La Generación Ni-Ni-Ni

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La Generación Ni-Ni-Ni Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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La escribidera como muchas cosas en la vida es cuestión de aprovechar el momento. Momento para escribir, pero también momento para saber sobre qué escribir. Este año me invitaron a dar una conferencia a alumnos de secundaria. Siempre mi público había sido universitario o profesional así que me encantó el reto. Después de ese momento de avalentamiento de mi parte vino la parte de pensar sobre qué versaría una plática a adolescentes. Dejando la duda fermentara mi mente con ideas que iban y venía surgió ésta que presento aquí como libro: La Generación Ni-Ni-Ni. Cuando en su momento la idea dio como resultado una conferencia vi el potencial que tenía la misma para convertirse luego en libro y así multiplicar el alcance de las ideas que se manejaban y que ahora se presentan de esta forma. En este punto, y tal como se irá develando en la obra, la idea que propongo de Generación NI-Ni-Ni (así, con tres Ni) difiere de la que se menciona como generación Ni-Ni (así con dos Ni), aunque ambas

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La Generación Ni-Ni-Ni

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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La Generación Ni-Ni-Ni

Todos los derechos reservados por el autor ©2015

Primera edición

Se permite la reproducción total o parcial de la presente obra,

así como su comunicación pública, divulgación o transmisión,

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de recuperación y almacenamiento de información],

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y con la condición que se señale la fuente

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Dedicatoria

A todos los niños, niñas, adolescentes y jóvenes cuyo mayor acto de

rebeldía es no aceptar un futuro de pesimismo, sometimiento y mediocridad

y día con día luchan por una vida de realización, plenitud y trascendencia

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Índice

A manera de introducción ................................................................................. 1

1.-De vuelta al pueblo ........................................................................................ 3

2.-Abarrotes “Don Cipriano” ............................................................................. 13

3.-Primer “Ni” ...................................................................................................... 22

4.-Segundo “Ni” .................................................................................................. 35

5.-Tercer “Ni” ...................................................................................................... 48

6.-Los Tres “Si” .................................................................................................. 61

7.-De regreso a mi vida ...................................................................................... 77

Acerca del autor ................................................................................................. 84

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A manera de introducción

La escribidera como muchas cosas en la vida es cuestión de aprovechar el

momento. Momento para escribir, pero también momento para saber sobre qué

escribir. Este año me invitaron a dar una conferencia a alumnos de secundaria.

Siempre mi público había sido universitario o profesional así que me encantó el

reto.

Después de ese momento de avalentamiento de mi parte vino la parte de pensar

sobre qué versaría una plática a adolescentes. Dejando la duda fermentara mi

mente con ideas que iban y venía surgió ésta que presento aquí como libro: La

Generación Ni-Ni-Ni.

Cuando en su momento la idea dio como resultado una conferencia vi el potencial

que tenía la misma para convertirse luego en libro y así multiplicar el alcance de

las ideas que se manejaban y que ahora se presentan de esta forma.

En este punto, y tal como se irá develando en la obra, la idea que propongo de

Generación NI-Ni-Ni (así, con tres Ni) difiere de la que se menciona como

generación Ni-Ni (así con dos Ni), aunque ambas están relacionadas siendo la que

propongo causa de la segunda.

Quiero así mismo, abusando de la gentileza de quien me lea, pedir laxitud en la

crítica cronológica a la obra ya que la misma de inicio bien puede plantearse en el

futuro, aunque mayormente se desarrolla en el pasado. Me explico: el personaje

principal es un miembro de lo que conocemos como Generación Ni-Ni (así, con

dos Ni), como esta generación se ubica entre los 90´s y la primer década del 2000

pero se ocupaba que nuestro personaje ya hubiera alcanzado una edad madura

aquí se presenta ya crecido con lo que solo por este hecho de inicio el desarrollo

de la trama es en el futuro, pero como mucho de esa trama hace referencia a la

infancia del personaje pues la misma se desarrolla en los 90´s o inicio de la

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década del 2000 con lo que esas remembranzas se desarrollan en el pasado. Una

vez aclarado esto y ateniéndome a la benevolencia de quien lee esto. Continúo.

El libro, así como la conferencia, están pensados tanto en la estructura de ideas

como en su presentación y desarrollo e incluso en las situaciones y el lenguaje

para jóvenes adolescentes. Esto no quiere decir que los adultos no pueden usarla

y servirse de ella, claro que sí.

La presente obra presenta un esquema completamente diferente de lo que se

conoce como Generación Ni-Ni (así, con dos Ni) presentando, como y se indicó,

estas dos Ni, como consecuencias de las tres Ni que aquí se desarrollan.

Por el estilo de la obra y aunque ésta es ficticia puede decirse que el esquema de

la misma es vivencial, incluso costumbrista, pero al mismo tiempo expositiva de

ideas que buscan irse presentando de manera lógica para convencer a quien las

lee y, sobre todo, para darle otra forma de ver las cosas, su propia persona y la

vida misma, dotando con esto de una visión que habilite el hacerse cada uno

dueño de sus pasos y de su destino.

No habiendo más que decir solo me queda agradecer a quien lea esto y desear

realmente que en su vida se dé la transmutación mágica de un miembro más de la

Generación Ni-Ni-Ni a un miembro único de la Generación Si-Si-Si.

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Septiembre de 2015

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1.-De vuelta al pueblo

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Que diferentes se ven las cosas cuando uno crece. Hace bastantes años no venía

de vuelta a mi pueblo y aunque todo sigue igual yo lo veo tan diferente. Ahí está la

piocha de Doña Lupita con la que la hacíamos enojar tanto pues de chamacos le

arrancábamos varejones para corretearnos dándonos con ellos. Más allá está el

quisco de la plaza, uy cuántos de nosotros nos dimos ahí nuestro primer beso,

toda una proeza que nos volvía ya hombres ante los amigos. Ahí al fondo la

cantina, de donde cuándo no salían cantos de alegría salían gritos por los pleitos

que se armaban.

Siento el viento cálido y el polvo de las pocas calles que quedan sin pavimentar y

en vez de molestarme me trae recuerdos. Casi casi puedo verme en calzones

revolcándome en el lodo cuando las lluvias anegaban las calles. ¡Qué delicias de

juegos entonces hacíamos! Podíamos ser piratas, indios, vaqueros, lo que fuera,

no importaba pues lo único que nos interesaba era llenarnos de pies a cabeza de

lodo aunque cuando llegáramos a nuestras casas nos ganáramos una buena

regañina.

Y las noches frescas de verano ¡qué de estrellas podían verse! Nos poníamos a

contarlas y cuando menos pensábamos ya estábamos en otra cosa.

¡Ah! Mi casa. Esta casa es donde viví durante años hasta que crecí y me fui del

pueblo. Solo volví dos veces. Ambas cuando murieron mis padres. Los viejos,

¡nunca quisieron salir de aquí! Por más que les decía que se fueran conmigo a la

ciudad siempre me respondían lo mismo “¿pa´que tanto?, esta tierra somos

nosotros, aquí está todo lo que queremos y lo que necesitamos, aquí nacimos y

aquí descansaremos”. Y sí, aquí descansaron. Ya después se vendió la casa.

Como hijo único no la ocupaba, pero ahora al verla quisiera darle un abrazo como

si con ese abrazo pudiera abrazar a mis viejos. ¡Ah, como los extraño!

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Que alto el yucateco que mi apá sembró cuando yo estaba chico. Pareciera me

reconociera y orgulloso me mostrara hasta donde ha crecido. Que belleza de

lugar.

Mi apá. Hacía tiempo no decía eso. Ahora como todo un profesionista en la gran

ciudad mi lenguaje es culto y refinado. Padre o papá le llegué a decir. “Soy su

apá”, me corregía el viejo. Y sí, es mi apá. El mismo que salía tempranito

tempranito al campo a partirse el lomo y llegaba lleno de polvo y con un hambre

de diablos. Nunca vi que dejara nada de lo que mi amá le hacía, fueran papas con

chorizo, tamales con lentejas, o de plano cuando andábamos cortos de dinero,

frijoles con quelites que juntaba ella del monte.

Luego se sentaba debajo del yucateco con su taza de café. “M’ijo, venga pa´cá”,

me decía. Dependiendo del tono de su voz yo ya sabía si me iba a regañar por

algún mal rato que hubiera hecho pasar a mi amá o si era solo para preguntarme

como me había ido en la escuela. “¿Ya hizo la tarea? A ver, tráigamela”, siempre

terminaba. Yo corriendo iba por mi cuaderno y se la daba esperando su

aprobación. “Muy bien, muy bien. Más derechita a la otra la letra, ¿entendió?”. No

fue sino hasta que crecí que me enteré que mi viejo nunca supo leer ni escribir,

¡hacía el teatro de que me revisaba la tarea cuando él no sabía lo que ahí había

escrito y todavía me corregía! Pero la imagen seria y adusta de mi padre

revisando mu cuaderno hacía que llegando de la escuela lo primero que hiciera

fuera mi tarea dejando el cuaderno a la mano pues sabía mi apá me revisaría lo

hecho al llegar. ¡Ah, como extraño a mi viejo!

Y ahí, en el porche de la casa, casi casi puedo ver a mi amá en su mecedora,

remendando una y otra vez las ropas hasta que casi se caían a hilachos. Ella no

supo de tele o cine, cuando mucho tenía un radio donde en las tardes, mientras

cosía, se ponía oír sus radionovelas. “M’ijo, apágale a los frijoles”. Con ese grito

yo tenía que dejar lo que estaba haciendo e ir a la cocina a cumplir su

encomienda. Sin falta, sin demora. Sobre todo después de aquella vez que por

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andar jugando me tarde y los frijoles se ahumaron. “Ni modo, así nos lo

comeremos”, dijo mi amá, y así fue. No podíamos darnos el lujo de tirar tres kilos

de frijol solo porque se ahumaron así que durante más de una semana ese fue el

sazón con los que los degustamos. Lección aprendida. Que de extrañar el sazón

de mi amá. Incluso ahorita me comería yo solo esos frijoles ahumados si fuera

ella, mi viejecita la que me los sirviera.

Mi apá se fue primero, luego mi viejecita. A veces creo él se la llevó. Así de unidos

eran. Siempre de pleito pero no podían estar uno sin el otro.

Esta casa está llena de recuerdos. Llena de mi vida. Llena de lo que fui y soy.

Quien sabe quien viva aquí ahora. Ella ahora cobija otras vidas y llegará a formar

parte de ellas como en su momento formó parte de nosotros.

Dejo mi casa atrás y sigo avanzando en mi carro. La gente voltea a verme. Igual

que antes ahora no reciben muchos desconocidos. Aunque ellos son los que a mí

se me hacen desconocidos. Veo caras nuevas, o a lo mejor son las mismas de

antes pero ya cambiadas, ya con años encima.

Después de tantos años regreso a ese lugar que para toda la chamacada era

mágico: la tienda de Don Cipriano. Chicles, trompos, dulces, canicas, de todo

había con Don Cipriano. Era todo un gusto el recibir de mi amá la encomienda de

ir a comprar algo con Don Cipriano, bueno, comprar o sacar fiado porque a veces

la raya aún no llegaba. “Dile que el viernes le pago”. Y así llegaba uno. “Don

Cipriano, quezque dice mi amá si puede mandarle un kilo de manteca y que el

viernes le paga”. No recuerdo que Don Cipriano alguna vez nos haya dicho que

no. Tal vez el hecho de mis viejos siempre cumplieran su palabra de pago era lo

que nos daba crédito. Pero lo realmente emocionante era ver todo lo que Don

Cipriano tenía. Mientras nos surtía lo que nos habían mandado comprar uno podía

ver por aquí y por acá: muñequitos mal pintados de plástico duro de luchadores

famosos, unas pirinolas de madera con lomos multicolores, aquí y allá unos

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calendarios que incluso seguían ahí ya avanzado mucho el año, frascos de cristal

al fondo con los dulces que parecían llamarnos, y en época de fiesta cuetes y

cuetones por aquí y por allá.

Que pequeña se me hace ahora la tienda. Parecieran ser dos cuartos de la casa

de Don Cipriano que fueron juntados para hacer la tienda. Y las capas de pintura.

Una sobre la otra, los mismos colores, promovidos y patrocinados por la misma

empresa de refrescos que año tras año le daba este servicio a cambio de poner

por fuera en una de sus paredes el logo de sus productos. Y arriba del dintel de la

puerta de entrada las letras entrecomilladas Abarrotes Don Cipriano.

La verdad no sé si me encontraré con Don Cipriano, ¿y qué le diré? Capaz y ya no

está aquí. Ya era mayor cuando dejé el pueblo. Pero aún dice aquí arriba

Abarrotes Don Cipriano. Aunque igual el nombre pudo haber quedado y ahora ser

de otras personas. Siento que el corazón me da un vuelco cuando veo alguien que

pasa detrás del mostrador.

-¡Don Cipriano! –le grito mientras entro en la tienda- ¡Don Cipria…!

De repente me quedo mudo pues un muchacho de unos veinte años voltea a

verme como preguntándose quién diablos es este que entra a la tienda dando de

gritos.

-Buenas tardes –busco compostura-, disculpe, busco a Don Cipriano, ¿todavía es

dueño él de esta tienda?

-¿Y de parte de quién o para qué? -me responde el muchacho.

-Soy Bernardo Barreras, viví de niño y de joven en este lugar, cuando crecí me fui

a estudiar a la capital y allá me quedé a trabajar. Ando de paso y pensé en

saludarlo, ¿todavía es de él la tienda?- respondo.

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-Don Cipriano es mi abuelo. Ya no atiende el abarrotes. -Me responde el

muchacho.

-¿Y sabe dónde pudiera verlo? Solo quiero saludarlo. –aclaro.

-A estas horas debe estar atrás, en el huerto- me dice

El huerto de Don Cipriano, solo cuando no asomábamos por la barda de adobe

podíamos darnos una idea de lo que ahí había. Limoneros, árboles de naranja,

allá al fondo unas palmas de dátiles, uno que otro arbusto de chiltepín, y de vez en

cuando, en época de lluvias, calabazas y estropajos por doquier.

-Déjeme preguntar- me dice el muchacho mientras sale por la puerta de atrás.

Me quedo viendo la tienda. Ya no están los futbolitos que había donde pasábamos

horas y horas jugando. Ahora hay unas casetas de teléfono. Pero trompos si veo,

allá unas máscaras de luchadores, y nuevos productos que de seguro hacen las

alegrías de todos los chamacos del lugar cuando sus padres les compran algo.

La caja de madera y cristal donde ponían el pan dulce hecho en casa ha dejado su

lugar a los estantes de las tiendas de pan dulce industrial. Con sus empaques

brillosos llenos de color no compiten con los cochitos, los elotitos o las conchas

cuando con hambre las buscábamos y envueltas en papel café nos las daban.

-Pase por aquí- me dice el muchacho sacándome de mis cavilaciones.

Me levanta la parte del mostrador franqueándome la pasada por donde teníamos

vedado. Años después, muchos años después consigo hacer lo que en mi niñez

creía imposible: pasar del otro lado del mostrador.

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De reojo veo debajo del mostrador bolsas de arroz, de frijol, así como periódicos

viejos y papel para envolver. Cosas ordinarias pero que durante años fueron un

secreto para toda la chamacada.

-Tata –le dice el muchacho a Don Cipriano- esta es la persona que lo busca.

Don Cipriano está sentado en su mecedora. Se ha quitado el sombrero dejando

ver su cabeza ya blanca. Unas gotas de sudor perlan su frente.

-Buenas tardes, Don Cipriano –saludo.

-Cómo has crecido, Bernardito, ¿o debería llamarte Bernardo? –dice Don Cipriano

sin abrir los ojos.

-Pero si no me ha visto –le dijo.

-No necesito verte –me aclara él- tu voz ya no es la de ese niño que venía a mi

tienda a ver si le dejaba barrer a cambio de pagarle con un piloncillo.

Me ruborizo al recordar eso. Yo, ahora independiente, a quien todos recurren y

llaman Sr. Barreras, enfrentado a un pasado donde no tenía nada que ofrecer

salvo una barrida a cambio de un dulce.

-Anda, siéntate –me dice Don Cipriano señalándome una silla.

-¿Le traigo algo? –pregunta el muchacho haciéndome ver que aún está ahí con

nosotros.

-Tráele leche bronca y una concha –dice Don Cipriano todavía con los ojos

cerrados-, que yo recuerde eso te fascinaba.

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-Leche y pan está bien –respondo y el muchacho se retira.

Don Cipriano abre los ojos y me mira. La misma mirada, solo que ahora más

benévola, cansada pero con ese brillo pícaro de niño descubierto en travesura.

-¿Y qué has hecho Bernardo? –me pregunta.

Durante cinco, diez minutos les resumo 20 años de mi vida. Don Cipriano me

presta atención y asiente de vez en cuando como para hacerme ver que está

siguiendo lo que le digo. La llegada de su nieto con la leche y el pan interrumpe mi

perorata.

-Gracias –digo- y acto seguido hago algo que hace mucho no hacía: oler la leche.

En la ciudad solo tenemos leche industrial, muy rebajada con agua, pero esta

leche, leche bronca, huele a mantequilla, huele a pueblo, huele a historia. Aspiro

profundamente y es como si toda mi niñez pasara por mis narices. Cuando abro

los ojos Don Cipriano me ve con esos ojos que parecen sonreír.

-Me da gusto todo lo que has logrado, Bernardo –me dice como tomando ahora él

la palabra para darme tiempo de probar el pan y saborear la leche-, yo creía ya no

volverías por estos rumbos pero que bueno verte, ¿y qué andas haciendo?

Directa la pregunta, tan directa que no la espero y me atraganto con el pan que

me estaba comiendo. ¿Por dónde empiezo?- pienso. Y ese pensamiento me lleva

a mi adolescencia, a los juegos, al mundo desenfadado y sin problemas de ser

joven, y a ese encuentro con Don Cipriano que me cambió la vida.

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2.-Abarrotes “Don Cipriano”

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No creo de chamaco haber tenido mejores momentos que los que diariamente

disfrutaba al salir de secundaria. Pareciera que las clases era el precio que como

estudiantes teníamos que pagar para poder luego de ellas desembrazarnos de los

cuadernos tirando la mochila bajo algún árbol para echarnos un partidito de futbol

con los amigos o simplemente para chupar uno de los raspados que en bolsas de

plástico nos vendían a la salida.

De todos esos momentos aquel que se llevaba las palmas era cuando alguno de

la palomilla traía dinero y nos íbamos con Don Cipriano a comprar. Cuando no

eran panes dulces eran cuerdas para nuestros trompos o canicas para completar

las que casi de rigor se nos iban perdiendo.

El tropel de chamacos que anegaban la tienda de Don Cipriano hacían de un

vendaval una leve brizan. Todos querían hablar, opinar y pedir se les atendiera.

Don Cipriano haciendo gala de paciencia les iba mostrando uno a uno lo que le

pedían. Seguro estoy que de cien cosas que nos mostrara finalmente

compraríamos una pero aun así hacía honor a su papel de tendero con paciencia

y solicitud.

Cuando iba a clases, muy tempranito, pasaba por la tienda de Don Cipriano. La

primera imagen que se me viene a la mente es olfativa ya que para cuando yo

pasaba por ahí Don Cipriano ya se había levantado y había regado la calle de

enfrente que aún no estaba pavimentada para que no se levantara polvo. Nunca

entendí el porqué de esto ya que a la media hora, cuando el sol estaba alto, el

agua que había regado se había secado y el polvo de la avenida estaba a todo lo

que daba. El otro riego era en la tarde.

Cuando de tarde noche mi amá me mandaba a comprar algo para la cena a que

Don Cipriano era muy común que me lo encontrara afuera sentado en su

mecedora. Una poltrona de fierro cocida con multicolores tiras de plástico que la

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hacían de lo más cómoda, y para rematar una almohada para hacer del sentarse

todavía una mejor experiencia.

Esa era la tienda de Don Cipriano. Un lugar al que siempre queríamos ir, excepto

esa tarde cuando Luis Carlos, mi mejor amigo de secundaria, me propuso lo que

no solo era un tabú sino algo estrictamente prohibido: irle a comprar unos cigarros

a Don Cipriano. Yo de inicio no estuve de acuerdo. Sí tenía curiosidad, esa

curiosidad que hace que de jóvenes hagamos cada trastada, pero esa curiosidad

era refrenada cuando a mi mente venía el adusto rostro de mi apá. Ni imaginarme

me abordara ahora por andar yo fumando. Pero Luis Carlos me insistió y fui con la

condición de solo acompañarlo pero aclarando que yo no fumaría.

Llegamos con Don Cipriano y entrando vimos para ver si había ahí más gente.

Luego nos pusimos a ver por aquí y por allá. Don Cipriano ya se sabía ese

recorrido donde veíamos toda la tienda y al final llegábamos al mostrador donde

terminábamos pidiendo lo que habíamos ido a comprar. El recorrido de la puerta al

mostrador incluso con ese rodeo nunca se me había hecho tan largo. Cuando por

fin llegamos yo sentía que el corazón se me salía por la boca.

Un cigarro suelto –dijo Luis Carlos a Don Cipriano.

¿Es para tu papá? –preguntó Don Cipriano.

Si –contesto Luis Carlos con un tono de voz menor que el anterior que delataba

que eso no era verdad.

Pues dile que venga él, -replicó Don Cipriano- no puedo venderles cigarros a

menores.

Es que está ocupado –reviró Luis Carlos.

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Entonces Don Cipriano hizo algo que no esperábamos. Con una mano agarró el

cigarro y con la otra su sombrero saliendo de detrás del mostrador hasta donde

estábamos.

-Vamos –dijo.

-¿A dónde? –preguntó Luis Carlos.

-Con tu papá –respondió Don Cipriano-, yo mismo le llevaré su cigarro.

-Ya no lo quiero –dijo Luis Carlos.

-¿Cómo que ya no lo quieres? –replicó Don Cipriano-, ¿era para ti o para tu papá?

El silencio de Luis Carlos lo delataba.

-Por esta vez no le dirá nada a tu papá, pero esto –dijo Don Cipriano mostrando el

cigarro- no es algo que les haga bien o que los haga importante, al contrario, les

hace daño y los hace ver como tontos. Aprovechen su tiempo de jóvenes, no lo

desperdicien en tonterías de adultos como esta, ¿por qué no mejor estudian,

juegan o trabajan? Ya tienen edad para andar en algún que otro trabajo, por

ejemplo ahora que vienen las pizcas de sandía.

-Es que somos de la generación Ni-Ni –contestó Luis Carlos en un arranque de

insolencia.

-¿Generación Ni-Ni? –preguntó Don Cipriano

-Si –aclaró Luis Carlos-, ni estudiamos y ni trabajamos.

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El aire con el que respondió Luis Carlos le daba cierto orgullo a su respuesta,

como si se sintiera satisfecho no solo de lo que decía sino de haberse animado a

decírselo a quien se lo decía.

-Ustedes no son parte de la Generación Ni-Ni –aclaró Don Cipriano-, sin más bien

parte de la Generación Ni-Ni-Ni.

-Como sea –dijo Luis Carlos dando la vuelta y encaminándose a su casa.

Yo me quedé un rato viendo a Don Cipriano sin entender por qué había usado tres

“Ni” en vez de dos. Finalmente me di la vuelta y alcance a Luis Carlos. Cuando lo

alcancé me volteé para ver si ya se había ido Don Cipriano, para mi sorpresa

seguía de pie viéndonos. Era como si esperara algo, no sé qué. Pero esa tarde y

el resto de la noche me quedé pensando qué había querido decir.

Finalmente me enteré al día siguiente que Luis Carlos se había salido con la suya

al robarle un cigarro a su papá y fumárselo en el patio de su casa, acto que le

había costado una azotaina con varas de piocha por parte de su jefe cuando éste

llegó y se enteró. Con lo que no contaba Luis Carlos era con que tirar el cigarro

una vez fumado no hace que el aroma con el que uno se ha impregnado lo deje.

Saliendo de la escuela los tres “Ni” me seguían dando vuelta por la cabeza. Así

que aduciendo deberes en mi casa no me quedé a jugar después de clases y me

dirigí a la tienda de Cipriano.

A punto estuve una vez que la divisé de dar media vuelta e irme. Todavía me

apenaba el evento del día anterior, pero Don Cipriano estaba afuera, cosa rara en

él a esa hora y al divisarme me saludó inclinando la cabeza.

-Buenas Don Cipriano –saludé

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-Buenas tardes, Bernardito –me correspondió haciendo hincapié con su tono en la

palabra tardes como para hacerme ver lo mocho de mi saludo.

-Oiga Don Cipriano –continué-, quería decirle que yo solo estaba acompañando a

Luis Carlos, a mí no me gustaba esa idea pero como amigo de él vine. Yo no tenía

pensado fumar para nada.

-Ah –fue toda respuesta de Don Cipriano-, está bien.

Nos quedamos viendo un rato.

-¿No le han llegado nuevos trompos, Don Cipriano? –pregunté cómo tratando de

romper el hielo.

-Ahí me llegaron algunos hoy en la mañana –me respondió-, si quieres verlos

están entrando a la derecha.

Entré y me puse a verlos. Don Cipriano se pasó del otro lado del mostrador como

siempre hacía cuando un cliente entraba a su tienda.

-Están muy bonitos –dije.

Don Cipriano asintió con la cabeza y dejando de verlos tomó un trapo y se puso a

limpiar el mostrador de madera. Si no lo limpiaba unas cien veces al día yo creo

que no lo limpiaba ni una, Ya de los bordes se veía que la pintura verde subido se

había caído pero él seguía limpie que limpie.

-Oiga Don Cipriano, ayer usted mencionó la Generación Ni-Ni-Ni, pero de la que

nos han hablado es de la Generación Ni-Ni, que ni estudia ni trabaja, no de la

Generación Ni-Ni-Ni.

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-Ajá –contestó escuetamente Don Cipriano.

-¿A qué se refería? –terminé preguntando sabedor de que si no era directo en mis

cuestionamientos podíamos estar toda la tarde dándoles vuelta.

Don Cipriano terminó de limpiar la ya de por sí madera del mostrador como

dándose tiempo para pensar la respuesta. Todavía se dio tiempo de sacudir el

trapo y de ponerlo a un lado. Y no fue sino hasta entonces que respondió, no

como yo quería pero respondió.

-Los domingos cierro a las seis –me dijo aclarando algo que yo ya sabía pues

cuando en domingo algo se nos ofrecía de su tienda después de las cinco

teníamos que tocar en su casa para solicitárselo-, date una vuelta por la casa, con

permiso de tus papás, claro, y con gusto te aclaro el punto.

-¿Y por qué no me dice ahorita? –le pregunté con esa impaciencia a la que ya

debería estar acostumbrado.

-Domingo a las seis –me contestó dando por zanjada cualquier discusión.

Me retiré de ahí pensando en dejar ya todo el tema por la paz y dedicarme a lo

mío: estudiar, jugar y ayudar en casa. No sabía que esa simple pregunta

devengaría en una lección de vida que me cambiaría.

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3.-Primer “Ni”

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El domingo me levanté tarde. Tarde era para mí a eso de las 8 pues todos los días

me levantaba mucho más temprano. Tenía que desvelarme mucho, como en las

fiestas del pueblo, para poder levantarme más tarde. Además y aunque quisiera

mis viejos siempre fueron muy madrugadores, antes que saliera el sol ya estaban

de pie haciendo café y preparando el desayuno. Había veces en que me

despertaban sus pláticas y me quedaba dormido de nuevo solo para despertar

más al rato, cuando ya había luz de día y verlos todavía trajinando. Así eran mis

viejos.

Me desperté a las ocho. Me alisté. Me desayuné y simplemente dejé que

transcurriera el domingo. Amigos fueron y vinieron y muchos juegos aparecieron.

Pero conforme avanzaba el día mi cita de las seis no dejaba de estar presente.

¿Y si no voy? –pensé-, total, ni modo que me diga algo.

Pero ni los trompos, ni las canicas, ni el futbol lograron apartar de mi mente la cita

que a las seis tenía.

Llegada la hora me encaminé con Don Cipriano. La tarde comenzaba a caer. Los

animales que a veces andaban por las calles del pueblo, chivos, gallinas con sus

pollitos y uno que otro perro, ya habían recalado a sus hogares disponiéndose a la

llegada de la noche. También el pueblo se veía más tranquilo, más calmado, con

ese ambiente de domingo que cada semana por la tarde lo anegaba.

-¡Don Cipriano! –llamé a la puerta de la tienda-, ¡Don Cipriano!

-¡Acá atrás, Bernardo! –la voz llegó de la casa de Don Cipriano por lo que tuve

que rodear la tienda para cruza la barda que divide los lotos y entrar a la huerta de

Don Cipriano.

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Esta huerta solo la habíamos visto cuando nos habíamos asomado por la barda,

pero nunca habíamos entrado en ella. Las veces que una pelota se nos volaba

para la huerta y le íbamos a decir a Don Cipriano siempre nos decía que lo

esperáramos mientras él iba por lo perdido y nos lo traía.

Los árboles en su mayoría frutales cubrían gran parte de le huerta. Aquí y allá

había unos claros donde hojas de rábanos o zanahorias se asomaban de la tierra

delatando su presencia. En uno de esos claros Don Cipriano estaba de rodillas

removiendo la tierra.

-Pásame esa bolsa, Bernardo- me dijo. Ya eran dos veces que me había dicho

Bernardo. No estaba acostumbrado pues siempre me decía Bernardito. Si bien no

me incomodaba me hacía sentir mucho muy mayor, casi ya como un señor.

-¿Qué hace? –pregunté.

-Sembraré unos tomates –me contestó-. Mira, ¿ves como aquí comienza esta

sombra? Pues este lugar es ideal para el sol no me vaya a quemar los tomates,

cuando esté en alto estos árboles harán sombra para protegerlos.

La explicación me pareció interesante, pero más la manera en que Don Cipriano

me la daba. Parecía se sintiera orgulloso de lo que hacía y de las formas en que

según él ideaba para que todo le saliera como esperaba.

-Oiga –continué-, vine por lo de los tres Ni que mencionó.

-Mira –me dijo-, ¿ves aquellas ramitas que están allá? Es cilantro. Ese debe estar

sembrado todavía donde hay más sombra pues es más delicado que el tomate.

Page 29: La Generación Ni-Ni-Ni

25

No entendí por qué no contestaba lo que le decía respecto de los tres Ni. Hasta

creía se estaba divirtiendo conmigo. ¿A quién le importaban unos tomates o unos

cilantros? Yo había venido, tal como acordamos, a hablar del tema de los tres Ni.

-Yo conozco dos Ni –continué hablando como él lo hizo sin responder a lo que me

había dicho-, Ni Estudio, Ni Trabajo, pero usted mencionó tres Ni, ¿a qué se

refería?

-¿Quieres limonada? –me preguntó-, la acabo de preparar.

-No sé si me quede mucho tiempo –le dije como para apurar la respuesta que

esperaba-, verá tengo tarea que hacer…

La verdad que Don Cipriano ni me dejó terminar. Vació limonada de la jarra con

hielos donde la tenía y me ofreció un vaso. No puedo negar que tenía algo de sed,

además de que se me antojaba la limonada. Así que apuré el trago y esperé fuera

él quien retomara el tema.

-Vamos a sentarnos un momento –me dijo señalando unas mecedoras que

estaban en el porche-, ¿si tienes tiempo para sentarte?

La pregunta me sonó a burla y pensé en mi excusa de la tarea. Que ridículo debo

haber sonado. Por toda respuesta acompañé a Don Cipriano hasta donde estaban

las mecedoras sentándonos en ella. Él en la suya y yo en la otra. ¿Qué cómo sé

que la que él uso era la suya? Porque se veía preparada para él, tenía su

almohadilla, su cojín mullido, que hacía más agradable descansar en ella.

-Los Ni que mencionas –dijo de repente sin más ni más-, esos de Ni Estudio, Ni

Trabajo, no son una causa sino un efecto.

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26

Page 31: La Generación Ni-Ni-Ni

27

La pausa que hizo me dio la impresión era para cerciorarse no solo de tener mi

atención sino de que estaba captando y entendiendo lo que me decía.

-¿Cómo es eso Don Cipriano?

-Mira –respondió-, cuando tú vas al médico, aunque generalmente decimos “tengo

calentura, tengo basca, o tengo chorro” en realidad tú no tienes eso, una vez que

el médico te ha hecho los análisis correspondientes te dice lo que en realidad

tienes, es así que correctamente uno debería decir “tengo una infección, tengo

una congestión, tengo una intoxicación” o lo que fuera. Lo primero eran las

consecuencias de lo segundo, pero comúnmente lo mencionamos como si eso

fuera más bien la causa.

Me quedé pensando en la razón que tenía en la forma que planteaba esa ideas.

-Igual pasa con los dos Ni-Ni que mencionamos –continuó-, ese Ni Estudio, Ni

Trabajo no es una causa sino una consecuencia. Desafortunadamente, igual que

los ejemplos anteriores, muchos lo ven como una causa y se ponen a trabajar

para erradicarlo pero si no atacas la causa los efectos no cesan. Es como si,

tomando de nuevo los ejemplos anteriores, el médico en vez de atacar la infección

te diera una medicina solo para bajar la calentura, como que no te serviría de

mucho, ¿verdad? Igual aquí, esos dos Ni-Ni que señalo son efectos, no deben

tratarse como si fueran las causas y tratar de erradicarlos por sí mismos, sino

como efectos de una cadena de situaciones que debemos identificar.

-¿Y aquí es dónde entran sus tres Ni? –dije

-Si –me contestó-, pero no son míos, cuando mucho es una idea a la que he

llegado, si estás de acuerdo con ella esa idea se volverá tuya, pero eso es lo de

menos, así es, me refiero como causa de los dos Ni que conocemos los tres Ni

que yo propongo.

Page 32: La Generación Ni-Ni-Ni

28

-¿Y cuáles son esos tres Ni, Don Cipriano? –pregunté ya con ganas de que me

dijera.

-El primero es Ni Quiero –me dijo así de sopetón.

-¿Ni Quiero? –repetí.

-Así es –respondió.

-¿Y a qué se refiere? –pregunté.

-Antes de decirte a qué se refiere déjame contarte una breve historia –me dijo-.

Sin decirte de quien hablo te comento que esta persona tuvo una vida un poco

interesante, según yo. A ver si tú también estás de acuerdo. Aunque desde muy

joven comenzó a batallar pues perdió a su madre de niño y tuvo que trabajar, lo

más interesante comienza cuando ya es un joven y busca abrirse paso en la vida.

¿Cuáles fueron los resultados de ese buscar abrirse paso en la vida? Pues bien, a

los 22 años esta persona de la que te hablo fracasó en los negocios, a los 23 fue

derrotado en su intento de ser legislador, porque has de saber le gustaba la

política, a los 24 de plano cayó en bancarrota, a los 25 de nuevo fue derrotado en

su intento de ser legislador, a los 26 pierde a su novia lo cual le ocasionó un

período de depresión, a los 27 sufre una crisis nerviosa que lo llevó a estar en

tratamiento, a los 29 es derrotado en su intento de ser representante, otro cargo

político, a los 31 no fue electo para formar parte de lo que en se entonces se

conocía como Colegio Electoral, el cual era otro puesto político, a los 34 sale

derrotado en las elecciones al Congreso, a los 37 de nuevo es derrotado en las

elecciones al Congreso, a los 39 ¡de nuevo es derrotado en las elecciones al

Congreso!, a los 45 es derrotado, ahora en su intento de llegar al Senado, a los 47

no logra que su partido lo postulara para Vicepresidente, a los 49 años es

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29

derrotado de nuevo en su intento por llegar al Senado, por fin, a la edad de 51

años, llega a ser Presidente de su país, ¿sabes de quien hablo?

-Ni idea, Don Cipriano –contesté sabiendo que él me daría la respuesta.

-Pues de Abraham Lincoln, uno de los Presidentes más emblemáticos de Estados

Unidos, quien no solo logró mantener la unión ante la Guerra Civil que enfrentó

sino conceder a todos sus habitantes, sobre todos los esclavos, el reconocimiento

legal del mayor tesoro que puede tener un hombre o mujer en esta tierra: su

libertad.

Don Cipriano se quedó callado como dándome tiempo de asimilar lo que me había

dicho.

-Imagínate –continuó- alguien con ese historial de derrotas y fracasos. Realmente

creo que sería muy lógico y natural que a las primeras de cambios hubiera

abandonado todo deseo de seguir, pero no, él siguió y siguió y siguió hasta que lo

logró.

-¿Y esto qué tiene que ver con el Ni Quiero? –pregunté.

-Lo primero que uno debe tener –me contestó Don Cipriano-, es la firme

convicción de querer algo, sino todo lo demás estará en el aire. Si no quieres algo,

cómo dicen por ahí, es cómo construir sobre la arena, viene el agua y se lleva lo

que hayas construido. Querer algo nos da raíces, nos da soporte, nos da la

fortaleza para cuando vienen los embates que tarde que temprano llegaran en la

vida.

-Pero eso no tiene mucho chiste ya que todos queremos algo –le dije como

queriendo corregir su premisa, o más bien justificar la mía.

Page 34: La Generación Ni-Ni-Ni

30

-No es así, Bernardo –me dijo con una seguridad que me calló la boca-. Cuando

veo gente como tú dices, sin estudiar, sin trabajar, o peor aún, que comienzan en

los vicios, en los malos pasos como decimos, digo y sostengo que en realidad no

quieren nada, o al menos no lo que están tratando de conseguir.

-No entiendo –le dije.

-Pensemos en tu amigo –me comenzó a explicar-, el de los cigarros del otro día,

dime ¿qué crees que quisiese él con eso de fumar?

-Pues, tal vez –pensé un poco mis palabras tratando de ajustarlas a lo que alguien

mayor quisiera escuchar- dársela de importante o sentirse ya grande.

-¡Ahí está! –dijo Don Cipriano adelantándose en su silla.

-¿Ahí está qué Don Cipriano? –pregunté.

-Que lo que buscaba no es lo que iba a obtener, ¡el primer Ni: Ni Quiero!

-Sigo sin entender, Don Cipriano –le dije.

-Iniciarse en la fumada no trae eso que tú dijiste, él tal vez lo crea, pero la fumada,

así como cualquier otro vicio, solo trae daños a la salud y a tu bolsillo. Te

¿pregunto, qué respondería tu amigo si le preguntáramos si quisiera tener

problemas de salud o prácticamente quemar su dinero?

-Pues nos iba a decir que no –contesté.

-¡Exacto! –me dijo -, pero en realidad eso es lo que va a obtener con iniciarse en la

fumada. Igual para cualquier otra cosa. Siempre hay que ver lo que hacemos en el

sentido completo de nuestra vida, con una visión de más largo plazo, no con los

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31

resultados de corto plazo que se buscan. ¿Recuerdas eso de que “no han a los

demás lo que no quieran que les hagan”?

-Si –respondí.

-Pues se refiere precisamente a eso –me dijo-. Por ejemplo, alguien que roba, que

miente, que insulta, ¿no has visto como se pone cuando le pasa lo mismo?

-Pues no le gusta –dije.

-En efecto –siguió Don Cipriano-, luego entonces si no les gusta, si no lo aceptan,

si lo ven mal cuando a ellos les pasa, ¿por qué lo hacen?

Me quedé callado tratando de encontrar una respuesta.

-¡Pues porque no se hacen la pregunta de lo que quieren desde un punto de vista

total, de su vida, de todo lo que es la existencia! –me dijo emocionado Don

Cipriano-. ¿Quieres enfermarte, quieres perder dinero, quieres sufrir?, esas son

las preguntas completas, totales, vitales que debemos hacernos. Pero no todo

queda en uno, ¿quieres ver tu pueblo sucio, las calles con basura, el agua y el aire

contaminado?, ¿no?, pues entonces nuestro actuar debe estar congruente con

eso que queremos. De ahí el primer Ni: Ni Quiero.

Seguí callado tratando de asimilar todo.

-Cuando alguien adopta la actitud esa de Ni Quiero es cuando comienzan los

problemas, para él y para los demás. Pero cuando alguien SI Quiere, así:

completo, total, vital, no puede menos que mostrar con su vida un verdadero

ejemplo de lo que uno puede llegar ser. Como el de Lincoln que vimos ahorita, lo

que el realmente no quería era el fracaso, el no intentarlo, el tirar la toalla, eso era

lo que el realmente no quería, no podemos decir que lo que no quería era sufrir,

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batallar, padecer, no, la cosa no está bien planteada así, él lo que no quería es

pasar por esta vida sin haber intentado todo por lograr todo aquello que quería

aunque eso le significase experimentar angustias o penas, ¡ese es el verdadero Ni

que deberíamos tener en la vida: Ni Quiero, pero Ni Quiero fracasar, Ni Quiero ser

mediocre, Ni Quiero una vida de vicios, Ni Quiero un mundo cada vez peor!, ¿o tú

si quisieras todo eso Bernardo?

-Pues no- finalmente respondí.

-Así el primer Ni que debe atacarse es ese Ni Quiero –dijo Don Cipriano.

Hubo una pausa que Don Cipriano aprovechó para llenarse el vaso de limonada y

llenarme el mío. Yo seguía callado pues veía lo contundente de su argumentación

así como las veces en que ese Ni Quiero era lo que había controlado mi vida.

-Uno no está solo en esta pelea –Don Cipriano rompió el silencio-. Siempre hay

alguien con nosotros. En el caso de Abraham Lincoln fue su madre. Él mismo

reconoció que todo lo que había logrado llegar a ser se lo debía a la actitud solícita

de su madre.

Pensé en mi mamá.

-Gente como Abraham Lincoln –siguió diciendo Don Cipriano-, es gente que llega

a la cima, pero que no se jacta de eso si no que nos motiva a que nosotros

también nos animemos a subir, ¿sabes por qué?, pues porque una vez que ellos

llegan a la cima se dan cuenta que ese es realmente nuestro lugar natural, no las

bajezas o mediocridades que a veces nos tragamos.

Don Cipriano hizo una pausa y bebió otro sorbo de su limonada.

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-Gente como esa nos arenga de muchas formas –continuó-, una de esas es con

las frases o pensamientos que engloban mucha de la sabiduría que han adquirido.

Abraham Lincoln tiene muchas frases, pero la que más me gusta dice “casi todas

las personas son tan felices como deciden serlo”.

Don Cipriano hizo otra pausa.

-“Tan felices como deciden serlo” –repitió recalcando el “deciden”.- Ese “deciden”

tiene que ver con el querer.

Quedamos en silencio un momento.

-Bueno –dijo Don Cipriano poniéndose de pie-, gracias por la visita Bernardo.

De principio no reaccioné hasta que me díe cuenta que era su forma sutil de

despedirme.

-¿Y los otros dos Ni, Don Cipriano? –pregunté.

-Calma, Bernardo, calma -me dijo-, ahí seguirán para cuando volvamos a platicar.

El otro domingo aquí te espero.

No tenía mucho para donde hacerme. Empiné el vaso para tomar la poca

limonada que aún tenía y despidiéndome de Don Cipriano me encaminé a mi

casa. La tarde caía sobre el pueblo. Ya la luz iba cediendo paso a la noche.

Algunos focos en los porches de las casa comenzaban a prenderse, no tardaría en

seguirlo los focos de los postes que con una luz amarillentas alumbraban las

calles.

Esa tarde pensé y repensé en lo que Don Cipriano me había dicho y al acostarme

deseé que al despertar ya fuera domingo.

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4.-Segundo “Ni”

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La semana se me fue como agua, pero congelada por lo lenta. Juegos, estudios,

mandados y uno que otro trabajito en la casa, como ese de pintar la barda de

atrás que ya estaba toda descarapelada. La escuela llena de amigos, clases y

bromas. La casa llena de disciplina, respeto pero también calidez. Y la vida

siguiendo su curso como si no tuviera prisa y con las ganas de que fuera domingo

para ir con Don Cipriano.

Una vez me tocó ir a su tienda entre semana. Mi amá me mando por unos birotes

para hacer unos molletes. Don Cipriano siempre tenía pan recién hecho y con un

sabor delicioso, más con hambre como la que me agarraba después de todo un

día de trabajo, estudio y diversión.

Fui a su tienda y le pedí el pan. Sin prisa como era su costumbre agarró las pinzas

con sus pinzas y las deposito en la bolsa de papel café que era característica para

entregar el pan. Me dijo el total, aunque yo ya lo sabía pues la caja de madera con

cristal donde se exhibía el pan claramente decía el precio de cada uno, desde el

virote hasta los panes dulces como los cochitos o los elotitos. Pagué y salí.

En todo momento esperé que de él saliera algún comentario, sea de lo que

habíamos hablado el domingo pasado o bien de la cita del próximo domingo para

seguir con la platicada, pero nada. Y la verdad a mí me dio pena preguntar,

después de todo Don Cipriano había sido muy claro en que seguiríamos con la

plática el domingo siguiente.

Por fin se llegó el día en que tenía que ir de nuevo con Don Cipriano.

Ya no toqué en la tienda. Directo me fui al patio desde donde podía uno ir a la

huerta que Don Cipriano tenía.

-Buen día, Don Cipriano –saludé.

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37

-Buen día, Bernardo –Don Cipriano me devolvió el saludo levantando la mirada de

la tierra que removía hincado. Quitándose el sombrero de palma que lo protegía

del sol, y que lo hacía ver muy distinto de cuando uno iba a su tienda, se limpió el

sudor de la frente y se incorporó.

Caminando hacia al porche de su casa lo seguí.

-¿Cómo va lo que está sembrando? –le dije tratando mostrarme interesado en su

trabajo.

-Ahí va –me contestó Don Cipriano, -como todo requiere de constancia y

disciplina.

Esto último lo sentí como dirigido a mí. No sé por qué pero cuando los adultos

hablan de cosas serias y de cómo debería ser la vida las siento como regañinas

hacia mí.

-¿Y estas matas? -pregunté señalando un montón que estaba ahí y que se notaba

habían sido arrancadas.

-¿Tú como las ves? –me preguntó Don Cipriano.

-Pues estas como que son yerbas, pero estas sí son de lo que siembra, ¿qué no?

–señalé.

-Así es, Bernardo –me aclaró-, es igual que en la vida. Mira, estas matas son

maleza, no sirve, es claramente identificable así que lo único que uno tiene que

hacer es arrancarla para que no vaya a afectar al resto de lo sembrado. Esta otra

es más problemática pues, en efecto, se trata de plantas que sí son de lo

sembrado, pero que si las ves bien no sirven: están muy pequeñas, se llenaron de

plaga, no tienen fuerza o resistencia, en fin, no van a servir, pero si le van a quitar

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agua y espacio al resto de la siembra. Estas últimas son aquellas cosas que uno

no ve muy, muy mal en la vida, pero que tampoco son cosas buenas, y que por lo

mismo las va dejando, dejando hasta que nos han robado el agua y el espacio

necesario para crecer.

Me quedé callado más que pensando en lo que me dijo, pensando en lo que me

quería decir. Como ya he dicho: siempre creía que todo era una regañina de los

adultos para mí.

-Ven -me dijo Don Cipriano sacándome de mis cavilaciones-, vamos a sentarnos

en el porche.

Ya tenía la limonada preparada. La jarra de vidrio dejaba caer de vez en cuando

alguna de las gotas que se habían condensado en el exterior de la misma

señalando el estado de frescura de su contenido. Para nosotros dos se había

dispuesto de sendos vasos en espera de ser llenado y vaciados al calor de la

conversación.

-¿Dónde nos quedamos? –me pregunto Don Cipriano más cómo provocación que

como pregunta en sí pues si algo tenía él era esa mente ágil y lúcida que yo

envidiaba.

-Apenas me platico del primer Ni, -le respondí- Ni Quiero.

-Ah -dijo-, ¿y quieres hablemos del segundo?

-Si quiero –respondí cayendo tardíamente en cuenta de la trampa y del juego de

palabras entre el Ni Quiero y el Si Quiero.

-Bien, bien –dijo Don Cipriano retomando el hilo de la plática como si no hubiera

una semana de por medio entre el primer Ni y el que ahora comentaría-. El primer

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Ni, como te dije es el Ni Quiero, ese es el primer Ni a vencer, pero conforme los

vas venciendo te enfrentas a otros Ni cada vez más poderosos, poderosos como

obstáculos para tu vida. Mira, como los juegos esos de video que tienes: pasas de

nivel pero en el siguiente la dificultad se incrementa.

Pensé en dos que tres juegos de video que no había terminado por lo mismo.

-Supongamos –continuó Don Cipriano- que superas ese primer Ni, que decides

que en en efecto Sí Quieres, como ahorita que me dijiste sí querías cuando te

pregunte sobre continuar nuestra plática. Entonces aparecerá el segundo Ni: Ni

Puedo.

Se detuvo un momento para ver si lo estaba siguiendo en la conversación.

-Ni Puedo- dije como para señalarle que sí estaba prestando atención.

-Así es –reiteró-: Ni Puedo.

Tomó un poco de su limonada y caí en cuenta de que no había probado la mía.

Me empiné el primer trago. Era dulce, sin ser empalagosa y estaba fresca sin

llegar a ese frío molesto con que a veces sirven algunas bebidas.

-Este Ni-continuó Don Cipriano- es más fuerte que el anterior.

-¿Y eso por qué Don Cipriano? –pregunté cómo tratando de impeler que

apresurara el paso en la explicación.

-Pues porque el primer Ni, el Ni Quiero, es una cuestión de deseo, de motivación,

a lo mejor no quieres algo pero igual si te convences pues puedes llegar a sí

quererlo. Como la gente que no quiere comer bien pero lee un poco, se entera de

lo que es una buena salud basada en una buena alimentación, y va cambiando

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sus pensamientos hasta llegar el momento de sí querer alimentarse

correctamente. Igual podríamos decir alguien con un vicio, solo que aquí al revés:

el que no quiere de inicio dejar un vicio puede ir cayendo en cuenta de los

perjuicios del mismo hasta llegar el punto de sí querer dejarlo.

-¿Y el Ni Puedo, Don Cipriano? –volví a preguntar.

-¡Ah! –dijo, ese es peor pues nos hace creer que hay factores ajenos a nosotros

mismos que aunque ya sí queramos no podemos remontar por lo que nos

quedamos aquí atorados. Mira, pensemos en alguien con una discapacidad, por

ejemplo alguien que no vea. Esa persona seguro estoy sí quisiera ver, pero la

verdad es que no puede, tiene un problema físico que por más que quiera no se

revertirá.

-¿Entonces este segundo Ni es real? –pregunté.

-Mira Bernardo –me respondió-, hay muchas cosas que no podemos cambiar,

pero en lo que respecta a nuestra vida son pocas las que de plano nos detienen

para ser y hacer lo que queramos. Lo importante es saber diferencia e incluso

esas que no podemos cambiar no usarlas de pretextos para quedarnos postrados

como si en realidad no pudiéramos.

-Peor sí habrá cosas que de plano no podamos cambiar, ¿qué no? –pregunté.

-Yo nunca dije cambiar –aclaró Don Cipriano-, claramente te dije que lo importante

es no dejar que incluso esas cosas que no podamos cambiar sean las que

decidan nuestra vida. Es cuestión de voluntad.

Me quedé callado pensando.

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-Mira –continuó Don Cipriano-, deja te platico de alguien y tú me dices, respecto

de este segundo Ni, qué opinas.

Asentí con la cabeza.

-Imagina a alguien –comenzó a platicar-, una mujer, pero imagínala bebé, niñita.

Una niñita muy bonita, pero mejor aún: muy sana. La alegría de sus padres. Ahora

imagina que esta niñita a los dos años se enferma de tal forma que le vienen

secuelas una vez que le pasa la enfermedad al grado de dejarla ciega y sorda.

Seguía yo la conversación.

-Mira –dijo Don Cipriano-, cierra tus ojos y tápate los oídos unos segundos.

Hice como dijo. El sentido de aislamiento era total. De una visión rica en color que

había tenido frente al huerto de Don Cipriano había pasado a una oscuridad que

no mostraba nada, para acabarla de amolar los sonidos que antes entraban a mi

cabeza no solo de lo que Don Cipriano decía sino a lo lejos de los carros que

pasaban, de algún que otro animal que cacareaba o mugía y de las hojas de los

árboles meciéndose bajo el viento de la tarde, había pasado al silencio absoluto,

solo un zumbido propio de cuando uno se tapa ambos oídos era lo que ahora

reinaba.

-¿Qué tal? –me preguntó Don Cipriano una vez que abrí de nuevo los ojos y me

destapé los oídos.

-Oscuridad y silencio –le respondí.

-Bueno –siguió hablando Don Cipriano-, dime tú que crees le pasara a alguien así,

a una niñita que a los dos años se quedara ciega y sorda, ¿qué fuera de su vida?

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-Supongo me va a dar un ejemplo de vida –le dije-, pero la verdad no me imagino

como alguien así pueda hacer algo en la vida. Tal vez con educación especial

aprender a relacionarse con los demás y de una manera muy limitada, pero hasta

ahí.

-Bueno –dijo Don Cipriano tomando un poco de su limonada-, y si te dijera que

esta persona sí existió, que no solo estudió primaria, secundaria y preparatoria

sino incluso que se graduó en artes en la universidad ¡y con honores!

Estaba asombrado.

-Pero eso no es todo –continuó Don Cipriano viendo mi asombro-, que además fue

oradora, sí, así es: oradora, activista de derechos civiles e incluso escritora

llegando a escribir 14 libros.

Simplemente no lo podía creer.

-¿De quién se trata? –pregunté

-Helen Keller –me contestó-, quien vivió de 1880 a 1968 en Estados Unidos.

De inmediato recordé un escrito que sobre ella venía en mi libro de primaria. Con

todo y todo Don Cipriano me había dicho cosas que desconocía de ella y que me

asombraban bastante: graduada con honores, oradora, activista y escritora.

-¿Tú crees –me preguntó Don Cipriano- que si Helen Keller hubiera dicho “sí, sí

quiero pero mírenme: no puedo” la hubiéramos juzgado muy duro o más bien la

hubiéramos comprendido e incluso hasta dado la razón?

-Lo segundo Don Cipriano –le contesté-, lo segundo: le hubiéramos dado la razón.

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-Así es –me dijo Don Cipriano-, la diferencia es que ella no dejó que sus

limitaciones realmente las limitaran.

Hizo una pausa.

-Ahora piensa en todos aquellos que conoces y que tras un Ni Puedo

cómodamente se esconden dejando que la vida se les vaya de la mano.

Seguía yo pensando en Hellen Keller. Con todas sus limitaciones salió adelante y

yo a veces dejaba sin hacer la tarea porque simplemente no había tenido tiempo,

no le había entendido, en otras palabras no había podido. Ni Puedo.

-¿Ves por qué te dije que este Ni Puedo era más fuerte que el primero, el Ni

Quiero? –me preguntó Don Cipriano y sin darme tiempo para responder se

respondió-. Este Ni Puedo es más cómodo pues le achaca la responsabilidad de

nuestro no hacer a factores que según nosotros son infranqueables y así nos

facilita el no hacer nada pues transferimos la responsabilidad a algo que nos

somos nosotros por lo que ni siquiera nos sentimos mal por ello, después de todo

cuando no se puede no se puede, ¿verdad?

Me quedé pensando en todos esos casos de gente con vicios, con problemas, con

todo en contra que tras un Ni Puedo se habían quedado tiradas a la orilla del

camino que era su vida: mi padre era un borracho, mi madre nos abandonó, no

tuve educación, no me han dado la oportunidad, la vida me ha tratado muy mal y

un sin fin de etcéteras, y ahora, bajo la luz de lo que me explicaba Don Cipriano

veía que ninguna de las justificaciones que esgrimían tenían el peso como para su

vida se fuera al caño, sobre todo si uno no aceptaba ese Ni Puedo.

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-Pero Hellen Keller no logró eso sola –dijo Don Cipriano sacándome de mis

pensamientos – al igual que Abraham Lincoln, que le agradecía a su madre lo que

él era, Hellen Keller también tuvo un apoyo decisivo en la figura de su institutriz

Anne Sullivan.

Presté atención a esta nueva explicación que me daba Don Cipriano.

-Anne Sullivan –continuó Don Cipriano- fue la institutriz contratada por sus padres

para instruir a Hellen Keller, una especia de maestra especial. Como Hellen Keller

no sabía ni hablar, ni leer, ni escribir y no veía ni oía, Anne Sullivan ideó un

método donde le acercaba cosas para que las identificara con las manos y con

señas tocando sus manos le indicaba en lenguaje especial cómo se llamaba lo

que le acercaba. Así fue como poco a poco fue sacando a Hellen Keller de ese

mundo de penumbras, de soledad, hasta llegar a ser quien ahora todos

conocemos.

Sentí un poco de vergüenza de mi parte cuando me quejaba de la vida o de

ciertas condiciones cuando ante la historia de Hellen Keller prácticamente yo

tenía todo para salir adelante.

-Así como Abraham Lincoln tenía sus frases –dijo Don Cipriano- Hellen también

llegó a acuñar varias muy significativas.

Me quedé esperando pues sabía me diría a qué frase se refería.

-Tienen muchas frases –repitió Don Cipriano-, pero hay una que me gusta mucho

por venir de una persona con sus características y sobre todo a la luz de todo lo

que logro, dice “mantén tu rostro hacia la luz del sol y no verás la sombra”.

Nos quedamos callados un momento. Don Cipriano se replegó en su silla

descansando, con los ojos cerrados, como dando por terminado el momento,

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47

como si su tiempo para ello se hubiera terminado, como una función de cine o una

obra de teatro que termina. Hice lo mismo. El calor del día había cedido ante la

frescura de la tarde. El silencio que anuncia una nueva noche. Cerré mis ojos,

igual que Don Cipriano.

-“Mantén tu rostro hacia la luz del sol y no verás la sombra” repitió Don Cipriano,

ambos seguíamos con los ojos cerrados- me asombra que alguien ciego pudiera

hablar de luces y de sombras, sé que se refiere a una actitud ante la vida, pero el

ejemplo no deja de ser asombroso. Y ni que decir de la enseñanza. Si estás

volteando hacia la luz no tienen tiempo de ver la sombra, no tienen tiempo que

perder en los Ni Puedo.

Guardó silencio como para darme tiempo de asimilar lo platicado.

-Bien Bernardo –dijo sin incorporarse de la silla- aquí te espero el otro domingo,

misma hora mismo canal.

Me cayó en gracia la forma de despedirse. Me tomé el resto de limonada que aún

tenía en mi vaso, me levante y me despedí. Antes de salir a la calle volteé para

divisar a Don Cipriano, lo vi sentado, tranquilo, descansando. Me pregunté si no se

quedaría dormido, pero igual si él quería y si él podía no veía por qué no se

quedara ahí dormido. De igual forma si yo quería y yo podía no veía el por qué

quedarme de brazos cruzados ante las infinitas posibilidades que la vida me

ofrecía de ser y de hacer.

Esa noche me dormí pensando y repensando en todo lo platicado con Don

Cipriano.

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48

5.-Tercer “Ni”

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49

La semana previa a mi encuentro con Don Cipriano para hablar sobre el tercer Ni

se me hizo muy pesada: tuve varios exámenes en la escuela, algunos me fue bien

pero en otros no tanto y eso me consiguió una buena regañina de mis jefes.

Seguro estaba no me iban a dejar salir ese domingo para ver a Don Cipriano, pero

no fue así, solo que sí tuve que ayudar a mi jefa con muchas cosas en la casa

amén de prometer que me esmeraría en mis estudios.

Llegué corriendo con Don Cipriano pues ya iba poco más de media hora tarde,

aparte de que no quería creyera no me importaba nuestra cita lo que más me

preocupaba era de plano no poderlo ver y quedarme con la duda del tercer Ni otra

semana más.

-Buenas Don Cipriano –saludé con un poco de pena al llegar tarde.

-Buenas Bernardo –me contestó Don Cipriano quien parecía muy entretenido

revisando sus plantitas. Tierra removida por aquí, una bolsa de abono por acá y

una manguera doblada para que no detener el agua mientras terminaba de

trabajar eran las pruebas de que Don Cipriano no se había aburrido para nada.

-Dispense Don Cipriano –comencé a disculparme-, mis papás me pusieron

muchas cosas por hacer hoy por la mañana y voy terminando.

-¿Y por qué no te quedaste en casa? –preguntó Don Cipriano sin levantar la

cabeza de la tierra que removía.

No sabía si me estaba reclamando veladamente mi retraso o si era el pretexto

para reiniciar nuestra plática.

-Pues porque quería saber sobre el tercer Ni que tenemos pendiente –respondí

yéndome por la segunda opción y haciendo énfasis en el “quería” como referencia

al primer Ni que habíamos visto.

Page 54: La Generación Ni-Ni-Ni

50

-¿Sólo sí querías? –me preguntó Don Cipriano.

-Bueno, ¡también sí podía! –contesté muy ufano con más seguridad viendo por

donde iba el asunto.

-Ya veo, si querías y si podías, pero ¿te lo merecías? –me preguntó Don Cipriano

levantando la mirada y dejándome mudo.

-No entiendo Don Cipriano –dije-, si es por lo del retraso le pido disculpas, ya le

dije que fue porque mis papás…

-No te preocupes Bernardo –me dijo Don Cipriano incorporándose-, igual iba a

estar aquí todo el día, ¿o a dónde pensabas me iba a ir?

Comenzó a caminar al porche dejando lo que estaba haciendo. Yo a su lado seguí

sus pasos pensando en eso de si me lo merecía o no. Mientras se sentaba y nos

servía a los dos limonada en sendos vasos seguía pensando que quiso decir.

-¿Por qué me preguntó si me merecía venir a platicar sobre el tercer Ni? –

finalmente pregunté después del primer trago a mi limonada.

-Porque ese es el tercer Ni –contestó Don Cipriano sorprendiéndome al no darle

muchas vueltas al asunto-: Ni Merezco.

-Ni Merezco –repetí.

-Así como te dije que el segundo Ni, Ni puedo, era más poderoso como obstáculo

para tu vida que el primer Ni, Ni Quiero, éste tercer Ni, Ni Merezco, es aún peor en

ese sentido que el segundo y ni qué decir del primero. Pero déjame te lo explico

antes.

Page 55: La Generación Ni-Ni-Ni

51

Asentí más que como aceptación de su propuesta como un indicativo de que lo

seguía en la misma.

-El primer Ni, Ni Quiero, es esa confusión que todos tenemos respecto de lo que

realmente queremos pero que puede ser aplacada reflexionando un poco sobre

los temas de nuestra vida; si superas ese primer Ni, llegas al segundo, Ni Puedo,

así que puede quieras algo pero si crees no puedes igual puedes tirar todo a la

basura, solo que en ese segundo Ni, como ya te dije, le echas la culpa a factores

que según tú te quitan la responsabilidad de tus decisiones y acciones, pero esto

no es así. Pues bien supongamos que te sobrepones a los dos primero Ni y si

quieres hacer las cosas y te convences de que sí puedes, entonces aparece el

tercer Ni: Ni Merezco.

Don Cipriano hizo una pausa como para ver si lo seguía. Asentí para indicar que

sí.

-Este tercer Ni es peor que los otros pues surge de un juicio errado y

generalmente muy severo sobre nosotros mismos donde a pesar de que

queramos algo o de que incluso podamos, creemos que simplemente no nos lo

merecemos por lo que terminamos por boicotear todo nuestro proyecto.

-¿Cómo es eso Don Cipriano? –pregunté-, supongo todos creemos nos

merecemos lo mejor, ¿qué no es uno de los problemas del mundo: el creer que

todos nos merecemos lo mejor generando así situaciones de codicia y ambición?

-La codicia y la ambición surgen del primer Ni, no del tercero –contestó Don

Cipriano-, de cuando falsamente respondemos que queremos lo mejor cuando en

realidad estamos respondiendo con nuestra ambición y codicia que Ni Queremos

un mundo justo, Ni Queremos un mundo solidario y Ni Queremos un mundo

fraterno.

Page 56: La Generación Ni-Ni-Ni

52

Page 57: La Generación Ni-Ni-Ni

53

-No lo había visto de esa forma Don Cipriano- contesté-, pero igual ¿qué no la

gente siempre cree merecer lo mejor?

-Pues no –me contestó Don Cipriano de una forma tan franca, directa y segura

que me dejó confundido.

-¿Cómo es eso? –pregunté.

-Mira a tu alrededor –me dijo Don Cipriano-, mira a la gente que conoces, ¿crees

pudieran ellos vivir una vida mejor que la que viven?

-Supongo que sí, Don Cipriano –contesté.

-¿Crees quisieran vivir una vida mejor? –me volvió a preguntar.

-Igual creo que sí –volví a responder.

-Pues entonces –dijo Don Cipriano-, si sí quieren y sí pueden, ¿por qué no lo

hacen?

-¿Por qué cree no se lo merecen? –pregunté como cuando uno está tratando de

adivinar la respuesta.

-Exacto Bernardo –dijo Don Cipriano como congratulándose porque yo hubiera

acertado.

-Sigo confundido Don Cipriano –le dije.

-Mira a Diana, ¿si la conoces verdad? –me preguntó Don Cipriano-, si conoces a

su esposo, ¿verdad?

Page 58: La Generación Ni-Ni-Ni

54

Todo mundo conocía a Diana en el pueblo y su esposo el cual era un borracho

que se gusta todo y que aparte la trataba muy mal.

-Si Don Cipriano –contesté.

-¿Por qué crees lleva esa vida cuando seguro estamos, según yo creo, que ella

quisiera otra vida y estando joven bien pudiera hacerla realidad?

-¿Por qué cree no merecérsela? –volví a responder como pregunta.

-Así es –contestó Don Cipriano.

Seguía un poco confundido.

-¿Estás confundido? –me preguntó Don Cipriano

-Un poco –respondí.

-Qué bueno –dijo Don Cipriano asombrándome con su respuesta.

-¿Cómo que que bueno, Don Cipriano? –pregunté.

-Qué bueno, no por que estés confundido, sino porque esta confusión es una

prueba palpable de lo difícil que es ver este tercer Ni y darse cuenta de lo que

implica –me dijo Don Cipriano-, en efecto, la mayoría de la gente cree a un nivel

consiente y objetivo que siempre está esperando merecer lo mejor, pero a un nivel

consiente y subjetivo siempre está boicoteando esto pues en el fondo cree que no

se lo merece.

Page 59: La Generación Ni-Ni-Ni

55

Yo seguía dudando.

-Mira el estado del mundo, Bernardo –siguió Don Cipriano-, corrupción, fraudes,

manipulación, irresponsabilidad, ¿y qué hace la gente? Nada, ya nos

acostumbramos a vivir así e incluso lo aceptamos, es más, hasta hay un dicho que

dice que la vida es injusta o cuando alguien señala alguna de las cosas que te he

mencionado le dicen que la vida es así. ¿Por qué crees que llegamos a aceptar

esta situación? Por qué en el fondo creemos nos la merecemos, caso contrario

haríamos todo de nuestra parte para cambiarla.

Me le quedé viendo, había comenzado a entender.

-Pero entonces Don Cipriano –le pregunté-, si es verdad lo que me dice muchos

de los Ni Quiero o de los Ni Puedo sería en realidad Ni Merezco, ¿qué no?

-Exacto Bernardo –dijo Don Cipriano exultando la alegría de quien ve que por fin le

van entendiendo, así es: muchos de los Ni Quiero o de los Ni Puedo esconden

tras de sí ese Ni Merezco, por eso te digo que este es más sutil pero a la vez más

poderoso pues nos hacemos creer que sí nos merecemos un mundo mejor, una

situación mejor, una vida mejor, pero no luchamos por eso por lo que en el fondo

en realidad no creemos merecerlo.

-¿Y qué puede hacerse, Don Cipriano? –pregunte.

-Calma, calma, ya veremos eso en su momento –contestó Don Cipriano-. Antes

para ejemplificar este tercer Ni déjame te platico otra historia, como las que ya te

he platicado.

Asentí.

Page 60: La Generación Ni-Ni-Ni

56

-Imagínate un pintor –comenzó a decir Don Cipriano-, un pintor que vivió en la

segunda mitad del Siglo XIX. Este pintor, antes de dedicarse a la pintura fue

profesor, ayudante de pastor metodista y empleado de librería, su vida no fue

nada fácil pues eran recurrentes los estados de ánimo negativos que lo

abrumaban, es más, en una ocasión estuvo 12 meses recluido en un hospital

psiquiátrico a causa de un estado depresivo. Pues bien, cuando esta persona

descubrió que en la pintura estaba su vocación se dedicó de lleno a ellos. Pintó en

su vida 900 cuadros, son algunos, ¿verdad? ¿Cuántos cuadros crees que vendió

en su vida, Bernardo?

-Unos 100 –dije, sabiendo que la respuesta iría tal vez en que a pesar de su

esfuerzo no vendió todos los cuadros que pintó.

-¿Cien?, no, no tantos –me dijo Don Cipriano.

-Cincuenta –volví a responder.

-¿Tantos? –me reviró Don Cipriano.

-¿Diez? –dije ya con una duda en mi voz.

-¡Uno, Bernardo –dijo Don Cipriano-, solamente uno en toda su vida!

Lo miraba sorprendido.

-Pero ahí no termina la historia –continuó Don Cipriano-, aunque esta persona

murió pobre las pinturas que hizo siguen con nosotros, son conocidas y ahora no

solo reconocidas y cotizadas. Como dato puedo decirte que una de sus pinturas

titulada Retrato del Dr. Gachet se vendió ¿sabes en cuánto, Bernardo?

Moví negativamente mi cabeza.

Page 61: La Generación Ni-Ni-Ni

57

Page 62: La Generación Ni-Ni-Ni

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-¡En nada menos que más de 116 millones de dólares! –me dijo Don Cipriano

-¿116 millones de dólares? –pregunté asombrado

-Así es, Bernardo –reiteró Don Cipriano-, más de 116 millones de dólares.

Me dio tiempo para que asimilara la estratosférica cifra.

-Estoy hablando de Vincent Van Gogh –dijo Don Cipriano-, pintor de los Países

Bajos que vivió entre 1853 y 1890.

Van Gogh, me sonaba mucho ahora, aunque la historia esa la desconocía.

-Imagina ese escenario, Bernardo –dijo Don Cipriano-, alguien que batalla toda su

vida al extremo de este pintor por lograr su vocación y seguir su sueño. Él bien

pudo haber dicho que no se merecía eso que sufría y optado por un trabajo que le

diera algo de dinero, pero no, se mantuvo en su meta, en su sueño, pues sabía

que se merecía hacerlo realidad.

Lo escuchaba con interés.

-Aquí está esto que no debemos perder de vista –continuó Don Cipriano-, lo que

merecemos es algo interno que sabemos nuestro y que buscamos realizar en

nuestro exterior. Esto no quiere decir que no suframos o nos sacrifiquemos pero

eso será de valor cuando nos lleve a lo que queremos, muy diferente cuando

dejamos que la vida, los demás o las circunstancias nos impongan situaciones

desagradables que aceptamos solo porque creemos que merecemos eso. Me

preguntaste ahorita que si qué podíamos hacer sobre este tercer Ni, pues aquí

está la respuesta: darte cuenta de si las circunstancias en las que vives han sido

Page 63: La Generación Ni-Ni-Ni

59

libre y personalmente decididas o si más bien las mismas de una manera cobarde

o comodina más bien han sido acatadas incluso contra nuestra propia conciencia.

Sonaba lógico.

-Por ejemplo Diana –siguió Don Cipriano-, una cosa sería que estuviera sufriendo

si anduviera de misionera en África ayudando a los niños pero porque esa fuera

su meta, su sueño, su propósito de vida a lo que está pasando ahorita que igual

sufre y batalla con su marido pero no porque ella lo haya elegido sino porque así

le sucedió y terminó aceptando el hecho porque cree que merece esa miserable

vida al lado de ese desentendido y no algo mejor.

Noté emociones encontradas en la voz de Don Cipriano.

-¿Está enojado? –pregunté.

-A veces me ganan las emociones al ver las vidas de mucha gente, como Diana,

tiradas al caño –me dijo-, será que ya estoy viejo y veo que mi camino poco a

poco se acaba y me doy cuenta de lo valiosísimo que es esto que llamamos vida

como para desperdiciarlo a lo tarugo.

Nos quedamos callados un momento.

-Volviendo con Van Gogh –dijo Don Cipriano retomando el tema- al igual que

Abraham Lincoln o que Hellen Keller tuvo alguien que lo estuvo apoyando, su

hermano Theo. Theo tenía un trabajo estable y durante todo el tiempo apoyo a

Van Gogh pues veía el potencial y la capacidad de él, aunque yo creo que había

más cariño fraternal en ello que reconocimiento a su técnica. Y de igual forma que

los que ya hemos comentado Van Gogh estableció unas máximas, una frases que

expresaban su sentir ante la vida, de esas hay una que me encanta por la

nostalgia desgarradora de la que está empapada y que dice que “se puede tener,

Page 64: La Generación Ni-Ni-Ni

60

en lo más profundo del alma, un corazón cálido y sin embargo, puede ser que

nadie acuda a él”.

Se me hizo una frase triste.

-Pero esa frase no motiva mucho que digamos, Don Cipriano –dije-.

-¡Claro que motiva, Bernardo! –replicó Don Cipriano- pero no como tú crees ya

que no te dice algo para hacerte sentir bien sino para mostrarte que la vida puede

ser de una forma pero no por eso tú dejaras de ser lo que eres. A lo mejor nadie

reclama ese corazón cálido del que habla pero eso no quiere decir que ese

corazón dejará de seguir irradiando calidez porque así uno lo quiere, porque así

uno lo decide.

Sonaba interesante esta visión, pero me costaba ya no digo entenderla sino ver la

manera de aplicarla.

-Pero no te quiebres la cabeza, Bernardo –dijo Don Cipriano haciéndome notar lo

transparente que era en mis pensamientos-, lo que hablamos es como la lluvia.

Debes dejar remoje la tierra, que active las semillas en ella, para que al tiempo

éstas germinen.

-¿Y qué puede hacerse para cambiar esos tres Ni en tres Si, Don Cipriano? –

pregunté.

-Eso lo veremos el próximo domingo –me contestó.

Yo creía este sería nuestro último domingo, pero al mismo tiempo me alegraba

todavía nos fuéramos a ver uno más. Era tanto lo que estaba aprendiendo y tantas

las nuevas formas de ver la vía que estaba adquiriendo. Me despedí y me fui a la

casa donde mi vida me esperaba, al menos por una semana más.

Page 65: La Generación Ni-Ni-Ni

61

6.-Los Tres “Si”

Page 66: La Generación Ni-Ni-Ni

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El domingo amaneció nublado, había llovido la noche anterior y el ambiente

estaba muy fresco. Toda la noche las ranas que habían salido al sentir la lluvia

nos habían acompañado con sus cantos, ya más de madrugada los grillos había

terminado la sinfonía y poco antes de amanecer el silencio se había apoderado de

la obra a manera de colofón.

Todo esto lo sé pues me estuve despertando durante la noche. Las ideas sobre

los tres Ni que había platicado con Don Cipriano y los tres No que habría de

platicar me daban vueltas en mi cabeza. Los primeros volvían una y otra vez a mi

mente cada vez con nuevos ejemplos de la vida que le daban más fuerza al

argumento de Don Cipriano. Los segundos por que trataba de imaginar lo que Don

Cipriano podría decirme de ellos.

Entre sueño y sueño me veía a mí mismo frente a bifurcaciones de caminos donde

había dos opciones, una señalada con Ni, otra con Si, yo quería tomar la del Si

pero me veía de repente caminando por la del No y recordando en el sueño lo que

Don Cipriano me había dicho de los No con lo que mi angustia al caminar se

incrementaba. Sueños locos que tal vez sacan a relucir los temores que uno tiene

de caminar por esta vida creyendo ir por el camino correcto pero sin darse cuenta

de que lo ha equivocado. O a lo mejor solo sueños pesados por las papas con

chorizo, frijoles puercos, queso fresco y tortillas de harina que me cené la noche

previa, incluso me repetí.||

Me levanté temprano, aunque nublado se veía el relumbre de sol anunciando el

nuevo día. Desayuné, me bañé, me aliste, ocupé mi domingo en algunas

actividades que consumieron mi tiempo y ya de tarde salí para que Don Cipriano.

Llegando a su casa me llamó mucho la atención no verlo en su huerto ni en el

porche.

-¡Don Cipriano! –llamé a la entrada de su porche- ¡Don Cipriano!

Page 67: La Generación Ni-Ni-Ni

63

-Bernardo, buen día –me respondió Don Cipriano saliendo por la puerta de su

casa.

-¿Ahora no va a trabajar en su huerto? –pregunté.

-¿Y luego quién lavaría la ropa? –me dijo sonriendo señalando el lodazal en que

se había convertido todo por la lluvia.

-Pues si –tuve que condescender con él.

-Mira –dijo Don Cipriano señalando las sillas que se nos presentaban a los lados

de la mesa-, vamos a sentarnos. Ahora preparé chocolate, cómo que se antoja

más por cómo está el tiempo.

Sirvió las dos tazas que ya estaban ahí y me señaló el pan dulce que había puesto

en una canasta. Tomé un cochito.

-¿Sabes Bernardo? –dijo Don Cipriano iniciando la conversación-, cuando uno

platica de algo con alguien es más lo que uno se dice a sí mismo que lo que uno le

dice al otro.

-¿Qué quiere decir, Don Cipriano? –pregunté.

-Nada, nada –me dijo Don Cipriano-, solo me he estado recordando cuando

chamaco, así como tú, y de lo mucho que me hubiera gustado que alguien me

hablara de lo que ahora yo te he hablado para poder tomar mejores decisiones en

mi vida.

Lo dijo con un dejo de nostalgia que no pudo más que enternecerme.

Page 68: La Generación Ni-Ni-Ni

64

-¿Es que acaso usted también ha tomado malas decisiones? –pregunté.

-¡Pero claro, Bernardo! –dijo Don Cipriano dando un palmazo en su muslo- ni que

fuera perfecto para nunca equivocarme. En la vida me he equivocado muchas

veces, pero esas equivocaciones no me han hecho sentir menos pues he

aprendido de ellas y he llegado a ser lo que ahora soy. Podríamos decir que cada

error fue como una piedra de esas de sacar filo que me fue quitando las muescas

que en mi persona tenía hasta dejarme así.

-¿Afilado? –pregunté.

-¡Ja, ja, ja, ja, ja! –rio Don Cipriano ante mi ocurrencia.

Yo también reí.

-Los errores nos hacen ricos de una forma que no podemos ni imaginar –continuó

Don Cipriano, no solo nos recuerdan que somos humanos sino que añaden

sabiduría a nuestra vida y nos vuelven humilde, obvio está: si sabes aquilatar cada

caída. Y ya que hablamos de errores y caída entiende que aunque tengamos muy

claros los tres Ni e incluso después de que hablemos de los tres Si, esos errores y

esas caídas seguirán en tu vida y en la mía, la cosa es seguir, creer, vivir.

El silencio que siguió dio pauta para que tratara de entender todo lo que me había

dicho Don Cipriano.

-Los tres Si –dije retomando el tema principal- supongo que son lo contrario de los

tres No, es decir, Si Quiero, Si Puedo y Si Merezco, ¿verdad?

-En efecto, Bernardo –me respondió Don Cipriano- así es. Pero hay más que debe

saber.

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Siguió callado un momento y no quise presionar más.

-El primer Ni del que hablamos ya hace algunas semanas, Ni Quiero, tiene que ver

con el Ser; el segundo NI, Ni Puedo, tiene que ver con el Hacer, y el tercer Ni, Ni

Merezco tiene que ver con el Tener.

Hizo otra pausa como para darme tiempo de seguirlo.

-Ser, Hacer y Tener es lo que somos –siguió hablando Don Cipriano- , o más bien,

lo que visiblemente somos. Nosotros tenemos ideas, sentimientos y demás que no

pueden ser vistas, pero lo que somos, lo que hacemos y lo que tenemos son la

manera visible de evidenciar, o más bien de evidenciarnos lo intangible.

Asentí como para indicar no tanto que entendía sino que o seguía.

-La manera en que interactuamos con nosotros mismos, con los demás y con el

mundo –siguió Don Cipriano diciendo- solo se da, o más bien puede darse, a

través de cuatro medios que tenemos: a través de nuestra Razón, a través de

nuestra Voluntad, a través de nuestra Percepción y/o a través de nuestra

Atención.

Seguía atento.

-La Razón es esa parte dura de nuestro conocimiento, de hecho es la que más

usamos sino es que la única y a través de la cual nos conocemos a nosotros

mismos y conocemos a los demás y al mundo. Pero también existe la Voluntad,

que no responde a la razón y que es esa fuerza interna por la cual decidimos

hacer algo sin mayores justificaciones. En el caso de la Percepción es el canal a

través del cual nos vemos y vemos a todos los demás y al mundo mismo, por

último la Atención es la aplicación de una intención a los puntos sobre los que nos

enfocamos.

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67

Se me hacían muchas ideas para digerir de pronto.

-Por ejemplo – dijo Don Cipriano dándose cuenta de que me había quedado atrás

en su exposición- aprender matemáticas es algo que hacemos con la Razón, pero

digamos que tú quieres aprender matemáticas ya viejo como yo y solo porque te

da la gana sin mayores argumentos ni justificación para ello, ah pues aquí es

donde entra la Voluntad. Cuando lees, repasa y entiendes las explicaciones que te

dan en el libro de matemáticas aplicas la Percepción pero cuando te enfocas en

una explicación en específico o en tratar de entender algo que no has entendido

aplicas la Atención.

Me empezaba a quedar un poco más claro lo que Don Cipriano decía.

-Entonces ¿todo lo que hacemos se da a través de esas cuatro maneras, Don

Cipriano? –pregunté.

-Así es, Bernardo –me respondió-, todo. Piensa en algo y verás que puedes

hacerlo caber sea en el ámbito de la Razón, de la Voluntad, de la Percepción o de

la Atención.

-¿Y qué tiene esto que ver con los tres Ni? –volví a preguntar.

-Pues que el primer Ni, Ni Quiero, tiene que ver con el Ser –comenzó a explicar

Don Cipriano- y el Ser tiene que ver con la Atención. El segundo Ni, Ni Puedo,

tiene que ver con la Percepción, y el tercer Ni, Ni Merezco, tiene que ver con la

Voluntad.

-¿Y la Razón? –pregunté al ver que no la mencionaba.

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-La Razón –me aclaró Don Cipriano-, es la puerta principal por la que pasamos

para llegar a los otros medios.

De nuevo me había perdido.

-Sí, Bernardo –siguió Don Cipriano- fíjate cómo es que durante todo este tiempo

que hemos platicado he apelado a tu Razón. Las explicaciones, los argumentos,

los ejemplos y todo va enfocado a convencerte a través de tu Razón, ¿por qué? ,

pues porque es el canal que más usamos para tratar con nosotros mismos, con

los demás y con el mundo y pues hay que usar ese en vez de los otros que por lo

general están atrofiados por falta de uso. Es así como a través de la Razón

llegamos a la Voluntad, la Percepción y la Atención aunque estas tres últimas

sean completamente diferentes de la primera e incluso entre sí.

Como que comenzaba de nuevo a retomar el entendimiento de lo que Don

Cipriano me decía.

-Te decía –repitió Don Cipriano- que el primer Ni, Ni Quiero, tiene que ver con el

Ser –comenzó a explicar Don Cipriano- y el Ser tiene que ver con la Atención. El

segundo Ni, Ni Puedo, tiene que ver con la Percepción, y el tercer Ni, Ni Merezco,

tiene que ver con la Voluntad. Es así luego entonces que la forma de transformar,

de convertir, de transmutar esos Ni en Si es aplicando esos canales a través de

los cuales nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo,

pero dándoles un primer empujoncito a través de la razón.

Escuchaba.

-En todos los casos –siguió Don Cipriano- la razón actúa como las bujías de los

carros: da el primer chispazo para que arranquen los otros canales pero es en

esos canales, Voluntad, Percepción y Atención, donde nos debemos montar para

transmutar los Ni en Sí.

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-¿Si Quiero, Si Puedo, Si Merezco? –pregunté.

-Exacto, Bernardo –asintió Don Cipriano-, exacto.

Tomó un sorbo de su chocolate y yo hice lo mismo.

-Ni Quiero puede transformarse en Si Quiero a través de la Atención –dijo Don

Cipriano-, ya te mencioné como puede uno darse cuenta de lo que en realidad no

quiere ampliando un poco más la visión de sus actos, pero lo que detona esta

reflexión es la Razón a través de la pregunta ¿realmente Ni Quiero? Por ejemplo,

el que dice Ni Quiero estudiar en realidad es una visión de muy corto plazo, la

visión de mayor alcance es ¿realmente Ni Quieres ser alguien en la vida,

realmente Ni Quieres tener oportunidades, realmente Ni Quieres vivir bien y

mejor? Si te fija esas preguntas se originan en la Razón, no hay otra forma, como

son preguntas es ahí donde tienen su fundamente, pero lo que genera la pregunta

es una reflexión que para transformar el Ni Quiero en un Si Quiero requerirá del

concurso de la Atención, es decir, de ampliar ese rango de visión para ver los

alcances, los resultados, los impactos reales en nuestra vida de ese Ni Quiero y

convertirlo así en un Si Quiero.

-Me parece lógico –dije.

-Te parece lógico porque he apelado con mis argumentos a la Razón –dijo Don

Cipriano-, pero la Razón no puede cambiar el Ni Quiero en un SI Quiero, ese es el

papel de la Atención y es por eso que tenemos que ampliar la visión de los efectos

de nuestros Ni Quiero para que a través de la Atención se convierta ese Ni en un

Sí.

Don Cipriano, tomando la canasta del pan dulce me la ofreció al darse cuenta que

ya me había acabado mi cochito. Tomé otro.

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-En el caso del Ni Puedo –siguió explicando Don Cipriano-, éste tiene que ver con

el Hacer y puede transformarse en un Si Puedo, igual apelando a la Razón para

iniciar la reflexión, pero montando su trasformación en la Percepción. Como en tu

momento te dije este Ni es tramposo y comodino pues transfiere la

responsabilidad de nuestras decisiones y de nuestras acciones a factores que

según nosotros son incontrolables por lo que podemos dejarnos caer sin sentirnos

mal, pero ese es un engaño pues cualquier factor, cualquier reto, cualquier

obstáculo no necesariamente debe hacer que nuestra vida se vaya al caño, y

ejemplos hay de sobras.

Asentí recordando la explicación que Don Cipriano me había dado respecto de

este Ni.

-Para convertir este Ni Puedo –siguió explicando Don Cipriano- en un Si Puedo

detonamos a través de la razón la reflexión con la pregunta ¿reamente Ni Puedo?

Por ejemplo quien se queja de que por que no tuvo estudios no puede hacer algo

mejor con su vida las preguntas podrían ser ¿realmente Ni Puedo esforzarme,

realmente Ni Puedo intentarlo, realmente Ni Puedo dar todo para conseguir lo que

quiero? La idea es que veamos que cualquier pretexto para el Ni Puedo no tiene el

peso cuando reconocemos que la decisión de lo que hagamos y de lo que seamos

está de nuestro lado, y para este cambio de Ni a Si ocupamos de la Percepción,

es decir, de darnos cuenta de lo anterior a través de poner en el justo contexto los

obstáculos que podamos enfrentar y el potencial que como personas poseemos.

Sonaba más que interesante.

-El tercer Ni –continuó diciendo Don Cipriano-, Ni Merezco, tiene que ver con el

Tener y puede transformarse en un Sí Merezco a través de la Voluntad. De igual

forma detonamos la Voluntad a través de la Razón a través de la reflexión que se

origina con la pregunta ¿realmente Ni Merezco? Por ejemplo el caso de Diana,

ella podría preguntarse ¿realmente Ni Merezco una vida mejor, realmente Ni

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Merezco ser feliz, realmente NI Merezco ser tratada don cariño, respeto y

dignidad? Pero a esa reflexión debe seguir el montarnos en la Voluntad para hacer

de nuestra vida lo que queramos haya o no justificación para ello simplemente por

el hecho de que eso es lo que volitivamente hemos decidido.

-¿O sea que el Ni Quiero puede transformarse en un Si Quiero preguntándonos

"realmente Ni Quiero esto o lo otro con una visión de mayor alcance y aplicando

en ello nuestra Atención"?–comencé a repetir como para ver si lo había entendido

bien.

-Así es, Bernardo –dijo Don Cipriano.

-¿Y el Ni Puedo puede convertirse en un Si Puedo preguntándonos "realmente Ni

Puedo esto o lo otro con una visión amplia y aplicando en ello nuestra

Percepción"? –seguí inquiriendo.

Don Cipriano asintió.

-¿Y el Ni Merezco puede transformarse en un Si Merezco preguntándonos

"realmente Ni Merezco esto o lo otro con una visión más profunda y aplicando en

ello nuestra Voluntad"?

-Exactamente, Bernardo –dijo Cipriano dejándose caer en la silla como para

descansar después de esta explicación.

Nos quedamos los dos en silencio, yo tratando de darle orden y sentido a todas

las nuevas ideas que bullían en mi mente, él simplemente descansando.

-Hay algo más- dijo Don Cipriano con los ojos cerrados.

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-¿Algo más? –pregunté.

-¿Recuerdas quienes ayudaron a Abraham Lincoln, a Hellen Keller y a Van Gogh?

–preguntó Don Cipriano.

-Su madre, du institutriz y su hermano, ¿verdad? –contesté.

-Así es, Bernardo –dijo Don Cipriano-. Esa es la parte que falta.

Se incorporó y me miró.

-Nunca estamos solos en esta batalla que se llama vida, así como esos ejemplos

hay mucha gente que aparece en el momento preciso para darnos la mano –dijo

Don Cipriano-, puede ser un familiar, un amigo, un desconocido e incluso algún

libro escrito por alguien o algo hecho por alguien para ser más generales, que

llegue en el momento preciso para darnos la lección que necesitamos, el apoyo

que requerimos, para alcanzar nuestros tres Si.

-Supongo eso es así –dije.

-Sí, Bernardo –continuó Don Cipriano-, pero hay que dejarlo claro, hay que hacerlo

visible para nuestra Razón para que cuando eso sucede permitamos que ocurra.

-No entiendo –dije.

-Por ejemplo –dijo Don Cipriano-, ¿por qué n está tu amigo, aquel que quería

comprar cigarros, aquí ahorita?

No supe que contestar.

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-Esta información estaba ahí para ustedes dos –dijo Don Cipriano-, los dos

recibieron, por así decirlo, la invitación de la vida, del destino o como quieras

llamarlo, pero solo tú la aceptaste.

Caí en cuenta de lo que decía.

-Así es, Bernardo –siguió diciendo Don Cipriano- esas ayudas que podamos

recibir en la vida a veces son tan sutiles como esa frase que les dije y que solo

captó tu atención, pero como en todo debemos estar conscientes en cada paso

que damos para aprovecharlas si no, como tu amigo, solo serán como la campana

que tañe a lo lejos y que ni siquiera prestamos atención.

Pensé en todas esas ayudas que a lo mejor habría dejado de pasar de largo en mi

vida solo por no darme cuenta.

-En cuanto a los ejemplos que vimos Lincoln, Keller, Van Gogh, solo fueron eso:

ejemplos. En cualquier referente de éxito en la vida, éxito personal, profesional,

social e incluso espiritual, podrás ver cómo es que la Razón, la Voluntad, la

Percepción y la Atención lograron transformar los tres Ni que de manera natural

hubiesen traído en los tres Si de los que hemos hablado: Harland Sanders,

Winston Churchill, Henry Ford, Albert Einstein, Walt Disney, Beethoven, Steve

Jobs, Steven Spielberg, Soichiro Honda, Charles Chaplin, toma el que quieras, lee

sobre tu vida, y te darás cuenta dela magia existente en ella, no tanto porque

hallan alcanzado el éxito tal como lo conocemos, sino porque llegaron a explotar el

enorme potencial que tenían diciendo Si Quiero, Si Puedo, Si Merezco y aplicando

la Razón, la Voluntad, la Percepción y la Atención para ello.

Nos quedamos callados. Ya la noche había caído y sabía que tenía que irme a

casa. También intuía que esta sería nuestra última reunión en torno al tema y no

podía de dejar cierta aprensión ante esa idea. Estos días, estas visitas, estas

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pláticas me habían abierto un panorama a un mundo, a una vida nunca antes

visto.

-Pues bien, Bernardo –dijo Don Cipriano poniéndose de pie y extendiéndome la

mano –ha sido un gusto que oyeras a este viejo.

El corazón me latía muy aprisa. No sabía que decir o que hacer. No quería todo

terminara pero igual sabía que Don Cipriano daba ya por terminado el

conversatorio sobre los tres Ni.

-Gracias a usted Don Cipriano –dije poniéndome de pie y extendiendo la mano

para apretar la suya.

Me retiré como caminando entre neblina. Todo me daba vueltas. Me volteé para

ver a Don Cipriano en su porche como lo había visto todos estos días pero ya se

había metido. Solo estaba la mesa con las dos tazas de chocolate y la canasta de

pan. Me enternecí mucho y me reclamé el hecho de no haberle dado un fuerte

abrazo, pero ya había terminado todo. O más bien, para mí y mi nueva forma de

ver la vida, todo había comenzado.

Llegué a casa y apenas y si pude pegar los ojos esa noche.

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7.-De regreso a mi vida

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Como una película en cámara súper rápida pasaron todos esos momentos que ya

hace varios lustros había pasado con Don Cipriano. Con la leche bronca que me

había convidado el nieto de Don Cipriano y el pan dulce que me ofrecieron mi

charla con él había sido muy amena.

No dejaba de vez en cuando de voltear al huerto, a ese huerto en el que de

chamaco encontré muchas veces a Don Cipriano mientras venía yo a que me

hablara de los tres Ni y de los tres Sí. No sé por qué pero me parecía más

pequeño que como lo recordaba, igual el porche de Don Cipriano, antes, de

chamaco, se me hacía muy grande, ahora lo veía más pequeño, cómo, espacioso,

peor más pequeño que como lo recordaba.

Es realmente asombroso como 20 años de nuestra vida pueden ser resumidos en

unos cuantos minutos. Así me pasó con Don Cipriano.

-Me da gusto lo bien que te ha ido, Bernardo –dijo Don Cipriano-, siempre estuve

seguro lograrías lo que te propusieras.

-Gracias a usted, Don Cipriano –le dije.

-¿Cómo es eso? –me preguntó.

-¿Recuerda aquellas platicadas que de chamaco tuve con usted sobre los tres Ni y

los tres Si? –inquirí.

-Ah, si –dijo Don Cipriano como recordando, si me acuerdo.

-Pues a partir de ahí –continué-, de manera muy sutil, mi vida comenzó a cambiar,

o más bien mi ánimo ante la vida lo cual generó un cambio en mi vida.

Veía el interés de Don Cipriano en lo que le decía.

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Seguía estudiando, luego trabajando, luego perdí a mis padres, luego me casé, y

bueno, todo lo que le he contado. Pero constantemente tenía en mi mente la

plática de los tres Ni y de los tres Si y como cambiar los primeros en los segundos.

Cada que tenía un reto, cada que tropezaba, incluso cada que me derrumbaba me

preguntaba ¿realmente Ni Quiero esto o lo otro?, ¿realmente Ni Puedo esto o lo

otro?, ¿realmente Ni Merezco esto o lo otro? Y comenzaba en mi interior, aquí en

mi cabeza y aquí en mi corazón, una revolución que me permitía montar vía la

Razón en la Voluntad, la Percepción y la Atención las decisiones y acciones que

me permitían seguir adelante. Por eso quiero darle las gracias, Don Cipriano.

Don Cipriano me miraba serio, no con mirada severa, sino llena de ternura.

-Es por eso que vine al pueblo, solo para agradecer.

Se le llenaron de lágrimas los ojos a Don Cipriano

-Me da mucho gusto por ti, Bernardo –dijo Don Cipriano con voz quebrada y ya no

pudo decir más.

Respeté su silencio y cuando creí conveniente continué.

-Siento estar en deuda con usted.

-Veo traes un reloj muy bonito, muy caro, ¿verdad? –dijo Don Cipriano cambiando

abruptamente la conversación.

-Sí, Don Cipriano –respondí.

-Qué bueno –siguió diciendo Don Cipriano-, ¿qué te parecería te cobrara el valor

de ese reloj solo por habértelo chuliado?

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-Pues un poco exagerado, ¿no cree? –le dije

-Pues algo más o menos pasó con nuestra conversación de hace años –dijo Don

Cipriano-, yo no te di algo que tu no tuvieras, más bien te hice ver una riqueza que

tú tenías, como todos, de convertir nuestra vida en una verdadera obra de arte. Es

igualito como ahorita que he visto ese reloj costoso que traes, en aquel entonces

con mis palabras te hice ver que no estás llamado, mucho menos condenado, a

una vida de miseria y de mediocridad, existencialmente hablando, sino que estás

llamado a un destino glorioso de autorrealización personal, ese es todo mi mérito.

-Aun así me sigo sintiendo en deuda con usted –le dije a Don Cipriano.

-Eso no lo voy a discutir –dijo Don Cipriano-, pero sí te voy a complicar la forma en

que me vas a pagar.

Lo miraba tratando de adelantarme a lo que me diría.

-Paga lo que creas que me debes con quien creas lo necesite –me dijo.

-¿Cómo es eso, Don Cipriano? –pregunté.

-Para un viejo como yo, que ya ha vivido la vida y que es muy corto el tramo que le

falta por recorrer –comenzó a explicar Don Cipriano-, realmente es poco lo que

puedes darme, si es que cree estar en deuda conmigo, pero en el mundo hay

mucha gente tanto o más necesitada de lo que descubriste hace años en nuestras

pláticas y de lo que aplicaste todo este tiempo en tu vida, págame lo que crees

deberme pasando esta información a esas personas que creas la puedan

necesitar.

Me quedé en silencio un momento.

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-¿Y cómo hago eso, Don Cipriano? –pregunté

-Yo que sé –dijo Don Cipriano- apenas y si soy un viejo de un pueblo como tantos.

Abre los ojos, estate atento, cuando menos lo pienses llegará la persona que

ávida estará de esta información, tú la reconocerás, pero ella no a ti, tú le

transmitirás lo que has aprendido y aplicado y así es como me pagarás.

-¡Hecho! –dije después de un momento de silencio.

Nos quedamos callados un buen rato. ¿Qué pasaría por su mente? Yo en la mía

traía el revoltijo de los recuerdos, las vivencias, y este momento que me revivía

todo.

-¡Apá, es hora de que descanse! –alguien gritó de dentro de la casa.

Don Cipriano no se movió, seguía reclinado en la silla, viendo sin mirar. Mi

corazón comenzó de nuevo a latir aprisa como hace años, en aquella despedida,

anunciando lo que me temía: el término del tiempo que habíamos compartido.

-Bueno, Bernardo –dijo Don Cipriano poniéndose de pie y extendiéndome la

mano- fue un gusto verte de nuevo y que te hayas acordado de este pueblo y de

este viejo.

Me puse de pie, miré su mano extendida. Yo era más alto que él. Don Cipriano

cargaba con los años, yo con una vida que aún me ofrecía mucho. Su mirada

firme pero serena escrutaba mis ojos, y su mano extendida acuciaba una

respuesta.

No se la di.

No le dí la mano.

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Lo abracé muy fuerte, como a un padre, como a un abuelo. Don Cipriano se

sorprendió pues no esperaba esto pero a la vez me correspondió con un abrazo

cálido, como el que mis viejos me daban.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, unos segundos apenas, pero segundo que se

hicieron, que se sintieron eternos. Cuando nos retiramos para despedirnos vi una

lágrima en su mejilla y caí en cuenta de la que surcaba la mía.

Esa fue la mejor despedida: silenciosa, llena de sentimientos, plena de

agradecimiento.

Don Cipriano entró a su casa y yo me retiré de porche. Tomé mi auto y emprendí

el camino de regreso a mi vida.

Sabía esa sería la última vez que lo vería, pero no la última vez que lo recordaría y

que le agradecería el tempo que se tomó para darme las herramientas de vida que

ahora poseía.

En cuanto a la forma de pagarle a Don Cipriano lo que yo sentía deberle tuve

muchas oportunidades, oportunidades que aproveché y por las cuales agradecí,

oportunidades que me pusieron en el lugar que Don Cipriano estuvo hace años,

oportunidades que tal vez en algún momento les platicaré.

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Acerca del autor

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

• Licenciado en Contaduría Pública y Maestro en Administración con

acentuación en Finanzas por el Instituto Tecnológico de Sonora; Doctor en

Ciencias (Sc.D.) en el Área de Relaciones Internacionales Transpacíficas por la

Universidad de Colima

• Socio Director de Consultoría Independiente (Formación • I & D • Consultoría

en las áreas de Consultoría Empresarial • Liderazgo Emprendedor • Gestión

Universitaria), se ha desempeñado además como Auditor Interno en la

entonces Secretaría de la Contraloría General de la Federación y como

Director y Secretario de Desarrollo Económico del Municipio de Cajeme

• Académico Certificado por la Asociación Nacional de Facultades y Escuelas

de Contaduría y Administración, A.C.

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• Premio Nacional de Contaduría Pública a la investigación obtenido

consecutivamente en sus ediciones 2002-2003 y 2004-2005 por el Instituto

Mexicano de Contadores Públicos

• Miembro de la Asociación de Profesores de Contaduría y Administración de

México, A.C.

• Consultor de Negocios Acreditación por el Sistema Nacional de Consultores

de la Secretaría de Economía y Consultor de Negocios Certificado por la

Norma Conocer

• Diplomado en Desarrollo del Potencial Humano por el Instituto Tecnológico de

Sonora

• Nivel Superior: Maestro Distinguido, Responsable de Programa Académico,

Líder de Cuerpo Académico, Director Académico, Miembro de Consejo

Directivo, y profesor, tutor y asesor nacional e internacional en licenciatura,

maestría y doctorado

• Escritor con más de 20 libros en su haber en las áreas de liderazgo

emprendedor, consultoría empresarial y gestión universitaria, así como más

400 artículos publicados en las áreas de consultoría empresarial (más de 50),

liderazgo emprendedor (más de 160) y gestión universitaria (más de 180),

autor de más de 400 videos publicados en las áreas de consultoría empresarial

(más de 72), liderazgo emprendedor (más de 175) y gestión universitaria (más

de 160 ) y educación superior (más de 32); Tallerista y Conferencista a nivel

nacional e internacional con una oferta de más de 40 temas en consultoría

empresarial, más de 306 en liderazgo emprendedor y más de 90 en gestión

universitaria.

www.rocefi.com.mx

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La Generación Ni-Ni-Ni

Primera edición

Es una obra editada y publicada por Gecko Publishing, S. de R.L.M.I.

Septiembre de 2015