por excelencia o el paso necesario por el cual el discurso vasariano

tiene futuro y, por tanto, un sentido temporal e histórico:

el prodigioso ejercicio de autoridad realizado por la obra de Vasari [...] habrá sabido

hacernos creer que el final de los tiempos y la finalidad de la historia del arte (en el

sentido genitivo subjetivo) podían ser el tiempo de la historia del arte en el sentido

objetivo. (Didi-Huberman, 2010, pp. 82-83)

El establecimiento de un marco de temporalidad es otra forma de objetivación de la

historia del arte, con el que hay un tiempo justo y específico en el que esta historia debe

ocurrir; un tiempo en el que la finalidad de la práctica artística parece convertirse en el

tiempo adecuado para la fundación de la historia del arte.

La práctica artística estaba solicitando con la amenaza del olvido ser algo más que ella:

solicitaba ser un discurso objetivo que, en términos de una temporalidad, indicaba que el arte

ya no podía quedarse en un tiempo renaciente porque este ya había ocurrido en el

Quattrocento. El tiempo en el que podía quedarse el arte era un tiempo renacentista: un

tiempo eternamente presente60. Un tiempo que evitaba un futuro incierto, o de probable

olvido, y otorgaba al arte eternidad.

De manera que el temido olvido de los ideales antiguos no es lo único que constituye,

justifica y asienta el discurso sobre el arte. A su vez, el marco de la temporalidad con el que

escribe las Vidas Vasari, encierra en un momento específico a la historia del arte y garantiza

la presencia del arte en el futuro: “cierra el sistema: [y con] ello apela a un final de los

tiempos” (Didi-Huberman, 2010, p. 82).

60 “Son los «artistas» quienes oponen la vía de los antiguos a la de los «modernos», es decir, en sustancia, quienes vuelven

sus ojos hacia las fuentes latinas y, sobretodo, griegas” (Garin, 1981, p. 258).

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47

Ahora bien, la temporalidad del Renacimiento fue estudiada y reconocida oficialmente

como movimiento histórico-cultural hasta el siglo XIX. Esto, en teoría, dificulta la

afirmación atemporal de que “el Renacimiento en los siglos XV y XVI era esto o aquello”.

No obstante, durante el Cinquecento sí hubo un sujeto que adelantó en esta cuestión el uso

de la palabra rinascita (renacimiento), a saber: Giorgio Vasari. Con esto, adquiere mayor

sentido que el marco de la temporalidad sea una forma de objetivación discursiva porque

Vasari in situ nascendi con el uso del término rinascita lo confesaba: “Rinascita, lo hemos

visto, es lo que da sentido a la instauración de una edad susceptible de ser llamada la edad

absoluta de la Historia del Arte” (Didi-Huberman, 2010, p. 97).

De lo anterior se sigue que “el final de los tiempos” –que menciona Didi-Huberman–

sea aquí un sinónimo del Renacimiento (como periodo temporal) porque es la finalidad de

la práctica artística. El renacimiento de un pasado glorioso y la vivencia de un presente

renacentista consolida la marcación del tiempo que asienta los ideales clásicos, la práctica

artística y a los artistas. Es finalmente movimiento de autorreconocimiento porque identifica

la práctica artística, es decir el acto renaciente, con el presente y futuro renacentista61.

3. Tercera categoría. Disegno como orden y sentido de la historia del arte

Si bien ya hemos explicado en qué consiste el marco de la temporalidad en el que se presenta

a la historia del arte como discurso eterno e inolvidable, ahora debemos entender el sentido

de esta historia; es decir, el orden específico en el que se desenvuelve la historia del arte.

Este orden hace parte de las categorías que conforman los márgenes del discurso

vasariano, porque cualifica el sistema de estratificaciones y su funcionamiento; de manera

que se elige “el orden antes que las pruebas, [...] las relaciones antes que los términos” (Didi-

Huberman, 2010, p. 96). El orden es en términos de Vasari el ‘disegno’62 del discurso; es

decir, el bosquejo elemental del que parte todo. Y con el cual el historiador del arte

61 La célebre expresión «renaces» se encuentra por primera vez, con este significado, en la literatura del arte, en dos puntos

del proemio general [de las Vidas] («restauración o mejor dicho renacer»; «el progreso de su renacimiento», ed. Mil., I, pág.

223)” (Schlosser, 1976, p. 280). 62 ‘Disegno’ se traduce al español como ‘diseño’ y como ‘dibujo’. Este término refiere a la concepción de dibujo como

fuente primaria de las artes mayores. Del dibujo o del diseño nacen la pintura, arquitectura y escultura para Vasari: “sus dos

categorías supremas son una vieja herencia: el «dibujo» y la «invención», padre y madre de todas las artes” (Schlosser,

1976, p. 285).

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“[comparte] con el verdadero Dios esta facultad de inventar y de crear formas” (Didi-

Huberman, 2010, p. 92). Así, para entender la operatividad del disegno del proyecto

vasariano, es importante explicar su relación con lo que se ha hablado hasta el momento

acerca de la objetivación del discurso del arte.

a. El Diseñador: objetivación y finalidad del discurso

Vasari al salvar a los artistas y al arte de una segunda muerte, parte de “la colocación

preferente de un objeto [que] podía eficazmente concurrir a la asunción de una posición del

sujeto (el historiador del arte mismo, en cuanto que nuevo humanista, sabio de un género

nuevo y específico)” (Didi-Huberman, 2010, p. 90). Esto quiere decir que al objetivizar el

arte se daba predominancia a quien estuvo a cargo de esta objetivación: el historiador del

arte63. Y la asunción de la posición de este sujeto, equivale a la exaltación del cargo y los

fines de una labor que organiza un discurso cerrado sobre el arte. El historiador diseña, así,

los fines de esta historia y, por lo tanto, la finalidad del proyecto vasariano.

En este discurso los artistas y el arte tienen una finalidad temporal pero también otro

tipo de fines como lo menciona Didi-Huberman en Ante la imagen: los fines metafísicos y

los fines cortesanos. Estos fines son elegidos por Vasari, el primer historiador del arte, para

configurar todo el sistema ordenado y objetivo de su discurso a través de una dimensión

metafísica, fuertemente idealista, y una dimensión sociopolítica altamente efectiva que –a

pesar de ser poderosa y asertiva– tiene numerosas fisuras argumentativas. Además, estos

fines dan lugar a una mutua dependencia del discurso y su autor (de Vasari con la historia

del arte); que en términos de la función–autor foucaultiana “no es en efecto una pura y simple

reconstrucción hecha de segunda mano a partir de un texto dado como un material inerte. El

texto siempre lleva en sí mismo un cierto número de signos que remiten al autor” (Foucault,

2000, p. 21).

Estos fines metafísicos y cortesanos remiten a Vasari porque son, en parte, el resultado

y el desplazamiento de sus propios deseos e idealismos discursivos, es decir “el carácter

sofistico de cualquier operación que daba como razones legitimantes lo que, en realidad, no

63 “Vasari es en todo, en el buen sentido y en el malo, el auténtico patriarca y padre de la iglesia de la nueva historia del

arte, no sólo gracias al ejemplo de su gran historia de los artistas, tan rica en influencias y pronto imitada por doquier, con

la construcción histórica emprendida y desarrollada por él, sino también por la abierta objetividad a la que tendía y que a

menudo alcanzó frente a las manifestaciones artísticas más dispares” (Schlosser, 1976, p. 290).

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eran más que unas razones deseosas...” (Didi-Huberman, 2010, p. 90). Así, arbitrariamente,

eran promovidos los ideales de la Antigüedad y la objetividad del discurso con un campo de

estudio cerrado64. Pero esto, sin embargo, no evita que argumentativamente haya existido (o

siga existiendo) rupturas discursivas: “el método de Vasari [...] también debemos

interrogarlo en la óptica de sus ideales, o de sus fobias, o de sus fines nunca realizados –esos

fines que no definen ningún «resultado», porque provienen de una dialéctica del deseo–.”

(Didi-Huberman, 2010, p. 93)65.

b. Fines metafísicos y fines cortesanos

No se trata de una simple recurrencia del sujeto-diferente llamado historiador del arte, ya

que la predilección del sujeto es aquí la apelación a un origen: “la inmortalidad tiene aquí a

su enviado mesiánico que pesa las almas y pronuncia los nombres elegidos: es el historiador

del arte, cuya era empieza por la intempestiva proyección de un genitivo objetivo sobre un

genitivo subjetivo” (Didi-Huberman, 2010, 91). El historiador del arte es quien templa la

dimensión metafísica del disegno, porque aspira a dirigir el origen y final del arte que es

“nunca perecer”. Vasari toma con el disegno el rol de creador divino, arquitecto primario y

absoluto del edificio llamado “historia del arte”66. Asunto que permite entender la

efectividad y los actos fallidos de esta aspiración metafísica del discurso.

Los fines cortesanos están relacionados con los fines metafísicos que describe Didi-

Huberman, puesto que también aspiran a una inmortalidad discursiva del disegno. Con estos

fines, la historia del arte existe para la invención de una élite de artistas, noble, y relativa al

ducado de los Médici. Vasari inviste a los artistas de una nobleza que no es genética sino

virtuosa (virtù), porque estos hombres de origen humilde, “tendrán derecho a la ciudadanía

64 “Idéntica vacilación, idéntica dependencia de las ideas de su tiempo y de sus premisas se muestra en el concepto que

Vasari tiene del arte” (Schlosser, 1976, p. 288). 65 Esta lectura en la que Didi-Huberman interroga argumentativamente fisuras, rupturas, de la supuesta clausura objetiva de

la historia del arte, es bajo una perspectiva discursiva foucaultiana un ejemplo de los desplazamientos que dejan ver la

función-autor en un discurso. Ambos, por tanto, comparten la preocupación por los desplazamientos y rupturas pero uno

(Didi-Huberman) de manera argumentativa y otro (Foucault) de manera discursiva; dos niveles distintos de una misma

interrogación. 66 Los fines metafísicos a los que aspira el discurso de Vasari confirman una y otra vez que a pesar de que este Historiador

escribe todo en un “Wunderblock de formas manieristas, un bloc de notas mágico completamente dibujado con motivos

gloriosos [...] debajo, la cera sigue reteniendo la huella de todos los borrados, de todos los arrepentimientos y de todas las

ratificaciones.” (Didi-Huberman, 2010, 94).

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en el ideal pero concreta nobilità, es decir, la corte de los príncipes” (Didi-Huberman, 2010,

p. 91).

Así, la constitución de un cuerpo social equivale a la creación y el diseño de una

humanidad ideal, que es consignada –por ejemplo– en los frontispicios67 de ambas ediciones

de las Vidas68 y visible en el centro del marco ornamentado con el escudo de los Médicis:

“Vasari [...] colocó la gran historia del arte (en el sentido del genitivo subjetivo) bajo el

nombre de los Médicis; la primera historia del arte (en el sentido objetivo) tenía de esa

manera, lógicamente, que colocarse también bajo el emblema majestuoso” (Didi-Huberman,

2010, pp. 78-79)69. Se intenta sellar bajo un poder omnipresente y prometedor a esta historia

del arte, aunque con una gran proporción en riesgos.

67 Frontispicio es un dibujo, grabado o retrato que se encuentra en las primeras hojas de una publicación. 68 Torrentiniana se refiere a la primera edición de las Vidas publicada en 1550. La giuntina publicada en 1568 es la segunda

edición. 69 Cfr. la sección de anexos de nuestro trabajo (p. 84). En ella se puede encontrar uno de los frontispicios que muestra la

ubicación del escudo mediceo en el centro del marco del título de las Vidas de 1550 (torrentiniana).

Figura 1.

Frontispicio de las

Vidas (ed. 1550).

Diseñado por Vasari.

Imagen recopilada en:

https://pin.it/RZDMPFH

Page 51: LA FUNCIÓN AUTOR EN LAS VIDAS DE GIORGIO VASARI. …

51

c. La contraparte en el diseño de los fines

El diseño prometedor del autorreconocimiento del arte lleva consigo una contraparte que

permite dar cuenta de las fisuras que, no obstante, han prevalecido en las argumentaciones

vasarianas; y que además muestra que es “metafísico, el triunfo soñado de una edad del

disegno; [y] metafísica también, la angustia de una muerte del arte donde todos los disegni

se harían añicos” (Didi-Huberman, 2010, p. 93). La amenaza del olvido y el deseo de ser

inolvidable hacen que Vasari establezca una dimensión metafísica inconsistente70. Hay una

idea totalizadora en “la inestabilidad del léxico vasariano, que juega constantemente en

varios niveles a la vez” (Didi-Huberman, 2010, p. 94). Y es motivo de un aspecto de la teoría

evolucionista epocal71 que presenta Vasari con el proceso discursivo de objetivación del arte,

porque se suturan los topoi retóricos como si se tratara de acontecimientos fácticos: “por eso

leemos las Vidas con tanto placer: la historia del arte se desarrolla ahí como una novela

familiar en fascículos, donde los malos finalmente mueren de veras (la Edad Media) y donde

los buenos resucitan «de verdad» (el Renacimiento)” (Didi-Huberman, 2010, p. 94). Esto

permite que el relato de las Vidas tenga sentido para todos en esta época, o sea el ducado, y

no solo para algunos artistas. Y que tenga una dirección (a cargo de alguien) y una teleología

(hacia donde marchará el discurso): “encontra[mos] aquí el aspecto metafísico del

evolucionismo vasariano [...] eficaz y autoglorificarte para todos los artefici del disegno –y

volvemos a descubrir el esencial contenido retórico de esta (nuestra) historia del arte

inventándose–” (Didi-Huberman, 2010, p. 94).

Además, la invención de un orden es la estrategia de recopilación con la que Vasari

publicará otro libro diferente pero complementario a las Vidas: creará un Libro de Dibujos

que recopila el trabajo de los artistas italianos del Quattrocento y Cinquecento. Este Libro

di’ Disegni, con unas ilustraciones bosquejadas hace un trabajo de selección, ordenamiento

70 Didi-Huberman reconoce que hablar del disegno en términos metafísicos podía suscitar dudas: “Pero ¿no es exagerar un

poco? ¿Realmente debemos pretender que el disegno, el diseño, sea un concepto de tonalidad metafísica?” (Didi-Huberman,

2010, p. 92). Aquí, procuramos exponer la confusión en la que Vasari emplea aspectos contradictorios y permiten que exista

una dimensión metafísica inconsistente por la confusión entre lo inteligible y sensible: “el dogmatismo tropieza

constantemente con el pragmatismo, y la observación con el juicio” (Didi-Huberman, 2010, p. 93). 71 Didi-Huberman habla de una ‘teoría de la evolución’ del arte en Vasari que, aquí, equivale al movimiento de

autorreconocimiento visto en tres pasos: resurrección, eternidad y gloria; es decir, renacimiento de la práctica artística,

objetivación inmortalizada de una práctica y la atribución (retribución) gloriosa de los artistas renacentistas.

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y curaduría del arte. Haciendo que el historiador del arte encarne la curación artística cuando

legisla sobre los objetos y les da un sentido72.

La arremetida arbitraria de un sujeto en la fundación de una curaduría artística

quedaba oculta bajo los propósitos bosquejados en las tres artes mayores y “donde se podía

encontrar algo” era un sitio bajo el dominio o la concesión del disegno: los espacios para el

arte estaban así predeterminados y fabricaban “la realidad de esas pruebas, lo que venía a

ser, en el fondo, inventar la historia misma como estrategia de recopilación” (Didi-

Huberman, 2010, p. 96). Por eso, no solo el disegno es otro nombre de la historia del arte,

también rinascita lo es porque, juntas, reinventan e identifican al arte consigo mismo. Por

un lado, el diseño da un orden y sentido al objeto del arte y, por otro lado, rinascita (al ser

presente inmortalizado) permite que ese orden sea creado a partir de y para un signo de los

tiempos que aspira a la eternidad enaltecida del arte73: “gracias a semejante operación

mágica, la expresión «historia del arte», en su acepción más radical, habrá podido

pronunciarse en Vasari: rinascita del disegno” (Didi-Huberman, 2010, 97).

5. Cuarta categoría. Distancia entre Historia y Literatura

La historia del arte ya ha diseñado una estrategia de recopilación; ahora hablaremos del

criterio de recopilación con el que esta historia distingue y selecciona la pertinencia

nobiliaria de sus artistas. Didi-Huberman señala que este criterio está relacionado con las

fallas argumentativas74 del discurso de Vasari porque, con la búsqueda de objetividad y la

necesidad de apremio, se exige que la historia del arte a toda costa homogenice su discurso.

Y esto se creerá que es posible con el criterio realista.

El aspecto realista distancia a este discurso sobre el arte de otros registros como el literario,

específicamente el de los poetas75. Por realista entiéndase el concepto artístico en el que se

72 Cfr. Didi-Huberman, 2010, p. 96. 73 “Así encontramos la rinascita, palabra-tótem reinventada y reaprehendida para declinar el sentido de la historia moderna;

así encontramos el disegno, palabra-tótem reinventada y reaprehendida para declinar el último, sincrónico, de la actividad

artística en general entendida como imitación” (Didi-Huberman, 2010, 97). 74 “Vasari constituyó un tesoro de saberes, pero tejió todos esos saberes con el hilo de lo verosímil, que, lo comprendemos

fácilmente, tiene muy pocas cosas en común con la verdad.” (Didi-Huberman, 2010, 94) 75 “La historia como maestra de la humanidad, que refleja lo que esta «ha alcanzado verdaderamente» –a diferencia de la

poesía–, pero envuelta, como esta, para estar segura de su eficacia, en el rico ropaje de la retórica” (Schlosser, 1976, 269).

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pretende representar fielmente la realidad76. Sin embargo, esto no era una novedad vasariana;

porque sus contemporáneos, como por ejemplo Vincenzo Borghini77, ya habían afirmado en

sus labores una contundente distancia de la fantasía literaria: “todos habían declarado su

hostilidad respecto de la fantasía literaria: por lo tanto, separaban con firmeza l’ufficio del

Poeta da quel dello Historico” (Didi-Huberman, 2010, 95). Con el oficio histórico la

narrativa biográfica “extraía de la realidad” a unos sujetos; otorgando mayor legitimidad y

objetividad a un discurso78. Así, la biografía de los artistas renacentistas respaldaba, en el

caso vasariano, al movimiento identificatorio de la historia del arte porque era “basado en

hechos reales”.

Aunque, también es cierto que lo histórico puede convivir con la literatura en este caso,

pues si algo ha demostrado el proyecto vasariano es que es una invención creativa y retórica:

“realismo y catálogo pueden perfectamente corresponder a los rasgos retóricos de un

discurso –y esto no cambia nada respecto al problema de la fisura” (Didi-Huberman, 2010,

p. 95). Se ha desvelado el secreto retórico de Vasari hace tiempo; se sabe que en muchas

ocasiones inventaba, exageraba, usaba a su favor eventos que no ocurrieron realmente en la

vida de aquellos artistas, pero sí hicieron realidad su cometido discursivo: “y cuando los

hechos hablan demasiado abiertamente en contra suya y ya ha de batirse en retirada, como

ocurre a menudo en la segunda edición, es divertido observar con qué habilidad sale de

apuros, manteniendo siempre su método” (Schlosser, 1976, p. 275). La fantasía literaria pudo

subsistir en la retórica vasariana porque con las Vidas y el Libro del Dibujo se inventaba una

literatura histórica79; es decir, aquello que como género literario contaba la historia del arte

en sentido genitivo-objetivo. Las Vidas de Vasari parecían cerrar la fisura argumentativa

con el criterio realista pero, haciéndolo, reactivaban la dinámica de desplazamiento. De

76 “Realismo (no en el sentido medieval, evidentemente, sino en el sentido estético del término)” (Didi-Huberman, 2010, p.

95). 77 “Vasari, aunque erudito humanista seguro de sí, reconoce haber sido ayudado por Vincenzo Borghini y G. B. Adriani.

Aquí ensalza de nuevo el triunfo de su ingeniosa invención, y Vasari se muestra no poco orgulloso de ello” (Schlosser,

1976, p. 291). 78 “La finalidad histórica que Vasari se había propuesto, como hemos visto, es conscientemente pragmática y está dominada

por intenciones artísticas. Trata de de representar la vida de los artistas en su totalidad y de hacer concordar los

acontecimientos externos con aquello que los determina y qué le interesa en primer lugar, o sea, la actividad productiva”

(Schlosser, 1976, p. 273). 79 En La Literatura artística de Schlosser distingue con claridad la “literatura histórica” de Vasari, así se llama uno de los

subtítulos dentro del Libro V dedicado por completo a Vasari. Cfr. Schlosser, J. (1976). “Literatura histórica” en La literatura

artística. Ediciones Cátedra S.A., Madrid.

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manera que el criterio realista es un supuesto epocal en el que la representación de la realidad

se entiende como la realidad misma. Esto implica que el prestigio objetivo y la glorificación

de estos artistas sea exitosa e inmortal, no por un distanciamiento del registro histórico del

literario sino porque “el problema, una vez más, se encuentra en otro sitio” (Didi-Huberman,

2010, p. 95). Si Vasari buscaba estabilidad a toda costa para cerrar y suturar la fisura de la

historia del arte, esto era posible en parte por los remiendos pero también por ‘lo que siempre

quedaba por clausurar’: una fisura de verosimilitud80.

El siguiente caso de legitimación y de objetividad, la siguiente categoría discursiva,

será otra declinación81 del disegno; es decir, otra forma en la que el diseño del discurso

vasariano se manifiesta. Esta declinación es el signo humanista, la imitación de la

naturaleza, porque bien “se ha dicho demasiado: lo que renace en el Renacimiento es la

imitación de la naturaleza” (Didi-Huberman, 2010, p. 99).

6. Quinta categoría: Imitación a la naturaleza

La imitación a la naturaleza apoya a la práctica artística en el discurso vasariano bajo un uso

ideológico. La imitación retoma a los ideales antiguos que otorgan proporción, simetría y

divinidad; pero exige con esta un progreso del arte. Este progreso nace del presupuesto

epocal renacentista en el que se repudia la mortalidad del arte y en el que los ideales antiguos

parecen insuficientes para el enaltecimiento, inmortalidad y objetivación de la práctica

artística. El progreso del arte requiere de un referente que exija perfeccionamiento,

mantenimiento y depuración de la práctica artística. Este referente es la naturaleza y está

relacionado con el mencionado criterio realista en el que se busca representar a la realidad

o naturaleza: “los pintores dependen de la naturaleza: les sirve constantemente de modelo;

sacan partido de sus mejores elementos y de los más bellos para ingeniarse a copiarla o a

imitarla” (Vasari, 2013, p. 104). La imitación a la naturaleza, así, permite perfeccionar a los

80 “Por lo tanto, Vasari nos ha dibujado –deseó y representó– una gran historia verosímil, que suturaba por adelantado todas

las fisuras o inverosimilitudes de la historia verdadera” (Didi-Huberman, 2010, p. 94). 81 Declinación, aquí sigue conservando su sentido gramatical.

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ideales clásicos en la práctica artística y con ello declara una dimensión de invenzione o

maniera82.

Esta doble jugada entre imitación e invención es crucial en los márgenes discursivos

porque caracteriza y da flexibilidad a la costura que oculta fallas argumentativas. Ambas

dimensiones, imitación e invención, cierran el movimiento de auto-reconocimiento con una

nueva operatividad: imitar y avanzar83.

Entonces, con la imitación a la naturaleza, el arte busca objetividad y legitimación a

través de una atribución del arte a lo no-artístico. Lo no-artístico es aquí el poder legislativo

(la corte de los Médici), pero también es en cierto grado los ideales grecolatinos; dado que

estos ideales son aceptados, pero no en su totalidad. Hay aspectos grecolatinos que, “no a la

buena manera griega antigua, sino a la grosera manera de aquellos tiempos” (Vasari, 1946,

p. 33), son desaprobados en este presente renacentista de Vasari y no son apropiados por el

arte: son inapropiados. Así, lo no-artístico sirve en este discurso vasariano tanto para

legitimar (cortesanamente) como para depurar (discriminadamente) y, finalmente,

caracterizar (nuevamente) al arte. Con este recorrido de auto-reconocimiento se busca así

que no haya una atribución al otro sin retorno: “[Cimabue] si bien imitó a aquellos griegos,

añadió mucha perfección al arte quitándole gran parte de su grosería; y por esto honró a su

patria con las obras que hizo y con la fama que le dio” (Vasari, 1946, p. 33)84. De manera

que si lo que renace en el Renacimiento es la imitación, esto es así porque esta imitación

permite discursivamente que haya un auto-reconocimiento de la práctica artística, aún

cuando ha pasado al terreno del otro (de lo no-artístico) para objetivizarse:

la imitación a la naturaleza [...] la divinidad suprema de esa religión segunda que ya no

quería darse al Otro absoluto como referencia esencial del deseo, sino más bien a un

otro muy relativo, a un otro que debía tender constantemente al mismo que lleva en sí

la palabra mimesis. (Didi-Huberman, 2010, p. 99)

82 “El criterio estriba en el creciente dominio de lo «natural», en la creciente libertad de la «manera»” (Schlosser, 1976, p.

280). 83 El movimiento de auto-reconocimiento del arte, como hemos venido explicando, parte de la práctica artística (la historia

del arte en sentido genitivo-subjetivo); pasa por la aprobación de otros (transformación a genitivo-objetivo) y finalmente

regresa a la práctica artística, reconociéndose, para un enaltecimiento de los artistas y de la práctica artística. 84 Así comienza el capítulo sobre Cimabue, primer artista resumido, en las Vidas: pp. 30-45 (1945) Ed. Aguilar.

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Así como la verosimilitud aparenta ser verdad indiscutible, así la imitación a la

naturaleza supone ser principio unitario cuando en realidad es un credo de la época, un

credo renacentista: “nuestro arte es, en su totalidad, imitación: de la naturaleza, en primer

lugar, y luego de las obras de los mejores artistas, porque le es imposible por sí solo llegar a

subir tan alto” (Vasari, 2013, p. 222). Así, ante los ojos de sus contemporáneos incluyendo

a los Medici, Vasari está ideológicamente diciendo verdades con el criterio realista y con la

imitación a la naturaleza; sin embargo, como bien lo dice Didi-Huberman, es tan solo una

verosimilitud85.

a. Uso ideológico de la imitación a la naturaleza

Es un éxito el uso ideológico (e ideal) de la imitación a la naturaleza en los sujetos-diferentes

llamados pintores, escultores y arquitectos renacentistas. Lo es porque este uso ideológico

de la imitación es, de hecho, “nunca dej[ar] de afirmar la dependencia mimética del artista

frente a su modelo –y también la igualdad entre ellos cuando la ilusión es perfecta–, pero

también la supremacía de la obra imitativa cuando se añaden invenzione o maniera” (Didi-

Huberman, 2010, p. 100).

Aquí hay muchos propósitos vasarianos. El principal de ellos es hacer unión entre

todas las partes imitativas, así sea a regañadientes. Las partes son dependencia, igualdad y

supremacía; y se entienden de la siguiente forma: en primer lugar, Vasari afirma que hay

una dependencia del artista con su modelo, que es la realidad (la naturaleza). En segundo

lugar, en el proyecto vasariano existe una igualdad entre la realidad y la obra artística (la

imitación) cuando la diferencia es indistinguible entre ellas. Y, en tercer lugar, en el discurso

vasariano también la obra (la imitación) supera a la realidad porque la perfecciona e inventa.

Así, la unión de estas tres partes divergentes, aunque es contradictoria, funciona a la

perfección como credo para el discurso renacentista del arte; sirve a una ideología

perfeccionista y, por lo tanto, propulsora de las artes mayores86. Esto, permite que el discurso

sobre el arte ostente objetos y sentidos de la práctica artística: permite señalar y determinar

la ley a la que obedecen las artes y los artistas, pero con cierta libertad creativa que incluye

85 Una creencia epocal. 86 “De igual modo (en la Vida de Tiziano), se le ocurre la idea de que el arte es algo absolutamente distinto de la naturaleza,

a pesar de imitarla” (Schlosser, 1976, p. 287).

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a la imaginación. Justamente, aquellas tres vertientes de la imitación son contradictorias por

la unión: imitación-inventiva. Esta unión es una idea renacentista tomada como verdadera.

Ahora bien, si los artistas dependen de la imitación para crear pero, a su vez, la

imitación no es enteramente fiel a la realidad, entonces “promover el criterio realista en el

orden de lo visible no era más que otra manera de asegurar el poder de las Ideas” (Didi-

Huberman, 2010, p. 101). Irónicamente, el criterio realista es la llave con la que se aseguró

la ideología de la práctica artística del Renacimiento. El criterio realista incentivó una

maestría creativa en la que se imitaba y depuraba a la antigüedad y a la naturaleza con la

pintura, escultura y arquitectura. Era pues el requisito necesario para acceder a la licencia

(licenza) del artista renacentista: “[el realismo en sentido estético] constituye el tono, el

estilo, la retórica por excelencia del idealismo metafísico en el campo de las artes visuales”

(Didi-Huberman, 2010, p. 102).

b. Idea y Disegno

¿De dónde surge este credo epocal que permite que el criterio realista sea, a diestra y

siniestra, una idea imperante? Si bien decimos con el discurso vasariano que los artistas

renacentistas debían imitar a la naturaleza, Didi-Huberman expone que Vasari “nunca

contesta claramente a la pregunta ¿con qué imitamos? [porque] cuando contesta: con el ojo,

el ojo se legitima con la Idea. Cuando contesta: con el espíritu, el espíritu se legitima con lo

visible. Este lazo de doble legitimidad es un lazo metafísico” (Didi-Huberman, 2010, p. 103).

Y con ello, se especifica que “Idea” en la época renacentista se empleaba en las artes del

disegno, así como lo hace Vasari, para indicar el conocimiento integral y perfecto sobre algo.

En este caso vasariano, este conocimiento integral sería la objetividad y el progreso triunfal

tanto del discurso sobre el arte como, propiamente, de las artes pictóricas, escultóricas y

arquitectónicas porque Idea era el “perfecto conocimiento del objeto inteligible, adquirido y

confirmado por la doctrina y por el uso” (Baldinucci, 1975, p. 72). Este perfeccionamiento

cognoscitivo del objeto inteligible llamado “Idea”, se da a través del uso y la doctrina, a

través de la mezcla o el lazo entre lo inteligible y lo visible, entre el juicio y la observación

porque extrae algo de la realidad pero lo vuelve objeto inteligible perfecto. Pasa

prácticamente lo mismo con la palabra “disegno”, porque esta intenta dar un sustrato a las

artes pero desde lo práctico y desde el Historiador.

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La Idea y el Disegno son dos caras de la misma moneda, como dice Didi-Huberman,

porque una reafirma y auto-reconoce al arte como objeto inteligible y la otra reafirma y auto-

reconoce al arte como objeto además técnico-práctico. Mezcla peras con manzanas de dos

maneras verosímiles, haciendo una y otra vez el movimiento identificatorio que permite que

el arte sea discurso objetivo, inmortal, enaltecido y “propio”: “nadie, antes que él, había

afirmado con tanta fuerza y solemnidad que el dibujo podía constituir el denominador común

de todo lo que llamamos el arte. Hay, por lo tanto, en la operación vasariana un acto de

bautizo” (Didi-Huberman, 2010, p. 103).

En resumen, la imitación a la naturaleza es requisito fundamental en la práctica

artística para consolidar el discurso vasariano porque hace operativo el movimiento de auto-

reconocimiento con las indicaciones del periodo renacentista. La imitación a la naturaleza

muestra el aspecto desplazado y falaz en el discurso enaltecedor del arte87. Y el Disegno

como gran Idea, como conocimiento integral, y como uso ideológico “es el que informa y

fecunda la diosa madre –la imitación– para dar vida a esta presencia de las tres diosas que

destacan en los grabados de las Vidas como tres parcas hilando el destino del arte

reunificado” (Didi-Huberman, 2010, p. 103).

7. Sexta categoría: Fama eterna

Una última categoría discursiva con la que queremos recorrer el proyecto vasariano, de la

mano de Didi-Huberman, es la fama eterna. Con esta categoría, la historia del arte de Vasari

otorga un estatuto a los artistas que consiste en licenciarlos y otorgarles un derecho de autoría

nuevo e inmortalizado. Se gradúa a los artistas renacentistas de la pintura, escultura y

arquitectura con un estatuto ideológico nobiliario, porque “no solo tienen derecho a la fama

imperecedera (eterna fama) de después de la muerte, sino que nada «puede prohibir a sus

esfuerzos el acceso a los grados superiores, los honores en esta vida»” (Didi-Huberman,

2010, p. 90). Hay una nobleza propia de los artistas, una élite y un nuevo cuerpo social que

comparte con el poder legislativo la cualidad de realeza88. Y la nobleza artística resulta del

87 “Pero ¿en qué consiste exactamente este elevado valor del dibujo? Vasari, como su época, no llega a una respuesta

decisiva; oscila de continuo entre los principios naturalistas y los principios de la estilización” (Schlosser, 1976, p. 286). 88 De cierta manera, se iguala a los artistas con los príncipes porque pretenden una nobleza única e irrepetible, omnipresente

y omnipotente.

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cumplimiento de todas las exigencias del disegno como la imitación a la naturaleza y la

rinascita (es decir, el presente renacentista); logrando así distanciarse de la práctica

artesanal: “habrá consagrado la escisión de las artes mayores y de las artes menores –dicho

de otra manera, habrá inventado o reinventado la distinción del arte y de la artesanía– para

salvar a la aristocracia de las tres arti del disegno” (Didi-Huberman, 2010, p. 105).

Ahora bien, la eterna fama que se forja a través de las Vidas y el Libro del Dibujo tiene

otro proyecto vasariano por mostrar. Este proyecto erige el edificio autoritario y afamado

del disegno y, por lo tanto, de las artes mayores. El edificio se materializa con la creación de

la Accademia delle arti del Disegno, fundada en pleno Cinquecento (1563)89. Y surge del

éxito que obtuvieron otras academias en su constitución, entre ellas la Accademia

Fiorentina90. Esta última buscaba establecer el dialecto florentino como idioma italiano por

excelencia; un idioma que más que unificar, intentaba sobresalir y posicionarse como el

lenguaje oficial y académico de Italia91. Aquellas aspiraciones implicaban la creación de un

vocabulario y de un estudio consagrado al idioma florentino que los Médici respaldaban

económica y socialmente92. Además, la justificación de su creación estaba en que, así como

sucede con la historia del arte de Vasari, hubo unos maestros que transgredieron cultural y

lingüísticamente con otras formas de poesía93.

La Academia de las artes del dibujo, por su parte, es respaldada también por el ducado

mediceo y su liderazgo es otorgado a Miguel Ángel (el viejo)94. Con la fundación de esta

academia, Vasari buscaba acoplarse y apoyarse en el poder florentino para edificar un lugar

en el que las discusiones más álgidas sobre las artes del dibujo se dieran y perfeccionaran95.

89 “Es un hecho eminentemente característico que Vasari, el promotor de la historia de la historiografia del arte, sea al mismo

tiempo el creador de la primera academia del arte” (Pevsner, 1982, p. 50). 90 “El término Academia surgió de nuevo con el renacimiento del platonismo durante el segundo tercio del siglo XV, por

influencia de los eruditos griegos que se habían trasladado a Italia en 1438-1439 para negociar la unificación de las iglesias

griegas y romana” (Pevsner, 1982, p. 17). 91 “Se estableció ahora explícitamente que debía cultivar el idioma italiano frente al latín. Esto debía hacerse «interpretando,

componendo e da ogni altra lingua ogni bella scienza in questa nostra riducendo»” (Pevsner, 1982, p. 26). 92 “Los orígenes de la academia filológica están en Florencia. Una vez más, por iniciativa privada. Pero apenas a los tres

meses de existencia de la peque e informal academia degli Umidi (fundada en 1540), Cosme de Médicis, primer duque de

Toscana se entrometió y se nombró –sin contar con el beneplácito de todos sus miembros– su protector. Fue inmediatamente

rebautízala y continuó bajo el más simple pero más ambicioso título de Accademia Fiorentina” (Pevsner, 1982, p. 25). 93 Los discípulos de artistas como Dante Alighieri y Petrarca permitieron que en el Cinquecento existiera una incomodidad

nobiliaria con la concepción “vulgar” del idioma florentino. 94 “La nueva concepción de la posición social del artista implicaba necesariamente una nueva concepción de la educación

artística. Hasta la época de Miguel Ángel los métodos medievales no habían sido cuestionados” (Pevsner, 1982, p. 37). 95 En efecto, la Academia del Dibujo consistía en gran medida en discusiones de lo que debía o no ser arte.

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Se convierte en signo de los tiempos el enaltecimiento estandarizado de aspectos

culturales. Así, había un tratamiento innovador al lenguaje, un tratamiento que equivalía a

la llamada “liberación del espíritu” de las artes liberales96 en el que se lleva el uso de este

lenguaje a una altura cognitiva divina y en el que, en nuestro caso, “[se] consagraba

definitivamente el oficio de artista como arte liberal, lejos de las corporaciones medievales

y de la artesanía servil” (Didi-Huberman, 2010, p. 81). De manera que el surgimiento de las

Academias en Italia durante este periodo renacentista motivaba y exigía que aquello que

aspiraba a un prestigio, o a una nobleza, justificara debidamente por qué la materia que

dominaba era objetiva97. Es una cultura del soporte tecnológico escrito y también artístico

que nunca ha dejado de promulgar la importancia y el valor de los archivos institucionales98.

Por esta razón es que podemos entender que “la fama eterna” y la constitución de una élite

de artistas, así como la diferenciación de las artes mayores y las artes menores, constituye

sobremanera el discurso vasariano; ya que la historia del arte obtiene un lugar inigualable, a

saber: la transgresión constante y reiterativa de un práctica técnica y menestral99.

La Fama Eterna engloba al discurso del arte, lo mantiene dentro de propósitos

unificadores (cerrados), lo hace sobrevolar en la cultura europea como imperecedero, altivo

y triunfante100; es categoría fundamental y parte de los márgenes discursivos de este nuevo

género literario y conlleva la historia del arte de Vasari en todas sus operaciones:

algo se ha constituido en el crisol mítico del Renacimiento: [...] se inventaba el discurso

de la historia del arte [...] donde lo inteligible bajaba a lo sensible y lo subsumía mediante

la operación mágica del disegno; una retórica de la inmortalidad en la que se reunía con

los semidioses en el cielo de la eterna fama; finalmente, la fundación de un saber, este

sapere dell’artefice que habíamos tenido que justificar, hacer inteligible, inteligente,

liberal. (Didi-Huberman, 2010, p. 113)

96 Liberación del espíritu de la materia. 97 “Las academias del Manierismo fueron dotadas de reglas elaboradas y, sobre todo, muy esquemáticas” (Pevsner, 1982,

p. 24). 98 Todas estas acciones están respaldadas hoy en día por el tiempo, es decir, que es una tradición existente: por ejemplo, el

Archivo di Stato di Firenze conserva una gran cantidad de documentos que van desde patrimonios familiares hasta cuentas

de cobro de artistas de esta época y de la posteridad. 99 “Se prescindía ahora del hecho de que sus miembros trabajaran materiales muy diversos y, por tanto, pertenecerían a

gremios diferentes, porque a todos lo que les importaba era el disegno, esa, por encima de todo, importante «espressione e

dichiarazione de concetto che sia nell’animo” (Pevsner, 1982, p. 45). 100 “El sistema, en efecto, parece acabado, al menos, constituido. No le faltaba nada, ni siquiera él acicate de la gloria y una

vuelta a la obediencia cortesana para las artes figurativas” (Didi-Huberman, 2010, p. 113).

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Las categorías del discurso de la historia del arte creada por Vasari son la identificación

reiterativa, encadenada, de la práctica artística y de los artistas con la fama eterna. Las

categorías fijan la mirada en la inmortalidad de la fama de estos artistas del Renacimiento:

con la amenaza del olvido, urge la constitución de un espacio cerrado, blindado y duradero,

para la práctica artística que revivió en el Quattrocento a los ideales clásicos. Con la

rinascita, Vasari asentó en un tiempo cerrado la inmortalidad pretendida del arte; pues el

marco de la temporalidad del arte y de los artistas debía ser eternamente presente,

eternamente renacentista. Con el Disegno se declara un orden y una estrategia de

recopilación, predeterminante, para aquellas obras y artistas que aspiran y cumplen con el

perfil renacentista del arte; se crea un diseño discursivo que sintetiza la historia del arte en

un estatuto, metafísico y cortesano, indeleble. Con el criterio realista se intenta fijar una

distancia discursiva entre historia y literatura, así como se intenta argumentar que con la

imitación a la naturaleza se perfecciona el arte renacentista. Finalmente, con la fama eterna

de estos artistas (portadores del arte renacentista) se engloba una historia (discurso) sobre el

arte que altivamente sobrevuela y evita la mortalidad de una historia del arte (de tipo

genitivo-subjetivo). Todas estas categorías concatenan un discurso que, cuando ostenta y

exige inmortalidad, cree estar cerrando objetivamente al arte. Esta creencia permite que,

ideológicamente, el arte promulgue ser un saber objetivo y noble porque “libera al espíritu

de la materia”. Y esta ideología renacentista respalda los movimientos vasarianos en el arte,

porque implican a Vasari como salvador y creador de la catedral artística (la institucionalidad

de las artes mayores): “la inmortalidad tiene aquí a su enviado mesiánico que pesa las almas

y pronuncia los nombres elegidos: es el historiador del arte, cuya era empieza por la

intempestiva proyección de un genitivo objetivo sobre un genitivo subjetivo” (Didi-

Huberman, 2010, p. 91).

Giorgio Vasari con la fama eterna caracteriza y bautiza a todo aquel que, como él,

busque hacer parte de este discurso sobre el arte. Bien sea artista o bien sea historiador del

arte, el sujeto-diferente de la historia llamado autor se caracteriza a partir de una acepción

principal: la creación de un género literario101:

101 “Él mismo insiste en ocasiones sobre su «pluma de dibujante», y afirma escribir «como pintor para pintores»; pero tiene

notables aspiraciones literarias, de conformidad con su educación semierudita” (Schlosser, 1976, p. 270).

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Pero, ante todo, ha producido un fenómeno extraño, tal vez debido al hecho de que unos

artistas afamados, reunidos en academias, elaboraban, ellos mismos, este nuevo campo

que llamaremos historia del arte: se produjo un largo recubrimiento del objeto sobre el

sujeto y el sujeto sobre el objeto. (Didi-Huberman, 2010, p. 110).

Siguiendo el proyecto en desarrollo, veremos en el siguiente y último capítulo cómo

la lectura de Didi-Huberman sobre el proyecto de Vasari está relacionada con los cuatro

aspectos de la llamada “función–autor” foucaultiana: el nombre propio, la atribución, la

apropiación y la posición del autor. En otras palabras, veremos cómo las categorías

discursivas –que transitan en los márgenes de la historia del arte de Vasari– funcionan con

los aspectos de autoría fundamentales del discurso vasariano.

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III. APERTURA DE LA FUNCIÓN-AUTOR VASARIANA

A. Apertura de una noción hecha de desplazamientos: trabajo desde los

márgenes

Didi-Huberman en Ante la imagen emprende un camino interrogativo en el que, así como

Foucault en ¿Qué es un Autor?, plantea que los textos han de examinarse desde los

márgenes, desde los límites discursivos. Este vínculo entre Foucault y Didi-Huberman señala

que la dimensión fronteriza, “recorta el modo de ser de los discursos o al menos aquello que

los caracteriza” (Foucault, 2000, p. 15). Además, el texto visto desde sus márgenes suscribe

a Didi-Huberman en una tradición francesa en la que se cree que “los fines no anidan nunca

mejor que en los márgenes de los grandes textos” (2010, p. 77); una influencia en su trabajo

que se expresa, como nota al pie de página en Ante la imagen, diciendo que “esta intuición

[por los márgenes] en realidad se beneficia de elaboraciones importantes y muy conocidas

sobre el trabajo del parergon [...], del paratexto [...] o del marco textual tanto como pictórico”

(Didi-Huberman, 2010, p. 77). Didi-Huberman juiciosamente nombra la bibliografía de

estos ejemplos, enumerados, con sus respectivos referentes que son Derrida, Genette y

Marin102. Y más allá de la precisión bibliográfica, queda escrita la continuidad de esta

manera de abrir un texto, o examinar su finalidad, desde los márgenes o límites porque en

ellos corren las grandes categorías discursivas; aquellas que de vez en cuando ven jugar la

función-autor como Foucault la entiende:

Tal vez sea hora de estudiar los discursos no sólo en su valor expresivo o sus

transformaciones formales, sino en las modalidades de su existencia: los modos de

circulación, de valoración, de atribución, de apropiación de los discursos varían con cada

cultura y se modifican en el interior de cada una; la manera como se articulan en las

relaciones sociales se descifra de modo, creo, más directo en el juego de la función-autor

102 Genette, por ejemplo, con “(Palimpsestos y, sobre todo, Umbrales) construye la noción de paratexto, precursores del

enfoque sobre los enunciados que orillan el texto principal, la narración, señalan el problema, lo sistematizan y dejan

también «una mina de cuestiones sin respuesta»” (Caturla, 2005, p. 14). Adicionalmente, Cfr. Derrida, J (2001): La verdad

de la pintura, Paidós; Genette, G (2001): Umbrales, Siglo XXI.

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y en sus modificaciones que en los temas o los conceptos que se emplean. (Foucault,

2000, p. 31)

Las modalidades de existencia de un discurso dependen del emplazamiento de cuatro

aspectos de la noción unitaria del autor, a saber: nombre de autor, atribución, apropiación y

posición del autor. Con ellos, se manifiesta la relación que un texto tiene con un sujeto-

diferente; esta es, la discursividad que los comprende. Además, el discurso no se limita a un

texto como material inerte ni a un supuesto autor unitario y originario, como diría Foucault;

porque lo discursivo es una dimensión en la que estas relaciones sociales e ideológicas

juegan, exceden y amplían la textualidad y unidad de autoría. Con esta dimensión fronteriza

se prolonga el sentido discursivo del texto y del autor y, por lo tanto, también se prolonga el

sentido del lenguaje mismo. Por ello, la invitación foucaultiana en su conferencia es a pensar

una tipología de los discursos que “no podría estar construida solamente a partir de los

caracteres gramaticales de los discursos, de sus estructuras formales, o incluso de sus

objetos” (Foucault, 2000, p. 31).

Puesto que ya hemos expuesto, en el segundo capítulo de este trabajo, las categorías

discursivas que hacen operativa a la historia del arte de Vasari. Ahora, en este tercer capítulo

buscamos abrir al autor vasariano desde el nombre propio, la atribución, apropiación y

posición del autor. Y teniendo en cuenta que no se puede unificar bajo cierres estratégicos o

genéricos a la noción de autor, o al menos así convergemos con Foucault; no se debería

postergar o sustituir la complejidad de la noción de autoría porque en ese registro estaríamos

declarando muertes cuando sencillamente puede haber desapariciones. Una desaparición no

es mortal, necesariamente, porque puede ocurrir una reaparición, un regreso y una

supervivencia de la autoría. Así, la apertura y reapertura de estos cierres es la dimensión

discursiva de la autoría y su complejidad está en el seguimiento de los desplazamientos y

emplazamientos, de los datos atípicos o particulares, que movilizan y dan nuevas

significaciones al terreno del autor.

Por lo tanto, este aspecto funcional, paradigmático y transgresor no hay que entenderlo

como un enigma o anonimato trascendental en el que se renuncia al examen del autor; porque

“¿acaso no es repetir simplemente en términos trascendentales el principio religioso de la

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tradición a la vez inalterable y nunca saturada, y el principio estético de la supervivencia de

la obra, de su posteridad más allá de la muerte, y de su exceso enigmático en relación con el

autor?” (Foucault, 2000, p. 12). Es menester una apertura y seguimiento –en la medida de lo

posible– de los emplazamientos y desplazamientos del autor discursivo; de esa función–

autor porque “¿acaso no podrían reexaminarse los privilegios del sujeto, a partir de análisis

de este tipo?”103 (Foucault, 2000, p. 32). Para realizar este propósito, primero, abriremos al

Historiador del Arte con sus emplazamientos e inercias; luego, llegaremos a un punto de

inflexión que nos deje seguir a los cuatro aspectos de la función–autor vasariana.

B. Emplazamientos e inercias: el Historiador del Arte

Si bien Didi-Huberman abre las Vidas de Giorgio Vasari para entender cómo ha persistido

un tono de certeza en la historia del arte, esta apertura a su vez descubre el rastro de un

emplazamiento renacentista en la historia del arte: la eterna fama. De hecho, eterna fama y

tono de certeza pueden ser considerados, ambos, como emplazamientos discursivos porque

el primero, exige y otorga al arte una nobleza virtuosa y a los artistas una autoridad magistral:

la eterna fama. El segundo, el tono de certeza, mantiene bajo su propia inercia el estatuto

privilegiado (noble y autorizado) de la práctica artística, y de los artistas, en el discurso sobre

el arte. Ambos muestran, en su apertura, la persistencia o emplazamiento de un estatuto, de

un privilegio, de una nobleza, de una autoridad del arte y de los artistas.

Recordemos brevemente que este requisito llamado eterna fama, aun cuando es una

categoría funcional, comprende integralmente a las otras categorías del discurso vasariano

vistas en el segundo capítulo de este trabajo104. Esto implica que la eterna fama exija que las

otras categorías aspiren a que los artistas y el arte, por ejemplo: imite a la naturaleza,

pretenda distanciar a la historia de la poesía, enmarque dentro de una temporalidad

discursiva al arte, asiente el diseño del discurso del arte, etc.

103 La cita continua: “(...) al emprender el análisis interno y arquitectónico de una obra (se trate de un texto literario, de un

sistema filosófico, o de una obra científica), al poner entre paréntesis las referencias biográficas o psicológicas, ya queda

puesto en cuestión el carácter absoluto y el papel fundador del sujeto” (Foucault, 2000, p. 32). 104 La amenaza del olvido, rinascita como marco de una temporalidad, disegno como el orden y sentido de la historia del

arte, la distancia entre historia y literatura, la imitación a la naturaleza y, finalmente, la eterna fama.

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Visto de esta forma, la eterna fama al participar en el movimiento de auto-

reconocimiento del arte, y en su ánimo de integración, exige que otros como los Médici

evidencien que los artistas del Cinquecento están enaltecidos por una genialidad que maneja

las características ideales de un pasado, de un presente y de un futuro renacentista. Así, esta

genialidad no solo quedará “evidenciado por otros” durante los siglos XV o XVI, sino

también por nuevos otros en el tiempo venidero ya sea alejándose, convergiendo, retomando,

afincando a la eternidad afamada y certera de un presente renacentista inmortalizado. En

consecuencia, la evidencia de la eterna fama y de aquel tono de certeza se verá encarnada y

especificada en los autores del género discursivo que es la historia del arte, aún cuando no

sea con Vasari. Pero: ¿qué invita a pensar la evidencia y la especificidad en la historia del

arte?

Por un lado, invita a pensar en el juego de la escisión vasariana o en el juego inclusive

de lo ilusorio; porque la consecuencia de evidenciar y especificar a un autor y a un género

está en que “el historiador del arte cree, tal vez, guardar para sí mismo y salvaguardar su

objeto encerrándolo en lo que se llama una especificidad” (Didi-Huberman, 2010, p. 49). La

ilusión de especificidad, así, permite creer que sobre un campo de estudio movedizo se puede

fundamentar y salvaguardar un edificio cerrado, objetivo, llamado historia del arte. Y sucede

lo mismo con el caso vasariano al creer que un credo epocal es un principio unitario, como

vimos en el segundo capítulo.

Por otro lado, el autor de la especificidad y de la evidencia, visto de esta manera, funda

el modo de ser del discurso vasariano; porque es el historiador del arte y no el artista el que

pasa de mano en mano el discurso sobre el arte. De hecho, el historiador emplea un medio

tecnológico, que el artista no emplea necesariamente: el texto, el escrito. Esto, manifiesta

que este historiador encuentra efectividad en dejar por escrito, documentado, lo concerniente

al estatuto de la práctica artística y de los artistas. Además, otra diferencia entre historiador

del arte y artista está en que esta utilidad de conservación del discurso se apoya, de lleno, en

la supuesta objetividad que queda inscrita con la historia del arte; “pero, haciéndolo, se

encierra a sí mismo en los límites impuestos al objeto por esta premisa –este ideal, está

ideología– de la clausura” (Didi-Huberman, 2010, p. 49). La escritura al conjugar la

objetividad en la historia del arte permite conservar y, ante todo, exigir la especificidad de

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esta conservación. La escritura, lo objetivo y el historiador exigen que haya una

especificidad, una normatividad que “tiende a ocultar –pero sin conseguirlo nunca– esta

evidencia: él mismo está determinado por un sistema de pensamiento que le fue extraño en

el origen. Todo el mal viene de ahí: pues es ocultando sus propios modelos como un saber

se aliena, se olvida y se deteriora” (Didi-Huberman, 2010, p. 50). La supuesta especificidad

de la historia del arte, su supuesta precisión y objetividad, oculta los modelos propios a través

de una defensa y conservación de conceptos importados que buscan evitar a toda costa una

interrogación preliminar:

¿Qué es en el fondo un texto? ¿Qué es una fuente, un símbolo, un significado? El

historiador de arte, muy a menudo, no quiere saber mucho de ello. La palabra

«significante», al igual que la palabra «inconsciente», todo eso, en el peor de los casos

le da miedo, en el mejor lo irrita. Con el paso de los años y con la insistencia del efecto

de moda, aceptará tal vez utilizar la palabra «signo» o la palabra «subconsciente»...,

indicando, de esta manera, que no quiso entender nada. (Didi-Huberman, 2010, p. 51)

El sujeto-diferente llamado Historiador del Arte entra en el movimiento identificatorio

del discurso vasariano al no cuestionar aquello que, de derecho, era extraño. Da por hecho y

por sentados los conceptos que “por debajo del catálogo, la atribución y la datación mismas

conllevan toda una filosofía [...] por lo tanto, es el orden del discurso el que lleva, en la

historia del arte, todo el juego de la práctica” (Didi-Huberman, 2010, p. 51). Esto,

justamente, es consecuente de lo que según Didi-Huberman sucede cuando Vasari pasa la

práctica artística a una historia del arte. En consecuencia, el Historiador del Arte se verá

pocas veces tentado a preguntar por lo especificado o por lo evidente. Preguntar por la

evidencia no es exigido puesto que lo evidente se asienta. Entonces, no solo parece que la

labor del sujeto-diferente está predefinida, fundamentada, sino también la de la historia

misma. Es una evidencia que con cierta gravedad y con cierto peso fundamenta

ingenuamente, una y otra vez, la epistemología de esta disciplina. Aquí, estamos frente a lo

que Didi-Huberman retoma de Foucault105 y que en El orden del discurso se llamó inercia:

“el sujeto fundador, en efecto, se encarga de animar directamente con sus objetivos las

105 “Toda una disciplina parece fundada (y el peso podría llamarse aquí gravedad), pero también tiene el peso de una

ingenuidad epistemológica extremadamente tenaz, a pesar de algunos trabajos críticos decisivos, los de Michel Foucault en

particular (y el peso se llamará en este sentido pesadez o inercia)” (Didi-Huberman, 2010, p. 52).

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formas vacías del lenguaje; es él quien, atravesando el espesor o la inercia de las cosas vacías,

recupera de nuevo, en la intuición, el sentido que allí se encontraba depositado” (Foucault,

2005, p. 48). Didi-Huberman parece ir más allá de Foucault (con respecto a esta última cita

de El orden del discurso) al señalar que este aspecto fundacional es ilusorio, y es un llamado

al orden, que está permitido por una evidencia vacía, por una especificidad fingida y que

seguirá de tal forma aun cuando el sujeto-fundador la haya “recuperado de nuevo”: pues

bien, aun cuando parezca que la ha salvado, realmente solo la ha recuperado para bien o

para mal.

Justamente, hemos aprendido a través de Didi-Huberman que Vasari es funcional en

el discurso sobre el arte, aún en la posteridad, porque discursivamente es el fundador y

primer historiador del arte. Discursivamente quiere decir que no hizo falta que Vasari se

autodenominara como fundador o historiador del arte, porque la función–autor vasariana

emplazó al discurso en aquella modalidad de existencia, o “modelo propio”106, que hizo

operativa y efectiva la prolongación del sentido discursivo de la historia del arte (en su

supuesta objetividad). La función–autor vasariana va más allá de Vasari (el de carne y hueso)

pues requiere de un rol activo llamado historiador del arte para prolongar un sentido

discursivo que es la eterna fama o, mejor, para animar a todos aquellos aspectos renacentistas

que eran un credo epocal, suficiente, y que continuaría “lo depositado” en el arte y en los

artistas: el Renacimiento del estatuto ideal.

C. Apertura del mayor emplazamiento: la fundación discursiva de Vasari

La intermediación del historiador del arte en el ámbito discursivo también da la posibilidad

de existencia a más de un texto cuando este último es reiterado, redescubierto o se ha

retornado a él a través de posteriores textos. Justificadamente se le atribuirá este efecto

transgresor a la escritura; pero más que el soporte tecnológico, el discurso ya sea escrito,

oral o dibujado emplaza y desplaza con la función–autor ideas, ideales e ideologías en las

culturas. Se cualifica a los discursos de instauradores o fundadores de discursividad cuando

su función–autor emplaza, en el caso de la instauración, cierta heterogeneidad en sus

106 “Todo el mal viene de ahí: pues es ocultando sus propios modelos como un saber se aliena, se olvida y se deteriora”

(Didi-Huberman, 2010, p. 50).

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transformaciones exteriores (Foucault, 2000, p. 26). Y en el caso de la fundación de

discursividad la función–autor ha “producido algo de más: la posibilidad y la regla de

formación de otros textos” (Foucault, 2000, p. 24).

La historia del arte de Vasari sugiere estar en términos de la fundación de discursividad

porque, como ya lo mencionamos, busca reiteradamente el disegno de un orden discursivo

cerrado y objetivo: con ello, se fundan criterios, ideales, temporalidades o autoridades que

exigen el cumplimiento y la reproducción de la eterna fama del arte. Se indica que el

Historiador del Arte funda el modo de ser de un discurso; y, por lo tanto, su función–autor

responde a estas estrategias y maniobras categoriales107. El sujeto-fundador es el encargado

de pasar una supuesta objetividad a través de un umbral, de unos límites, de unos márgenes

discursivos específicos y evidentes que autorizan su participación. Esto quiere decir que, a

diferencia de un discurso científico, la historia del arte no tiene realmente una materia

objetiva sino un credo epocal asumido como objetivo.

La supuesta objetividad de la historia del arte consiste en que sus discípulos no logren

salir del tono de certeza que reina en la historia del arte como objetividad: “todo en él parece

visible, discernido. Fuera del principio de la incertidumbre. Todo lo visible parece leído,

descifrado según la semiología asegurada –apodíctica– de un diagnóstico médico. Y todo

ello hace, dicen, una ciencia, una ciencia fundada” (Didi-Huberman, 2010, p. 13). Al parecer

este caso particular de la función–autor, elige quedarse en lo fundacional y no en lo

instaurativo. La discursividad es fundamentada aquí por los cierres y clausuras convenientes,

todo, gracias a Giorgio Vasari con las Vidas. Es debido a la operación discursiva de este

sujeto-fundador que se establecen unas categorías con las que otros autores trabajarán el

discurso del arte.

D. Apertura de unidades discursivas: puntos de inflexión

La unidad representa un punto de inflexión en la cuestión sobre la noción de autor porque

permite pensar aquello que –por el contrario– excede una supuesta unidad de la autoría y

una supuesta unidad del discurso, en este caso: la historia del arte de Vasari. Si bien lo

107 Con esto, se da más allá de las Vidas, la posibilidad de existencia al Libro del Dibujo y a la Academia de las artes del

dibujo; y más allá de Vasari, se da la posibilidad de existencia a todo un género literario.

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unitario emplaza al discurso vasariano con sus deseos de objetividad, las consecuencias de

lo unitario desplazan con angustia, a su vez, la funcionalidad del discurso. Y lo que no se

puede clausurar en la historia del arte, se puede rastrear a través del sujeto-fundador e

Historiador del arte; así como también se ha podido rastrear el excedente de las maniobras

argumentativas de Vasari: “habrá sido necesario convencerse con Vasari de ciertas líneas de

partición que no eran otra cosa, en realidad, que unas líneas de exclusiones, incluso de

muertes” (Didi-Huberman, 2010, p. 280).

Pensar la autoría como unidad ha permitido interpretar la desaparición del autor como

una muerte, sin fantasmas; se ha creído que es una muerte fisiológica y no una desaparición

morfológica. La desaparición de la noción de autor se supone sin retorno y las aseveraciones

subsecuentes, a esta desaparición, hacen que sea sustituida y conservada. Así, asumiendo un

estudio post mortem de la noción unitaria del autor se puede seguir hablando de ella, como

muerta, aunque con su estatuto de unidad totalmente vivo. La resolución de la noción de

autor, al decir que ha muerto, no solo clausura la funcionalidad del autor con respecto a un

texto, es decir que no solo se anula la morfología discursiva de esta relación, sino que

también se da por sentada su especificidad unitaria. Se critica, reproduciéndola.

Estas líneas de partición unitarias emplazan la figura del Historiador del arte. Esta

figura reproduce una y otra vez la relación discursiva entre texto y autor en el discurso y “el

carácter profundamente mimético de la operación histórica misma” (Didi-Huberman, 2010,

p. 53). La historia del arte vuelve a ser “vigente” toda vez que, de mano en mano, pasa unos

conceptos importados, unos conceptos indispensables, unos objetos evidentes. Se reproduce

la discursividad de la historia del arte a través del poder que al historiador se ha otorgado:

“el sentimiento de ser su casi-creador, de saberlo todo, acerca de él, de igual manera el

historiador pondrá en su boca las palabras del pasado” (Didi-Huberman, 2010, p. 53). Se

reproduce un vocabulario inmortalizado. Y en este caso particular vasariano, el vocabulario

juega con la mortalidad de la Edad Media, con el renacimiento de los ideales clásicos, con

la inmortalidad del arte y de los artistas renacentistas, entre otros más108. La idea de progreso,

108 Se sigue de esto la pregunta por los artistas. ¿Acaso ellos no son también autores en este discurso? Lo son como autoridad

renaciente, porque son quienes vuelven a dar vida a los ideales clásicos a través de la práctica del disegno: “en ese sentido

precisamente que el disegno, el famoso concepto-rey del disegno vasariano, estaba descrito aquí como «volviendo

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o el diseño de la historia del arte, se basa en el cierre de una temporalidad específica que será

eternamente presente y que todo el que la tome afincará el sentimiento del casi-creador que

lo sabe todo. El sentido discursivo de la historia del arte se prolongará bajo una ideología

renacentista que es autorizada una y otra vez por la noción unitaria de autor; por la creencia

en la noción unitaria del historiador del arte que lleva el vocabulario vasariano de “lo siempre

vivo”, vocabulario también del derecho de autor del arte:

la palabra «Renacimiento» solo dice, solo quiere decir la vida, y existe alguna emoción

en pensar que la primera gran historia del arte jamás escrita tenía como primera palabra

la palabra «Vidas», como si su propósito fundamental hubiera sido extenderla, esa vida,

multiplicarla, prolongada hasta el infinito sin más prueba que la del «juicio» histórico

mismo... (Didi-Huberman, 2010, p. 282)

Estas intermediaciones del Historiador en su calidad discursiva muestran el modo de

ser del discurso que se proclama con la conservación del estatuto discursivo que oculta como

dice Didi-Huberman toda una filosofía: “por debajo del catálogo, la atribución y la datación

mismas conllevan toda una «filosofía» –a saber, la manera de entender lo que es una «mano»,

la paternidad de una «invención», la regularidad o la madurez de un «estilo», y tantas otras

categorías más que tienen su propia historia, que han sido inventadas, que no siempre

existieron” (Didi-Huberman, 2010, p. 51).

El punto de inflexión de lo unitario permite comprender el juego complejo de estas

categorías, de estos términos que conllevan toda una filosofía, que tienen un por qué y un de

dónde. La función–autor consta de al menos cuatro aspectos que manifiestan en términos de

autoría las maniobras que delatan estos puntos de inflexión de un discurso109. En virtud de

lo anterior, ahora procedemos a abrir cada uno de estos aspectos de la autoría vasariana.

E. Apertura de los cuatro aspectos de la función-autor vasariana

La noción de autor no es reducible a lo unitario. La función–autor permite observar desde

los límites del discurso o fronteras discursivas, la transgresión operativa de, por ejemplo, el

completamente a la vida» por la intermediación –la mediación, la intercesión deberíamos decir– del gran artista elegido”

(Didi-Huberman, 2010, p. 283). 109 Tanto la crítica como las leyes modernas de derecho de autor han determinado que estos aspectos están ceñidos al autor;

pero la reflexión foucaultiana, por el contrario, permite un punto de inflexión, de apertura, en el que se pregunta: por qué

supuestamente están ceñidos y por qué son evidentes.

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nombre de autor. Este además de ser el primer aspecto discursivo de la función–autor, que

menciona Foucault, justamente no se reduce a un nombre propio cualquiera. El nombre de

autor manifiesta una relación discursiva entre el autor y el texto. Esta relación se caracteriza

por ser recibida en una cultura dada; y con su recibimiento, el nombre de autor obtiene un

rol, un estatuto o un privilegio dentro de esta110.

En el caso vasariano, el nombre de autor es recibido por la cultura florentina del

Quattrocento y Cinquecento. Y bajo los credos epocales de esta cultura, Vasari inscribe las

Vidas para otorgar a ambos, historiador y artista, un estatuto por haber retomado los ideales

clásicos de la Antigüedad apropiándolos en una cultura renacentista. De manera que si

Florencia recibe con enorme acogida la fama de Leonardo Da Vinci111 en vida y post mortem,

se debe en parte a que un sujeto-diferente lo comunicó y, haciéndolo, recibió el estatuto de

Historiador del Arte, a saber: su nombre de autor.

Pues bien, el nombre de autor de Vasari es recibido en esta cultura renacentista en

parte porque fue artista y porque proyectó unos fines metafísicos y cortesanos. Se encargó

de fundamentar una conservación específica del arte y una conservación legitimada por la

divinidad y por el patronazgo de los Médici. Otorgó derechos de autoría a los artistas y a los

historiadores del arte existentes o venideros; una doble maniobra que anticipando las leyes

modernas del derecho de autor y de la propiedad intelectual, diseñaba discursivamente las

razones para considerar a unos sujetos como diferentes y genuinos, en este caso, en la

práctica artística. El nombre de autor, en el artista, no es cualquier nombre propio: Leonardo

Da Vinci es el paradigma del genio, por ejemplo. Y el nombre de autor en el historiador del

arte es más que “Giorgio Vasari”:

Giorgio Vasari, arquitecto y pintor del ducado de Toscana en la época de Cosme de

Médicis, amigo de los humanistas, fundador de Academia, coleccionador ilustrado y,

finalmente, «el verdadero patriarca y Padre de la Iglesia de la historia del arte», según

la fórmula tan a menudo retomada de Julius von Schlosser, que añadía con razón: «[...]

en el bueno como en el mal sentido del término» (Didi-Huberman, 2010, p. 76).

110 “«Fulano es su autor», indica que este discurso no es una palabra cotidiana, indiferente, una palabra que se va, que flota

y pasa, una palabra inmediatamente consumible, sino que se trata de una palabra que debe ser recibida de un cierto modo y

que debe recibir, en una cultura dada, un cierto estatuto” (Foucault, 2000, p. 15). 111 Vasari comienza así la biografía de Leonardo Da Vinci: “que a donde se vuelva aquella persona, toda acción suya es tan

divina, que dejando atrás a todos los demás hombres, manifiestamente se da a conocer como cosa otorgada por Dios y no

conquistada por arte humano” (Vasari, 1946, p. 157).

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Ahora bien, mencionamos anteriormente que los ideales clásicos, al ser retomados por

los artistas, fueron apropiados en la cultura italiana del Quattrocento y Cinquecento. Lo

hemos hecho con una doble intención: primero, para mencionar que gracias a la acogida de

los ideales grecolatinos hubo la prolongación de un sentido discursivo en la práctica artística

a través del nombre de autor, o la autoría, de los artistas. Y, segundo, para mencionar que

fueron apropiados los ideales clásicos en el Renacimiento a razón de las intenciones de uso

de esa licencia ideal para algo más que un retorno a la Antigüedad. Esto, en vista de que

acoger a los ideales clásicos tenía la proyección humanista de la imitación a la naturaleza;

es decir, el perfeccionamiento de los ideales clásicos que el criterio realista requería. De esto

se sigue que esta apropiación ya no funcione como licencia de uso de los ideales antiguos

sino, prácticamente, como una cesión de derechos de autoría puesto que hay un cuasi

desprendimiento112 entre la Antigüedad y los ideales, por ejemplo: los ideales de simetría.

El desprendimiento estaría en la innovación de estos ideales a nombre de una época distinta,

que es el Renacimiento. Así, el progreso del arte implicaba una apropiación de los ideales

que servían a un credo epocal, y a un poder legislativo, para ser patentados a nombre del

Renacimiento con la imitación a la naturaleza. Recordemos que, en el movimiento de

identificación del arte, el paso por el terreno de lo no-artístico –terreno de los otros– es

fundamental para la legitimación y enaltecimiento del discurso del arte y de los artistas.

De manera que con este segundo aspecto de la función-autor llamado apropiación,

tenemos que la relación con los otros es inminente en la formación de un discurso como el

vasariano. Antes del siglo XVII113, la relación editor-autor y el circuito de propiedades no

brindaba garantías suficientes a los autores –o al menos no estaban aún establecidas–; pero

con el surgimiento de la imprenta y la reproducción en masa de ejemplares ya empezaban a

esbozarse las nociones claves para el derecho moderno de autor. En el caso vasariano damos

cuenta, gracias a Didi-Huberman, del desplazamiento cultural que la imprenta permitía a

112 Desprendimiento entiéndase como transferencia de derechos patrimoniales. He empleado la terminología actual del

Derecho de autor, para más información, confróntese a la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) en:

https://www.wipo.int/edocs/pubdocs/es/wipo_pub_909_2016.pdf 113 Antes de, por ejemplo, el Estauto de la Reina Ana en Inglaterra.

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través del cambio figurativo por ejemplo en los frontispicios de las dos ediciones de las

Vidas114.

La primera edición, la editio prínceps, de 1550 fue realizada por una imprenta que no

era originalmente florentina y que Cosme de Médicis, se presume, eligió por la oportunidad

que significaba para lo que hoy en día llamamos relaciones exteriores115. Esta edición es

llamada torrentiniana debido a que el flamenco Laurens Lenaerts van der Beke, conocido

en Florencia como Lorenzo Torrentino, era el dueño de la imprenta116. Con la torrentiniana

se manifestaba, entonces, la innovación tecnológica y la fuerte presencia de la corte en la

producción de este libro sobre las Vidas de los grandes artistas. Y el frontispicio de esta

edición, visibilizaba el amparo mediceo en un escudo enmarcado y centrado; así como

también expresaba cierta mesura en las imágenes que bien podría responder a la receptividad

aún inédita de las Vidas117 .

La segunda edición también responde a esta receptividad, ahora conocida y

prometedora, de las Vidas; porque la recepción fue tal que “ya no se encuentra ni un solo

ejemplar en las librerías” (Didi-Huberman, 2010, p. 81) y su imprenta cambia a la de la

Giunta118. Con la giuntiniana se aprovecha la legitimidad biográfica de los artistas inscritos

114 “Vasari da una figuración más precisa todavía en la xilografía que servía a la vez de frontispicio y de página final a la

edición giuntina de 1568. Es ya decir toda su importancia y su carácter programático” (Didi-Huberman, 2010, 87). 115 Cfr. Och, M., & Simonetti, C. (2007). Renaissance Quarterly, 60(1), 167-169. doi:10.1353/ren.2007.0090 116 “We read here about the financial and physical difficulties of developing a printing house in Florence at this time, as

well as the uses to which the Medici sought to adapt this business. The Fleming, Laurens Lenaerts van der Beke, known in

Florence as Lorenzo Torrentino, brought the Torrentino press to Florence. Simonetti suggests that Cosimo I preferred

Torrentino probably because the printer was non-Florentine and his Northern European contacts presented opportunities

to Florence and thereby to the Medici court” (Ibídem, p. 167).

[ES] Leemos aquí sobre las dificultades financieras y físicas de desarrollar una imprenta en Florencia en este momento, así

como los usos a los que los Medici buscaron adaptar este negocio. El flamenco Laurens Lenaerts van der Beke, conocido

en Florencia como Lorenzo Torrentino, llevó la prensa de Torrentino a Florencia. Simonetti sugiere que Cosimo prefería

Torrentino probablemente porque el impresor no era florentino y sus contactos en el norte de Europa presentaban

oportunidades a Florencia y, por lo tanto, a la corte de los Médici [la traducción es propia]. 117“For the first historians, the work of art threw more light than any other human creation on the individual: the Italian,

Vasari (1550, and Fleming, Carel van Mander (1604), both approached art from the biographical point of view” Bazin,

G. (1958) A concise history of art. Thames and Hudson. London, U.K.

[ES] Para los primeros historiadores, la obra de arte arrojaba más luz que cualquier otra creación humana sobre el individuo:

el italiano, Vasari (1550); y el flamenco, Carel van Mander (1604), ambos se acercaron al arte desde el punto de vista

biográfico [la traducción es propia]. 118 “We should recall in passing that the House of Giunta would much later go on to publish a work of tremendous influence

in this field: the 1568 second edition of Giorgo Vasari s Le vite de piu eccellenti architetti, pittori, et scultori italiani, which

was the first to include woodcut portraits of the artists, as well as of Vasari himself” Macdonald, K. (2001). Selling Lives:

The Publisher Bernardo di Giunta (fl. 1518-50), Imitation and the Utility of Intellectual Biography. Renaissance and

Reformation / Renaissance Et Réforme, 25(3), new series / nouvelle série, 5-24. Retrieved September 10, 2020, from

http://www.jstor.org/stable/43445419.

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75

en la primera edición, para aumentar y añadir más; más ornamentos y más Vidas en 1568:

se da un salto en el que la timidez discursiva –si es que en algún momento la hubo– ya no es

necesaria pues, en efecto, el proyecto fue bienvenido. Se añadieron en esta segunda edición

xilografías con retratos de los artistas, así como biografías de vivos y muertos de los años

1550 a 1567; incluyendo la autobiografía de Vasari119.

Vasari como historiador del arte retrata y reparte propiedades con su discurso a través

de transacciones con lo no-artístico: con la antigüedad griega, con la imprenta flamenca, con

los Médici, con los literatos de la época, con el medio tecnológico de la escritura, etc. Se

hace que los artistas (y al arte) se apropien de un estatuto discursivo legítimo que les

permitirá su auto-reconocimiento. Y, ante todo, la repartición de propiedades vasariana corre

con una desenvoltura transgresora que “fue históricamente un gesto lleno de riesgos antes

de ser un bien incluido en un circuito de propiedades” (Foucault, 2000, p. 17). No obstante,

Vasari como Didi-Huberman lo menciona en Ante el tiempo, aboga por legitimar la nobleza

de las artes del dibujo por fuera de la ley común o derecho común (ius commune)120. Eso

quiere decir que Vasari se inclina por lo particular y no lo general, a saber: se inclina por el

derecho propio (ius proprium):

el régimen cerrado o estrecho de las vidas hace así de la imitazione della natura un

privilegio de las artes liberales practicadas fuera de la ley común por algunos

académicos que, como sabemos, conquistaron su libertad gracias a su condición de

hombres del mundo, de cortesanos (la misma existencia de la empresa vasariana fue

posible por la actividad cortesana de su autor) (Didi-Huberman, 2011, p. 104).

Y justamente, el derecho propio o en términos simplificados “lo que está por fuera de

la ley común” implica un procedimiento que sin duda aboga por el estatuto propio de una

[ES] Recordemos de paso que la Casa de la Giunta publicaría mucho más tarde una obra de tremenda influencia en este

campo: la segunda edición de 1568 de Le vite de piucellent architetti, pittori, et scultori italiani de Giorgio Vasari, que fue

la primera en incluir retratos grabados en madera de los artistas, así como del propio Vasari [la traducción es propia]. 119 Vasari cierra con el pintor-historiador y con el sujeto-fundador del discurso que, incluso, reitera por escrito “cuánto una

historia del arte tenía que estar hecha para recordarles a los hombres el gran mérito (tanta virtù) de los artistas” (Didi-

Huberman, 2010, p. 81). 120 “The general law common to all, the law which is binding on all peoples or all Roman citizens. Ant. ius singulare,

privilegium. Ius commune omnium hominum (the law common to the whole mankind) is opposed to that ius proprium (the

law proper) of one nation, for all citizens (ius civile)” Berger, A. (1953). “Ius commune”. En la Encyclopedic dictionary of

Roman law (Vol. 43, p. 527). Philadelphia: The American Philosophical Society.

[ES] La ley general común a todos, la ley que vincula a todos los pueblos o todos los ciudadanos romanos. Antónimo: ius

singulare, privilegium. Ius commune omnium hominum (la ley común a toda la humanidad) se opone al ius proprium (la ley

propiamente dicha) de una nación, para todos los ciudadanos (ius civile) [la traducción es propia].

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élite, noble y liberal, de los artistas renacentistas121. Y la apropiación de un pasado fallecido

buscaba que se “consagra[ra] definitivamente el oficio de artista como «arte liberal», lejos

de las corporaciones medievales y de la artesanía servil” (Didi-Huberman, 2010, p. 81). Si

bien la apropiación cambió cuando empezaron a garantizarse las penitencias por

vulneraciones patrimoniales o morales a la autoría; en este caso vasariano y en esta época

renacentista la transgresión hasta ahora empezaba a proyectar la necesidad de propiedades

que “practicando sistemáticamente la transgresión, [se restauraba] el peligro de una escritura

a la que, por otro lado, se le garantizaban los beneficios de la propiedad” (Foucault, 2000, p.

17).

La atribución es otro aspecto que, hoy en día, es indispensable en el derecho de autor

y que también garantiza la protección de los derechos morales y patrimoniales. Pero, esto

tampoco fue siempre así. Foucault menciona en su conferencia que con este tercer aspecto

bastaba con un índice de fiabilidad para considerarlo auténtico y autorizado a un discurso.

De hecho, este índice de fiabilidad consistía en la mención del renombre de un autor, o la

apelación a la existencia cronológica de un escrito, para manifestar el valor de verdad de un

texto: “su anonimato no presentaba dificultades, su antigüedad, verdadera o supuesta, era

una garantía suficiente” (Foucault, 2000, p. 17). Inclusive, Foucault ejemplifica lo anterior

con Plinio el Viejo, pues era una referencia de fiabilidad. Este ejemplo, llama especialmente

la atención en la historia del arte vasariana por el vocabulario de lo siempre vivo y por la

insistencia en la imitación a la naturaleza: “el vocabulario vasariano se presentó con

frecuencia como una traducción literal de las nociones plinianas” (Didi-Huberman, 2011, p.

102). Parece que con la incorporación de un vocabulario aceptado –como el de Plinio el

Viejo– por los literatos humanistas y otros contemporáneos, era plausible un discurso sobre

el arte como el vasariano. La particularidad vasariana está nuevamente en el presente

renacentista, en el marco de una temporalidad: la búsqueda por seguir presente en el futuro

121 “Vasari writes that the idea to commence the Lives originated at a dinner hosted by Cardinal Alessandro Farnese at the

Palazzo Farnese in Rome in the mid-1540s. The dinner was attended by the literati of Rome, including Paolo Giovio,

Claudio Tolomei, Annibale Caro, and Francesco Maria Molza” (Och, 2007, p. 167).

[ES] Vasari escribe que la idea de comenzar las Vidas se originó en una cena ofrecida por el cardenal Alessandro Farnese

en el Palazzo Farnese en Roma a mediados de la década de 1540. A la cena asistieron los literatos de Roma, incluidos Paolo

Giovio, Claudio Tolomei, Annibale Caro y Francesco Maria Molza [la traducción es propia].

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llevó a Vasari a legitimar objetivamente a un discurso subjetivo, por medio de un derecho

propio, particularizado y específico. Atribuirle un texto a alguien ya empezaba a cobrar

ganancias y, por lo tanto, eran necesarias más garantías. Estas garantías permiten que a

Vasari, de hecho, se le atribuya el estauto del primer Historiador del Arte en la medida en

que aprovecha el vocabulario pliniano para unos motivos por fuera de la ley común. No era

la Historia natural122 de Plinio sino la Historia del arte de Vasari. Nuevamente, entendemos

la fisura argumentativa del discurso vasariano. La fisura está en la verosimilitud que licencia

y legitima como verdad objetiva a un credo epocal efectivo: es decir, en el que los sujetos

del arte no son sujetos comunes.

Esto nos lleva a pensar en la posición discursiva del sujeto-diferente llamado autor. Al

ser el último aspecto de la función–autor, la posición del autor invita a tener en cuenta las

operaciones que emplazan figuras unitarias y roles específicos en un discurso como el

vasariano. Vasari se posiciona discursivamente con la historia del arte en sentido genitivo-

objetivo, es decir “allí donde Vasari inaugura un régimen epistémico cerrado del discurso

sobre el arte (un régimen según el cual la historia del arte se constituye como el saber

específico y autónomo de los objetos figurativos)” (Didi-Huberman, 2011, p. 85). Y se opone

a la Historia natural de Plinio que “ofrece al contrario la arborescencia enciclopédica de un

régimen epistémico abierto, en el cual los objetos figurativos no son más que una

manifestación, entre otras, del arte humano” (Didi-Huberman, 2011, p. 85).

Así, cuando Plinio es retomado por Vasari a través de las Vidas, se crea un

emplazamiento discursivo con aquello que, en el discurso pliniano, era genérico o común.

Para Plinio el arte, por excelencia, era la medicina123 y no la eminencia académica (tripartita)

del Disegno. La posición discursiva de Vasari buscaba ceñir una normativa propia al arte, a

nombre del arte:

122 Historia natural es el título de la enciclopedia que Plinio el Viejo redactó aproximadamente en el año 77 d.C. Es una

historia que incluye diversos temas, entre ellos: astronomía, matemáticas, agricultura, mineralogía, medicina. 123 “Lo que Plinio entiende por “artes” (artes) es extensivo a la Historia natural completa; en consecuencia, la noción

estética de “arte” no forma parte de su primera definición. Hay “arte” cada vez que el hombre utiliza, instrumentaliza, imita

o supera la naturaleza. El “arte” por excelencia, en el texto pliniano, es ante todo la medicina, a la cual la Historia natural

consagra sus mayores desarrollos. En cuanto al arte de la pintura –en sentido en que hoy le entendemos–, solamente ocupa

una parte del libro XXXV, al final del recorrido de un libro gigantesco” (Didi-Huberman, 2011, p. 85).

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una definición específica y “exaltada” –elevada–, estética y humanista, del arte, de modo

que la apertura enciclopédica o antropológica del proyecto pliniano reducida,

“deshilachada” al objetivo de ese cenáculo académico, la Accademia delle arti del

disegno a las que Vasari reivindica, privilegia y distingue abiertamente de otras

actividades humanas, sobre todo de las manuales. (Didi-Huberman, 2011, pp. 85-86)

De esta manera, la posición del sujeto-diferente, o relación discursiva entre las Vidas

y Vasari, no está en una postura psicológica o biográfica sino en la proyección con la que

categorialmente se emplazó (posicionó) un discurso y unos autores; en este caso, el

historiador del arte y los artistas renacentistas. La operación que posiciona a un sujeto-

diferente como discursivo, se diferencia de un individuo visto como “una instancia

«profunda», un poder «creador», [...] el lugar originario de la escritura” (Foucault, 2000, p.

19), porque en realidad lo que hace a un individuo ser sujeto-diferente está en proyectar el

tratamiento que es impuesto a un texto y a su autor: “las comparaciones que se operan, de

los rasgos que se establecen como pertinentes, de las continuidades que se admiten, o de las

exclusiones que se practican. Todas estas operaciones varían según las épocas, y los tipos de

discurso” (Foucault, 2000, p. 19). Vasari se posiciona como sujeto-diferente con unas

operaciones discursivas que permiten emplazar a la historia del arte en un lugar discursivo

privilegiado. Además, con dicho emplazamiento, también se reproduce la posición de autoría

(autoridad) en la historia del arte con el tono de certeza de la fundación vasariana. Entonces,

la reproducción de la posición del autor es el mismo tratamiento que perdura entre los textos

y los autores del género literario de la historia del arte.

Para resumir los cuatro aspectos de la función–autor, primero, tenemos que decir que

cada uno de estos aspectos es una relación discursiva entre el texto y autor. Cada uno de

estos aspectos, manifiesta una relación entre texto y autor que excede cualquier concepción

unitaria del autor. Con el nombre de autor: se controvierte su noción unitaria porque el

nombre de autor no está en el sujeto monolítico, ni en el individuo de carne y hueso o en

simplemente en decir “Vasari lo hizo”, sino en la efectividad de la recepción y otorgamiento

de un estatuto al historiador del arte y a los artistas en una cultura renacentista. Con la

apropiación: se controvierte su unidad, al entender las estrategias argumentativas con las

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que Vasari defendió propiedades de la historia del arte y de los artistas; pues en estas

supuestas propiedades vemos que el deseo de cierre tuvo todo para ser un deseo de apertura,

pero opcionalmente hubo una delimitación. Con la atribución: se controvierte, igualmente,

esta noción con la estrategia discursiva de Vasari que constituye una historia del arte opuesta

al discurso común de la historia natural; así, la atribución de autoridad en el arte iba

únicamente dirigida al historiador y al artista renacentista, y no a los sujetos del común.

Vemos que estos aspectos se consolidan a través de credos epocales y no por ser per se

principios unitarios. Finalmente, con la posición del autor se controvierte la noción unitaria

al entender desde otro punto de vista la distancia con Plinio el Viejo. En este distanciamiento

se opta por predeterminar una posición de sujeto-diferente que haga que el campo

epistémico del arte sea reproducible y creíblemente cerrado. Todos estos aspectos permiten,

por un lado, entender el constante movimiento identificatorio del discurso vasariano en

virtud del estatuto afamado tanto de los textos como de sus autores; es decir una objetividad

epistémica y discursiva que enaltezca y legitime a la historia del arte y a los artistas. Por otro

lado, estos aspectos dan cuenta de la función–autor: un funcionamiento que en este caso

funda una discursividad que, a pesar de optar por una supuesta objetividad, no dejará de

cojear: confesando así, sutilmente, su falso principio unitario.

F. Ideología y ficción: ¿desaparecerá la función-autor?

Como ya lo hemos anotado en nuestro primer capítulo, la conservación de un estudio

histórico ceñido a la continuidad y a la síntesis, a su vez, recrea en la figura del historiador

–guardián y vigilante– las pretensiones unitarias de este discurso histórico. El estatuto

ideológico o “el uso ideológico de la historia por el cual se trata de restituir al hombre”

(Foucault, 1970, p. 25) es lo que protege a los propósitos unitarios y cerrados, cuando

aparece alguna descentralización del sujeto y del discurso. Así, el caso particular de la

historia del arte, por un lado, deja ver la fundación de discursividad que se atribuye a Giorgio

Vasari como el primer historiador del arte. Y, por otro lado, excluye o reacciona frente a lo

que no funciona para los fines unitarios y clausurables de esta historia. De manera que la

relación entre la historia del arte (incluyendo las Vidas) y Vasari es el reflejo de una

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operatividad discursiva exitosa124. La función del autor en un discurso, la relación entre el

autor y el discurso, permite entender el uso ideológico y reproductivo del mismo; en la

medida en que se conserva el privilegio unitario y originario del sujeto. De hecho, siguiendo

a Didi-Huberman, si la Idea y el Disegno eran la misma jugada unitaria en Vasari, lo eran

porque el legado resultante de ambos era una reproducción ideológica capaz de continuar o

mantener sus motivos unitarios iniciales:

Pues efectivamente el dibujo va a reinar en las mentes como paradigma soberano, por

mucho tiempo: les dará, a todas estas prácticas de pigmentos machacados, de bloques

desbastados o de paredes obradas, el prestigio de la Idea. Idea del principio e Idea del

final: esto ya se decía en la época en la que Vasari componía su obra. (Didi-Huberman,

2010, p. 109)

Estos supuestos principios unitarios, es decir las creencias epocales que los justificaban

como tal, funcionaban como pruebas suficientes para asegurar el estatuto del discurso

histórico y del autor en el arte. Y esta inercia o pesadez de la ingenuidad, permitía que el

sujeto-fundador de esta historia fundara un orden específico (un diseño) con el cual

distanciarse de discursos que podrían descentralizar ese supuesto principio unitario. Ejemplo

de esto es la presunción de un distanciamiento entre el proyecto vasariano y la fantasía

literaria125 que –en la correspondencia con Vincenzo Borghini– expresaba la importancia del

criterio realista en la publicación de la segunda edición de las Vidas:

cubre [la correspondencia] los años 1546 a 1574 y permite, por tanto, evaluar la

influencia de las concepciones «realistas» del erudito florentino sobre la segunda edición

de las Vidas: si Vasari se niega a suscribir verdaderamente las limitaciones propuestas

por Borghini en cuanto al elemento biográfico, desarrollará ampliamente los

procedimientos de catálogo, de cronología, y de ekphrasis de las obras, que el humanista

le sugería. (Didi-Huberman, 2010, p. 95)

124 Vasari se posiciona de cierta manera con las Vidas, con el Libro del Dibujo y con la Academia del Disegno en el

Cinquecento. Y a su vez Vasari posiciona, funda, a un sujeto-diferente y a un discurso supuestamente “sólido” para la

posteridad. 125 “No faltaron, tanto en el siglo XV como en el XVI, voces para proclamar muy alto la importancia esencial del criterio

realista en la constitución del saber histórico. Leonardo Bruni, y luego Vincenzo Borghini y Giambattista Adriani, todos

habían declarado su hostilidad respecto de la fantasía literaria: por lo tanto, separaban con firmeza l’ufficio del Poeta da

quel dello Histórico” (Didi-Huberman, 2010, p. 95).

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La llamada fantasía literaria permitía, quizá, unas transformaciones en el discurso que

descentralizarían el proyecto vasariano; o simplemente, eran transformaciones heterogéneas

a la fundación de discursividad que pretendía el historiador del arte. Parece entonces, que un

discurso objetivo del arte solo era posible si se fundamentaba, especificaba, cerraba,

unificaba, posicionaba el estatuto de la práctica artística y de los artistas. La garantía para el

proyecto vasariano en su inclinación por lo histórico y por lo objetivo era la reproducción de

esa propiedad, autoridad, inmortalidad, individualidad afamada de los sujetos inscritos en

ella. Con el discurso histórico del arte se hacía que los sujetos no fueran comunes (ius

commune), sino sujetos-diferentes (ius proprium). Eran ahora, sujetos “unitarios y

originariamente diferentes”: genuinos, tocados por la Musa o Divinidad.

Ahora bien, como también mencionamos en el primer capítulo de nuestro trabajo,

Foucault concluye su conferencia con una reflexión inquietante sobre la relación entre

ficción e ideología en la función–autor. Por un lado, advierte que hay un peligro inminente

en la libre circulación de la ficción (o de otros discursos polisémicos) dado que, sin un

estatuto ideológico, el autor quedaría desplazado a la indiferencia; la figura del autor dejaría

de ser especial, no importaría quién habla en un texto y se presumiría, en un caso extremo,

la pérdida de la propiedad intelectual:

Al decir esto, parece que esté reclamando una forma de cultura en la que la ficción no

estuviera rarificada por la figura del autor. Pero sería puro romanticismo imaginar una

cultura en la que la ficción circulara en estado absolutamente libre, a disposición de cada

cual, y se desarrollara sin atribución a una figura necesaria o coactiva. Desde el siglo

XVIII, el autor ha jugado el papel de regulador de la ficción, papel característico de la

era industrial y burguesa, de individualismo y propiedad privada. (Foucault, 2000, p.

33)

Por otro lado, esto expresa que la ficción, así como otros discursos126, permite

transformaciones heterogéneas por el aspecto polisémico que suele caracterizarles; permite

un “desencadenamiento” del sentido discursivo en el que –supuestamente– habría una

126 Discursos polisémicos también creídos o delimitados de una manera que hay que abrir porque “hay que inquietarse

también ante esos cortes o agrupamientos a los cuales nos hemos acostumbrado. ¿Se puede admitir, tal cual, la distinción

de los grandes tipos de discurso, o de las formas o géneros que oponen unas a otras la ciencia, la literatura, la filosofía, la

religión, la historia, la ficción, etc., y que hacen de ellas especies de grandes individualidades históricas? Nosotros mismos

no estamos seguros del uso de esas distinciones en el mundo de discursos que es el nuestro” (Foucault, 2000, p. 35).

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desaparición de quién escribe; y que en el caso vasariano, por ejemplo, podría constituir una

amenaza a los criterios realistas que configuraban un orden histórico del discurso sobre el

arte. Pero también esto expresa que el estatuto ideológico del sujeto y de sus discursos ha

fundado, o reproducido, normas y estatutos en los que se elige qué hacer sobresalir y qué

dejar de lado:

existe un cierto principio funcional mediante el que, en nuestra cultura, se delimita, se

excluye, se selecciona: en una palabra, el principio mediante el que se obstaculiza la

libre circulación, la libre manipulación, la libre composición, descomposición,

recomposición de la ficción. Si estamos acostumbrados a presentar al autor como genio,

como surgimiento perpetuo de novedad, es porque en realidad lo hacemos funcionar de

un modo exactamente inverso. Diremos que el autor es una producción ideológica en la

medida en que tenemos una representación invertida de su función histórica real. El

autor es pues la figura ideológica mediante la que se conjura la proliferación del sentido.

(Foucault, 2000, p. 33)

En el caso vasariano vimos que las categorías que corren por los márgenes o límites

de las Vidas cierran o emplazan integralmente el mayor propósito y legado del

Renacimiento: fijar unos años gloriosos y todo lo que estuviera dentro de ellos en un tiempo

eternamente presente. Esto, se consolida con el éxito discursivo que reproduce este

funcionamiento ideológico entre autor y discurso a través del tiempo posterior. El éxito

discursivo no está en Giorgio Vasari sino en las felicitaciones que le damos a su nombre

cuando creemos que por su ingenio fundamentó una discursividad. La fisura de la

verosimilitud que confunde principio unitario con credo epocal logra fácilmente

confundirnos. Es fácil seguir creyendo y entrando en el discurso de la historia del arte, y en

los discursos en general, a través de la grandilocuencia de un supuesto “Ángel de la

resurrección”, “un vigilante de la historia”.

Por eso nuestra motivación fue la apertura de un caso particular de autoría (y de

discurso) con el que, desde los límites y márgenes que recortan su modo de ser, pudimos

dejar salir lo contenido allí. Y con el que, como Didi-Huberman, interrogamos los fines de

la historia del arte o, como con Foucault, interrogamos los derechos de autoría del historiador

del arte y de los artistas para “al menos localizar, a título de síntoma electivo, cómo el

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inventor mismo, Vasari, ha sido leído, seguido, criticado, trastocado quizás, y quizás

restablecido por sus mejores hijos” (Didi-Huberman, 2010, p. 117).

Pues bien, las operaciones que dieron cabida a un discurso objetivo, hoy siguen

resultando problemáticas o sintomáticas; la supuesta muerte del autor o la supuesta

controversia de la figura vasariana corrió el rumor de la unidad fingida del autor “en la que

intervienen todas las ideologías humanistas; en la que interviene –en fin sobre todo– el

estatuto del sujeto” (Foucault, 1970, p. 343).

Foucault comprende con esto que, más que una muerte, ahora se presume una

desaparición de la función–autor en los tiempos contemporáneos; es decir que se presiente

la desaparición, inclusive, del funcionamiento del sentido unitario e ideológico que ha

concebido y enaltecido a tantos individuos. Y es útil ubicarlo a través de las alusiones a la

“ficción” porque recordemos que, en el pensamiento foucaultiano, la ficción no está por

fuera de la verdad. Es decir que cuando presentamos los emplazamientos que, con el estatuto

ideológico de la historia, emplearon Vasari y tantos otros más; entendemos que su

fundamentación discursiva estuvo motivada por operaciones complejas que cuando

determinaban por ejemplo criterios realistas, a su vez discriminaban o excluían –directa o

indirectamente– otras modalidades discursivas como la fantasía literaria (en el caso

vasariano). Es justamente por esto que la ficción, a pesar de tener un nombre y delimitación

particular, evoca esas cualidades polisémicas, heterogéneas o inclusive descentralizadas que

tanto temen los estatutos unitarios, cerrados, de los discursos.

Foucault, fue criticado por apartarse de la noción de ideología cuando recriminó el mal

uso de esta noción a una tradición marxista. Se le señaló porque “sorprendentemente “todo

cuadra” demasiado. Se recordarán a este propósito las acusaciones del historiador Pierre

Vilar quien consideraba que el trabajo historiográfico de Foucault no sólo era presidido por

“hipótesis autoritarias” sino que incurría en graves errores y en “absurdidades históricas””

(Llevadot, 2008, p. 72). Pero ¿acaso no es Pierre Vilar un historiador conocido por su

marxismo dogmático?, ¿acaso las ‘absurdidades históricas’ no eran anticipadas por Foucault

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cuando denunciaba una descentralización del sujeto?127 O, mejor, ¿acaso hacer aparecer los

cuadros en los que se han pontificado las categorías históricas no es fácil de confundir con

un “todo cuadra demasiado”?128

Este breve excurso tiene justificación en nuestro trabajo porque más allá de mostrar la

diferencia y defensa foucaultiana sobre la historia, y el distanciamiento a la noción de

ideología; queremos exponer la difícil relación entre lo emplazado bajo un credo epocal o

bajo un falso principio unitario con aquello que irrumpe, franquea, descentraliza, rehúye,

escapa en los discursos. La relación es compleja de delimitar porque quizá el problema sea

el gesto de delimitación mismo. Si durante una entrevista a Foucault se le preguntaba por la

ficción –y la verdad–; se le preguntaba porque daba la impresión de que estuviera en

oposición la ficción a la verdad. Como si para Foucault hubiese que evitar la ficción. Podría

ser un problema para el discurso foucaultiano mismo, pero:

respecto al problema de la ficción, es para mí un problema muy importante; me doy

cuenta de que no he escrito más que ficciones. No quiero decir, sin embargo, que esté

fuera de la verdad. Me parece que hay posibilidad de hacer funcionar la ficción en la

verdad, de inducir efectos de verdad en un discurso de ficción y hacerlo de tal modo que

el discurso de verdad suscite, fabrique algo que todavía no existe, es decir, ficcione.

(Foucault, 1979, p. 75)

Cabe preguntarse si es probable que la función–autor pueda desaparecer. Con su

desaparición, se vería afincada la pesadez ingenua de la indistinción y la credulidad epocal,

ya no en el funcionamiento de la autoría sino en “un modo que permitirá una vez más a la

ficción y a sus textos polisémicos funcionar de nuevo según otro modo, pero siempre según

un sistema coactivo, que ya no será el del autor, pero que queda aún por determinar, o tal

vez por experimentar»” (Foucault, 2000, pp. 33-34).

Si bien no es una muerte, es una transformación ya presupuesta por los soportes tecnológicos

del siglo XXI, las modalidades de circulación actuales, los términos y condiciones de

127 “Se gritará, pues, que se asesina a la historia cada vez que en un análisis histórico -y sobre todo si se trata del pensamiento,

de las ideas, o de los conocimientos- se vea utilizar de manera demasiado manifiesta las categorías de la discontinuidad y

de la diferencia, las nociones de umbral, de ruptura y de transformación, la descripción de las series y de los límites”

(Foucault, 1970, p. 23). 128 “no he negado la historia, he tenido en suspenso la categoría general y vacía del cambio para hacer aparecer unas

transformaciones de niveles diferentes; rechazo un modelo uniforme de temporalización, para describir, a propósito de cada

práctica discursiva, sus regias de acumulación, de exclusión, de reactivación, sus formas propias de derivación y sus modos

específicos de embrague sobre sucesiones diversas” (Foucault, 1970, p. 336).

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nuestros datos y las relaciones invisibles o indiferentes de autoría. Resta, finalmente, en este

trabajo preguntar y dejar un interrogante abierto sobre el futuro del derecho de autor y la

propiedad intelectual, especialmente en el terreno de las artes si incluimos la dimensión que

hemos abordado en nuestro trabajo; qué sucederá con la inteligencia artificial que puja para

abrir una brecha indistinta de responsabilidad129. Qué tan flexibles o qué tan permisivas son

las leyes actuales de derecho de autor y de propiedad intelectual en relación con las nuevas

modalidades de circulación. Cómo se fallará a favor de una infracción cuando no se sepa

cómo funciona quien habla. Son interrogantes que hasta ahora estamos experimentando y

que Justicia tampoco, en la era de la sobreproducción de imágenes, aún puede ver130.

129 Qué invitan a pensar sin más las palabras “inteligencia artificial”. 130 Tras ello, tras las imágenes y la finalidad de estos estatuto e interrogantes quisiera en un futuro cercano, con otro o el

mismo trabajo, emprender.

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