La Globalización Como Marco Para Percibir y Pensar La Cultura

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La globalización como marco para percibir y pensar la cultura, el mundo y sus problemas “Para pensar localmente hay que pensar globalmente, como para pensar globalmente hay que saber también pensar localmente”. El fenómeno de la globalización cultural tiene otra consecuencia: la de darnos una imagen de la cultura que cambia el marco de nuestro conocimiento. La mundialización, alude al fenómeno histórico y estructural de la ruptura o contracción del tiempo y del espacio que caracterizaron a la modernidad tardía. Nuestra experiencia en ese mundo se ve afectada por un exceso de tiempo y de espacio. El tiempo subjetivo se ve transformado como consecuencia del fluir rápido de acontecimientos, de la aceleración de la historia. Somos seres privilegiados por asistir a ese embarullado acontecer. Exceso de espacio porque el escenario de nuestra experiencia no se desarrolla en un territorio concreto, sino que nos movemos abarcando cada vez más amplitud. Al mismo tiempo percibimos que diferentes partes del mundo, que ahora entendemos finito aquí en la Tierra, entran en contacto entre sí y que se saben a sí mismas como piezas de un todo. Afecta a la visión de la naturaleza y a las interacciones y comunicación entre grupos y culturas. Nadie puede desentenderse de esta transformación a la que ha conducido la modernidad. Ahora cada cultura se sabe relativa y cada uno nos sabemos al lado de otros, aun en el caso de que su presencia no nos llegue a importar demasiado. Percepción que debería fomentar la madurez reflexiva hacia una mayor disponibilidad para servirse de la cultura de los demás y hacia la tolerancia con ella, permaneciendo abiertos a modificar la propia. El derecho a la diferencia cultural no puede ser la apelación a la defensa de una pureza de la cultura propia frente a la de los demás, que ni existió ni existe. Entrar en contacto con otros no implica perder identidad ni renunciar a lo que es propio, aunque sí es motivo para revisar la visión acerca de lo nuestro. El cambio por vía de préstamos entre culturas es consustancial a éstas como condición de su dinámica interna. No hay cultura que sea uniforme ni compacta. El impulso para cambiar proviene de la misma naturaleza humana. Nuestras sociedades son insatisfechas, abocadas al cambio permanente. Toda cultura está compuesta por una serie de rasgos, acumulación de tradiciones o informaciones. Estos rasgos, tienen desigual relevancia para definir aquello que constituye esencialmente a cada cultura, es decir se sitúan en diferentes estratos de importancia para la misma, tal como se muestra en la figura.

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La globalización como marco para percibir y pensar la cultura, el mundo y sus problemas

“Para pensar localmente hay que pensar globalmente, como para pensar globalmente hay que saber también pensar localmente”.

El fenómeno de la globalización cultural tiene otra consecuencia: la de darnos una imagen de la cultura que cambia el marco de nuestro conocimiento. La mundialización, alude al fenómeno histórico y estructural de la ruptura o contracción del tiempo y del espacio que caracterizaron a la modernidad tardía. Nuestra experiencia en ese mundo se ve afectada por un exceso de tiempo y de espacio. El tiempo subjetivo se ve transformado como consecuencia del fluir rápido de acontecimientos, de la aceleración de la historia. Somos seres privilegiados por asistir a ese embarullado acontecer. Exceso de espacio porque el escenario de nuestra experiencia no se desarrolla en un territorio concreto, sino que nos movemos abarcando cada vez más amplitud.

Al mismo tiempo percibimos que diferentes partes del mundo, que ahora entendemos finito aquí en la Tierra, entran en contacto entre sí y que se saben a sí mismas como piezas de un todo. Afecta a la visión de la naturaleza y a las interacciones y comunicación entre grupos y culturas. Nadie puede desentenderse de esta transformación a la que ha conducido la modernidad. Ahora cada cultura se sabe relativa y cada uno nos sabemos al lado de otros, aun en el caso de que su presencia no nos llegue a importar demasiado.

Percepción que debería fomentar la madurez reflexiva hacia una mayor disponibilidad para servirse de la cultura de los demás y hacia la tolerancia con ella, permaneciendo abiertos a modificar la propia. El derecho a la diferencia cultural no puede ser la apelación a la defensa de una pureza de la cultura propia frente a la de los demás, que ni existió ni existe. Entrar en contacto con otros no implica perder identidad ni renunciar a lo que es propio, aunque sí es motivo para revisar la visión acerca de lo nuestro.

El cambio por vía de préstamos entre culturas es consustancial a éstas como condición de su dinámica interna. No hay cultura que sea uniforme ni compacta. El impulso para cambiar proviene de la misma naturaleza humana. Nuestras sociedades son insatisfechas, abocadas al cambio permanente.

Toda cultura está compuesta por una serie de rasgos, acumulación de tradiciones o informaciones. Estos rasgos, tienen desigual relevancia para definir aquello que constituye esencialmente a cada cultura, es decir se sitúan en diferentes estratos de importancia para la misma, tal como se muestra en la figura.

Los componentes más relevantes forman una especie de núcleo duro, en torno al cual se vertebran otros componentes de la cultura, y que tienen capacidad para caracterizar la vida de las personas. Los cambios que se pueden producir en el núcleo de una cultura son más lentos, pero cuando

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ocurran tendrán un gran impacto en la transformación de la misma. No obstante, ese núcleo nunca es del todo estático. Es una especie de centro sólido pero móvil. Cualquier préstamo de componentes de una cultura (X) que sea incorporado por otra (Y), desencadena un proceso de universalización del mismo (X Y). Si el rasgo que se generaliza es poco relevante, el cambio globalizador no afectará al núcleo de Y. Son préstamos, sustituciones o amalgamas de poca relevancia en cuanto a su capacidad para alterar el sentido y entidad de una cultura.

Si lo que la cultura X presta o impone a la Y afecta al núcleo de ésta, entonces Y puede verse alterada significativamente, ganando o perdiendo en ese proceso.

Sean nucleares o periféricos, gracias a esos intercambios entre culturas, éstas se comportan como entidades dinámicas. Los procesos X Y e Y X, pueden ser más lentos o más acelerados, pero, salvo en contadas ocasiones, no ocurren como si de cataclismos se tratara. Son procesos recíprocos, aunque asimétricos, de importación y de exportación que se pueden observar en cada cultura, que ocurren con desigual extensión, profundidad, poder de impacto y velocidad en unas culturas respecto de otras.

Por muchos temores que despierte el fenómeno de la globalización cultural, hemos de suponer que las referencias a culturas más locales continuarán arraigadas en los sujetos. Eso sí, serán referencias “impuras”. En el trasiego de préstamos y de mestizaje de rasgos, sólo unos pocos adquieren la categoría de universales. Los rasgos que experimentan esa expansión son los responsables del proceso de universalización.

El interculturalismo conviene entenderlo como posibilidad de asumir todos o algunos rasgos culturales (derechos humanos, la ciencia, etc.), pero no como un intercambio sin límites hacia una aldea global de carácter universal. Tan irreal parece el aislamiento en la pureza de cada cultura, como absurdo sería el mestizaje generalizado; tan injustificable es el comunitarismo purista, como ilegítima es la aniquilación de las diferencias.

La globalización, lejos de ser una confrontación de culturas en la que apreciar el peligro de la homogeneización a la que responder con la resistencia, se plantea la posibilidad de aprehender fragmentos, nunca la totalidad de las culturas. Retazos que serán reelaborados desde cada cultura.

Estos fenómenos de hibridación de rasgos, tienen una enorme trascendencia por un lado, homogeneízan, sustituyen, anulan, se imponen a otros o destruyen rasgos de una determinada cultura; por otro, facilitan encuentros, síntesis, préstamos y amalgamas enriquecedoras entre las culturas.

Pero la naturalidad de los intercambios nos muestra lo vano de querer resucitar culturas que fueron (o que se cree que existieron) de la manera en que algunos las imaginan.

“Las culturas se suceden unas a otras y no hay modo de regresar a una previa si no es a través del viaje nostálgico que está abierto sólo al simple individuo”.

Para ser respetuoso con las diferencias culturales sería conveniente aceptar el multiculturalismo como punto de partida para que los individuos con culturas diferenciadas sean respetados.

Globalización cultural no significa inevitablemente destrucción o sustitución cultural, sino que es compartir, tener marcos de referencia comunes, aspiraciones sentidas con otros, y la posibilidad de que la tradición cultural propia sea valorada desde otros puntos de vista, y evolucionar, al ser interpretada de otra manera. De esa forma las culturas se mantienen a la vez que se van fundiendo entre sí y diluyéndose. Lo cual no elimina la diferencia, sino que la salvaguarda. Lo mismo que les ocurre a los individuos respecto de sus semejantes: que comparten características entre sí, sin dejar de ser individualidades singulares.