LA GOBERNANZA METROPOLITANA DE BARCELONA · 2019-10-06 · tiempo el principal receptor de los...
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LA GOBERNANZA METROPOLITANA DE BARCELONA
Joan Subirats
Universidad Autónoma de Barcelona
Mariona Tomàs
Universidad de Barcelona
Barcelona, 29 de noviembre de 2006
publicado en gallego en
SUBIRATS, J.; M. TOMÀS. (2007) “Os gobernos locais en contornos glocais e en rede. Experiencias comparadas: o caso de Barcelona”, Rojo Salgado, A.; Varela Álvarez, E. J. (dir.), A gobernanza metropolitana, Xunta de Galicia, p. 89-128.
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Índice
1. Introducción ................................................................................................. 3
2. Gobierno y territorio: del Estado a las redes ................................................ 7
2.1 Gobernar en un contexto de nuevas tensiones territoriales ................... 7
2.2 Articular y gobernar redes horizontales ................................................ 11
2.2.1 Qué define una red de gobernanza ............................................... 13
2.2.2 La gestión y el liderazgo público de redes de gobernanza ............ 13
2.3 Gobernar desde múltiples niveles territoriales ...................................... 15
2.3.1 El nivel estatal (state governance) ................................................ 15
2.3.2 El nivel local (local governance) ................................................... 17
2.3.3 El nivel supra-estatal (UE governance)........................................ 18
3. La gobernanza metropolitana de Barcelona .............................................. 22
3.1 Territorio y población ............................................................................ 22
3.2 Instituciones: antecedentes y situación actual ...................................... 27
3.2.1 La existencia de un gobierno metropolitano .................................. 28
3.2.2 La cooperación como respuesta a la fragmentación institucional .. 30
3.3 Instrumentos de gobernanza ................................................................ 32
3.3.1 Las redes de ciudades ................................................................... 32
3.3.2 La planificación estratégica ............................................................ 35
3.4 La política metropolitana ...................................................................... 39
4. Conclusiones ............................................................................................. 43
5. Bibliografía ................................................................................................. 49
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1. Introducción
A pesar de que pueda parecer contradictorio, la época actual se caracteriza
por una creciente interconexión mundial y por una, asimismo creciente,
atención a los aspectos territoriales y locales. En efecto, podría parecer que
en un mundo cada vez más comunicado, en el que las relaciones y los
intercambios económicos se han mundializado, y en el que parecen existir
fuertes tendencias a la homogeneización cultural, quedaría cada vez menos
espacio para hablar de diferenciación territorial, de comunidad y de identidad
y gobierno local. Pero, más bien constatamos que, al principio quizás como
reacción, pero después de una manera más consciente, rebrotan y se
configuran identidades locales y territoriales que buscan una manera propia
de ser universales. La dinámica global-local no es una forma de resistencia
localista a la mundialización. Es más bien una dinámica “natural” que obliga a
situar los problemas locales indefectiblemente en un contexto global, y que, al
mismo tiempo, exige dialogar con la globalidad desde las coordenades
propias y específicas de cada comunidad local, de cada territorio.
Si recogemos la tradicional frase sobre globalidad y localismo, es cierto que
debemos de pensar globalmente y actuar localmente, pero es asimismo
igualmente necesario pensar localmente y actuar globalmente. El futuro exige
reforzar los vínculos identitarios entendidos como un activo social y no como
un pasivo en un mundo global. Sin duda no existe demasiado futuro para
comunidades locales y para territorios aislados y encerrados en sus
peculiaridades, pero tampoco lo hay para conglomerados locales
artificialmente creados o para territorios sólo preocupados por explotar sus
recursos sin generar sentido de pertenencia. Las reflexiones que aquí
presentamos tratan de situarse en ese espacio físico y temporal: el territorio,
el gobierno y las políticas locales, en el momento de cambio de época que
estamos viviendo. Y lo hace asumiendo en toda su complejidad el
entrelazamiento de temas que supone partir del territorio y de sus distintas
alternativas y formas de gobernanza.
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Todos sabemos que el proceso de globalización está generando un
incremento de la competencia entre las empresas y que, por otro lado, ésta
competencia depende y al mismo tiempo condiciona el entorno social,
productivo e institucional en el que se produce: el territorio es al mismo
tiempo el principal receptor de los efectos de la globalización y el principal
emisor de respuestas a sus retos. Se pueden pues identificar, en definitiva,
un conjunto de fuertes interrelaciones entre estos elementos. Por un lado, los
vículos territorio-economía. Por otro el ámbito en el que coinciden territorio y
prácticas sociales y políticas. Y sin duda, el ámbito en el que se relacionan de
manera compleja territorio-competencia económica-cohesión social-
instituciones.
De esta forma, la creciente importancia del territorio y la fractura con las
formas más tradicionales de convergencia urbanización–industrialización
(típicas del “fordismo”), está facilitando la emergencia de un nuevo sistema de
ciudades y regiones a escala global. Un sistema que ya no adopta una forma
jerárquica sino poliédrica (jerarquías múltiples). Un sistema que ya no se
desencadena sólo a partir de les decisiones externas de inversión en
determinadas localizaciones, sino también de las estrategias de desarrollo
endógeno que asume cada territorio.
Un territorio poliédrico y que se desarrolla a partir de sus propias
particularidades reclama nuevas estrategias de desarrollo. Sin entrar ahora
en sus contenidos, que se verán de forma extensa en la primera parte de este
trabajo, sí podemos señalar que algunos de los factores que caracterizarían
esas estrategias de desarrollo serían: la capacidad de gestionar la red de
actores locales; la capacidad de mejorar la competitividad a través del
aprendizaje y la innovación permanentes; el fortalecimiento de la cohesión
social y territorial, evitando la exclusión y la segregación social del espacio; la
habilidad para el aprovechamiento de recursos inmateriales como el capital
social, o los atractivos culturales y ambientales endógenos; y la utilización de
instrumentos de marketing territorial (place marketing) o las habilidades de
relación (networking) y presión (lobbying).
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Un ejemplo de la aplicación de estas estrategias de desarrollo es la ciudad de
Barcelona, cuyo modelo de gobernanza metropolitana podríamos
caracterizarlo por los principios de corresponsabilidad colectiva y de
participación ciudadana. En efecto, el gobierno del territorio, el gobierno de
las ciudades y comunidades locales no puede plantearse como un problema
que afecta sólo a los ayuntamientos y a las autoridades representativas.
Cada vez deberíamos hablar menos de gobierno a secas, y más de
capacidad de gobierno. La gobernanza (governance) de los territorios, de las
ciudades y de las comunidades locales no puede plantearse sólo como un
problema de los ayuntamientos, de las autoridades representativas locales.
Ha de empezar a ser visto como un problema colectivo, en el que las reglas
de la jerarquía ya no sirven como antes, y en el que hace falta establecer
mecanismos de coordinación y de corresponsabilidad con los agentes y los
actores sociales presentes en ese territorio. Como veremos en la segunda
parte del texto, el caso barcelonés destaca, a partir sobre todo de la
planificación estratégica, por la creación de dinámicas de desarrollo en qué
se pretende implicar a todos los actores, instituciones, entes y personas a fin
de que se sientan protagonistas en el debate sobre el futuro del territorio, sin
que ello implique la difuminación de las responsabilidades de cada quién.
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2. Gobierno y territorio: del Estado a las redes
Estamos asistiendo a la progresiva sustitución de las fronteras entre
territorios, entre estatutos competenciales, entre delimitaciones institucionales
rígidas, por dinámicas más centradas en las capacidades de los actores para
hacer progresar sus proyectos y sus estrategias desde posiciones de
influencia y de articulación de recursos y complicidades. Gestionar las
interdependencias entre comunidades locales, ciudades y regiones, es el
gran reto de un gobierno del territorio que ha de superar la fase en la que las
fronteras aislaban y delimitaban. Hoy lo que tenemos es una creciente
interacción entre actores e instituciones al margen de ámbitos
competenciales o de terrenos acotados. Se van sustituyendo marcos
jerárquicos y terrenos de juego prestablecidos por redes complejas y
multidireccionales. Y es en este nuevo contexto en el que nos hemos de
preguntar qué significa gobernar.
2.1 Gobernar en un contexto de nuevas tensiones ter ritoriales
Gobernar significa regular los conflictos que surgen en una comunidad
determinada, tratando de encauzarlos de manera que predomine la
convivencia. Se trata, además, de una regulación que evita el enfrentamiento
directo entre los diferentes intereses particulares y que, en cambio, los
resuelve a través de la cesión de capacidades de mediación o arbitraje a una
autoridad que debe ser reconocida y aceptada por las diferentes partes. La
popular definición de la política como la continuación de la guerra a través de
otros medios se correspondería con esta visión del gobierno como forma
pacífica de resolver conflictos entre intereses enfrentados, sin que ello
implique, evidentemente, que la natural y cotidiana conflictividad social
desaparezca..
Este tipo de definiciones, generalmente aceptadas por la comunidad
académica, tienden a marginar las referencias explícitas a la dimensión
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territorial del gobierno. Implícitamente, sin embargo, la presencia del territorio
es constante: los conflictos entre intereses se localizan espacialmente, las
comunidades gobernadas se identifican por su asentamiento (o su movilidad)
territorial, y la aceptación de las funciones de arbitraje no se da a escala
planetaria sino en el marco de determinados límites territoriales. De hecho,
los gobiernos no se han caracterizado únicamente por la resolución de los
conflictos colectivos, sino también por la defensa de sus fronteras territoriales
ante la eventual penetración de gobiernos alternativos o por la voluntad de
ampliar sus capacidades de regulación más allá de sus límites originales. La
acción de gobernar, en definitiva, pretende resolver determinados conflictos
sociales pero, simultáneamente, genera una permanente tensión territorial.
Buena parte de la historia universal se puede interpretar como la historia de
estas tensiones territoriales. Unas tensiones que han ido generando
diferentes puntos de equilibrio, como por ejemplo el imperio romano o la
sociedad feudal. Cada uno de estos ejemplos representa no sólo una manera
de gobernar sino también una forma de articular este gobierno con el
territorio. Desde la perspectiva de nuestra historia más reciente, las tensiones
territoriales alcanzaron un punto de estabilización con la Paz de Westphalia
(1648). Con ella nacía la referencia territorial para el desarrollo de las
capacidades de gobierno: el estado-nación.
No es el momento de detenernos en su conceptualización, aunque podemos
resumir sus elementos básicos a través de dos metáforas frecuentemente
utilizadas por la literatura especializada (Lakoff; Johnson, 1980): el estado-
nación como « persona » y como « hogar ». Ambas metáforas nos remiten a
un marco analítico construido a partir de tres conceptos clave: interior,
frontera y exterior. El estado-nación es una « persona » y, como tal, presenta
una frontera física que distingue lo interior de lo exterior. El estado-nación es
además un « hogar » y, como tal, tiene también unos límites físicos que
distinguen lo de dentro y lo de fuera. El estado-nación, en definitiva, se define
a través de unos límites territoriales, de unas fronteras que fijan las
dimensiones del espacio que contiene tanto una comunidad con conciencia
de sí misma como las capacidades de gobierno necesarias para resolver sus
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conflictos: una nueva metáfora, la del contenedor, nos sintetiza la esencial del
estado-nación. En esa misma línea, el conocido jurista alemán Jellinek definió
sinteticamente al estado o poder político con tres términos clave : territorio,
población soberanía.
El punto de equilibrio representado por el estado-nación se ha mantenido, no
sin dificultades, durante tres siglos. Sin embargo, hoy parece mostrar claras
señales de agotamiento. Se multiplican, de este modo, los argumentos
destinados a identificar los retos que asedian al estado-nación y las
conjeturas sobre las formas de gobierno y las estructuras territoriales que
eventualmente lo superarán. Estamos, pues, ante un momento histórico
donde las tensiones territoriales han vuelto a emerger y donde,
consecuentemente, estamos a la espera de la aparición de un nuevo punto
de equilibrio.
Los argumentos esgrimidos para justificar y explicar esta etapa de transición
son múltiples, aunque desde nuestra perspectiva nos interesa destacar los
dos procesos que de forma más recurrente confluyen en la interpretación de
las actuales tensiones: la globalización y el localismo1 (Castells, 1999; Goetz;
Clarke, 1993). Ambos procesos desafían al estado-nación, la globalización
desbordándolo desde arriba y el localismo haciendo lo propio desde abajo.
Ambos procesos, además, nos obligan a redefinir tanto los espacios sobre los
que ejercer las capacidades de gobierno como la propia forma que estas
capacidades han de adoptar. Jönsson, Tägil y Törnqvist (2000) han
esquematizado los ejes del debate actual a partir de identificar las diferentes
formas de gobierno que aparecen cuando combinamos diferentes
intensidades de globalización y localismo. Su esquema, aplicado al caso
europeo, es el que se muestra en la Figura 1.
1 Entendemos el concepto localismo en sentido amplio: como el conjunto de procesos que presionan y desplazan las capacidades de gobierno hacia la proximidad territorial. Proximidad que puede expresarse a diferentes escalas. La regional -en el sentido “técnico” del término- es decir hacia los meso-gobiernos: comunidades autónomas, regiones, länder etc; la supra-municipal, -mancomunidades, comarcas, provincias-; la municipal e incluso la intra-municipal: distritos, barrios...
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Figura 1. Formas de gobierno y tensiones territoriales
Globalización
Localismo A partir de este esquema podemos, por lo tanto, analizar las distintas
alternativas de gobierno que, con la voluntad de adaptarse a una cambiante
estructuración del territorio, compiten en la actualidad. El estado-nación sería
la forma histórica y aún dominante de gobierno, adecuada para una situación
donde la intensidad de los procesos de globalización y localismo es baja;
mientras que el gobierno a través de la red se adaptaría a un momento en
que se intensifican los procesos de globalización y localismo. La creciente
importancia del regionalismo o del municipalismo y la aparición de entes
supra-estatales (como la UE) representarían respuestas a cada uno de los
procesos mencionados, aunque no a la combinación de ambos.
Las presiones de la globalización y el localismo nos conducen hacia la
articulación de un territorio organizado cada vez más en clave reticular.
Intentaremos, a continuación, observar sus implicaciones sobre las formas y
las capacidades de gobierno.
UNIÓN
EUROPEA
RED
ESTADO
REGIÓN
MUNICIPIO
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En realidad, estamos suponiendo que el referente conceptual de la red sirve
tanto para caracterizar una realidad que se nos va imponiendo como para
pensar una forma alternativa de gobernar. Es decir, la red se utiliza como
imagen para definir nuestro mundo actual, pero también como recurso para
pensar nuevas formas de abordar su regulación. ¿Cómo los diferentes
actores públicos y privados adaptan sus actividades a esta nueva situación?
La respuesta se visualiza en la figura 2, donde la red ya no es una alternativa
sino una dirección en la que se mueven las constelaciones de actores de las
diferentes escalas territoriales.
Figura 2. Formas de gobierno y tensiones territoriales
Globalización Localismo
2.2 Articular y gobernar redes horizontales
Durante la última década, la ciencia política ha dado respuesta a los retos de
una realidad que no se adecuaba a sus criterios tradicionales de análisis,
proponiendo un nuevo concepto: la aparición de una forma distinta de
gobierno que hemos llamado governance (gobernanza). Bajo esta etiqueta se
ha pretendido construir una aproximación analítica que nos permita
movernos, aunque con cierto retraso, en la misma dirección que nuestro
entorno. Es decir, ante la desaparición del antiguo continuo territorial y la
UNIÓN
EUROPEA
RED
ESTADO
REGIÓN
MUNICIPIO
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emergencia de una red de flujos parece imprescindible desarrollar formas de
gobierno que se adapten a la flexibilidad, la apertura y la complejidad que
esta situación genera.
El gobierno de la red, por otra parte, supone que esta nueva gobernanza ya
no es únicamente un reto para el estado, en tanto que organización política
que tradicionalmente ha monopolizado las responsabilidades de gobierno,
sino que afecta a todos aquellos actores (públicos y privados) que participan
en las distintas redes territoriales. Esta dispersión de las responsabilidades
de gobierno ha propiciado dos líneas de reflexión: la incorporación de la
sociedad civil en las tareas de gobierno y la aparición, en el ámbito
institucional, de un gobierno multi-nivel, donde el eje local-global debe
articularse.
En efecto, las sociedades en transición hacia modelos postindustriales y con
fuerte presencia de las tecnologías de la información y del conocimiento son
sociedades cada vez más complejas: se diversifican las estructuras sociales,
laborales, familiares, demográficas y étnicoculturales; se diversifican,
también, los valores, las pautas culturales, las identidades y las formas de
acción colectiva. En este contexto se hace insostenible la concepción de una
gobernación monopolista: la complejidad social se proyecta hacia el proceso
de elaboración de políticas y empieza a extenderse el modelo de la
gobernación pluralista, la cual, más allá de las lógicas tradicionales del estado
va adoptando configuraciones reticulares. Las redes de múltiples actores
interdependientes, con relaciones más o menos conflictuales o de consenso,
y con distribuciones más o menos asimétricas de poder, se convierten en los
nuevos espacios predominantes de regulación social, de gobernanza. En
ellos, las opciones políticas de fondo vendrán a determinar los roles a jugar
por cada uno. Desde una visión comprometida con la esfera pública, puede
sostenerse la necesidad que los actores institucionales refuercen sus
capacidades de liderazgo y conformación de redes. Y, desde este liderazgo,
abran juego hacia el fortalecimiento de la sociedad en un espacio público
compartido.
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Las redes de actores no son metáforas sólo descriptivas de los procesos de
gobierno. Son variables independientes, factores con capacidad explicativa
sobre los contenidos y los rendimientos de las políticas. Al lado, desde luego,
de otras variables explicativas de corte más estructural. Por todo ello se hace
necesario abordar un doble reto: a) definir el concepto de red de gobernanza
a partir de sus elementos clave; b) considerar los mecanismos de gestión y
liderazgo de las redes desde una perspectiva pública.
2.2.1 Qué define una red de gobernanza
Las redes expresan realidades complejas y cambiantes. Cualquier intento de
definirlas de forma muy exhaustiva, con profusión de elementos
caracterizadores, se convierte en un ejercicio estéril. Sin embargo, debe
explicitarse aquello que define a la red como un espacio de gobernanza, y
que por tanto la hace diferente a alternativas más tradicionales. Destacamos
tres características:
• La no-existencia de un centro jerárquico con capacidad de determinar procesos
de gobierno de forma monopolista. Expresado en positivo: la estructura multi-
nodal de la red y la determinación relacional de procesos y resultados.
• La interdependencia. No es trata sólo de pluralismo, de más actores; se trata
sobre todo de dependencias mutuas (heterarquías) entre estos actores en el
momento de resolver problemas, perseguir objetivos y conseguir ciertos
resultados.
• Una cierta institucionalización, en el sentido menos estructural del término. Es
decir, la existencia de unas interacciones más o menos sostenidas con algún
nivel de estabilidad y rutinización.
2.2.2 La gestión y el liderazgo público de redes de gobernanza
La dirección de una organización jerárquica se realiza desde la capacidad de
mando de su cúpula. Los mercados contienen sus propios mecanismos de
autoregulación. Más allá de las lógicas del estado jerárquico y del mercado,
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¿cómo puede dirigirse una red de actores en tanto que espacio de
gobernanza, de regulación del conflicto social?
• La gestión de las interacciones internas
El objetivo es incidir sobre una red de actores ya existente, bien para activar e
intensificar interacciones, bien para generar intermediaciones tendentes a
favorecer determinados objetivos definidos desde una perspectiva pública.
A) Activar la red: Desde una perspectiva pública definida, se trata de
estimular las interacciones necesarias, para que la red se ponga en
movimiento. Es importante poner de relieve las interdependencias y
fortalecer las posiciones nodales clave para sacar adelante las
políticas.
B) Fortalecer la densidad relacional: La gestión pública de una red ha de
generar las condiciones minimizadoras de los riesgos de la
interacción. Es necesario explorar la creación de escenarios de suma
positiva y el diseño de instrumentos de regulación de conflictos que
reduzcan las incertidumbres.
C) Promover la intermediación. El liderazgo público de una red ha de
fortalecer capacidades de encuentro de denominadores comunes que
canalicen las diferencias hacia la acción: procesos de generación de
confianza, de facilitación de diálogo y de construcción de espacios de
consenso.
De los tres elementos anteriores se desprende que los niveles de centralidad
de las perspectivas públicas en el interior de una red no sólo dependen de la
capacidad para definir finalidades estratégicas, sinó también de la capacidad
de activar relaciones, ofrecer fórmulas que minimicen costes e incertidumbres
y construir espacios de intermediación y desbloqueo de conflictos
enquistados. Ninguna de estas capacidades garantiza el estricto control del
proceso de gobernanza, pero ayuda a situarlo en una perspectiva de
pluralismo público.
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• La gestión de la estructura de la red
En ocasiones, la estructura de la red existente puede generar un espacio
poco adecuado para el impulso de ciertas políticas. Cabe entonces incidir en
la alteración de la propia red a partir de tres dimensiones posibles de
incidencia:
A) Incidir sobre la configuración básica de la red. Por la vía de dar entrada
a nuevos actores haciendo la red más permeable y potencialmente
más densa, plural y heterogénea.
B) Incidir sobre las distribuciones de poder. Se trata de alterar los
patrones de asimetría en la dsitribución de recursos normativos,
económicos, simbólicos o cognitivos, de tal forma que se eviten
situaciones de captura de la red por parte de interses muy fuertes pero
no mayoritarios.
C) Incidir sobre los valores y las percepciones. En este caso la estrategia
pública pasa por producir marcos y universos de referencia. Es decir
generar una situación de hegemonía cultural. Por medio del discurso y
la deliberación se crean “policy core beliefs” –o paradigmas de política-
en línea con las finalidades estratégicas de la acción pública.
2.3 Gobernar desde múltiples niveles territoriales
Resituaremos en primer lugar la esfera estatal para abordar después las
aperturas hacia lo local y lo global. Tal como se observará, nuestra
exposición se limita, por arriba, al ámbito europeo; identificamos, por tanto, la
Unión Europea con el nivel supra-estatal de gobierno. Esta posición, que
responde a la realidad actual, no debería hacernos olvidar que el análisis
deberá ir abarcando también espacios de gobernanza y regulación a escala
planetaria.
2.3.1 El nivel estatal (state governance)
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El estado ha sido la forma de organización política para el espacio físico
continuo. Su gobierno se ejerce en función de unas fronteras y, como el
átomo, produce simplificaciones y regularidades que ordenan los asuntos
colectivos en un territorio dado. Aparentemente, los procesos de globalización
y localismo a los que nos hemos referido anteriormente estarían debilitándolo,
incluso dejándolo huérfano de sentido.
Sin embargo, el estado es al mismo tiempo el actor político más asediado y el
más poderoso. El estado, a pesar de sus actuales dificultades, conserva un
recurso de legitimidad crucial y, además, ha demostrado una gran capacidad
de adaptación. No en vano, como también mencionábamos anteriormente, ha
logrado sobrevivir durante más de tres siglos. Ha perdido, esto sí, la
exclusividad y el monopolio gubernamental que acompañaba a la noción
tradicional de territorialidad. La pérdida de esta exclusividad, de todas formas,
puede no comportar una pérdida en paralelo de centralidad, sino más bien el
reto de buscar formas alternativas de ejercer esta centralidad. El estado, para
adaptarse al territorio-red, ha de redefinir su papel y buscar la fórmula de
adaptarlo a la naturaleza relacional de esta red.
En esta dirección, algunos nos sugieren la aparición del “estado comercial”,
interpretado como aquel que a partir de la interdependencia busca la ventaja
comparativa en un entorno relacional; otros nos hablan del “estado
competitivo”, que se limitaría a generar un clima territorial adecuado para
aprovecharse de las oportunidades de la globalización; y los más, siguiendo
la terminología al uso, se refieren a la aparición de un “estado virtual”, aquel
que en lugar de producir se convierte en un ente valorizador de su producto y
negociador del mismo en el espacio de los flujos. Según Jönsson, Tägil y
Törnqvist (2000) lo que tienen en común estas reconceptualizaciones es “una
noción del estado que gradualmente lo está convirtiendo en un mediador
entre las esferas política y económica y entre las actividades domésticas y las
internacionales, en substitución de aquel estado caracterizado internamente
por su autoridad omnipotente y externamente por ser el agente exclusivo que
representa a un territorio bien delimitado y a su población, tal como prescribe
el principio tradicional de soberanía”.
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Así pues, la soberanía -característica del estado-nación- ya no es una barrera
territorial sino un recurso negociador fundamental para actuar políticamente
en una red de interacciones complejas. El estado, por lo tanto, ya no puede
invocar el principio de soberanía para monopolizar la actividad política, pero
puede utilizar este principio para convertirse en un actor crucial en las
negociaciones políticas.
2.3.2 El nivel local ( local governance )
Al contrario de lo que exponíamos anteriormente, los entes locales (o, en
términos más genéricos, sub-estatales) habían perdido su antigua relevancia
política a favor de la organización política estatal. Esta pérdida no
correspondía a un modelo europeo donde históricamente las ciudades han
sido el nervio de su desarrollo, sino más bien a una concepción política
racionalizadora y uniformadora. Sin embargo, la combinación de globalización
y localismo ha dado un nuevo impulso a las ciudades y a las regiones como
actores políticos significativos. Una significación que, en términos de
gobernanza urbana, se está desarrollando en dos direcciones.
En primer lugar, desde una perspectiva interna, las ciudades y las regiones
son analizadas en tanto que sociedades. Es decir, presentan unas
condiciones económicas y sociales que, además de ser particulares, son
susceptibles de ser estructuradas a través de acciones políticas locales. Las
identidades colectivas locales, por lo tanto, se materializan en esta idea de
sociedad local. Además, las identidades locales o regionales no son algo
dado, sino que pueden ser implícita o explícitamente desarrolladas por
actores locales que lo consideren conveniente. Según Bagnasco y Le Galès
(2000), desarrollar estas identidades supone propiciar escenarios donde los
actores locales interactuen, se conozcan y, a partir del reconocimiento de
proximidad, colaboren en la persecución del bien común. El concepto de
capital social propuesto por Coleman (1990) y Putman (1993) se refiere
precisamente a los componentes culturales y cívicos que facilitan el buen
funcionamiento de estos contextos locales de relación y cooperación.
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En segundo lugar, las aproximaciones analíticas desde la idea de la
gobernanza urbana (urban governance) se centran en las posibilidades de las
elites locales para convertir a las ciudades (o las regiones) en actores
políticos con estrategias y proyectos colectivos autónomos. Para impulsar
estos proyectos, además, las elites locales no pueden monopolizar los
recursos políticos, sino que han de compartirlos y pactarlos con los múltiples
actores públicos y privados que forman la sociedad local. En palabras de
Bagnasco y Le Galès (2000), “la gobernación urbana se define como un
proceso de coordinación de actores, grupos sociales e instituciones con la
intención de alcanzar unos objetivos que se han discutido colectivamente y se
han definido en entornos fragmentados”.
Hasta ahora nos hemos referido a la gobernación urbana como un proceso
de gestión de las redes internas. Es importante destacar también que el
objetivo de esta gestión es tomar posición en las redes externas y que, en
consecuencia, la gobernación urbana debe incorporar esta segunda
dimensión. En realidad, las alianzas internas se establecen como
mecanismos para defenderse de los efectos de un mercado mundializado,
para alcanzar determinado nivel de competitividad, para captar inversiones o
para tener un mayor peso en determinados foros internacionales. La
cooperación interna se convierte en un medio para la competitividad externa.
2.3.3 El nivel supra-estatal (UE governance)
Centrándonos en nuestro entorno más inmediato, la UE supone una
interesante experiencia no únicamente de gobierno transnacional sino
también de gobernanza transnacional. Es decir, lo peculiar de la UE no es
únicamente su existencia, sino especialmente su forma peculiar de gobernar.
La UE ha sido interpretada desde la perspectiva inter-gubernamental (una
organización limitada a aquellas tareas que interesan a los estados miembros
y que no amenazan su soberanía) o desde la óptica de un estado supra-
nacional (una organización que progresivamente asumiría funciones
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tradicionalmente en manos de los estados miembros), aunque ninguna de las
dos parece captar lo más novedoso de la experiencia (Marks et al., 1998).
Esta insatisfacción ha propiciado la aparición de aproximaciones, más o
menos confusas, que etiquetan a la UE como neofederal, postmoderna o
post-soberana. Lo que todas estas aproximaciones comparten es el
reconocimiento de que la UE, en tanto que organización política emergente,
no recurre a los principios tradicionales de soberanía y exclusividad territorial,
sino que se define por un ejercicio difuso y compartido de la autoridad.
A este ejercicio difuso y compartido es a lo que se refiere el concepto de UE
governance, el cuál ha sido definido en términos de sistema o gobierno multi-
nivel. Siguiendo otra vez a Jönsson, Tägil y Törnqvist (2000), esta noción no
únicamente nos recuerda que en la definición y en la ejecución de las
políticas participan diferentes niveles de gobierno, sino que también “reclama
nuestra atención sobre la negociación como proceso clave y sobre las redes
como estructuras claves”. Las referencias a la negociación y a las redes
sitúan a la UE a en el ámbito de lo que hemos llamado gobernanza o
gobierno relacional: la negociación sustituye a la autoridad como recurso
fundamental para dotarnos de capacidad para gobernar, mientras que la red
sustituye al territorio físico continuo como referencia espacial sobre la que
aplicar estas capacidades de gobierno.
Los Tratados de Maastricht, Amsterdam y Niza amplían la agenda de
gobierno supranacional y otorgan a la Unión roles regulativos fundamentales.
En consecuencia, el proceso de europeización de políticas se dispara. Sin
embargo, el estilo de esta europeización tiene poco que ver con las clásicas
vías armonizadoras; se sitúa mucho más en la perspectiva de dotar a la UE
de capacidades de diseño y regulación estratégica y, en consecuencia,
marcar un terreno abierto de juego en el que el resto de niveles y actores
públicos y privados pueden desplegar sus propias capacidades. En definitiva,
la integración europea, lejos de recentralizar, introduce complejidad en el
modelo de relaciones intergubernamentales, y hasta habilita nuevos terrenos
de juego donde los poderes locales pueden desarrollar nuevas estrategias
territoriales de gobierno (Figura 3).
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Figura 3. Tendencias hacia el modelo de gobernanza europea
Europeización Alta
Modelo Modelo de
DE ARMONIZACIÓN GOBIERNO EUROPEO MULTINIVEL
Europeización Integral Europeización Estratégica
Modelo de Modelo de
ADAPTACIÓN REACTIVA CONVERGENCIA DE OBJETIVOS
Europeización Baja
(Elaboración propia)
En síntesis, en este primer punto hemos planteado la necesidad de
readaptación de los esquemas clásicos de gobierno a una realidad de
dinámicas societales que adquieren hoy una clara naturaleza relacional. Y
hemos concretado esta readaptación en una doble dimensión: configuración,
liderazgo y gestión de redes público-privadas horizontales; y surgimiento de
un escenario de gobernanza, definido en múltiples niveles territoriales de
gobierno. Dejamos el planteamiento en este punto para retomarlo en las
conclusiones de forma más integrada. Antes, analizaremos, desde las bases
conceptuales y analíticas aquí expuestas, el caso de Barcelona.
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3. La gobernanza metropolitana de Barcelona
El área metropolitana de Barcelona se ve afectada por las dinámicas de
globalización y territorialización que hemos analizado en la sección anterior.
En los años 90 Barcelona se ha incorporado plenamente a la red de ciudades
globales, pero, al mismo tiempo ha pretendido mantener una fuerte identidad
territorial, tratando de incorporar a este proceso de cambio al máximo número
de actores posible. En este sentido, el ejemplo barcelonés es una muestra de
la participación de una pluralidad de actores en un proyecto común a través
de las asociaciones internacionales de ciudades (redes externas) y la
planificación estratégica (red interna). Antes de analizar las características
principales del modelo barcelonés de gobernanza metropolitana
examinaremos brevemente la evolución de la población y del territorio
metropolitano, asi como las instituciones que operan en el conjunto de la
región metropolitana.
3.1 Territorio y población
El proceso de metropolización de Barcelona sigue las pautas generales de
las ciudades europeas. De manera esquemática, diríamos que hay cuatro
períodos clave para la historia contemporánea de Barcelona. El primero, en el
siglo XIX, la ciudad medieval, ciudad amurallada, comercial y artesanal da
paso a la ciudad industrial burguesa que rompe el corsé de sus murallas para
crecer hacia el llano. Es el período de la revolución industrial, el Plan Cerdà,
la ubicación de industrias, la inmigración. La población se duplica entre 1850
et 1900 (de 250.000 a 500.000 habitantes). Esta época supone también la
expansión de la ciudad mediante la anexión de sus suburbios inmediatos (Les
Corts, Sant Martí, Gràcia, Sants, Sant Andreu, Sant Gervasi), que pasan a
ser barrios de Barcelona. La última absorción, la de Sarrià en 1921, finaliza
esta etapa y fija los límites administrativos de la ciudad, que permanecerán
23
estables desde entonces mientras la ciudad real se extiende2 más allá de los
apenas 100 km².
La segunda fase, entre 1920 y 1979, supone la culminación del crecimiento
de población de Barcelona y de su primera corona, con el paréntesis
correspondiente a la guerra civil y la postguerra. En la segunda mitad del
siglo XX, el desarrollo económico de Cataluña atrae millares de personas
procedentes de las regiones vecinas y meridionales (Aragón, Valencia,
Baleares, Murcia, Extremadura, Andalucía). La población de la capital
catalana se sitúa a 1.000.000 en 1930 y llega a su máximo en 1979
(1.906.998 habitantes). Los municipios colindantes con la ciudad
(L’Hospitalet, Cornellà, Santa Coloma de Gramenet, etc.) también recibirán
un flujo importante de población (Font, A.; C. Llop; J. M. Vilanova,1999).
A partir de entonces, y ya en una tercera fase, que se sitúa entre 1980 y 1992
aproximadamente, la capital perderá habitantes a favor de una periferia cada
vez más extensa para situarse de manera estable entorno a una población de
1,5 millones. En 1976 se aprueba el Plan general metropolitano (PGM) que
refleja la nueva dinámica metropolitana, caracterizada por los siguientes
rasgos: desconcentración de población y actividades desde Barcelona hacia
la periferia metropolitana; extensión física de las ciudades y de un modelo de
ciudad difusa que implica un gran consumo de suelo y tiene altos costes
ambientales; la ampliación del modo de vida o estilo de vida urbano hacia
todos los espacios; el incremento de movilidad, obligada y no obligada (por
trabajo, estudio o ocio) provocada por la desconcentración y favorecida por la
mejora de las comunicaciones (Mancomunidad de Municipios del Área
Metropolitana de Barcelona, 1995). Esta etapa está marcada también por el
declive industrial de la ciudad, iniciado en la década anterior. Los cambios
progresivos en la organización industrial (segmentación productiva,
flexibilidad, diversificación) obligan a la ciudad a recomponer su estructura
2 No es el mismo caso en Madrid, donde la ciudad pasó de 68 km² a 607 km² entre 1948 y 1958 gracias a la anexión de 13 suburbios.
24
económica, dando paso a una terciarización progresiva y claramente
hegemónica de la economía local (Ferrer; Nel·lo 1991).
Finalmente, a partir de los años 1990, se consolida la ciudad olímpica y
terciaria, en la que aumenta la importancia de las dinámicas económicas
internacionales y entra en juego la visión metropolitana como elemento de
competitividad. Barcelona se convierte en un centro regional de servicios y de
turismo3. La actividad industrial se descentraliza a favor de la primera y
segunda corona metropolitanas, mientras que las numerosas fábricas de la
ciudad desaparecen o se transforman en equipamientos públicos como
bibliotecas, empresas o centros cívicos. Como nos muestra la historia, una
vez más, el cambio hacia lo que sería un ejemplo de la llamada “ciudad del
conocimiento” (Trullén, 2001) se refleja también en la transformación física de
Barcelona. La reconversión del que fue el “Manchester Catalán”, el barrio del
Poblenou, en un distrito de actividades de nueva generación (el proyecto
22@) es el ejemplo más claro de la evolución de la ciudad, donde las
antiguas chimeneas se substituyen por modernos edificios y rascacielos de
cristal (Ferrer; Nel·lo, 1991), aunque la propia dinámica social y política obliga
a mantener algunos de los rasgos identitatios de ese espacio urbano-
industrial (Can Ricart).
La ciudad y su área metropolitana experimentan otros efectos de la
globalización. Así, la llegada de una nueva ola inmigratoria, ésta vez extra-
comunitaria, se plasma en un ligero aumento de la población (alrededor de
100.000 habitantes). Entre 1996 y 2006, el número de inmigrantes extranjeros
en Cataluña se multiplica por seis; la mitad se concentran en la ciudad de
Barcelona, cuya población extranjera pasa del 2% al 16%4. El nuevo flujo
compensa la salida de una parte de las clases medias a la periferia de la
ciudad, a la búsqueda de precios del suelo más competitivos. En efecto, el 3 Si miramos la evolución de la distribución del empleo por sectores de actividad, vemos el crecimiento del porcentaje de población ocupada en el sector terciario (en detrimento del sector secundario): 45,6% en 1971, 58,2% en 1981, 64,7% en 1991, 72% en 1996 y 80,5% en 2002 (Àrea Metropolitana de Barcelona, 2003). 4 Según datos de la página web del Ayuntamiento de Barcelona (20 de noviembre de 2006): http://www.bcn.es/estadistica/catala/dades/inf/pobest/pobest06/part1/t11.htm.
25
encarecimiento del precio del suelo y de la vivienda (sobre todo en Barcelona
pero también en la primera y segunda corona metropolitanas) y los problemas
asociados a la inmigración son otros rasgos del área metropolitana
barcelonesa en la actualidad. Otro problema de la capital catalana es el
envejecimiento progresivo de la población (Institut d'Estudis Regionals i
Metropolitans de Barcelona, 2000) que se manifiesta en que los mayores de
65 años representan ya más del 20% del total de barceloneses. Aunque, al
mismo tiempo, la media de edad de los inmigrantes se situa, en el 2006,
alrededor de los 30 años5.
En definitiva, la ciudad del siglo XXI no puede desvincularse de una región
metropolitana policéntrica, donde se han desarrollado importantes proyectos
urbanísticos. Entre éstos, destaca el nuevo frente litoral junto al río Besós
(extremo nordeste de Barcelona y en el municipio de Sant Adrià), en el marco
del Fórum 2004. Además, está la ampliación del aeropuerto, del puerto y de
la Zona de Actividades Logísticas y también de la Feria de Barcelona (en la
zona del Baix Llobregat). También será fundamental la construcción del tren
de alta velocidad, no sólo para Barcelona (que obtendrá una nueva estación
en la Sagrera), sino para el desarrollo de todo el área (Ajuntament de
Barcelona, 1999; Marshall, 2002).
Los cuadros 1 y 2 (ver página siguiente) nos muestran la composición actual
de la región metropolitana de Barcelona, cuyo centro lo forma la ciudad de
Barcelona (1,5 millones de habitantes) y la primera corona6. Ésta se compone
de 35 municipios dispares tanto en población (que oscila entre los 3.500
habitantes de El Papiol a los 246.000 de L’Hospitalet) como en superficie (de
0,9 km² de Badia del Vallès a 50,4 km² de Begues). La segunda corona,
articulada alrededor de siete ciudades medianas de entre 60.000 y 200.000
habitantes, ha ganado población en detrimento de Barcelona y sobre todo de
5 Según la página web del Ayuntamiento de Barcelona (20 de noviembre de 2006): http://www.bcn.es/estadistica/catala/dades/inf/pobest/pobest06/part1/t21.htm 6 La ciudad de Barcelona y su primera corona ocupa aproximadamente la misma superficie que la ciudad de Madrid (600 km²).
26
la primera corona. Núcleos ya consolidados como Sabadell, Terrassa o
Granollers experimentan desde mediados de los 90 un crecimiento notable y
un proceso de suburbanización en su periferia inmediata. También ocurre un
crecimiento en los municipios menores de 10.000 habitantes (Área
Metropolitana de Barcelona, 2003).
Una de las mayores consecuencias del crecimiento metropolitano es el
aumento de los intercambios en el interior de las coronas: se observa una
movilidad creciente en toda la región metropolitana, con un incremento del
consumo de suelo y de despilfarro energético (Rueda, 2002). Además, la
movilidad intra e inter metropolitana se realiza cada vez más en transporte
privado. En 2001, en el conjunto de la región metropolitana, 38% de los
desplazamientos se hicieron a pie; 36,5% en transporte privado y 25,4% en
transporte público. Estos porcentajes cambian según la posición del municipio
de origen: a mayor distancia del centro de la región, mayor uso del transporte
privado (Àrea Metropolitana de Barcelona, 2003: 84-85).
Cuadro 1: Datos básicos de la ciudad de Barcelona, el área metropolitana, la región metropolitana y la Comunidad Autónoma de Cataluña (2003)
Barcelona
(ciudad) Área
metropolitana¹ Región
metropolitana² CCAA de Cataluña
Superficie (km²) 99 633 3.235 31.895 Población 1.582.738 3.090.722 4.619.177 6.843.110 Densidad (población/ km²)
15.987 4.882
1.428 214
¹ Incluye la ciudad de Barcelona y la primera corona (36 municipios) ² Incluye la ciudad de Barcelona, la primera corona y la segunda (165 municipios) Fuente: INE, 2004
27
Cuadro 2: Distribución de los municipios según el número de habitantes (2001)
Área metropolitana Región metropolitana Población Núm. municipios % población total Núm. municipios % población total
Barcelona 1 51,2 1 34,3 100.000-250.000 3 19,0 6 23,3 50.000-100.000 6 13,3 9 12,7 20.000-50.000 12 13,1 20 13,6 10.000-20.000 2 1,0 24 7,6 5.000-10.000 7 1,8 34 5,6 2.000-5.000 5 0,6 27 2,0 500-2.000 0 0,0 29 0,8 - de 500 0 0,0 14 0,1 Total 36 100,0 164 100,0 Fuente : Àrea Metropolitana de Barcelona, 2003 : 43
La Barcelona real se articula pues como una red de ciudades, con
continuidad urbana en la primera corona y con discontinuidad en la segunda.
Esto plantea la cuestión de la gobernabilidad de la aglomeración, que
constituye el objeto del punto siguiente.
3.2 Instituciones: antecedentes y situación actual
La metrópolis catalana se caracteriza por un constante desencuentro entre el
área funcional y el área político-administrativa. Este décalage se traduce en la
implementación de planes e instituciones que nunca llegan a cubrir el
territorio funcional, una característica intrínseca a la gestión metropolitana
(Carreras, 2002). El caso barcelonés se caracteriza también por una elevada
fragmentación institucional, exceptuando el período de existencia de la
Corporación Metropolitana de Barcelona (1974-1987).
28
3.2.1 La existencia de un gobierno metropolitano
Durante la primera mitad del siglo XX, la ciudad de Barcelona tuvo distintos
estatutos y planes para ordenar el territorio municipal y también
metropolitano. Sin embargo, el contexto político e histórico dificultó su
aplicación, y los cambios introducidos por el Estatuto Municipal de 1924 o la
ley municipal catalana de 1934, por ejemplo, no tuvieron continuidad.
En los años del desarrollismo de la dictadura franquista, la ciudad
experimentó un fuerte crecimiento económico y demográfico, en su interior y
hacia la periferia. Este hecho manifestó la necesidad de disponer de algún
instrumento de planificación más adecuado para gestionar una ciudad con
nuevos problemas (pobreza, barraquismo, aumento de la movilidad)
agravados por la especulación económica y las “alcaldadas”. Así, en 1960
Barcelona obtuvo un régimen especial orgánico y económico (conocida como
Carta Municipal), gracias al cual se creó una Comisión de Gobierno con la
presencia de técnicos y también se reformaron las finanzas municipales
(creación de impuestos propios). Anteriormente se habían aprobado el Plan
Comarcal (1953) y el Plan Provincial (1959), con el objetivo de regular el
crecimiento del área de influencia de la ciudad, que incluía 27 municipios
(López, 2002).
El año 1964, se encargó a la Comisión de Urbanismo y Servicios Comunes
de Barcelona y Otros Municipios (substituta de la antigua Comisión de
Urbanismo) que revisara el plan de 1953, considerado obsoleto. Dos años
después se presentó el Plan Director del Área Metropolitana de Barcelona,
que representó un cambio de perspectiva ya que incluía 163 municipios y
más de 3.000 km². En 1969 se encargó la segunda fase de revisión del Plan,
presentada públicamente en 1974 como el anteproyecto Plan General de
Ordenación Urbana y Territorial de la Comarca de Barcelona. Este mismo
año se creó la Entidad Municipal Metropolitana de Barcelona7, aunque sólo
incluía la ciudad y 26 municipios del alrededor con una superficie de 476 km².
7 Decreto-ley 5/1974 de 7 de agosto.
29
Este organismo pasó a llamarse Corporación Metropolitana de Barcelona
(CMB) y estaba dotado de un Consejo Metropolitano con importantes
recursos económicos (provenientes de los municipios miembros) y
competencias en materia de urbanismo, transporte público, abastecimiento
de agua y su depuración, tratamiento de residuos. Una de sus mayores
tareas era implementar el PGM, aprobado definitivamente en 1976. En los
años 80, la CMB aumentó su presupuesto, gracias a fondos autonómicos (en
concepto del Plan de Saneamiento) y a fondos estatales (Fondo Nacional de
Cooperación Municipal). Durante este período, la CMB ejecutó distintos
planes (saneamiento, ordenación de Collserola, costas) (Artal, 2002).
Sin embargo, la existencia y fortalecimiento de la CMB no estaba exenta de
problemas políticos, principalmente de dos tipos. En primer lugar, existían
tensiones entre los municipios pertenecientes a la Corporación a causa del
gran protagonismo político del alcalde Maragall y la consiguiente supremacía
de Barcelona. Existían varios conflictos a la vez. Por un lado, el conflicto entre
los municipios gobernados por el PSUC (luego IC) y los gobernados por el
PSC (que lideraban Barcelona y otros municipios grandes) : los primeros
acusaban al alcalde de Barcelona de actuar con prepotencia. Por otro lado,
no todos los alcaldes apoyaban el proyecto de la CMB, al considerar que
diluía el perfil y la capacidad de autogobierno de cada municipio de la
conurbación (Uría, 1997).
No obstante, el mayor conflicto se daba entre la CMB y la Generalitat de
Cataluña, gobernada por los nacionalistas catalanes (CiU). Sus dirigentes,
con Jordi Pujol a la cabeza, veían con recelo el poder metropolitano
(recordemos que la CMB agrupaba a municipios de gobiernos de izquierdas y
representaba más de la mitad de la población catalana). Reivindicando la
necesidad de romper con el pasado franquista, y considerando necesaria una
reforma en el marco de la democracia, el Parlamento catalán, en el que CiU
disponía de mayoría absoluta, aprovechó su competencia para legislar sobre
el gobierno local para aprobar en 1987 las Leyes de Organización Territorial
30
de Cataluña (LOT)8 (Carreras, 2002). La abrogación de la ley de 1974 se
enmarcaba en una reforma territorial que recuperaba la figura de las
comarcas, y supuso la abolición de la CMB9, de manera similar a la del
Greater London Council por el Gobierno Thatcher un año antes (Stoker,
1998).
3.2.2 La cooperación como respuesta a la fragmentac ión institucional
Para cubrir los servicios del área metropolitana se crearon dos nuevas
entidades de carácter sectorial: la Entidad Metropolitana del Transporte
(EMT) y la Entidad Metropolitana de Servicios Hidráulicos y del Tratamiento
de Residuos, conocida también como Entidad Metropolitana del Medio
Ambiente (EMA). La primera incluye 18 municipios y se encarga del
transporte público para los habitantes de la zona, mientras que la segunda
agrupa 33 municipios y se ocupa de abastecer y depurar el agua, tratar los
residuos, etc. Las competencias en materia de urbanismo de la CMB fueron
transferidas a la Administración de la Generalitat y, en menor medida, a los
Ayuntamientos.
Un año después, la mayor parte de los municipios que pertenecían a la
desparecida CMB (23) se integraron de manera voluntaria en la
Mancomunidad de Municipios del Área Metropolitana (MMAMB), con la
finalidad de mantener los servicios comunes y elaborar proyectos de
desarrollo conjunto. De éstas tres entidades dependen distintos organismos
autónomos, consorcios y empresas metropolitanas. A esta diversidad
institucional se le añade la Autoridad del Transporte Metropolitano (ATM), que
es un consorcio para la coordinación del sistema metropolitano del transporte
8 Eran cuatro leyes relativas a las comarcas, las diputaciones, el régimen municipal y el área metropolitana de Barcelona. 9 Se trata de la ley 7/1987 sobre “Ley por la cual se establecen y regulan actuaciones públicas especiales en la conurbación de Barcelona y en las comarcas comprendidas dentro de su zona de influencia directa”.
31
público, constituido por la Generalitat de Cataluña, el Ayuntamiento de
Barcelona y la Entidad Metropolitana del Transporte (ver mapa 1).
Mapa 1: La región metropolitana de Barcelona
Fuente : Àrea Metropolitana de Barcelona, 2003 : 29
La creación de la MMAMB, con 31 municipios en la actualidad, responde a
una voluntad de los electos locales de no perder el espíritu de la CMB. Con
esta finalidad, las tres entidades comparten su sede y su gerencia, así como
su imagen corporativa (bajo el nombre de Área Metropolitana de
Barcelona)10. De manera simbólica, las tres entidades celebran sus
asambleas el mismo día y de manera correlativa, con la intención de que
todos sus miembros se reúnan en un mismo espacio o que al menos tomen
conciencia de la existencia de las otras dos entidades. Aún así, las
instituciones metropolitanas barcelonesas continúan siendo unas grandes
desconocidas por la población (Négrier; Tomàs, 2003). En efecto, con la
variedad de organismos, los ciudadanos suelen tener dificultades para
identificar qué institución les representa o qué estructura les presta los
10 Ver la página web: http://www.amb.es/.
32
servicios. Otra consecuencia de esta multiplicidad de estructuras11 es la
dificultad de coordinación en la aplicación de políticas, sobre todo si
pensamos que, además de las entidades comentadas y los municipios del
área, existe un segundo nivel de gobierno local (provincia de Barcelona12) y
las comarcas13, además de la Generalitat, el Estado, la Unión Europea y
múltiples actores sociales y privados. Como veremos en el siguiente punto,
un instrumento de coordinación entre los actores han sido los planes
estratégicos.
3.3 Instrumentos de gobernanza
La ciudad de Barcelona y su área metropolitana han tenido que afrontar los
retos de la globalización y sobre todo los cambios en la manera de gobernar.
Las distintas iniciativas analizadas en este punto ilustran cómo Barcelona ha
sabido incorporar el gobierno en red y adaptarse al nuevo contexto. Mientras
la ciudad participa en numerosas redes externas, sus líderes han sabido
desarrollar una red interna, gracias a la planificación estratégica.
3.3.1 Las redes de ciudades
En primer lugar, cabe destacar que la nominación olímpica de 1992 supuso
una oportunidad excelente para el desarrollo de la ciudad, especialmente en
11 Como contrapunto a la realidad barcelonesa, la Ley de Bases de Régimen Local reconoce el carácter unitario del hecho metropolitano. Una vez más, realidad y política siguen un camino distinto. 12 La aprobación de las LOT debería haber comportado la desaparición de las provincias y las diputaciones, ya que se crearon las comarcas como órgano supramunicipal. Sin embargo, la sentencia del Tribunal Constitucional de 1981 sólo permitía la reconversión de Cataluña en provincia única, reforma que no se ha llevado a cabo y que ha supuesto el mantenimiento de las cuatro provincias (Uría, 1997). 13 Otra muestra de la fragmentación del área metropolitana es a nivel comarcal. La división comarcal histórica contemplada en las LOT no se adaptaba a la realidad metropolitana. Así, el territorio de la desaparecida CMB se dividió entre distintas comarcas: Barcelonés (que incluye sólo 5 municipios y que estuvo al borde de la quiebra en 1994), Baix Llobregat, Vallès Occidental y Maresme (Uría, 1997).
33
lo que se refiere a inversiones, infraestructuras y promoción internacional. Los
JJOO renovaron la imagen de la ciudad, la pusieron en el mapa y la
convirtieron en un escaparate para el turismo mundial. Simultáneamente, el
Ayuntamiento hizo un esfuerzo para potenciar el liderazgo de Barcelona en el
ámbito internacional, a través de la participación en las redes de ciudades,
como Metrópolis14 o Eurocities15 (Borja; De Forn, 1990; Morata, 1997).
Las redes ayudan a la promoción y visibilidad de las ciudades (city-
marketing). Asimismo, las redes actúan como una plataforma para compartir
experiencias y desarrollar ideas y soluciones para combatir los problemas
comunes que afectan a las ciudades. Así, se relativiza el concepto de
proximidad; es decir, aquella visión clásica según la cual la organización del
territorio se basaba únicamente en relaciones espaciales de proximidad. Al
contrario, tal como expone Dematteis (2000), “las redes multiplican en su
interior las relaciones verticales y horizontales más allá de los viejos vínculos
de proximidad, sugiriéndonos la idea (difícil de visualizar) de un espacio
virtual de flujos que ya no se ve condicionado por las distancias físicas”. Esta
idea, excelentemente expuesta y popularizada en el trabajo de Castells
(1999), nos sugiere que el espacio no es únicamente una realidad física, sino
también relacional. En la medida en que los flujos de relaciones adquieren
importancia a la hora de construir el espacio, la red (en tanto que
representación de vínculos y relaciones) se convierte en el referente analítico
para su comprensión.
Así pues, podemos identificar dos niveles en la representación espacial del
territorio: un nivel local y un nivel global. El primero se refiere a las ciudades
individuales e interpreta el espacio en términos de proximidad y de las 14 Creada en 1985, Metropolis es la Asociación Mundial de las Grandes Metrópolis, así como la sección metropolitana de United Cities & Local Governments. La Asociación tiene 90 miembros (gobiernos locales y metropolitanos) y opera como un foro internacional para explorar cuestiones y inquietudes comunes a todas las grandes ciudades. Ver la página web: http://www.metropolis.org. 15 Red europea creada en 1986 y formada por 120 grandes ciudades. Se organizan varios fórums, grupos de trabajo, proyectos, actividades y eventos. Ver la página web: http://www.eurocities.org.
34
interacciones que ésta facilita. Desde el segundo nivel, en cambio, el espacio
se percibe como una red de flujos y de relaciones que vincula a las ciudades
con independencia de las distancias físicas que las separan. El primer nivel
se refiere a un espacio físico y el segundo a un espacio virtual. Se trata de
espacios diferentes, pero compatibles entre ellos: la ciudad es
simultáneamente física y virtual, próxima y relacional.
Estas matizaciones son cruciales para entender las actuales dinámicas
territoriales en las que se mueve Barcelona. Si el espacio local (la ciudad)
hubiera sido definitivamente aniquilado por el espacio global (la red), las
interacciones de proximidad habrían perdido toda importancia y únicamente
visualizaríamos el territorio como una red donde las líneas serían lo
fundamental y los nudos (las ciudades) quedarían vacíos de contenido. Sin
embargo, la realidad nos muestra una situación muy diferente: una situación
donde las ciudades, tanto o más que a antaño, quieren comportarse y
representarse como un actor colectivo cohesionado. El nudo local es pues un
elemento importante, una carta de presentación sin la cual la presencia en las
líneas de la red global carece de sentido, y es esta la carta que pretende
jugar Barcelona.
De este modo, la doble lógica del territorio obliga a sus unidades a moverse
también en una doble dirección. Por un lado, han de aceptar la naturaleza
relacional del territorio y, en consecuencia, desarrollar estrategias de
conexión y vinculación que les permitan formar parte de la red global. Por otro
lado, para poder desarrollar su papel en la red (para ser influyentes y
tomadas en consideración) deben actuar como un actor internamente
cohesionado; es decir, deben hacer valer sus capacidades económicas, su
capital social o sus atractivos físicos a través de pactos internos que les
permitan salir al exterior con una sola voz. En definitiva, las ciudades –en
tanto que unidades que conforman el territorio- han de ser al mismo tiempo
competitivas y colaboradoras: competitivas en sus estrategias de relación
exterior (en la red global) y colaboradoras en sus estrategias de relación
interior (en el nivel local).
35
En Barcelona, como ya hemos ido diciendo, observamos esta doble
condición, ya que la apuesta por la participación en redes globales se
complementa con una clara estrategia de colaboración interna. Esta cuestión
es analizada en el punto siguiente.
3.3.2 La planificación estratégica
El impulso de los JJOO para el desarrollo de la ciudad no es algo totalmente
nuevo en la historia de la ciudad. De hecho, la historia del crecimiento
barcelonés se ha ido basando en buena medidaen grandes proyectos. Así,
las exposiciones universales en el 1888 y en el 1929; los JJOO en el 1992 o
más recientemente el Fórum de las Culturas en el 2004. Detrás de la
Barcelona olímpica existió una filosofía muy clara del Ayuntamiento, un
proyecto de ciudad que culminó en el denominado “modelo Barcelona”. No es
el objetivo de éste texto describir las características (económicas, políticas,
urbanísticas, arquitectónicas) del modelo, ya que ha sido ampliamente
descrito16. Sin embargo, destacamos dos aspectos fundamentales: el
urbanismo y la organización interna.
Desde el punto de vista urbanístico, se combinó una arquitectura “de
acupuntura” con grandes actuaciones. En otras palabras, la ciudad recuperó
numerosos espacios públicos que dignificaron los barrios y a la vez desarrolló
obras que cambiaron la fisonomía de la ciudad (la fachada marítima y el
barrio de la Villa Olímpica, una nueva red de conectividad con los cinturones
de ronda y túneles, las cuatro áreas olímpicas y las áreas de nueva
centralidad, los equipamientos culturales) (Borja, 1995). Desde el punto de
vista organizativo, destacan la descentralización de los distritos y la
16 Destacan: Bohigas, O. (1985). Reconstrucció de Barcelona. Barcelona: Edicions 62; Busquets, J. (1992). Barcelona. Evolución urbanística de una ciudad compacta. Madrid: Ed. Mapfre; Borja, J. (ed.) (1995). Barcelona, un modelo de transformación urbana. Quito: PGU-LAC; Ajuntament de Barcelona (1999). Barcelona: Gobierno y Gestión de la Ciudad. Una experiencia de modernización municipal. Barcelona: Ediciones Díaz de Santos.
36
modernización de la gestión municipal. Las reformas, comprendidas entre
1979 y 1991, tenían un doble objetivo. Por un lado, acercar la administración
al ciudadano y mejorar la relación entre gobernantes y gobernados mediante
distintos instrumentos de participación ciudadana. Por el otro, racionalizar la
administración y mejorar el nivel de eficiencia (Brugué; Gomà, 1994).
Para llevar a cabo la transformación de la ciudad, eran necesarios los
compromisos entre los sectores público y privado, como también entre los
distintos niveles territoriales. El instrumento para articular el proyecto y crear
una dinámica de cooperación fueron en gran medida los planes estratégicos
(Tomàs, 2005). De la mano del Ayuntamiento de Barcelona y aprovechando
la nominación olímpica, se constituyó una red de actores en 1988 a través de
la asociación promotora del I Plan Estratégico. El núcleo duro de la
asociación estaba compuesto por una variedad de actores privados y
públicos : Ayuntamiento de Barcelona; Camára Oficial de Comercio, Industria
y Navegación de Barcelona; Círculo de Economía; Fomento del Trabajo
Nacional; sindicatos (Comisiones Obreras y Unión General de Trabajadores);
Universitat de Barcelona; Mancomunidad de Municipios del Àrea
Metropolitana de Barcelona; Feria de Barcelona; Autoridad Portuaria de
Barcelona y Consorcio de la Zona Franca.
El Plan Estratégico actúa como unificador de esfuerzos y dinamizador de los
temas claves de la ciudad. Con el liderazgo del Ayuntamiento, se hizo un
proceso de generación de confianza, de facilitación de diálogo y de
construcción de espacios de consenso. El resultado fue la aprobación del
Primer Plan Estratégico de Barcelona en 1990, un documento pactado de
orientación para el desarrollo de la ciudad. Este instrumento de renovación
periódica del consenso continuó con la aprobación del II Plan (1994) y el III
Plan (1999)17.
17 El balance después de 13 años de la introducción de los Planes Estratégicos se puede contabilizar en tres planes, 39 documentos técnicos sobre metodología y temas estratégicos, 18 jornadas técnicas con la participación de 3.500 asistentes, 17 debates sobre las actuaciones previstas, 89 reuniones del Comité Ejecutivo, 27 reuniones del Consejo General integrado por 207 miembros. Estas tareas se han llevado a cabo gracias a un presupuesto de 6,25 millones de euros (1.040 millones
37
Sin embargo, con el cambio de siglo y de alcalde (Joan Clos sustituye
Pasqual Maragall en 1997) llega un momento en qué se cree necesario
superar el alcance municipal e integrar una visión metropolitana a 10 años
vista. Se decide así modificar la red : el órgano impulsor se transforma para el
diseño del Primer Plan Estratégico Metropolitano, aprobado en 2003. Este
cambio se realiza a partir de tres dimensiones.
Primero, se da entrada a nuevos actores haciendo la red más permeable y
potencialmente más densa, plural y heterogénea. Siguiendo la misma
filosofía, el proyecto implica a 36 municipios de un área de 628 km² y tres
millones de personas. La mayoría de los actores anteriores continúan
implicados (la Cámara de Comercio, el Consorcio de la Zona Franca, la
Autoridad Portuaria, los sindicatos, las universidades, la patronal Fomento,
etc.) y se incluyen nuevos actores del resto del territorio (representantes
municipales, entidades bancarias, centros de investigación y asociaciones del
tercer sector).
Segundo, se incide sobre las distribuciones de poder. El organigrama del plan
se cambia para representar los nuevos miembros. Se amplía el Consejo
General a 300 miembros (con la presidencia del alcalde de Barcelona) y se
crea la Comisión Delegada del Consejo, el órgano ejecutivo del Plan
(presidido por un concejal del área metropolitana). Se forma también el
Consejo de Desarrollo Estratégico Metropolitano, cuya función es definir y
proponer a la Comisión Delegada los objetivos del Plan Estratégico y realizar
el seguimiento de las acciones que se inicien para implementarlo. Finalmente,
se crean comisiones de reflexión y asesoramiento (de Estrategia, de
Prospectiva, de Enlace). Estos grupos de trabajo identificaron tres puntos
críticos que han servido como base de elaboración del documento final :
movilidad y vivienda; estrategias de impulso económico, globalización y
de pesetas) y con una oficina de coordinación (con cuatro personas) (Asociación Plan Estratégico Metropolitano, 2002).
38
liderazgo; capital humano y convivencia ciudadana (haciendo especial énfasis
en las políticas de inmigración) (ver Figura 4).
Figura 4 : Puntos críticos para el desarrollo de Barcelona
Fuente : Asociación Plan Estratégico Metropolitano, 2003 : 23
Finalmente, se incide sobre los valores y las percepciones. En este caso, la
estrategia pública de producción de marcos y universos de referencia pasa
por la afirmación de un nuevo marco territorial : el metropolitano. Citando el
Plan Estratégico:
El Plan estratégico metropolitano de Barcelona tiene como misión proponer, en un marco de cooperación publicoprivada e intermunicipal, con la participación de los agentes economicosociales, los procesos de transformación que se necesitan en el AMB, para orientar el desarrollo económico y social de este territorio y la constante regeneración de su potencial de crecimiento (página 15).
Con relación a los planes estratégicos anteriores, la participación de los otros
municipios del área (miembros de la EMT, de la EMA o de la MMAMB)
supone un cambio de perspectiva, nacido por el propio desarrollo de los
nuevos proyectos que se sitúan a escala metropolitana. Tal y como expresa
el Plan, hace falta pasar de un planeamiento estratégico a “una región
metropolitana que piensa estratégicamente” (Asociación Plan Estratégico
Metropolitano, 2002: 20). Para los municipios de la primera corona
39
metropolitana, este ejercicio es un reconocimiento a su contribución al
desarrollo económico barcelonés. Lejos de su condición de “ciudad-
dormitorio” dependiente de Barcelona, los 35 municipios de la primera corona
han consolidado progresivamente su identidad municipal y reclaman un
mayor papel en la gestión metropolitana. El propio Ayuntamiento de
Barcelona asume la interdependencia entre los municipios del área
metropolitana y la necesaria colaboración entre éstos para desarrollar el
futuro de la ciudad (Ajuntament de Barcelona, 2004).
En definitiva, el proceso de elaboración del Primer Plan Estratégico
Metropolitano ha contribuido a generar nuevas dinámicas al interior del nuevo
marco territorial, transformando la propia red. Este ejercicio, sin embargo, ha
abierto el debate sobre la necesidad de cambiar también el marco
institucional del área metropolitana, como se analiza en la sección siguiente.
3.4 La política metropolitana
El cambio de la percepción territorial (de la ciudad al área metropolitana) de
los actores públicos y privados y sobre todo de los electos locales coincide
con el nombramiento de Pasqual Maragall, ex-alcalde de Barcelona, como
Presidente de la Generalitat, en diciembre de 2003. El relevo político abre
“una ventana de oportunidad” para los gobiernos locales metropolitanos
(Kingdon, 1995), ya que el nuevo gobierno autonómico comparte una visión
neo-regional del área metropolitana. Desde esa concepción Barcelona no es
el único gran centro urbano, sino que el área (y en realidad toda Cataluña) se
configura como “una ciudad de ciudades” (Nel·lo, 2001).
En el periodo de Maragall como Presidente de la Generalitat, los alcaldes han
presionado para la institucionalización del área metropolitana o la creación de
un nuevo gobierno metropolitano. Considerándolo como la evolución natural,
desean unificar los tres organismos metropolitanos existentes y sus
competencias en una sola institución, el Área Metropolitana de Barcelona
40
(AMB). Según su punto de vista, el AMB debe ser una institución local que
respeta la democracia y la autonomía locales mientras que asegura la
prestación de servicios y la coordinación de políticas comunes. En realidad,
uno de los objetivos de la creación del AMB es recuperar el control de la
planificación urbana que fue asumido por el Gobierno de la Generalitat en
1987 (cuando la Corporación fue suprimida). Los representantes locales han
sugerido crear una Comisión Metropolitana de Urbanismo que participaría en
la elaboración del plan territorial metropolitano sucesor del de 1976. A
diferencia del PGM, el nuevo plan recomendaría solamente las orientaciones
generales del desarrollo metropolitano, permitiendo a los municipios decidir
su propia planificación local (Àrea Metropolitana de Barcelona, 2006).
Sin embargo, la legislatura 2003-2006 ha finalizado sin un nuevo marco
institucional para el área metropolitana, ya que la prioridad política ha sido la
aprobación del nuevo estatuto de autonomía de Cataluña. A pesar de la
coincidencia del color político en el gobierno autonómico y municipal, la
cuestión metropolitana ha sido relegada a un segundo plano. Pero, no
obstante, la incorporación de la realidad metropolitana en el nuevo Estatuto
de Autonomía del 2006 es sin duda un paso relevante18. Por otro lado, el
ejercicio estratégico de 2003 y la movilización para la creación de un gobierno
metropolitano cubriendo Barcelona y su primera corona han suscitado la
reacción de los representantes municipales de la segunda corona
metropolitana. En efecto, los alcaldes de las siete ciudades principales de la
segunda corona han expresado su voluntad de tomar parte en el Plan para no
sentirse excluidas, sobre todo en lo que se refiere a planificación e
infraestructuras.
Esto nos lleva a la pregunta: ¿dónde termina el área de influencia de
Barcelona? ¿Son 36 municipios suficientes para abarcar la realidad
metropolitana o debería incorporar los 165 municipios de la región, 18 Según el artículo 93 del nuevo Estatuto: Los demás entes locales supramunicipales se fundamentan en la voluntad de colaboración y asociación de los municipios y en el reconocimiento de las áreas metropolitanas. La creación, modificación y supresión, así como el establecimiento del régimen jurídico de estos entes, se regulan por una ley del Parlamento.
41
integrantes de la Autoridad del Transporte Metropolitano? No son preguntas
especulativas, ya que su respuesta puede marcar las tendencias de
desarrollo y de crecimiento hacia una zona más limitada o más extensa.
Igualmente, una determinada concepción del fenómeno metropolitano
(reducido a la primera corona o a la segunda) puede influir en el caso de
reorganizar el ámbito metropolitano.
Aunque los estudios muestran que la región real se extiende a los 165
municipios, no se plantea crear una institución a este tamaño, sino a un
espacio mucho más pequeño (36 municipios). Y en esta línea puede suceder
que se vincule el cambio de límites provinciales, previsto en las perspectivas
de reordenación territorial aún pendientes y la creación subsiguiente de las
“vegueries” con un cierto reconocimiento institucional del hecho
metropolitano. Reencontramos la paradoja estructural de la
institucionalización de las áreas metropolitanas o la contradicción entre la
región política y la región funcional. Como Young y Garside afirman: “the
irony of metropolitan life is that its dynamic nature constantly draws the
sought-for solution to the problems of urban form and urban institutions out of
grasp of government, just as it seems to come within reach” (Young; Garside,
1982: 338).
En resumen, el caso de Barcelona muestra la importancia de las redes
externas (redes globales de ciudades) e internas (mediante la planificación
estratégica). Sin embargo, y como hemos desarrollado en este último punto,
un estudio de la gobernanza metropolitana es incompleto sin incluir las
relaciones de poder dentro del área y entre niveles territoriales (Norris, 2001;
Savitch; Vogel, 2004).
42
43
4. Conclusiones
Las transformaciones del territorio a las que nos hemos estado refiriendo a
través del caso de Barcelona comportan transformaciones en las formas de
gobernarlo. Así, ante la permanencia del estado como actor político relevante
y la aparición de los procesos simultáneos de localismo y globalización, los
analistas han elaborado la idea del gobierno multi-nivel (multi-level
governance). Al mismo tiempo, en este escenario, las capacidades de
gobierno dependen de las relaciones que se establecen con una red de
múltiples actores públicos y privados. No podemos pues desconectar el
debate sobre el hecho metropolitano de Barcelona y su posible
institucionalización política con el debate más general en el que se enmarca.
La nueva gobernanza, por lo tanto, responde a la complejidad del momento
asumiendo y provocando una doble complejidad: operar desde la interacción
vertical (multi-nivel) y desde la incorporación de un número creciente de
actores (red). Esta governance, en palabras de Llamazares y Marks (1999),
se puede definir como “un sistema en el cual los distintos niveles
institucionales comparten, en lugar de monopolizar, decisiones sobre amplias
áreas competenciales. Más que a una dominación uniforme por parte de los
Estados centrales, estamos asistiendo a la emergencia de un patrón
altamente variable, y no jerárquico, de interacción entre actores diversos en
diferentes áreas de políticas”.
Pero, al margen de las transformaciones más aparentes (como la aparición
de dinámicas negociadoras o la multiplicación de los actores), ¿cuál es la
diferencia de fondo entre el gobierno tradicional y la nueva gobernación?
Para dar respuesta a este interrogante, en primer lugar, deberíamos recordar
que la acción gubernamental se caracteriza por su capacidad de regulación
de los conflictos particulares y, sobre todo, por su capacidad para defender o
encarnar un interés público o colectivo. Es decir, ante las distorsiones de una
búsqueda egoísta del interés privado, el gobierno se interpreta como un ente
que obliga a los ciudadanos a cooperar en beneficio de un interés colectivo
superior. Una vez aceptado este punto de partida, en segundo lugar,
44
deberíamos preguntarnos si es esta finalidad del gobierno la que está en
entredicho o si, en cambio, las transformaciones afectan únicamente a las
formas para alcanzar este fin.
Desde nuestra perspectiva, son las formas de gobernar, no sus objetivos, los
que estamos repensando. Las nuevas formas de gobernación deberían
continuar asegurándonos que es posible perseguir un interés colectivo y
mediar entre los particulares, ya que si pusiéramos en duda este objetivo no
estaríamos hablando de capacidades para gobernar, sino de otras cosas. Las
formas de gobierno, en cambio, están efectivamente experimentando
profundas transformaciones. Para analizarlas nos parece oportuno, en primer
lugar, identificar las características clave de las formas tradicionales de
gobierno y, más tarde, valorar hasta que punto la nueva gobernación las está
reformulando. Así, hemos considerado que el modelo tradicional de gobierno
se caracteriza por dos elementos formales fundamentales: la especialización
y la autoridad.
Por especialización entendemos que la aparición del gobierno se realiza en
paralelo a una atribución precisa de tareas y competencias. Es decir, hay
ámbitos que están bajo la responsabilidad gubernamental y otros que no, y
entre ambos se alza un muro, una frontera muy parecida a la que utilizaba el
estado-nación para distinguir lo exterior de lo interior. La metáfora del
contenedor también se aplicaría pues al gobierno: metemos en su interior un
conjunto más o menos amplio de responsabilidades, mientras que lo que se
encuentra en el exterior le es totalmente extraño. Esta misma lógica opera
cuando el gobierno distribuye sus responsabilidades entre diferentes niveles
territoriales: aparecen, dentro del contenedor, diferentes cajones en los que
se colocan determinadas responsabilidades. Lo que metemos dentro de un
cajón forma parte de las responsabilidades de ese nivel gubernamental,
mientras lo que queda fuera no es de su incumbencia. Desde esta
perspectiva, no hay nada más molesto para el gobierno tradicional que un
calcetín desaparejado: cuando el calcetín izquierdo aparece en un cajón y el
derecho está en otro, los responsables gubernamentales tradicionales se
45
sienten extremadamente incómodos y no paran hasta volver a juntarlos y
decidir cuál es el cajón, el único cajón, que les toca.
Las nuevas formas de gobernación, en cambio, no mostrarían la misma
obsesión por la especialización: ni el gobierno es un contenedor ni los
diferentes niveles territoriales son cajones dónde distribuir las piezas que hay
en el contenedor. Las fronteras físicas dejan paso a los flujos también en el
ámbito gubernamental. El gobierno multi-nivel y el gobierno en red comportan
la desaparición de lo interior y lo exterior, la abolición de las fronteras entre lo
público y lo privado y entre los distintos niveles de lo público. A su vez, la
desaparición de las especializaciones provoca que en las tareas de gobierno
el énfasis se traslade de los actores a los contenidos. Es decir, lo importante
no es la atribución de funciones y responsabilidades a un determinado nivel
de gobierno o a cierto ente público o privado, sino la política que se pretende
impulsar y los objetivos que ésta persigue. Alrededor de esta política, los
diferentes actores y las diversas instancias gubernamentales comparten
responsabilidades y funciones.
El gobierno multi-nivel, por lo tanto, no supone un proceso de
descentralización competencial sino de concurrencia de las mismas: ya no se
trata de competir para que se nos asigne determinada responsabilidad, sino
de compartirla y de colaborar en la consecución de determinados objetivos.
La lógica de la concurrencia es, en definitiva, la lógica de la suma positiva,
mientras que la lógica de la especialización es la lógica de la suma cero.
El segundo rasgo formalmente característico del gobierno tradicional lo
habíamos identificado como el ejercicio de autoridad. La especialización de
funciones, además, facilitaba que esta autoridad se ejerciera en monopolio,
ya que no había competencia en el ámbito de las funciones y
responsabilidades previamente asignadas. Los muros físicos del contenedor
gubernamental también evitaban cualquier posibilidad de colaboración. El
gobierno, en otros términos, no compite ni colabora con nadie, tan solo ejerce
sus responsabilidades con la autoridad que legítimamente le ha sido
asignada.
46
Los argumentos esgrimidos en el párrafo anterior no reflejan, ni por asomo, lo
que ocurre en la realidad. En la realidad, el monopolio público de la autoridad
es una ficción, ya que los diferentes niveles de gobierno compiten y/o
colaboran entre ellos y con otros actores de la sociedad civil. Esta situación
provoca algunas perplejidades, ya que si la tarea del gobierno consiste en
obligarnos a cooperar a favor de un interés colectivo, ¿cómo podrá obligarnos
sin recurrir a la autoridad? ¿cómo podrá defender un bien común que no sea
el resultado de la interacción –cooperadora o competitiva- entre diferentes
intereses parciales?
Los académicos hemos encontrado una respuesta genérica y, por lo tanto,
aún insatisfactoria a este interrogante: lo que el gobierno debe hacer para
gobernar sin recurrir a la autoridad es gestionar la red de forma que acabe
gobernando a través de la influencia. Al mismo tiempo, los flujos y relaciones
que caracterizan las redes (aquello que el gobierno ha de gestionar) pueden
ser competitivos o colaboradores, con lo cuál volvemos a las formas de
regulación pre-hobbesianas. La nueva capacidad de gobierno, por lo tanto, se
concentra en la gestión de unas redes que muestran pautas simultáneas de
competencia y colaboración.
¿Cuál es la principal recomendación que estamos haciendo desde la teoría a
unos gobernantes ansiosos por gestionar la red y, de este modo, gobernar a
través de la influencia? Desde nuestro punto de vista, les estamos sugiriendo
que tienen una red interna en la que tienen que provocar dinámicas de
cooperación sin las cuáles difícilmente serán competitivos en las redes
externas. Es decir, en el caso de un municipio, sus gobernantes deberían
establecer pactos, alianzas y compromisos (colaboración) entre los diferentes
agentes sociales y económicos locales (red interna) de manera que pudieran
desarrollar un proyecto que les permitiera conseguir una posición de ventaja
competitiva respecto a otros municipios de su escala (red externa). De forma
similar, las regiones deberían fomentar la colaboración entre sus municipios y
sus actores internos para ser competitivas; y los estados deberían promover
la colaboración entre sus regiones y sus actores para ser competitivas
47
internacionalmente. En otras palabras, los municipios compiten entre ellos
pero han de colaborar para dar coherencia a proyectos regionales; las
regiones compiten entre ellas pero al mismo tiempo han de colaborar desde
una óptica estatal; y los estados también compiten entre ellas pero deberían
cooperar para generar un determinado orden internacional. En la figura
siguiente hemos representado gráficamente la doble dinámica de
colaboración interna ( ) y competencia externa ( ):
¿Puede hacerse compatible la colaboración interna con la competencia
externa en esta articulación de un gobierno multi-nivel? Pues no lo sabemos
exactamente, aunque lo que sí sabemos es que éste sea quizá el reto más
importante de la nueva governance. Un reto que, en principio, supondría que
lo diferentes niveles gubernamentales han de disponer de forma simultánea
de la suficiente autonomía para diseñar sus proyectos de desarrollo desde la
red interna de actores y de la suficiente visión para comprender que también
deben sumarse de forma cooperativa a proyectos superiores (red externa).
Desde las preocupaciones medioambientales se ha hecho popular la
expresión “pensar global, actuar local”, pero nuestra apuesta pasa por
complementar este enunciado con su opuesto, “pensar local, actuar global”.
Sólo si somos capaces de superar la distinción interior-exterior y de eliminar
unas fronteras institucionales que la realidad ya ha abolido, podremos
recuperar la capacidad para gobernar; en el sentido originario del término, es
decir, en tanto que regulación de los asuntos colectivos. Es esta en definitiva
la situación en la que se encuentra el debate metropolitano en Barcelona y en
muchos otros lugares.
UE
Estado
E
Región
Ciudad
48
49
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