La Gaceta Literaria (Madrid. 1927). 15-7-1928, No. 38

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La lacem Lüenirm AÑO II MADRID, 15 DE JULIO DE 1928 NÚM. 38 Dirección-Administración: Canarias, 41. Teléfono 72.030 Toda la correspondencia diríjase al Apartado de Correos núm. 7.081 Se reciben suscripciones en las principales librerías íbéríi%'i:aiiterícaiui:ínlernarioim[ LETRAS-ARTE-CIENCIA Periódico quincenal (I y 15 de cada mes) DIRECTOR-FUNDADOR: E. Giménez Caballero SECRETARIO: Ouillermo de Torre 30 CÉNTIMOS ^.^^, i España y Países del SUSCRIPCION\ Convenio postal ANUA I )• Hispanoamericano. 7,50 otas. 'Extranjero iO,00 ~ 75 céntimos la linea del cuerpo » TARIFA DB)^ Pólizas de suscripción. A Kii iiuz-irtc {Descuentos: trimestre, 10 °lr, ASUt^ClOb.... _ semestre, 15 °l^ - anual. 20 "'„ BUROPA: CONFBREJSCIAS: RAID 12.302 Kms. literatura por B. Giménez Caballero A la memoria rfc Ramón de Baslerra. Poeta, diplómala, vesá- nico : esencial viajero. No hay más delicado placer para quien un día ha pespunteado un itinerario ideal sobre papel transparente que ir otro día cercano recubriendo con trozos rojos y reales aquellos ilusorios caminos (sangre en la arteria vacía). Este placer lo e&tá gozando -LA GACETA LITERARIA desde poco después de su fundación. Su foi-mal tripartición orientadora—tres flechas, tres caminos—de ibérica, americana e internacional, ha ido rellenándose de contenido, de hedios y de verdad. Organizadas las amistades catallanas y portuguesas, planteada' la cuestión del "meridiano" con^ América, en víspera de ser atendidos, en próximo viaje, nuestros sefardíes de la Europa oriental, quedaba el enunciado intemacionalista que cumplir para poder presentar ante nuestras gentes españolas la veriñcación de un programa, que no por ambicioso, ha dejado de precipitarse exacto. * * * ¿Qué entendía LA GACETA LITERARIA por internacionalismof Algo mucho más específico que aquello—por ejemplo—que ama Francia puede entender. Para nosotros, internacional no era sucedáneo de mundial. Quizá simple- mente de europeo. (¿Es nación Norteaimérica? ¿Lo son las culturas afroasiáticas y austroame- xicanas ? Internacional para LA GACETA LITERARIA era la prosecución de ese ansia ma- triz—manifestada por los mejores espíritus españoles desde hace cincuenta años— de acercainiento al resto de los países europeos, de intervención en sus culturas, de intercambio intelectua!l—a la par—con ellos. La palabra "Europa" ha ejercido-tál fascinación en nuestro contemporaneísrao vernacular que podría afirmarse ser ella el máximo mito de la España moderna. Algo muy semejante a lo ocurrido en Italia y Rusiacon esta misma sirena continental. No existe cosa más sorprendente que homologar la historia moderna de estos tres países periféricos del núcleo europeo para encontrarse fenómenos culturales de igual aspecto: personas, libros, pasiones. Nada hay más cercano—^por ejem- plo—del fenómeno italiano de "La Voce" que el español de "España"—"Sol"— "Revista de Occidente". Nada más cer- cano del strapaesanismo fascista de Sof- fici, Malaparte, que el casticismo de Una- mtino, heredero éste del sentido terraz- guero de un Costa, como aquellos de las teorías cerradas de tm Missiroli, o de un Oriani. Y este gemino fenómeno hispano- itálico, nada menos lejano de aquel otro ruso de los occidentalistas y eslavistas. Un Florenski fué el hombre de la Contra- ,.,, T,. . , ,, . Europa, del retorno al casticismo. Un 12.W2 kilómetros. Itinerario de conferencias / . ' , . '',. . _ ,,. , Losski, por el contrario, el mantenedor cubierto en seis semanas por K üimenez , -f-, /, , ,.' i i , ., de Pro-Europa, neokantiano, seguidor de ^^^^^^^'°- Cohén, de Husserl y de Lipps. De estos tres países gemelos de evolución, Rusia, Italia y España, sólo los dos primeros fueron los miás afortunados, hasta ahora, en el sentido radical y pulcro de sus soluciones. Frente a la obsesión ¡"Europa"! de estos terribles cincuenta años, tanto el uno como el otro país cortaron por la sano: el mejor modo de ser europeos es po- nerse frente a esa tradicional Europa y dar una nota original. Comunismo, fas- cismo. En el fondo, dos fórmulas fascinadoras de una nueva Europa, de otra Eu- ropa. Quizá: de otra cosa que Europa. Si por Europa la vieja se entiende lo que entendieron rusos e italianos: reformismo, criticismo, democracia, liberalismo, burguesía, laisser fairc del individuo. Y así se ha dado en esos dos países el admirable caso, de la generación joven, que, saliendo derrotista, ácrata, pacifista y desconcertada de la guerra, se rehace y construye una revolución, un higiénico entusiasmo destructor y afirmativo. Es esto algo tan fundamental en la evolución de la Europa periférica de tras la guerra, que los que pertenecemos a esta periferia en calidad de jóvenes—y de jóvenes con desarrollos paralelos de scnsiliilidad a los de esos países—sentimos una profunda inquietud de que esa senisibilidad se nos frustre o desoriente en la circunstancia apática que rodea nuestras cosas. Tengo yo un libro—mil excusas p©r la confesión—guardado en un estante, que fué mi segundo libro, escrito—-cla- ro es—tras el primero. Escrito con una lógica tan curiosa, ciue sólo aihora veo To curiosa que es por haber fructificado ese mismo género de libro en Italia y en Rusia, sin ponernos previamente de acuerdo. Este libro mío se llama "El fermento" y fué una consecución natural de mis "Notas marruecas". Coino "L'Europa vívente" fué la consecución natural de "La Rivolta dei santi Maladetti", db Curzio Sutkert. Es decir: la sátira de un régimen nacional viejo al probarse en una guerra. (Annual, Caporetto), seguida por la ironía del mito euro|>eo al convivir tras 1918 en esa Europa sui>ersticiosa de nuestros mayores. La ironía del contra-eurq>eísmo es el sustrato de mi "Fer- mento". * :|< + Pero ya que no pudo uno lograr cara a cara—como los otros periférico.s—el ra([)to de I.úiropa, lo ha intentado a la manera tradicional españda: con gitanería, con cierta petulancia, con cierto donjuanismo. Esa vaga petulancia la ha llevado uno tras el embozo de la capa—hace bre- ves días—en las cinco aventuras consecutivas con las cinco hijas dilectas de Eu- ropa, que tuvieron a bien concederme sus espontáneos y deliciosos favores. ¡Tanto cortejar, tanto cortejar nuestros mayores a estas mujeres—año tras año, esfuerzo tras esfuerzo,- limosneando miradas y soportando' desdenes... Y aho- ra, en seis semanas, los más voluptuosos compromisos entre uno y ellas—se decía uno guiñando un ojo al Gudexprés y al buque. i El vencimiento de Europa con unas cuantas palabras al oído, sonriendo! Es decir: con diez y seis conferencias. Diez y seis discreteos sobre todo ese sistema auriadar, cuyo mapa adjunto. Dentro—pues—de este método erótico y tradicional de E.spaña—permitid, (jueridos amigos de hostería—ya de regreso y desemlxizado, ante unos vasos de vino claro sobre mesa de leño, os cuente mis etapas. Empresas que, precisamente v-'inid- , íniigo apuntadas y sostenidas en este papel. . :)! H< * El sistema de don Juan era en el fondo el más cercano ai! deportivo. La resu- rrección del tema de don Juan en la literatura mundial de nuestra época no tiene, quizá, otro sentido que ese: "Don Juan, recordman" Sí. i ¡'".splcndidas performances de Don Juan! Ese decidido "estar en forma" siem])re. Cuando don Juan y don Luis confrontan sus pajeles, sus cuentas amoro- sas, no hacen sino compulsar puntos, metros, goles, victorias batidas. Don Juan, batidor de records. Por eso se ha dicho que lo ([ue menos le interesaba a don Juan era el amor. Sino en cuanto que era meta, hito. Del mismo modo que al motorista, sobre el au- tódromo no se juega la vida por acudir solícito a la tribuna del fallo, tras treinta vueltas. Sino por estas treinta vueltas dadas lo más desinteresadamente posible, lu más atrozmente posible. ,Creo_ que esta sensibilidad recordmánica es la que hoy delje aplicarse a toda suerte cíe empresa: sobre todo, a la empresa patriótica. ¡Es algo tan a revisar eso del patriotismo! . ' - Si,eLdar diez .y,seis conferencias en un máximo de sitios y en un mínimo de tiempo m e hubieran dicho que era "por eLhonor de España", "por razón de pa- tria" me hubiera echado atrás. Ahora: sabiendo que ese acto traía en sí una su- peración de actos semejantes realizados por otros europeos, eso sí, eso sí que me encendía la sangre. El patriotismo del escritor no delx; ser hoy de otra calidad que el del aviador. Patria es, hoy, posibilidad de fuerzas acumuladas en un indi- viduo para que este individuo las desarrolle en pugna con las de otras acumula- ciones individuales diferentes. Patria es campo de entrenaniiento, puerto de par- tida, arranque de certamen. Sólo con esta idea—que es la del futbolista y la del aeronauta, la del moto- rista—^puede adquirir sentido nuevo, alegre y enérgico, esa melopea pdigrosa que lleva en sí la tremenda pailabra patria. lanpetu en el zarpar. Serenidad en el aterrizar. .Serenidad, sobre todo, cuando el c^ue aterriza no es un aviador, sino un es- critor. Es decir, un. ser que, por lo menos en España, nadie hace caso, ni saluda, ni estima, ni estredia la mano con bienvenidas gratas. ED el D.° pTúximo: IMM [abaliero: \IM Kms. líteraíora la etapa italiana" BUENOS AIRES: LITERATURA DE LA E O l t E i l l l DERECHAflLi EOREIIAIZQDIEIDA por Guillermo de Torre Tras esta breve excursión platense-,' reintegrémonos a la Metróiioli bonoa-, rense. La producción de hojas periódi-j cas es siempre aquí bastante cuantiosa., De todos los colores y tendencias. Una^ ojeada a las revistas literarias últimas,} podrá ilustrarnos mejor que la lectura j (le varios volúmenes sobre el carácter heterogéneo del ambiente argentino, don- de coinciden y se entrechocan, no ya di- versos credos literarios y poéticos, sino hasta opuestas desinencias étnicas y re- ligiosas. Así, al lado de ciertas revistas de literatura pura, existen otras—^liechas por escritores igualmente—en que pre- domina la intención política; y junto a publicaciones conservadoras y católicas, aparecen otras de credo irreligioso o bien j;udaico. Por ser m-uy característica de un es- tado de espíritu político, acusadamente derechista, i^eflejo de las subversiones que han originado las dictaduras eu- ropeas de la post-guerra, citemos suma- riamente "La Nueva República". Siib- titúlase "Órgano del nacionalismo argen- tino", y pretende exponer ciertos ideales minoritarios, antidemocráticos, derechis- tas. Su nacionalismo' es de franca estirpe maurrasiana. Algunos artículos recientes del novelista Manuel Gálvez y especial- mente un libro muy oomientado de Juan E. Garulla—"Problemas de la cultura"— condensan hábilmente los puntos esen- ciales que postula ese grupo valioso y valeroso de "La Nueva República", pu- blicación dirigida por Rodolfo y Julio Irazusta, coni un grupo restringido de colaboradores: Ernesto Palacio, Tomás D. Casares y César E. Pico, entre otros. Todas estas firmas volvemos a encon- trarlas en otra nueva revista de carácter menos unilateral, algo literario, y con la cual, por consiguiente, podemos ser más explícitos. Nos referimos a "Criterio": una revista semanal, modernamente pre- sentada, compuesta con destreza, que sur- ge briosamente, polemizando en tono mayor, como exponente de un núcleo ca- tólico, poderoso y bien organizado. "Cri- terio" es una revista sin antecedente in- mediato en las letras argentinas. Tiende a mantener una posición netamente dere- chista y esencialmente católica. Prescin- diendo de las firmas ya mencionadas al reseñar "La Nueva República", y cjue se afanan en una tarea .semejante, mencio- nemos otras como Emiliano MacDonagh y Faustino Legón, que comparten con Atilio . DeH'Oro Maini la dirección de "Criterio". Y señalemos, de manera más visible, por aplicarse a temas exclusiva'- mente literarios, las de Tomás de Lara e Ignacio F>. Anzoátegui. Son dos escri- tores jóvenes que hacen—según cremo.s— sus primeras armas en esta publicación. El, primero, Tomás de Lara, de forma- ción cultural española, revela un criterio muy fino y lúcido en la crítica literaria. Y en cuanto a Anzoátegui, base manifes- tado, con algunas glosas sobre cinema, como uno de los pocos escritores argen- tinos capaces de llegar a adquirir cierta intimidad comprensiva con las maravillas del séptimo arte. * * * Un gran salto. De la extrema ortodo- xia católica a la extrema disidencia. No hacemos esta aproximación por contraste premeditado; son vecindades a cjue obli- ga el espíritu de información objetiva y total. Aludimos a la ntieva revista "Cua- dernos Literarios de Oriente y Occiden- te". (Título muy del momento, amliición hábil y oporlun.a la de aproximar esos dos conceptos y puntos cardinales hosti- les entre los que, con anterioridad al libro famoso ele Massis, ya se había producido una pugna violenta.) Aparecen los referidos cuadernos como órgano de la "Universidad de Jerusalén en Buenos Aires", que preside el ubicuo y polifa- cético Leopoldo Lngones. Mas su ver- dadero "manager" es el escritor y editor Saimncl Glusberg, honil)rc, de varias acti- vidades y constantes empresas, (¡ue en ésta se nos aparece desdoblado ¡"¡ajo el p.seudónimo de Enrique Espinosa. El nú- mero 2-3 de los "Cuadernos de Oriente ,' Occidente" constituye un homenaje al centenario de Ileíne, ampliación del que le dedicara anteriormente la revista "Ba- bel", boletín de la editorial del mismo nombre. Hay en este cuaderno heineano aportaciones de valor: entre ellas, un es- tudio de Brandes sobre "El libro de los cantares" ; otros ensayos de Alfed Kew e Israel Zanwill, y entre las colaboracio- nes argentinas, se destaca un bello capí- tulo del reciente libro de Perchunoff sobre "Heine, el poeta de nuestra intimi- dad" y un romance de Fernández Mo- reno, muy dentro de su estilo sentimen- tal e irónico. * * * "Claridad" fué la revista que, en un momento dado, agrupó a ciertos escrito- res de un matiz resueltaanentc izquier- dista, pero más bien en los aspectos ix)lí- tico y social cjue en el literario. E r a el estandarte más visible de -un grupo que se denominó "Boedo"—^nombre de un barrio proletario de la ciudad—, contra- puesto' a otro núcleo juvenil, más pura- mente literario, colocado bajo la advoca- ción de "Florida", y cuyo órgano capi- tal era la revista "Martín Fierro". Esta bipartición de fuerzas afines y enemigas alcanzó su nxáximo relieve hace pocos años, pero hoy ya resulta inactual, pues los respectivos grupos se han descom- puesto', y sus representantes, antes que ninguna significación colectiva, han en- trado en la hora de adquirir significa- ción individual. Guillernio de Torre, que ha sido nombrado para un eminente puesto literario en La Na- ción, de Buenos Aires, y cuya colaboraciín en nuestra G.\CETA aparecerá intensificada en los próximos números con magníficos ensa- yos sobre los editores argentinos. Integrada por varios elementos disi- dentes de "Claridad", aparece, desde hace pocos meses, una nueva revista "Izquierda". Continúa, y prolonga, en realidad, la misma orientación de su ma- tiz, y exenta de verdadera substancia literaria, sus páginas son curiosas úni- camente por el tono polémico que en ellas predomina. A su frente, se hallan algunos escritores de aquel núcleo de no- velistas y poetas—sedicentes realistas—, como Elias Castelnuovo, Julio Fingerit y Leónidas Barletta, autor este último de una novela titvdada "Royal Circo", que ha merecido un reciente premio muni- cipal. ¿Habrá sido la cuestión famosa del "meridiano intelectual" un golpe de gra- cia para la revista "Martín Fierro"? Hay cpúen lo piensa así, pero nosotros no podemos sumarnos a esa maligna S'U- posición, y el hecho de que esta batalla- dora publicación—que ha cumplido un papel tan útil y simpático en las evolucio- nes estéticas de estos últimos años—lan- guidezca actualmente, e.spnriando cada vez más sus números, y presagiando una fatal defunción, dél>ese, más que nada, a un lógico desgaste de fuerzas. Y tam- bién contribuye a ello, probablemente, la grave escisión producida hace poco en el grupo de los "martinfierristas", y, en virtud de la cual, tres de sus miemi)ros más conspicuos—Bórges, Ikrnardez y 'Marechal—separáronse radicalmente. Los tres escritures, confederados, proyectan ahora, como inmiiieiite, la reaparición de la revista "Proa", I creerá época de aque lia juvenil publicación que tuvo, en su primera fase, un llamativo formato dt "afficlie" mural, y una segunda vida. Enrique de Mesa y Is Academia Los versos conservado» res de un poeta liberal Por la Editorial Espasa-Calpe ha sido piic.^to a la venta el libro de Enrique' de Mesa, '^lut Posada y el Camino". Versos. * * » El hecho constituye ese acontecimiento' espe- cial de la vos repentina de im poeiO' largamente silencioso, recalado, que sólo de raro en raro sale de su retiro. Algo de la sombra del cartu- jo que pasa un instante por las celosías que dan sobre la plasa pública. La crítica tradicional y tradicionaüsiaAn- drcnio, Cañedo, Castrovido y aun otras exce- lentes plumasha estado unánime en vitorear esa delicada aparición cartujana de Enrique de Mesa. Nosotrossin ser tradicionalistas, ni siqmera excelentes plumas—11-0,5 complacemos también en el suceso. Vivamente. Con esc mentido retrospectivo, nmseal, con que se llenan los ojos para contemplar los valores perfectos de un pasado. El libro de Enrique de Mesa es de wna cla- ridad tan exacta que sólo la lejanía puede otor- gársela. TrcK consigo toda la serenidad del que un día encontrara ¡a fórmula adecuada a sti tiem- po y a .?« espacio, y diera a esta fórmula una valides absoluta. Los versos de "La Posada y el Camino" c.üán escanciadostrasvinados como diría Mesadel mismo odre de todos stts an- teriores. De esa cocina lírica, cuya sobriedad llega a impresionar por lo elemental, por lo esencial. Sierra, pan, pino, agua, leche, vino, «» poco de amor, un poco de pena. Tiene aún más solemnidad la aparición de unos •¡'crsos de Mesa que los mismos de un Ma- chado. Porque en Machado hay el inquieto que busca, se renueva e indaga. Mientras en Mesa, el espíritu señoril, satisfecho de su estirpe, que no retrocede un paso, pero que tampoco quiere avansar. Avansar, avansar... "La Sierra soy yo"dice el blasón solariego de Enrique de Mesa. Y esta otra leyenda: "Después de mi, el Diluvio". Es decir, el Turismo. "La Po.';ada y el Camino" es un nuevo colo- quio guadarrameño. Una ivueva secreción de lo carpetovetónico. De la regia orografía madri- leña. Pertinente Mesa a la generación caslella- nistacpigónica de la del 98—encontró en el paisaje serrano una especie de misión pedagógi- ca de la Lírica nacional. Mesa ha sido el adoctrinador poemático de todos los discípulos de Giner, de todos esos ini- ciadores madrileños del peñalarismo y del na- vacerrismo. (Junto al termos del skiador; el li- bro de Mesa, en la mochila) ¡Qué encantador Enrique de Mesa! Hasta en esos terribles ver- sos revolucionarios que de ves en cuando tur- ban la pas de su serena y calma musa con- templativa. Es muy curioso que estos espíritus cbmo el de Mesa, consenvdores, casticistas, tcrruñófi- los, sean hoy los más empeñados representantes del liberalismo español. Es una paradoja que sólo se da en España. Enrique de Mesa, uno de los introductores de la .moda actual española, de la capa parda, anudado a la tradición, a los clásicos y al pai- saje menos mecanista progresivo y liberal de España, es, sin embargo, pasa sin embargo, por un fériñdo espíritu liberal. Es un caso semejante al de .nt gran amigo Ramón Peres de Ayala. Sólo que Ramón Pe- res de Ayala ha tenido ya la compensación de la Academia y el gran Enrique de Mesa, no. ¿Por quá? No sería la horaz'cnerdlúcs jueces litera- rios de Españade proponer al autor de "La Posada y el Camino"proponerlo seriamentepara un electo puesto acadcmial'í Ha sido un exquisito camiftante. Lleva ya mucho camino. Justo es que se le otorgue la suprema Posada de nuestras letras.—E. Gimé- nez Caballero. más duradera y fructífera, bajo la codi- rección valiosísima del grande y malo- grado Ricardo Güiraldes. "Proa", en esta tercera época que se avecina—y a la que aseguran una probable larga exi.stencia los cuidados del editor Gleizer—-, vendrá muy a su hora para congregar una fa- lange de jóvenes escritores con filiación homogénea, que representan un nuevo estado de espíritu míis firme y maduro, con; relación a los extremismos de sus orígenes. Para redondear ya este muestrai'io, de revistas literarias, resulta inevitable alu- dir someramente a las dos más comple- tas y acreditadas. Nos referimos, en primer término, a "Nosotros", cuyo vi- gésimo cumpleaños, con su número ex- traordinario—ya debidamente comentado en estas columnas—marca el logro de una cima en el tiempo, y en la labor des- arrollada, verdaderamente insólita en este país. Y, ])or úllimo, hagamos constar que "Síntesis", dirii-ida cu sus primeros nú- meros por Xavier Bóveda, y hoy bajo la experta capitanía de Martín S. Noel— espíritu de 'luia dedicación estética a¡)i|)!í sima, que no reconoce límites y va desde su cspcrialidad arquitectónica al plano literario, continúa ganando terreno de día en día, definiendo sus tendencias y afinando sus páginas, muy generosamen- :o aliicrlas ;;icin|')re a las tírni.as españo- ,as de Calidad. '' GUILLKRMO Dh: TOK.KL P>uenüS .'Vires, Aliril de 1928. EL SECRETO DE LOS POETAS En la mujer—-llama sensible—se está refugian' do ei ntmor deleitosa de la pcresía. I^s hom- bres nos fiemas hecho hárf>airm-~bárbarm de máquinas, de intelectnalismo, de ra-cimtal-mao. Los hoinbres segaimos en las fae-nasrttdasde la casa,, mieniras la mujer sigue hilando el copO' miño del lino. La poesía tiene algo de monásticamistici.nno siemprey los hombres segaimos siendo—/loy mús' qwe nun- caguerreros: de to ideas, de la¡ acrián. An- tipoéticos. Antimonástieos. —¿No cree usted que la poesía, po'r razones de sonsibilidadv está más cerca de la miijer que del Iiomlíref Ernestina protesta: —De iiitiguua manera. Lo» iionibres son tan accesibles como nosot.ra.'i a la emoción iwét'ica Pero hay, tal vez, uia género de verso al que itmica llamaré p*:HSsía; verso ERNESTINA DE CHAMlPOURCIN, por Bernardino de Pantorba einipaohoso y seiusiblero, que han cultivado al- gunas "soi-disant" poetas íemeninos. Cierto pú- blico, ignorante y fácil de contentar, se deleita con los sollozos y los su,9pi'ros rimados de esas pseudopootisas, extasiándose ante las delicade- zas del alma femenina y otorgándonos una su- premacía que no nos interesa. La autéiiitica poe- sía no prefiere ai hombre ni a la mujer. Prefie- re, sencillamente, al Poeta. i Pero, el Poeta, en genera!, no tendrá es- píritu femenino? Acaso Unainuno tenga razón. Para mí, hasta el mismo Víctor Hugo tieoe es- píritu de mujer. 3 — Y el Poetasensibilidad ante lodo—carece de ideas. Podría decirse que los poetas son seres poco inteligentes. Son intuición. Divinidad. Gracia. Tienen en su espíritu el mecanismo simplede la fuente, del manantial, fren- te al hombre razonadorintelectualde com- plejo mecanismo, el poeta es un hombre puro, simple, prístino, elemental. ¿ Qué concci>tos—qué definiciones—^licine usted sobre jxjesia, y sobre su poesía especial- mente ? —Detesto la^ definiciones. .Su pregunta es. casi un atentado contra la jxjcsía. Lo definido se pierde, se empequeñece tras la muda pared de uiHS cuantas palabras. Tampoco me consi- dero competente en el conocimiento de mi pro- pia p<5iesía. Mis esfuerzos se dirigen a encon- trar, no la iXHísía, sino mi propia poesía. A realizai'iiie totalmente, concretá™lome en lá/es- trofa abstracta del poema. Creo en el -verso puro, escueto, despojado, sin el ropaje inúti] de una retórica ya pasada. Yo aspiro a desnu- ^^»^^^^^0^í,^^m0ti0w^^i»fi^^év^tn0tgi^0k^ittt^^,f^ I En este número: 1 Jorge Luis Borges: EL IDIOMA DB LOS ARGEN- TINOS P. Qarcia Mercadal: ARQUITECTURA M. Fernández Almagro: LA VUELTA AL MUNDO DB PIJOAN Sebastiii Gr.::.ch: RAMÓN GAYA Benjamín James: NOVOA SANTOS EN CUBA Orlando Ferrer: CUENTO AMERICANO »V^ll«l»Wtf>«^»»»IWM«W»Wjmi^l')*»««««MW<'»ii^M«[l' dar ni'i poema, reduciendo c íntcnsificaiiílQ su área emociona!. Algunos jóvenes ixwtas iilten- tati verter .su iwcsía en los moldes clásicos.' Sin emI>argo, cada emoción trae su forma, cada mouiiento, su ritmo, y el de aliora no me pa- rece propicio a vestir de nuevo el engorrosa miriñaque. —M uy tiit'n. Pero uii lioniljix-^ ui), siitelcc- tnal—^no comprenderá nunca esto. Para él la Definición es e! VÍTIX), el comionzo. Ante todo, la idea, l.'i jii-itificiición, __ 3 ..-.. Y puestos en el camino de las justificaciones, ;qui' proceso seguirá la creación dentro del poda? liemos preguntado: —¿Cómo se hace, cómo se elabora un i)(>ema? -•-Eu. realidad, ll<i lo st—•:r-,::,)K-n(:(- i,i ;>0C"tÍ-

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30 CÉNTIMOS ^.^^, i España y Países del

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BUROPA: CONFBREJSCIAS: RAID

12.302 Kms. literatura por B. Giménez Caballero

A la memoria rfc Ramón de Baslerra. Poeta, diplómala, vesá­nico : esencial viajero.

No hay más delicado placer para quien un día ha pespunteado un itinerario ideal sobre papel transparente que ir otro día cercano recubriendo con trozos rojos y reales aquellos ilusorios caminos (sangre en la arteria vacía). Este placer lo e&tá gozando -LA GACETA LITERARIA desde poco después de su fundación.

Su foi-mal tripartición orientadora—tres flechas, tres caminos—de ibérica, americana e internacional, ha ido rellenándose de contenido, de hedios y de verdad.

Organizadas las amistades catallanas y portuguesas, planteada' la cuestión del "mer id iano" con^ América, en víspera de ser atendidos, en próximo viaje, nuestros sefardíes de la Europa oriental, quedaba el enunciado intemacionalista que cumplir para poder presentar ante nuestras gentes españolas la veriñcación de un programa, que no por ambicioso, ha dejado de precipitarse exacto.

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¿Qué entendía L A GACETA LITERARIA por internacionalismof Algo mucho más específico que aquello—por ejemplo—que ama Francia puede

entender. Para nosotros, internacional no era sucedáneo de mundial. Quizá simple­mente de europeo.

(¿Es nación Norteaimérica? ¿Lo son las culturas afroasiáticas y austroame-xicanas ?

Internacional para L A GACETA LITERARIA era la prosecución de ese ansia ma­triz—manifestada por los mejores espíritus españoles desde hace cincuenta años— de acercainiento al resto de los países europeos, de intervención en sus culturas, de intercambio intelectua!l—a la par—con ellos.

La palabra " E u r o p a " ha ejercido-tál fascinación en nuestro contemporaneísrao vernacular que podría afirmarse ser ella el máximo mito de la España moderna.

Algo muy semejante a lo ocurrido en Italia y R u s i a c o n esta misma sirena continental.

No existe cosa más sorprendente que homologar la historia moderna de estos tres países periféricos del núcleo europeo para encontrarse fenómenos culturales de igual aspecto: personas, libros, pasiones.

Nada hay más cercano—^por ejem­plo—del fenómeno italiano de " L a Voce" que el español de " E s p a ñ a " — " S o l " — "Revista de Occidente". Nada más cer­cano del strapaesanismo fascista de Sof-fici, Malaparte, que el casticismo de Una-mtino, heredero éste del sentido terraz­guero de un Costa, como aquellos de las teorías cerradas de tm Missiroli, o de un Oriani. Y este gemino fenómeno hispano-itálico, nada menos lejano de aquel otro ruso de los occidentalistas y eslavistas. Un Florenski fué el hombre de la Contra-

, . , , T,. . , ,, . Europa, del retorno al casticismo. Un 12.W2 kilómetros. Itinerario de conferencias / . ' , .

'',. . _ ,,. , Losski, por el contrario, el mantenedor cubierto en seis semanas por K üimenez , -f-, / , , ,.' • i i „ , ., de Pro-Europa, neokantiano, seguidor de ^^^^^^^'°- Cohén, de Husserl y de Lipps.

De estos tres países gemelos de evolución, Rusia, Italia y España, sólo los dos primeros fueron los miás afortunados, hasta ahora, en el sentido radical y pulcro de sus soluciones.

Frente a la obsesión ¡ " E u r o p a " ! de estos terribles cincuenta años, tanto el uno como el otro país cortaron por la sano: el mejor modo de ser europeos es po­nerse frente a esa tradicional Europa y dar una nota original. Comunismo, fas­cismo. En el fondo, dos fórmulas fascinadoras de una nueva Europa, de otra Eu­ropa. Quizá : de otra cosa que Europa. Si por Europa la vieja se entiende lo que entendieron rusos e italianos: reformismo, criticismo, democracia, liberalismo, burguesía, laisser fairc del individuo.

Y así se ha dado en esos dos países el admirable caso, de la generación joven, que, saliendo derrotista, ácrata, pacifista y desconcertada de la guerra, se rehace y construye una revolución, un higiénico entusiasmo destructor y afirmativo.

Es esto algo tan fundamental en la evolución de la Europa periférica de tras la guerra, que los que pertenecemos a esta periferia en calidad de jóvenes—y de jóvenes con desarrollos paralelos de scnsiliilidad a los de esos países—sentimos una profunda inquietud de que esa senisibilidad se nos frustre o desoriente en la circunstancia apática que rodea nuestras cosas. Tengo yo un libro—mil excusas p©r la confesión—guardado en un estante, que fué mi segundo libro, escrito—-cla­ro es—tras el primero. Escrito con una lógica tan curiosa, ciue sólo aihora veo To curiosa que es por haber fructificado ese mismo género de libro en Italia y en Rusia, sin ponernos previamente de acuerdo.

Este libro mío se llama " E l fermento" y fué una consecución natural de mis "Notas marruecas". Coino "L 'Europa vívente" fué la consecución natural de " L a Rivolta dei santi Maladetti", db Curzio Sutkert . Es decir: la sátira de un régimen nacional viejo al probarse en una guerra. (Annual, Caporetto), seguida por la ironía del mito euro|>eo al convivir tras 1918 en esa Europa sui>ersticiosa de nuestros mayores. La ironía del contra-eurq>eísmo es el sustrato de mi "Fe r ­mento" .

* :|< +

Pero ya que no pudo uno lograr cara a cara—como los otros periférico.s—el ra([)to de I.úiropa, lo ha intentado a la manera tradicional e s p a ñ d a : con gitanería, con cierta petulancia, con cierto donjuanismo.

Esa vaga petulancia la ha llevado uno tras el embozo de la capa—hace bre­ves días—en las cinco aventuras consecutivas con las cinco hijas dilectas de Eu­ropa, que tuvieron a bien concederme sus espontáneos y deliciosos favores.

¡Tanto cortejar, tanto cortejar nuestros mayores a estas mujeres—año tras año, esfuerzo tras esfuerzo,- limosneando miradas y soportando' desdenes... Y aho­ra, en seis semanas, los más voluptuosos compromisos entre uno y ellas—se decía uno guiñando un ojo al Gudexprés y al buque.

i El vencimiento de Europa con unas cuantas palabras al oído, sonriendo! Es decir: con diez y seis conferencias. Diez y seis discreteos sobre todo ese sistema aur iadar , cuyo mapa adjunto.

Dentro—pues—de este método erótico y tradicional de E.spaña—permitid, (jueridos amigos de hostería—ya de regreso y desemlxizado, ante unos vasos de vino claro sobre mesa de leño, os cuente mis etapas. Empresas que, precisamente —v-'inid- , íniigo apuntadas y sostenidas en este papel.

. • : ) ! H< *

El sistema de don Juan era en el fondo el más cercano ai! deportivo. La resu­rrección del tema de don Juan en la literatura mundial de nuestra época no tiene, quizá, otro sentido que ese: "Don Juan, recordman"

Sí. i ¡'".splcndidas performances de Don Juan! Ese decidido "estar en forma" siem])re. Cuando don Juan y don Luis confrontan sus pajeles, sus cuentas amoro­sas, no hacen sino compulsar puntos, metros, goles, victorias batidas. Don Juan, batidor de records.

Por eso se ha dicho que lo ([ue menos le interesaba a don Juan era el amor. Sino en cuanto que era meta, hito. Del mismo modo que al motorista, sobre el au­tódromo no se juega la vida por acudir solícito a la tribuna del fallo, tras treinta vueltas. Sino por estas treinta vueltas dadas lo más desinteresadamente posible, lu más atrozmente posible.

,Creo_ que esta sensibilidad recordmánica es la que hoy delje aplicarse a toda suerte cíe empresa: sobre todo, a la empresa patriótica. ¡Es algo tan a revisar eso del patriotismo! . ' -

Si,eLdar diez .y,seis conferencias en un máximo de sitios y en un mínimo de tiempo m e hubieran dicho que era "por eLhonor de España" , "por razón de pa­

tr ia" me hubiera echado atrás. Ahora : sabiendo que ese acto traía en sí una su­peración de actos semejantes realizados por otros europeos, eso sí, eso sí que me encendía la sangre. El patriotismo del escritor no delx; ser hoy de otra calidad que el del aviador. Patr ia es, hoy, posibilidad de fuerzas acumuladas en un indi­viduo para que este individuo las desarrolle en pugna con las de otras acumula­ciones individuales diferentes. Patria es campo de entrenaniiento, puerto de par­tida, arranque de certamen.

Sólo con esta idea—que es la del futbolista y la del aeronauta, la del moto­rista—^puede adquirir sentido nuevo, alegre y enérgico, esa melopea pdigrosa que lleva en sí la tremenda pailabra patria.

lanpetu en el zarpar. Serenidad en el aterrizar. .Serenidad, sobre todo, cuando el c^ue aterriza no es un aviador, sino un es­

critor. Es decir, un. ser que, por lo menos en España, nadie hace caso, ni saluda, ni estima, ni estredia la mano con bienvenidas gratas.

ED el D.° pTúximo: IMM [abaliero: \IM Kms. líteraíora l a etapa italiana" BUENOS AIRES: LITERATURA

DE LA EOltEi l l l DERECHA fl Li EOREIIAIZQDIEIDA por Guillermo de Torre

Tras esta breve excursión platense-,' reintegrémonos a la Metróiioli bonoa-, rense. La producción de hojas periódi-j cas es siempre aquí bastante cuantiosa., De todos los colores y tendencias. Una^ ojeada a las revistas literarias últimas,} podrá ilustrarnos mejor que la lectura j (le varios volúmenes sobre el carácter heterogéneo del ambiente argentino, don­de coinciden y se entrechocan, no ya di­versos credos literarios y poéticos, sino hasta opuestas desinencias étnicas y re­ligiosas. Así, al lado de ciertas revistas de literatura pura, existen otras—^liechas por escritores igualmente—en que pre­domina la intención política; y junto a publicaciones conservadoras y católicas, aparecen otras de credo irreligioso o bien j;udaico.

Por ser m-uy característica de un es­tado de espíritu político, acusadamente derechista, i^eflejo de las subversiones que han originado las dictaduras eu­ropeas de la post-guerra, citemos suma­riamente " L a Nueva República". Siib-titúlase "Órgano del nacionalismo argen­t ino", y pretende exponer ciertos ideales minoritarios, antidemocráticos, derechis­tas. Su nacionalismo' es de franca estirpe maurrasiana. Algunos artículos recientes del novelista Manuel Gálvez y especial­mente un libro muy oomientado de Juan E. Garulla—"Problemas de la cul tura"— condensan hábilmente los puntos esen­ciales que postula ese grupo valioso y valeroso de " L a Nueva República", pu­blicación dirigida por Rodolfo y Julio Irazusta, coni un grupo restringido de colaboradores: Ernesto Palacio, Tomás D. Casares y César E. Pico, entre otros.

Todas estas firmas volvemos a encon­trarlas en otra nueva revista de carácter menos unilateral, algo literario, y con la cual, por consiguiente, podemos ser más explícitos. Nos referimos a "Cr i t e r io" : una revista semanal, modernamente pre­sentada, compuesta con destreza, que sur­ge briosamente, polemizando en tono mayor, como exponente de un núcleo ca­tólico, poderoso y bien organizado. "Cr i ­ter io" es una revista sin antecedente in­mediato en las letras argentinas. Tiende a mantener una posición netamente dere­chista y esencialmente católica. Prescin­diendo de las firmas ya mencionadas al reseñar " L a Nueva República", y cjue se afanan en una tarea .semejante, mencio­nemos otras como Emiliano MacDonagh y Faustino Legón, que comparten con Atilio . DeH'Oro Maini la dirección de "Cri ter io" . Y señalemos, de manera más visible, por aplicarse a temas exclusiva'-mente literarios, las de Tomás de Lara e Ignacio F>. Anzoátegui. Son dos escri­tores jóvenes que hacen—según cremo.s— sus primeras armas en esta publicación. El, primero, Tomás de Lara, de forma­ción cultural española, revela un criterio muy fino y lúcido en la crítica literaria. Y en cuanto a Anzoátegui, base manifes­tado, con algunas glosas sobre cinema, como uno de los pocos escritores argen­tinos capaces de llegar a adquirir cierta intimidad comprensiva con las maravillas del séptimo arte.

* * *

Un gran salto. De la extrema ortodo­xia católica a la extrema disidencia. No hacemos esta aproximación por contraste premeditado; son vecindades a cjue obli­ga el espíritu de información objetiva y total. Aludimos a la ntieva revista "Cua­dernos Literarios de Oriente y Occiden­te" . (Título muy del momento, amliición hábil y oporlun.a la de aproximar esos dos conceptos y puntos cardinales hosti­les entre los que, con anterioridad al libro famoso ele Massis, ya se había producido una pugna violenta.) Aparecen los referidos cuadernos como órgano de la "Universidad de Jerusalén en Buenos Aires", que preside el ubicuo y polifa­cético Leopoldo Lngones. Mas su ver­dadero "manager" es el escritor y editor Saimncl Glusberg, honil)rc, de varias acti­vidades y constantes empresas, (¡ue en ésta se nos aparece desdoblado ¡"¡ajo el p.seudónimo de Enrique Espinosa. El nú­mero 2-3 de los "Cuadernos de Oriente ,' Occidente" constituye un homenaje al centenario de Ileíne, ampliación del que

le dedicara anteriormente la revista "Ba­bel", boletín de la editorial del mismo nombre. Hay en este cuaderno heineano aportaciones de valor: entre ellas, un es­tudio de Brandes sobre " E l libro de los cantares" ; otros ensayos de Alfed Kew e Israel Zanwill, y entre las colaboracio­nes argentinas, se destaca un bello capí­tulo del reciente libro de Perchunoff sobre "Heine, el poeta de nuestra intimi­dad" y un romance de Fernández Mo­reno, muy dentro de su estilo sentimen­tal e irónico.

* * *

"Clar idad" fué la revista que, en un momento dado, agrupó a ciertos escrito­res de un matiz resueltaanentc izquier­dista, pero más bien en los aspectos ix)lí-tico y social cjue en el literario. E r a el estandarte más visible de -un grupo que se denominó "Boedo"—^nombre de un barrio proletario de la ciudad—, contra­puesto' a otro núcleo juvenil, más pura­mente literario, colocado bajo la advoca­ción de "Flor ida" , y cuyo órgano capi­tal era la revista "Mar t ín F ie r ro" . Esta bipartición de fuerzas afines y enemigas alcanzó su nxáximo relieve hace pocos años, pero hoy ya resulta inactual, pues los respectivos grupos se han descom­puesto', y sus representantes, antes que ninguna significación colectiva, han en­trado en la hora de adquirir significa­ción individual.

Guillernio de Torre, que ha sido nombrado para un eminente puesto literario en La Na­ción, de Buenos Aires, y cuya colaboraciín en nuestra G.\CETA aparecerá intensificada en los próximos números con magníficos ensa­yos sobre los editores argentinos.

Integrada por varios elementos disi­dentes de "Claridad", aparece, desde hace pocos meses, una nueva revista "Izquierda" . Continúa, y prolonga, en realidad, la misma orientación de su ma­tiz, y exenta de verdadera substancia literaria, sus páginas son curiosas úni­camente por el tono polémico que en ellas predomina. A su frente, se hallan algunos escritores de aquel núcleo de no­velistas y poetas—sedicentes realistas—, como Elias Castelnuovo, Julio Fingerit y Leónidas Barletta, autor este último de una novela titvdada "Royal Circo", que ha merecido un reciente premio muni­cipal.

¿Habrá sido la cuestión famosa del "meridiano intelectual" un golpe de gra­cia para la revista "Mar t ín F i e r ro"? Hay cpúen lo piensa así, pero nosotros no podemos sumarnos a esa maligna S'U-posición, y el hecho de que esta batalla­dora publicación—que ha cumplido un papel tan útil y simpático en las evolucio­nes estéticas de estos últimos años—lan­guidezca actualmente, e.spnriando cada vez más sus números, y presagiando una fatal defunción, dél>ese, más que nada, a un lógico desgaste de fuerzas. Y tam­bién contribuye a ello, probablemente, la grave escisión producida hace poco en el grupo de los "martinfierr istas", y, en virtud de la cual, tres de sus miemi)ros más conspicuos—Bórges, Ikrnardez y 'Marechal—separáronse radicalmente. Los tres escritures, confederados, proyectan ahora, como inmiiieiite, la reaparición de la revista " P r o a " , I creerá época de aque lia juvenil publicación que tuvo, en su primera fase, un llamativo formato dt "afficlie" mural, y una segunda vida.

Enrique de Mesa y Is Academia

Los versos conservado» res de un poeta liberal Por la Editorial Espasa-Calpe ha sido piic.^to

a la venta el libro de Enrique' de Mesa, '^lut Posada y el Camino". Versos.

* * »

El hecho constituye ese acontecimiento' espe­cial de la vos repentina de im poeiO' largamente silencioso, recalado, que sólo de raro en raro sale de su retiro. Algo de la sombra del cartu­jo que pasa un instante por las celosías que dan sobre la plasa pública.

La crítica tradicional y tradicionaüsia—An-drcnio, Cañedo, Castrovido y aun otras exce­lentes plumas—ha estado unánime en vitorear esa delicada aparición cartujana de Enrique de Mesa.

Nosotros—sin ser tradicionalistas, ni siqmera excelentes plumas—11-0,5 complacemos también en el suceso. Vivamente.

Con esc mentido retrospectivo, nmseal, con que se llenan los ojos para contemplar los valores perfectos de un pasado.

El libro de Enrique de Mesa es de wna cla­ridad tan exacta que sólo la lejanía puede otor­gársela.

TrcK consigo toda la serenidad del que un día encontrara ¡a fórmula adecuada a sti tiem­po y a .?« espacio, y diera a esta fórmula una valides absoluta. Los versos de "La Posada y el Camino" c.üán escanciados—trasvinados como diría Mesa—del mismo odre de todos stts an­teriores. De esa cocina lírica, cuya sobriedad llega a impresionar por lo elemental, por lo esencial. Sierra, pan, pino, agua, leche, vino, «» poco de amor, un poco de pena.

Tiene aún más solemnidad la aparición de unos •¡'crsos de Mesa que los mismos de un Ma­chado. Porque en Machado hay el inquieto que busca, se renueva e indaga. Mientras en Mesa, el espíritu señoril, satisfecho de su estirpe, que no retrocede un paso, pero que tampoco quiere avansar. Avansar, avansar... "La Sierra soy yo"—dice el blasón solariego de Enrique de Mesa. Y esta otra leyenda: "Después de mi, el Diluvio". Es decir, el Turismo.

"La Po.';ada y el Camino" es un nuevo colo­quio guadarrameño. Una ivueva secreción de lo carpetovetónico. De la regia orografía madri­leña. Pertinente Mesa a la generación caslella-nista—cpigónica de la del 98—encontró en el paisaje serrano una especie de misión pedagógi­ca de la Lírica nacional.

Mesa ha sido el adoctrinador poemático de todos los discípulos de Giner, de todos esos ini­ciadores madrileños del peñalarismo y del na-vacerrismo. (Junto al termos del skiador; el li­bro de Mesa, en la mochila) ¡Qué encantador Enrique de Mesa! Hasta en esos terribles ver­sos revolucionarios que de ves en cuando tur­ban la pas de su serena y calma musa con­templativa.

Es muy curioso que estos espíritus cbmo el de Mesa, consenvdores, casticistas, tcrruñófi-los, sean hoy los más empeñados representantes del liberalismo español.

Es una paradoja que sólo se da en España. Enrique de Mesa, uno de los introductores

de la .moda actual española, de la capa parda, anudado a la tradición, a los clásicos y al pai­saje menos mecanista progresivo y liberal de España, es, sin embargo, pasa sin embargo, por un fériñdo espíritu liberal.

Es un caso semejante al de .nt gran amigo Ramón Peres de Ayala. Sólo que Ramón Pe­res de Ayala ha tenido ya la compensación de la Academia y el gran Enrique de Mesa, no. ¿Por quá?

No sería la hora—z'cnerdlúcs jueces litera­rios de España—de proponer al autor de "La Posada y el Camino"—proponerlo seriamente— para un electo puesto acadcmial'í

Ha sido un exquisito camiftante. Lleva ya mucho camino. Justo es que se le otorgue la suprema Posada de nuestras letras.—E. Gimé­nez Caballero.

más duradera y fructífera, bajo la codi-rección valiosísima del grande y malo­grado Ricardo Güiraldes. " P r o a " , en esta tercera época que se avecina—y a la que aseguran una probable larga exi.stencia los cuidados del editor Gleizer—-, vendrá muy a su hora para congregar una fa­lange de jóvenes escritores con filiación homogénea, que representan un nuevo estado de espíritu míis firme y maduro, con; relación a los extremismos de sus orígenes.

Para redondear ya este muestrai'io, de revistas literarias, resulta inevitable alu­dir someramente a las dos más comple­tas y acreditadas. Nos referimos, en primer término, a "Noso t ros" , cuyo vi­gésimo cumpleaños, con su número ex­traordinario—ya debidamente comentado en estas columnas—marca el logro de una cima en el tiempo, y en la labor des­arrollada, verdaderamente insólita en este país.

Y, ])or úllimo, hagamos constar que "Síntesis" , dirii-ida cu sus primeros nú­meros por Xavier Bóveda, y hoy bajo la experta capitanía de Martín S. Noel— espíritu de 'luia dedicación estética a¡)i|)!í sima, que no reconoce límites y va desde su cspcrialidad arquitectónica al plano literario, continúa ganando terreno de día en día, definiendo sus tendencias y afinando sus páginas, muy generosamen-:o aliicrlas ;;icin|')re a las tírni.as españo-,as de Calidad. • ' '

G U I L L K R M O Dh: TOK.KL

P>uenüS .'Vires, Aliril de 1928.

EL SECRETO DE LOS POETAS

En la mujer—-llama sensible—se está refugian' do ei ntmor deleitosa de la pcresía. I^s hom­bres nos fiemas hecho hárf>airm-~bárbarm de máquinas, de intelectnalismo, de ra-cimtal-mao. Los hoinbres segaimos en las fae-nas—rttdas— de la casa,, mieniras la mujer sigue hilando el copO' miño del lino. La poesía tiene algo de monástica—mistici.nno siempre—y los hombres segaimos siendo—/loy mús' qwe nun­ca—guerreros: de to ideas, de la¡ acrián. An-tipoéticos. Antimonástieos.

—¿No cree usted que la poesía, po'r razones de sonsibilidadv está más cerca de la miijer que del Iiomlíref

Ernestina protesta: —De iiitiguua manera. Lo» iionibres son tan accesibles como nosot.ra.'i a la emoción iwét'ica Pero hay, tal vez, uia género de verso al que itmica llamaré p*:HSsía; verso

ERNESTINA DE CHAMlPOURCIN, por Bernardino de Pantorba

einipaohoso y seiusiblero, que han cultivado al­gunas "soi-disant" poetas íemeninos. Cierto pú­blico, ignorante y fácil de contentar, se deleita con los sollozos y los su,9pi'ros rimados de esas pseudopootisas, extasiándose ante las delicade­zas del alma femenina y otorgándonos una su­premacía que no nos interesa. La autéiiitica poe­sía no prefiere ai hombre ni a la mujer. Prefie­re, sencillamente, al Poeta.

—i Pero, el Poeta, en genera!, no tendrá es­píritu femenino? Acaso Unainuno tenga razón. Para mí, hasta el mismo Víctor Hugo tieoe es­píritu de mujer.

— 3 —

Y el Poeta—sensibilidad ante lodo—carece de ideas. Podría decirse que los poetas son seres poco inteligentes. Son intuición. Divinidad. Gracia. Tienen en su espíritu el mecanismo —simple—de la fuente, del manantial, fren­te al hombre razonador—intelectual—de com­plejo mecanismo, el poeta es un hombre puro, simple, prístino, elemental.

—¿ Qué concci>tos—qué definiciones— licine usted sobre jxjesia, y sobre su poesía especial­mente ?

—Detesto la^ definiciones. .Su pregunta es. casi un atentado contra la jxjcsía. Lo definido se pierde, se empequeñece tras la muda pared de uiHS cuantas palabras. Tampoco me consi­dero competente en el conocimiento de mi pro­pia p<5iesía. Mis esfuerzos se dirigen a encon­trar, no la iXHísía, sino mi propia poesía. A realizai'iiie totalmente, concretá™lome en lá/es­trofa abstracta del poema. Creo en el -verso puro, escueto, despojado, sin el ropaje inúti] de una retórica ya pasada. Yo aspiro a desnu-

^^»^^^^^0^í,^^m0ti0w^^i»fi^^év^tn0tgi^0k^ittt^^,f^

I

En este número: 1 Jorge Luis Borges:

EL IDIOMA DB LOS ARGEN­TINOS

P. Qarcia Mercadal: ARQUITECTURA

M. Fernández Almagro: LA VUELTA AL MUNDO DB

PIJOAN Sebastiii Gr.::.ch:

RAMÓN GAYA Benjamín James:

NOVOA SANTOS EN CUBA Orlando Ferrer:

CUENTO AMERICANO »V^ll«l»Wtf>«^»»»IWM«W»Wjmi^l')*»««««MW<'»ii^M«[l'

dar ni'i poema, reduciendo c íntcnsificaiiílQ su área emociona!. Algunos jóvenes ixwtas iilten-tati verter .su iwcsía en los moldes clásicos.' Sin emI>argo, cada emoción trae su forma, cada mouiiento, su ritmo, y el de aliora no me pa­rece propicio a vestir de nuevo el engorrosa miriñaque.

—M uy tiit'n. Pero uii lioniljix-^ ui), siitelcc-tnal— no comprenderá nunca esto. Para él la Definición es e! VÍTIX), el comionzo. Ante todo, la idea, l.'i jii-itificiición,

__ 3 ..-..

Y puestos en el camino de las justificaciones, ;qui' proceso seguirá la creación dentro del poda?

liemos preguntado: —¿Cómo se hace, cómo se elabora un i)(>ema?

- • - E u . r e a l i d a d , ll<i lo st—•:r-,::,)K-n(:(- i,i ;>0C"tÍ-

Page 2: La Gaceta Literaria (Madrid. 1927). 15-7-1928, No. 38

Página segunda LA G A C E T A L I T E R A R I A

sa—. Es tan lew-, íaa íntimo, tan nuestro, que lo sentimos como un latido propio, indefinil>lc. Sin duda, ¡a cuartilla en blanco estimula mu­chísimo. Obliga a definir las ideas, a concretar las sensaciones. Pero esto viene luego, cuando lo que llama Hefíiri Breinond "estado de gra­cia poética", o sea una disposición especialí-sima de la imaginación y de la sensibilidad nos predispone a percibir los elertientos del futuro poema. No hay dos poemas que nazcan igual. Unos vienen límpidos, claros, cons^uidos. Otros, los mejores, deleitan al poeta en. su vago Jnexistir, y, a pesar de todos los esfuer-3»s, no llegan «lunca... La razón sólo intervie­ne en frío, cuando .se trata de equilibrar, des­tacar las lineas del poema. La gracia poética exalta siempre, desequilibra. Por eso la gran nobleza de la poesía mcxlerna estriba en su contención. Tiende a ceñir las inevitables exal­taciones en su imipulso inicial, a limitar su ex­pansión elevando su altura.

—¿líeflexión? En poesía, signo de barbarie. Influencias del guerrero—el hombre de la ca He—que hace la competencia al místico con versos desmoralizados.

El primer poema—como el primer anwr—siem­pre se guarda en seda de recuerdos. Repre­senta el umbral, el pórtico. Es necesario la distancia' para darle, no sólo categoría afec­tiva, sino transcendencia profética. Importan­cia de presentimiento, de vocación, de reve­lación.

—Dígaiwe, Ernestina, i qué recuerdos tiene us­ted de su primer poema?

—Escribí mi primer verso, no me atrevo a Ilaimirlo poema, en francés. Tenía quince años, saturados de lecturas francesas y... de roman­ticismo. Mis dioses potiticos eran en aciuel en­tonces, Hugo, Musset y, sobre todos, l ^mar t i -ne. ¡Cuando pienso que leí "Rafae l" de un ti­rón, sin que me emi»lagaral La composición aquella se titula "La Rosa" ¿Asunto? El in­evitable capullo recién abierto que un golpe de brisa viene a deshojar. Tres estrofas, y on la úl­tima, profuiKias y i)edajifiescas reflexiones sobre la fugacidad de la dicha y la ilusión. ] Resultó precioso, como puede imaginarse! Lo hice de un modo consciente, voluntario, sin que en ello interviniera el factor emocioaial. Sólo quise probar mi aptitud para la r ima; una vez con­seguido con una docena de estrofas místicas, en francés aún, volví a callar durante un año. Luego, ya en español y con voz de Bécquer, reanudamos las musas y yo nuestra interrum­pida amistad. Hasita aquí mis poemas sólo fue­ron ensayos fommles, vagos tanteos. La ver­dadera gracia del poema vino a nn', sin buscarla, en la comixisición que da el título a mi primer libro. Fué inspirada por un ensayo de Maeter-link, "Le Silence", que me emocionó grande­mente.

— S —

Cada ves es menos peligrosa para la mujer la mo/rginalidad, la personalidad. Hoy se perdo­nan—ji se aplauden—las locuras. Y la locura menos estridente de una mujer es la de hacer versos. Estamos en una época bárbara—he­roica—. Vizñmos demasiado al aire, demasia­do en la superficie para preocuparnos de los pequeños prejuicios sociales. Las mujeres son aviadoras, soldados, oficinistas...

—A u'stJOíl, ¿la beneficia o la perjudica, en relación con la vida, su cualidad de jioeta?

—^Me perjudica bastante. Sobre todo, en re­lación ctm la sociedad. Para ella, el ixícta es un bicho absurdo e incomprensible, llamado a desaparecer. ] Y si por una rara casualidad el bidio cu cuestión es femenino, tmtonces se ha ai-i^eglado! Somos femiinisitas, pedantes, y esta­mos fuera de nuestro pai>el. Nimca faltan se­ñores sesudos O' damas resix;tables que nos pro­digan estas lindezas y muclias más. Felizmente la vida importaote para el poeta es la suya pro­pia; vida interior, llena de compensaciones que ix"nuiiten sonreír de tcxlos los ladridos y repetir, como Rubén: -" i cabalguemos!".

—•Poeta: vida de iluminado...

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~~6 —

Pero el poeta es hoy impopular. Insignificante. Obscuro. El héroe es el aviador, el mecánico, el deportista, el hombre de acción, el hombre rudo.

—Ernestina, ¿usted está satisfecha de ser poeta? ¿No preferiría usted ser aviadora—ac­ción—a ser poeta—contemplación?

—¿Por qué este afán de incluir al ix>eta, al contemplador, en el grupo de los estáticos y de los inactivos? La contemplación es una ac­ción. El que la ejerce actúa sobre las cosas interpretáiKlose y gozándose en ellas. Me en­cantaría ser aviadora. ¡ Qué poemas inéditos debe hal>er en el aire 1 Eso sí, me guardaría mucho de llevar pasajeros. La acción de los contemplativos es destructora. Hay momentos en (jue incluso a los poetas nos pesa el éxtasis. Si yo pudiera, los trenes del mundo no teiidrían secretos para mí y las carreteras más lejanas conocerían por su latido el motor de mi auto. Mi ideal consiste en correr, correr desejxíre-nadamente y pararme un poquito todos los días a paladear hondamente, gustosamente, los ki-lóraKtros recorridos.

—El ideal: demasiado ambición. No es posi­ble hacer las dos cosas, no es posible.

— 7 — ^

Ernestina de Champourcin acaba de publicar su libro de poemas, "Ahora". Su verso, cada ves tiene menos andamiaje, cada ves se hace más ingrávido y puro, más equilibrado y tenso. Se oye bien inequívoca—en estas págiiuxs— la auténtica y honda vos del Poeta. Es un libro de gran vibración interior. De fuersa —y de turgencia—pasional.

—¿Está usted isatisfeoha de la obra realizada. Satisfecha, especialmente, de su libro "Ahora"?

—^Estoy satisfecha de haber publicado mis dos libros, porque así queda el camino más des­pejado para empezar de nuevo. En cuanto di "Ahora" a la imprenta lo detesté cordialmente. Ya está lejos. Para mí, publicar es una libe­ración. Por otra parte, espero no estar nunca contenía de mi obra. Hasta hoy, mi alegría dura lo que tardo en hacer el poema. Nada más. Es tan inmensa la distancia entre la poe­sía que busco y la que realizo...

—Pero hay logro, perfección. Este libro me parece superior al primero.

Ernestina de Champourcin es un poeta de fuer­te evocación. Hay que esperar mucho de ella. Su manantial lírico es abundante, caudaloso. Ella tiene—en prcznas cualidades—ese tumul­to interior de donde nace el arte. Lo demás, es obra de la disciplina, del talento. Y Er­nestina también lo tiene en abundancia.

—¿Qué prepara usted? ¿Hacia qué dirección encamina su obra?

—Son muchos mis proyectos. Tengo varios ensayos de novela a medio hacer. Quizás ter­mine uno de ellos este verano. Aunque parezca pedante, confesaré que en este género lo que más me interesa es el análisis psicológico. Más aílelantado está mi tercer libro de versos, que titulo "Poemas del Buen Amigo". Como es lo último que he escrito níe parece lo mejor. Y lo más modenno también. Mucha gente, al apre-ci.ir la diíerenjcia entre mis dos libros, cree que me esfuerzo por alcanzar una artificiosa mo-derniidad. ¡ Yo no tengo la culpa de mi evolu­ción! Aíe alegro de ella, naturalmente. Sería triste que en pleno siglo XX mi pluma parecie­ra del XIX. Comparado con mis actuales poe­mas, "Aliora" resulta un poco anticuado. Ya data de Febrero. Pero no puedo adelantar fe­chas de publicaciones. Faltaría para ello que surgiera un editor, mirlo blanco, al que inte­resaran las obras de poetas.

—Efectivamente: no surgen los mirlos blancos.

— 9 —

La poetisa sale hacia el club.

—¿Na<la más, Arconada? —Ya es basitante. Gracias.

CESAR M. A R C O N A D A

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EL IDIOMA DE LOS ARGENTINOS por Jorge-Luis Borges

VERDADERO ACONTECIMIENTO LITERARIO f

Acaba de aparecer la sexta edición de

LOS FRUTOS ÁCIDOS por A. HERNÁNDEZ CATA

¡¡LA OBRA NOVELESCA DE LA MODERNA LITERATURA ESPAÑOLA QUE IL'V MERECIDO LOS MAS UNÁNIMES Y DEFINITIVOS ELOGIOS DE LOS PRIMEROS CRÍTICOS, SIN

DISTINCIÓN DE GRUPOS Y MATICES!!

Gome:: de Baquero ("Andrenio"):

"Tkaien el don de la emoción, que es uno de los privilegios espi­rituales del verdadero artista, y tie­nen el mérito raro de la novedad de sus asuntos."

Enrique Díes-Canedo:

"En este libro es.tán, sin duda, las narrai-iones más bellas, jugosas y humanas del señor Hernández-Catá."

Dionisio Pérez:

"Los muertos (de Los FRUTOS ÁCIDOS) es una obra maestra que honraría a Maupassant, a Dosto-iewrsky y a Zola."

Gabriel Alomar:

"Tienen una frialdad severa que nos penetra como nn arma, ha­ciéndonos sentir aquella aspereza de lima y viscosidad de serpiente de que hal>la Flaubert.

J. A. BALSEIRO: LOS muertos.—"He aquí ya la obra maestra".

¡NO DEJE USTED DE LEER, POR SOLO CINCO PESETAS, U N LIBRO DESTINADO A PERDURAR! DE VENTA EN TO­DAS LAS LIBRERÍAS. PEDIDOS: MUNDO LATINO. MADRID

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EL HOMBRE QUE SE DESCUBRIÓ A SI MISMO NOVELA POR

MATEO CLADERA PALMER

En esta primera obra se destaca con vigor un novelista de fuerte temperamento, de .sobrias líiica-s, de estilo severo, sin artificios ni engalladuras. Gran éxito de crítica y de público. lis la novela de rigurosa actualidad literaria. Pedidos a Editorial B. Reus. Fe-lanilx. Mallorca. Descuento usnaJ a los libreros. Precio, cinco péselas. 300 páginas.

El idioma de los argentinos es mi sujeto. Esa locución, idioma argentino, será, a jui­

cio de muchos, una mera travesura sintáctica, una forzada aproximación de dos voces sin correspondencia objetiva. Algo como decir poesía pura, o movimiento continuo, o los' his­toriadores más antiguos del porvenir. Un em­beleco de que ninguna realidad es sostén. A esa posible obsei'vación contestaré luego; bás­teme señalar que muchos conceptos fueron en su principio meras casualidades verbales y que después el tiempo las confirmó. SosiwchO' que la palabra infinito fué alguna vez una insí­pida equivalencia de inacabado: ahora es una de las 'perfecciones de Dios en la teología, y un discutidero en la metafísica, y un énfasis popularizado en las letras, y una finísima con­cepción renovada en las matemáticas—Russell explica la adición y multiplicación y potencia­ción de números cardinales infinitos y el por­qué de sus dinastías casi terribles—, y una verdadera intuición al mirar el cielo. Pareja­mente, cuando las atracciones inmediatas de una hermosura o las de su bien cuidado re­cuerdo están sobre nosotros, ¿quién no ha sen­tido que las palabras elogiosas que ya preexis-ten son como proféticas de ella, como cora­zonadas? La palabra linda es previsión de la novia de cada uno y de ella no más. No me quiero apoyar en otros ejemplos; hay dema­siados.

Dos influencias antagónicas entre si militan contra un habla argentina. Una es la de quie­nes imaginan que ese habla ya está prefigu­rada en el arrabalero de los sainetes; otra es la de los casticistas o españolados, que creen en lo cabal del idioma y en la impiedad o inutilidad de su refacción.

Miremos la primera de esas erratas. El arrabalero, si su nombre no está mintiendo, es dialecto de los arrabales u orillas; es la con­versación usual de Liniers, de Saavedra, de San Cristóbal Sur. Esa conjetura es errónea: no hay quien no sienta que nuestra palabra arrabal es de carácter más económico que geográfico. Arrabal es todo conventillo del Centro. Arrabal es la esquina última de Uri-buru, con el paredón final de la Recoleta y los compadritos amargos en un portón y ese desvalido almacén y la blanqueada hilera de casas bajas, en calmosa esperanza, ignoro si

le vaya la mano en la operación. Alma orille­ra y vocabulario de todos, hubo en la vivara­cha milonga; cursilería internacional y voca­bulario forajido hay en el tango.

No insistiré. Si la causa es buena y está previamente ganada, la acumulación de prue­bas es una costumbre dañina y hace de la ad­quirida o recuperada verdad un lugar común. Desertar porque sí de la casi universalidad del idioma para esconderse en un dialecto chucaro y receloso—jerga aclimatada en la infamia, jerigonza carcelaria y conventillera que nos convertiría en hipócritas al revés, en hipócritas de la malvivencia y de la ruindad—es proyecto de malhumorados y rezongones. Ese programa de trágica pequenez fué declinado ya por De Vedia, por Miguel Cañé, por Quesada, por Costa Alvarez, por Groussac. ¿Se rechasará la carabela en nombre de la jangada?, hizo cotilo que preguntaba este último con ejercita­da ironía.

Ahora quiero olvidarme del arrabalero, y paso a comentar una distinta equivocación: la que postula lo perfecto de nuestro idioma y la impía inutilidad de refraccionarlo. Su mayor y solo argumento consta de las sesenta mil palabras que nuestro diccionario, el de los es­pañoles, , registra. Yo insinúo que esa superio­ridad numérica es ventaja aparencial, no esen­cial, y que el sólo idioma infinito—el de las matemáticas—se basta con una docena de sig­nos para no dejarse distanciar por número al­guno. Es decir, el diccionario algorítmico de una página—con los guarismos, las rayitas, las crucecitas—es, virtualmente, el más acaudalado de cuantos hay. la numerosidad de represen­taciones es lo que importa, no la de signos. Esta es superstición aritmética, pedantería, afán de coleccionista y de filatero. Es sabido que el obispo anglicano Wilkins, el más inte­ligente utopista en trances de idioma que pen­só nunca, planeó un sistema de escritura in­ternacional o simbología que con sólo dos mil cuarenta signos sobre papel pentagramado sa­bía inventariar cualquier realidad. Esa su mú­sica silenciosa, claro es, no comportaba obli­gatoriamente ningún sonido. Esa es ventaja máxima, y qué más quisiera yo que hablar de ella, pero la sedicente riqueza del castellano debe ahora atarearme.

La riqueza del español es el otro nombre

Esa superioridad numérica de que se alaba, ¡ neralización y por eso su éxito. Es palabra

de la revolución social o de un organito. Arra- ' eufemístico de su muerte. Abre el patán y el bal. son esos huecos barrios vacíos en que sue- ciue no es patán nuestro diccionario y se que-le desordenarse Buenos Aires por el Oeste y 1 ^^ maravillado frente al sinfín de voces que donde la bandera colorada de los remates—la ^^stán en él y que no están en ninguna boca, de nuestra epopeya civil del horno de ladri- ' No hay un lector, por más lector de otras pu­llos y de las mensualidades y de las coimas— I blicaciones que sea, que no resulte convencido va descubriendo América. Arrabal es el ren- j «'e ignorancia frente a esas páginas. El crite-cor obrero en Parque Patricios y el razona- ^'o acumulativo que las dirige—el que sigue miento de ese rencor en diarios impúdicos, cargando sobre el léxico de la Academia los Arrabal es el bien plantado corralón, duro para ¡ vocabularios enteros de gemianía, de heráldi-morir, que persiste por Entre Ríos o por Las ' c^' ^e arcaísmos—ha reunido esas defunciones. Heras y la casita que no se anima a la calle ' E ' conjunto es un espectáculo necrológico de-y que detrás de un portón de madera obscura i liberado y constituye nuestro envidiado tesoro nos resplandece, orillada de un corredor y un ¡ '''^ •"oces pintorescas, felices y expresivas, se-patio con plantas. Arrabal es el arrinconado ' S " " «" '^ Gramática de la Academia se" puede bajo de Núñez con las habitaciones de cinc, y ! ' s " ' - Pintorescas, felices y expresivas. Esa tri­cen los piientecitos de tabla sobre el agua de-1 " '^ad de pscudo-palabras — dichas sin mayor leznada de los zanjones, y con el carro de \ns "Prtúúón y sólo justificables por el común am-varas al aire en el callejón. Arrabal es de- : diente vanaglorioso—es del más puro estilo in-masiados contrastes para que su voz no cam- f'ecidor de esos académicos, bie nunca. No hay un dialecto general de núes- ; La sinonimia perfecta es lo que ellos quie-tras clases pobres: oí arrabalero no lo es. El ren, el sermón hispánico. El máximo desfile criollo no lo usa, la mujer lo habla sin nin- , verbal, aunque de fantasmas, o de ausentes, o guna frecuencia, el propio compadrito lo ex- de difuntos. La falta de expresión nada im-hibe con evidente y descarada farolería para porta; lo que importa son los arreos, galas y gallear. El vocabulario es misérrimo: una riquezas del español, por otro nombre el frau-veintena de representaciones lo informa y una d e La sueñera mental y la concepción acústica viciosa turbamulta de sinónimos lo complica, del estilo son las que fomentan sinónimos: Tan angosto es, que los saineteros que lo fre- palabras que sin la incomodidad de caml)iar de cuentan tienen que inventarle palabras y han' idea cambian de ruido. La Academia los apa-recurrido a la harto significativa viveza de in- drina con entusiasmo. Traslado aquí la reco-vertir las de siempre. Esa indigencia es na- mendación que les da : "La abundancia y va-tuí-al, ya que el arrabalero no es sino una de- I riedad de palabras—dice—fué tan estimada en cantación o divulgación del lunf&rdo, que es : nuestros siglos de oro, que los preceptistas no jerigonza ocultadiza de los ladrones. El lun- , se cansaban de recomendarlas. Si cualquier fardo es un vocabulario gremial como tantos gramático, verbigracia, tenía que autorizarse otros; es la tecnología de la furca y de la ' con el dictado de Nebrija, rara vez hubo de ganzúa. Imaginar que esa lengua técnica—len- repetir la misr:ia frase, variándola gallarda-gua especializada en la infamia y sin palabras , mente de esta o parecida manera: así lo afir-

j de intención general—puede arrinconar al cas- ) ma Nebrija, asi lo siente, así lo enseña, así lo I tellano, es como trasoñar que el dialecto d e ' dice, lo advierte así; tal es su opinión, tal .m i las matemáticas o de la cerrajería -puede as- : parecer, tal su juicio, según le place a Nebri-cender a único idioma. Ni el inglés ha sido I /" . si creemos al Ennio español, o empleando

! arrinconado por el slang ni el español de Es- I otros giros no menos discretos que oportunos" paña por la germania de ayer o por el caló : (Gramática de la Academia, parte segunda, ca-agitanado de hoy. Y eso que el caló es idioma ; pítulo VII) . Yo creo de veras que esa retahi-abundoso, como que deriva del zíngaro y de; la de equivalencias es recurso tan ajeno a la la adición de una de sus variantes a la ger- j literatura como la posesión o no posesión de manía o jerigonza delincuente española del mil '• una nítida caligrafía. Por lo demás, la falible seiscientos. magnificencia de los sinónimos es tan indiscu-

El arrabalero, por lo demás,- es cosa tan tida por la Academia, que ésta los suele ver sin alma y fortuita, que las dos clásicas figu- j hasta donde no están, y así, en lugar de decir raciones literarias de nuestro suburbio pudie­ron llevarse a cabo sin él. Ni el entrerriano decidor José Sixto Alvarez, ni el entrerriano un poco chacotón y un poco triste que en to­dos los recuerdos de Palermo sigue colabo­rando, el ya genial muchacho Carriego, le die­ron su favor. Ambos supieron el dialecto lunfardo y lo soslayaron: Alvarez, en sus Me­morias de un vigilante, publicadas el año gy, dilucidó muchas de sus palabras y giros; Ca­rriego se entretuvo en algima décima en bro­ma y se desentendió de firmarla. Lo cierto es que entre los dos opinaron que ni para las diabluras de la gracia criolla, ni para la reca­tada piedad, el lunfardo es bueno. Tampoco D. Francisco A. Sicardi, en ese su infinito y barroso y huracanado Libro extraño, se sirvió de él.

Sin embargo, ¿a qué alegar ejemplos ilus­tres? El pueblo de Buenos Aires-—nada .sos­pechoso, como es, de remilgos de casticismo— jamás versificó en esa jerga. Las milongas, que fueron la sobradora y discola voz de los compadritos, nunca la frecuentaron. Eso es natural, puesto que una cosa fueron los com-

hacerse ilusiones—frase que declara solecismo, no sé por qué—, propone que digamos, con metáforas do herrería, forjarse ilusiones o qui­meras, o si no a lo .sonámbulo: aluciivarsc, so­ñar despierto.

Afirmar una ya conseguida plenitud de ha­bla española, es ilógico y es inmoral. Es iló­gico, puesto que la perfección do un idioma postularía un gran pensamiento o un gran sentir, vale decir una gran literatura jxjética o filosófica, favores que no se domiciliaron nunca en España es inmoral, en cuanto aban­dona al ayer la más íntima posesión de todos nosotros: el porvenir, el gran pasado mañana argentino. Confieso—no de mala voluntad y hasta con presteza y dicha en el ánimo—<iue algún ejemplo de genailidad española vale por literaturas enteras: D. Francisco de Queve-do, Miguel de Cervantes, jQuién más? Dicen que D. Luis de Góngora, dicen que Gracián, dicen que el Arcipreste. No los escondo, pero tanüpoco quiero acortarle voz a la observación de que el común de la literatura española fué siempre fastidioso. Su cotidianería, su térmi­no medio, su gente, siempre vivió de las des-

'es acopio inútil. El procedimiento simplista usado—o abusado—por el Conde de Casa Va­lencia para cotejar el francés con el/Castellano, i:Klicaría que no es corriente mi parecer. Ma­nejó la estadística el tal señor y averiguó que las palabras registradas por el Diccionario de la Acadenitia Española eran casi sesenta mil y que las del Diccionario francés eran treinta y un mil solamente. Esa comprobación lo alegró. Sin embargo, ¿quiere decir acaso este censo que un hablista hispánico gobierna veintinueve mil representaciones más que un francés? La inducción nos queda grandísima. Yo interrogo: Si la superioridad numérica de un idioma no es canjeable en superioridad mental, repre-sentativa, ¿a qué envalentonarse con ella? En cambio, si el criterio numérico es valedero, todo pensamiento es pobrísimo si no lo pien­san en inglés o alemán, cuyos Diccionarios acaudalaJí más de cien mil palabras cada uno. La prueba se efectúa siempre con el francés, prueba en que hay trampa, porque la cortedad léxica de ese idioma es economía y ha sido estimulada por sus retóricos. Servicial o no, el vocabulario chico de Raoine es deliberado. Es austeridad, no indigencia.

Quiero resumir lo antedicho. Dos conductas de idioma veo en los escritores de aquí: ima, la de los saineteros que escriben un lenguaje que ninguno habla y que, si a veces gusta, es precisamente por su aire exagerativo y cari­catural, por lo forastero que suena; otra, la de los cultos, que mueren de la muerte presta­da del español. Ambos divergen del idioma corriente: los unos remedan la dicción de la fechoría: los otros, la del memorioso y pro­blemático español de los diccionarios. Equidis­tante de sus copias, el no escrito idioma argen­tino sigue dicicndofws, el de nuestra pasión, el de nuestra casa, el de la confianza, el de la conversada amistad. I

Mejor lo hicieron nuestros mayores. El tono de su escritura fué el de su voz; su boca no! fué la contradicción de su mano. Fueron ar-

imítrófe, que sirve para desentendert'e de lo que no se entiende y de lo que no .:e quiere entender. ¡ Muerta seas, macana, palabra de nuestra sueñera y de nuestro caos!

En resumen, el problema verbal (que es el literario, también) es de tal suerte que ninguna solución general o catolicón puede recetársele. Dentro de la comunidad del idioma (c.i decir, dentro de lo entendible: límite que esta pared por medio de lo infinito y del que no podemos quejarnos honestamente) el deber de cada uv,o es dar con su voz. El de los escritores más que nadie, claro que sí. Nosotros, los quft -pic-curamos la paradoja de comunicarnos con los demás por solas palabras—^y ésas acostadas en un papel—sabemos bien las vergüenzas de nuestro idioma. Nosotros, los renunciadores a ese gran diálogo auxiliar de miradas, de adL"-manes y de sonrisas, que es la mitad de una conversación y más de la mitad de su encanto, hemos padecido en pobreza propia lo balbu­ciente que es. Sabemos que no el desocupado jardinero Adán, sino el Diablo—esa pifiadora culebra, ese inventor de la equivocación y de la aventura, ese carozo del azar, ese eclipse de ángel—fué el que bautizó las cosas del mundo. Sabemos que el lenguaje es como la luna y tiene su hemisferio de sombra. Demasiado bien lo sabemos, pero quisiéramos volverlo tan lím­pido como ese porvenir que es la posesión me­jor de la patria.

Vivimos una hora de promisión. Mil nove­cientos veintisiete: gran víspera argentina. Qui­siéramos que el idioma hispano, que fué de incredulidad serena en Cervantes y de chacota dura en Quevedo y de apetencia de felicidad —no de felicidad—en Fray Luis y de nihilis­mo y prédica siempre, fuera de beneplácito y de pasión en estas repúblicas. Que alguien se afirme venturoso en lengua española, que el pavor metafísico de gran estilo se piense en espafioJ, tiene su algo y también su mucho de atrevimiento. Siempre metieron muerte en ese lenguaje, siempre desengaños, consejos, remor-

gentinos con dignidad: su decirse criollos n o ' dimientos, escrúpulos, precauciones, cuando no fué una arrogancia orillera ni un mal humor, retruécanos y calembours, que también son Escribieron el dialecto usual de sus días; ni muerte. Esa su misma sonoridad (vale decir : recaer en españoles ni degenerar en malevos ese predominio molesto de las vocales, que por fué su apetencia. Pienso en Esteban Echeva- ser pocas, cansan) lo hace sermonero y enfá-varría, en Domingo Faustino Sarmiento, en tico. Pero nosotros quisiéramos un español dó-Vicente Fidel López, en Lucio V. Mansilla, en cil y venturoso, que se llevara bien con la apa-Eduardo Wilde. Dijeron bien en agcntino, cosa I sionada condición de nuestros ponientes y con en desuso. No precisaron disfrazarse de otros , la infinitud de dulzura de nuestros barrios y ni dragonear de recién venidos, para escribir.! con el iwderío de nuestros veranos y nuestras. Hoy, esa naturalidad se gastó. Dos delibera- lluvias y con nuestra pública fe. Substancia ciónos opuestas, la pseudo-plobeya y la pscudo- i de las cosas que se esperan, demostración de co-hispánica, dirigen las escrituras, do ahora. El sas no vistas, definió San Pablo la fe. Ro­que no se agaiaranga para escribir y se hace ' cuerdo que nos viene del porvenir, traduciría el peón de estancia o el matrero o el valentón,' yo. La esperanza es amiga nuestra, y esa plena trata de españolarse o asume un español ga-1 entonación argentina del castellano es una de. seoso, abstraído, internacional, sin posibilidad i las confirmaciones de que nos habla. Escriba de patria ninguna. Las singulares excepciones ' ca<la uno su intimidad y ya la tendremos. Di­que rcSitan—la de D. Eduardo Schiaffino, la | gan el pocho y la imaginación lo que en ellos de Güiraldes—son de las que honran. El hecho, I hay, que no otra astucia filológica se precisa, claro está, es sintomático. Ser argentino en' los \ Esto es lo que yo quería deciros. El porvenir días peleados de nuestro origen no fué segura- (cuyo nombre mejor es el de esi>eranza) tira de mente una felicidad, fué una misión. Fué una , nuestros corazones.

padres de barrio—el cuarteador, obrero o car- cansadas artes del plagio. El que no es genio. niccro que apuntalaba esquinas por esas calles de Balvanera o por Montserrat—^y otra los forajidoos que matreriaban por el bajo de Pa­lermo o hacia la Quema. Los primeros tangos, los antiguos tangos dichosos, nunca sobrelleva­ron letra lunfarda: afectación que la novelera tilinguería actual hace obligatoria y que los llena de secreteo y de falso énfasis. Cada tan­go nuevo, redactado en el sedicente idioma po­pular, es un acertijo, sin que le falten las di­versas lecciones, los corolarios, los lugares obscuros y la documentada discusión de co­mentadores. Esa tiniebla es lógica: el pueblo no precisa añadirse color local; el simulador trasueña que lo precisa, y es costumbre que se

es nadie: el único recurso español es geniali­dad. Tanto es así, que el español no sospe­choso de genialidad, nunca recabó una página buena. Las que Menéndez Pelayo escribió, tan festejadas por la claridad pedagógica de su prosa, son evidentes a ftwrza de redundancias y límpidas de puro sabidas y consabidas. So­bre las de Unamimo no hablo; hay una seria presunción de genialidad en el caso de él. Si un español sabe escribir bien—eso que llaman escribir bien, eso de la bien plantada .senten­cia y del verbo no obligatorio—po<lemos infe­rir que es inteligente; si un francés, ya no. Difusa y no de oro es la niediocrddad esi)añola de nuestra lengua.

necesidad de hacer patria, fué un riesgo her­moso, que comportaba, por ser riesgo, un or­gullo. Ahora es ocupación descansadísima la de argentino. Nadie trasueña que tengamos algo que hacer. Pasar desapercibidos, hacernos per­donar esa guarangada del tango, descreer de todos los fervores a lo francés y no entusias­marse, es opinión de muchos. Hacerse el ma-zorquero o el quichua, es carnaval de otros. Pero la argentinidad debería sor mucho más que una supresión o que un espectáculo. De­bería ser cosa santa.

Muchois, con intención de desconfianza, in-terrogaráii: ¿Qué zanja insuperable hay entre el español de los españoles y el de nuestra con­versación argentina? Yo k s respondo que nin­guna, vraiturosamente para la entendibilidad genral de nuestro decir. Un matiz de dife­renciación sí lo hay; matiz que es lo bastante discreto para no entorpecer la circulación total del idioma y lo bastante nítido para que en él oigamos la patria. No pienso aquí en los algu­nos miles de palabras privativas que interca­lamos y que los peninsulares no entienden. Pienso en el ambiento distinto de nuestra voz, en la valoración irónica o cariñosa que damos a determinadas palabras, a i su temperatura no igual. No hemos variado el sentido intrínseco de las palabras, pero sí su connotación. Esa divergencia, nula en la prosa argumentativa o en la didáctica, es grande en lo que mira a las emociones. Nuestra discusión será hispana, pero nuesitro verso, nuestro humorismo, ya son de a<;iuí. Lo emotivo—desolador o alegrador—es asunto de ellas y lo rige la atníósfera de las palabras, no su significado. La palabra Sííbdito esta observación me la vuelve a prestar Artu­ro Costa Alvarez) es decente en España y de­nigrativa en América. La palabra envidiado es formulación de elogio en líspaña (su envidia­do tesoro de voces pintorescas, felices y expre­sivas, dice la Gramática oficial de los españo­les) y aquí, jactarse de la envidia de los de­más, nos parece ruin. Nuestras mayores pala­bras de poesía arrabal y pampa no son senti­das ixir ningún español. Nuestro lituio es pa­labra que se Juega entera para elogiar; el de los españoles no os aprobativo con tantas ga­nas. Gosar y sobrar miran con intención malé­vola aciuí. La palabra egregio, tan publicada por la "Revista de Occidente" y aun por don Américo Castro, no sabe impresionarnos. Y así, prolijamente, de muchas.

Desde luego la sola diferencia es nornra engañosa. Lo también español no es menos ar­gentino que lo gauchesco, y a veces más ; tan nuestra es la palabra Uovisna com<i la palabra garúa; más nuestra es la de todos conocida palabra poso que la dicción campera jagüel. La preferencia sistemática y ciega de las locu­ciones nativas no dejaría de ser lui pendantismo ele nueva clase: una diferente equivocación y un otro mal gusto. Así, con la palabra macana. G. Miguel de Unamuno—único sentidor espa­ñol de la metafísica, y por eso y por otras inteligencias gran escritor—ha querido favo­recer esa palabreja. Macatw-, sin emlxirgo, es palabra de negligentes para pensar. El jurista Segovia, en su atropellado Diccionario de ar­gentinismos, escribe de ella; Macana—Disparate despropó.nto, tontería. Eso, que es deniasiatlo, no es todo. Macana se les dice a las paradojas, macana a las locuras, macana a los contra­tiempos, macana a las perogrulladas, macana a las hipérboles, macana a las incongruencias, macana a las simplonerías y boberías, maca­na a lo no usual. Es palabra de haragana ge-

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Page 3: La Gaceta Literaria (Madrid. 1927). 15-7-1928, No. 38

LA OAGETA LITERARIA Página icrcera

U R A B A Y E N

El autor.—Lo que más destaca a Urabayen de cualquier grupo de gente es su viveza. Urabayen vivo, movible, agitado y agitador, tiene una profusión de ademanes y de gestos sinceíos y rápidos; tiene de continuo una fuer­za vital de juventud inquieta, indagante y protestataria. Pero además de todo esto, por las fórmu'as conciliadoras, Urabayen muestra su condición de hombre del "noventa y ocho y medio'—ha podido decirse—maduro en su prosa ¡)or la que ha encontrado la forma de cuajars,', en sus libros. Es un excelente pro­sista con discreción manifiesta de novelador. Y, sin embargo, el trabajar con reposo su es­tilo, el colocar la palabra y afinar, hasta el límite su sentido, el lograr un todo s e r e n o -aparentemente—no le proporciona quietud, in­terna ni externa, y él, lejos de ocultaflo, pier­de con gusto la postura, fachada, de maestría y se lanza desde su provincia, sus provincias, a la dimisión, a la contienda.

A FélÍK Urabayen yo le he conocido como apreciador de los jóvenes, como apasionado analizador de los maduros. Nuestra GACETA LiTERARi.-. y el autor de "Toledo. Piedad" son amigos firmes, y ya casi viejos, amistados por e! fuego común de las opiniones encontra­das; de les gestos dispares: ofensiva y defen­siva, ataque y contraataque para volver siem-l)re a empezar. Amistad lograda, fundamen­tada en reconocerse mutuamente categoría que, luego, al término de la lucha, hace el apre­tón de manos más fuerte.

Urabayen es un navarro que vive, desde hace diez y ocho afíos, por razón de una cá­tedra que desempeña, en Toledo, que le ha captado como a uno de los más suyos. Por eso el navarro ofrece a la ciudad su talento que ve todos lo'; valores de ella, anteriores y pre­sentes: eternos. Urabayen está, pues, muy consagrado a Toledo, pero no totalmente ab­sorbido. Aún queda tiempo para el norte; el escritor no puede, ni quiere, olvidarlo. Va ha­cia él todos los días primeros de vacación y regresa los días últimos. Nórdico es su ape­llido—Urabayen—-y su modo de mirar todas las cosas y su especialidad en describirlas. El precipitado de su literatura es, lógicamente, nórdico. Y ahora mucho más por el asunto, los personajes y el ambiente elegidos en "Cen­tauros del Pirineo".

Intermedio. Las obras.—Son "Toledo Pie­dad", "La última cigüeña", "Toledo la des­pojada", "El barrio maldito", "Por los sen­deros del mundo creyente". Ademá.s: una la­bor intensa y extensa en "El Sol".. . ¿Ade­más ? Lo importante: su estilo personal, su prosa de indiscutible excelencia. Ya estaba dicho.

Centauros d:l Pirineo.—Los contrabandistas na\arros son centauros, pero comienzan por un duro aprendizaje a pie. Después a la ve­jez, los que n<. han desmayado y han procedi­do con astucia, son dueños de haciendas y je­fes—que disponen ocultos ya—de todo un ejército, que es el que da la cara, el que se arriesga. Braulio — el protagonista — empieza con suerte: vi; caer a su lado a un compa­ñero atravesado por las balas de los carabi­neros que a él no le tocan. El percance le hace huir del mal sueño que le supone esa realidad. Y cuando el sueño verdadero le rin­de—en lugar seguro—la escena se reproduce, id hace fantástica y más horrible. Entonces es (usndo el espíritu vacila, cuando el hombre duda de volverse a entregar al peligro. Unos días de calma y la ambición ante la propuesta y la facilidad relativa de algún negocio le sirven de estimulo a seguir el camino empren­dido. Braulio va adquiriendo rápidamente en la marcha del tiempo posición de tratante. Compra caseríos en puntos estratégicos que faciliten su negocio. Y en las mujeres, .cuan­do las pone la mano en la cadera, nota cómo le miran con ojos de ternera enamorada. El tratante llega joven al máximo de su aspira­ción: forma parte—^y es figura principal—en los consejos y reuniones de los más impor­tantes jefes del contrabando. Tiene—^lo mismo que casen')S—hijos dispersos; tiene patrullas de centauros valientes y hábiles.

Se siente casi señor. Acaso se siente pa­ternal. Pero al tratante le aguarda un final trágico, un final que se debe íntegramente a su excesiva audacia. Acude a una cita que le da—por haberla él .solicitado con imperativo— una mujer con la que mantuvo reciente entre­tenimiento. JCn la cita hay una emboscada. La mujer tiene otras relaciones más .seguras: un hombre que sabe que acabando con el antiguo centauro se amortigua el recuerdo y se im­piden posibl<;3 molestias en el futuro. La em­boscada prodLice, para los que la tienden, un resultado sat.sfaotorio. El tratante muere, igual que aquel carnarada de lejanos días al que dejó atravesado p<.r las balas de los carabineros.

Y aquí termina el libro. Los elementos de expresión, de plasticidad, de trama le son fa­vorables por como los maneja el autor. Esta novela es, pue.s, un producto de buena—aunque no nueva liti i'atura.—Miguel Peres Perrero.

LA INFORMACIÓN

PERIODÍSTICA

®®

Ofiolnat d« recortes da pa* riódtcos de Madrid, provlnolaa

U axtraniaro.

IIHarCB regislrací

RottfíguBz San Pedro, 58 :-: Apartado 7.044

M A D R I D

C. M. A R C O N A D A : Urbc.—hvsprentz Sur. Málaga.

Cualquiera que, conociéndole algo, no conozca bien a César M. Arconada se extrañará atUe el hecho de su libro más reciente. ("Urbe". Imprenta Sur. Málaga.) Se extrañará con tai estii|X)r hondo, no producido por las caJidades líricas que encierra, con .ser tan infrecuentes, sino por su tono de voz, .sostenido en in.solen-te ailarde.

Y, sin embarjíii. Iiicii iiiiradu v jeiiiiradu, no hay motivo par;i l;i s(.rpri-,a. I'JI IIHKIII \ioleuto, directo, veloz, que .Arconada ciiiplca iii ^u libro de |>oemas responde, más qui- a una iónica ])er-sonal, a la estructura misma del mundo que contempla y que exalta. No es difícil reconocer en sus páginas el fuerte estilo de actuación que cualifica a las nuevas niaiiiíoslacioncs—litera­rias, y, sobre todo, aliteraria,s—jirfxlucidas en la líuropa de postgvierra. Estilo juvenil, para decirlo con un adjetivo exacto, puesto (|ue las últimas generaciones, a diferencia de las pre­cedentes, han retraído su ideal de vida hasta los que son propios de una edad corta, y el mó-

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C. M. Arconada

dulo ágil, enérgico y alegre sobre que gravita nuestro tiempo es, según la de-snuda evidencia nos muestra, el hombre de veinte años. Poca.'! veces como ahora, "el joven" ha sido el cen­tro de la vida social.

Arconada posee hoy su juventud con pleno derecho. (De él puede presagiarse, viendo la entraña palpitante de su libro, que ha de po­seerla sicmrpre como base de su potaicia y ocul­ta raíz de su producción.) Hay en "Urbe" un derroche de energía ávida de records. El poeta .se lo juega todo en el deporte, sin darle a cada salto más transcendencia—ni menos—de la que tiene en realidad.

No pretemle eternizar, ni acostarse en esa siesta de un número que es ol infinito. Le basta con su juego... Pero en ol juego—sicntpre ocu­rre—bajo el puro placer dell deporte alienta una intención polémica, de combate. Litención lí­cita cuando, como en este caso, no se adelanta nunca hasta un primer plano indiscreto, ni em­plea otros medios (|ue la mayor cficienéia de un juego limpio.

Cada poema <]e Arconada tiene, junto a su valor lírico incoiUrastiible un alto v;iilor de ejemplo. Ejemplo duro, esquinaílo y difícil, es cierto. Sus versos, di.s.pares y unidos como re­baño en Castilla, se desparraman a veces agui­jonados ixir la nota aguda y sentimiental del saxofón i|ne el poeta utiliza en una línea que­brada, risiu'ñ.i, irónica, buscando un latigazo de contra.stc.

Arcona<la no se entrega nunca a la voluptuo-siílad de la rima. Su oído fino de gustaílor y crí­tico m'usical no resiste el dulce machaqueo del organillo. (¡ Nada de habaneras 1) Quiere ser el creador de su mundo ipoético, de su propio ar­tificio formal y anímico. Para ello rechaza fór-mtilas acreditadas en la farmacopea lírica y se lanza a ensayar y tantear por su cuenta y rie.sgo.

Su "Urbe" , como la Jerusalén del Apocalip­sis— la primera ciudad futurista, que yo sepa— tiene unas fuertes murallas, y puertas guarda­das por ángeles que sólo pueden ser violentados por los toros de Buster Keaton.

Bajo eil acerado blindaje de su cubierta, "Urbe" es un libro trepidante y lleno de pa­sión, en el que se escucha el latido enorme de los motores de esos autocamiones dignos de un madrigail, que s.e reducen sobre las cintas de asfalto y lastiman los oídos del burgués. Bas­ta repasar su índice, su guía de calles, para ob­servar con cuánto acierto han sido elegidos los temas que la ciudad ofrece en catálogo inter­minable; con cuánta admiración cuidadosa han sido destacados por el lápiz encendido de las preferencias.

Para amar a la ciudad y disfrutar de sus caricias es necesario—precisamente—^ser hom­bre de ciudad. El verdadero pasmo del metro y los rascacielos está reservaílo para el más asiduo y comprensivo. El rústico no compren­de nada de estas cosas: las mira, pero no las ve. Ni las oye, ni 'las entiende; lo que hace es extrañarlas. Las detesta en el fondo, aunque caída año les haga una visita. El se atiene a su lirismo agrario. Es lo suyo.

C. M. Arconada, selecciona con agudo cri­terio los motivos dispersos en la ciudad, y los dota de perfil lírico. Recoge una canción de amor, en im taxi; elogia una central eléctrica; dirige una oda a un automóvil, y sorprende un nocturno romántico en el cinema, donde

...ruiseñores de amor cantan tiernamente en los [nidos,

la melodía de sus quejas. El jardín de la sala tiene luna de proyector. Borbotea como una fuente, el ruido de la máquina.

El poeta nuevo se encuentra, por dicha suya, cdlocaílo ante un mundo profuso, vario, abun­dante e imprevisible. Es el mundo que tiene que descubrir y fijar. Obligadamente ha de padecer ese momento de indecisión en que se prueban los tempi-i aiii, lili I-, y queda despejado quien es el (|ne cini.i li.-; ojos, víctima del vértigo, y quien se arroja a nadar en el mar—en el pié­lago insondable—de los posibles temas. (Nun­ca falta. a.simismo, el ciue pretende nadar y guardar la ropa.)

Arconada ha moistrado en esta prueba un cer­tero instinto. Se ha orientado hacia lo mejor y más Ix'lk), acuñándoilo en ¡¡¡ezas de poesía de IiiK-ii.i ley, Bien podemos crilgar de su pe­cho una condecoración y dedicarle una salva de aplausos j)ara premiar, no un heroísmo infor­tunado ci>mo el de .\'obili-, sino el afortunado heroisnio de haber chnado sus banderillas en el niiüniü' Polo Norte de, sus intenciones.—-/'VÍDI-cisco Ayala.

MATEO CLADERA P A L M E R : El hom­bre que .te descubrió a si misino.—B. Reus. Mallorca.

Uno de los per.sonajes que transita por este libro—Fabert: abogado católico y apostólico— dice a otro de ellos—Rocher: poeta en trance de conversión: " Para escribir una buena no­vela preci.sa, ante todo, saber escribir, no tra­zar plan al.ííuno, sino tener un idea."

Cladera Palmer—escritor que desde Mallor­ca lanza sus voces briosamente—se ati*ne bien al consejo. Su novela carece, pues, de plan. (Pero "plan" que en español significa pro­yecto, en latín significa norma. Más rigor. Más exactitud. Y en una novela "proyecto" puede equivaler a borrador—a antecedente—, mientras que "norma" equivale a valorización, a categoría.)

Sin norma, sin barreras, la novela tiene, in­evitablemente, que producirse en inundación. En términos nuestros: en confusión, en des­ordenación. Siguiendo esta ley, el libro que comentamos cae, o entra, en un género muy cercano al desorden: el folletín. (¿Pero es lí­cito, hoy, un folletín sin picardía caricatures­ca? No es que nos asuste la abundancia de peripecias frente a la novela actual—poemá­tica—tal falta de ellas. En el folletín lo que asusta, no es su acción, sino su lógica. En una novela puede haber veinte muertes; pero hay que saber matar.)

Cladera Palmer, que parece un hombre de gran tumulto—lo cual es un previo gran indi­cio— ha escogido para su primera novela de­masiada multitud de elementos—un atisbo de revolución, inclu.so—, Y esto, al mismo tiem­po que acredita su fantasía, acredita su inex­periencia. (Porque no es fácil gobernar, de primer intento, un mundo tan vasto. Los di­ques-das nornia.s—se ponen con facilidad al agua encauzada, jxiro no al agua desbordada.)

No me explico por qué el novelista ha ne­cesitado • tanto escenario para desenvolverse. En límites más reducidos, las realizaciones hu­biesen sido nías perfectas. Con ello, ganaría en psicología lo que perdiese en fantasía. La novela se haría más local y profunda, más di­bujada y precisa.

Pero Cladera Palmer, siguiendo la opinión de su personaje, tiene,' a cambio de la ausen­cia de plan, la tenacidad de una idea. Una idea moralizadora. Efectivamente, en su obra y en sus libros anteriores—y acaso en los fu­turos—la idea de la moral cristiana es el eje de todas sus divagaciones filosóficas. Segura­mente qu(' todos nosotros—muchachos terri­bles—no compartimos ni sus ideas ni sus pro­cedimientos divulgadores. Pero el autor se sal­va por este lado de la prédica. Hay en su ac­titud, nobleza, limpieza, convicción, pasión. Y esto siempre es digno de elogiarse, de reali­zarse.

Cuando la ni»vela transcurre jxir estos cauces, se ve que el actor cailra en sus verdaderos domi­nios. Cladera Pailmer sigue siendo, después de esta novela, un escritor divulgativo, moraliza-dor, preocupado ])or la historia y la filosofía: Cuallidaíles suficientes para elogiarla, y para es­perar de sus libros futuros sazonadas excelen­cias.—Ar.

LIBROS INGLESES

G. K. C H E S T E R T O N : El regre.w de don Quijote. Traducción de César Falcón. Edi­torial Cosmópolis, Madrid.

Abordar un libro de Chesterton es abrir un ancho ventanal sobre el campo mejor sembra­do de acontecimientos; es confiar la mente a la observación—a la observación aventurada y tranciuila, desde la atalaya de la quietud ex­perta de las inhibiciones, de las continencias no exentas de perspicacia—; es disponerse a la concentración para la integración de lo disper­so y la identificación de lo valioso; es satu­rarse de conciencia y verdad y limpiar la res­piración—frecuentemente fatigosa—en el ám­bito que se horisonialisa (no hay otra expresión posible) en las más lejanas luces cardinales.

Por la abrochada y opulenta prosa de Ches­terton transita un bosque inabarcable de sor­presas, de portentosos hallazgos. Estos pres­tan sombra proficua al espíritu y lo propician para la expansión. Y esta expansión se afirma en las excelencias, en las exorbitancias de la compatibilidad y la altura. Torres impetuosas y adustas, enaltecedoras de la serena soledad; árboles exaltados y ahitos, investigadores y huraños; nubes ampulosas y cordiales, acogi­das a la libertad neta; manantiales de trans­parencia indiciadora, de placidez insuperable, de ilación insoluble... Todo esto, cargado de anhelante abstracción y a la par de referencias jas, substancia la obra de Chesterton entre rá­fagas de vehemencia, franjas de insospechados coloridos, gritos alados de luz flechada y di­luvios enérgicos, copio.sos, de movimientos y tran.smutaciones.

Todo esto—también—reside, autógeno, en El regreso de don Quijote.—C. A. Comct.

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El Diario de viaje de un filósofo, que ha sido vertido al castellano con esa amorosa acuidad característica en el ilustre catedrático español García Morante, nos muestra plenamente el amplio espíritu de su autor, el famoso profesor y pu­blicista que desde hace años viene atrayendo hacia sí, por sus obras y por su la­bor al frente de la "Escuela de la Sabiduría", de Darmstadt, la atención de Euro­pa. A la que podríamos llamar su segunda época de actividad y labor: la en que efectúa su periplo en torno del globo, corresponde esta obra, a la vez extensa y varia, profunda y amena. Asia, América y Oceanía constituyen los escenarios que, al ser contemplados, sugieren a Keyserling las interesantes páginas que in­tegran este su Diario de viaje, cuya lectura resulta grata y provechosa a todos.

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Pntaflói de Lois IDÜHIO llain La nueva ¡Kiesia desplazada hacia el Sur. Hemos asi.stido a loda.s las oi)eracioiies; na-

ixirnoá las matemáticas rejuivenecidas—en nues-ii'o auxilio y al efectuar el balance, al cuadrar ios resultados del Debe y el Haber—en nuestros libros líricos—se ha manifestado la nueva poe­sía desplazada hacia el Sur.

La aparición de valores en regiones opuestas, la adición de bases pesadas sobre d platillo en lito de la balanza, debe ser recogida con ex­pectación.

He comiprado lui mapa de España. He ido ponieiKio cruces rojas. He 'añadido una—^segura, definitiva—en el

Norte. (Registrador, juez de campo.) Del campo—dei¡)ortivo—de nuestras olimpía­

das literarias.

El Poeta.

Luis Amado Blanco es asturiano; nos lo dice iiomipre que intenta recoger—en sus poema.s— jxígeno libre y limpio de montaña, o delicados liles de bruma. Se ha forjado en las playas —sus playas—del Cantábrico (mar fuerte), cla-iificamdo cuidadosamente sus im-prcsioncs cu el

mi^m0mm0mi^it»0m»H0im0>t^0mmim»0fm MMMMWMMMMM

Amado Blanco

•ncasillado .scnitimcntal, sin prisa, sin preocu-¡aciones engciulraíloras de prejuicios.

Luis Amaido Blanco, por el nvero hecho de llamarse poeta, no quiere nada, no desea nada, / en su anholo de no mízclarse en los engra­najes—^múltiíJles, difíciles, complicados y, a ve-oes, lamentables—engranajes de los profesiona-cs de la literatura, trabaja—como tantos otros •scritores de las falanges jóvenes—su labor niiversitaria, de hombre independiente que pu-jlica libros. Su labor—activa—en ambos muñ­ios diferentes, le da esc aspecto de joven nor-eamericano, de película, que tan bien hace en-re el buró y la Underwood.

Lui,s Amado Blanco sabe, ha analizado, el >roítindo teórico—¿o el práctico superficial?— leí honxbre de hoy. Sabe de bifurcaciones, y ;i por una vía tropieza con la lámina intran-[ueable—un poco clásica—de , las costumibres idquiridas, iwr la otrS puetle salir, jubiloso y ibre, vibrante de juegos sensoriales, .soslenien lo—como un geógrafo—sextante y brújula. Do­minador de sí mismo, conociendo—^gran vir­ad—^todos sus resortes, se ha estudiado, se

'la hceho la disección, y el resultado es—en un ^•>arcntesis de sus actividades—^un libro de ver­sos—un primer libro de versos—bien orientado. Bien definido.

Con él debajo del brazo se presenta en el («moraima nuestro, en el salón de té de nuestras itribuciones. A mí me toca presentarle:

"Luis Amado Blanco, poeta del Nor te" .

"Norte" (Poemas).

Todo primer libro significa, a más de selec­ción, recopilación. He aquí eJ peligro. Durante ,u transcurso—el tran.scur.so de todos los pri­meros libros—donde hay eslabones de varios iñO'S en cadena inaugural—se suelen encontrar lesigualdades y contrastes de materia prima imprescindible. Sin embargo, "Nor t e " figura irmonizajdo de tal modo que resalta la parte uminosa, las superficies brillantes, quedando as penumbras en una suave discreción.

"Nor te" señala el comienzo de un buen po€-a. Un conjunto de poemas sin audacias y sin eminiscenoias; personales, ajustadas. La aso­lante adquiere en el verso de Blanco, blandura / esixmtancidad sugestivas. Se ha educado con ^uan Ramón Jiménez, y no lejos de su mesa le tral>ajo tiene un libro de Alberti, atinque •sto no significa gran cosa, dada su fría in-lependencia espiritual. Su lírica no tardará en lerivar hacia la plá,9tica de la imagen. De au-• urarle po.sible trayectoria—de las profecías, íbranos, Señor—le colcKariamos junto a los

uovísiim»s; no sería extraño que derivase junto i sus opuestos de latitud pero afines en pers-,}ectiva; Rafael Laffón, Altolaguirre.

Su espíritu análogo en suavidades, a pesar de a diferencia de clima.s—¿qué importa .so! o iruma, mediterráneo o septentrión, si hay lla­mas afines?—a los de las fuentes del Sur, mar­ca con "Nor te" un punto de transición. Dijé-rase que Blanco nos le envía desde la plata­forma giratoria de las siirpresas líricas. Pása­los los acontecimientos primeros—de los libros i>rimieros—^su producción será dispar.

Sobresalen sus "Poemas de Navidad", des-critivos, sinópticos, con atinadas libertades nié-

Ílricas; ol "Poema de la novia", ingenuo y apasionado, crisis de amor en vicisitudes de presencia y ausencia, y los "Poemas de las cuatro estaciones", como los primeros, sinté--icos, con motivos clasificadores. Hay un trip-ico de esencias infantiles donde el lirismo cul­mina sutil y delicado.

Madre: ¡llévame a vivir a la calle de la brisa!

Sobre la pasión feliz que se desl»rda en lajs páginas:

Poca gente. Mar de plomo. Suave mañana de niebla. Yo busco un traje amarillo I>erdido en la arena inmensa.

Pone Blanco, al fina!—^voJvieiiílo a la reali-:!ad de las visiones rotas, de las inevitaMes tran-iicione.s—un apunte pesimista aunque satinado de elegante humorismo;

No habrá ni duelos ni llantos, ni rezos ni cofradías, ni irá a llevarme a la tumba una carroza ridicula.

(Yo me perderé en el alba nevada de mi camisa).

Bien venido, Luis Amado Blanco, de la tie-ra del carbón y de la bruma; de las montañas —verdes—y do! mar dinámico y abierto. (Mar absoluto. Mar lírico.)

Nota.—"Norte" carece de aproximaciones ííongoristas. En el contagio del centenario ter­cero, la ¡nmutii<lad es un don.

.Accésit.

Santiago de Onlañón lia puesto en el libro .le Blatico bellas decoraciones. Originales. Con­cisas. Sus figuras tienen—para acercarse a ios poemas—suntuosidad mística, primitivismo ritual.

Un concei)to acertado de la técnica de ahora niisnvo (hora oficial).

F'ara Santiago de Oiitañón, un accésit.

A N T O N I O DE OBRE(X)N-CHOROT.

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Page 4: La Gaceta Literaria (Madrid. 1927). 15-7-1928, No. 38

Pk^M euártá m i LA GACETA L I T E R A R I A

E. GIMÉNEZ CABALLERO

12.203 kilómetros literatura '> jr-

L a e t a p a i t a l i a n a *^

La epidermis de contacto.

Entré en Italia por la vía francígena. Salí p<,)r la helvética. Reentré por la ger­mánica. Y repartí por la mediterránea.

Tal zurcido sistemático de perforacio­nes sobre el umbral italiano me cosió al ánimo una de las dos caras que exige el conocimiento esencial de un país: la de afuera. I->a epidermis de contacto. El per-fd del-A'o nacional delimitándose sobre la masa heterogénea del no yo interna­cional.

( j W ^ ^l*^i4€iMr-••nnu^r*/Cor<. LuAtOAMl

cilante, espías de cabio sin tessera.

lo sospechoso, del vo-

Ríli\i.lu y a¡if,'>;/ntfo de MussoHiii de su c¡>oca de alliañil

No podía aspirar a lograr el otro modo de conocimiento: la cara interna. La del análisis lento, reiterado, perdiurno, de los componentes somáticos. La valoriza­ción atomística de la rica complexión italiana. Eso me hubiera exigido la hos­pedería y la novela.

Dada mi fórmula de viaje ^—veloz, transida—, tenía que aplicar sistemas transitores y veloces, pespuntes visuales, agresiones de litoral, juegos de orillas, inteligencias de arista. I

Italia me ha ofrecido, ante todas las otras emociones, esa de la belleza en vo-him<n, sorprendida en tres o cuatro gol­pes de pupila, con ese parpadeo mecáni •co en que la imagen se va jirecisando solire la retina, llena de valor ]3lástico, como sobre el celuloide sensíl)ilizad(3 un objeto fluyente tras uiías vueltas de ob­turador.

Apreté al níquel de mi disparador vi­sual con automatismo de kodak, cons­ciente de poder luego, a distancia del ob­jeto, revelar mis instantáneas, casarlas entre sí y darlas sentido.

Límites intransitivos de boxeador.

Italia, abordada por cualquiera de los cuatro ángulos que yo la aljordé, se en­cuentra siempre en guardia, como el bo­xeador bien cubierto (jue forma, un todo inti-ansitivo entre sus movimientos de defensa y sus iniciativas de ataque.

.Así como hay ]>aíses de límites laxos (Suiza, Bélgica, Polonia) donde es pre­ciso <'oiisultar muchas minucias para dis­cernir su término, ya que sus mismos em¡:)leados de término—-revis(M-, aduane­ro, policía- no bastan, hay otros en los que el límite tiene algo de foso, la fron­tera un chirriar de ]Hiente levadizo. Uno de ellos es f''.spaña. Y otro—ya lo creo— Italia.

Al llegar a Mspaña, desde cualquier punto de Euro])a, da la sensación de que hay que dcs[)ojarse de ciertas envoltu­ras, un romo tener que cambiar ligera-rueiiíf .(ir vestido, de tocado. Llegar ai Italia, es la sensación semejante, sólo que a! revés. Lo que en España resulta acto voluntario, en Italia acto impuesto, in-i quirido. Algo de eso delie pasar en Ru-: sia y en Norteamérica. Ese esperar del viajero a que en vez de marcarle el pa sai)orte con tinta violeta le hagan una i marca de fuego sobre la piel, como a las reses.

* • *

Viniendo de Francia color dulce azul, empastelado—, es Italia una llamarada^ blanca de luz, color magnesio. Sobre el platillo duro del Alpe, el mechero del sol quema sobre la nieve primaveral fogo­nazos de alíinna para que se fije la aten-1 ción del viajero en los l)igotes de ese doganiere, remangados a la saboyana, lierizados en liayoneta, negros, pareja de vigilancia estricta para la nariz inquieta, fuoruscita del rostro, granujientamente comprometida.

Viniendo de Suiza, es Italia el acabar-i ,te la verliena del burgués, el adiós a la! feria visual del nuevo rico, a la combi-iiaciíjn de billetes válidos para el lago, para la cervezíi, fiara el l,),arco de ruedas, para el 'insiíiro de confort, para la luna' spbre la nieve y fiara las carreteras de límeles, pinos y bicicletas. . E! ciprés asoma su severo dedo índi­ce. Ivl desconchón en el vico muestra el Intiice cochino de sus nalgas paganas. La r>'rrri r<.xhina los dientes bajo el rodri-¡v 11 -uitoritario y bajo la iiuñalada del r.rado. El sol enjuga légañas de luz en paños de ropa íntima. I.a montaña se hace monte y el glaciar espejo de mano. Y frente a la vacilación ídiomática de las cosas suizas, leyes de ca.'sticismos co­rren por las paredes, luirones de lo va-

* * *

Viniendo de Gemianía, es Italia el fu­námbulo que digiere la espada sin pin­charse. Es el escamoteo de lo inescamo-teable.

Es el convertir en pompa de jabón, irisada al viento, la bola de billar, la bala de cañón.

Es el liquidar el paisaje de clínica den­taria, el aparatismo de la vida, el engra­naje crudo y esquinado de las necesida­des alemanas.

Es iierder el sentido de la vía y de la vida férrea, de la chimenea corpulenta como bock de la campiña.

Es transformar la máquina en árbol y las fiebres modernas de vivir en una crd-ma sin época.

¿Y viniendo de España? ¿Qué es Ita­lia viniendo de España por ese puente de costa brava catalana, por donde cruzan cantando marineros de iVIarsella, paisa­naje de Niza y comerciantes genoveses?

La trampa.

líl español que no conozca Italia o no la hubiese visto desde largo tiempo, entra hoy en Italia como se entra en trampa. Incauta, gratamente, encebado de nove dad y de jiintoresco. Hasta que un golpe repentino hunde y deja allá abajo la víc­tima, sm [/«jdei defendí" '•, •'" tratar casi de defenderse. Esperando una sal­vación que no se sabe si lUg.'irá.

El es]iañol cae insensiblemente en la trampa italiana ya desde la froiiiern. I'ero

La madre de .1/IÍ,V,VO/Í)IÍ, Rosa Maltoni

el ahogo subitáneo e insospechado no lo recibe hasta pisar el resorte delicado y secretísimo de Roma.

Peldaños: Alilán - Florencia - Roma... Pero no adelantemos referencias ni con­mociones. Desviémonos un poco al mar­gen y narremos sucesos, literatura, amis­tad. Dejando para luego la personal ex­periencia, el grito agudo del caído en la sima.

Milán.

Almorzando en la estación de Milán, se me ocurrió pedir panettone milanés. Una ley prohibía el lujo de esa harina de lujo en favor del pane sencillo y sin lujo. En cambio pusieron a mi disposi­ción todo el sistema arterial de macarro­nes que necesitase, esas algas, esas viru­tas de pan que son los macarrones.

Es la guerra—indudablemente—, pen­só uno, tras esa experiencia de sobriedad austera y de .sacrificio, y contemplando por los andenes y corredores tanto revolver, tanto gorro de astracán y tanto galón en gentes autoritarias que esperaban órde­nes repentinas de movilización recostadas indolentememte sobre los nmros y las fa­rolas.

/ : / padre. .¡le¡aiidr,i Mussid'mi

Esta sensación de que no ha termina­do todavía la guerra o de que va a em­pezar otra en seguida, como un segundo acto, la tiene todo el (.[ue pasa y repasa al cal)0 de los años por estos países de la Gran Guerra. Para un español que vive desde hace lustros en un mar acei­toso de olvidanzas, protegido por charo­les inocenles de Guardia civil, este senti­do alerta, oxeado, rijoso, le produce la molestia de las fatigosas ascensiones. (El espíritu español h;i echado mucha tripa para viajar ya ágilmente.)

Este es uno de los primeros cebos, sin embargo, en que pica afanosamente el es­pañol. El español joven, se entiende.

El español joven de hoy siente triste­mente adormecidos sus instintos brutales y agresivos, por tantos años de burocra­cia pacifista, de militarismo oficinesco, de predominio oficial de los viejos, de los ramplones, de los cursis de una clase media estricta.

l lsa genialidad del fascismo de haber dotado * S"S elementos, todos civiles, de

un traje de corte civil, casi deportivo, liien diferenciado de ese uniformecillo militar del ejército, tan viejo régimen, es una de las cosas que le defienden me­jor. Así como el tener a todos esos ele­mentos deportivos lejos de toda oficina, de toda covachuela, de todo destinejo mi­nisterial, en plena vía férrea, en pleno periodismo audaz, en plena frontera, en plena alta hora de la noche, en plena ten­sión vigilante y dominadora.

Se cuenta el cuento entre los mismos fascistas del chino y los ladrones.

Un ladrón para un chino es tá. Dos ladrones, ta tá. Tres, tá ta tá. Y muchos, ta ta tá-tá, esto es, el himno fascista.

Pero el ladrón tiene que tener aspecto simpático de ladrón y no de sacristán si­giloso. Y el fascista es lo que menos se parece a un sacristán. Con lo cual no <|uiero yo cantar el himno del chino, sino afirmar la superhombría del ladrón, el nietzscheanismo del bandido, aplicado a ciertas funciones sociales, de ju.sticia. El pueblo se va siempre con José María el Tem|jranillo y nunca con el alguacil o el preboste.

Como a mí no me interesaba ver ciu­dad, hacer turismo, enterarme de ninguna forma monumental, vi sólo Milán por el esencial agujereado que relaciones fami­liares y amistosas me proporcionaron.

Tuve de Milán—;así como dd resto de mi ruta italinnn—esa visión despreocu­pada y entrañable c[ue sólo da el zambu­llirse en la vida normal y consuetudina­ria del medio que se atraviesa, com,o si >a de=de largo tiempo se estuviese en él inscrito. Esto posible, dadas las condicio­nes precisas—como las gocé yo en Ita­lia—, es el tínico método recomendable de visitar tierras extrañas. Porque uno pone las vivencias usuales de su propio país, y cree vivir usualmente. Pero la rea­lidad distinta del nuevo país, la novedad sobrepone, al fin y al cabo, su sello anor­mal sobre esa tendencia noTmaliizante. iÑesultando así una conjunción deliciosa, un turismo sutil y sin esfuerzo, una com­prensión como visceral y como de seda. Casi un perfume.

Milán es, sin duda—mis precipitados íi'iisihles me marcan su manometria—, es, sin duda, un portal primero de la vida italiana. Es un arco primero de triunfo hacia Roma. Lo que en Milán da sensa­ción de italianidad es su concepción del ¡xjTtal. Su portalidad. No hay casa de cierta importancia que tras su apariencia un poco pesada, cruda y germánica, no contenga el solemne ensanchamiento de un enorme portal, de un vasto patio en-cancelado. Esa ilusión de querer ser un vago palacio florentino, vienes, romano; esa querencia hacia el cortil renacentista, hacia una morfogenis de vida clásica, ca­racteriza mucho a Milán. Las mismas famosas Galerías milanesas son famosas en lo que tienen de portería monumental, de vida chi.smosa e innumerable de por­tería.

Todo Milán es puerta. Puerta latina sin goznes, arco triunfal de paso. La ci­vilización nórdica, liberal y mecánica, viene y etHra por allí. La reacción senti­mental y milenaria del sur sale y va por allí taml)ién. De Milán procede la arran­cada del goi fascista, el gran chutamicnto hasta la otra portería, hasta el otro cam­po enemigo.

De ahí, ese sentido pintoresco, nutri­do, abigarrado y rico de la vida milanesa, mucho más apta para la novela y la vida literaria que las otras comarcas italianas, demasiado homogéneas y particularistas. Stendhal encontraba en Milán un con-centramiento ciue en vano buscaba en otros sitios. Stendhal, con su nombre de germano, su sangre alpina y su amor itálico, me pareció a iní siempre como el alma exacta de Milán. Porque en Milán hay esa tripartición de flujos. El tipo que' se encuentra junto ail Campari .o nLBifti, es Ñapóles, es Calabria, es el ciprés, el; condottiero y el pelo rizado. Pero la lar­ga calle extraurbial, la calle castiza mila­nesa, es el mismo no acabarse de las ca-' lies duras, geométricas y secas de Bavie-ra o de Westfalia. Y el pulido aleteo cor-: tés de las. conversaciones de las gentes, y esa especial elegancia tnilanesa, llena de modos y de formalismos, tiene una vergencia gálica, transalpina.

Una vez le preguntaba, yo a "Azorín" qué le gustaría de Italia (Italia cpte no conoce). Y pensaba en Milán, por ¡os ca­fés de que hablaba Stendhal. Baroja com­prende también el meridano milanés. E l mismo es, en parte, de esa comarca. Co-¡ marca de campo' montañoso, húmedo y dulce, donde la majestuosidad esforzada ele Suiza toma un- carácter campesino, humano, cordial y accesible. Todo ese mapa lombardo-piamontés-véneto ha sido el de la novelística italiana contemporá­nea (Manzoni, Fogazzaro, Slataper, Sve-vo...). Ya que la novela renacentista, con su carácter fragmentado, agudo, erótico y burkSn fué más bien toscana. (Boccac­cio, Sermini, Sabl>adino). Beffa y argu-zia, de la novela toscana que hoy reapa­rece en cierta modalidad de d'Annunzio. Y, sobre todo, en Fucini, Paolieri, Soffi-ci y Malaparte.

* * t

Esa fetidez que se siente en Florencia y en Venecia procede de la putrefacción de tantas admiraciones insinceras, bana­les, transeúntes, de tairta pólvora en sal­vas quemada en el fusil del Bíedeker.

En cambio, la gracia cosmopolita de Milán es vital, auténtica, directa. Produ­ce automóviles de marca universal y ne­cesaria. Produce literatura alegre de dan­cing y de sport, de esa que hace rabiar a los casticistas del Italiano y del Selvag-c/io. Produce sincero novecentismo. El futurismo — maquinístico, exaltado, in­tercontinental — salió de un corso mila­nés. La Institución de relaciones con el extranjero, más apta y amable, "II Con-vegno", está en Milán. El restorán más acogedor y polimorfo de arte, Bagutta, está en Milán.

capacidad acogedora, introducto-dimensión co.smopoHta, hace que

se lleve la gracia de las organiza-de arte, de intelecto y de indus-

1 al ra, de Milán ciones tria. Su cosmopolitismo no es de museo, como el de Venecia o el dé Florencia. Florencia y Venecia son- dos monstruos del cosiiiopoliti,smo. Son vertederos del

/:•)/;: treelor de "11 Cnnvegno"

Por eso yo tuve gran ]>lacer—yo, hués­ped de Baguita y conferenciante del Con-vegno—en aceptar la invitación del Ro-ntry Club en el Cova, como la acepté an­teriormente en el Kiia, de Baíci:lona. Barcelona, Milán: he ahí sedes auténti­cos de Rotary Club, de esa burguesa ins­titución capitalista, comercial, un poco espesa, de una fraternidad interesada, veloz y de paso, sin transcendencia reli­giosa, con moral cuáciuera, austera y su­perficial a la par.

He juntado los nombres de Milán y Barcelona a propósito del Rotary Club. Y, sin embargo, su juntura podrá depen-d<ír de lazos mucho más hondos.

Ya Diego Ruiz, aquel filósofo catalán del Entusi:isnio — filosofía prefascísti-ca —; asignaba a Barcelona en la vida peninsular del porvenir un papel seme­jante al de Milán en la península ita­liana.

Siempre me ha dado que pensar a([ue-Ila videncia del pensador Diego Ruiz. Porque coincidía con la mía, sostenida eficazmente en mi GACETA LITERARIA: de que Madrid deberá quedar en lo fu­turo con un carácter estricto y abstrac­to. Mientras todo lo vital en arte, ciencia, literatura e industria deberá acudir a la gran P>olsa barcelonesa a potenciarse de público, de atención y de exigencias. Y de simpatías.

Sólo el día que Madrid, olvidando cen­tralismos absurdos, de viejo tipo liberal, de acento francés, de cariz borbónico, se desembarace del triste prejuicio catalán, será el día en que Barcelona abrirá su generosa nobleza a Madrid, como siem­pre la ha abierto en cuanto Madrid ha llegado a ella despojado de señoritismo y de petulancia cursi. Yo soy, y mis ami­gos, ima gran prueba de ello.

Con ser madrileño, archimadrileño, y soñar para Madrid un abolengo exquisi­to, mi torrente simpatizante va hacia Barcelona, cada vez con más conciencia, porque es allí donde he sentido más firme y más sincero el a]iretón de manos de la amistad.

cía d-e arte, de literatura o de ciencia nue­va, trasvasándola de la Conferencia a la Bil)lioteca y de estos dos puntos a una se­lecta revista, // Convegno, que pudiera ser imiy l)ien la Revista de Occidente ita­liana si no tuviera perfil especifico y propio.

Ese sentido universalista y diplomático del Convegno se ve reiterado en la redac­ción de La Fiera Letteraria y en el modo de funcionar la trattoria literaria de Ba­gutta.

La Fiera Letteraria, que tuvo un ori­gen semejante al resto de los periódicos literarios europeos— es decir, un mode-laje sobre el standard de París—, adqui­rió en seguida un sello original. No hay nada más interesante en literatura com­parada del momento, que confrontar los aspectos y modalidades de los distintos periódicos 'literarios de Europa. Ha sido una de las tareas más gratas de mi viaje ese estudio confrontativo y pronto se concretarán mis notas en una conferen­cia o largo ensayo, para uso inmediato de las provincias españolas.

La Fiera Letteraria, a diferencia de Francia, que dio impulso "editorialista" a su publicación; la de Alemania, que se fijó en la parte material y gráfica, con especial amor, y la de España, que dio un tt)no de política cultural y joven, concedió primacía a dos corrientes lite­rarias de diversa catadura: el Teatro y la l'ibliofilia, con marcadas preferencias también por la Pintura.

La dirección de La Fiera pasó recien­temente de las manos expertas y viajeras del novelista Fracchia a las noveles del mosc[ueteru Malaparte y del joven so­ñador Angioletti. Lo cual no quiere de­cir cpe haya perdido. Antes al contrario, porque se dice cpie se asfixiaba económi­camente hubo necesidad de ese trans­formismo.

turismo mundial.

Pmiorama de la lileralnra nueva ilaliatM

El catalán, como el milanés, con su as­pecto receloso y hermético de doble fon­do, es, sin embargo, uno de los leres más francos y sensibles. ¡ Barcelona! Remo­zada de preocupaciones arcaizantes, pues­ta al día en vigor industrial, técnico; sin tufo a provincia clásica española. ¡ Qué enorme fuerza para el futuro peninsular de España! Una Barcelona interventora, arrobadora. No cauta y agazapada en débiles postulados de personalidad aun muy dudosa y turbia.

Asomarse a una librería milanesa es asomarse a una culturn, integral antigua y moderna de toda Italia. Mientras que hacerlo en Barcelona, hoy por hoy, es encallar con un particularismo punzante: único y verdadero enemigo de la genia­lidad catalana.

La elegancia silenciosa del Convegno milanés, en su forma de operar con ex­tranjeros, contrasta con los ensayos ro­manos, por ejemplo, para la misma ta­rea. Cosí tod(,)s indudables fracasos: ya sea el goo, de Botempelli, ya sea el Club de los Dica.

Es el Convegno una institución creada desde hace varios años por el fino ani­mador dottore Enzo Ferrieri, muy seme­jante a nuestra Sociedad de Cursos y Conferencias. Aunque con esenciales di­ferencias. El Convegno no tiene ese fon-rio pedagógico ni conventicular de los Cursos de nuestra Residencia de Estu­diantes. En sus salones, el estudiante es un socio más, y la dama aristocrática un número entre otros. II Convegno es una mezcla de nuestro espíritu de Ateneo y de Residencia. Enzo Ferrieri posee rasgos muy comparables a los de A'lberto Jimé­nez Fraud. Ha sabido ordenar la más fina tradición con el más sutil modernismo. En las salas añosas e imponentes del Pa­lacio Gallerati Sforza acoge toda tenden-

La terltdia literaria ''Bagutta" Bacehclli, Franci, Alessandrini, Parenti del

Curto, Vergani, Steffenini

Hoy La Fibra Letteraria es una ins­titución popular en Milán. Los taxis sa­ben llevar a su sede, sm necesidad de nombrar la bella plaza de San Carlos donde resíck,. Y ello se debe a su eficaz intervención anual en las Fiestas del Li­bro, en qiie tiene 'un espíritu tolerante, extensivo y acogedor (dentro de lo que cabe en una pifljlicación de 'literatos); en la propaganda nueva que ha hecho, fun­dando una Librería al frente de la mis­ma redacción y una Galería de Arte. Y en cierto modo, ayudando a la forma­ción de una gran tertulia literaria, como Bagutta.

Bagutla es el Pombo milanés. Pero un Pombo que no por ser de su género, con perfiles indígenas, deja de parecerse— quizá demasiado acentuadamente en al­gunas cosas—al Pombo madrileño. El descubrimiento de Bagutta como bo­tillería y tertulia, data de muy poco tiem­po, de una época en c ue el Pombo de Ramón era ya casi abuelo.

Lo cuenta muy detalladainente Maria­no Parenti en el reciente libro Baguita, que ha editado la Casa Ceschina, de Milán.

Su descubridor fué el novelista Ricar­do Bacchelli, nacido en Bolonia el 19 de Abril de 1891, novelista que no recuerda en toda su vida haber querido llegar a ser otra cosa que escritor. Pero Bacchelli, hijo de buena familia, temperamento su­til y sano, se opuso a hacer de su des-cul)rimiento un monumento de su propia posteridad. Idamó a unos cuantos cama-radas y les dijo: Mirad, acpú hay buen vino y cocina familiar. Dos cuartitos re­cogidos y profundos y una clientela ama­ble y pintoresca. Instalémonos, pues, como los fundadores de una república literaria. Y sea nuestro lema este: "Ba­gutta es igual para todos".

Y así sucedió. Se eligió a Bacchelli presidente. Y él se comprometió a ha­blar lo menos posible.

El Vighi de aquel Pombo, Orio Ver­gani (por cierto gran entusiasta de Ra­món y visitador pombiano auténtico) asumió, en cambio, la tarea de hablar y de cantar por todos. Tarea compartida de vez en cuando con los otros fundadores: Adolfo Franci, Mario Vellani Marchi, Qttavio Steffenini, Massimo del Curto, Mario Alessandrini y Marino Parenti.

Los tipos, ritos y banquetes que ha ido produciendo Bagutta varían poco de los pombianos madrileños.

Entre los tipos, existe el Solana, ta­lentudo y bebedor, ese pintor Sinópico, de la sonrisa cazurra y lunática. El "Pi-randelo", el tocador de guitarra, el ven­dedor amlnilante, el dibujante primerizo la mujer literata y otros tantos pombia­nos se reinsertan en Bagutta. Del mismo modo, la forma excéntrica, jocunda y

justiciera de los banquetes con stj. for­mación plástica y escandalosa en los me-nús y en los brindis. Y así, ciertos ritos de tránsito, que diría van Gennep, como el de dejar su sello de huésped en el Libro de oro de la Casa, tras sonar pre­viamente las cuerdas de una guitarra ce­losamente guardada,

Pero si Bagutta tiene todas estas se­mejanzas con Pombo, tiene tainbién ra=-dicales diferencias.

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lili banqucle en ''Bagutta", el Pombo milanés

La más fundamental es la de su cons­titución. Bagutta es un parlamento fede­ral y democrático, con un presidente de Congreso destinado a repartir silencios, estrechones de mano y buenas marcas de vino. Mientras Pombo es una dictadura de largo arranque, un esfuerzo uniper­sonal y sin jerarquías. Ramón. Y los de­más : subditos, Pombianos. Por e.so la cró­nica de PomlK) son las Memorias ínti­mas de su fundador, su cuaderno priva­do de notas, mientras que Baguua iia tenido la taquigrafía de un Parenti y el reportaje gráfico de tm Vellani Marchi.

Otra diferencia que me impresionó fué el sentido social, colectivista y orga­nizador de Bagutta frente al vago dejo antisocial y absorbente de Pombo. En Bagutta, con el breve tiempo de su exis­tencia, ya ha creado auténticos premios literarios, ha utilizado La Fiera como órgano congruo, y ha admitido en Su constitución desde el soldado y el avia­dor hasta la bandera italiana repartida por la estancia.

De ahí que tome Bagutta ciertos ca­racteres de reunión alegre de loggia, o de fascio, e incluso de gaudeamus ger­mánico.

Uno de sus más favoritos medios de expresión es el canto en coro. Cantos enérgicos y puros de guerra, y de Alpe, que salten todos cantar con las voces abrazadas, agujereando de aire cristalino y de higiene la espesa atmósfera de hu­mo y de criticas.

En Pombo no se concebiría ese lirismo sentimental y heroico. En el ambiente madrileño seco, intelectualista, acre, sólo el chiste, la ironía afilada. Y al quite, la capa-broquel de Ramón, cOn su cautela .:ordial de evitar sangre.

Yo me quedé un poco atónito oyendo a todos aquellos pintores y escritores or­lando mi figura de amables canciones de bienvenida. Evitando así la frase moles­ta, de (lificil comprensión para el extran­jero, la palabra sospechosa. Música, para amansarme. Que fieras y literatos quizá son lo mismo. (Para nosotros es­pañoles, eso de La Fiera Literaria tiene un gran sentido.)

Fué gran dolor el mío de madrileño —caros italianos—no haber sabido sonar otro canto, sobre el del velador, cjue el de un castizo duro para llevar el com­pás. Los madrileños no cantamos. Todo lo más, contamos. Contatnos con c ue los otros pueblos canten por nosotros.

{Contimiará.)

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Ramón Gómez de la Serna (Editadas por la Biblioteca Nueva)

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Page 5: La Gaceta Literaria (Madrid. 1927). 15-7-1928, No. 38

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PDESia [II miillílS JAMME!

Lo puro, lo sencillo, lo dulce, lo humilde está, más que en ningún otro poeta, en Fran-cis Jammcs. Su vida, toda, es un apacible pa­seo por Orthez en conversación con el cura, en contemplación de las flores y de las jeunes filies y de los animales domésticos y obscuros que él ama tanto. Su vida, toda, es un pasco, y también una anécdota crecida y regada de fervores entre los campesinos, entre los Piri­neos y el mar. Su labor de poeta la comenzó Jarames en el pupitre de casa de un notario. Sus primeros versos llamaron la atención, más que del público, de los literatos de entonces. En 1893 recibe en su pucblecito una oleada de elogio caliente del Mercure de France.

A la voz fina de sus poemas se unen cuatro años más tarde las palabras de seguridad y de fe de Henri Regnier: "Es un poeta úni­co", dice el crítico, pero el poeta sigue miran­do a su campo. Agradece sin duda la alaban­za, pero se coloca ante caminos largos y jue­ga a creer que lo verdadero de lo dicho a él está al final de esos caminos. Opina que hay que recorrerlos con blandas pisadas y teme que se le quiebre alguna de ellas al pasar por cual-qier ciudad. El busca los caminos en donde se vea el campo en pura Naturaleza. El mar también le gusta, porque al mar no le tiene miedo. "Es un gran poeta", ha dicho el crí­tico. Y también se lo ha dicho a los vecinos del pueblo, después del sermón, el cura de Orthez.

Kn Francis Jammes todo es tierno, todo es conmovedor, todo es sensible, de buena sensi­bilidad. No existe nunca la ficción. Hoy, el poeta, es bien conocido, bien devotamente leí­do en Francia y fuera de Francia. Ha visto elevarse las pequeñas y simples cosas por él contadas, y llegar a todos los corazones, y abrir todas las puertas difíciles de franquear. Unos poetas le han glosado y otros — menos poetas — han querido apoderarse del sonido dulce de su canción, i Pero eso es tan difícil!

I El ha puesto en su obra ese firme sentido que la fija para todos los tiempos. No hay cuida­do de que amarillee aunque lluevan sobre ella nuevas canciones, nuevos poemas, aunque llue­van obras maestras sobre ella.

Es este poeta un alma candorosa que inventa otras almas para colocarlas en graciosos cuer­pos de jeunes filies. Es un inventor de ánge­les, más bien. Sus muchachas tienen una ino­cencia de otro tiempo — de ese tiempo que siempre es otro pasado para cualquier lector—, o mejor de otro lugar que no sea el mundo. Clara d'Ellebeuse es un ángel que espera un hijo sin irlo a tener—sin deberle tener—^y que sucumbe luego en la locura: se queda clavada en un beso lo mismo que una mariposa en un alfiler. Clara d'Ellebeuse, rodeada de tarde y de campo, y de flores y de la mirada de Fran­cis Jammes, es una muchacha sencilla y ma­ravillosa. Igual que ella: Almaíde d'Etremont. Igual que ella, todas las jeunes filies de las prosas y de los versos de Jaimnes. Da la sen­sación de que en Orthez han ido esas mucha­chas, llevando en cabeza al poeta, a rezar a la iglesia y que le han oído en oración las dedicatorias que él ha puesto, después, en .sus libros. La dedicatoria de De I'Ángelus de l'aube a l'Angelus du soir, muchas veces.

Francis Jammes es un poeta, poeta en el más puro y alto sentido de la palabra en re­petición. Lleno de su fe católica, de su aire campesino, no se ha embarcado nunca en la para él insegura tabla de las almas no total­mente inventadas. Ha tenido como el temor de cortantes complicaciones, de las que él se ha quedado al margen en la calma de su apar­tamiento. Pero ese temor mismo acaso le haya hecho tan buen poeta, ¡ tan fino poeta! I ^ re­lación de los títulos de sus obras dicen ya lo suficiente de la calma, de la dulzura, de la pie­dad, de la humildad que preside en su espíritu. La relación de algunos títulos de sus obras: De l'Angelus de laube a l'Angelus du soir, Le Deuil des Primevéres... Clairié res dans le ciel... La naissance du Poete... La jettne filie nue... Clara d'Ellebeuse, Almaide d'Etremont, L'cglise habillée de feuilles... y ese último acorde de glosador, de comentador, de bió­grafo—pero siempre de poeta—en la colección

" Les grands coeurs": Lavigerie, salido de su pluma.

¡ Buen poeta, finísimo poeta Francis Jara-mes, con su gran barba y su sentimiento can­doroso 1 Buen poeta, fino y alto poeta, bien maduro al aire, en los campos, de paseo con el cura de Orthez.

M I G U E L P É R E Z P E R R E R O .

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El paria de los Continentes por Orlando Ferrer

Era en Darjeeling, lugar moderno sobre los Himalayas, adonde los ingleses van todos los años huyendo del calor enervante de las gran­des ciudades de la India.

AHÍ Lonocí a Juan ] Ju.•>cc; un día que yu

delante como a un perro. El novicio coirrenzó a mojar el pan que parecía cuero en el clarí­simo café con leche casi amargo.

Juan vivió allí dos días; al tercero lo cclia-ron a la uiUe i>or negarse a hacer su propia

quería retratar a mi leopardo domesticado, i caima cotno todo eil mundo. Como me paseara por una. calle con el animal —¡ Pues no faltaba más que fuese yo a hacer en busca de fotógrafo, vi en lo alto de una casucha de madera un gran letrero negro:

Jhon Fonsek. Best photographer in the world.

Juan Fonseca, el mejor fotógrafo del mundo, había transformado su nombre en Joluí Fon-seck, para facilitar su pronunciación a los in­gleses.

Juan y yo nos hicimos amigos. Su cara de cabra, exangüe, de la que resailtaban los bigotes negros que parecían teñidos con betún, me di-

• vertía cuando me contaba su vida y milagros. Una mañana en que por centésima vez ha­

bía ido a buscar los retratos que me estaba haciendo, encontré a Juan que me esperaba frente a una preciosa botella de whisky Jonnie WaJker sin abrir. Entre trago y trago, el fo­tógrafo me contó su historia de pe a pa. De cuando en cuando lanzaba un gemido y un " i ay 1, lo que yo pude haber sido y no fui". Algunas palabras castellanas se le habíaii olvi­dado y las substituía con vocablos de las mil y una lenguas del Asia. Además, hablaba su lengua con acento extranjero.

Juan Fonseca había nacido en San Juan de Puerto Rico, de guardia civil y de la lavandera. La bueaia de su madre murió de trabajo y de Jos malos traíos de su compañero. A los trejie años de edad, como Juan fuera sorprendido por

mi cama! En casa me la hacía mi tía Tula—Je espetó al director antes de irse.

Todo el día anduvo Juan casi sin comer, a no ser por unas bananas podridas que le había tirado a la cara un judío ve:idedor de frutas.

Por 'la noche Juan, de vez en vez, le habla­ba en español a los paseantes que, o ni siquiera se dignaban mirarle o que le lanzaban un what que aten-jorizaba al muchajoho de las Indias oc­cidentales.

fo deseos de viajar. Gielos nuevos, tierras •—^Conque no está aquí ese bribón de mi com-nuevas, aventuras... ¡Qué encanto 1 | padre, ¿eh?

Juan adoptó el mismo sistema de viajar que Y Juan comenzó a levantar a su diminuta cuando salió de su t ierra: se escondió en un 'comadre tomándola por las axilas, imitando la vapor sin saber adonde iba. Por la noche se , voz d'e los toros, de los leones, de los gallos, descubrió su permanencia irregular a bordo. : de los burros. Petronila reía como tma loca Hubo gran algazara entre la tripulación. Un : dando chillidos agudísimos. Laicgo comenzó a oficial lo condujo ante el capitán, quien lo re-1 lanzarle al aire como a un bebé, cibió con una cara de verdugo. Juan se arrodi- —Ven a mi cuarto que quiero enseñarte un lió ante el capitán implorando clemencia. El objeto chino que tú no has visto nunca—^le dijo oficial pedía que lo pusieran preso, mas el en tono misterioso la chinita.

No habían ¡pasado cinto minuto"; en el cuarto capitán, que, si bien tenía una cara de verdugo, poseía un corazón sensible a la piedad, íu pic guntó que cuál trabajo sabía hacer. Contestó que era cocinero y lo , enviaron al jefe de la cocina. Este lo miró de hito en hito y en se­guida le puso un apodo que durante todo el viaje le sirvió de nombre propio.

En aquella larga travesía la tripulación ju­gaba a las cartas, a los dados; los viajeros de tercera tocaban un acordeón, bebían, dis­cutían, se abtirrían. Algunos tripulantes, por divertirse ima noche, cogieron a Juan, lo ama­rraron con ima soga por la cintura y lo des-ceaadieron a la bodega hasta acostarle sobre un

ataúd en donde iba una china embalsamada. Hambreado y sofocado por el calor, Juan j ^ , ^ , ^ ^ ¡ ^ ^^-^^^ espantosos hasta ponerse rotico.

oyó dos que hablaban español con acento por- ^^^^^^ ^.^-^^^^^^ j^^p^^.^ j ^ ^^^^^ blanco torriqueño. Lleno de alegría se dirigió a ellos jg (g^j.^,. con plena confianza y les contó sus miserias en j ; , ^^^ , ^ ¡ ^ ^ g^^^,^ ^ .

cuando J'.jnri -\vA'ir\ pajrvs, i Diablos, el esposo de Petronila!—pensó—. Lleno de un súbito te­rror se escapó por el patio y echó a correr más que un galgo ligero, que una liebre, que un ciclón.

De repente, se encontró en un camino, a cu­yos lados había dos altos vallados de tierra pintados de amarillo. Estos vallados se alar­gaban en la lejanía. Cada vez más monótona e interminablem'onte... Detrás de él, Juan sen-

las Ollas" durante un cuarto de hora. Juan no nuevo en minei-o y partió. Al presentarse a tra-le hacía caso. Al cuarto día notaron que Juan bajar se encontró con una catá,strofe. Tres días pestañeaba pero sin mover en !o más mínimo ¡ autos se había inundado una mina, en la cual los músculos faciales. Luego comenzó a mover •. habían perecido diez hmnbres. U Í propusieron la boca y la lengua, a emitir un sonido de a Juan que bajara a la mina y extrajera los BllUbbbb bllllbbbb bbbbb que dasancadenaba la cadáveres, <\v.c le darían veinticinco rupias por chacota general. , hombre. Al primer momento Juan .se atemorizó,

Como Juan no mejoraba, al sexto día, una, pero cuando pensó en la novia que en Rangún china vieja dijo que la única persona que en ] guardaba para él solo el rnautíxoso Ixwado de el mundo potlía curar a Juan de aqud male- su cuerpceito esférico, tuvo un arranque y acep-ficio era un chino brujo que ella conocía. El escocés ordenó que trajwan al brujo. Yino un chinito viejo, de espejuelos aliumados y barba de Couracio. F.ste exaoninó atentamente al pa­ciente en la cara y en ias ÜÍ-ÍK- . Comenzó una complicadísima liturgia mientras de la níáscara inmóvil de su rostro sólo se movían los labios. Pidió un gallo vivo, una vara de la ailtura de tros homhres y un cuchillo bien afilado. Se lo trajerom. Pronuiició unas sílabas místicas e hizo rotirar a los circunstantes. Tomó el gallo; de un tajo le cortó ja cabeza. Después esparció

tía pasos, y no hubiera vuelto la cabeza por , la sangre que chorreaba por toda la habitación todo el tesoro de la tierra. A veces sentía que j alrededor de Juan. Ató el gallo a una extremi-el que lo perseguía iba a empuñarlo y Juan dad de la vara y la clavó al suelo por la otra

la creencia de que se apiadarían de él. A poco-, sus compatriotas comenzaron a tomarle el pelo. Le prometieron ayudarle, y lo condujeron a un asilo en donde la niunicipialidad recoge a los que están sin trabajo y no tienen en dónde pasar la noche. Le dieron impreso para que lo llena­ra con sus g-enerales y lo llenó como pudo. El director del asilo, como vio que Juan no en­tendía el inglés, le dio unos ladridos, lo llevó

Hoíiolulu, Yokohama, Kobe, Nagasaki, Shanghai. Juan había jurado darle una puñalada al que

lo hizo de.sceaxler a la bodega, pero cuando lle­gó a Shanghai cambió de parecer y se quedó en aquella ciudad. Alguien le dijo que estaba en

tiendo en un balde lleno de jabón un cepillo ' que estaba al final de un palo, comenzó a ce

su padre prodigándole demasiados mimos y p¡„,^^,,g ^^^^ ^j ^^ ^^^^^^^ ¿^ „„ ^-^^ Acabada ternuras a su hermanita de once, el guardia civil le dio tal paliza, que el menor decidió es­caparse de lu uiiu para ;i!fnif>re. Do=i días des­pués se escondió en un vapor que zarpaba para Nueva York. Ya en alta mar, cuando los mari­neros lo descubrierojí quisieron echarlo al agua, mas al fin determinaron dejarlo seguir viviendo a condición de que en todo el viaje trabajase como un burro.

Juan llegó a Nueva York con pantalones lar-

a empujones a una sala y le d.jo que se des-1 c^j^^^ ¿Conque estoy en China? Ahora van a nudara. Después llegaron dos hombres: uno ' ^^^^ j ^ ^ ^l,^^^g ^ ^ 5 , ^^^ ^,^_ ^^ ^^ ^-^^i^ tomó una manguera y le disparó a Juan eho- { ^ ^^ ^^^^ superior al momento. Tenía de los rros caliaites por todas partes; y el otro, ni&-\x^,n^^ „„ concepto de pueblo de pobres diablos.

Rec»rdaba cómo en Puerto Rico los granujas los errjbromaban. Había en San Juan un chino, "vendedor de dulces por la calle. Do's mataperros se ponían de acueixlo: uno le mentaba la madre al chino; éste, furioso ponía el tablero de dul-fe? en o! sttflo y perseguía a! insultad''t-, rnirTi-tras el compañero le robaba los dulces.

Juan comenzó a recorrer la ciudad. A pesar de que los edificios europeos no eran tan altos como los rascacielos de Nueva York, sentía

esta operación, el de la manguera por poco de­rriba a Juan con un formidable chorro de agua íri;i. IA: .b'í-siui una trihalln nnra quf «e secara. Más tarde le trajeron una camisa de dormir que olía a desinfectante. Juan se sentía livia­nísimo. Lo llevaron a otra sala en donde esta­ban varios hombres de pie todos en camisa como alucinados con una taza de café con le­che entre las manos. Cuando hubieron acabado

lanzaba un ronquido como en las pesadillas y hacía la carrera más veloz. Ante él se exten­día la faja amarillenta del camino como una

tó bajar a !a mina irmntlada. Jr&n se tomó «na botella de whisky; se dio

dos -puñetazos sobre el corazón, y dijo; estoy listo. Al calx) de una hora había ya extraído diez cadáveres verdes y hediondos. Todos los hi,i :c"-o« conocidos de Juait le felicitaron, le pagaron copas: Juan se cubrió de gloria. Le pidieron su retrato para puiWioarlo en los i>c riódicos.

Pasado un año volvió a Rangún. Llevaba en un checiue una suma que é"! calificaba de de­cente. ¡ .A.hora, a casarme! Y saboreaba de an­temano el plato de su deliciosa noclic de twdas.

Antes de casarse Juan sufrió un vei-dadwo calvario. Las dos hermanas mayores de su pro­metida, Dolly y Honey, flacas, viciosas, mal-VEwIas y chacoteras, jamás iHidieron iKirdon.-u-al futuro cuñado que hubiera puesto sus ojos en la iwenor, en MantequUa, coirao la iimtf'a-

«1 el patio. Esperaron todos en silencio por eS'pacio de un cuarto de hora. De repente se oyó a Juan que se levantaba gritando: \ Tengo

maldición. De cuando en cuando oía detrás de I hambre I i Tengo hambre! Y cuando se dio

los vallados unas camipanillais de sonidos des-< cuenta de la realidad, la primera cosa que vio ' ban. Reoibían en la casa con osteíisiljle <lisli.'i-fallecientes. Vio un punto en la lejanía, quería • fué a Petronila y a su esposo Chen Ting que Lión y orgullo a dos soldados ingleses que, des­distinguir lo que era y avanzaba, avanzaba,, le sonreían. Juan los contempló mudo de asoiti- ^^ tiempo inveterado, deseaban seducidas, l-ls-sofocado, adolorido; por fin pudo ver: era la , bro. Y se enteró que Chen Ting iiabía llegado I tos trataban al portorriqueño con menosprecio; cabeza de algún salteador de cnjninos en l a j a su casa doce horas después de halx»r salido se reían de él y a sus esftaldas lo cia.siíiraban punta de un palo. Volvió la cara, tcniblándolc • de ella Juan. Entonces, ¿quién lo había I>erse-¡ negro. Los solidados eran los amos de la casa los dientes. Más lejos, vio un gato rojo que guido ol día que estuvo &\ el ouarto de Petro- . hablaban alto, se reían briitalmente, cünlaiíaú

nila? Este fué tm misterio que jamás pudo ¡ chirigotas que las solteronas los celébrakm. A

Juan immca le daban oportunidaid de contar algo,

se enarcaba en lo alto del vallado. Juan cayó al suelo y no supo más...

Un amigo se había encargado de los funera­les de Juan y de sufragar todos los gastos que ocasionara. Lo habían puesto en un ataúd y

dihtcidar.

Juan, para probar nuevamente fortuna y liara huir de sus acreedores se fué a Rajigún. Allí pensó instalar la preciosa industria de no hacer

lo velaban. Como Juan, una vez, después de leer nada. Una mañana, sentado fraiíe a la pog'Oda una nowla, había dicho que su flor favorita era j 3 , , ^ ^ ^^g^,,,^ j„^,^ cubierU de oro, Juan se el orisanternt), le pusieron ahora sobre el pecho ¿ ¡^ divagar. Alrededor de 61 iten y venían una corona de crisantemos. Entre los que lo velaban estaba un mestizo de soldado inglés y de China; y un escocés que se decía agente

las jóvenes floristais con sus cuerpos elásticos. Juan aspiraba el aire perfomado de flores. Mientras esitiraba las piernas, pensaba: ¡Qué

los hicieron rezar y los condujeron al dormí-gos que le regaló un pasajero. Tan pronto; j^^i^_ ^^^^ ^^^ ^ ^^^pl¡^ ^^^^^^.^ l i ^p ¡^ , j ^_

viajero y que había hecho al presidio el honor! |;^^„^ ^^ ^ trabajar! Bah, aquí me voy a me fl>- sil ji.-VMWía p"">r asosi'iíato. Kra éste l';ijó ¿y estatura, cuadrado de cuerpo, y de cara, con

de decir esta boca es mía. Juan no cxisií;!. In­citados por Honey y Dijlly, los soldado^ llega­ron al límite: una noche besaron a Mary de­lante de su noatio. Juan, que ya <>'<taf)a preí»-rado, sacó una gran navaja rugioniln, y los sol­dados, llenos de pánico, twincaron sillas, mesas y volaron escaleras abajo. No volvieron más.

Dos meses después se casaron. El día del ma­trimonio, fué una fecha luctuosa par;i las solte-teromas. Una de ellas, con risita venenosa. <liio

¡párpados que le colgaban sobre los ojos. Am­bos eran ímtimos del fenecido. Entre trago y írago de whisky con soda, éstos hacían refle-

respeto por at|uel género de arquitectura. E n ' xiones filosóficas • sobre la inseguridad de la

como puso los pies en el muelle desapareció de los ojos de los verdugos que tan mal lo ha­bían tratado en el viaje. Iba por la calle bo­quiabierto mirando los rascacielos y tropezaba con los transeúntes. Cuando tropezó con un muchacho y le hizo caer unos paquetes que lle­vaba al hombro, Juan recibió el bautizo de los puñetazos neoyorquinos en pleno rostro. Aquel incidente le hizo ser más cuidadoso en la calle y cambiar de barrio. Se dio a caminar Broad-way arriba hasta llegar a "Columbus' Cercle". Se introdujo en eil "Central Pa rk" , y después de andar dos horas descarriado, se encontró de

na de camas de madera, ya hechas. I;

cambio, cuando vio la "Pagoda Lunghwa" me­neó la cabeza y sonrió con aire de superiori­dad; la arquitectura china le parecía cómica. infantil. Mientras iba haciendo algunas refle-

Por la mañaiía, Juai:, después de haberse j piones deprimentes para la raza amarilla, pasó comido su porción de porridge, su pan duro y | u , j chino tirando de un coche de mano y por

poco lo derriba. Deriitro del coche iba un chino

vida; también recordaban episodios de la vida

de JuaiK 1Y pensar que hace tres días yo vi a Jua-

tür a guía, que es una íonita de no trabajar. I delante de Juan a da otra, ciicyendü asJ desm-Me haré guía de la pagoda. Sacó del bolsillo ratar las bodas: un folleto sobre la pagoda y comenzó a leerüo. Se fué a almorzar y anduvo todo el día con el folleto en la mano, aprendiéndose de men»-ria algunos párrafos. A la mañana siguiente se fué muy tempranito a la pagoda a esperar clientes. Se paseaba por entre las vendedoras de flores, que le sonreían con sus ojitos obJi-

nico en el cafetín de nuestro amigo Máximo ^uos. El les decía piropos en inglés, que ellas

su café con leelie, que parecía agua sucia, se fué con la convicción de no volver a poner más los pies en aquella antecámara del infierno.

Después de haber vagado sin punto fijo, se dirigió al "Cat tral Pa rk" , se sentó en un ban­co cerca del kiosko en donde se daban los con­ciertos. A poco rato se le acercó im hombre pelirrojo de unos cuarenta años y clavó en él

neo que saco la cabeza y miró a Juan con

y bebimos juntos unáis copas! Recuerdo que yo le gané a los dados siete convidadas.

—Así es la vida, así es la vida—repetía pro­fundamente el mestizo. Siidi is life, suoh is

desprecio-. Quiso seguir el coche para injuriar 1 life. al chino, pero como estaba interrumpiendo la El escocés, que sabía cómo le onca-ntaban al circulación, un policía indú, de seis pies de ailto difunto los farolitos de papel con imágenes y de turbante rojo lo detuvo. chinas, había creído un det>er sagrado traer un

Juan se decidió a aprender chino para poder farolito y colgarlo justamente sobre la,cabeza embromar a los liabitantes de la Gran Mura-

sus ojitos verdes que inquietaban. El hombre lia en su propio idioma. Se colocó en la foto-de Juan. Alguien objetó a ello, pero como el escocés era un hombre de mal genio, hizo su

comenzó a sonreirlc y a ganarse la confianza.' grafía de un alemán, en donde apreiKÜó el ofi-' voluntad. nuevo en Broadway. Siguió aquella vía, en la r- ^ 1 _ i. 1 i_' • 1- 1 • 1 , . '

. ' r-. . . Como notara que el muchacho no sabia mgles, ' cío, y al cabo de cuatro ;i que reconoció haber estado antes. Después de cansarse de andar llegó al famoso Bowery, si­tio de terrible historia en los anales de la ciudad de hierro. Juan sinitió un ambiente familiar en­tre el hampa de poloneses, italianos, griegos, rusos, chinos, judíos... Era de noche y sintió fiambre. Mientras caminaba con la diestra me­tida en el bolsillo del pantalón, pal-paba una moneóla de 25 centavos, su único capital. Pasó IXJr una vitrina y vio una corbata verde con su precio marcado: 25 centavos. Entró en la tienda, la compró y se la puso. Luego continuó mirando mientras bostezaba las vitrinas de los restoranes -baratos: salchichas, cajas de sardi-jias, jamones, huevos, tortas, panecillos exqui-

:iños, una noche se es- 101 mestizo, de cuando on cuando se ponía a principió a enseñarle a contar: one, two, titee, I capó, llevándose el pesado trofeo de la esposa' silbar alguna caución inglesa que había oído en four, five, si.r, seven... Jiwn iba repitiendo para aprender, mas notaba que el honibrc cada vez iba acercándosele y Juan discretamente iba se­parándose. El hombre sacó una moneda de cin­co centavos y otra de diez y le dijo en inglés: Esta es de cinco y esta otra, de diez. Le hizo repetir en inglés five cents y ten cents. Juan decía fai ccn y ten cen. El -hoiríbre le puso las dos monedas en la mano y le dijo quie podía quedarse con ellas. Después comenzó a guiñarle un ojo a Juan y a mirarlo fijamente, mas él, lleno de sospechas y aterrorizado echó a correr tirando liacia atrás las monedas y gritando: I socorro! ¡ Socorro! 131 hombre satánico tam-

sitos de esos que se desmoronan y que por allí i,..„ i • , , . . „ „, . ' „ ^ 1 1 - bien se fue huyendo jwr otro lado, llaman biscuits . I -r,^, i„ „ 1 ,

. ir-or da noche, al pasar por la calle catorce, Al llegar a una esquina notó unos hombres . desesperado, sediento y so-focado por el calor,

mal vestidos y de caras duras que en una sala **y° '''-'* homibres que hablaban español Aquello tomaljan café con leche en tm tazón. Estaban '"' '^ salvación de Juan. Uno de ellos era el sentados a unas mesas negras. En la puerta '^^^^ ^ '""^ iglesia española. Este se encargó había estas inioiales: Y. M. C. A. Ymca, re-¡ de buscarle ^trabajo. pitió Juan mentalmente sin saber lo que signi- , J"^^ w ' ó dos años eit Nueva York, fué, su-ficaba. Aquello olía a gratis. Se metió en la, «sipamente, criado del cura, mozo de fonda, sala y se sentó. Los que estaban en la mesa j'^P'"'^'*^''^ ^e tabaquero, Ufiman, y, por último, lo miraron de soslayo con ojos duros y llenos I contratado por un niatrinionio de yanqui y de odio. Juan, sin intimidarse, esperó, sin que \ Portorriqueña que se iban para San Francisco, le trajeran la tazona de café con loche y el <=" donde pensaban abrir un bar. Juan cambia-

pedazo de pan que, a su juicio, le corresix>n-día. A poco rato, un viejo flaco, con cara de pastor -protestante, vino, y mirándolo al través de los gruesos cristales de sus espejuelos, le ha­bló en inglés. Juan le contestó en español. El viejo, que entendía algo la lengua de Ramón Gómez de la Serna, le dio un papel impreso para que Juan lo llenara Juan, con faltas de ortografía, escribió sus generales. El viejo, en un español gutural y pronunciando horri­blemente las erres, le prometió Ixiscarle empleo. Un sirviente que torcía la boca insultantemente le trajo a Juan su café y su pan, se lo puso

ba co-n-stantemente de profesión, pues su ideal era trabajar lo menos posible, pero cada vez había sufrido una decepción.

En San Francisco, como el yanqui sorpren­diera a su joven esposa que, apiadada por los relatos de sus tribulaciones que su compatriota le hacía, ésta le rascase a Juan la nuca mienr tras lo miraba con ojos dilatados y nariz pal­pitante, el yanqui furibtmdo, con sus puños de hombre sanguíneo, lo empuñó por el cuello y le dio tal pateadura que ix>r poco le deja muerto.

Los golpes recibidos le dieron a nuestro gol-

del amo, una holandesota más rubia que maíz tienio y más blanca que un balde de leche re­cién ordeñada. Estuvieron escandidos en un ho­tel siete días, y como la nota subía fantásti­camente, Juan, que necesitaba sus ahorros para trasladarse a Nanking, en donde pensaba pro-kar fortuna, le dijo a la señora de las carnes opuleaUas (vengándose así de las interminables humillaciones y desprecios que le había infligido el alemán): Estoy harto de ti y de tu olor a leche coiKlemsoda. ¡ Me voy I

Vivió doce años más en el país de Confucio. Rompió zapatos ix>r todos los caminos de la China. Presumió de macho hermoso y apues­to ; tuvo amantes; su conato de cómico en un teatrico chino, que acabó con una silba y una paliza por parte de los chinos. Fué intérprete de hotel, guía, portero de un consulado ame­ricano, policía, abrió un cafetín para marineros, en donde él recitaba versos obsc<?nos; estuvo en la cárcel por haber herido a un yanqui que -en una Iwrrachera le llamó negro; pasó su temporadita en un hospital de una pateadura que le dio un comerciante inglés a quiai le se­dujo su consorte, una rumana que en Calcuta había ejercido una profesión poco santa en el camino de Karaya.

Juan era católico íervienlc. La ayuda que la iglesia le había dispcusíKlo en Nueva York le bacía guardar hacía ella eterno reconocimiento. En China siempre n/antuvo buenas relaciones con los chinos católicos. Tuvo varios e m p a ­dres. Pasando una vez ixir un pueblo cerca de Hankow fué a un antiguo compadre, el co­merciante Chen Ting, que había conocido en Najiking. No lo encontró a él, pero sí a su mujer, Petronila, como la llamaba Juan. Era ésta una chinita con la más desvergonzada de las sonrisas. No podía ver a Juan sin sentir cosquillas en todo el cuerpo.

los cafés de algún soldado inglés. Luego se lie saltaron las lágrimas, y lanzando deJ fondo de su alma un ridiculísimo gemido, exclamó:

—1 Pobre Juan, qué bueno era! El escocés, levantando la cabeza, amoratada

por años de alcoholisn», le dijo autoritaria­mente:

—Henry doii't be silly! (i), —Excuse rrje Joe í.i). El farolito que había traído el escocés co­

menzó a arder. Cuando éste lo vio, se levantó, fué y lo arancó de un manotazo. Al sentarse de nuevo le dijo al mestizo fatídicamente:

—Es raro.

no entendían, mas siem-pre sonreían anialjJe-mente. Al cabo de una liora vio venir a un hombre de bragas y catadura tartarinesca. Se adelantó hacia él con mucha cortesía y se le ofreció como guía mediante diez rupias. El hombre socó unos espejuelos de un estuche, se los puso y miró a Juait como para avalorarlo. Luego le dijo en inglés, con acento alemán:

—Vamos a ver: ¿qué sabe usted de la pa­goda? ¿Qué sabe usted de arte?

Juan, sin intimiidarse, comenzó a recitar lo que había leído en el folleto:

— I ^ Pagada Shwe Dagon, en forma do cam­panilla de oro, se alza en el terreno eminente. A su alrededor numerosas pagodas imponen su estilo en d paisaje, destacándose del fon­do de palmeras prodigiosamente largas, lucien­do los annamentos de sus techos como llamas que se dirigiesen al cielo, luciendo sus tedios preoiosos -nwsaicos de vidrio. En el interior de la pagoda meditan los Budas de bronce...

El turista -de puños hercúleos tomó a Juan por las .solapas, lo sacudió varias veces y a-hri<>n-do una boca de foca, le gr i tó :

—Usted es un imbécil I ^ volvió la espalda al guía y muy tranquiiamen-te .sacó un libro de tm bolsillo y se puso a hojearlo.

Dos días des-iniés de este acaecimiento, Juan De repeaite se oyó un ruido. El ataúd, q-ue t o ^ ¿ g, tren hacia Prome a trabajar a unías

estaba sobre dos sillas, caía al sudo, tumban-1 ^¡,,^8 de hierro, mientras le eclialm la culpa do un caiKldabro de madera. Todos los que jg g^ fracaso como guía a la Fatalidad, estaban vdando al muerto huyero-n desiiavo-j Permaneció dos años lejos de la caricia de ' ' ' " °^ ' I los rayos solares manejando el pico y la pcr-

Al día siguiente se supo que Juan no estaba fora-dora. El rostro se le pu,so blanco como d muerto. Se trataba de un establo de catalepsia. I ^^., j^,_ A „ ¡ ^.^^ economías. Como se sintió rico,

Juan fué puesto en una habitación que daba sobre d langtsekian-g. Desde allí se veían las aguas amarillontas del río, por donde pasaban coiistantcmonte juncos. Los amigos de Juan venían a verlo casi todos los días y formaban t(;rtulia. Juan permanecía tendido sobre una cama consíi muerto. Oía a todo el muixlo, mas no podía hablar ni moverse. Lo alimentaban con lavastivas. El médico que lo asistía le habia puesto amoníaco bajo las ventanas nasales, he­cho aspersión de ag tu fría en la cara, aplica­ciones' eléctricas, fricciones, sangrías... Juan 110 se alteraba. El médico preguntó si al en-fenno le gustaba la música y alguien dijo que sí. ErUonioes ordenó que le síll>aran un aire favorito. El mestizo Henry silbó el "Vals de

( I ) Enrique, no seas tonto. (2) Dispénsame, Pepe.

una mañana compró un billete de segunda y volvió a Raaigún.

En la gran ciudad se desquitó de los largos meses de contijiencia, frecuentó oines, cafés, hizo amistad con varias familias de mestizos (liirniano-ingleses) que tenían hjias casaderas. Q>mo en peleas ixir mujeres sdió muy mal parado, tomó clases de txixeo, de lucha ja i» -nesa, de manejo de bastón.

Juan se sentía -solo. No le iKirecia serio que a su etlad todavía estuviese soltero. Se decidió a crear un hogar. Buscó novia y no le fué dl-fí-oil encontrarla. La elegida de su corazón, como decía d, fué Mary, una rrfestiza redion-chita, en cuyo rostro sin expresión se veía claramente por los ojos oblicuos la marca bir-manesa. Dado d manejo que había tenido Juan cxm su portamonedas sus finanzas comenzaron a cojear. Para reraediiar esito so convirtió de

—Mary no es lo que él se cree... Y a lo que d novio, que tenía plena confian­

za en Mary, contestó: —Mejor, así me costará menos tral»jo esta

noche... Al poco tiempo, d matrimonio, desexxso de

proisperar decidió irse a Calcuta, a i donde Mary tenía un tío, propietario de un hotd.

En Caloüta, Mary dio a luz dos mellizas. Una de ellas -salió con seis dedos en una mano. Juan estalla sin trabajo y s.in dinero. Trató a su mujer de puerca. Quiso ingresar en el Ctier-po de poílicía de Calcuta, y cuando se Je con­sultó al tío de su mujer, éste le dijo, mirán­dole tin pleno rositro con profunda convicción:

—Usted no sirve para eso. Juan se dio a Ja bebida por algún tiempo.

Amenazó al tío con ima carta de "hacei- de Mary una perdida". Entonces, él, temeroso por la reixitíición de su nombre y de su hoto!, se entrevistó con Juan y acordaron abrir una fotografía.

Juan comenzó a prosperar en Calcuta y a ser persona de consideración en cierto mc<iio. Su conooimi-eoto de la lengua cliina le fué de mu­cha utilidad. De cuando en cuando lo llamaban como intérprete de chinos -en asuntos judiciales. Iba todos los domingos a la iglesia, en donde conoció familias de origen indoportugués. Al­gunas tardes alquilaba un coche jxir una hora y daba unas vudtas por el paseo dd río. Iba con la ilusión de que la esposa de algún raja o de algún rico conierciante persa o indio se enatiKxrase de él. Miraba curio-sameiite los co­ches aristocráticos cerradas por persianas y creía ver ojos apasionados de -mujeres tellas que, rendidos, se claval>an en él. Quizás alguna de estas beldades, más atrevida que las otras, le onvúaría un recáelo o un billete con itna Cd<»;-tiina orientail. ¡Quién satx>! Otra de sus i>re-tcnsionies era que, viéndosKe uMiclio cu d pa­sco y acoslmnbrándoí-e a su cara los altos fun­cionarios británicos d-cl (iobicrno d..- la Jiulia, acabarían ]xir saludarlo y así, poco a puco, al­gún día sería invitado a una aumida, a un te o a un Ixiile on la casa de alguno de ellos.

ProviBionalmente, decía Juan, mientras no entablara relaciones con la high-life, sus avoii-tivras se limitarían a las ardientes eurasians (i) de color de canda y de tabaco. Cóitii.» le pul­saba at|-iid matrimonio con Mary, iMK-:;to quo en Calcuta se le hubiesien presanlado mejores partiklos.

Estalja escrito que Juaai no había de durar iivtidio tiempo en Calcuta. Era de nahiraíi;;ca, escaso de carnes, y el calor feroz de aquella ciu­dad y unais fiebnos lo pusieron <ai d esqud«fto. ríntonccis deci-dió trasladar su taller fotográfico a Darjeding, jy a engoi-darl

O R L A N D O FERRÉIS.

( I ) Mestizas.

Page 6: La Gaceta Literaria (Madrid. 1927). 15-7-1928, No. 38

Página sexta LA GACETA LITERARIA « 1

MOVIMIENTO LITERARIO DE LA QUINCENA

CASTILLA

CaxlUla en folk-lo-re. "El Ruso".—No tenía otro justificante de su ajxxlo que los leguis: v.nus viejas polainas de soldado con licencia, fjiuí conocían todos los caminos de romería. y , sin embargo, tan r<xleado estaba del hado de su nombr<!—"El Ruso"—, que aquellas po­lainas parecían tener c"n su brillo apagado la visión niim'iscula de la estepa imaginatla.

T')ecían "El Ruso", y todo un hombre de ie.iiida, de intensa leyenda rusa, se nos pre­sentaba. El ajxxlo le precedía como un perro contento. Esperábamos la llegada del marinero en tierra—(raje azul de marino, ojos llenos de í;iM!/oiite—que nos hemos imaginado a través tir I ,conov, de Zamiatín, hasta de Andreiev.

Luego Ik-gaba de verdad, y era un buen mu­chacho. Blusa de carretero. Pañuelo al cuello; a la usanza campesina. Sombrerete de cavador-y h's/niá—sienjpre los leguiis—de soldado re-

: iu ("iviliargo, era "El Ruso" y no parecía l«i/.Pl¡' sr]iurarle del apodo.

íviniilinuMite le decían: - ; lióla, "Ruso"! , y el paisaje familiar de

írinic; :Í la taberna—una herrería, un coberti-:. ' . 'lopcra—.>>e inílamaba de sugerencia, :,. ía de inquietud viajera. Los chopos niovKij! >us crestas ]xir cnoima de las casas, coiiK) velas dispuestas al viaje.

"' I'.! Kii.'M)" cantaba, tocaba el acordeón, ju-galia al mns como nadie. Y coiiocía a todas las mozas de lo.s alredetloros. Para cada una tenía una sonrisa de comprensión. Hasta una butn.-i palahra.

"•1,;Í . Aniíiiiia del Moliiw, guapa moza, decía. 'I : í i ' l ia Antonia, y aquel inolino, y aqtie-

lí:; 1' '! i desconocida se nos hacían alegres, se nos llenaban de gozosa sensa-

< ; . • . i e .

"La Anlonia del Molino". Tenía lá evoca­ción todo el ritmo del río laborioso', y la fra-fíancia de la harina llena de olor. Y el gozo di tanto día bien empleado, de tajita mañana bien recibida, porque el molino es el primer devoto de las mañanas.

")'•.! Ruso". ¿Y por qué "El Ruso"? Lle­gué a preguntárselo. El tampoco lo sabía. Ha­bía estado en la capital, en un puerto, haciendo la guerra a! moro. Pero de allí no había pasa­do. X'o síibía ixu- qué le llamaban así. Ni si-o u i r a recordaba cuajido comenzaron a 11a-10,o-do.

I ,r,ui, ,seguramente, loa leguis—perfil exó­tico y cosmopolita, silueta de amlador y de a\'eiitiircro—los qUe le concedieron el apodo, los que le rodeariwi de aquella sensación diná-ntica que reccmoentraba en los ojos.—Eduardo de Ontañón.

CATALUÑA

— El renacwitista Pera Coroniiías fué acla­mado presidente del Ateneo Barcelonés.

— Otra nueva obra de J. M. López Picó en ,el mercado: "Temos" (Exercicios de geogra­fía lírica),

— Kovira Virgili ha definido en "Ui ; pro­grama, estival" su ideario antiquijotista.

— 1 >(> Nii-o1,iu d'OIwer es el documentado y porfía.' .. puesto a luia reciente antolo­gía de ;•' , .iialancs.

— Concurrida en casa Vitaró la venta de abanicos con. autógrafos de López Picó, Alberl, Puig y h\:rrater, Vinyes, Garcés, Iglesias, etc.

— En ÍÜblioteca Popular de Pueblo Nuevo di^Toíi •,:i'!i,!;is confercncias de Arte Jo«é María jiiM-ií, : isKi-üin Sánchez Juan, José María de

Knric Roig y Caries Soldevila. Concu-i: estudiantes y obreros.

l'ji las breves horajs que "Gecé" estuvo en Barcelona, a su regreso de Europa, le salu-oaríui los editores Simón, Gilí, Llausás y los escriloros (jaisch, Montanyá, Sucre y Gustavo A, Otero, fjarcés, y los pi.ntores José Dalmau y Ángel Cánovas.

— Seba.stiá Sánchez Juan se incorporó a la redacción de "l,a Ñau".

— .Se rcinnoció, con ecuanimidad no común, el nombre de Agustín Calvet (Gasicl) para el juratlo del Premio "Joan Creixells".

Para la dirección de "La Publicitat" se desiunó a! crítico de arte Caries Cai)devila, eviiándole al historiador Rovira VirgiH el ago­bio de las direcciones simultáneas de "La Pu­blicitat" y "La Ñau" .

— Plausible la standardización aplicada a las reseñas de los actos culturales en que intervieaie J<:>an Est<-h'ich.

- - De ihienos Aires llegan noticias de que el periodista mallorquín Juan Torrendell, re­dactor iiin' fué de "La Ven de Catalunya", ¡j!-e>>a,r:; <-! terr€m.i al mejor éxito de la idea de ia J:.x(xisición de! Libro csjañol, surgida de LA G.u'ETA Lrrr.RAUíA.

— .Se anuncia una exposición de Pájaro Pi;i-to en Galerías Dalmau,

— Interesante el ensayo del Sr. Cambó, "La fcaliif: !iis¡.,inii|ue", publicado en "La Revue l'.icm:". (lo J'aris, tan conocida por su tradicio­nal circuii.HiJCtta'ó'ii intelectual,

- .Se ha <ainíirnia.(lo la s^ejíaración volunta-ria. .I'- " I.'(ijiaii'''" 'leí escritor Josep Plá.

• • So ivLai; i-:'co};i(r,udo Kubscri]>cÍ0'ne5 para el íiiinro diario rafi'iüco catalán, "El Matí" . Se ammcia su public;ic¡<')n para el l." de Octubre. ,; I''!fiiK'.titos? Josep Maria Caixievila, Dr. Car-<1,.. Jo.sé María Junoy, Joan Bautista Solcrvi-oni-, ¿Significación dentro del catolicismo? Li-í¡i!,;í, iiitolisíeiitt', comprensiva, europea.

~- Muy atinado en .su "Amies de! Cinema" el poeta, en trance de ensayista, Tomás Garcés.

- Si'i'Ostivo.s, ])or lo tngUscs-—delicados, co-iimiiido texto—los cuatro niimeros

.! revista literaria "Joia" . No desme-roioii il- ' oo-ínuante lema de Kcats que se lee

• .\ scfialar ¡as conferencias de los poetas Jo"a;)) María d'.- Si,;,L!,arra y Rossend Llates, acer­ca de "M.a!H:;a com escric els ver.sos" y "Con-ccpt.e (1:'1 ;i:'i::nc", respectivamente.

!'i:',". ' i'i,r,;;.;r acaba de publicar en la

hizo un elogio de LA GACETA LITERARIA, re­comendándola a los estudiantes.

— El tercer artículo de Giménez Caballero, "Ante la Exposición del Libro portugués", pu­blicado en "El Sol", ha sido muy celebrado.

— En camino asceiKlente la perfección de "L'Amic de les Ar ts" , de Sitges. Textos de Gasch, Carlxynell, F'oix, Montanyá, Cassanyes, Perucho y Esclasans. Se anuncia un extraordi­nario en homenaje al pintor Joan Miró.

— Tomás Garcés aludió a LA GACETA L I T E ­RARIA, en un comentari de "La Publicitat".

— En ensayista vasco, Joaquín de Zuazagoi-tia, IKÍ mostrado su conformidad a las ideas de standardización propugnadas en el manifiesto vanguardista Dalí, Gasch, Montanyá.

— De Josep Plá, el dinámico escritor, se aguarda con expectación un libro acerca... jde Cambó ?

GALICIA

J,.a ^a¡. iita su "Vida interior d'un ipíor

lidificaiite el resultado de la encuesta de "I,;» N.au", acerca el notorio descenso de la capaeid.ni estudiantil universitaria en Cataluña.

lniere-..uilc la "Gjnversa amb Josep María í.ópei l'icó", por Annand Obiols, en "La Pu-bücitaí,''.

— (."arles Soldevila obtuvo un nuevo triunfo con el estreno de "Li l i" .

— I)irJsi<la P"i' ("uticlls Florenti y bajo el rn<:cenaje de los Síes. Ferraté, de Reus, inicia-r;i oii.i edición jxídagógica peninsular de autó-ijr;itv.(S iiti'rarios.

- ! )<:• Luheclc viaie la noticia de una próxi-m:i f-ilíoiÓ!! en alemán de una antología de poe-

S'obra del Dr. Víctor líjorkinan, I. !a publicación de "Caseta de

ItiOi: \ ' ; . . Formato mimiqués; directores, .M,.'rii!,, (,i;i ,.sl;,.., Rafael Benct y Joaquín Folch i Torrv;s; ' ' ^tia, Gasch, Rafols, etc.

• Mu.' • itiopinado fallecimiento del 's • •: ' ; ' >o y modernísimo jKíeta Ramón

, ,..ión del homenaje al novelista y : ' • Pili." y .Fi:-rr';.tcr dispone la edición

; •••• •l 'aüiins de '.Fraiisa". '", ¿siguiendo a "El Sol"?, ins-

. • . . i!:i semanal de literatura y biblio-..fo'Uia.

t.'nn ocasióii de su discurso rectoral, el íjec-av» de la Universidad boliviana de Sucre

La nueva literatura gallega.

Los movimientos de vanguardia europeos —iiuizá a través de su forma ultraica—llega­ron a Galicia por impulso de Eugenio Montes, Correa-Calderón, Jest^is Bal, Alvaro Cebreiro, Otero Espasaudin, Manoel-Antonio, Amado Carballo, Johan Vidal Martínez, líenys Fer-nandcs y otros. Cebreiro traducía en 1923 poe­mas recientes de Picabia, y en colaboración con Manoel-Antonio lanzó ' un manifiesto, "Mais ala", dando la hora de la lengua vernácula.

El que más influyente apareció en este as­pecto fué Eugenio Montes, quien llevó a Ga­licia ¡os ultraicos balbuceos líricos en un libro de poemas galaicos "Alalás"—inédito como li­bro, pero publicados la casi totalidad de sus poemas en periódicos y revistas-—. Eugenio Montes escri!)ió un ensayo. "Estética da muí-ñeira", donde la imagen creada crea a su vez nuevos ritmos para la danza antigua, y en él se zarandean, aburridos del viejo compás, los tópicos de la gaita. Publicó también una tri­logía de cuentos: " O vello mariñeiro toma o sol", " O añino da Dehesa" y "Como na pa­rábola de Peter Breughel", tres cuentos de dis­tinta signatura: lírico el primero, dramático el segundo y hondamente trágico el último; tres cuentos de ciegos, alguno de ellos traducido al castellano en la revista de Las Heras.

De aqtiella influencia se publicaron poemas admirables por Manoel-Antonio—"Si eu qui--xera cantar"—, por Correa-Calderón—autor de hermosas novelas, como "Conceición Singela lo Ceo"—y por Amado Carballo, por éste en su reciente libro "Proel"—1927—. Los líricos de avanzada en Galicia se dieron a caminar liacia la fuente inmortal de los Cancioneros, de vuelta ya de la nueva estética, y de esta es­cuela son poetas como Bouza Brey, Blanco-Amor y otros.

Amado Carballo—f 3 Sept. 1927—es, sin duda alguna, el más interesante de los imevos líricos. .Su libro "Proe l" , imaginista, es un libro de equilibrio, donde lo nuevo se hertnana con lo racial para darse en una desusada forma de emoción. Libro del mar, poemas abiertos por su visión telescópica a través de las espumas y los ronseles de la tradición lírica de Galicia, liste poeta es, además, un exquisito prosador, autor de novelas ricas en formas cnxebres, mo­delos de ortografía gallega y de robusta ar­quitectura. Como prosista, publicó "Os probes de Deus", "Maliare" y "Goriño".

Los neoclásicos es un grupo de extraordina­ria importancia en la lírica gallega contempo­ránea. Victoriano Taibo, autor de "Abrente" —el mejor libro de versos gallegos—y " D a vella roseira", muestra su alma enxebre en este momento de la cultura gallega, como un buen maestro en la antología vernácula.

Noriega Várela, autor de "Doerma" y "Montañesas", es un exquisito .sonetista. Poeta míjtico y montañés, cantor de las cosas sim­ples—remotamente. Guerra Junqueiro—, tiene entre su obra las más delicadas joyas de sen­sibilidad lírica, y representa ima de las formas más puras en el renacimiento de la literatura gallega. Poetas de altos vuelos, en este mismo grupo, .Eladio Rodríguez González—"Oraciós Campesinas" — y Gonzalo López A b e n t e —"Alentó da raza"—. Este último, verso bra­vo como el mar Cantábrico, no encaja, real­mente, en este espacio de tiempo a que quere­mos reducir nuestra noticia. Rodríguez Gon­zález, poeta clásico y frío, no es gran ejemplo de lirismo en el presente lírico de Galicia, es­pléndido de poetas nuevos y exquisitos.

Párrafo aparte merece Ramón Cabanillas, el poeta de la Raza. Poeta, en realidad, de otro tiempo—el "último Precursor" le llaman con extraordinaria exactitud—, tiene toda la signi­ficación de representar el siglo XIX. El es de­licado, como Rosalía, en " A rosa de cen fo­llas " ; robusto y rebelde como Curros, en " Da térra aso!.)alIada"; profético como Poudal, en "Da térra asoballada" y "Vento mareiro". Ramón Cal)anillas, el más grande poeta de Ga­licia por este dictado, publicó en los últimos años un libro de .sagas nórdicas, "Na noito es trelecida", orientación hacia la cultura céltica. Pero, por otra parte, Cabanillas no es el maes­tro de la nueva lírica gallega; ésta se desarro­lla a su espalda, porque él es el siglo X I X con sus virtudes y sus defectos, y, por ende, su mayor mérito es de voz tradicional, orientador del pueblo.

En (íalicia tenemos también do.s poetisas ad­mirables : Francisca Herrera y Herminia Fa­riña ; a la primera .se debe la mejor novela grande escrita en gallego, "Néveda", y la se- | gunda es, además, loable dramaturga. Dos va­lores que, registrados, nos disculpan de mayor encomio.—Augusto María Casas.

EXTREMADURA Apreciaciones.

Bajo un cielo azul—italiano dijo Ortega y Cjasset—ha visto Extremadura desarrollarse su genio típico, su racial contextura, recia y seve­ra. Región muy Zurbarán. Penitentes angus­tiados, flagelantes contritos y — sobre todo — una penetrante agudeza visual. Empaque. Un poco de soberbia. Todo producto — lógico—de la confianza en sí mismo. El extremeño, en apariencias, es tímido, encogido. Nos engaña­ríamos creyéndolo realmente así. Es la forza­da timidez del gigante asustado frente a la proporcionalidad corpórea de los otros, breves y menuditos. Recuenta energías y, en el preci­so instante, se lanza audaz, decidido. Nada tan franco en sus voliciones como el extremeño. Resulta grosero. Una grosería de gran perso­naje,

Extremadura, empero, en la hora actual, es tñuy otra. La alimentan sanas enseñanzas mo­dernas. Tiende a una más íntima compenetra­ción espiritual con las otras regiones. Alguien lia dicho que se desborda hacia Sevilla. Mala impasión de caminante, adquirida en mesones ciudadanos. Acaso fué debido a que, literaria­mente, aparecen adscriptos los extremeños a las escuelas sevillanas. Todavía ejercen sobre descentrados espíritus influencia. Pero tenien­do el arte un acento de universalidad—una di­rectriz general—, todo desplazamiento hacia otras regiones implicaría el triunfo de lo mí­nimo sobre lo genérico. Extremadura es—no hay por (pié sorprenderse—el reverso de An­dalucía. Examinemos las prodticciones y los síntomas de ambos pueblos. El andaluz es—-sal-\-o excepcional idades—amante de la vida repo­sada, Ijajo los emparrados de sus cortijos. Gus­ta del cliiste solaz, provocativo y de ciertas modalidades follí-lóricas. Cante jondo. Algo sentimental, ix.ico propicio a la brusquedad ex­tremeña.

I La vida en Extremadura ostenta timbres de I gravedad. Rara es la jocunda carcajada. Aca-[so la leve sonrisita de ironías concentradas, mordientes, aprendimos a vivir en medio de la miseria de nuestros campos, ricos por natura­leza y agotados por la inactividad. Y esa mis­ma dureza de la tierra—suavizada en los de­clives de la Serena y de los Barros—nos ha infundido un espíritu—aunque flexible de res­ponsabilidades. Ño ignoramos que el paso de­cisivo está por dar. Nos intimida la conciencia de que, sí no acertamos, se pierda por completo el acento regional, confundiéndose con Castilla o Andalucía. Queremos colalioración. Nunca fusión. Jamás fué tan espléndida España como cuando .sus regiones conservaban cierta auto­nomía en el vivir. Principio que—algunos—su­pondrán federalista. En política, sí. En litera­tura, en arte, no pasa de ser íntimo anhelo de plasmar las concepciones en materiales propios. La única fórmula viable para la creación de geniales obras. Un patriotismo depurado, sin alharacas, sin garrulería, con leves matices uni­versales. Conservarnos puros en medio de to­das las regiones. Pero aportando, con sereni­dad, todo lo que de españolidad existe en nues­tro extremeñismo. Desligándonos de escuelas, como la sevillana, que tan sólo dieron poetas despreciables o narradores sin vitalidad. Adhi­riendo al concierto europeo nuestra fuerte voz, preñada de extremeñidad.,.—Antonio Salgado.

ARAGÓN —El Centenario de Goya ha sido como un

estimulante para que Aragón reanime sus fuer­zas artísticas, desde hace tiempo en letargo. Escritores, pintores, escultores, músicos, afinan sus sensibilidades y se aprestan, virilmente, a la lucha. Lo qué falta a nuestros artistas es un IXKO de unión, im poco de confianza.

—Pilar Viñao, todavía una niña, ha conse­guido el premio extraordinario de piano en el Cbn'servatorio de Madrid. La categoría del premio justifica bien los méritos de la artista. Pilar Viñao se incorpora al profuso grujx) de nuestros eminentes pianistas.: Pilar Bayona, Pilar Arnal, Fermina Atares, Pilar CaJvero.

—Se celebra actualmente una exposición de caricaturas del artista Paco Ugalde, redactor gráfico del "Heraldo de Aragón". Está siendo muy visitada—y celebrada—por el público, que admira la fina gracia del joven caricaturista. Sus "Siluetas del Paseo", sobre todo, son un acierto de interpretaciones femeninas.

—El pintor Martín Durbán—artista arago­nés instalado en Barcelona—^ha celebrado una interesante exposición. La crítica y el público ha celebrado—muy justamente—sus méritos. El éxito ha sido una prueba de sus grandes cua­lidades, y a la vez una promesa halagadora de nuevos y futuros triunfos.—Julio F. Asnar.

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FRANCIA GIMÉNEZ CABALLERO EN PARÍS

El inventario de las horas que Giménez Ca­ballero ha pa,sado en París es, en el orden pu­ramente periodístico, una serie de artículos que le han consagrado o hecho consagrar las figuras nicas preeminentes de la gran Prensa fraiicesa. Jacciues Patín, en "Le F ígaro" ; Max Frantel, en "Comoetlia" ; de FalgairoUe, en "Les Nou-velles Littéraires"; Léon Deffoux, en "L'In-Iransigeant"; Charles Lesea, en "La Revue de L'Amérique Lat ine"; Midler, en "La Vic La­tine", e t c . . Un extenso estudio sobre Caba­llero y LA GACETA LITERARIA aparece en el "Manuscrit Autographe" (Blaisot éd.) con un facsímil de un autógrafo de sus poemas jun­to a autógrafos inéditos de Racine y de Baude-laire. Pocos escritores, durante su vida, se vieron tan hoirrados en esta publicación lujosa, solicitada por los bibliófilos del rrmndo entero, y que se ha convertido en un museo de inéditos famosos. Jean Royere, uno de los prospectores y mineros del filón moderno de la poesía, ha acogido excelentemente a su colega español. Cediendo a la información de Caballero, en todo lo que toca a las letras castellanas, le ha prome­tido acoger en las columnas de! "Manuscrit Autographe" traducciones y reproducciones de inéditos de grandes escritores peninsulares. Es la primera vez que el Director del "Manuscrit Autographe" acoge textos extranjeros.

]>esde el punto de vista general, Caballero ha hecho obra de embajador intelectual de la Penínisula. Sus vúsitas personales a libreros, a los hispanistas como Valery Larbaud, Matilde Pomés, Miomandre, Cassou; sus entrevistas con corresponsales parisinos como Corpus Bar­ga, Ventura, García-Calderón, Leonardo Pena, Valencia, Orlando Ferrer, e t c . . La primera proyección de una película surrealista de Man-ray-Desnos; las dntei-viús acordadas al grupo de jóvenes de La Rotonde o de La Couloe: pintores, mtisicos; sus conversaciones con maes­tros franceses como André Loth; las invita­ciones mundanas cpie ha aceptado, han multipli­cado las simpatías cjue su fraiiqueza suscita en seguida.

Como los buenos exploradores, que siempre son colonizadores a la vez, Giménez Caballero ha establecido factorías de lengua y literatura española en las grandes librerías internacionales de París, como " Shakespeare and Co.", Made-moiselle Adrienne Monnier. En "Au commerce des idees", que dirige Gattino, en el Boulevard St. Michel, ha fundamentado las bases de una sección española. Desde hoy en adelante el en­vío de libros y revistas peninsulares está soli­citado por Gattino, que los pondrá a la disposi­ción de los estudiantes franceses en el círculo franco-español que él acaba de fundar. Un es­caparate entero queda consagrado a las nove­dades españolas.

Gimiéncz Caballero ha estudiado con Maurice Martin du Gard el programa del Congreso In­ternacional de los periódicos literarios, eu Oc­tubre próximo. Congreso que se celebrará en París, cuna del decano de los periódicos litera­rios, "Les Nouvelles Littéraires". Maurice Martin du Gard ha prometido hacer interesar varios elementos ofioiales. Esta época será la escogida ix>r la Sorboniie para organizar una conferencia de Caballero y im gran salón de París abrirá la Exposición de "Carteles lite­rarios", que han apasionado a cuantos los han visto.

Por otra parte, yo mismo empiezo la traduc­ción de sus "3 ensayos folklóricos de España". Y estos resultados tan brillantes y tan numero­sos de un verdadero intercambio, los ha alcan­zado el Director de nuestra GACETA durante los cuatro días pasados a i París. Y los parisinos quedan convencidos de que la España joven posee organizadores de calidad.

N O V E D A D E S

—Gastón Leroux, el autor de tantas novelas famosas (pie ya dieron la vuelta al mundo, pu­blica, después de su muerte, "La agonía de Ru­sia blanca" (Messageries Hachctte). A propó­sito del Zar dice: "abstenerse de dar órdenes es una responsabilidad mucho mayor que la de mandar". Y nos demuestra que el sublevamien­to del pueblo ruso era inevitable ante la apatía de sus jefes. La ignorancia del clero impedía que el Zar restableciera el patriarca. Los Gran­des Tiuques escribían obras en versos, que se representaban en París. Los periodistas de la época de la guerra ruso-japonesa, que parece

i t i - L ^ I

ser la causa de Ja decadencia rusa, reclamaban ya entonces un cambio "universal hasta las raí­ces ". En el Mar Negro se sublevó todo el equi­paje de un navio, el famoso "Potemkine", asun­to que ha dado margen a una película editada veintiocho años después y censurada por los Estados. En este Hbro quedan patentes los es­fuerzos de Guillermo 11 para impedir que el Zar concluyera una alianza ruso-nipona. La entrevista de los dos emperadores nos la cuenta Leroux, que fué "repórter" y ya la anunció an­ticipadamente, antes que ningún otro periodista del universo.

Una estudianta, para no dejarse detener ni violar, coloca dos bombas en su pecho: senos de bronce. E t c . . Y, por fin, la explicación hu­mana de la revolución.

—"La Ciudad Acústica" que Eugenio Gar­zón aoaba_de publicar, en edjción sencilla y de bella forma, ostenta un prefacio de Carlos Reyles. T. a edición, de dificil tipografía (aun­que sólo fuera por las numerosas citas en fran­cés), está hecha ¡xir "Le Livre Libre", que en pleno París lanza obras españolas. Era un lujo superfino, pues treinta años de vida puramente parisina (comprendiendo una rúbrica de letras liispano-americanas en "El Fígaro") dieron a conocer en Francia el nombre del autor. El tí­tulo hubiera podi<lo nacer de la misma pluma sutil de Ramón en per,sona. Pues París es, efec­tivamente, una reunión sonora, sembradora de ecos, de cantidades de cerebros trabajando bajo el mismo cielo. Eugenio Garzón ha tratado el París del Boulevard, pero en todo su cosmo-iwlitismo integral: el de antes de la guerra. Y recurriremos al testimonio de Garzón cuando ijueramos reconstitirir las querellas de apaches, las huiVlas misteriosas de sombras de mujer, los célebres cafés ya desaparecidos, en los que .se reunían las glorias internacionales; siluetas de cocotajs, cocheros de fiacres (como los si­mones madrileños). Los literatos recurrirán también a Garzón para evocar las figuras de un Lautreamont, de un Juleis Laforgue, de Montalvo, Rubén y otros huéspedes del Bou­levard.—Adolpltc de Ealgairollc.

ITALIA Novedades, libros.

—La Sagra delle veryini, de Salvador Gotta (Milán, Baldini). Novela calma, de alto estilo, sin preocupación de modas literarias.

—La donna del Nadir, de Massimo Bontem-pellí (Roma, Mondadori). Reunión de todos sus escritos publicados entre 1922-23. Es de-

LA MUEVA RUSIA

Gorki, la Ciencia y Baroja La entrada en Rusia de Máximo Gorki y

las fiestas por su 60." cumpleaños, constituyen en la Rusia de estos días el máximo aconteci­miento literario.

Ningún escritor contemporáneo ha tenido nmica la acogida del patriarca del bolchevismo en Rusia. El pueblo en masa se congregó a aclamarle. Entró como un rey que tornase del destierro.

Leyendo los relatos que nos describen las grandiosas escenas, se ve que ni la mejor kpo-ca de Zola en Fraíicia, de DAiiminzio en Ita­lia y de Galdós en España puede compararse con la apoteosis de este profeta de un nuevo mundo humano.

Acude con amor y gratittKi a todas partes. Firma dedicatorias, escribe artículos, prepara Guentecíllos. Y tiene tiempo para iniciar la publicación de un ciclo novelesco, del cual ha aparecido ya el primer volumen, "La vida de Klini Sangin", donde hay mucho de autobio­grafía,

Pero lo más interésamte para nosotros, es­pañoles, de todas estas manifestaciones gor-kianas, son las hechas recientemente a todo su pueWo, defendiendo lá ciencia con entusiasmo y fe que nosotros encontrarnos ya en Baroja anteriormente (conferencia dada en la Casa del Pueblo de Barcelona). (Baroja, nuestro mejor gorkiano, y sobre, el cual parece haber tanto pesado el novelista ruso.)

Así se expresa Gorki : "Es necesario que el pueblo ruso se convenza que para vivir libre­mente es menester encontrarse en una atmós­fera que descanse sobre una base cieiitífica; es preciso que el hombre soviético se convenza de que el médico que cura los enfermos, no sólo trabaja, sino que ha trabajado largos años, que el que cultiva flores, aunque sólo sea para estudiarlas, no es un zángano, sino un científico indispensable a la humanidad, tan­to como lo es el labriego, y el albañil, y que, por tanto, el ejemplo del cíaitífico, no signi­fica otra cosa sino la incitación a trabajar más. •

El primer mandamiento de la gente soviéti­ca debe ser: rendir pleitesía a la ciencia."

LEA USTED:

L'agonie de la Russic Blanche Un volumen, 12 Francos

p o r G a s t ó n L e r o u x (el novelista de Rouletabille)

M E S S A G E R I E S H A C H E T T E , P a r í s

EDITORIAL ESPAÑOLA "Le Livre Libre"

publica:

LA CIUDAD

en París:

ACÚSTICA admirable libro sobre París y sus misterios

por Eug^enic ) Garzón

(Eilícioiies de la RcTne k FÁméripe Latine, 26, Aíeniáa de la Opera, PARÍS)

Novoa Santos en Cuba

Los periódicos de La Habana dieron cuenta del éxito logrado por Novoa Santos en su ci­clo de conferencias, organizado por la Hispa-nO'Cuhana de Ciútnra. Los áridos temas cien-tilicos que eligió el conferenciante llegaron a los oyentes diestramente convertidos en claras lecciones vitales. Su atinada labor de divulga­ción halló simpáticas resonancias en el nume­roso auditorio. La institución Uispano-Cubana de Cultura puede apuntarse un triunfo más.

No reseñaremos una por una las conferen­cias, es decir, las lecciones. Aunque nos inte­resa insistir en la última: Las raíces biológi­cas del sentimiento estético". El Día, de La Habana, ha comentado—Suárez Solís lo había hecho, con la agilidad que suele, en Diario de la Marina—la sabrosa lección. Transcribimos la qlosa de Jorge Mañach, publicada en El Día:

"Cerró el domingo su ciclo de conferencias en la institución Hispano-Cubana de CultTtra el Dr. Novoa Santos con una espléndida lec­ción acerca de "Las raíces biológicas del sen­timiento estético". Las copiosas reseñas perio­dísticas, por lo general muy leales, de que viene disfrutando insólitamente la institución han divulgado ya, para beneficio de quienes no tuvieron el privilegio de escucharla, el con­tenido esquemático de aquella disertación. Pero queda todavía un margen para ese comentario agradecido, nunca demasiado tardío, a que nos compromete toda gran dispensación de cla­ridad.

I-o fué la del domingo particularmente, en­tre las muchas que nos ha hecho el agudo bió­logo español. Nunca le habíamos visto discurrir con tan seguro paso ni más novedosa orienta­ción; nunca nos deleitó tan hondo con la ple­nitud del escudriñamiento y la fineza del de­cir. Y eso que se trataba de un tema sobre el cual se ha escrito ya tanto, que una mera dog-matización nueva acerca del mismo nos hubie­ra decepcionado fácilmente.

Su mero enunciado, sin embargo, hacía es­perar sutiles concreciones. Novoa Santos as­piraba a fundamentar el sentimiento estético —esa experiencia sutilísima, inasible, misterio­samente arbitraria—en algo tan ponderable y concreto, cientificameiitc, como es el hecho bio­lógico. Si lo lograba, pcmía una pica en Flan-des. Porque, hasta ahora, la estética es de to­das las disciplinas lilo^óficas aquella sobre la cual se ha dogmatizado más, sin lograr otra cosa que exacerbar nuestra curiosidad ante el problema del porqué y cuándo y cómo es bella luia Cosa o un espectáculo. ' •

Estábamos empachados de las meras espe­culaciones, cuya dialéctica sólo nos conducía a

un forse che si, forse che no. Desde Platón hasta Benedetto Croce, todos pusieron sus ma­nos en la investigación de lo bello, sin apre­hender más substancia que el feo polvillo con­ceptual de las alas de la mariposa, cuyo ori­flama permanecía ínexplicado.

Los acercamientos negativos a la manera de Baumgarten y de Kant ; las vaguedades al modo de Lipps, de Lalo, de Croce, no nos bas­taban. Es indudable que el Positivismo, muerto como doctrina substantiva (si es que real­mente lo fué alguna vez), sobrevive en esta honda apetencia de tangibilidad científica que logró dejarnos. Ya no nos contentamos con que se ofrezcan explicaciones ingeniosas y co­herentes acerca de las cosas; queremos la ex­plicación perfectamente apodíctica que nos ilumine todas las esquinas de un problema con claridad y rigor de laboratorio.

Yo no sé si la explicación del fenómeno es­tético por Novóa Santos será la explicación concluyente. Sé que es la de mayor fuerza suasoria, la que más directa y valerosamente se encara con todos los ademanes de nuestra curiosidad. Partiendo del postulado de Kant, de que la belleza no es una condición objetiva, algo que las cosas tienen en sí, sino una for­ma relacional entre el sujeto y el objeto de la e.Kpcriencia estética, llega Novoa Santos a la conclusión de que esta experiencia proviene de un profundo acuerdo entre ciertos espectáculos peculiarmente dotados y nuestro "ritmo tró­fico" interior.

Esto suena bastante arcano. Tómesenos la palabra de que no pareció así en la mañana del domingo. Durante una larga hora brevísi­ma vimos cómo se iba despejando, por zonas, a golpes de luz, la misteriosa bruma en que hasta ahora hemos divisado envueltas todas las implicaciones del oficio artístico. Bien es ver­dad que no alcanzamos todavía a percibir cla­ramente por qué, para estar una cosa acorde con nuestro más hondo ritmo vital, es necesa­rio que reúna ciertas condiciones de plenitud en su mensaje, de asimetría en su constitu­ción. Fué éste el pasaje evasivo de la lección, y aun no estoy seguro de que no se nos esca­pó por su misma sutileza.

Pero sí nos quedó, muy neta, esta enseñan­za : que la experiencia estética tiene una utili­dad biológica, cualquiera que sea su desinterés en un sentido psicológico o político. Que lo que granjea placer de belleza fortalece nuestra ap­titud vital. Que el arte no es, pues, un lujo, no es una "inutilidad", ni aun ctiando más "ilrshunianizadü" parece; antes supone siempre una honda faena de integración y de conser­vación el servicio de, la • especie. Lo trágico mismo nos resulta bello, porque todo espectácu­lo dé destrucción satisface nuestro hondo sen­tido de la necesidad de- la itiuerte individual, IK'ua asegurar la vida."

BENJAMÍN JARHÉ,?.

cir, de un rico fuego graneado de aforismos, paradojas, agilidades de funámbulo lírico.

—// sapore dclla vita, de Virgilio Brocchi (Milán, Mondadori). Novela con fondos eu­ropeos, Perugia, Nerví, París, Amberes, Bruse­las, Capri. Personajes que chupan y satorean la vida como una naranja.

—Maktub Rahbi, novela árabe de Marcello Valentinis. Ensayo de relato colonial italiano.

—Rcviviscenzc. Studi di tradisioni popolarc itaUanc. Serie primera. De Rafaelle Corso (Ca-tania). Notable folk-lorista, reúne una preciosa serie de nuevos documentos italianos tradicio­nales.

—Vcnej^e Sid Capiicorno, de Ruggero Vasari. Poesías (Náix>les). Futurismo. La crítica italia­na ataca este libro por futurista. Ya no perdona Italia el futurismo más que a Marinetti. En todo lo que ya Marinetti tiene de pasadista.

—Figure e figurinc mansonianc, de Atilio Scarpa (Venecia). Busca los perfiles de las prin-pales figuras manzoniaiías. F r a Cristóforo, Don Abondio, etc. Con mucha finura.

Libros para niños.

Tras la reforma Gentile, la editorialidad ita­liana para niños ha cambiado en el sentido de dar cosas didácticas con Ja mayor fantasía y ensueño posible.

Así, por ejemplo, la Editorial "La Scuola" ha publicado dos volúmenes titulados "Las fá­bulas de la infancia del mundo" y "El Libro de la iwesía griega para niños", que son el me­jor modelo de esta modalidad pedagógica exis­tente en España con las publicaciones de la "Revista de Pedagogía".

La Italia musidtnana.

Con este título ha publicado la Editorial "La Voce", gobernada por Curzio Malaparte, un es­pléndido libro de C;mtalupo, donde se estudian minuciosamente todos los derechos y deberes de Italia frente al problema africano. Es un libro fundamental en Ja Historia colonial europea.

Muerte de Paolicri.

Tras la reciente muerte de Cesare de Lollis, Italia tiene que lamentar la del insigne escritor Ferdinando Paolieri, iweta toscano nacido en el año 1878.

ALEMANIA Stefan George.

El veterano poeta Stefan George celebró en estos días su óo.» aniversario.

Un libro de IVassermann.

Con el título de "El caso Maurizius" ha pu­blicado un libro Jacobo Wassermann, donde se plantea eixérgicamente el problema de la Justicia.

Novedades.

Willy Seidel, Schattenpuppen. Muñecos de sombra. Novela de Java.

—Stefan Grosmann. Chefrcdakteur Róth führt Kricg.^FA redactor jefe Roth, conduce a la guerra.

—Einil Ludwig. Tom und Sylvester. Novela de la gente del.Tícino, contada por el biógrafo de Napoleón, de Bismark y de Guillermo. '

INGLATERRA El sitzvellismo vanguardista.

Hace poco afirmaba un excelente crítico ita­liano, Piero Rébora, que Inglaterra es el único sitio donde Marinetti se quedó helado al in­tentar la catoquesis de unos cuantos seres de diverso sexo al futurismo.

Las corrientes contientales llegan allá débil y absurdamente.

Sucedió ya con Giordano Bruno, que no in­teresó a Inglaterra. Y con el gorro frigio de William Blake. Sólo el simbolismo francés dio vida al imagism y al georgianism, escuelas donde florecieron Gibson, Noyes Drinkwater, etcétera.

Hoy el vanguardismo ha prendido, por fin, en un núcleo que con el mismo nombre Sitwell se reparte en tres personas: Edith, Osbert, Sacheverell. La más entusiasta es Edith, que llega a hacer poemas con elementos charlanes-cos de la comedia del arte, alborotando e in­citando a la tradicional gente inglesa.

Los títulos de sus obras son los siguientes: The Slecping Bcauty. Rustic Elegier. Triple Fugue. Befare the hombardment. Discussions on Travel, art and Ufe. AU Sunimer in a Day.

NORTEAMÉRICA Novedad en la vida americana.

Léanse las novelas de Fannie Hurst. En es­pecial "A presídení is Born". Las de John Erskine. El famoso libro de Thornton Wilder, "The Bridge ofi San Louis Rey".

Véanse los siguientes dramas: E u g e n i o O'Neíll, "Strange Interlude". Laviírence Sta-llings, "What Price Glory". Siéntase los poe­tas : Edward Arlington Robison y Edna Millay.

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