La Galera - Ilustraciones de Xoul · 2015. 5. 14. · —La gata tiene razón —dijo Ariel mirando...

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La cámara de cristal Ilustraciones de Xoul ANA ALONSO y JAVIER PELEGRÍN

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La cámara de cristal

I l u s t ra c i on e s d e X o u l

A n A A l o n s o y J A v I e r P e l e g r í n

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Capítulo I

¿E so es Craig Dannan? Por todos los magos de la Época Antigua… ¿Cómo demonios vamos a subir ahí?

Mientras hablaba, Viviana señalaba con el dedo la mon-taña yerma y pelada que se erguía en medio del páramo. En la cima se distinguían los restos de antiguas fortificaciones cuyas siluetas se recortaban a contraluz sobre el cielo violeta del atardecer. En medio de todas ellas se alzaba una torre que, aun vista desde abajo, parecía altísima en comparación con el resto de construcciones… La cúpula que remataba la torre brillaba como una lejana perla.

—El observatorio —observó Ariel, apeándose de la cara-vana detrás de su compañera—. Desde luego, hay que estar un poco loco para venirse a vivir aquí… Sobre todo si la ma-yor parte de tu vida te la has pasado en las islas de Caproím, como la dama Cora.

—Según he oído, su familia es la propietaria de estas tierras desde tiempos inmemoriales. Ese castillo pertene-

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ció a su padre, y antes a su abuelo, y a sus tatarabuelos…—Ya, ya, no hace falta que sigas. —Ariel suspiró e hizo

visera con la mano para otear mejor el horizonte—. De todas formas, no parece que haya mucho en estas tierras que me-rezca la pena. La única población que se ve es ese puñado de casas a los pies de la montaña, y no parece gran cosa.

—Downhill —confirmó Viviana revisando las notas de la libreta que llevaba en la mano—. Sí, es el pueblo que abastece al castillo. Trescientos habitantes, como mucho. Y la ciudad más cercana se encuentra cincuenta millas al oeste. Eso sí que es estar aislado.

—Me pregunto cómo, viviendo en un sitio tan apartado como este, habrán conseguido dar con nosotros… Se ve que nuestra agencia empieza a ser famosa.

Viviana hizo una mueca.—No te hagas ilusiones. Que hayamos resuelto un par de

casos importantes no significa que todo el mundo nos co-nozca. De todas formas, no hay mucha gente capacitada para resolver un problema como el que tienen aquí… Seguramen-te habrán dado muchas vueltas hasta encontrarnos.

—Pero el asunto parece delicado… ¿no te sorprende que hayan decidido confiárnoslo a nosotros así, sin más?

—Resolvimos el enigma del puerto de Candem, y esa es la mejor carta de recomendación para un caso como este. De todas formas, no me quedaré tranquila hasta que lleguemos ahí arriba. Elb, el elfo que nos ha contratado, es tan solo el ad-ministrador. Prometió contárselo todo a la dama Cora antes de nuestra llegada, pero, aun así, estoy preocupada. Imagína-te que ella no se lo ha tomado bien…

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—Cambiará de opinión en cuanto nos conozca —afirmó Ariel sonriendo con suficiencia—. Míranos: se nota que so-mos dos profesionales. Jóvenes, competentes, poderosos, lis-tos… Eh, ¿qué haces?

Viviana acababa de arrojarle su libreta a la cara, y Ariel no tuvo los reflejos suficientes para evitar que le golpeara en plena mejilla antes de caer al suelo.

—Repasa esas notas, anda, en lugar de alardear tanto. Pa-rece mentira que todavía no sepas cómo va esto, Ariel. Da lo mismo lo que hayamos hecho antes de llegar aquí: cada caso es como volver a empezar. Nos lo jugamos todo.

—Vale, vale, no te pongas dramática. Que disfrute con nuestro trabajo no significa que no me lo tome en serio. Su-ponía que a estas alturas ya te habrías dado cuenta.

—Eh, ¿vais a empezar otra vez? —barboteó una voz des-de el interior de la caravana—. Por favor, que estamos cansa-dos…

—La voz del agua hablar con sabiduría —añadió con sua-vidad la gata Tétrix, asomando su cabeza tornasolada por entre las ruedas delanteras de la caravana—. Sentirme como mercurio líquido dentro de una retorta en el laboratorio de un hechicero loco. Arriba y abajo, arriba y abajo. Vueltas y vueltas y vueltas… Demasiados atardeceres rodando por los caminos.

—Sigo sin entender ni una palabra de lo que dice este gato —gruñó Ariel—. En serio.

—Es una gata, y lo que dice es que está harta de tanto viaje —tradujo Viviana poniéndose en cuclillas para acariciar el brillante pelaje del animal—. Tranquila, bonita. Si ya estamos llegando.

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—Yo no diría tanto —la contradijo Ariel—. Está ano-checiendo, y mira lo empinado que es el camino del castillo. Como mínimo, eso son entre cuatro y cinco horas de viaje, más si la luna se oculta entre las nubes y no vemos bien por dónde vamos. Además del peligro…

—Oye, no exageres. Somos magos, conocemos cientos de hechizos para evitar tropiezos y accidentes en ruta.

—Cientos, no. Como mucho, cuatro o cinco.—Pues ya son más de los que necesitamos. En serio, Ariel,

no sé a qué viene todo esto ahora…—La gata tiene razón —dijo Ariel mirando a Tétrix—.

Necesitamos descansar. Hagamos noche aquí mismo, y ma-ñana por la mañana subiremos a Craig Dannan.

Viviana se cruzó de brazos y miró a Ariel con el ceño frun-cido. El viento agitaba sus largos cabellos cobrizos y su falda de mil colores, dando la sensación de que un extraño poder emanaba de ella.

—Muy bien. Si queréis quedaros aquí a descansar, por mí perfecto —dijo en un tono que no tenía nada de amigable—. Yo voy a subir. Le prometí a Elb que llegaríamos el día 14 del mes y no pienso incumplir mi promesa. Vosotros podéis ha-cer lo que queráis… No necesito vuestra ayuda.

Tétrix, aparentemente poco impresionada por las palabras de su dueña, se encaramó al pescante de la caravana y desde allí lanzó un sonoro bostezo antes de colarse en el interior.

—Pues entonces, buenas noches —ronroneó después de hacerse un ovillo sobre el cesto que le servía de cama—. Ma-ñana ver de nuevo vuestras caras.

Ariel, en cambio, no parecía tan indiferente como Tétrix

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a las palabras de Viviana. Durante unos segundos se quedó mirándola aturdido mientras ella se alejaba a buen paso por el camino, recogiéndose la falda con las manos para no arras-trarla.

—Eh, espera —dijo, reaccionando por fin—. Espera, no pensarás dejarme aquí solo…

Viviana se detuvo y esperó a que Ariel la alcanzara.—¿Qué pasa?, ¿tienes miedo? —le preguntó la muchacha

con una sonrisa retadora.Pero su sonrisa se disolvió en una mueca de confusión

cuando Ariel le cogió la mano.—Claro que tengo miedo —contestó el muchacho muy

serio—. Tengo miedo por ti.—Oye, ¿qué estás insinuando? ¿Es que crees que no sé cui-

dar de mí misma? Pues sé cuidarme perfectamente, mejor que tú.

—Ya lo sé, Viviana —cortó Ariel, reteniendo la mano de su compañera entre las suyas—. Pero a pesar de todo, me preocupo. Lo siento si te molesta, pero es así.

Viviana retiró la mano con brusquedad y reemprendió la marcha.

—No me molesta —murmuró en voz baja, como si se aver-gonzara de sus palabras—. Venga, vámonos ya… Pronto sal-drá la luna, y todavía nos queda mucho camino por recorrer.

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Tal y como les había rogado su cliente en la carta que les ha-bía enviado solicitando sus servicios, Viviana y Ariel evitaron

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pasar por el pueblo de Downhill para no ser vistos por los aldeanos y no tener que dar explicaciones. Según el elfo Elb, lo sucedido en el observatorio no había llegado aún a oídos de los habitantes de la comarca. Aunque algunos empezaban a hacerse preguntas… Sobre todo, desde que a la posada ha-bían llegado huéspedes extraños que de vez en cuando su-bían al castillo sin que nadie supiera para qué.

Durante un buen rato, Viviana y Ariel caminaron en silen-cio por el pedregoso sendero que ascendía hacia la cima de la montaña. A su alrededor, el páramo se extendía como un gran océano de hierbas altas y oscuras removido por el vien-to. Dejaron atrás el puñado de luces amarillentas de Down-hill y se internaron en el bosquecillo de robles que cubría la falda norte de la montaña. Los árboles, azotados día y noche por el aire gélido del norte, crecían retorcidos y nudosos, más semejantes a arbustos viejos que a verdaderos robles.

En algunos puntos, el camino se volvía tan estrecho que los dos magos se veían obligados a caminar en fila india. La luna aún no había salido, y un espeso manto de oscuridad envolvía el bosque. Un par de veces, Viviana empleó un conjuro de lu-miniscencia para arrancar un tenue resplandor verdoso de los troncos que los rodeaban y ver mejor por dónde iban. A Ariel le pareció un poco arriesgado usar la magia de esa forma tan cerca del pueblo de Downhill, pero no dijo nada. No quería discutir… otra vez.

Cuando dejaron atrás el bosque, Ariel se sintió más rela-jado. Aunque no llevaban más de un par de horas andando, habían subido casi hasta la mitad de la montaña. Y de repen-te, al doblar una curva del camino, se encontraron con que

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el castillo de Craig Dannan se hallaba mucho más cerca de lo que habían pensado. Desde su posición, podían ver perfec-tamente las almenas de la muralla y la cúpula de cristal que coronaba la altísima torre.

—Si lo piensas bien, el caso no tiene ni pies ni cabeza —dijo Viviana, rompiendo el silencio por primera vez en todo el trayecto—. ¿Cómo es posible que alguien desaparez-ca de un lugar así? Nadie puede abandonarlo sin pasar por la puerta principal de la muralla, que está vigilada día y noche. Y resulta que ha ocurrido dos veces.

—Solo hay una explicación, Viviana: la magia. Piénsalo. Podrían haber salido usando un hechizo de invisibilidad.

—No eran magos, Ariel. Eran astrónomos. Y los dos ha-bían insistido un montón para poder usar el observatorio de la dama Cora. ¿Por qué iban a abandonarlo en plena noche protegidos por un manto de invisibilidad? No tiene ningún sentido.

—¿Se conocían ellos dos? ¿Te contó algo el elfo sobre eso?—Se lo pregunté cuando hablamos por teléfono, y me dijo

que probablemente sí, pero que no habían coincidido nunca en sus visitas al observatorio. Tardor desapareció hace algo más de tres meses. Aspasia, hace tan solo diez días. Así que ha pasado bastante tiempo entre los dos casos.

—Pero los dos se parecen bastante… demasiado para que sea una coincidencia.

—Es cierto —confirmó Viviana—. Los dos subieron a hacer sus observaciones a la cúpula por la noche y… no re-gresaron. Nadie los vio bajar. Y Elb dice que las escaleras del observatorio están vigiladas las veinticuatro horas.

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—Pues arriba no han podido quedarse —murmuró Ariel, pensativo—. Quizá el observatorio tenga algún túnel secreto, algún pasadizo…

—Si lo tiene, no es un pasadizo normal y corriente. Así que es cosa nuestra… porque si hay una salida secreta en esa torre, está claro que tiene que ser mágica.

—Por supuesto. Nuestra especialidad. Ya verás, Viviana, será otro gran éxito. Un nuevo caso resuelto por la Agencia Sa- lamandra… ¿Alguna vez pensaste que llegaríamos tan lejos?

En la oscuridad, Viviana sondeó el rostro de Ariel. —¿Crees que hemos llegado muy lejos? Míranos, Ariel.

Estamos subiendo una montaña en medio de ninguna parte para ir a un castillo donde ni siquiera sabemos si seremos bien recibidos. No es precisamente mi idea del éxito, si quie-res que te diga la verdad.

Las facciones de Ariel se crisparon levemente, como si aca-base de recibir un golpe inesperado y doloroso.

—Claro, para ti es distinto —murmuró—. Tú vienes de una vida mucho mejor. La corte, todos esos amigos ricos y sofisticados…

—¿Otra vez vas a empezar con eso?—Eres tú la que me lo ha recordado. Para ti, todo esto de

la agencia no es un éxito. Para mí, sí. Pero claro, yo antes no tenía nada más que una vida falsa y un castillo que no era mío y que se caía a pedazos. Es normal que vea las cosas de un modo diferente.

Viviana arqueó las cejas. Ambos seguían caminando a buen ritmo por el sendero, cada vez más pedregoso y em-pinado, que conducía al castillo de Craig Dannan. La luna

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había salido por fin, y su pálida luz bañaba el bosque con un resplandor plateado que le daba un aspecto irreal.

—Muy bien, si te empeñas en hacerte la víctima… De to-das formas, yo no he dicho que esto no me guste —aclaró la muchacha—. Las cosas van bastante bien, pero todavía esta-mos empezando. Es pronto para lanzar las campanas al vue-lo… Es lo único que digo.

—No sé cómo lo haces, pero cada vez que me ves anima-do consigues echarme encima un jarro de agua fría —gru-ñó Ariel apretando el paso—. Es como si te molestase verme contento.

Viviana también aceleró para alcanzarlo, pero tardó un par de minutos en lograrlo. Con los brazos cruzados sobre el pecho, la capa al viento y la cabeza agachada, Ariel no parecía dispuesto a ponérselo fácil. Cuando por fin llegó a su altura, Viviana le agarró con fuerza de un brazo.

—Ariel, por favor…El muchacho se detuvo, y ambos se miraron a la cara du-

rante un momento.—Deberíamos intentar llevarnos mejor —murmuró Vi-

viana, meneando la cabeza con tristeza—. No sé cómo lo ha-cemos, pero siempre terminamos peleándonos. Parecemos críos.

—¿Sabes cuál es el problema? Que me tomo demasiado en serio lo que dices. No debería hacerte tanto caso.

—Es verdad —Viviana sonrió—. No deberías hacerme ningún caso. Ya sabes que estoy un poco loca.

Ariel sonrió también.—En eso creo que te gano —dijo.

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—¿Lo ves? Lo has vuelto a hacer. Otra vez estamos com-pitiendo.

Ariel hizo un gesto apaciguador con las manos.—De acuerdo, de acuerdo. Tienes razón. No volverá a pa-

sar.Siguieron ascendiendo por el sinuoso camino unos minu-

tos más. El viento se enredaba en los cabellos de Viviana y en la capa oscura de Ariel, y silbaba entre los arbustos cada vez más escasos que bordeaban el camino. Al volver la vista atrás, Viviana vio el majestuoso paisaje de la estepa que se extendía hasta el horizonte, salpicado de negros bosquecillos, riachue-los y lagos que brillaban a la luz de la luna como lentejuelas en un manto de terciopelo oscuro. Las luces de Downhill se veían débiles y mortecinas a los pies de la montaña, y la ca-ravana, que había quedado aparcada a una milla del pueblo, no se distinguía desde aquella distancia. Era increíble que hu-biesen logrado recorrer tanto camino en tan poco tiempo…

—Eh, ¿qué ha sido eso? —preguntó Ariel.Viviana se giró y vio que señalaba unas rocas a la derecha

del camino, pero al mirar hacia ellas no vio nada.—Ha brillado un momento como un fogonazo azul, y me

pareció… me pareció ver una cara.—¿Una persona?Ariel meneó la cabeza, confundido.—No, creo que no. Es decir, era el rostro de una mujer,

pero… la forma en que brillaba…Viviana miró a su alrededor con cierta aprensión.—Estuve leyendo sobre estos páramos antes del viaje.

La enciclopedia decía que en Craig Dannan queda una de

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las pocas poblaciones de ninfas lunares que todavía existen. Aunque hace más de cien años que nadie las ve. Los habitan-tes del pueblo solían salir a los caminos en las noches de luna llena para intentar ahuyentarlas con antorchas.

—¿Por qué? ¿Son peligrosas?—Decían que de vez en cuando, si encontraban a un hu-

mano perdido en los páramos, lo secuestraban y lo mante-nían cautivo durante siglos en una jaula tejida con hilos de luna. Pero son leyendas, Ariel. Nadie ha podido confirmarlas.

—Espero que no decidan aparecer ahora, después de cien años. Un sitio como este sería perfecto para un secuestro má-gico, ¿no te parece?

—Ariel…El tono de Viviana era de reproche, pero el ligero temblor

de su voz demostraba que las palabras de su compañero no le parecían tan absurdas como pretendía dar a entender.

Por fortuna, justo en ese momento se iluminó el castillo. Los dos magos miraron a la vez hacia la cúpula del observa-torio, que resplandecía en medio de la noche como una ma-ravillosa joya. Un potente haz giratorio de luz brotaba de ella, como si se tratara de un faro. La luz se deslizaba suavemente sobre el paisaje, tiñendo de oro las rocas y la hierba allí por donde pasaba.

—Como un faro —murmuró Ariel—. Un faro en medio de la estepa.

—Es precioso. —Esta vez, fue Viviana quien le cogió la mano—. Vamos, ya falta poco… Y con esta luz, está claro que no nos vamos a perder.