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La Guerra de las Mujeres Por Alexandre Dumas

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LaGuerradelasMujeres

Por

AlexandreDumas

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I

Lacitaenmediodelrío

Enotro tiemposeelevabaunhermosopueblodeblancascasasy rojizostechos, casi encubiertos por los tilos y las hayas, a muy poca distancia deLiburnia, alegre villa que se refleja en las rápidas aguas delDordoña, entreFronsac y San Miguel de la Rivera. Por entre sus casas, simétricamentealineadas,pasabaelcaminodeLiburniaaSanAndrésdeCubzac,formandolaúnicavistaquedisfrutabanaquéllas.Apocomásdecienpasosdeunadeestashileras de casas, se extiende serpenteando el río, cuya anchura y poderíoempiezanaanunciar,desdeaquelsitio,laproximidaddelmar.

Perolaguerracivilhabíaestampadosusdesoladorashuellasenaquelpaís,destruyendo las árboles y los edificios, expuestos a todos sus caprichososfurores; y no pudiendo huir, como lo hicieran sus habitantes, se deslizaronpocoapocosobreloscéspedes,protestandoasumodocontralabarbariedelasrevolucionesintestinas;emperolatierra,quesindudahasidocreadaparaservirdetumbaatodocuantofue,haidocubriendolentamenteelcadáverdeaquellas casas, tan graciosas y alegres en otro tiempo; la hierba ha brotadosobreaquelsueloficticio,yelviajeroquehoycaminapor lasendasolitaria,nopodrásospecharalveraparecersobrelosmontecillosdesiguales,algunodeesos numerosos rebaños tan comunes en elmediodía; que ovejas y pastoreshuellanindiferenteselcementerioenquereposaunaaldea.

Poreltiempoaquenosreferimos,esdecir,haciaelmesdemayode1650,laaldeaencuestión,seextendíaporambosladosdelcamino,quecomounagrande arteria la alimentaba con un lujo, deslumbrador de vegetación y devida;elforasteroqueentonceslaatravesara,sedetendríacongustoaobservarlos aldeanos ocupados en uncir y desuncir los caballos de sus carretas, losbatelerosarrojandoalariberadesusredes,enlasqueseagitabanbulliciososlos peces blancos y rosados del Dordoña, y los herreros que golpeandorudamentesobreelyunquehacíanbrotar,bajoelpesodesumano,multituddecentellasdivergentes,queacadagolpedesusmartillosiluminabanlaatezadaconcavidaddesusfraguas.

Sinembargo, loquemás lehabría encantado sobre todo, si el camino lehubiesedadoeseapetitoproverbialentrelospostillones,hubierasidounacasalarga, que estaba situada a unos quinientos pasos de la aldea, y que sólo secomponía de dos pisos, bajo y principal; la cual exhalaba por su chimeneaciertosvapores,yporsusventanasciertosaromas,conlosque,muchomejorque con la figura del becerro dorado pintada sobre una plancha de hierro ysuspendidodeunavarilladelmismometalclavadaenlatablazóndelprimer

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piso, se indicaba el encuentro de una de esas casas hospitalarias, cuyosmoradores,medianteciertaretribución,tomanasucargoelrepararlasfuerzasdelosviajeros.

Sindudasemepreguntarácuáleralacausadequeelparadordel«BecerrodeOro»estuviesesituadoaquinientospasosdelaaldea,siendoasíquepodíahaberestadoalineadoentre las lindascasasagrupadasaunoyotro ladodelcamino.

A lo cual podré contestar desde luego, que por muy escondido queestuvieseenaquelrincóndetierraelhuéspedera,enpuntoacocina,unartistadeprimerorden.Dándoseaconocer,bienenmedio,oyaalaextremidaddeunadelasdoslargasacerasqueformabanlaaldea,puescorríapeligrodeserconfundidoconcualquieradeaquellosbodegoneros,queseveíaprecisadoaadmitir como cofrades suyos, pero que no podía decidirse amirarlos comoiguales; por el contrario aislándose, llamaba sobre sí las miradas de losinteligentesenlamateria,losquesiunavezhabíanprobadolosmanjaresdesucocina,sedecíanunosaotros:cuandovayáisdeLiburniaaSanAndrésdeCubzac, o de San Andrés de Cubzac a Liburnia, no dejéis de deteneros adesayunar, comer o cenar en el parador del «Becerro de Oro», que está aquinientospasosdelapequeñaaldeadeMatifou.

Yaseve,losinteligentesqueparaban,salíancontentosyenviabanaotrosnuevos;desuertequeelhábilposaderohacíapocoapocosufortuna,sinquepor esto, cosa rara, dejase su casa de permanecer a la misma alturagastronómica; loqueprueba,comoya lohemosdicho,queMaeseBiscarróseraunverdaderoartista.

Enunadeesashermosastardesdelmesdemayo,enquelanaturalezayareanimadaenelmediodía,empiezaareanimarseenelNorte,sedesprendíandelaschimeneasyventanasdelparadordel«BecerrodeOro»,unhumomásdenso,yoloresmuchomássuavesquelosdecostumbre,almismotiempoqueenelumbraldelacasa,estabaMaeseBiscarrósenpersona,vestidodeblanco,según la usanza de los sacrificadores de todos los tiempos y países,desplumando con sus augustas manos algunas codornices y perdices,destinadas a uno de aquellos exquisitos banquetes que él sabía tanperfectamentedisponer,yquesegúnsucostumbre—consecuenciaconstantedel amor que a su oficio tenía—, dirigía hasta en sus más pequeñospormenores.

Elsoltocabaelocaso;lasaguasdelDordoña,queenunodelostortuososrodeosdequeestásembradosucursosealejabandelcaminocomouncuartode legua, hasta besar los cimientos del pequeño fuerte de Vayres, queempezabanablanquearsebajolasnegrassombrasdelramaje;unnoséquédetranquilo y melancólico se difundía por la campiña a merced de las brisas

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vespertinas; los abrigos permanecían con sus caballos desuncidos, y lospescadores con sus redes mojadas, los murmullos de la aldea se ibanextinguiendopocoapoco,dejandoderesonarelgolpedemartillo,ydandofina las labores del día, comenzaba a oírse el primer canto del ruiseñor en elbosquecillovecino.

A las primeras notas que se escaparon de la garganta del alado cantor,Maese Biscarrós se puso también a cantar, por acompañarle sin duda;resultando de esta rivalidad filarmónica y de la atención que el posaderoprestaba a su tarea, que dejase de percibir una pequeña tropa compuesta deseiscaballerosqueaparecíanalaextremidaddelpueblodeMatifou,yquesedirigíanasuposada.

Pero una interjección lanzada desde una ventana del primer piso, y elmovimientorápidoyagitadoconquecerraronaquellaventana,hicieronabrirlos ojos al digno posadero; y entonces vio al caballero que caminaba a lacabezadetropaavanzardirectamentehaciaél.

Hemosdichoconalgunaimpropiedaddirectamente,porqueaquelhombrese detenía cada veinte pasos, lanzando a derecha e izquierda miradasescudriñadorasydesentrañando,digámosloasí,deunasolaojeadasenderos,árbolesybreñas;conunamanososteníaunmosquete,quedescansabasobresumuslo,hallándosealparecerdispuesto,tantoalataquecomoaladefensa,ydirigiendodevezencuandounaseñaasuscompañeros,queimitabanentodosusmovimientos,paraquesepusieraenmarcha;entoncesseaventurabaadaralgunospasos,yempezabanuevamentelamaniobra.

Biscarrós seguíaal caballerocon losojos;yde tal suerte lepreocuparonsus singulares movimientos, que durante todo aquel espacio se olvidó dearrancardelcuerpodelavelasplumasqueteníaentreelíndiceyelpulgar.

«Esuncaballeroquebuscamicasa,—dijoBiscarrós—pero sindudaeldignohidalgo esmiope; y eso quemi “Becerro deOro” hace pocoque fuerestaurado,yelbultodelamuestraesconsiderable.Veamos,pongámonosenrelieve».

Y Maese Biscarrós se colocó en medio del camino, donde continuódesplumandosupájaroconmanerasllenasdepompaymajestad.

Estemovimientoprodujoelresultadoqueesperaba;apenaselcaballerolovio cuando espoleó su caballería con dirección a él, y saludándolecortésmente,ledijo:

—MaeseBiscarrós;¿habéisvistollegarporesteladounapartidadegentede guerra, amigosmíos que deben venir enmi busca?Gentes de guerra esdemasiadodecir; ¡llamémoslesgentedeespada,ogentearmada,en fin! ¡Sí,gentearmada,estodamejoridea!¿Habéis,pues,vistounapequeñapartidade

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gentearmada?

Biscarrós,lisonjeadohastalosumodeversellamarporsunombre,saludóasuvezafablemente,sinhaberobservadoqueelextranjero,aunsólogolpedevistadirigidosobresuposada,habíaleídosunombreycalidadenlamuestra,comotambiénlaidentidaddelpropietariosobresusignificativafigura.

Encuantoagentearmada,caballero,respondiódespuésdereflexionarunmomento,nohevistomásqueaunhidalgoysuescudero,queharácosadeunahoraparanenmifonda.

—¡Ah!¡Ah!—dijoelextranjeroacariciandosurostrocasiimberbe,ysinembargollenodevirilidad—;¡ah!¡Ah!¡Estáunhidalgoconsuescuderoenvuestroparador!Ylosdosarmados,¿noesasí?

—Sí,señor;¿queréisquemandeadeciraesehidalgoquedeseáishablarle?

—No—repusoelextranjero—;esonoestaríaenelorden.Inquietarasíaundesconocido,seríatalveztratarlecondemasiadafamiliaridad,sobretodosiel incógnito es persona de calidad. No, no, Maese Biscarrós; ¿si quisieraisdescribírmelo,omásbienenseñármelesinqueélmepudiesever?

—Enseñárosle es muy difícil, señor, mayormente cuando parece que éltrata de ocultarse, puesto que cerró su ventana en el momento mismo deaparecer vos y vuestros compañeros en el camino; describíroslo me parecemás a propósito; es un jovencito rubio y delicado, de unos diez y seis añosescasos,yqueparecetenerapenasfuerzasuficienteparallevarelespadínquependedesutahalí.

Lafrentedelextranjeroseplegóbajolasombradeunrecuerdo.

—Bien,bien—contestó—,yaséporquiénlodices;porunseñoritorubioy afeminadoquemonta un caballo árabe, y le acompañaun viejo escudero,enterocomounaastadepica;noesésealquebusco.

—¡Ah!¡Noestáéseaquienbuscaelseñor!—dijoBiscarrós.

—No.

—Puesbien, si el señor tratadeesperaralquebusca,yquesindudanopuedemenosdepasarporaquí,puesnohayotrocamino,debeentrarenmifondayrefrescar,tantoélcomosuscompañeros.

—Gracias;nonecesitomásquedarosgracias…ypreguntaros,¿quéhoraserá?

—Las seis están dando en estemomento en el reloj del lugar, caballero;¿noescucháiselfuertesonidodelacampana?

—Bien.Ahoramequedapedirosunúltimofavor,MaeseBiscarrós.

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—Conmuchogusto.

—Decidme,siosplace,¿cómopodríaprocurarmeunboteyunremero?

—¿Paraatravesarelrío?

—No,parapasearmeporél.

—Nadamás fácil; el pescador queme surte de pescado… ¿Os gusta elpescado, señor?—preguntó amanera de paréntesis Biscarrós, volviendo denuevoasuideadehacercenarelextranjeroensucasa.

—Esunmedianoplato—respondióelviajero—;sinembargo,cuandoestásazonadoconvenientemente,nolehagoasco.

—¡Ah!Señor;yosiempretengounpescadoexcelente.

—Osdoy la enhorabuena,MaeseBiscarrós; perovolvamos a loquenostrae.

—Tenéis razón; pues bien, a esta hora ya habrá concluido su jornada, yprobablementeestarácomiendo.

—Desde aquí podéis ver su barca amarrada a unos sauces; mirad, alláabajo,juntoaaquelolmo.Sucasaestádetrásdeesamimbrera;estoyseguroqueleencontraréisalamesa.

—Gracias,MaeseBiscarrós—dijoelextranjero—;yhaciendoseñasasuscompañerosparaquelesiguieran,guiorápidamentehacialosárboles,yllamóenlacabañadesignada.Lamujerdelpescadorabriólapuerta.

ComohabíadichoMaeseBiscarrós,elpescadorestabacomiendo.

—Toma tus remos—dijoelcaballero—,ysígueme;se tratadeganarunescudo.

El pescador se levantó con una precipitación que atestiguaba la pocaliberalidadqueusabaensusnegociacioneselhostelerodel«BecerrodeOro».

—¿EstalvezparabajaraVayres?—preguntó.

—Es únicamente para conducirme al medio del río, y permanecer allídurantealgunosminutos.

El pescador abrió cada ojo como un plato al escuchar el capricho delextranjero; y como se trataba de ganar un escudo, y además había visto aveintepasosdelcaballeroquehabía llamadoasupuerta,destacarseelperfilde sus compañeros,nopuso lamenordificultad,pensandocon razónqueelmenor indiciodefaltadevoluntad, traeríaconsigoelempleode la fuerza;yqueentalcasoperderíalarecompensaofrecida.

Así, pues, se apresuró a decir al extranjero que él, su barca y sus remos

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estabanasusórdenes.

Encaminóselapequeñatropahaciaelrío;ymientrasqueelextranjerosedirigióhasta laorilladelagua, la tropasedetuvoen loaltode lapendiente,colocándose,sindudapor temordeunasorpresa,demodoquepudiesenveren todasdirecciones.Desdeelpuntoestablecidopodíana lavezdominar lallanura que se extendía a sus espaldas, y proteger a la embarcación que sebalanceabaasuspies.

El extranjero, que era un joven alto, rubio, pálido y nervioso, aunqueenjuto, y de una fisonomía perspicaz, si bien rodeaba sus ojos azules uncírculoceniciento,yvagabasobresuslabiosunaexpresióndecinismovulgar;elextranjero,decimos,revisósuspistolasconcuidado,colgóseelmosquetónalobandolero,requirióunlargoespadón,yfijósusatentasmiradasenlariberaopuesta;vastapraderaporloquecruzabaunsenderoquepartiendodelribazodelrío,terminabaenlínearectaenlavilladeIson,cuyoparduscocampanarioyblanquecinashumaredas,sepercibíansobrelosdoradoscelajesdelatarde.

Por el otro lado, a la derecha, y casi a la distancia de medio cuarto delegua,seelevabaelfuertecillodeVayres.

—¡Vamos! —dijo el extranjero que empezaba a impacientarse,dirigiéndosealoscentinelas—;¿viene,ono?…

—¿Leveisporfinasomaraderechaoizquierda,pordelanteopordetrás?…

—Meparece—dijounodeaquelloshombres—distinguirungrupoporelcamino de Ison; pero no estoy bien seguro, porque el sol me deslumbra.Mirad,sí,esoes,uno,dos,tres,cuatro,cincohombres,precedidosporunoquellevaunsombrerogaloneadoyunacapaazul.Es sindudaelmensajeroqueesperamos,quesehabráhechoescoltarparamayorseguridad.

—Estáensuderecho—respondióflemáticamenteelextranjero—.Venidatenermicaballo,Ferguzón.

Elpersonajeaquienhabíasidodirigidaestaordenentonomedioamistoso,medio imperativo, se apresuró a obedecer, y bajó la colina; durante esteintervalo el extranjero echó pie a tierra, y almomento que el otro llegó, lepusolabridasobreelbrazoysedispusoparapasaralbote.

—Escuchad—dijo Ferguzón poniéndole la mano sobre el brazo—; ¡noconvienen valentías inútiles, Cauviñac! Si veis el menor movimientosospechosoporpartedevuestrohombre,empezadporalojarleunabalaenlacabeza.

—Yaveiscómosehaceacompañardebuenatropaelastutocompadre.

—Sí,peroesmenosfuertequelanuestra.Lesaventajamosenvaloryen

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número,ynotenemosporquétemer.

—¡Ah!¡Ah!Yaasomanallísuscabezas.

—¡Ah! ¡Diablos! ¿Y cómo se las van a arreglar?—dijoFerguzón—;nopodránencontrarunbatel.¡Oh!Sítal;ved,allíapareceunocomoporencanto.

—Eseldemiprimo,barquerodeIson,vanaarreglar—dijoelpescador,aquienparecíaleinteresabandemasiadoaquellospreparativos,ytemblabaalaideadesiiríaasuscitarseuncombatenavalabordodesuchalupayladesuprimo.

—Bueno,mirad, ya se embarca el de la capa azul—dijo Ferguzón—, ysolo,afemía,conformeconlasestrictascondicionesdeltratado.

—Noleharemosesperar—dijoelextranjero—,ysaltandoenelbatelasuvez,indicóalpescadorquetomasesupuesto.

—Muchocuidado,Rolando—repitióFerguzón,volviendoasusprudentesrecomendaciones—.Elríoesancho,novayáisaaproximarosdemasiadoalaribera opuesta, que os saluden con una descarga de mosquetería, sin quepodamoscontestarles;conteneossiesposiblealapartedeacádelalíneadedemarcación.

Aquél a quien Ferguzón había llamado unas veces Rolando y otrasCauviñac,yqueigualmenterespondíaaunoyotronombre,sindudaporqueeluno sería de pila, y el otro apellidode familia o nombrede guerra, hizo unmovimientodecabeza,diciendo:

—Nadatemas,yaestátodoprevisto,podráncometeralgunasimprudenciaslosquenadatienenqueperder,peroelnegocioesdemasiadointeresanteparaque yo me exponga tontamente a perder el fruto; si se comete algunaimprudencia,noseráporpartemía,alremo,batelero.

Elpescadorsoltósuamarra,hundiósulargobotadorentrelashierbas,ylabarcaempezóaalejarsede laorilla almismo tiempoquepartíade la riberaopuestalachalupadelpescadordeIson.Habíaenmediodelaguaunapequeñaestacada compuestade tres troncos, y sobre ellaun trapoblanco, que servíaparaindicaralosbuqueslargosdetransportequebajabanporelDordoña,laexistenciadeunbancoderocasdepeligrosoacceso.Alasimplevistapodíapercibirseenelreflejodelasaguas,laspuntasnegrasylisasdelasrocas,quesehallabanacortadistanciadelasuperficiedelrío;peroenaquelmomentoenqueelDordoñaestaballeno,sóloindicabalapresenciadelescolloelpequeñotrapoyelleveherviderodelasaguas.

Sin duda los dos remeros comprendieron que aquel punto era el más apropósitoparalaconjuncióndelosdosparlamentarios;yambosdirigieronlosesquifesaaquelpunto.ElprimeroqueabordófueelbarquerodeIson,elcual,

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porordendesupasajero,atósubatelaunadelasargollasdelaestacada.

En este momento, el pescador que había salido de la ribera opuesta, sevolvió hacia su viajero para recibir sus órdenes, y quedó en extremosorprendidodenohallarensubarcaotracosaqueunhombreenmascaradoyenvueltoenunacapa.

Elmiedoquenuncalefaltaba,seredoblóentonces,ysólobalbuceando,seatrevióapedirsusórdenesaaquelextrañopersonaje.

—Amarraelboteaeseleño;lomáscercaquepuedasdelabarcadelseñor—dijoCauviñacextendiendolamanohaciaunodelostroncos.

Y la mano con que indicaba pasó del tronco designado, al hidalgoconducidoporelbarquerodeIson.

Obedecióelpescador,y lasdosbarcasarrastradaspor lacorrienteborde,dieron lugar a que los dos plenipotenciarios entrasen en la conferenciasiguiente.

II

Lacartaylafirmaenblanco

—¡Cómo, os habéis enmascarado caballero! —dijo con una sorpresamezclada de indignación el recién venido—, éste era un hombre grueso, deunos cincuenta y ocho años, demirada fija y severa como la de un ave depresa,bigotesyperagrises;yquesibiennosehabíapuestomáscara,habíapor lomenosocultado loposible suscabellosysusemblantebajounanchosombrero galoneado, y su cuerpo y vestidos bajo una capa azul de largospliegues.

Cauviñac,alobservarmásdecercaelpersonajequeacababadedirigirlelapalabra, no pudo a pesar suyo dejar de manifestar su sorpresa con unmovimientoinvoluntario.

—¿Quétenéiscaballero?—preguntóelhidalgo.

—Nada,señor;queestuveapiquedeperderelequilibrio.Pero,simalnorecuerdo, creo que me hacíais el honor de dirigirme la palabra; ¿qué medecíais,pues?

—Ospregunté,¿porquéestabaisenmascarado?

—Atanfrancapregunta—repusoeljoven—voyaresponderosconigualfranqueza,meheenmascaradoparaquenomeveáiselrostro.

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—¿Leconozco,pues?

—Creoqueno;perohabiéndomevistounavez,podríaisreconocermemástarde;locual,almenosenmiopinión,esunacosaenteramenteinútil.

—¡Soisbastantefranco!

—Sí,cuandomifranquezanomeperjudica.

—¿Yseextiendeesafranquezahastarevelarlossecretosajenos?

—Sícuandoesarevelaciónpuedereportarmeutilidad.

—Esmuysingularelestadoenqueosencontráis.

—¡Diablos!Sehaceloquesepuede,amigo.Yohesidoconsecutivamenteabogado,médicosoldadoypartidario;yaveissimefaltaráprofesiónenqueocuparme.

—¿Yquésoisahora?

—Soyvuestroservidor—dijoel joven inclinándoseconafectadorespeto—.¿Tenéislacartaencuestión?

—¿Tenéislafirmaenblancopedida?

—Vedlaaquí.

—¿Queréisquecambiemos?

—Esperad un poco, caballero, me agrada vuestra conversación, y noquisieraperdertanprontoelplacerquemecausa.

—Siendo así, caballero… la conversación y la persona están a vuestradisposición,hablemos,pues,siestopuedeserosagradable.

—¿Queréisqueyopaseavuestrobote,opreferíspasaralmío,afindequeenelbatelquequedelibreesténlosdosremeroslejosdenosotros?

—Esinútil,caballero.¿Voshabláissindudaunalenguaextranjera?

—Sí,elespañol.

—Yotambién;yasípodemoshablarconespañol,siosconviene.

—¡A lasmilmaravillas! ¿Qué razónhabéis tenido—continuóelhidalgoadoptando desde luego el idioma convenido—, para revelar al duque deEpernónlainfidelidaddelaseñoraquenosocupa?

—Lehequeridoprestarunservicioatandignoseñor,yhacermeacreedorasuperdón.

—¿EsdecirquequeréismalalaseñoradeLartigues?

—¿Yo?, todo lo contrario; le debo algunas obligaciones, lo confieso

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francamente,ysentiríaenextremoquelesucediesealgúnmal.

—¿EntoncestenéisporenemigoalseñorbaróndeCanolles?

—Nunca lo he visto, y tan sólo le conozco por su fama; y ésta, debodecirlo,noesotraqueladeuncaballerogalante,yunhidalgobizarro.

—¿Segúnesonoeselodioelqueoshaceobrarasí?

—¡Rayos! Si yo aborreciese al señor barón de Canolles, le propondríaromperse la cabeza, o darse de estocadas conmigo, y es un caballero muyatento,paraquerehusaseunpartidodeesanaturaleza.

—¿Es decir que me tengo que sujetar únicamente a lo que me habéisdicho?

—Meparecequeeslomejorquepodéishacer.

—¡Estábien!¿Vostenéis lacartaquepruebala infidelidaddelaseñoritadeLartigues?

—Vedlaaquí;eslasegundavezqueoslaenseño.

Elviejohidalgo lanzóde lejosunamirada llenade tristeza sobre el finopapel,atravésdelcualsedistinguíanloscaracteres.Eljovendesplególacartalentamente,ydijo:

—Reconocéisbienlaletra,¿noescierto?

—Sí.

—Puesdadmelafirmaenblanco,yosentregarélacarta.

—Asíloharé,maspermitidmequeoshagaunapregunta.

—Hablad,caballero.

Yentretantoeljovenvolvióadoblarconcalmalacarta,ylaguardóenelbolsillo.

—¿Cómohabéisadquiridoesebillete?

—Oslodiréconmuchogusto.

—Yaosescucho.

—Vos no ignoráis que el Gobierno, un tanto dilapidador del duque deEpernón,lehasuscitadograndesturbulenciasenGuiena.

Bien,adelante.

—Tampoco ignoráis que el Gobierno, honrosamente avaro del señor deMazarino,lehasuscitadograndesinconvenientesenlacapital.

—¿Yqué tenemosqueverahoraconelseñordeMazarinoyelseñorde

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Epernón?

—Escuchad,deestosdosgobiernosopuestos,hanacidounestadodecosasmuyparecidoaunaguerrageneral, en laquecadacual tomaunpartido.ElseñordeMazarinoestáhaciendoenestemomentolaguerraporlareina;voslahacéis por el rey, el señor coadjutor, por el señor de Beaufort, el señor deBeaufort, la hace por la señora deMontbazón, el señor deLarochefoucault,porlaseñoradeLongueville,elseñorduquedeOrléans,porlaseñoritaSoyón,elparlamento,porelpueblo,yporúltimo,hasidoreducidoaprisiónelseñordeCondé,quelahacíaporlaFrancia.Perocomoyonopodríaganargrancosahaciendolaguerraporlareina,porelrey,porelseñorcoadjutor,porelseñordeBeaufort,porlaseñoradeMontbazón,porlaseñoradeLongueville,porlaseñoritaSoyón,porelpuebloopor laFrancia,mehaocurridola ideadenoadoptar ningún partido, pero sí de seguir a aquél por el cual me sientomomentáneamente arrastrado. Aquí, amigo, todo es un puro cálculo deconveniencia,¿quéosparecelaidea?

—Ingeniosa.

—Ensuconsecuenciahelevantadounejército.VedleallíacampadosobrelariberadelDordoña.

—Cincohombres,¡miserables!

—Esoesloquevosnotenéis,yhacéismuymalendesperdiciarlo.

—¡Tanmalvestidos!—continuóelviejohidalgo,queestandodemuymalhumor,sehallabadispuestoadespreciarlotodo.

—Es cierto —repuso su interlocutor— que se parecen mucho a loscompañeros de Falstaff. Debéis saber que Falstaff es un hidalgo inglésconocido mío; pero esta noche han de quedar vestidos de nuevo, y si lesvolvéisaencontrarmañana,yaveréisquesonmuyguaposchicos.

—Volvamosavos;vuestragentenomeinteresa.

—Está bien; haciendo la guerra por mi cuenta, nos encontramos con elrecaudadordeldistrito,que ibadepuebloenpueblo,engrosando labolsadeSuMajestad;ycomosolamentelequedabaunacuotaquerecoger,lehicimosescolta fiel, yo lo confieso, al mirar aquellas alforjas tan henchidas, tuvedeseosdehacermepartidariodelrey.

—Peroeldiablotodolorevuelve,estábamosdemalhumorcontraelseñordeMazarino, y las quejas que por todas partes oíamos del señor duque deEpernón,nos lopusieronpeor,ynosdieronenquepensar.Habíamoscreídoqueseencontrabamuchoybuenoenlacausadelospríncipes,yafemíalaabrazamosconardor,el recaudador terminabasucomisión,enaquellacasitaaisladaqueveisalláabajocasiescondidaentrelosálamosysicomoros.

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—¡LadeNanón!—dijoelhidalgo—,sí,yaloveo.

—Nosotros leacechábamosa la salida,y le seguimoscomo lohabíamoshechoporespaciodecincohoras,pasandoconelDordoña,unpocomásabajodeSanMiguel;ycuandoestuvimosenmediodelrío, lehiceyopartícipedenuestraconversiónpolítica,invitándole,contodalafinuraydelicadezadequesomos capaces, a que nos entregase el dinero de que era portador. ¿Puescreeréis, caballero, que lo rehusó? Mis compañeros entonces trataron deregistrarle; mas como él gritaba de tal modo que causaba escándalo, milugarteniente, que esmocitodegrandes recursos, aquélque seve allá abajocon capa roja teniendo mi caballo de la brida, reflexionó que el agua,interceptando las corrientes del aire, podía interrumpir por este motivo lacontinuación del sonido, éste es un axioma de física, que como médicocomprendíalmomento,ynopudemenosdeaplaudir.Elquehabíaemitidolaproposición hizo encorvar hacía el río la cabeza del rebelde,manteniéndoleuna tercia debajo del agua, nadamás, en efecto, el recaudador no volvió agritar, o mejor dicho, no se le oyó más; de este modo pudimos apresar anombrede lospríncipes todoeldineroque llevaba,y la correspondenciadequeestabaencargado.Entreguéeldineroamissoldados,quecomoacabáisdeobservarmuyjuiciosamente,necesitabanequiparsedenuevo,yheconservadolos papeles, entre los que se encontraba éste; pues según se vio, el talrecaudadorservíademercuriogalantealaseñoritadeLartigues.

—Enefecto—dijoelviejohidalgo—,éseerasinomeengañohechuradeNanón,¿yquéhasidodeesemiserable?

—¡Ah! Vais a ver si hicimos bien cuando echamos en remojo a esemiserable como vos le llamáis, a no ser por esto, hubiera levantado toda latierra;figuraosquenohacíauncuartodehoraquelehabíamossacadodelrío,cuandoyasehabíamuertoderabia.

—Ylevolvisteisasumergirenelrío,¿noesasí?

—Ciertamente.

—Ahorabien,habiendosidoahogadoelmensajero…

—Yonohedichoquehayasidoahogado.

—Noentremosendisputadepalabras,elmensajerohasidomuerto.

—¡Oh!Encuantoaeso,sí,noquedalamenorduda.

—El señor de Canolles no habrá sido avisado, y por consiguiente noacudiráalacita.

—¡Oh! Poco a poco, yo hago la guerra a las potencias, y no a losparticulares.ElseñordeCanollesharecibidounacopiadelacartaenquesedaba la cita; pues creyendo de algún valor el manuscrito autógrafo, le he

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guardado.

—¿Yquépensarácuandonoreconozcalaletra?

—Quelapersonaquedeseaverle,haempleadoparamayorprecauciónelauxiliodeunamanoextraña.

El extranjeromiró a Cauviñac con demasiada admiración producida portantadesvergüenzamezcladaatantapresenciadeánimo.

Yqueriendoversihabríamediodeintimidaratanosadojugador,ledijo:

—¿Pero alguna que otra vez no habéis pensado en el Gobierno, en laspesquisas?…

—Laspesquisas—respondióeljovenriendo—,sí,sí,elseñordeEpernóntieneotrascosasqueleinteresandemasiado,paraqueseocupeenpesquisas;además,creohaberosdichoquecuantohehechohasidotansólopormerecersuindulto,ymeparecequeseríademasiadoingratosinomeloacordase.

—Noloentiendodeltodo…—dijoelviejohidalgoconironía—.¡Habéisabrazadoespontáneamenteelpartidode lospríncipes,yosocurre laextrañaideadequererprestarserviciosalseñordeEpernón!

—Pues es la cosamás sencilla delmundo; la inspección de los papelescogidosal recaudadormehaconvencidode lapurezade las intencionesdelrey,SuMajestadquedaenteramentejustificadoamisojos,yelseñorduquedeEpernóntienemilvecesrazónencontradesusadministrados.Éstaes,pues,labuenacausa,ydeaquíenadelantesoypartidariodelabuenacausa.

—Heaquíun ladrónaquienharécolgar, si algunavez le cojoentredosuñas—murmuróelviejohidalgo tirándosealmismo tiempode loserizadospelosdesubigote.

—¿Decíaisalgo?—dijoCauviñac,guiñandosusojosdebajodelamáscaraquelecubríaelrostro.

—No, nada. Ahora, sí una pregunta. ¿Qué pensáis hacer de la firma enblancoqueexigís?

—Llévemeeldiablosihepensadoparaquépodráservirme,yohepedidounafirmaenblanco,sóloporserlacosamáscómoda,lamásportátil,lamáselástica;yesprobablequelaguardeparaunacircunstanciaextrema,yesmuyposible que lamalgaste en el primer capricho queme pase por lasmentes,acasooslapresenteyomismoantesdefinalizarlasemana,otalveznovuelvaavuestropodersinodentrodetresocuatromesesconunadocenadeendosos,comosifueseunaletradecambio;peroentodoscasos,estadsegurodequenoabusaré de ella para hacer cosas de que ni vos ni yo tengamos queavergonzarnos.¡Oh!Esono,hidalgossobretodo.

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—¿Soishidalgo?

—Sí,señor;ydelosmejores.

—En tal caso te haré enrolar —murmuró el desconocido, para eso teservirálafirmaenblanco.

—¿Estáisdecididoadarmeesafirma?—dijoCauviñac.

—¿Tehacemuchafalta?—contestóelviejohidalgo.

—Entendamos, yo no os obligo. Es un cambio que os propongobuenamente;sinoosacomoda,guardadvuestropapel,queyoguardaréelmío.

—Lacarta.

—Lafirma.

Tendiéndole el joven una mano con la carta, mientras que con la otramontabaunapistola.

—Dejadquietavuestrapistola—dijoelextranjeroapartandoaunladoyaotro su capa—; porque yo también tengo pistolas y de todas armas. Nada,juegolimpiodeunayotraparte,aquítenéisvuestrafirmaenblanco.

—Aquítenéisvuestracarta.

Entoncessehizoelcambiodelospapelesconlegalidad;ycadaunadelaspartesexaminóensilencioyatentamenteloqueacababanderecibir.

—¿Quécaminotomáisahora,caballero?—dijoCauviñac.

—Esmenesterqueyopasealariberaderechadelrío.

—Yyoalaizquierda—respondióeljoven.

—¿Cómonoscompondremos?Migenteestáenelladoadondevais,ylavuestraseencuentraendondevoyyo.

—Sí, nadamás fácil, vosme enviáismi gente en vuestro bote, y yo osmandarélavuestraenelmío.

—Soisdeunarápidainventiva.

—¡Oh!Sí;yohenacidoparageneraldelaarmada.

—Ylosois.

—Esverdad—dijoeljoven—,semehabíaolvidado.

El extranjero hizo una señal al barquero para que desatase la barca y lacondujeraalariberaopuestadedondehabíapartido,yenladireccióndeunbosquecilloqueseprolongabainmediatoalcamino.

El joven,quetalvezrecelabaalgunatraición,se incorporóentoncespara

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seguirle con la vista, permaneciendo siempre con lamano apoyada sobre laculatadesupistola,dispuestoahacerfuegoalmenormovimientosospechosoquenotaseenelextranjero,peroésteniaunsiquierasedignófijarlaatenciónenladesconfianzadequeeraobjeto,yvolviendolaespaldaaljovenconunaindiferencia verdadera o afectada, comenzó a leer la carta, en cuya lecturaparecióquedarmuyluegoenteramenteabsorto.

—Acordaosbiendelahora—dijoCauviñac—;esestanochealasocho.

Elextranjeronorespondió,nimenosdiomuestradehaberleoído.

—¡Ah!—dijo Cauviñac en voz baja hablando consigomismo,mientrasmanoseabalaculatadesupistola—;¡cuandopienso,quesiyoquisiera,podríadarunsucesoralgobernadordelaGuiena,ycortarlaguerracivil!

—PerounavezmuertoelduquedeEpernón,¿dequémeservirásufirma?,y concluida la Guerra Civil, ¿de qué habría yo de vivir? ¡A la verdad, haymomentosenquecreovolvermeloco!¡VivaelduquedeEpernónylaguerracivil!Vamos, remero, a tus remos, y a ganar la ribera opuesta, no convienehacerleesperarsuescoltaaesedignoseñor.

Un momento después, Cauviñac abordaba a la ribera izquierda delDordoña, justamente en el momento en que el viejo hidalgo le remitía aFerguzónysuscincobandidosenelbotedelbanquerodeIson;ynoqueriendoqueleaventajaseenexactitud,renovóasubatelerolaordendeacomodarensu barca y conducir a la ribera derecha a los cuatro hombres de incógnito.Cruzáronse las dos tropas en medio del río, saludándose políticamente, yarribando poco después cada una al punto en que se les esperaba, internóseentonceselviejohidalgoconsuescoltaenunodelossotosqueseextendíandesde las orillas del río hasta la carretera, y Cauviñac por el camino queconducíaaIson.

III

Laemboscada

Había pasado media hora de la escena que acabamos de referir cuandovolvió a abrirse con precaución la ventana que tan bruscamente había sidocerrada en el parador deMaese Biscarrós; y después de haber mirado conatenciónaderechaeizquierda,seapoyósobreelantepechodeellaunjovendediezyseisadiezyochoaños,vestidodenegro,conpuñosplegadossegúnla moda de aquel tiempo; una camisa de fina batista bordada salíaorgullosamentedesujustillo,ycaíaondulandosobresuscalzonesgaloneadosdecintas,sumanopequeña,elegantey torneada,verdaderamanodeestirpe,

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frotaba con inquietud unos guantes de gamo bordados en sus costuras, unsombrerodecolorgrisdeperla,cimbradoasuextremidadbajoeldoblezdeunamagnífica pluma azul, sombreaba sus cabellos largos y tornasolados dereflejos dorados, que adornaban perfectamente un rostro ovalado, de tezblanca, labios rosados y negras pestañas. Pero es preciso decirlo, todo estegracioso conjunto que debía hacer del joven uno de los más preciososcaballeros,estabaenaquelmomentoveladobajountintesombrío,conciertoairedemalhumor,quesindudaprocedíadeunainútilespera;porqueeljovenfijabaincesantementesuávidamiradaenelcamino,confundidoyaalolejosenlabrumadelatarde.

Golpeabaconimpacienciasumanoizquierdaconlosguantes;acuyoruidoel hostelero, que acababa de desplumar sus perdices, levantó la cabeza, yquitándosesugorroledijo:

—¿A qué hora cenaréis, mi señor hidalgo?, porque sólo esperamosvuestrasórdenesparaserviros.

—Yasabéis—lecontestóaquél—queyonocenosolo,yqueesperoauncamarada;cuandoleveáisllegar,podéisdisponerdesdeluegonuestracomida.

—No lo digo, caballero —contestó Maese Biscarrós—, por censurar avuestro amigo, él es dueño de venir o de no venir; pero es muy malacostumbreéstadehacerseesperar.

—Noloacostumbraporcierto;yporesosutardanzameadmira.

—Puesamínosólomeadmira,señor,sinoquemeaflige,elasadosevaaquemar.

—Quitadledelasador.

—Entoncesvaaestarfrío.

—Ponedotroalfuego.

—Noestarácocidoatiempo.

—Siendoasí,amigo,hacedloquequeráis—dijoeljoven—,nopudiendomenos de sonreírse, a pesar de su mal humor, al ver la desesperación delfondista.

—Osabandonoavuestrasupremasabiduría.

—Nohaysabiduría,comonosealadeSalomón—respondióaquél—quebaste a hacer bueno un manjar recalentado. Dicho este axioma, que veinteañosdespuésdebíaponerenversoBoileauentróMaeseBiscarrósensufondamoviendotristementelacabeza.

Entonces el joven, como para entretener su impaciencia hizo sonar sus

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botassobreelsuelodelahabitación,volviendopocodespuésvivamentealaventana,alruidolejanodelospasosdeuncaballoquecreyóhaberoído.

—GraciasaDios—exclamóporúltimo—,yaestáahí.

En efecto, a la otra parte del bosquecillo enque cantaba el ruiseñor, y acuyos melodiosos acentos no había el joven prestado atención alguna, porcausa sin duda de su preocupación, vio aparecer a un caballero; pero congrandeadmiración,esperóenvanoquedesembocaseenelcamino,el reciénvenido tomó a la derecha, y penetró en el bosquecillo, donde no tardó enperdersedevistasusombrero;pruebaciertadequeelcaballerohabíaechadopieatierra.Unmomentodespuéselobservadorpercibióatravésdelasramas,apartadas,conprecauciónaunoyotro lado,unacasacagrisyeldestellodeunodelosúltimosrayosdelsolponiente,quereflejabasobreelcañóndeunmosquete.

Quedóse el joven pensativo en la ventana, porque efectivamente elcaballeroqueseocultabaenelbosquecillo,noeraelcompañeroqueesperaba;y a la expresión de impaciencia que crispaba su elástico semblante sucedióciertaexpresióndecuriosidad.

No tardó mucho en aparecer otro sombrero en el recodo del camino, yentonceseljovenseocultódemaneraquenopudieseservisto.

Reprodújoselamismaescenaanterior,elnuevopersonajequeacababadellegar y traía también casaca gris y mosquetón, dirigió acto continuo alprimero algunas palabras, que a nuestro observador no le fue posiblecomprenderacausadeladistancia;yaconsecuenciadelasinstruccionesquesin duda le dio su compañero, internóse en el soto paralelo al bosquecillo,bajósedelcaballo,yagazapándosetrasdeunapiedra,esperó.

Desde el puesto elevado en que se hallaba el joven, veía asomar elsombrerodetrásdelapiedra,yalladodelsombrerobrillarunpuntoluminoso,estereflejoprocedíadelaextremidaddelcañóndelmosquete.

Unsentimientodevagoterrorcruzóporlaimaginacióndeljovenhidalgo,queobservaestaescenaocultándosecadavezmás.

—¡Ay!¿Siseráamíyalosmilluisesquellevoconmigoloquebuscan?Perono,porquesuponiendoqueRichón llegue,yqueyopuedaponermeencaminoestamismanoche,voyaLiburniaynoaSanAndrésdeCubzac;porconsiguiente no tengo que pasar por el sitio en que se han emboscado esosmalvados. Si al menos estuviese aquí todavía mi viejo Pompeyo, leconsultaría…

—Pero,sinomeengaño,aquéllossonotrosdoshombresmás,yvienenareunirse con los primeros. ¡Hola!Esto tiene todas las trazas de una reunión

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sospechosa.

Ydiciendoestoeljovendiounpasoatrás.

Efectivamente, en aquel momento otros dos caballeros aparecían en elmismopuntoculminantedel camino;peroestavez sólounodeellos,vestíacasacagris.Elotroibamontadosobreunpoderosocaballonegro,yembozadoenunamagníficacapa;llevabaunfieltrogaloneadoyadornadodeunaplumablanca; bajo la capa, que el viento de la tarde levantaba, se dejaba ver unriquísimo bordado que brillaba serpenteando sobre una ropilla de color denácar.

Hubiérase dicho que el día prolongaba su duración para alumbrar estaescena, porque los últimos rayos de sol, desprendiéndose de uno de esosgruposdenubesnegrasqueseextiendenavecesdeunamaneratanpintorescaen el horizonte, encendieron súbitamente los destellos de mil rubíes en losvidriosdeunalindísimacasasituadaaunoscienpasosdelrío,yqueeljovennohubierapercibidosinestacircunstancia,porestarescondidaentrelasramasde un espeso arbolado. Este aumento de luz permitía observar desde luego,que lasmiradas de los espías se dirigían alternativamente, de la entrada delpueblo,alacasitadelosbrillantescristales;notándoseasimismoquelosdelascasacasgrisesparecíantenerelmayorrespetoaldelaplumablanca,aquiennohablaban sinoconel sombreroen lamano,observándoseporúltimoquehabiéndoseabiertounadelasventanasiluminadas,salióalbalcónunamujer,seinclinóuninstantehaciafuera,cualsiesperaseaalguno,yvolvióaentrarenseguidatemiendosindudaaservistadesdeelcampo.

Almismotiempoqueaquéllaseocultaba,seibaperdiendoelsoldetrásdelamontaña,y amedidaquebajaba,parecía sumergirseen la sombraelpisobajodelacasa;laluz,abandonandopocoapocolasventanas,seremontabaalos techosdepizarra, y desaparecía, en fin, despuésdehaberse solazadounmomentoenunmanojitodeflechasdeoroqueservíadeveleta.

Cualquiera inteligencia mediana habría encontrado allí un considerablenúmerodeindicios;ysisobreestosindiciosnopodíanestablecersecertezas,podía,deducirsealomenosprobabilidades.

Era,pues,probablequeaquelloshombresespiasenlacasitaaislada,sobrecuyobalcónhabíaaparecidoporuninstanteunamujer.

Asimismoeraprobablequeaquellamujeryaquelloshombresesperasenaunamismapersona, aunqueconmuydiversas intenciones;yademás,que lapersona esperada debiese venir por la aldea, y por consiguiente pasar pordelantedelparador,situadoentrelaaldeayelbosquecillo,comoésteloestabaalamitaddelcaminodelparadoralacasa.Yporúltimo,queelcaballerodelaplumablancafueseel jefedeloscaballerosdecasacagris,yqueajuzgar

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porelardorquedesplegabaempinándosesobresusestribosparavermásalolejos,estejefeestabaceloso,yacechabasindudaporsupropiointerés.

En el mismo momento en que el joven acababa de hacer esta serie deraciociniosmutuamente encadenados, se abrió la puerta de su habitación, yentróenellaMaeseBiscarrós.

—Miqueridohuésped—dijoeljoven,sindarlugaralquetanapropósitollegabaaexponerleelmotivodesuvisita;motivoquedesdeluegoadivinó—,venid acá, y si mi pregunta no es indiscreta, explícame a quién perteneceaquella casita que se ve allá abajo como un punto blanco enmedio de losálamosydelossicomoros.

Elhuéspedsiguióconlosojosladireccióndeldedoindicador;rascándoselafrente,dijoconunasonrisaquetratabadehacerpicaresca:

—Lo ignoro a femía;porque tanprontopertenece aunocomoaotro…Vuestrapuedeser,siesquetenéisalgúnmotivoparabuscarlasoledad;biensea que deseéis ocultaros, o ya sea solamente que queráis ocultar allí acualquierotro.

Eljovensesonrojó.

—¿Peroquiénhabitahoyesacasa?

—Unaseñorajoven,quesehacepasarporviuda,yaquienvieneavisitarlasombradesuprimero,ytalvezladesusegundomarido.Sólohayunacosaen esto de particular, y es que las dos sombras probablemente se entiendenentresí,puestoquejamáslleganaencontrarse.

—¿Yhacemucho tiempo—preguntóel joven sonriendo—quehabita lahermosaviudaesacasaaislada,tanapropósitopararecibirapariciones?

—Harádosmeses,concortadiferencia;ysiempreestáretirada,quecreono habrá persona que pueda jactarse de haberla visto durante este tiempo,porquesalerarísimavez,ycuandolohace,essólocubiertaconunvelo.Unacamarera,muylindaenverdad,vienetodaslasmañanasaencargaramifondalacomidaparatodoeldía,selallevan,ellarecibelosplatosenelvestíbulo,pagagenerosamente,yactocontinuodaconlapuertaenlasnaricesalcriadoqueleenvío.Estanochetienenfestín,yprecisamenteparaellaesparaquienyopreparolascodornicesyperdicesquemehabéisvistodesplumar.

—¿Yaquiénledadecenar?

—Sindudaaunadelasdossombrasdequeoshehablado.

—¿Habéisllegadoaveralgunavezaesasdossombras?

—Sí,sólopasar,denoche,despuésdepuestoelsol,odemañana,antesdealumbrarlaaurora.

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—Nomequeda lamenordudadeque loshabréismiradocondetención,miqueridoBiscarrós, pues se conoce con sóloquepronunciéis unapalabra,quesoisunbuenobservador.Veamos,¿quéhabéisnotadodeparticularenelairedeesasdossombras?

—Launavieneaserunhombredesesentaasesentaycincoaños,yéstamepareceserladelprimermarido,porquevieneconlaseguridadquedaaunhombrelaautoridaddesusderechos,laotraesladeunjovendeveintiséisaveintiocho años; y ésta, debo decirlo, esmás tímida, y tiene eternamente elairedeunalmaenpena.Asíesqueyojuraríaqueesladelsegundomarido.

—¿Yaquéhorahabéisrecibidoordendeservirlacena?

—Alasocho.

—Puesyasonlassieteymedia—dijoeljovensacandodesubolsillounmagnifico reloj—, que antes había ya consultado varias veces; no tenéistiempoqueperder.

—Estad tranquilopor esaparte, quenocaerá en falta la cena;he subidosolamenteparahablarosdelavuestra,puestengopensado,siesquelolleváisa bien, retardarla algún tanto; y ahora lo que conviene es que vuestrocompañero,unavezquesetarda,novengahastadespuésdeunahora,yasíyalaencontrarácorriente.

—Pues bien,mi querido huésped—dijo el caballerito con el aire de unhombreparaquienelgraveasuntodeunacomidaservidaatiemponoessinouna cosa secundaria—; no toméis cuidado por nuestra cena, aún cuando lapersona que espero llegase, porque tenemos que hablar. Si la cena no estádispuesta,hablaremosantesdeella,ysi loestá,porelcontrario,hablaremosdespués.

—En verdad, señor —dijo el huésped—, que sois un hidalgo muycomplaciente; y una vez que estáis dispuesto a descansar enmi buen celo,permanecedtranquilo,quenoquedaréisdescontento.

Dichas estas palabras, Maese Biscarrós hizo al salir una profundareverencia,alaqueeljovencontestóconunaligerainclinación.

—Ahora—dijoel jovenparasí—,ocupandodenuevoconcuriosidadsupuestocercadelaventana,yalocomprendotodo.LadamaestaráesperandoaalgunoquedebevenirdeLiburnia,yloshombresdelbosquecilloseproponenasaltarleantesdequetengatiempodellamaralapuertadelacasa.

Almismotiempoqueasíreflexionaba,ycomoparajustificarlaprevisiónde nuestro sagaz observador, se dejó oír hacia su izquierda el ruido de lospasos de un caballo. Lamirada del joven, viva como el relámpago, sondeóinmediatamente la espesura del bosque para espiar la actitud de las gentes

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emboscadas.Aunquelanocheempezabayaaconfundir losobjetosbajounamediatintadeobscuridad,leparecióverqueunosseparabanlasramas,yqueotrosselevantabanparamirarporencimadelapeña;demostrandotener,tantoel movimiento de éstos como el de aquéllos, todas las apariencias de unaagresión.Almismotiempounruidosecoparecidoaldemontarunmosquete,vinoportresvecesaherirsuoídohaciéndoleestremecersucorazón.

Volvióse entonces hacia el lado de Liburnia con el objeto de ver a lapersonaamenazadaporaquelsonidodemuerte,yvioefectivamenteaparecersobreuncaballodeelegantesolturaymarchandoaltrote,unlindojovenconlacabeza levantada, el airedevendedor,yelbrazodobladodescansandosumanosobrelacadera,sucapacortaydoblederaso,descubriríagraciosamentesu espalda derecha. Desde lejos parecía esta figura llena de elegancia, demuellepoesíaysatisfechoorgullo,demáscerca,sedescubriríaunrostrodefinosrasgos,animadatez,miradafogosa,bocaentreabiertapor lacostumbredesonreír,negroydelicadobigote,ydientesmenudosalaparqueblancos.Eltriunfante remolino que con su vara de acerbo iba formando, producía unpequeñosilbido,semejantealqueacostumbrabanloselegantesdelaépoca,yqueelseñorGastóndeOrléanshabíahechodemoda,acababandehacerdelnuevopersonajeuncaballeroperfecto,segúnlasleyesvigentesdelbuentonoen lacortedeFrancia,queyaempezabaadarejemploa todas lasdemásdeEuropa.

Cincuentapasosdetrásdeélymontandoenuncaballo,cuyopasoseregíasegúnlamarchadelprimero,veníaunpresumidolacayollenodevanidad,queparecía tener entre los criados un rango no menos distinguido que su amoentreloscaballeros.

Elbelloadolescentequeestabaenlaventanadelparador,demasiadojovenaun,sinduda,parapresenciarfríamenteunaescenadelgénerodelaqueibaatenerlugar,temblabaconlaideadequelosdosincomparablesquetanllenosde indiferencia y seguridad se adelantaban, iban, según todas lasprobabilidades,aserpasadosporlasarmas,alcruzarporlaemboscadaquelesesperaba.

Pareciósuscitarseensuinteriorunrápidocombateentrelatimidezdesuedadyel amora suprójimo.Venció,porúltimo,el sentimientogeneroso;ycuando el caballero iba a pasar por delante del parador sin volver aún lacabeza, cediendo a un impulso repentino a una resolución irresistible, sedirigióaljoven,einterpelandoalbelloviajero,exclamó:

—Deteneos,caballero,silotenéisabien;puestengoquedecirosunacosaimportante.

A estas palabras, el caballero levantó la cabeza; y viendo al joven en laventana,detuvosucaballoconunmovimientotanrápido,quehubierahecho

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honoralmejorescudero.

—Nodetengáis vuestro caballo—continuó el joven—, sino al contrario,acercaos ami sin afectación y como sime conocieseis.Dudó el viajero uninstante;perocuandoobservóelairedelquehablaba,pareciéndolequeselashabíaconunnobledebuenporteysimpáticosemblante,sequitóelsombrero,yseadelantósonriendo.

—Estoyavuestrasórdenes,caballero—ledijo—;¿enquépuedoserviros?

—Acercaosmás,caballero—continuóeldelaventana—,porquenopuededecirsemuyaltoloquetengoqueanunciaros.Noestéisdescubierto,puesesnecesario hacer creer que nos conocemos demuy atrás, y que venís a estaposadaenbuscamía.

—Pero,señor—dijoelviajero—;nocomprendo…

—Bien pronto comprenderéis, un poco de paciencia, cubríos, ¡así!Aproximaos aun más cerca, más cerca, dadme la mano, perfectamente;¡cuántomealegrodeveros!Ahoranopaséisdeestaposada,odelocontrarioestáisperdido.

—¡Puesquéhay!Measustáisenverdad—dijoelviajerosonriéndose.

—¿Noesciertoqueosencamináisaaquellacasitaenqueseveunaluz?

Elcaballerohizounmovimientodesorpresa.

—Pues bien, en el camino que conduce a ella, allí, en el recodo de lasenda,entreaquelsombríomatorral,osestánesperandocuatrohombres.

—¡Ah!—exclamóelcaballeromirandocondemasiadaatenciónalpálidojovencillo—.¿Estáisverdaderamenteseguro?

—Leshevistollegarunosdespuésdeotros,bajardeloscaballos,ocultarselos unos detrás de los árboles y los otros detrás de las peñas. Y hace unmomento, cuando desembocasteis del lugar, les he sentido montar susmosquetes.

—¡Bravo!—dijoelcaballero,quecomenzabaasorprenderseasuvez.

—Estanciertocomooslodigo—continuóeljovendelsombrerogris—;ysihubieramásluz,acasopodríaisverlosyreconocerlos.

—¡Oh! —dijo el viajero—; no necesito reconocerlos para saberciertamentequiénessonesoshombres.Peroavos,¿quiénoshadichoqueyoibaaaquellacasa,yqueesamíaquienseestáacechando?

—Loheadivinado.

—¡SoisunEdipomuyhechicero,porcierto!¡Ah!¡Mequierenfusilar!…

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¿Ycuántossehanreunidoparaestalindaoperación?

—Cuatro,deloscualesunoparecesereljefe.

—Yeljefeesmásviejoquelosdemás,¿noesasí?

—Asíparece,segúnhepodidojuzgardesdeaquí.

—¿Corcovado?

—Redondodeespaldas,yelrostroagrioe imperioso, tambiénhepodidonotarquellevaunaplumablanca,ropillabordadaycapaoscura.

—Justamente;éseeselduquedeEpernón.

—¡ElduquedeEpernón!—exclamóelhidalgo.

—¡Ah!Yaveisqueosrefieromissecretos—dijoelviajeroriendo—.Estonolohagocontodos;perovosmeprestáisunserviciodemasiadograndeparaquenoosconsideredignodemayorintimidad.¿Ycómovanvestidoslosqueleacompañan?

—Decasacasgrises.

—Ciertamente,esossonsusbastoneros.

—Quehoysehanconvertidoenmosqueteros.

—Conbastantemotivo,pormihonor.Ahora,¿sabéisquedeberíashacer,miqueridohidalgo?

—No, pero hablad; y si lo que debo hacer puede seros útil, desde luegoestoydispuestoaserviros.

—¿Tenéisarmas?

—Sí,tengomiespada.

—¿Tendréislacayo?

—Sinduda;peronoestáaquí,lehemandadoalencuentrodeunsujetoqueespero.

—Puesbien,deberíaisayudarme.

—¿Aqué?

—Acargaraesosmiserables,yhacerlespedirperdón,tantoaelloscomoasujefe.

—¿Estáisloco,caballero?—exclamóeljovenconunacentoqueprobabaquepornadaenelmundoestabadispuestoaunaexpediciónsemejante.

—Enefecto,ospidoperdón—dijoelviajero—,mehabíaolvidadodequeelnegocionoosinteresa.

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Después,volviéndosehaciasulacayo,quealverdetenidoasuamo,habíaporsupartehechoaltoconservandosudistancia,ledijo:

—Castorín,venacá.

Llevandoalmismotiempolamanoalaspistolerasdesusilla,comoparaasegurarsedelbuenestadodesuspistolas.

—¡Ah!, caballero—exclamó el hidalgo extendiendo el brazo como paradetenerle—; caballero, en nombre del cielo, os suplico que no arriesguéisvuestra vida en semejante aventura. Entradmás bien en la posada, y así nodaréisningunasospechaalqueosaguarda;pensadquese tratadelhonordeunamujer.

—Tenéis razón—dijo el caballero—,aunqueen esta circunstanciano setrataseprecisamentedelhonor,sinodelafortuna.Castorín,amigo—continuódirigiéndoseasu lacayo,queyasehabíaacercado—;nopasamosporahoramásadelante.

—¡Cómo!¿Quédecís,señor?—exclamóCastorín,casitandesconcertadocomosuamo.

—DigoquelaseñoraFrancinetaseveráestanocheprivadadelplacerdeveros, en atención a que la pasamos en el parador del «Becerro de Oro»,entrad,pues,ymandaddisponerlacenaylacama.

Y como el caballero se apercibiese sin duda de que el señorCastorín sedisponíaparareplicar,acompañósusúltimaspalabrasconunmovimientodecabeza que no admitía una larga discusión, así pues, Castorín, bajando susorejasysinatreverseaaventurarunasolapalabra,desaparecióbajolapuertaprincipal.

SiguióelviajeroaCastorínunmomentoconlavista,ydespuésdehaberreflexionado, pareció que tomaba una resolución; echó pie a tierra,dirigiéndosealapuerta,porlaqueyahabíaentradosulacayo,elcuallesalióalencuentro;elcaballeroechólesobreelbrazolabridadesucaballo,yendosbrincossubióalahabitacióndel joven,quienalverabrir tansúbitamentesupuerta, dejó escapar unmovimiento de sorpresa mezclada de temor, que elreciénllegadonopudoobservaracausadelaoscuridad.

—Esto no admite réplica —dijo el viajero acercándose festivamente aljovenyestrechandocordialmenteunamanoquenoseletendía,nocabeduda,amigo,osdebolavida.

—Caballero—dijoeljovendandounpasoatrás—;exageráisdemasiadoelservicioqueosheprestado.

—Nadademodestia,eslomismoqueosdigo;conozcobienalduque,esbrutal como el diablo. Pero vos sois unmodelo de perspicacia, un fénix de

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caridad cristiana.Mas decidme, vos que sois tan amable, tan complaciente,¿habéisextendidovuestrabondadhastadaravisoenlacasa?

—¿Enquécasa?

—Enlacasaadondeyoiba,¡pardiez!Enlacasaenquesemeespera.

—No—dijo el joven—, lo confieso francamente, no he pensado en ellasiquiera;ademáshubierapodidopensarquecarecíademediosparaejecutarlo.Hacedoshorasescasasqueestoyaquí,yapenasconozcoanadieenestacasa.

—¡Voto al diablo! —prorrumpió el viajero con un movimiento deinquietud—.¡PobreNanón,sentiríaquelesucediesealgo!

—¡Nanón!¡NanóndeLartigues!—exclamóeljovenestupefacto.

—¡Canario! ¿Sois acaso hechicero? —dijo el caminante—. Veisemboscarseunoshombresjuntoalcamino,yadivináisaquiéndeseanatrapar.Yo os digo un nombre de pila, y vos adivináis el nombre de familia.Explicadme pronto este misterio, o de lo contrario os denuncio y os hagocondenaralfuegoporelparlamentodeBurdeos.

—¡Ah!Estavez—repusoeljoven—,convendréisfácilmenteenquenosenecesita sutileza para leer vuestro pensamiento, habiendo nombrado como avuestro rival al duque de Epernón, es evidente que al nombrar una Nanóncualquiera, debiera ser esa Nanón de Lartigues, tan bella, rica y espiritual,según sedice, que tienehechizado al duque, y cuyogobiernodirige, lo quehacequeentodalaGuienaseatanaborrecidacomoél…y,¿vosibaisacasadeesamujer?—continuóeljovenconuntonodereconvención.

—Sí,afemía,loconfieso;yyaquelahenombradonomedesdigo.Nanónesunamuchachaencantadorallenadefidelidadasuspromesas,cuandohallaplacerenguardarlas,yenteramentesacrificadaalqueama,mientrasledurasuamor.Estanochedebíacenarconella;peroelduquehavolcadolaolla.

—¿Queréis quemañana os presente a ella? ¡Qué diablo! Ello es precisoqueelduquesevuelvaaAgéndeunahoraaotra.

—Gracias—dijoconsequedadel joven.—YonoconozcoalaseñoradeLartiguesmásquedenombre,ynodeseoconocerladeotromodo.

—¡Oh! Os habéis incomodado, ¡pardiez! Nanón es una chica que se lepuedeconocerdetodasmaneras.

Eljovenfruncióelentrecejo.

—¡Ah!¡Perdonad!—dijoadmiradoelviajero—.Perocreíaqueavuestraedad…

—Escierto—dijoeljovenapercibiéndosedelmalefectoquesurigorismo

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producía—; estoy en la edad en que generalmente se aceptan semejanzasproposiciones;enefecto,laaceptaríacongusto,sinoestuvieseaquídepaso,nimevieraprecisadoacontinuarestanochemicamino.

—¡Oh! ¡Pardiez!Noos iréis sinqueyosepaalmenosquieneselgentilcaballero que con tanta galantería me ha salvado la vida. El joven pareciódudar;ycontestódespuésdeuninstante:

—SoyelvizcondedeCambes.

—¡Ya!¡Ya!—contestósuinterlocutor—;heoídohablardeunalindísimavizcondesadeCambes,queesmuyqueridadelaprincesa,yqueposeegrancantidaddetierrasenlascercaníasdeBurdeos.

—Esparientamía—dijoconvivezaeljoven.

—Os doy la enhorabuena a fe mía, vizconde, porque se le llamaincomparable, y espero que si en este punto me favorece la ocasión, mepresentaréis a ella, yo soy el barón de Canolles, capitán del regimiento deNavalles,yalpresentedisfrutodelalicenciaqueelseñorduquedeEpernónhatenidoabienconcedermeporrecomendacióndelaseñoradeLartigues.

—¡El baróndeCanolles!—exclamó a su vez el vizconde,mirando a suinterlocutorcontodalacuriosidadquedespertabaenélaquelnombrefamosoenlasgalantesaventurasdelaépoca.

—¿Meconocíais?—dijoCanolles.

—Solamentedefama—dijoelvizconde.

—Demalafama,¿noescierto?¿Quéqueréis?Cadacualsiguelamarchaquelehatrazadolanaturaleza,soyaficionadoalavidaalegre.

—Soismuy dueño de vivir como os agrade, respondió el vizconde,maspermitidmesinembargounaobservación.

——¿Cuál?

—Esamujerseencuentraenteramentecomprometidaporvuestracausa,yelduquevengaráenellaelengañoconquelehaenvueltoporfavoreceros.

—¡Diablos!¿Acasocreéis…?

—Sinduda.Porserunamujer…ligera…laseñoradeLartiguesnodejadesermujer;ycomprometidaporvos,ostocavelarporsuseguridad.

—Tenéis razón,a femía,mi jovenNéstor,yconfiesoquehechizadoporvuestra conversación, he olvidado mis deberes de hidalgo; hemos sidovendidos,yesdeltodoprobablequeelduquenoignoranada.EsciertoquesiNanón estuviese avisada siquiera, pondría en juego su astucia y poco lecostaríaelobtenerelperdóndelduque.Vamosaver;¿tenéisnocionesdelarte

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delaguerra?

—Ninguna—respondióelvizconderiendo—;perocreoquelasaprenderédondevoy.

—Puesbien,yoosdarélaprimeralección.Yasabéisqueenbuenaguerra,cuandolafuerzaesinútilseechamanodelaastucia.Ayudadmepues.

—Mepareceexcelentepartido.¿Perodequémanera?¡Decid!

—Laposadatienedospuertas.

—Nadasédeeso.

—Yosí,unaquedaalacarreterayotraquecaealcampo.

—Salgo,pues,por laquedaal campo,describoun semicírculo,yvoyallamaracasadeNanón,quetambiéntieneunapuertaporlaespalda.

—¡Esprobablequeossorprendanenesacasa!—exclamóelvizconde,soisenverdadunexcelentetáctico.

—¡Quésemesorprenda!—respondióCanolles.

—Sinduda.Elduquecansadodeesperar,ynoviéndonossalirdeaquí,sedirigiráalacasa.

—¡Oh!Unavezdentro,nosaldréismás.

—Sí,peroyonoharémásqueentrarysalir.

—Decididamente,joven—dijoCanolles—,vossoismago.

—Seréis sorprendido, asesinado quizás a su vista, esto es cuantoconseguiréis.

—¡Bah!—dijoCanolles—;hayallíarmarios.

—¡Oh!—prorrumpióelvizconde.

Este¡oh!,fuepronunciadodetalmanera,ycontanelocuenteentonación,que contenía tantos reproches encubiertos, tanto pudor vergonzoso, y unadelicadeza tan suave, que Canolles se detuvo enteramente cortado, y fijó apesar de la obscuridad, su penetrante mirada sobre el joven, que estabarecostadoenelantepechodelaventana.

Elvizcondesintiótodoelpesodeaquellamirada,ydijoconairefestivo:

—Dehecho,tenéisrazón,barón;idallá,peroocultaosbien,afindequenopuedansorprenderos.

—Puesbien,hepensadomal—dijoCanolles—,tenéismucharazón;¿perodequemaneraselepodráprevenir?

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—Meparecequeunacarta…

—¿Yquiénlalleva?

—Creohaberosvistounlacayo.Unlacayo,ensemejantecircunstancia,nosearriesgamásquearecibiralgunospalos;mientrasqueunnoblearriesgasuvida.

—Enverdadquemehacéisperderlachaveta—dijoCanolles—,Castoríndesempeñará esta comisión a las mil maravillas, tanto más, cuanto que yosospechoqueeltunotienesusinteligenciasenlacasa.

—Yaveisquetodopuedearreglarseaquímismo—dijoelvizconde.

—Sí,¿tenéistinta,papelypluma?

—No,perodetodohayabajo.

—Perdonad—dijoCanolles—;yonoséloquemepasaestanoche,quenoparo de cometer necedad sobre necedad.No importa, os agradezco vuestrosbuenos consejos, vizconde, y voy a ponerlos en práctica en este mismoinstante.

Y Canolles, sin perder de vista al joven, a quien examinaba hacía yaalgunosmomentosconunatenacidadsingular,sedirigióalapuerta,ybajólaescalera;mientrasqueelvizconde, inquietoycasi turbado,murmurabaestaspalabras:

—¡Cómomemira!¿Mehabráconocido?

Entre tanto Canolles había bajado; y después de haber dirigido unadolorosamirada a las codornices, perdices y demás golosinas que elmismoMaese Biscarrós envasaba en una canasta colocada sobre la cabeza de suayudantedecocina,yqueacasoseibaacomerotro,habiendosidopreparadasciertamente para él, preguntó por la habitación que había debido disponerleCastorín;hízosetraerallítinta,plumasypapel,yescribióaNanónlasiguientecarta:

«QueridaSeñora:

Silanaturalezahadotadovuestrosbellosojosdelafacultaddeverdurantelanoche,podréisdistinguir,acienpasosdevuestrapuerta,entreungrupodeárboles, al señor duque de Epernón, queme espera para hacerme fusilar, ycomprometerosdespuéshorriblemente.Perocomonomeacomodaperder lavida,nihacerosperdervuestroreposo,podéisvivirtranquilaporestelado.Pormi parte, pienso irme a disfrutar un poco del permiso que por vuestramediaciónsemefirmóelotrodía,afindequeaprovechasemilibertadparavenir a veros. No sé absolutamente a dónde voy, y hasta ignoro si meencamino a alguna parte; mas como quiera que sea, acordaos de vuestro

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fugitivo cuandohayapasado laborrasca.Enel “BecerrodeOro”ospodráninformardelcaminoque tomo.Esperoqueosseagratoel sacrificioquemeimpongo,perovuestrosinteresesmesonmáscarosquemiplacer;ydigomiplacer,porquehabríatenidogustoespecialenapalearelseñordeEpernónyasus esbirros bajo el seguro de su disfraz. Creedme, alma,mía, vuestromásrendido,ysobretodovuestromásfiel».

Canolles firmó este billete henchido de toda la fanfarronada gascona,cuyos efectos sobre la Gascona Nanón no desconocía; después de lo cualllamóasulacayo.

—Venidacá,señorCastorín—ledijo—,yconfesadmefrancamenteaquealturasosencontráisconlaseñoraFrancineta.

Pero,señor,respondióCastorínenextremoadmiradodelapregunta;nosésidebo…

—Tranquilizaos,señorfatuo;nomemueveningunaintenciónhaciaella,nivos tenéis el honor de ser mi rival. Lo que yo os pido es sólo una simplenoticia.

—¡Ah!Señor,enesecasoyaesotracosa.

—LaseñoraFrancinetasehadignadoapreciarmiscualidades.

—Esdecirqueestáisenbuen lugar,¿noesasí, señorbribón?Muybien.Entonces,tomadestebillete;dadlavueltaporlapradera.

—Séelcamino,señor—dijoCastorínconairedeimportancia.

—Justo,yvaisallamarporelpórtico.¿Sindudaconocéisyadichapuerta?

—Perfectamente.

—Tantomejor.Tomad,pues,elcamino,llamadalamencionadapuerta,yentregadestacartaalaseñoraFrancineta.

—Enesecaso,señor—dijoCastoríngozoso—,podrépues…

—Podéis partir al momento, tenéis diez minutos para ir y venir; y espreciso que esta carta se entregue en el mismo instante a la señora deLartigues.

—Pero,señor—dijoCastorín—,queolfateabaalgunamalaventura;¿ysinomeabrelapuerta?

—Seréisuntonto,puesdeberéisteneralgunamaneraparticulardellamar,en virtud a la cual no se le deja en la calle a ningún galán; si sucede locontrario,soyunhidalgobiendesventurado,porteneramiserviciounbellacocomovos.

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—Esciertoquetengounaseña,señor—dijoCastorínadoptandoelacentomásseductorquepudo—.Doydosgolpesseguidos,ydespuésotro.

—No os pregunto tanto;me importamuy poco con lo que os abran. Id,pues, y si os sorprenden comeos el papel, pues de lo contrario os corto lasorejascuandovolváis.

Castorínpartiócomounrayo;peroalllegaralpiedelaescalera,sedetuvo,yadespechodetodaslasreglasintrodujoelbilleteenunadesusbotas;saliódespués por la puerta del corral, y describiendo un largo cerco, atravesandobreñascomounraposo,salvandofososcomounlebrel,fueallamaralapuertaescusada delmodo particular que había tentado a explicar a su amo, y queteníataleficacia,quealmomentolefueabierta.

A los diez minutos estaba ya Castorín de vuelta sin ninguna desgracia,anunciando a su amo que el billete había quedado en lasmanos de la bellaseñoritaNanón.

Canolleshabíaempleadoaquellosdiezminutosenabrirsusacodenoche,preparar su bata y hacer poner lamesa. Escuchó con visible satisfacción elrelato de Castorín, después fue a dar una vuelta por la cocina, dandoimperiosamente sus órdenes en alta voz, y bostezando desmesuradamente,como hombre que espera con impaciencia el momento de acostarse. EstamaniobrateníaporobjetodaraentenderalduquedeEpernón,encasodequelehicieseespiar,queelbarónjamáshabíapensadopasarmásalládelparador,adondehabíallegadocomosimpleeinofensivoviajeroapedirunacenayunacama;yenefecto,esteplanobtuvoelresultadoqueelbarónseprometía,unaespeciedeadelantoqueestababebiendoenelrincónmásoscurodelacocina,llamóalmozo,pagósugasto,selevantóysaliósinafectación,murmurandoentredientesunacanción.Canolleslesiguióhastalapuertayleviolospasosdemuchoscaballosqueparecíanalejarse;laemboscadahabíasidolevantada.

Entonces volvió a entrar el barón, y libre ya su espíritu de temores porpartedeNanón,nopensóenotracosamásqueenpasarlanochedelamaneramásdivertidaquelefueseposible.EnseguidamandóaCastorínquepreparasecartasydados,yquehechoesto,fueseapreguntaralvizcondedeCambessitendríaabienhacerleelobsequioderecibirle.

Obedeció Castorín, y encontró en el umbral del aposento a un escuderoviejoycano,queconlapuertaentreabiertarespondióasucumplimientoconelairemásavinagrado.

—Noesposibleenestemomento,elseñorvizcondeestáocupado.

—Muybien—dijoCanolles—,esperaré.

Mascomooyeseungranruidohacialapartedelacocina,sefuepormatar

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eltiempoaverunratoloquepasabaenlapartemásimportantedelacasa.

Érase que el pobre marmitón había vuelto más muerto que vivo. En elrecododelcaminohabíasidodetenidoporcuatrohombres,queleinterrogaronacercadelobjetodesupaseonocturno;yalsaberqueibaallevaracenaralaseñoradelacasaaislada,lehabíandespojadodesugorro,sublancovestidoysumandil.Elmásjovendeloscuatrohabíarevestidoconlasinsigniasdesuprofesión, había puesto en equilibrio la canasta sobre su cabeza, ydesempeñadoelpuestodelaprehendidococinero,habíaseguidoensulugarelcaminodelacasita.

Diezminutosdespués,volvióyestuvohablandoenvozbajaconunoqueparecíaserjefedeaquellatropa.Habíaseledevueltoentoncesalmarmitónsuvestido,sugorroysumandil,colocándolelacestasobrelacabeza,ydándoleunpuntapiéeneltraseroparaindicarleladirecciónquedebíaseguir.Elpobrediablo,sinesperarseapedirmás,habíasalidoaescapellegandoacaermediomuertodeterrorbajoelumbraldelapuerta,dondeleacababanderecoger.

Estaaventuraeradeltodointeligibleparacuantosallíhabía,exceptoparaCanolles; pero como éste no tuviese motivo que le impulsara a darexplicaciones, dejó al huésped, mozos, sirvientes, cocinero y marmitónperderseenconjeturassobreelsuceso;ymientrasellossedesatabanamásymejorenhacercastillosenelaire,subióelbarónalahabitacióndelvizconde,y creyendo que la primera invitación que le había dirigido por medio deCastorín le dispensaba de dar un segundo paso del mismo género, abrió lapuertasincumplimiento,yentró.

Estaba enmedio del aposento unamesa iluminada y aderezada con doscubiertos,faltándoleparaestarcompletalosplatosquedebíanadornarla.

PresagióCanollesun alegre augurio a la vista de aquellosdos cubiertos.Sin embargo, al verle entrar, el vizconde se levantó con unmovimiento tanbrusco, que daba fácilmente a conocer que había sido sorprendido por suvisita,yquenoestabadestinadoparaelsegundocubierto,comodesdeluegosehabíalisonjeadoencreer.

Estasospechaquedóconfirmadaporlasprimeraspalabrasqueledirigióelvizconde.

—¿Puedosaber, señorbarón—ledijoadelantándosehaciaélconmuchaceremonia—,aquénuevacircunstanciadeboelhonordevuestravisita?

RespondióCanollesalgodesconcertadoportanextrañorecibimiento

—A una circunstancia muy natural, me ha dado apetito, y pensaba quedeberíaistenerlotambién.Vosestáissolo,ytambiénloestoy,yqueríatenerelhonordeproponerospasaseisacenarconmigo.

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ElvizcondemiróaCanollesconunavisibledesconfianza,yparecióalgoembarazadopararesponderle.

—Por mi honor —dijo Canolles riendo—, podría decirse que os metomiedo. ¿Sois acaso caballero de Malta? ¿Se os destina para la iglesia, ovuestra respetable familia os ha educado inspirándoos horror hacia losCanolles?…

—¡Vamos,pardiez!Notengáiscuidado,quenoperderéisporquepasemosjuntosunahoraalamesa,elunoenfrentedelotro.

—Meesimposiblebajaravuestrahabitación,barón.

—Puesbien,nobajéis.Yyaqueyohesubidoalavuestra…

—Aunesmásimposible,caballero;esperoaunsujeto.

EstavezquedódeltododesarmadoCanolles.

—¡Ah!¿Esperáisaunsujeto?

—Sí.

—Afemía—dijoCanollesdespuésdeunmomentodesilencio—,casieramás de apreciar que me hubieseis dejado continuar mi camino a riesgo decuanto pudiera sucederme, que no ver así desvanecerse por medio de esarepugnanciaquememanifestáis,unservicioqueherecibidodevos,yquemeparecenohaberosremuneradosuficientementeaún.

Encendióseel rostrodel joven,yacercándoseaCanolles ledijoconvoztemblorosa:

—Perdonad, caballero, conozco todami falta de atención; pero si nomefuera indispensable tener que tratar de asuntos gravemente serios eimportantesdefamiliaconlapersonaqueespero,creedqueseríaparamíunhonoryunplaceralavezadmitirelpartido,aunque…

—¡Oh!Acabad—dijoCanolles—;cualquiercosaquemedigáislarecibirébien,estoydecididoanoenfadarmeconvospornadadelmundo.

Eljovencontinuó:

—Aunquenuestroconocimientoseasólounodeesosefectosimprevistosde la casualidad, uno de esos encuentros fortuitos, una de esas relacionesefímeras…

—¿Yporquéhadesereso?—preguntóCanolles…

—Porelcontrario,deestemodoescomoseformanlas largasysincerasamistades;yenmisentirdebemosconsiderarcomounfavordelaProvidencialoquesóloatribuísalacasualidad.

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—LaProvidencia,caballero—repusoelvizconderiendo—,quierequeyoparta dentro de dos horas, y que según toda probabilidad, siga un caminodiametralmenteopuestoalvuestro;siento,pues,enelalmanopoderaceptarcomodesearaesaamistadquemeofrecéiscontantasinceridad,yqueaprecioensuvalor.

—Afemía—dijoCanolles—,quesoisdecididamenteunjovensingular,yvuestroprimer impulsodegenerosidadmehabíadadodesde luegouna ideamuydistintadevuestrocarácter.

—Peroenfin,comohadeser;yonotengoenmaneraalgúnderechoaserexigente,puestoquemásbienosestoyobligando,pueshabéishechopormímuchomásdeloqueyoteníaderechoaesperardeundesconocido.Mevoy,pues,acenarsolo,pero laverdad,vizconde,esta resoluciónesparamíalgodura,pueselmonólogonohaentradoaunenmiscostumbres.

Yenefecto,apesardeloquehabíadichoCanolles,ydelaresoluciónqueindicabansuspalabrasde retirarse,no loejecutaba, sujetábaleciertacosadeque él no podía darse razón, sentía una atracción invencible que arrastrabahacia el vizconde; pero éste, tomando una bujía, se aproximó aCanolles, ytendiéndolelamano,ledijoconunadeliciosasonrisa:

—Caballero, como quisiera que sea, y no obstante lo corto de nuestraentrevista,creedquecelebroinfinitohaberpodidoserosútilenalgo.

Canolles no viomás que el cumplido, cogió lamanoque el vizconde lepresentaba,yqueenvezdecorresponderasumasculinayamistosapresión,se retiró trémula y extendida; y comprendiendo después que por disfrazadaqueestuviese su rendida frase,noeraotracosaqueunadespedida, se retiróenteramentedisgustadoysobretodomuypensativo.

Encontrósealapuertaconlasonrisadesdentadadelviejocriado,elcual,tomando la bujía de mano del vizconde, acompañó ceremoniosamente aCanolleshastasuaposento,yvolvióactocontinuoabuscarasuamo,queleesperabaenloaltodelaescalera.

—¿Quéhace?—preguntóelvizcondeenvozbaja.

—Creoquesedecideacenarsolo—respondióPompeyo.

—¿Entoncesnovolveráasubir?

—Asíloesperoalomenos.

—Hacedprepararloscaballos,Pompeyo,yasítendremosesoadelantado.Pero—añadióelvizcondeaplicandoeloído—,¿quéruidoesése?

—CreoqueeslavozdelseñorRichón.

—YladelseñorCanolles.

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—Meparecequedanquejas.

—Alcontrario,sereconocen.Escuchad.

—¡DiosquieraqueRichónnolediga!…

—¡Oh!Nohayquetemerporeso,esunhombremuycircunspecto…

—¡Chit!

Losdosobservadoresguardaronsilencio,mientrassedejabaoírlavozdeCanolles.

—¡Doscubiertos,MaeseBiscarrós!—gritabaelbarón—, ¡doscubiertos!ElseñorRichóncenaconmigo.

—Dispensadme,siqueréis—respondióRichón—,meesimposible.

—¡Quiá!…¿Puesqué,tratáisdecenarsolocomoesejovenhidalgo?

—¿Quéhidalgo?

—Ésequehayarriba.

—¿Cómolellaman?ElvizcondedeCambes.

—¿Conocéisalvizconde?

—¡Pardiez!Simehasalvadolavida.

—¿Él?

—Sí,él.

—¿Cómohasidoeso?

—Cenadconmigo,yyaoscontaréelsucesohabiendocenado.

—Nopuedoabsolutamente;cenoconél.

—Enefectoélesperabaauno.

—Eseunosoyyo;ycomoquieraquemehetardadomuchomásdeloquedebiera,esperomepermitiréisqueosdeje,¿noesasí,barón?

—No, ¡porvidadelcielo! ¡No lopermito!—gritóCanolles—.Semehapuestoen lacabezaquehabíadecenaracompañadoestanoche,yhabéisdecenarconmigo,oyohedecenarconvos.MaeseBiscarrós,doscubiertos.

En tanto que Canolles se volvía para ver si era ejecutada esta orden,Richón enfilaba la escalera subiendo rápidamente sus gradas.Al llegar a laúltima, una pequeñamano cogió la suya haciéndole entrar en el cuarto delvizcondedeCambes,cuyapuertasecerróinmediatamentedetrásdeél,yparamásseguridaddoscerrojosacabarondecorroborarsuclausura.

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—Alaverdad—murmuróCanollesbuscandoinútilmentealdesaparecidoRichón,ysentándoseasusolitariamesa—;laverdad,noséquehaycontramíparamatarme,yotrosmehuyencomosiestuvieseatacadodepeste.

—¡Voto al diablo!Semequita el apetito, yme siento triste, vamos, soycapaz esta noche de achisparme como un soldado alemán. ¡Hola! Castorín,venid acá, si no queréis que os apalee. ¡Ah! ¿Qué oigo? Se encierran alláarriba como si conspirasen. ¡Vamos, soy un bestia duplicado! En efecto,conspiran,esoes;yaestá todoexplicado.Pero,¿porquiénconspiran?¿Seráacasoelcoadjutor,porlospríncipes,porelparlamento,porelrey,porlareina,oporelseñordeMazarino?¡Quédiablo!Queconspirencontraquienlesdélagana,meesigual,yahevueltoarecobrarelapetito.Castorín,hacedmeserviryechadmedebeber,osloperdono.

Y Canolles entabló filosóficamente la primera cena que había sidopreparada para el vizconde de Cambes, que a falta de nuevas provisiones,MaesedeBiscarróssehabíavistoprecisadoarecalentar.

Mientras que el barón deCanolles buscaba infructuosamente uno que leacompañaseacenar,yquecansadodesusinútilesgestionessedecidíaacenarsolo,veamosloquepasabaencasadeNanón.

IV

LabellaNanón

Nanóneraenaquellaépoca,apesardecuantohayandichoyescrito susenemigos,entreloscualespuedencontarselamayorpartedeloshistoriadoresque se han ocupado de ella, una encantadora criatura de veinticinco aveintiséisaños,pequeñadecuerpo,decutismoreno,perollenadeflexibilidady gracia, sus colores eran vivos y llenos de frescura; sus ojos de un negroprofundo, cuya córnea brillaba como la del águila a toda clase de luces yreflejos.

Alegre en el semblante y risueña en apariencias, Nanón estaba, sinembargo, muy lejos de abandonar su corazón a todos esos caprichos ysutilezasqueadornanconlocosarabescoslatramadoradaysedosadelaqueordinariamentesecomponelavidadeunapetimetra;porelcontrariolasmásgraves deliberaciones,madura y largamente pesadas en su diminuta cabeza,tomabanunaspectollenoalavezdeseducciónybrillantez,traduciéndoseporsuvozvibrante y fuertemente impregnadadel acentogascón.Nadie hubierapodido adivinar bajo aquella máscara sonrosada de facciones finas ysonrientes,trasdeaquellamiradallenadevoluptuosaspromesasycentelleante

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de vivos ardores, la perseverancia infatigable, la tenacidad invencible y laprofundidaddealcancesdelhombredeEstado.Ysinembargo,taleseranlascualidadesolosdefectosdeNanón,segúnquieramirárselesporlafazoporeldorsodelamedalla,taleraelespíritucalculador,talelcorazónambicioso,aquienesservíadevelouncuerpollenodeelegancia.

NanóneranaturaldeAgén.ElduquedeEpernón,hijodeaquelamigodeEnriqueIVqueseencontrabaconélensucarruajeenelmomentodeherirleelpuñaldeRavaillac,ysobrequienseagitaronlassospechasquellegaronhastaCatalina de Médicis; el duque de Epernón, nombrado gobernador de laGuiena, en donde se había hecho execrar generalmente por su ceño, susinsolenciase injusticias,habíadescubiertoaaquellapequeñaaldeanahijadeunsimpleabogado.Lehabíahecholacorte,ysingrantrabajohabíatriunfadosobrede ella, despuésdeunadefensa sostenida con la habilidaddeungrantácticoquequierehacerconocerasuvencedortodoelpreciodesuvictoria;yencambiodesureputaciónyaperdida,Nanónhabíarobadoalduquesupoderysulibertad.AlosseismesesdeamistadconelgobernadordelaGuiena,eraellaquiengobernabaenrealidadaquellahermosaprovincia,devolviendoconusuralosdisgustosuofensasquehabíarecibidoatodoslosqueotrasveceslahabían maltratado o humillado. Reina por casualidad, se hizo tirana porcálculo,presintiendoconsuinteligenciasutillanecesidaddesuplirpormediodelabusolabrevedadprobabledelreinado.

En su consecuencia se apoderó de todo, y de todo hizo monopolio, deltesoro,deinfluenciaydeloshonores.

Sehizorica,nombróalosempleados,recibiólasvisitasdeMazarinoydelos primeros señores de la corte; y cambiando con admirable destreza losdiversoselementosdequedisponía,hizodeellosunaamalgamaútilparasucréditoyprovechosaparasufortuna.Teníavaluadosuprecioacadaservicioqueprestaba,ungradoenelejército,ouncargoenlamagistratura,todoestabasujeto a su tarifa.Nanónhacía acordar este gradoo este empleo; pero se lepagaba enbuenaplata corriente, o pormediodeun lujosoy real regalo, deformaquedesprendiéndosedeunfragmentodepoderenbeneficiodealguno,recuperaba este fragmento en cualquiera otra especie, dando sí la autoridad,peroreteniendoeloro,queeslafuerza.

Esto explica fácilmente la duración de su reinado, porque los hombres,cuandoaborrecen,vacilanenprocurarladestruccióndeunenemigoaquienlequedaunconsuelo.Lavenganzanodeseaotracosaqueunaruinatotalyunapostracióncompleta.Lospueblosderribanconpesarauntiranoquesellevasuoroysevamofándosedeellos.NanóndeLartiguesteníadosmillones.Deeste modo vivía con una especie de inseguridad sobre el volcán queincesantementeseagitabaasualrededor,ellahabíaescuchadoyvistoelodiopopularcrecercomolamarea,engrandecerseycombatirconsusolaselpoder

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del señor de Epernón, que arrojado de Burdeos en un día de cólera, habíallevado a Nanón consigo, como sigue la chalupa al navío. Nanón habíareplegadosusvelasdurantelatempestad,dispuestaalevantarsemásorgullosadespués del peligro, había tomado por modelo al señor de Mazarino, y lahumildealumnasuya,practicabadelejoslapolíticadelágilydiestroitaliano.Elcardenalfijósuatenciónenaquellamujer,queseengrandecíayacumulabariquezasporlosmismosmediosqueélhabíallegadoaserunprimerministro,poseedor de cincuentamillones; admiró a la pequeñaGascona, y lo que esmás,ladejóobrar.Talvezmásadelantesesabráelporqué.

Apesardetodo,ynoobstantequealgunosquesecreíanmejorinformadospretendíanqueellatuviesecorrespondenciadirectaconelseñordeMazarino,se hablabamuy poco de las intrigas políticas de la bella Nanón. ElmismoCanolles,quedemasiadorico,hermosoy joven,nocomprendía lanecesidadde ser intrigante, no sabía a qué atenerse en este punto. En cuanto a susintrigasamorosas,lashubiesedejadoparadespués,oyaqueelruidoquelosamoresdel señordeEpernónhaciaellaproducían,hubieseabsorbidoelquepodían producir otros amores secundarios, lo cierto es que sus mismosenemigos no habían prodigado el escándalo con respecto a ella, y Canollespodía creer invencible aNanón antes de su llegada, lisonjeado por su amorpropio personal y nacional. Pero ya sea que efectivamenteCanolles hubieseexcitado el primer arrebato amoroso en aquel corazón, accesible hastaentoncessóloa laambición,oyaque laprudenciahubieseaconsejadoasuspredecesores una discreción absoluta, Nanón, querida, debía ser una mujerencantadora;Nanón,ofendida,debíaserunaenemigaterrible.

El modo y cómo se conocieron Nanón y Canolles, había sido lo másnatural. Canolles, siendo teniente en el regimiento de Navalles, quería sercapitán,paraestonecesitóescribiralseñordeEpernón,coronelgeneraldelainfantería;Nanónleyóelescrito,ycontestó,segúnsucostumbrealtratarsedeun negocio, concediendo a Canolles una audiencia de asuntos. Canollesescogió entre sus alhajas de familia unamagnífica sortija, que podría valerquinientaspistolas,loqueerasiempremenosquecomprarunacompañía,yseencaminóalaaudiencia;peroestavezelvencedorCanolles,precedidodesupomposo cortejo de afortunados lances, puso en derrota los cálculos y lafiscalización de la señorita deLartigues.Ésta era la primera vez que veía aNanón, y la primera queNanón le veía a él, los dos eran jóvenes, bellos yespirituales.La entrevista se pasó en recíprocos cumplimientos; no se hablóunapalabradelnegociosolicitado,ysinembargo,elnegociosehizo.Aldíasiguiente,Canollesrecibiósudespachodecapitán;ycuandolapreciosasortijapasó de su dedo al de Nanón, no fue ya como el precio de la ambiciónsatisfecha,sinocomolaprendadelamorcorrespondido.

EncuantoaexplicarlaresidenciadeNanóncercadelaaldeadeMatifou,

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bastarálahistoria;comollevamosdicho,elduquedeEpernónsehabíahechoaborrecerenGuiena.Nanón,aquiensehabíahechoelhonordetransformarlaengeniodelmal, tenía sobre sí la execraciónuniversal.Unmotín les habíaechadodeBurdeos,teniendoquerefugiarseenAgén;peroaquísereprodujolamisma escena. Un día se volcó sobre un puente la carroza dorada en queNanónibaareunirseconelduque;ysinsabersecómo,selaencontróenelrío,siendoCanollesquienlasacódeél.HabiéndoseprendidofuegounanocheenlacasadeNanón,Canollespenetróhastasualcoba,salvándoladelasllamas.Nanónjuzgóquelosagenesespodíanhacerunatercerapruebaconbuenéxito;pues aunque Canolles se alejaba de ella lo menos posible, hubiera sido unmilagroquesiempreseencontraseasuladoparasacarlaapuertodelpeligro.

Aprovechóse,pues,deunaocasiónenqueelduqueibaasalirpararecorrereldepartamentodesumando,ydeunaescoltademildoscientoshombres,enquehabíapartedel regimientodeNavalles,parasalirde laciudadalmismotiempo que Canolles, burlando así al populacho, que iba al lado de laportezueladesucarroza,yquedebuenaganalahubierahechopedazos,peroqueporélnoseatrevía.

EntonceselduqueyNanóneligieron,omásbienCanolleshabíaelegidosecretamente para ellos, aquel pequeño campo, donde se decidió quepermaneciese Nanón hasta tanto que se le montara una casa en Liburnia.Canollesobtuvounalicenciaparairenaparienciaasucasaaterminarciertosasuntos de familia, y en realidad para poder dejar su regimiento, que habíaregresadoaAgén,ynoalejarsedeMatifou,dondesupresenciatutelareramásurgente que nunca. En efecto, los acontecimientos empezaban a tomar unagravedadalarmante,arrestadoslospríncipesdeCondéyContideLongueville,y encerrados en Vincennes, ofrecían a los cuatro o cinco partidos que enaquella épocadividían laFrancia,unexcelentepretextodeGuerraCivil.Laimpopularidad del duque de Epernón, bien conocida en la corte, tomabaincremento,aunquerazonablementehubierapodidoesperarsequenopudieseaumentarsemás.Habíallegadoahacerseinminenteunacatástrofe,deseadadetodoslospartidos,queenlaextrañasituaciónenqueseencontrabalaFrancia,nosabíandóndeestabanellosmismos.

Nanón,comolasavesquevenvenirlaborrasca,desapareciódelhorizonte,y se metió en su nido de hojarasca para esperar desde allí lo que pudiesesuceder,oscuraeignorada.

Sedioaconocerporunaviudaquebuscabaelretiro;yasíescomopodrárecordarsequeladesignóMaeseBiscarrós.ElseñordeEpernónhabíavenidoavisitarlavísperaalahermosaprisionera,yleanuncióqueseausentabaporespaciodeochodías.Casienelmomentodesumarcha,habíaenviadoNanón,pormediodelrecaudadorsuprotegido,unrecadoaCanolles,quemercedasulicencia,hemosdicho,aquelescritooriginalhabíadesaparecidodemanosdel

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mensajero, y copiado por las de Cauviñac; y a esta invitación acudía eldescuidado hidalgo, cuando el vizconde de Cambes le había detenido acuatrocientospasosdesuobjeto.

Yasabemoslodemás.

Nanónesperaba,pues,aCanolles,comoesperalamujerqueama;esdecir,sacando diez veces el reloj de su bolsillo, acercándose a cada instante a laventana,atendiendoalmenorruido,einterrogandoconlavistaalsolrojizoyesplendentecuándohabríadeocultarsedetrásde lasmontañas,paradejar laposesión del espacio a las primeras sombras de la noche. Primero habíanllamadoalapuertaprincipal,yellaenvióaFrancinetaaabrir;peronoeramásqueelsupuestomarmitónqueconducíalacena,alaquefaltabaelconvidado.Nanóndirigió sus ojos hacia la antesala, y vio al falsomensajero deMaeseBiscarrós que por su parte dirigía disimuladamente sus miradas hacia laalcoba,dondeestabadispuestaunamesitacondoscubiertos.NanónencargóaFrancinetaqueconservaselasviandasalcalor,cerrótristementelapuerta,ysevolvióasuventana,desdedondeobservóencuantolepermitíanlasprimerastinieblas,lasoledaddelcamino.

Un segundo golpe, un golpe dado de manera particular, resonó en lapuertecitadeatrás,yNanónexclamó:«éles».Perotemerosadequenofueseéltodavía,quedódepieeinmóvilenmediodesucamino.Uninstantedespuésse abrió la puerta, y la señora Francineta apareció en el umbral, con aireconsternadoymudo,trayendounbillete.Lajovenvioaquelpapel,adelantósehacia lacamarera,se loarrebatóde lamano, leabriórápidamente,y lo leyóconagonía.

SucontenidoparecíahaberheridoaNanóncomolohubierahechounrayo,ellaamabaenextremoaCanolles,peroensucorazóneraunsentimientocasiigual la ambición y el amor; perdiendo al duque de Epernón, veíadesvanecerse, no sólo su fortuna venidera, sino también la pasada. Sinembargo,comomujerdegrantalento,empezóporapagarlabujía,quehabríapodido transparentar su sombra,y seprecipitóa laventana;aúnera tiempo,cuatro hombres se aproximaban a la casa, y sólo distaban ya de ella veintepasos.Alacabezadeaquelloscaminabaelhombredelacapa;yanodudarlo,Nanónreconocióenélalduque,enestemomentoentrabaFrancinetaconunabujía en lamano. Nanón echó unamirada de desesperación sobre lamesa,sobrelosdoscubiertos,losdossillones,losdosalmohadones,cuyablancurase destacaba insolentemente sobre el fondo carmesí de las cortinas dedamasco, y en fin, sobre su atractivo negligé de noche, tan en armonía contodosaquellospreparativos.

Estoyperdida,dijoensu interior;perocasialmismotiempounasonrisaquecruzóligeraporsuslabios,manifestóqueotropensamientolaasaltaba.Y

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con la rapidez del relámpago afianzó la copa de simple cristal destinada aCanolles,ylaarrojóaljardínalaaventura;sacódeunestucheelcubiletedeorograbadoconlasarmasdelduque,ycolocójuntoasuasientosucubiertodorado;despuésdelocual,fríadeterror,aunqueconunasonrisacompuestaala ligera, se precipitó hacia la escalera, llegando junto a la puerta en elmomentoenqueacababaderetumbarenellaungolpegraveysolemne.

Francineta quiso abrir, pero Nanón, cogiéndola del brazo, la echó a unlado, y con unamirada rápida que completa tan bien el pensamiento de lasmujeressorprendidas,ledijo:

—YoesperoalseñorduqueynoalseñordeCanolles;cuidado.

Despuésellamismadescorrióloscerrojos,ysecolgóalcuellodelhombrede la pluma blanca, que por su parte había preparado un gesto de los másferoces.

—¡Ah! —exclamó Nanón—. Mi sueño no me ha engañado. Venid, miqueridoduque,estáisservido.Vamosacenar.

DeEpernónsequedóestupefacto;perocomosiempreesgratalacariciadeunamujerquerida,sedejóabrazarsinrepugnancia.Yacordándoseenseguidadelasmolestaspruebasqueposeía:

—Unmomento,señorita—dijo—,expliquémonossiosplace.

Y haciendo una seña con la mano a sus acólitos, que se retiraronrespetuosamente, aunque sin alejarsemucho, entró él solo conpasograveyacompasadoenlacasa.

—¿Quétenéis,miqueridoduque?—ledijoNanónconunaalegríatanbienfingida,quehabríapodidocreérselanatural—.¿Seoshaquedadoalgunacosaolvidada la última vez que estuvisteis aquí?… ¿Qué es lo que buscáis contantoafán?

—Sí —dijo el duque—, he olvidado deciros que no era un necio, unGeronte como el que Cyrano de Bergerac pone en sus comedias; yhabiéndosemepasadodecíroslo,hevueltoenpersonaparaprobároslo.

—Nooscomprendo,monseñor—dijoNanónconelairemástranquiloyfranco—.Explicaos,pues,oslosuplico.

La mirada del duque se detuvo entonces sobre los dos sillones, de estopasóacontemplarlosdoscubiertos,yúltimamentealosalmohadones,sobrelos cuales se fijó por más tiempo, hasta que fue subiendo por grados a susemblanteelsonrojodelacólera.

Nanónlohabíaprevistotodo,yesperabaelresultadodeaquelexamenconuna sonrisa que descubría sus dientes blancos como perlas. Sólo había de

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notableenaquellarisa,queeramuysemejanteaunacontracciónnerviosa,yaquellosdientestanblancossehabríanchocadoseguramentesilaangustianoloshubieracomprimidolosunoscontralosotros.

Elduquefijódespuéssobreellasumiradaembravecida.

—Estoyesperandoqueme favorezcavuestra señoría con susórdenes—dijoNanónhaciendounagraciosareverencia.

—Eldeseodemiseñoría—dijoél—,esquemeexpliquéisparaquiénestádispuestaesacena.

—Yaoslohedicho,hetenidounsueñoquemeanunciabavendríaishoy,aunquemedejasteisayer;ycomomissueñosjamásmeengañan,hemandadoprepararcenaparavos.

Elduquehizoungesto,quesindudatendríaintencióndehacerpasarporunasonrisairónica.—¿Yesosdosalmohadones?—añadió.

—¿Tendría monseñor intención de volverse a Liburnia para dormir? Eneste caso habría mentido mi sueño, pues me anunciaba que monseñor sequedaría.

Elduquehizounsegundogestomássignificativoaúnqueelprimero.

—¿Yesedeliciosonegligé,señora?¿Yesosexquisitosperfumes?

—Éste es uno de los que acostumbro a ponerme cuando espero amonseñor;yesosperfumessonlasbolsitasdepieldeEspaña,queacostumbroaponerenmisarmarios,yquemonseñormehadichomuchasvecesprefiereatodoslosdemásolores,porserelquepreferíalareina.

—¿Segúnesto,meesperabais?—continuóelduqueconunarisaamargadayllenadeironía.

—¡Vaya!,monseñor—dijoNanónarrugandoa suvez el entrecejo—,yocreo,asíDiosmeperdone,quedeseáisregistrarmisarmarios.¿Seríaposiblequeestuvieseisceloso?—YNanónsoltóareíracarcajadas.

Elduquetomóunaspectomajestuoso.

—¡Yocelos!¡Oh!No,no,graciasaDios,aúnnosoytanridículo.Viejoyrico,yoséquenaturalmentedeboserengañado;peroalmenosquieroprobaralosquemeengañanquenosoyjuguetesuyo.

—¿Ydequémanerase loprobaríais?—dijoNanón—.Tengocuriosidaddesaberlo.

—¡Oh!Esonoserámuydifícil,nonecesitomásquemostrarlesestepapel.

Elduquesacódesubolsillounbillete.

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—Yono sueño, ami edadno se sueña,muchomenos estandodespierto.Pero sí escribo cartas, leed ésta; os parecerá interesante. Nanón tomótemblandoelbilletequeelduqueledaba,yseestremecióalverlaletra;perosuestremecimientofueimperceptible,ypudoleer.

«SeprevieneamonseñorelduquedeEpernón,queunhombrequedisfrutabastante familiaridad con la señoraNanón deLartigues hace seismeses, iráestanocheasucasa,ysequedaráacenarydormirenella.

Como no quiere dejársele a monseñor el duque de Epernón la menorincertidumbre, se le previene que ese rival dichoso se llama el barón deCanolles».

Nanónpalideció,elgolpelehabíaheridodellenoenelcorazón.

—¡Ah! ¡Rolando! ¡Rolando! —murmuró—. Yo creí que ya me habíadesembarazadocompletamentedeti.

—¿Estoybieninformado?—dijoelduqueconairedetriunfo.

—Bastantemal—respondióNanón—.Ysivuestrapolicíapolíticanoestámejororganizadaquelaamorosa,oscompadezco.

—¿Mecompadecéis?

—Sí,porque,enfin,eseseñordeCanolles,aquienhacéisgraciosamenteelhonordecreervuestrorival,nosólonoestáaquí,sinoquepodéisesperar,yveréiscomotampocoviene.

—¡Havenidoya!

—¡Él!—exclamóNanón—.Esonoescierto.

Esta vez había un acento de profunda verdad en la exclamación de laacusada.

—Quiero decir que ha venido a unos cuatrocientos pasos de aquí, yfelizmenteparaél,sehadetenidoenelparadordel«BecerrodeOro».

Nanóncomprendióqueelduqueestabamuchomenosinformadodeloqueellahabíacreídoalprincipio,yseencogiódehombros;perodespuésempezóagerminar en sualmaotra idea,que sinduda lehabía inspirado la carta, lacualvolvíayrevolvíaentresusmanos.

—Imposible es —dijo—, que un hombre de ingenio, uno de los máshábilespolíticosdelreino,sedejeseducirporescritosanónimos.

—Peroenfin,seaanónimooloquequeráis.¿Cómoexplicáisesacarta?

—¡Oh!Laexplicaciónnoesdifícil, ésaes lacontinuaciónde lasbuenasobrasdemisamigosAgeneses.

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—ElseñordeCanollesoshapedidounpermisoparaarreglarasuntosdefamilia, cuyo permiso le habéis concedido, se ha sabido sin duda que iba apasarporaquí,ysehafundadosobresuviajeestaridículaacusación.

Nanónconocióque lejosdecalmarse la fisonomíadelduque,aumentabamássuceño.

—Laexplicaciónseríabuena—dijoél—,silafamosacartaqueatribuísavuestrosamigosnotuvieraciertaposdata,quehabéisolvidadoleerconvuestraturbación.

Unatercianamortalcorrióportodoelcuerpodelajoven,conocíaquedeno venir la casualidad en su ayuda, no podría por mucho tiempo ella solasostenerlalucha.

—¡Unapostdata!—repitió.

—Sí, leed—dijo el duque—, entre vuestrasmanos está la carta. Nanónprobóasonreírse;peroconociendoellamismaquesusfaccionescontraídasnoseprestabanyaaestademostracióndetranquilidad,secontentóconleerconelacentomásfirmequepudoadoptar.

«Tengo en mi poder la carta de la señorita de Lartigues al señor deCanolles,enlaquesefijaparaestanochelacitaqueosanuncio.EstacartaladaréencambiodeunafirmaenblancoqueelseñorduqueharáconducirporunsólohombreembarcadosobreelDordoña,frentealavilladeSanMigueldelaRivera,alasseisdelatarde».

—¡Yhabéistenidolaimprudencia!…—dijoNanón.

—Una sola letra vuestra es para mí tan preciosa, mi señora, que no hepensadounmomentoenelvalorquepudieradarseavuestracarta.

—¡Exponerunsecretosemejantealaindiscrecióndeunconfidente!¡Ah!¡Señorduque!…

—Estaclasedeconfidenciasserecibenenpersona,señora,yasíescomoyoherecibidoésta.ElhombrequehaestadosobreelDordoñahesidoyo.

—¿Esdecirquetenéismicarta?

—Vedlaaquí.

Nanón probó a recordar el contenido de aquella carta por un esfuerzorápido de memoria, pero era una cosa imposible; su cerebro empezaba aturbarse.

Le fue forzoso tomar su propia carta y leerla, apenas contenía tresrenglones.Nanón los recorrió conávidamirada, reconociendocon indeciblealegríaqueaquellacartanolacomprometíadeltodo.Leedalto,dijoelduque,

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tambiénamícomoavossemehaolvidadoelcontenidodeesacarta.

Nanón encontró la sonrisa que inútilmente había buscado algunosmomentosantes;yprestándosecomplacientealainvitacióndelduque,leyó:

«Cenaréalasocho.¿Estáislibre?Yoloestoy.Siosacontecelomismo,sedexacto,miqueridoCanolles,ynadatemáispornuestrosecreto».

—¡Meparecequeestábienclaro!—exclamóelduque,pálidodefuror.

—Heaquíloquemeabsuelve—pensóNanón.

—¡Ah!¡Ah!—continuóelduque—,¡esdecirquetenéisunsecretoconelseñordeCanolles!Nanóncomprendióqueunaperplejidaddeunsegundolaperdía.Ademáshabíatenidotiemposuficienteparamadurarensucerebroelplanquelacartaanónimaleinspiraba.

—Ybien,escierto—dijo,mirandofijamentealduque—,tengounsecretoconesehidalgo.

—¿Yloconfesáis?—gritóelduquedeEpernón.

—Esforzoso,puesqueyanoseospuedeocultarnada.

—¡Oh!—exclamóllenodecóleraelduque.

—Sí,esperabaalseñordeCanolles—continuótranquilamenteNanón.

—¿Vosleesperabais?

—Yoleesperaba.

—¿Yosatrevéisaconfesarlo?—Enaltavoz.

—Pero ya que llegamos a este extremo, ¿sabéis quién es el señor deCanolles?

—Séqueesunfatuo,aquiencastigaréconrigorporsuosadía.

—Esunnobleyvalientehidalgo,aquienseguiréisdispensandovuestrosfavores.

—¡Oh!¡JuroaDiosqueseránmuchos!

—Bastadejuramentos,señorduque,almenosantesdehabermeescuchado—contestósonriendoNanón.

—Hablad,puesperosedbreve.

—¿No habéis observado, vos que sondeáis hasta los más recónditosmisterios del corazón—repusoNanón—, todasmis deferencias al señor deCanolles,missolicitudesavosconrespectoaél,eseabonodefondosparaunviaje a laBretañaconel señorde laMeilleraye, esa licencia reciente,yporúltimo,miconstanteafánporservirle?

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—¡Señora,señora—dijoelduque—,estoesyatraspasarloslímites!…

—PorDios,señorduque,dejadmeconcluir.

—¿Quémásqueréisqueoiga?¿Quéosrestaquedecirme?

—QuetengoalseñordeCanolleselmástiernointerés.

—¡Pardiez!¡Demasiadolosé!

—Quemicuerpoymialmaestánasuservicio.

—Señora,estoesabusar…

—Queleserviréfielhastalamuerte,yestoporque…

—Porqueesvuestroamante,esonoesdifícildeadivinar.

—¡Porque—continuó, asiéndose por unmovimiento dramático al brazotrémulodelduque—,porqueesmihermano!

—¡Vuestrohermano!

Nanónhizounaseñalafirmativaconlacabeza,acompañadadeunasonrisadetriunfo.

Alcabodealgunosmomentosexclamóelduque:

—Esorequiereunaexplicación.

—Yoslavoyadar—dijoNanón—.¿Cuántotiempohacequemuriómipadre?

—Hará…—contestóelduquecalculando—,unosochomeses,lomás.

—¿Por cuándo firmasteis el despacho del capitán a favor del señor deCanolles?

—Haciaesamismaépoca—continuóelduque.

—Quincedíasdespués…sí,esovendráahacer.

—¡Esdemasiado tristeparamí—continuóNanón—, revelar ladeshonradeotramujer,divulgarsusecreto,queeselnuestro,entendéis!Perovuestrosextrañoscelosmeprecisan,vuestrascruelesmanerasmeobliganaello.

—Nohagomásqueimitaros,señorduque,sisoypocogenerosa.

—Seguid,seguid—exclamóelduque—,algopresoyaenlasredesquelaimaginacióndelabellagasconaforjaba.

—Puesbien;mipadreeraunabogadoquenocarecíadealgunacelebridad,veinte añoshace era joven, y siemprehabía sidohermoso.Antesde casarseamóa lamadredeCanolles,perohabíasidorechazadosuamor,porqueellaeranobleyélplebeyo.Comosucedeconfrecuencia,elamorcuidódereparar

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el error de la naturaleza, y durante un viaje del señor de Canolles… ¿locomprendéisahora?

—Sí, pero, ¿cómo habéis guardado para tan tarde esa amistad hacia elseñordeCanolles?

—Porquehasta lamuertedemipadrenohesabidoel lazoquenosunía,porqueestesecretoestabaconsignadoenunacartaqueelbarónmismomehaentregado,llamándomehermana.

—¿Ydóndeestáesacarta?—preguntóelduque.

—¿Habéisolvidadoyaelincendioquedevoróenmicasamisprimorosasalhajasymispapelesmássecretos?

—Escierto—dijoelduque.

—Veinteveceshequeridocontarosestahistoria,bienseguradequeharíaistodo lo posible por el hombre a quienyo le llamoen secretohermanomío;peromeha contenido siempre, rogándomey suplicándomeno destruyese lareputación de su madre, que aún vive. Y yo, que he comprendido susescrúpulos,losherespetado.

—¡Ah!¡Verdaderamente!—dijoelduqueenternecido—.¡PobreCanolles!

—Ynoobstante—continuóNanón—,loqueélrehusabaerasufortuna.

—Eso es propio de un alma delicada—repuso el duque—; y hasta esosescrúpuloslehonran.

—Habíahechomás.Habíajuradonorevelarjamásestesecretoanadieenel mundo; pero vuestras sospechas le han hecho desbordarse al vaso.¡Desgraciadademí!¡Heolvidadomijuramento!¡Hevendidoelsecretodemihermano!¡Desgraciadademí!

YNanónsedeshacíaenlágrimas.

El duque se arrojó a sus plantas y besó sus lindas manos, que ella leabandonabaconabatimiento,mientrasquesusojoselevadosalcielo,parecíanpediraDiosperdóndesuperjurio.

—¡Porquéosllamáisdesgraciada!—exclamóelduque—,decidmásbien,¡felices todos!Yo quiero que ese apreciableCanolles repare todo el tiempoperdido.

—Noleconozcoaún,perolodeseo;melopresentaréis,yleamarécomoaunhijo.

—Decidcomoaunhermano—repusoNanónsonriendo.

Después,pasandoaotraidea.

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—¡Esos monstruos delatadores! —exclamó comprimiendo la carta, quehizo ademán de arrojar al fuego, pero que ocultó cuidadosamente en subolsillo,paraatraparmástardeasuautor.

—Peroestoypensando—dijoelduque—,quenovieneesechico,ytengodeseosdeverle.Voyamandarlellamarahoramismoal«BecerrodeOro».

—¡Ah!Sí—dijoNanón—,paraquesepaquenadapuedeocultaros,yquetodooslohedicho,apesardemijuramento.

—Fiadenmidiscreción.

—¡Vaya,vaya!señorduque,tengoquequejarmedevos,—dijoNanónconesasonrisaquelosdemoniospidenprestadaalosángeles.

—¿Yporqué,hermosamía?

—Porque otras veces erais más aficionado a la soledad que ahora.Cenemos,creedme;ymañana tempranohabrá tiempoparaenviara llamaraCanolles—deaquíamañana,sedecíaNanón,tendrétiempodeavisarle.

—Seaenhorabuena—dijoelduque—.Vamosalamesa.Yllevadodeunrestodeduda,añadióparasí:

—Deaquíamañananomesepararédeella;yasí,anoserbruja,notendrámedioalgunodeinformarle.

—¿Y me será permitido, amigo mío —dijo Nanón colocando el brazosobreelcuellodelduque—,solicitaralgunacosaparamihermano?

—¡Cómo!—repusodeEpernón—,todocuantoqueráis;dinero…

—¡Oh! Dinero —dijo Nanón—, no lo necesita, él me ha dado estamagníficasortijaqueosllamólaatención,yqueeradesumadre.

—¡Leascenderemosentonces!—dijoelduque.

—¡Oh!Sí,ascendedle.Leharemoscoronel,¿noesasí?

—¡Cáspita,yquédeprisavivís,querida!—dijoelduque—;¡coronel!Paraesto era menester que hubiera prestado algún servicio a la causa de SuMajestad.

—Estáprontoaprestarcuantosseledesignen.

—¡Oh! —dijo el duque mirando a Nanón de reojo—. No me faltaríaalgunamisióndeconfianzaparalacorte…

—¡Unamisiónparalacorte!—exclamóNanón.

—Sí—repusoelviejocortesano—;peroestoossepararía.Nanónconocióqueeramenesterdisiparesterestodedesconfianza.

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—¡Oh!Notemáisporeso,miqueridoduque.¿Quéimportalaseparación,si ésta puede redundar en su provecho?De cerca le serviría yomal, porqueestáisceloso;perode lejos,vosextenderéissobreélvuestramanopoderosa.Desterradle,expatriadle,siesporsubien,ynoosinquietéispormí.Conserveyoelamordemiqueridoduque,ynonecesitomásparaserfeliz.

—Puesbien,estádicho—repusoelduque—;por lamañana leenviaréabuscar,y ledaréinstrucciones.Yahora,hermosamía,cenemoscomohabéisdicho—continuóelduque,echandounamiradallenadecomplacenciasobrelosdossillones,loscubiertosylosalmohadones.

Sentáronsealamesaconsemblantetanplacentero,queFrancinetamisma,apesardelaexperienciaquesucalidaddecamareraledabasobrelasmanerasdel duque y el carácter de su señora, creyó que ésta se hallabacomplacientementetranquila,yelduquellenodelamayorconfianza.

V

Lospartidarios

El caballero a quien Canolles saludó con el nombre de Richón, habíasubidoalprimerpisodelparadordel«BecerrodeOro»,ycenabaencompañíadelvizconde.

Aéste era aquien el jovenesperaba impaciente, cuando la casualidad lehabíahechotestigodelospreparativoshostilesdelduquedeEpernón,dándolealmismo tiempoocasión de prestar al barón deCanolles el servicio que yahemosreferido.

RichónhabíasalidodeParísochodíasantes,ydeBurdeosaquelmismodía;porconsiguienteeraportadordenoticiasrecientessobrelosnegociosalgoembrolladosquedeParísaBurdeosseurdíanentoncespormediode tramasquecausabangeneralinquietud.Amedidaquehablaba,yadelaprisióndelospríncipes,queeralaordendeldía,yadelparlamentodeBurdeos,queeralapotenciamotriz, ya del señor deMazarino, que era el rey delmomento, eljoven observaba en silencio su fisonomía enérgica y atezada, su miradapenetrante y llena de firmeza, sus dientes blancos y agudos, que asomabanbajo su largo bigote negro, signos diversos que presentaban en Richón elverdaderotipodeloficialdefortuna.

—¡Segúneso—dijoelvizcondealcabodeunrato—,laseñoraprincesaestaráenChantillyaestashoras!

EssabidoquesedesignabaasíalasdosduquesasdeCondé;sóloqueala

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duquesamadreseleagregabaeltítulodeviuda.

—Sí—respondióRichón—;yallíosesperalomásprontoposible.

—¿Yenquésituaciónseencuentra?

—¡Ah!En un verdadero destierro, se la vigila con elmayor cuidado, lomismo que a su suegra, porque se teme en la corte que no se sujeten a lasgestionesdelparlamento,yquemaquinenalgunacosamáseficazafavordelospríncipes.Pordesgracia,comosiempreacontece,eldinero…Apropósitodedinero,¿habéiscobradoelqueosdebían?Esunapreguntaquesemehaencargadomuchointeréshiciese.

—¡Ps!—dijoelvizconde—,conmiltrabajosherecogidounasveintemillibrasqueestánallíenoro.¡Esoestodo!

—¡Esoestodo!Cáspita,yquéaltopicáis,vizconde.

—Bien se deja ver que sois millonario, ¡hablar con tal desprecio desemejante suma en tal momento! Con veintemil libras vamos a sermenosricosqueelseñordeMazarino,peroseremosmásricosqueelrey.

—¿Segúnesocreeréis,Richón,queesahumildeofrendaseráaceptadaporlaprincesa?

—Contodaelalma;puessilelleváisconquépoderpagarunejército.

—¿Creéisqueserámenester?

—¿Qué?¿Unejército?Ciertamente,ynonosocuparemosenotracosa.ElseñordeLarochefoucaulthaalisadoacuatrocientosnobles,bajopretextodehacerles asistir a las exequias de supadre.El señor duquedeBouillónva aponerseenmarchaparalaGuienaconigualnúmero,sinoesmayor.ElseñordeTurenahaprometidohacerunaasomadaenParís,conelfindesorprenderaVincennesyrobara lospríncipespormediodeungolpedemano,paraestotendráunostreintamilhombres,todosuejércitodelNortequehasobornadodel servicio real. ¡Oh!Las cosasmarchan perfectamente—continuóRichón—,vivid tranquilo;yonosédeciertosi tendremosgran tarea,perosíestoyseguroquedaremosmuchoruido.

—¿YnohabéisencontradoalduquedeEpernón?—interrumpióeljoven,cuyos ojos chispeaban de júbilo al oír esta enumeración de fuerzas, que leprometíaeltriunfodelpartidoaqueestabaagregado.

—¿Al duque de Epernón? —preguntó el oficial de fortuna abriendotamaños ojos—. ¿Dónde queréis que le haya encontrado? Yo no vengo deAgénsinodeBurdeos.

—Pudieraishaberleencontradoapocospasosdeaquí—dijoelvizcondesonriendo.

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—¡Ah! Es justo. ¿No habita por estas cercanías la bella Nanón deLartigues?

—Adostirosdemosquetedeesteparador.

—¡Bueno! Esto me explica la estancia del barón de Canolles en el«BecerrodeOro».

—¿Leconocíais?

—¿Aquién?¿Albarón?Sí;yauncasipodríadecirquesoysuamigo,sielseñordeCanollesnofueradelamásacentuadanoblezacuandoyonosoymásqueunpobreplebeyo.

—Plebeyos como vos, Richón, valen tanto como los príncipes, en lasituaciónenquenoshallamos.

—¿Ysabéistambiénqueyoheliberadodeunapaliza,oacasodeotracosapeor,avuestroamigoelbaróndeCanolles?

—Sí,mehaprincipiadoahablaracercadeeso,peronoleheacabadodeescuchar,estabaimpacienteporsubiravuestrolado.

—¿Estáissegurodequenooshaconocido?

—Noesfácilconoceraquiennosehavistojamás.

—Esverdad;deberíahaberdichosilohaadivinado.

—En efecto —repuso el vizconde—, mucho me miraba… Richón sesonrió.

—Yalocreo—dijo—,notodoslosdíasseencuentranhidalgosdevuestracatadura.

—Mepareceuncaballeromuyjovial—repusoelvizcondedespuésdeunmomentodesilencio.

—Jovialybueno;unalmahermosayunbuencorazón.

—ElGascón,ya sabéisquenuncaesmediano;oes excelente,onovalenada;yéseesdebuenaley.Lomismoenamorescapitán;sientomuchoqueseanuestrocontrario.

—Y a la verdad, ya que la causalidad os ha puesto en relaciones con élhabríaisdebidoaprovecharosdelaocasiónyganarleparanuestracausa.

—Unfugitivoruborpasórápidocomounmeteoroporlaspálidasmejillasdelvizconde.

—Mehaparecidomuytrivialvuestroamigo—contestó.

—¡VálgameDios!—respondióRichónconesa filosofíamelancólicaque

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se encuentra a veces en los hombresmás vigorosamente templados—, ¿tanformales y puestos en razón somos nosotros los que manejamos conimprudentesmanos la tea de la guerra civil, cual si tuviésemos en ellas uncirio de iglesia?… ¿Es hombre formal ese señor coadjutor, que con unapalabracalmayalborotaaParís?¿EsmuyserioeseseñordeBeaufort,cuyainfluenciaenlacapitalestalquesellamaelreydelosmercados?¿TenéispormujermuyformalaesaseñoradeChevreuse,quequitayponeministrosasuantojo?

—¿Esunamujermuyseria laseñoradeLongueville,queporespaciodetresmeseshasidodueñaabsolutadelascasasconsistoriales?

—¿Lo es por último, esamisma princesa deCondé, que ayer aún no seocupabamásquedevestidos,alhajasydiamantes?

—Enfin,¿esunjefedepartidomuyserioelseñorduquedeEnghien,quejuegatodavíaalospolichinelasconlasmujeres,yqueacasoseráelprimeroquetransformeatodaFrancia?

—Últimamente, yo mismo, si permitís que mi nombre tenga cabidadespuésdetantosotrostanilustres,¿soyunpersonajemuygrave,yo,elhijodeuntahonerodeAngulema;yo,antiguocriadodelseñordeLarochefoucault,yo,aquienmiamoenvezdeunablusaounacapa,haentregadounaespada,que puesta bravamente a mi lado me ha convertido en guerrero? Y sinembargo,vedaquíalhijodeltahonero,alantiguoayudadecámaradelseñorLarochefoucault, transformado en capitán, vedle conducir una compañía decuatrocientosoquinientoshombres,concuyasvidasvaajugarcomosiDioslehubiesedadoderecho sobreellas,vedleaquímarchandopor lavíade losgrandes hechos, expuesto a ser coronel, gobernador de una plaza. ¿Y quiénsabe?Vedleenestadode llegara tener talvezentre susmanosdurantediezminutos, unahoraoundía, el destinodeun reino.Yaveisquees cosaquepareceunsueño,ysinembargo,yolotendréporrealidadhastaquellegueundíaenqueunagrancatástrofemedespierte…

—Yesedía—repusoelvizconde—,desgraciadosdelosqueosdespierten,Richón,porqueseréisunhéroe…

—Un héroe, o un traidor, según que seamos los más fuertes o los másdébiles.

—Entiempodelotrocardenal,mehabríayomiradobien,porquejugabalacabeza.

—Vamos, Richón, no me queráis hacer creer que esas consideracionespuedendeteneraunhombrecomovos,aquiensecitacomounodelosmásvalientessoldadosdelejército.

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—¡Eh!, sin duda —dijo Richón— con un inexplicable movimiento dehombros,hesidovalientecuandoelreyLuisXIIIconsusemblantepálido,sucordónazulysusojosbrillantescomocarbunclos,gritabaconvozdeltruenomientras que semordía el bigote: «¡Avanzad, caballeros! ¡El rey osmira!».Perocuandotengaqueencontrar,noamiespaldasinoenfrentedemí,sobreelpechodelhijoesemismocordónazul,quemisojosvenaúnsobreelpechodelpadre;cuandomeveaprecisadoagritaramissoldados:«¡Fuegocontraelreyde Francia!». Este día —continuó Richón moviendo la cabeza— temeré,vizconde,yteniendomiedo,tendréquedarcontodoatravés.

—¿Qué hierba habéis pisado hoy,mi querido Richón, paramirarlo todoporelladopeor?—dijoeljoven—.LaGuerraCivilesunacosatriste,bienlosé,peroavecesesnecesaria.

—Sí,comolapeste,comolafiebreamarilla,comoelvómitonegro,comoeltabardillo.¿Creéis,porejemplo,muynecesario,señorvizconde,queyoqueheapretadocontantoplacerestanochelamanodeeseguapoCanolles,vayamañana a traspasarle el pecho de una estocada, tan sólo porque sirvo a laseñoraprincesadeCondé,queseburlademí,yalseñordeMazarino,aquienmiroconindiferencia?

—Puesestotendráquesuceder.

Elvizcondehizounmovimientodehorror.

—A no ser—continuóRichón— que yome engañe, y sea él quienmeatravieseelpechodeunmodocualquiera.

—¡Ah! Vosotros no comprendéis la guerra, no veis más que unmar deintrigas,enqueelqueoszambullíscomoenvuestronaturalelemento;yaunhaymás,elotrodíaselodecíaasualteza,yconvinoenello,oshalláisenunaesfera, desde la cual los fuegos de artillería que nos destrozan os parecenfuegosartificiales.

—Enverdad,Richón—dijoelvizconde—,measustáis;ysinoestuvieseseguro de que habéis venido para protegerme, temería ponerme en camino;pero con vuestra escolta—añadió el joven teniéndole su pequeña mano alpartidario,nadameamedra.

—Mi escolta—dijo Richón—, ¡ah! Sí, tenéis razón, y ahora me hacéispensar en eso. Pero tendréis que pasaros sin mi escolta, pues cada unotiraremospornuestrolado.

—¿PuesnodebéisvolveracompañándomehastaChantilly?

—Es cierto que debía volver en el caso de que no fuese necesario aquí;pero, como os decía hace poco, ha crecido tanto mi importancia, que herecibido laordenpositivade laprincesadenodejar lascercaníasdel fuerte,

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sobreelcualparecequesetienenproyectos.

Elvizcondesoltóunaexclamacióndeterror.

—¡Partirasí,sinvos!—exclamó—,partirconesevenerablePompeyo,queescienvecesmásmedrosoqueyo,ytenerqueatravesarlamitaddeFranciasólo,oalgomás.¡Oh!Nopartiré,lojuro,creoquememoriríademiedoantesdellegar.

—¡Y qué, señor vizconde! —replicó Richón soltando la risa—, ¿no osacordáisyadelaespadaquelleváisallado?Reídcuantoosdélagana,tantomejor;peronopartiré.Laprincesamehaprometidoquemeacompañaríais,ysóloconestacondiciónhepodidoaventurarme.

—Será loqueosacomode,vizconde—dijoRichónconfingidagravedad—.Masdecualquiermodo,vuestrapresenciaesindispensableenChantilly,yya sabéis que los príncipes no tardan mucho en perder la paciencia,mayormentecuandoesperandinero.

—Y para colmo de la desgracia —dijo el vizconde— es menester quecaminedenoche…

—Tanto mejor —repuso Richón riendo—, así no se notará que tenéismiedo, y no dejaréis de encontrar algunomásmedroso que vos, a quien leharéishuir.

—¿Locreéisasí?—dijoelvizcondemásseguro,apesardeestapromesa.

—¡Bah! Y además—dijo Richón—, hay un medio de conciliarlo todo.Vuestrotemoresporeldinero,¿noescierto?

Pues bien, dejádmele amí, y yo lomandaré pormedio de tres o cuatrohombresdemiconfianza.Perodetodosmodos,elmejormediodequellegueesllevándolevosmismo.

—Tenéisrazón,voyapartir,Richón;ycomoesnecesarioservalientedeltodo,tambiénllevaréeldinero.

—Yo creo que Su Alteza, según lo que vos me habéis dicho tiene másnecesidaddedineroquenodemí,yacasoseríamalrecibidonollevándolo.

—Bienoshabíayodichocuandoentré,queteníaiselairedehéroe;peroademás a cada paso se encuentran soldados del rey, y aún no estamos enguerra,sinembargo,noosfieismucho,yprevenidaPompeyoquecarguesuspistolas.

—¿Esomelodecísportranquilizarme?

—Sinduda.Elqueconoceelpeligronosedejasorprender,partid,pues—continuó Richón levantándose—; la noche está hermosa y antes del día

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podréisllegaraMonliú.

—Peroelbarónvaaespiarnuestrapartida.

—¡Oh! En este momento estará ocupado en lo que acabamos de hacernosotros,esdecir,queestarácenando;yporpocoqueseadurarásucenamásque la nuestra, pues es muy buen gastrónomo para dejar la mesa sin unpoderosomotivo.Además,yobajaréaentretenerle.

—Entoncesdisculpadmedemifaltadeatenciónconél.Noquiero,quesimeencuentraalgúndíaenmenosgenerosadisposiciónqueloestabahoy,mearme disputa; pues me parece que debe ser vuestro barón la sumasusceptibilidad.

—Habéisacertado;ymásaúnseríahombrecapazdeseguiroshastaelcabodelmundoporcruzarlaespadaconvos.Peropermanecedtranquilo;yoleharépresentevuestraatención.

—Sí,perotenedcuidadodeentretenerlehastaqueyoparta.

—¡Dale!Nomesepararédeél.

—¿YparaSuAltezanotenéisningunacomisión?

—Yalocreo,merecordáislamásimportante.

—¿Lehabéisescrito?

—No,sólohayquedecirledospalabras.

—¿Cuáles?

—Burdeos-Sí.

—¿Yasabráloqueesoquieredecir?

—Perfectamente. Y sobre estas dos palabras puede partir con todaseguridad,decidlaqueyorespondodetodo.

—Vamos, Pompeyo—dijo el vizconde al viejo criado, que asomaba enestemomentolacabezaporelhuecodelapuertaqueacababadeentreabrir—.Vamos,miamigo,tenemosquepartir.

—¡Oh! ¡Oh! Partir —dijo Pompeyo—. ¿Lo ha pensado bien, señorvizconde?Sepreparaunahorrorosatempestad.

—¿Qué estáis ahí diciendo, Pompeyo?—dijo Richón—; ¡si no hay unanubeenelcielo!

—Perodenochesepuedeperderelcamino.

—Escosadifícil,nohaymásqueseguir lacarretera,yademáshaceunalunaquedagozo.

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—¡Luna!¡Luna!—murmuróPompeyo—;¡bienpodéiscomprenderqueloqueyodigonoespormí,señorRichón!

—Sinduda—dijoRichón.

—¡Un veterano! Habiendo hecho la guerra contra los españoles, yhabiendo sido herido en la batalla de Corbía… —continuó Pompeyopavoneándose.

—No se tiene miedo a nada, ¿no es así? ¡Pues bien! Eso es lo queconviene,porqueelseñorvizcondenoestádeltodofirme,osloaviso.

—¡Oh!¡Oh!—dijoPompeyopalideciendo—;¿tenéismiedo?

—Pero no en tu compañía, mi bravo Pompeyo —dijo el joven—. Teconozcobien,yséquetedejaríasmatarantesdequellegaranhastamí.

—Sinduda,sinduda—respondióPompeyo—;peronoobstante,sitenéismiedo,apesardeeso,serámejordejarloparamañana.

—No puede ser,mi buen Pompeyo. Transporta ese oro a la grupa de tucaballo,quealmomentovoyajuntarmecontigo.

—Ésta es una sumamuy considerable para exponerla a la noche—dijoPompeyosuspendiendolaalforjilla.

—No hay peligro; a lo menos así lo dice Richón. Veamos; ¿están laspistolasensusfundas, laespadaenlavainayelmosquetónpendientedesugancho?

—Sin duda olvidáis—respondió irguiéndose el viejo escudero—, que elquehasidosoldadotodasuvidanosedejacogerenfalta.Sí,señorvizconde,cadacosaestáensupuesto.

—¿Veis? —dijo Richón—, ¡para que tengáis miedo con semejantecompañero!¡Ea!¡Buenviaje,vizconde!

—Gracias por el deseo; pero el camino es bastante largo—respondió elvizconde con un resto de angustia que no podía disipar el aire marcial dePompeyo.

—¡Bah! —dijo Richón—, todo camino tiene principio y fin. Hacedpresentes mis respetos a la princesa, decidle que soy suyo y del señor deLarochefoucault hasta lamuerte; y no olvidéis las dos palabras en cuestión,Burdeos-Sí.YomevoyaentreteneralseñordeCanolles.

—Decid, Richón —repuso el vizconde deteniéndole por el brazo en elmomentodeponerelpieenlaprimeragradadelaescalera—;sieseCanollesestanbravocapitánytanbuenhidalgocomohabéisdicho,¿porquénohacéisalgunatentativaparaatraerleanuestropartido?

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—Podríajuntársenos,bienenChantilly,bienduranteelviaje,ycomoalgoconocidomío,yolepresentaría.

Richónmiróalvizcondeconunasonrisatansingular,quehabiendoleídoaquélsindudasobrelafisonomíadelpartidarioloquepasabaensucorazón,seapresuróadecir:

—Por último, Richón, haced cuenta que nada os he dicho, y obrad enadelantecomomejorosparezca.

—¡Adiós!

Diciendoestoletendiólamano,yseinternóconvivezaensuhabitación,yaseatemerosodequeRichónvieseelruborrepentinoquehabíacubiertosurostro,obientemiendoseroídodeCanolles,cuyasestrepitosasvocesllegabanhastaelprimerpiso.

Dejó,pues,alpartidariobajarlaescaleraseguidodePompeyo,quellevabacon aparente descuido la valija, para que no pudiesen sospechar lo quecontenía; y después de algunosminutosmás,miró con interés a uno y otroladoparaasegurarsedequenadaseleolvidaba,apagólasluces,bajóasuvezconprecaución,aventuróunatímidaojeadaatravésdelhuecoluminosodelapuerta de una sala baja; y embozándose después en una capa gruesa que lepresentóPompeyo,pusosupequeñopieentrelasmanosdesuescudero,saltócon ligerezasobresucaballo, reprendióun instantesonriendo la lentituddelveterano,ydesaparecióentrelasombra.

En el momento de entrar Richón en la sala de Canolles a quien debíaentretener mientras que el vizconde acababa de hacer sus preparativos demarcha,unhurradealegríalanzadaporelbarón,mediotendidoensusilla,ledioaconocerquenoleteníarencor.

Sobre la mesa, y entre dos cuerpos diáfanos que habrían sido botellasllenas, se elevaba rechoncha y orgullosa por su rotundidad, una ampollasobretejidadejuncos,porcuyosintersticioshacíabrotarcentellasdetopaciosy rubíes la viva luz de cuatro bujías. Era un soberbio frasco de esos vinosrancios de Coliure, cuyo licor meloso apetece saborear un paladar yaenardecidoporotroslicores.Allíseencontrabanloshermososhigossecos,lasalmendras, los bizcochos, los apetitosos quesos y las sabrosas aceitunas yalcaparras,ricamenteadobadas,revelandoelcálculointeresadodelposadero;cálculo cuya exactitud denotaban dos botellas vacías y una yamediana. Enefecto, era indudable que todo el que llegase a parar en aquel provocadordesierto, haría necesariamente, por muy sobrio que fuese, un considerableconsumodelíquido.

Canollesnodeseabahacerseanacoreta.Canolleseradefamiliaprotestante,ymalquebienprofesabatambiénlareligióndesuspadres;ypuedeserqueen

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su calidad de hugonote no creyese en la canonización de esos piadosossolitarios que habían ganado el cielo bebiendo agua pura y comiendosimplementeraíces.Así,pues,pormuytriste,omuyenamoradoqueestuviera,Canollesjamáserainsensiblealosvaporesdeunbuenplato,alavistadeesasbotellasdeformaparticular,yalostapones,circundadosdelacrerojo,verdeoamarillo,quefielmenteaprisionanlamáspurasangredelaGascuña,BorgoñaoChampaña.En aquella cenahabíaCanolles, comode costumbre, cedido alosencantosdelavista;delavistahabíapasadoalolfato;delolfatoalgusto;ycomo de los cinco sentidos con que le dotaba esa buenamadre común quellaman señoraNaturaleza, tenía ya tres completamente satisfechos, los otrosdosprestabanbuenamentepacienciayesperabansuturnoconunaresignacióndignadeunsanto.

En este momento fue cuando entró Richón, y halló a Canollesbamboleándosesobresusilla.

—¡Ah! Venid —exclamó este último—, llegáis muy a propósito, miquerido Richón; necesitaba encontrar alguno a quien hacerle el elogio deMaese Biscarrós, y ya me veía precisado a encomiárselo a este belitre deCastorín,queno sabe loqueesbeber,yaquiennuncahepodidoenseñaracomer.Venid,miradestosatalajes,querido;tenedlavistasobreesamesa,alaque os convido a tomar asiento. El posadero del «Becerro de Oro» es unverdaderoartista,¿noesasí?TratoderecomendarleamiamigoelduquedeEpernón. Escuchad esta lista de manjares, juzgad, Richón, vos que sabéisapreciar sumérito,pepitoria, ensaladadeostrasmarinas, anchoas,pajarillos,un capón, aceitunas y una botella de Medos, cuyo cadáver está ahí; unacándida perdiz, guisantes acaramelados, gelatina de guindas, remojado todocon una botella de Chambertín que yace ahí, además, esos postresacompañados de esa botella de Coliure, que trata de defenderse, y que lepasaráloquealasdemás,especialmentesisomosdoscontraella.¡Cáscaras!,tengounhumorsoberbio,yMaeseBiscarrósesungranmaestro.Acercaosporahí,Richón;voshabéiscenadoyapero,¿quéimporta?Yotambiénhecenado,esonolehace;empezaremosdenuevo.

—Gracias,barón—dijoriendoRichón—;notengoapetito.

—Admitido. Puede no tenerse gana, pero sí debe tenerse siempre sed;probadeseColiure.

Richónpresentósucopa.

—¿Conquehabéiscenado—continuóCanolles—,convuestrocanallitaelvizconde?¡Ah!,perdonad,Richón.

—No,hedichomal;alcontrario,esunguapísimochico,aquiendeboelplacerdesaborearlapartemáshermosadelavida,envezdehaberentregado

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elalmaportresocuatrolucanasquetratabadeabrirenmipellejoesevalienteduque de Epernón. Yo estoy agradecidísimo a ese lindo vizconde, a esegraciosoGanímedes.

—¡Ah! ¡Richón! Me parece que tenéis cara de ser lo que dicen, elverdaderoservidordelseñordeCondé.

—Vamos,barón—exclamóRichón soltandounacarcajada—;no tengáissemejantesideas,meharíaismorirderisa.

—¡Morirderisavos!Vamos,estonopuedeser,querido:

Ignetantumperituriquiaestas…Landeriri.

—Yasabéislodemás,¿noesasí?Esunvillancicodevuestropatrón,dichosobreelríogermanoRhenusundíaqueanimabaasuscompañerostemerososdemorirahogados.DiablodeRichón, ¡bah!No importa, tengocompasiónavuestropequeñohidalgo,¡interesarseasíporelprimercaballeroquepasa!

YCanolles se acomodó en su silla riendo a carcajadas, y acariciando subigoteconunparoxismodehilaridad,deRichónnopudomenosdeparticipar.

—Pero hablando con seriedad —dijo Canolles—, mi querido Richón,vosotrosconspiráis,¿noescierto?

Richóncontinuóriendo,peroconrisamenosfranca.

—¿Sabéisquemehandadoganasdehacerosprender, avosy avuestrohidalguito? ¡Votova!Hubiera sidochistoso,y sobre todonadadifícil, comoqueteníaamidisposiciónlosbastonerosdemicompadredeEpernón.

—¡Ah!Nohabíamásquedecir:conducidaRichónalcuerpodeguardia,ytambiénaesehidalguito¡bah!,¡bah!…

Enestemomentoseoyóelgalopededoscaballosquesealejaban.

—¡Hola!—dijoCanollesescuchando—.¿Sabéisquéeseso,Richón?

—Meparecequesí.

—¿Yquées?

—Esqueparteeljovenhidalgo.

—¡Sindespedirse!—exclamóCanolles—;decididamenteesunpobretón.

—No,nomiqueridobarón;esquevamuydeprisa,ynadamás.

Canollesarrugóelentrecejo.

—¡Qué modales tan singulares! —dijo—. ¿Dónde se ha educado esejoven?AmigoRichón,osadviertoqueoshonramuypocosuamistad.¡Votova! Yo creo que si le cogiera aquí le había de poner las orejas coloradas.

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¡Lléveseeldiabloalbuenodesupadre,quesindudapormezquindad,nolehadadomaestro!

—Noosenfadéis,barón—dijoRichónriendo—.Elvizcondenohasidotanmaleducadocomolesuponéis;puesalpartirmehaencargadoledisculpeconvos,recomendándomequeosofrezcasusservidos.

—¡Bueno,bueno!—dijoCanolles—;esoessolamente inciensodecorte,con que se convierte una grande impertinencia en una impolítica de pocamonta, y nadamás. ¡Voto al diablo!Me habéis puesto demalísimo humor,Richón,¡insultadme!¿Qué,noqueréis?Puesoíd.¡VotoaCristo,Richón,miamigo,quemeparecéismuyfeo!

Richónsoltóareír.

—Con ese humor, barón —le dijo—, seríais capaz, si jugásemos, deganarmeestanocheciendoblones.Yasabéisqueeljuegofavorecealosqueestándemalhumor.

Richón conocía aCanolles, y sabía lo que hacía dando este desahogo almalhumordelbarón.

—¡Ah! Pardiez, ¡el juego! —exclamó—. Sí, ¡el juego! Tenéis razón.Amigomío, esapalabrame reconciliaconvos.Richón,yameparecéismásamable;soishermosocomounAdonis,yelseñordeCambesestáperdonado.

—¡Castorínunabaraja!

Castorín acudió acompañado de Biscarrós; acercaron entre ambos unamesa, y losdos compañeros sepusieron a jugar.Castorín, que soñabahacíadiez años con una ganancia ilimitada, y Biscarrós que miraba el oro concodiciososojos,permanecierondepiealosladosdelamesamirándolesjugar.Enmenos de una hora,Richón, a pesar de la predicción que había hecho aCanolles,leganóochentadoblonesasuadversario.EntoncesCanollesquenoteníamásdineroconsigo,mandóaCastorínquefuesepormásasumaleta.

—Nohayparaqué—dijoRichón—,quehabíaescuchadoestaorden,notengotiempodedaroslarevancha.

—¡Cómo!¿Notenéistiempo?—dijoCanolles.

—No. Son ya las once —contestó Richón—, y tengo que estar en mipuestoamedianoche.

—¡Vamos!¿Osburláis?—dijoCanolles.

—Señor barón—repusoRichón con gravedad—; vos soismilitar, y porconsiguienteconocéiselrigordelservicio.

—Entonces, ¿cómo no habéis pensado en marcharos hasta después de

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ganarmeeldinero?—replicóCanollesentrerisueñoyamostazado.

—¿Acaso me reconvenís por haberos hecho compañía? —preguntóRichón.

—¡Oh!,no.

—Sin embargo, os diré, yo no tengomaldita la gana de dormir, y voy afastidiarmeaquíhorriblemente.¿Siquisieraisqueosacompañase,Richón?

—Me es imposible aceptar ese honor, barón. Los asuntos de que voyencargadosondelgénerodelosquesedesempeñansintestigos.

—¡Estámuybien!Osvais…¿haciadónde?

—Ibaasuplicarosnomehicieseisesapregunta.

—¿Yhaciaquéladosehaidoelvizconde?

—Deboresponderosquenolosé.

CanollesmiróaRichónparaconvencersedequenohabíanadadeburlaensus secas contestaciones; pero la mirada tranquila y la franca sonrisa delgobernador de Vayres desarmaron, si no su impaciencia, al menos sucuriosidad.

—Yestávisto—dijoCanolles—,quesoisestanocheunpuromisterio,miqueridoRichón;peronada,libertadcompleta.Yomismomehabríaenfadado,ynopoco,dequemehubieranseguidolospasostreshorashace;aunqueenresumidas cuentas el que me hubiera seguido se habría llevado el mismochasco que yo. Por consiguiente, la última copa de este vino de Coliure, ybuenviaje.

Diciendoesto,llenóCanolleslascopas,yRichón,despuésdehaberbebidoa la salud del barón, salió sin que a éste le ocurriese el pensamiento deaveriguarquécaminotomaba.Peroalencontrarsesoloentrelasbujíasmedioconsumidas,lasbotellasvacías,ylascartasesparcidas,sintióelbarónunadeesastristezasquenopuedencomprendersebiensinocuandosesufren,porquesu jovialidadde toda lanoche traía suorigendeuncontratiempo,cuya ideahabía tratadodedesvanecer, sinhaberpodido llegarcompletamentehastasuobjeto.

Retiróse,pues,asualcoba,lanzandoatravésdeloscristalesdelcorredorunamirada llenadepesarydecóleraendireccióna lacasitaaislada,era laque una ventana iluminaba por un reflejo rojizo, interrumpido de vez encuando por ciertas sombras pasajeras, indicaba bastante que la señorita deLartiguespasabaelratomenossolitariaqueél.

Sobrelaprimeragradadelaescalera,tocóCanollesunacosaconlapuntade su bota, y habiéndose bajado, encontró un pequeño guante gris-plata del

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vizconde,queéstehabíadejadocaeralsalirprecipitadamentedelaposadadeMaeseBiscarrós,yquesindudanohabíaconceptuadodebastantevalorparaperdereltiempoenbuscarle.

Pormásque lohubiesecreídoCanolles, enunmomentodemisantropía,muyperdonableenunamantedespechado,nohabía,sinembargo,enlacasitaaisladatangrandesatisfaccióncomocreíaelhuéspeddel«BecerrodeOro».

Nanón, inquieta y agitada durante la noche, meditando mil planes paraprevenir a Canolles, había puesto en acción cuantas sutilezas y artificiosencierraunacabezademujerbienorganizada,parapodersalirdelasituaciónprecariaenquesehallaba.TratabasolamentedeescatimarunminutoalduqueparadecirunapalabraaFrancineta,odosminutosparaescribiraCanollesunalíneaenunpedazodepapel.

Sehubierapodidodecirqueelduque,sospechandotodocuantopasabaenelinteriordelalindagasconayleyendolainquietuddesualmaatravésdelamáscaraplacenteraconquehabíaencubiertosusemblante,sehabíajuradoasímismonoconcederleestalibertaddeuninstante,quesinembargoleeratannecesaria.

ANanón le acometió jaqueca. El duque de Epernón no permitió que selevantaseparatomarsufrascodeesencias,yfueélmismoabuscarle.

Nanónsepinchóconunalfiler,quehizoasomarsúbitamenteunrubíalapuntadesunacaradodedo,yquiso irabuscarensuneceserunpedacitodeesefamosotafetánrosado,queyaenaquellaépocaempezabaaapreciarse.ElduquedeEpernón,incansableencomplacerla,selevantó,cortóelpedacitodetafetán con una destreza y prontitud que causaban desesperación, y cerró elneceserconllave.

Nanónfingiódormirprofundamente,ycasienseguidaempezóaroncarelduque.Entonces,Nanónabriólosojos,yalaluzdelalamparillaqueestabacolocadasobreelveladorensucercodealabastro,tratódesacarellibritodememoria del justillo del duque, que estaba colocado cerca de la cama yalcancedesumano;peroenelmomentoenqueteníayaellápizyacababadearrancarunahojadepapel,abrióelduqueunojo.

—¿Quéhacéis,queridita?—ledijo.

—Iba a ver si había un calendario en vuestro libro dememorias—dijoNanón.

—¿Paraqué?—preguntóelduque.

—Paravercuandosonvuestrosdías.

—MellamoLuis,ymisdíassonel24deagosto,comosabéis;tenéistodoeltiemponecesarioparaprepararos.

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Yletomóellibritodelasmanos,colocándoledenuevoensujustillo.

A lo menos, en su última maniobra había adquirido Nanón un lápiz ypapel,ocultóunoyotrodebajodeltraveserodesucama,yapagóastutamentelaluzesperandopoderescribirenlaoscuridad;peroelduquellamóenseguidaa Francineta, acudió con tanta prontitud, que Nanón aún no había tenidotiempodeescribirlamitaddesufrase;yelduque,temerosodeunaccidenteigual al que acababa de ocurrir,mandó a la doncella que pusiera dos bujíassobrelachimenea.

Entonces Nanón protestó que no podía dormir con luz; y llena deimpaciencia,volviólacarahacialapared,esperandoeldíaconunaansiedadfácildecomprender.

No tardó en alumbrar las copas de los álamos aquel día tan temido,haciendopalidecerlaluzdelasbujías.ElduquedeEpernón,queteníaagalaseguirloshábitosdelavidamilitar,selevantóalprimerrayoquefiltróporlascelosías,sevisitósólopornoabandonarunmomentoasuNanoncita,sepusounabata,yllamóparainformarsedesihabíaalgodenuevo.

Francineta contestó a estapregunta entrándoleunpaquetedeoficiosqueCourtauvaux,supicadorfavorito,habíatraídodurantelanoche.

Elduquesepusoaabrirlosy leerlosconunojo, tratandodedaralotro,que no se apartaba deNanón, la expresiónmás amorosa que le fue posibleadoptar.

SiNanónhubierapodido,habríahechopedazosalduque.

—¿Sabéis—ledijoelduquedespuésdehaberleídoalgunosdesusoficios—,loquedeberíaishacer,queridaamiga?

—No,monseñor—respondióNanón—;perosituvieraislabondaddedarvuestrasórdenes,seríanejecutadas.

—Enviarallamaravuestrohermano—dijoelduque.

—Enestemomento acabode recibir una cartadeBurdeos, que contienelospormenoresqueyodeseaba,ypodríapartirahoramismo;conlocualasuregresotendríayounpretextoparadarleelmandoquedeseáis.

Elduquemanifestabaensusemblantelamásfrancabenevolencia.

—¡Vamos!—sedijoasímismaNanón—,valor ¡Tengo lapersuasióndequeCanollesleeráenmisojos,ocomprenderáconmediapalabra!

Despuésdijoenvozalta:

—Enviadvosmismo,miqueridoduque;porquesospechabaquesiqueríaellaencargarsedelacomisión,nolahabíadedejarobrarelduque.

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DeEpernónllamóaFrancinetaylaenvióalparadordel«BecerrodeOro»,sinmásinstrucciónqueestaspalabras:

—DecidalseñorbaróndeCanollesquelaseñoritadeLartiguesleesperaaalmorzar.

NanónlanzóunamiradaaFrancineta;peropormuyelocuentequeaquellamiradafuese,nopodíaladoncellaleerallí:«DecidalseñorbaróndeCanollesqueyosoysuhermana».

Francineta partió convencida de que todo aquello se ocultaba, bajo laformadeunaanguila,aunagranserpiente.

Duranteese intervalo,Nanónse levantóysecolocódetrásdelduque,demodoquea laprimeramiradapudiese invitar aCanolles a estar apercibido,mientras que se ocupaba en preparar una frase artificiosa, con cuya ayuda,desdelasprimeraspalabras,debíaelbarónquedarinformadodetodocuantonecesitabasaber,paraquenohubiesenotasdiscordanteseneltríodefamiliaqueseibaaejecutar.

Con el rabo del ojo abrazaba todo el camino hasta el recodo en que sehabíaocultadolavísperaelseñordeEpernónysusesbirros.

—¡Ah!—dijosúbitamenteelduque—,miradallí;yavuelveFrancineta.

YfijósusojossobrelosdeNanón,quesevioprecisadaaapartarlavistadelcaminoparacontestaralasmiradasdelduque.

Los latidos del corazón deNanón eran capaces de romper su pecho, nohabía podido ver más que a Francineta, y a quien ella hubiera querido verhabíasidoaCanolles,porbuscarensufisonomíaalgúnrasgodefirmeza.

Mientrassesentíasubirlaescalera,elduquepreparabaunasonrisanobleyamistosaalavez,Nanónprocuródesterrarelencendidocolordesusmejillas,ysedispusoparaelcombate.Francinetallamóligeramentealapuerta.

—¡Adelante!—dijoelduque.

Nanónafiló lafamosafraseconquedebíasaludaraCanolles.Abrióselapuerta, y Francineta entró sola. Nanón recorrió la antesala con unamirada;peronadiehabíaenella.

—Señora—dijoFrancinetaconelimperturbableaplomodeunacriaditadecomedia—,elseñorbaróndeCanollesnoestáyaenelparadordel«BecerrodeOro».

Elduqueabriótantosojos,yquedóasombrado.

Nanónirguiósucabeza,yrespiró.

—¡Cómo!—dijoelduque—,¡elseñorbaróndeCanollesnoestáyaenel

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paradordel«BecerrodeOro»!…

—Sindudaosengañáis,Francineta—añadió.Nanón.

—Señora—dijoFrancineta—,repitoloquemehadichoMaeseBiscarrós.

—Lo habrá adivinado todo este querido Canolles —murmuró Nanón—muyporlobajo,tanespiritualydiestro,comovalienteyhermoso.

—Id ahoramismo a que vengaMaese Biscarrós—dijo el duque con lacaradesusmalosdías.

—¡Oh!,yopresumo—dijoprecipitadamenteNanón—,quehabrá sabidoqueestabaisaquí,yhabrátemidodesagradaros.¡ComoestantímidoesepobreCanolles!

—¡Tímidoél!—dijoelduque—;meparecequenoesesa la reputación,quetieneadquirida.

—No,señora—dijoFrancineta—,elseñorbarónhapartidorealmente.

—Pero,señora—dijodeEpernón—,¿cómopuedeserqueelbarónhayatenidomiedo demí, cuandoFrancineta iba encargada de convidarle sólo departevuestra?

—¿Lehabéisdichoqueestabayoaquí,Francineta?Responded.

—¿Cómohedehaberpodidodecírselo,señorduquesinoestaba?ApesardehaberdadoFrancinetaestarespuestacontodalarapidezylafranquezadela verdad, volvió el duque a recobrar toda sudesconfianza.Nanón, llenadegozo,noseencontrabaconfuerzasparadecirnada.

—¿Es necesario que yo vuelva a llamar a Maese Biscarrós? —dijoFrancineta.

—¡No,no!—contestóelduqueconvozestentórea—.Osino,sí,esperad.Quedaosaquí,porsiosnecesitavuestraseñora;enviaréaCourtauvaux.

Francinetadesapareció.

CincominutosdespuésllamabaalapuertaCourtauvaux.

—Id a decir al posadero del «Becerro de Oro»—dijo el duque—, quevenga a hablar conmigo, y que de paso se traiga una lista de desayunos.Tomad,dadleestosdiezluisesparaquelacomidaseabuena.Andad.

Courtauvaux recibió el dinero, y salió enseguida para ir a ejecutar lasórdenesdesuamo.

Ésteerauncriadodebuenacara,quesabíasuobligación,lobastanteparapoderdarleccionesatodoslosCrispinesyMascarillasdeaqueltiempo.

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—Hepersuadidoamiamoaqueosencargueundesayunoexquisito,ymehadadoocholuises,delosquemeguardonaturalmentedospormicomisión,yosdoyseis.Venidenseguida.

Biscarrós, trémulode alegría, se ciñóunmandil blanco embolsó los seisluises,y estrechando lamanoaCourtauvaux, se apresuróa seguir lospasosdelpicador,quelecondujocorriendoalacasita.

Esta vez no temblaba Nanón, la aserción de Francineta la habíatranquilizado completamente, y sentía el más vivo deseo de conversar conBiscarrós,quefueintroducidoenelmomentodesullegada.

Biscarrós entró con su mandil galanamente retorcido alrededor de lacinturaysugorraenlamano.

—Ayertuvisteisenvuestracasaaunjovennoble—dijoNanón—,alseñorbaróndeCanolles,¿noesasí?

—¿Dóndeestá?—preguntóelduque.

Biscarrós, muy inquieto, porque el picador y los seis luises le hacíanpresentirqueaquellabataencerrabaungranpersonaje,respondióalprontodeunmodoevasivo:

—Señor,hapartido.

—¡Partido!—dijoelduque—.¿Deverashapartido?

—Deveras.

—¿Adóndehaido?—preguntóasuturnoNanón.

—Esoesloquenopuedodeciros,porqueloignoro,señora.

—Peroalomenossabréisquécaminohatomado.

—EldeParís.

—¿Yaquéhorasefue?—preguntóelduque.

—Hacialamedianoche.

—¿Sindecirnada?

—Sindecirnada.Sólohadejadounacarta,queencargóselaenviasealaseñoraFrancineta.

—¿Ycómono habéis traído esa carta, vergante?—dijo el duque—. ¿Eseserespetoconquemiráiselencargodeunnoble?

—Yolaheentregado,señor;laheentregado.

—¡Francineta!—prorrumpióelduquellamando.

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Francineta, que estaba escuchando, no hizo más que dar un salto paraentrarenlaalcobadesdelaantesala.

—¿PorquénohabéisentregadoavuestraseñoralacartaquehabíadejadoparaellaelseñordeCanolles?—preguntóelduque.

—Yo…monseñor…—murmurólacamarerallenadeterror.

—Monseñor—dijo Biscarrós para sí, aturdido y replegándose al rincónmásapartadodelaposento—,¡monseñor!…ésteesalgúnpríncipedisfrazado.

—Como no se la he pedido —se apresuró a decir Nanón, enteramentepálida.

—Dádmela—concluyóelduque—,extendiendolamano.

LapobreFrancinetaalargólentamentelacarta,dirigiendoalmismotiempoasuseñoraunamiradaquequeríadecir:

«Bienveisquenotengoyolaculpa,sinoeseimbécildeBiscarrósquelohaechadotodoaperder».

UnresplandorambiguobrillóenaquelmomentoenlosojosdeNanón,yfue a herir al pobre Biscarrós en su retirado rincón. El desgraciado sudabacadagotacomoundedo,yhubieradadolosseisluisesqueteníaensubolsilloporencontrarsedelantede sushornillas conelmangodeunacacerola en lamano.Duranteestetiempoelduquehabíatomadolacarta,lacualleíadespuésde haberla abierto; mientras la lectura, Nanón, más pálida y fría que unaestatua,noparecíavivir,anoserporloslatidosdesucorazón.

—¿Quéembolismoeséste?—dijoelduque.

Nanón comprendió por estas pocas palabras que la carta no lacomprometía.

—Leedaltoytalvezospodréexplicar—dijoella.

—«QueridaNanón».

Leyóelduque.

Yvolviéndosedespuésdeestaspalabrashacialajoven,quereponiéndosecadavezmás,soportósumiradaconunaadmirableaudacia.

«Querida Nanón —continuó el duque—, aprovecho el permiso que osdebo,yvoyagaloparunpocoparadistraermeporelcaminodeParís.Hastamásver,osrecomiendomifortuna».

—¡Vamos,esteCanollesesloco!

—¡Loco!¿Yporqué?—preguntóNanón.

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—¿Quiénsinser locoseponeencaminoamedianoche, sinmotivo?—preguntóelduque.

—Enefecto—dijoNanónhablandoparasí.

—¡Vamosaver!—explicadmeesapartida.

—¡VálgameDios!—dijoNanón con una deliciosa sonrisa—, ¡nada haymásfácil,monseñor¡

—¡Tambiénlellamamonseñor!—murmuróBiscarrós.

—Nocabeduda,esunpríncipe.

—¡Vamos,hablad!

—¿Luegonoadivináisloquemotivatodoesto?

—No,absolutamenteno.

—Puesbien,Canollesesunhermosojovendeveintisieteaños,quecarecedecuidados.¿Yaquélocuraosparecequedebedarlapreferencia?Estáclaroque al amor. Habrá visto en el parador de Maese Biscarrós alguna lindaviajera,ylahabráseguido.

—¡Enamorado!¿Locreéisasí?—exclamóelduquesonriendoaestaideatan natural que le asaltó—. «Si Canolles se ha enamorado de una viajeracualquiera,noestáenamoradodeNanón».

—¡Eh!Sindudaenamorado,¿noesasí,MaeseBiscarrós?—dijoNanón—,respondedfrancamente;¿noesciertoqueheacertado?

Biscarrós creyóque era llegando elmomentode recobrar la gracia de lajoven, conviniendoenun todoconella;yhaciendobrotar en sus labiosunasonrisamaliciosa,dijo:

—Enefecto,bienpodrátenerrazónlaseñora.

Nanóndiounpasohaciaelposadero,yledijoestremeciéndoseasupesar.

—¿Noesasí?

—Asílocreo,señora—respondióBiscarrósconairefino.

—¿Locreéis?

—Sí,esperad,conefecto,mehabéisabiertolosojos.

—¡Ah! Contadnos eso, Maese Biscarrós —repuso Nanón—, dejándosearrastrar por las primeras sospechas de los celos.Vaya, decid, ¿qué viajerashanestadoestanocheenvuestroparador?

—Sí, decid —añadió de Epernón estirando sus piernas y recostándosesobreelbrazodesusilla.

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—Nohahabidoningunaviajera—dijoBiscarrós.

Nanónrespiró.

—Tan sólo —continuó el posadero sin reparar que cada una de suspalabrashacíapalpitarelcorazóndeNanón—,haestadounhidalguitorubio,bonitoyregordete,quenocomía,yqueteníamiedodecaminardenoche.

—Unhidalgoconmiedo—continuóBiscarrós,acompañadoasuspalabrasunmovimientodecabezallenodesutileza—,yacomprendéis,¿noesasí?

—¡Jah! ¡Jah! ¡Jah! —prorrumpió con una santa hilaridad el duque,tragandofrancamenteelanzuelo.

Nanón correspondió a esta risa con una especie de rechinamiento dedientes.

—Continuad—dijo—,¡esoesmuygracioso!¿YelhidalguitoesperabasindudaalseñordeCanolles?

—Notal,no,esperabaparacenaraunseñoralto,conbigotes;porciertoquenotratómuybienalseñordeCanollescuandoquisocenarconél;peronose incomodópor tanpocoelbuenhidalgo.Meparecequeesuncompañerointrépido; y por cierto, después que el alto partió hacia la derecha, echó acorrerenseguimientodelpequeñito,quesehabíadirigidohacialaizquierda.

Ycontanbrillanteconclusión,alverBiscarróslaexpansiónquetomabaelsemblante del duque, creyó tener permiso para entonar una escala decarcajadastanatroces,quehicierontemblarlosvidriosdelasventanas.

El duque, enteramente tranquilo con esta narración, hubiera abrazado debuenaganaaBiscarrós,siéstehubiesesidogentilhombre.Nanónqueestabapálidacomouncadáver,yconunasonrisaconvulsivayglacialensuslabios,escuchabacadapalabradelposaderoconesaansiedadvorazqueimpulsaaloscelososabeberabocanadasyhastalasheceselvenenoquelosmata.

—¿Peroenquéosfundáisparacreer,dijoNanón,queesepequeñohidalgoesunamujer;queelseñordeCanollesestáenamoradodeella,yquerecorrelacarreteraensubusca,ynoporfastidioyporcapricho?

—¿Enquémefundo?—respondióBiscarrós,queanhelabahacerentrarlaconvicciónenelcorazóndesusoyentes—,escuchad,voyadecíroslo.

—Sí, decídnoslo, mi amigo —repuso el duque—, me parecéis muydivertido.

—¡Monseñoresdemasiadobueno!—dijoBiscarrós.

—Oíd.

Elduquepusotodasuatención,yNanónleescuchóapretandolospuños.

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—Yonorecelabanada,yhabíacreídodebuenafequeelcaballeritorubioerahombre,cuandohastaaquíquemeencuentroalseñorCanollesenmediode la escalera, con labujía en lamano izquierda,y en laderechaunguantechiquito,queexaminabayolíaapasionadamente.

—¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! —prorrumpió el duque, cuyo contento se dilataba aproporciónqueibacesandodetemerporsí.

—¡Un guante!—repitió Nanón, tratando de acordarse si por casualidadhabíadejadoalgunoenpoderdeuncaballero—.¿Unguante,asícomoéste?—concluyómostrandoalposaderounodelossuyos.

—Notal—dijoBiscarrós—,unguantedehombre.

—¡Un guante de hombre! ¡El señor de Canolles mirar y olerapasionadamenteunguantedehombre!

—¡Estáisloco!

—No, porque aquel guante era del hidalguito, del lindo caballero rubio,que no bebía ni comía, y tenía miedo de andar de noche, un guante muypequeñitoenqueapenashabríacupolamanodelaseñora,aunquetieneporciertounamanomuymona.

Nanón lanzóungrito sordoe imperceptible, comosihubiera sidoheridaporundardoinvisible.

—Creo,monseñor—dijoellahaciendounviolentoesfuerzo—,quetenéislosdatossuficientes,yquesabéisyatodocuantodeseabais.

Yconloslabiostrémulos,losdientescomprimidosylamiradafija,mostróconeldedolapuertaaBiscarrós,quealobservarenelsemblantedelajovenaquellasseñalesdecólera,dequenadacomprendía,permanecíacon labocaabiertaylosojosespantados.

—Si laausenciadeestehidalgo—dijoélpara sí—,esun infortunio tanextremado, su regreso seríauna felicidad inmensa.Másvale lisonjear a estenobleseñorconunadulceesperanza,afindedarleunbuenapetito.

Envirtuddeestareflexión,Biscarrósadoptóunaspectomásagradable,yavanzandosupiernaderechaunpasoconunmovimientollenodegracia,dijo:

—Alfin,elcaballerosehaido;perodeunmomentoaotropuedevolver.

Elduquesesonrióaloírestasalida,ydijo:

—¿Porquénohadevolver?Acaso estéyadevuelta. Id averlo,MaeseBiscarrós,ytraedmelarespuesta.

—Pero, ¿y el desayuno?—dijo con viveza Nanón—. Yo me muero dehambre.

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—Tenéisrazón—contestóelduque—iráCourtauvaux.

—Courtauvaux,venidacá, idalparadordeMaeseBiscarrós,yvedsihavuelto el señor barón de Canolles. Si no está allí, preguntad, informaos,buscadle por los alrededores; pues tengo gusto en desayunarme con esecaballero.

Courtauvaux salió;yBiscarrós,queobservabael silencioembarazosodelosdospersonajes,tratódeponerenjuegounnuevoexpediente.

—¿No veis que la señora os hace señas de que os retiréis? —dijoFrancineta.

—¡Unmomento!¡Unmomento!—exclamóelduque—,¿dóndetenéis lacabeza,miqueridaNanón?¡Yeldesayuno!Yotambiénlomismoquevos;medevora el hambre. Tomad, Maese Biscarrós, estos seis luises para que losjuntéisconlosotros,estoesenpagodelaagradablehistoriaquenosacabáisdereferir.

Despuésmandóalhistoriadorahacerlugaralcocinero;ydebamosdecirlo,MaeseBiscarrósnobrillómenosenelsegundoempleoquelohabíahechoenelprimero.

Entretanto, Nanón había reflexionado y abrazado de una ojeada toda lasituación en que le había colocado la narración de Maese Biscarrós, ¿estanarracióneraexacta?,yenresumidascuentas,dadocasoquelofuese,¿noeradignodeexcusaCanolles?Enefecto, ¿quédecepciónmáscruelpodíadarsepara un valiente hidalgo como él, que aquella cita burlada, y qué afrentacomparablealespionajedelduquedeEpernón,yalanecesidadimpuestadeasistir,pordecirloasí,altriunfodesurival?Nanónestabatanprendadadeél,queatribuyendosufugaaunraptodecelos,nosóloledisculpó,sinoquelecompadeció,congratulándosealmismotiempodeseramadalobastanteparahaber provocado por su parte aquella venganza. Pero también eramenesterante todocortarelmalensuorigen,erapreciso impedirelprogresodeesteamornaciente.

UnareflexiónterriblesepresentóenaquelmomentoenlaimaginacióndeNanón,acuyoinflujocreyóseranonadadalapobrejoven.

—¡Sí,seríaunacitaesteencuentrodeCanollesconelpequeñohidalgo!

Perono,estoeraundisparate,puestoquelajovenesperabaauncaballeroconbigotes,yhabíatratadoaCanollesconaspereza,yaunelmismoCanollesnohabíapodidoreconocerelsexodeldesconocidosinoporelpequeñoguanteencontradocasualmente.

Noobstante,eraprecisooponersealosintentosdeCanolles.

Entonces,armándosedetodasuenergía,sedirigióalduque,queacababa

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dedespediraBiscarrósabrumadodecumplimientosydeencargos.

—¡Quédesgracia,señor!—ledijo—,¡eselocodeCanollesseveprivadopor suaturdimientodelhonorque tratabaisdedispensarle!Sino sehubiesemarchado,estabaaseguradosuporvenir;yporhaberlohecho,talvezlopierdetodo.

—Ya—respondióelduque—;perosileencontramos…

—¡Oh!Nohayamiedo—dijoNanón—,sisetratadeunamujer,nohabrávuelto.

—¿Yquéqueréisqueyoleremedie,querida?—respondióelduque—,lajuventud es la edad de los placeres, él es joven, y no puede menos quedivertirse.

—Pero yo—dijo Nanón—, yo que soy más razonable que él, sería deopiniónquelefueseturbadoalgúntantoesegozointempestivo.

—¡Ah!¡Hermanacruel!—exclamóelduque.

—Tal vezme aborrecerá por elmomento—continuóNanón—, pero deseguromeloagradecerámástarde.

—Puesbien,veamos,¿tenéisunplan?Silotenéis,sólodeseosaberloparaadoptarlo.

—Sinduda.

—Decidpues.

—¿Noqueréisenviarleallevarunanoticiaimportantealareina?

—Sinduda;¡perosinohavuelto!

—Haced que le sigan, y puesto que él va por la carretera de París, esecaminollevaadelantando.

—¡Pardiez!Tenéisrazón.

—Dejadmeamíeseencargo,yCanollesrecibirálaordendeestanocheamañanalomástarde.Osrespondodeello.

—¿Peroaquiénvaisaenviar?

—¿NecesitáisaCourtauvaux?

—¿Yo?Paranada.

—Entonces,permitidmequeleenvíeconmisinstrucciones.

—¡Oh!Quécabezatandiplomática,vosavanzaríaismucho,Nanón.

—Permanecer eternamente bajo la educación de tan buen maestro —

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respondióNanón—,esloúnicoqueambiciono.Yechósubrazoalcuellodelviejoduque,quesaltabadegozo.

—¡QuéchuscadatandeliciosavamosajugaranuestroCeledonio!—dijoella.

—Serádignodeoírsereferir,miquerida.

—Enverdadquedesearaseguirloyomismaporverelgestoquepondráalrecibirelmensaje.

—Por desgracia, o más bien felizmente, es eso imposible, y os veisprecisada a permanecer ami lado.—Sí, pero no perdamos tiempo. Vamos,duque,escribidvuestraorden,yponedamidisposiciónaCourtauvaux.

Elduquetomólapluma,yescribiósobreunacuartilladepapelestasdossolaspalabras:

«Burdeosno».

Yfirmó.

Después escribió sobre la cubierta de este lacónico escrito la direcciónsiguiente:

«ASuMajestadlareinaAnadeAustria,regentedeFrancia».

Nanón por su parte escribió dos líneas, que después de habérselasenseñadoalduque,laspusoconelotropapel;yenlascualesdecía:

«Miqueridobarón,comoveis,eldespachoadjuntoesparaSuMajestadlareina. ¡Llevadle sin dilación, por vuestra vida, pues se trata de la salud delreino!

Vuestrabuenahermana.

Nanón».

Apenasconcluidoestebillete,sesintióenlohondodelaescaleraunruidoprecipitadodepasos;yCourtauvauxsubiendorápidamente,abriólapuertayse presentó con el semblante envanecido como portador de una noticia quesabeseesperaconimpaciencia.

—AhíestáelseñordeCanolles,aquienheencontradoacienpasosdeaquí—dijoelpicador.

Elduquelanzóunaexclamacióndealegresorpresa,Nanónpalidecióyseabalanzóhacíalapuertamurmurando:

—¡Estáescritoquenolohedeevitar!

Enestemomentoaparecióalapuertaunnuevopersonaje,vestidoconun

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trajemagnífico,elsombreroenlamano,ysonriendodelmodomásgracioso.

VI

Losdoshermanos

UnrayoquehubieracaídoalospiesdeNanón,nolehabríacausadomayorsorpresaquelaqueexperimentóaestaaparicióninesperada,niprobablementele habría arrancado una exclamaciónmás dolorosa que la que a su pesar seescapódesuslabios.

—¡Él!—exclamó.

—Sin duda, mi amable hermanita —respondió una voz enteramenteapacible.

—¡Pero perdonad —continuó el dueño de aquella voz reparando en elduquedeEpernón—,perdonad!¡Talvezesinoportuno!

YsaludóprofundamentealgobernadordelaGuiena,queleacogióconungestodebenevolencia.

—¡Cauviñac! —murmuró Nanón—, pero tan bajo, que más bien fuepronunciadoestenombreconelcorazónqueconloslabios.

—Muy bienvenido, señor deCanolles—dijo el duque con el gestomásplacenterodelmundo—,vuestrahermanayyonohemoshechootracosaquehablardevosdesdeanoche,ydesdeanochedeseábamosveros.

—¡Ah!¡Deseabaisverme!¿Deveras?—dijoCauviñacdirigiendoaNanónunamiradallenadeciertaexpresiónindefinibledeironíaydeduda.

—Sí—dijoNanón—,elseñorduquehatenidolabondaddedesearquelefueseispresentado.

—Sólo el temor de ser inoportuno, monseñor —dijo Cauviñacinclinándoseanteelduque,mehaimpedidoreclamarantesestehonor.

—Enefecto,barón—dijoelduque—,yoheadmiradovuestradelicadeza,yostengoquereñirporlomismo.

—¡Amí,monseñor!¡Reñirmepormidelicadeza!

—¡Ah!¡Ah!

—Sí; porque si vuestra buena hermana no hubiese cuidado de vuestrosintereses…

—¡Ah! —dijo Cauviñac dirigiendo a Nanón una mirada de elocuente

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reproche—, ¡ah! ¿Mi buena hermana ha cuidado de los intereses de… suseñor?…

—¡Hermano!—dijoconvivezaNanón—;¿quécosamásnatural?

—Yaúnhoymismo.¿Aquéledeboelplacerdeveros?

—Sí—dijoCauviñac—,¿aquéledebéiselplacerdeverme,monseñor?

—¡Es claro! ¡A la casualidad!A la simple casualidad, quehahechoquevolváis.

—¡Ah! —exclamó Cauviñac en su interior—; es decir que yo habíapartido.

—¡Sí, habíais partido,mal hermano!Y sin avisármelomás que con dosletras,quesólohanaumentadomiinquietud.

—¡Qué queréis, mi querida Nanón! Es menester disimular algo a losenamorados—dijoelduquesonriendo.

—¡Oh!, ¡oh! Esto se complica—dijo para sí Cauviñac—. Según pareceestoyenamorado.

—Vamos—dijoNanón—,confesadquelosois.

—Nolonegaré,no—replicóCauviñacconsonrisadetriunfoinquiriendoconavidezlaverdadenlasmiradasdelosotros,paraconlaayudadealgunosindiciospoderconfeccionarunamentiradeafolio.

—Sí,sí—dijoelduque—,peroalmorcemos,siosplace,ynoscontaréisalmorzando vuestros amores, barón. Francineta, un cubierto para el señorbaróndeCanolles.

—Aúnnooshabréisdesayunado,¿esverdad,capitán?

—No,monseñor;yconfiesofrancamentequeelairefrescode lamañanamehadespertadoprodigiosamenteelapetito.

—Decidmásbiendelanoche,malbicho—dijoelduque—,porquedesdeayerparecequecorréislaposta.

—¡Afemía!, esextraño—sedijoCauviñacpor lobajo—,el cuñadohatenidobuenacierto.¡Puesbien!Nomeopongo;seadesdelanoche…

—¡Vamos!—dijoelduquedandoelbrazoaNanón,ypasandoalcomedorseguidodeCauviñac—;aquítenéis,sinomeengaño,conquéhacerfrenteavuestroapetito,pormuybuenoquesea.

Enefecto,Biscarróssehabíaextendido,losmanjaresnoerannumerosos,perosíexquisitosysuculentos.ElvinorubiodelaGuienayelencendidodeBorgoñasedesprendíandelasbotellassobrelascopascomoperlasdeoroy

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cascadasderubíes.

Cauviñacdevoraba.

—Este mocito trabajaba con buenos ánimos—dijo el duque—; ¿y vos,Nanón,nocoméis?

—Notengoapetito,monseñor.

—¡Esta hermana tan querida! —exclamó Cauviñac—. Vamos cuandopienso que el placer de verme le ha quitado el apetito, en verdad, ¡yo noquisieraquemeamasehastaeseextremo!

—Vaya,estealoncito,Nanón—dijoelduque.

—Paramihermano,monseñor,paramihermano—dijolajoven,queveíadesocuparseelplatodeCauviñacconunarapidezportentosa,yquetemíaverreproducirsesuspullasdespuésdedesaparecerlosmanjares.

Cauviñactendiósuplatoconunasonrisadeextremadoreconocimiento.Elduquepusoelalónenelplato,yCauviñaclovolviódelantedesí.

—¿Qué nos decís de bueno, Canolles? —dijo el duque con unafamiliaridad que pareció a Cauviñac demuy buen agüero—. Parece que osagradaquenosehableyadeamores.

—Nada de eso, todo lo contrario, hablad, monseñor, hablad, no oscontengáis—dijoeljoven,aquienelMedocyelChambertín,combinadopormediodedosissucesivaseiguales,empezabanahacerlesoltarlalengua.

—¡Oh!Monseñoresmuydiestroenpuntoachanzas—dijoNanón.

—Podemoshacerleentrarenelcapítulodelhidalguito—dijoelduque.

—Sí—añadióNanón—,delhidalguitoqueencontrasteisanoche.

—¡Ah!,sí,enelcamino—dijoCauviñac.

—YposteriormenteenelparadordeMaeseBiscarrós—añadióelduque.

—¡YposteriormenteenelparadordeMaeseBiscarrós!—repusoCauviñac—,tenéisrazón.

—¿Segúneso,lehabéisencontradorealmente?—preguntóNanón.

—¿Alhidalguito?

—Sí.

—¿Cómoera?Veamos,decídnosloconfranqueza.

—¡Oh!,sinreparo—repusoCauviñac—,eraunlindísimojovencito,rubio,esbelto,elegante,yviajabaconunaespeciedeescudero.

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—Elmismo—dijoNanónmordiéndoseloslabios.

—¿Yoshabéisenamorado?

—¿Dequién?

—Delhidalguitorubio,esbeltoyelegante.

—¡Bah!,monseñor—dijoCauviñac,queestabaapuntoderasgarelveloquelecubría—.¿Quéqueréisdecir?

—¿Conserváis aun sobre vuestro corazón el guantecito gris perla? —continuóelduque,riendoconsoma.

—¿Elguantecitogrisperla?

—Sí, aquel que olíais y besabais tan apasionadamente anoche.Cauviñacnollegabaacomprenderdeltodo.

—Aquél,enfin,queoshizosospecharlaastucia,lametamorfosis—decíaelduque,recargandosuacentosobrecadasílaba.

Cauviñacacabódecomprenderlotodoaestasolapalabra.

—¡Ah!—exclamó—, ¿conque el hidalguito era unamujer?, pues, señor,pormihonorquenolohabíasospechado.

—Sospecharlo,no—murmuróNanón.

—Dadme de beber, hermana mía —dijo Cauviñac—. No sé quién havaciadolabotellaquetengoamilado,lociertoesquenotienenada.

—¡Vamos!, ¡vamos!—dijo el duque—, todo puede remediarse, una vezqueelamornoleimpidebebernicomer;asínopadecerálacausadelrey.

—¡Padecer la causa del rey!—exclamóCauviñac—, ¡jamás!El serviciodel rey es lo primero. ¡Los negocios del rey son sagrados!Monseñor, ¡a lasaluddeSuMajestad!

—¿Sepuedecontarconvuestralealtad,barón?

—¿Conmilealtadalrey?

—Sí.

—Yalocreo,sisepuedecontar.¡Bah!Medejaríadescuartizarporél,sintardanza…

—Esmuynatural—dijoNanón,temiendoqueensuentusiasmoproducidoporelmedocyelchambertín,noolvidaseCauviñacelpersonajecuyopapelrepresentaba para entrar en su propia individualidad—, esmuy natural, ¿nosois, merced a las bondades del señor duque, capitán al servicio de SuMajestad?

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—¡Oh!, jamás lo olvidaré —dijo Cauviñac con visible emoción, yponiendolamanosobresupecho.

—Yaveremos,barón,yaveremosmásadelante—dijoelduque.

—¡Gracias,monseñor,gracias!

—Todorequiereunprincipio.

—Ciertamente.

—Sí, vos sois bastante tímido, mi joven amigo —repuso el duque deEpernón—.Cuandonecesitéisprotección,recurridamí,ahoraqueyaesinútilandarconrodeos,yqueno tenéisnecesidaddeocultaros,unavezqueyaséquesoiselhermanodeNanón…

—Monseñor —exclamó Cauviñac—, en lo sucesivo recurriré a vosdirectamente.

—¿Meloprometéis?

—Empeñomipalabra.

—Haréisperfectamente.

—Esperadunpoco,yvuestrahermanaosenterarádeloquesetrata,puestiene una carta que confiaros de parte mía. Tal vez en lo interesante delmensajequeosconfíoestácontenidavuestrafortuna.Tomadlosconsejosdevuestrahermana,joven,queesunagrancabeza,tieneunalmaprivilegiadayun corazón generoso. Amad a vuestra hermana, barón, y de este modoobtendréismismásdistinguidosfavores.

—Monseñor —exclamó Cauviñac con entusiasmo—, mi hermana sabehastaquépunto laquiero,yquemisdeseosnosonotrosquedeverla feliz,poderosay…rica.

—Me agrada ese ardor —dijo el duque—, quedaos pues con Nanón,mientrasyovoyaocuparmedeciertotruhán.

—Y a propósito, barón —continuó el duque—, tal vez podríais darmealgunosindiciosacercadeesebandido.

—Con mucho gusto —dijo Cauviñac—. Sólo falta que sepa de québandidomequierehablarmonseñor;haytantos,especialmenteenlostiemposquecorremos.

—Tenéisrazón;peroésteesunodelosmásosadosqueyoheconocido.

—¡Deveras!—dijoCauviñac.

—¡Figuraosqueesemiserable,encambiodelacartaqueosescribióayervuestra hermana, y quehabía adquiridopormedio de una infameviolencia,

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mehaarrancadounafirmaenblanco!

—¡Una firma en blanco! ¿De veras? ¿Pero qué interés podíais tener—preguntóconairesencilloCauviñac—,enposeeresacartadeunahermanaasuhermano?

—¿Olvidáisqueyoignorabaesteparentesco?

—¡Ah!Escierto.

—Yque yo tuve la necedad, perdonádmela,Nanón—continuó el duquetendiendolamanoalajoven—;yquetuvelanecedaddeestarcelosodevos.

—¡Verdaderamente! ¡Celoso de mí! ¡Ah! ¡Qué injusto habéis sido,monseñor!

—Quería,pues,preguntarossi teníaisalgunassospechas,opodéisdarmealgunos indicios de quién sea el que ha representado conmigo el papel dedelator.

—Noporcierto…Peroyasabéis,monseñor,quesemejantesaccionesnoquedanimpunes,yalgúndíasabréisquiénhacometidoésta.

—¡Oh! Ciertamente, lo sabré algún día —dijo el duque—, y para ellotengo ya tomadas mis precauciones; pero habría estimado más saberloenseguida.

—¡Ah!—repusoCauviñacaplicandoeloído—.¡Ah!¿Tenéistomadasyavuestrasprecauciones,monseñor?

—Sí,sí;ymuchahadeserlasuertedelperillán—continuóelduque—,silafirmaenblanconolesirveparacolgarle.

—¡Oh!—dijo Cauviñac—; ¿y cómo podréis distinguir esa firma de lasdemásqueponéisenvuestrasórdenes,monseñor?

—Paraesoletengohechaunaseñal.

—¡Unaseñal!

—Sí, invisible, para todos, pero que yo reconoceré con la ayuda de unprocedimientoquímico.

—¡Tate, tate!—dijo Cauviñac—, es una de las cosasmás ingeniosas loquehabéishecho,monseñor;peroesmenesterprocurarqueélnoreceledelatrama.

—¡Oh!Nohaypeligro,¿quiénselohadedecir?

—¡Ah!Escierto—repusoCauviñac—;niaNanónniyocreoqueseamoscapaces…

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—Niyo—dijoelduque.

—¡Ni vos! Tenéis mucha razón, monseñor. Algún día llegaréis a saberquiénesesehombre,yentonces…

—Y entonces, comomi palabra no estará empeñada, pues que ya habrásidosatisfechosudeseoencambiodelafirma;entonces,digo,leharécolgar.

—¡Amén!—dijoCauviñac.

—Mas ahora—continuó el duque—, ya que no podéis darme ningunosindiciosdeestetruhán…

—No,monseñor,meesimposible.

—Puesbien,osdejoconvuestrahermana.Nanón—continuóelduque—,dada esemocito las instruccionesnecesarias, y sobre todoquenopierda eltiempo.

—Descuidad,monseñor.

—Entendeoslosdos.

Y el duque hizo con su mano un saludo gracioso a Nanón y un gestoamistosoasuhermano,ybajólaescalera,habiendoprometidoantesestardevueltaprobablementeduranteeldía.

Nanónacompañóalduquehastalamesadelaescalera.

—¡Cuernos!—dijoCauviñac—;hahechoperfectamenteeldignoseñorenprevenirme.¡Vamos,vamos,noestantontocomoparece!¿Peroquéharéyoconlafirmaenblanco?¡Diablo!Loquesehaceconunbillete,ledarédebaja.

—Ahora, caballero—dijoNanónentrandoy cerrando lapuerta—; ahoraacabadedecirelduquedeEpernón,entendámonoslosdos.

—Sí, querida hermanita—respondió Cauviñac—, nos entenderemos losdos, porque yo he venido únicamente por tener el gusto de hablar contigo;ahoraconvienesentarse.

—Tenlabondaddetomarasiento.

YCauviñacaproximóuna silla a la suya, ehizoentendercon lamanoaNanónqueaquelasientoleestabadestinado.

Nanónsesentóconunceñoquenoanunciabanadabueno.

—¿Cómoes—dijoNanón—quenoestásdondedebierasestar?

—¡Ah!,queriditahermana,¡quepocogalanteeres!Siyoestuvieradondedeboestar,noestaríaaquí,yporconsiguientenotendríaselplacerdeverme.

—¿Nohabíasdeseadorecibirlasórdenes?

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—No,yono,dimásbienque laspersonas interesadasenmisuerte,y túparticularmente,habéisdeseadohacermeentrarenesasenda,peroyojamáshetenidoporlaiglesiaunavocaciónmuydecidida.

—Sinembargo,tueducaciónhasidoenteramentereligiosa.

—Sí,hermanamía,yyocreohaberlaaprovechado,santamente.

—Fuerasacrilegio,señormío;nohayqueburlarseconlascosassantas.

—No me burlo, querida hermanita, no hago más que referir la verdad.Escucha,túmemandasteaseguirmisestudiosconloshermanosmínimosdeAngulema.

—Bien;¿yqué?

—Puesbien;yohehechomisestudios.SéelgriegocomoHomero,ellatíncomoCicerón,ylateologíacomoJuanHus.Ynohabiendomásqueaprenderentre aquellos dignos hermanos, salí de su poder, siempre siguiendo tusinstrucciones,parairaprofesarenelconventodelascarmelitasdeRuán.

—Se te ha olvidado decir que yo te había prometido una renta anual decienpistolas,yquehecumplidoexactamentemipromesa.Cienpistolasparauncarmelita,meparecequeeramásquesuficiente.

—No lo niego, mi querida hermana; pero el pretexto de que yo no eracarmelita todavía, tan sólo el convento ha sido quien ha disfrutadoconstantementedeestarenta.

—Yaunqueasífuese,alconsagrartealaiglesia,¿nohabíashechovotodepobreza?

—Te juro, hermana mía, que si yo he hecho ese voto, lo he cumplidotambién.Nohaynadiemáspobrequeyo.

—¿Perocómohassalidodelconvento?

—¡Ah!Telovoyadecir.LomismoqueAdánsaliódelparaísoterrenal,lacienciaeslaquemehaperdido,hermanamía;sabíayodemasiado.

—¿Cómosabíasdemasiado?

Figúratetúqueentrelascarmelitas,cuyareputaciónennadaseparecealadePicdelaMirandola,ladeErasmoyDescartes,pasabayoporunprodigio,de ciencia, se supone; de lo que resultó que cuando el señor duque deLongueville vino a Ruán con la pretensión de hacer que aquella ciudad sedeclarasea favordelparlamento, semecomisionópara ir aarengaradichoseñor,loqueelseñordeLonguevillesemostró,nosólomuysatisfechodemitalento, sino que también me dijo si quería ser su secretario. Esto pasabajustamentecuandoestabayapróximoapronunciarmisvotos.

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—Sí, yame acuerdo; y nomehe olvidadoque conpretexto de hacer tudespedidaalmundo,mepedisteiscienpistolas,quetehiceentregarenpropiamano.

—Ylasúnicasquemismanoshantocado,afedehidalgo.

—Perodebíaisrenunciaralmundo.

—Sí,taleramiintención;perohasidolamismaProvidencia,quesindudatienesusmirassobremí,ylohadispuestodeotromodoporelconductodelseñordeLongueville,ynohaqueridoquefuesefraile.Yomeheconformadocon la voluntad de esa buena Providencia, y debo decirlo, no tengo de quéarrepentirme.

—¿Segúnesoyanoeresreligioso?

—No, al menos por ahora, querida hermana. Nome atreveré a tener laosadíadedecirtequenovolveréaserloalgúndía,porque¿cuáleselhombrequepuededecirhoyloquelepasarámañana?

—¿NoacabadefundarelseñordeRancélaordendelaTrapa?

—Acasoharéyo lomismoque el señordeRancé inventando cualquieraordennueva.Pero,pordepronto,mehelanzadoalaguerra;ybienveis,quepor algún tiempo, esto me ha hecho profano e impuro, con todo yo mepurificaréenlaprimeraocasión.

—¿Vosguerrero?—dijoNanónencogiéndosedehombros.

—¿Por qué no? ¡Válgame Dios! No os diré que sea yo un Dunois, unDuqueslin,Bayardo,uncaballerosinmiedoysintacha.No,tengoelorgullode decir que carezco de faltas que echarme en cara, ni preguntaré como elilustrecondottieriEsforzia,quécosaeselmiedo.

—Soy hombre, y como dice Plauto:Homo sum et nihil humanum amealienumputo;loquequieredecir:Soyhombre,ynojuzgoextrañoamínadade cuanto eshumano.Yo tengomiedo, como lo es permitido tenerlo a todohombre; lo que nome impide ser valiente cuando llega la ocasión.Manejo,cuandomeveoprecisado,laespadaylapistolaconbastantedestreza;peromiverdadera inclinación, mi vocación decidida, es la diplomacia, ya ves, yomuchomeequivoco,miqueridaNanón,oconeltiempollegaréaserungranpolítico,¡esunahermosacarreralapolítica!¡MiraelseñordeMazarino,sinole cuelgan, a donde podrá llegar! Pues bien, yo soy como el señor deMazarino;ycomoaél,unodemistemores,yelmayorsinduda,eseldesercolgado. Felizmente tú estás aquí, querida Nanón, y esto me da una firmeconfianza.

—¿Conqueereshombredearmas?

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—Yhombredecorazón,cuandoesmenester.¡Oh!MipermanenciaalladodelseñordeLonguevillemehaservidodemucho.

—¿Yquéhasaprendidoasulado?

—Lo que se aprende cerca de los príncipes, a guerrear, a intrigar, a sertraidor.

—¿Yesotehaconducido?…

—Alaposiciónmáselevada.

—Posiciónquehastratadopocoenperder.

—¡Quédiablos!ElseñordeCondétambiénhaperdidolasuya.Nadieesdueño de los sucesos. —¡Querida hermana! ¡Tal como aquí me ves, hegobernadoaParís!

—¡Tú!

—¡Sí,yo!

—¿Porcuántotiempo?

—Unahoraytrescuartos,relojenmano.

—¿TúhasgobernadoaParís?

—Enjefe.

—¿Cómohasidoeso?

—Deunamaneramuysencilla.Yasabesqueelseñorcoadjutor,elseñordeGondy,abaddeGondy…

—Sí,bien.

—Era dueño absoluto de la ciudad. Pues bien, en aquellos momentosestaba yo bajo las órdenes del señor duque de Elbeuf. Este señor es unpríncipeLoreno,ynoesnadavergonzosodependerdeél.Masconvienesaberqueel señordeElbeuferaenemigodelcoadjutor;yyopromovíunmotínafavordelElbeuf,estainsurrecciónmeelevóporpocotiempoalacumbredelpoder;perodesgraciadamenteelseñordeElbeufnotardóenavenirseconelcoadjutor,siendoyolavíctimadeltratadoquehicieronentresí,entalcasomevi precisado a entrar al servicio del señor de Mazarino; pero el señor deMazarino es un hombre inútil; de suerte que como sus recompensas eranproporcionadasamisvicios,aceptélaofertaquesemehizodeemprenderunanueva asonada en honra del consejero Broussel, cuyo fin era el nombrarCancilleralseñorSeguier.Peromisgentesfuerontorpes,ynoleacogotaronmásqueamedias.Enmediodeestazarracinameviamenazadodeungranpeligro. El señor de la Meilleraye me disparó un pistoletazo casi a

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quemarropa; pero afortunadamenteme eché a tierra con tiempo, pasandodeestemodolabalaporencimademicabeza,yelilustremariscalsóloconsiguiómataraunavieja.

—¡Quécadenadehorrores!—exclamóNanón.

—¡Cómohadeser,queridahermana!Sonpercancesdelaguerracivil.

—Ahoracomprendo,cómounhombrecapazdetalescosassehaatrevidoahacerloquetúhicisteayer.

—¿Yquéhice?—preguntóCauviñacconelairemáscándidodelmundo—.¿Aquémeatreví?

—¡Hastenidolaaudaciadeengañarensucaraaunpersonajetanilustrecomoel señorduquedeEpernón!Pero loqueaunnopuedocomprender, loquejamáshubierallegadoapensar,loconfieso,esqueunhermano,colmadode mis beneficios, haya concebido fríamente el proyecto de perder a suhermana.

—¡Perderamihermana!…¿yo?—dijoCauviñac.

—¡Sí,tú!—replicóNanón—.¿Eraprecisoqueyoescucharaelrelatoqueacabas de hacerme, y que prueba que eres capaz de todo, para reconocer laletradeestebillete?¡Mira!¿Negarásqueestacartaanónimaestáescritaporti?

YNanón indignada le mostró a su hermano la carta de delación que elduquelehabíaentregadolanocheanterior.Cauviñaclaleyósinalterarse.

—Y bien—dijo por último—, ¿qué tienes que decir de esa carta? ¿Laencuentras, acaso,mal redactada? Si esto fuera, lo sentiría por ti; pues sóloprobaríaquenoentiendesniunajotadeliteratura.

—Nosetratadesurelación,señormío,setratadelhecho.¿Erestúonoquienhaescritoestacarta?

—Yohe sido,yo, sindudaalguna.Sihubiese tratadodenegar elhecho,habría desfigurado la letra, pero era inútil; jamás he tenido intención deocultarme a tus ojos, y además yo quería que reconocieses que la carta eramía.

—¡Oh!—prorrumpióNanónconungestodehorror—;¡yloconfiesas!

—Ésteesunrasgodehumildad,queridahermana,sí;yesmenesterquetelodigadeunavez,hesidoimpulsadoporunaespeciedevenganza.

—¡Devenganza!

—Sí,muynatural.

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—¡Venganza contramí, desdichado! ¡Piensa bien en lo que dices! ¿Quémaltehehechoyoparaqueconcibatualmalaideadevengartedemí?

—¿Mepreguntasloquehashecho?¡Ah!Nanónponteenmilugar.YodejéaParís,porque teníaallímuchosenemigos;éstaes ladesgraciade todos loshombres políticos. Acudo a ti implorando tu protección; ¿recuerdas eso?Recibistetrescartas;ynopodrásdecirqueteeradesconocidalaletra,pueseraexactamente lamismadelbilleteanónimo,yademásdeesto, lascartas ibanfirmadas.Enellastepedíacienmiserablespistolas.

—¡Cienpistolas!Atiquetienesmillones.Estoeraunamiseria;perobiensabes que ésta es la cantidad que acostumbro pedirte. Sin embargo, mihermanamerechaza;mepresentoensucasa,ynosólomelaniegan,sinoquesoydespedido.Entonces,dijeyoparamí,talvezsehalleapurada,yéstaeslaocasióndeprobarlequesusbeneficiosnohanidoaparara lasmanosdeuningrato;oacasonogozadecompletalibertad,ysiendoasíesperdonable.Yavesquemicorazóntratabadedisculparte;perocomoesnatural,meinformé,ysupe,nosóloquemihermanaeralibreyfeliz,sinorica,muyrica,yqueuntalbarón de Canolles, un extraño, usurpaba mis privilegios y obtenía laprotección que se me debía a mí. Entonces, lo confieso, los celos metrastornaronlacabeza.

—Dimejorlacodicia.¿QuéteimportabaquetuvieseyorelacionesconelbaróndeCanolles?

—A mí nada; ni menos habría soñado en inquietarme, si hubierascontinuadotusrelacionesconmigo.

—¿Sabes que si yo dijera al señor de Epernón una sola palabra, si leconfesarasinrodeosquientúeres,estabasperdido?

—Ciertamente.

—Túmismo,nohacemucho,hasoídodesupropiabocacuáleslasuertequeleesperaalquelehaarrebatadoesafirmaenblanco.

—Nomehablesdeeso,aloírlemeheestremecidohastalamédulademishuesos, y bien he necesitado todo el poder que tengo sobre mí para nohacermetraición.

—¿Y no tiemblas, tú que sin embargo confiesas que no desconoces elmiedo?

—No,porqueesadeclaraciónprobaríaqueel señordeCanollesnoes tuhermano; entonces, siendo dirigidas a un extraño las palabras de tu carta,tomaban un significado poco favorable.Más vale, créeme, haber hecho sinrodeosunaconfesióncomolaqueacabasdehacer,ingrata,pornodecirciega.Te conozco para darte este último renombre; por consiguiente, debes

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considerar cuántas ventajas previstas por mí han resultado, por mis afanes.Poco hace te encontrabas terriblemente comprometida, y temblabas de verllegar al señordeCanolles, queno estandoprevenido, sehabría embrolladohorriblemente en la intriga de esa novelita de familia, mi presencia, por elcontrario, loha salvado todo.Tuhermanoyano esunmisterio, el señordeEpernónlehaadoptado,ydebodecirlo,conbastantegalantería.Ahorayanotieneelhermanonecesidaddeocultarse,porqueesdeesacasa,deaquípuedenacerlaseguridadenlacorrespondencia,citasexterioreseinteriores,contalque el hermano de cabellos y ojos negros no lleve su imprudencia hasta elextremodepresentarsecaraacaraalduquedeEpernón.Unacapasepareceaotracapa,comounhuevoaotro,¡quédiablos!YcuandoelseñordeEpernónvea salir una capade tu casa, ¿quiénpodrádecirle si es ono la capadeunhermano?Heaquícomopuedessertanlibrecomoelaire.

—Sólo para hacerte un obsequio me he despojado de mi nombre debautismo, y sacrifico mi libertad tomando el de Canolles; sacrificio quedeberíasagradecermeyrecompensarme.

Aesteflujodepalabras,hijodeunaavilantezincreíble,Nanónpetrificadano encontraba razones que oponer; y Cauviñac, aprovechándose de estavictoriaconseguidaporasalto,continuó:

—Además,queridahermanita,yaquenosvemosreunidos,despuésdetanlargaausencia,yaquealcabodetantosrevesesnosvolvemosaver,confiesaquedeaquíenadelantevasadormirtranquila,mercedalaseguridadqueelamor colocará sobre ti. Vas a vivir tan pacífica como si toda la Guiena teadorase,loquenoescierto,comosabes;peroseráprecisoquepasepordondenosotros queramos. En efecto, yome instalo en tu casa, el señor duque deEpernón me hace coronel, y en vez de seis hombres, tengo dos mil a misórdenes.ConestosdosmilhombresreproduzcolosdocetrabajosdeHércules;semenombraduqueypar,laseñoradeEpernónmuere,elseñordeEpernónsecasacontigo…

—Antesdetodoeso,doscosas—dijoNanónconbrevedad.

—¿Cuáles,queridahermana?Hablad,yateescucho.

—La primera, que devuelvas esa firma en blanco al duque, sin cuyorequisito serás colgado, bien has oído la sentencia de su propia boca, y lasegundaque salgasdeaquí enestemomento, sinoquieresmiperdición, séqueestonoimportaría,peroteperderásconmigo;yéstaesunarazón,segúncreo,paraquetomesmipérdidaenconsideración.

—Dosrespuestas,señoramía,esafirmaenblancoespropiedadmía,ytúnopuedesoponerteaqueyomedejecolgar,siéseesmigusto.

—¡Pocoseperdiera!

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—¡Gracias! Pero no llegará el caso, tranquilízate. Ya te he manifestadodesdeluegomirepugnanciahaciaesegénerodemuerte;peroguardomifirma,a no ser que tengas el capricho de querérmela comprar, en cuyo caso,podremoshacereltrato.

—Nomehacefalta.Lasfirmasenblancosoyyoquienlasda.

—¡DichosaNanón!

—¿Conquelaguardas?

—Sí.

—¿Ariesgodeloquetepuedasuceder?

—Nadatemas,tengoenquéemplearla.Encuantoaretirarme,noesperesquecometayotangrandefalta,estandoelduquedepormedio.Haymás,entudeseodedesembarazartedemí,hasolvidadounacosa.

—¿Cuál?

—Esacomisiónimportantedequemehahabladoelduque,ydebehacermifortuna.

Nanónpalideció.

—Perodesgraciado—dijo—.¿Ignorasqueesacomisiónnoestádestinadaparati?¿Nosabesqueabusardetuposiciónseríauncrimen,yuncrimenquetardeotempranoencontraríasucastigo?

—Poresonoquieroyoabusar.Sólodeseousar,yaves.

—Además,enlacomisiónsedesignaalseñordeCanolles.

—Ybien,¿acasonomellamoyobaróndeCanolles?

—Sí,peroenlacortenosóloesconocidoporelnombre,sinotambiénporsufisonomía.ElseñordeCanolleshaestadoenlacortemuchasveces.

—Porfin,ésaesunarazónqueconvence,éstaeslaprimeraquemedas,yyavescómomerindoaella.

—Además,queallíencontraríasatusenemigospolíticos—dijoNanón—ytalvez,aunquebajodiferenteaspecto,noseatufisonomíamenosconocidaqueladeCanolles.

—¡Oh! Eso no era un obstáculo si, conforme ha dicho el duque, lacomisión tiene por objeto hacer un gran servicio de la Francia. Elmensajeabriría camino al gran servicio de la Francia. El mensaje abriría camino almensajero. Además, un servicio de esta importancia lo allana todo y laamnistía de lo pasado es siempre la condición primera de las conversionespolíticas. Así, pues, querida hermana, créeme, no estás tú en el caso de

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imponermetuscondiciones,sinoyoeneldeproponertelasmías.

—Veamos,¿cuálesson?

—Desde luego, como tedecíahacepoco, laprimeraque se estableceentodotratado,esdecir,amnistíageneral.

—¿Esesotodo?

—Despuéselsaldodenuestrascuentas.

—¿Esoquieredecirquetedeboalgunacosa?

—Medebeslascienpistolasquetehabíapedido,yquemerehusastecontantainhumanidad.

—Aquítienesdoscientas.

—Enhorabuena;yatereconozco,Nanón.

—Peroconunacondición.

—¿Cuál?

—Querepararáselmalmomentoquehascausado.

—Nadamásjusto.¿Yquétengoquehacer?

—Vas amontar a caballo, y a emprender el camino de París, hasta queencuentresalbaróndeCanolles.

—¿Entoncespierdosunombre?

—Selodevuelves.

—¿Yquédebodecirle?

—Debes entregarle esta orden que ves aquí, y asegurarte de que parteenseguidaparacumplimentarla.

—¿Ynadamás?

—Nadamás.

—¿Esmenesterquesepaquiénsoyyo?

—Porelcontrario,esmuyimportantequeloignore.

—¡Ah! ¡Nanón! ¿Te avergüenzas de tenerme por hermano? Nanónreflexionóunmomentosinresponder;ydespuésdijo:

—Pero, ¿cómo me convenceré de que desempeñas exactamente micomisión?Sihubieraparatialgunacosasagrada,teexigiríaunjuramento.

—Puedeshacerotracosa.

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—¿Qué?

—Prometermeotrascienpistolasparadespuésdeterminadalacomisión.

Nanónseencogiódehombros,ydijo:

—Negocioconcluido.

—Está bien.No quiero exigirte un juramento, puesme basta tu palabra.Porconsiguiente,nohablemosmás;cienpistolasalapersonaqueteentreguedemiparteelrecibodelseñordeCanolles.

—Sí;perohablasdeuntercero.¿Tratasacasodenovolver?

—¡Quiénsabe!AmítambiénmellamaunnegocioalasinmediacionesdeParís.

—¡Ah!—dijoCauviñac—,noestáesomuyenelorden;peronoimporta,querida,lamano;sinrencor,esosí.

—Sinrencor;peroacaballo.

—Acaballo, sí, ahoramismo,el tiemponecesarioparabeberel tragodedespedida.

CauviñacechóensucopaelrestodelabotelladeChambertín,saludóasuhermanaconunacortesíallenadegracia,ymontandoacaballo,alcabodeuninstantedesaparecióentreunanubedepolvo.

VII

Aunmiedosootromayor

Empezábase a ver la luna porOriente, cuando el vizconde, acompañadodel fiel Pompeyo, salió del parador de Maese Biscarrós, emprendiendo elcaminodeParís.

Habrían andado próximamente una legua y media, durante la cual elvizconde se entregó todo a sus reflexiones, cuando se volvió a su escudero,queibagravementearrellanandoensusillaatrespasosdedistanciadetrásdelcaballodesuamo.

—Pompeyo—preguntóeljoven—,¿tenéisporcasualidadmiguantedelamanoderecha?

—Queyosepa,no,señor—contestóPompeyo.

—¿Quéhacéisconvuestramaleta?

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—Estoy mirando si va bien atada, y apretando las correas, no sea quesuene.Elsonidodeloroespeligroso,señor,yatraemalosencuentros,sobretododenoche.

—Está muy bien hecho, Pompeyo—repuso el vizconde—, y me gustaverostancuidadosoyprudente.

—Son cualidades muy naturales en un soldado viejo, señor vizconde, ycualidadesqueseavienenadmirablementeconelvalor;sinembargo,comoelvalor y la temeridadno sonunamismacosa, confiesoque sientomuchonohayapodidoacompañarnosRichón,porqueveintemil libras sondifícilesdeguardar,sobretodoentiempostanborrascososcomolosquealcanzamos.

—Lo que decís, Pompeyo, está muy puesto en razón, y soy de vuestromismoparecer.

—Tambiénme atrevería a decir—continuó Pompeyo—, animado en sumiedo por la aprobación del vizconde, que es muy imprudente aventurarsecomo lo hacemos nosotros. Esperad un poco, si os agrada, revisaré mimosquetón.

—¿Ybien,Pompeyo?

—La rueda está en buen estado, y el que quisiera detenernos pasaría unmalrato.¡Oh!¡Oh!¿Quéesloqueveoalláabajo?

—¿Dónde?

—Delantedenosotros,aunoscienpasos,hacianuestraderecha;mirad,enestadirección.

—Escierto,veounacosablanca.

—¡Oh!—dijoPompeyo—,blanca;algúnconvoyquizás.

—Pormihonorquequisieraganaresahayadelaizquierda;entérminosdeguerrasellamaestoatrincherarse,sí,atrincherémonos,señorvizconde.

—Siesunconvoy,seráescoltadoporlossoldadosdelrey,Pompeyo;ylossoldadosdelreynohacendañoaloscaminantes.

—Desengañaos—señorvizconde,desengañaos—,noseoyehablar,porelcontrario, más que de bandidos que se encubren bajo el uniforme de SuMajestad para mil roperías, unas peores que otras, y no hace mucho queenrodaronenBurdeosadosligerosdeacaballoque…

—Yocreoquereconozcoeluniformedelosligeros,señorvizconde.

—Eluniformedelosligerosesazul,yelquevemosesblanco.

—Sí; pero se suelen poner una blusa sobre el uniforme, y eso es lo que

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habíanhecholosmiserablesqueenrodaronenBurdeos.Mirad,meparecequegesticulanfuerte,yamenazan;ésaessutáctica,¿veis?,señorvizconde,ellosseocultandeesemodoenel camino,y con la carabinaa la caraobliganalviajerodesdelejosasoltarlabolsa.

—Pero,mibuenPompeyo—dijoelvizconde—,queaunquemuyaterradoporsuparteconservasupresenciadeánimo,sinoslleganaamenazardesdelejosconsucarabina,hacedlomismoconlavuestra.

—Sí,perocomonovean—dijoPompeyo—,midemostraciónseríainútil.

—Sinoosven,nopuedentampocoamenazaros,meparece.

—Vosnoentendéisdeguerra—replicóelescuderodemalhumor—.AquímevaapasarlomismoqueenCorbía.

—Nodebemosesperartalcosa,Pompeyo;porquesimalnorecuerdo,fueenCorbíadondesalisteisherido.

—Sí,yunaheridaterrible.EstabaalserviciodelseñordeCambes,quenodejabade serun temerario. Íbamosunanochepatrullandopara reconocer ellugarenquehabíadedarselabatalla,cuandovemosunconvoy.Leaconsejéquenolaechasedevaliente;peroseobstinaypartederechohaciaelconvoy.Vuelvo la espalda despechado, y en este momento una maldita bala…Vizconde,seamosprudentes.

—Seamosprudentes,Pompeyo,nodeseootracosa.

—Peromeparecequenosemueven.

—Habránolfateadosupresa.Escuchemos.

Felizmenteparaellos,losdosviajerosnotuvieronqueescucharlargorato.Pasado un instante, la luna salió de entre una nube negra, cuyos bordesplateaba, e iluminó con su esplendor el espacio, haciéndoles ver a unoscincuentapasosdelosviajeros,dosotrescamisasqueestabanconlasmangasextendidasypuestasasecardetrásdeunahaya.

Éste era el convoy que había recordado a Pompeyo su fatal patrulla deCorbía.

Elvizcondesoltóunacarcajadaymetióespuelasasucaballo,mientrasquePompeyoleseguíaexclamando:

—¡Quéfelicidadquenohayayoseguidomiprimerainspiración!Yaibaaenviar una bala en esa dirección, y hubiera sido una quijotada. ¡Ved ahí,vizconde,paraloquesirvenlaprudenciaylaexperienciadelaguerra!

Siempredespuésde lasgrandesemocioneshayun intervalodereposo;ypasadoelsustodelascamisaslosviajeroscaminarondosleguasconbastante

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tranquilidad. El tiempo eramagnífico, la sombra descendía extensa y negracomo el ébano de la cumbre de un bosque, y cubría uno de los lados delcamino.

—Nomegustadeltodolaclaridaddelaluna—dijoPompeyo—.Cuandoauno se le ve de lejos, se expone a ser cogidodesprevenido.Y siempreheoídodeciralagentedeguerra,quedoshombresquesebuscan,nofavorecelalunajamássinoaunosólo.Nosotrosvamosrecibiendolaluzdelleno,yestounaimprudencia,señorvizconde.

—Puesbien,pasemosalasombra,Pompeyo.

—Sí; pero si hubiese hombres emboscados en la ladera de este bosque,iríamossencillamenteameternosen la jaula…Encampañanuncadebeunoacercarseaunbosquesinhaberleantesreconocido.

—Pordesgracia—repusoelvizconde—notenemosbatidores.¿NoesasícomoselesdenominaalosquereconocenlosbosquesmivalientePompeyo?

—Es cierto —murmuró el escudero—. Diablo de Richón; ¿por qué nohabrávenido?Lehubiéramosenviadoalavanguardia,mientrasquenosotrosformábamoselcuerpodelejército.

—Ybien,Pompeyo,¿quédecidimos?¿Nosestamosalaluzdelaluna,opasamosalasombra?

—Pasemos a la sombra, señor vizconde, esto es lomás prudente, segúncreo.

—Pasemosalasombra.

—Tenéismiedo,¿noesasí,señorvizconde?

—No,oslojuro,queridoPompeyo.

—Haríaismuymalentemerle,estandoyoaquípara loqueocurra.Siyoestuvierasolo,entendéis,meimportaríanpocolosacontecimientos,porqueyase sabe que un veterano no teme a Dios ni al diablo; pero vos sois uncompañero tan difícil de guardar como el tesoro que traigo a la grupa; y laverdad, me asusta esta doble responsabilidad. ¡Ah! ¿Qué sombra negra esaquellaquesevealláabajo?Estavezsemueve.

—Nohayduda—dijoelvizconde.

—Vedloqueesestarenlaobscuridad,nosotrosvemosalenemigo,yélnonosveanosotros.¿Noosparecequeésemalaventuradotraeunmosquete?

—Sí;perounhombresolo,Pompeyo,ynosotrossomosdos.

—Señorvizconde,a losquecaminansolossona losquehayque temer,porquelasoledadindicaloscaracteresresueltos.ElfamosobaróndeAndrets,

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caminabasiempresolo.¡Ay!Meparecequenosmira,vatirar;bajaos.

—Pompeyo,sinohacemásquecambiardehombrosumosquete.

—No importa, bajémonos de cualquier modo, ésa es la costumbre; yresistamoselfuegocubiertosconelarzón.

—Pero,Pompeyo,¿noveisqueélnotira?

—No tira—dijo el escudero enderezándose—; ¡bueno!Tendrámiedo, ynuestrosresueltosademaneslehabránintimidado.¡Ah!Tienemiedo;entoncesdejadmehablarle,yhabladlevosdespuésdemíahuecandolavoz.

Lasombracontinuabaaproximándose.

—¡Hola!,amigo,¿quiénsois?—gritóPompeyo.

Lasombrasedetuvoconmovimientodeterrordemasiadovisible.

—Gritadleahora—dijoPompeyo.

—Es inútil —contestó el vizconde—; el pobre diablo tiene demasiadomiedo.

—¡Ah!Tienemiedo—dijoPompeyoapuntándoleconelmosquete.

—¡Piedad,señor!—dijoelhombrecayendoderodillas—,¡piedad!Soyunpobrerevendedor,quehaceochodíasnohevendidoniunpañuelodebolsillo,ynollevouncuarto.

LoquePompeyohabíacreídoqueeramosquete,era tansólolavaraconqueelpobrediablomediasusgéneros.

—Sabed, buen amigo—dijo con arrogancia Pompeyo—, que no somosladrones, sino gente de guerra, que viajamos de noche porque no tenemosmiedo a nadie; seguid, pues, tranquilamente vuestro camino, que estáis enlibertad.

—Tomad,amigo,estemediodoblón—añadióconvozdulceelvizconde—enpagodelmiedoqueoshemoscausado,yDiososacompañe.

Elvizcondedioconsumanecitablancamediodoblónalpobrediablo,quesealejódandogradasalcieloporelfelizencuentroquehabíatenido.

—Habéisobradomal, señorvizconde,muymal—dijoPompeyocuandohubieronandadounosveintepasos.

—¡Mal!¿Enqué?

—Endarmediodoblón a esehombre.Denocheno convienemanifestarjamásquese tienedinero;¿nohabéisobservadoquelaprimeraexclamacióndeesecanallafuedecirquenollevabauncuartoconsigo?

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—Esverdad—dijoelvizcondesonriendo—;peroéseesuncanalla,comodecís,alpaso,quenosotrossomosgentedeguerraquenadatememos.

—Entretemerydesconfiar,señorvizconde,haytantadistanciacomoentreelmiedoy la prudencia.Yno es prudente, lo repito, hacer ver que se tienedinero,aundesconocidoqueseencuentraenunacarretera.

—¿Perocuandoeldesconocidovasoloysinarmas?

—Puede pertenecer a una cuadrilla armada, y ser sólo espía enviadodelante para reconocer el terreno; puede volver conmasas de gente, ¿y quéqueréisquedoshombreshagan,porvalientesquesean,contralasmasas?

EstavezreconocióelvizcondelaverdaddelareconvenciónquelehacíaPompeyo;oacasoporabreviareldiscursopareciódarseporvencido,atiempoquellegaronalaorilladelriachuelodeSaya,cercadeSanGinés.

Nohabiendopuente,eraprecisopasarleavado.

EntoncesPompeyoexplicóalvizcondeuna sabia teoría sobre elpasodelos ríos; pero comouna teoría no es unpuente, fue necesario, a pesar de lalargaexplicación,pasarloavado.

Afortunadamente no era el río muy hondo, pero este incidente fue unanuevapruebaparaelvizconde;puesvistaslascosasdenocheydelejos,sonmásformidablesquevistasdecerca.

Elvizcondeempezabaatranquilizarserealmente,cooperandoaestefinloadelantadode lanoche,pues sólo faltabaunahoraparaqueasomaseeldía;peroencontrarseenmediodelbosquequerodeaaMarsas,losdosviajerossedetuvieronsúbitamente,porqueenefecto,acababandeoíralolejosdetrásdeellos,elgalopedemuchoscaballos.

Almismotiempolossuyoslevantaronlacabeza,yelunodeellosrelincho.

—Estavez—dijoPompeyoconvozahogada,asiendolabridadelcaballodesuamo—;estavez,señorvizconde,esperoqueosportéisconunpocodedocilidad, y abandonéis el resultado a la experiencia de un antiguo soldado.Sientounatropadegenteacaballoquenospersigue.¡Veis!Ésaeslapartidadelfalsomercader;bienoslohabíadicho,¡imprudente!Vamos,aquídenadaserviríaunaparentevalor,salvemosnuestrasvidasynuestrodinerotambién;comounmediodevencer,Horaciotratódehuir…

—Puesbien,huyamos,Pompeyo—dijoelvizcondetemblando.Pompeyopicóalosdoscaballos,elsuyo,excelentebichorodado,arrancóbajoelinflujodelacicate,conunceloqueinflamóelardordelcaballoárabedelvizconde,yambosaporfíaselanzaroncomounrayosobreelarrecife,delquesalíanvivascentellasalchoquedesusherraduras.

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Esta carrera duró pocomás demedia hora; pero lejos de ganar terreno,parecióalosdosfugitivosquesusenemigosselesacercaban.

De pronto salió una voz del seno de las tinieblas, voz, quemezclada alsilbido producido por el viento que los dos caballeros hendían, asemejaba aunalúgubreamenazadadelosespíritusdelanoche.

EstavozhizoerizarsobresucabezaloscabellosgrisesdePompeyo.

—¡Gritan,deteneos!—murmuró—,¡gritan,deteneos!

—Ybien,¿paramos?—preguntóelvizconde.

—¡Todolocontrario!—exclamóPompeyo—;redoblemoslamarcha,siesposible.¡Adelante!,¡adelante!

—Sí, sí, ¡adelante! ¡Adelante!—contestóelvizconde, tanespantadoestavezcomosudefensor.

—¡Muchoavanzan!—decíaPompeyo—,¿losoís?

—¡Ay!,sí.

—Sonmásdetreinta,atended,nosllamanaún.

—¡Somosperdidos!

—Reventemos los caballos, si es preciso—dijo el vizcondemásmuertoquevivo.

—¡Vizconde, vizconde!—gritaba la voz—, ¡parad, parad! ¡Parad, viejovillano!

—Éseesalgunoquenosconoce,algunoquesabequellevamosdineroalaprincesa,yestáenteradodequeconspiramos,¡ay!Vamosaserdescuartizadosvivos.

—¡Deteneos,deteneos!—continuabalavoz.

—Gritan que se nos detenga—dijo Pompeyo—, tienen gente avanzada,¡estamoscercados!

—¿Nopudiéramosdardelado,porelcampo,ydejarpasaralosquenospersiguen?

—Noesmalaidea—dijoPompeyo—.Vamos.

Los dos caballeros hicieron sentir a la vez la brida y la rodilla a susmonturas, que giraron a la izquierda, el caballo del vizconde, hábilmenteeducado,saltóelfoso;peroeldePompeyo,máspesado,tomópocotrecho,latierrasedesmoronóbajoelpesodelcuartotrasero,ycayóarrastrandoaljineteensucaída.Elpobreescuderolanzóungritodeprofundadesesperación.

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Elvizconde,quesehabíaya internadocincuentapasosenelcampo,oyóaquel grito de agonía, y aunquemuy asustado, volvió grupa, y vino adondeestabasucompañero.

—¡Favor!—gritabaPompeyo—.¡Capitulemos!,yomerindo;pertenezcoalacasadeCambes.

Unagrancarcajadacontestósóloaestalamentableapelación;yllegandoelvizcondeenestemomento,vioaPompeyoabrazadoalestribodelvencedor,queconvozentrecortadaporlarisa,tratabadetranquilizarle.

—¡ElseñorbaróndeCanolles!—exclamóelvizconde.

—¡Elmismo,votoaJudas!Vaya,vizconde,noestáenelordenhacerasíaquiénvieneabuscaros.

—¡El señor barón de Canolles!—repuso Pompeyo, dudando aún de sufortuna—.¡ElseñorbaróndeCanollesyCastorín!

—¡Sí!, señor Pompeyo—dijo Castorín, empinándose sobre sus estribosparamirarporencimadelaespaldadesuamo,queriendosehabíaechadodepechosobreelarzóndesusilla—.¿Quéhacéis,pues,enesehoyo?

—¡Ya lo veis! —dijo Pompeyo—. ¡Mi caballo se ha rendido en elmomentoenque teniéndoosporenemigos tratabadeatrincherarme,a findeoponerunafuertedefensa!

—Señorvizconde—continuóPompeyolevantándoseysacudiéndose—,eselseñordeCanolles.

—¿Cómo,caballero,vosaquí?—murmuróelvizconde,dejandoentrevercontrasuvoluntadunaespeciedealegríaensuentonación.

—Sí, a fe mía —respondió Canolles, mirando al vizconde con unatenacidad que se explica por el hallazgo del guante—. Iba a morirme defastidio en aquella posada; Richón acababa de abandonarme después dehabermeganadomidinero, supequehabíaispartidoporelcaminodeParís;afortunadamente yo tenía que hacer esta misma dirección, y me puseinmediatamenteencaminoparareunirmeconvos,aunquenodudabaqueparaalcanzarosmeeranecesariodesempedrarelarrecife.

—¡Cáspita!¡Mibuenhidalgo,soisuncaballerocomohaypocos!

Elvizcondesonrióbalbuceandoalgunaspalabras.

—Castorín —continuó Canolles—, ayudad al señor Pompeyo a que secoloqueenlasilla.Yaveisqueapesardesuhabilidadlecuestatrabajovolveramontar.

Castorín se bajó, y ayudó a Pompeyo, que con su auxilio consiguió

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recobrarsuantiguoasiento.

—Yahora—dijoelvizconde—,continuemoslamarcha,siosplace.

—Esperad, un momento —dijo Pompeyo lleno de embarazo—, unmomento,señorvizconde;parecequemefaltaalgunacosa.

—Yalocreo—dijoelvizconde—,osfaltalamaleta.

—¡Ay,Diosmío!—dijoPompeyofingiendounagrandeadmiración.

—¡Miserable!—exclamóelvizconde—,habréisperdido…

—Nopuedeestarlejos,señor—respondióPompeyo.

—¿No es ésta?—preguntó Castorín, recogiendo el objeto nombrado, ylevantándolecontrabajo.

—Justamente—dijoelvizconde.

—Justamente—exclamóPompeyo.

—Noesculpasuya—dijoCanolles,queriendoconquistarselaamistaddelviejoescudero;ensucaída,sehabránrotolascorreasysehabrádesatadolamaleta.

—Las correas no están rotas sino cortadas, señor —dijo Castorín—.¡Mirad!

—¡Oh!¡Oh!,señorPompeyo—dijoCanolles—,¿quéquieredeciresto?

—Estoquieredecir—repusoseveramenteelvizconde—,queensutemorde ser perseguido por los ladrones, el señor Pompeyo habrá cortadodiestramente la maleta, para sustraerse a la responsabilidad de tesorero.¿Cómosellamaesteardidentérminosmilitares,señorPompeyo?

Pompeyotratódeexcusarse,diciendoquehabíasacadoimprudentementesucuchillodemonte;perocomonopudodarunaexplicaciónsuficiente,hubodequedara losojosdelvizcondecon la tachadehaberqueridosacrificar lamaletaasuseguridadpersonal.

Canollesfuemejorcomponedor.

—Bueno,bueno—dijo—,yaestávisto;perovoladaatarlamaleta.

—Castorín,ayudadalseñorPompeyo;teníaisrazón;MaesePompeyo,entemeralosladrones,pueslamochilaparecebastantepesada,yseríadebuenapresa.

—Nooschancéeis,señor—dijoPompeyoestremeciéndose—, todaburlanocturnaesequívoca.

—Tenéis razón, Pompeyo,mucha razón—continuó Canolles—, por eso

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quieroservirosdeescoltaavosyalvizconde,unrefuerzodedoshombresnocreoquedejedeserosútil.

—Noporcierto—exclamóPompeyo—,enelnúmeroestribalaseguridad.

—Yvos, vizconde, ¿qué pensáis demi ofrecimiento?—dijoCanolles alverqueelvizcondenoacogíasuofertavoluntariacontantoentusiasmocomosuescudero.

—Yo, caballero —dijo el vizconde— reconozco en esto vuestragenerosidad habitual, y os lo agradezco sinceramente; pero no seguimosamboselmismocamino,ytemeríahacerosmalaobra.

—¡Cómo!—dijoCanollesdesconcertado,alverqueibaareproducirseenlacarreteralaluchadelaposada—,¿cómoesesoquenoseguimoselmismocamino?¿Novaisa?…

—AChantilly—seapresuróPompeyoadecir—,temblandoyaalaideadecontinuar suviaje sinmás compañíaque elvizconde.Éstehizoungestodeimpacienciamarcadísimo;ysihubierasidodedía,sehabríavistosubirasusmejillaselcolorencendidodelacólera.

—¡Bah! —exclamó Canolles, sin parecer apercibirse de la furibundamirada que el vizconde fulminaba al pobre Pompeyo—. En ese casojustamente Chantilly es mi camino. Yo voy a París; o más bien —repusovivamente riendo—,sihededecir laverdad,no tengoquehacere ignoroadónde voy; de modo que si vais a París, a París voy; si vais a Lyon, yotambién;siaMarsella,haceyabastantetiempoquetengovivosdeseosdeverlaProvenza,eiréaMarsella.Yúltimamente,siqueréisiraStenay,dondeestáel ejércitodeSuMajestad,vamosaStenay.AunquenacidoenelMediodía,siemprehatenidounaespeciedepredilecciónporelNorte.

—Caballero—repusoelvizcondeconciertafirmeza,debidasindudaalairritaciónquelehabíacausadoPompeyo—;esnecesariodecirosqueviajosinacompañamiento, por asuntos personales de la más alta importancia, pormotivos del todo serios, y dispensadme si os digo que si insistís, me veréprecisadocontramivoluntad,aconfesarosquemeestorbáiselpaso.

A no ser por el recuerdo del pequeño guante que Canolles tenía ocultosobre su pecho entre el justillo y la camisa, habría estallado la cólera delbarón,vivoeimpetuosocomounGascón;sinembargosecontuvo,ycontestómásseriamente:

—Caballero, jamás he oído decir que la carretera pertenezca másparticularmenteaunapersonaqueaotra.

—Justamenteselenombra,sinomeequivoco,caminoreal,enpruebadequetodoslossúbditosdeSuMajestadtienenunderechoigualaservirsedeél.

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Voy,pues,porelcaminorealsinintenciónalgunadeestorbaros,yantesbien,miintentohasidoeldeprestarosapoyo,porquesoisjovendébilycarecéisdedefensa.Nocreíatenerlacaradesalteador,perounavezqueosdeclaráisdeesta suerte, sufriré la pena de pasar por malcriado. Perdonad, pues, miimportunidad,caballero,estoyavuestrasórdenes.

—Buenviaje.

Yhaciendodarunaligeravueltaasucaballo,despuésdehabersaludadoalvizconde,pasóalotroladodelcamino,adondelesiguióCastorín,dehecho,yPompeyo,deintención.

ManejóCanollesestaescenacontangraciosapolítica,conunaaccióntanseductora, y descubriendo bajo su sombrero una frente tan pura, sombreadaporcabellostansedososynegros,queelvizcondesesintiómenosinteresadodesuprocederquedesunoblefisonomía.Comohemosdichoyfirmesobresusestribos;Castorínleseguíaderechoyfirmesobresusestribos.Pompeyo,quehabíaquedadoenelotroladodelcamino,lanzabaunossuspiroscapacesde partir las piedras; cuando el vizconde, que había hecho numerosasreflexiones, aligeró por su parte el paso de su caballo, y reuniéndose aCanolles,quefingiónovernioír,convozcasi ininteligibleledijoestasdospalabras:

—¡SeñordeCanolles!

Canolles sevolvióestremecido,una fiebredeplacercorriópor todas susvenas,pareciéndoleque todos losmúsicosdelcielose reuníanparadarleunconciertodivino.

—¡Vizconde!—dijoélasuvez.

—¡Escuchad,caballero!—respondióésteconvozdulceysuave—; temoen verdad ser descortés con un hidalgo de vuestro mérito, perdonadme mitimidez.Mis padresmehan educado conmis temores, nacidosde su cariñohaciamí.Perdonadme,oslorepito,nohasidomiintenciónladeofenderos;yen prueba de nuestra sincera reconciliación, permitidme caminar a vuestrolado.

—¿Cómo así? —exclamó Canolles—; ¿queréis que os diga cien veces,mil,quenoosconservorencoralguno?

—Yenpruebadeello…

Diciendo esto, le tendió la mano, en la cual se posó, omejor dicho, sedeslizóunamanofina,ligerayfugitivacomolaespaldadeuncanario.

El resto de la noche se pasó en locas habladurías de parte del barón. Elvizcondeleescuchabasinperderpalabra,yalgunasvecesriendo.

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Detrás venían los dos criados, Pompeyo le explicaba a Castorín cómohabía perdido la batalla deCorbía, cuandopudiera haberseganado, si no sehubieseomitidoelllamarlealconsejoquesecelebraraaquellamañana.

—¿Ycómohabéisconcluidovuestro,asuntoconelduquedeEpernón?—dijoelvizcondeaCanollescuandoasomaronlosprimerosalboresdeldía.

—Nohasido lacosadifícil—respondióCanolles—.Despuésdevuestroaviso,vizconde, él eraquien teníaquevérselasconmigo,noyoconél,o sehabrá cansado de esperarme y habrá tomado las de villadiego, o tal vez sehabrámantenidotercoyestaráesperándometodavía.

—¡Pero y la señorita de Lartigues!—añadió el vizconde con una ligeraduda…

—LaseñoritadeLartigues,vizconde,nopuedealavezencontrarseensucasaconelseñordeEpernónyenel«BecerrodeOro»conmigo.Esmenesternoexigirimposibledelasmujeres.

—Eso es responder, barón; y os pregunto cómo es que estando tanenamoradodelaseñoritadeLartigues,oshabéisdecididoasepararosdeella.

Canollesmiróalvizcondeconojosyademasiadoperspicaces,porqueerade día, y no ocultaba el semblante del joven más sombra que la de susombrero.

Sintióse entonces convivísimos deseos de contestar comopensaba; peroPompeyo,Castorín,yelairegravedelvizconde, ledetuvieron,yademásdeestoselepresentabaunaduda.

—Si me engañase, si a pesar de este pequeño guante y de esa manochiquita fuese un hombre, ¿es verdad, decía, que habría para morir devergüenzapormiequivocación?

Mordióse los labios, respondiendoa lapreguntadelvizcondeporunadeesassonrisasquelodicentodo.

DetuviéronseenBarbezieuxparadesayunarseydaralgúndescansoa loscaballos.Canolles esta vez almorzó con el vizconde, y durante el desayunotuvotiempodeadmiraraquellamanocuyoguanteperfumadolehabíacausadouna emoción tan viva. Además, le fue preciso al vizconde quitarse susombreroaltiempodeponersealamesa,ydescubrirunoscabelloslisostanhermososytangraciosamentedistribuidossobreunapielfina,quecualquieraotroqueunhombreenamorado,yporconsiguienteyaciego,hubierasalidodesu incertidumbre; pero Canolles temíamucho no prolongar, despertando, laduración de su hermoso sueño. Encontraba un no sé qué de delicioso en elincógnito del vizconde, que le permitía una porción de pequeñasfamiliaridades,queelcompletoreconocimientooelrendimientomásdecidido

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lehubieransindudanegado.Así,pues,nodijounasolapalabraquepudiesehacersospecharalvizcondequesuincógnitoestabadescubierto.

Después del desayuno pusiéronse de nuevo en camino hasta la hora decomer.De tiempoen tiemposeextendíasobreel semblantedelvizcondeuntinte nacarado, producido por una fatiga que empezaba ya a no poderdisimular, y se estremecía con ligeros escalofríos, cuya causa le preguntabaCanolles amistosamente. Entonces el señor de Cambes se sonreía, ydisimulaba su padecimiento proponiendo redoblar el paso, lo que rehusabaCanollesdiciéndolequeeramuylargalacaminataqueteníanquehacer,yporconsiguienteeraprecisocuidarloscaballos.

Después de comer sintió el vizconde alguna dificultad para levantarse.Canollesacudióprecipitadamenteaayudarle.

—Tenéismuchanecesidaddereposo,mi jovenamigo—dijoéste—;unacaminataseguidadeestemodoosmataríaalatercerajornada.Estanochenocaminaremos, sino por el contrario, dormiremos; yo deseo que descanséisbien,yparaellooscederélamejorsaladelaposada,aunqueyolopasemal.

El vizcondemiró a Pompeyo con un aire tan acosado, que Canolles nopudoreprimirsusdeseosdereír.

—Cuando se emprende, como nosotros ahora, un largo viaje —dijoPompeyo—,deberíacadacualllevarsutienda.

—¡Oh!Unatiendaparacadados—dijoCanollesconlamayornaturalidad—;conesobastaría.

Elvizcondeseestremeciódesdelospiesalacabeza.

Eltiroeraacertado,yCanollesnopudomenosdeobservarlo.ConelrabodelojovioqueelvizcondehacíaseñasaPompeyo,ésteseacercóasuamo,que le dirigió algunas palabras en voz baja, y bien pronto Pompeyo, bajocualquierpretexto,lescogióladelanteraydesapareció.

Hora y media después, al entrar en una población grande, vieron losviajerosaPompeyoenelumbraldeunaposadadebuenaapariencia.

—¡Ah!¡Ah!—dijoCanolles—,¿queréisquepasemosaquílanoche,señorvizconde?

—Bueno,sí;siosparecebien,barón.

—¡Perfectamente!Yoquierotodoloquevosqueráis.

—Oshedichoqueviajosóloporgusto,cuandovosmehabéisdichoqueviajáisconmotivodevuestrosasuntos.

—Sólotemoquenolopaséismuybienenestepueblomiserable.

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—¡Oh!—dijoelvizconde—,unanocheprontosepasa.

Pararon,yPompeyo,másprontoqueCanolles,tuvoelestribodesuamo;además queCanolles reflexionóque semejante atención sería ridícula de unhombreparaotrohombre.

—Pronto,mihabitación—dijoelvizconde—.Enverdadqueteníaisrazón,señor de Canolles —continuó dirigiéndose a su compañero—; me sientoverdaderamentemuyfatigado.

—Vedla aquí, caballero —dijo la huésped enseñándole una sala bajabastantegrandequecaíasobreelpatio,perocuyasventanasestabanenrejadas,yencimadelacualhabíalosgranerosdelacasa.

—¿Ydóndeestálamía?—dijoCanolles.

Almismotiemposusojosmirabanconavidezunapuertacontiguaaladelvizconde, cuyo delgado tabique era un obstáculo muy débil contra unacuriosidadtanexcitadacomolasuya.

—¿La vuestra? —dijo la posadera—; venid por aquí, caballero, y osconduciréaella.

YsinparecerobservarlaemocióndeCanolles,lellevóalaextremidaddeuncorredorexteriortodollenodepuertas,yseparadodelasaladelvizcondeporungranpatio.

Elvizcondehabíaseguidoconlavistalamaniobradesdeelumbraldesuhabitación.

—Ahora—dijoCanollesparasí—,yaestoysegurodemiempresa;peromeheportadocomounnecio.Vamos,vamos,sipongomalacaramepierdosinremedio;afectemos,pues,elairemásgracioso.

Y acercándose a la especie de balcón que formaba el corredor exterior,dijo:

—Buenas noches, querido vizconde, dormid bien, que bastante lonecesitáis.¿Queréisqueosdespierteyomañana?Perono;mejorseráquemedespertéiscuandoosparezca.¡Ea,buenasnoches!

—Buenasnoches,barón—dijoelvizconde.

—Apropósito—continuóCanolles—,¿nonecesitáisnada?¿QueréisqueosenvíeaCastorínparaayudarosadesnudar?

—Gracias.TengoaPompeyo,queduermeenlasalainmediata.

—Buena precaución; lomismo voy yo a hacer conCastorín.Medida deprudencia,¿noesasí,Pompeyo?

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—Todaprecauciónespocaenunaposada…Buenasnoches,vizconde.

Elvizcondecontestóconunsaludosemejante,ycerrólapuerta.

—Bueno,bueno,vizconde—murmuróCanolles—;mañanametocaráamíprepararlosalojamientos,ytomarémirevancha.

—Bien—continuó—, corre hasta las cortinas; extiende un paño delanteparainterceptarhastasusombra.¡Cuerno!Quémocitomáspudorosoesestediablodehidalguito;peromeesigual…Ea,hastamañana.

Ydiciendoestoygruñendoentredientes,entróensucuarto,sedesnudó,se acostó de muy mala gana, y soñó que. Nanón había encontrado en subolsilloelguantecitogris-perladelvizconde.

VIII

Elcuartocondoscamas

El día siguiente estuvo Canolles demejor humor aún que la víspera, elvizcondeporsuparteseentregabatambiénaunaalegríamásfranca;yhastaeladustoPompeyosesolazabacontandosuscampañasaCastorín.

Toda lamañana se pasó en chanzonetas de unay otra parte.Mientras eldesayuno, Canolles se excusó con el vizconde por tener que dejarle, segúndecía,paraescribirunalargacartaaunodesusamigosquevivíaallícerca,ydijoademásquetendríaquehacerunavisitaaotrodesusamigos,cuyacasadebíaestarsituadaatresocuatroleguasdePoitiers,casiaorillasdelcamino.Canolles se informó del paradero de este amigo, cuyo nombre dijo alposadero, y el cual le contestó, que poco más allá de la aldea de Jaulnayencontraría la casa de aquel amigo, y la reconocería por dos torrecillas.Entonces, como Castorín tenía que adelantarse a la pequeña caravana parallevar la carta, y como el mismo Canolles debía por su parte adelantarsetambién,suplicóalvizcondequedesignaseconanticipaciónelpuntoadondeirían a dormir. El vizconde tendió la vista sobre un pequeño mapa quePompeyo llevaba en su estuche, y propuso la aldea de Jaulnay.Canolles nohizoningunaobjeción,yllevósuperfidiahastaelpuntodedecirenaltavoz:

—Pompeyo, si se os envía, como ayer, en calidad de aposentador,guardadme, si es posible, un cuarto junto al de vuestro amo, a fin de quepodamosfácilmentehablarunpoco.

El socarrón escudero trocó una mirada con el vizconde y se sonrió,determinadoanohacernadadecuantodecíaCanolles.

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Castorín, que había recibido sus instrucciones anticipadamente, vino atomar la carta,y recibióordende incorporarse en Jaulnay.No fuenecesariodesignar posada, pues no había peligro de equivocarse, no teniendo Jaulnayotraqueladel«GranCarlosMartell».

Pusiéronse en camino, y a unos quinientos pasos de Poitiers, en cuyopueblo habían comido, Castorín tomó un camino de travesía a la derecha.Caminaron aun pocomás de dos horas, cuandoCanolles reconociendo a suvezlacasadesuamigoporlasindicacionestomadas,lamostróalvizconde,obtuvosupermiso,renovóaPompeyolarecomendacióndeencargarsedesuhabitación,ytomóuncaminodetravesíaalaizquierda.

El vizconde estaba ya completamente tranquilo, la escena de la vísperahabíapasadodesapercibida,yhabíavisto transcurrir eldía sin lamás ligeraalusión; y por consiguiente no temiendo ya parte de Canolles el menorobstáculoasuvoluntad,desdeelmomentoenqueelbarónvinoaserparaélunsimplecompañerodeviaje,bueno,alegreyespiritual,nodeseabaotracosaque terminar el viaje en su compañía. Así, pues, ya sea que el vizcondejuzgase inútil la precaución, ora que no quisiese separarse de su escudero yquedar soloenelcamino,es lociertoquePompeyonoseadelantócomo latardeanterior.

Llegarondenochealaaldea,enocasiónenquelalluviacaíaatorrentes.Porfortunaencontraronunahabitaciónbiencaldeada.Elvizconde,conelafándemudarsederopa,latomóparasí,yencargóaPompeyoqueseocupasededisponerelcuartodeCanolles.

—Yaestáesohecho—dijoelegoístaPompeyo,ansiosodeirseaacostar—,lahuéspedhaprometidoocuparsedeello.

—Estábien.¿Mineceser?

—Ahíestá.

—¿Misperfumes?

—Ahíestántambién.

—Gracias.¿Endóndedormísvos,Pompeyo?

—Alextremodelcorredor.

—¿Ysinecesitollamar?

—Aquítenéisunacampanilla,lahuéspedvendrá.

—Basta.

—Cierrabienestapuerta,¿eh?

—Sumercedpuedeverlo.

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—¡Notienecerrojos!

—No,perotieneunabuenacerradura.

—Bueno.Meencerrarébien.

—¿Nohayotraentrada?

—No,queyosepa—ytomandoPompeyounabujíadiovueltaalasala.

—Miradsisonfirmeslasventanas.

—Tienenechadaslasaldabas.

—Bien.Adiós,Pompeyo.

Pompeyosalióyelvizcondediovueltaalallave.

Unahora después,Castorín, que había llegado a la posada el primero, yocupabaelcuartoinmediatoaldePompeyosinqueéstelosupiese,saliódeéldepuntillasyfueaabriralapuertaaCanolles.

Éste, con el corazón palpitando, se entró silenciosamente en la posada,dejando a cargo de Castorín el cuidado de cerrar la puerta, hizo que lemostrasenlahabitacióndelvizconde,ysubió.

Elvizcondeibaameterseenlacama,cuandosintiópasosenelcorredor.

Como ha podido observarse ya, el vizconde era bastante miedoso; así,pues,estospasoslehicieronestremecerysepusoaescucharconatención.

Lospasossedetuvierondelantedesupuerta.

Pasadounsegundosintióllamar.

—¿Quién está ahí? —preguntó una voz tan aterrada, que no hubieraCanollesreconocidosuacento,anohabertenidoyamuchasvecesocasióndeestudiarlasvariacionesdeaquellavoz.

—¡Yo!—dijoCanolles.

—¿Cómovos?—repusolavozpasandodelmiedoalespanto.

—Sí.Figuraos,miamigo,quenohaydondequedarse,noseencuentraunsólocuartodesocupadoentodalaposada.VuestroimbécildePompeyonoseha acordado demí. No hay en toda la aldeamás posada que ésta; y comovuestrocuartotienedoscamas…

El vizconde tendió con terror la vista sobre los dos lechos gemeloscolocados uno enfrente de otro en su alcoba, y separados por una tablasolamente.

—¡Pues bien! Ya comprendéis —continuó Canolles—, que vengo areclamaruna.Abridmepronto,porpiedad,quememuerodefrío.

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Oyóseentoncesdentrodelasalamuchoruidocomodequitarmueblesdeenmedio,elrocedevestidosypasosprecipitados.

—Sí,sí,barón—dijolavozcadavezmásazoradadelvizconde—;sí,yavoy;voycorriendo.

—Estoyesperando;peroporfavor,queridoamigo,daosprisa,sinoqueréisencontrarmehelado.

—Disimulad;peroestabayadurmiendo,yporeso…

—¿Sí?Puesmeparecíaqueteníaisluz.

—No,oshabéisequivocado.

Actocontinuoseapagólaluz,Canollesnovolvíaasuplicar.

—Yavoy…Noencuentrolapuerta—dijoelvizconde.

—Locreo—contestóCanolles—.Vuestravozsuenaenelotroextremodelasala…Poraquí…

—¡Ah!EsqueandobuscandolacampanillaparallamaraPompeyo.

—Pompeyo está al otro extremo del corredor, y no os puede oír. Yo heprocuradodespertarleparaadvertirlede sudescuido;pero, ¡quia! Imposible.Estádormidocomounlirón.

—Entoncesllamaréalahuésped.

—¡Bah!Lahuéspedhacedidosucamaaunviajero,ysehaidoaacostaralgranero.Nopuedevenirnadie,querido.Además,¿paraquéesllamargente?Yononecesitoanadie.

—Pero,¿yyo?

—Vosmeabríslapuerta,queosloagradecerémucho,buscoatientasmicama,meacuesto,ynegocioconcluido.Abridme,porDios.

—Pero, en fin —dijo desesperado el vizconde—, debe haber algunashabitaciones, aunque sea sin camas. Es imposible que no haya otro cuartodesocupado,llamemosyseveráallí…

—Pero,queridovizconde,sihandadoyalasdiezymedia.Vaisaalborotartodalaposada;secreeráquesehapegadofuegoalacasa,yestesucesovaahacerquenadiepuedadormirentodalanoche,loqueseríaunatristegracia,porqueyomemuerodesueño.

Estas últimas palabras parecieron tranquilizar un poco al vizconde. Notardaron en sentirse unos pasitos leves cerca de la puerta, que se abrióenseguida.

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Canollesentróycerrótrasdesílapuerta.Elvizconde,despuésdeabrir,sehabíaalejadoprecipitadamente.

Entonceselbarónseencontróenunahabitacióncasiaoscuras,porquelosúltimos tizones del hogar, próximos a extinguirse, despedían una luz muyescasa. La atmósfera era tibia y perfumada por todos esos olores queanunciabanlamásexquisitayesmeradaatencióndetocador.

—¡Ah! ¡Gradas, vizconde!—dijoCanolles—,porque es lo ciertoque seestámejoraquíynoenelcorredor.

—¿Deseáisdormir,barón?—dijoelvizconde.

—¡Sí,ciertamente!Decidmedóndeestámicama,vosqueconocéismejorqueyoelaposento,odejadmeencenderlabujía.

—¡No,no,esinútil!—dijoelvizcondeconviveza.

—Vuestracamaestáaquí,alaizquierda.

Comolaizquierdadelvizcondeeraladerechadelbarón,éstesedirigióaladerecha,yencontróunaventana, juntoaestaventanaunamesita,ysobreellalacampanillaquecontantoafánhabíabuscadoelvizconde.

Semetiólacampanillaenelbolsillo,porloquepudieraocurrir.

—¿Peroquehacéis?—exclamó—.Vamos,vizconde,estamosjugandoalagallina ciega, y a lo menos deberíais gritarme cú-cú. ¿Pero qué diablosrebuscáisasíaoscuras?

—BuscolacampanillaparallamaraPompeyo.

—¿ParaquédiablosqueréisaPompeyo?

—Quiero…quieroquehagaunacamajuntoalamía.

—¿Paraquién?

—Paraél.

—¡Paraél!…¿Quéestáisahídiciendo,vizconde?

—¡Lacayos en vuestra habitación! ¡Vamos! Estoy conociendo que tenéiscostumbresdeunaniñatímida.

—¡Quita…quita!…Somosyabastantecrecidosparadefenderosnosotrosmismos. No, dadme solamente la mano y guiadme hacia mi cama, que noaciertoaencontrarpormásquehago…osino…encenderemoslabujía.

—¡No,no,no!—gritóelvizconde.

—Puesyaquenoqueréisdarmelamano,deberíaisalomenosecharmelapuntadeunhilo,porqueestoyenunverdaderolaberinto.

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Adelantóse con los brazos abiertos hacia el lado en que había sentido lavoz;peroviodeslizarsejuntoaélcomounasombra,ysintiópasarunacosaparecidaaunperfume.Entoncescerrólosbrazos;perosemejantealOrfeodeVirgilio,noabrazómásquealaire.

—Ahí, ahí—dijo el vizconde desde el otro extremo de la habitación—;estáistocandocasiavuestracama.

—¿Cuáldelasdoseslamía?

—¡Cualquiera!Yonomeacostaréya.

—¡Cómo! ¿No os acostáis ya?—dijoCanolles, volviéndose al escucharestapalabraimprudente—.¿Yquévaisahacer?

—Pasarélanocheenunasilla.

—Vamos—dijoCanolles—,eranecesarioqueyoquisierasufrirsemejanteniñería.¡Venid,vizconde,venid!

YCanolles, guiado por un último destello de luz que se desprendió delfogón,extinguiéndoseenseguida,percibióalvizcondeenvueltoensucapa,yacurrucadoenunánguloentrelaventanaylacómoda.

Estedestellonofuemásqueunrelámpago,perobastóparaguiaralbaróny hacer comprender al vizconde que estaba perdido. Canolles se dirigióderechohaciaélconlosbrazosextendidos;yaunqueelcuartohabíavueltoaquedarenlamásprofundaoscuridad,elpobrevizcondecomprendióqueestaveznoescaparíadelasmanosdesuperseguidor.

—¡Barón, barón!—balbuceó el joven—,os suplicoquenodeis unpasomás.Noosmováisdeahí,barón;sisoisnoble,noavancéismás.

Canollessedetuvotancercadelvizconde,queoíalatirsucorazón,ysentíaeltempladovapordesualientoagitado.Almismotiempoparecióenvolverleunperfumedelicioso,embriagador,compuestodetodaslasemanacionesqueexhalanlajuventudylabelleza,perfumemilvecesmásdelicadoqueeldelasflores,robándoletodaposibilidaddeobedeceralvizconde,aunquelohubieradeseadohacer.

Sin embargo, permaneció un momento en su puesto con las manosextendidashaciaaquellasmanosquelerechazabanadelantándosetambién,yconociendo que sólo faltaba hacer un pequeñomovimiento para tocar aquelcuerpo delicioso, cuya esbelta flexibilidad había tenido ocasión de observartantasvecesdurantedosdías.

—¡Favor,favor!—murmuróelvizcondeconunavozenqueseempezabaasentirmezcladoalterror,ciertovisovoluptuoso—.¡Piedad!,ylavozexpiróensuslabios.

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Canolles sintióaquel cuerpodelicadodeslizarse sobreel enlosadoycaerderodillas.

Su pecho se dilató, en la voz que suplicaba había un acento que le hizocomprenderqueestabayasuadversariomediorendido.

Dio,pues,unpasomás,extendiólasmanos,ytocó, juntasenademándesúplica, lasdel joven,queno teniendoyaniaunfuerzapara lanzarungrito,dejósentirunsuspirocasidoloroso.

Deprontoseoyóbajolaventanaelgalopedeuncaballo,ynotardaronenoírse golpes precipitados a la puerta de la posada. Estos golpes fueronseguidos de gritos y rumores, repitiéndose alternativamente las voces y losgolpes.

—¿ElseñorbaróndeCanolles?—gritabalavoz.

—¡Oh!¡Gracias,Diosmío!,mehesalvado—murmuróeljoven.

—¡Maltabardillocontraeseanimal!—dijoCanolles.

—¿Nopodíavenirmañanaporlamañana?

—¡El señor barón de Canolles! —gritaba la voz—, ¡el señor barón deCanolles!,esnecesarioquelehableahoramismo.

—Veamos,¿quéhay?—preguntóelbarón,dandounpasoatrás.

—Señor, señor—dijoCastorín a la puerta—,preguntanpor vos…se osbusca.

—¿Peroquién?¡Canalla!

—Uncorreo.

—¿Departedequién?

—DepartedelseñorduquedeEpernón.—¿Yquémequiere?

—Asuntodelrealservicio.

Aestapalabramágica,queeraprecisoobedecer,abrióCanolles lapuertarenegando,ybajólaescalera.

EnestemomentoseoíaroncaraPompeyo.

El correo había ya entrado, y esperaba en una sala baja, Canolles fue abuscarle, y leyó palideciendo la carta de Nanón; este correo había partidocercadediezhorasdespuésdeCanolles,ynohabíapodidodarlealcance, apesardetodasudiligencia,hastalasegundaparada.

Algunas preguntas satisfechas por el mensajero no le dejaron duda aCanollesdelanecesidaddehacerconprontitudelencargoqueselecometía.

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Leyóporsegundavezlacarta,ylafórmuladevuestrabuenahermanaNanón,lehizocomprenderloquehabíapasado,esdecir,quelaseñoradeLartiguessehabíasinceradohaciéndolepasarporsuhermano.

Canolles le había oído hablar a Nanón muchas veces en términos pocosatisfactorios de aquel hermano, cuyo puesto había él tomado; lo que nocontribuyó poco al disgusto con que se prestaba a obedecer elmandato delduque.

—Estábien—dijoalmensajero,sindarsucréditoporélenlaposada,niponerle su bolsa en las manos, cosa que no habría dejado de hacer encualquiera otra ocasión—. Está bien; decid a vuestro amo que me habéisalcanzado,yqueheobedecidoenelmismoinstante.

—YalaseñoritadeLartigues,¿noledigonada?

—Sí,decidlequesuhermanoapreciaelsentimientoquelahaimpulsadoaobrar,yqueleestoyagradecido.

—Castorín,ensilladloscaballos.

Y sin decir nada más al mensajero, que quedó absorto con tan ásperorecibimiento, Canolles subió de nuevo a la habitación del vizconde, y leencontrópálido,temblandoyvestidoya.Dosbujíasardíansobrelachimenea.

Canolles dirigió la vista con muestras de profundo pesar sobre aquellaalcoba, y especialmente sobre las dos camas iguales, una de las cualesmostrabalosindiciosdeunapresióncortayligera.Elvizcondesiguióaquellamirada con un sentimiento de pudor, que le hizo salir los colores a susmejillas.

—Congratulaos,vizconde—dijoCanolles—;yaestáisdesembarazadodemíportodoelrestodelviaje,puespartoenpostaporelserviciodelrey.

—¿Ycuándo?—preguntóeljovenconvozaunpocotranquila.

—Ahoramismo.VoyaMantes,donde,segúnparece,estálacorte.

—¡Id con Dios! —Pudo apenas responder el vizconde, dejándose caersobreunasillasinatreverseaalzarlosojoshaciasucompañero.

Canollesdiounpasohaciaél.

—Es probable que no os vuelva a vermás—dijo éste con voz llena deemoción.

—¿Quiénsabe?—dijoelvizcondeprobandoasonreír.

—Prometedsólounacosaaunhombrequeguardaráeternamentevuestrorecuerdo —dijo Canolles llevando la mano sobre su corazón—, con unaarmoníadevozyacciónquenodejabadudardesusinceridad.

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—¿Cuál?

—Quepensaréisalgunavezenél.

—Osloprometo.

—Pero…sinira…

—Sí…

—Unapruebaquecorroboreestapromesa—dijoCanolles.Elvizcondeletendiólamano.

Canollestomóaquellamanotrémula,sinotraintenciónquedeestrecharlaentre las suyas; mas por un movimiento más poderoso que su voluntad, laoprimió ardientemente con sus labios, y salió precipitadamente de lahabitaciónmurmurando:

—¡Ah!¡Nanón!¡Nanón!¡Nuncapodrásindemnizarmedeloquemehacesperder!

IX

Lasdosprincesas

AcompañemosahoraalasprincesasdelacasadeCondéeneldesiertodeChantilly,queRichónpintóalvizcondecontanpavorososcolores.

Bajo de hermosas calles de castaños salpicados de una nevada de floressobre alfombras de blando césped que se extiende hasta unos azuladosestanques, se agita sin cesar una turba de paseantes, que ríen, platican ycantan.

Detrechoentrechoenmediodelosarbustossevenperdidasentreolasdeverdoralgunaspersonasleyendo,dequienesnosevedistintamentemásquelapáginablancaquedevoran,yqueregularmentepertenecebienalaCleopatradelseñorlaCalprenede,bienalaAstreadelseñorD’Urfé,obienalGranCirode la señorita de Scudery, en el fondo de las bóvedas de madreselva yclemátida, se oyen los sonidos acordes de los laúdes y el canto de vocesinvisibles.Ultimamente,porlagrancallequeconducealcastillo,sevepasardetiempoconlarapidezdelrelámpago,uncaballeroqueconduceunaordenconurgencia.

Entretanto tres mujeres vestidas de raso, seguidas a cierta distancia porescuderos mudos y respetuosos, se pasean por el terraplén con gravedad yademanes llenos de ceremonia ymajestad, la de enmedio es una señora de

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nobletalante,apesardesuscincuentaysieteaños,ydisertamagistralmentesobre asuntos deEstado; a su izquierda, en fin, otra vieja, lamás erguida ycompasadade las tres, porque es demenos ilustre calidad, habla, escuchaymediatodoauntiempo.

La del centro es la princesa viuda, madre del vencedor de Rocroy,NordlingenyLens,quedesdequeselepersigue,ydesdequeestapersecuciónlehaconducidoaVincennes,empiezaallamárseleelgranCondé,nombrequese conservará en la posterioridad. Esta señora, en cuyas facciones puedenconocerseaunlosrestosdeaquellabellezaqueinflamólosúltimosyacasolosmás locos amoresdeEnrique acabade ser ultrajada a la vez en su amordemadreyensuorgullodeprincesa,porunfachinoitaliano,aquiensellamabaMazarino cuando era criado del cardenal Bentivoglio, y a quien ahora senombraeleminentísimoseñorcardenalMazarinodesdequeeselamantedelareinaAnadeAustriayprimerministrodelreinodeFrancia.

Éste es el que ha osado, aprisionar aCondé y desterrar aChantilly a lamadreyalaesposadelprisionero.

LaseñoradeladerechaesClaraClemenciadeMaillé,princesadeCondé,a quien por una costumbre aristocrática de la época se llama la princesarotundamente, para dar a entender que la esposa del jefe de la familia deCondé es la primera princesa de sangre, la princesa por excelencia, ésta hasido siempre vanidosa; pero desde que se la persigue su vanidadha crecidocon la persecución, y ha llegado a hacerse orgullosa. En efecto, condenadamientrasquesuesposoeralibre,aejecutarunpapelsecundario,laprisióndeaquél la ha elevado a la altura de heroína; se le compadecemás que a unaviuda, y su hijo el duque de Enghien, que va a cumplir siete años, esmásinteresantequeunhuérfano.Todaslasmiradassefijansobreella,yanoserpor el temor de caer en ridículo, se vestiría de luto. Después del destierroimpuesto por Ana de Austria a estas dos inconsolables señoras, sus gritospenetrantes se han trocado en sordas amenazas y su opresión actual debeconvertirseenrebelión.Laprincesa,Temístoclesconfaldas,tieneporenemigoa Milciades hembra, y los laureles de la señorita de Longueville, reina uninstantedeParís,lerobanelsueño.

LadamadelaizquierdaeslamarquesadeTourville,quenoatreviéndoseacomponernovelas,escribepolítica,éstanohabíahecholaguerraenpersonacomoelbravoPompeyo,nihabíarecibido,comoél,unbalazoenlabatalladeCorbía;perosumaridoqueerauncapitándegrandeestima,fueheridoenlaRochelaymuertoenFriburgo;resultadeestoquesiendoellaherederadesugenio militar. Desde que se ha reunido en Chantilly con las princesas, hatrazado ya tres planes de campaña, que han llamado sucesivamente laadmiración de todas las mujeres de la comitiva, y que han sido, noabandonados,perosíaplazadosparaelmomentoenquesearrojeelguantey

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se saque la espada. A pesar de sus buenos deseos, no se atreve a vestir eluniforme de su marido; pero conserva su espada, que tiene colgada en sucámara,sobrelacabeceradesucama,ydevezencuandoalencontrarsesolasueledesnudarlaconmarcialcontinente.

Chantilly,apesardesuaspectofestivo,podríanoobstanteconsiderárselecomounvastocuartel,ybienexaminadoseencontraríafácilmentepólvoraenlasbóvedasybayonetasentrelahojarascadelosjardines.

Las tres señoras, a cada vuelta de su lúgubre paseo, se dirigen hacia lapuerta principal del castillo, pareciendo que esperaban la llegada de algúnmensajero de importancia. Ya varias veces había dicho la princesa viuda,moviendolacabezaysuspirando:

—Nuestros planes van a salir fallidos, hija mía. Vamos a vernoshumilladas.

—Esprecisohaceralgunacosaparaalcanzarmuchagloria—dijolaseñorade Tourville, sin perder nada de su gravedad—, pues no hay gloria sincombate.

—Sinuestrosplanesfracasan,sisomosvencidas—dijolajovenprincesa—,nosvengaremos.

—Señora—dijolaprincesaviuda—,sidamosaltrastecontodo,Diostansóloseráelquehabrávencidoalpríncipe.¿QueréisvengarosdeDios?

La joven princesa se inclinó ante la soberbia humildad de su madrepolítica.

—Todo nos falta a la vez —dijo la viuda—; ni nos asiste al señor deTurena,nielseñordeLarochefoucault,nielseñordeBouillón…

—¡Nitenemosdinero!—respondióladeTourville.

—¿Y con qué contaremos si nos olvida Clara?—repuso la princesa—.¿Quiénoshadicho,hijamía,quelaseñoradeCambesnosolvida?—¡Comonoviene!

—Tal vez encuentra obstáculos; ya sabes que los caminos estáncustodiadosporlastropasdelseñordeSaint-Aignán.

—Alomenosdebieraescribir.

—¡Y cómo quieres que confíe al papel una noticia tan interesante, laadhesióndetodaunaciudadcomoBurdeosalpartidodelospríncipes!…No,noesestoloquemásmeinquieta.

—Por otra parte—dijo la deTourville—, uno de los tres planes que hetenidoelhonordesometeralaaprobacióndeVuestraAlteza,teníaporobjeto

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infalibleunasublevaciónenlaGuiena.

—Sí,sí,yyaharemosusodeél,siesnecesario—respondiólaprincesa—;perosoydelaopinióndemiseñoramadre,yempiezoacreerqueClarahadehaber sufrido alguna desgracia, de lo contrario, estaría ya aquí. Tal vez susarrendatarios no le habrán cumplido la palabra, pues esos miserablesaprovechansiemprequepuedenlaocasiónparanopagar.

—¿YquiénsabeloquelasgentesdelaGuienahabránhechoodejadodehacer, a pesar de sus promesas? ¡Ya!… a propósito son para ello losgascones…

—¡Fanfarrones! —dijo la Tourville—; valientes individualmente, sí, escierto, pero malos soldados en filas; no saben más que gritar: «¡Viva elpríncipe!»cuandotienenmiedoalosespañoles;ynadamás.

—Ysinembargo—dijolaprincesamadre—,aborrecenmuchoalseñordeEpernón, puesto que le han colgado en estatua en Agén, y han prometidocolgarleenpersonaenBurdeos,sialgunavezvuelveallá.

—Nosólovolverá,sinoquelesharácolgaraellos—dijocondespecholaprincesa.

—De todo esto—repuso la de Tourville—, tiene la culpa Lenet, sí, elseñor Pedro Lenet —repitió con afectación—, ese tenaz consejero que osobstináis en conservar, y que sólo sirve para oponerse a todos nuestrosproyectos.Sinohubierarechazadomisegundoplan,querecordaréisteníaporobjetoasaltarporsorpresaelcastillodeVayreslaisladeSanJorgeyelfuertedeBlaye,ahora tendríamossitiadoaBurdeos,ynotendríamásremedioquecapitular.

—Yo,salvoelparecerdeSusAltezas,quisieramejorquesenosentregasedebuengrado—dijo detrás de la señora deTourville unavoz, cuyo acentorespetuosono estaba exentodeunvisode ironía—.La ciudadque capitula,cede a la fuerza y a nada se compromete; la ciudad que se ofrece, secompromete, y está obligada a seguir hasta el fin la fortuna de aquellos aquienessehaentregado.

Volviéronse las tres señoras y vieron a Pedro Lenet, que mientras ellashacíanunadesusidaslapuertaprincipaldelcastillo,alasqueconstantementesedirigíansusmiradas,habíasalidoporunapuertecitaqueestabaalpisodelterraplén,ysehabíaacercadoporlaespalda.

LoqueladeTourvillehabíadichoeraenciertomodoverdad.PedroLenet,consejerodelpríncipe,hombrefrío,sabioygrave, teníaordendelprisionerodevigilarasusamigosyenemigos;yprecisoesdecirlo,muchomástrabajolecostaba impedir que los amigos del príncipe comprometiesen su causa, que

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combatirlasinfamesintencionesdesusenemigos.Perohábilysolapadocomouncurial,yacostumbradoalassutilezasyastuciaspalaciegas,ordinariamentetriunfaba, ya por medio de alguna feliz contramina, ya con una inalterableinercia;yenúltimocaso,noeraenChantillydondemenosteníaquehacerusode sus más sabios medios de combate. El amor propio de la señora deTourville, la impacienciadelaprincesa,y la inflexibilidadaristocráticadelaviuda,podíanmuybienvalertantocomolaastuciadeMazarino,elorgullodeAnadeAustriaylasindecisionesdelparlamento.

Encargado Lenet de la correspondencia por los príncipes, se habíaimpuesto la orden de no dar a las princesas noticia alguna sino en tiempooportuno, y sólo él juzgaba de esta oportunidad; porque no procediendosiempreladiplomaciafemeninaporlasvíasdelmisterio,primerprincipiodeladiplomaciamasculina,muchosdelosplanesdeLenethabíansidoconfiadosasusenemigosporsuspropiosamigos.

Lasdosprincesas,quenoobstantelaoposiciónqueencontrabanenél,noporestoreconocíanmenosladecisiónysobretodolautilidaddePedroLenet,yporestarazónrecibieronalconsejeroconungestoamistoso,yaunsedibujósobreloslabiosdelaviudaunaligerasonrisa.

—Y bien, mi querido Lenet, nos estabais escuchando —dijo ésta—, laseñoradeTourvillesequejaba,omejordicho,senosquejaba;todovademalenpeor.¡Ah!¡Nuestrosnegocios,miqueridoLenet,nuestrosnegocios!

—Señora—dijo Lenet—, yo estoymuy lejos de ver las cosas sobre unfondotanoscurocomoVuestraAltezalasve.Yoesperomuchodeltiempoydelasrevueltasdelafortuna.

—Biensabéiseladagioquedice:«Conel tiempoy laesperanza todosealcanza».

—¡Eltiempo, lasrevueltasdelafortuna,soncosasquesientanmuybienenfilosofía,señorLenet,peronoenpolítica!—exclamólaprincesa.

Lenetsesonrió.

—Lafilosofíaesmuyútilparatodo,ymásquenadaparalapolítica.Ellanosenseñaanoenvanecerseenlaprosperidad,nidesesperarenlaadversidad.

—Nolehace—dijoladeTourville—;yopreferiríaunbuencorreoatodasvuestrasmáximas.¿Noesverdad,señoraprincesa?

—Sí,loconfieso—contestóladeCondé.

—Vuestra Alteza quedará satisfecha, pues hoy mismo recibirá tres —replicóLenetconlamismasangrefría.

—¡Cómo!¡Tres!

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—Sí,señora.ElprimerosehavistoenelcaminodeBurdeos,elsegundovienedeStenoy,yeltercerodepartedeLarochefoucault.

Las dos princesas lanzaron una exclamación de alegre sorpresa. La deTourvillesemordióloslabios.

—Meparece,miqueridoseñorLenet—dijoestaridículaafectaciónparadisimularsudespechoyenvolverconunbañodoradolaamarguradelafraseque ibaapronunciar—;meparecequeunhábilnigrománticocomovos,nodeberíapararseentanhermosacarrera,yquedespuésdehaberanunciadoloscorreos,deberíadecirnoselcontenidodelospliegosqueconducen.

—Mi ciencia, señora, no alcanza tan allá como os figuráis —dijo élmodestamente—,mi ciencia se limita a ser una fiel servidora. Yo anuncio,peronoadivino.

Enaquelmismoinstante,ycualsienefectoLenethubierasidoservidoporun demonio familiar, se vieron aparecer dos hombres a caballo, quefranqueabanelrastrillodelafortaleza,losqueavanzabanagalopetendido.

Actocontinuo,unamultituddecuriosos,abandonandolasdistraccionesylaspraderas,seagolparoncercadelasrampasparaparticipardelasnoticias.

Echaronpieatierralosdoscaballeros,yelunodeellos,abandonandoalotro,queparecíaserlacayosuyo,labridadesucaballoempapandoensudor,corrió,másqueanduvo,hacialasprincesas,quelesalieronalencuentro,yaquiénesvioaquélenunextremodelagaleríaa tiempoqueélentrabaporelotro.

—¡Clara!—exclamólaprincesa.

—Sí,señora,VuestraAltezasedignaráaceptarmismáshumildesrespetos.

Y poniendo una rodilla en tierra, trató el joven de tomar lamano de laprincesaparabesarlarespetuosamente.

—¡Enmisbrazos!Queridavizcondesa, ¡enmisbrazos!—exclamó ladeCondélevantándola.

Ydespuésdehabersedejadoabrazarporlaprincesacontodaslasmuestrasposiblesderespeto,elcaballerosevolvióhacialaprincesamadre,ylasaludóprofundamente.

—¡Habla,pronto,queridaClara!—dijolaúltima.

—Sí,habla—repitióladeCondé—.¿HasvistoaRichón?

—Sí,señora,ymehaencargadounamisiónparaVuestraAlteza.

—¿Buenaomala?

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—Loignoro.Secomponededospalabrassolamente.

—¿Cuáles?Dipronto,porquememuerodeimpaciencia.

—Almismo tiempo se dibujaba en el semblante de las dos princesas lamásvivaansiedad.

—Burdeos, sí—dijoClara, también inquieta por su parte del efecto queestasdospalabrasdeberíanproducir.

No tardómuchoen tranquilizarse, al ver que lasprincesas contestaban aestasdospalabraspormediodeungritodetriunfo,queatrajoaLenetdesdeelextremodelagalería.

—¡Lenet! ¡Lenet!, ¡venid!—decía la princesa—, ¿no sabéis qué noticianostraeestabuenaClara?

—Sítal,señora—dijoLenetsonriendo—,yalasé;yvedahíporloquenomedabamuchaprisa.

—¡Cómo!¿Lasabéis?

—¡Burdeos,sí!¿Noesésta?—dijoLenet.

—¡Mevaishaciendocreer,miqueridoPedro,quesoishechicero!—dijolaprincesaviuda.

—Pero si acaso lo sabíais, Lenet —dijo con tono de reconvención laprincesa—,¿cómoesquealvernuestrainquietudnonoshabéissacadodeellaconesasdospalabras?

—PorquedebíadejaralaseñoravizcondesadeCambeslarecompensadesusfatigas—respondióLenetinclinándoseanteClara,queestabaenextremoconmovida, y además de esto, porque temía a la explosión de júbilo deVuestrasAltezasenlaTerrazayavistadetodoelmundo.

—¡Tenéis razón, sí, mucha razón! ¡Pedro, mi buen Pedro! —dijo laprincesa—,¡callemos!

—¿YaquiénledebemosestosinoaesebravoRichón?—dijolaprincesaviuda—. ¿No es cierto que estáis satisfecho de él, y que ha maniobradohábilmente?Decid,compadreLenet.

Compadreeralapalabramásafectuosadelaprincesaviuda,lacualhabíaaprendidodelreyEnriqueIV,quelaempleabaconfrecuencia.

—Richónesunhombredecabezayejecución, señora—dijoLenet—;ycreaVuestraAltezaquesinohubieseestadomuysegurodeél,comodemí,nolehubierarecomendado.

—Esprecisohaceralgoporél—dijolaprincesa.

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—Convendrádarlealgúnpuestoimportante—dijolaviuda.

—Algún puesto importante, no piense tal Vuestra Alteza —dijo consequedadladeTourville—;¿olvidáisqueRichónnoesnoble?

—Ni yo tampoco, señora, yo tampoco lo soy; pero esto no ha impedidoqueSuAltezaelpríncipetengaenmí,digo,asímeparece,algunaconfianza.Ciertamente, yo admiro y respeto la nobleza de Francia; pero haycircunstanciasenquemeatreveríaadecirqueunagrancabezavalemásqueunantiguoblasón.

—¿Ycómo es que no ha venido ese bueno deRichón a participarnos élmismoestanoticia?—dijolaprincesa.

—SehaquedadoenGuienaparareunirciertonúmerodehombres.Mehadichoqueyapodíacontarconunostrescientossoldados;sóloqueporlocortodeltiempo,segúndice,nopodránestaradiestradosparaentrarencampaña,yquerríamejorqueseobtuvieseparaél,elmandodeunaplazacomoVayresolaisladeSanJorge.

En un puesto así, dice que estaría seguro de poder ser muy útil a SusAltezas.

—¿Perocómoseconsigueeso?—preguntólaprincesa.

Estamosmuymalaestashorasconlacortepararecomendaranadie,yalque nosotros llegásemos a recomendar se le tendría por sospechoso desdeluego.

—Talvez,señora—dijolavizcondesa—,habríaunmedio,queelmismoRichónmehasugerido.

—¿Ycuál?

—El señor de Epernón, a lo que parece —continuó ruborizándose lavizcondesa—,estálocodeamorporciertaseñorita.

—¡Ah!,¡sí!LabellaNanón—dijocondesdénlaprincesa—.Losabemos.

—Puesbien,parecequeelduquedeEpernónnadaleniegaaestamujer,yqueellaconcedetodoslosdestinosqueselepaguen.¿NosepodríacomprarundespachoparaRichón?

—Seríaundinerobienempleado—dijoLenet.

—Sí, pero la caja está exhausta, señor consejero, como sabéis—dijo laseñoradeTourville.

LenetsevolvióalavizcondesadeCambes,yledijosonriendo:

—Ved aquí el momento, señora, de probarles a Sus Altezas que habéis

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pensadoentodo.

—¿Quéqueréisdecir,Lenet?

—Quieredecir, señora,queyo tengoamuchadichapoderosofrecerunapequeñasuma,quehepodidorecogerdemisarrendatariosconmuchotrabajo,laofrendaesmuymodesta,peronopuedomás.¡Veintemillibras!—continuólavizcondesa—,bajandolosojosydudandoentrelavergüenzaquelecausabaofrecer una suma tan mezquina a las dos primeras señoras de la Franciadespuésdelareina.

—¡Veintemillibras!—dijeronlasdosprincesasalavez.

—Esoesuncapitalenlostiemposquealcanzamos—continuólaviuda.

—¡PobreClara!—exclamólaprincesa—,¿cómopodemosnuncapagarle?

—MástardepensaráVuestraAltezaeneso.

—¿Ydóndeseencuentraesasuma?—preguntóladeTourville.

—EnlahabitacióndeSuAlteza,adondeharecibidoordendellevarlamiescuderoPompeyo.

—Lenet —dijo la princesa—, acordaos que debemos esa suma a lavizcondesadeCambes.

—Yaestáanotadaennuestrocargo—contestóLenetsacandosu librodememorias, mostrando en él con aquella fecha las 20,000 libras de lavizcondesa,agregadasaunacolumna,cuyototalhabríaasustadounpocoalasprincesassisehubiesentomadoeltrabajodesumarla.

—¿Perocómooshabéiscompuestoparallegarhastaaquíquerida?—dijolaprincesa—,porquenoshandichoqueelseñordeSaint-Aignándefiendeelcamino y examina los hombres y las cosas, nimás nimenos que como unempleadodepuertas.

—Gracias a la sagacidad de Pompeyo, señora —dijo la vizcondesa—,hemos podido evitar ese peligro, haciendo un largo rodeo, que nos haretardadodíaymedio;peroconélhemospodidoasegurarnuestroviaje.Anoserporesteincidente,mehubierahalladoalladodevuestraAltezahacedosdías.

—Tranquilizaos, señora—dijoLenet—, aunno se haperdido el tiempo,ahora sólo se trata de emplear bien el día de hoy y el mañana. Hoyesperábamos, como se acordarán Vuestras Altezas, tres correos; el uno hallegadoya,faltanlosotrosdos.

—¿Y puede saberse el nombre de esos otros dos? —preguntó la deTourville,deseandosiemprehallarendescubiertoalconsejero,aquienhacía

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unaguerraquenoeramenosrealporquenofuesedeclarada.

—El primero, si mi previsión no me engaña—respondió Lenet—, seráGourville,elcualvienedepartedelduquedeLarochefoucault.

—De parte del príncipe de Marsillac, queréis decir —repuso la deTourville.

—ElpríncipedeMarsillacesahoraduquedeLarochefoucault,señora.

—¿Hamuertosupadre?

—Haceochodías.

—¿Dónde?

—EnVerteuil.

—¿Yelsegundo?—preguntólaprincesa.

—ElsegundoesBlanchefort,capitándeguardiasdeSuAltezaelpríncipe,quevienedeStenaydepartedelseñordeTurena.

—Enesecaso,yocreo—dijoladeTourville—queparanoperdertiempo,podríarecurrirsealprimerplanquetengohecho,paraelcasoprobabledelaadhesióndeBurdeos,ydelaalianzadelosseñoresdeTurenaydeMarsillac.

Lenetsesonriócomoacostumbraba.

—Perdonadme, señora—le dijo con el tonomás político del mundo—;perolosplanesdecretadosporelpríncipemismo,estánaestashorasenvíadeejecución,yprometenunéxitobrillante.

—Losplanesdecretadosporelpríncipe—dijoagriamenteladeTourville—, por el príncipe que se encuentra en la torre de Vincennes y que no secomunicaconnadie…

—VedaquílasórdenesdeSuAltezaescritasdesumanoyfechadasayer—dijoLenet sacandode subolsillouna cartadel príncipedeCondé—;estamismamañanalaherecibido.Estamosencorrespondencia.

Casi fue arrancado de las manos del consejero el papel por las dosprincesas,lascualesdevoranconlágrimasdegozotodocuantocontenía.

—¡Válgame Dios! —dijo la princesa viuda riendo—; ¿los bolsillos deLenetcontienentodoelreinodeFrancia?

—Todavíano, todavíano, señora—respondióel consejero—,pero,Diosmediante,haréloposibleporagrandarlosparaqueasísea.Ahora—continuóseñalandocon intencióna lavizcondesa—,ahorameparecequeestaseñoradebetenernecesidaddealgúndescanso;porqueunviajetanlargo…

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LavizcondesaconociólosdeseosqueteníaLenetdequedarseasolasconlasdosprincesas,yenvistadeunasonrisadelaviudaquevinoaconfirmarlaenestaidea,hizounrespetuososaludoysealejó.

LaseñoradeTourvillenosemovía,prometiéndoseuna largacosechademisteriososdetalles;peroaunaseñacasiimperceptibledelaprincesaviudaasu nuera, las dos princesas anunciaron a la de Tourville por medio de unaaugustareverencia,hechacontodaslasreglasdelaetiqueta,quehabíallegadoel términode la sesión política a que se le había llamado a tomar parte.Laseñora de las teorías comprendió perfectamente la invitación, devolvió a lasdos princesas una reverencia más grave y aun más ceremoniosa que la deéstas,yseretiróponiendoaDiosportestigodelaingratituddelospríncipes.

Lasdosprincesaspasaronasugabinete,adondelassiguióPedroLenet.

—Ahora —dijo éste después de asegurarse que la puerta estaba biencerrada—, si Vuestras Altezas quieren recibir a Gourville, ha llegado ya ycambiadodetraje,noatreviéndoseapresentarconelquetraíadecamino.

—¿Yquénoticiastrae?

—QueelseñordeLarochefoucaultestaráaquídeestanocheamañanaconquinientosnobles.

—¡Quinientosnobles!—dijolaprincesa—;¿esoesunverdaderoejército?

—Queharámásdifícilnuestrafuga.Yohubieraqueridomejorcincooseisservidoresfielesquenotodoesetren;conmásfacilidadhubiéramosentoncesburlado al señor de Saint-Aignán. Ahora será casi imposible llegar alMediodíasinquenosinquiete.

—Tantomejor, si se nos inquieta—dijo la princesa—; porque teniendooposición combatiremos, y seremos vencedores, sí, el valor del señor deCondémarcharáconnosotras.

Lenetmiróalaprincesaviudacomoparasaberasímismosuparecer;peroCarlotadeMontmorency,criadaentrelasguerrasdelreinadodeLuisXIII,quehabía visto inclinarse tantas cabezas elevadas para entrar en una prisión orodar sobre un patíbulo, por haber querido permanecer erguidas, se pasótristementelamanoporlafrenteagobiadaporcruelesrecuerdos.

—Sí—dijoalfin—,estamosreducidasaesteextremo.

—Escondernos, o combatir, ¡cosa horrible!Nosotras vivíamos tranquilasconlapequeñagloriaqueDiossehabíadignadoconcederanuestracasa,noambicionábamos al menos, y creo que ninguna de nosotras tenía otraintención, no ambicionábamos más que sostenernos en el rango en quehabíamos nacido; henos aquí que los azares de la suerte nos obligan acombatircontranuestroseñor…

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—¡Señora! —dijo con ímpetu la joven princesa—, yo veo con menostristezaqueVuestrasAltezaslanecesidadaqueestamosreducidos.Miesposoymihermanosufrenunaindignacautividad;esteesposoyestehermanosonhijosvuestros; yvuestrahija ademásestáproscrita.Esto excusa ciertamentetodoslosatentadosquepudiésemosemprender.

—Sí—dijo laviudaconuna tristeza llenade resignación—,sí,yo sufroeso conmás paciencia que vos, señora; pero es porque también parece quenuestrodestinonosllamaaserproscritosoprisioneros.Nobienfuilaesposadelpadredevuestromarido,tuvequeabandonarlaFrancia,perseguidaporelamor del rey Enrique. Apenas volvimos a nuestra patria, cuando nos fueforzoso entrar en Vincennes, perseguidos por el odio del Cardenal deRichelieu. Mi hijo, que hoy está preso, vino al mundo en una prisión, ydespuésdetreintaydosañoshapodidovolveraverelaposentoenquenació.

—Vuestro padre político tenía mucha razón en sus lúgubres profecías,cuandoseleanuncióeltriunfodelabatalladeRocroy,cuandoselellevóalasalatapizadaconbanderascogidasalosespañolesdijovolviéndosehacíamí:

«Sabe Dios, la alegría que recibo con esta acción de nuestro hijo; perocreed, señora, que cuanta más gloria adquiera nuestra casa, tantas mayoresdesgracias le sobrevendrán. Si mis armas no fuesen de la casa de Francia,blasón,queesdemasiadobelloparaabandonarlo,quisieratenerenmiescudounbalcón, a quien sus cascabeles denunciasen y ayudase, a ser cogido, conestemote:¡Famanocet!».

—Nosotroshemoshechomuchoruidoenelmundo,hijamía,yheaquíloquenoshacemal.¿Nosoisdemiparecer,Lenet?

—Señora—dijoLenet,afligidoporlosrecuerdosqueacababadeevocarlaprincesa—, Vuestra Alteza tiene razón; pero hemos avanzado mucho pararetroceder, es preciso, en circunstancias como en las que nos encontramos,tomar una resolución pronta; no conviene hacernos ilusiones sobre nuestrasituación. Nuestra libertad es aparente, la reina tiene sus ojos fijos sobrenosotros,yelseñordeSaint-Aignánnosbloquea.Puesbien,setratasólodesalirdeChantilly, apesarde lavigilanciade la reinayelbloqueodeSaint-Aignán.

—SalgamosdeChantilly—exclamólaprincesa—,¡perosalgamosconlacabezaerguida!

—Soydeesemismoparecer—dijolaprincesaviuda.

—LosCondénosonastutosnitraidores;loquehacen,lohacenenmediodeldía,yconlafrentedescubierta.

—Señora—dijoLenetconelacentodelaconvicción,Diosmeestestigo

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de que seré el primero que cumpliré las órdenes de Vuestra Alteza,cualesquieraquesean;peroparasalirdeChantillycomoqueréis,esnecesariodar una batalla. Sin duda no tendréis intención de ser mujeres el día delcombate,despuésdehabersidohombresenelconsejo;marcharéisalfrentedevuestros partidarios y lanzaréis a vuestros soldados el grito de guerra, peroolvidáis sin duda que el lado de vuestras preciosas existencias comienza adescollar una existencia nomenos preciosa, la del señor duque deEnghien,vuestrohijoynieto.

—¿Os expondréis a sepultar en unamisma tumba el porvenir de vuestracasa?¿CreéisqueelpadrenoserviráderehenesaMazarino,despuésde lastemerariasempresasqueseejecutaránanombredelhijo?¿NoconocéisbienlossecretosdelatorredeVincennes,tanmelancólicamenteexaminadosporelgran prior deVendome, por elmariscalD’Ornawo y por Puy-Laurent? ¿Oshabéis olvidado de aquella sala fatal, que, según el dicho de la señora deRambouillet,gravitacomoelarsénicosobrelosqueleocupan?No,princesasmías—continuóLenetjuntandolasmanos—,no,VuestrasAltezasescucharánelconsejodevuestrofielservidor,saldréisdeChantillycomolesconvienealasmujeres perseguidas, recordad que vuestra armamás segura es débil; unniñoaquienseleprivadesupadre,unamujeraquienlesalvancomopuedendellazoquelosoprime.Paraobraryhablarconaltivez,aguardadelmomentoen que no podáis servir de garantía al más fuerte, cautivas, enmudeceránvuestros partidarios; libres, se declararán abiertamente, no teniendo ya quetemerselesdictenlascondicionesdevuestrorescate.

—NuestroplanestáconcertadoconGourville,tenemoslaseguridaddeunabuenaescolta,con laqueevitaremos lospercancesdelcamino;porqueeneldía son dueños de la campaña veinte partidos diferentes, que vivenindistintamenteconlosdespojosdelamigo.Siconsentís,todoestádispuesto.

—¿Partiraescondidas,partircomounosmalhechores?—exclamólajovenprincesa—.¡Oh!¿Quédiráelpríncipecuandosepaquesumadre,sumujerysuhijosehansometidoaunoprobiosemejante?

—Nosé loquepodrádecir;pero siobtenéisunbuenéxito,osdeberá lalibertad;siperdéis,nocomprometéisalmenosvuestrosrecursos,ysobretodovuestrareputación,comoloharíaispormediodeunabatalla.

La viuda reflexionó un momento; y con un aspecto lleno de afectuosamelancolía,dijo:

—Querido Lenet, persuadid a mi hija, porque yo tendré precisión dequedarmeaquí.Heresistidohastaahora,peroalfinsucumbo;laenfermedadquemeconsume,yqueenvanotratodeocultarpornodesanimaralosquemerodean, va a postrarme enmi lecho demuerte; pero ya lo habéis dicho, esnecesario,antetodo,salvarlafortunadelosCondé.Mihijayminietosaldrán

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de Chantilly y espero que serán bastante prudentes para conformarse convuestrosconsejos,digomásconvuestrasórdenes.Mandad,Lenet,ynodudéisqueseréisobedecido.

—Pero, señora, ¡vos palidecéis! —dijo Lenet sosteniendo a la viuda, aquienyalaprincesa,alarmadaporaquellapalidez,habíacogidoensusbrazos.

—Sí —dijo la viuda, cada vez más debilitada—, sí, las satisfactoriasnoticias de hoy me han hecho mucho más daño que las ansiedades de losúltimos días; siento que me devora la fiebre, pero que nadie lo sepa; estanoticiaentalescircunstanciaspodríasernosmuyperjudicial.

—Señora —dijo Lenet en voz baja—, si vuestra persona no padeciera,sería la indisposición deVuestraAlteza un don del cielo.Guardad cama, yhaced que circule la noticia de vuestra enfermedad.Vos, señora—continuódirigiéndosealajovenprincesa—,hacedllamaravuestromédicoBourdelot,ycomo tendremosquearreglar lasacémilasyequipajes,anunciadpor todaspartes que queréis correr un gamo en el parque. De este modo a nadie lechocaráelverhombresarmadosycaballosenactividad.

—Hacedlo vos mismo, Lenet. Pero decidme antes, ¿cómo es que unhombretanprevisorcomovosnoconocequeestaextrañapartidadecazaenelmismo momento de caer mi señora madre enferma, no podrá causaradmiración?

—Todo está previsto, señora. ¿No es pasado mañana cuando el señorduquedeEnghiencumplesieteaños,ydebesalirdemanosdelasmujeres?

—Sí.

—Pues bien; diremos que se da esta partida de caza en celebridad de laprimera declaración demayoría del joven príncipe, y que de talmanera hainsistidoSuAltezaparaquesuenfermedadnofuesecausapararetrasarestasolemnidad,quehabéistenidoquecederasusinstancias.

—¡Excelente idea!—exclamó la viuda con sonrisa de gozo, envanecidaconestaprimeraproclamacióndelamayoríadesunieto.

—Sí, el pretexto es excelente; y en verdad que sois un digno consejero,Lenet.

—¡Pero el señor duque de Enghien —preguntó la princesa—, irá encarruajeparaseguirlacaza!

—Noseñora,acaballo.¡Oh!¡Noseamedrevuestrocorazónmaternal!YohepensadoqueVialas,suescudero,pongaunasillachiquitadelantedelarzónde lasuya;deestamanera,monseñorelduquedeEnghiennoseperderádevistayalanochepodremospartircontodaseguridad,porquesuponedqueseanecesarioescapar;acaballoelseñorduquedeEnghienarrostraráportodo,lo

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queencarrozaseríadetenidoalprimerobstáculo.

—Enfin,¿vuestraopiniónesquepartamos?

—Pasado mañana a la noche, señora, si Vuestra Alteza no tiene algúnmotivoqueloretrase.

—¡Oh! No, todo lo contrario; huyamos de esta prisión lo más antesposible,Lenet.

—YunavezfueradeChantilly,¿quépensáishacer?—preguntólaviuda.

—AtravesaremosporentrelasfuerzasdelseñordeSaint-Aignán,aquienconfacilidadpodremosponerleunavendaenlosojos.NosreuniremosconelseñordeLarochefoucaulty su escolta, ydesdeallímarcharemosaBurdeos,dondesenosestáesperando.

Puestos en la segunda ciudad del reino, en la capital del Mediodía,podremosnegociaroguerrear,segúnmásconvengaaVuestrasAltezas,yentodo caso, señora, tendré el honor de recordaros, que aunque dueños deBurdeos, no tendremos asegurado largo tiempo su posesión, si a nuestrosalrededores no tenemos algunas plazas que obliguen a distraer a las tropasreales.Dosdeestasplazassondemuchaimportancia,Vayres,quedominaelDordoñayprotegeoimpidelaentradadevíveresalaciudad,ylaisladeSanJorge,consideradaporlosmismosburdelesescomolallavedesupoblación.

—Peroyatendremostiempodepensarenesto;ahoratratemossólodesalirdeaquí.

—Nada será más fácil —dijo la princesa—. A pesar de cuanto queráisdecir,Lenet,somosaquílosdueñosexclusivos.

—Nocontéisconnada,señora,hastaqueestemosenBurdeos;nohaycosafácilconelespíritudiabólicodelseñordeMazarino,nosabelasnoticias,lasadivina.

—¡Oh!Yoledesafíoadescubrirésta—dijolaprincesa—;peroayudemosamimadreapasarasuaposentoydesdehoysepropagaráelrumordenuestrapartida de caza dispuesta para pasado mañana. Vos cuidaréis de lasinvitaciones,Lenet.

—Descansadenmí,señora.

Laviudapasóasuhabitación,ysemetióenlacama.

Llamó a Bourdelot, médico de la casa de Condé y preceptor del señorduque de Enghien, se extendió enseguida la noticia de Chantilly de estainesperada indisposición, y media hora después quedaban desiertos losbosquecillos, galerías y terraplenes, agolpándose los huéspedes de las dosprincesasalaantesaladelaseñoraviuda.

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Lenet pasó todo el día escribiendo, y a la noche quedaron repartidas entodasdireccionespor la numerosa servidumbrede aquella casa real,másdecincuentainvitaciones.

X

Losaprestosdecaza

El día designado para la realización de los graves proyectos de PedroLenet,eraunodelosmáslóbregosdelaprimavera,deesaestaciónllamadalamásbelladelaño,yquecasisiemprees,particularmenteenFrancia, lamásdesagradable.UnalluviamenudayespesacaíasobrelasterrazasdeChantilly,formandounabrumagris,queoscurecíalossotillosdeljardínylosarboladosdelparque.

En los anchurosos patios esperaban ensillados y atados a los postes,cincuenta caballos, con las orejas gachas, la mirada triste, y escarbandoimpacientemente la tierradevezencuandoconsuspies, tambiénesperabanapareadosy reunidosengrupos,varias trabillasdeperros,quedespedíanunaliento vaporoso mezclado de largos aullidos, y aunque con un esfuerzocomúntratabandearrastraralcriadoque losconteníayenjuagabaalmismotiempolasorejas,empapadasconlalluvia.

Lospicadores,conuniforme,vagabandeacáparaalláconlasmanosalaespaldaylatrompaterciada.Variosoficialesendurecidosporlaintemperieenlos campamentos de Rocroy o de Lens, mitigaban el fastidio de la espera,conversandoengrupossobrelasterrazasoenlasescalerasexteriores.

A todos se les había prevenido que era día de ceremonia, y cada cualadoptabaelairemássolemneparaveralseñorduquedeEnghienvestidoconsusprimeroscalzones,correrungamo.Losoficialesalserviciodelpríncipe,los clientes de aquella ilustre casa habían cumplido religiosamente con sudeber acudiendo a Chantilly. Las inquietudes que desde luego produjo laenfermedaddelaseñoraprincesaviuda,habíansidodisipadasporunboletínfavorabledeBourdelot,laprincesadespuésdesangrada,habíatomadoaquellamismamañanaelemético,remediouniversalenaquellaépoca.

AlasdiezhabíanllegadoyatodoslosconvidadosporbilletepersonaldelaseñoradeCondé,cadaunohabíasidointroducidodespuésdehaberpresentadosu respectivobillete,ya losque lehubieranolvidadoporacaso,despuésdereconocidosporLenet,selepermitiólaentradaenvirtuddeunaseñaqueestádirigidaalportero.

Estos convidados, en unión con la servidumbre de la casa, podían

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componerunareunióndeochentaonoventapersonas,cuyomayornúmerosehallaba alrededor de unmagnífico caballo blanco, que con cierta especie deorgullososteníadelanteunagransillaalafrancesa,unsillíndeterciopelo,condosel destinado al señor duque de Enghien, y cuyo puesto debía ocupardespuésqueVialas,suescudero,hubieseocupadolasillaprincipal.

Sinembargo,aunnosedecíanadadeemprenderlacaza,yparecíaqueseesperabaaotrosconvidados.Aesodelasdiezymediaentraronenelcastillotresnobles,seguidosdeseiscriados,armadostodoshastalosojos,loscualestraíanunasmaletastanhenchidas,quehabríapodidodecirsequeibanadarlavuelta a toda Europa; y observando en el patio los postes y estacas queparecíanestarallídestinadosalefecto,quisieronatarenellossuscaballos.

Enaquelmomento,unhombrevestidodeazul,conuntalabartedeplatayuna alabarda en lamano, se acercó a los reciénvenidos, losque se conocíaeranviajerosllegadosdelejos,porsuequipajemojadocompletamenteporlalluviaysusbotassuciasdebarro.

—¿De dónde venís, señores?—dijo esta especie de portero cruzando sualabarda.

—Delnorte—respondióunodeloscaballeros.

—¿Yadóndevais?

—Alentierro.

—¿Laprueba?

—Vednuestragasa.

Enefecto,cadaunodelostrescaballerosllevabaunagasaensuespada.

—Disimulad, señores —dijo entonces el portero—; el castillo está avuestradisposición.Unamesahaypreparada,unaposentotemplado,ylacayosquesóloesperanvuestrasórdenes.Encuantoavuestrasgentes,serántratadassegúncostumbre.

Los tres nobles, francos hidalgos de lugar, hambrientos y curiosos,saludaron, echaron pie a tierra, dejaron la brida en manos de sus lacayos,haciéndosemostrar el camino del comedor, se dirigieron a él.Un camareroquelesesperabaalapuerta,lessirviódeguía.

Entretantoloscriadosdelacasahabíantomadodemanosdelosextrañoslacayosloscaballos,quecondujeronalascaballerizasdespuésdeestrillados,acepillados y enjutos con paja, colocándoles entre una gamella provista deavenayunarmeroabandonadoguarnecidodehacesdepaja.

Apenas los tres hidalgos se habían sentado a lamesa, cuando otros seiscaballeros,seguidosdeseislacayos,armadosyequipadosdelamismamanera

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que losanteriores, entraroncomoellos,ydelmismomodoalver lospostesquisieronatarenellossuscaballos.Peroelhombredelaalabarda,quehabíarecibidounarígidaconsigna,seaproximóaellosyrenovandosuspreguntas,dijo:

—¿Dedóndevenís?

—DePicardía.SomosoficialesdeTurena.

—¿Adóndevais?

—Alentierro.

—¿Laprueba?

—Vednuestragasa.

Y lo mismo que los primeros, enseñaron la gasa que pendía de laempuñaduradesusespadones.

Hicieron las mismas invitaciones a estos últimos que a los primeros, yfueron a tomar asiento a la mesa. Iguales cuidados se tuvieron con suscaballos,quefueronconducidosaocuparsupuestoenlacaballeriza.

Detrás de éstos llegaron otros cuatro, renovándose con ellos la mismaescena.

Desdelasdiezalasonce,yadedosendos,decuatroencuatro,decincoen cinco, solos o acompañados, suntuosos o mezquinos, pero todos bienmontados, armadosy equipados, llegaronhasta cien caballeros, a quienes elalabarderodiciéndolededóndevenían, y añadiendoque iban al entierro, enpruebadelocualmostrabansugasa.

Cuando todos hubieron comido y trabado relaciones mientras que susgentesrefrescabanytomabanrepososuscaballos,entróLenetenlasaladondetodosestabanreunidos,ylesdijo:

—Caballeros,laseñoraprincesamehaencargadoqueosdélasgraciasporel honor que de parar en su casa le habéis hecho, al ir a reunimos al señorduque de Larochefoucault, que os aguarda para celebrar las exequias de suseñor padre.Tened por vuestra esta casa, y no dudo que gustaréis de tomarparteenladiversióndelacaza,dispuestaparadespuésdecomer,porelseñorduquedeEnghien,quetomaposesióndesusprimeroscalzones.UnmurmullodeaprobaciónydegraciaslisonjerasacogióestaprimerapartedeldiscursodeLenet,quecomohábilorador,había interrumpido suarenga, estando segurodelefectoquedebíaproducir.

—Terminadalacaza—continuó—,seosservirálacenaenlamesadelaprincesa, que desea daros por sí misma las gracias; y enseguida seréiscompletamentedueñosdecontinuarvuestrocamino.Algunosdeloshidalgos

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presentaron una particular atención a la exposición de este programa, queparecíaatentaralgoasulibrealbedrío;peroprevenidossindudaporelduquede Larochefoucault, esperaban una cosa parecida, pues ninguno contestó.Unos se fueron a visitar sus caballos, otros recurrieron a sus maletas paraponerse en estadode aparecerdignamente ante lasprincesas, yotros en fin,continuaron de sobremesa hablando del tiempo, que parecía tener algunaanalogíaconlossucesosdeldía.

Muchos se paseaban debajo del gran balcón sobre el cual, terminado sutocado,debíaaparecerelseñorduquedeEnghien,confiadoporúltimavezalcuidado de las mujeres. Entretanto el joven príncipe, en el fondo de suaposentoconsusnodrizasyniñeras,ignorabasuimportancia.Perollenoyadearistocrático orgullo, contemplaba con impaciencia el rico y a la vez severotraje con que por primera vez iba a ser vestido, se componía este traje deterciopelonegrobordadodeplatamate, quedaba a su apariencia el aspectosombrío de luto; queriendo su madre pasar por viuda a toda costa, habíameditadoinsertarenciertaarengaestaspalabras,pobrehuerfanito.

Pero no era el príncipe quien con más codicia miraba aquel espléndidoropaje, insigniade su tanesperadavirilidad; adospasosde él, otroniñodealgunos meses más de edad, rubio, colorado y lleno de salud, fuerza ypetulancia, devoraba con la vista el lujo de que su feliz compañero estabarodeado. Ya muchas veces no pudiendo resistir a su curiosidad, se habíaatrevidoallegarhastalasillaenqueestabancolocadosloshermososvestidosyhabía con recelo tentado la tela y acariciado los bordadosmientras que elpequeñopríncipemirabaaotrolado;peroacontecióqueunavezelduquecitodeEnghienvolvióatiempolavista,yPericoretirólamanodemasiadotarde.

—¡Cuidado! —gritó el principito con aspereza—, ¡cuidado, Perico, novayasaestropearmiscalzones!Sondeterciopelo,¿losabes?,yesoseechaaperdermanoseándolo,¿estás?Teprohíboquetoquesamiscalzones.

Perico ocultó la culpable mano detrás de la espalda, moviendoalternativamentesushombros,conesaaccióndemalhumortanfamiliarentrelosniñosdetodasclasesycondiciones.

—Noteincomodes,Luis—dijolaprincesaasuhijo—,quesedesfigurabaconungestomuyfeo.SiPericovuelveatocartuscalzones,leharemosazotar.

Pericocambiósumuecaembotijadaporotraamenazadoraydijo:

—Si monseñor es príncipe, yo soy jardinero; y si monseñor quiereimpedirme que toque su ropa, yo le impediré jugar con mis gallinas. ¡Oh!¡Biensabeyamonseñorqueyosoymásfuertequeél;bienlosabe!

Apenashabíadichoimprudentespalabras,cuandolanodrizadelpríncipe,madredePerico,asióalindependienteneneporlamuñeca,yledijo:

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—Perico, ¿hasolvidadoquemonseñores tuamo, el amode todo loquehay en el castillo y sus alrededores, y que por consiguiente, son suyas tusgallinas?

—¡Toma!—dijoPerico—.Yocreíaqueeramihermano…

—Tuhermanodeleche,sí.

—Entonces,sisomoshermanos,debemospartirlascosascomohermanos;ysimisgallinasdebenserparaél,susvestidostambiéndebenserparamí.

Ibalanodrizaaexplicarleasuhijoladiferencia,quehayentreunhermanouterino y uno de leche; pero el joven príncipe, que quería que Pericopresenciasesu triunfocompleto,porquePericosobre tododeseabaexcitar laadmiraciónylaenvidia,noladejócontestar.

—No tengas cuidado, Perico—dijo él—, no estoy incomodado contigo;prontomevasaversobremigrancaballoblancoysobremihermososillón.Voyacorrerlacaza,yyosoyquienvaamatarelgamo.

—¡Ah, sí! —respondió el irreverente Perico—, con las muestras másimpertinentesdeironía;yestaréismuchotiempoacaballo.

Elotrodíaquisisteismontarmipollino,yosechóenseguidaalsuelo.

—Sí.Perohoy—repusoeljovenpríncipecontodalamajestadquepudoevocar en su ayuda y encontrar en su memoria—, sí, pero represento a mipapá,ynocaeré.

—Además,quecomoVialasmetendrádelbrazo…

—Vamos,vamos—dijolaprincesaporcortarladiscusióndePericoydelduque de Enghien—, ¡vamos, vestid al príncipe! Ya es la una, y todos losnoblesesperanconimpaciencia.Lenet,mandadquetoquenapartida.

Enelmismoinstanteseoyóenelpatioelsonidodelcuerno,quepenetróhastaelfondodelashabitaciones.

Entonces cada cual corrió en busca de su caballo, fresco ya y reposado,merced a los cuidados que se habían tenido con ellos, y ocupó la silla, elmonteroconsussabuesosylospicadoresconsustrahíllasdeperros,partieronlosprimeros.Dividiéronseloscaballerosendosalas;yelduquedeEnghien,sostenidoporVialas,no tardóenaparecermontado sobre sucaballoblanco,rodeado de damas de honor, escuderos y gentiles hombres, y seguido de sumadre, cuyo aparato deslumbraba,montada sobre un caballo negro como elazabache. Iba a su lado manejando con la hechicera gracia su caballo, lavizcondesadeCambes,queestabaadorableconsu trajedemujer,quehabíarecobradoconmuchogusto.

EncuantoaladeTourville,envanoselebuscabapueshabíadesaparecido

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desdelaantevíspera;comootroAquiles,sehabíaocultadoensutienda.

Esta brillante cabalgata fue acogida con unánimes aclamaciones.Empinándosesobre losestribos,mostrabanunosa laprincesayalduquedeEnghien a otros de los nobles, que no habiendo estado jamás en la corte,desconocíantodasestaspompasreales.Elniñosaludabacondeliciosasonrisa,laprincesaconunadulcemajestad,eranlaesposayelhijodelquesusmismosenemigosapellidabanelprimercapitándeEuropa.PeroesteprimercapitándeEuropaeraperseguidoyaprisionadoporlosmismosquehabíaélsalvadodelenemigo de Lens, y defendido contra los rebeldes en San Germán. Estoshechosexcedíana losqueélnecesitabaparael entusiasmo,yasí fuequeelregocijollegóasucolmo.

La princesa saboreó con exceso todas estas demostraciones de supopularidad;yaconsecuenciadealgunaspalabrasqueLenet ledijoaloído,diolaseñaldepartir,ybienprontoatravesólacomitivadesdelosterraplenesal parque, cuyas puertas estaban guardadas por soldados del regimiento deCondé.

Cerrándoselosrastrillosdetrásdeloscazadores;ycomosiestaprecauciónnofuesebastanteparaevitarquealgúnfalsocofradesemezclaseenlafiestaquedaroncentinelasdelosrastrillos,yalladodecadaunounporterovestidocomoeldelpatio,consualabardacomoaquél,yconordendenoabrirmásquealosquerespondiesenalastrespreguntasquecomponíanlaconsigna.

Un instante después de cerrarse los rastrillos, el sonido del cuerno y losladridosdelosperros,anunciaronquehabíasalidoelgamo.

Entretantofueradelparque,alfrentedelmurodesurecintoconstruidoporelcondestableMontmorency,yenlavueltadelcamino,seiscaballerosatentosalsonidodelastrompetasyalosladridosdelosperros,sehabíandetenidoyparecíantenerconsejoentantoqueacariciabanlascrinesdesuscaballos,queestabandescansando.

Al ver sus trajes enteramente nuevos, los arneses brillantes de susmonturas,ellustredesuscapasgalanamentecaídasdesushombrossobrelasgrupas de sus caballos, el lujo de sus armas, que se dejaban ver por lascuchilladas, artísticamente abiertas en el traje, no podía menos de causaradmiraciónelaislamientodeestoshidalgostanbellosyrozagantes,enocasiónen que toda la nobleza de las cercanías estaba reunida en el castillo deChantilly.Labrillantezdeestoscaballerosquedabasinembargoeclipsadaanteel lujo de su jefe, o del que parecía serlo, plumas en el sombrero, tahalídorado, botas finas con acicates de oro, larga espada con empuñaduracinceladaenfiguradesol,talera,conelaumentodeunaespléndidacapaazuldecieloalaespañola,elequipodeestecaballero.

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—¡Pardiez!—dijo éste—, después de un rato de profundas reflexiones,durante cuyo intervalo los seis caballeros se miraban entre sí con aspectoembarazoso,¿pordóndeseentraaesteparque,porlapuertaoporelrastrillo?

—Presentémonosalaprimerapuertaoalprimerrastrilloqueencontremosamano, y entraremos.Meparecequeno sedeja en la calle a caballerosdenuestroporte,cuandosehandepresentarentrehombresvestidoscomolosquehemosencontradoestamañana.

—Os repito, Cauviñac —dijo uno de los cinco caballeros a quienes sedirigía el discurso de su jefe—, que esas gentes mal vestidas, y que noobstantesutrajeysuportedemendigosseencuentranahoraenelparque,nosllevanunagranventaja; ladeposeer la consigna.Nosotrosno la tenemosyporlomismonoentraremos.

—¿Locreéisasí,Ferguzón?—dijoconciertadeferenciahacialaoposicióndesulugarteniente,yaquiennuestroslectoresreconoceránporelaventureroqueencontraronenlasprimeraspáginasdeestahistoria.

—¡Que si creo! Estoy cierto de ello. ¿Pensáis acaso que esas gentes sereúnenparacazar?¡Tarara!Esosconspiran,depositivo.

—Ferguzón tiene razón —dijo un tercero—; esas gentes conspiran, ynosotrosnoentraremos.

—Lacazadelgamoesbuenacuandoselaencuentraenelcamino.

—Mayormentecuandoseestácansadodecazarhombres,¿noesverdad,Barrabás?—repusoCauviñac—.¡Puesbien!Nosediráqueéstanoshadadoenlasnarices.

—Nosotros tenemos todo lo necesario para figurar dignamente en esafiesta;estamosbrillantescomounescudonuevo;sielseñorduquedeEnghiennecesitasoldados,¿adóndeiráabuscarlosmejores?Sinecesitaconspiradores,¿dónde loshabrámáselegantes?Elmenossuntuosodenosotros tiene trazasdecapitán.

—Yvos,Cauviñac—repusoBarrabás—,perecéis apropósitoparapasarporduqueopar.

Ferguzónnodecíanadayparecíareflexionar.

—Por desgracia —continuó Cauviñac riendo—, Ferguzón no está deparecerquecacemoshoy.

—¡Bah!—dijoFerguzón—,noestoytanfaltodegusto.

—Lacazaesunplacernoblequemeagradabajotodasformas;así,pues,pormipartenohayquedetenersecuandohayoposiciónenlosdemás.Yodigosolamente que nos está impedida la entrada en este parque por puertas y

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rastrillos.

—¡Esperad!—exclamóCauviñac—;yatocanavistalastrompas.

—Pero —continuó Ferguzón—, eso no quiere decir que no cazaremosnosotros.

—¿Y cómo quieres que cacemos, cabeza de chorlito, si no podemosentrar?

—Nodigoquenopodamosentrar—repusoFerguzón.

—¿Y cómo quieres que entremos, cuando las puertas y los rastrillosabiertosparalosotros,comohasdicho,estáncerradosparanosotros?

—¿Y por qué no hemos de hacer en este endeble muro, y sólo paranosotros, una brecha por donde poder pasar con nuestros caballos, cuandodetrásdeélnoencontraremosanadiequenosexijalareparación?

—¡Hurra! —exclamó Cauviñac requiriendo su sombrero con alegría—.Reparacióncompleta,Ferguzón;¡túeresentrenosotroselhombrederecurso!YcuandoyodestronealreydeFrancia,paracolocarenélalpríncipe,hedepedirparatilaplazadelseñorMazarino.¡Alaobra,compañeros,alaobra!

A estas palabras, Cauviñac saltó de su caballo, y ayudado por suscompañeros, cuyos caballos bastó a tener uno sólo, se puso a demoler laspiedrasyaquebrantadasdelacerca.

En un abrir y cerrar de ojos habían ya hecho los cinco caballeros unabrechadetresocuatropiesdeancho.

Entonces volvieron amontar en sus caballos y se lanzaron en el parqueguiadosporCauviñac.

—Ahora—lesdijoéstedirigiéndosehaciadondesonabanlas trompas—,portaos con atención y delicadeza, y os convido a cenar esta noche con elseñorduquedeEnghien.

XI

Lacaza

Yahemosdichoquelosseiscaballerosdenuevocuñoibanbienequipados;suscaballosteníanademás,sobrelosdeloscaballerosquehabíanllegadoporlamañana,laventajadeestarfrescos.Bienprontosereunieronconelcuerpodelacaza,yseconfundieronentreloscazadoressincontestaciónalguna.Lamayorpartedelosconvidadoshabíanvenidodediferentesprovinciasynose

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conocíanunosaotros;yasíesqueunavezenelparquelosintrusos,podíanpasarmuybienporconvidados.

Todo hubiera salido a lasmilmaravillas si se hubiesenmantenido en sucuerda,contentándoseconseguirlamarchadelosdemás,ymezclándoseconlospicadoresyoficialesdemontería.Peronofueasí,Cauviñacsefiguróquelacazasedabaparaobsequiarle,arrebatódemanosdeuncriadouncuerno,quenoseatrevióaquélarehusarle,sepusoalacabezadeloscazadores,cruzóentodasdireccionesporanteelcapitándecazas,cortóatravésdelosbosquesysotillostocandodesesperadamentelatrompa,confundiendoelalcanceconlaacometida, el desembosqueconel embosque, atropellandoperros, asustandocriados,saludandoconcoqueteríaalasseñorascuandopasabanpordelantedeellas,jurando,gritandoyanimándoseélmismocuandoyaloshabíaperdidoatodosdevista, hasta que llegó junto al gamoen elmomentoque el animal,después de haber atravesado el gran estanque, se encontraba reducido alúltimoextremo.

—¡Halali!¡Halali!—gritabaCauviñac—;nuestroeselgamo.¡Votoadiez!Yaesnuestro.

—Cauviñac—decíaFerguzón,queleseguíaacortadistancia—,Cauviñac,vaisahacerdemodoquenosponganenlacalle.PorDios,moderaos.

PeroCauviñacnadaoía;yviendoqueelanimalhacíafrentealosperros,echó pie a tierra, y sacó su espada gritando con toda la fuerza de suspulmones.

—¡Halali!¡Halali!

Sus compañeros, menos el prudente Ferguzón, siguiendo su ejemplo, sepreparaban a lanzarse sobre su presa, cuando el capitán de cazas separandosuavementeaCauviñacconsucuchillo,ledijo:

—Caballero, la señora princesa es quien dirige la caza; y a ella le tocadegollarelgamo,oconcederestehonoraquienleparezca.

Cauviñac volvió en sí al escuchar esta cruda amonestación; y comoretrocedierademalhumor,seviorodeadorepentinamenteporlamultituddecazadores, aquienes leshabíabastadopara reunírseles loscincominutosdeparada que hizo Cauviñac, y todos formaban un gran círculo alrededor delanimal arrinconado contra el pie de encima y cercado de todos los perrosreunidosyencarnizadoscontraél.

En aquel instante se vio aparecer por una larga avenida a la princesa,precediendo al duque de Enghien, y a los caballeros y damas que habíantenido el honor de no apartarse de ella. Venía en extremo animada, y secomprendíaquepreludiabapormediodeestesimulacrodeguerra,unaguerra

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verdadera.

Alllegarenmediodelcírculosedetuvo,tendióasualrededorunaojeadadepríncipe, yobservó aCauviñacy sus compañeros, que estaban flechadosporlasmiradasinquietasyrecelosasdelospicadoresydelosmonteros.

Elcapitánseacercóalaprincesaconsucuchilloenlamano,eraésteuncuchilloqueordinariamenteusabaelpríncipe,suhojaeradelaceromásfinoysuempuñaduraroja.

—¿Conoce Vuestra Alteza a ese caballero? —le dijo en voz bajaindicándoleaCauviñacconelrabodelojo.

—No—lecontestó—,perohabiendoentradoesindudablequehabrásidoporconocimientodealguno.

—Noleconocenadie,señora;ytodosesosaquieneshepreguntado,lovenporprimeravez.

—¿Perocómohadehaberpasadoporlosrastrillossintenerlaconsigna?

—Esverdad—repusoelcapitán—,sinembargomeatreveríaaaconsejaraVuestraAltezaquedesconfiasedeél.

—Esmenestersaberalmomentoquiénes—dijolaprincesa.

—Pronto se sabrá, señora —dijo con su habitual sonrisa Lenet, queacompañaba a la princesa—.Ya he despachado contra él unNormando, unPicardoyunBretón,yvaaserexaminadodealma;peropordeprontonofijeVuestraAltezaenéllaatención,puessenosescaparía.

—Tenéisrazón,Lenet;volvamosanuestracaza.

—Cauviñac—ledijoFerguzón—,meparecequesetratadenosotrosentrealtospersonajes.Noharíamosmalenescabullimos.

—¿Locreesasí?—dijoCauviñac—.¡Bah!Tantomejor.

—Yoquieroverlaconclusióndelacaza,ysucedaloquesea.

—Ésteesunhermosoespectáculo,bienlosé—dijoFerguzón—,perotalvezpodemospagarmáscarosnuestrosbancosqueenlaposadadeBorgoña.

—Señora—dijoelcapitándecazaspresentandoelcuchilloa laprincesa—;¿aquiénquiereVuestraAltezadispensarelhonordematarelanimal?

—Lo reservo para mí, caballero—dijo la princesa—, una mujer de mirangodebehabituarseatocarelhierroyavercorrerlasangre.

—Namur —dijo el capitán de cazas al arabucero—, preparaos. Elarabucero, saliendo de entre las filas, fue a colocarse el arcabuz a la cara aveintepasosdelanimal.

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Esta maniobra tenía por objeto matar el gamo de un balazo, si comoalgunas veces acontece, impulsado por la desesperación, en vez de esperartranquilotratasedeacometer.

La princesa bajó de su caballo, tomó el cuchillo, y conmirada fija, lasmejillasinflamadasyloslabiosentreabiertos,avanzóhacialabestia,quecasienterrada bajo los perros, parecía cubierta de un tapiz de mil embrolladoscolores. Sin duda el animal no creyó que lamuerte venía envuelta bajo lasfaccionesdeaquellahermosaprincesa,encuyamanohabíaidoacomervariasveces; así, pues, conforme estaba arrodillado, trató de hacer unmovimientoacompañadodeesagruesalágrimaqueanuncialaagoníadelciervo,elgamoyelcorzo.Peronolediotiempo,lahojadelcuchillo,sobrelaquesereflejabaunrayodesol,desaparecióenteraensugarganta,saltandolasangrehastaelsemblante de la princesa, el gamo levantó la cabeza, baló dolorosamente, yproyectando una última mirada de reconvención sobre su hermosa señora,cayómuerto.

Enelmismoinstantetodaslastrompasanunciaronsumuerte,yresonaronmilgritosde¡Vivalaprincesa!,mientrasqueeljovenpríncipeseagitabaensusillabatiendolaspalmasalegremente.

Laprincesa retiróelcuchillodelcuellodelanimal, tendióasualrededorunamiradadeamazona,devolvióelarmaensangrentadaalcapitándecazas,ymontóotravezacaballo.

EntoncesLenetseleacercó.

—¿Quierelaseñoraprincesa—dijoésteconsuhabitualsonrisa—,queledigaenquienpensabaalcortarlagargantadelpobreanimal?

—Sí,Lenet;medaréismuchogustoendecirlo.

—VuestraAltezapensabaenMazarino,yhubieraqueridoque sehallaseenelpuestodelgamo.

—Sí—exclamólaprincesa—,esmuchaverdad,yosjuroquelehubieradegolladosinpiedad;pero,Lenet,meharéiscreerquesoishechicero.

Después,volviéndosehacialosdemásdelacompañamiento,dijo:

—Yaqueestáterminadalacaza,señores,yoesperoquemeseguiréis…esdemasiadotardeparaatacaraotrogamo,yademásnosesperalacena.

Cauviñac contestó a esta invitación por medio de un gesto de lo másgracioso.

—¿Quéhacéis,capitán?—dijoFerguzón.

—Aceptar,¡pardiez!¿Novesquelaprincesaacabadeconvidarnosacenar,comolohabíayoprometido?

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—Cauviñac, creedme si queréis—replicó el lugarteniente—; pero yo envuestrolugaraprovecharíadenuevolabrecha.

—Amigo Ferguzón, vuestra perspicacia natural os hace traición. ¿Nohabéis reparado en las órdenes que ha dado el señor vestido de negro, quetieneensucaracuandoseríetodalafalsedaddelzorro,ylasutilezadeltejocuandonoríe?Ferguzón,labrechatieneyaguardias,yquererirnoshacialabrechaesdecirquequeremossalirpordondehemosentrado.

—Peroentonces,¿quévaaserdenosotros?

—Tranquilizaos;yorespondodetodo.

Ydescansandoenestaconfianza,losseisaventurerossemezclaronconlosdemáscaballerosyseencaminaronconellosalcastillo.Cauviñacnosehabíaequivocado; no se les perdía vista. Lenet marchaba sobre el flanco, con elcapitándecazasaladerecha,yalaizquierdaeladministradordelacasadeCondé.

—¿Estáisseguro—decíaLenet—,dequenadieconoceaesoscaballeros?

—Nadie.Ahí tenéis amás de cincuenta, a quienes hemos preguntado, ytodosnosdicenlomismo,sonextrañosatodos.ElNormando,elPicardoyelBretónvolvieronareunirseaLenet,sinpoderdecirmásquelosotros;sóloelNormandohabía visto una brecha en el parque, y comohombre inteligente,habíahechoponerguardiasenella.

—Entonces,dijoLenet,vamosarecurriralmediomáseficaz,noestáenelorden que un puñado de espías nos obligue a dar pasaporte con gran dañonuestro a cien valientes hidalgos. Cuidad vos, señor administrador, de quenadiesalgadelpationidelagaleríaenquevaaentrarlacabalgata;vos,señorcapitán, cuando la puerta de la galería esté cerrada, disponed, que se halleprontounpiquetededocehombresconlasarmascargadas,porloquepuedaacontecer.Ahoraseguid,queyonolospierdodevista.

Lenet no tuvo que trabajar mucho para llenar el cometido que se habíaimpuesto a símismo; pues ni Cauviñac ni sus compañerosmanifestaban elmenordeseodehuir.

Cauviñacmarchaba en primera línea, retorciendo galanamente su bigote,porqueconocíademasiadoasujefeyestabasegurodequenoiríaaencerrarseen una gazapera, si la gazapera no tuviese otra segunda salida, en cuanto aBarrabásysusotros trescompañeros, seguíanalcapitánya su teniente, sinpensarmásqueenlaexcelentecenaquelesaguardaba,éstoseran,ensuma,unoshombresmuymateriales,queabandonabancontodoeldescuidolaparteintelectualde las relacionessocialesasusdos jefesenquienes teníanenteraconfianza.

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Todosehizosegún laprevisióndelconsejero,yseejecutóconarregloasus órdenes.La princesa tomó asiento bajo un dosel que le servía de trono,teniendoasuladoasuhijo,vestidodelamaneraqueyahemosreferido.

Todossemirabanunosaotros,alverqueprobablementeibanaescucharundiscurso,cuandoseleshabíaprometidounacena.Conefecto,laprincesaselevantóytomólapalabra.

La arenga fue alarmante. Clemencia deMallé Brezé no guardó esta vezconsideraciónalguna,demostrando todoelenconoque teníaaMazarino, losoyentes,porsuparteelectrizadosconelrecuerdodelaafrentacausadaatodalanoblezadeFranciaenlapersonadelospríncipes,ytalvezmásaun,porlaesperanzadedictarbuenascondicionesenlacorteencasodeunbuensuceso,interrumpieron dos o tres veces el discurso de la princesa, jurando a vocesservir fielmente la causa de la ilustre casa deCondé, y ayudarle a salir delabatimientoaqueMazarinotratabadereducirla.

—Así,pues,señores—añadiólaprincesaalterminarsuarenga—,ésteesel concurso de vuestra bravura, el ofrecimiento de vuestra lealtad, que avuestros corazones generosos demanda este huérfano que aquí veis. Si soisnuestros amigos, y como tales os habéis presentado aquí, al menos, ¿quépodéishacerpornosotros?

Entonces, después de un momento de silencio lleno de solemnidad, dioprincipiolaescena,alavezmásgrandeymásinteresantequepudieraverse.

Unodelosnoblesseiniciósaludandorespetuosamentealaprincesa,yledijo:

—YomellamoGerardodeMontalent,ytraigoconmigocuatrocaballerosamigosmíos.Tenemosentretodoscincobuenasespadasydosmildoblones,que presentamos al servicio de Su Alteza el príncipe. Aquí tenéis nuestracredencialfirmadaporelseñorduquedeLarochefoucault.

Laprincesadevolvióelsaludoasuvez,tomólacredencialdemanosdelcaballero,laentregóaLenet,ehizoseñaalosnoblesdepasaraladerecha.

Apenas hubieron estos ocupado el puesto indicado, se acercó otrocaballero,ydijo:

—Yo me llamo Claudio Raoul de Lessac, conde de Clermont; meacompañan seis nobles amigos míos. Cada uno traemos mil pistolas, quedeseamos se nos permita depositar en el tesoro deVuestraAlteza, venimosarmadosyequipados,yunsimplesueldodiarionosbastará.AquíestánuestracredencialfirmadaporelseñorduquedeBouillón.

—Pasad a mi derecha, señores, y no dudéis de mi gratitud —dijo laprincesa tomando lacartadeBouillón,queexaminócomo laprimera,yque

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comoaquéllapasódespuésamanosdeLenet.Loscaballerosobedecieron.

—YomellamoLuisFernandodeLorges,condedeDuras—dijoentoncesun tercer caballero—. No traigo amigos ni dinero; mi fuerza y mi riquezaconsisten sólo en mi espada, con la que me he abierto paso a través delenemigo,porquemehallaba sitiadoenBellegarde.TomadmicredencialdelseñorvizcondedeTurrena.

—Venid, venid, caballero —dijo la princesa tomando con una mano lacredencial,ydándoleabesarlaotra.

—Venid,ypermanecedamilado,oshagounodemisoficiales.Losdemásnobles fueron imitando el ejemplo de los anteriores, cada cual traía sucredencial,yadelseñordeLarochefoucault,delseñorBouillónodelseñordeTurrena,cadacualentregabasucredencialypasabadespuésaladerechadelaprincesa.Cuandoel ladoderechoestuvo lleno, laprincesamandópasara laizquierdalosrestantes.

Deestemodosefuedesocupandolasalapocoapoco;ynotardómuchoenquedarsesoloCauviñacconsusesbirros,formandoungruposolitario,contraelcualmurmurabanlosotroscondesconfianzalanzándolemiradascoléricasyamenazadoras.

Lenetdirigióhacialapuertaunaojeada.Lapuertaestababiencerrada,yélsabía que detrás de ella estaba el capitán con una docena de hombres bienarmados.

Entonces,dirigiéndosealosdesconocidos,lesdijo:

—Vosotros,señores,¿quiénessois?¿Nosharéiselhonordenombrarosydemostrarnosvuestrascredenciales?

Desdeelprincipiodeestaescena,cuyodesenlaceinquietabanenextremola inteligenciaconocidadeFerguzón, sehabíadifundido sobre su semblanteuna sombría inquietud,y esta inquietud sehabía comunicadopocoapocoasus compañeros que, como Lenet, miraban hacia la puerta; pero su jefe,majestuosamentearrebozadoensucapa,habíapermanecido tranquilo,ya lainvitacióndeLenet,dandodospasosadelanteysaludandoalaprincesa,dijo:

—Señora, yo me llamo Rolando de Cauviñac, y traigo al servicio deVuestraAltezaesoscincohidalgos,quepertenecenalasprimerasfamiliasdeGuiena,peroquedeseanconservarelincógnito.

—Pero sin duda no habréis venido a Chantilly sin haber sidorecomendadosporalguien,señores—dijolaprincesasobresaltadaconlaideadel alboroto que iba a resultar de la prisión de aquellos seis hombressospechosos—.¿Dóndeestánvuestrascredenciales?

Cauviñac se inclinó reconociendo la justicia de esta demanda, metió la

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manoenelbolsilloysacódeélunpapelhechocuatrodobleces,queentregóaLenetconelmásprofundosaludo.

Lenet le abrió, leyó, y con la más festiva expresión vino a calmar susfaccionescontraídasporunaaprensiónmuynatural.MientrasqueleíaLenet,Cauviñacrecorríaconmiradadetriunfolosgruposdelosasistentes.

—Señora—dijoLenetenvozbajainclinándosealoídodelaprincesa—;vedquéfortuna,¡unafirmaenblancodelduquedeEpernón!

—Caballero—dijo laprincesacon lasonrisamásplacentera—, ¡gracias!¡Tresvecesgracias,pormiesposo,pormíypormihijo!

Lasorpresahabíaenmudecidoatodoslosespectadores.

—Caballero—dijoLenet—,estepliegoesdemasiadointeresanteparaqueintentéiscedérnoslesincondición.Estanoche,despuésdelacena,siosparecebien,hablaremos,ymediréisenquépodemosserosútiles.

YLenetguardóensufaltriqueralafirmaqueCauviñactuvoladelicadezadenoreclamarle.

—Ybien—dijoCauviñacasuscompañeros—,¿nooshabíadichoqueosconvidabaacenarconelseñorduquedeEnghien?

—Alamesa,señores—dijolaprincesa.

Aestaspalabrasseabrieronlasdoshojasdelapuertalateral,quedabanalagrangaleríadelcastillo,yseviounamagníficacena.

Ésta fue animadísima, la saluddel príncipe fue tomadapor temamásdediez veces en los brindis, y acogía su aclamación casi de rodillas por losconvidados,conespadaenmanoeimprecacionescontraMazarino,capacesdehundirlosmuros.

TodoshicieronelhonoralaexcelentemesadeChantilly;hastaFerguzón,elprudenteFerguzón,sedejóllevardelatractivodelosvinosdeBorgoña,conlosqueporprimeraveztrababaconocimiento.FerguzóneradelaGascuña,ynosehabíahalladohastaentoncesenelcasodeapreciarotrosvinosquelosdesupaís,queconsiderabaexcelentes,peroque,sihemosdedarcréditoalduquedeSanSimón,nogozabanaúnenaquellaépocadeungranrenombre.

No sucedía esto a Cauviñac, justo apreciador del valor de los frutos deMoulin-á-Vent,Nutis yChambertín, no hacía de ellosmás que un consumorazonable. No olvidando la soplada sonrisa de Lenet, conocía que le eranecesariatodasurazónparahacerconelastutoconsejerountratodelquenotuviese que arrepentirse; esta conducta llamó la admiración de Ferguzón,Barrabás y sus tres compañeros, que ignorando la causa de su templanza,llevaronsusimplezahastaelextremodepensarquesujefesufríalosefectos

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deuníntimoarrepentimiento.

Alterminarselacena,comoempezasenasermásfrecuenteslaslibaciones,desapareciólaprincesa,llevándoseconsigoalduquedeEnghien,ydejandoasus convidados en libertad de prolongar su festín hasta cuando mejor lespareciese.Alfin,todosehabíallevadoacabosegúnsusdeseos;ydeellohizoalaviudaunareseñacircunstanciada,refiriéndolelaescenadelsalónylacenade la galería, omitiendo solamente las palabras que Lenet le había dicho aloídoenelmomentodelevantarsedelamesa.

—NoolvideVuestraAltezaquedebemospartiralasdiez.

Yaerancercadelasnueve,ylaprincesaempezósuspreparativos.Duranteeste tiempo, Lenet y Cauviñac cambiaron una mirada. Lenet se levantó, yCauviñachizootrotanto,Lenetsalióporunapuertecitasituadaenunángulodelagalería,Cauviñaccomprendiólamaniobra,ylesiguió.

LenetcondujoaCauviñacasugabinete,elaventureroibadetrásdeélconaire indiferente y confiado; pero no obstante, según andaba, su manoacariciabaaldescuidolaempuñaduradeunlargopuñal,prendidoasucintura,y su rápida y ardiente mirada penetraba con atención pasajera las puertasentreabiertasylastapiceríasflotantes.

Aunque no temía precisamente que se le vendiese, tenía no obstante lacostumbredeestarsiempreprevenidocontralatraición.

Asíquellegaronalgabinete,queestabamedioiluminadoporunalámpara,perodecuyasoledaderafácilasegurarseaunsólogolpedevista,indicóLenetconlamanounasillaaCauviñac.Éstesesentóaunladodelamesa,próximoalalámparaqueardíasobreella,yLenetalopuesto.

—Caballero —dijo Lenet— por captarse desde luego la confianza delhidalgo,antetodaslascosas,ahítenéisvuestrafirmaenblanco.Ospertenece,comovuestra,¿noescierto?

—Caballero—contestóCauviñac—,esunacosaquepertenecealprimeroque la ocupe, pues que, como podéis ver, debajo del nombre del señor deEpernónnohayningúnotro.

—Al preguntaros si os pertenece, quiero decir, si la poseéis conconsentimientodelduquedeEpernón.

—Laherecibidodesupropiamano,caballero.

—Según eso, no es ni sustraídani arrebatada conviolencia, nodigoporvos,sinoporcualquierotrodequienlahubieserecibido.¿Nopodéis,talvez,haberlaadquiridoporsegundamano?

—Osdigoquemehasidodadaporelduque,debuengrado,yatítulode

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cambiocontraunpapelqueyoleheentregado.

—¿YhabéiscontraídoconelduquedeEpernónlaobligacióndeemplearestedocumentoencosadeterminada?

—NomehecomprometidoanadaconelduquedeEpernón.

—¿Yelquelaposeapuedeusardeellacontodaseguridad?

—Sí,puede.

—Entonces,¿porquénousáisvosmismodeella?

—Porqueconservandoyoesafirmaenblanco,nopuedoobtenermásqueunacosa,mientrasquecediéndooslapuedoconseguirdos.

—¿Ycuálessonesasdoscosas?

—Enprimerlugar,dinero.

—Noletenemos.

—Serérazonable.

—¿Ylasegunda?

—Unempleoenelejércitodelospríncipes.

—Losseñorespríncipesnotienenejército.

—Letendrán.

—¿Noosconvendríamejorundespachoparaaliarunacompañía?

—Justamenteosloibaaproponer.

—¿Nofaltamásqueeldinero?

—Síeldinerofalta.

—¿Quécantidaddeseáis?

—Diezmillibras,yaoshedichoqueseríarazonable.

—¡Diezmillibras!

—Sí;necesitoprecisamentehaceralgunosadelantosparaarmaryequiparamigente.

—Enefecto,noesdemasiado.

—¿Consentís?

—Esnegocioconcluido.

Lenet sacó un despacho firmado, le llenó con los nombres que le dijoCauviñac, estampó en él el sello de la princesa, y se lo entregó, después,

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abriendounaespeciedecajaderesorte,en laqueestabaencerradoel tesorodelejércitorebelde,sacódeelladiezmillibrasenoro,quealineóenpilasdeveinteluisescadauna.

Cauviñaclascontóescrupulosamente,unasdespuésdeotras,yalllegaralaúltimahizoseñaconlacabezaaLenet,indicándolequelafirmaenblancoquedabaensupoder.

Lenet la tomóy la puso en la caja de resorte, creyendo sindudaqueunpapeltanpreciosonopodíaguardarsemejor.

EnelmomentodeguardarLenetensubolsillolallavedelacaja,entróconprecipitación un criado a decirle que se le llamaba para un negocio deimportancia.

Enseguida Lenet y Cauviñac salieron del gabinete; Lenet para seguir alcriado, y Cauviñac para volver a la sala del festín. Durante este tiempo, laprincesahacíasuspreparativosdemarcha,queconsistíanencambiarsutrajede corte con otro de amazona, cómodo a la vez para carruaje y caballo, enentresacar sus papeles, a fin de quemar los inútiles y llevarse los queinteresaban,yenreunirporúltimo,susdiamantes,quehabíahechodesmontar,con el objeto de que ocupasen menos hueco, y el poder en una ocasiónapremiantesacarpartidodeellosconmásfacilidad.

ElduquedeEnghien teníaque llevarel trajequesehabíapuestopara lacorridadecaza,enatenciónaquenohabíatiempomásqueparahacerleaquél.Su escuderoVialas debía caminar constantemente a la portezuela del coche,montadoensucaballoblanco,a findeacomodarleenelsillínysalirconélescape si fuese necesario. Temiendo que se durmiese, se le había hecho aPericoquevinieraajugarconél;peroerainútilestaprecaución,elorgullodeversevestidodehombrelemanteníadespierto.

PuestoslostirosocultamentealoscarruajescomoparaconduciraParísala señora vizcondesa de Cambes, habían sido llevados aquéllos a una callesombría de castaños de Indias, en donde era imposible descubrirlos, con lasportezuelasabiertasy loscocherosenlospescantes,esperabanaunosveintepasosdelrastrilloprincipal.

Sólo se aguardaba la señal, que debían ser una tocata de cuernos. Laprincesa, teniendo fijos los ojos en el reloj de pared, quemarcaba las diezmenoscincominutos,selevantóporúltimo,ysedirigióalduquedeEnghienparatomarledelamano,cuandodeprontoseabrióprecipitadamentelapuerta,yLenetentró,omejordicho,searrojóenlasala.

Alversurostropálidoylaturbacióndesumirada,laprincesapalidecióyseturbóasuvez.

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—¡Oh,Diosmío!—ledijoéstadirigiéndosehaciaél—,¿qué tenéis,quéhay?

—Hay—le contestó Lenet con voz entrecortada por la emoción—, queacabadellegaruncaballero,quesolicitahablarosennombredelrey.

—¡GranDios!—exclamólaprincesa—,¡estamosperdidos!

—¿Yquéharemos,miqueridoLenet?

—Sólounacosa.

—¿Cuál?

—Desnudarenelmomentoal señorduquedeEnghien,yponeraPericosusvestidos.

—YonoquieroquesemequitemiropaparadárselaaPerico,—exclamóeljovenpríncipe,próximoadeshacerseenlágrimasaestasolaidea;mientrasquePerico,enelcolmodesualegría,creíahaberoídomal.

—Espreciso,monseñor—dijoLenetconeseacentopoderosoqueocurreenlasocasionesgraves,yqueescapazdeimpresionarhastaaunchiquillo—;sinoconsentís—continuóelconsejero—,vaisaserconducidoahoramismoconvuestramamáalaprisióndelseñorpríncipevuestropadre.

ElduquedeEnghienguardósilencio;masPerico,porelcontrario,incapazdedominar sus sentimientos, sedejaba llevardeuna indecible explosióndejúbiloydeorgullo,sellevaronalosdosaunasalabajainmediataalacapilla,dondedebíaejecutarselametamorfosis.

—Por fortuna—dijoLenet—, laseñoraviudaestáaquíqueanoserporesto,quizánoshubierafastidiadoeltalMazarino.

—¿Porqué?

—Porqueelmensajerohadebidoempezarporvisitaralaseñoraviuda,yenestemomentoseencuentraensuantesala.

—Peroesemensajerodelreynoesotracosaqueunvigilante,sinduda,unespíaquenosmandalacorte.

—VuestraAltezalohadicho.

—Suconsignadebeserdenoperdernosdevista.

—Sí,pero,¿quélehace,sinoesavosaquiénverá?

Lenetsesonrió.

—Yomeentiendo,señora,yrespondodetodo.HacedquePericosevistadePríncipe,yqueelpríncipesevistadejardinero;yomeencargodeenseñara

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Pericosulección.

—¡Oh,Diosmío!Dejarpartiramihijosolo.

—Vuestrohijo,señora,partiráconsumadre.

—Esimposible.

—¿Por qué? Del mismomodo que se ha encontrado un falso duque deEnghien,seencontrarátambiénfácilmenteunafalsaprincesadeCondé.

—¡Oh!Ahoraya lo comprendo,mibuenLenet,miqueridoLenet; pero,¿quiénmerepresentará?—añadiólaprincesaconciertainquietud.

—Tranquilizaos, señora —respondió el imperturbable consejero—; laprincesadeCondédequequierovalermeyaquiendestinoa laobservacióndel espía de Mazarino, acaba de desnudarse apresuradamente, y en estemomentoseestámetiendoenvuestracama.

Expliquemos cómo había pasado la escena de queLenet acababa de darcuentaalaprincesa.

Mientrasqueloscaballeroscontinuabanenlasaladelconviteybrindandoa la salud de dos príncipes y maldiciendo aMazarino; mientras que LenettratabaensugabineteconCauviñac,sobreelcambiodelafirmaenblanco;ymientras hacía la princesa sus últimos preparativos de viaje, se habíapresentado un caballero en el rastrillo principal del castillo, seguido de sulacayo.

Elconserje lehabíaabierto,perodelconserjehabíaencontradoel reciénvenidoalalabarderoqueyaconocemos.

—¿Dedóndevenís?—lepreguntóéste.

—DeMantes—respondióelcaballero.

Hastaaquítodoibabien.

—¿Adóndevais?—continuóelalabardero.

—AhablarconlaseñoraprincesaviudadeCondeenprimer lugar;averdespués a la señora princesa, y últimamente a su hijo el señor duque deEnghien.

—¡Nosepuedeentrar!—dijoelalabarderoasestandosualabarda.

—¡Por orden del rey! —contestó el caballero sacando un papel de subolsillo.

Aestasformidablespalabrasseinclinólaalabarda,elcentinelallamó,asuvozunoficialdelacasa,yhabiendoentregadosucredencialelmensajerodeSuMajestad,fueintroducidoinmediatamenteenlashabitaciones.

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Por fortuna Chantilly era grande, y los aposentos de la señora duquesaviudaestabanbastantedistantesde lagaleríaenque tenían lugar lasúltimasescenasdelestrepitosofestín,cuyaprimerapartehemosdelineado.

Sielmensajerohubierasolicitadoenprimerlugarveralaprincesayasuhijo; pero la etiqueta exigía que ante todo saludase a la princesamadre. ElprimercamarerolehizoentrarenunextensogabinetecontiguoaldormitoriodeSuAlteza.

—Disimulad,caballero—ledijoaquél—,SuAltezasesintió indispuestasúbitamenteantesdeayer,yacabandesangrarlaporterceraveznohacedoshoras.Voy a anunciarle vuestra, llegada, y dentro de unmomento tendré elhonordeintroduciros.

Elcaballerohizounaseñaldeasentimientoconlacabeza,yquedósolosinapercibir que le espiaban por el hueco de las cerraduras, tratando dereconocerle.

En primer lugar Lenet; después Vialas, el escudero del príncipe, yúltimamenteLaRoussiére,elcapitándecazas.

Dadocasoquealgunodelostreslehubiesereconocido,hubieraentrado,ysopretextodeacompañarle,sehabíahechocargodedistraerleafindeganartiempo.

Peroningunodeellospudoconoceralquetantointerésseteníaenganar.Era ésteunbello jovenvestidoconuniformede infantería, yque al parecerestaba como disgustado, pudiendo traducirse que este disgusto seríaocasionadotalvezporlamisióndequeestabaencargado.

Se puso a mirar los retratos de familia y el mueblaje del gabinete,deteniéndoseparticularmente ante el retratode la princesaviuda, ante quienibaaserintroducido,elcualhabíasidohechoenlosmásbellostiemposdesujuventudydesuhermosura.

Fielasupromesa,elcamarerovolvióalcabodealgunosminutosenbuscadelcaballeroparaconducirleantelaprincesamadre.CarlotadeMontmorencysehabíaincorporadoenellecho;sumédicoBourdelotacababadesepararsedesu cabecera; y encontrando en el umbral de la puerta al oficial, le hizo unsaludomuyceremonioso,queledevolvióaquélenlamismaforma.

Cuando la princesa sintió los pasos del enviado y oyó palabras quecambiaba con el médico, hizo una seña rápida en dirección al espacio quemediaba entre la cama y la pared, y entonces se movió casiimperceptiblemente durante dos o tres segundos la colgadura de pesadosflecosquerodeanellecho,aexcepcióndelcostadoquelaviudahabíaabiertopararecibirlavisita.

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Hallábase en efecto entre la colgadura y la pared la joven princesa deCondé y Lenet, que habían entrado por una puerta secreta practicada en laensambladura, y estaban impacientes por saber desde el principio de laconversación,loquepodíavenirahaceraChantillycercadelasprincesaselmensajerodelrey.

Eloficialdiotrespasosenlasala,ysaludóconunrespetoquenoprocedíasólodelasreglasdeetiqueta.

La señora viuda había dilatado sus grandes ojos negros con el aireimponentedeunareinapróximaaencolerizarse;susilencioseparecíaalqueprecedea la tempestad.Sumano,deunablancuramate,emblanquecidaaunmásporlastressangríasquehabíasufrido,hizoseñaalmensajeroparaqueleentregaraeldespachodequeeraportador.

El capitán extendió su mano hacia la de la princesa, y la entregórespetuosamenteelpliegodeAnadeAustria;despuésdelocualesperóquelaprincesahubieseleídolascuatrolíneasquecontenía.

—¡Muy bien!—dijo la viuda doblando el papel con mucha sangre fríapara que no fuese afectada—.Comprendo la intención de la reina, pormuyenvueltaquevengaentrepalabrasatentas,soyvuestraprisionera.

—¡Señora!—profirióeloficialconembarazo.

—Prisionera fácil de guardar, caballero—añadió la señora de Condé—,puesnomehalloenestadodeirmuylejos;yademástengouncentinelamuysevero,comohabréispodidoveralentraraquí,enmimédicoBourdelot.

Diciendo estas palabras, fijó la viuda sus ojos en el mensajero, cuyafisonomía le pareció bastante agradable para disminuir en algún tanto laamargaacogidadebidaalportadordesemejanteorden.

—Ya sabía yo que el señor de Mazarino era capaz de violencias muyindignas; pero jamás le creí tanmiedoso, que temiese a una pobre ancianaenferma,aunaviudainfelizyaunniño.Porqueyocreoquelaordendequesoisportadorconciernetambiénamihijalaprincesayalduqueminieto.

—Señora—dijoeljoven—,sentiríainfinitoqueVuestraAltezaseresientacontramí,porhabertenidoladesgraciadecumplirforzosamenteestamisión.YohellegadoaMantesconduciendounmensajeparalareina,enlapostdatadelmensaje se recomendaba elmensajero a SuMajestad, la reina entoncestuvo la bondad de decirme que me quedase a su lado, añadiendo queprobablementetendríanecesidaddemisservicios.Alosdosdíaslareinamemandaveniraquí;peroalaceptar,comoeramideber,lamisióncualquieraquefuese,queSuMajestadsedignaseconfiarme,meatreveréadecirquenilahesolicitado,nihabíadejadoderehusarla,silosreyesfuesenpersonasaquienes

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selespudieserehusarningunacosa.

Y diciendo estas palabras, el oficial se inclinó por segunda vez, tanrespetuosamentecomolohabíahecholaprimera.

—Auguro bien de vuestra explicación; y después de haberos escuchadohablarenesostérminos,esperopodersoportartranquilamentemienfermedad.Sinembargo,caballero,notengáisningúnreparoendecirmeconfranquezalaverdad.¿Semevigilaráhastaenmiaposento,comosehaceconmipobrehijoen Vincennes? Si se permite escribir, ¿mis cartas serán o no revisadas? Si,contra toda apariencia, esta enfermedad me permite levantarme acaso, ¿selimitaránmispaseos?

—Señora —respondió el oficial—, escuchad la consigna que la reinamismamehadispensadoelhonordedarme:

«Id,mehadichoSuMajestad,yafirmadamiprimadeCondéqueharéporlospríncipestodocuantopermitalaseguridaddelEstado.Pormediodeestacartaleruegorecibaaunodemisoficiales,elcualpuedeservirdemedianeroentreellayyo,paralosmensajesquemequieradirigir.Esteoficial—dijolareina—seréisvos».

—Éstas—continuó el joven con lasmismas demostraciones respetuosas—, son, señora, las propias palabras de Su Majestad. La princesa habíaescuchadoeste relatocon lamismaatenciónqueseponeparasorprenderenuna nota diplomática el sentido que resulta frecuentemente de una palabracolocadacontalocualcondición,odeunacentopuestoentalocuallugar.

Después de un instante de reflexión, viendo la princesa sin duda en estemensaje todo cuandohabía temidoencontrar en él desde luego, esdecir, unespionajeíntimo,semordióloslabios,ydijo:

—HabitaréisenChantilly,caballero,conformándomeconlosdeseosdelareina; además, diréis qué aposento os será más agradable y cómodo, y letendréis.

—Señora—respondióelcaballerofrunciendoligeramenteelentrecejo—;yahe tenidoelhonordeexplicaraVuestraAltezamuchomásde loquemepermitenmisinstrucciones.Yo,pobreoficial,ysobretodomalcortesano,mehallo peligrosamente colocado enfrente de la cólera de Vuestra Alteza y laorden de la reina, y en este caso me parece que Vuestra Alteza pudierademostrar su generosidad absteniéndose de mortificar a un hombre, quesolamente es un instrumento pasivo.Muy sensibleme es, señora, tener quehacerloquelareinamanda.Mideber,esobedecerreligiosamentelasórdenesdelareina.Lohedicho,ylorepito;jamáshabríasolicitadoestacomisión,ymealegraríadequeselehubieseordenadoaotro,meparecequeestoesdecirbastante…

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Yeloficiallevantólacabezaconunruborquehizoruborizarporelmismoestilolafrentealtaneradelaprincesa.

—Caballero—replicó ésta—, sea cualquiera el rango de la sociedad enquenoshallemoscolocados,comohabéisdichomuybien,debemosobedecera SuMajestad. Yo seguiré el ejemplo queme dais, y obedeceré como vos;perodecualquiermododebéisconocerqueesmuyduronopoderrecibirunoensucasaaundignohidalgocomovos,conlalibertaddehacerleloshonoresquecorresponden.

Desdeesteinstantesoisaquíeldueño,ypodéismandar.Eloficialsaludóprofundamentealaprincesa,yreplicó:

—Señora, Dios quiera que yo no olvide la distancia que me separa deVuestraAltezayelrespetoquedeboasucasa.

—Vuestra Alteza continuará mandando aquí, y yo seré el primero devuestrosservidores.

A estas palabras el joven se retiró sin encogimiento, sin servilismo nialtanería,dejandoa laviudaagitadaporuna ira,más intensa,cuantoquenopodíahacerpresadeellaaunmensajerotandiscretoyrespetuoso.

Almismo tiempo la conversación rápida que se suscitó en el hueco quemediabaentreeltesteroylacama,tocanteaMazarino,habríapodidoaniquilaralministro,silasmaldicionestuviesenelpoderdematarcomolosproyectiles.

Elcaballeroencontróenlaantesalaallacayoqueleintrodujo.

—Señor —dijo éste acercándose al mensajero—, la señora princesa deCondé,dequienhabéissolicitadoaudienciadepartedelareina,consienteenrecibiros.Sitenéisabienseguirme…Eloficialcomprendióestegiro,dirigidosóloasalvarelorgullode lasprincesas,ysemostró tanreconocidoal favorque se le dispensaba, como si este favor no fuese impuesto por una ordensuperior.Atravesóvarios aposentosprecedidopor el camarero, llegandoporúltimoalapuertadeldormitoriodelaprincesa.Enestemomentoelcamarerosevolvióydijo:

—Laseñoraprincesa,porestarfatigadadelacaza,sehametidoencamayosrecibiráacostada.¿Aquiéndeboanunciar?

—Al barón de Canolles, de parte de Su Majestad la reina regente —respondióelcaballero.

A este nombre, que la pretendida princesa oyó desde su lecho, hizo unmovimientodesorpresatal,queaservisto,habríacomprometidosindudasuidentidad.Bajóprecipitadamenteconlamanoderechahastalosojossucofia,mientrasqueconlaizquierdacorríahastasubarbalaricacortinadelacama.

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—Queentre—dijoconvozalterada.

Eloficialentró.

XII

Lafingidaprincesa

Canolles fue introducido en unamagnífica sala cubierta de una tapiceríaoscura,yalumbradatansóloporunalámparademariposacolocadasobreunarepisaentredosventanas,alaescasaluzquedaba,podíacontododistinguirseencimadelalámparauncuadrogrande,querepresentabaaunamujerenpieconunniñodelamano.

Entodaslascornisasdeloscuatroángulos,brillabantreslisesdeoro,quesólosediferenciabandelasfloresdelisdeFrancia,enunabandacolocadaenel centro. Por último, en el fondo de una extensa alcoba, donde apenaspenetrabalatrémulaydébilluz,sedistinguíadetrásdelaspesadascortinasdeunacama,lamujerenquienelnombredelbaróndeCanolleshabíaproducidounefectotansingular.

El caballero ejecutó la fórmula de estilo, es decir, dio los tres pasos derigor,saludó,yavanzóotrostrespasosmás.Entoncesdoscamareras,quesindudahabíanayudadoadesnudaralaseñoradeCondé,seretiraron,elayudadecámaracerrólapuerta,yCanollesseencontrósoloconlaprincesa.

No correspondía a Canolles entablar la conversación, y por lo mismoesperó que se le dirigiese la palabra; pero como la princesa por su parteparecía obstinarse en guardar silencio, juzgó el joven oficial que valíamásatropellarlasreglasdeetiqueta,quecontinuarmástiempoenunaposicióntanembarazosa.Sinembargo,élnodudabaquelatempestadcontenidaenaquelsilenciodesdeñoso,teníaqueestallarseguramentealasprimeraspalabrasquele interrumpiesen, y que iba a tener que sufrir las iras deunaprincesa,másformidableaúnquelaprimera,cuantoqueeramásjovenymásinteresantelapersona de que procediera. El exceso mismo de la afrenta que se le hacía,enardeció al joven hidalgo; e inclinándose por tercera vez, según lacircunstancia loexigía,esdecir, conunsaludo firmeycompasado,presagiodelmalhumorquehervíaensucerebrodeGascón,dijo:

—Señora,hetenidoelhonordesolicitardepartedeSuMajestadlareinaregente, una audiencia de Vuestra Alteza, y Vuestra Alteza se ha dignadoconcedérmela. ¿Queréis ahoraponer colmoavuestrasbondades, dándomeaentenderpormediodeunapalabra, odeun signo, quehabéis tenido abienapercibirosdemipresencia,yqueestáisprontaaescucharme?

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Canollesconocióqueseleibaacontestar,aladvertirunligeromovimientoenlascortinasyenlacubiertadelacama;yenefecto,dejóseoírunavozcasiahogadaporunaexcesivaemoción.

—Hablad,caballero—dijolavoz—,yaosescucho.

Canollestomóuntonooratorio,yempezóasí:

—Su majestad la reina me envía cerca de vos, señora, para asegurar aVuestraAlteza el deseo que tiene de continuar en sus buenas relaciones deamistad…

Hízose un movimiento imperceptible entre la cama y la pared; y laprincesa,interrumpiendoalorador,dijoconvozentrecortada:

—Caballero,nohabléismásdelaamistadquehayentreSumajestadylacasadeCondé,laspruebasdelocontrarioseencuentranenloscalabozosdelatorredeVincennes.

—Sinduda—dijoparasíCanolles—parecequesehandadolamanopararepetirmelomismo.

Durante este tiempo se operó al otro lado de la cama un nuevomovimiento, que no percibió el mensajero, gracias a lo embarazoso de suposición.Laprincesacontinuó:

—Yporúltimo,caballero,¿quéqueréis?

—Yo nada quiero, señora —dijo Canolles irguiendo su frente—, SuMajestad la reina es quienhaqueridoqueyopenetre en este castillo, que apesardeloindignoquesoydeestehonor,hagacompañíaaVuestraAltezayquecontribuyaencuantomeseadablearestablecerlabuenaarmoníaentrelospríncipesdesangrereal,desunidossinmotivoentiempostandolorosos.

—¡Sin motivo! —exclamó la princesa—. ¡Habéis dicho que nuestrorompimientocarecedemotivo!

—Perdonad, señora —repuso Canolles—. Yo no soy juez, sino simpleintérprete.

—Yconlaideaderestablecerestabuenaarmonía,lareinamehadeespiar,bajopretexto…

—Luego—dijoCanollesexasperado—,¡yosoyunespía!¡Seescapóesapalabra!YdoygraciasaVuestraAltezaporsuingenuidad.

YenladesesperaciónqueempezabaaapoderarsedeCanolles,hizounodeesos airososmovimientos que buscan con tanta avidez los pintores para suscuadrosinanimados;ylosactoresparasuscuadrosvivos.

—Está dicho, convenimos en que soy un espía —continuó Canolles—.

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¡Puesbien,señora!Tratadmecomosetrataatalesmiserables;olvidadquesoyelenviadodeunareina;queestareinarespondedetodosmisactos,yquenosoy más que un átomo que se mueve al impulso de su soplo. Haced quevuestros lacayos me echen a la calle; disponed que vuestros caballeros mematen,oponedamifrentepersonasaquienespuedaresponderconelpaloocon la espada; pero tened la bondad de no insultar con tanta crueldad a unoficialquea lavez llenasudeberde soldadoysúbdito,vos, señora,queoshalláis colocada en tan elevado puesto por el nacimiento, el mérito y ladesgracia.

Estaspalabras,salidasdelcorazón,dolorosascomoungemido,punzantescomounaqueja,debíanproduciryprodujeronsuefecto.Aloírlas,laprincesaseincorporóapoyándoseenelcodo,yconojosbrillantes,lamanotrémulaydirigiendoungestollenodeangustiaalmensajero,ledijo:

—NoquieraDiosque seami intención insultar aun caballero tanbravocomovos.No,señordeCanolles,no,yonodudodevuestralealtad.Corregidmispalabras;convengoenquesonofensivas,yyonohequeridoofenderos.No, no, vos sois unnoble caballero, señor barón, os hagoplenay completajusticia.

Y como para decir estas palabras la princesa, arrastrada sin duda por elmovimientogenerosoqueselasarrancabadelcorazón,habíaavanzado,asupesar,fueradelasombradeldoselformadoporlascortinasdel lecho;comopudoversesufrenteblancadebajodesucofia,susrubioscabellosdivididosentrenzas,suslabiosdeunencendidocarmín,susojoshúmedosyapacibles,Canollesseestremecióasuvista,porqueacababaderepresentárselecomounavisión; porque creyó respirar de nuevo un perfume cuyo recuerdo solo leembriagaba.Selefiguróqueseabríaantesusojosunadeesaspuertasdeoropordondeaparecenloshermosossueños,paramostrarleenposunenjambrebulliciosoderisueñospensamientosydegocesdeamor.Sumiradasefijómásfirme y penetrante en la cama de la princesa; y en el corto espacio de unsegundo,durantelarápidaluzdeunrelámpagoqueiluminabatodolopasado,reconocióenlaprincesaacostadadelantedeélalvizcondedeCambes.

Desdealgunosinstanteseratalsuagitación,quelafingidaprincesapudoachacarla al desagradable reproche que le había hecho sufrir tanto; y comoademáselmovimientoquehabíahechonoduró,comohemosdicho,másqueun instante, habiendo tenido cuidado de ocultarse casi en el acto bajo lasombra,encubrirdenuevosusojos,yesconderenelmismoinstantesublancaydelicadamano,quepodíadescubrirsuincógnito,probónosinemoción,peroalmenossininquietud,aseguirlaconversaciónenelpuntoenquehabíasidointerrumpida.

—¿Decíais,caballero?…—dijolajoven.

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Pero Canolles estaba deslumbrado, fascinado, las visiones pasaban ycruzabanpordelantedesusojos,susideasseembrollaban,perdíalamemoriay el sentido, y ya iba a faltar al respeto preguntando.Un sólo instinto, queacaso pone Dios en el corazón de los que aman, y que lasmujeres llamantimidez,aunquesóloesavaricia,aconsejóaCanollesdisimularaún,esperarynoperdersusueño,nicomprometerconunapalabraimprudenteyprematuralafelicidaddetodasuvida.

No añadió ni ungesto, ni una sola palabra a lo que estrictamente queríahacerydecir.¿Quéseríadeél,siaquellagranprincesaveníadesdeluegoenconocimiento de su observación; si le tomaba entre ojos en su castillo deChantilly como ya había desconfiado de él en el parador del «Becerro deOro»; si volvía a pensar en una ofensa ya olvidada, y si creía queaprovechándosedeun títulooficial,deun título real,queríaélcontinuarsuspersecuciones,perdonablesparaconelvizcondeolavizcondesadeCambes,peroinsolentesycasicriminalestratándosedeunaprincesadesangre?

—¿Perocómoesposible—dijoparasí—queunaprincesadeestenombreydeesterangohayaviajadosolaconunescuderonomás?

Ycomosiempreaconteceentalesocasiones,quealvacilarytrastornarseelespíritubuscaalgunacosaenqueapoyarse,Canollesdesvanecidomiróasualrededor,ysusojossedetuvieronenelretratodelamujerquellevabadelamanoasuhijo.

Asuvistaunaluzrepentinapasóporsualma,yasupesardiounpasoparaaproximarsealcuadro.

Por otro lado la supuesta princesa no pudo reprimir un grito ligero; ycuandoaestegritosevolvióCanolles,vioquesurostro,yamediocubierto,sehabíaocultadodeltodo.

—¡Oh!—dijoparasíCanolles—;¿quésignificaesto?OeslaprincesalaqueyoheencontradoenelcaminodeBurdeos,osemeburlaconastucia,ynoesellalaqueestáenestacama.Entodocasoyaveremos.

—Señora—dijodepronto—, ahoraya sé lo quedebo inferir de vuestrosilencio,yheconocido…

—¿Quéhabéisconocido?—exclamóvivamentelaseñoraqueestabaenlacama.

—He conocido —respondió Canolles—, que he tenido la desgracia deinspiraroslamismaopiniónquealaseñoraprincesaviuda.

—¡Ah! —prorrumpió la voz—, no pudiendo contener un suspiro deconsuelo.

La frase de Canolles no eramuy lógica tal vez, y se separaba en algún

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tantodelaconversación;peroelgolpeeraacertado.Canolleshabíaobservadoelmovimientodeagoníaquelehabíainterrumpido,yelgozoconquefueronacogidassusúltimaspalabras.

—Masnoporesto—continuóeloficial—,puedodejardedeciraVuestraAlteza por mucho que le desagrade, que debo quedarme en el castillo yacompañaraVuestraAltezadondequieraqueleacomodeir.

—Segúneso—exclamó laprincesa—,¿nopodréyoestar solaniaunenmicámara?¡Oh,caballero!¡Esoesmásqueindigno!

—Ya he dicho a Vuestra Alteza que éstas son mis instrucciones, perotranquilíceseVuestraAlteza—añadióCanollesfijandounapenetrantemiradaenladamadellecho,ymarcandocadaunadesuspalabras—,mejorquenadieconocéisqueséyoobedeceralosruegosdeunaseñora.

—¡Yo! —exclamó la princesa con un acento en que había más deembarazoquedeadmiración—enverdad,caballero,quenocomprendoloquequeréisdecireignoroabsolutamenteaquécircunstanciasaludís.

—Señora—dijoeloficialinclinándose—,yocreíaqueelcamareroquemeha introducido había dicho mi nombre a Vuestra Alteza. Soy el barón deCanolles.

—¡Ybien!—dijo laprincesaconvozbastantefirme—,¡quémeimportaeso,caballero!

—Me pareció que habiendo ya tenido el honor de servir a VuestraAlteza…

—Amí, ¿dequémanera?, decid—repuso lavoz conuna alteraciónquerecordabaaCanollesciertaentonaciónirritadísimaymuytímidaalavez,quehabíaquedadograbadaensumemoria.

Canolles creyó haber avanzado demasiado, aunque estuviese casi fija latendencia de sus sospechas, y contestó con el acento de veneración másprofundo:

—Nocumpliendoalaletramisinstrucciones.

Laprincesapareciótranquilizarse.

—Caballero—dijo—,noquieroquepormicausacaigáisenfalta,llevadacabovuestrasinstrucciones,cualesquieraquesean.

—Señora—repusoCanolles—, afortunadamente ignoro todavía cómo sepersigueauna señora;ydeningúnmodoestoyenel casodeofender aunaprincesa.Tengo,porconsiguiente,elhonorderepetiraVuestraAltezaloqueya he dicho a la señora princesa viuda, es decir, que soy su más humildeservidor…Dadmevuestrapalabradenosalirsinmicompañíadelcastillo,y

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os desembarazaré de mi presencia, que comprendo perfectamente debe sermuyodiosaaVuestraAlteza.

—En ese caso, caballero—dijo con viveza la princesa—, no ejecutaréisvuestrasórdenes.

—Haréloquemedictemiconcienciaquedebohacer.

—SeñordeCanolles—dijolavoz—,osjuroquenosaldrédeChantillysindarosaviso.

—En ese caso, señora —dijo Canolles inclinándose hasta el suelo—,perdonadmeelhabersidolacausainvoluntariadevuestramomentáneacólera.VuestraAltezanovolveráavermehastaquetengaabienmandarmellamar.

—Osdoylasgracias,barón—dijolavozconunaexpresióndealegría,queparecíatenersuecoenelhuecodelacamaylapared—.IdconDios;osdoymilgracias,mañanatendréelgustodevolverosaver.

Esta vez reconoció el barón, a no dudar, la voz, los ojos y la sonrisaindeciblementevoluptuososdelserencantadorque,pordecirloasí,selehabíaescapado de entre lasmanos la noche que el caballero desconocido llegó atraerle laordendelduquedeEpernón.Percibíalas impalpablesemanacionesqueperfumanalairequerespiralamujeramada;eltempladovaporqueformauncuerpocuyoscontornoscreeabrazarelalmaensuestáticoarrobamiento;yesacaprichosahada,queporunesfuerzosupremodelaimaginaciónsenutreconlaidealidad,comolamateriaconlopositivo.

Una última ojeada que dirigió hacia el retrato, aunque mal iluminado,demostró al barón, cuyosojos además empezaban ahabituarse a estamediaoscuridad, lanarizaguileñadelosMaillé, loscabellosyojoshundidosdelaprincesa, mientras que la mujer que acababa de ejecutar el primer acto deldifícilpapelquehabíatomadoasucargo,teníalosojossalientes,lanarizrectay dilatada en su extremo inferior, la boca replegada a los extremos por elhábito de sonreír, y las mejillas redondas, signo que aleja toda idea deprofundasmeditaciones.

Canolles sabía todo cuanto deseaba saber, saludó pues, con el mismorespeto que si hubiera creído dirigirse aún a la princesa, y se fue a suhabitación.

XIII

Elespíaenamorado

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Canollesnosabíaaúnquédeterminar;asípues,alentrarensuaposentosepusoapasearalolargoyaloancho,comosuelehacerloquienestáindeciso,sin ver que Castorín, que esperaba su regreso, se había levantado al verleentrar, y le seguía conunabata extendida en lasmanos, detrás de la que seocultaba.

Castoríntropezóconunmueble,yCanollessevolvióhaciaél.

—¿Quéhacesahíconesabata?

—Esperoqueosdesnudéis.

—Nosécuándoloharé.Ponesabatasobreunsillón,yespera.

—¡Cómo, señor! ¿No os desnudáis? —preguntó Castorín, criadonaturalmenteterco,queestanocheparecíamásindigestoquedecostumbre—.Puesqué,señor,¿notratáisdeacostarosenseguida?

—No.

—¿Puescuándopiensaelseñoracostarse?

—¡Quéteimporta!

—Meimportademasiado,comoqueestoymuycansado.

—¡Ah! ¡De veras! —dijo Canolles parándose y mirando a la cara aCastorín—,¿estásmuycansado?

Y el caballero leyó visiblemente en el semblante de su lacayo esaimpertinenteexpresióndeloscriadosquedeseanselesdespida.

—¡Muycansado!—dijoCastorín.

Canollesseencogiódehombros.

—Sal—ledijo—,yesperaenlaantesala;cuandotenecesite,llamaré.

—Osadvierto—señor—;quesi tardáismucho,nomeencontraréisen laantesala.

—¿YtendráelseñorCastorínlabondaddedecirmeadóndeirá?

—Amicama.Meparecequecuandosehancaminadodoscientasleguas,esyahoradeacostarse.

—SeñorCastorín,meparecequesoisunbergante.

—Sicreeelseñorqueunbergantenoesdignodesersulacayo,notienemás que decir una palabra, y le desembarazaré de mi servicio—respondióCastorínadoptandoelairemásmajestuoso.

En aquel momento no era la paciencia la virtud que más dominaba aCanolles;ysiCastorínhubieratenidolafacultaddeentreversolamentealguna

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pequeña parte de la tempestad que se condensaba en el alma de su amo, esevidente que por mucho que le apremiase el deseo de verse libre, habríaesperadootraocasiónparahacerlelaproposiciónqueacababadeaventurar.Elcaballerosedirigiódirectamentehaciaél,ycogiendounodelosbotonesdesujustilloentreelpulgaryelíndice,movimientoquellegómástardeahacersemuyfamiliarenunhombremásgrandequelofuerajamáselpobreCanolles,dijo:

—Repítelo.

—Repito—contestó Castorín con la misma osadía—, que si no está elseñorcontentodemí,leevitaréeldisgustodemisservicios.

Canolles soltó a Castorín y se dirigió con gravedad a tomar su bastón.Castoríncomprendiódeloquesetrataba,yexclamó:

—¡Señor, tened cuidado con lo que vais a hacer! Yo no soy un simplelacayo,estoyalserviciodelaseñoraprincesa.

—¡Ah! ¡Ah! —pronunció Canolles bajando el bastón ya levantado—.¡Ah!,¿estásalserviciodelaseñoraprincesa?

—Sí,señor;haceuncuartodehora—dijoCastorínenderezándose.

—¿Quiénoshacontratadoasuservido?

—ElseñorPompeyo,sumayordomo.

—¡ElseñorPompeyo!

—Sí.

—¡Bah!¿Yporquénomehasdichoesoenseguida?—exclamóCanolles.—Sí, sí; tienes razón en dejarme, querido Castorín, toma dos doblones deindemnizacióndelospalosqueheestadoapuntodedarte.

—¡Oh!—prorrumpióCastorín,noatreviéndoseatomareldinero—,¿quésignificaeso?¿Osburláisdemí,señor?

—No,todolocontrario.Séenbuenhoralacayodelaprincesa.Perodime,¿cuándodebeempezartuservicio?

—Desdeelinstanteenqueelseñormedejeenlibertad.

—Pues bien, yo te dejaré en libertad mañana, eres todavía mi lacayo yestásobligadoaobedecerme.

—¡Con mucho gusto! ¿Qué tiene vos que mandarme, señor? —dijoCastoríndecididoatomarlosdosdoblones.

—Temando,yaquetantasganastienesdeacostarte,quetedesnudesytemetasenmicama.

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—¡Cómo,señor!,¿quéqueréisdecir?Noentiendo…

—No es necesario entender, sino obedecer; ¿estamos?Desnúdate, voy aayudarte.

—¡Cómo!¿Vosayudarme?

—Sinduda.Puestoque túvas a ejecutar el papel del señordeCanolles,justoesqueyoejecuteeldeCastorín.

Ysinaguardarelpermisodesucriado,lequitóelbaróneljustillo,conelquesevistió,elsombrero,quecolocósobresucabeza,ydándoledosvueltasala llave, lo dejó encerrado antes que pudiese volver de su sorpresa, bajandoenseguidarápidamentelaescalera.

Canolles empezaba apenetrarporúltimoen todoaquelmisterio, aunqueunapartedeloshechosestuvieseaúnenvueltaparaélenunaoscuranube.Eneltérminodedoshoraslehabíaparecidonoserdeltodonaturalcuantohabíavisto y oído. La actitud de los habitantes de Chantilly era estudiada, todapersonaqueencontrabaleparecíaquedesempeñabaunpapel,yentretantolospormenoresquepresenciabaserefundíanenunaarmoníageneralqueindicabaalobservadorenviadoporlareinalanecesidadderedoblarsuvigilancia,sinoqueríasereljuguetedealgunagranintriga.

ElserPompeyolacayodelvizcondedeCambes,aclarabamuchasdudas,ylasqueaúnlequedabansedisiparonbienpronto,cuandoalbajaralpatiovio,no obstante la profunda oscuridad de la noche, avanzar cuatro hombres,disponiéndose a entrar por la misma puerta que él acababa de abrir, estoscuatrohombreseranconducidosporelmismoayudadecámaraquelesirviódeintroductorenlashabitacionesdelasprincesas.Detrásdeellosseguíaotrohombreembozadoenunacapa.

Estagentesedetuvoenelumbraldelapuerta,esperandolasórdenesdelhombredelacapa.

—Y sabéis su habitación—dijo éste con voz imperiosa dirigiéndose alayuda de cámara—, y le conocéis, puesto que le habéis conducido. Tenedmuchocuidado,ysobretodoquenopuedasalir,colocadlagenteenloaltodela escalera, en el corredor, donde queráis; eso importa poco con tal que sinsospecharnadaseaélguardado,enlugardeserélquienguardeaSusAltezas.

Canollessereplegóysehizomásimpalpablequeunasombraenelánguloenquelanocheproyectabasumásdensaoscuridad;desdeallísinservistoviodesaparecerbajolabóvedaloscincovigilantesqueseleponían,mientrasqueel hombre de la capa, después de haberse asegurado de la ejecución de susórdenes,semarchabaporelmismocaminoquehabíavenido.

—Estonoindicaaúnnadaterminante—dijoparasíCanollessiguiéndole

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con lavista—,porqueeldespechonopuedeobligarlesadarme la revancha;¡por fin, con tal que ese diablo deCastorín novaya a gritar, llamar o haceralguna locura!… Conozco que he hecho mal en no taparle la boca; perodesgraciadamenteyaesdemasiadotarde.Vamosaempezarlaronda.

Acto continuo, Canolles, después de haber dirigido a su alrededor unamiradainquisitorial,atravesóelpatioysedirigióalaladeledificiodetrásdelaqueestabansituadaslascaballerizas.

Todalaanimacióndelcastilloparecíahaberserefugiadoaestapartedelacasa.Oíaseelmanoteodeloscaballosylascarrerasdelagenteapresurada.Lasillería resonabaconelcontinuochoquede losbocadosyarneses.Sentíanserodarloscarruajesfueradelascocheras,yllamarseyresponderseconvocesmedioapagadasporeltemor,peroquepodíanentendersemuybienaplicandoatentamenteeloído.

Canollespermanecióuninstanteescuchando,yconoció,anodudar,queseaprestabatodolonecesarioparaunamarcha.

Atravesótodoelespaciocomprendidoentreunayotraala,pasópordebajodeunabóvedayllegóhastalafachadadelcastillo.

Allísedetuvo.Enefecto,lasventanasdelpisobajobrillabanconunaluzdemasiado viva, para no traslucir que había encendidas en el interior unaconsiderablecantidaddebujías;ycomoestaslucesibanyveníantrazandounagrandesombrayextensaslíneasluminosassobreelcéspeddeljardín,Canollesconocióqueestandoallíelcentrode laactividad,allídebíaestar tambiénelfocodelaempresa.

Canollesdudóunmomentosideberíaonosorprenderelsecretoqueseletrataba de ocultar; pero bien pronto conoció que su título de enviado de lareina, y la responsabilidad que estamisión le imponía, disculpabanmuchascosas,aunenlasconcienciasmásescrupulosas.

Acercóse con precaución andando a lo largo de la muralla, cuya baseestaba tanto más oscura, cuanto mayor era el resplandor de las ventanas,situadas a seis o siete pies del suelo; subió sobre un recantón, del recantónpasóaunasalientedelamuralla,conunamanosesostuvodeunaanilla,conlaotradelbordedelaventana,yporunángulodelcristalasestólamiradamáspenetranteyobservadoraqueseha introducidojamásenelsantuariodeunaconspiración.

Juntoaunamujerenpie,yqueclavabaelúltimoalfilerdestinadoafijarsobresucabezasusombrerodeviaje,vioalgunasdoncellasqueacababandevestiraunniñoentrajedecaza.ElniñoteníalaespaldavueltaaCanolles,demodoquesólopodíadistinguirsucabellerarubia.

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Perolaseñora,alumbradadellenopordoscandelabrosdeseisbrazosquea cada lado del tocador sostenían dos criados de pie, semejantes a doscariátides, presentó a Canolles el exacto original del retrato que poco anteshabíavistoenlasemioscurahabitacióndelaprincesa.

Allíestabaelrostrooval,labocasevera,lanarizdeimperiosacurvadelamujercuyaviva imagenreconocíaentoncesCanolles; tododabaademostrarenella ladominación, sugesto resuelto, sumiradacentelleante, susbruscosmovimientosdecabeza.Tododenotabaobedienciaenlosquelaasistían,sussaludos,suprecipitaciónentraerelobjetopedido,suprontitudenresponderalavozdesusoberana,oeninterrogarsumirada.

Muchosoficialesdelacasa,entrelosqueCanollesreconocióalayudadecámara,acomodabanenmaletas,cofresysacosdenoche,unosjoyas,losotrosdinero,yademáselarsenaldelasseñoras,quecomúnmentesellamatocador.El joven príncipe, durante este tiempo, jugaba y corría entre los activossirvientes;peroporunasingularfatalidad,Canollesnopudoverleelrostro.

—Yalosospechaba—murmuró—,semequiereburlar,puesestasgenteslo están preparando y disponiendo para un viaje. Sí, pero no saben que yopuedo con un gesto cambiar esta escena de actividad en otra de duelo. Notengomásqueacudiralterraplén,silbartresvecesconestesilbatodeplata,yen cincominutos, atraídos por su acre sonido, habrán penetrado doscientoshombres en este castillo, arrestado a las princesas ymaniatado a todos esosoficialesqueahoraríencontantosoma.Sí—continuóCanolles,sóloqueestavezhablabadecorazónynoconloslabios—;sí,¡peroyella,queduermeofingedormiralláabajo!…laperderéparasiempre;meaborrecerá,yestavezhabrémerecido su odio. Esmás,me despreciará diciendo que he ejecutadohastaelfindemioficiodeespía;yapesardeesto,unavezqueellaobedecealaprincesa,¿porquénohedeobedeceryoalareina?

Enestemomento,comosielacasohubiesequeridocombatiraquelcambioderesolución,seabrióunapuertadelaposentoenqueseefectuabaeltocadodelaprincesa,yentraronporelladospersonasmuyalegresyapresuradas,unhombredecincuentaañosyunamujerdeveinte.

AsuvistaelcorazóndeCanollessedepositótodoensusojos.Acababadereconocer loshermososcabellos, los frescos labios, lamirada inteligentedelvizconde de Cambes, que sonriendo aún, vino a besar respetuosamente lamano de Clemencia de Maillé, princesa de Condé; pero esta vez traía losvestidos propios de su verdadero sexo, y representaba la vizcondesa másdeliciosadelmundo.

Habría dado Canolles en aquel momento diez años de vida por oír suconversación; pero en vano aplicaba su cabeza a los vidrios, sólo un rumorininteligible llegaba hasta su oído. Vio a la princesa hacer un gesto de

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despedidaalajoven,ybesarlelafrente,recomendándolealmismotiempounacosaquehizoreíratodosloscircunstantes;ademásvioaestaúltimadirigirsea las habitaciones de ceremonia, acompañada de algunos oficiales ínfimos,disfrazados con uniformes de oficiales superiores; también vio al dignoPompeyoinfladodeorgullo,conunvestidodecolordenaranjarecamandodeplata,quedoblándoseconnoblezayapoyándose,comoJafetdeArmenia,enlaempuñaduradeunenormeespadón,acompañabaasuseñora,mientraséstaalzabagraciosamentesulargovestidoderaso;despuésempezóadesfilarsinruidoporunapuertadelaizquierdalacomitivadelaprincesa,éstamarchabaenprimer término,noconelpasodeuna fugitiva, sinoconeldeuna reina;detrás iba el escudero Vialas, que llevaba en sus brazos al duquecito deEnghiencubiertoconunacapa;luegoLenetconuncofrecinceladoylegajosde papeles, y últimamente el capitán del castillo cerraba la marcha, queprecedíandosoficialesconespadaenmano.

Toda esta gente salió por un pasadizo secreto; Canolles saltó enseguidadesdesuobservatorioalsuelo,ysedirigióalabóveda,enquehacíatiempohabían sido apagadas las luces. Entonces vio pasar todo el cortejo, que seencaminóalascaballerizas;yanoquedabadudadequeibanapartir.

Enestemomentosepresentóa la imaginacióndeCanolles la ideadelosdeberesqueleestabanimpuestosporlamisiónquelehabíaconfiadolareina.LamujerqueibaasalirdeChantilly,yaquienéldejabaescapar,eralaGuerraCivil,yaarmada,quedenuevo ibaadevorar lasentrañasde laFrancia.Sindudaleerabochornoso,comohombre,constituirseenespíayguardiadeunamujer;eraotraseñoradeLongueville,quehabíaprendidofuegoaloscuatroángulosdeParís.

Canollesacudióalterraplénquedominabaalparque,yaplicóasuslabioselsilbatodeplata.

Un soplo habría bastado para descubrir todos aquellos preparativos. Laseñora de Condé no habría salido de Chantilly, o si hubiera salido, noanduvieracienpasossinserenvueltaconsuescoltaporfuerzatriple.DeestemodoCanollescumplíaconsumisiónsincorrerelmenorpeligro;deunsólogolpedestruía la fortunayelporvenirde lacasadeCondé,yconelmismogolpe establecía sobre las ruinas de ella su fortuna, fundando su porvenir,comoenotrotiempolohabíanhecholosVitryylosLuynes,yrecientementelosGuitauty losMiossens,encircunstancias talvezmenos importantesaúnparalasaluddeltrono.

PeroCanolles alzó la vista hacia el aposento en que tras las cortinas deterciopeloencarnadobrillabadulceymelancólicalaluzdelalámparaconquela falsa princesa se alumbraba, y creyó que se dibujaba su sombra queridasobrelasgrandescortinasblancas.

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Entonces,todaslasresolucionesdelraciocinioyloscálculosdelegoísmo,desaparecieron ante este rayode escasa luz, comoante los primeros alboresdeldíasedesvanecentodoslossueñosyfantasmasdelanoche.

—ElseñordeMazarino—dijoCanollesparasíconfervorapasionado—,es bastante rico para perder todos estos príncipes y princesas que se leescapan;peroyonosoytanricoparaperdereltesoroquedesdeestemomentomepertenece,yqueguardarécelosocomoundragón.

Ahoraquedasola,enmipoder,dependedemí;acualquierhoradeldíaydelanochepuedoentrarensuhabitación,ynohuirásindecírmelo,porqueherecibidosupalabrasagrada.¡Quéimportaqueseaengañadalareina!OrdenóquevinieseyqueguardealaprincesadeCondé,ylohago;pudieranhabermedadosusseñas,ohaberenviadocercadeellaunespíamáshábilqueyo.

YCanollesvolvióameterelsilbatoensubolsillo,escuchóelrechinardelos cerrojos, el ruido que se asemejaba a un trueno lejano de los carruajessobre el puente del parque, y perderse el murmullo decreciente de unacabalgata a lo lejos. Entonces, cuando objetos y rumores hubierondesaparecido, sin pensar en que acababade jugar su vida contra el amordeunamujer, omejor dicho, contra una sombra de felicidad, pasó al segundopatio,queestabadesierto,ysubióconprecauciónsuescalera,sumergidacomolabóvedaenlamásprofundaoscuridad.

PormuchaquefueselaprecaucióndeCanolles,nopudoimpediralllegaralcorredoreltropezarcontraunapersonaqueparecíaescucharasupuerta,yquelanzóungritosordodeterror.

—¿Quiénsois?¿Quiénsois?—preguntóelpersonajeconvozdeespanto.

—¡Eh! ¡Pardiez!—dijo Canolles—. ¿Quién sois vos, que os introducíscomoespíaenestaescalera?

—¡SoyPompeyo!

—¡Elmayordomodelaseñoraprincesa!

—Sí,sí,elmayordomodelaseñoraprincesa.

—¡Ah!Entoncesyaesdiferente—dijoelcaballero—.YosoyCastorín.

—¡Castorín!¿ElcriadodelseñorbaróndeCanolles?

—Elmismo.

—¡Ah,miqueridoCastorín!—dijoPompeyo—.Sientohaberosasustado.

—¿Amí?

—¡Sí, por cierto! ¡Ya se ve, el que no ha sido soldado!… ¡Bah!… ¿Ypuedo seros útil en algo, mi amigo? —continuó Pompeyo con cierta

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importancia.

—Sí.

—Decid,pues.

—Podéis anunciar ahoramismo a la señora princesa, quemi amo deseahablarle.

—¿Aestahora?

—Precisamente.

—¡Imposible!

—¿Cómotal?

—Nolodudéis.

—¿Conqueesdecirquenorecibiráentoncesamiamo?

—¡No!

—Derealorden,señorPompeyo.Idadecírseloasí.

—¡Derealorden!…—exclamóPompeyo—.¡Voy,voy!

Y Pompeyo bajó impetuosamente la escalera, impelido a la vez por elrespetoymiedo,quesondoslebrelescapacesdehacercorreraunatortuga.

Canolles continuó su camino, entró en su aposento, donde encontró aCastorín roncando magistralmente arrellanado en su gran sillón, tomó susvestidosdeoficial,yesperóelsucesoqueacababadedisponer.

—Afemía—dijoentresí—,podrénodesempeñarbienlosnegociosdelseñordeMazarino;peromeparecequelosmíosnovandeltodomal.

EsperóCanolles inútilmente la vuelta de Pompeyo; y viendo al cabo dediezminutosquenoveníaniotroensulugar,resolviópresentarsesolo.

EnaquelmomentodespertóaCastorín, aquienunahorade sueñohabíacalmadolabilis, leordenóconun tonoquenoadmitíaréplicaqueestuviesedispuesto para cuanto pudiera ocurrir, y se dirigió a la habitación de laprincesa.

Encontró el barón a la puerta un criado de pie y muy mal humorado,porqueacababadellamarle lacampanillaenelmomentoenque, terminadossusquehaceres,creíaporúltimo,comoMaeseCastorín,entregarseaunsueñoreparadordespuésdeundíadetantafatiga.

—¿Quéqueréis,caballero?—dijoelcriadoalveraCanolles.

—DeseopresentarmealaseñoraprincesadeCondé.

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—¿Aestahora,señor?

—¡Cómo,aestahora!

—Sí;meparecebastantetarde.

—¡Quéestáisdiciendo,bribón!

—Noobstante,caballero…—balbuceóellacayo.

—Nosolicito,quiero—dijoCanollesconuntonodeextremadaaltanería.

—Queréis…Aquínomandanadiemásquelaseñoraprincesa.

—Elreymandaentodaspartes…¡Deordendelrey!

Ellacayoseestremecióybajólacabeza.

—¡Perdonad, caballero! —repuso temblando—; yo no soy más que unpobrecriado,ynopuedopormímismoadelantarmeaabriroslapuertadelaseñoraprincesa.Permitidmequevayaallamaruncamarero.

—¿AcostumbranloscamarerosaacostarseenChantillyalasonce?

—Sehaestadodecazatodoeldía—repusoellacayo.

—¡Es injusto!…—murmuróCanolles— necesitan tiempo para vestir decamareroacualquiera.

Luegoañadióalto:

—Estábien,id,esperaré.

El lacayo se fue corriendo a alarmar el castillo, en el que ya Pompeyo,espantadoporsumalencuentro,habíadifundidounindeciblepavor.

Cuando Canolles quedó solo prestó una gran atención, y oyó entoncescarrerasenlossalonesycorredoresinmediatos;vioalaescasaluzdealgunasantorchas medio apagadas colocarse en los ángulos de la escalera hombresarmadosconmosquetes,yen todasdireccionessintióporúltimoreemplazarunmurmulloamenazadoralsilenciodeestuporqueuninstanteantesreinabaentodoelcastillo.

Canollesllevólamanoasusilbatoyseaproximóaunaventana,yatravésde los vidrios percibía destacarse, como unamasa nebulosa, la cima de loscorpulentos árboles, a cuyas plantas había hecho emboscar los doscientoshombresquetrajoconsigo.

—Noconviene—dijoreflexionando—,estonosconduciríaauncombateque nome tendría cuenta.Más vale esperar; lo peor queme puede sucederesperando, es el que me asesinen, al paso que llevándome de ligero puedoperderla…

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ApenasacababaCanollesdehaceresta reflexión,cuandovioabrirseunapuertayaparecerunnuevopersonajeenella.

—La señora princesa no está visible —dijo el recién venido con unaprecipitación—, que no le permitió saludar al caballero.Está acostada, y haprohibidoquepenetrehastaellaningunapersona,seaquienquiera.

—¿Quién sois vos? —dijo Canolles mirando de alto a bajo al extrañopersonaje—,¿quiénoshapermitidolainsolenciadehablarauncaballeroconelsombreropuesto?

YconlapuntadelbastónhizoCanollessaltarelsombrerodelacabezadesuinterlocutor.

—¡Caballero!—exclamóéstedandoconenergíaunpasoatrás.

—Oshepreguntadoquiénsois—dijoCanolles.

—Yosoy—respondióaquél—,soy,comopodéisverpormiuniforme,elcapitándeguardiasdeSuAlteza.

Canollessesonrió.

En efecto, había tenido tiempo para apreciar por su aspecto al que lehablaba, y había conocido que se las había con un despensero de anchovientre, campanudo como sus botellas, un vantel lozano, aprisionado en unjustillo de oficial, que por falta de tiempo o sobra de abdomen, no habíapodidoacabarsedeabrochar.

—Estámuy bien, señor capitán de guardias—dijoCanolles—.Recogedvuestrosombreroycontestad.

ElcapitánejecutólaprimerapartedelpreceptodeCanolles,comohombrequeconocíaaquellalindamáximadeladisciplinamilitar,parasabermandaresmenestersaberobedecer.

—Capitán de guardias —repuso Canolles—. ¡Canario!, ése es unmagníficoempleo.

—Sí,señor,magnífico;¿yenfin?—pronuncióelindividuoalzándose.

—No os estiréis tanto, señor capitán —dijo Canolles—, que vais aromperos hasta la última agujeta, y se pueden caer los calzones hasta lasrodillas,queseríaunadesgracia.

—Enfin,caballero,¿vos,quiénsois?—dijoasuvezelsupuestocapitán.

—Caballero, yo, imitando el ejemplo de urbanidad queme habéis dado,voy a responder a vuestra pregunta como habéis respondido a la mía. Soycapitán del regimiento de Navalles, y vengo en nombre del rey comoembajador, revestido de un carácter pacífico o violento; advirtiéndoos que

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usaré de uno o de otro, según que se obedezcan o no las órdenes de SuMajestad.

—¿Violento, caballero? —exclamó el fingido capitán—, ¿un carácterviolento?…

—¡Muyviolento,sí!Osloadvierto.

—¿YcontraSuAlteza?

—¿Por qué no? Su Alteza no es más que la primera súbdita de SuMajestad.

—Noosaventuréisausarde lafuerza;pues tengocincuentahombresdearmasdispuestosavengarelhonordeSuMajestad.

Canollesnoquisodecirlequesuscincuentahombresdearmaseranotrostantos lacayosymarmitones,dignosde servirbajo lasórdenesde tal jefe;yqueencuantoalhonordeSuAlteza,nohabíaallíquetemer,puesaaquellahoracorríayaporelcaminodeBurdeos.Sólolerespondióconesasangrefríamásaterradoraqueunaamenaza,tanhabitualalosvalientesacostumbradosalpeligro:

—Sitenéiscincuentahombresarmados,señorcapitán,yotengodoscientossoldadosquecomponenlavanguardiadeunejércitoreal.¿QueréisdeclararosenrebelióncontraSuMajestad?

—No, señor, no —respondió vivamente el hombre gordo en extremohumillado—.LíbremeDios; solamenteos suplicodeis testimoniodequenocedosinoalafuerza.

—Está bien; eso es lo más que debo hacer por vos en calidad de uncompañero.

—Enesecasoosconduciréantelaseñoraprincesamadre,queaúnnoestádormida.

Canollesnonecesitóreflexionarparaapreciarelpeligroqueleofrecíaestaasechanza;peroselibródeellafácilmenteconlaayudadesuomnipotencia.

—Notengoordendeveralaprincesamadre,sinoaSuAltezalaprincesajoven.

El capitán de guardias bajó de nuevo la cabeza, les hizo hacer unmovimiento retrógradoa susgruesaspiernas, arrastró su largaespadapor elpavimento,volviendoasalirporlamismapuertaporentredoscentinelas,quetemblabandurante esta escena,yqueal anunciode la llegadadedoscientoshombres habían estado próximos a abandonar el puesto, pues tenían pocosánimosdesermártiresdefidelidadenelcastillodeChantilly.

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Diez minutos después volvió con innumerables ceremonias el capitán,acompañado de dos guardias para conducir a Canolles ante la princesa, encuyacámarafueintroducidosintenerquesufrirnuevasdetenciones.

Canolles reconocióel aposento, losmuebles, la camayhasta el perfumeque despertaba sumemoria; pero en vano buscó dos cosas, el retrato de laverdaderaprincesaquehabíavistoensuprimeravisita,yquehabíailuminadosuentendimientomostrándolelosindiciosdelaburlaquetratabandejugarle,y el semblante de la falsa princesa por quien acababa de hacer tan grandesacrificio.Elretratohabíadesaparecidoporunaprecauciónalgotardía,ysinduda, en consecuencia de esta misma precaución, el rostro de la personaacostada estaba vuelto hacia la pared con una impertinencia propia de unpríncipe.

Cercadeellayentrelaparedyellechohabíadosmujeresenpie.

El caballero habría disimulado sin esfuerzo esta falta de atención; perocomotemíaqueunanuevasustituciónnohubiesepermitidohuiralaseñoradeCambes,comohabíahuidolaprincesa,suscabellosseerizarondeterrorsobresucabeza,yquisodesdeluegoconvencersedelaidentidaddelpersonajequeocupaba el lecho, llamando en su ayuda el poder supremoque sumisión lerevestía.

—Señora —dijo inclinándose profundamente—, Vuestra Alteza medispensarásimepresentoasíanteelladespuésdehaberledadomipalabradeesperarsusórdenes;peroacabodesentirgranruidoenelcastillo,y…

Lapersonaacostadaseestremeció,peronocontestóunapalabra.Canollestratódeindagarsialgúnindiciolehacíaconocersieraaquéllalapersonaquebuscaba;peroenmediodelosondulantesflecos,yentrelablandaespesuradeplumazonesycortinas, le fue imposibledistinguirotracosaque la formadeunapersonaacostada…

Canollescontinuó:

—Ymiobligaciónme imponeeldeberdecerciorarmedequeeste lechocontiene aún lamismapersonaconquienhe tenidoel honordehablarhacemediahora.

Estaveznofueunsimpleestremecimiento,sinounverdaderomovimientodeterror.EstemovimientonoseescapóalaobservacióndeCanolles,quesesintióaterrado.

—Si me ha engañado —dijo para sí—; si a pesar de la palabra quesolemnementemehadado,hahuido,salgoalmomentodelcastillo,montoacaballo, me pongo a la cabeza de mis doscientos hombres, y agarro a losfugitivos, aunque tenga que incendiar treinta pueblos para alumbrar mi

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camino.

Canolles esperó un instante;mas la persona acostada no respondió ni sevolvió.Noquedabalamenordudadequesedeseabaganartiempo.

—Señora —dijo por último el caballero con una impaciencia que notratabadedisimular—;suplicoaVuestraAltezarecuerdequesoyelenviadodelrey,yqueennombredelreyreclamoelhonordevervuestrosemblante.

—¡Oh, esto es una inquisición insoportable! —dijo entonces una voztrémula, que hizo estremecer de gozo al joven oficial, porque acababa deescuchar una voz que no podía imitar otra ninguna—. Si como decís,caballero,esel reyquienosobligaaconducirosasí,esporqueel rey,comoniño,aúnnoconocelosdeberesdeuncaballero,obligaraunamujeramostrarsusemblante,eshacerleelmismoinsultoquesiselearrancaselamáscara.

—Señora, hay una palabra ante la cual se humillan los hombres cuandoprocede de los reyes, y que los reyes acatan cuando emana del destino; esindispensable.

—Puesbien—dijo la joven—,yaqueestoy solay sindefensacontra laorden del rey y las exigencias de su mensajero, obedezco ya que esindispensable.Caballero,miradme.

Entonces un brusco movimiento dividió el antemural de almohadas,cubiertas y randas que defendía a la bella sitiada, y a través de esta brechaimprovisada apareció, encendida de pudormás que de indignación, la rubiacabezaydeliciosorostroque lavozhabíadenunciadoanteriormente.Con larapidez del hombre habituado a darse cuenta de situaciones, si no iguales,parecidasalmenos, seaseguróCanollesdequenoera lacóleraquienhabíahecho bajar aquellos ojos circundados de sedosas pestañas, ni quien hacíatemblaraquellablancamanoquesujetabasobreuncuellodenácarlosrizosdeunacabellerafugitivaylabatistadeunoslienzosperfumados.

La fingida princesa permaneció un instante en esta posición, que habríaqueridohaceramenazadora,yquesóloerairritada;mientrasqueCanolles lamiraba respirando deliciosamente y comprimiendo con ambas manos loslatidosdesucorazón,quesaltabadegozo.

—¡Y bien, caballero! —dijo al cabo de algunos segundos la bellaperseguida—; ¿es bastante la humillación? ¿Me habéis examinado ya avuestrogusto?Sí,¿noescierto?¡Vuestrotriunfoescompleto!

Puesbien,sedalmenosvencedorgeneroso.Retiraos.

—Quisieraobedeceros,señora,perodebollenarmisinstruccioneshastaelfin.HastaahoranosehallenadomásquelapartedemimisiónqueaVuestraAltezaconcierne;peronoessuficientehaberosvisto,esmenesterqueveayo

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ahoraalseñorduquedeEnghien.

Aestaspalabras,pronunciadasconeltonopropiodeunhombrequesabetiene el derecho demandar y que quiere ser obedecido, sucedió un silencioprofundo.Lasupuestaprincesaseincorporó,apoyándoseenlamano,yfijóenCanolles una de esasmiradas extrañas que parecía no pertenecermás que aella. ¡Contenía tantascosasdistintasa lavez!Estamiradaqueríadecir, ¿mehabéis conocido, sabéis quién soy realmente? Si lo sabéis, dejadme,perdonadme;vosquesoiselmásfuerte,¡tenedpiedaddemí!

Canollescomprendiótodocuantoestamiradacontenía;peroresistiendoasuelocuenciaseductora,respondióalamiradaconlavoz:

—Meesimposible,señora.Laordenesterminante.

—Hágase todo cuanto queráis, caballero, una vez que no tenéiscondescendenciaalgunaconelrangoniconlaposición.Seguidaestasdamas,queosconduciráncercadelpríncipemihijo.

—¿Nopodríanestasdamas—dijoCanolles—,traervuestrohijoaquí,enlugar de conducirme cerca de él, señora?Me parece que esto sería muchomejor.

—¿Y por qué, caballero? —preguntó la fingida princesa, mucho׳ másinquietadeestanuevademandade loque lohabíaestadodeningunade lasotras.

—Porque durante este tiempo haría partícipe a Vuestra Alteza de unextremodemimisión,quenopuedecomunicarsesinoavossola.

—¿Amísola?

—A vos sola—respondió Canolles con una cortesía más profunda queningunadecuantashastaentonceshabíahecho.

Estavez, lamiradade laprincesa,quesucesivamentehabíapasadode ladignidadalasúplica,ydelasúplicaalainquietud,sefijóenCanollesconlafirmezadelterror.

—¿Qué hay en esta entrevista que pueda asustaros, señora? —dijoCanolles—.¿Nosoisvosunaprincesayyouncaballero?

—Sí, tenéisrazón,yyomalentemer;sí,aunquetengoelgustodeverosporprimeravez,lafamadevuestradelicadezaylealtadhallegadohastamí.IdatraerelseñorduquedeEnghien,señoras,yvolvedconél.

Las dos mujeres se retiraron del lecho dirigiéndose a la puerta; perovolviéndoseunaparaasegurarsedelacertezadeestaorden,aunaseñalqueconfirmabalaspalabrasdesuseñoraodelaqueocupabasupuesto,salierondelahabitación.

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Canolles las siguió con la vista, hasta que cerraron la puerta. Entoncesvolviósusojoscentelleantesdejúbilohacialafingidaprincesa.

—Veamos—dijo ésta incorporándose y cruzando lasmanos—; veamos,señordeCanolles,¿porquémeperseguísasí?

Y esto diciendo, miraba al joven oficial, no con la mirada altiva deprincesaquehabíaensayadosinéxito,sinoporelcontrario,conunaexpresióntaninteresanteyexpresiva,quetodoslospormenoreshechicerosdesuprimeraentrevista,todoslosepisodiostrastornadoresdelviaje,todoslosrecuerdosdeaquel amor naciente, en fin, brotaron en tropel, envolviendo comoembalsamadosvaporeselcorazóndeCanolles.

—Señora —dijo éste dando un paso hacia la cama—, yo persigo ennombre del rey a la señora princesa de Condé y no a vos, que no sois laprincesa.

La persona a quien estas palabras se dirigían dio un pequeño grito,palideció,yapoyóunadesusmanossobresucorazón.

—¿Quéqueréisdecir,caballero?¿Quiénosfiguráisquesoy?—exclamó.

—¡Oh!En cuanto a esto nome seríamuy fácil explicarlo; pero casimeatrevería a jurar que sois el más precioso vizconde, si no fuerais la másadorablevizcondesa.

—¡Caballero! —dijo la fingida princesa, esperando imponer a Canollesrecordándole su dignidad—, ¡caballero, de todo cuanto me decís sólocomprendounacosa,yéstaesquemefaltáisalrespeto,quemeinsultáis!

—Señora—dijoelbarón—,nosefaltaalrespetoaDiosadorándole,niseinsultaalosángelesarrodillándoseanteellos.

Yaestaspalabras,Canollesseinclinócomoparaarrodillarse.

—Caballero —dijo vivamente la vizcondesa deteniendo a Canolles—;caballero,laprincesadeCondénopuedesufrir…

—LaprincesadeCondé,señora—respondióél—,vaaestashorassobresu buen caballo en compañía de Vialas su escudero, el señor de Lenet suconsejero, sus caballeros, sus capitanes y todos de su casa, en fin, por elcaminodeBurdeos, y no tiene nada que ver con lo que pasa ahora entre albaróndeCanollesyelvizcondeolavizcondesadeCambes.

—¿Quéestáisahídiciendo,caballero?¿Estáisloco?

—No,señora.Yonodigomásqueloquehevisto,nirefieromásdeloqueheoído.

—Entonces, si habéis visto y oído lo que decís, debe estar terminada

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vuestramisión.

—¿Locreéisasí,señora?YanotengomásquehacerquevolvermeaParísyconfesaralareinaque,pornodesagradaraunamujerqueamo(noarméisasídecóleravuestrosojos),quepornodesagradaraunamujerqueamohevioladosusórdenes,heconsentidolafugadesuenemiga,cerrandolosojosacuantoveía,yenfin,quehevendido,sí,lacausademirey…

Lavizcondesaparecióconmovida,ymiróaCanollesconunacompasióncasitierna.

—¿No tenéis lamejor de todas las disculpas, la imposibilidad? ¿Podíaissolo detener la imponente escolta de la princesa? ¿Os habían ordenadocombatirsolocontracincuentacaballeros?

—Noestabasolo,señora—dijoelbarónmoviendolacabeza—.Yotenía,y tengo aún ahí, en el bosque, a quinientos pasos de nosotros, doscientossoldados, que puedo reunir y llamar a mi lado con solo un silbido; porconsiguiente, me era muy fácil detener a la princesa, que por su parte nopodría resistir. Y en fin, suponiendo quemi escolta fuesemás débil que lasuya, envezde ser cuatrovecesmás fuerte, en todocasopodía combatir, ypodíahacermematarcombatiendo;estomeseríatanfácil—continuóeljoveninclinándose más y más—, como grato me sería tocar esa mano, si meatrevieseahacerlo.

Enefecto,aquellamanoenqueelbarónfijabasusardientesojos,aquellamanofina,torneadayblanca,aquellamanoinsinuantehabíacaídofueradelacama,ypalpitabaacadapalabradeljoven.Lavizcondesa,ciegatambiénporesaelectricidaddelamor,cuyosefectoshabíayaexperimentadoenlapequeñaposada de Jaulnay, no pudo pensar que debía retirar aquella mano queinspiraraalbarónunfelizpuntodecomparación.Ellaseolvidódeesto,yeljovenoficial,dejándosecaerderodillas,aplicósubocasobrelamanoconunatimidezvoluptuosa,quealcontactodesuslabiosseretirócomosilahubiesequemadounhierroardiendo.

—¡Gracias,señordeCanolles!—dijolajoven—,osagradezcoenelfondodemicorazónloquehabéishechopormí,ycreedquenoloolvidarénunca.Peroduplicadelpreciodelservicioquemehacéis,apreciandomiposiciónyretirándoos.¿Noesnecesarioquenos separemos,puestoqueestá terminadovuestroencargo?

Éstenos,pronunciadoconunaentonacióntandulce,quepareciócontenerun viso de pesar, hizo vibrar con dolor hasta las fibras más secretas delcorazóndeCanolles.

Enefecto,elsentimientodeldolorcasisiempreexisteenel fondode lasalegríasextremadas.

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—Obedeceré, señora—dijo—. Sólo os haré observar, no por eludir miobediencia, sino por evitaros tal vez un remordimiento, que si os obedezcoestoyperdido.Enel instanteenqueconfiesemi falta,yenquenoaparezcacomoeljuguetedevuestraastucia,serévíctimademicomplacencia…Semedeclarará traidor; seré encarcelado…pasado por las armas quizás; y esto esmuysencillo,porquehecometidounatraición.

Claradioungritoycogióinvoluntariamentelamanodelbarón,quesoltóenseguida,dejándolacaerconunaconfusióndeliciosa.

—Entonces,¿quéharemos?—dijoella.

El corazón del joven se dilató, esta dichosa fórmula de comunión ibahaciéndosefavoritaenlaseñoradeCambes.

—¡Perderos a vos, tan generoso! —continuó la joven—. ¡Perderos yo!¡Oh!,jamás.¿Aquépreciopuedosalvaros?¡Hablad,hablad!

—Seríanecesarioquemepermitieseis,señora,continuarmipapelhastaelfin.Seríanecesario,comohedicho,queyoaparecieseengañado,yquediesecuentaalseñordeMazarinodeloqueveoynodeloquesé.

—Sí;perosisesupiesequetodoestolohacéispormí,sisetrasluciesequenoshemosencontradoantes,queyamehabéisvisto,pensadqueentoncesyoseréperdidaamivez.

—Señora —dijo Canolles con profunda melancolía—, la frialdad quemanifestáis, el aire de dignidad que tan poco os cuesta conservar en mipresencia, me dan a conocer que no dejaréis escapar un secreto, que desdeluegonoexisteenvuestrocorazón.

Claraguardósilencio,perounamiradafugitivayunaimperceptiblesonrisaqueasomóasupesaraloslabiosdelabellaprisionera,contestaronalbaróndeunmodocapazdehacerleelmásafortunadodetodosloshombres.

—¿Mequedaré?—dijoconunainexplicablesonrisa.

—¡Yaqueespreciso!…—contestólavizcondesa.

—EnesecasovoyaescribiralseñordeMazarino.

—Sí,idos.

—¿Cómo?

—Digoquevayáisaescribirle.

—No,esmenesterqueyoleescribadesdeaquí,desdevuestracámara;esmenesterquefechemicartadesdeelpiedevuestracama.

—Peroesonoestáenlaorden.

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—Vedmis instrucciones,señora; leedlasvosmisma…YCanollesdiounpapelalavizcondesa,queleyó:

«ElbaróndeCanollesguardarádevistaalaseñoraprincesayalduquedeEnghiensuhijo».

—Devista—dijoCanolles.

—Devista,sí;esodice.

Claraconocióentoncestodoelpartidoqueunhombreenamorado,comoloestabaelbarón,podíasacardeaquellasinstrucciones;perotambiénconocióelservicioqueprestabaa laprincesaprolongandorespectoaellaelerrorde lacorte.

—Escribid,pues—dijocomomujerresignada.

Canolles la interrogóconlamirada,ydelmismomodolemostróellaunneceser,queconteníatodolonecesarioparaescribir.

Canolles abrió aquel mueble, del que sacó papel, tintero y pluma,colocándolos sobre unamesa, que acercó todo lo posible a la cama. Pidió,como si Clara fuese aun la princesa, el permiso para sentarse, que le fueconcedido,yescribióalseñordeMazarinoeloficiosiguiente:

«Monseñor:

He llegado al castillo de Chantilly a las nueve de la noche. VuestraEminenciapuedeconocerquenoheomitidoennadaladiligencia,puestoquealasseisymediatuveelhonorderecibirsupermiso.

Hehallado a las dos princesas en cama; la señora viudagravísimamenteenferma, y la princesa fatigadadeunagrande caza queha hechodurante eldía.

SegúnlasinstruccionesdeVuestraEminencia,mehepresentadoanteSusAltezas,queenelmismoinstantehandespedidoatodossusconvidados,yenestemomentotengoamivistaalaseñoraprincesaysuhijo».

—Y su hijo—repitió el joven volviéndose a la vizcondesa—. ¡Diablos!Meparecequemiento,ylaverdadnoquisieramentir.

—Tranquilizaos—replicóClarariendo—,sinohabéisvistoaúnamihijo,vaisaverle.

—Y su hijo—dijoCanolles riendo, y continuando su carta donde habíaquedado.

«Desdelamismacámaradelaprincesaysentadoalacabeceradesucama,tengoelhonordedirigirestaslíneasaVuestraExcelencia».

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Firmó,ydespuésdepedirrespetuosamentesupermisoaClara,tiródeunllamador.Pocodespuésentróunayudadecámara.

—Llamad ami lacayo—dijoCanolles—, y avisadme cuando esté en laantesala.

CincominutosdespuésavisaronalbarónqueCastorínestabaensupuesto.

—Toma—ledijoCanolles—; llevaestebillete al oficialquemandamisdoscientoshombres,ydilequelomandeaParísporexpreso.

—Pero,señorbarón—respondióCastorín,aquiensemejantecomisiónenmediode lanocheparecíaqueno leagradaba—,creíahaberosdichoqueelseñorPompeyomehabíacontratadoalserviciodelaseñoraprincesa.

—Yennombredelaseñoraprincesatetrasmitoesaorden;VuestraAlteza—dijoCanollesvolviéndosehacia lacama—,tendrá labondaddeconfirmarmispalabras.Yasabéisdecuántaimportanciaesqueestacartasearemitidaenelinstante.

—Id—dijo la fingida princesa con una entonación y un gesto llenos demajestad.

Castorínseinclinóhastaelsuelo,ysalió.

—¿Ahora—dijo Clara dirigiendo hacia Canolles susmanecitas juntas ysuplicantes—,osvaisaretirar,sí?

—¡Perdonad,señora!…—respondióCanolles—.¿Yvuestrohijo?

—Esjusto—contestóClarasonriendo—.Vaisaverle.

En efecto, apenas hubo acabado la señora de Cambes de decir estaspalabras, arañaron a la puerta, según costumbre de entonces. Parece que elcardenaldeRichelieu,ensuaficiónporlosgatos,habíapuestoalamodaestamaneradellamar.Duranteeltiempodesulargaprivanza,habíanarañadoalapuertadel señordeRichelieu;después, a ladel señordeChaviny,que teníajustoderechoaesta sucesión, aunqueno fuesemásquea títulodeherederonatural; y últimamente a la del señor de Mazarino. Así, pues, no habíadificultadenarañartambiénalapuertadelaprincesa.

—Yavienen—dijolaseñoradeCambes.

—Bueno.Entoncesvuelvoarecobrarmicarácteroficial.

Yelbarónseparólamesa,quitódeenmediolasilla,tomósusombrero,ysecolocórespetuosamentedepieacuatropasosdelacamadelaprincesa.

—Adentro—dijolavizcondesa.

Enseguidaentróenlasalaelcortejomásceremoniosoquepudieraverse.

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Componíasededamas,oficiales,camareros, todoelservicioordinariodelaprincesa.

—Señora—dijo el primer camarero—, se ha despertado a monseñor elduquedeEnghien,ypuedeaunrecibirahoraalmensajerodeSuMajestad.

Una mirada que dirigió el barón a la señora de Cambes, le dijo tanclaramentecomohabríapodidohacerlolavoz:

—¿Eraestoenloquehabíamosquedado?

Estamirada, que contenía todas las súplicas de un corazón afligido, fuecomprendidamaravillosamente,ysindudaporreconocimientoatodocuantoCanolles había hecho, y tal vez por ejercer algún tanto esa malicia ocultaeternamenteenlomásprofundodelosmejorescorazonesfemeniles.

—Traedaquí—dijo—,al señorduquedeEnghien.Estecaballeroveráamihijoenmipresencia.

Apresurándoseaobedecer;ypasadoun instantepenetróen laestanciaeljovenpríncipe.

Hemos dicho que siguiendo Canolles hasta en sus más pequeñospormenores losúltimospreparativosdemarchade laprincesa,habíavistoaljoven príncipe jugar y correr, pero sin percibir su semblante. Sólo habíaobservado que su traje era un sencillo vestido de caza, y creyó que no poratención a él se le había revestido con el espléndido traje que a su vista sepresentaba. La idea que ya tenía de que el príncipe habíamarchado con sumadre, llegó a convertirse en realidad, durante algún tiempo contempló ensilencioalherederodel ilustrepríncipedeCondé,ysindisminuirennadaelrespeto que debía demostrar, se dibujó ligeramente en sus labios unaimperceptiblesonrisadeironía.

—Tengoamuchafelicidad—dijoinclinándose—,seradmitidoagozarelhonordepresentarmishomenajesamonseñorelduquedeEnghien.

Laseñoravizcondesa,enquienelniñoteníafijossusgrandesojos,lehizoseña de saludar con la cabeza, pareciéndole que el barón seguía todos losaccidentesdeestaescenaconairesocarrón.

—Hijomío—dijo con un cálculo de malignidad que hizo estremecer aCanolles, que adivinaba ya por elmovimiento de los labios de la señora deCambes que iba a ser víctima de alguna traición femenina—; hijo mío, eloficial que tenéis delante es el señor barón de Canolles, enviado por SuMajestad;dadvuestramanoabesaralseñorbaróndeCanolles.

A esta orden, Perico, que estaba instruido perfectamente por Lenet, quecomo había prometido a la princesa se había encargado de su educación,alargóunamanoquenohabíatenidotiemponimediodeconvertirenmanode

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noble, y fue preciso queCanolles estampase en ella un beso, entre las risasahogadasde loscircunstantes.Unhombremenosexpertoqueelbarónen lamateria,habríafácilmentereconocidolaburlaqueselejugaba.

—¡Ah, señora deCambes!—murmuróCanolles—; ¡yamepagaréis estebeso!

Yalmismo tiempo se inclinó respetuosamente antePerico, en accióndegraciasporelhonorque leacababadedispensar.Después, conocidoqueenposdeestaprueba, laúltimadelprograma, leera imposiblepermanecerpormástiempoenlahabitacióndeunamujer,dijovolviéndosehaciaellecho:

—Señora, mi misión de esta noche ha terminado; sólo espero vuestropermisopararetirarme.

—Retiraos, caballero —dijo Clara—. Ya veis que estamos aquí muytranquilos;podéisdormirtranquilotambién.

—Sólomerestasuplicarosmedispenséisuneminentefavor,señora.

—¿Cuál? —preguntó la señora de Cambes, inquieta, porque habíacomprendidoporlaentonacióndelavozdelbarón,quesedisponíaatomareldespique.

—Ladeacordarmelagraciaqueacaboderecibirdevuestrohijo.

Estavezestabapresalavizcondesa;nohabíamedioderehusaraunoficialdel rey el favor ceremonioso que reclamaba así en presencia de todos. LaseñoradeCambesalargóalbarónsumanotemblando.

Élseadelantóhaciaellecho,comolohabríahechohaciaeltronodeunareina,asiópor lapuntade losdedos lamanoquese lepresentaba,pusounarodilla en tierra, y estampó sobre aquella piel fina y blanca un prolongadobeso,que todosatribuyeronarespeto,yquesólopara lavizcondesafueunaardientepresióndeamor.

—Tambiénmehabéisprometidoyaúnjurado—dijoamediavozCanolleslevantándose—nosalirdelcastillosindarmeaviso.Cuentoconlapromesayconeljuramento.

—Contadconellos,caballero—contestólaseñoradeCambes—,cayendosobresualmohadacasidesvanecida.

Elbarón,aquienhabíahechoestremecer laexpresióndelavoz, tratódeleeren losojosde labellaprisionera laconfirmaciónde laesperanzaque lehabía dado su acento; pero los hermosos ojos de la vizcondesa estabanherméticamentecerrados.

Canollesreflexionóqueloscofrescerradossonlosquecontienenlosmáspreciosostesoros,yseretiróconelparaísoenelalma.

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Decir cómo nuestro hidalgo pasó aquella noche, como velando odurmiendonotuvomásqueunensueñodelicioso,duranteelcualpasaronporsu imaginación todos lospormenoresde laquiméricaaventuraqueponíaensusmanoselmáspreciosotesoroquehayapodidoabrigarjamásunavarobajolasalasdesucorazón;referirlosproyectosquehizoparasometerelporveniraloscálculosdesuamoryaloscaprichosdesufantasía;enumerarlasrazonesque se dio a sí mismo para convencerse de que obraba bien, sería cosaimposible,mayormentesiendolalocuraunafatigairresistible,paratodootroespírituqueeldelloco.

Canolles sedurmió tarde, dado casoquepueda llamarse sueño al deliriofebrilquesucedióasuvelada;ynoobstante,apenasalumbrabaeldíalacimadelosálamos,aunnohabíadescendidohastalasuperficiedelasclarasaguasenqueduermen lasninfasde largashojas, cuyas flores sólo seabrenal sol,cuandoyaCanollesabandonaraellecho,yvistiéndosedeprisahabíabajadoaljardín.Suprimeravisitafuehaciaelalaquehabitabalaprincesa,suprimeramirada a la ventana de su habitación, ya sea que la prisionera aun no sehubiese dormido, o que se hubiese despertado ya, una luz demasiado fuertepara ser la de una lámpara de noche, enrojecía las cortinas de damasco,herméticamente corridas. Canolles se detuvo a su vista, que sin duda hizoentrarenaquelmomentoensucorazóngrannúmerodeinsensatasconjeturas;ysinllevarmásadelantesupaseo,aprovechándosedelzócalodeunaestatua,queleocultabaconvenientemente,entablóasolasconsuquimeraesediálogoeternodelospechosenamorados,queencuentranelobjetoamadoentodaslaspoéticasemanacionesdelanaturaleza.

Hacía cosa de media hora en que el barón se hallaba todavía en suobservatorio, mirando con indecible dicha aquellas cortinas ante las cualescualquieraotrohabríapasadoconindiferencia,cuandovioabrirunaventanadelagalería,apareciendoensufondocasienteralahonestafiguradeMaesePompeyo.Todo cuanto tenía relación con la señoradeCambes, inspiraba albarón un poderoso interés; así es que retirando la vista de las magnéticascortinas, creyó observar que Pompeyo trataba de establecer con él unacorrespondencia por señas. Al principio dudó Canolles que estas señas lefuesendirigidas, ymiró a su alrededor;peroPompeyo,quenotó ladudaenque se encontraba el barón, acompañó a sus señas un siseo apelativo, quehabríaparecidomuypocoenelordendepartedeunescuderoalembajadordeSuMajestadelreydeFrancia,siestesiseonohubiesetenidoporexcusaunaespecie de punto blanco casi imperceptible a otros ojos que los de unenamorado, que inmediatamente reconoció en este punto blanco un papeldoblado.

—¡Unbillete!—dijoparasíCanolles—.Meescribe,¿quésignificaesto?

Y se acercó casi temblando, aunque su primer movimiento fue una

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extremadaalegría;perohaysiempreenlasgrandesalegríasdelosenamoradosciertapartedeaprensión, enque talvezconsiste sumayorencanto; tener laconviccióndelafelicidad,noseryafeliz.

A medida que el barón se aproximaba, Pompeyo se aventuraba más amostrarelpapel;porúltimo,Pompeyoextendióelbrazo,yCanollestendiósusombrero.Estosdoshombressehabíancomprendidoprodigiosamente,comoseve;elprimerodejócaerelbillete,yelsegundo le recibiócondestreza,yenseguida se internó en un sotillo para leerle; libremente; mientras quePompeyo,sindudaportemoralreuma,cerróenelmomentolaventana.

Pero no se lee así el primer billete de lamujer que se ama, sobre todocuando el billete inesperadono presentamásmotivo de turbaciónque el detemerqueatenteanuestrafelicidad.Enefecto,¿quéteníaquedecirlelaseñorade Cambes, cuando en nada se había alterado en la especie de programaconcertado la víspera entre ambos? ¿No podía contener este billete algunafatalnoticia?

Canollesestabatanconvencidodeesto,queenlugardeaplicarelpapelasuslabios,comoloacostumbraahacerunamanteentalescasos,levolvióylerevolvióportodoslosladosmirándoleconunterrorprogresivo.

Sinembargo,comoal fineraprecisoabrirle, seaenunmomento, seaenotro,llamóensuayudatodosuvalor,rompióelsello,yleyó:

«Caballero,continuarpormástiempoenlasituaciónqueestamos,escosaabsolutamente imposible. Yo espero que seréis delmismomodo de pensar;vosdebéispadecer,siendoconsideradoportodosloshabitantesdecasacomounvigilantedesagradable;yporotraparte,debotemer,siosreciboconmásagrado que en mi lugar lo haría la princesa, que llegue a traslucirse queejecutamos una doble comedia, cuyo desenlace sería indudablemente lapérdidademireputación».

Elbarónseenjugólafrente,suspresentimientosnolehabíanengañado.Eldía, ese gran disipador de fantasmas, había venido a desvanecer todos sussueñosdorados.

Moviólentamentelacabeza,diounsuspiro,ycontinuó:

«Fingid que descubrís la intriga de que hemos usado, para llegar aconseguirestedescubrimiento,hayunmediomuysencillo,queyomismaossuministraré, simeprometéis acceder ami ruego.Yaveis comono tratodedisimularabsolutamentecuántodependodevos.Siaccedéisamisúplica,osharéentregarunretratomío,quellevaminombreymisarmasalpie.Diréisqueoshabéisencontradoeste retratoenunadevuestras rondasnocturnas,yqueporélhabéisconocidoquenosoyyolaprincesa.

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Necesitodecirosque,comounrecuerdodemigratitud,queconservaréenelfondodemicorazón,sipartísestamañanamisma,osautorizo(suponiendo,noobstante,queletengáispordealgúnvalor),osautorizoparaqueguardéisestaminiatura.

Dejadnos sin volverme a ver, si es posible, y llevaréis consigo toda migratitud,mientras que pormi parte conservaré vuestro recuerdo como el deunodeloscaballerosmásnoblesylealesqueheconocidoenmivida».

Elbarónvolvióaleerelbillete,yquedópetrificado.

Porgrandequeseaelfavorquesedispenseenunacartadedespedida,pormuchaquesealadulzuraconqueseencubraunarepulsa,ounadiós,noporestodejandesereladiós,larepulsayladespedida,unacrueldecepciónparael alma. Sin duda era una cosa muy grata aquel retrato, pero la causa quemotivabasuofrecimientodisminuíagranpartedesuvalor.Además,¿dequéservíaelretratoteniendoallíeloriginalbajosumano,ypudiendonodejarleescapar?Sí;peroCanolles,quenohabíadadounpasoatrásantelacóleradelareina y de Mazarino, temblaba ante un gesto de disgusto de la señora deCambes.

Sinembargo,¡cómolehabíaengañadoestamujer,primeroenelcamino,despuésenChantillytomandoelpuestodelaprincesa,yúltimamentedándolela víspera una esperanza, que le robaba al otro día! Pero todas estasdecepciones,ningunaleeratancruelcomoestaúltima.Enelcamino,ellanole conocía, y se libraba de un compañeromolesto, y nadamás; tomando elpuestode la señoradeCondé,obedecíaaunaorden impuesta,desempeñabaunpapeldesignadoporsusoberana,ynoleeraposibleobrardeotromodo;pero esta vez que ya le conocía, después de haber parecido apreciar sudesprendimiento, después de haber pronunciado dos veces aquel nos, quehabía vibrado hasta en el fondo del corazón del joven, volverse atrás,deshacersedesubondad, renegardesureconocimiento,escribir,porúltimo,unacartasemejante,estoeraa losojosdelbarón,másquecrueldad,casiundesprecio.

Deestemodosedespechaba,sedejaballevarporunadolorosacólera,sinadvertirquedetrásdeaquellascortinas, tras lascualeshabíadesaparecido laluz como si el día hubiese absorbido, una espectadora bien cubierta por eldamasco y por los tableros de la ventana, miraba la pantomima de sudesesperaciónsaboreándolatalvez.

—Sí, sí —decía el joven acompañando sus pensamientos con gestosanálogos al sentimiento que le preocupaba—, sí, ésta es una despedida enregla, un gran acontecimiento coronado por un desenlace vulgar, unaesperanza poética trocada en una decepción brutal; pero no aceptaré así elridículo que se me prepara. Más apreciaría su odio que no esta pretendida

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gratitudquemepromete.¡Ah,sí!,¡fiarmeahoraensupromesa!…Estoseríacomoconfiarseenlaconstanciadelvientoyenlacalmadelmar.

¡Ah,señora,señora!—continuóelbaróndirigiéndosehacialaventana—;ésta es la segunda vez que os escapáis; pero os juro, que si encuentro unaocasiónsemejante,noosescaparéisalatercera.

YCanollessubióasuaposentoconintencióndevestirseyentrar,fuesedegradooporfuerza,enlahabitacióndelaseñoradeCambes.Peroalentrarenlasuyayfijarlavistaenelreloj,observóqueapenaseranlassiete.

Aún no había nadie levantado en el castillo. Canolles se echó sobre unsitial y cerró los ojos para refrescar sus ideas y arrojar, si era posible, losfantasmasquedanzabanasualrededor,noabriéndolosmásqueparaconsultarsurelojdecincominutos.

Dieronlasocho,yelcastilloempezóaanimarse,llenándosepocoapocode ruido y movimiento. Esperó Canolles aun media hora con extremadainquietud. Por último, no pudiendo contenerse más, bajó; y atrapando aPompeyo,quetomabaconorgulloelaireenelgranpatio,rodeadodelacayos,aquienesreferíasuscampañasenPicardíaconeldifuntorey,ledijocomosiloviesealpobreporprimeravez:

—¿SoisvoselmayordomodeSuAlteza?…

—Sí,señor—replicóPompeyoadmirado.

—Tened la bondad de avisar a Su Alteza, que deseo se me dispense elhonordeofrecerlemisrespetos.

—Señor…peroSuAlteza…

—SuAltezaestálevantada.

—Sinembargo…

—Id.

—Yocreíaquevuestrapartida…

—MipartidadependerádelaentrevistaquevoyatenerconSuAlteza.

—Ydigoesto,porquetengounaordendelrey.

Aestaspalabras,Canollesgolpeómajestuosamentesobreelbolsillodesucasaca;puntoqueadoptócomoelmássatisfactoriodecuantoshabíapodidoempleardesdelavíspera.

PeroaldarestegolpedeEstado,nuestronegociadorconocíaquetodosuvalor le abandonaba. En efecto, desde la víspera había disminuido en granparte su importancia; la princesa había partido cerca de las doce; sin duda

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habría caminado toda la noche, y por consiguiente debía hallarse a veinte oveinticincoleguasdeChantilly.Aunqueelbaróntratasedeemplearcualquieradiligenciaacompañadodesugente,nohabíayamediodealcanzarla;ydadocaso de que la alcanzase, habiendo partido con un centenar de caballeros,¿quién le aseguraba que la escolta de la fugitiva no ascendiese ya a aquellahoraatresacuatrocientospartidarios?Siemprelequedaba,comohabíadicholanocheanterior,elrecursodehacersematar;¿peroteníaderechodesacrificarconsigo a los hombres que le acompañaban, terminando así con una escenasangrientasuscaprichosamorosos?Lavizcondesa,siélsehabíaequivocadolavísperaacercadelossentimientosquelaanimabanhaciaél;sisuturbaciónno había sidomás que una farsa, podía burlarse abiertamente de él, y teníaentonces que sufrir la silba de los lacayos y de los soldados ocultos en elbosque,ladesgraciadeMazarino,lacóleradelareina,ysobretodolaruinadeunnacienteamor;porquejamásunamujerhaamadoalqueunsóloinstantehaintentadoponerenridículo.

Mientras les daba vuelta a todos estos pensamientos en su imaginación,llegóPompeyoconlasorejasadecirlequelaseñoraprincesaleesperaba.

Esta vez se suprimió todo ceremonial.La señora deCambes le esperabavestida de pie en un pequeño salón contiguo a la cámara.Estaban impresassobre su semblante las señales del insomnio, que en vano había tratado dedesvanecer, sobre todo,un ligero tinte aplomadoque cubría laórbitade susojos,indicabaqueéstosnosehabíancerrado,osehabíancerradoapenas.

—Yaveis,caballero—dijolavizcondesasindejarletiempo,dehablar—,queaccedoavuestrosdeseos,peroconlaesperanza,loconfieso,dequeestaentrevistaserálaúltima,yqueavuestroturnoaccederéisalosmíos.

—Perdonad, señora —dijo el barón—; pero después de vuestraconversacióndeanoche,habíaesperadomenosrigorenvuestrasexigencias,ycontaba que en cambio de cuanto he hecho por vos, por vos sola, pues noconozcoa laseñoradeCondé,¿entendéis?HabíaesperadoqueosdignaríaissoportarpormástiempomipermanenciaenChantilly.

—Sí, señor, lo confieso—contestó la señoradeCambes—;en el primermomento… la turbación inherente a la posición en queme encontraba… lamagnitud del sacrificio que hacíais por mí… el interés de la princesa queexigíaganasetiempo,pudieronarrancardemibocapalabraspocoacordesconmi pensamiento; pero durante esta larga noche reflexionando, y vuestrapermanenciaolamíaenestecastillopormástiemposonunacosaimposible.

—¡Imposible,señora!—dijoCanolles—.¿Olvidáisquetodoleesposibleaquienhablaennombredelrey?

—SeñordeCanolles,yoesperoqueantetodaslascosasseréiscaballero,y

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no trataréis de abusar de la posición en quemeha colocadomi lealtad a laprincesa.

—Señora—contestóelbarón—,antetodaslascosas,esprecisoconvenirenquesoyunloco.Bienlodebéishaberconocido;puessólounlocohabríapodidohacerloqueyohehecho.¿Noosapiadaréisdemilocura,señora?

—¡Nomeobliguéisapartir,ossuplico!

—Enesecasoseréyoquienoscedaelpuesto,caballero.Yoseréquien,avuestro pesar, os llamaré a vuestros deberes. Veremos si me detenéis a lafuerza,sinosexpondréisaentrambosalestadillodeunescándalo.

—¡No,no,caballero!—continuólaseñoradeCambesconunacento,queCanollessentíavibrarporprimeravez—,no,yareflexionaréisquenopuedeser eterna vuestra permanencia en Chantilly; ya os acordaréis de que osesperanenotraparte.

Esta palabra, que brilló como un relámpago a los ojos de Canolles, lerecordó la escena de la posada de Biscarrós, el descubrimiento que lavizcondesahabíahechodelasrelacionesdeljovenconNanón,yentonceslocomprendiótodo.

Aquelinsomnionoeraproducidoporlasansiedadesdelpresente,sinoporlosrecuerdosdelpasado.Laresolucióndelamañana,quepropendíaaevitarlapresenciadelbarón,noeraelresultadodelareflexión,sinolaimpresióndeloscelos.

Medióentoncesentreestasdospersonas,depieunadelantedelaotra,uninstantedesilencio;peroduranteestesilencio,cadacualescuchabalavozdesu propio pensamiento, que hablaba dentro de su pecho por medio de loslatidosdesucorazón.

—¡Celosa!—decía Canolles—, ¡celosa! ¡Oh! Todo lo comprendo desdeeste momento. ¡Sí, sí! ¡Quiere convencerse de que la amo bastante parasacrificarcualquierotroamor!¡Estoesunaprueba!

Porsuparte,laseñoradeCambessedecía:

—Yosoyparaelbarónunadistraccióndeánimo;meheencontradoensucaminoenelmomento,sinduda,enqueveíaobligadoaabandonarlaGuiena,ymehaseguidocomosigueelviajeroaunfuegofatuo;perosucorazónsehaquedadoenlacasitarodeadadeárbolesadondeibalatardequeleencontré.Esenteramente imposiblequeyoconservecercademíaunhombrequeamaaotra,yaquientendríaladebilidaddeamartalvezsileviesepormástiempo.¡Oh!¡Sería,nosólovendermihonor,sinotambiénlosinteresesdelaprincesa,sifuesedébilhastaelpuntodeamaralagentedesusperseguidores!

Asíes,queexclamósúbitamente,contestandoasupropiopensamiento.

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—¡Oh!No,no,esmenesterquepartáis,caballero.

—Partid,opartoyo.

—¿Olvidáis,señora—dijoCanolles—,quemehabéisdadolapalabradenopartir,sinadvertírmeloantes?

—Puesbien,caballero;osadviertoquesalgodeChantillyenestemismoinstante.—¿Ycreéisquelopermitiré?—dijoCanolles.

—¡Cómo!—exclamólavizcondesa—,¿mesujetaríaisporfuerza?

—Señora, yo no sé lo que haré. Lo que sí sé es que me es imposibledejaros.

—¿Entoncessoyvuestraprisionera?

—Sois unamujer a quien he perdido ya dos veces, y a quien no quieroperderlatercera.

—¡Esoesunaviolencia!

—Sí,señora,violencia—contestóelbarón—,siésteeselúnicomediodeconservaros.

—¡Oh!—exclamó la señora de Cambes—; en efecto, ¡es una felicidadconservaraunamujerquegime,quereclamasulibertad,quenoosama,queosdetesta!

Canollesseestremecióytratódedesenvolverrápidamentetodocuantoseagolpaba a sus labios y a su pensamiento. Comprendió que era llegado elmomentodejugareltodoporeltodo.

—Señora—dijoelbarón—,laspalabrasqueacabáisdepronunciarconunacento tan veraz, que no dan cabida a meditar su significado, han resueltotodasmisincertidumbres.¡Vosgemir,vosseresclava!¡Yoreteneraunamujerquenomeama,quemedetesta!No,señora,no,tranquilizaos,noseráasí.Yohabía creído que la felicidad que siento al veros, os haría soportable mipresencia; había esperado, después de haber perdido mi consideración, elreposo de mi conciencia, mi porvenir, mi honor, tal vez, que meindemnizaríaisestesacrificio,concediéndomealgunashoras,quesindudanovolveréaencontrar jamás.Todoestoeraposiblesimehubieseisamado…sioshubierasidoindiferentealmenos;porquesoisbuena,yhabríaishechoporpiedad lo que otra hiciera por amor. Pero no tengo que luchar con laindiferencia, sino con el odio; y desde luego es muy distinto, tenéis razón.Solamente me perdonaréis, señora, el no haber comprendido que podíaobtenerseencambiodeunamordesenfrenado.Avostocapermanecerreinayseñoralibreenestecastillo,comofueradeél,yamíretirarme,comolohago.Dentrodediezminutoshabréisreconquistadovuestralibertad.¡Adiós,señora,

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adiósparasiempre!

Y el barón, con un desorden que siendo fingido al principio, se habíatrocado en real y doloroso al fin de su período a la vizcondesa, se volvióbuscandolapuerta,quenoencontraba,yrepitiendolapalabra,¡adiós!,¡adiós!Conunacento tanprofundamentesentido,quepartiendodelcorazón, tocabaal corazón. Las verdaderas aflicciones tienen su eco propio, como lastempestades.

La señora de Cambes no esperaba esta obediencia de Canolles; habíareunido sus fuerzas para una lucha,masnopara unavictoria, y a su vez sesintió dominada por tanta resignación unida a tanto amor.Y como el jovenhubiese ya dado dos pasos hacia la puerta, extendiendo los brazos con unaespeciedesollozo,sintiódeprontounamanoqueseapoyabasobresuhombroconlapresiónmássignificativa;noerasólotocarle,eradetenerle.

Canollessevolvió.

LaseñoradeCambesestabaenpiedelantedeél.Subrazo,graciosamenteextendido, aun tocaba su hombro, y la expresión de dignidad que se notabapocoantesensusemblante,sehabíaconvertidoenunadeliciosasonrisa.

—¡Muybiencaballero!—ledijo—,¡asíescomoobedecéisalareina!Vaisapartirteniendoordendepermaneceraquí.¡Soisuntraidor!

Canollesdioungrito,cayóderodillas,yapoyósufrenteardorosaen lasdosmanosqueellaletendía.

—¡Oh,estoesparamorirdegozo!—exclamó.

—¡Ay!, no os regocijéis aún—dijo la señora de Cambes—; pues si osdetengo, no es por otra cosa sino porque nos separemos así; es porque nollevéislaideadequesoyunaingrata;esporquemedeiscongustolapalabraqueoshedadoyo,yveáisenmía lomenosunaamiga,yaquelospartidosopuestosqueseguimosmeimpidenserparaconvosotracosajamás.

—¡Oh, Dios mío!—dijo Canolles—, me había engañado aún otra vez.¡Vosnomeamáis!

—Nohablemosahoradenuestrossentimientos,barón,sinodelpeligroqueamboscorremosenpermaneceraquí.

—Vamos,partid,odejadmepartir;espreciso.

—¡Quédecís,señora!

—Laverdad.Dejadmeaquí;volvedaParís;decidaMazarinoyalareinaloqueoshasucedido.Yoosayudaréencuantoestédemiparte;¡peropartid,partid!

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—¿Cuántasveceshabréderepetíroslo?—exclamóelbarón—,¡dejarosesmorir!

—No, no, vos nomoriréis, porque conservaréis la esperanza de que nosvolveremosaencontrarentiemposmásfelices.

—La casualidad me ha interpuesto en vuestro camino, señora, o mejordicho,oshacolocadoenelmíodosvecesya.Lacasualidadsepuedecansar,ysiospierdonoosencontrarémás.

—¡Puesbien!Enesecasoyoosbuscaré.

—¡Oh,señora!Mandadmemorirporvos,lamuerteesuninstantededolor,y nada más; pero no me pidáis que os deje aún, esta idea despedaza micorazón.

Pensadlobien;siapenasoshevisto,apenasoshehablado.

—Pues bien; si os prometo permanecer aquí todo el día; si todo el díapodéisvermeyhablarme.¿Estaréiscontento?Decid.

—Yonadaprometo.

—Entoncesyotampoco.Unsólocompromisohabíacontraídoconvos;yalosabéis,eldeavisaroselmomentoenquepartiría.Puesbien,dentrodeunahoraparto.

—¿Conqueesnecesariohacertodocuantoqueréis?

—¿Esprecisoobedecerosatodotrance?¿Hacerabnegacióndemímismo,por seguirciegamentevuestravoluntad?Puesbien, si todoes indispensable,seréiscomplacida;notenéisdelantemásqueaunpobreesclavo,dispuestoaobedeceros.Mandad,señora,mandad.

Claratendiólamanoalbarón,yconlavozmásdulceyhalagüeña,ledijo:

—Unnuevotratadoencambiodemipalabra,sinomeseparodevosdesdeestemomentohastalasnuevedelanoche,¿partiréisalasnueve?

—Oslojuro.

—Venid, pues.El cielo está sereno, y nos promete un delicioso día; hayrocío en las praderas, perfumes en el aire y bálsamo en las florestas.¡Pompeyo!

Eldignomayordomo,quesindudahabíarecibidoordendepermanecerenlapuerta,entróenseguida…

—Miscaballosdepaseo—dijolaseñoradeCambesconairedeprincesa—; esta mañana voy a los estanques, y pasaré por la quinta, donde piensodesayunarme. Vos me acompañaréis, señor barón—continuó—, está en las

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atribucionesdevuestrocargo,unavezquehabréisrecibidodeSuMajestadlareinalaordendenoperdermedevista.

Una nube de sofocante alegría cegaba al barón y le envolvía con esosvapores que en otros tiempos transportaba al cielo a los antiguos dioses.Dejóse conducir sin oposición y sin voluntad casi; pues estaba trastornado,ebrio, loco.Bienprontoenmediodeundeliciosobosque,yporentrecallesmisteriosas,cuyospimpolloscaíanflotantessobresufrentedesnuda,abriólosojos a la realidad, estaba de pie,mudo, con el corazón comprimido por ungocecasitanpunzantecomoeldolor,caminandoconsumanoenlazadaaladelavizcondesa,queibatanpálida,tanmuda,yseguramentetandichosacomoél.

Pompeyo les seguíaauna respetuosadistancia,bastantecercaparaverlotodo,bastantelejosparanooírnada.

XIV

Ladespedida

Llegóeltérminodeestedíadehechizos,comosucedesiemprealfindeunsueño,lashorashabíanpasadocomosegundosparaeldichosocaballero,ynoobstante, le parecía reunir en éste sólo día suficientes recuerdos, para tresexistencias ordinarias. Cada una de las calles del parque había sidoenriquecida por una palabra, por un recuerdo de la señora de Cambes; unamirada, un gesto, un dedo colocado sobre los labios, todo tenía unsignificado…Alentrarenlabarcalehabíaapretadolamano;alsubirporlaribera,sehabíaapoyadoensubrazo;albordearelmurodelparque,sehabíasentado por sentirse fatigada; y en cada una de estas ilusiones, que comorelámpagoshabíanpasadoantelosojosdelbarón,habíaquedadopresenteensumemoriaelpaisajeiluminadoporunresplandorfantástico,nosóloentodosuconjunto,sinohastaensusmáspequeñospormenores.

Canolles no debía separarse de la señora de Cambes durante el día;mientraseldesayunoleconvidóacomer,ydurantelacomidaacenar.

En medio de todo el boato que la fingida princesa debió emplear pararecibiralenviadodelrey,distinguióelbarónlasdulcesatencionesdelamujerapasionada, y olvidó los criados, la etiqueta, el mundo; olvidó hasta lapromesaquederetirarsehabíadado,ysecreyóestablecidoporunaeternidadventurosaenaquelparaíso terrenal,dondeél seríaAdán,yEva laseñoradeCambes.

Pero cuando llegó la noche, y a suvez se terminó la cena, comohabían

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transcurridotodoslosdemásactosdeaqueldía,esdecir,enmediodeungozoinefable,cuandounadamadehonorcondujoalamesaaPericodisfrazadoaúnen duque de Enghien, que aprovechó esta circunstancia para comer, cualhabríanpodidohacerlocuatropríncipesdesangrejuntos;cuandolacampanadel reloj empezóa resonar, y alzando lavista lavizcondesa sepersuadiódequeibaadardiezgolpes:

—Esllegadalahora—dijoconunsuspiro.

—¿Qué hora? —preguntó el barón haciendo por sonreír, y tratando deeludirconunachanzaungrandeinfortunio.

—Lahoradecumplirlapalabraquemehabéisdado.

—¡VálgameDios,señora!—dijoCanollescontristeza—.¡Noosolvidáisdenada!…

—Acaso lo habría olvidado comovos—replicó la señoradeCambes—,peroaquíloquemerenuevalamemoria.

Y sacó de su bolsillo una carta, que había recibido en el momento deponersealamesa.

—¿Dequiénesesacarta?—preguntóelbarón.

—Delaprincesa,quemellamaasulado.

—¡Al menos, es un pretexto! Os doy gracias por haber tenido esaconsideraciónhaciamí.

—Nooshagáisilusiones,señordeCanolles—dijolavizcondesaconunatristezaquenotratabadedisimular.

Aunquenohubierarecibidoestacarta,alllegarlahoraprefijadaoshabríarecordado, como acabo de hacerlo, vuestra partida. ¿Creéis que entre laspersonas que nos rodean puede pormás tiempo pasar desapercibida nuestramutua inteligencia? Convenid en que vuestras relaciones no son las de unaprincesaperseguidaconsuperseguidor.Perosiaúnestaseparaciónnoestancruelcomopretendéis,permitidmequeosdiga,señorbarón,quesólodevosdependeelquenonosseparemos.

—¡Hablad,hablad!—exclamóCanolles.

—¿Noadivináis?

—¡Oh, si tal, señora! ¡Lo adivino perfectamente! ¿Queréis hablarme deseguirconvosalaseñoraprincesa?…

—Ella misma me lo dice en esta carta —dijo con viveza la señora deCambes.

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—Gracias, porque no proviene de vos esa idea. Gracias también por elreceloconquehabéishecholaproposición.Noesdecirquemiconcienciasealterealaideadeservirenesteoaquelpartido;nocarezcodeconvicción.

¿Yquién la tiene en estaguerra, si se excluyen los interesespersonales?Cuandolaespadasalgadesuvaina,¿quémeimportaquevengaelgolpedeéste o del otro?No conozco la corte ni a los príncipes.No tengo ambiciónindependiente pormi fortuna.Nada espero de los unos ni de los otros. Soyoficial,ynadamás.

—Entonces,¿consentiréisenseguirme?

—No.

—Pero¿porquéno,siendolascosascomodecís?

—Porquemeestimaréismenos.

—¿Noosdetieneotroobstáculo?

—Oslojuro.

—¡Oh!Enesecaso,nada temáis.Vosmismanocreéis loqueacabáisdedecirenestemomento—contestóCanollesalzandoeldedoysonriendo—.Untránsfugaessiempreuntraidor;yaunquelaprimerapalabraesmásdecorosa,nodifierenensignificado.

—Pues bien, tenéis razón—repuso la señora de Cambes—, no insistirémás.Siosencontraseisenunasituaciónordinaria,emplearíatodoslosmediosposiblesparaganarosalpartidodelospríncipes;perocomoenviadodelrey,encargadodeunamisióndeconfianzaporSuMajestadlareinaregenteyporelprimerministro,honradoconlabenevolenciadelseñorduquedeEpernón,quenoobstantelassospechasqueconcebídesdeluego,semehaafirmadoqueosprotegedeunamaneraparticular…

Canollessecubrióderubor.

—Estoyenelcasodeusardelamayordiscreción.

—Peroescuchadme,señordeCanolles,nuestraseparaciónnoesperpetua,vividseguroquenosvolveremosaver,mispresentimientosmelodicen.

—¿Dónde?—preguntóCanolles.

—Nolosé;perociertamentenosvolveremosaver.

Elbarónmeneótristementelacabeza.

—Noloespero,señora—ledijo—;mediaentrenosotroslaguerra,yésteesungranobstáculocuandoalmismotiemponohayamor.

—¿Yeldíadehoy—dijoconhechiceraentonaciónlaseñoradeCambes

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—,noletenéisennada?

—Es el único en que estoy seguro de haber vivido, desde que vine almundo.

—Entonces,confesadquesoisingrato.

—Concededmeotrodíaigualaéste.

—Nopuedo.Tengoquepartirprecisamenteestanoche.

—Nolesolicitoparamañananipasado;solamentedeseoundíacualquieraenadelante.Tomadeltiempoquequeráiselegidellugarqueosagrade;peroque viva yo con una certidumbre; sin una esperanza al menos, sufriríademasiado.

—¿Adóndevaisalsepararosdemí?

—AParís,adarcuentademicometido.

—¿Ydespués?

—AlaBastilla,talvez.

—Perosuponiendoquenovayáisallí…

—MevuelvoaLiburnio,dondedebeestarmiregimiento.

—Y yo a Burdeos, donde estará la princesa. ¿Conocéis alguna aldeabastanteaisladaqueestéenelcaminodeBurdeosyeldeLiburnio?

—Unaconozco,cuyorecuerdomeescasitangratocomoeldeChantilly.

—Jaulnay—dijolaseñoradeCambessonriendo.

—Jaulnay—repitióCanolles.

—Puesbien,senecesitancuatrodíasparallegaraJaulnay.Hoyesmartes,eldomingomedetendréallítodoeldía.

—¡Oh, gracias, gracias!—exclamó el barón, oprimiendo con sus labiosunamano, que la deCambes no tuvo valor para retirar. Pasado un instante,dijoClara:

—Ahora,nonosquedamásqueterminareldesenlacedenuestracomedia.

—¡Ah,sí!,esverdad,señora;lacomedia,quedebecubrirmederidiculezalosojosdelaFranciaentera.

—Perono tengonadaquedecir,yo lohequeridoasí,ysoy,noquienhaelegidoelpapelquerepresento,perosíquienhapreparadoeldesenlacequeledafin.

LaseñoradeCambesbajólosojos.

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—Ahora, instruidme lo que debo hacer —dijo el barón—, sólo esperovuestrasórdenes,yestoydispuestoatodo.

Eratal laconmocióndeClara,queCanollespodíaverelmovimientodelterciopelodesuvestidosobreloslatidosdesigualesyprecipitadosdesuseno.

—Grandeeselsacrificioquepormíhabéishecho,losé;¡perocreedmeennombredelcielo!Tambiénencambioeseternomireconocimiento.¡Sí,pormívaisaarrostrareldesagradodelacorte!Vaisaserjuzgadoseveramente.¡Oh,caballero! Os suplico que despreciéis todo eso, si tenéis algún placer enhabermehechofeliz.

—Tratarédeello,señora.

—Creedme, barón—continuó la vizcondesa—; ese frío dolor de que osveo acometido, es un terrible remordimiento para mí. Otras osrecompensarían, quizá, más cumplidamente que yo, caballero; mas unarecompensaacordadacon tanta facilidad,nopagaría tandignamentevuestrosacrificio.

Y esto diciendo, Clara bajó los ojos, dando un suspiro de sufrimientopudoroso.

—¿Esesotodocuantometenéisquedecir?—preguntóelbarón.

—Tomad —dijo la vizcondesa sacando de su bolsillo un retrato, queentregóaCanolles—;tomadesteretrato,yacadadisgustoqueosorigineestedesgraciado suceso,miradle, y decid que sufrís por la persona cuya imagenrepresenta,yquepagarácadaunodevuestrossufrimientosconunpesar.

—¿Ynadamás?

—Conlaestimación.

—¿Ynadamás?

—Conlasimpatía.

—¡Ah, señora!, una palabra más—exclamó el barón—, ¿qué os cuestahacermecompletamentefeliz?

ClarahizohaciaCanollesunmovimientorápido,letendiólamano,yabriólabocaparaañadir:—Conamor.

Peroalmismotiempoquesuslabios,seabrieronlaspuertas,yaparecióelfingidocapitándeguardiasacompañadodePompeyo.

—EnJaulnayconcluiré—dijolavizcondesa.

—¿Vuestrafraseovuestropensamiento?

—Unayotro.Laprimeraexprimesiempreelsegundo.

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—Señora—dijoel capitándeguardias—, loscaballosdeVuestraAltezaestánenganchados.

—Fingid admiración—dijo la vizcondesamuy quedo al joven.Canollesmostróunasonrisadecompasión,dirigidaasímismo.

—¿AdóndevaVuestraAlteza?—preguntó.

—Parto.

—¿PeroacasohaolvidadoVuestraAltezaquetengoordendeSuMajestaddenoabandonarosuninstante?

—Caballero,vuestramisiónhaterminado.

—¿Quéqueréisdecir?

—Que yo no soy Su Alteza la señora de Condé, sino la vizcondesa deCambes,suprimeradamadehonor.Laseñoraprincesapartióayernoche,yyovoyareunirmeconSuAlteza.

El barón quedó inmóvil, le repugnaba visiblemente continuar en laejecución de semejante farsa ante un público de lacayos. La señora deCambes,paraanimaraCanolles,lecobijóconsudulcemirada.Estamiradaledioalgúnvalor.

—Luegosehaengañadoelrey—dijoél—.¿YelseñorduquedeEnghien,dóndeestá?

—HeordenadoaPericovolverasusaciratesyasusflores—dijounavozgravealaentradadelaposento.

Esta voz era la de la princesa viuda, que estaba en pie en la puerta,sostenidapordosdamasdeconfianza.

—Volved a París, a Nantes, a San Germán; volved a la corte, en fin;vuestramisión aquí ha terminado.Decid al rey que las personas a quien sepersigue,hanrecurridoalaastucia,cosaqueanulasuempleodelafuerza.

—Sois, sin embargo,muy dueño de permanecer en Chantilly para velarsobre mi designio. Conque, señor barón, Dios os guarde. Canolles,abochornado,apenassesintióconfuerzaparainclinarse,mirandoalaseñoradeCambesymurmurandoentonodereproche:

—¡Señora,señora!

La vizcondesa comprendió aquella mirada, y entendió estas palabras; ydirigiéndosealaviuda,dijo:—PermítameVuestraAltezaejecutaraunporunmomento el papel de princesa. Quiero dar las gracias al señor barón deCanolles,ennombredelosilustresseñoresquehanabandonadoestecastillo,por el respeto que ha mostrado y la delicadeza de que ha hecho uso en el

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cumplimiento de una misión tan difícil. Me atrevo a pensar, señora, queVuestraAltezaesdeesteparecer,yaesperarenconsecuenciaqueunirásusaccionesdegraciasalasmías.

Laviuda,movidaporestaspalabrastanfirmes,entreviendotalvezenellasconsuprofundasagacidadunadelascarasdeaquelnuevosecretoingeridoenel primero, pronunció entonces con voz no exenta de cierta emoción, lassiguientespalabras:

—Caballero,para todocuantohabéishechocontranosotros,olvido,paracuantohabéishechoenfavordenuestracasa,gratitud.

Canollespusouna rodillaen tierraante laprincesa,que ledioabesar lamismamanoquetantasveceshabíabesadoEnriqueIV.

Ésteeraelcomplementodelaescena,lairremisibledespedida,yyanolequedaba al barón más recurso que partir, como iba a hacerlo la señora deCambes.

Retiróse,pues,asuhabitación,yapresuróseaescribiraMazarinoelpliegomásdesesperadoquepudoconcebir,estepliegodebíasustraerlealasprimerasimpresiones del momento de sorpresa. Atravesó después las filas de lossirvientes del castillo, no sin temor de recibir sus insultos, y bajó hasta elpatio,enqueseleteníadispuestosucaballo.

Enelmomentodeponerelpieenelestribo,unavozimperiosapronuncióestaspalabras:

«HonoralenviadodeSuMajestadelreynuestroseñor».

Estas palabras hicieron humillar todas las frentes ante el barón, quedespués de haberse inclinado ante la ventana en que se hallaba la princesa,metióespuelasalcaballoydesaparecióconlacabezaerguida.

Castorín, desencantado del hermoso sueño que Pompeyo en su precariacalidaddemayordomolehabíainspirado,siguióasuamocabizbajo.

XV

Losenganchadores

Tiempoesyadevolverlavistaaunodelospersonajesmásimportantesdeesta historia, que montado en un hermoso caballo, sigue la ruta de París aBurdeos, rodeado de cinco compañeros, cuyos ojos chispeaban al menorchoque de saco lleno de escudos de oro que el teniente Ferguzón llevapendiente del arzón de su silla. Esta armonía regocijaba y recreaba a la

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cuadrilla, como el sonido del parche y de los instrumentos reanima a lossoldadosenlasmarchas.

—Noimporta,no—decíaunodelosseishombres—,diezmillibrasesunhermosodinero.

—Esdecir—contestóFerguzón—,queésteseríaundineromuybuenosino debiera nada a nadie; pero este dinero debe una compañía a la señoraprincesa,nimiumsatisest, comodice laantigüedad, loquepuede traducirseconestaspalabras:lodemasiadosólopuedeserbastante.

—Pero, querido Barrabás, nosotros no tenemos el famoso bastante quecorrespondealdemasiado.

—Quenonosvayaasalircaroelbienparecer—dijoCauviñac—,todoeldinero del colector real se ha convertido en arneses, justillos y brocados.Estamos flamantes como unos señores, y llevamos nuestro lujo hasta elextremodetenerbolsas;verdadesquenadatienendentro.¡Oh,apariencia!

—Hablad por nosotros, capitán, y no por vos—repusoBarrabás—.Vostenéisunabolsacondiezmillibras.

—Amigo—dijoCauviñac—,túnohasentendido,ohascomprendidomallo que Ferguzón acaba de decir respecto a nuestras obligaciones hacia laprincesa.

—Yonosoydeesosquesecomprometenaunacosayhacenotra.ElseñorLenet me ha entregado diezmil libras para alzar una compañía y la alzaréaunqueeldemoniomelleve.

—Ahora me resta otras cuarenta mil el día en que esté formada; y sientoncesnopagaesascuarentamillibras,nosveremos…

—¡Con diez mil libras! —exclamaron en coro cuatro voces irónicas,porquesóloFerguzón,plenamenteconfiadoenlosrecursosdesujefe,parecíaestarconvencidodequeCauviñacllevaríaacaboloquehabíaprometido.

—¡Condiezmillibrasalzaréisunacompañía!

—Sí—dijoCauviñac—;aunquesedebaañadiralgomás.

—¿Yquiénhadeañadiresealgomás?—preguntóunavoz.

—Noseréyo—dijoFerguzón.

—Entonces,¿quién?—preguntóBarrabás.

—¡Pardiez!Elprimeroquecaiga.Esperad;justamenteveounhombrealláabajo,enelcamino.Vaisaver…

—Yacomprendo—dijoFerguzón.

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—¿Ynadamás?

—Admiro.

—Sí —dijo uno de los caballeros aproximándose a Cauviñac—,comprendoperfectamentequetratáisdecumplirvuestrapromesa,capitán;sinembargo, pudiéramos perder mucho por el bien parecer. Hoy somosnecesarios;perosimañanasealzalacompañía,sepondránenellaoficialesdeconfianza,ysenosdespediráanosotros,despuésdehabertenidoeltrabajodeformarla.

—Soisunnecio, encinco letras, amigoCarrotel;ynoes ésta laprimeravez que os lo digo —repuso Cauviñac—. El miserable razonamiento queacabáisdehacerosprivadelgradoqueosdestinabaenlacompañía;porqueesevidente que nosotros seremos los seis oficiales de este pequeño ejército.Tenía intenciones de nombraros subteniente de un tirón, Carrotel; pero noseréismásquesargento.Barrabás,vosquenadahabéisdicho,ymerceda lamezquindadqueacabáisdeoír,ocuparéisesepuestohastatantoqueahorquenaFerguzón;encuyocasoascenderéisatenienteporderechodeantigüedad.

—Peronoperdamosdevistaamisoldado,queperciboalláabajo.

—¿Pero tenéis alguna idea de quién es ese hombre, capitán? —dijoFerguzón.

—Ninguna.

—Debeserpaisano.Traeunacapanegra.

—¿Estásseguro?

—Miradcómolalevantaelviento.¿Loveis?

—Si trae capa negra debe ser hacendado; entonces tanto mejor. Lacompañía que vamos a reclutar es para el servicio de los príncipes, y esnecesario que se componga de buena gente. Si fuera para ese modrego deMazarino, cualquier cosa era buena; pero para los príncipes, ¡ah, Ferguzón!Tengolaideadequemicompañíamehadehonrar,comodiceFalstaff.

Toda la cuadrilla metió espuelas para atrapar al paisano, que ibatranquilamenteporenmediodelarrecife.

Cuandoeldignohombre,que ibamontadoenunabuenamula,vioa losbrillantescaballerosqueveníanagalope,seapartórespetuosamenteaunladodelcamino,ysaludóaCauviñac.

—Esatento—dijoéste—,buenprincipio;peronosabeelsaludomilitar,yseránecesarioenseñárselo.

Cauviñacledevolvióelsaludo;ycolocándosedespuésasulado,ledijo:

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—Caballero,¿queréisdecirmesiamáisalrey?

—¡Pardiez!—respondióelpaisano.

—¡Admirable!—dijoCauviñacmoviendolosojosconalegría.

—¿Yalareina?

—Indudablemente.

—¡Excelente!¿YalseñordeMazarino?

—¡ElseñordeMazarinoesungranhombre,caballero,yleadmiro!

—Perfectamente.Enesecaso—continuóCauviñac—,tenemoselgustodeencontrarunbuenservidordeSuMajestad.

—Caballero,megloríodeello.

—¿Yestáisdispuestoadarlepruebasdevuestrocelo?

—Entodasocasiones.

—¡Esto es magnífico! No hay como las carreteras para proporcionarsemejantesencuentros.

—¿Quéqueréis decir?—dijo el paisano, empezando amirar aCauviñacconciertainquietud.

—Quierodecir,caballero,queesnecesarioquenossigáis.

Elpaisanodiosobrelasillaunsaltodesorpresayterror.

—¡Seguiros!¿Yadónde,caballero?

—Noséapuntofijoadondevamos.

—Caballero,yonoviajosinoencompañíadelaspersonasqueconozco.

—Eso esmuy justo, y almismo tiempo propio de un hombre prudente.Voy,pues,adecirosquiénessomos.

El paisano hizo un movimiento como para indicar que ya creía haberloadivinado.Cauviñaccontinuó,sindarseporentendidodeestemovimiento.

—YosoyRolandodeCauviñac,capitándeunacompañíaqueestáausente,es verdad, pero dignamente representada por Luis Gabriel Ferguzón, miteniente;porJorgeGuillermoBarrabás,misubteniente;porCeferinoCarrotel,mi sargento, y por esos otros señores, que uno es mi furriel y el otro miaposentador.Yanosconocéis,caballero—añadióCauviñacconlamásfrancasonrisa—,yasímeatrevoaesperarqueyanonostendréisantipatía.

—Pero,señor—respondióelpaisano—,yoheservidoyaaSuMajestadenlamiliciaurbana,ypagotalcualmisimpuestos,cuotas,cargos,etcétera.

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—Ya, concedo, caballero—continuó Cauviñac—; pero no os enganchopara servir a Su Majestad, sino a los señores príncipes, cuyo indignorepresentanteveisenmí.

—¡Al serviciode lospríncipes,que sonenemigosdel rey!—exclamóelpaisano cada vez más admirado—. Entonces, ¿por qué me preguntabais siamabaaSuMajestad?

—Porque,miamigo,sinohubieseisamadoalrey,sihubieseisacusadoalareinayblasfemadodelseñordeMazarino,mehubieraguardadomuybiendemolestaros separándoos de vuestras ocupaciones; pues en tal caso mehubieraissidosagradocomounhermano.

—Pero,enfin,caballeroyonosoyningúnesclavo.

—Yonosoyunsiervo.

—No, señor; sois soldado, es decir, perfectamente libre de aspirar a sercapitán,comoyo,omariscaldeFrancia,comoelseñordeTurena.

—Caballero,yohepleiteadomuchoenmivida.

—¡Ah!Tantopeor, tantopeor; esunacostumbrepícara lade lospleitos.Yo jamás he tenido pleitos, lo que tal vez sea por haber estudiado paraabogado.

—Peropleiteandoheaprendidolasleyesdelreino.

—Esoesmuylargodecontar.Sabéis,caballero,quedesde lasPandectasdeJustinianohastaelacuerdodelparlamentorebatidoalamuertedelmariscalde Ancre, en que se decide que jamás un extranjero podrá ser ministro deFrancia, hay diez y ochomil setecientas setenta y dos leyes, sin contar lasreales órdenes, decretos y edictos gubernativos; pero, en fin, hayorganizaciones privilegiadas dotadas de unamemoriamaravillosa; Pic de laMirandolahablabadoce lenguasa losdiezyochoaños.¿Yquéfrutohabéissacadodelconocimientodeesaslenguas?—dijoCauviñac.

—Elfruto…elfrutodesaberquesinautorizaciónnosepuededeteneranadieenmediodeuncaminoreal.

—Latengo,amigo.Vedlaaquí.

—¿Delaseñoraprincesa?

—DeSuAlteza,mismaYCauviñacsealzóligeramenteelsombrero.

—Peroqué,¿haydosreyesenFrancia?—exclamóelpaisano.

—Sí, señor, y ved ahí por lo que tengo el honor de reclamar vuestraasistencia,yporloquemirocomoundeberalistarosasuservicio.

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—Apelaréalparlamento,caballero.

—Ése es un tercer rey, efectivamente, a quien también tendréisprobablemente ocasión de servir. Nuestra política no tiene límites. Conque,andando,miamigo.

—Esoesimposible,señor;semeesperaparaciertoasunto.

—¿Dónde?

—EnOrléans.

—¿Quién?

—Miprocurador.

—¿Paraqué?

—Paraunasuntodedinero.

—¡Elprimerasuntoesel serviciodelEstado, caballero!—¿NopuedeelEstadopasarabsolutamentesinmí?

—¡Contamosconvos!Yenverdadquenosharéis falta;sinembargo,si,comodecís,vaisaOrléansporunasuntodedinero…

—Sí,señor;porunasuntodedinero.

—¿Decuánto?

—Decuatromillibras.

—¿Quevaisarecibir?

—No;quevoyadar.

—¿Avuestroprocurador?

—Justamente,caballero.

—¿Porunpleitoganado?

—No;perdido.

—Enefecto,esomerececonsideración…¡Cuatromillibras!

—Cuatromillibras.

—Ésa es justamente la cantidad que desembolsaréis, dado caso que SusAltezas los príncipes consientan en admitir un sustituto mercenario enreemplazodevuestrosservicios.

—Concienescudospagounsustituto,yo.

—¡Unsustitutodevuestraclase;unsustitutoquemonteenmulalospieshacia afuera, como vos; un sustituto que sepa diez y ocho mil setecientas

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setenta y dos leyes! Vamos caballero, para un hombre ordinario, concedo,serían suficientes cien escudos; pero si nos contentamos con hombresordinarios,nopodremoshacerfrentealrey.Nada,nada,necesitamoshombresdevuestromérito,devuestrorangoytalle.¡Quédiablos!,norebajéisvuestromérito.¡Meparecequebienvaléiscuatromillibras!

—Yaveoadondesequiereveniraparar—exclamóelpaisano—;estoesunroboamanoarmada.

—Caballero,nosinsultáis—dijoCauviñac—,yosdesollaríamosvivoparareparareseinsulto,sinotuviésemosquemantenerunabuenareputaciónenlosejércitosdelospríncipes;no,nosedirátaldenosotros.Dadmevuestrascuatromil libras, pero no vayáis a creer que sea esto una exacción; al menos esmenesterquelocreáisasí.

—¿Yquiénlepagaráentoncesamiprocurador?

—Nosotros.

—¿Vosotros?¿Peromedaréisunrecibo?

—Enregla.

—¿Firmadoporél?

—Firmadoporél.

—Enesecaso,yaesotracosa.

—Yaveis.

—¿Conqueaceptáis?

—Precisoserá,puestoquenopuedohacerotracosa.

—Ahora, dadnos las señas de la habitación del procurador, y algunasnocionesindispensables.

—Yaoshedichoqueeraunacondena,resultadodeunpleitoperdido.

—¿Contraquién?

—ContrauntalBiscarrós,demandantecomoherederodesumujer,queeranaturaldeOrléans.—¡Atención!—dijoFerguzón.

Cauviñachizoconelrabodelojounaseña,quequeríadecir:

—Nadatemas;estoyalamira.

—Biscarrós—dijo Cauviñac—, ¿no es un posadero de las cercanías deLiburnio?

—Justamente.QuehabitaentreesaciudadySanMartíndeCubzac.

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—Enlaposadadel«BecerrodeOro».

—Elmismo.

—¿Leconocéis?

—Unpoco.

—¡Elmiserable!Hacermecondenaralpagodeunacantidad…

—¿Quenoledebíais?

—Sítal…peroquenoesperabapagarle.

—Comprendo;escosadura.

—Porlotanto,osjuroqueestimaríamásveresedineroenvuestrasmanosquenoenlassuyas.

—Enesecaso,creoquequedaréiscontento.

—Pero,¿ymirecibo?

—Venidconnosotrosyleobtendréisendebidaforma.

—¿Cómoloconseguiréis?

—Esometocaamí.

SiguieroncaminandohaciaOrléans,adonde llegaroncercade lasdos.Elpaisano condujo a los enganchadores a la posada más próxima a suprocurador. Era esta posada un horrible degolladero, con la enseña de la«PalomadelDiluvio».

—¿Cómo seva a componer esto?—dijo entonces el paisano—.Yobienquisieranodeshacermedemiscuatromillibrassinoencambiodemirecibo.

—Esoeslodemenos.¿Conocéislaletradevuestroprocurador?

—Perfectamente.

—¿Y dándoos su recibo, no tendréis ninguna dificultad en entregarnosvuestrodinero?

—Ninguna.Perosineldineronodarárecibomiprocurador.

—¡Oh!Leconozcomuybien.

—Yoanticipolasuma—dijoCauviñac.

Ysacandoalmismotiempodesubolsacuatromillibras,dosmildeellasenluisesyelrestoenmediaspistolas,alineólaspilasantelosojosadmiradosdelpaisano.

—Senecesitasabercómosellamavuestroprocurador.

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—MaeseRobodín.

—Puesbien;tomadunaplumayescribid.

Elpaisanoobedeció.

«MaeseRobodín, os remito las cuatromil librasde costas e intereses enquehesidocondenadocontraMaeseBiscarrós,quesospechoharádeellasunusoculpable.

Tenedlabondaddeentregaralportadorvuestroreciboenforma».

—¿Yquémás?—preguntóelpaisano.

—Lafechaylafirma.

Elpaisanopusolafechaylafirma.

—Tomaestacartayestedinero—dijoCauviñacaFerguzón—;disfrázatedemolinero,yveacasadelprocurador.

—¿Yquéesloquevoyahacerconelprocurador?

—Darleesedinero,ytraertesurecibo.

—¿Ynadamás?

—Nadamás.

—Nocomprendo.

—Nioshacefalta;asísaldrámejorlacomisión.

Ferguzónteníagranconfianzaensucapitán,ysinreplicar,seencaminóalapuerta.

—Decid que nos suban vino del mejor —dijo Cauviñac—; debe estaralteradoelseñor.

Ferguzónsaludóenseñaldeobedienciaysalió.Mediahoradespuésvolvióy encontró a Cauviñac sentado a la mesa con el paisano; ambos estabanhaciendo los honores a ese famosovinillo deOrléans, que tanto alegraba elpalaciogascóndeEnriqueIV.

—¿Ybien?—preguntóCauviñac.

—Ybien,aquíestáelrecibo.

—¿Es éste? —dijo Cauviñac, pasando el pedazo de papel timbrado alpaisano.

—Elmismo.

—¿Estáenregla?

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—Perfectamente.

—¿No tendréis ya ninguna dificultad en entregarme contra este recibovuestrodinero?

—Ninguna.

—Dádmelo,pues.

El paisano contó las cuatromil libras;Cauviñac lasmetió en su bolsón,dondereemplazaronalasausentes.

—¿Yestomediantesoyyalibre?—dijoelpaisano.

—¡Oh,sí!Amenosquenotengáisempeñoenservir.

—Nopersonalmente;pero…

—¿Qué?…Veamos—dijoCauviñac—,tengounpresentimientodequenonoshemosdesepararsinhaceralgúnotronegocio.

—Puedeser—dijoelpaisanocompletamentetranquiloporlaposesióndesurecibo—;pueshabéisdesaberquetengounsobrino.

—¡Ah,ya!

—Mozotercoycamorrista.

—Delcualdesearíaisveroslibre.

—Noprecisamente;peromeparecequeseríaunbuensoldado.

—Enviádmele,queyomeencargodehacerleunhéroe.

—¿Conquelealistaréis?

—Conmuchogusto.

—También tengo un ahijado, mozo de mérito, que piensa recibir lasórdenes,yporelcualestoyobligadoapagarunagruesapensión.

—Desuertequepreferiríaistomaseelmosquete,¿noesasí?Enviadmeelahijadoconelsobrino,yoscostaráquinientaslibrasporentrambos,nadamás.

—¿Quinientaslibras?Nocomprendo.

—Sinduda,alentrarsepaga.

—Entonces,¿porquémequeríaispagarpornoentrar?

—Ésassonrazonesparticulares.Vuestrosobrinoyvuestroahijadodebenpagar doscientas cincuenta libras cada uno, y no volveréis a saber más deellos.

—¡Cáspita!Muyseductoresesoquemedecís.¿Yestaránbien?

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—Esdecir,queunavezquelehayantomadoelgustoalserviciobajomisórdenes, no querrán trocar su posición por la del emperador de la China.Preguntadaesosseñorescómolostrato.

—¡Responded,Barrabás,Carrotel!

—Escierto—dijoBarrabásquevivimoscomounosseñores.

—¿Ycómoestánvestidos?Mirad.

Carrotel hizo una pirueta girando sobre un pie, a fin demostrar a todaslucessumagníficotraje.

—Elhechoesquenohaynadaquedecirconrespectoalporte.

—Nada.¿Yqué,meenviaréisavuestrosdosjóvenes?

—Esoquisiera.¿Osdetendréisaquímuchotiempo?

—No,mañanatempranopartimos;peroafindeesperarlesiremosalpaso.Dadnoslasquinientaslibras,yesnegocioconcluido.

—Notengomásquedoscientascincuenta.

—Bien,ellospuedentraerlasotrasdoscientascincuenta,locualosservirádepretextoparaenviármelos;porquesinunpretexto,sospecharíanalgo.

—Peroesmuy fácil—dijoalpaisano—,quemecontestenqueunosólobastaparalacomisión.

—Decidlesqueloscaminosnoestánseguros,yledaisacadaunocientoveinteycincolibras;ésteseráunadelantohechosobresusueldo.

—Elpaisanoabriólosojosadmirado.

—Enverdad—dijo—,nohay como losmilitarespara salir de cualquieratolladero.

Ydespuésdehabercontadolasdoscientascincuentalibras,queentregóaCauviñac, se marchó pasmado de haber encontrado ocasión de colocar porquinientaslibrasaunsobrinoyunahijado,quelecostabanalañomásdecienpistolas.

XVI

Elfalsoexentoyelfingidocolector

—Ahora, señor Barrabás—dijo Cauviñac—, ¿lleváis en vuestra maletaalgún vestido un poco menos lujoso que el puesto, y que os dé el aire de

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empleadodeimpuestosyresguardos?

—Tengoeldelcolector,quesabéistenemos…

—¡Bien,muybien!¿Ytenéissunombramiento?

—El teniente Ferguzón me había dicho que no se extraviase, y lo heguardadoconmuchocuidado.

—El teniente Ferguzón es el hombre más previsor que conozco. ¡Ea!Vestíosdecolectorytomadesenombramiento.

Barrabás salió, y al cabo de diez minutos volvió completamentetransformado. Encontró a Cauviñac vestido de negro, que se parecía, a nodudarlo,aunempleadodejusticia.

Ambosseencaminaronacasadelprocurador.MaeseRabodínhabitabaenun tercer piso en el fondo de un departamento, que se componía de unaantesala,undespachoyungabinete,sindudahabríaotraspiezas;perocomoéstasnoseabríanalosclientes,nohablaremosdeellas.

Cauviñac atravesó la antesala, dejó a Barrabás en el despacho, echó alpasarunamiradaapreciadorasobrelosdosescribientes,queestabanalparecerocupadosengarrapatear,ypasóasusanctasanctorum.

MaeseRabodínestabasentadoanteunbufetetanllenodelegajos,queeldignoprocuradorparecíaqueestabaencerradobajolassumarias,expedientesyautos.

Eraésteunhombrealto,secoyamarillo;llevabaunvestidonegropegadoasusenjutosmiembros,comolapielde laanguilavaunidaasucuerpo.AlsentirelruidodelospasosdeCauviñac,enderezósulargotroncoencorvado,levantando la cabeza que entonces sobrepujó al baluarte de papeles que lerodeaba.Brillaban tanto losojillosdelprocuradorconun reflejosombríodeavaricia y codicia, que Cauviñac creyó por un instante haber encontrado albasiliscoanimalquelossabiosmodernosmirancomofabuloso.

—Caballero—dijoCauviñac—, dispensad sime presento así en vuestroaposentosinanunciarme—peroañadiósonriendodelmodomásatractivo—;ésteesunprivilegiodemicargo.

—Unprivilegiodevuestrocargo—dijoMaeseRabodín.

—¿Ytendréislabondaddedecirmecuálesvuestrocargo?

—SoyexentodeSuMajestad.

—¿ExentodeSuMajestad?

—Tengoesehonor.

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—Caballero,nooscomprendo.

—Vaisacomprenderme.¿ConocéisaMaeseBiscarrós,noescierto?

—Esverdadqueloconozco;esmicliente.

—¿Quépensáisdeél?Sinolotenéisamal.

—¿Quépienso?

—Sí.

—¡Pienso…pienso…psí!Queesunhombremuyguapo.

—Puesbien,caballero,estáisequivocado.

—¿Conqueestoyequivocado?

—Vuestrohombreguapoesunrebelde.

—¡Cómo,unrebelde!

—Sí,señor;unrebeldequeseestabaaprovechandodelaposiciónaisladadesuposadaparaconstituirlaenfocodeconspiración.

—¡Deveras!

—Quesehabíacomprometidoaenvenenaralrey,alareinayalseñordeMazarino,siporacasoparasenensuposada.

—¡Deveras!

—YaquienacabodeprenderyconduciralascárcelesdeLiburnio,porlaprevencióndeuncrimendeesamajestad.

—Caballero,mesofocáis—dijoMaeseRabodínapoyándosedeespadasenunsillón.

—Haymás,caballero—continuóelsupuestoexento—,yesqueoshalláiscomprometidoenestenegocio.

—¿Yo, señor? —exclamó el procurador pasando de amarillo-limón averde-manzana—;¡yocomprometido!¿Ycómoeseso?

—Vostenéisunasuma,queelinfameBiscarrósdestinabaalpagodeunaarmadarebelde.

—Escierto,caballero,queherecibidoporél…

—Unasumadecuatromillibras;selehadadolatorturadelosborceguíes,yalaoctavapuntahaconfesadoelmiserablequeesasumadebíahallarseenvuestropoder.

—Loestáefectivamente,peronohacemásqueunmomentoquelatengo.

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—¡Tantopeor,caballero,tantopeor!

—¿Porquéespeor?

—Porquevoyavermeenlaprecisióndeasegurarvuestrapersona.

—¿Mipersona?

—Sinduda.Elautodeacusaciónosdesignacomocómplice.

Elprocuradorpasódeverde-manzanaaverde-botella.

—¡Ah! Si no hubieseis recibido esa suma—continuó Cauviñac—, seríaotracosa;perovosconfesáisquelahabéisrecibido,yyaconocéisqueestoesuninstrumentodeconvicción.

—Caballero, y si estoypronto a entregarla, si os la doy ahoramismo, sideclaro que no tengo ninguna relación con el miserable Biscarrós, si ledesmiento…

—Noporesodejarándepesarsobrevosgravessospechas.Sinembargo,debodecirosquelainmediatadevolucióndeldinero…

—Sí,señor,ahoramismo—exclamóMaeseRabodín.

—Todavíaestáeldinero,ahíeneltalegoenquesemehamandado;nohehechomásqueexaminarlasuma,nadamás.

—¿Yesexacta?

—Contadlavosmismo,señor;contadlavosmismo.

—No, de ningúnmodo; yo no tengo facultad para tocar al dinero de SuMajestad. Pero viene conmigo el recaudador de Liburnio, que se le haordenadomeacompañeparaentendersedelasdiferentessumasqueelinfameBiscarrósdiseminabadeestemodoparareunirlasencasonecesario.

—En efecto, me había encargado, que así que recibiese esas cuatro millibras,selashicieseremitirsindilatación.

—Loveis,sindudasabeyaquelaprincesasehafugadodeChantillycondirección aBurdeos, y elmiserable reunía todos esos recursos para hacersejefedepartido.

—¿Yvosnosospechabaisnada?

—Nada,señor;nada.

—¿Nadieoshabíaavisado?

—Nadie.

—¿Cómo tenéis atrevimiento de decir eso? —exclamó Cauviñacextendiendoeldedohacialacartadelpaisano,quehabíaquedadoabiertaentre

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otrosvariospapeles sobre elbufetedeMaeseRabodín—.¿Cómodecís eso,cuandovosmismomesuministráislapruebaencontrario?

—¿Cómolaprueba?

—¡VálgameDios!Leed.

Rabodínleyóconvoztrémula:

«MaeseRabodín, os remito las cuatromil libras de costas e intereses enquehesidocondenadocontraMaeseBiscarrós,quesospechoharádeellasunusoculpable».

—¡Un uso culpable! —repitió Cauviñac—, ya veis que la horribleconductadevuestroclientesehaextendidohastaaquí.

—¡Caballero,estoyaterrado!—dijoelprocurador.

—Nodebo ocultaros, caballero—dijoCauviñac—, quemis órdenes sonseveras.

—Osjuroquesoyinocente.

—¡Pardiez!LomismodecíaBiscarrósantesdeaplicarlelatortura;peroalquintoclavocambiódelenguaje.

—Osdigo,caballero,queestoydispuestoaentregaroseldinero.Vedleahí,tomadle,puesyamepincha.

—Hagamoslascosasenregla—dijoCauviñac—.Yaoshedichoquenotengofacultadparatocareldinerodelrey.

Ydirigiéndoseentonceshacialapuerta,dijo:

—Venid,señorrecaudador;cadacualasuoficio.

Barrabásentró.

—Elseñorloconfiesatodo—continuóCauviñac.

—¡Cómoqueloconfiesotodo!—exclamóelprocurador.

—Sí;voshabéisconfesadoqueestabaisencorrespondenciaconBiscarrós.

—Señor, yo no he recibido nuncamás que dos cartas suyas, y no le heescritomásqueuna.

—Elseñorconfiesaquetienefondospertenecientesalacusado.

—Ahíestán,señor.Jamásherecibidoporcuentasuyamásqueesascuatromillibras,queestoyprontoaentregaros.

—Señor colector —dijo Cauviñac—, justificad vuestra identidad pormedio de vuestro despacho; contad ese dinero, y dad un recibo de él en

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nombredeSuMajestad.

Barrabás tendió su nombramiento al procurador, que le rechazó con lamano,temiendohacerleunainjurialeyéndolo.

—Ahora —dijo Cauviñac—, mientras que Barrabás, temeroso deequivocarse,contabaeldinero;ahoraesmenesterseguirme.

—¿Seguiros?

—Sinduda.¿Nooshedichoquesoissospechoso?

—¡Pero,señor!OsjuronotieneSuMajestadunservidormáslealqueyo.

—Nada haymás fácil que afirmar, vosmejor que nadie lo sabéis, señorprocurador; y en justicia no basta con la afirmación del presunto reo, senecesitanpruebas.

—Pruebas,lasdaré.

—¿Cuáles?

—Todamividapasada.

—Esonoesbastante;esmenesterunagarantíaparalofuturo.

—Indicadmeloqueseapreciso,yloharé.

—Hay un excelente medio de probar de manera incontestable vuestralealtadalrey.

—¿Cuál?

—En estemomento se encuentra enOrléans un capitán amigomío, queformaunacompañíaparaelrey.

—¿Ybien?

—Deberíaisalistarosesesacompañía.

—¿Yo,caballero?¡Unprocurador!…

—El rey tiene mucha necesidad de procuradores, caballero, porque susnegociosandanmuyembrollados.

—Loharíaconmuchogusto,señor;pero¿ymidespacho?

—Vuestrosoficialesledesempeñarán.

—¡Esimposible!¿Ylasfirmas?

—Disimulad,señor,simemezcloenlaconversación—dijoBarrabás.

—¿Cómo?—dijoelprocurador—,hablad,caballero,hablad.

—Meparecequesiensulugarelseñor,queharíauntristesoldado…

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—Síseñor,muytriste,tenéisrazón—contestóelprocurador.

—Siestecaballeroofrecieseavuestroamigo,omejordichoalrey…

—¿Qué?,caballero;¿quépuedoofreceralrey?

—Susdosescribientes.

—Sindudaalguna—exclamóelprocurador—;seguramente,yconmuchogusto.Quetomevuestroamigolosdos,selosdoy;yquesondosmocitosdosclaveles.

—Elunodeellosmepareceunniño.

—¡Quinceaños,señor,quinceaños!Yunafieraprodigiosaparatirardeuntambor.Venidacá,Fricotín.

Cauviñachizounaseñaconlamano,paraindicarquedeseabasedejaseaFricotíndondeestaba.

—¡Elotro!—continuó.

—Tiene diez y ocho años, cinco pies y seis pulgadas; es aspirante deportero en San Salvador, y por consiguiente, ya conoce el manejo de laalabarda.Venidacá,Chalumeau.

—Pero es horriblemente vizco, según me ha parecido —dijo Cauviñachaciendounasegundaseñaigualalaprimera.

—Tantomejor, caballero, tantomejor; así le pondréis centinela, y comoestaráalraso,veráaunmismotiempoaderechaeizquierda,mientrasquelosdemásnovensinoloquetienendelante.

—Sí, es una ventaja, ya lo sé; pero bien comprendéis que el rey tienemuchoenquépensar.Parapleitearacañonazoshaymásquehacerqueparapleitear de palabras; el rey no puede encargarse del equipo de esos dosmocitos;harábastantesicuidadesuinstrucciónydesusueldo.

—Caballero—dijoMaeseRabodín—,sinoesnecesariomásqueesoparaprobarmifidelidadalrey…¡vamos,haréunsacrificio!

CauviñacyBarrabáscambiaronunamiradadeinteligencia.

—¿Quéopináis,señorcolector?—dijoCauviñac.

—Piensoqueelseñorparecehombredebien—repusoBarrabás.

—Yqueporconsiguienteesnecesario tenerconélalgunaconsideración.Dadalseñorunrecibodequinientaslibras.

—¡Quinientaslibras!

—Unrecibo,expresandoserdichacantidadparaelequipodedosreclutas,

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queelcelodeMaeseRabodínofrecealosejércitosdeSuMajestad.

—Pero al menos, mediante este sacrificio, caballero, ¿podré quedartranquilo?

—Sinduda.

—¿Nosemeinquietará?

—Asíloespero.

—¿Ysicontratodajusticiasemepersiguiese?

—Apeladamitestimonio.

—¿Peroconsentiránvuestrosdosescribientes?

—Conmilamores.

—¿Estáisseguro?

—Sí,señor.Sinembargo,convendríanodecirles…

—Elhonorquelesespera,¿noeseso?

—Seríalomásprudente.

—¿Ycómoharemoseso?

—Muysencillamente;selosmandoavuestroamigo.

—¿Cómosellama?

—ElcapitánCauviñac.

—Se los mando a vuestro amigo el capitán Cauviñac con cualquierpretexto; aunque valdría más que fuese fuera de Orléans para evitar unescándalo.

—Sí,yparaquenolesdéeldeseoalosorleanesesdeazotarosconvaras,comocomandóhacerCamiloconaquelmaestrodeescueladelaantigüedad…

—Sí,losenviaréfueradelaciudad.

—AlacarreteradeOrléansaTours,porejemplo.

—Alaprimeraposada.

—YallíseencontraránconelcapitánCauviñacalamesa,quelesofreceráun vaso de vino proponiéndoles que brinden a la salud del rey; beban conentusiasmo,ycatarlosyahechossoldados.

—Perfectamente;ahorapodéisllamarlos.

El procurador llamó a los dos jóvenes. Fricotín era un truhanzuelo decuatropiesnocabales,vivo,despiertoy fornido;Chalumeaueraunsimplón

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de cinco pies y seis pulgadas delgado como un hisopo y colorado como unrábano.

—Señores —dijo Cauviñac—, Maese Rabodín, vuestro procurador, osquiereencargardeunamisióndeconfianza;quierequemañanaporlamañanavayáisalaprimeraventaqueseencuentraenelcaminodeOrléansaBlois,arecoger un legajo de piezas relativas a un proceso formado por el capitánCauviñaccontraelseñordeLarochefoucault;porestepaseoosregalaráMaeseRabodínveinteycincolibrasacadauno.

Fricotín,mozonaturalmentecrédulo,diounsaltodetrespies.

Chalumeau,cuyocaráctereradesconfiado,miróa lavezaCauviñacyalprocuradorconunaexpresióndeduda,quelehacíatresvecesmásvizcodeloqueera.

—Pero—dijoMaeseRabodínconviveza—,esperadunmomento;yonomeheobligadoadaresascincuentalibras.

—Maese Rabodín —continuó el falso exento—, se reintegrará de esasuma,conloshonorariosdelprocesoentreelcapitánCauviñacyelduquedeLarochefoucault.

MaeseRabodínbajólacabeza,lohabíanpilladoenelgarlito,ynohabíamásrecursoquepasarporellooiralacárcel.

—Vamos—dijoelcolector—;miradcómohabíaprevistovuestrosdeseos.

Yleentregóunpapel,enquehabíaescritoestaslíneas:

«He recibido de Maese Rabodín, fidelísimo súbdito de Su Majestad, atítulodeofrendavoluntaria, lacantidaddequinientaslibrasparaayudarleenlaguerracontralospríncipes».

—Siosparece—dijoBarrabás—,añadirélosdosescribientesenelrecibo.

—No,no—dijoconvivezaelprocurador—.Estáperfectamenteasí.

—Apropósito—dijoCauviñacaMaeseRabodín—,decidaFricotínquellevesutambor,yChalumeauquesearmeconsualabarda;estomenoshabráquecomprar.

—¿Pero,bajoquépretextoqueréisqueleshagaesteencargo?

—¡Pardiez!Bajopretextodedistraerseporelcamino.

Despuésdeesto,elfalsoexentoyelfingidocolectorseretiraron,dejandoaMaeseRabodíncompletamenteaturdidoporelpeligroquehabríacorrido,ymuycontentodehabersesalvadoatanpocacosta.

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XVII

Lasdosrivales

AlamañanasiguientesucediócuantohabíaprevistoCauviñac,elsobrinoyel ahijado llegaron losprimeros, ambosmontados sobre sus caballos;mástardeFricotínyChalumeau,elunoconsu tamboryelotroconsualabarda.Mucho fuenecesariovencerporunayotraparte, cuando se les explicóqueestaban alistados al servicio de los príncipes; pero todas las dificultades seallanaronantelasamenazasdeCauviñac,laspromesasdeFerguzónylalógicadeBarrabás.

Los caballos del sobrino y el ahijado se destinaron a conducir losequipajes; y como era una compañía de infantería la que tenía encargo deformarCauviñac,losdosnuevosreclutasnadatuvieronquedecir.

Pusiéronse en camino. La marcha de Cauviñac se asemejaba a unverdaderotriunfo.Elingeniosopartidariohabíaencontradoelmediodeatraeralaguerralosmástenacespartidariosdelapaz.Aunoshacíaabrazarlacausadel rey, y a otros la de los príncipes. Quienes creían servir al parlamento,quienes al rey de Inglaterra, y hubo quien propusiese una excursión a laEscociaparareconquistarsusEstados.Yadesdeluegohabíamediadoalgunadiferencia en los colores, alguna discordancia en las reclamaciones, que elteniente Ferguzón, a pesar de su persuasión, había tenido que someter porfuerza a la regla de la obediencia pasiva. Sin embargo, con la ayuda de unmisterio continuo y necesario, respecto al éxito de la opinión, soldados yoficialessedejabanconducir,sinsaberloqueibaaserdeellos.Aloscuatrodías de haber salido Cauviñac de Chantilly, había reunido veinticincohombres.Muchosríosformidablesaldesembocarenelmar,tienenunorigenmenosimponente.

Cauviñacbuscabauncentro,llegóaunapequeñaaldeaqueestabasituadaentreChatellerault y Poitiers, y creyó haber encontrado allí lo que buscaba.Eraésta laaldeadeJaulnay;Cauviñac la reconocióporhaberestadoenellaunanochea traerunaordenaCanolles,yestableciósucuartelgeneralen laposada,donde recordabahabercenadobastantebienaquellanoche.Porotraparte, no había tampoco donde escoger; pues ya hemos dicho que aquellaposadaerasola.

ApostadoasísobreelcaminoprincipaldeParísaBurdeos,CauviñacteníaasusespaldaslastropasdelseñordeLarochefoucault,quesitiabanaSaumur,yasuvanguardialasdelrey,queseconcentrabanenlaGuiena.

Tendiendoasílamanoaunosyotros,seguardabamuybiendeenarbolarun color determinado antes de tiempo, y trataba solamente de componer un

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núcleo de unos cien hombres de quienes poder sacar gran partido. Elengañamientomarchababien,yCauviñacteníayaconcluidacasilamitaddesutarea.

UndíaqueCauviñac,despuésdehaberpasadotodalamañanaencazadehombres,estabaporcostumbreenacechoalapuertadelaposadaconversandoconsuteniente,vioasomarporelextremodelcaminoaunaseñorajoven,queiba a caballo seguida de un escudero, montado como ella, y dos machoscargadosdeequipajes.

La soltura y gallardía con que la bella amazonamanejaba su caballo, eltalanterígidoyfierodelescuderoquelaacompañaba,despertaronunrecuerdoen la cabeza de Cauviñac. Puso su mano sobre el brazo de Ferguzón, quemalhumorado aquel día, estaba triste y pensativo, y le dijo señalándole a laviajera:

—¡Ve allí el soldador número 50 del regimiento de Cauviñac, o que lamuertemelleve!

—¿Quién,aquellaseñora?

—Justamente.

—¡Vaya,pues!Yatenemosunsobrinoquedebíaserabogado,unahijadoque debía ser clérigo, dos escribientes de procurador, dos droguistas, unmédico,dospanaderosydospaveros;malossoldadostodos,meparece,sinoselesagregaunamujer,porqueundíauotroseránecesariobatirse.

—Sí,peronuestrotesoronoasciendeaúnmásqueaveinticincomillibras(seveque tanto la tropacomoeldinero,habían sido laboladenieve);y sipudiéramosllegararedondearesasuma,porejemplo,atreintamillibras,meparecequenoseríamalapartida.

—¡Ah!Siveslacosabajoeseaspecto,esmuydiferente;nadatengoquedecir,yapruebotupensamiento.

—¡Silencio!Vasaver.

Cauviñacseacercóalajovenseñora,queestabaparadadelantedeunadelasventanasde laposada, interrogandoa lahuésped,que lerespondíadesdeadentrodelaposento.

—A vuestras órdenes, caballero—dijo Cauviñac con finura, llevándosecaballerosamentelamanoasusombrero.

—¡Caballero,amí!—dijoladamasonriendo.

—Avos,sí,lindovizconde.

Laseñoraseruborizó.

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—Noséquéesloquequeréisdecir,caballero—respondió.

—¡Oh, sí!Y la prueba es que tenéis yamedio palmo de colorete en lasmejillas.

—Seguramenteosequivocáis,caballero.

—¡Notal,no!Porelcontrario,séperfectamenteloquemedigo.

—Vamos,caballero,bastadebromas.

—Ea,señor,nohablodebroma;ysiqueréislapruebaoslavoyadar.Yohetenidoelhonordeencontraros,haráunastressemanas,eneltrajepropiodevuestrosexo,unatardeaorillasdelDordoña,seguidodevuestrofielescuderoel señor Pompeyo. ¿Está con vos aún el señor Pompeyo? ¡Calle, sí,justamente,heleahí,elbuenPompeyo!¿Decidtambiénquenoleconozco?

Elescuderoylajovensemiraronestupefactos.

—Sí,sí—continuóCauviñac—,esoosadmira,milindovizconde;peronoosatreveréisadecirquenosoiselmismoqueencontréallí,biensabéis,enelcaminodeSanMartíndeCubzac,auncuartodeleguadelaposadadeMaeseBiscarrós.

—Noniegoeseencuentro,caballero.

—¡Ah!¿Loveis?

—Soloséqueesedíaibadisfrazada.

—No,no,hoyescuandoloestáis;esonadatienedeparticular.EntodalaGuienaestándadaslasseñasdelvizcondedeCambes,yjuzgáisprudente,paraalejartodasospecha,adoptarmomentáneamenteesetraje,queporotraparte,debohacerosjusticia,ossientaperfectamente.

—Caballero—dijo la vizcondesa con una turbación que en vano queríadisimular—; si no entremezcláis en vuestra conversación algunas palabrassensatas,deverasoscreeréloco.

—No os haré por cierto esemismo cumplido; pues creomuy razonabledisfrazarsecuandoseconspira.

Lajoven,cadavezmásinquieta,fijóenCauviñacunamirada.

—Enefecto,caballero—dijoella—,meparecequeoshevistoenalgunaparte;peronorecuerdodónde.

—Laprimeravez,yaoshedichoquefueaorillasdeDordoña.

—¿Ylasegunda?

—LasegundaenChantilly.

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—¿Eldíadelacaza?

—Justamente.

—Entonces,caballero,nadatengoquetemer;soisdelosnuestros.

—¿Porqué?

—Porqueestabaisencasadelaprincesa.

—Permitidmequeosdigaqueésanoesunarazón.

—Sinembargo,meparece…

—Allíhabíamuchagente,paratenerlacertezadequetodoslosqueallíseencontrabaneranamigos.

—Cuidadoconello,caballero;haríaisqueconcibieseunaideasingulardevos.

—¡Eh!Pensaddemíloqueosagrade;nosoymuysensible.

—Pero,enfin,¿quédeseáis?

—Haceros,silotenéisabien,loshonoresdeestaposada.

—Gracias,caballero,nolosnecesito;yesperoaotrosujeto.

—Estámuy bien; desmontad, ymientras llega ese sujeto hablaremos unrato.

—¿Quéhayquehacer,señora?—preguntóPompeyo.

—Desmontar,pedirunahabitaciónydisponerlacena—dijoCauviñac.

—Caballero—dijo lavizcondesa—,meparecequeaquíesamíaquientocadarórdenes.

—Eso es según y conforme, vizconde, si se atiende a que yomando enJaulnay,yaquetengocincuentahombresamidisposición.Pompeyo,hacedloquehedicho.

Pompeyobajólacabezayentróenlaposada.

—¿Peroquéesesto,caballero,mearrestáis?—preguntólajoven.

—Talvez.

—¿Cómo?,talvez.

—Sí, eso dependerá de la conversación que vamos a tener juntos. Perotomaos lamolestiadebajar,vizconde;así,bien,ahoraaceptadmibrazo; losmozosdelaposadacuidarándellevarvuestrocaballoalacuadra.

—Obedezco,caballero,porqueyalohabéisdicho,soisaquíelmásfuerte,

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notengoningúnmedioderesistencia;perosóloosadviertounacosa,yesquelapersonaqueespero,yquevaavenir,esunoficialdelrey.

—Ybien,vizconde,meharéiselhonordepresentarmeaél,ytendrésumogustoenconocerle.

La vizcondesa comprendió que no podría oponer resistencia, y echó aandardelante,haciendoseñaasuextrañointerlocutordequepodíaseguirla.

Cauviñac la acompañó hasta la puerta de la habitación que le habíapreparado Pompeyo; y ya iba a atravesar el umbral detrás de ella, cuandosubiendorápidamentelaescaleraFerguzón,seacercóasuoídoyledijo:

—¡Capitán, un carruaje con tres caballos, un joven enmascarado dentro,doslacayosenlasportezuelas!

—¡Bueno!—repusoCauviñac—.Éseesprobablementeelcaballeroqueseespera.

—¡Ah!¿Seesperauncaballero?

—Sí;yyalesalgoalencuentro.Quédateenestecorredorynopierdasdevistalapuerta,dejaentraratodoelmundo,peroquenadiesalga.

—Basta,capitán.

Una silla de posta acababa en efecto de parar a la puerta de la posada,escoltada por cuatro hombres de la compañía de Cauviñac, que le habíanencontrado a cuatro leguas de la villa, y desde aquel momento la habíanacompañado. En el fondo de la silla estaba, más tendido que sentado, uncaballero vestido de terciopelo azul, embozado en una ancha capa forrada.Desde el momento en que los cuatro hombres rodearon el carruaje, elcaballero les había dirigido varias preguntas; pero viendo que a pesar de suexigencia, aquellas preguntas habían quedado sin respuesta, parecía que sehabía resignadoaesperar,y sólode tiempoen tiempoalzaba lacabezaparaversiseacercabaalgúnjefeaquienpoderpedirlaexplicacióndelaconductasingularquesugentehabíatenidoconél.

Por lo demás, era imposible apreciar en su justo valor la impresión queprodujoenel jovenviajeroestesuceso,enatenciónaque lecubría lamitaddelrostrounadeesascaretasderasonegro,llamadoslobos,yqueenaquellaépocaestabanmuyalamoda.Fueradeesto,loquelamáscaradejabaver,esdecir,loaltodelafrenteyloinferiordelacara,denotabajuventud,bellezayvalor;losdienteseranpequeñosyblancos,yatravésdelacaretacentelleabansusojos.

Había a cada lado del carruaje un lacayo; ambos estaban pálidos ytemblorosos,apesardelmosquetónquetraíanapoyadoenelmuslo,yerantanaltos, que parecían montados en sus caballos, por estar elevados sobre las

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portezuelas del coche. Este cuadro hubiera podido pasar por una escena desalteadoresdeteniendoaunosviajeros, ano ser por la luzdelmediodía, laposada,lafigurarisueñadeCauviñacyelaplomodelospretendidosladrones.

AlavistadeCauviñac,queavisadoporFerguzón,aparecíaalapuerta,eljoven detenido lanzó un pequeño grito de sorpresa, y se llevó vivamente lamanoalacara,comoparaasegurarsedequeaúnllevabasumáscara.

Estaconvicciónpareciótranquilizarlealgúntanto.

Pormuyrápidoquefueseestemovimiento,noseescapóalapenetraciónde Cauviñac. Miró al viajero, como hombre acostumbrado a descubrir losrasgosaunenlasfisonomíasmásdisfrazadas,despuésdelocualseestremecióasupesarconunasorpresacasiigualalaquehabíamanifestadoelcaballerovestidode terciopeloazul;sinembargo,se repuso,yquitándoseelsombreroconunagraciaparticular,dijo:

—Bellaseñora,seáisbienvenida.

Losojosdelviajerobrillaronconasombroatravésdelasaberturasdesucareta.

—¿Adóndevaisdeesemodo?—continuóCauviñac.

—¿Adónde voy? —repuso el viajero desentendiéndose del saludo—,¡adónde voy!Mejor que yo debéis saberlo vos, puesto que no soy libre decontinuarmiviaje.Voyadondemequeráisllevar.

—Permitidme que os advierta —continuó Cauviñac con una delicadezaprogresiva—, que eso no es responder, bella señora. Vuestra detención esmomentánea.Despuésquehayamoshabladounmomentodenuestrosasuntos,sin disfraz en el corazón ni en el rostro, continuaréis vuestro camino sinimpedimentoalguno.

—Perdonad —dijo el joven viajero—, antes de ir más lejos es precisodeshacerunerror.Segúndaisaentender,metenéispormujer,cuandoporelcontrario,estáisviendopormisvestidosquesoyhombre.

—Vosnoignoráiselproverbiolatino:Ennimiumcredecolori.Elsabionojuzgaporapariencias.Ycomoyotengopretensionesdesabio,resultaquebajoesetrajementiroso,hereconocido…

—¿Qué?—preguntóelviajeroconimpaciencia.

—¡Psi!Yaoslohedicho,¡unamujer!

—Perosisoyunamujer,¿porquémedetenéis?

—¡Toma! Porque en los tiempos en que vivimos son las mujeres másperjudicialesqueloshombres;asíes,queanuestraguerrapudierallamársele

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con propiedad. La reina y la señora de Condé son las dos potenciasbeligerantes.ÉstastienenportenientesgeneralesalaseñoritadeChevreuse,laseñoradeMontbazón,ladeLongueville…yvos.LaseñoritadeChevreuseesel general del señor coadjutor; la señora de Montbazón lo es del señor deBeaufort;laseñoritadeLonguevilleeselgeneraldeLarochefoucault,yvos…vos,quemeparecequetenéistrazasdeserelgeneraldelduquedeEpernón.

—Vamos, está visto, caballero, que sois loco —dijo el joven viajeroencogiéndosedehombros.

—Noosdarémáscrédito,hermosaseñora,queelquehaceunmomentodabaunjovenquemehacíaelmismocumplido.

—¡ElvizcondedeCambes!—exclamóeljovenviajero.

—¿Lesosteníais,quizás,queellaeraunhombre?

—Justamente.Yo,queconocíenseguidaamicaballerito,porhaberlovistouna tardeaprincipiosdelmesdemayo, rondara laposadadel«BecerrodeOro»,nomehedejadoengañarporsussayas,suscofiasysuvocecitadetiple;comotampocomedejoengañardevuestraarmillaazul,devuestrosombrerogrisyvuestrasbotas;ylehedicho:amigomío,adoptadelnombre,trajeyvozqueosdélagana,noporesodejaréisdeserelvizcondedeCambes.

—¡Ah!Os choca el nombre, a lo que parece. ¿Le conocéis también porcasualidad?

—¿Uncaballeritomuyjoven,casiunniño?

—Tendrádiezysieteodiezyochoañoslomás.

—¿Muyrubio?

—Muyrubio.

—¿Grandesojosazules?

—Muygrandesymuyazules.

—¿Estáaquí?

—Aquíestá.

—¿Ydecísqueva?…

—Disfrazado de mujer el bribón, como vos vais disfrazada de hombre,bribona.

—¿Y a qué viene aquí? —dijo el joven con una vehemencia y unaturbación, que se hacían cada vez más visibles, al paso que Cauviñac semostrabamássobriodegestosymásavarodepalabras.

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—¿Quéséyo?—repusoCauviñacrecalandocadaunadesuspalabras—,peroparecequetieneunacitaconunodesusamigos.

—¿Unodesusamigos?

—Probablemente.

—¿Barón?

—Talvez.

—¿Ysellama?…

La frente de Cauviñac se plegó bajo un pensamiento difícil, que porprimera vez se presentaba a su imaginación, y que al entrar en ella hacíavisiblementeunarevoluciónensucerebro.

—¡Oh,oh!—murmuró—.Ésteseríaunbuenbocado.

—Ysellama…—repitióeljovenviajero.

—Esperad—dijoCauviñac—,esperad…sunombreacabaen«olles».

—¡ElseñordeCanolles!—exclamóelviajero,cuyos labiossecubrierondeunapalidezmortal,loquehacíaresaltardeunamanerasiniestralonegrodesumáscarasobrelablancuradesupiel.

—Esemismo, el señor deCanolles—respondióCauviñac siguiendo conlos ojos sobre la parte visible del rostro y sobre el cuerpo del joven larevoluciónqueenélseefectuaba—.ElseñordeCanolles,habéisdichobien.

—¿ConocéisvostambiénalseñordeCanolles?

—¡Caramba!¿Vosconocéisatodoelmundo?

—Bastadebromas—dijo el joven, cuyosmiembros trémulosmostrabanqueestabapróximoadesmayarse.

—¿Dóndeestáesaseñora?

—Enaquelcuarto.Mirad,laterceraventanacontandodesdeesaquetienelascortinasamarillas.

—Quieroverla—exclamóelviajero.

—¡Ay,ay!¿MehabréyoequivocadoyseréisvoseseseñordeCanollesaquienespera?Omásbien,¿noseráelseñordeCanollesaquellindocaballeritoquevieneallí,seguidodeunlacayo,quemepareceunseñorfatuo?

El jovenviajerosearrojóhaciaelcristaldelanterodelcarruajecon tantaprecipitación,quelerompióconlafrente.

—¡Él es! —exclamó, sin advertir siquiera que salían algunas gotas desangredeunaherida leve—. ¡Oh,desgraciada! ¡Élviene! ¡Vaaencontrarla!

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Estoyperdida.

—¡Ah!Bienveisquesoisunamujer.

—Sehabíancitado—continuóel jovenviajero torciéndose losbrazos—.¡Oh!,mevengaré.

Cauviñac quería soltar una nueva broma, pero el joven le hizo una señaimperiosa con la mano, mientras que con la otra arrancaba su careta; yentoncessevioaparecerelpálidosemblantedeNanónfulminandoamenazasalosojostranquilosdeCauviñac.

XVIII

Amorycelos

—Buenos días, hermanita —dijo Cauviñac a Nanón—, tendiéndole lamanoconlamásimperturbableflema.

—Buenosdías.Segúneso,mehabíasconocido,¿noescierto?

—Desdeelmismoinstanteenquetevi.Nobastabaconhaberocultadoturostro, era necesario cubrir también ese lindo lunar y esos dientecitos deperlas; a lo menos, cuando quieras disfrazarte, coqueta, ponte una máscaraentera;perosindudanotienespresenteel…etfugitadsalices…

—Basta—dijoimperiosamenteNanón—,hablemosconformalidad.

—Justamente no deseo otra cosa; tan sólo hablando con formalidad escomosehacenlosbuenosnegocios.

—¿Dicesqueestáaquílavizcondesa?

—Enpersona.

—¿YqueelseñordeCanollesentraenlaposadaenestemomento?

—Aún no, acaba de echar pie a tierra, y pone la brida enmanos de sulacayo. ¡Ah! También le han visto de la otra parte. Mira cómo abren laventana,ycómoasomalacabezadelavizcondesa.¡Oh!Hadadoungritodealegría.ElseñordeCanollesentraprecipitadamenteenlaposada.¡Escóndete,hermanita,oloperdemostodo!

Nanón se retiró hacia atrás, apretando convulsivamente la mano deCauviñac,quelamirabaconojosdecompasiónpaternal.

—¡YyoqueibaareunirmeconélenParís!—exclamóNanón—.¡Yoquetodoloaventurabaporvolverleaver!

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—¡Ah! ¡Todavía tantos sacrificios por un ingrato, hermanita! En verdadquepudierasemplearalgomejortusbeneficios.

—¿Quéiránadecirseahoraqueyaestánreunidos?¿Quéiránahacer?

—A la verdad, queridaNanón, queme pones en gran apuro al hacermeesaspreguntas—repusoCauviñac—.Van…¡pardiez!…vanaamarsemucho,supongo.

—¡Oh!Noserá—exclamóNanónmordiéndoseconrabialasuñas,tersascomoelmarfil.

—Yocreo,porelcontrario,quesíserá—dijoCauviñac—.Ferguzón,quetieneordendenodejarsaliranadie,noharecibidoladeimpedirlaentrada.Enestemomento,segúntodaprobabilidad,lavizcondesayCanollessehacenmutuamente losmás deliciososmimos. ¡Voto al diablo!Mi queridaNanón,hasacordadomuytarde.

—¡Lo crees así! —repuso la joven con una indefinible expresión deprofunda ironía y refinado rencor—. ¡Lo crees así! Bien, bien; sube aquíconmigo.¡Pobrediplomático!

Cauviñacobedeció.

—Acá,Beltrán—continuóNanóndirigiéndoseaunode losmosqueteros—; decid al cochero que vuelva sin afectación, y que vaya a internarse enaquelsotilloquehemosdejadoaladerechaalentrarenlaaldea.

Después,volviéndoseaCauviñac,ledijo:

—¿Noestaremosbienallíparahablar?

—Perfectamente.Maspermítemeamivezquetomemisprecauciones.

—Tomalasquequieras.

Cauviñac indicó que le siguiesen a cuatro de sus hombres que paseabanalrededordelaposada,esponjándosecomoavisperonesalsol.

—Hacesmuybienentraeresoshombres—dijoNanón.

Y si me quieres creer, traemejor seis que no cuatro; tal vez tendremostareaquecortarles.

—Bueno—dijoCauviñac—,tarea,esoesloquemehacefalta.

—Entonces,quedarássatisfecho—repusolajoven.

La silla giró, conduciendo a Nanón, sonrojada, por el fuego de supensamiento, y a Cauviñac, tranquilo y frío en apariencia pero no menosdispuestoaprestarunaprofundaatenciónalasproposicionesquelehiciesesuhermana.

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Durante este tiempo,Canolles, atraído por el grito de gozo que hacía alverle la vizcondesa, se había lanzado en la posada y había entrado en elaposentode laseñoradeCambes, sin fijar suatenciónenFerguzón,aquienviera de pie en el corredor; pero no habiendo recibido ninguna consignarelativaalbarón,nosehabíaopuestoasuentrada.

—Palabrassonésasquemeharíanelhombremásfelizdelmundo,señora,si vuestra palidez y vuestra turbación no me dijesen claramente que noesperáissólopormí.

—Sí, tenéis razón —repuso Clara con una hechicera sonrisa—, quierodeberosunaobligaciónmás.

—¿Cuál?

—Ladelibrarmedenoséquepeligroquemeamenaza.

—¿Unpeligro?

—Sí.Escuchad.

Clarasefuealapuertaycorrióelcerrojo.

—Mehanconocido—dijovolviendo.

—¿Quién?

—Unhombre,cuyonombreignoro,perocuyafisonomíayvoznomesondel tododesconocidas.Meparecequeoísuvozlanochequeenestamismasala recibisteis laordendepartir enseguidaparaMantes,ypiensoque lehevistoenlacazadeChantillyeldíaqueocupéelpuestodelaseñoradeCondé.

—¿Yquiéncreéisquepuedeseresehombre?

—CreoquehadeseragentedelduquedeEpernón,yporconsiguienteunenemigo.

—¡Diablos!—prorrumpióCanolles—.¿Ydecísqueoshaconocido?…

—Nomequedalamenorduda;mehallamadoporminombre,sosteniendosolamentequeyoerahombre.Todasestascercaníasestán llenasdeoficialesdel partido real, se sabe que soy del de los príncipes, y tal vez se trata deinquietarme;peroyaestáisaquíyanadietemo.Vossoisoficialtambién,ydelmismopartidoqueellos,yasímeserviréisdesalvaguardia.

—¡Ay!—dijoelbarón—,muchosientonopoderosofrecerotradefensaynootraprotecciónquelademiespada.

—¿Cómo?

—Desdeestemomento,señora,noestoyalserviciodelrey.

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—¿Deveras?—exclamóClaraenelcolmodesualegría.

—Me había propuesto enviar mi dimisión, fechada en el lugar que osencontrase.Osheencontrado,señora,ymidimisiónsefecharáenJaulnay.

—¡Oh,libre,libre!¡Soislibre!Podéisabrazarelpartidodelalealtadydelajusticia,podéisadherirosalacausadelospríncipes,esdecir,aladetodalanobleza.

—¡Oh!¡Biensabíayoqueeraismuydignocaballeroparanocomportarosasí!

YClaratendióaCanollesunamano,queélbesóconarrobamiento.

—¿Ycómoha sidoeso, cómohapasado?Referidmevuestro sucesocontodossusdetalles.

—¡Oh! No seré muy extenso. Anticipadamente escribí al señor deMazarino, avisándole lo que había ocurrido; al llegar a Mantes recibí unaordendepresentarmeaél,mellamócabecillainfeliz,yyolellamépocoseso;seechóareír,meenfadé,alzólavoz,leenviéapasear,ymevolvíamicasa.EsperéquetuvieseabienhacermellevaralaBastilla,yesperóqueunabuenareflexiónmehiciesesalirdeMantes.Alasveinteycuatrohorastuveesebuenpensamiento, debido a vos; porque recordé lo que me habíais ofrecido, yjuzguéquepodríaisesperarme,aunquenofuesemásdeunsegundo.Entonces,respirandoelairelibre,descargadodetodaresponsabilidad,detododebermeacordédeunacosa,yeraqueosamaba,señora,yquepodíayadecírosloenaltavozycontodaosadía.

—¡Esdecirquehabéisperdidopormivuestroempleo,quepormíhabéiscaídoendesgracia,yquepormíestáisarruinado!¡QueridoCanolles!¿Cómoospodrépagarjamástantasobligaciones,cómoosprobarémigratitud?

Yconunasonrisayunalágrima,queledevolvíacienvecesmásdeloquehabíaperdido,laseñoradeCambeshizocaerasuspiesaCanolles.

—¡Ah,señora!—ledijo—.Desdeestemomento,porelcontrario,soyricoyfeliz;porquevoyaseguiros,porque jamásmesepararédevos;porquemidichaestáenvuestrosojosyenvuestroamormiriqueza.

—¿Nadaosdetieneya?

—·Nada.

—Mepertenecéistodoentero.Yquedándomeconvuestrocorazón,¿puedoofreceralaprincesavuestrobrazo?

—Sí.

—¿Habéisenviadoyavuestradimisión?

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—Todavía no. Quería primero volveros a ver, pero como os he dicho,ahoraqueosveo,voyaescribirlaaquíenestemismoinstante.

—¡Escribid, pues; escribid antes de nada! Si no lo hacéis, seréisconsideradocomountránsfuga;tambiénesprecisoqueesperéis,antesdedarningúnpasodecisivo,aqueseaaceptadaesadimisión.

—No temáis nada, queridita diplomática, me la concederán de buenavoluntad;mitorpezadeChantillynolesdejaningúnsentimiento.¿Nomehandicho—añadióCanollesriendo—,quesoyunacabecillainfeliz?

—Sí; pero nosotros reformaremos esa opinión, perded cuidado. VuestroasuntodeChantilly tendrámejoréxitoenBurdeosde loque loha tenidoenParís,creedme.Peroescribid,Canolles,escribidpronto,afindequepartamos;porqueosloconfieso,barón,miestanciaenestaposadanometranquiliza.

—¿Habláis de lo pasado? ¿Son recuerdos los que os espantan? —dijoCanollestendiendodulcementelavistaasualrededor,yfijándolaenlaalcobadedoscamas,queyamásdeunavezhabíaatraídosusmiradas.

—No;hablodelpresente.Mistemoresnadatienendecomúnconvos.Hoynoesavosaquientemo.

—¿Puesaquiénteméis?¿Quétenéisquetemer?

—¡Eh!¡Diosmío,quiénsabe!

Enestemomento,comoparajustificarlostemoresdeClara,resonaronalapuertatresgolpes,dadosconunasolemnegravedad.

Elbarónylavizcondesaquedaronensilencio,mirándoseconinquietudyqueriéndoseinterrogarelunoalotro.

—¡Ennombredelrey—dijounavoz—,abrid!

Ysúbitamente la frágilpuertasehizoastillas.Canollesquisoacudirasuespada,peroyaunhombresehabíainterpuestoentresuespadayél.

—¿Quéquieredeciresto?…—dijoelbarón.

—VossoiselseñordeCanolles,¿noescierto?

—Elmismo.

—¿CapitándelregimientodeNavalles?

—Sí.

—¿EnviadoconunamisióndelseñorduquedeEpernón?

Canolleshizounsignoafirmativoconlacabeza.

—Entonces, en nombre del rey de Su Majestad la reina regente, yo os

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arresto.

—¿Vuestraorden?

—Vedlaaquí.

—Pero, señor —dijo el barón devolviendo el papel, después de habertendidosobreélunarápidaojeada—;meparecequeosconozco.

—¡Pardiez,vayasimeconocéis!¿Noesestamismaaldeaenqueahoraosarresto, donde os traje de parte del señor duque deEpernón la comisión departirpara lacorte?Vuestra fortunadependíadeaquellacomisión,caballeromío;erradoelgolpe,tantopeorparavos.

Clarahabíareconocidoalindiscretopreguntón.

—Mazarinosevenga—murmuróCanolles.

—Vamos,caballero,partamos—dijoCauviñac.

Clarapermanecíainmóvil.Canolles,indeciso,parecíapróximoavolverseloco. Su desgracia era tan grande, tan grave, tan inesperada, que se sentíaabrumadoconsupeso;contodo,inclinólacabezayseresignó.

Por otra parte, en aquella época las palabras «en nombre del rey»,conservabanaúntodasumagia,ynadieprobabaaresistirseaellas.

—¿A dóndeme lleváis?—dijo—, ¿o se os ha prohibido hasta darme elconsuelodesaberadóndevoy?

—No,señor,yvoyadecíroslo,osllevamosalafortalezadelaisladeSanJorge.

—¡Adiós, señora!—dijo Canolles inclinándose respetuosamente ante lavizcondesadeCambes—.¡Adiós!

—Vamos, vamos —dijo para sí Cauviñac—, no están las cosas tanadelantadascomoyocreía.SelodiréaNanón,yesolatranquilizará.

Después,dirigiéndosealumbraldelapuerta,gritó:

—Cuatrohombresparaescoltaralcapitán,yotroscuatrodeavanzada.

—Yyo—exclamó la señoradeCambes extendiendo losbrazoshacia elprisionero—.Amí,¿adóndesemelleva?Porquesielbarónesculpable,¡oh!Yosoymuchomásqueél.

—Vos,señora—respondióCauviñac—,podéisretiraros;soislibre.

Ysalióconduciendoalbarón.

Lavizcondesase levantó reanimadaporun rayodeesperanza,ypreparótodolonecesarioparasupartida,afindequenohubieseocasióndesustituir

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estasbuenasdisposicionesporotrasórdenescontrarias.

—Libre—dijo—,podrévelarporél.Partamos.

Y abalanzándose a la ventana, vio partir la cabalgata que conducía albarón; cambió con él un último adiós, y llamando a Pompeyo, que con laesperanzadeunaparadadedosotresdías,sehabíayaaposentadoenlamejorhabitaciónquepudoencontrar,ledioordendedisponerlotodoparalamarcha.

XIX

Elprisionero

FueelcaminoparaCanollesmástristeaundeloqueesperaba.Enefecto,al caballo que concede al preso mejor guardado una falsa apariencia delibertad,lehabíareemplazadoelcoche,diabólicafalúadeacero,cuyaformasehaconservadoenTurena;ademásdeestoelbarónllevabalaspiernasatadasalasdeunhombredenarizaguileña,cuyamanoseapoyabaconciertaespeciedeamorpropioenlaculatadeunapistoladehierro.

Algunas veces durante la noche, porque dormía de día, esperabasorprenderlavigilanciadelnuevoArgos;peroalosladosdelanarizdeáguilabrillaban dos grandes ojos de búho, redondos, relumbrantes y del todo apropósito para las observaciones nocturnas; demodo que adondequiera quedirigía lavista elbarón,veía siempreaquellosdosojos redondos lucir en ladireccióndesumirada.

Mientrasqueéldormía,lohacíatambiénunodeaquellosojos;siendounafacultadquelanaturalezahabíaconcedidoaaquelhombre, ladedormirconunsóloojo.

Dos días y dos noches pasó Canolles en tristes reflexiones; porque lafortalezadelaisladeSanJorge,pocodañinaporotraparte,adquiríaalosojosdel prisionero proporciones espantosas, a medida que el temor y losremordimientosinvadíanmásprofundamentesucorazón.

Conocíaquesuencargo,relativoalaprincesa,eraunamisióndeconfianzaqueélhabíasacrificadoasusamores,yqueelresultadodelafaltacometidaporél enestaocasiónera terrible.La señoradeCondé, enChantilly,noeramásqueunamujerfugitiva;enBurdeoseraunaprincesarebelde.

Temía,porquesabíapor tradición lassombríasvenganzasdeunaAnadeAustriacolérica.

Otroremordimientomáslento,perotalvezmáspunzantequeelprimero,

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le acosaba. Había en el mundo una mujer joven, hermosa, espiritual; unamujer que se había valido de su influencia para elevarle, que no se habíaservido de su crédito más que para protegerle; una mujer que por él habíaaventuradoveintevecessuposición,suporvenir,sufortuna;yestamujer,nosólo lamás hechicera de las queridas, sino también lamás decidida amiga,habíasidoabandonadasinmotivoporél,enelmomentoenqueellapensabaenél,yqueenvezdevenganza lehabíadispensadonuevos favores.Así esquesunombre,en lugardepresentarseasu imaginaciónconelacentodelareconvención,habíaresonadoensuoídoconlahalagüeñadulzuradeunfavorcasi real. Es cierto que este favor había llegado en mala ocasión, en unaocasiónenque,deseguro,habríapreferidounadesgracia;pero,¿éstaerafaltadeNanón?NanónnohabíavistoenestecometidocercadeSuMajestadotracosaqueunengrandecimientodefortunayconsideraciónparaelhombreenquienincesantementepensaba.

Canollesentrabaensímismoconingenuidad,ynoconlamalafedelosacusados, a quienes se obliga hacer una confesión general. ¿Qué le habíahechoNanónparaqueéllaabandonase?¿QuéhabíaenlaseñoradeCambesparaquelasiguiese?¿Quétenía,pues,demagníficoydeseableelcaballeritode la posada del «Becerro de Oro»? ¿La señora de Cambes llevaba algunaventaja que la hiciese triunfar de Nanón? ¿Tanto aventajan unos cabellosrubiosaunosnegros,queobliguena serperjuroe ingratoaunhombre,yamás hacerle traidor y desleal a su rey, sólo con el fin de cambiar aquellastrenzasnegrasporotrasrubias?Ynoobstante,¡ohmiseriadelaorganizaciónhumana!Elbarónhacíatodasestasreflexionesllenasdesentido,comoseve,peronosepersuadía.

El corazón encierra multitud de misterios, parecidos a éstos queconstituyenlafelicidaddelosamantesyladesesperacióndelosfilósofos.

Estonoimpedíaalbarónreconvenirseasímismoyacusarseenaltogrado.

—Voyasercastigado,decíapara sí,pensandoqueelcastigodestruye lafalta;voyasercastigado,¡tantomejor!¡Alláabajohabráalgúnbuencapitánáspero, insolente, brutal, queme leerá, con la importancia de carcelero jefe,unaordendeMazarino;meindicaráconeldedoelfondodeunsubterráneo,ymemandaráaquemepudraaquincepiesdebajodelatierra,encompañíadelasratasylossapos,cuandohabríapodidoviviralairelibre,floreceralsolenlosbrazosdeunamujerquemeamaba,yaquienheamadoyaquientalvezamoaún!

¡Maldito vizconde, bah! ¿Por qué encubrías a una vizcondesa tan linda?¡Sí,muy linda!¿Perohayenelmundounavizcondesaquevalga loqueésamevaacostar?

Porquenoestribatodoenelgobernador,yelcalabozoaquincepiesdebajo

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delatierra.Sisemecreetraidor,nodejaránlascosasamedioaclarar;semeaveriguarálavidasobremiestanciaenChantilly,quealaverdad,nopagaríalo suficiente si hubiese sacadomás partido; pero que sólome ha producidotresbesosenlamano,nimásnimenos.¡Brutodemí,queteniendolafuerzaenmimanoypudiendoabusarnoheusadodeella!¿Cabecillainfeliz,comodiceMazarino,quesiendotraidornomehagopagarmitraición?¿Yquiénmelapagaráahora?

Y Canolles se encogió de hombros, respondiendo con desprecio a supropiopensamiento.

El hombre de los ojos redondos, que por mucho que viese no podíacomprendernadadeaquellapantomima,lemirabaasombrado.

Sisemepregunta—continuóelbarón—,noresponderéalaverdad,¿quévoy a responder? ¿Que no quería al señor deMazarino?Entonces no debíahaberle servido. ¿Quéamabaa la señoradeCambes? ¡Éstanoesuna razónparaunareinayunprimerministro!Noresponderénada.Perolosjuecessonpersonasmuysusceptibles,ycuandopreguntanquierenqueselesconteste,yademás hay tormentos brutales en las cárceles de provincia; me romperánestaspiernecitasquetantomeenvanecían,ysemeenviarádenuevodislocadoahacercompañíaamisratasymissapos.Quedarézamboparatodamivida,comoelpríncipedeConti…tan feo…yestosuponiendoquemecubraconsusalaslaclemenciadeSuMajestad,loquenohará.

Ademásdelgobernador,lasratas,lossaposylostormentos,habíatambiénpatíbulosenquesedecapitabaa los rebeldes,vigasdondesecolgabana lostraidores,yciertasplazasdearmasparafusilaralosdesertores.PerotodoestonoeranadaparaunbuenmozocomoCanolles, encomparacióna llevar laspiernaszambas.

Resolvióse,pues,ahacerdetripascorazónyapreguntarasucompañerodeviajeacercadeesto.

Los ojos redondos, la nariz de águila y el gesto encapotado de aquelpersonaje, no animaban mucho al prisionero para entablar un diálogo. Sinembargo,comoporantipáticaqueseasufisonomía,esimposiblequedejedehaberalgúnmomentoenquenosedesvanezcaalgúntantosuceño,Canollesaprovechóunsegundoenqueunmohínparecidoaunasonrisa,aparecióenelsemblantedeloficialsubalternoquelehacíalaguardiadeunmodotanexacto,yledijo:

—¿Caballero?

—Caballero…—repusoelsubalterno—.Dispensadsiinterrumpovuestrasreflexiones.

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—Nohaydequé,caballero;yonoreflexiononunca.

—¡Ah,diablos,puesestáisdotadodeunafelizorganización!

—Sí;notengodequéquejarme.

—Nomepasaesoamí;puestengomuchoenquépensar.

—¿Porqué,caballero?

—Porquesemearrebataasí,enelmomentoenquemenoslopensaba,paraconducirmenosédónde.

—Sí,losabéis,caballero,porqueseoshadicho.

—Esverdad.VamosaSanJorge,¿noesasí?

—Ciertamente.

—¿Creéisqueestaréallímuchotiempo?

—Nosé,caballero;massegúnmehabéissidorecomendado,creoquesí.

—¡Ah!¿YesmuyfealaisladeSanJorge?

—¿Noconocéislafortaleza?

—Pordentro,no;jamáshepenetradoenella.

—Puesnoesmuyhermosa,no,fueradelashabitacionesdelgobernador,queacabandereedificar,yquesonmuyalegres,aloqueparece,lodemásdeledificioesunaestanciabastantetriste.

—Bien.

—¿Ypensáisquesemeinterrogue?

—Ésaeslacostumbre.

—¿Ysinorespondo?

—¿Sinorespondéis?

—Sí.

—¡Diablos!Enesecaso,yasabéisquehayeltormento.

—¿Elordinario?

—Ordinariooextraordinario;esoessegún laacusación…¿Dequéseosacusa,caballero?

—Recelo—dijoelbarón—,quedecrimendeEstado.

—¡Ah! En ese caso gozaréis del tormento extraordinario… Diezpucheros…

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—¿Cómodiezpucheros?

—Sí.

—¿Quéqueréisdecir?

—Digoqueosdarándiezazumbresdeaguacaliente.

—¿EstáelaguavigenteenlaisladeSanJorge?

—¡Oh,yolocreo!SobreelGarona,yaveis.

—Tenéis razón; como está a lamano… ¿Y cuántos cántaros hacen diezazumbres?

—Trescántaros,otresymedio.

—Mehincharé.

—Unpoco.Perositenéislaprecaucióndeavenirosconelcarcelero…

—¿Ybien?

—Todopodréiscomponerlo.

—¿Y en qué consiste, si queréis decírmelo, el servicio que puedeprestarmeelcarcelero?

—Puedehacerosbeberaceite.

—¿Yelaceiteesunespecífico?

—¡Soberbio!Caballero.

—¿Locreéisasí?

—Habloporexperiencia.

—¡Cómo!¿Voshabéisbebido?

—No.Quiero decir quehe visto beberlo; queviene a ser lomismo, concortadiferencia.

—Tenéisrazón—dijoelbarón,nopudiendomenosdesonreírapesardelogravedelaconversación—.Conquedecíaquehabéisvisto…

—Sí,señor,hevistoaunhombrebeberselasdiezazumbresconunagranfacilidad,mercedalaceite,quehabíapreparadoconvenientementelasvías.Esverdadquesehinchó,comoescostumbre;peroconunbuenfuego,selehizodeshinchar sin graves averías. Esto es lo esencial de la segunda parte de laoperación.Retenedbienestasdospalabras,calentar,sinquemar.

—Comprendo—dijo el barón—. ¿Habéis sido tal vez ejecutor de altasobras?

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—¡No, señor! —replicó su interlocutor con una modestia llena deurbanidad.

—¿Ayudante,quizás?

—No,señor;aficionado,nadamás.

—¡Ah,ya!Yelseñoraficionadosellama…

—Barrabás.

—Hermoso nombre, nombre antiguo, ventajosamente conocido en lasEscrituras.

—EnlaPasión,caballero.

—Esoesloquequisedecir;peroheusadoporcostumbredeotralocución.

—¡Hola!PreferíslasEscrituras;¿segúnesosoishugonote?

—Sí; aunque hugonote, demasiado ignorante… ¿Creeréis que apenas sétresmilversículosdelossalmos?

—Enefecto,esbienpoco.

—La música se me pegaba más… Muchos de mi familia han sidoahorcadosyquemados.

—Yoesperoquetalsuertenoestaráreservadaparavos.

—Nosé,porquehoysetoleramuchomás.Atodotirar,mesumergiránenelrío.

Barrabássoltóareír.

Elcorazóndelbarónseestremeciódealegría,pueshabíaconquistadoasuguarda.

En efecto, si su carcelero interino llegaba a serlo permanente, tenía yatodas las probabilidades de obtener el aceite; así, pues, resolvió seguir laconversacióndesdeelpuntoenquehabíaquedado.

—SeñorBarrabás—dijo—,¿yestamosdestinadosasepararnospronto,otendréelhonordecontinuargozandovuestracompañía?

—No, señor. Llegando a la isla de San Jorge tendré el gran pesar dedejaros,puestengoprecisióndevolveramicompañía.

—¡Hola,bien!¡Pertenecéisaunacompañíadearqueros!

—No,señor;aunacompañíadesoldados.

—¿Alzadaporelministro?

—No,señor;porelcapitánCauviñac,aquelmismoque tuvoelhonorde

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arrestaros.

—¿Yservísalrey?

—Meparecequesí.

—¿Quédiablosdecís?¿Puesquénoestáisseguro?

—¿Quiéntieneseguridaddenadaenestemundo?

—Entonces,sidudáis,deberíaisparafijarvuestrasuertehacerunacosa.

—¿Cuál?

—Dejarmemarchar.

—Nopuedeser.

—Osadviertoquepagarécumplidamentevuestracompetencia.

—¿Conqué?

—¡Condinero,pardiez!

—Nolotenéis.

—¿Cómoquenolotengo?

—Sacadloaver.

Canollesregistróvivamentesusbolsillos.

—Enefecto—dijo—hadesaparecidomibolsa.¿Quiénmelahacogido?

—Yo,señor—respondióBarrabássaludándolerespetuosamente…

—¿Yconquéobjeto?

—Coneldequenopudieseiscorromperme.

Canolles,estupefacto,miróaldignoministroconadmiración,yhabiéndoleparecidoincontestableelargumento,noreplicóniunapalabra.

Deaquíresultóquehabiendorecaídolosviajerosensuprimitivosilencio,siguiólamarchahaciasufin,conelmismoaspectotristequehabíaempezado.

XX

LaisladeSanJorge

Ya empezaba a rayar el alba cuando el carromato llegó a la aldea máspróximaalaislaalaquesedirigían.AlsentirCanollesdetenerseelcarruaje,

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asomósucabezaporlapequeñatronera,portillodestinadoaabastecerdeairealaspersonaslibres,yenteramentecómodoparainterceptarloalospresos.

Una lindaaldea, compuestadeuncentenardecasasagrupadasalrededorde una iglesia en la pendiente de una colina y dominada por un castillo, sedibujabaenvueltaenelambientedelamañana,ydoradaporlosrayosdelsolnaciente, que hacían dispersarse los copos de vapor parecidos a flotantesgasas.

En estemomento el carricoche subía una cuesta; y el cochero, habiendobajadodelpescante,caminabadelantedeél.

—Buenamigo—dijoCanolles—,¿soisdeestepaís?

—Sí,señor;soydeLiburnio.

—Siendo así, deberéis conocer esta aldea. ¿Qué casa es aquella blanca?¿Quécabañassonaquéllastanbonitas?

—Caballero —respondió el cochero—, ese castillo es del señorío deCambes,ylaaldeaformaunadesusdependencias.

Elbarón se estremeció, ypasó enun instantedel rojomás subido aunapalidezcasimortal.

—¿Quéoshapasado,caballero?—dijoBarrabás—,cuyosredondosojostodolopercibían;¿oshabéisheridoporcasualidadconelpostigo?

—No…gracias.

Después,interrogandoalpaisano,dijo:

—¿Aquiénperteneceesaposesión?

—AlavizcondesadeCambes.

—¿Unajovenviuda?

—Muybellaymuyrica.

—Yporconsiguientemuysolicitada.

—Sinduda.Aunamujerhermosayconunabuenadote,nunca le faltanpretendientes.

—¿Buenareputación?

—Sí;perorabiosamentedecididaporlospríncipes.

—Enefecto,meparecehaberleoídodecir.

—Undiablo,caballero,unverdaderodiablo.

—¡Unángel!—murmuróCanolles—,quenopodíaacordarsedeClarasin

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queasumemoriaacompañasentransportesdeadmiración,¡unángel!

Enseguidavolvióapreguntar.

—¿Yhabitaaquíalgunasveces?

—Muypocas;perohavividoaquímuchotiempo.Sumaridoladejóahí,ytodo el tiempo que permaneció fue la bendición de estos contornos.Ahora,segúndicen,parecequeestáconlospríncipes.

Después de haber subido el carruaje, estaba ya próximo a bajar, y elconductor hizo una seña con la mano, como solicitando el permiso pararecobrar su asiento.El barón, que temía dar qué sospechar si continuaba suinterrogatorio,ocultósucabezaenelcarretón,yelpesadocarruajemarchóalmedianotrote,queerasupasomásprecipitado.

Alcabodeuncuartodehora,duranteelcualhabíapermanecidoCanollessumergidoenlasreflexionesmássombrías,elcarretónhizoalto.

—¿Nosdetenemosaquíaalmorzar?—preguntóCanolles.

—No,señor,queparamosdel todo,porqueyahemos llegado.Vedahí laisladeSanJorge;sólonosfaltaatravesarelrío.

—Esverdad—murmuróCanolles—.¡Tancercaytanlejos!

—Caballero,nossalenalencuentro—dijoBarrabás—.Tenedlabondaddebajarpronto.

ElsegundoguardiadeCanolles,queibaenelpescantealladodelcochero,echópieatierrayabriólaportezuela,queestabaaseguradaconcerradura,ycuyallaveteníaél.

Canolles apartó los ojos del castillejo blanco, que no había perdido devista,ylosfijóenlafortalezaquedebíasersumorada.Loprimeroqueviofuealaparteopuestadeunbrazoderíobastanterápido,unabarca,yjuntoaellaunaguardiadeochohombresyunsargento.

Másalládeestaguardiaempezabanlasobrasdelaciudadela.

—Bueno—dijoelbarón—;seesperaba,ysehantomadoprecauciones…¿Sonesosmisnuevosguardias?—preguntóenvozaltaaBarrabás.

—Quisierapoderresponderosconexactitud,caballero—dijoBarrabás—,peroenverdad,nolosé.

Enaquelmomento,despuésdehaberdadounaseñal,quefuerepetidaporelcentinelaapostadoen lapuertadel fuerte, losochosoldadosyelsargentoentraronenlabarca,cruzaronelGaronayecharonpieatierraenelmomentomismodesaltarCanollesdelestribo.

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Enseguida el sargento, al ver a un oficial, se acercó y le saludómilitarmente.

—¿Tengo el honor de hablar al señor barón de Canolles, capitán deregimientodeNavalles?—dijoelsargento.

—Al mismo —contestó el barón—, admirado de la finura de aquelhombre.

El sargento se volvió enseguida hacia su tropa, mandó echar armas alhombro,ymostróalbarónlabarcaconlapuntadesupica.Canollessecolocóallíentresusdosguardias;losochosoldadosyelsargentoentrarondetrásdeél, y la barca se alejó de la ribera, mientras que el barón dirigía su últimamirada hacia Cambes, que iba a desaparecer detrás de una prominencia delterreno.

Casitodalaislaestabacubiertadeescarpas,contraescarpasybaluartes,yun fuertecito en bastante buen estado dominaba el conjunto de todas estasobras. Penetraban en él por una puerta arqueada, ante la cual se paseaba elcentinelaaloancho.

—¿Quiénvive?—gritóéste.

Latropahizoalto,elsargentosedestacó,deella,avanzóhaciaelcentinela,yledijoalgunaspalabras.

—¡Alasarmas!—gritóelcentinela.

Alpuntounosveintehombresdequesecomponíaelpuestosalierondelcuerpo de guardia, y acudiendo apresuradamente se alinearon delante de lapuerta.

—Venid,señor—dijoelsargentoaCanolles.

Eltamborbatiómarcha.

—¿Quésignificaesto?—dijoelbarónparasí.

Y avanzó hacia el fuerte, sin comprender absolutamente nada de cuantopasaba; porque todos aquellos preparativos más parecían honores militaresrendidosaunsuperior,ynotomabanprecaucionescontraunprisionero.

Noeraestotodo.Canollesnosehabíaapercibidodequeenelmomentodebajardelcarruajesehabíaabiertounadelasventanasdelashabitacionesdelgobernador, y que un oficial había observado atentamente desde allí losmovimientosdelbatelyelrecibimientoquesehicieraalprisioneroyasusdosesbirros.

LuegoqueesteoficialvioqueCanolleshabíapuestoelpieenlaisla,bajórápidamenteysalióalencuentro.

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—¡Ah!—dijoCanolles al verle—;ya tenemosaquí al comandantede laplaza,quevieneareconocerme.

—Enefecto,caballero—dijoBarrabás—;meparecequenoseosquieredejarqueosfastidiéiscomoaotraspersonas,queseleshaceesperarochodíasenterosenunvestíbulo,yqueostomaráasientodesdeluego.

—Tantomejor—dijoelbarón.

Duranteestetiempollegóeloficial.Canollestomólaactitudaltivaydignadeunhombreperseguido.

Apocospasosdelbarón,eloficialsedescubrió.

—¿Es el señor barón de Canolles a quien tengo la honra de hablar?—preguntó.

—Caballero—respondióelpreso—,vuestrasatencionesmeconfunden,osruego,conlacortesíadeunoficialhaciaotrooficial,alojadmelomenosmalposible.

—Señor —repuso el oficial—, la habitación que se os destina esenteramente especial; pero, previendo vuestros deseos, se han hecho lasmejorasposibles…

—¿Yaquiéndeboagradeceresasatenciones?—dijoCanollessonriendo.

—Alrey,caballero,quehacebientodocuantohace.

—Sin duda, caballero, sin duda. Guárdeme Dios de calumniar al rey,especialmenteenestaocasión;peronoobstante,meagradaríaobtenerciertospormenores.

—Si lo ordenáis, señor, estoy a vuestra disposición; pero me tomaré lalibertaddehacerosobservarquelaguarniciónesperaparareconoceros.

—¡Llévete al diablo!, murmuró Canolles; —una guarnición entera parareconocerunpresoqueseencierra;muchasatencionessonéstas,meparece—despuésdijo:—Yosoyquienestáavuestrasórdenes,caballero,ydispuestoaseguirosadondetengáisabienconducirme.

—Permitidme, pues—dijo el oficial—, que os preceda para haceros loshonores.

El barón le siguió, felicitándose a solasporhaber caído enmanosdeunhombretancortés.

Barrabásseacercóaélyledijoaloído:

—Meparecequeossalvaréisconlacuestiónordinaria;cuatroazumbresynadamás.

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—Tantomejor—repusoCanolles—;asímehincharélamitadmenos.

Al llegar a la plaza de la ciudadela encontró al barón una parte de laguarniciónsobrelasarmas.Entonceseloficialqueleconducíasacólaespadayseinclinóanteél.

—¡Cuántoscumplidos,Diosmío!—murmuróCanolles.

En el mismo instante redobló un tambor bajo la bóveda inmediata.Canolles se volvió, y vio que salía de dicha bóveda una segunda fila desoldadosyquesecolocabadetrásdelaprimera.

Enestemomento,eloficialpresentódosllavesaCanolles.

—¿Quéesesto?—preguntóelbarón—.¿Quéhacéis?

—Cumplimos con el ceremonial de costumbre, según las rigurosas leyesdelaetiqueta.

—¿Pero quién creéis que soy? —preguntó el barón en el colmo de suadmiración.

—MeparecequesoiselseñorbaróndeCanolles.

—¿Quémás?

—GobernadordelaisladeSanJorge.

FaltópocoparaqueCanollespasmadodieseconsucuerpoentierra.

—Dentro de un instante —continuó el oficial—, tendré el honor deentregar al señor gobernador las instrucciones que he recibido estamañana,juntoconunacartaquemeanunciabavuestrallegada.

CanollesmiróaBarrabás,cuyosredondosojosestabanfijosenélconunaexpresióndeespanto,imposibledetraducir.

—¿Conque —balbuceó Canolles—, soy gobernador de la isla de SanJorge?

—Asíes—respondióeloficial—,ySuMajestadnoshacemuydichososcontalelección.

—¿Estáissegurodequenohayerror?—preguntóelbarón.

—Caballero, tened la bondad de seguirme a vuestros aposentos, y allíencontraréisvuestrostítulos.

Canolles,absortocontalacontecimiento,quedistabatantodeparecersealqueesperaba,echóaandarsindecirunasolapalabra,siguiendoaloficialquelemostrabael camino,entre los tamboresqueempezaban lasarmasy todosloshabitantesdelafortalezaquehacíanresonarelaireconlasaclamaciones.

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Elbarón,pálidoypalpitante,saludabaaderechaeizquierda,sinpoderdarsecuentadeloquepasaba.

Llegó,enfin,aunsalónbastanteelegante,yobservódesdeluegoqueporsusventanaspodíaverelcastillodeCambes; leyósusinstrucciones,escritasenbuenaforma,firmadasporlareinayrefrendadasporelduquedeEpernón.

A la vista de esto, debilitáronse enteramente las piernas de Canolles, ycayóestupefactoensusillón.

Sin embargo, después de todos los redobles, mosquetazos, ruidosasdemostraciones de homenajes militares, y sobre todo, pasada la primerasorpresaqueestasdemostracioneshabíanproducidoenelbarón,deseósaberaquéatenerseenelpuestoquelareinalehabíaconfiado,yalzólosojos,quedurantealgúntiempohabíatenidofijosenelpavimento.

Entoncesviodelantedesí,nomenosestupefactoqueél,asuexcarcelero,convertidoensumáshumildeservidor.

—¡Ah,vosaquí,MaeseBarrabás!—ledijo.

—Yomismo,señorgobernador.

—¿Me explicaréis lo que acaba de pasar, y que a duras penas puedopersuadirmedequeestonoesunsueño?

—No puedo deciros más, señor, que cuando os hablaba de la torturaextraordinaria,esdecir,delasochoazumbres,creía,afedeBarrabás,doraroslapíldora.

—¿Estabaisconvencido,segúneso?…

—Queosconducíaaquíparaserenrodado,señor.

—Gracias—dijo el barón, estremeciéndose a su pesar. ¡Y ahora, tenéisformadaalgunaopiniónsobreloquemesucede!

—Sí,señor.

—Hacedmeentonceselfavordeexplicármelo.

—Señor, voy a decíroslo. La reina habrá comprendido lo difícil de lamisiónqueoshabíaencargado.Pasadoelprimermomentodecólera,sehabráarrepentido, y como bien mirando no sois hombre odioso, Su Majestad oshabrárecompensadoporhaberoscastigadotanto.

—Esoesinadmisible—dijoCanolles.

—¿Locreéisinadmisible?

—Inverosímilalomenos.

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—Enesecaso, señorgobernador,nome restamásqueofrecerosmimáshumildeparabién;puesvaisaser tandichosocomounreyen la isladeSanJorge.Excelentevino,cazaconqueleabastecelallanura,ypescaqueacadamareatraenlasbarcasdeBurdeos.¡Bah,señor,estoesencantador!

—Muybien,tratarédeseguirvuestrosconsejos.

Tomadestebonofirmadopormí,ypresentaosalpagador,queosentregarádiezpistolas.Debuengradooslasdaríayomismo;peroyaqueporprudenciamehabéiscogidomidinero…

—Hicebien,señor—exclamóBarrabás—,hicemuybien;porquealcabo,simehubieradejadosobornar,habríaishuido;habiendohuido,naturalmentedebíais contar por perdida la elevada posición a que habéis venido a parar,cosadequejamásmehubiesepodidoconsolar.

—Muy bien raciocinado —señor Barrabás—. Ya había conocido quevuestra fuerza lógica era de primer orden; en su consecuencia, tomad estepapelcomoun testimoniodevuestraelocuencia.Losantiguos,comosabéis,representabanalaelocuenciaconcadenasdeoroquesalíandesuslabios.

—Señor—dijo Barrabás—, si me atreviera, os haría observar que creoinútil,pasaraveralpagador…

—¡Cómo!¿Rehusáis?—exclamóadmiradoelbarón.

—No,señor,¡Diosmelibre!Graciasalcielo,notengoesefalsopundonor;peroveosalirdeuncofrequehaysobrevuestrachimenea,ciertoscordones,queseparecenmuchoaloscordonesdelabolsa.

—¡Sois perito en cordones, señorBarrabás!—dijoCanolles enteramentesorprendido; porque efectivamente había sobre la chimenea un cofre deantiguaporcelanaincrustadodeplata,conlosesmaltesdelmismometal.

—Veamossiesciertavuestraprevisión.

Canolles alzó la tapa del cofre, y encontró efectivamente una bolsa queconteníamilpistolasconestebilletito:

«ParalacajaparticulardelseñorgobernadordelaisladeSanJorge».

—¡Pardiez—dijo el barón ruborizándose—, qué bien hace las cosas lareina!

Y a su pesar acudieron a su imaginación los recuerdos de Buckingham.Acasolareinahabíavistodesdedetrásdealgúntapizlavictoriosafiguradelcapitán;quizásleprotegíaconelmástiernointerés;talvez…noseolvidequeCanolleseraGascón.

Por desgracia, tenía la reina en aquella ocasión veinte añosmás que en

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tiempodeBuckingham.

Comoquieraquefuese,yseadondequieraqueviniese,elbarónsacódelabolsa diez pistolas, que entregó a Barrabás; éste salió haciendo las másreiteradasyrespetuosascortesías.

XXI

Lasorpresa

Después de haberse marchado Barrabás, llamó Canolles al oficial, y lerogóleguiaseenlarevistaquequeríapasarasusnuevosestados.

Eloficialsepusoenelmomentoasusórdenes.

Encontró a la puerta una especie de Estado Mayor, compuesto de losdemáspersonajesprincipalesdelaciudadela;conducidoporellos,ypidiendoexplicación de todos los recursos de la localidad, vio los baluartes, mediaslunas, casamatas, bodegas y graneros. Por último, a las once de la mañanavolvióasuhabitación,despuésdehaberlovisitado todo.Marchóseentoncessuescolta,yquedósoloconelprimeroficialqueencontróasullegada.

—Ahora—dijo éste acercándosele misteriosamente—, no le queda másqueveralseñorgobernadorunsóloaposentoyunasolapersona.

—¡Oh!—murmuróCanolles.

—Elaposentodeesapersonaesaquél—dijoeloficialextendiendoeldedohaciaunapuerta,queenefectoaúnnohabíaabiertoelbarón.

—¡Ah!¿Esaquél?—dijoCanolles.

—Sí.

—¿Yallíestálapersona?

—Sí.

—Bien,bien;perodispensad,mesientomuyfatigadodehabercaminadonoche y día, y no tengo esta mañana la cabeza muy buena. Explicaos conalgunamásclaridad,silotenéisabien.

—Bueno, señorgobernador—continuóeloficial con lamás fina sonrisa—.Elaposento…

—Delapersona…—repusoCanolles.

—Queosespera…esaquél.Comprendéisahora,¿noesasí?

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Canolleshizounmovimiento,cualsiviniesedelpaísdelasabstracciones.

—Sí,sí,perfectamente—dijo—.¿Ypuedoentrar?

—Sinduda,puesqueosespera.

—¡Vamos,pues!—dijoCanolles.

Y latiendo violentamente su corazón, sin ver a dónde iba, sintiendoconfundirse sus temores y sus deseos, a punto de creerse próximo aenloquecer, empujó el barón una segunda puerta, y percibió detrás de unatapicería a la alegre, a la bulliciosa Nanón, que dando un grito como paraasustarle,vinoaecharsusbrazosalcuellodelcaballero.

Elbarónquedóinmóvil,conlosbrazoscaídosylamiradaatónita.

—¡Vos!—dijobalbuceando.

—¡Yo!—contestóellamultiplicandosusrisasysusbesos.

La memoria de sus agravios cruzó por la imaginación del barón, queconociendo en el acto el nuevo beneficio de aquella fiel amiga, quedóagobiadobajoelpesodelosremordimientosylagratitud.

—¡Ah!—dijo por último—, vos me habéis salvado, cuando me perdíacomouninsensato:vosvelabaissobremí;soismiángeltutelar.

—Nomellaméisvuestroángel,porquesoyundiablo—repusoNanón—;sóloquenoaparezcosinoenlosbuenosmomentos,confesadlo.

—Tenéisrazón,queridaamiga;porquealaverdad,creoquemesalváisdelpatíbulo.

—Tambiénlocreo.Vaya,barón,¿cómoestabais,siendotanperspicaz,tanfino,paradejarosllevarporesasprincesasremilgadas?Elbarónseabochornóen extremo; pero Nanón se había propuesto no echar de ver nada de suturbación.

—Nolosé—dijoél—.Alaverdad,yomismonolocomprendo.

—¡Oh, sonmuy astutas! ¡Señores, señores, queréis hacer la guerra a lasmujeres!¿Quéesloquemehancontado?Oshanmostradoenvezdelajovenprincesaunadoncelladehonor,unacamarera,unmuñeco…¿quéséyo?

El barón sentía tocar la fiebre con sus trémulos dedos y su cerebrotrastornado.

—Hecreídoveralaprincesa—contestó—,yonolaconocía.

—¿Yquiénera?

—Unadamadehonor,segúncreo.

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—¡Ah!,pobrechico.LaculpatieneeltraidordeMazarino.¡Quédiablos!Cuando se encarga a cualquiera persona unamisión tan importante y difícilcomoésa,seledaunretrato.Sihubieraistenidoovistoalmenosunretratodelaprincesa,ciertamentelahubieraisconocido.

—Pero no hablemos de eso. ¿Sabéis que ese pícaro deMazarino queríaecharosalossapos,sopretextodequehabíaissidotraidoralrey?

—Yalocreíasí.

—Peroyohedicho:HagámosleecharalasNanones.

—¿Heobradobien?Decid.

Pormuy preocupado que el barón estuviese con la idea de la señora deCambes, aunque llevase su retrato sobre el corazón, no pudo resistir a estaexquisita bondad, a aquella alma que centellaba en losmás lindos ojos delmundo.Bajó,pues,lacabeza,yapoyósuslabiosenlamanodelicadaqueseletendía.

—¿Yhabéisvenidoaquíaesperarme?

—Yo iba a encontraros en París para traeros aquí. Os llevaba vuestrodespacho,porqueestaausenciasemehacíademasiadolarga,yasolasconelseñordeEpernón,meaburría,porqueelpesodesusnegociosgravitabatodoentero sobre mi vida monótona. Supe vuestro percance. A propósito, meolvidabadeciros,quesoismihermano,¿losabéis?

—Creíadivinarloalleervuestracarta.

—Sin duda nos habían vendido. La carta que os había escrito cayó enmalasmanos.Elduquellegófurioso;yoledijequeeraismihermano,pobreCanolles;desuertequeahoraestamosprotegidosporlauniónmáslegítima.

—¡Ea!,yaestáispocomenosquecasado,mipobreamigo.

Canolles se dejó arrastrar por el indecible atractivo de aquella mujer.Despuésdehaberbesadosusblancasmanos,besósusnegrosojos…lasombradelavizcondesadebióescaparsecubriéndolelúgubrementelacabeza.

—Desde entonces—continuó Nanón—, todo le he previsto, todo le heevitado; he hecho del señor de Epernón vuestro protector, o mejor dicho,vuestroamigo,yheaplacadolacóleradeMazarino.Porúltimo,heescogidoporretiroaSanJorge;porquebienlosabéis,caroamigo,quetodavíaquierenapedrearme.No queda en elmundo nadie queme ame un poquitomás quevos,miqueridoCanolles.Vaya,decidmequemeamáis.

Ylaseductorasirena,echandoambosbrazosalcuellodeCanolles,fijósuardientemiradaenlosojosdeljoven,comoparabuscarsupensamientoenlomásprofundodesucorazón.

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ElbarónsintióenaquelcorazónquetratabadeleerNanón,quenopodíacontinuarinsensibleatantossacrificios.UnpresentimientoocultoledecíaquehabíaenNanónalgomásqueamor, lagenerosidad;yquenosóloleamaba,sinoqueleperdonabatambién.

El barónhizounmovimientode cabeza, que respondía a la demandadeNanón,porquenosehabíaatrevidoadecirledepalabraquelaamaba,aunquetodossusrecuerdosconcurriesenensufavorenelfondodesupecho.

—HeelegidolaisladeSanJorge—continuóella—,paraponerasalvomidinero,mispedreríasymipersona.¿Quéotrohombrequeelquemeama,mehadicho,quepuede salvarmivida?¿Quién sinomidueñopuedeconservarmis tesoros? Sí, querido amigo, todo está en vuestrasmanos,mi existencia,misriquezas;velaréiscuidadosamenteportodo.¿Seréisbuenamigoyguardiafiel?

Enestemomentoresonóunatrompetaenlaplazadearmas,yvinoavibraren el corazón de Canolles. Tenía delante de sí el amor más elocuente quejamáshaexistido,yacienpasosdeallílaguerraamenazadora,laguerraqueinflamayembriaga.

—¡Oh,sí,Nanón!—exclamó—.Vuestrapersonayvuestrosbienesestánsegurosamilado;yosjuroquemoriréporsalvarosdelmenorpeligro.

—¡Gracias,minoblecaballero!Estoybienconvencidadevuestrovaloryde vuestra generosidad. ¡Ay de mí!—añadió sonriendo. ¡Quisiera estar tanseguradevuestroamor!

—¡Oh!—murmuróelbarón—,vividsegura…

—Bien,bien—dijoNanón—,obrassonamores.Elamornosepruebaconjuramentos;yporloquehagáis,caballero,juzgarédevuestroamor.

Y pasando alrededor del cuello de Canolles los brazos más lindos delmundo,inclinósucabezasobreelpechopalpitantedeljoven.

—Ahora—dijoellaparasí—,esmenesterqueolvide,yolvidará.

XXII

Elencuentro

Elmismodíaque el barónhabía sido arrestado en Jaulnaydelantede lavizcondesa,partióéstaconPompeyoparareunirseconlaseñoraprincesa,quesehallabaalavistadeCoutras.

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Elprimercuidadodeldignoescudero,fuetratardeprobarasuseñoraquesi el bando de Cauviñac no había exigido ningún rescate, ni cometidoviolencia alguna con la hermosa viajera, debía atribuirse esta felicidad a suaspecto imponente y a su experiencia de la guerra. Verdad es que lavizcondesa, menos fácil de persuadir de lo que creyera Pompeyo, le hizoobservarquehabíadesaparecidoynoselehabíavueltoaverhastadespuésdeuna hora lo menos; pero Pompeyo le dijo que durante aquella hora habíaestado oculto en un corredor, en el cual, con la ayuda de una escala, habíapreparadoalavizcondesaunafugasegura;sóloquehabíasidonecesariohacerfrenteadossoldadosdesenfrenadosqueledisputabanlaposesióndeaquellaescala,delaquesehabíahechoélconelindómitovalorqueteníaacreditado.

Estaconversación llevónaturalmenteaPompeyoahacerelelogiode lossoldadosdesutiempo,fieroscontraelenemigo,comolohabíanprobadoenelsitiodeMontalbányenlabatalladeCorbía,peropolíticosyafablesparaconsuscompatriotas,cualidades,queprecisoeraconfesarlo,afectabanpocoalossoldadoscontemporáneos.

El hecho es que sin sospecharlo, Pompeyo acababa de escapar de uninmensopeligro,eldeserreclutado.

Como tenía por costumbre marchar con la vista al frente, el pechodescubiertomilitarmente y con una presencia deNembrod, desde el primermomentohabía llamado laatencióndeCauviñac;peromerceda los sucesossubsiguientesquehabíancambiadoelcursodelasideasdelcapitán;mercedadoscientaspistolasquelehabíadadoNanónpornoocuparsedenadiemásquedeCanolles;mercedaesareflexiónfilosófica,dequelapasióndelosceloseslamásespléndidade todas,yqueesmenesterexplotar losceloscuandonossalenalencuentro,elqueridohermanohabíadespreciadoaPompeyoydejadoalavizcondesacontinuarsucaminoparaBurdeos;porqueenefecto,alosojosdesuhermanaNanón,BurdeosestabaaunmuycercadeCambesenelPerú,enlasIndiasoenGroenlandia.

Por otra parte, cuandoNanón reflexionaba que de allí en adelante iba aposeer sola y a tener entremuybuenosmuros a suqueridoCanolles, y queexcelentes fortificaciones poco accesibles a los soldados del rey guardaríantambiénalaseñoradeCambesprisioneraensurebelión,sentíasedilatarporesosinfinitosgocesquesóloconocensobrelatierralosniñosylosamantes.

Ya hemos visto cómo este sueño se había realizado y cómo Canolles yNanónseencontraronenlaisladeSanJorge.

Almismotiempolavizcondesacaminabatristeyatemorizada.Pompeyo,apesardetodassusjactancias,estabamuydistantedepoderlatranquilizar;ynosin recibir gran sobresalto, vio a la caída de la tarde del día que saliera deJaulnay,unaconsiderableturbadecaballeros,queveníansiguiendouncamino

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transversal.

Eran estos caballeros los mismos que volvían del famoso entierro delduque de Larochefoucault, entierro, que bajo pretexto de rendir todos loshonores oportunos a su padre, había servido al señor príncipe deMarsillacparasacardeFranciaydePicardía toda lanoblezaquemásdetestabaaunaMazarino y que no era afecta a la familia de Condé. Pero una cosa chocósingularmente a la vizcondesa, y sobre todo a Pompeyo, de aquelloscaballeros,unostraíanelbrazoencabestrillo,otrossosteníanenelestribounapiernacubiertadevendajes,ymuchosdeellosteníanvendasensangrentadasen la frente. Era menester verles de muy cerca para reconocer en aquelloscaballerostanmalparados,alosactivosyrozagantescazadoresquecorrieranelgamoenelparquedeChantilly.

Pero el miedo tiene ojos de lince. Pompeyo y la señora de Cambesreconocieronbajoaquellasensangrentadasvendas,algunossemblantes.

—¡Cáspita! —dijo Pompeyo—. Ved ahí, señora, un entierro que se haefectuadopormaloscaminos.Esprecisoquelamayorpartedeesoscaballerossehayancaídodesuscaballos,paravenirtanarañados.

—Esoestoyobservando—dijolavizcondesa.

—EstomerecuerdalaretiradadeCorbía—dijoPompeyoconorgullo—;sóloqueaquellaveznoestabayoenelnúmerodelosbravosqueviene,sinoeneldelosquesontraídos.

LaseñoradeCambesdijoconciertainquietudalavistadeunaexpediciónquesepresentababajotantristesauspicios:

—¿Pero no manda nadie a estos caballeros? ¿No tienen jefe? ¿Ha sidomuertoestejefe,quenoseleve?Mirad.

—Señora—repuso Pompeyo acomodándose erguidamente en la silla—,nada más fácil que conocer a un jefe entre la gente que comanda.Comúnmente, en un escuadrón, el oficial marcha en el centro con sussubalternos;enlaacciónmarchabadetrás,osobreelflancodelatropa.Tenedlavistahacialosdiferentespuntosqueosdesigno,yjuzgaréisporvosmisma.

—Noveonada,Pompeyo;perosemefiguraquesenossigue.Miradhaciaatrás…

—¡Hum,hum!No,señora—repusoPompeyotosiendo,perosinvolverlacabeza, por temor de ver efectivamente a alguno—. No viene nadie; peromiradaljefe.¿Nopodríaseraqueldelaplumaroja?…No…¿Eldelaespadadorada?…No…¿Aquéldelcaballopío,semejantealdelseñordeTurena?…No…Estosíqueesefectivamenteraro;sinembargo,ahoranohaypeligro,yeljefepudieradejarsever,quenoesaquílomismoqueenCorbía.

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—Os engañáis, Maese Pompeyo —dijo detrás del pobre escudero,poniéndole a punto de caer trastornado, una voz aguda y sarcástica—; osengañáis;estoesmuchopeorquelodeCorbía.

VolviólaseñoradeCambesvivamentelacabeza,yvioadospasosdeellaauncaballerodemedianatallaydeunapresenciasencillamenteafectada,quelamirabaconunosojillosbrillantesyprofundos,comolosdelzorro.

Consusespesoscabellosnegros,suslabiosdelgadosyvolubles,supalidezbiliosaysufrentesombría,inspirabaestecaballerotristezaenmediodeldía,ydenochetalvezterror.

—¡El señor príncipe de Marsillac! —exclamó la señora de Cambesconmovida—.¡Ah!Seáisbienvenido,caballero.

—DecidelduquedeLarochefoucault,señora,porqueyaquehamuertomipadre, soy heredero de este nombre, bajo el cual, buenas o malas, van ainscribirselasaccionesdemivida.

—Venís…—dijolavizcondesaconindecisión.

—Venimosbatidos,señora.

—¡Batidos,justocielo,vos!

—Sí. Digo que venimos batidos, señora, porque soy naturalmente pocofanfarrón,ymedigoamímismolaverdad,comoselodigoalosdemás.Anoserasí,pudierapretenderquevolvemosvencedores;peroenrealidad,somosbatidos,puestoquehafracasadonuestrointentosobreSamur.Hellegadomuytarde, y hemos perdido la plaza importante que Jarzé acababa de rendir.Deaquí en adelante, suponiendoque la señoraprincesa se apoderedeBurdeos,comoselehabíaprometido,todalaguerraseconcentraráenlaGuiena.

—Pero, si como he creído entender —preguntó la vizcondesa—, se haefectuado la capitulación de Samur sin combate, ¿cómo es que todos esoscaballerosvienenheridosdeesemodo?

—Porque—dijoLarochefoucaultconunaespeciedeorgulloquenolefueposible disimular, a pesar de su dominio sobre sí mismo—, porque hemosencontradociertastropasreales.

—¿Yselashabatido?—dijoconvivezalaseñoradeCambes.

—¡Oh,Diosmío,señora!

—¿Conqueyahasidoderramadaporfranceseslaprimerasangrefrancesa,yvos,señorduque,habéisdadoelejemplo?

—¡Yo,señora!

—¡Vos,tanmirado,tanfrío,tansabio!

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—Algunasveces,cuandosedefiendecontramíunpartidoinjusto,afuerzadeapasionarmeporlarazón,llegoahacermepocorazonable.

—¿Alomenos,noestáisherido?

—No. Esta vez he sido más afortunado que en las Limas y en París.EntoncescreíahaberganadoyabastanteenlaGuerraCivil,paranovolveraentrarencuentasconella;peromeengañaba.¿Quéqueréis?Elhombresuelealzar proyectos siempre sin consultar a la pasión, el único y verdaderoarquitecto de su vida, que constantemente reforma su edificio, cuandono ledestruyedeungolpe.

La vizcondesa se sonrió.Acordóse queLarochefoucault había dicho queporlosbellosojosdelaseñoritadeLongueville,habíahecholaguerraalosreyes,ylaharíaalosdioses.

Noseescapóalduqueestasonrisa;sindejaralaseñoradeCambestiempoparahacerseguiralasonrisaelpensamientoquelahicieranacer,continuó:

—Pero, señora, permitidme que os felicite, porque a la verdad, sois unmodelodebravura.

—¿Porqué?

—¿Cómopor qué? ¡Viajar así sola, sinmás que un escudero, como unaClorindaounaBradamante!

¡Oh!Apropósito,hesabidovuestraadmirableconductaenChantilly.Mehanaseguradoquehabéisburladoadmirablementeaunpobrediablodeoficialreal…

—Victoria fácil, ¿no es cierto?—añadió el duque con aquella sonrisa yaquellamiradaquetantosignificabanenél.

—¿Cómo?—preguntólavizcondesaconmovida.

—Digo fácil—continuóel duque—,porqueno combatía contravos conarmasiguales.Contodo,mehachocadounacosaenlarelaciónquemehanhechodeesaaventura…

Y el duque fijó sus ojillos en la señora de Cambes con másencarnizamientoquenunca.

No habíamedio de que la vizcondesa se batiese en retirada honrosa.Enconsecuencia, se preparó una defensa, que resolvió hacer lo más vigorosaposible.

—Hablad,señorduque—dijo—:¿quécosaesesaqueoshancolocado?

—Vuestragranhabilidad,señora,alejecutaresepapelitocómico.Porqueen efecto, si he de creerlo que se me ha dicho, el oficial había visto ya a

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vuestroescudero,yavosmisma,segúncreo.

Estasúltimaspalabras, aunqueproferidascon toda lahabilidady reservadeunhombredetacto,nodejarondeproducirunaprofundaimpresiónenlavizcondesa.

—¿Quemehabíavisto,decís?

—Poco a poco, señora, entendámonos; no soy yo quien lo dice, siguehablandoaunesepersonaje indefinido aquien llaman«Se»,y a cuyopoderestánsometidoslomismolosreyesqueelúltimodesusvasallos.

—¿Ydóndemehabíavisto?

—Se dice que el camino de Liburnio a Chantilly, en una aldea llamadaJaulnay, sólo que la entrevista no fue muy larga, con el motivo de haberrecibidoelcaballeroordendelseñorduquedeEpernóndepartirenelmismoinstanteparaMantes.

—Perosiesecaballeromehabíayavisto,señorduque,¿cómoeraposiblequenomeconociese?

El famoso «Se», de que hace un momento os hablaba, y que a todoresponde,decíaque lacosaeraposible, enatenciónaque laentrevista tuvolugaraoscuras.

—Estavez,señorduque—repusolaseñoradeCambespalpitante—,noséenverdadloquequeréisdecir.

—Entonces —contestó el duque con una ingenuidad fingida—, quieredecirquesemehabráinformadomal;yluego,pormásquesediga,¿quéeselencuentrodeuninstante?Verdades,señora—añadiócongalanteríaelduque—, verdad es que vuestro talento y vuestro rostro son capaces de dejar unaimpresiónprofunda,aunquelaentrevistahubieseduradotansólouninstante.

—Peroesonoeraposible—contestólaseñoradeCambes—,puestoquevosmismohabéisdichoquelaentrevistaseefectuóaoscuras…

—Escierto,habláisperfectamente,señora;yconfiesoquesoyelengañado,anoserqueantesdelaentrevistaoshubieseyavistoesejoven,encuyocasolaaventuradeJaulnaynoseríacomosehadichounencuentro…

—¿Quépodíaserentonces?—repusolaseñoradeCambes—.Cuidadoconvuestraspalabras,señorduque.

—Ya veis,me encuentro cortado; nuestra querida lengua francesa es tanpobre,queenvanobuscounapalabraquetransmitamipensamiento.Sería…unappuntamento, comodicen los italianos, una assignation, comodicen losingleses.

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—Pero, si no me engaño, señor duque —dijo la vizcondesa, esas dospalabrastraducidasalfrancéssignifican«cita».

—Vamos—contestóelduque—,hedichounanecedadendoslenguas,yprecisamentehablandoconunapersonaquelasentiendeambas.Perdonadme,señora,parecequeelitalianoyelingléssontanpobrescomoelfrancés.

La señora deCambes se contrajo el corazón con lamano izquierda pararespirarmás libremente,puesse sentía sofocada.Se leocurrióunacosaquesiemprehabíasospechado,yesqueporellaelseñordeLarochefoucaulthabíasidoinfielaladeLongueville,depensamientoodedeseoalmenos;yquealhablarasí, le impelíaahacerloun sentimientodecelos.Enefecto,dosañosantes, el príncipe deMarsillac le había hecho la corte con la asiduidad quepermitían aquel carácter reservado, sus perpetuas incertidumbres y aquelloseternosrecelosqueleconstituíanenelmásrencorosoenemigocuandodejabadeserelamigomáscomplaciente.

PorestolaseñoradeCambesnoquisoromperconunhombrequellevabatandefrentelosnegociospúblicosylosmásfamiliaresintereses.

—¿Sabéis, señor duque—dijo—,que sois un hombremuy apreciado enlascircunstanciasenquenosencontramos,sobretodo,yMazarino,aunquesepique,notieneunapolicíatanbienmontadacomolavuestra?…

—Sinosupiesenada,señora—repusoelduquedeLarochefoucault—,mepareceríamuchoaesebuenministro,ynotendríaentalcasoningúnmotivodehacerlelaguerra.Peroyotrato,pocomásomenos,deestaralcorrientedetodo.

—¿Hastadelossecretosdevuestrasaliadas,dadocasoquelostuviesen?

—Acabáis de pronunciar una palabra que se interpretaríamuymal si sesupiese:unsecretodemujer.¿Luegoeseviajeyeseencuentrosonunsecreto?

—Entendamos,señorduque,porquenotenéisrazónmásqueamedias.Elencuentrofueunacasualidad.Elviajeeraunsecreto,yunsecretodemujeres;puesenefecto,nadieteníanoticiadeélmásquelaseñoraprincesayyo.

Elduquesesonrió.Estaexcelentedefensaaguzabasuperspicacia.

—YLenet—dijoelduque—,yRichón,ylaseñoradeTourville,yhastaunciertovizcondecitodeCambes,quenoconozco,ydequienheoídohablarporprimeravezenestaocasión…Escierto,quesiendoesteúltimohermanovuestro,mepodréisdecirquenosalíaelsecretodelafamilia.

LaseñoradeCambesseechóareírpornoirritaralduque,cuyoentrecejoveíayaondular.

—¿Sabéisunacosa,duque?

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—No; pero decídmela, y si es un secreto, señora, os prometo ser tandiscretocomovos,ynodecirlomásqueamiestadomayor.

—Estábien,podéishacerlo;nodeseootracosa,aunqueporellomehagaenemigadeunagranprincesa,cuyoodionoesmuyconvenientearrostrar.

Lafrentedelduquesecoloróimperceptiblemente.

—Ybien,¿esesecreto?—dijo.

—¿Nosabéisquécompañeromedestinabalaprincesaenelviajequemehicieraemprender?—¡No!

—¿Eraisvos?

—En efecto, recuerdo que la señora princesame envió a decir si podríaservirdeescoltaaunapersonaqueviajabadeLiburnioaParís.

—¿Yvosrehusasteis?

—MedeteníannegociosindispensablesenPoitou.

—Sí,teníaisquerecibirloscorreosdelaseñoradeLongueville.

Larochefoucault miró vivamente a la señora de Cambes, como parasondearel fondodesucorazónantesque lahuelladeestaspalabrashubiesedesaparecido;yacercóseaella,ledijo:

—¿Mereconvenís?

—Notal.Vuestrocorazónestátambiénpuestoeneselugar,señorduque,quetenéisderechoaesperarparabienesenvezdereconvenciones.

—¡Ah!—repusoelduquesuspirandoasupesar—.¡Pluguieraalcieloquehubiesehechoconvoseseviaje!

—¿Porqué?

—Porqueentoncesnohabría idoaSaumur—respondióelduqueconuntono,quesignificabateníadispuestaotracontestación,peroquenoseatrevíaonoqueríadarla.

—Richónselohabrádichotodo—pensólavizcondesa.

—Pero al cabo —continuó el duque—, no me quejo de mi desgraciaprivada,puestoqueresultadeellaunbienpúblico.

—¿Quéqueréisdecir,señorduque?Nooscomprendo.

—Quierodecir,quesihubieseidoconvos,nooshabríaisencontradoconun oficial, que así el cielo proteja nuestra causa, como es el mismo queMazarinoenvióaChantilly.

—¡Ah,señorduque!—dijoClaraconunavozoprimidaporundolorosoy

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recienterecuerdo—.¡Nooschanceéisacercadeesedesgraciadooficial!

—¿Porqué?¿Espersonasagrada?

—Sí, por ahora; porque los grandes infortunios tienen para las almasnoblessusagradolugar,comolasfortunasmáselevadas.Talvezaestashorasese oficial habrá muerto, caballero, pagando su error o su sacrificio con lavida.

—¿Muertodeamor?—preguntóelduque.

—Hablemos formalmente, caballero. Bien sabéis que si yo entregasemicorazónaalguno,noseríaaquienencontraseenmediodeuncamino.OsdigoqueeseinfelizhasidoarrestadohoymismoporordendeMazarino.

—¡Arrestado!—dijoelduque—.¿Ycómosabéiseso?¿Porunencuentrotambién?

—¡Oh,Diosmío,sí!YopasabaporJaulnay…

—¿ConocéisJaulnay?

—Perfectamente; allí fue donde recibí una cuchillada en el hombro.PasabaisporJaulnay:¿noesenesamismaaldeadondeafirmalarelación?

—Dejemos la relación—repuso ruborizándose la vizcondesa—. PasabaporJaulnay,comoosdigo,cuandoviqueunatropadegentearmadaarrestabaytraíaaunhombre:aquelhombreeraél.

—¿Él,decís?¡Ah!¡Cuidadoconeso,señora!¡Habéisdichoél!

—Él,sí;eloficial.¡PorDios,señorduque,soismuyprofundo!Dejaosdesutilezas;ysitenéispiedaddeesedesgraciado…

—¡Piedad,yo!—exclamóelduque—.¡Bah,señora!¿Acasotengotiempodeapiadarme,sobretododegentesquenoconozco?…

LaseñoradeCambesmiróahurtadillaselrostropálidodeLarochefoucaultyaquellosdelgadoslabioscrispadosporunasonrisaapagada,yseestremecióasupesar.

—Señora—dijoelduque—,quisiera tener elhonordeacompañarospormás tiempo, pero debo poner una guarnición enMontroud; disimulad si osdejo.Veintecaballerosmásfelicesqueyo,osservirándeescoltahasta tantoqueoshayáis reunidoa laprincesa,aquienossuplico tengáis labondaddehacerpresentesmisrespetos.

—¿NovenísaBurdeos?—preguntólavizcondesa.

—Por ahora no, voy a Turena a encontrarme con el señor de Bouillón.Debatimospolíticamentesobrequiénhadedejardesergeneralenestaguerra,

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mis negocios van viento en popa; así es, que creo vencerle y quedarme delugarteniente.

A estas palabras, el duque saludó ceremoniosamente a la señora deCambes,yrecobróapasoslentoselcaminoqueseguíasutropadecaballeros.

LaseñoradeCambeslesiguióconlavista,murmurando:

—¡Supiedad!¡Yoinvocabasupiedad!Bienhadicho:notienetiempodeapiadarse.

Entonces vio destacarse hacía ella un grupo de caballeros y perderse elrestodelatropaenelbosqueinmediato.

Detrás del escuadrón iba pensativo e inclinando hacia el cuello de uncaballo,aquelhombredefalsamiradayblancasmanos,quemástardeescribíaa la cabeza de sus Memorias esta frase, bastante extraña para un filósofomoralista:

«Creo que es necesario demostrar compasión, pero guardarse de tenerla.Ésta es una pasión que para nada sirve en un alma bien formada, que sóloconduce a debilitar el corazón, y debe dejarse al pueblo, que no teniendojamásrazóndesushechos,necesitaunapasiónparaobrar».

Dosdíasdespués,lavizcondesasehabíareunidoconlaprincesa.

XXIII

Losproyectos

VariasvecessehabíapuestoareflexionarlaseñoradeCambeshastaquépuntopodíaunodiocomoeldeLarochefoucault;peroencontrándose joven,hermosa, rica y protegida, no comprendía que este odio, dado caso queexistiese,pudieranuncatenerunafunestainfluenciasobresuvida.

Sin embargo, cuando la vizcondesa supo, a no dudarlo, que se habíainquietadoporellahastaelpuntodehaberadquiridolasnoticiasquesabía,seadelantóaasegurarsuposicióncercadelaprincesa.

—Señora—ledijoalcontestaraloscumplidosqueaquéllalehacía—,nome felicitéis tanto por la pretendida destreza que en esta ocasión hedesplegado, porque hay quien asegura que el oficial burlado sabía a quéatenersesobrelaverdaderaylafalsaprincesadeCondé.

Perocomoestasuposiciónprivabaalaprincesadelapartedelméritoqueellapretendíahaberdesplegadoen laejecucióndeaquelardid,naturalmente

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noquisodarleningúncrédito.

—Sí,sí,miqueridaClara—ledijo—,sí,comprendo.

Hoy que nuestro caballero se ve engañado por nosotras, querrá darse laimportancia de haberos favorecido; graciosamente ha acordado tarde,esperandoacaerendesagradoporestemotivo.Pero,apropósito,¿mehabéisdichohaberencontradoenelcaminoalseñordeLarochefoucault?

—Sí,señora.

—¿Quéoshadichodenuevo?

—QueibaaTurenaconelfindeencontrarseconeldeBouillón.

—Sí, hay certamen entre ellos, ya lo sé; los dos aparentan rehusar estehonor, y ambos quieren ser generalísimos de nuestros ejércitos. En efecto,cuando demos la paz, el rebeldemás temible tendrámás derecho a hacersepagarcarassusdemasías.Pero,afindeponerlesdeacuerdo,tengounplandelaseñoradeTourville.

—¡Oh!—exclamóClarasonriendoaloírestenombre.¿VuestraAltezasehareconciliadoyaconsuconsejeraordinaria?

—Preciso, se nos reunió enMonte-redondo, trayendo un rollo de papel,conunagravedadquenoshizomorirderisaaLenetyamí.

«Aunque Vuestra Alteza —me dijo—, no haga ningún caso de estasreflexiones, fruto de laboriosas tareas, yo rindo un tributo a la asociacióngenerosa…».

—¡Calle!Puesesunverdaderodiscurso.

—Entrespuntos.

—¿AlqueVuestraAltezarespondió?…

—No,cedílapalabraaLenet.

«Señora,—dijoél—jamáshemospensadoponerendudavuestrocelo,nimuchomenosvuestras luces,ellas tienenparanosotrostantovalor,quecadadíalasrecordábamoscontristezalaseñoraprincesayyo…».

—Enunapalabra, ledijoademás tan lindascosas,que lasedujohastaelpuntodeentregarleellamismasuplan.

—¿Yes?…

—DenonombrargeneralísimonialdeBouillón,nialdeLarochefoucault,sinoaTurena.

—Ybien—dijolaseñoradeCambes—,puesmeparecequelaconsejera

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hablabaperfectamenteestavez.

—¿Quédiceaeso,señorLenet?

—Digoquelaseñoravizcondesatienerazón,yqueañadeunbuenvotoanuestras deliberaciones —respondió Lenet—, justamente entraba en aquelmomento con un rollo de papel, con lamisma gravedad que habría podidohacerlodeTourville.Pordesgracia—continuó—,elseñordeTurenanopuededejar el ejército del Norte, y nuestro plan exige que marche sobre París almismotiempoqueMazarinoylareinamarchensobreBurdeos.

—Siemprehabréisobservado,miqueridaamiga,queLeneteselhombredelasimposibilidades.Así,pues,nieldeBouillón,nieldeLarochefoucault,niTurena,sonnuestrosgeneralísimos,¡sinoLenet!

—¿QuéesperaVuestraExcelencia?¡Esunaproclamación!

—Síseñora.

—¡LadelaseñoradeTourville!Seentiende.

—¡Justamente,señora!Salvoalgunasenmiendasderedacción.Yasabéis:¡elestilodelaCancelería!…

—¡Bueno, bueno!—dijo riendo la princesa—.No tenemosnecesidaddeceñirnosalaletra;quehayaelsentido,ybasta.

—Éselehay,señora.

—¿YdóndedebefirmarelseñordeBouillón?

—EnlamismalíneaqueelseñordeLarochefoucault.

—EsonoesdecirmedóndefirmaráLarochefoucault.

—ElseñorLarochefoucaultfirmarádebajodelseñordeEnghien.

—¡El señor duque de Enghien no debe firmar tal acta! ¡Un niño! ¿Lohabéisreflexionadobien,Lenet?

—¡Lohereflexionado,señora!Cuandomuereel rey,elDelfín lesucede,aunqueno tengamásqueundía…¿PorquénohabrádeserelDelfínde lacasadeCondécomoeldelacasadeFrancia?

—Pero,¿quédirádeLarochefoucault?¿QuédirádeBouillón?

—El primero ha dicho, señora, y se ha marchado después de decir: elsegundo lo sabrá cuando ya esté hecho, y por consiguiente, diga lo que leparezcaoloquequiera,poconosimporta.

—Vedahílacausadeesafrialdadqueoshademostradoelduque,Clara.

—Dejadlequeseenfríe,señora;yasecalentaráalosprimeroscañonazos

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quenosdispare elmariscaldeLaMeilleraye.Esos señoresquierenhacer laguerra;puesbien,¡quelahagan!

—Cuidado con descontentarlos mucho, Lenet —dijo la princesa—. Notenemosmásqueaellos…

—Yellosnotienenmásquevuestronombre;quepruebenabatirseporsucuenta,yveráncuántotiemposesostienen.

HacíayaalgunossegundosquelaseñoradeTourvillehabía llegado,yalaire radioso y satisfecho de su semblante, había sucedido una sombra deinquietud,queseaumentóconlasúltimaspalabrasdesurivalconsejero.

Entoncesseadelantóconvivezaydijo:

—¿Tendría ladesgracia elplanquehepropuestoaVuestraAltezadenoobtenerlaaprobacióndelseñorLenet?

—Al contrario, señora —dijo Lenet inclinándose—, he conservadocuidadosamente lamayorpartedevuestra redacción, sóloqueenvezde serfirmadalaproclamaciónporelduquedeBouillónoeldeLarochefoucault,lafirmarámonseñorelduquedeEnghien,elnombredeesosseñoresirádespuésdelafirmadelpríncipe.

—¡Comprometéisaljovenpríncipe,caballero!

—Esmuyjustoqueseacomprometido,señora,puesqueporélsepelea.

—PerolosBurdelesesamanalseñorduquedeBouillón,adoranalseñordeLarochefoucault,yniaunconocenalduquedeEnghien.

—Os equivocáis—respondió Lenet sacando—, según su costumbre, unpapeldeaquelbolsilloprodigiosoqueteníaadmiradoalaseñoraprincesaporsucontenido;porquevedaquíunacartadelseñorpresidentedeBurdeos,enquemeruegahagafirmarlasproclamacionesporeljovenduque.

—¡Eh! Reíros de los parlamentos, Lenet—exclamó la princesa—, pocohemosadelantadoconescapardelpoderdelareinaydeMazarino,sivenimosacaereneldelparlamento.

—¿VuestraAltezaquiereentrarenBurdeos?—dijoLenet.

—Sinduda.

—Puesbien,paraentrar,ésaeslacondición:sinequanon.LosBurdelesesnoquemaránuncartuchoporotroqueporelseñorduquedeEnghien.

LaseñoradeTourvillesemordióloslabios.

—Segúneso—repusolaprincesa—,¿noshabéishechohuirdeChantillyyandarcincuentaleguasparahacerosrecibirunaafrentadelosBurdeleses?

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—Loquetomáisporafrenta,señora,noesmásqueunhonor.¿Quécosamáslisonjera,enefecto,paralaseñoraprincesadeCondé,quealverleselarecibe,ynoalosdemás?…

—¿EnesecasolosBurdelesesnorecibiránniaunalosduques?

—NorecibiránmásqueaVuestraAlteza.

—¿Yquépuedohaceryosola?

—¡Ah!¡Diosmío!

—Entrad, y cuando estéis dentro, dejad las puertas abiertas, y losdemásentrarándespuésdevos.

—Nopodemospasarsinellos.

—Ésa es mi opinión, y dentro de quince días lo será también delparlamento.Burdeosnoquiereavuestroejércitoporqueleteme,ydentrodequincedíaslellamaráparadefenderse.Entoncestendréisundoblemérito,porhaber hecho dos veces lo que han pedido los Burdeleses, y después, vividtranquila,queellossedejaránmatarporvosdesdeelprimerohastaelúltimo.

—¿Está,pues,Burdeosamenazado?—preguntóladeTourville.

—Gravemente—respondióLenet—,vedahíporloqueesnecesariotomarposición. Mientras no estemos dentro, puede Burdeos, sin comprometer suhonor,rehusarabrirnos;perounavezallí,Burdeosnopuedesindeshonrarseecharnosfueradesusmuros.

—¿TendréislabondaddedecirnosquiénamenazaaBurdeos?

—Elrey,lareinayMazarino.Estánreuniendolasfuerzasreales;nuestrosenemigostomanposición;laisladeSanJorge,quedistasólotresleguasdelaciudad, acaba de recibir un refuerzo, provisión de municiones y un nuevogobernador.LosBurdelesesquierentomarlaisla,ynaturalmentetendránquebatirse, pues, tienen que habérselas con las mejores tropas del rey. Bien ydebidamenteasendereadoscomoconvienealospaisanosquequierenparodiara los soldados, llamarán a voces a los duques de Bouillón y deLarochefoucault. Entonces, vos, señora, que tenéis a esos dos duques enentrambasmanos,daréiscondicionesalosparlamentos.

—¿YnoseríamejorqueprobásemosaganarasunuevogobernadorantesquelosBurdelesessufranunaderrotaquetalvezlesdesanime?

—SiestáisenBurdeoscuandoocurraesaderrota,nadapodréistemer;encuantoaesegobernador,escosaimposible.

—¡Imposible!¿Yporqué?

—PorqueesegobernadoresunenemigopersonaldeVuestraAlteza.

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—¿Unenemigopersonalmío?

—Sí.

—¿Ydequéprocedesuenemistad?

—De que nunca perdonará a Vuestra Alteza el enredo de que ha sidovíctima enChantilly. ¡Oh!Mazarino no es un zote como le creéis, señoras,aunquemeempeñoenrepetirosincesantementelocontrario.Lapruebaes,queha puesto en la isla de San Jorge, es decir, en la mejor posición del país,¿adivináisaquién?

—Osrepitoqueignorocompletamentequiénpuedaser.

—Pues bien, es el oficial de quien os habéis reído tanto, y que por unatorpezainconcebible,dejóaVuestraAltezahuirdeChantilly.

—¡ElseñordeCanolles!—dijoClara.

—Sí.

—¡ElseñordeCanollesgobernadordelaisladeSanJorge!

—Enpersona.

—¡Esimposible!Yolehevistoprender,delantedemí,amivista.

—Es verdad. Pero sin duda goza de una poderosa protección, y sudesgraciasehaconvertidoenfavor.

—¡Yvoslocreíaisyamuerto,mipobreClara!—dijoriendolaprincesa.

—¿Peroestáisbienseguro?—preguntólavizcondesaestupefacta.

Lenet, según su costumbre, llevó la mano al famoso bolsillo y sacó unpapel.

—VedaquíunacartadeRichón—dijo—,quemedatodoslosdetallesdela instalacióndel nuevogobernador, y que semuestramuypesarosodequeVuestraAltezanolehayacolocadoaélenSanJorge.

—¡LaseñoraprincesacolocaraRichónenlaisladeSanJorge!—dijoladeTourvilleconrisadetriunfo.

—¿AcasodisponemosnosotrosdelosnombramientosdegobernadorparalasplazasdeSuMajestad?

—Disponíamosdeuno,señora—contestóLenet—,yestobastaba.

—¿Ydecuál?

La señora de Tourville se estremeció al ver a Lenet acercar la mano albolsillo.

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—¡LafirmaenblancodelduquedeEpernón!—exclamólaprincesa—.Escierto,lohabíaolvidado.

—¡Bah! ¿Y qué es eso?—dijo con desdén la de Tourville; un tirajo depapel,ynadamás.

—Ese tirajo de papel, señora—dijo Lenet—, es el nombramiento, quenecesitamosparacontrarrestarelquehasidohecho;eselcontrapesodelaislade San Jorge; es nuestra salvación; en fin, es cualquiera otra plaza sobre elDordoña,comolaisladeSanJorgeestásobreelGarona.

—¿Yestáis seguro—dijo laseñoradeCambes,quehabiéndosequedadopensativacon lanoticiaanunciadaporLenetyconfirmadaporRichón,nadahabía escuchado de cuanto se decía hacía cincominutos—; y estáis seguro,señorLenet,dequeeselmismoCanollesquehasidopresoenJaulnay,elqueahoraesgobernadordeSanJorge?

—Segurísimo,señora.

—Pues tiene el de Mazarino una manera particular de conducir susgobernadoresasusgobiernos.

—Sí—dijolaprincesa—,yseguramenteahíhaygatoencerrado.

—Sinduda—respondióLenet—.AhíestádepormediolaseñoritaNanóndeLartigues.

—¡NanóndeLartigues!—exclamóClara—,aquienunhorrorosorecuerdoacababadepunzarenelcorazón.

—¡Esachiquilla!—dijolaprincesacondesprecio.

—Sí,señora—dijoLenet—.EsachiquillaqueVuestraAltezanoquisovercuandosolicitóelhonordeserospresentada,yaquienlareina,menosseveraque vos en leyes de etiqueta, había recibido; por lo que contestó a vuestrocamarero, que era posible que la señora princesa de Condé fuesemás granseñoraqueAnadeAustria,peroque seguramenteAnadeAustria teníamásprudenciaquelaprincesadeCondé.

—¿Os falta lamemoria,Lenet,o teméis acasoofenderme?—exclamó laprincesa—.Lainsolentenosecontentócondecirmásprudencia,quetambiéndijomástalento.

—¡Es posible! —dijo Lenet sonriendo—. Yo pasaba por la antesala enaquelmomento,ynoentendíelfindelafrase.

—Sí;peroyoqueescuchabaalapuerta—dijolaprincesa—,lacomprendítodaentera.

—Ybien,señora—repusoLenet—,yaconocéisqueesamujerosharála

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máscrudaguerra.Lareinaoshubieraenviadosoldadosquecombatir;Nanónosmandaráenemigosqueseráprecisoderrocar.

—¿AcasoenelpuestodeSuAlteza—dijoagriamenteladeTourville—,lahabríaisrecibidoconsumisión?

—No, señora —respondió Lenet—; yo la hubiera recibido riendo, y lahabríacomprado.

—Puesbien;sisólosetratadecomprarla,todavíaestiempo.

—Sinduda,todavíaestiempo;sóloqueaestashorasseríademasiadocaraparanuestrobolsillo.

—¿Cuántovale?—preguntólaprincesa.

—Cincomillibrasantesdelaguerra.

—¿Yhoy?

—Unmillón.

—PoresepreciocompraríaaMazarino.

—Tal vez—contestó Lenet—; cuando las cosas han sido ya vendidas yrevendidas,bajandeprecio.

PeroladeTourville,queestabasiempreporlosmediosviolentos,dijo:

—¡Loquenopuedecomprarse,setoma!

—Prestaríais,señora,unseñaladoservicioaSuAltezallegandoaesefin;pero será difícil conseguirlo, atendido que se ignora absolutamente suparadero.—Peronopensemoseneso;entremosantesenBurdeos,ydespuésyaentraremosenSanJorge.

—No,no—exclamólavizcondesa—;no,entremosantesenlaisladeSanJorge.

Estaexclamación,nacidadelfondodelcorazóndeClara,hizoquelasotrasdos señoras se volviesen hacia ella,mientras queLenet lamiraba con tantaatención, como habría podido hacerlo el duque de Larochefoucault, aunqueconmásbenevolencia.

—¿Estás loca?—dijo laprincesa—.¿NohasoídoaLenetdecirqueestaplazanosepuedetomar?

—Puedeser—repusolavizcondesa—;peroyocreoquelatomaremos.

—¿Tenéis algúnplan?—dijo ladeTourville conel acentodeunamujerquetemeveralzarsealtarcontraaltar.

—Talvez—contestóClara.

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—Pero—dijoriendo laprincesa—,si la isladeSanJorgees tancaradecomprarcomodiceLenet,acasonosomosbastantericosparaella.

—No se le comprará—repusoClara—, y sin embargo, la tendremos dehecho.

—Entonces la tomaremos por la fuerza—dijo la señora de Tourville—.Queridaamiga,entráisenmiplan.

—Eso es—dijo la princesa—.Mandaremos a Richón a que sitie a SanJorge;élesdelpaís,conoceperfectamenteelterreno;ysialgúnhombrepuedeapoderarsedeesafortaleza,quesegúndecísesdetantaimportancia,noesotroqueél.

—Antesdeemplearesemedio—contestólavizcondesa—,dejadmetentarlaaventura,señora.Ysifracasamiplan,entonceshacedloquequeráis.

—¡Cómo—dijolaprincesaadmirada—,irástúalaisladeSanJorge!

—Iré.

—¿Sola?

—ConPompeyo.

—¿Ynotemesnada?

—Irécomoparlamentaria,siVuestraAltezatienelabondaddedarmesusinstrucciones.

—¡Ah!—exclamóladeTourville—.Estosíqueesnuevo;creoquenoseimprovisanasílosdiplomáticos,yqueesmenesterhacerunlargoestudiodeesaciencia,queelseñordeTourville,unodelosmejoresdiplomáticosdesutiempo,comotambiénunodesusmásgrandesguerreros,sosteníaqueeralamásdifícildetodas.

—Porgrandequeseamiincapacidad,señora—contestóClara—,haréunaprueba,sinembargo,silaseñoraprincesatieneabienpermitírmelo.

—Esseguroque laseñoraprincesaos lopermitirá—dijoLenetmirandoconintenciónalaseñoradeCondé—,yestoysegurodequesialgunapersonapuedeobtenerbuenéxitoenestanegociación,esapersonasoisvos…

—¿Yquéharálaseñoraquenopudiesehacercualquieraotra?

—NegociarconelseñordeCanollesmuysensiblemente,loqueunhombrenopodíahacersinquelearrojasenporunbalcón.

—Unhombre,pasa—contestóladeTourville—;perounamujer…

—SiesunamujerlaquevaalaisladeSanJorge,tantovale;yaunvalemásquesealaseñoradeCambesynootra,puestoqueeslaprimeraqueha

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tenidoesaidea.

En estemomento llegó unmensajero, que era portador de un pliego delparlamentodeBurdeos.

—¡Ah!—exclamólaprincesa—;larespuestaamidemanda,sinduda.

Lasmujeresseaproximaron, impelidasporunsentimientodecuriosidad,deinterés.EncuantoaLenet,permanecióensupuestoconsuflemaordinaria,sabiendosindudadeantemanoelcontenidodeaquelescrito.

Laprincesaleyóconavidez.

—¡Mereclaman,meesperan!—exclamó.

—¡Ah!—prorrumpiólaseñoradeTourvilleconunacentodetriunfo.

—¿Peroylosduques,señora—dijoLenet—,yelejército?

—Nomehablandeellos.

—Entoncesestamoscortadas—dijoladeTourville.

—No—contestó la princesa—; porquemerced a la firma en blanco delduquedeEpernón,tendréaVayres,quedominaelDordoña.

—Yyo—dijoClara—,tendréaSanJorge,queeslallavedelGarona.

—Yyo—dijoLenet—,tendréalosduquesyalejército,dadocasoquemeconcedéisalgúntiempo.

XXIV

LaentradaenBurdeos

Alsegundodía llegarona lavistadeBurdeos,yse tratabaporúltimodedecidircómoseefectuaríalaentradaenlaciudad.Losduquesestabanconsuejército a distancia de diez leguas, poco más o menos, y por consiguientepodía probarse a entrar, lo mismo pacíficamente que a la fuerza. Lo queimportabaerasaberquéconvendríamejor,simandaraBurdeosuobedeceralparlamento.Laprincesacongregósuconsejo,quesecomponíadelaseñoradeTourville,Clara, sus damas de honor yLenet. La deTourville, que conocíabienasuantagonista,habíainsistidomuchoenquenoasistiesealconsejo,enatención a que la guerra era guerra de mujeres, y por consiguiente debíaecharse mano solamente de los hombres para combatir. Pero la princesadeclaróquehabiéndolesidoimpuestoLenetporsumarido,nopodíaexcluirlede lacámarade lasdeliberaciones,en laqueporotraparteseríadeninguna

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importanciasupresencia,en razónaquesehabíaconvenidodequepudiesehablarcuantoquisiese,peroquenoseleescucharía.

La precaución de la señora de Tourville no era inútil, porque ella habíaempleadolosdosdíasdecaminoqueacababandetranscurrirentrastornarlacabezade la princesa, inclinándola a adoptar ideas belicosas, a quepor otrapartesehallabaéstabastanteinclinada,ytemíanovinieseLenetadestruirauntodoelcaramillodesutrabajo,tanlaboriosamentelevantado.

Enefecto, reunidoelconsejo, la señoradeTourvilleexpusosuplan.Eraéstedehacervenirsecretamentealosduquesyasuejército;procurarse,bienporfuerzaoporgrado,ciertonúmerodebatelesyentrarenBurdeos,saltandoentierraalosgritosde¡Anosotros,Burdeleses!¡Condé!¡CaigaMazarino!

De esta manera, la entrada de la princesa era una verdadera entradatriunfal;ylaseñoradeTourville,poruninesperadocamino,llevabaasíacabosufamosoproyectodeapoderarseporfuerzadeBurdeosydeatemorizaralareina con un ejército, cuya primera tentativa sería un golpe de mano tanbrillante.

Lenet aprobó todo con la cabeza, interrumpiendo a la de Tourville pormediodeexclamacionesdeadmiración;ycuandohuboterminadodeexponersuplan,ledijo:

—¡Esoesmagnífico,señora!Tendréislabondadahoraderesumir.

—Cosamuysencilla,yqueestaráhechaendospalabras—dijo labuenaseñora, triunfanteyanimándoseellamismaaconcluir sunarración—.Entreuna granizada de balas, al son de las campanas, al compás de los gritos defurorocariñodelpueblo, severánaunasdébilesmujeres llevaracaboconintrepidez su generosa misión, se verá un niño en los brazos de su madresuplicaralparlamentoqueledispensesuprotección.Esteespectáculotiernoysensible no dejará de ablandar las almas más empedernidas. De este modovenceremos,parteporlafuerza,parteporlajusticiadenuestracausa,loquecreoeselfinqueproponeSuAltezalaprincesa…

Elresumenprodujomásefectoaúnqueeldiscurso.Laprincesaaplaudió;laseñoradeCambes,aquieneldeseodesernombradaparlamentariaparalaisladeSanJorgelaincitabacadavezmás,aplaudió;tambiénlohizoelcapitánde guardia, cuyo anhelo era el de dar soberbias cuchilladas; y por último,Lenet,ademásdeaplaudir, fuea tomar lamanode la señoradeTourville,yestrechándolacontantorespetocomosensibilidad,exclamó:

—Señora, aunque no supiese ya cuán grande es vuestro talento, cuán afondo conocéis, sea por instinto o por estudio, lo que ignoro yme importapoco, lagrancuestióncivilymilitarquenosocupa, seguramentemehabríaconvencidodesdeahoradeello,ymeprosternaríaante laconsejeramásútil

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queSuAltezapudieseencontrarjamás…

—¿Esverdad,Lenet—dijolaprincesa—,queesunaexcelenteidea?Esomismoopinabayo.¡Pronto,vamos!

—Vedle, que se ciña al señor duque de Enghien la espadita que le hemandadohacer,comotambiénsucascoysuarmadura.

—Sí,hacedlo.Perouna solapalabraantes, si tenéisabien—dijoLenet;mientras que la deTourville, que al principio se había hinchado de orgullo,empezaba a recelar en virtud del perfecto conocimiento que tenía de lassutilezasdeLenetparaconella.

—Ybien—dijolaprincesa—.Veamos,¿quémáshay?

—Nada, señora, absolutamente nada; porque jamás pudo darse cosa queestuviesemásenarmoníaconelcarácterdeunaprincesaaugustacomovos,ysemejanteparecernopodíaprovenirsinodevuestracasa.

Estas palabras produjeron una nueva expansión en la de Tourville, ehicieron asomar de nuevo la sonrisa en los labios de la princesa, que habíaempezadoaarrugarlafrente.

—Pero, señora —continuó Lenet, cuya mirada seguía el efecto terriblesobre el semblante de su enemiga declarada—, al adoptar, no diré sinrepugnancia, sino aun con entusiasmo, ese plan, el único que conviene,meatreveríaaproponerunalevemodificación.

LaseñoradeTourvillediomediavuelta,inflexible,austeraydispuestaaladefensa.Elentrecejodelaprincesasevolvióafruncir.

Lenetseinclinó,yconsumanoindicóquepedíaelpermisodecontinuar.

—Elsonidodelascampanas—dijo—,losgritosdeamordelospueblos,mellenanconanticipacióndeunentusiasmoquenopuedoexpresar;peronometranquilizacomoquieralagranizadadebalasdequehahechomenciónlaseñora.

LadeTourvilleseenderezó,tomandociertoairemarcial.Lenetseinclinómásaún,ycontinuóbajandolavozmediotono:

—Seguramenteseríamuygrandeveraunamujeryasuhijotranquilosenmedio de esta tempestad, que con frecuencia aterra a losmismos hombres.Perotemeríadeesasbalas,quehiriendociegamente,comosuelenhacerlolascosasbrutalesyprivadasdeinteligencia,nodiesenlarazónaMazarinocontranosotros y destruyese nuestromagnífico plan.Yo soy de parecer, como contantaelocuencia lohadicho laseñoradeTourville,dequeseveaa la jovenprincesa y a su augusta madre abrirse paso hasta el parlamento, más pormediossuavesynoporeldelasarmas.Pienso,enfin,queserámáshermoso

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enternecerasí lasalmasmásempedernidas,quenovencerdeotromodo losmás fuertes corazones. Pienso, por último, que uno de estos dos mediosofrecerámuchasmásventajasqueelotro,yqueelfindelaseñoraprincesaes,ante todo, entrar enBurdeos.Ahora bien, lo he dicho y lo repito: nada haymenosseguroqueestaentradasilaaventuramosaladecisióndeunabatalla…

—Veréis—dijoconacritudlaseñoradeTourville—,cómoelseñor,segúnsucostumbre,demuelepiedraporpiedraeledificioqueyohabíalevantado,esdecir,mi plan, y propone con buenosmodos otro a sumanera en lugar delmío.

—¡Yo!—exclamó Lenet, mientras que la princesa tranquilizaba a la deTourville con una sonrisa y una mirada—; yo, el más celoso de vuestrosadmiradores, ¡no, mil veces no! Pero yo sé, que viniendo de Blayes, haentradoenlaciudadunoficialdeSuMajestad,llamadoDalvimar,elcualtraelamisióndesublevarlosJuradosyelpueblocontraSuAlteza;ysé,quesielseñordeMazarinopuedeterminarlaguerradeunsólogolpe,lohará.Heaquípor qué temo esa granizada de balas de que hace un momento hablaba laseñoradeTourville,y temotambiénentreellas,acasomásbalas inteligentesquebrutalesyfaltasderazón.

EstaúltimaalocucióndeLenetparecióhacerreflexionaralaprincesa.

—Siemprelosabéistodovos,señorLenet—repusoconunavoztrémuladecóleralaseñoradeTourville.

Elcapitándeguardias, antiguomilitar confiadoen las ideasde fuerza,yque seguramente habría ascendido en caso de acción, dijo irguiéndose ygolpeandoconelpie,comohabríapodidohacerloenunasaladearmas:

—Unabuenaacciónbiendirigidanohubieradadomalresultado.

—Lenetlepisóelpie;ymirándolefijamenteconlamásamablesonrisa,ledijo:

—Sí, capitán, pero también opinaréis que la salud del señor duque deEnghien es necesaria a nuestra causa; yquemuertooprisionero, no es otroqueelverdaderogeneralísimodelejércitodeSusAltezas,¿noescierto?

Elcapitándeguardias,quesabíaqueestepomposotítulodegeneralísimo,dadoenaparienciaaunpríncipedesieteaños, leelevabaaéla laalturadeprimer oficial del ejército, conoció que había cometido una torpeza, yrenunciandoasuproposición,apoyóacaloradamenteelparecerdeLenet.

Duranteestetiempo,laseñoradeTourvillesehabíaacercadoalaprincesaylehablababajo.Lenetsediocuentaqueibaatenerquesostenerunanuevalucha.Enefecto,volviósehacíaélSuAlteza,yledijoconcalma.

—Nodejadeserextrañoquecontantoempeñosedeshagaloqueestaba

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tanbienhecho.

—VuestraAltezaestáenunerror—repusoLenet—.Jamásheformadounfuerteempeñoenlosconsejosquehetenidoelhonordedaros;ysialgunavezdestruyo,esparareedificar.SiapesardelasrazonesquehetenidoelhonordeexponeraVuestraAlteza,quiereaunhacersematarconsuseñorhijo,esmuydueñadehacerlo,ynosotrosnosdejaremossacrificarasulado,estonoesmásque un hecho fácil de realizar, y el primer criado de vuestro séquito, o elúltimomendigodelaciudad,puedenhacerotrotanto.Perosiqueremosllevaracabonuestrointento,apesardeMazarino,delareina,delosparlamentos,deNanón de Lartigues, y por último, a pesar de todas las eventualidadesinseparables de la debilidad a que nos hallamos reducidos, ved aquí lo quecreonosrestaporhacer…

—Caballero—exclamóimpetuosamentelaseñoradeTourvillecogiendoalvuelo laúltima frasedeLenet—,caballero,nohaydebilidadningunadondeporunladoseencuentraelnombredeCondé,yporotrodosmilsoldadosdeRocroy,Nordlingen y Lens;mas si a pesar de esto existe esa debilidad, detodos modos estamos perdidos, y no nos podrá salvar vuestro plan pormagníficoquesea.

—Yo he leído, señora —repuso con calma Lenet—, saboreandoanticipadamenteelefectoqueibaaproducirenlaprincesa;yoheleído,quelaviudadeunodelosRomanosmásilustres,bajoladominacióndeTiberio,lagenerosa Agripina, a quien las persecuciones acababan de arrancar aGermánico, su esposo, princesa que podía sublevar a su gusto un ejércitoenterotansóloalrecuerdodelgeneralmuerto,quisomejorentrarenBrindissola, atravesar la Pulla y laCampaña, vestida de luto, con un niño de cadamano,ycaminarasí,pálida,conlosojosencendidosporelllantoylacabezainclinada; mientras que sus hijos sollozando conseguían sólo con susmiradas…quetodoslosespectadoresdeaquellaescena(yhabíamásdedosmillones desde Brindis a Roma) se deshiciesen en llanto, aclamaran conimprecaciones y estallasen en amenazas, y que la causa de esta princesa seganase, no sólo ante Roma, sino ante toda Italia; no sólo a la vista de loscontemporáneos, sino a la posterioridad, porque no encontró ningunaresistencia a sus lágrimasy a sus gemidos,mientras que a las lanzas habríavistooponerlaspicasylasespadasalasespadas.MeparecequehaygrandesemejanzaentreSuAltezayAgripina,entreelseñorpríncipeyGermánico,ypor último, entre Pisón, ministro perseguidor y envenenador, y el señor deMazarino.Ahorabien,siendoidénticalasemejanza,siendolasituaciónigual,reclamoquelaconductasealamisma,porqueesmisentirqueloquediotanfelizresultadoenunaépocadejedetenerloigualenotras…

UnasonrisadeaprobacióndilatólasfaccionesdelaprincesayaseguróaLenet el triunfo de su arenga. La señora de Tourville fue a apoyarse en un

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ángulo de la sala encubriéndose comouna estatua antigua.Clara, que habíaencontradoenLenetunamigo,ledevolvióelapoyoquehabíaprestadoaquél,aprobando con la cabeza; el capitán lloraba como un tribuno militar, y elduquecitodeEnghienexclamó:

—¡Mamá!¿Mellevaréisdelamanovestidodeluto?

—Sí,hijomío—respondiólaprincesa—.Lenet,vossabéisquesiemprehetenidointencióndepresentarmeenBurdeosvestidadenegro.

—Y tanto más —dijo muy bajito Clara—, cuanto que lo negro sientaperfectamenteaVuestraAlteza.

—¡Chit!Queridita—repusolaprincesa—,yalodiráenaltavozlaseñoradeTourville,sinquenecesitéisdecirlovosaloído.

ElprogramadelaentradaenBurdeosquedófijadoasísobrelaproposiciónde Lenet. Las damas del séquito recibieron orden de prepararse. El jovenpríncipe fue vestido con una ropa de tabí blanco, recamada de pasamanosnegrosydeplata,yunsombreroconplumasblancasynegras.Encuantoalaprincesa,apretandolamayorsencillezafindeparecerseaAgripina,aquienhabía resuelto tomar pormodelo en todos conceptos, se vistió de negro sinningunapedrería.

Lenet, que era el encargado de dirigir la fiesta, semultiplicaba para quefuese espléndida. La casa que habitaba en una pequeña villa situada a dosleguasdeBurdeos,nosedesocupabadepartidariosdelaprincesa,queantesdehacerlaentrarenlaciudad,queríansaberquégénerodeentradaleagradaríamás.Lenet,comoundirectordeteatrosmodernos,lesaconsejólasflores,lasaclamacionesylascampanas;yqueriendocondescenderenalgunaparteconlabelicosaseñoradeTourville,propusoalgunossaludosdecañón.

Lamañana siguiente, en virtud de invitación del parlamento, se puso enmarchalaprincesa.UnciertoLavie,asesorgeneraldelparlamentoyacérrimopartidariodelseñordeMazarino,habíahechocerrarlaspuertas,usandodelamayorvigilanciapara impedirque laprincesa, encasodepresentarse, fueserecibida;peroporotroladolospartidariosdelosCondéhabíantrabajadoyelpueblo excitado por ellos se había reunido aquella mañana a los gritos de¡Vivalaprincesa!¡VivaelseñorduquedeEnghien!,yhabíanrotolaspuertasa fuerza de hachazos; de modo que nada se oponía ya a aquella famosaentrada,queserevestíadetodosloscaracteresdeuntriunfo.Losobservadorespodían,noobstante,verenestosacontecimientoslainspiracióndejefesdelosdos partidos que dividían la ciudad, porque Lavie recibía directamente lasinstruccionesdelduquedeEpernón,yelpuebloteníasusmotoresaconsejadosporLenet.

Apenashabíapasadolaprincesalapuertadelaciudad,cuandotuvolugar

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laescenapreparadahacía tiempo,congigantescasproporciones.Losbuquesdelpuertohicieronel saludomilitar,y loscañonesde laciudadcontestaron.Caíanfloresdelasventanas,ocruzabanlascallessuspendidasenguirnaldas,de tal modo, que el suelo estaba cubierto de ellas y el aire embalsamado.Resonaban las aclamaciones de treinta mil apasionados de todos sexos yedades, que sentían crecer su entusiasmo con el interés que inspiraban laprincesaysuhijo,enproporciónqueseaumentabaelodioaMazarino.

Por lo demás, el duque de Enghien fue el más hábil actor de toda estaescena. La princesa había renunciado a llevarle de la mano por temor defatigarle,odequenoquedasesepultadoentrelasflores;era,pues,conducidoporsugentilhombre,desuerte,queteniendolasmanoslibres,enviababesosaderecha e izquierda y se quitaba graciosamente su sombrero de plumas. Elpueblo Burdelés se embriagó completamente, las mujeres adorabanfrenéticamente a aquel hermoso niño que con tanta gracia lloraba, y losancianosmagistradosseconmovieronalaspalabrasdelpequeñitoorador,quedecía:

«Señores,servidmedepadre,yaqueelseñorcardenalmehaprivadodelmío».

Envanolospartidariosdelministroquisieronponeralgunaoposición.Lospuños, las piedras y aun las alabardas les aconsejaron prudencia, y fuenecesarioresignarseadejarlibreelcampoalostriunfadores.

Entretantolavizcondesa,marchandopálidaygravedetrásdelaprincesa,atraíapartedelasmiradas.Laideadetantaglorianoacudíaasuimaginaciónsinafligirla interiormente,pensandoqueel sucesodeaqueldíaharía talvezolvidarlaresolucióndelavíspera.Encontrábaseenaquelcaminocircundadade adoradores, ofuscada por el pueblo, inundada de flores y cariciasrespetuosas, temiendo a cada instante ser llevada en triunfo, como algunosgritos empezaban a amenazar a la princesa, al duque de Enghien y a sucomitiva;cuandoseacercóLenet,queviendosuturbación,letendiólamanopara ayudarle a subir a una carroza. Clara le dio las gracias y le dijorespondiendoasupropiopensamiento:

—¡Ah, qué feliz sois, señor Lenet! En todo hacéis prevalecer vuestraopinión,ysiempresesiguenvuestrosconsejos.Verdadesquesonbuenos,yqueseencuentranpocas…

—Meparece,señora—respondióLenet—,quenotenéisdequéquejaros,yqueelúnicoquehabéispropuestohasidoadoptado.

—¿Cómo?

—¿Nohemosconvenidoenqueharéisunatentativaparaganar la isladeSanJorge?

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—Sí.¿Perocuándosemepermitiráponermeencampaña?

—Desdemañana,simeprometéismaléxito.

—Encuantoaeso,descuidad;muchotemosatisfacervuestrasintenciones.

—Tantomejor.

—Nooscomprendo.

—Necesitamos la resistencia de la isla de San Jorge para obtener de losBurdeleses nuestros dos duques y su ejército, que, debo decirlo, aunquemiopinión en estepunto se acerque a lade la señoradeTourville,meparecensumamentenecesariosenlascircunstanciasenquenosencontramos.

—Sin duda —contestó la señora de Cambes—; pero aunque misconocimientosmilitaresennadaalcancenalosdelaseñoradeTourville,meparecequenoseatacaaunaplazasinqueantesseleintimelarendición.

—Tenéismucharazónenloquedecís.

—¿Seenviará,pues,unparlamentarioalaisladeSanJorge?

—Sinduda.

—Puesbien,yodemandosereseparlamentario.

LosojosdeLenetsedilatarondesorpresa.

—¡Vos!—dijoél—,¡vos!Vamos,estávistoquetodasnuestrasdamassehanconvertidoenamazonas.

—Consentidmeestecapricho,amigoLenet.

—Está muy bien. Pero lo peor que pudiera sucedemos sería el quetomaseisaSanJorge.

—¿Estádicho?

—Sí.

—Peroprometedmeunacosa.

—¿Cuál?

—Quenadiesepaelnombreycalidaddelparlamentarioquevaisaenviar,sinoenelcasodequeelparlamentariotriunfe.

—Convenido—repusoLenettendiendolamanoalavizcondesa.

—¿Ycuándopartiré?

—Cuandoqueráis.

—Mañana.

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—Bien,mañana.

—Corriente.Ahora,vedquelaprincesavaasubirconsuhijoalaterrazadelseñorpresidentedeLalasne.

—Yo le cedo de buena voluntad mi parte de triunfo a la señora deTourville. Tened la bondad de disculparme con Su Alteza, so pretexto deindisposición, y haced que se me conduzca al alojamiento que se me hapreparado. Voy a hacer mis preparativos y a reflexionar acerca de micometido, que no deja de inquietarme por ser el primero de esta dase quedesempeño,ydependertodoenestemundo,comodicen,delprincipio.

—¡Bah!—dijoLenet—.YanomeadmiraqueelseñordeLarochefoucaulthayaestadoapuntodecometerporvosuna infidelidada ladeLongueville,puesvaléisenciertascosastantocomoella,ymuchomásenotras.

—Talvez—dijo laseñoradeCambes—.Nocreáisquerechazodel todoesa galantería; pero si tenéis algún influjo sobreLarochefoucault,mi amigoLenet,afirmadleensuprimeramor,porqueelsegundomecausamiedo.

—Bien,trataremosdeello—dijoLenetsonriéndose—.Estanocheosdarévuestrasinstrucciones.

—¿ConsentísenqueganeaSanJorge?

—Forzososerá,puestoqueloqueréis.

—¿Ylosdosduquesyelejército?

—Tengoenmibolsillootromediodehacerlosvenir.

YLenet,despuésdehaberdadolasseñasdelalojamientodelavizcondesaalcochero,sedespidiódeellasonriendo,yfueareunirsealaprincesa.

XXV

Elconvite

EldíasiguientedehaberentradoenBurdeoslaseñoraprincesa,habíagranconviteenlaisladeSanJorge.

Canolleshabíainvitadoasumesaalosprincipalesdelaguarniciónyalosdemásgobernadoresdeplazadelaprovincia.

A las dos de la tarde, hora prefijada para que empezase la comida, sehallabaCanollesrodeadodeunadocenadecaballeros,quealamayorpartedeellosveíaporprimeravez,yloscualesrefiriendoelgranacontecimientodel

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díaanterior,sedivertíanacostadelasdamasqueacompañabanalaprincesa,pareciéndosepocoagentespróximasaentrarencampaña,yaquienesestánconfiadoslosinteresesmásseriosdelreino.

Canolles, radiante y majestuoso bajo su traje dorado, animaba aun esteregocijoconunejemplo.Ibaaservirselacomida.

—Señores—dijoelbarón—,disimulad,peronosfaltaunconvidado.

—¿Quién?—preguntaronlosjóvenesmirándoseentresí.

—¡ElgobernadordeVayres!Aquienheescrito,aunquenoconozco,yqueprecisamente por esto tiene derecho a cierta consideración. Espero porconsiguientequetengáislabondaddeacordarmeunaprórrogademediahora.

—¡ElgobernadordeVayres!—dijounoficialantiguo,habituadosindudaalaexactitudmilitar—,yaquienestatardanzalehizoarrancarunsuspiro,¡elgobernador de Vayres! Mas esperad; si no me equivoco, es el marqués deBernay;peronoadministra,tieneunlugarteniente.

—Entonces —dijo Canolles—, no vendrá, y en tal caso mandará a sulugarteniente.Encuantoaél,sindudaestáenlacorte,centrodelfavor.

—Pero, barón—dijounode los circunstantes—,meparecequenohacefaltaestarenlacorteparaentender.

—Yoconozcoauncomandantequeno tieneporquéquejarse. ¡Cáspita!¡Entresmesescapitán,tenientecoronelygobernadordelaisladeSanJorge!Éstaesunabonitacarrera,nolonegaréis.

—Lo confieso—repuso Canolles abochornado—.Y como ignoro a quéatribuirsemejantesfavores,precisomeescreer,enverdad,quehayenmicasaalgúngeniobenéficoparahacerlaprosperardeestemodo.

—Conocemos el genio bienhechor del señor gobernador —dijoinclinándoseeltenientequeintrodujoalbarónenlafortaleza,ynoesotroquesumérito.

—No niego el mérito, al contrario —respondió otro oficial—, soy elprimeroenreconocerlo.Peroaeseméritodebeañadirselarecomendacióndecierta señora, lamás espiritual, lamás bienhechora y amable deFrancia, seentiende,despuésdelareina.

—Fuera equívocos, conde —repuso Canolles sonriendo al nuevointerlocutor—.Sitenéissecretosvuestros,guardadlosparavos;silostenéisdevuestrosamigos,guardadlosparaellos.

—Confieso—contestó eloficial—,quealoírhablarde tardanza, creí senosibaademandarperdónenobsequioaalgúnesplendentetocado.Ahoraveoquemeengañé.

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—¿Ycomeremossinseñoras?—preguntóotro.

—¡Oh!Anoserqueconvidealaprincesaysuséquito—dijoelbarón—,noveoquepodamosreuniraotras.Peronoolvidemos, señores,quenuestracomida es una comida seria; y si nos place hablar de negocios, noimportunaremosmásqueanosotrosmismos.

—Bien dicho, comandante; aunque en verdad, si fijamos la atención, lasmujeres levantan en este momento una verdadera cruzada contra vuestraautoridad:sinoténgasepresenteloquedecíadelantedemíelseñorcardenaladonLuisdeHaro.

—¿Quédecía?—preguntóelbarón.

—¡Vosotrossoisfelices!EnEspañalasmujeresnoseocupanmásquededinero,coqueteríaygalanes,alpasoquelasdeFrancianoadmitenahoraunamante sin haberle examinado antes sobre cuestiónpolítica; de talmodo—añadió con acento desesperado—, que las citas amorosas se pasan hoytratandoseriamentedeasuntosdelgobierno.

—Poreso—dijoelbarón—,laguerraquehoyhacemossellamalaguerradelasmujeres;loquenodejadeserparanosotroslisonjero.

En este momento, habiendo transcurrido la media hora de prórrogasolicitada por Canolles, se abrió la puerta, y apareciendo en ella un criado,anuncióqueelseñorgobernadorestabaservido.

El barón invitó a los convidados para que le siguiesen; pero al echar aandar,resonóenlasalaotroanuncio.

—¡ElseñorgobernadordeVayres!

—¡Ah!—dijoCanolles—,esetratamientoleadula.

Ydiounpasopara salir al encuentrodel colegaque le eradesconocido;perodeprontoretrocediósorprendidoyexclamando:

—¡Richón…!¡Richón,gobernadordeVayres!

—Elmismo,queridobarón—contestóRichónconservando,apesardesuafabilidad,alaspectogravequeleerahabitual.

—¡Ah, tanto mejor, mil veces mejor! —dijo el barón apretándolecordialmente la mano—. Caballeros —añadió—, vosotros no conocéis alseñor,peroyoleconozco,ydigosinembozoquenoeraposibleconfiarseunempleodeimportanciaaunhombremáshonrado.

Richón tendió a su alrededor unamirada altiva, como la del águila queescucha; y no viendo en todos los semblantesmás que una ligera sorpresa,moduladapormuchapartedebenevolencia,dijo:

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—Mi querido barón, ya que habéis respondido de mí tansatisfactoriamente,hacedmeelgustodepresentarmeaestosseñoresalosqueaúnnotengoelhonordeconocer.

Y al mismo tiempo indicó con la vista a tres o cuatro caballeros, paraquienesenefectoeraenteramentedesconocido.

Entoncesseefectuóesecambiorecíprocodeelevadascortesías,quedabanun carácter tan noble y amistoso a la vez a todas las relaciones de aquellaépoca.Alcabodeuncuartodehora,yaeraRichónamigodetodosaquellosjóvenesoficialesypodíaexigirdecadaunodeelloslaespadaylabolsa.Sugarantía era su bien conocido valor, su reputación sin tacha y su noblezaescritaensusojos.

—¡Pardiez, señores! —dijo el comandante de Braunes—, preciso esconfesar que aunque hombre de iglesia, el señor de Mazarino es perito enhombresdeguerra,ydealgúntiempoaestaparteestáhaciendolascosasconacierto. Él ha previsto la guerra y escoge sus gobernadores: Canolles aquí,RichónenVayres.

—¿Llegaráelcasodebatirse?—preguntóRichónconindiferencia.

—¡Quesi llegaráelcasodebatirse!—contestóun jovenqueacababadellegardirectamentedelacorte.

—¿Vospreguntáiseso,señorRichón?

—Sí.

—Yyoospreguntaría:¿enquéestadoseencuentranvuestrosbaluartes?

—Casi nuevos, caballeros; porque en tres días que estoy en la plaza, hehechopracticarmásreparosdelosquesehabíanhechoentresaños.

—Puesbien,notardaránmuchoenestrenarse—repusoeljoven.

—Tantomejor—dijoRichón—.¿Quépuedendesearlosmilitaressinolaguerra?

—Bueno—dijoelbarón—.Elreypuededormirapiernasuelta,puestieneenfrenadosalosBurdelesesconsusdosríos.

—El hecho es—contestó Richón—, que quienme ha puesto allí puedecontarconmigo.

—¿YdesdecuándodecísqueestáisenVayres?

—Desdehace tresdías.Yvos,barón, ¿cuánto tiempohacequeestáisenSanJorge?

—Ocho.¿Seosharecibidocomoamí,Richón?

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—Mi entrada ha sido magnífica; y en verdad que no he dadosuficientemente las gracias a estos señores. He tenido campanas, tambores,vivas;nohanfaltadomásquesalvas,peromelasprometendentrodepocosdías,yestomeconsuela.

—Muybien.Perovedahíladiferenciaquehahabidoentrenosotrosdos;mientradahasidotanmodesta,comolavuestrasuntuosa.YoteníaordendeintroducirenlaplazacienhombresdelregimientodeTurena,ynosabíacómohacerlo, cuando me llegó mi despacho a San Pedro, en donde me hallaba,firmadoporelseñordeEpernón.

Enseguidamepuseenmarcha,entreguémipliegoalteniente-gobernador,ytoméposesióndemidestinosinruido,yallíestoy.Elbarón,quealprincipioreía, sintió al acento con que estas últimas palabras fueron pronunciadas,oprimírseleelcorazónbajoelpesodeunpresentimientosiniestro.

—¿Yocupáisyavuestracasa?—preguntóaRichón.

—Tratodearreglarlaantes—repusoéstetranquilamente.

—¿Ycuántagentetenéis?

—Enprimer lugar, loscienhombresdel regimientodeTurena,veteranosde Rocroy, con que puede contarse; además, una compañía que estoyorganizando en la ciudad, y que instruyo a medida que los alistados mebuscan. Son labradores, jóvenes, obreros, y entre todos componen unosdoscientoshombres;yporúltimo,esperoun refuerzodecincuentahombres,levantadosporuncapitándelpaís.

—¿ElcapitánRamblay?—preguntóunodelosconvidados.

—No,elcapitánCauviñac.

—Noconozcoaesecapitán—dijeronvariasvoces.

—Yoleconozco—dijoelbarón.

—Esopruebadequeesrealista.

—No diré yo otro tanto. Sin embargo, tengo motivos para creer que elcapitánCauviñaceshechuradelseñordeEpernón,yqueesfielpartidariodelduque.

—Entalcaso,esocorroboraloquehedicho.Elqueesfielalduque,loesaSuMajestad.

—Esoescierto,batidordelavanguardiareal—dijoelantiguooficial,querecobrabaenlamesaeltiempoperdidoenesperar—.Enesesentidoheoídohablardeél.

—¿Está en marcha acaso Su Majestad? —preguntó Richón con su

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ordinariacalma.

—Aestashoras—contestóel jovenquehabíavenidode lacorte—debehallarseelreyenBloisporlomenos.

—¿Estáisseguro?…

—Segurísimo.ElejércitoserámandadoporelmariscaldeLaMeilleraye,quedebereunirseporestascercaníasconelduquedeEpernón.

—¿EnSanJorgetalvez?—dijoelbarón.

—OacasoenVayres—dijoRichón—.ElseñordeLaMeillerayevienedeBretaña,yVayresestásobresucamino.

—El que resista el choque de los dos ejércitos, no debe sacarmuy bienlibradassusfortificaciones—dijoelgobernadordeBraunes—.ElseñordeLaMeilleraye trae treinta piezas de artillería, y el señor de Epernón veinte ycinco.

—Será un fuego digno de ver —dijo el barón—. Por desgracia, no leveremosnosotros.

—¡Ah!—dijoRichón—,anoserquealgunodenosotrossedeclareporlospríncipes.

—Sí;peroelbarónestásiempresegurodeverunfuegocualquiera.Sisedeclara por los príncipes, verá el de los señores de La Meilleraye y deEpernón,sipermanecefielaSuMajestad,veráeldelosBurdeleses.

—¡Oh! En cuanto a esos últimos—contestó el barón—, los creo pocotemibles,yconfiesoquemeavergüenzaunpoconotenerquehabérmelasmásqueconellos.Pordesgracia,yosoydeSuMajestadencuerpoyalma,yfuerzameserácontentarmeconunaguerradeciudadanos.

—Guerraqueosharán;vividtranquilo—dijoRichón.

—¿Tenéisalgunasprobabilidadesdeeso?—preguntóelbarón.

—Tengo más que probabilidades, convicciones. El consejo de losciudadanosharesueltotomarantetodolaisladeSanJorge.

—Bien,quevengan,losespero.

Aquí llegaba laconversación,yacababande traer lospostres, cuandodeprontoseoyeronredoblesdecajaenlaspuertasdelafortaleza.

—¿Quésignificaeso?—preguntóCanolles.

—¡Ah,pardiez!—exclamóel jovenoficialquehabíadadonoticiasde lacorte—;seríagraciosoqueseosatacaseenestemomento,queridoCanolles.¡Magníficasobremesa,unasaltoyunaescalada!

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—Lléveme el diablo si no tiene todas las apariencias de eso —dijo elantiguo oficial—; esos miserables paisanos no tienen más placer queincomodaralahoradecomer.

—CuandoyoestabaenlasavanzadasdeCharentón,entiempodelaguerradeParís,jamáspodíamosdesayunarnosnicomertranquilos.

Elbarónllamó,yentróelsoldadodeplantónquehabíaenlaantesala.

—¿Quésucede?—preguntóelbarón.

—Nadasesabeaún,señorgobernador.Debesersindudaalgúnmensajerodelreyodelaciudad.

—Informaosyvenidadarmeaviso.

Elsoldadosaliócorriendo.

—Alamesa,señores—dijoCanollesasusconvidados—,lamayorpartedeloscualessehabíanlevantado,tiempohabrádedejarlacuandonosllameelcañón.

Todos los convidados volvieron a sentarse riendo. Tan sólo Richón, porcuyosemblantehabíapasadounvisodeinquietud,permanecióagitadoconlosojosfijosenlapuerta,esperandolavueltadelsoldado.Peroenvezdeéstesepresentóunoficialconlaespadadesnuda,diciendo:

—Señorgobernador,unparlamentario.

—¡Unparlamentario!¿Departedequién?

—Departedelospríncipes.

—¿Dedóndeviene?

—DeBurdeos.

—¡DeBurdeos!—repitierontodoslosconvidados,exceptoRichón.

—¡Cómo!—dijo el viejo oficial—, ¿está acaso declarada seriamente laguerraparaqueenvíenparlamentarios?

Canolles reflexionó un momento, durante el cual su semblante, risueñodiezminutosantes,tomótodalagravedadqueexigíanlascircunstancias.

—Señores—dijo—, lo primero de todo es el deber. Probablemente meespera una cuestión difícil de resolver con el enviado de los señoresBurdeleses.Ignorocuántotardaréenvolveravuestrolado…

—¡No, no! —dijeron los convidados en coro—. Por el contrario, esnecesario despedimos, comandante; lo que os sucede, es para nosotros unaviso al mismo tiempo para volver a nuestros puestos respectivos… Por

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consiguiente,importaquenosseparemosenestemismoinstante.

—Señores,nometocabaamihacerosesaproposición;peroyaquemelahacéis, preciso me es confesar que es lo más prudente, y acepto… Loscaballosyequipajesdeestosseñores—dijoCanolles.

Casi en el mismo instante, rápidos en sus movimientos cual si ya seencontrasenenel campodebatalla, losconvidadosmontaron suscaballososubieronasuscarruajesyseguidosdesuescoltasealejabanenladireccióndesusresidenciasrespectivas.Richónquedóelúltimo.

—Barón —dijo a Canolles cuando estuvieron solos—, no he queridodejarosenelactocomolosdemás,porquenuestroconocimientodatademástiempo que el de ellos.—Adiós, pues; dadme ahora vuestramano, y buenasuerte.

ElbaróndiosumanoaRichón,mirándolefijamenteydiciendo:

—Richón, yo os conozco, alguna cosa os pasa, que no queréis decir,porqueacasonoessecretovuestro.Sinembargo,estáisconmovido,ycuandounhombredevuestrotempleseconmueve,noesporpoco.

—¿Novamosasepararnos?—dijoRichón.

—Tambiéníbamosasepararnoscuandonosdespedimosunodeotroenlaposadadel«BecerrodeOro»,ynoobstanteestabaistranquilo.

Richónsesonriótristemente.

—Barón,tengounpresentimientodequenonosvolveremosavermás.

Canollesseestremeció;taleralaprofundamelancolíaqueexprimíalavoz,ordinariamentefirme,delpartidarioaventurero.

—Y bien—repuso aquél—, si no volvemos a vernos, Richón, será quehabrámuerto uno de los dos…muerto comovaliente; y en tal caso, el quesucumba, almenosestará seguroalmorirde sobrevivir enel corazóndeunamigo.¡Abracémonos,Richón!Vosmehabéisdicho:buenasuerte;yoosdiré:¡Valor!

Los dos jóvenes se abrazaron y sus nobles corazones permanecieronapoyadosporalgúntiempoelunosobreelotro.

Al separarse, Richón enjugó una lágrima, la única quizás que hastaentonceshabríaoscurecidosuatrevidamirada;ycualsitemiesequeelbarónvieseaquellalágrima,seprecipitófueradelaestancia,avergonzadosindudade haber dado a un hombre, cuyo valor conocía, semejante muestra dedebilidad.

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XXVI

Elparlamentario

Elcomedorhabíaquedadodesierto,aexcepcióndeCanollesydeloficialqueanuncióalparlamentario,elcualestabaenpieenunángulodelapuerta.

—¿Qué ordena el señor gobernador? —dijo después de un instante desilencio.

El barón, que al principio había quedado absorto en sus reflexiones, seestremeció al oír esta voz, alzó la cabeza, y saliendo de su meditaciónpreguntó:

—¿Dóndeestáelparlamentario?

—Enlasaladearmas.

—¿Quiénleacompaña?

—DosguardasdelamiliciaurbanadeBurdeos.

—¿Quétales?

—Un joven, a lo que puede juzgarse, porque trae un ancho sombrero, yvieneembozadoenunacapalarga.

—¿Cómosehaanunciado?

—Como portador de cartas de la señora princesa y del parlamento deBurdeos.

—Rogadlequeespereunmomento;enseguidavoyconél.

Salió el oficial para cumplir lo que le había ordenado, y el barón sedisponía a seguirle, cuando se abrió una puerta y apareció Nanón pálida ytemblando; pero con su sonrisa afectuosa, y cogiendo lamano del joven, ledijo:

—Unparlamentario,amigomío;¿quésignificaeso?

—Eso significa, querida Nanón, que los señores Burdeleses quierenarredrarmeoseducirme.

—¿Yquéhabéisdecidido?

—Recibirle.

—¿Nopodéisevitarlo?

—Imposible.Hayciertosusosaquenopodemossustraernos.

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—¡Oh,Diosmío!

—¿Quétenéis,Nanón?

—Tengomiedo.

—¿Dequé?

—¿Noacabáisdedecirmeque eseparlamentariovienepara arredrarososeduciros?

—Sinduda.Unparlamentarionosirvemásqueparaunodeesosdosusos.¿Teméisquemearredre?—¡Oh!No;perotalvezqueosseduzca.

—Meofendéis,Nanón.

—¡Ay,amigomío!Yodigoloquetemo.

—¡Vosdudáisdemíhastaeseextremo!¿Nomeconocéis?

—SéquesoisCanolles,esdecir,uncorazóngeneroso,perotierno.

—¡Bah! ¡Bah! —dijo Canolles riendo—. ¿Pero qué parlamentario meenvían?¿SeráCupidoenpersona?

—Talvez.

—¿Lehabéisvisto?

—Nolehevisto,peroheoídosuvoz,yesdemasiadodulceparaservozdeparlamentario.

—Nanón, no seáis loca, y dejadme cumplir con mi obligación. Vos mehabéishechogobernador…

—¡Paraquemedefendáis,amigo!

—¿Mecreéis capazdevenderos?A laverdad,Nanón, que esaspalabrasmeofenden.

—¿Estáis,pues,decididoaveraesejoven?

—Debohacerlo.Ysentiríainfinitoqueosopusieseismásalcumplimientodeestedeberpormiparte.

—Sois libre, amigo…— repuso tristemente Nanón. —Sólo una palabramás.

—Decid.

—¿Dóndelerecibiréis?

—Enmigabinete.

—Canolles,unfavor.

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—¿Cuál?

—Envezderecibirleenvuestrogabinete,hacedloenvuestrodormitorio.

—¿Cuálesvuestraidea?

—¿Nomecomprendéis?

—No.

—Mihabitacióncaeavuestraalcoba.

—¿Ytratáisdeescuchar?…

—Detrásdelascortinas,simelopermitís.

—¡Nanón!

—Dejadme estar cerca de vos, amigomío; tengo fe enmi estrella, y osaseguraréladicha.

—Sinembargo,Nanón.Ysieseparlamentario…

—¿Qué?

—¿VinieseparaconfiarmealgúnsecretodeEstado?

—¿YnopodéisconfiarunsecretodeEstadoalaqueosconfíasuvidaysufortuna?…

—¡Puesbien,Nanón!Escuchadnos,puestoqueabsolutamente loqueréis;peronolehagamosesperarmástiempo.

—Id,Canolles,id;peroantes,benditoseáisporelbienquemehacéis.

Ylajovenquisobesarlamanodesuamante.

—¡Loca!—dijo el barón atrayéndola sobre su pecho y besándola en lafrente—.¿Conqueestaréis?…

—Detrásdelascortinasdevuestracama.Desdeallípodréveryoír.

—Noosvayáisareíralomenos,Nanón,porquesoncosasmuyserias.

—Descuidad—repusolajoven—,nomereiré.

El barónmandó introducir almensajero, y pasó a su cámara, vasta salaamuebladaeneltiempodeCarlosIXydeunaspectosevero.Doscandelabrosardían sobre la chimenea, pero su luz se debilitaba en la inmensidad delaposento; de suerte que la alcoba, situada en lomás retirado de la sala, sehallabaenteramenteenlasombra.

—¿Estáisahí,Nanón?—preguntóelbarón.

Unsíahogado,trémulo,llegóhastaél.

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Enestemomentoseoyeronpasos,yelcentinelapresentólasarmas.Entróelmensajero, y siguió con la vista al que había introducido hasta tanto queestuvo,ocreyóestar,soloconelbarón;entoncessealzóelsombreroyechólacapa a la espalda. En aquel momento se desplegaron unos cabellos rubiossobrehechiceroshombros;eltallefinoflexibledeunamujeraparecióbajoeltalabarte dorado, yCanolles reconoció en su triste y voluntuosamirada a lavizcondesadeCambes.

—Osofrecíquevolveríaaencontraros,ycumplomipalabra—dijoella—.Yametenéisaquí.

El barón, con un movimiento de estupor y angustia, golpeó una manocontralaotraysedejócaersobreunsitial.

—¡Vos!… ¡vos! —murmuró el joven—. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué queréishacer,quéesloquevenísademandarmeaquí?

—Vengoapreguntaros,caballero,siosacordáisaúndemí.

Canollesdiounprofundosuspiro,ycubriósusojosconambasmanos,paraconjuraraaquellaapariciónfantásticayfatalalavez.

Entonceslocomprendiótodo,eltemor,lapalidez,eltemblordeNanón,ysobretodosudeseodepresenciarlaentrevista.Nanónconojosdeceloshabíareconocidoenelparlamentarioaunamujer.

—Vengoademandaros—continuólaseñoradeCambes—,siestáisprontoacumplirlaobligaciónqueenaquellasalitadeJaulnaycontrajisteisconmigo,depresentarvuestradimisiónalareinayentraralserviciodelospríncipes.

—¡Oh!¡Silencio,silencio,señora!—exclamóelbarón.

Claraseestremecióalescucharaquelacentotrémulodeterrorenlavozdeljoven;ymirandoconinquietudasualrededor,preguntó:

—¿Noestamosaquísolos?

—Sital,señora:pero¿nopuedeoírnosalguienatravésdelosmuros?

—YocreíquelosmurosdeSanJorgeeranmássólidosquetodoeso—dijolavizcondesasonriendo.

Elbarónnolecontestó.

—Vengo,pues,ademandaros—continuólavizcondesa—,cómoesqueenochoodiezdíasquehaceestáisaquínoheoídohablardevos;desuertequeaún ignoraríaquiénmandaen la isladeSanJorge, si lacasualidad,omejordicho, los rumores populares, no me hubiesen dado a entender que es elhombre que hace apenas doce días me decía que su desgracia era unafelicidad, puesto que le permitía consagrar su brazo, su valor y su vida al

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partidoqueyosigo…

Nanónnopudocontenerunmovimiento,quehizoestremeceraCanollesyvolversealavizcondesadiciendo:

—¿Quéeseso?

—Nada—contestóelbarón—;unodelosruidoshabitualesdeestaantiguasala,queconfrecuenciacrujedeunmodolúgubre.

—Siesotracosa—dijo laseñoradeCambesponiendo lamanosobreelbrazodeCanolles—,nomeloocultéis,barón,porqueyacomprenderéis,porelhechodehabermedecididoaveniryomismaabuscaros,cuáldebeser laimportanciadelaconferenciaquevamosatener.

Elbarónenjugóelsudorquecorríaporsufrente;ytratandodesonreír:

—Hablad—dijo.

—Vengo a recordaros esta promesa, y a preguntaros si estáis pronto acumplirla.

—¡Ay,señora!—respondióCanolles—,yaesimposible.

—¿Yporqué?

—Porque de entonces acá han ocurrido muchos acontecimientosinesperados,muchoslazosquecreíarotossehanrenovado,alcastigoqueyocreíamerecerhasustituido la reinaunarecompensadequeera indigno;hoyestoyligadoalpartidodeSuMajestadpor…lagratitud.

Un suspiro cruzó el espacio. La pobre Nanón esperaba sin duda otrapalabraquelaqueseacababadepronunciar.

—Decidmásbienpor laambición,señordeCanolles,y locomprenderé.Vossoisnobleydeelevadacuna;alosveinteyochoañososhacentenientecoronel,gobernadordeunaplazafuerte,estoeshermoso,bienlosé,perosóloeslarecompensanaturaldevuestromérito,yeseméritonoessóloelseñordeMazarinoquienlesabeapreciar…

—¡Señora,osruegonodigáisunapalabramás!

—Perdonad,caballero,estaveznoesClaraquienoshabla,sinoelenviadodelaprincesa,queencargadodeunamisiónacercadevos,precisamentehadecumplirla.

—Hablad, señora —repuso Canolles, dando un suspiro semejante a ungemido.

—Enterada la señora princesa de los sentimientos quememanifestarais,primeroenChantillyydespuésenJaulnay,ydeseosadesaberaquépartido

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pertenecéisdefinitivamente,resolvióenviarosunparlamentarioparahacerunatentativa,teniendoenconsideraciónquecomoconfidentedevuestrossecretospensamientosenestepunto,podríacumpliresteencargomejorquenadie.

—Gracias,señora—elbaróndesgarrándoseelpechoconlamano;porqueenloscortosintervalosdeldiálogosentíalarespiraciónagitadadeNanón.

—Oíd lo que os propongo, caballero… en nombre de la princesa, seentiende;porque si fuese en elmío—continuó la señoradeCambes con suhechicerasonrisa—,habríainvertidoelordendelasproposiciones.

—Yaosescucho—dijoelbarónconvozapagada.

—EntregaréislaisladeSanJorgebajounadelastrescondicionesqueosvoyaproponer.Laprimeraesésta,noolvidéisqueyonohablo:unacantidaddecienmillibras…

—¡Oh, señora, no paséis adelante!—dijo Canolles tratando de cortar laconversación—.LareinamehaencargadoelmandodelaisladeSanJorge,yladefenderéhastalamuerte.

—Recordadlopasado—exclamólavizcondesacontristeza—.Noesesolo que me decíais en nuestra última entrevista, cuando me proponíaisabandonarlo todopor seguirme,cuando teníaisya laplumaen lamanoparahacervuestradimisiónaesosporquieneshoyqueréissacrificarvuestravida.

—Pude ofreceros eso, señora, cuando era libre para seguir uno u otrocamino,hoynolosoy…

—¡No sois libre!—exclamóClara—. ¡Cómo lo entendéis! ¿Qué queréisdecir?

—Quierodecirqueestoyligadoporelhonor.

—Puesbien;oídmisegundaproposiciónentonces.

—¿Para qué?—dijo Canolles—. ¿No os he dicho lo bastante, que soyinflexibleenmiresolución?Nometentéis,seráenbalde.

—Perdonad,caballero—contestóClaraasuvez—;peroyotambiénvengoencargadadeunamisión,ytengoquecumplimentarlahastaelfin.

—Hacedlo—dijoCanolles—;peroenverdadquesoismuycruel.

—Presentad vuestra dimisión, y entonces operaremos sobre vuestrosucesorconmáseficaciaquesobrevos;ydentrodeunañoodosvolveréisaentraralservicioconelempleodebrigadierenelejércitodeSuAlteza.

Elbarónmoviótristementelacabeza.

—¡VálgameDios,señora!¿Tansólooshabéispropuestovenirapedirme

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cosasimposibles?

—¿Y a mí me contestáis eso? —dijo Clara—; a la verdad que no osentiendo.¿Nohabéisestadoyaparafirmaresadimisión?¿Nodecíaisalaqueentonces estaba junto a vos, y que os escuchaba con tanto gusto, que laprestabais libremente y en el fondode vuestro corazón? ¿Por qué no hacéisaquí,cuandoyooslopido,cuandoosloruego,loquevosmismoproponíaishacer en Jaulnay?…—todas estas palabras eran otras tantas puñaladas queentrabanenelcorazóndelapobreNanón,yqueCanollessentíaentrar.

—¡Lo que en aquella época era un acto sin importancia, sería hoy unatraicióninfame!—dijoCanollesconunavozapagada—.¡NuncaentregarélaisladeSanJorge!¡Jamásdarémidimisión!

—Esperad, esperad —dijo la vizcondesa con voz dulcísima, aunquemirandoconinquietudasualrededor;porquelaresistenciadelbarón,ysobretodo la contracción que parecía sufrir el que hacía esa resistencia, leparecieron singulares—. Escuchad ahora la última proposición, por la cualquería empezar, porque estaba segura que rehusaríais las dos primeras. Lasventajasmateriales,ymealegroinfinitonohabermeequivocado,nosoncosasque dobleguen un corazón como el vuestro; necesitáis otras esperanzasmásque las de la ambición y la fortuna; los nobles instintos necesitanrecompensas.Escuchad,pues…

—¡Señora,ennombredelcielo,compadeceosdemí!

Yaldeciresto,hizounmovimientopararetirarse.

Claracreyóqueestabaconmovido;yconvencidadequeloqueibaadecirdebíacoronarsuvictoria,secontuvoycontinuó:

—Sienvezdeunvilinterés,seosofrecieseuninterésmáshonroso;sisepagasevuestradimisión,esadimisiónquepodéishacersininfamia,porquenohabiéndoseprincipiado lashostilidades,noes ese actounadefecciónniunaperfidia,sinounapuraysimpleelección;sisepagaseesadimisión,repito,conuna alianza; si una mujer, a quien habéis dicho que amáis, que la amaréissiempre, yque apesarde estos juramentosnoha contestado abiertamente avuestrapasión;siestamujervinieseadeciros:

—Señor de Canolles, yo soy noble, soy rica, os amo, sed mi esposo,partamos juntos… vamos adonde queráis, lejos de todas las disensionesciviles,fueradeFrancia…decid,caballero,¿entalcasorehusaríais?

El barón, a pesar del rubor y de la encantadora perplejidad deClara; noobstante el recuerdo del lindo castillejo de Cambes, que habría podido verdesde su ventana, si durante la escena que acabamos de referir no hubiesedescendidodelcielo lanoche,permaneció inmóvily firmeensuresolución,

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porqueveíaalolejosenlasombrasalirdeentrelasgóticascortinaslacabezadesordenadadeNanóntemblandodeagonía.

—¡Contestadme,ennombredelcielo!—continuólaseñoradeCambes—,porquenocomprendoabsolutamentevuestrosilencio.¿Mehabréequivocadotalvez?¿NosoisvoselseñorbaróndeCanolles?

¿NosoiselmismohombrequeenChantillymedijoquemeamaba,quemelorepitióenJaulnay;elquejuróqueanadieamabaenelmundomásqueamí,yqueestabaprontoasacrificarmeporcualquierotroamor?¡Decid,decid!¡Ennombredelcielo,responded!¡Responded,pues!

Un gemido se dejó oír esta vez, tan inteligible, tan distinto que lavizcondesanopudoyadudarqueasistíaalaconferenciaunatercerapersona.Sus ojos azorados siguieron la direcciónde los deCanolles, y éste nopudoapartar sumirada con bastante rapidez para evitar que la señora deCambesvieseaquellacabezapálidaeinmóvil,aquellaformaparecidaaunfantasma,que seguía palpitante hasta los más insignificantes pormenores de laconversación.

Lasdosmujerestrocaronunamiradadefuegoatravésdelaoscuridad,yambaslanzaronungrito.

Nanóndesapareció.

En cuanto a la vizcondesa, cogió vivamente su sombrero y su capa, yvolviéndosehaciaCanolles,ledijo:

—Caballero, ahora comprendo lo que vos llamáis el deber y la gratitud;conozcocuáleseldeberquerehusáisabandonarovender,comprendo,enfin,que hay afecciones inaccesibles a toda seducción, y os dejo todo gratitud.¡QuedadconDios,caballero,quedadconDios!

Entonces hizo unmovimiento para retirarse, sin que el barón tratase dedetenerla;perolacontuvoundolorosorecuerdo.

—Todavíaunapalabra,caballero—dijoClara—.Ennombredelaamistadqueosdeboporelservicioquehabéistenidoabienprestarme;ennombredela amistadquemedebéispor el servicioque tambiényoosheprestado; ennombredetodoslosqueosamanyaquienesamáis,sinexcepcióndepersona,noprovoquéislalucha.

Mañana,pasadomañanatalvez,seosatacaráenla isladeSanJorge,nomecauséiseldolorde saberque soisvencidoomuerto.Aestaspalabras seestremecióelbarónyselevantó.

—Señora—dijo—,osdoygraciasderodillasporlaseguridadqueacabáisdedarmedeesaamistad,paramímáspreciosaquecuantopudieradecir¡Oh!¡Quévenganaatacarme!¡Quévengan,granDios!Yollamoalenemigocon

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más afán conmás ardor del que jamás puede él tener en buscarme. Tengonecesidad de combatir;mehace falta la lucha para ocultarme amis propiosojos.Que venga el combate, el peligro, lamuertemisma; lamuerte será labienvenida, pues sé que moriré rico de vuestra amistad, fuerte con vuestracompasiónyhonradoconvuestraestimación.

—Caballero…¡Adiós!—dijolavizcondesadirigiéndosehacialapuerta.

Elbarónlasiguió;yalllegarenmediodeuncorredoroscuro,lecogiólamano, y con voz tan baja que apenas podía él mismo oír las palabras quepronunciaba,ledijo:

—Clara,osamomásquenunca;peroladesgraciaquierequeyonopuedaprobarosesteamorsinomuriendolejosdevos.Unarisita irónicafuepordepronto la única respuesta de la vizcondesa; mas apenas estuvo fuera delcastillo, un doloroso sollozo le oprimió la garganta, y se torció los brazosexclamando:

—¡Ah,Diosmío!¡Nomeama,nomeama!¡Yyo,desgraciadademí,queleamo!

XXVII

Larondanocturna

DespuésdehabersemarchadolavizcondesadeCambes,volvióaentrarelbarón en su sala. Nanón estaba en pie, pálida e inmóvil, en medio delaposento, Canolles se dirigió hacia ella con una sonrisa triste: a proporciónqueavanzaba,Nanóndoblabalarodilla:tendióleéllamanoyellacayóasuspies.

—¡Perdonadme —dijo—, perdonadme, Canolles! Yo soy quien os hatraído aquí; yo quien ha hecho que se os entregue este puesto grave ypeligroso;sisoismuerto,yoserélacausadevuestramuerte.Soyunaegoísta,quesólohepensadoenmifelicidad.¡Abandonadme;partid!

Elbarónlalevantócondulzura.

—¡Abandonaros yo! —contestó él—, jamás, Nanón, jamás. Vos soissagrada para mí, he jurado protegeros, defenderos y salvaros, y os salvaréaunquesupusieramorir.

—¿Dicesesodetodocorazón,Canolles,sinvacilar,sinsentir?

—Sí—dijoelbarónsonriendo.

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—Gracias,midignoynobleamigo,gracias.¿Ves?Estavidaquetantomeinteresaba, hoy te la sacrificaría sin una queja, porque sólo desde hoy sécuántohashechopormí.Teofrecíandinero, ¿no son tuyosmis tesoros?Teofrecíanamor,¿habrájamásenelmundounamujerqueteamecomoyo?¡Teofrecíanascenso!

—Escucha, van a atacar el fuerte; pues bien, compremos soldados,reunamosmunicionesyarmas,doblemosnuestrasfuerzas,defendámonos.Yocombatiré pormi amor, tú por tu honor.Tú,mi bravoCanolles, los batirás;harédeciralareinaquenotieneuncapitánmásvalientequetú;ydespués,yomeencargarédetuascenso,sí.Ycuandoseasrico,cuandoteveascircundadodegloriayhonores,entoncesmeabandonarássiquieres,yentoncesquedaránparaconsolarmemisrecuerdos.

Y diciendo esto Nanón, miraba al barón y esperaba la respuesta quesiempre demandan las mujeres a sus palabras exageradas, es decir, locas yexaltadascomoaquéllas.Peroelbarónbajótristementelacabeza,ydijo:

—Nanón,mientrasyoexistaenlaisladeSanJorge,jamásseosharádañoni tendréis que arrostrar una afrenta. Tranquilizaos, pues, porque no tenéisnadaquetemer.

—Gracias,aunquenoseaesotodoloqueyodemando—dijoenvozalta;yluegoparasí—:¡Aydemí!,estoyperdida;nomeamaya.

Canolles sorprendió esa mirada de fuego que brilla como el rayo, esahorriblepalidezdeunsegundo,querevelatantodolor.

—¡Serégenerosohastaelfin—dijoélparasí—,sinoquieroserinfame!… Ven, Nanón —contestó—, ven amiga mía, prende tu capa sobre tushombros,tomatusombrerodehombre,elairedelanocheteharáprovecho.Deboseratacadodeunmomentoaotro,yvoyahacermirondanocturna.

Nanón,palpitantedegozo,sevistiócomosuamanteledecía,ylesiguió.

Canolleseraunverdaderojefe.Habiendoentradocasiniñoenelservicio,había hecho un estudio profundo de su áspero ejercicio.Así, pues, visitó laplaza, no sólo como comandante, sino como ingeniero. Los oficiales que lehabían visto llegar como favorito, y que creían tener que habérselas con ungobernadordeparada, fueron interrogadosunosdespuésdeotrosporsu jefeacerca de todos los medios de ataque y defensa. Preciso les fue reconocerentoncesenelfrívoloyelbisoñojovenauncapitánexperimentado,ylosmásancianoslehablarondesdeluegoconrespeto.EncuantoaCanolles,laúnicacosa que podían reprocharle era la dulzura de su voz al dar órdenes y suextremada atención para preguntar. Temían que esta cortesía no fuese lamáscara de la debilidad. Sin embargo, como cada cual sentía el peligroinmediato, las órdenes del gobernador fueron ejecutadas con una puntual

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celeridad, que dio al jefe la misma idea de sus soldados que éstos habíanformadodeél.Duranteeldíahabíallegadounacompañíadeobreros.Canollesdispuso varios trabajos que fueron comenzados desde luego. En vano quisoNanón volverle al fuerte para apartarle de la fatiga de una noche pasada deaquelmodo;elbaróncontinuósuronda,yélfuequiendespidióafablementeaNanón,exigiéndolequevolvieseasuhabitación.Después,habiendoexpedidotres o cuatro batidores del campo que el teniente-gobernador le habíarecomendadocomolosmásinteligentesdecuantossehallabanasuservicio,fuearecostarsesobreunsillardemármol,desdedondeseguíainspeccionandolostrabajos.

Peromientrassusojosseguíanmaquinalmenteelmovimientodelospicosy azadas, su imaginación, apartada de las cosas materiales, se fijaba todaentera, no sólo en los acontecimientos del día, sino también en todas lasextrañas aventuras de que había sido héroe desde el día en que vio a lavizcondesa de Cambes. Pero cosa extraña, sumente no pasabamás allá deaquelpunto;parecíalequesólodesdeaquellahorahabíaempezadoavivir,quehasta entonces había estado en otro mundo de instintos, de sensacionesincompletas.

Partiendodesdeaquelmomento,habíaensuvidaunaantorchaquedabaatodaslascosasunaspectodiferente;ydesdeestenuevodía,Nanón,lapobreNanón quedaba sacrificada desairadamente a otro amor, violento desde sunacimiento,comolosonesosamoresqueseapoderandetodalavidaenquelleganaentrar.

Así, pues, al cabo de dolorosas meditaciones, mezcladas de celestialesensueños, a la idea de ser amadopor la vizcondesa deCambes, el barón seconfesó que sólo este deber le prescribía ser hombre de honor, y que laamistaddeNanónningunaparteteníaensudeterminación.

¡PobreNanón!Canollescalificabadeamistadelsentimientoquehaciaellaexperimentaba.Mas,¡ah!Elamor,trocadoenamistad,fácilmentedegeneraenindiferencia.

Nanón velaba también, porque no había podido resolverse a entrar en lacama.De pie junto a una ventana, envuelta en unmanto negro para no servista,seguía,nolalunatristeyveladadeslizándoseatravésdelasnubes,nolosaltosálamosquesebalanceabangraciosamenteporelvientodelanoche,noelcursomajestuosodelCarona,semejanteaunvasallorebeldequesealzacontrasuseñor,omejorunesclavofielquellevasutributoalOcéano,sinoellento y penoso trabajo que se fabricaba contra ella en la imaginación de suamante, veía en aquella forma oscura que se destacaba sobre la piedra, enaquellasombrainmóvilacurrucadaaunaluminaria,elfantasmavivientedesupasada felicidad. Ella tan enérgica, tan altiva, tan sagaz otras veces, había

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perdido toda su destreza, su altivez y su energía; se hubiera dicho queexaltados sus sentidos por la acción de su desgracia, aumentaban eninteligenciaysutileza,ellasentíagerminarelamorenelfondodelcorazóndesuamante,comoDios,reclinándosesobrelainmensacúpuladelcielo,sientegerminareltiernotallodeunaplantaenlasentrañasdelatierra.

Sólocuandofuededíavolvióelbarónaentrarensuaposento.Nanónsehabíaretiradoalsuyo,yélignoróquehabíaveladotodalanoche.Entoncessevistió con esmero, reunió de nuevo la guarnición, visitó de día todas lasbaterías, y en especial las que daban a la ribera izquierda del Carona, hizocerrarelpuertecitoconcadenas,establecióunaespeciedechalupascargadasdefalconesyespingardas,pasórevistaasugente,laanimóaunpormediodesuspalabrasatentasygenerosas,yseretiróasucasaaesodelasdiez.

Nanón le aguardaba con la sonrisa en los labios, no era aquella altiva eimperiosa Nanón, cuyos caprichos hacían temblar al mismo duque deEpernón;eraunamancebatímida,unaesclavacobarde,quenoexigíayaqueseleamase,sinoquedemandabaselepermitiesetansóloamar.

Eldíatranscurriósinotroacontecimientoquelasdiferentesperipeciasdeaqueldramainteriorqueseejecutabaenelalmadecadaunodelosjóvenes.Los corredores expedidos por el barón volvieron unos después de otros, sinque ninguno de ellos trajese una noticia cierta, sólo se supo que había granagitaciónenBurdeos,yeraevidentequeseestabapreparandoallíalgunacosa.

Enefecto,lavizcondesadeCambes,asuvueltaalaciudad,ocultandoporotrapartetodoslosdetallesdesuentrevistaenlosmássecretosdoblecesdesucorazón,habíatrasmitidoaLenetelresultado.LosBurdelesespedíanavocesqueseasaltaralaisladeSanJorge.Elpuebloseofrecíaenmasaparaformarpartedelaexpedición.Losjefesnoleconteníansinoprotestandolaausenciade un hombre de guerra que pudiese conducir la expedición, y de soldadosregulares que pudiesen sostenerla. Lenet aprovechó esta coyuntura paraintroducir el nombre de los dos duques y ofrecer su ejército, la oferta fuerecibidaconentusiasmo,ylosmismosquehabíanvotadolavísperaporqueselescerrasenlaspuertaslosllamaronavoces.

Lenet llevó esta buena noticia a la princesa, que reunió enseguida suconsejo.

Clarapretextóelcansancioparanotomarparteenningunadecisióncontraelbarón,yseretiróasuaposentoadarlibrecursoasuslágrimas.

Desdeaquellahabitaciónoía losgritosy lasamenazasdelpueblo.Todosaquellosgritos,todasaquellasamenazassedirigíancontraCanolles.

No tardó mucho en resonar el tambor. Las compañías se reunieron, losjuradoshicieronarmaralpueblo,quepedíapicasyarcabuces;sesacaronlos

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cañonesdelarsenal, sedistribuyópólvora,ydoscientosbotes sedispusieronprontosa subir elGarona, ayudadospor lamareade lanoche,mientrasquetresmilhombresencaminándoseporlariberaizquierdaatacaríanportierra.

El ejército de mar debía ser mandado por Españet, consejero delparlamento,hombrevalienteydesanoconsejo,yeldetierraporelseñordeLarochefoucault, que acababa de entrar a su vez en la ciudad con dos milcaballerosaproximadamente.ElseñorduquedeBouillónnodebíallegarhastadosdíasdespuésconotrosmil.ConestemotivoelduquedeLarochefoucaultapresuróelataquecuantopudo,afindequesucoleganoseencontraseconél.

XXVIII

Elasalto

DosdíasdespuésdehabersepresentadolavizcondesadeCambesentrajedeparlamentarioenlaisladeSanJorge,acosadelasdosdelatardehaciendoCanollessurondasobrelamuralla,seleanuncióqueunmensajeroencargadodeunacartaparaélpedíahablarle.

Enseguidafueintroducidoelmensajeroyentregósupliegoalbarón.

Estepliegonoteníanadadeoficial;eraunacartillamáslargaqueancha,cuyosobreveníadeunaletradébilyligeramentetrémula,sobreunpapeldecolorazulado,tersoyperfumado.Canollessintiólatirsucorazónalavistadeaquelpapel.

—¿Quiéntehadadoestacarta?—preguntó.

—Unhombredecincuentaasesentaaños.

—¿Bigoteyperagrises?

—Sí.

—¿Algoencorvado?

—Sí.

—¿Portemilitar?

—Elmismo.

Elbaróndiounluisalhombre,ylehizoseñadequeseretirara.Despuéssefuealángulodeunbaluarte,yseocultóconelcorazónpalpitanteparaleerlibrementelacartaqueacababaderecibir,yquesóloconteníaestaspalabras:

«Vaisaseratacado.Sinosoisyadignodemí,mostradquesoisdignode

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vosalmenos».

Esta carta no traía firma, pero el barón reconoció a la vizcondesa deCambescomohabíareconocidoaPompeyo.

Miró si alguien podía verle, y llenándose de rubor como un niño en suprimer amor, llevó el papel a sus labios, le besó con entusiasmo y le pusosobresucorazón.

Despuéssubióalacoronacióndelbaluarte,desdedondepodíadistinguirelcursodelGaronaporespaciodecasiunaleguaylallanuraquelecircundaentodasuextensión.

Nadasepercibía,nisobreelríonienlacampiña.

—Así se pasará toda la mañana —murmuró—, porque no vendrán enmediodeldía;habrántomadodescanso,yalanochecomenzaránelataque.

Canolles sintió un rumor ligero detrás de sí y se volvió; era sulugarteniente.

—Ybien,señordeVibrac—dijoelbarón—,¿quésedice?

—Se dice, mi comandante, que el estandarte de los príncipes flotarámañanasobrelaisladeSanJorge.

—¿Yquiéndiceeso?

—Dosdenuestroscorredores,queacabande llegaryhansidovistos lospreparativosqueestánhaciendocontranosotrosloshabitantesdelaciudad.

—¿YquéhabéiscontestadoalosqueoshandichoqueelestandartedelospríncipesflotarámañanasobrelaisladeSanJorge?

—Leshedicho,micomandante,queme importabapoco,enrazónaqueyonolovería.

—Enesecasomehabéisrobadomirespuesta,caballero—dijoelbarón.

—¡Bravo! Comandante, no deseamos otra cosa, y los soldados se van abatircomoleonescuandosepanvuestrarespuesta.

—Quesebatancomohombres,estodocuantolespido…¿Yquésedicedelgénerodeataque?

—Sepreparaunasorpresa—dijoVibracriendo.

—¡Diablos!Vayaunasorpresa,ésteeselsegundoavisoquerecibo…¿Yquiénconduceelasalto?

—El señor de Larochefoucault las tropas de tierra, y de Españet, elconsejerodelparlamento,lasdemar.

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—Bien,bien—dijoelbarón—;yoledaríaunconsejo.

—¿Aquién?

—Alseñorconsejerodelparlamento.

—¿Ycuál?

—El de reforzar las milicias urbanas con algún buen regimiento biendisciplinado,queenseñea lospaisanoselmododerecibirunfuegobastantenutrido.

—Nohaesperadovuestroconsejo,comandante;puesantesdeserhombredejusticiaparecequehasidodearmas,ysehaasociadoparaestaexpediciónelregimientodeNavalles.

—¡Cómo!¿ElregimientodeNavalles?

—Sí.

—¿Miantiguoregimiento?

—Elmismo.Sehapasado,segúnparece,conarmasyequipoalosseñorespríncipes.—¿Yquiénlemanda?

—ElbaróndeRavailly.

—¡Esverdad!

—¿Leconocéis?

—Sí;unexcelentechico,valientecomosuespada.Enesecasoseráestoalgomástempladodeloqueyocreía,yvamosatenerdiversión.

—¿Quémandáis,comandante?

—Que se doblen las guardias esta noche; que los soldados se acuestenvestidos con las armas al lado. La mitad velarán mientras que los otrosduermen.Alosquelestoquedevigilantessemantendránocultosdetrásdelasescarpas.Esperadaún.

—Espero.

—¿Habéisparticipadoaalguienlanoticiadelmensajero?

—Anadieabsolutamente.־

—Estábien.Dejad la cosaen secretopor ahora.Escogedunadocenadevuestrospeoressoldados;¿deberéistenercazadoresypescadores?

—Demáslostenemos,comandante.

—Puesbien.Elegiddiez,comooshedicho,lesdaispermisohastamañanaparaecharsuslancesalfondodelGaronaytendersusredesenlallanura.Esta

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nocheEspañetyelseñordeLarochefoucaultloscogeránylesinterrogarán.

—Nocomprendo.

—¿No comprendéis que es necesario que los sitiadores nos creanenteramente desprevenidos? Pues bien; esos hombres, no sabiendoabsolutamentenada, se lodirány se lo jurarán con tanta sinceridad, quenopodrán menos de creerlo, y por lo tanto pensarán que dormimos a piernasuelta.

—¡Ah!Muybien.

—Dejad que se acerque el enemigo; dejadle desembarcar, plantar susescalas.

—Entonces,¿cuándoseleshabrádehacerfuego?

—Cuandoyolomande.Sisaleunsolotirodenuestrasbateríasantesdemiorden,¡afedegobernador,queharéfusilaralquelodispare!

—¡Ah!¡Diablos!

—LaGuerraCivilesguerradosveces,eimportamuchoquelaguerranosehagacomounapartidadecaza.DejadreíralosseñoresBurdeleses,reídvosmismo,siosdivierte,peroquenoseahastaqueyodigaquesería.

El tenientepartióy fue a transmitir las órdenesdeCanolles a los demásoficiales, que se miraron asombrados entre sí. Había dos hombres en elgobernador,elcaballerocortésyelcomandanteimplacable.

CanollesfueacenarconNanón,sóloquelacenasehabíaanticipadodoshoras,porhaberdecididoelbarónnoabandonarlosmurosdesdeelcrepúsculohastaelalba.EncontróaNanónhojeandounavoluminosacorrespondencia.

—Podéis defenderos con firmeza, querido Canolles —le dijo ella—,porque no tardaréis mucho en ser socorrido. El rey viene, el señor de LaMeillerayetraeunejército,yelseñorduquedeEpernónllegaconquincemilhombres.

—Pero si tardan ocho o diez días, como puede ser, Nanón—añadió elbarónsonriendo—,¿quiénaseguraquelaisladeSanJorgenosucumba?

—¡Oh!Mientrasmandéisvosenella,yorespondodetodo.

—Sí;perojustamente,mandandoyoaquí,puedosermuerto.Nanón…¿yquéharéisenestecaso?¿Lohabéisprevistoalomenos?

—Sí—respondióNanónsonriendoasuvez.

—Pues bien, tened preparados vuestros cofres. En un puesto designadohabrá un batelero; si es menester saltar al agua, llevaréis cuatro de mis

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subordinados,quesonbuenosnadadores,ytienenordendenoabandonarosydetransportarosalariberaopuesta.

—Todasesasprecauciones sonenbalde,Canolles.Si soismuerto,yanonecesitonada.

Anunciaronqueestaba servida la cena.Durante ésta, el barón se levantódiezvecesyfuealaventanaquedabasobreelrío.Antesdeacabardecenar,Canolles se levantó de la mesa… Empezaba a anochecer… Nanón quisoseguirle.

—Nanón—dijoelbarón—,entradenvuestroaposentoyjuradmenosalirde él. Si supiese que estabais fuera, expuesta a correr cualquier peligro, noresponderíademí.Nanón,vaenellomihonor,nojuguéisconmihonor.

Nanónpresentóalbarónsuslabiosdecarmín,másrojosaunconlapalidezdesusmejillas,yseretiróasuaposentodiciendo:

—Os obedezco, Canolles; quiero que amigos y enemigos conozcan alhombrequeamo.¡Partid!

Elbarónsealejó,sinpodermenosdeadmiraraquellanaturalezadoblegadaatodossusdeseosyobedienteasuvoluntad.Apenassehallabaensupuesto,cuandovinolanoche,terrible,amenazadora,comoaparecesiemprequeocultaentresusnegrosdoblecesunsanguinariosecreto.

Canolles se había apostado en el extremo de la explanada, desde dondedominaba el curso del río y sus dos riberas. No hacía luna, un velo desombrías y espesas nubes cubrían el cielo, siendo imposible ser visto, perotambiéncasiimposiblever.

Sinembargo,aesodelamedianochelepareciódistinguiroscurasmasasque semovían sobre la ribera izquierda, y deslizarse por el río gigantescasformas. Por lo demás, sólo se oía el ruido del viento de la noche, que selamentabaentrelashojasdelosárboles.

Aquellasmasas sedetuvieron; las formas se fijarona ciertadistancia.Elbaróncreyóhaberseequivocado;sinembargo,redoblósuvigilancia;susojosardientes penetraban las tinieblas, su oído incesantemente atento percibía elmásleveruido.

Dieronlastresenelrelojdelafortaleza,ysusonidoprolongadoseperdiólento y lúgubre en la inmensidadde la noche.El barón empezó a creer quehabíarecibidounfalsoaviso,yya ibaaretirarse,cuandoel tenienteVibrac,que estaba junto a él, le puso súbitamente una mano sobre el hombro,extendiendolaotrahacíaelrío.

—¡Sí, sí!—dijo Canolles—, ellos son. Vamos, nada se ha perdido conesperar.Despertadlagentequeduerme,yquevengaaocuparsupuestodetrás

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de la muralla. ¿Les habéis dicho que yo haría fusilar al primero que hagafuego,eh?

—Sí.

—Puesbien,repetídseloporsegundavez.

Enefecto,alosprimerosalboresdeldíasedistinguieronacercarselargasbarcascargadasdehombres,quereíanyconversabanenvozbaja,almismotiempo que sobre la llanura podía verse una especie de elevación que noexistíalavíspera.ÉstaeraunabateríadeseispiezasdecañónqueelseñordeLarochefoucault acababa de establecer durante la noche; los de las barcashabían tardado tanto, porque hasta entonces no había estado la batería endisposicióndemaniobrar.

Canollespreguntó si estabancargadas las armasyhabiéndole contestadoafirmativamente,hizoseñadeesperar.

Lasbarcasseibanaproximando,yalaprimeraclaridaddeldíadistinguióbien pronto el barón los colectos de ante y los sombreros peculiares de lacompañíadeNavalles,quecomosehadicho,eralasuya.AlaproadeunadelasbarcasveníaelbaróndeRavailly,quelehabíareemplazadoenelmandode la compañía, y a la popa el teniente, que era su hermano de leche,muyqueridoentresuscamaradasporsubuenhumorysusinagotablesbromas.

—Veréiscómonodicenestabocaesmía,yserámenesterqueelseñordeLarochefoucaultlosdespierteacañonazos.¡Cáspita,yquébienseduermeenlaisladeSanJorge!Cuandomeencuentremalopiensovenirmeaquí.

—ElbuenCanolles—repusoRavailly—,ejecutasupapeldegobernador,comopadredemifamilia;temenolesdéreumaasussoldadossimontanlasguardiasdenoche.

—Enefecto—añadióotro—,noseveuncentinelasiquiera.

—¡Eh!—gritó el teniente tomando tierra—. Despertad, los de arriba, ydadnoslamanoparasubir.

Aestaúltimabroma se extendieron las risotadaspor toda la líneade lossitiadores; y mientras tres o cuatro barcas avanzaban hacia el puerto,desembarcabaelrestodelejércitodetierra.

—Vamos,vamos—dijoRavailly—,yacomprendo.Canollesquierefingirqueselesorprendeparanoembrollarseconlacorte.Bueno,señores,seamosatentos como él, y no matemos a nadie. Una vez en la plaza, piedad paratodos, excepto para las mujeres, que tal vez no la pidan tampoco. ¡Voto abríos! Hijos míos, no olvidemos que ésta es una guerra de amigos; porconsiguiente,alprimeroquedesenvaine,lopasoporlasarmas.

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A esta recomendación, hecha con una jovialidad propiamente francesa,empezarondenuevolasrisas,ylossoldadosparticiparondelahilaridaddelosoficiales.

—¡Hola,amigos!—dijoelteniente—,parecequeseríe,peroesnecesarioqueestonoestorbeparahacerlatarea.Alasescalasyatrepar.

Los soldados sacaron entonces largas escalas de las barcas y seencaminaronalamuralla.

Entonces se levantóCanolles, y con el bastón en lamanoy el sombreropuesto como un hombre que toma por su gusto el fresco de la mañana, seacercó al parapeto, del cual sobresalía desde la cintura. Estaba ya bastanteclaroparaquenoseleconociese.

—Buenosdías,Navalles—dijoatodoelregimiento.

—Buenosdías,Ravailly.Buenosdías,Remoneng.

—¡Calle!ÉseesCanolles—exclamaronlosjóvenes.

—¿Tehasdespertadoya,barón?

—Sí. ¿Qué queréis? Aquí se lleva una vida de rey; nos acostamostempranoy nos levantamos tarde.Perovosotros, ¿quédiablos venís a haceraquítantemprano?

—¡Pardiez!—dijoRavailly—.Meparecequelodebesverbien.Venimosasitiarte,nadamás.

—¿Yporquévenísasitiarme?

—Portomartufuerte.

Elbarónseechóareír.

—Vamos—dijoRavailly—,¿capitulas,eh?

—Antesesprecisosaberaquiénmerindo.¿CómoesqueNavallessirvecontraelrey?

—Claro está, querido, porque nos hemos rebelado. Pensando en eso,hemosllegadoapersuadirnosdequeMazarinoesdecididamenteunmondejo,indignodequelesirvancaballerosvalientes,yporesonoshemospasadoalospríncipes.¿Ytú?

—Yo,querido,soyepernonistaacérrimo.

—¡Bah!Dejaahíatugenteyventeconnosotros.

—Nopuedeser.¡Hola!Dialosdealláabajoquedejenquietaslascadenasdelpuerto;vosotrossabéisqueesascosassevenbiendelejos,yquecuando

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se las toca suelen hacer daño. Ravailly, diles que no toquen las cadenas—continuóelbarónarrugandolascejas—,omandohacerfuego.Yteadvierto,Ravailly,quetengoexcelentestiradores.

—¡Bah! Tú te burlas—respondió el oficial, déjalos que te cojan—; notienesfuerzas.

—Yonomeburlo.¡Abajolasescalas!Ravailly,cuidadoquesitiaslacasadelrey,teloadvierto.

—¡SanJorge!¿Casadelrey?

—¡Pardiez! Mira bien, y verás el estandarte en el ángulo del baluarte.Vaya,hazque teboten tusbarcas al agua,yvuelvea colocar tus escalas enellas,otetiro.Sideseasconversación,vensolooconRemoneng,yentonceshablaremosalmorzando,tengounexcelentecocineroenlaisladeSanJorge.

Ravailly se echó a reír y animó a su gente con lamirada. Durante estetiempo,otracompañíasepreparabaadesembarcar.Canollesconocióentoncesque era llegado el momento decisivo; y tomando la actitud firme y el airegravequeconveníanaunhombresobrequienpesabaunaresponsabilidadtangrandecomolasuya,dijo:

—Alto ahí, Ravailly; basta de bromas, Remoneng —gritó—, ni unapalabra,niunpaso,niungestomás,omandohacerfuego,tanciertocomoeslabanderarealaquellaqueestáallí,ycomovosotrososencamináiscontralosLuisesdeFrancia.

Ysiguiendolaaccióna laamenaza,volcóconbrazovigoroso laprimeraescala que asomópor encimade la fortificación.Cinco o seis hombresmásatrevidosquelosotroshabíanempezadoasubir,yelempujelesechóarodar,promoviendo su caída una inmensa carcajada entre sitiadores y sitiados,hubiérasedichoqueeranjuegosdecolegiales.

Enestemomento,indicóunaseñalquelossitiadoreshabíanfranqueadolascadenasquecerrabanelpuerto.

Actocontinuo,RavaillyyRemonengcogieronunaescalaysedispusieronparabajaralfosoasuvez,gritando:

—¡Anosotros,Navalles!¡Alaescala!¡Arriba!

—¡QueridoRavailly—gritóCanolles—,porfavor,detente!

Peroenaquelmismoinstantelabateríadetierra,quehastaentonceshabíapermanecidoensilencio,estallóenluzyruido,yunabalavinoaenvolverentierraalbarón.

—A ver —dijo Canolles extendiendo su bastón—, puesto queabsolutamenteloquieren:¡Fuego,amigosmíos,sobretodalalínea!¡Fuego!

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Entonces,sinquesepercibieseunsólohombre,sevioinclinarsesobreelparapeto una hilera de mosquetes, y un cinturón de fuego envolver lacoronación de la muralla, mientras que contestaba la detonación de dosenormespiezasdeartilleríaalabateríadelduquedeLarochefoucault.

Cayó una docena de hombres; pero su caída, lejos de desanimar a suscompañeros,lesdionuevoardor.Porsupartelabateríadetierrarespondióaladel fuerte, una bala abatió al pabellón real, otra segunda bala destrozó a untenientedelbarón,llamadoElboin.

Canollesechóunanuevaojeadaasualrededor,yvioquesugentehabíayacargadolasarmas.

—¡Fuegogeneral!—dijo.

Estaordenfueejecutadaconlamismapuntualidadquelaprimeravez.

Diezminutosdespués,noquedabaniunsólovidrioenlaisladeSanJorge,laspiedras temblabanyvolabanhechas astillas, el cañónminaba losmuros,las balas se aplastaban contra los anchos sillares, y una espesa humaredaoscurecíaelairetodohenchidodegritos,deamenazasydegemidos.

ConociendoelbarónqueloquemásdañohacíaasufuerteeralabateríadeLarochefoucault,dijo:

—Vibrac,encargaosdeRavailly,quenoganeniunapulgadadeterrenoenmiausencia.Yovoyanuestrasbaterías.

Enefecto,CanollesfuecorriendoalasdospiezasquerespondíanalfuegodelseñordeLarochefoucault,dirigióélmismoelservicio,sepusoacargaryapuntar,enunmomentodesmontótresdelasseispiezasytendióenelllanoamásdecincuentahombres.Losdemás,quenoesperabantanfuerteresistencia,empezaron a desbandarse, y huir. Larochefoucault, tratando de rehacerlos,recibióuncascodeguijarro,quelehizosaltarlaespadadelasmanos.

Viendo este resultado, dejó Canolles al jefe de la batería el resto de latarea, y acudió al asalto en que seguía empeñada la compañía deNavalles,secundadaporloshombresdeEspañet.

Vibracseconteníabien,peroacababaderecibirunbalazoenelhombro.

—Perdona, Ravailly —gritó el barón—, si me he visto obligado aabandonarteunmomento,queridoamigo,paradesmontar, comopuedesver,laspiezasdelseñorduquedeLarochefoucault;perotranquilízate,yametienesaquí.

Y como en este momento el capitán de Navalles, muy animado pararesponderalachanza,quetalveznooyóenmediodelespantosoestruendodela artillería y mosquetería, condujese por tercera vez su gente al asalto, el

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barón tomóunapistolade sucinto,y extendiendo lamanohacia suantiguocamaradaconvertidoensuenemigo,disparó.

Labala,dirigidaporunamanofirmeyporunojocertero,fuearomperelbrazodeRavailly.

—Gracias, Canolles—gritó éste—, que había visto de dónde saliera elgolpe;gracias.Yatomarélarevancha.

Peroapesardesuenergía,eljovencapitánsevioprecisadoadetenerse,ylaespadaselecayódelamanoRemonengacudióylesostuvoensusbrazos.

—¿Quieres venir a curarte en mi casa… Ravailly? —gritó Canolles—,tengouncirujanoqueennadacedeamicocinero.

—No, me vuelvo a Burdeos; pero aguárdame de un momento a otro,porquevolveré,teloprometo.Sóloqueestavezescogerémihora.

—Enretirada,enretirada—dijoRemoneng—,alláabajosesalvan.Hastamásver,Canolles;habéisganadolaprimerapartida.Remonengdecíaverdad.Laartilleríahabíahechoterriblesdestrozosenelejércitodetierra,quehabíaperdidouncentenardehombreslomenos.Encuantoalaarmadademar,casilehabríasucedidootrotanto.Sinembargo,lapérdidamayorhabíasidosufridapor la compañía deNavalles, que por sostener el honor del uniforme, habíaqueridomarcharsiemprealacabezadelospaisanosdeEspañet.

Canollesalzósupistoladescargada,ydijo:

—Que cese el fuego. Dejémosles batir tranquilamente en retirada, noconvieneperdermuniciones.

Enefecto,lostirosdisparadoshabríansidocasiinútiles.Lossitiadoresseretiraban apresuradamente, dejando los muertos y llevándose los heridos.Canollescontólossuyos,yencontródiezyseisheridosycuatromuertos.

Encuantoaél,nohabíarecibidoniunarañazo.

—¡Voto al Diablo! —dijo diez minutos después al recibir las alegrescariciasdeNanón—,nohantardadomucho,queridaamiga,enhacermeganareldespachodegobernador.

—¡Quémortandadmástonta!Leshanmuertocientocincuentahombreslomenos,yyoherotounbrazoaunodemismejoresamigosporimpedirlequesehiciesematar.

—Sí—dijoNanón—;¿perovosestáissanoysalvo?

—A Dios gracias, y sin duda vos me habéis protegido, Nanón; ¡peroguarda con la segunda partida! Los Burdeleses son testarudos, y ademásRavaillyyRemonengmehanprometidovolver.

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—Y bien—repuso Nanón—, el mismo jefe manda en San Jorge y losmismossoldadosledefienden,quevengan,yselesrecibirámejorlasegundavezquelaprimera;porquedeaquíallá¿noesasí?Tenéistiempodeaumentarvuestrosmediosdedefensa.

—Querida—dijo confidencialmenteCanolles—, una plaza no se conocebienconlapráctica,lamíanoesinexpugnable,loacabodeconocer;ysiyomellamaseduquedeLarochefoucault,entraríaenlaisladeSanJorgemañanaporlamañana.Apropósito,deElboinnoalmorzaráconnosotros.

—¿Porqué?

—Porquelehapartidounabaladecañón.

XXIX

Losvencidos

La entrada de los sitiadores enBurdeos presentaba un espectáculo triste.Los paisanos habíanmarchado contentos, contando con el número y con ladestrezade susgenerales,ycompletamente tranquilosacercadel éxitode laexpedición,mercedalacostumbre,esasegundafedelhombreenpeligro.

Enefecto, ¿quiénde los sitiadoresnohabía recorrido en su juventud losbosquesypraderasdelaisladeSanJorge,soloocondulcecompañía?¿QuéBurdelésnohabíamanejadounpalodevirar,elmosquetedecazaolashincasdepescador,enaquelcantónqueibaavisitarcomosoldado?

Así, pues, para los paisanos era dos veces pesada la equivocación, laslocalidadeslesavergonzabantantocomoelenemigo.Selesviovolverconlacabezabajayoírconresignación los lamentosde lasmujeresque,contandolosguerrerosausentesalamaneradelossalvajesdeAméricaseapercibíandelaspérdidassufridasporlosvecinos.

Entoncesunmurmullogeneral llenó laciudaddedueloyconfusión.Lossoldadosentraronensusalojamientos,ycontabaneldesastrecadacuala sumodo. Los jefes se dirigieron a ver a la princesa, que como hemos dicho,habitabaencasadelpresidente.

La señora de Condé esperaba en su ventana la vuelta de la expedición.Nacidadeunafamiliadeguerreros,mujerdeunodelosmayoresvencedoresdel mundo, educada en el desprecio de las mohosas armaduras y ridículosplumerosdelospaisanos,nopodíasustraerseaunavagainquietud,alpensarquelospaisanos,suspartidarios,ibanacombatiraunejércitodeverdaderossoldados. Pero tres cosas la tranquilizaban sin embargo; la primera, que el

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duquedeLarochefoucaultmandabalaexpedición;lasegunda,quemarchabaalacabezadelregimientodeNavalles;ylatercera,elirinscritoenlasbanderaselnombredeCondé.

Peroporuncontrastefácildecomprender,todocuantoinspirabaesperanzaa la princesa era para la vizcondesa de Cambes unmotivo de dolor; comotambiéntodoloqueibaaserdolorparalailustreseñora,debíaconvertirseentriunfoparalavizcondesa.

ElduquedeLarochefoucaultsepresentóensangrentadoyllenodepolvo,conlamangadesucoletoabiertaylacamisamanchadadesangre.

—¿Es verdad lo que me han dicho?—exclamó la princesa saliendo alencuentrodelduque.

—¿Yquéhandicho?—preguntóelduqueconfrialdad.

—Dicenquehabéissidorechazado.

—Nodicenlobastante,señora,enverdad,hemossidoderrotados.

—¡Derrotados!—dijolaprincesapalideciendo—;esonoesposible.

—¡Derrotados, —murmuró la señora de Cambes—, derrotados porCanolles!…

—¿Ycómohasidoeso?—preguntólaseñoradeCondéconuntonoaltivo,quedejabaversuindignación.

—Señora,comosontodaslastrabacuentaseneljuego,enelamoryenlaguerra.Nosotroshemosatacado,ynoshanrechazadoconmásomenosvigor.

—¿PeroesvalienteeseCanolles?—preguntólaprincesa.ElcorazóndelavizcondesadeCambespalpitabadegozo.

—¡Psi!—respondióLarochefoucaultencogiéndosedehombros—,valientecomocualquiera…Sóloquecomoteníasoldadosderefresco,buenasmurallasy estaba alerta, habiendo sido avisado tal vez, ha dado buena cuenta denuestros Burdeleses. ¡Ah, señora! Entre paréntesis, los tristes soldados hanhuidoalasegundadescarga.

—¿YNavalles?—exclamólavizcondesasinapercibirsedelaimprudenciadeestaexclamación.

—Señora —dijo Larochefoucault—, no ha habido más diferencia entreNavallesylospaisanos,sinoqueestoshanhuidoyNavallessehareplegado.

—¡NonosfaltaahoramásqueperderaVayres!

—Nodiréquenosuceda—contestófríamenteLarochefoucault.

—¡Derrotados! —repitió la princesa dando con el pie en el suelo—;

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¡derrotados por un puñado de hombres mandados por Canolles! Hasta elnombreesridículo.

LaseñoradeCambessepusoencendida.

—Vos creéis ridículo ese nombre, señora —replicó el duque— pero elseñordeMazarinolecreesublime.Ymeatreveríaadecir—añadióechandounarápidaypenetranteojeadaalaseñoradeCambes—,quenosóloélopinadeesemodo.Losnombressoncomoloscolores,señora—continuósonriendoconsusonrisabiliosa—,ysobreellosnohaydisputa.

—¿CreesqueRichónseahombrecapazdedejarsevencer?

—¿Porquéno?¡Mehedejadoyovencer!Esnecesarioqueaguardemosaagotarlamalavena;laguerraesunjuegoenqueundíauotrotomaremoslarevancha.

—No hubiera llegado ese caso —dijo la señora de Tourville—, si sehubieseadoptadomiplan.

—Esverdad—repusolaprincesa—;jamásquierehacerseloquenosotrasproponemos, bajo pretexto de que somosmujeres y de que no entendemosnadaysehacenderrotar.

—¡Eh, válgame Dios! Sí, señora; pero eso le sucede a los mejoresgenerales.PublioEmiliofuederrotadoenCanas,PompeyoenFarsaliayAtilaen Chalons. Sólo Alejandro y vos, señora de Tourville, no habéis sidovencidosnunca.Veamosvuestroplan.

—Miplan,señorduque—dijoladeTourvilleconuntonomásseco—,eraque se pusiese un sitio en regla. No se me ha querido escuchar y se hapreferidoungolpedemano.Ahítenéiselresultado.

—Contestadpormí,señorLenet—dijoelduque—;puesyonomesientobastantefuerteenestrategiaparalalucha.

—Señora—dijoLenet,cuyoslabiosaúnnosehabíanabiertomásqueparasonreír—,habíacontraelsitioquevosproponíais,quelosBurdelesesnosonsoldados, sinopaisanos, acostumbradosacenaren sucasaydormircon susmujeres.Ahorabien,unsitioenreglaprivadeunaporcióndecomodidadesaqueestánhabituadosnuestrosciudadanos.ElloshanidoaasaltarlaisladeSanJorgecomoaficionados,no los insultéisporquehoyhanescapadomal,puesvolveránahacersuscuatroleguasyemprenderándenuevolamismaguerratantasvecescomoseanecesario.

—¿Creéisquevolverán?—repusolaprincesa.

—¡Oh! En cuanto a eso, señora—dijo Lenet—, estoy seguro, aprecianmucholaislaparaqueseladejenalrey.

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—¿Ylatomarán?

—Sinduda,unoqueotrodía…

—Puesbien,eldíaque la tomen—exclamólaprincesa—,quieroquesefusileaeseinsolentedeCanolles,sinoserindebajocondición.

Lavizcondesasintióunfríomortalcorrerporsusvenas.

—¡Fusilarle! —dijo el duque de Larochefoucault—. ¡Cáspita! Si es asícomoVuestraAltezaentiendelaguerra,mefelicitosinceramenteelestarenelnúmerodesusamigos.

—Entonces,queserinda.

—YoquisierasaberloquediríaVuestraAltezasiRichónserindiera.

—Richónnoestáen juegoseñorduque;no se trataahoradeRichón. ¡Aver!Queentreunpaisano,un jurado,unconsejero,cualquiercosa,en fin,aquien yo le pueda hablar, y que me asegure que este oprobio no quedaráimpuneparalosquemelohanhechosufrir.

—No puede ser más a tiempo —dijo Lenet—; ahí tenéis al señor deEspañet,quesolicitaelhonordeserintroducidoanteVuestraAlteza.

—Queentre—dijolaprincesa.

Duranteestaconversación,elcorazóndelaseñoradeCambes,tanprontohabía latido con violencia, como se había oprimido, cual si le sujetase unamordaza.Enefecto,presentíaque losburdelesesquerríanhacerlepagarmuycaroaCanollessuprimer triunfo;peroestofuemuchopeorcuandoEspañetvinoconsusprotestasaencareceraunlasasercionesdeLenet.

—Señora—dijo a la princesa—, tranquilíceseVuestraAlteza; en vez decuatromil hombres enviaremos ochomil, en lugar de seis piezas de cañón,irán doce, perderemos doscientos hombres en lugar de ciento, perderemostrescientos,cuatrocientos,siesnecesario,perotomaremosaSanJorge.

—¡Bravo,caballero!—exclamóelduque—,esoestámuybiendicho.Vossabéis que soy vuestro, ya como jefe, ya como voluntario, cuantas vecestentéisestaempresa.Sóloosharéobservar,queaquinientoshombresporvez,suponiendo cuatro expediciones como ésta, quedará nuestro ejército muyreducidoparalaquinta.

—Señorduque—contestóEspañet—,nosotros somosenBurdeos treintamilhombresenestadodellevarlasarmas.Sacaremossiesprecisotodosloscañonesdelarsenalparapresentarlosdelantedelafortaleza,haremosunfuegocapazdereducirapolvounamontañadegranito,yomismopasaréelríoalacabezadeloszapadoresytomaremoslaisla,haceapenasunmomentoquenoshemosjuramentadosolemnemente.

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—Dudo que toméis a San Jorge mientras viva Canolles —dijo lavizcondesadeCambesconvozcasiinteligible.

—Bien —contestó Españet—, le mataremos, o le haremos matar, ytomaremosaSanJorgedespués.

Claraahogóungritodeespanto,próximoaexhalarsedesupecho.

—¿SequieretomaraSanJorge?

—¡Cómosi sequiere!—dijo laprincesa—.Ya lo creo,no sedeseaotracosa.

—Puesbien.Entonces—repusoClara—,quesemedejehacer,yentregarélaplaza.

—¡Bah!—respondiólaprincesa—.Túmehabíasprometidoesomismo,ynosehaconseguido.

—Yo había prometido a Vuestra Alteza hacer una tentativa acerca delseñorbaróndeCanolles,estatentativasaliófallida,porqueencontréalseñordeCanollesinflexible.

—¿Ycreesencontrarlemásflexibledespuésdesutriunfo?

—No.Peroestaveznohedichoqueentregaréalgobernador,digoqueosentregarélaplaza.

—¿Dequémodo?

—Introduciendovuestrossoldadoshastalaplazadelafortaleza.

—¿Sois hada, señora, para encargaros de tal negocio? —preguntóLarochefoucault.

—No,señor,soypropietaria.

—Laseñorasechancea—dijoelduque.

—No,no—repusoLenet—;yoentreveomuchascosasenlasdospalabrasqueacabadepronunciarlavizcondesadeCambes.

—Entoncesesomebasta—dijoClara—,laaprobacióndelseñorLenetestodo para mí. Repito, pues, que San Jorge será tomado, si se me quierepermitirdecircuatropalabrasenparticularalseñorLenet.

—Señora—interrumpióladeTourville—,yotambiéntomoaSanJorgesisemepermiteobrar.

—DejadprimeroquelaseñoradeTourvilleexpongaenaltavozsuplan—dijoLenetdeteniendoalavizcondesa,quequeríallevarleaunrincónapartado—;despuésmediréisvoselnuestroensecreto.

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—Hablad,señora—dijolaprincesa.

—Yo parto de noche con veinte barcas conduciendo doscientosmosqueteros;otrafuerzaigualsedeslizaalolargodelariberaderecha;otroscuatrocientosoquinientossubenpor la ribera izquierda;duranteeste tiempomilomildoscientosBurdeleses…

—Tened presente, señora —dijo Larochefoucault—, que ya tenéisempeñadosmilomildoscientoshombres.

—Yo—dijo la deCambes—, tomo aSan Jorge con sólo una compañía.QuemedenaNavalles,yrespondodetodo.

—Esto merece considerarse —dijo la princesa—; mientras queLarochefoucault sonreía con muestras del mayor desprecio, mirandocompasivamente a todas aquellas mujeres, que disputaban sobre cosas deguerraqueembarazaríanaloshombresmásaudacesyemprendedores.

—Osescucho—dijoLenet—,venid,señora.

YalmismotiempocondujoaladeCambesalhuecodeunaventana.

Claraledijosusecretoaloído,yLenetdejóescaparungritodealegría.

—En efecto—prorrumpió volviéndose hacia la princesa—; esta vez, siqueréisdarcartablancaalavizcondesadeCambes,SanJorgeesvuestro.

—¿Ycuándo?—preguntólaprincesa.

—Cuandosequiera.

—Laseñoraesungrancapitán—dijoLarochefoucaultconironía.

—Asílocreeréis,señorduque—contestóLenet—,cuandohayáisentradotriunfanteenSanJorgesinhaberdisparadountiro.

—Entoncesaprobaré.

—Puesbien—dijolaprincesa—.Siesoestansegurocomodecís,queestétododispuestoparamañana.

—SeaeldíayhoraqueplazcaaVuestraAlteza—contestólavizcondesadeCambes—,esperovuestrasórdenesenmihabitación.

Ydiciendoestaspalabras,saludóyseretiróasucasa.Laprincesa,queenuninstanteacababadepasardelacóleraalaesperanza,hizootrotanto.LadeTourville le siguió. Españet, después de haber repetido sus protestas semarchó,yelduquedijo:

—Yaque lasmujeressehanapoderadode laguerra,meparecequeserápermitidoaloshombresintrigarunpoco.HeoídohablardeuntalCauviñac,encargadoporvosdereclutarunacompañía,aquienmehanpintadocomoun

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hábilsujeto.

—Yohepreguntadoporél;¿habríamediodeverle?

—Casualmenteestáesperando—dijoLenet.

—Quevenga.

Lenettiródelcordóndeunacampanilla,yentróuncriado.

—QueentreelcapitánCauviñac.

Uninstantedespués,nuestroantiguoconocidoaparecióenelumbraldelapuerta;pero,prudentesiempre,sedetuvoallí.

—Acercaos, capitán —dijo el duque—. Yo soy el duque deLarochefoucault.

—Monseñor—contestóCauviñac—,osconozcoperfectamente.

—¡Ah!Tantomejorentonces.¿Voshabéisrecibidoelencargodelevantarunacompañía?

—Estálevantada.

—¿Cuántoshombrestenéisavuestradisposición?

—Cientocincuenta.

—¿Bienequipados,bienarmados?

—Bien armados, mal equipados. Antes de todo, me he ocupado de lasarmas, como de lo más preciso. En cuanto al equipo, como soy un mozobastante desinteresado, y teniendo pormóvil sobre todomi afecto hacia losseñores príncipes, no habiendo recibido del señor Lenet más que diez millibras,mehafaltadodinero.

—¿Ycondiezmillibrashabéisalistadocientocincuentasoldados?

—Sí,monseñor.

—Esoesmaravilloso.

—Monseñor, yo tengo medios, de mí sólo conocidos, con cuya ayudaprocedo.

—¿Ydóndeestánesoshombres?

—Allí están.Vais a ver una hermosa compañía,monseñor, en el sentidomoral,sobretodo, todagentedecondición;niunsólomiserable,esdecir, larazamiserable.

ElduquedeLarochefoucaultseacercóalaventana,yvioefectivamenteenla calle ciento cincuenta hombres de todas edades, estaturas y estados,

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mantenidos en dos filas por Ferguzón, Barrabás, Carrotel y sus otros doscompañeros,vestidosconsusmejorestrajes.Estosindividuosteníanmásbientodas las trazas de una gavilla de bandidos, que no de una compañía desoldados.

Como Cauviñac había dicho, venían en extremo desaliñados, peroperfectamentearmados.

—¿Habéis recibido alguna orden relativa a vuestra gente?—preguntó elduque.

—Herecibidoordende llevarlosaVayres,ysóloespero laconfirmaciónde esaordenpor el señor duqueparadejar todami compañía enmanosdelseñorRichón,quelaespera.

—¿PerovosnoosquedaréisenVayresconellos?

—Yo, monseñor, sigo en mi idea de no encerrarme jamás entre cuatromurallas,cuandopuedocorrer lacampiña.Yonacípara llevar lavidade lospatriarcas.

—Bien;quedaosdondeosacomode,peroenviadvuestragenteaVayres.

—¿Luego decididamente van a formar parte de la guarnición de aquellaplaza?

—Sí.

—¿BajolasórdenesdelseñorRichón?

—Sí.

—Pero, monseñor, ¿qué va a hacer allí mi gente, habiendo ya cerca detrescientoshombresenlaplaza?

—Curiososois.

—¡Oh!Noesporcuriosidad,monseñor,sinoportemor.

—¿Yquéteméis?

—¡Temonoselescondenealainacción!,loqueseríaunacosamuytriste.¡Estanfácildejarenmohecerlasbuenasarmas!

—Tranquilizaos,capitán,noseenmohecerán.Dentrodeochodíastendránquebatirse.

—Peroentoncesmelosmatarán.

—Esprobable; ano serque tengáis el secretodehacerlos invulnerables,comoposeéiselmediodereclutarlos.

—¡Oh!Noes eso, esquequisiera antesdequeme losmatenque se les

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pagase.

—¿Nomehabéisdichoquehabíaisrecibidodiezmillibras?

—Sí, a cuenta.Preguntad al señorLenet, que esunhombre arreglado,yestoyseguroseacordarádenuestrotrato.ElduquesevolvióhaciaLenet.

—Es cierto, señor duque—dijo el irreprochable consejero—, le hemosdado al señorCauviñac diezmil libras al contado para los primeros gastos;perose lehanprometidocienescudosporplazadespuésde laaplicacióndelasdiezmillibras.

—¿Entonces—dijoelduque—,seledebenalcapitántreintaycincomillibras?

—Justas,monseñor.

—Seosdarán.

—¿Nosepudierahablarenpresente,señorduque?

—Nopuedeser.

—¿Porquéno?

—Porquevossoisdenuestrosamigos,yesmenestercumplirantesconlosextraños.Yasabéisquesóloaquiensetemehayprecisióndeacariciar.

—Excelente máxima —repuso Cauviñac—. Sin embargo, en todos loscontratosseacostumbrafijarunplazo.

—Bien;pongámosledeochodías—dijoelduque.

—Corriente;ochodías.

—¿Ysidentrodeochodíasnopagamos?—dijoLenet.

—Entonces—contestóCauviñac—,mehagodueñodemicompañía.

—Esmuyjusto—repusoelduque.

—Yhagodeellaloquequiera.

—Comodecosavuestra.

—Sinembargo…—pronuncióLenet.

—¡Bah!—dijoelduque—.LuegoquelatengamosencerradaenVayres…

—Nomegustaestaclasedetratos—contestóLenetmoviendolacabeza.

—Sin embargo, están muy en uso, en la práctica de Normandía—dijoCauviñac—.Esosellamacontratoderetroventa.

—¿Quedamosconvenidos?—preguntóelduque.

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—Perfectamente—contestóCauviñac.

—¿Ycuándopartirávuestragente?

—Enseguida,silomandáis.

—Puesbien,lomando.

—Enesecaso,yaestánandando,monseñor.

El capitán bajó, dijo dos palabras al oído a Ferguzón, y la compañía deCauviñac, acompañada de todos los curiosos que su extraño aspecto habíareunido,sepusoenmarchaparadirigirsealpuertoenquelaesperabanlostresbuquesenquedebíansubirelDordoñahastaVayres;mientrasquesujefe,fielalosprincipiosdelibertademitidosunmomentoantesenpresenciadelduquedeLarochefoucault,lamirabaalejarseconamor.

Entretanto,laseñoradeCambes,retiradaensucasa,sollozabayoraba.

—¡Ay!—decía—,nomehasidoposiblesalvarsuhonortodoentero,masalmenossalvarélasapariencias.Esmenesterquenoseavencidoporlafuerza,porqueleconozcobien;vencidoporfuerza,moriríadefendiéndose,esprecisoqueaparezcavencidoportraición.Entonces,cuandosepaloquehehechoporélyconquéfinlohago,vencidocomoesté,nopodrámenosdebendecirme.

Ytranquilizadaporestaesperanzaselevantó,escribióalgunaslíneas,queocultóensuseno,ypasóa lacasade laprincesa,queacababademandarlallamar para llevar con ella socorros a los heridos y consuelo y dinero a lasviudasyhuérfanos.

Laprincesareunióatodoslosquehabíantomadoparteenlaexpedición,elogióensunombreyeneldelseñorduquedeEnghienloshechosyaccionesdelosquesehabíandistinguido,conversólargoratoconRavailly,queconelbrazoencabestrillo,lejuróqueestabaprontoaempezaraldíasiguiente,pusolamanosobreelhombroaEspañet,diciéndolequeleconsiderabaaélyasusvalientes Burdeleses como los sostenes más firmes de su partido; en fin,enardecióde talmodo las imaginacionesde todos,que losmásdesanimadosjurarontomarsudesquite,queriendovolverenelmismoinstantealaisladeSanJorge.

—No conviene en este mismo instante —dijo la duquesa—. Tomaddescansohoyyestanoche,ypasandomañanaquedaréisinstaladosenlaislaparasiempre.

Esta aserción, hecha con voz firme, fue acogida con vociferaciones deardor guerrero. Cada uno de aquellos gritos penetraba profundamente en elcorazóndelaseñoradeCambes,porqueerancomootros tantospuñalesqueamenazabanalavidadesuamante.

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—Vealoquemehecomprometido,Clara—dijolaprincesa—.Atitetocacumplirmipromesaaesabuenagente.

—Descuidad señora, —contestó la de Cambes—. Cumpliré lo que heofrecido.

AquellamismanochepartióunmensajeroatodaprisaparalaisladeSanJorge.

XXX

Latraición

Un día por la mañana mientras Canolles hacía su ronda, se acercó a élVibracylediounbilleteyunallavequeunhombredesconocidohabíatraídodurante la noche, yque se lohabíadejado al tenientedeguardiadiciéndolequenoteníarespuesta.

CanollesseestremecióalreconocerlaletradelavizcondesadeCambes,yabrióelbilletetemblando.Heaquíloquecontenía:

«En mi última carta, os prevenía que durante la noche sería atacado elfuerte de San Jorge; y en ésta os prevengo que el fuerte de San Jorge serátomadomañana.

Comohombre,comosoldadodelrey,nocorréisotroriesgoqueeldeserprisionero;pero la señoritadeLartigues se encuentra endiferente caso,y elodioqueseletieneestangrande,quenoesfácilresponderdesuvidasillegaacaerenmanosdelosBurdeleses.Determinándole,pues,ahuir,paralocualvoyadaroslosmedios.

Alacabeceradevuestracama,detrásdeunatapiceríaquellevalasarmasdelosseñoresdeCambes,aquienesenotrotiempopertenecíalaisladeSanJorge, que formaba parte de sus dominios, y que el loco del vizconde deCambes,mimarido,hizodonaciónalrey,encontraréisunapuerta,cuyallaveosenvío.Éstaesunadelasaberturasdeungranpasajesubterráneoquepasapordebajodel ríoy terminaenel castillodeCambes.Hacedescaparpor elpasajea la señoritaNanóndeLartigues…y si la amáis…huidconella.Yorespondodesuvidasobremihonor.Adiós.Estamosenpaz.

VIZCONDESADECAMBES».

El barón leyó y releyó la carta helándose de terror a cada línea,palideciendoacadavezquelaleía,sentíaqueunpoderextrañoleenvolvíaydisponía de él, y no acertaba a profundizar estemisterio.Aquel subterráneo

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quecorrespondíadelacabeceradesucamaalcastillodeCambes,yquedebíaservirleparasalvaraNanón,¿nohabríapodidoservirtambiénsihubiesesidoconocidoestesecreto,paraentregarlaislaalenemigo?

Vibrac seguía sobre el semblante del gobernador las, últimas emocionesquesereflejabanenél.

—¿Malasnoticias,comandante?—preguntó.

—Sí,parecequeseremosatacadosotravezestanoche.

—¡Los testarudos! —dijo Vibrac—, yo creí que se darían por bienazotadosyquenovolveríamosaoírhablarmásde ellos, lomenosenochodías.

—Nonecesitorecomendaroslamayorvigilancia.

—Descuidad, comandante. ¿Sin duda tratarán de sorprendemos como laúltimavez?

—No sé; pero estemos dispuestos a todo, y tomemos las mismasprecaucionesquetomamosentonces.Concluidlarondaenmilugar,puesmeretiroacasaparaexpedirciertasórdenes.

Vibrachizounademostracióndeadhesión,ysealejóconesaindiferenciamilitar con que miran el peligro los hombres a encontrarlo a cada paso,CanollesseretiróasucasatomandotodaslasprecaucionesposiblesparanoservistodeNanón;ydespuésdeestarconvencidodequesehallabasoloensucámara,seencerróconllave.

A la cabecera de su cama estaban las armas de los señores de Cambessobreunapiezadetapiceríarodeadadeunaespeciedecintadeoro.

Levantólacinta,queseparándosedelatapicería,dejóverlajunturadeunapuerta.

EstapuertaseabrióconayudadelallavequelaseñoradeCambeshabíahecho que le entregaran almismo tiempo que su carta, y la abertura de unsubterráneo se presentó profunda a los ojos del barón, prolongándosevisiblementeenladireccióndelcastillodeCambes.

Canolles quedó unmomentomudo con la frente cubierta de sudor. Estemisteriosopasaje,quepodíanoestarsolo,lellenabadeespantoasupesar.

Encendióunabujíaysedispusoavisitarlo.

Descendióprimeroveintegradaspendientes,ycontinuópenetrandoporundeclivemássuaveenlasprofundidadesdelatierra.

Notardóenoírunruidosordoqueleaterróalprincipio,porqueignorabasu causa; pero avanzando más, reconoció sobre su cabeza el inmenso

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murmullodelrío,cuyasaguasrodabanhaciaelmar.

Muchas quebraduras se habían hecho en la bóveda, por las que endiferentesépocashabíandebidofiltrarlasaguas,peroquevistasatiempo,sinduda habían sido tapadas conuna especie de argamasa, que había llegado ahacersemásduraquelapiedra.

Sintióelbarónrodarsobresucabezalasaguasdelríoporespaciodeunosdiezminutos,despuésdeloscualeselruidofuedisminuyendopocoapoco,ynotardómuchoenserunsimplemurmullo,queporúltimoseextinguióasuvez,reemplazándoleelsilencio;ydespuésdehaberandadocincuentapasosenmediodeaquelsilencio,llegóaunaescaleraigualalaquehabíabajado,queterminabaenunapuertamacizaquediezhombresreunidosnohabríanpodidomover,ypuestaapruebadefuegopormediodeunagruesaplanchadehierro.

—Ahoracomprendo—dijoCanolles—;seesperaráaNanónenestapuertayselasalvará.

Entoncessevolvió,pasóotravezpordebajodelrío,encontródenuevolaescalera,entróensuaposento,clavólacinta,ysedirigióenextremopensativoalahabitacióndeNanón.

Nanónestaba,comosiempre,cercadadecartas,papelesylibros.LapobreseñorahacíalaGuerraCivilporelreyasumanera.Alveralbarónletendiólamanoconalborozo.

—Vieneelrey—dijo—,ydentrodeochodíasestaremosfueradepeligro.

—Todoslosdíasviene—contestóelbarónsonriendocontristeza—;maspordesgracia,nolleganunca.

—¡Oh!Estavezestoyinformada—queridoCanolles—,antesdeochodíasestaráaquí.

—Por mucha prisa que se dé, Nanón, llegará para nosotros demasiadotarde.

—¿Quédecís?

—Digo que en lugar de quemaros la sangre sobre esas cartas y esospapeles,haríaismejorenpensarenlosmediosdehuir.

—¡Huir!¿Yporqué?

—Porquetengomalasnoticias,Nanón.Sepreparaunanuevaexpedición,yestavezpuedosucumbir.

—Ybienamigo,¿nohemosconvenidoencorrerlamismasuerte,yenquevuestrafortunaovuestradesgraciasealamía?

—No,esonopuedeserasí.Teniendoquetemerporvos,serémuydébil.

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¿NohanqueridohacerosperecerafuegoenAygén?¿Nohanqueridoarrojarosal río?Escuchad,Nanón.Por piedadhaciamí, no os obstinéis en quedaros;vuestrapresenciameharíacometercualquierbajeza.

—¡Diosmío!Canolles,measustáis.

—Nanón,oslosuplico.Juradmehacer,sisoyatacado,loqueyomande.

—¡Oh,Diosmío!¿Paraquésirveesejuramento?

—Paradarme fuerzasparavivir.Nanón, sinomeprometéisobedecermeciegamente,osjuroquemedejomatarenlaprimeraocasión.

—¡Oh!Todoloquequeráis,Canolles,todo;lojuropornuestroamor.

—¡Gracias a Dios! Querida Nanón, ya estoy más tranquilo. Reunidvuestrasmáspreciosasalhajas.¿Dóndetenéisvuestrooro?

—Enunbarrilreforzadodehierro.

—Preparadlotodo,demodoquepodáisllevarloconsigo.

—¡Oh!Biensabéisqueelverdaderotesorodemicorazónnoesnimioronimisjoyas.Canolles,¿hacéisestoporalejarmedevos?

—Nanón, me creéis hombre de honor, ¿es verdad? Pues bien, sobre mihonor os juro que cuanto hagome lo inspira sólo el temor del peligro quecorréis.

—¿Ycreéisformalmenteenesepeligro?

—CreoquemañanaserátomadalaisladeSanJorge.

—¿Perocómo?

—Nolosé,perolocreoasí.

—¿Ysiconsientoenhuir?

—Harétodoloposibleporvivir,Nanón;oslojuro.

—Mandad,amigo,queyoobedeceré—dijoNanón tendiendo lamanoalbarón, y olvidando, en su ardor por mirarle, las dos gruesas lágrimas quecorríanalolargodesusmejillas.

Canollesestrechó lamanodeNanón,ysalió.Sihubierapermanecidouninstantemásasulado,habríacogidoaquellasdosperlasconsuslabios;peropuso lasmanossobre lacartadeClara,yestacarta,cualun talismán, lediofuerzaparaalejarse.

Eldíacruel.Aquellaamenazatanpositiva«mañanaserátomadalaisladeSanJorge»,resonabaincesantementeenlosoídosdelbarón.¿Cómo,porquémedios,conquécerteza lehablabaasí la señoradeCambes?¿Seríaatacado

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por agua? ¿Lo sería por tierra? ¿De qué punto desconocido vendría estadesgracia,taninvisiblecomocierta?Estoeraparavolverseloco.

Durante el día, el barón se desojó buscando en todas direcciones losenemigos.Al anochecer suvista sondeaba lasprofundidadesdelbosque, loshorizontesdelallanura,lassinuosidadesdelrío;perotodofueenvano,novionada.

Cuando fue completamente de noche, se iluminó un ala del castillo deCambes;siendolavezprimeraqueelbarónvioluzallídesdequeestabaenlaisladeSanJorge.

—¡Ah!—dijo—,lossalvadoresdeNanónestányaensupuesto.Ysuspiróprofundamente.

¡Qué extrañoymisterioso enigma encierra el corazónhumano!CanollesnoamabayaaNanón,adorabaalavizcondesadeCambes;ynoobstante,enelmomentodesepararsede laquenoamaba,sentíadespedazárseleelalma.Sólocuandoestaba lejos,ocuando ibaasepararsedeella,experimentaba laverdadera fuerza del sentimiento singular que le unía a aquella hechiceracriatura.

Toda la guarnición estaba en pie y vigilante sobre lamuralla. El barón,habiendo cesado demirar, interrogaba al silencio de la noche.Nunca habíasido la oscuridadmásmuda, ni había aparecidomás solitaria.Ningún ruidoturbabaaquellacalma,semejantealadeldesierto.

DeprontoleocurrióaCanolles,quetalveziríaapenetrarelenemigoenelfuerte por el subterráneo que él había visitado. Esto no podía ser probable,porque en ese caso no se le habría prevenido; pero no por esto dejó deresolverseaguardaraquelpasaje.Hizoprepararunbarrildepólvoraconunamecha, eligió elmás valiente de los sargentos, colocó el barril en la últimagrada de la escalera del subterráneo, encendió una antorcha, y la puso enmanosdelsargento.Juntoaélhabíaotrosdoshombres.

—Si se presentan más de seis hombres por este subterráneo —dijo alsargento—,intímalesprimeroqueseretiren;ysiseresisten,prendefuegoalamechayhaz rodar elbarril.Comoelpasaje estápendiente, irá a estallar enmediodeellos.

Elsargentotomólaantorcha,losdossoldadosquedarondepieeinmóvilesdetrásdeél,alumbradosporsu luzrojiza,mientrasqueasuspiesseveíaelbarrilllenodepólvora.

Canollesvolvióasubirtranquiloalomenosporestelado;peroalentrarensu sala encontró a Nanón, que habiéndole visto bajar de la fortificación yentrar en su casa, le había seguido para tener alguna noticia. En aquel

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momentomirabaespantadaaquellaaberturaprofunda,quenoconocía.

—¡Oh,Diosmío!—preguntó—:¿Quépuertaesésa?

—Ladelpasajepordondevasahuir,queridaNanón.

—Mehasprometidoquenoexigirásdemíqueteabandonase,sinoencasodeataque.

—Yteloprometootravez.

—Parecequetodoestátranquiloalrededordelaisla,amigomío.

—Todoparecetranquilopordebajotambién,¿noesasí?Ysinembargo,aveintepasosdenosotroshayunbarrildepólvora,unhombreyunaantorcha.Si el hombre acercase la antorcha al barril de pólvora, en menos de unsegundonoquedaría piedra sobrepiedra en el castillo. ¡Yaves,Nanón, quetodoestáencalma!Lajovenpalideció.

—¡Oh!Mehacéistemblar—exclamó.

—Nanón—dijo el barón—, llamad a vuestrasmujeres, que vengan aquíconvuestrosjoyelesyalcamareroconvuestrooro.Acasomehabréengañado,tal vez no pase nada esta noche; pero no importa, es preciso que estemosprevenidos.

—¡Quién vive!—gritó la voz del sargento en el subterráneo. Otra vozrespondió,perosinacentohostil.

—¡Calle!—dijoelbarón—;yaosvienenabuscar.

—Todavía no atacan, amigomío; todo está en calma.Dejadme cerca devos;novendrán.

AlacabarNanóndeproferirestaspalabras,elgritode¡Quiénvive!,resonótresvecesenelpatiointerior,ylaterceravezfueseguidodeladetonacióndeunmosquete.

Canollesseprecipitóhacialaventanaylaabrió.

—¡Alasarmas—gritóelcentinela—,alasarmas!

El barón vio en un ángulo moverse una masa negra, esta masa era elenemigo,quesalíaaborbotonesdeunapuertabajayarqueada,abiertaenunabóveda que servía de leñera. Sin duda en aquella bóveda, como en eldormitoriodelbarón,habíaalgunasalidaignorada.

—¡Ahíestán!—gritóCanolles—.¡Daosprisa,vedlosahí!

En aquel momento contestó una veintena de mosquetes al tiro delcentinela.Dosotresbalasvinieronaromperloshierrosdelaventanaenqueestabaelbarón.Entoncessevolvió;Nanónestabaderodillas.

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Porlapuertainterioracudíansusmujeresysulacayo.

—¡No hay un instante que perder, Nanón! —dijo Canolles—. ¡Venid!¡Venid!

Yarrebatóalajovenensusbrazos,comohabríapodidohacerloconunapluma, y entró en el subterráneo llamando a la gente de Nanón que lesiguiesen.

El sargento estaba en su puesto con la antorcha en la mano, los dossoldados con lamechaencendidaestabandispuestos ahacer fuego sobreungrupo,enmediodelcualaparecíapálidoyprotestandolamásíntimaamistad,nuestroantiguoconocidoMaesePompeyo.

—¡Ah,señordeCanolles!—exclamó—.Decidlesquesomosnosotros lagentequeesperabas;quediablos,estaschanzasnosetienenconlosamigos.

—Pompeyo—dijoelbarón—,osrecomiendoalaseñora;alguienaquienconocéis me ha respondido de ella por su honor, vos me respondéis convuestracabeza.

—Sí,sí,yorespondodetodo—repusoPompeyo.

—Canolles, Canolles, yo no me aparto de vos —exclamó Nanónabrazándosealcuellodeljoven—.Canolles,voshabéisprometidoseguirme.

—Yo he prometido defender el fuerte de San Jorgemientras quede unapiedraenpie,voyacumplirmipromesa.

Y a pesar de los gritos, los lloros, las súplicas de Nanón, el barón laentregó enmanos de Pompeyo, que secundado por dos o tres lacayos de lavizcondesa de Cambes y el propio séquito de la fugitiva, la arrastró a loprofundodelsubterráneo.

Elbarónsiguióuninstanteconlavistaaquelblancoydulcefantasmaquesealejabatendiéndolelosbrazos.

Perosúbitamenteseacordóqueseleesperabaenotraparte,yselanzóalaescaleradiciéndolealsargentoylossoldadosquelesiguiesen.

De Vibrac estaba en la sala sin sombrero, pálido y con la espada en lamano.

—Comandante—exclamóalveralbarón—,elenemigo…elenemigo…

—·Losé…

—¿Quéhacemos?

—¡Pardiez!Lindapregunta,hacernosmatar.

Canolles se precipitó hacia el patio. En el camino halló un hacha de

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minadoresyseapoderódeella.

El patio estaba cuajado de enemigos, sesenta soldados de la guarnición,reunidos en grupo, se esforzaban en defender la puerta de la habitación deCanolles.Por la partede lasmurallas seoíangritosy tiros, que anunciabanquenohabíanadieocioso.

—¡Elcomandante,elcomandante!—gritaronlossoldadosalveralbarón.

—¡Sí, sí! —contestó éste—. El comandante, que viene a morir convosotros.¡Valor,hijos,valor!Nopudiéndoosvencer,oshancogidoatraición.

—En guerra todo vale—dijo la voz burlona de Ravailly—, que con elbrazo en cabestrillo, animabaa sugenteparaque se apoderasedeCanolles.Ríndete,yseteharábuenpartido.

—¡Ah!¿Erestú,Ravailly?—dijoCanolles—.Creía,sinembargo,habertepagadomideudadeamistad.Noestáscontento,espera…

YCanolles,dandounsaltodecincooseispasosalfrente,arrojóaRavaillyel hacha que tenía en la mano con tanta fuerza que fue a hendir, junto alcapitándeNavalles, el cascoyalzacuellodeunoficialde lospaisanos,quecayómuerto.

—¡Canario!—dijoRavailly—. ¿Contestas así a los cumplidos que se tehacen?Verdadesqueyodeberíaestarhabituadoatusmaneras.Amigos,estárabioso.¡Fuegosobreél,fuego!

A esta orden, una gran descarga partió de las filas enemigas, y cayeroncincooseishombresalosladosdeCanolles.

—¡Fuego!—gritóésteasuvez—;¡fuego!

Peroapenascontestarontresocuatromosquetazos.

Sorprendidos donde menos lo esperaban, turbados por la noche, lossoldadosdelbarónhabíandesfallecido.

Canollesvioquenopodíahacernada.

—Entrad—dijoaVibrac—,entrad,yhacedentrarlagente.Nosharemosfuertes,ynonosrendiremossinocuandonostomenporasalto.

—¡Fuego! —dijeron otras dos voces, que eran las de Españet yLarochefoucault—. Acordados de vuestros compañeros muertos que pidenvenganza.¡Fuego!

Y un huracán de plomo silbó de nuevo alrededor del barón, sin tocarle,aunquediezmóporsegundavezsuescasatropa.

—¡Enretirada!—dijoVibrac—,¡enretirada!

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—¡Sus!¡Sus!—gritóRavailly—.¡Avanzad,amigos,avanzad!

LosenemigossearrojaronsobreCanolles,queconunadecenadehombreslomás,sostuvoelchoque,habíarecogidoelfusildeunsoldadomuertoyseservíadeélcomounaclava.

Suscompañerosentraron,yéldetrásdeellosconVibrac.Entonces,losdosempujaron lapuerta,queapesarde losesfuerzosde los sitiadores, lograroncerrarlayatrancarlaconunabarradehierro.

Lasventanaseranenrejadas.

—Hachas, palancas, cañones, si es menester —gritó el duque deLarochefoucault—,esprecisoqueloscojamosatodosvivosomuertos.

Unfuegohorrorososiguióaestaspalabras.Dosotresbalasatravesaronlapuerta;unadeellaspasóelmusloaVibrac.

—Ya estoy despachado, mi comandante —dijo aquél—. Ved ahora elmododearreglaros,queesteasuntoyanomepertenece.

Yseretirórecostándoseenlapared,nopudiéndosetenerenpie.

Canollesmiróasualrededor,yencontróunadocenadehombresenestadodedefensaaún.Estabaentreelloselsargentoquehabíapuestodeplantónenelsubterráneo.

—Laantorcha—ledijo—,¿quéhashechodeella?

—Afemía,comandante,laarrojéjuntoalbarril.

—¿Ardeaún?

—Esprobable.

—Bien.Dispónquesalgantodosesoshombresporlaspuertasyventanasdelaespalda.Compontetúyellosdelmejormodoquepuedas;lodemásmetocaamí.

—Pero,comandante…

—Obedece.

El sargento inclinó la cabeza e indicó a sus soldados que le siguiesen.Enseguida desaparecieron todos en los aposentos interiores, habíancomprendidolaintencióndelbarónynosecuidabandesaltarconél.

Canolles prestó atención un momento. La puerta se hundía a fuerza dehachazos,loquenoimpedíaquecontinuasenlasdescargas:disparabanalazaryhacialasventanascreyendoquedetrásdeellasestabanlossitiados.

Deprontoungranalborotoanuncióquelapuertahabíacedido,yCanolles

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sintiólamultitudqueseagolpabaalcastillocongritosdealegría.

—Bien,bien—murmuró—.Dentrodecincominutos,esosgritosdegozosetrocaránenalaridosdedesesperación.

Yselanzóalagaleríasubterránea.

Perosobreelbarrilhabíaunjovensentado,conlaantorchaasuspiesylacabezaapoyadaenambasmanos.

Alruidolevantóaljovenlacabeza,yCanollesconocióalavizcondesadeCambes.

—¡Ah!—exclamólevantándose—.¡Porfinestáisaquí!

—Clara—murmuróelbarón—,¿aquéhabéisvenido?

—Amorirconvos,siqueréismorir.

—Yoestoyperdido,deshonrado,yesprecisoquemuera.

—¡Oshabéissalvadopormí!

—¡Perdido por vos! ¿Lo oís? ¡Ya vienen, vedlos! Huid, Clara, huid porestesubterráneo;tenéiscincominutos,esmásdeloquenecesitáis.

—Yonohuyo,mequedo.

—¿Perosabéisparaquéhebajadoaquí?¿Sabéisloquevoyahacer?

LavizcondesadeCambes recogió laantorcha,yacercándolaalbarrildepólvora,dijo:

—Losospecho.

—¡Clara!—exclamóCanollesaterrado—,¡Clara!

—Repetidaúnquequeréismorir,ymorimosjuntos…

ElpálidosemblantedelaseñoradeCambesdemostrabatantaresolución,queCanollescomprendióqueeracapazdeloquedecía;ydeteniéndose,dijo:

—Pero,enfin,¿quéqueréis?

—Queosrindáis.

—¡Jamás!

—Eltiempoespreciso—continuóClara—;rendíos.Osofrezcolavida,osofrezcoelhonor,puestoqueosdoylaexcusadelatraición.

—Dejadme huir entonces, para que pueda poner a los pies del rey miespadaydemandarleocasióndetomarlarevancha.

—Nohuiréis.

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—¿Porquéno?

—Por que no puedo vivir así; porque no puedo vivir separada de vos;¡porqueosamo!

—Me rindo, me rindo —exclamó el barón postrándose delante de lavizcondesadeCambes, y arrojando lejos de ella la antorchaque tenía en lamano.

—¡Oh!—murmurólaseñoradeCambes—;estavezle tengoynomelequitarán.

Habíaaquíunacosaextraña,quesinembargo,puedeexplicarse;estacosaeraqueelamorobrasedeunamaneratanopuestaenaquellasdosmujeres.

LavizcondesadeCambes,recatada,apacible, tímida,sehabíaconvertidoendecidida,osadayfuerte.

Nanón, caprichosa, voluntariosa, ardiente, se había trocado en tímida,apacibleyrecatada.

Esto procedía de que la vizcondesa de Cambes se sentía cada vez másquerida de Canolles, y de que Nanón observaba disminuirse día por día suamor.

XXXI

Losvencedores

Cuando el ejército de los príncipes hizo su segunda entrada enBurdeos,fuemuydistintadelaprimera.Estavezhabíalaurelesparatodos,hastaparalosvencidos.

LadelicadezadelavizcondesadeCambeshabíareservadounabuenapartedeellosparaCanolles,quetanluegocomohubofranqueadolabarreraalladode su amigoRavailly a quien dos veces había estado próximo amatar, fuecercadocomoungrancapitányfelicitadocomounvalientesoldado.

Los vecinos de la antevíspera, y especialmente los que habían recibidoalgúngolpeenelcombate, leguardabanciertorencor.PeroCanollesera tanbueno,tanafable,tansencillo;soportabacontantaalegríaydignidadalavezsunuevaposición,queseleveíacercadodeunaporcióndeamigos;hacíandeéltantoselogioslosoficialesysoldadosdelregimientodeNavalles,comosucapitánycomogobernadordeSanJorge,que losBurdelesesno tardaronenolvidarlo todo.Había además otra cosa en qué pensar.El señor deBouillónllegabadentrodeunoodosdías,ylasnoticiasmásrecientesanunciabanque

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dentrodeocho,lomástarde,estaríaelreyenLiburnio.

LaseñoradeCondé,queestabaocultadetrásdelascortinasdesuventana,tenía un vehemente deseo de ver a Canolles, y al verle, le pareció demuygallardaaposturaydignodeloselogiosqueamigosyenemigoshacíandeél.LaseñoradeTourville,queeradedistintaopiniónque laprincesa,dijoquecarecíadedistinción.

Lenet afirmó que le tenía por un galán bizarro; y el señor deLarochefoucaultsecontentócondecir:

—«¡Ah,ah!¡Vedahíalhéroe!».

DesignóseleaCanollessualojamientoenlagranfortalezadelaciudad,enelcastilloTrompeta.Duranteeldíaeracompletamentelibreparapasearseporlaciudad,bienocupándoseensusquehaceresoenmeradistracción.Alahorade retretavolvíaa sudestino, siemprebajopalabradehonordeno tratardeescaparsenitenercorrespondenciaconlosdeafuera.

Antesdehaceresteúltimojuramento,habíaCanollespedidopermisoparaescribir cuatro líneas; este permiso le había sido acordado, y con él habíahechollegaramanosdeNanónlasiguientecarta:

«Prisionero, aunque libre, en Burdeos, bajo mi palabra de no tenercorrespondenciaexterior,osescriboestascuatropalabras,queridaNanón,paraasegurarosmiamistaddequepodríahacerosdudarmisilencio.Meremitoavosparaquedefendáismihonorcercadelreyylareina.

BARÓNDECANOLLES».

En éstas tan suaves condiciones, como se ve, podía reconocerse lainfluenciadelavizcondesadeCambes.

Porespaciodecincooseisdías,nohizoelbarónotracosaqueasistiralosconvitesy fiestasque ledaban sus amigos; constantemente se le encontrabaconRavailly,quesepaseabaconél,yquellevabaenlazadoelbrazoizquierdoconeldeCanolles,porqueelderecholollevabaencabestrillo;cuandobatíaeltambor y los Burdeleses partían para alguna expedición o algún motín, seestabasegurodeversobrelamarchaaCanollesconRavaillydelbrazo,osoloconlasmanosalaespalda,curioso,rienteeinofensivo.

Por lo demás, después de su llegada, no había visto sino rara vez a lavizcondesadeCambes,yapenas lehabíahablado.Leparecíasuficientea laseñoradeCambesconqueCanollesnoestuvieseyacercadeNanón,ysedabapor satisfecha con tenerle, como había dicho, a su lado. Canolles le habíaescritoquejándosedulcemente,yellaentonceslehabíahechorecibirenunaodoscasasdelaciudad,conesaproteccióninvisiblealosojos,peropalpable,alcorazón,pordecirloasí,propiadelamujerqueamasinquererseradivina.

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Habíamás aún.Canollespor lamediacióndeLenet había conseguido elpermisodehacersucortealaseñoradeCondé,yelprisionerosepresentabaallí algunas veces, rodando y coqueteando alrededor de las damas de laprincesa.

Fuera de esto, no había hombre que pareciese más desinteresado ennegocios políticos que Canolles. Ver a la vizcondesa de Cambes, trocaralgunaspalabrasconella,sinopodíahablarle,acogerunaafectuosamirada,estrecharlelamanocuandosubíaalcoche,ofrecerleaguabenditaenlaiglesia,apesardeserhugonote,eranlasgrandesocupacionesdiariasdelprisionero.

Denochepensabaenloqueteníaquehaceraldíasiguiente.

Sin embargo, al cabo de algún tiempo al prisionero ya no le bastabandistracciones.Mascomoconocía laexquisitadelicadezade lavizcondesadeCambes,queauntemíamásporelhonordeCanollesqueporelsuyo,tratódeaumentar el círculo de sus distracciones. En primer lugar se batió con unoficial de la guarnición y con dos paisanos, lo que le hizo entretenerse poralgunashoras.

Perocomoquieraquedesarmóaunodesusadversariosehirióalosotrosdos,notardóenfaltarleestadistracción,pornoencontrargentesdispuestasadistraerle.

Despuéstuvounaodosbuenasconquistas;estonoesextraño,fueradequeCanolles,comohemosdicho,eraunbuenmozo,desdequeestabaprisionero,se había llegado a hacer interesante hasta más no poder. Durante tres díasenteros y toda la mañana del cuarto no se habló de otra cosa que de sucautividad;estoeracasitantocomohablardeladelpríncipe.

UndíaqueCanollesesperabaveralavizcondesadeCambesenlaiglesia,queellatalvezportemordeencontrarlenofueallí,Canollesfielensupuesto,juntoaunacolumna,ofrecióaguabenditaaunahermosaseñora,sinhaberlavistoaún,estonoerafaltadeCanolles,sinodelavizcondesadeCambes;silavizcondesahubieraido,nohabríaélpensadomásqueenella,nohabríavistoaotraniofrecidoaguabenditasinoaella.

Elmismodía,mientras que el barón reflexionaba sobrequiénpodría seraquella lindamorena, recibióunacartade invitaciónparapasar laveladaencasa del asesor general Lavia, el mismo que había querido oponerse a laentrada de la princesa en Burdeos, y que en su calidad de sostén de laautoridad real, era detestado casi en los mismos términos que el señor deEpernón. El barón, que sentía aumentarse por grados la necesidad dedistraerse,acogióconreconocimientolainvitación,ysedirigióalasseisdelatardeacasadelasesorgeneral.

Lahorapodráparecerextrañaanuestroselegantesmodernos,perohabía

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dosrazonesparaqueCanollesacudiesetantempranoalainvitacióndelseñorasesorgeneral;laprimera,quecomoenaquellaépocasecomíaalmediodía,las reuniones empezabanmuchomás temprano, y la segunda, que debiendoestarelbarónporloregularenelcastilloTrompetaalasnueveymedialomástarde, siqueríahacermásqueunasimpleaparición,necesitaba llegarde losprimeros.

Alentrarenelsalón,Canollesdioungritodealegría.

La señora de Lavia no era otra que la linda morena a quien tangalantementehabíaofrecidoaguabenditaaquellamismamañana.Elbarónfueacogidoenlossalonesdelasesorgeneralcomorealistaacreditado.Apenasselepresentó,cuandoseviocircundadodehomenajescapacesdeaturdiraunodelossietesabiosdeGrecia.SecomparósudefensaenelprimerataquealadeHoracioCocles,ysuderrotaalaruinadeTroya,tomadaporlosartificiosdeUlises.

—MiqueridoseñordeCanolles—ledijoelasesorgeneral—,sédebuenatinta que se ha hablado mucho de vos en la corte, y que vuestra hermosadefensa os ha cubierto de gloria; así que la reina ha ofrecido canjearos tanluegocomopueda,yqueeldíaquevolváisasuservicioseráconelempleodemariscal de campo o brigadier. ¿Me parece que tendréis deseos de sercanjeado?

—Os juropormi fe, caballero—contestóCanolles lanzandounamiradamortíferaalaseñoradeLavia—,quemimayordeseoesquelareinanosedéprisa; tendría que canjearme por medio de dinero o en cambio de un buenmilitar.Yonovalgoesegasto,nimerezcoesehonor.Así,pues,esperaríaaqueSu Majestad tomase a Burdeos, donde me encuentro perfectamente; yentoncesmetendríadebalde.

LaseñoradeLaviasesonriógraciosamente.

—¡Qué diablos! —repuso su marido—, habláis fríamente de vuestralibertad,barón.

—¿Por qué me he de acalorar?—dijo Canolles—. ¿Creéis que me seagratovolveralservicioactivo,paraencontrarmeexpuestoamatardiariamentealgunosdemisamigos?

—¿Peroquévidalleváisaquí?—dijoelasesorgeneral—,unavidaindignade un hombre de vuestra calidad, extraño a todo consejo; a toda empresa;obligado a ver a los demás servir a la causa a quepertenecen,mientras vosestáisconlosbrazoscruzados.Nosoismásqueunhombreinútilyocioso,esasituacióndebeserosfastidiosa.ElbarónmiróalaseñoradeLavia,queporsupartelemirabatambién,ydijo:

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—Caballero, no tal, os engañáis; yo no me fastidio nunca. Vosotros osocupáisdepolítica,cosaqueesmuycansada;yohagoelamor,loqueesmásdivertido. Vosotros sois, los unos servidores de la reina, los otros de laprincesa.

—Yonomesometoexclusivamenteaunasoberana;soyesclavodetodaslasseñoras.

Estacontestaciónfueaprobada,ylaseñoradelacasademostrósuopiniónconunasonrisa.

Notardaronenorganizarselaspartidas.Elbarónsepusoajugar.Laseñorade Lavia entró a medias con él contra su marido, que perdió quinientaspistolas.

Al día siguiente el pueblo, no sé con qué motivo, determinó hacer unaasonada.Unpartidariodelospríncipes,másfanáticoquelosdemás,propusoir a romper a pedradas los cristales del señor Lavia. Cuando esto se huboejecutado, propuso otro prender fuego a la casa. Ya acudían a las mechas,cuandollegóCanollesconundestacamentodelregimientodeNavalles,pusoen seguridad a la señora de Lavia, y salvó a su marido de manos de unadocenadefuriosos,quenopudiendoquemarle,queríancolgarlealmenos.

—Ybien, señorhombredeacción—dijoelbarónal asesorgeneral,queestabadescoloridode terror—,¿quédecísahorademiociosidad?¿Nohagobienenestarmequieto?

DespuésdeestoseretiróalcastilloTrompeta,enatenciónaquetocabanyalaretreta.Alentrarensuaposentoencontrósobresuveladorunacarta,cuyaformahizolatirsucorazón,ycuyaletralehizoestremecer.

La letra era de la vizcondesa de Cambes. Canolles abrió almomento lacarta,yleyó:

«Idmañanasoloa la iglesiadelCarmen,acosadelasseisdela tarde,yentrad en el primer confesionario que hay a la izquierda según se entra.Encontraréisabiertalapuerta».

—¡Calle!—dijo el barón para sí—.He aquí una idea original. Despuéshabíaunapost-data,quedecía:

«Noosjactéisdeiradondefuisteisayeryhoy,ynoolvidéisqueBurdeosnoesunaciudadrealista.Reflexionadenlasuertequeanoserporvosibaasufrirelasesorgeneral».

—Bueno—dijoCanolles—,estácelosa.Pormásqueelladiga,hetenidorazónenirayeryhoyacasadelseñorLavia.

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XXXII

Lasprotestasdeamor

Esnecesariodecir,quedesdesullegadaaBurdeos,habíapasadoCanollespor todos los tormentos del amor desgraciado. Había visto a la señora deCambesrodeadadeatenciones,adulada,sinhabersepodidomostraradictoaella, y había tenido que contentarse con alcanzar de paso alguna mirada,sustraída por Clara a la observación de los murmuradores. Después de laescenadelsubterráneo,despuésdelaspalabrasardientestrocadasentreladeCambesyélenaquelmomentosupremo,esteestadodecosas leparecía,nosólotibieza,sinofrialdad.

Sinembargo,comoenelfondodeestafrialdadconocíaCanollesqueerarealyprofundamenteamado,habíatomadopartidodeserelmásinfortunadode los amantes dichosos. Pero fuera de todo esto, el asunto era sencillo.Mercedalapalabraqueselehabíaexigido,denomantenercorrespondenciaconloexterior,habíarelegadoaNanónaesepequeñohuecodelaconciencia,destinado para los remordimientos amorosos; mas como no tenía algunanoticiadelajoven,yporconsiguientesedesvanecíaeldisgustoquesiemprecausaunacarta,esdecir,elrecuerdopalpabledelamujeraquiensefalta,susremordimientosnoleerandeltodoinsoportables.

Sinembargo,aveces,enelmomentoenquelamásalegresonrisadilatabael semblantedelbarón,enelmomentoenquesuvozarticulabapalabrasdeamor,unasombrapasabarápidamenteporsufrente,yunsuspiroseescapaba,sinodesucorazón,almenosdesuslabios.

Este suspiro era por Nanón; esta sombra era el recuerdo de tiempospasados,queproyectabasuvagotinteenelpresente.

LavizcondesadeCambeshabíaobservadoestosinstantesdetristeza.Susojos habían sondeado todas las profundidades del corazón del barón, yreflexionó que no podía dejar a Canolles abandonado a símismo. Entre unantiguoamornoextinguidoenteramenteyunanuevapasiónquepodíanacerdelrestodeaquelgermenardiente,consumidootrasvecesporlasocupacionesmilitaresypor la representacióndeunpuestoelevado,podía redundarenelelemento contrario al amor tan puro que ella trataba de inspirarle. Por otraparte no quería más que ganar tiempo, a fin de que el recuerdo de tantasaventuras romancescas se desvaneciese en algún tanto, después de habertenidodespertadalacuriosidaddetodosloscortesanosdelaprincesa.Acasola vizcondesa de Cambes se engañaba; tal vez confesando abiertamente suamor, habría conseguido que se ocupase enteramente de él, o almenos quepensasepormenostiempoenlopasado.

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Pero de todos, quien seguía con más atención los progresos de aquellapasiónmisteriosa, eraLenet.Durante algún tiempo su ojo observador habíapenetrado la existencia del amor, ignoraba si era solo o correspondido.TambiénlehabíaparecidoquelavizcondesadeCambes,unasvecestrémulaeindecisa, otras fuerte y determinada, casi siempre indiferente a los placeresqueentornosuyosedisfrutaban,estabaverdaderamenteheridaenelcorazón,aquel ardor que le había animado hacia la guerra, se había extinguidosúbitamente;ellaestabapensativa,sonreíasinmotivo,llorabasincausa,cualsisuslabiosysusojosrespondiesenalasvariacionesdesupensamiento.

Estecambiosehabíaverificadohacíaseisosietedías;yestetiempohacíajustamente que el barón se hallaba prisionero. A no dudar, Canolles era elobjetodeesteamor.

Lenet,porotraparte,estabadispuestoafavorecerunamorquepodíadarundíatanbravodefensoralaseñoraprincesa.

El señor de Larochefoucault estaba quizás más adelantado en laexploración del corazón de la vizcondesa de Cambes. Pero sus gestos, susojos,suboca,decíancontantaprecisiónloquesólolespermitíaéldecir,quenadie habría podido afirmar si profesaba amor u odio a la vizcondesa. NohablabatampocodeCanolles,nilemiraba,nohacíamáscasodeélquesinoexistiese; guerreando por otra parte nunca, dándose la importancia de unhéroe, pretensión en que era secundado por un valor a toda prueba y unaverdaderahabilidadmilitar,dabacadadíamásrealceasuposicióndetenientedel generalísimo. El señor de Bouillón, por el contrario, frío, misterioso,calculador,admirablementeescudadoensupolíticaporaccesosdegota,queavecesocurríantanapuntoquehabíaquiendudasedesurealidad,seencubríasiempretodoloposibleparasusnegocios;nopudiendohabituarseamedirelabismo que separaba a Mazarino de Richelieu, y temiendo siempre por sucabeza,queestuvoapiquedeperdersobreelmismocadalsodeCinq-Mars,yquecompródandoencambioaSedán,pueblosuyo,yrenunciando,sinodederecho,dehechoalmenos,asucalidaddepríncipesoberano.

Encuantoalaciudad,seveíaarrastradaporeltorrentedelascostumbrescortesanas,queportodaspartessedesbordabasobreella.Colocadosentredosfuegos, entredosmuertes, entredos ruinas, losBurdeleses estaban tanpocotranquilosdeldíademañana,quebiennecesitabansuavizaraquellaexistenciaprecaria,quepodíanocontarelporvenirsinoporsegundos.

Aún no se había disipado el recuerdo de La Rochela, devastada en otraocasión por Luis XIII, ni la admiración profunda que mereciera Ana deAustriaporaquelhechodearmas:¿porquénopodríaofrecerBurdeosaloído,yalaambicióndeestaprincesaunasegundaedicióndeLaRochela?

Seolvidabasiemprequehabíamuertoelquecolocabasunivelsobre las

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cabezasymurallasmáselevadas,yqueelcardenaldeMazarinoeraapenaslasombradelcardenaldeRichelieu.

Estevértigoseapoderabadetodos,inclusoCanolles,verdadesqueésteavecesdudabadetodo,yenestosaccesosdeescepticismodudabadelamordela vizcondesa de Cambes como de las demás cosas del mundo. En estosmomentos,Nanónseengrandecíaensucorazón,mástiernaydecididaensuausencia.Sienaquellosmomentoshubieraaparecidoantesuvista,apesardesuespírituinconstante,habríacaídoasuspies.

Enmediode todasestas incoherenciasdepensamientos,quesólopuedencomprender los corazones que se han hallado entre dos amores, se hallabaCanollescuandorecibiólacartadelavizcondesa.Nohayparaquédecirqueenaquelmismoinstantedesapareciótodaotraidea.

Despuésdehaberlaleído,nocomprendíaquehubiesepodidoamarjamásaotramujerquea lavizcondesadeCambes;despuésdehaberlavueltoa leercreyónohaberamadonuncaaotra.

Elbarónpasóunadeesasnochesdefiebrequeabrasanytranquilizanalavez, por servir la felicidad de contrapeso al insomnio.A pesar de no haberpegadolosojosentodalanoche,sehabíalevantadoalamanecer.

Sabidoescómopasan losenamorados lashorasqueprecedenaunacita;mirandosureloj,yendodeaquíparaallí,tropezandoconsusmejoresamigos,aquienesnoconocen;elbarónhizotodaslaslocurasquesuestadoexigía.

A la hora precisa (por supuesto era la vigésima vez que entraba en laiglesia) fue al confesionario, que estaba abierto. Los rayos del sol ponientefiltraban a través de los vidrios sombríos; todo el interior del monumentoreligiosoestabailuminadoporesa luz tandulcepara losqueoranypara losque aman. Canolles habría dado un año de su vida por no perder en talmomentounaesperanza.

Miróalrededordesí,paraasegurarsebiendequelaiglesiaestabadesierta,escudriñóconlavistacapillaporcapilla,ycuandoestuvosegurodequenadiepodíaverleentróenelconfesionario,quecerrótrasdesí.Uninstantedespués,Clara,envueltaenuntupidomanto,aparecióalapuerta,encuyaparteexteriordejóaPompeyodecentinela;ydespuésdehaberseaseguradoasuvezdequeno podía correr peligro de ser vista, fue a arrodillarse en uno de losreclinatoriosdelconfesionario.

—¡Por fin —dijo Canolles—, sois vos, señora! ¡Por último, os habéiscompadecidodemí!

—Bien era menester hacerlo, al ver que os encaminabais a vuestraperdición—contestóClara, turbadadedecir en el tribunal de la verdaduna

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mentirabastanteinocente,peroquenodejabadeserunamentira.

—¡Según eso, señora—repuso el barón—, debo el beneficio de vuestrapresenciaaunsimplesentimientodeconmiseración!¡Oh!Nomenegaréisquetengoderechoaesperardevosalgomásqueeso.

—Hablemosformalmente,ycualconvieneenunlugarsanto—dijoClara,tratando en vano de serenar su voz conmovida—. Repito que os perdíaisyendoacasadelseñorLavia,elenemigojuradodelaprincesa.AyerlosupolaseñoradeCondé,debocadel señordeLarochefoucault,que todo lo sabe,ydijoestaspalabras,quemehanllenadodepavor:

—«Si tenemos que temer también los complots de nuestros prisioneros,seráprecisohacerusodelaseveridad,encambiodelaindulgenciaquehemosdispensado,enlassituacionesprecariassonnecesariasdecisionesvigorosas,ynosóloestamosdispuestosaadoptarlas,sinotambiénaejecutarlas».

La señora de Cambes pronunció estas palabras con voz más firmepareciéndolequeenfavordelpretextoexcusaríaDioslaacción.Éstaeraunaespeciedesordinaqueellacolocabaensuconciencia.

—YonosoycaballerodeSuAlteza,señora—contestóCanolles—;losoyvuestroynadamás.Avosmeherendido,sí,avossola;yvossabéisenquécircunstanciayconquécondición.

—Nocreía—repusoClara—,quehubiesehabidoningunascondiciones.

—Esciertoquenolaspronunciaronloslabios,perolasacordabaquizáselcorazón.¡Ah!¡Señora,despuésdeloquemedijisteis,despuésdeladichaquemedejasteisentrever,despuésdelasesperanzasquemehicisteisconcebir!…¡Ah!Convenid,señora,enquehabéissidomuycruel.

—Amigo—contestó Clara—, ¿merezco queme reconvengáis por haberpensadoenvuestrafelicidadalavezqueenlamía?Necesarioesqueconfiesequenomecomprendéis,porquesiasífuera,loadivinaríais.¿Noconocéisquehe sufrido tanto como vos, más que vos, porque no he tenido fuerzas parasoportarestepadecimiento?

—Oídme,yquemispalabras,nacidasdelomásprofundodemicorazón,entrenenlomásprofundodelvuestro.

—Amigo,oslohedicho,hesufridomásquevos,porquemeasediabanuntemor, temor que vos no podíais tener, sabiendo muy bien que no amo aningúnotro.¿Permaneciendoaquítenéisalgúnpesarporlaquenoloestá,yenlossueñosdevuestroporvenirtenéisalgunaesperanzaquenoserefieraamí?

—Señora, reclamáis mi franqueza, y voy a hablaros francamente; sicuandomeabandonáisamisdolorosasreflexiones;cuandomedejáissoloen

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presencia de lo pasado; cuando por vuestra ausencia me condenáis a vivirerrante entre garitos con esos necios empenachados que cortejan a suspaisanas; cuandovuestramirada evita encontrarse con lamía, omevendéistancaraunapalabraounaleveinsinuación,dequeacasosoyindigno,simepesanohabersidomuertocombatiendo,meechoencaraelhabermerendido,tengopesaresyremordimientos.

—¿Remordimientos?

—Sí, señora, remordimientos. Porque tan cierto como Dios está en esesantoaltarelcualosdigoqueosamo,hayenestemomentounamujerquellora,quegime,quedaríapormísuvida;ysinembargo,diceensu interiorquesoyuncobardeountraidor.

—¡Oh,caballero!

—Sinduda,señora.¿Noledebotodoloquesoy?¿Nolehabíajuradodesalvarla?

—¿Yqué,nolahabéissalvado?

—Sí,delosenemigosquehabríanpodidoatormentarsuvida,peronodeladesesperaciónqueestarádestrozandosupecho, si sabequemehe rendidoavos.

Lavizcondesabajólacabezaysuspiró.

—¡Ah!¡Nomeamáis!—dijo.

Elbarónsuspiróasuvez.

—No quiero obligaros, caballero—continuóClara—; no quiero hacerosperder una amiga. Pero ya lo sabéis, también os amo yo, y vengo ademandaros vuestro amor espontáneo y exclusivo; vengo a deciros que soylibreyosentregomimano.Oslaofrezcoporquenoencuentropersonaqueosiguale,porquenoconozcoanadiequeosaventaje.

—¡Ah!Señora,metransportáis,mehacéiselmásfelizdeloshombres.

—¡Oh!—dijoella—.Vos,caballero,nomeamáis.

—Yoosamo,osadoro;peronomeesposibleexplicarcuántohesufridoporvuestrosilencioyvuestrareserva.

—¡Diosmío!¿Vosotros loshombresnoadivináisnada?—contestóClaraalzandoalcielolosojos—.¿NohabéisconocidoquenoqueríaquesepudiesecreerquelarendicióndelaisladeSanJorgesedebíaaunarreglohabidoentrenosotros?No, yo quería que, canjeado por la reina o recobrado pormí,mepertenecieseissinreserva.

—¡Ay!Vosnohabéisqueridoesperar.

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—¡Oh!Señora, esperaré.Concededmeunahora como ésta, una promesadevuestradulcevozmedigaquemeamáis,yesperaréhoras,días,años…

—¿AmáisaúnalaseñoritadeLartigues?—dijolavizcondesadeCambesmoviendolacabeza.

—Señora —contestó Canolles—, si os dijese que no le profeso unreconocimiento de amistad, mentiría, creedme, y aceptadme con esesentimiento.Osdoytodocuantopuedodarosdeamor,yesteamoresmucho.

—¡Ay!Nosésidehechoaceptar,porquedemostráisteneruncorazónmuygeneroso,perotambiénmuyamante.

—Escuchad—dijoelbarón—.Yomoriríaporevitarosunalágrima,yhagollorarsinconvencermealaquedecís.¡Pobremujer!Ellatieneenemigos,ylosquenolaconocenlamaldicen.Vosnotenéismásqueamigos;osamanlosqueosconocen,yosrespetanhastalosquenooshanvistojamás.Juzgad,pues,acerca de la diferencia de estos dos sentimientos, ordenando el uno pormiconcienciayelotropormicorazón.

—Gracias, amigomío. ¿Pero cedéis tal vez a unmovimiento de ternuraproducido por mi presencia, del cual podríais arrepentiros? Meditad mispalabras,osdoydetérminohastamañanapararesponder.SiqueréisdeciralgoalaseñoritadeLartigues,sideseáisreunirosconella,soislibre,Canolles;yoos tomaré de la mano y os conduciré yo misma fuera de las puertas deBurdeos.

—Señora—contestóCanolles—, es inútil esperar amañana.Os lo digoconuncorazónardiente,sí,peroconlacabezafría,osamo,noamoaotra,niamaréjamásaningunasinoavos.

—¡Ah!Gracias,gracias,amigo—exclamóClara,haciendocorrerlarejillay pasando su mano por la abertura—. Vuestra es mi mano, vuestro es micorazón.

Elbaróncogióaquellamanoylacubriódebesos.

—Pompeyomehace señasdequees tiempode salir—dijoClara—;sindudavanacerrarlaiglesia.Adiós,amigomío,hastamásver.Mañanaseréisfeliz,porqueyoserédichosa.

Y no pudiendo dominar el sentimiento que hacia el barón la arrastraba,atrajoasuvezsumanohaciaella,besólaextremidaddesusdedosysealejórápidamente,dejandoaCanollescontentocomolosángeles,cuyoscelestialesconciertosparecíantenerunecoensucorazón.

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XXXIII

LafortalezadeVayres

Entretanto,comohabíadichoNanón,elrey,lareina,MazarinoyelseñordeLaMeillerayesehabíanpuestoencaminoparacastigaralaciudadrebeldeque se había atrevido a tomar abiertamente el partido de los príncipes; yaunquecaminabanmuydespacio,sinembargoseibanyaaproximando.

Al llegar a Liburnio, recibió el rey una diputación de los Burdeleses,encargada de asegurarle su respeto y su lealtad. En el estado en que sehallabanlascosas,estaasercióneraextraña.

Así,pues,lareinarecibióalosembajadorescontodasualtivezaustríaca.

—Señores—les dijo—, vamos a seguir nuestro camino para Vayres, yprontopodremosjuzgarpornosotrosmismossivuestralealtadyrespetosontansinceroscomodecís.

AldecirVayres,losdiputados,impuestossindudaenalgunacircunstanciaignorada de la reina, se miraron unos a otros con cierta inquietud. Ana deAustria,aquiennadaseocultaba,nodejódeobservaraquellamirada.

—¡Vamos a Vayres sobre la marcha!—dijo—. Aquella plaza es buena,segúnnoshainformadoelduquedeEpernón,yallíalojaremosalrey.

—¿QuiénmandaenVayres?—preguntó.

—Dicen,señora—contestóGuitaut—,queesungobernadornuevo.

—Hombreseguro,¿noescierto?—dijolareinaarrugandoelentrecejo.

—HombredelseñorduquedeEpernón.

Lafrentedelareinasedespejó.

—Siendoasí,marchemospronto—dijoella.

—Señora—dijoelduquedeLaMeilleraye—,VuestraAltezaharáloqueguste,perocreoquenoconvendríacaminarmásdeprisaqueelejército.UnaentradamarcialenlaciudadeladeVayresseríamuyoportuna,puesesbuenoquelossúbditosdelreyconozcanlasfuerzasdeSuMajestad,estoanimaaloslealesydesesperaalospérfidos.

—MeparecequeelseñordeLaMeillerayetienerazón—dijoelcardenaldeMazarino.

—Y yo digo que piensamal—contestó la reina—.Hasta Burdeos nadatenemosquetemer,elreyesfuerteporsímismoynoporsustropas.

ElseñordeLaMeillerayeinclinólacabezaenseñaldeobediencia.

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—OrdeneVuestraAltezacomoreina—dijo.

LareinallamóaGuitautylemandóreuniralosguardias,losmosqueterosyloscaballeros.Elreymontóacaballoysepusoasucabeza.LasobrinadeMazarinoylasdamasdehonorsubieronaunacarroza.

Actocontinuo,sepusieronenmarchaparaVayres.

Detrásibaelejército;ysólohabíaquehacerdiezleguas,debíallegartresocuatro horas después que el rey, y acampar sobre la ribera izquierda delDordoña.

El rey tenía apenas doce años, y sin embargo era ya un lindo caballero;manejabacongraciasumontura,ydemostrabaentodasupersonaelorgullode nacimiento, quemás adelante le hizo el más exigente rey de Europa enmateriadeetiqueta.Educadobajo la inspecciónde la reina,peroperseguidopor las eternas tacañerías del cardenal, que le privaba de las cosas másnecesarias,esperabaconsuma impaciencia lahoradesumayoría,quedebíarealizarse el cincode septiembre del siguiente año; y por vía de adelanto, avecesenmediodesuscaprichosdeniño,dejabaescapararranquesreales,queindicaban lo que sería algún día. Esta campaña se le había presentado conaspecto por demás risueño, pues era una especie de emancipación, unaprendizaje,unensayodereinado.

Marchaba,pues,conorgullo,yaalaportezueladelacarroza,saludandoalareinayhaciendoarrumacosalaseñoradeFrontenal,dequienselesuponíaenamorado, ya a la cabeza de su casa, conversando con el señor de LaMeillerayeyconelviejoGuitautdelascampañasdelreyLuisXIIIydelasproezasdelseñorcardenal.

Andandoyplaticandodeestemodoseadelantabacamino,yyaempezabanadistinguirse las torresy lasgaleríasdel fuertedeVayres.Hacíaun tiempomagnífico,elpaisajeestabapintoresco,elsollanzabasusrayosoblicuossobreelrío;yeratantalaalegríayelbuenhumorquemanifestabalareina,quesehabría creído que iban de paseo. El rey caminaba entre el señor de LaMeilleraye y Guitaut mirando la plaza, en la cual no se percibía el menormovimiento, aunque era más que probable que los centinelas que sedescubríanhubiesenporsuparteobservadoyadvertidolaaproximacióndelabrillantevanguardiadelrey.

Lacarrozadelareinaredoblóelpasoyvinoaponerseenprimeralínea.

—Unacosameadmira—dijoMazarino—señormariscal.

—¿Cuál?,monseñor.

—Meparecequeconanticipaciónsaben losbuenosgobernadores loquepasaen las inmediacionesdesus fortalezas;yquecuandoun reyse toma la

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pena de marchar hacia dichas fortalezas, le deben sus gobernadores unadiputaciónalomenos.

—¡Oh!¡Bah!—dijo lareinasoltandounacarcajadaruidosayforzada—,¡ceremonias! Adelante, a mí me gusta más la fidelidad. El señor de LaMeillerayesecubrióelsemblanteconsupañueloparaocultar,sinounviaje,alomenoseldeseoquedehacerletenía.

—Estoy observando que nadie se mueve —dijo el joven rey bastantedisgustadodesemejanteolvidodelasreglasdeetiqueta,enquemásadelantedebíafundarlasbasesdesugrandeza.

—Señor —contestó Ana de Austria—, los señores de La Meilleraye yGuitaut os dirán que el primer deber de un gobernador, sobre todo en paísenemigo,es,paraevitarunasorpresa,permanecerquietoyacubiertodetrásdesus murallas. Ved cómo flota sobre la ciudadela vuestro estandarte, elestandartedeEnriqueIVydeFranciscoI.

Ymostrabaconorgulloaquelemblemasignificativo,queprobabacuántarazónteníaensuesperanza.

La comitiva siguió lamarcha; y habiéndose aproximadomás, descubrióunaobraavanzada,queparecíalevantadapocosdíasantes.

—¡Ah, ah! —dijo el mariscal—, parece que el gobernador esefectivamente hombre que lo entiende. Este puesto avanzado estámuy bienelegido,yesatrincheramuybientrazada.

Lareinasacólacabezaporlaportezuela,yelreysealzósobrelosestribos.

Tansólouncentinelasepaseabasobrelamedialuna;peroporlodemáslatrincheraparecíaestartandesiertacomolaciudadela.

—No importa—dijo Mazarino—; aunque no soy soldado y aunque noconozcalosdeberesmilitaresdeungobernador,encuentroextrañoestemododeobrarconrespectoaunrey.

—Avancemosmás—dijoelmariscal—;yaveremos.

Cuando laescasa tropaestuvosóloaunoscincopasosde la trinchera,elcentinela,quehastaentonceshabíapaseadoalolargo,sedetuvo;ydespuésdeunmomentodeexamen,gritó:

—¿Quiénvive?

—¡Elrey!—respondióelseñordeLaMeilleraye.

A esta sola palabra esperaba Ana de Austria ver correr los soldados,apresurarselosoficiales,bajarselospuentes,abrirselaspuertasycentellarenaltolasespadas.Peronadadeestosucedió.

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El centinela llevó la pierna derecha a la inmediación del talón de laizquierda,apuntóelmosquetehacialosquellegaban,ysecontentócondecirconvozaltayserena:

—¡Altoahí!

Elreypalideciódecólera;AnadeAustriasemordióloslabioshastabrotarsangre;Mazarinomurmuróun juramento italiano, que estaba poco admitidoen Francia, pero que nunca había podido olvidar; el señor mariscal de LaMeilleraye no hizo más que mirar a Sus Majestades, pero de un modoelocuente.

—Me gustan las medidas preventivas en mi servicio —dijo la reina,tratandodeengañarseasímisma—,porquenoobstantelaaparenteserenidaddesusemblante,comenzabaainquietarseenelfondodesucorazón.

—Amímeagradaelrespetoamipersona—murmuróeljovenreyfijandosumiradagravesobreelimpasiblecentinela.Entretanto,elgritode:«¡Elrey,el rey!». Pronunciado por el centinela, más como aviso que comodemostraciónderespeto,fuereproducidopordosotresvoces,yllegóhastaelcuerpode laplaza.Entoncesaparecióunhombresobre lacoronaciónde losfuertes,ysedesplegóenderredorsuyolaguarnición.

Estehombrelevantóenaltosubastóndemando;enseguidalos tamboresbatieron marcha, los soldados de la fortaleza presentaron las armas, y uncañonazoretumbógraveysolemne.

—¿Veis? —dijo la reina—, ya entran en su deber; más vale tarde quenunca.Pasemos.

—Perdonad, señora—dijo elmariscal de LaMeilleraye—, pero no veoabsolutamentequenosabranlaspuertas,ysinesterequisitonocreoqueseráfácilpoderentrar.

—Lo habrán olvidado en medio de la admiración y entusiasmo que lescausa esta augusta visita que no esperaban recibir—se apresuró a decir uncortesano.

—Esas cosas no se olvidan, caballero —contestó el mariscal. Después,volviéndosealreyyalareina,añadió:

—¿MepermitiránVuestrasMajestadesquelesdéunconsejo?

—Hablad,mariscal.

—VuestrasMajestades deberían retirarse a quinientos pasos de aquí conGuitautysusguardias,mientrasqueconlosmosqueterosyligerosreconozcolaplaza.

Lareinanorespondiómásqueesto:

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—¡Adelante!Veremossisenosimpideelpaso.

El jovenrey, llenodeentusiasmo,picósucaballo,yseencontróaveintepasosdelfuerte.

ElmariscalyGuitautfueronareunirseaescape.

—¡No se pasa!… —dijo el centinela—, que no había abandonado suposiciónhostil.

—¡Eselrey!—dijeronlospajes.

—¡Atrás!…—repusoelcentinelaconungestoamenazador.

Almismo tiempo se vieron asomar detrás del parapeto los sombreros ymosquetesdelossoldadosqueguardabanlaprimeratrinchera.

Unlargomurmullosucedióaestaspalabras;yatalaparición,elseñordeLaMeillerayeafianzóelbocadodelcaballodelreyylehizovolverlabrida,mandandoalejarsealmismotiempoalcocherodelareina.Lasdosmajestadesinsultadas se retiraron a mil pasos poco más o menos de las primerasfortificaciones, mientras que su séquito se dispersaba como una banda depájarosaltirodeuncazador.

EntonceselmariscaldeLaMeilleraye,dueñodelaposición,mandóunoscincuentahombresparaescoltaralreyyalareina,yreuniendoelrestodesutropa,volvióconellahacialastrincheras.

Cuando estuvo a cien pasos de los fosos, el centinela, que habíaemprendidonuevamentesupaseotranquiloymesurado,sevolvióaparar.

—Tomaduna trompeta, ponedvuestropañuelo en la puntade la espada,Guitaut—dijo el mariscal—, e id a intimar la rendición a ese gobernadorimpertinente.

Guitaut obedeció. Enarboló la enseña de paz que en todos países delmundoprotegealosheraldos,yavanzóhacialatrinchera.

—¿Quiénvive?—dijoelcentinela.

—Parlamentario—contestóGuitautagitandosuespadayel lienzoqueladecoraba.

—Dejadle venir—dijo elmismo hombre que ya se había visto aparecersobre lamurallade laplaza,yquesindudasehabíadirigidoaaquelpuestoavanzadoporuncaminocubierto.

Abrióselapuertaysebajóunpuente.

—¿Quéqueréis?—preguntóunoficialqueleesperabaenlapuerta.

—Hablaralgobernador—contestóGuitaut.

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—Yosoy—repusoelhombrequehabíaaparecidoyadosveces,unasobrelamuralladelaplazayotrasobreelparapetodelastrincheras.

Guitautobservóqueestehombreestabamuypálido,tranquiloyatento.

—¿SoiselgobernadordeVayres?—dijoGuitaut.

—Sí,señor.

—¿YrehusáisabrirlapuertadevuestrafortalezaaSuMajestadelreyyalareinaregente?

—Mucholosiento.

—¿Yquépretendéis?

—Libertad de los señores príncipes, cuyo cautiverio arruina y desola alreino.

—SuMajestadnoparlamentaconsussúbditos.

—¡Ay!Losabemos,caballero;poresoestamosdispuestosamorir,porquesabemosquemoriremosporelserviciodeSuMajestad,aunqueenaparienciademosmuestradehacerlelaguerra.

—Estábien—contestóGuitaut—;noqueremossabermás.

Y después de haber saludado al gobernador, que le contestó muycortésmente,seretiró.

Ningúnmovimientosenotósobreelbaluarte.

Guitautfueareunirseconelmariscal,aquiendiocuentadesumisión.

—Que partan a galope—dijo el mariscal extendiendo la mano hacia laaldea de Ison—, cincuenta hombres, y que traigan al momento todas lasescalasquepuedanencontrar.

Cincuentahombressalieronaescape;ycomoelpueblecillonoestabamuydistante,llegaronalinstanteaél.

—Ahora,señores—dijoelmariscal—,echadpieatierra;lamitadarmadademosquetesprotegeráelasalto,ylosrestantesescalaránlafortaleza.

Aquella orden fue acogida con gritos de alegría. Los guardias, losmosqueterosylosligerosdesmontaronalmomentoycargaronlasarmas.

Durante este tiempo, los cincuenta forrajeros volvieron con unas veinteescalas.

Todoaparecíatranquiloenlosbaluartes.Elcentinelasepaseabaalolargo,yseguíanviéndoseporencimadelagaleríaasomarlosmosquetesylasalasdelossombreros.

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La tropa real se puso en marcha, mandada por el mariscal en persona.Componíase de cuatrocientos hombres todo lo más, de los cuales la mitad,según había dispuesto el mariscal, se preparaba a subir al asalto, y la otramitadasostenerlaescalada.

El rey, la reina y su corte seguían desde lejos con ansiedad losmovimientosdelapequeñatropa.Lareinamismaparecíahaberperdidotodasufirmeza;yparavermejor,habíahechovolversucarruaje,presentandounodesuscostadosalafortificación.

Apenas habrían andado veinte pasos los sitiadores, cuando el centinela,acercándosealbordedelreducto,gritóconvozestentórea.

—¡Quiénvive!

—¡Quiénvive!—gritóporsegundavezelcentinelapreparandosuarma.

—¡Quiénvive!—repitióporterceravezapuntando.

—Fuegosobreeseinfame—dijoelseñordeLaMeilleraye.

Enelmismoinstanteunadescargasaliódelasfilasrealistas,elcentinelaherido vaciló, dejó escapar su mosquete, que bajó rodando al foso, y cayógritando:

—¡Alasarmas!

Tansólouncañonazocontestóalrompimientodelashostilidades;labalapasósilbandoporencimadelaprimerafila,penetróenlasegundaytercera,derribóacuatrosoldadosyfuebotandoadestriparuncaballodelcarruajedelareina.

Un prolongado grito de terror partió del grupo que guardaba a SusMajestades,yel rey retrocedióa supesar.AnadeAustriaestuvopróximaadesvanecersederabiayMazarinodemiedo.Secortaronlostirosdelcaballomuertoy los de los vivos, que encabritándosede terror, estabanpróximos ahacerpedazoselcarruaje.Ochoodiezguardiasseataronensulugarysacaronalareinafueradelalcancedelasbalas.

Durante este tiempo, el gobernadorhabíadescubiertounabateríade seispiezas.

Cuando LaMeilleraye vio esta batería, que en pocosmomentos hubieradado al traste con sus tres compañías, conoció que sería inútil llevar másadelanteelataque,yordenólaretirada.

En elmomento en que la tropa dio su primer paso atrás, desaparecierontodaslasdisposicioneshostilesdelafortaleza.Elmariscalfueareunirseconlareina,y leaconsejóqueeligieraunpuntocualquieraen lascercaníasparaestablecer su cuartel general. La reina vio a la otra parte del Dordoña una

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casitaaisladaperdidaentrelosárboles,semejanteauncastillejo.

—Mirad—dijoaGuitaut—,aquellacasa,vedaquiénperteneceypedidhospitalidadparamí.

Guitautpartióalmismoinstante,atravesóelríoenlabarcadelbatelerodeIson, y volvió diciendo que la casa estaba inhabitada, a excepción de unaespecie de mayordomo, el que había contestado que la casa pertenecía alduquedeEpernónyestabaalasórdenesdeSuMajestad.

—Puesbien,partamos—dijolareina—;¿perodóndeestáelrey?

LlamaronaljovenLuisXIV,quesehabíaseparadounpoco;sevolvió,yaunquehizoloposibleparaocultarsuslágrimas,sevioquehabíallorado.

—¿Quétenéis,señor?—preguntólareina.

—¡Oh!Nada,señora—contestóelniño—,algúndíaesperoqueserérey,yentonces…¡desgraciadosdelosquemehayanofendido!

—¿Cómosellamaelgobernador?—preguntólareina.

Ningunolepudocontestar,porqueloignoraban.

Perohabiéndolepreguntadoelbarquero,dijoquesellamabaRichón.

—Estábien—repusolareina—;meacordarédeesenombre.

—Yyotambién—dijoeljovenrey.

XXXIV

Ataqueydefensa

UnoscienhombresdelacasarealpasaronelDordoñaconSusMajestades,y los restantes quedaron con el señor de La Meilleraye, que habiendodeterminadoponersitioaVayres,esperabaalejército.

Apenas se hubo instalado la reina en la casita, que,merced al fausto deNanón,encontrómuchomáshabitablede loqueesperaba,sepresentóensuhabitaciónGuitaut,yledijoqueuncapitánquepretendíatenerquetratardeunnegocioimportante,ledemandabaelhonordeunaaudiencia.

—¿Yquécapitánesése?—preguntólareina.

—ElcapitánCauviñac,señora.

—¿Esdemiejército?

—Meparecequeno.

—Informaos;ysinoesdemiejército,decidlequenopuedorecibirle.

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—VuestraMajestadmeperdonarásinosoyde lamismaopiniónenestepunto—dijoMazarino—;peromeparecequesinofuesedenuestroejército,escuandoprecisamentedeberíaisrecibirle.

—¿Yporqué?

—Siendodel ejércitodeVuestraMajestadypidiendouna audiencia a lareina,nopuedesersinounsúbditofiel;cuando,porelcontrario,sipertenecealejércitorebelde,puedeseruntraidor.Ahorabien,enestemomento,señora,lostraidoresnosondespreciables,siseatiendeaquepuedensermuyútiles.

—Que entre —dijo la reina—, pues que tal es la opinión del señorcardenal.

Enseguidafueintroducidoelcapitán,quesepresentóconunaconfianzayfacilidad,queadmiraronalareina,puesestabahabituadaaproducirenlosquelerodeabanunaimpresiónopuesta.

—¿Quiénsois?—dijolareina.

—ElcapitánCauviñac—contestóelreciénllegado.

—¿Alserviciodequiénestáis?

—AlserviciodeVuestraMajestad,silotieneabien.

—¿Silotengoabien?Sinduda.¿Además,hayotroservicioenelreino?¿SomosdoslasreinasdeFrancia?.

—Es verdad que no hay en Franciamás que una reina, y ésta es la quetienelabondaddepermitirdepongaasuspiesenesteinstantelossentimientosdemimáshumilderespeto;perohaydosopiniones,alomenos,segúnmehaparecidohaceunmomento.

—¿Quéqueréisdecir?—dijoarrugandoelentrecejo.

—Quiero decir, señora, que estándomepaseando por estas cercanías,mehallabajustamentesobreuncerrilloquedominatodoelpaís,contemplandoelpaisaje,quecomoVuestraMajestadhabrápodidonotar,esdelicioso,cuandohecreídoverqueelseñorRichónnolarecibíacontodoelrespetoqueleesdebido.Estomehahechoconocerqueesciertoloqueyasospechaba,yesquehabía en Francia dos opiniones; la opinión realista y otra, y que el señorRichónperteneceaestaotraopinión.

ElsemblantedeAnadeAustriaseoscureciócadavezmás.

—¡Ah!¿Habéiscreídovereso?—dijo.

—Sí, señora —contestó Cauviñac aparentando la mayor candidez. —Tambiénhecreídoverqueuncañonazoconbaladisparadoporlaplaza,habíaofendidoalacarrozadeVuestraMajestad.

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—Basta… ¿No me habéis pedido audiencia más que para participarmevuestrasneciasobservaciones?

—¡Ah! Eres impolítica—dijo para sí Cauviñac—. En ese caso pagarásmáscaroelnegocio.

—No,señora.OshepedidoaudienciaparadecirosquesoisunagranreinayquemiadmiraciónhaciaVuestraMajestadnotieneigual.

—¡Ah!¿Deveras?—dijolareinacontonoáspero.

—Y en consecuencia de esa grandeza y de esta admiración, he resueltoconsagrarmeenteramentealserviciodeVuestraMajestad.

—¡Gracias!—dijolareinaconironía.

Después,volviéndoseasucapitándeguardias,añadió:

—¡Hola!Guitaut,queseechefueraaesecharlatán.

—Perdonad,señora—repusoCauviñac—.Yomeirésinnecesidaddequesemeeche;perosimevoynotendréisaVayres.

YCauviñac,despuésdesaludaralareinaconunagraciaencantadora,hizounapiruetagirandosobresustalones.

—Señora—dijo Mazarino muy quedo—, me parece que hacéis mal endespediraesehombre.

—Venidacá—dijolareina—,yhablad.Alcabosoisguapoymeparecéisdivertido.

—VuestraMajestadesmuybuena—contestóinclinándoseCauviñac.

—¿QuédecíaisdeentrarenVayres?

—Decía,señora,quesiVuestraMajestadquiereentrarenVayres,comohecreídoverquedeseabaestamañana,yomeimpondréeldeberdeintroducirla.

—¿Ycómo?

—EnVayrestengocientocincuentahombres,quesonmíos.

—¿Vuestros?

—Sí,míos.

—¿Ybien?

—YocedoestoscientocincuentahombresaVuestraMajestad.

—¿Yquémás?

—Meparece que a no intervenir el diablo, bienpuedeVuestraMajestadhacerseabrirunapuertaconcientocincuentaporteros.Lareinasesonrió.

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—Eltunotienegenio—dijoellaparasí.

Cauviñacadivinósindudaelcumplido,porqueseinclinóporsegundavez.

—¿Cuántohacefalta?—dijolareina.

—¡Oh,Diosmío!Señora,quinientaslibrasporcadaportero;eselsalarioqueyodoyalosmíos.

—Lastendréis.

—¿Yparamí?

—¡Ah!¿Pedístambiénparavosalgunacosa?

—Me envanecería mucho un empleíto de la magnanimidad de VuestraMajestad.

—¿Yquéempleoqueréis?

—QuisierasergobernadordeBranne.Siemprehedeseadosergobernador.

—Concedido.

—Enesecaso,salvounapequeñaformalidad,estáconcluidoelnegocio.

—¿Yquéformalidadesésa?

—QuetengaVuestraMajestadlabondaddefirmarestepapelito,quehabíapreparado anticipadamente, con la esperanza de que mis servicios seríanaceptadospormimagnánimasoberana.

—¿Yquépapelesése?

—Leed,señora.

Yarqueandograciosamenteelbrazoydoblandolarodillaconelairemásrespetuoso,Cauviñacpresentóunpapelalareina.Éstaleyó:

«EldíaqueentresindescargaruntiroenVayres,pagaréalseñorcapitánCauviñac la cantidad de setenta y cincomil libras y le haré gobernador deBranne».

—¿Segúnesto—dijo la reinaconteniendomalsucólera—,elcapitándeCauviñac no tiene suficiente confianza en nuestra palabra real, y quiere unescrito?

—Un escrito me parece lo mejor que hay, señora, en los negocios deimportancia —contestó Cauviñac inclinándose—. Verva volani, dice unantiguoproverbio;laspalabrasvuelan,yperdónemeVuestraMajestad,acabodeserrobado.

—¡Insolente!—dijolareina—.¡Salid!…

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—Saldré—repusoCauviñac—,peronotendráVuestraMajestadaVayres.

Yreproduciendolamismamaniobraqueyalehabíasalidobien,girósobresustalonesysedirigióalapuerta.Peromásimitadaestavezquelaprimera,AnadeAustrianolellamó.

Cauviñacsalió.

—Queseasegureaesehombre—dijolareina.

Guitauthizounmovimientoparaobedecer.

—Perdonad, señora—dijoMazarino—, pero creo queVuestraMajestadharíamalendejarsellevardeunprimermovimientodecólera.

—¿Yporqué?—preguntólareina.

—Porque temo que necesitéis a ese hombre más tarde; y si VuestraMajestadlemolestadecualquiermodo,puedeentoncespagarlodoble.

—Estábien—repuso la reina—, se le pagará lo que sea necesario; pueshastaentoncesquenoselepierdadevista.

—¡Ah! Siendo así ya es otra cosa, y yo soy el primero en aplaudir esaprecaución.

—Guitaut,vedloqueesdeél—dijolareina.

Guitautsalióyvolvióaentraralcabodemediahora.

—Ybien—preguntóAnadeAustria—,¿quéhasidodeél?

—¡Oh!PuedeestarVuestraMajestadcompletamentetranquila—contestóGuitaut—;nuestrohombrenopiensaenescaparse.Meheinformado,ytienesu domicilio a trescientos pasos de aquí en casa de un posadero llamadoBiscarrós.

—¿Yseharetiradoallí?

—Noseñora,estáenunaalturayobservadesdeallí lospreparativosquehace el señor de La Meilleraye para forzar los reductos. Este espectáculopareceinteresarlemucho.

—¿Yelrestodelejército?

—Vallegando,señora,yentrandoenacciónamedidaquellega.

—¿Segúneso,elmariscalatacaráenseguida?

—Yocreo,señora,quevaldríamás,antesdeaventurarunataque,darunanochededescansoalatropa.

—¡Una noche de descanso! —dijo Ana de Austria. —¡Tendrá quedetenerseelejércitorealundíayunanochedelantedetalbicoca!Imposible,

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Guitaut, idadeciralmariscalqueataqueahoramismo.ElreyquieredormirenVayresestanoche.

—Pero,señora—murmuróMazarino—,meparecequelaprecaucióndelmariscal…

—A mí me parece —repuso Ana de Austria—, que cuando ha sidoultrajadalaautoridadreal,porprontoquesevengueserátarde.Id,Guitaut,ydecidalseñordeLaMeillerayequelareinaleve.

YdespidiendoaGuitautconungestomajestuoso,tomóporlamanoasuhijoysalióde laestancia,sin inquietarseporsieraonoseguida,ysubió laescaleraqueconducíaalaazotea,lacualdominabatodoslosalrededores.

Lareinatendióunarápidaojeadasobretodoelpaisaje.

Adoscientospasosdetrásdeellapasabael caminodeLiburnio, sobreelque blanqueaba la casa de nuestro amigo Biscarrós. A sus pies corría elGirondatransparente,rápidoymajestuoso;asuderechaseelevabaelfuertedeVayres, silencioso como una ruina; alrededor del fuerte se extendían losparapetos nuevamente construidos. Algunos centinelas se pasaban sobre lagalería;cincopiezasdecañónasomabanporlastronerassuscuellosdebroncey susbocasprofundas; a su izquierdaelmariscal tomabadisposicionesparaacampar a la tropa. Todo el ejército, como Guitaut dijo a la reina, habíallegadoyseapiñabaalrededordeél.

Sobre un altillo estaba un hombre, que seguía con la vista todos losmovimientosdelossitiadoresysitiados.

EstehombreeraCauviñac.

GuitautatravesabaelríoenelbarcodelpescadordeIson.

Lareinaestabainmóvilenlaazotea,conelceñoarrugado,yteniendodelamano al pequeño Luis XIV, que miraba aquel espectáculo con ciertacuriosidad,yquedetiempoentiempodecíaasumadre:

—Señora, permitidme quemonte en mi hermoso caballo de combate, ydejadmeirconMeillerayeacastigaraesosrebeldes.

Junto a la reina se encontraba Mazarino, cuyo semblante fino y burlónhabíaadoptadoenaquelmomentouncarácterdegravedadqueusabatansóloenlasocasionesarduas;ydetrásdelareinayelministroestabanlasdamasdehonor,queimitandoelsilenciodeAnadeAustria,apenasseatrevíanatrocarentresíalgunaspalabrasenvozbaja.

Todo aparecía a primera vista que estaba tranquilo; pero se conocía queésta era la tranquilidad de lamina que está preparada, que una chispa va atrocarentempestadydestrucción.

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TodaslasmiradassefijabanespecialmenteenGuitaut,porquedeélibaaemanarlaexplosiónquecontandiversosmotivosseaguardaba.

Eratangrandelainquietuddepartedelejército,queapenashubotrocadoelmensajerolariberaizquierdadelDordoñayselehuboreconocido,cuandolasmiradas de todos de fijaron en él. El señor deLaMeilleraye al verle seseparóelgrupodeoficialesencuyocentrosehallaba,ylesalióalencuentro.

Guitaut y el mariscal hablaron entre sí algunos instantes. Aunque eragrandeladistanciaqueseparabaelgruporealdelosdosoficiales,porserelríobastanteanchoporaquelpunto,noerasinembargosuficienteparaimpedirquesenotaselaadmiraciónenelsemblantedelmariscal.Eraevidentequelaorden que recibía le parecía intempestiva; así es que dirigió unamirada dedudahaciaelgrupoenmediodelcualestabalareina.

PeroAnadeAustria,quecomprendióelpensamientodelmariscal,hizoalavezconlacabezaylamanounmovimientotanimperioso,queelmariscal,que de mucho tiempo conocía a su exigente soberana, bajó la cabeza enmuestra,sinodeasentimiento,deobedienciaalmenos.

Enaquelmomento,aconsecuenciadeunaordendelmariscal,tresocuatrocapitanesquehacíanasuladoelservicioquehoydesempeñanlosayudantesdecampo,montaronacaballoypartieronagalopeentresocuatrodireccionesdiferentes.

Por dondequiera que pasaban, los trabajos del campamento que seacababandeempezar,eraninterrumpidosenelmismoinstante;yalredobledelostamboresydelastrompetasseveíaalossoldadosdejarcaer,unoslapala,otroselmartilloconqueclavabanlasestacasdelastiendas,ycorreratomarlasarmasqueestabancolocadasenpabellones,losgranaderosafianzabansusfusiles, los simples soldados sus picas y los artilleros sus instrumentos. Sepracticóunmovimientoextraordinarioyconfuso,causadoportodosaquelloshombresquesecruzabanycorríanendiferentesdirecciones;despuéstodaslascasillas de aquel inmenso tablero se desocuparon poco a poco, al tumultosucedió el orden, cada cual se alineó bajo su bandera; los granaderos en elcentro, los de la casa real a la derecha y la artillería a la izquierda. Lastrompetasytamborescallaron.

Unsólotamborresonóalaotrapartedelastrincheras,queasuvezcallótambién,yunsepulcralsilencioseextendióporlallanura.

En aquelmomento se oyó una voz demando, clara, precisa y firme.Lareina no podía entender las palabras desde la distancia a que se encontraba,pero se vio en elmismo instante formarse las tropas en columna. Entoncessacósupañueloyleagitóenelaire,mientrasqueeljovenreygritabaconvozcalenturientaygolpeandoconelpie:

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—¡Adelante,adelante!

Elejércitocontestóalavez:

—¡Vivaelrey!

Despuésdelocualpartióagalopelaartilleríayfueacolocarsesobreunaaltura; y al sonido de las cajas, que tocaban a la carga, se pusieron enmovimientolascolumnas.

Éste no era un sitio en regla, sino una simple escalada. Las trincheras,alzadasdeprontoporRichón,eranparapetosdetierra,yasínohabíabrechaqueabrir,sinodarelasalto.Sinembargo,elhábilcomandantedeVayresteníatomadastodassusprecauciones,puesseveíaquehabíaaprovechadoconunahabilidadpococomúntodoslosrecursosdelterreno.

SindudaRichónsehabríaimpuestolaleydenotirarelprimero,puesestavezaunaguardólaprovocacióndelastropasreales.Solamentesevio,comoen el primer ataque, bajarse aquella terrible fila de mosquetes, cuyo fuegohabíacausadotantodañoenlastropasdelrey.

Almismo tiempo tronaron las seispiezasde labatería,y sevio saltar latierradelosparapetosyempalizadasenqueestabanmontadas.

No se hizo esperar la respuesta.La artillería de las trincheras tronó a suvez,abriendoprofundoshuecosenelejércitoreal;peroa lavozde los jefesdesaparecieronaquellossurcossangrientos, los labiosde laheridaabiertauninstantesecerraron,ylacolumnaprincipalconmovidaunmomentocontinuólamarcha.

Entoncesresonaronlasdescargasdemosquetesmientrasquesecargabanloscañonesdenuevo.

Cincominutosdespuéslasdosandanadasopuestashacíanfuegoalavez,semejantes a dos borrascas que luchan juntas, o cual dos truenos que a unmismotiemporetumban.

Como el tiempo estaba en calma y no se movía un soplo de viento, lahumareda se condensaba sobre el campo de batalla, y pronto sitiadores ysitiadosdesaparecieronbajounanubequepor intervalosdesgarrabaconunallamarápidaelrayodelaartillería.

De tiempoen tiemposeveíansalirdeentreestanube,ya laespaldadelejército real,hombresquearrastrándosecon trabajo, ibanacaeradiferentesdistancias,dejandodetrásdesíunrastrodesangre.

Notardóenaumentarseelnúmerodelosheridos,elestampidodelcañónyde las descargas cerradas de la mosquetería continuaban. Sin embargo, laartilleríarealnotirabasinoalazaryconrecelo;porqueenmediodeaquella

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densahumaredanopodíadistinguirlosamigosdelosenemigos.

La artillería de la plaza, como no tenía al frentemás que enemigos, sustirosresonabanmásterriblesyprecipitadosquenunca.

Por último, la artillería real cesó completamente de hacer fuego, noquedabadudaquesesubíaalasaltoyquesecombatíacuerpoacuerpo.

Hubo de parte de los espectadores un momento de angustia, durante elcual, habiendo cesado el fuego de los cañones y de la mosquetería dealimentarelhumo,fuedesapareciendopocoapoco.Entoncessevioalejércitorealrechazadoendesorden,dejandoelpiedelasmurallasllenodecadáveres.Se había practicado una especie de brecha; algunas empalizadas arrancadasdejaban ver la abertura, pero esta abertura estaba cuajada de hombres,cubiertosdesangre,ysinembargotranquiloyfríocomosiasistieseenclasedeespectadoralatragediaenqueacababadeejecutaruntanterriblepapel,sedistinguíaRichón, con una hacha en lamano, embotada por los golpes quehabíadescargado.

Parecíaqueunencantoprotegíaaaquelhombrecontinuamenteenmediodel fuego, siempre en primera línea, de pie y descubierto; ninguna bala lehabíaalcanzado,ningunapicalehabíatocado.Erasindudainvulnerablecomoeraimpasible.

Tres veces llevó el mariscal de La Meilleraye en persona las tropas alasalto,ytresvecesfueronrechazadasalavistadelreyylareina.

Laslágrimascorríansilenciosasporlaspálidasmejillasdeljovenrey.AnadeAustriasetorcíalasmanosmurmurando:

—¡Oh!¡Esehombre,esehombre!Sialgunavezllegaacaerenmismanos,hedehacerconélunejemplarterrible.

Felizmente, la noche fue bajando rápida y sombría, extendiendo unaespeciedevelosobrelavergüenzareal.

ElmariscaldeLaMeillerayemandótocararetirada.

Cauviñacabandonósupuesto,bajódelcerrilloenqueestabasubido,yconlasmanosenlosbolsillosdesuscalzonesseencaminóatravésdelapraderahacialacasadeMaeseBiscarrós.

—Señora—dijoMazarinoseñalandoconeldedoaCauviñac—,ahítenéisun hombre que por un poco de oro os habría rescatado toda la sangre queacabamosdeverter.

—¡Bah!—dijolareina—.Señorcardenal,¿eseseunconsejopropiodeunhombreeconómicocomovos?

—Señora—contestóMazarino—,escierto,conozcoelpreciodeloro,pero

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tambiénséloquevalelasangre;yenestemomentoesmáspreciosalasangreparanosotrosquenoeloro.

—Tranquilizaos —dijo la reina—, la sangre vertida será vengada. Oíd,Cominges—añadiódirigiéndosealtenientedesusguardias—.IdenbuscadelseñordeLaMeillerayeytraédmele.

—Yvos,Bernardino—dijoelcardenalmostrandoasuayudadecámaraaCauviñac, que se encontraba a pocos pasos de la posada del «Becerro deOro»—,¿veisbienaquelhombre?

—Sí,monseñor.

—Pues bien. Id a buscarle de parte mía, e introducidle esta nochesecretamenteenmihabitación.

XXXV

Laaudienciaparticular

AldíasiguientedelaentrevistaconsuamanteenlaiglesiadelCarmen,lavizcondesadeCambessepresentóa laprincesacon intencióndecumplir lapromesaquehabíahechoaCanolles.

Todalaciudadestabaconmovida,acababandeanunciarlallegadadelreydelante deVayres, y almismo tiempo que su llegada la heroica defensa deRichón,queconquinientoshombreshabíarechazadopordosvecesalejércitoreal,compuestodedocemil.Laprincesahabíasalidoexclamandoybatiendolaspalmas:

—¡Oh!¡QuénotengayociencapitanescomoelvalienteRichón!

La vizcondesa de Cambes tomó parte en la admiración general,doblemente contenta por poder aplaudir abiertamente la conducta de unhombre que estimaba, y por encontrar de estemodo la ocasión oportuna dehacer su demanda, cuyo éxito habría sido dudoso por una noticiadesagradable.Mientrasqueporelcontrario,conelbuenresultadoestabacasiseguradeunavictoria.

Pero en medio de su contento, la princesa tenía sin embargo muchas ygrandesocupacionesparaquelaseñoradeCambesseatrevieseaaventurarsudemanda.

Se trataba demandar a Richón un socorro de hombres, pues se conocíafácilmente que deberían hacerle falta, en vista de la próxima reunión delejército del señor de Epernón al ejército real. El consejo se ocupaba de

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organizarelsocorro.ViendoClaraque losnegociospolíticossesobreponíanenaquellosmomentosalosnegociosdelcorazón,tomóelpuestodeconsejeradeEstado,yestedíanosetratódeCanolles.

Unafrasemuyconcisa,peromuytierna,advirtióalqueridoprisionerodeeste retraso. Esta nueva prórroga le fue menos sensible de lo que pudieracreerse,hayenlaesperadeunfelizacaecimientocasitangratassensacionescomo en el acaecimientomismo.Eranmuchas las delicadezas amorosas delcorazón de Canolles, para que él no se complaciese en lo que llamaba laantesaladeladicha.LaseñoradeCambeslesuplicóesperarseconpaciencia,yélesperócasiconjúbilo.

Al otrodía estabayaorganizado el socorro.A las oncede lamañana seembarcaba;perocomoelvientoylacorrienteerancontrarios,secalculóquepor mucha diligencia que se hiciese, como quiera que no avanzaba sino afuerzaderemos,nopodríaarribarlaexpedicióntanprontocomosedeseaba,puesllevabaademásordendereconocerdepasolaciudadeladeBranne,queestabaporlareina,ysesabíaquesugobiernosehallabavacante.

Laprincesapasólamañanaeninspeccionarlospreparativosypormenoresdel embarque. La tarde debía consagrarse a un gran consejo, con el fin deoponerse,sieraposible,alareunióndelduquedeEpernónconelmariscaldeLaMeilleraye,oderetardaralmenosestareuniónhastatantoqueelsocorroenviadoaRichónestuviesedentrodelaciudadela.

LefueforzosoalaseñoradeCambesesperarhastaelotrodía;peroacosadelascuatrotuvoocasióndehacerunaseñaaCanollesquepasabapordebajodesusventanas,yhabíatantopesaryamorenaquellaseña,queelbaróncasisereputófelizdehabertenidoqueesperar.

Sin embargo, a la noche, para estar segura de que el retraso no seprolongaríapormástiempo,yafindeobligarseasímismahaceralaprincesaunaconfidenciaquenodejabadecausarlealgúnembarazo,pidiólaseñoradeCambes para la mañana siguiente una audiencia particular a la señora deCondé,audienciaque,comopuedeconcebirse,lefueacordadasinréplica.

Alahoraprefijadaentrólavizcondesaenlahabitacióndelaprincesa,quelarecibióconmáslisonjerasonrisa,hallábasesola,comohabíasolicitado.

—Ybien,chiquita—ledijolaprincesa—,¿quéhaydegraveparaquemepidasunaaudienciaparticularysecreta,cuandosabesqueatodaslashorasdeldíaestoyaladisposicióndemisamigos?

—Señora —contestó Clara—, no hay más, sino que en medio de lafelicidaddebida aVuestraAlteza, vengoa suplicarospongáis especialmentelosojosenvuestrafielservidora,quetambiénnecesitaunpocodefelicidad.

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—Conmuchogusto,miamableClara;jamásigualarálafelicidadqueDioste conceda a la que yo te deseo.Habla, ¿qué quieres?Y si la gracia a queaspirasestáenmipoder,cuentadesdeluegoconella.

—Estoyviudaylibre,peroestalibertadmeesmásmolestadeloquemeseríalaesclavitud,yquisieracambiarmiaislamientoenunaposiciónmejor.

—Esoesdecirquequierescasarte,¿noesasí,chiquita?—preguntóriendolaprincesa.

—Creoquesí,señora—contestólaseñoradeCambesruborizada.

—Biensea;esonosconcierne.

Clarahizounmovimiento.

—Tranquilízate, tendremos en consideración tu orgullo; tú necesitas unduqueypar,vizcondesa.Yoteloescogeréentremisleales.

—VuestraAltezasemolestademasiado—dijo laseñoradeCambes—,yyonopensédarosesamolestia.

—Sí,peroyoquiero tomármela,porquedebopagarteen felicidad loquemehasdadoenlealtad;sinembargo,esperarásalaconclusióndeestaguerra,¿eh?

—Esperarétodolomenosposible,señora—contestóClarasonriendo.

—Mehablascomosiyaestuviesehechatuelección,comosituviesesenlamanoelmaridoquemepides.

—Enefecto,señora,asíes.

—¿Deveras?¿Yquiénesesedichosomortal?Habla,nadatemas.

—¡Oh,señora!—dijolavizcondesa—.Disimulando,peronoséporqué,estoytemblando.

Laprincesasesonrió,tomólamanodeClaraylaatrajohaciasí.

—¡Pobreniña!—ledijo.

Después, mirándola con una expresión que redobló el embarazo de lavizcondesa,añadió:

—¿Leconozcoyo?

—CreoqueVuestraAltezalehavistovariasveces.

—¿Nohayparaquépreguntarsiesjoven?

—Veintiochoaños.

—¿Siesnoble?

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—Esunbuencaballero.

—¿Siesvaliente?

—Tienesentadasureputación.

—¿Siesrico?

—Yolosoy.

—Sí,chiquita,sí,nolohemosolvidado.

—Eres de los señoresmás opulentos de nuestros dominios, y conplacerrecordamos,queennuestraguerramásdeunavezlosluisesdeorodelseñordeCambesylospesadosescudosdetusaldeanos,noshansacadodeapuros.

—VuestraAltezamehonrarecordándomecuánfiellesoy.

—Bien.Leharemoscoroneldenuestroejército,sinoesmásquecapitán,ymariscaldecamposiescoronel,¿porquepresumoqueseráfiel?

—FuedelosLens,señora—contestólavizcondesacontodahabilidadquedesdealgúntiempohabíaadquiridoenlosestudiosdiplomáticos.

—¡Excelente!Ahorasóloquedaquesaberunacosa—añadiólaprincesa.

—¿Cuál,señora?

—El nombre del dichoso caballero que posee ya el corazón, y prontoposeerálapersonadelamásbellaguerreradenuestroejército.

LaseñoradeCambes,estrechadaensusúltimastrincheras,reuníatodosuvalor para pronunciar el nombre del barón de Canolles, cuando de prontoresonóenelpatioelgalopedeuncaballo,seguidodelossordosrumoresqueacompañanalasgrandesnoticias.Laprincesaoyóestedobleruido,yacudióala ventana. El mensajero cubierto de sudor y polvo, echaba pie a tierra; ycercadoporcuatroocincopersonas,aquienesatrajoasualrededorsuentrada,parecíadardetalles,queamedidaquesalíandesuboca,consternabana losque le escuchaban. La princesa no pudo por más tiempo dominar sucuriosidad,yabriendolaventanagritó:

—¡Dejadlesubir!

El mensajero alzó la cabeza, reconoció a la princesa y se lanzó a laescalera.Cincominutosdespués entraba en su aposento, salpicadodebarro,conloscabellosendesorden,yconvozahogadadijo:

¡Vuestra Alteza me perdonará si me presento en su presencia en esteestado!Perosoyportadordeunadeesasnoticiasquehacensaltarlaspuertassóloconpronunciarlas.¡Vayreshacapitulado!

La princesa dio un salto hacia atrás; la vizcondesa dejó caer los brazos

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anonadada;Lenet,quehabíaentradodetrásdelmensajero,palideció.

Otras cinco o seis personas, que olvidando por un instante el respetodebidoalaprincesahabíaninvadidolasala,quedaronmudasdeestupor.

—SeñordeRavailly—dijoLenet—,porqueelmensajeronoeraotroquenuestrocapitándeNavalles,repetidloqueacabáisdedecir,puesaúnlodudo.

—Repito,caballero,queVayreshacapitulado.

—¡Capitulado!—repitiólaprincesa—.¿Yelrefuerzoqueconducíais?

—¡Llegótarde,señora!Richónserendíaenelmismoinstantedenuestroarribo.

—¡Richónserendía—exclamólaprincesa—elcobarde!

Estaexclamacióndelaprincesahizocorrerelhieloporlasvenasdetodoslospresentes.Sinembargo,todosquedaronmudos,menosLenet.

—Señora —dijo severamente y sin ningún miramiento al orgullo de laprincesa—,noolvidéisqueelhonordeloshombresestáenlaspalabrasdelospríncipes, como su vida está enmanos deDios.No llaméis cobarde almásbravo de vuestros servidores, si no queréis que mañana los más fieles osabandonen al ver cómo tratáis a sus iguales, y quedaros sola, maldita yperdida.

—¡Caballero!…—dijolaprincesa.

—Señora—contestóLenet—,repitoaVuestraAltezaqueRichónnoesuncobarde,querespondodeél;yquesiefectivamentehacapitulado,nopodríahacerotracosa.

La princesa, pálida de cólera, iba a contestar a Lenet con alguna de susextravaganciasconquecreíadarunbuensentidoalorgullo;peroenvistadetodos aquellos semblantes que se apartaban de ella, de Lenet con la frentelevantada,deRavaillyconlacabezainclinada,conocióqueenefectoseríaunaperdida si continuaba en este sistema fatal. Apeló enseguida a su habitualargumento.

—¡Qué princesa tan desgraciada soy! —dijo—. Todo me abandona, lafortuna y los hombres. ¡Ah, hijo mío, mi pobre hijo!, seréis perdido comovuestropadre.

Estegritodeladebilidaddelamujer,eldesahogodeldolormaternal,tienesiempreunecoenloscorazones.

Estacomediaqueyatantasveceslehabíasalidobienalaprincesa,produjoelefectoqueesperaba.

Duranteeste tiempoLenetseenterabaporRavaillyde todocuantohabía

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podidosaberacercadelacapitulacióndeVayres.

—QueRichónnoesuncobarde,señora.

—¡Ah!,bienlodecíayo—exclamódespuésdeunmomento.

—¿Yquédecíais?—preguntólaprincesa.

—¿Ycómolosabéis?

—Porque seha sostenidodosdíascon susnoches;y sehabría sepultadobajolasruinasdesufuerteacribilladodebalas,siunacompañíadereclutasnosehubierasublevado,segúnparece,obligándoleacapitular.

—Debíamorir,caballero,antesquerendirse—repusolaprincesa.

—¡Eh! Señora, ¿semuere siempre que se quieremorir?—dijoLenet—.Pero al menos —añadió volviéndose hacia Ravailly—, ¿espero que seráprisionerocongarantía?

—Temo que sin ella—contestó Ravailly—. Se me ha dicho que quienhabíatratadoerauntenientedelaguarnición;desuertequebienpudierahaberalguna traición encubierta, y que hubiese sido entregadoRichón, en vez dehaberpuestosuscondiciones.

—Sí, sí—exclamóLenet— vendido, entregado, eso es. Conozco bien aRichón, y sé que es incapaz, no diré de una bajeza, pero ni aun de unadebilidad. ¡Oh, señora! —continuó Lenet dirigiéndose a la princesa—,vendido, entregado, ¿lo oís? Pronto, pronto, ocupémonos de él. ¿Un tratadohechoporunteniente,decís,Ravailly?AlgunagravedesgraciaamenazaalacabezadelpobreRichón.

Escribidpronto,señora,escribid;oslosuplico.

—¡Yo! —dijo ásperamente la princesa—. ¡Yo! ¡Que escriba yo! ¿Paraqué?

—Parasalvarle,señora.

—¡Bah!—repusolaprincesa—.Cuandounafortalezaserinde,se tomanprecauciones.

—¿Peronoescucháis, señora,queno leha rendido?¿Nooísquediceelcapitánquehasidoentregado,vendidotalvez,quehatratadountenienteynoél?

—¿QuéqueréisquehagamosavuestroRichón?—dijolaprincesa.

—¿Quésehadehacer?¡Olvidáis,señora,porquémediosseintrodujoenVayres! ¡Que hemos usado para con él de una carta blanca del duque deEpernón!

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—¡Que se ha resistido a un ejército mandado por la reina y el rey enpersona!¡QueRichóneselprimeroquehaalzadoelestandartedelarebelión!¡Quesevaahacerenélunejemplar,enfin!¡Ah,señora!Ennombredelcielo,escribidalseñordeLaMeilleraye;enviadunmensajero,unparlamentario.

—¿Yquémisióndaremosaesemensajero,aeseparlamentario?

—Ladeimpediratodacostalamuertedeunbravocapitán;porquesinoos apresuráis… ¡Oh! ¡Yo conozco a la reina, señora, y tal vez vuestromensajerolleguedemasiadotarde!

—¡Demasiadotarde!—repusolaprincesa—.¡Eh!¿Notenemosdesquites?¿No tenemos en Chantilly, en Montrón, y aquí mismo, oficiales del reyprisioneros?

LaseñoradeCambesselevantóasustada.

—¡Ah, señora!—dijo éste—. Haced lo que os dice el señor Lenet; lasrepresaliasnodaránlalibertadaRichón.

—No se trata de la libertad, se trata de la vida—repuso Lenet con superseveranciasombría.

—Y bien—dijo la princesa—, lo que hagan haremos, la prisión por laprisión,elcadalso,porelcadalso.

Lavizcondesalanzóungrito,ycayóderodillas.

—¡Ah, señora!—exclamó—.Richón es uno demis amigos.Yo venía ademandaros una gracia, y vos habíais prometido acordármela; pues bien, ossuplicouséisdetodovuestroinflujoparasalvaraRichón.

Claraestabaderodillas.LaprincesaaprovechóestaocasiónparaconcederalosruegosdeClaraloquehabíarehusadoalosconsejosalgorudosdeLenet.Sedirigióaunamesa,cogióunaplumayescribióalseñordeLaMeillerayeproponiéndoleelcanjedeRichónporeloficialqueescogieselareinaentrelosqueteníaprisioneros.

Escrita esta carta, buscó con la vista el mensajero que debía enviar.Entonces,apesardelospadecimientosdesuantiguaheridaydesucansancioactual,Ravaillyseofreciócon lasolacondicióndeque lediesenuncaballofresco.La princesa le autorizó para tomar en sus caballerizas el quemás leacomodase, y el capitán partió al momento, movido por los gritos de lamultitud,lasexhortacionesdeLenetylassúplicasdelavizcondesa.

Uninstantedespués,seescucharonlosrumoresdelpuebloreunido,aquienRavailly acababa de explicar su encargo, y que en su alegría gritabadesaforadamente:

—¡Laseñoraprincesa!¡ElduquedeEnghien!

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Cansada la princesa de estas apariciones diarias, que más bien parecíanórdenesqueovaciones,quisoenuninstanteprobaranegarsealosdeseosdelpopulacho;perocomoentalescircunstanciasacaece,ellapateó,yprontolosgritosdegeneraronenalaridos.

—¡Vamos —dijo la princesa tomando a su hijo de la mano—, vamos!Somossiervos;¡obedezcamos!

Yaparentandounaafablesonrisa,aparecióenelbalcónysaludóaaquelpueblodelquealavezeraesclavayreina.

XXXVI

ElgobernadordeBranne

En elmomento de aparecer la princesa y su hijo en el balcón, entre lasentusiastasaclamacionesdelamultitud,seoyóresonaralolejosunruidodepífanosytamboresacompañadosdeunalegrerumor.

En elmismo instante, la turba que sitiaba la casa del presidenteLalasnepara ver a la princesa, volvió la cabeza hacia el lado del ruido que seempezabaaoír,ypocoatentadelasleyesdelaetiqueta,sefuedeslizandoendirecciónal rumor,queseacercabamásymás.Estoeramuysencillo.Elloshabían ya visto diez veces, veinte, ciento tal vez, a la señora de Condé,mientrasqueaquelruidolesprometíaalgodenuevo.

—Alomenossonfrancos—murmuróLenetdetrásdelaprincesa—.Pero,¿quésignificanesamúsicayesosgritos?ConfiesoaVuestraAltezaqueestoycasitanansiosodesaberlocomolohanestadoesosmaloscortesanos.

—Bien—contestólaprincesa—.Dejadmeavuestroturno,ycorredporlascallescomoellos.

—Desde luego lo haría, señora—repusoLenet—, si estuviera segurodetraerosunabuenanoticia.

—¡Oh!—dijolaprincesadirigiendounamiradairónicaalcielomagnificoque resplandecía sobre su cabeza—. No espero ya buenas noticias. Se nosacabólasuerte.

Sefueacercandomáselrumor,yaparecióalcabodelacalleunamultitudpresurosa,conlosbrazosenaltoagitandosuspañuelos,queconvencieronalaprincesamismadequelanoticiaerabuena.Aplicóeloídoconunaatenciónquelehizoolvidarmomentáneamenteladescripcióndesucorte,yoyóestaspalabras:

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—¡Ah,ah!—dijoLenet—.¿ElgobernadordeBranneprisionero?Delmalelmenos.AsítendremosrehenesquenosrespondandeRichón.

—¿NoteníamosyaalgobernadordeSanJorge?—dijolaprincesa.

—Cuántomealegrodequeelplanqueyopropusepara tomaraBrannehayasalidotanbien—dijoladeTourville.

—Señora—contestó Lenet—, no nos jactemos aún de una victoria tancompleta, el azar se burla de los planes del hombre, y a veces de los de lamujer.

—Sinembargo,caballero—repusolaseñoradeTourvilleirguiéndoseconsuacostumbradaacrimonia—,habiendopresoalgobernador,debehabersidotomadalaplaza.

—Loquedecís,señora,noesdeunalógicaabsoluta;perotranquilizaos,sios debemos ese doble servicio, yo seré, como siempre, el primero enfelicitaros.

—Loquemeadmiraentodoesto—dijolaprincesabuscandoyaalfelizacaecimientounladoofensivoparaaquelorgulloaristocráticoqueformabaelfondodesucarácter—,esquenohayasidoavisadalaprincesadeloquepasa.Es una falta imperdonable, y el señor duque de Larochefoucault jamás hafaltadoalaatencióndebida.

—¡Eh!Señora—contestóLenet—,nosfaltansoldadosparacombatir,ynoconvienesepararlesdesuspuestosparaocuparlesenmensajes.Noexijamosdemasiado;y cuandonosvieneunabuenanoticia tomémosla tal comoDiosnoslaenvía,sinpreguntarcómonosllega.

Entretantolaturbaseibaengrosando,porquetodoslosgruposparticularesibana reunirsealgrupoprincipal,como losarroyosvanamezclarseconunrío. En medio de este grupo principal, que se componía de un millar deindividuos, aparecía un pequeño cerco de soldados, unos treinta hombrespróximamente, y entre estos treinta hombres un prisionero, a quien lossoldadosparecíandefendercontraelfurordelpueblo.

—¡Muera, muera! —gritaba el populacho—. ¡Muera el gobernador deBranne!

—¡Ah!—dijo la princesa con una sonrisa de triunfo—. Decididamenteparecequetenemosunprisionero;eselgobernadordeBranne.

—Sí —contestó Lenet—. Pero ved señora, parece también que eseprisionero corre peligro de muerte. Oíd esas amenazas; ¡veis esos gestosfuriosos!¡Ay!Señora,vanaforzaralossoldadosahacerlepedazos.¡Oh!Lostigreshusmeanlacarneyquierenbebersangre.

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—¡Quélabeban!—contestólaprincesaconesaferocidadparticulardelasmujerescuandoseexaltansusmalaspasiones—.¡Quelabeban!Esladeunenemigo.

—Señora —repuso Lenet— ese enemigo está bajo la salvaguardia delhonor de Condé, pensadlo bien; y además, ¿quién os dice que en estemomentoRichón,nuestrobravoRichón,nocorrelosmismospeligrosqueesedesgraciado?¡Ah!Vanaatropellaralossoldados;siletocanestáperdido.¡Aver!Veintehombres—gritóLenetvolviéndose—,veintehombresparaayudardebuengradoarechazartodaesacanalla.Merespondéisconvuestracabezasilleganatocarunsólocabellodeeseprisionero.Id…

Aestaspalabras,veintemosqueterosdelaguardiaurbana,pertenecientesalas mejores familias de la ciudad, se precipitaron como un torrente por laescalera.Penetraronentre la turbaafuertesculatazos,yfueronaengrosar laescolta,aunllegarona tiempo,peronopudieronimpedirquealgunasgarras,máslargasyaceradasquelasdemás,hubiesenarrancadogironesdelateladeltrajeazuldelprisionero.

—Gracias,señores—dijoelprisionero—,porqueacabáisde impedirqueseadevoradoporestoscaníbales;habéishechobien.

—¡Cáspita!Siasísecomenloshombres,eldíaenqueelejércitorealdéelasaltoanuestraciudad,ledevoraráncrudo.

Yseechóareírencogiéndosedehombros.

—¡Ah! ¡Es un valiente!—gritó lamultitud al ver la calma tal vez algoafectadadelprisionero,yrepitiendoestabromaquelisonjeabasuamorpropio—,¡esunverdaderovaliente!Noteme.¡VivaelgobernadordeBranne!

—Sí, pardiez —gritó el prisionero—, ¡viva el gobernador de Branne!Muchomeimportaqueviva.

Elfurordelpueblosecambiódesdeaquelmomentoenadmiración,yestaadmiración se mostró enseguida en términos enérgicos. Una verdaderaovaciónsustituyóalinminentemartiriodelgobernadordeBranne,esdecir,denuestroamigoCauviñac.

Porque, como ya habrán conocido nuestros lectores, no era otro queCauviñacelqueconelpomposonombredegobernadordeBrannehacía tantristeentradaenlacapitaldelaGuiena.

Entretanto, protegido así por sus guardias y por su presencia de ánimoademás, el prisionero fue introducido en la casa del presidente Lalasne; ymientras que la mitad de su escolta guardaba la entrada, la otra mitad lecondujoalapresenciadelaprincesa.

Cauviñacentróorgullosoytranquiloenelaposentodelaprincesa;peroes

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necesario decir que, bajo aquella apariencia heroica, el corazón le latía pordemás.

Al primer golpe de vista fue reconocido, a pesar del estado en que laagitacióndelaturbahabíapuestosulindotrajeazul,susgalonesdeoroylaplumadesufieltro.

—¡SeñorCauviñac!—dijoLenet.

—ElseñorCauviñac,gobernadordeBranne—añadiólaprincesa—.¡Ah!Caballero,estoexplicalamásbravatraición.

—¿Qué dice Vuestra Alteza? —preguntó Cauviñac—, conociendo laextremanecesidaddeapelarasusangrefría,ysobretodoasusagacidad.Creohaberosoídopronunciarlapalabratraición.

—Sí,señor,traición.Ysino,¿bajoquétítuloospresentáisdelantedemí?

—BajoeltítulodegobernadordeBranne,señora.

—Traición,yaloveis.¿Porquiénestánfirmadosvuestrosdespachos?

—PorelseñordeMazarino.

—Traición,dobletraición;yobiendecía.VossoisgobernadordeBranne,yvuestra compañía es la que ha vendido a Vayres, luego ese título es larecompensadelaacción.

Aestaspalabras, lamásprofundaadmiraciónsenotóenel semblantedeCauviñac.Miróasualrededorcomobuscandolapersonaaquiénsedirigíanestasextrañaspalabras,yconvencidoporlaevidenciadequeningúnotrosinoélmismoeraelobjetodeestaacusacióndelaprincesa,dejócaerlosbrazosalolargodesuscaderasconunaactitudllenadeabatimiento,ydijo:

—¿Mi compañía ha entregado a Vayres, y Vuestra Alteza es quien medirigesemejantereconvención?

—Sí, señor, yo. Haceos el ignorante, fingid admiración, sí, sois buencómico,aloqueparece;peroyonopiensodejarmesorprender,niporvuestrosgestos,niporvuestraspalabras,pormuyenarmoníaqueesténlasunasconlasotras.

—Yo no finjo, señora —contestó Cauviñac—. ¿Cómo quiere VuestraAltezaquesepaloquehapasadoenVayres,nohabiendoestadoallíjamás?

—Subterfugios,caballero,subterfugios.

—No tengo nada que responder a semejantes palabras, señora sino queVuestraAltezapareceestardescontentademí…PerdoneVuestraAltezaalafranquezademi carácter la libertaddemi defensa.Yo, por el contrario, eraquienpensabatenerquequejarmedevos.

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—¡Quejaros de mí, vos, caballero! —exclamó la princesa admirada detantaaudacia.

—Sinduda,yo,señora—dijoCauviñacsindesconcertarse.

Yo, bajo vuestra palabra y la del señor Lenet que está presente, hereclutadounacompañíadevalientes,hecontraídoconellosobligacionestantomás sagradas, cuanto que casi todas ellas estribaban sobre la palabra. Y heaquí que cuando vengo a pedir a Vuestra Alteza la suma prometida… unamiseria…treintaocuarentamillibras,destinadas,noamí,cuidadoconello,sino a los nuevos defensores que he creado a mis señores los príncipes, lorehúsaVuestraAlteza,¡sí,lorehúsa!YoapeloalseñorLenet.

—Esverdad—contestóLenet—.Cuandoelseñorsepresentónoteníamosdinero.

—¿Ynopodíais esperar algunosdías?¿Vuestra fidelidady ladevuestragenteeratanperentoria?

—EsperéeltiempoqueelseñordeLarochefoucaultmismomedemandó,señora,esdecir,ochodías.Alcabodeestosochodíasmepresentodenuevo,yestavezsemerechazóformalmente.YoapeloalseñorLenet.

Laprincesasevolvióhaciaelconsejero;suslabiosestabanoprimidos,susojoslanzabanrayosbajolascontraídaspestañas.

—Pordesgracia—dijoLenet—,meveoenlaprecisióndeconfesarqueloquediceelseñoreslaexactaverdad.

Cauviñacseirguiótriunfante.

—Y bien, señora —continuó éste—, en tal circunstancia, ¿qué hubierahecho un intrigante?Un intrigante habría ido a venderse él y su gente a lareina.Yo,quedetestolasintrigas,helicenciadomicompañíadevolviéndoleacadahombresupalabra;ysolo,aislado,enunaabsolutaneutralidad,hehecholoqueencasosdedudamandahacerelsabio;meheabstenido.

—Pero, ¡y vuestros soldados, caballero, y vuestros soldados!—exclamófuriosalaprincesa.

—Señora—contestó Cauviñac—, como no soy ni rey, ni príncipe, sinosólocapitán;comono tengoni súbditosnivasallos,no llamosoldadosmíosmásquealosquepago.Ahorabien,comolosmíos,cualosloafirmaelseñorLenet,noestabandemodoconsiguiente,noesmíalaresponsabilidadsisehanvueltocontrasunuevojefe.¿Quéleshedehacer?Yoconfiesoquenosénada.

—Pero vos, caballero, vos que habéis adoptado el partido del rey, ¿quétenéisquedecir?¿Quéoseramolestavuestraneutralidad?

—No,señora;peromineutralidad,pormuyinocentequefuese,hallegado

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ahacersesospechosaalospartidariosdeSuMajestad.Unamañanatempranofui detenido en la posada del «Becerro de Oro», camino de Liburnio, yconducidoalapresenciadelareina.

—Yallí,¿habéistratadoconella?

—Señora—contestóCauviñac—,unhombredecorazóntienemilpuntosmuysensiblespordondeladelicadezadeunsoberanosabeatacarle.Yoteníaelalmaulcerada;semehabíarechazadodeunpartidoenelcualmelanzabaconceguedad,contodoelfuegoy labuenafede la juventud.Yocomparecíantelareina,entredossoldadosdispuestosamatarmealamenorindicación;sólo esperaba recriminaciones, ultrajes, muerte. Porque al cabo yo habíaservido,deintenciónalomenos,alacausadelospríncipes;peroenvezdeloqueesperaba,enlugardecastigarmeprivándomedelalibertad,enviándomeaunaprisión,ohaciéndomesubiralcadalso,aquellagranprincesamedijo:

«Valiente caballero extraviado, yo puedo con una palabra hacer caer tucabeza;peroyaloves,alláabajohassidoingrato,yaquíesperoquemeserásreconocido.

EnnombredeSantaAna,mipatrona,deaquíadelantetecontarásentrelosmíos. Señores —continuó dirigiéndose a mis guardias—, respetad a eseoficial, porque yo he apreciado ־ sus méritos y le hago vuestro jefe. —Yvolviéndosehaciamí,añadió—:OshagogobernadordeBranne;asíescomosevengaunareinadeFrancia».

—¿Quépodíayocontestar?—continuóCauviñacrecobrandosuvozysugestonatural,despuésdehaberimitadodeunamaneramediocómica,mediosentimental,lavozyelgestodeAnadeAustria—.Nada.Yoestabaheridoenmismáscarasesperanzas,estabaresentidoenladecisiónenteramentegratuitaquehabíapuestoalospiesdeVuestraAlteza,aquienconjúbilo,habíatenidoel honor de prestar enChantilly un ligero servicio.He hecho lomismoqueCoriolano,heentradobajolatiendadelosVolscos.

Este discurso, pronunciado con voz dramática y con una actitudmajestuosa, produjo un grande efecto en los circunstantes. Cauviñac seapercibiódesutriunfoalveralaprincesapalidecerdefuror.

—Pero, en fin, caballero, ¿a quién sois fiel en ese caso?—preguntó laprincesa.

—Alosqueaprecianladelicadezademiconducta—contestóCauviñac.

—Estábien.Soismiprisionero.

—Lo tengo a mucho honor, señora, y espero que me trataréis comocaballero.Soyvuestroprisionero,escierto,pero sinhabercombatidocontraVuestraAlteza.Yomedirigíaamigobiernoconmisbagajes,cuandocaíen

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manosdeunapartidadevuestrossoldados,quemearrestó.Niunsóloinstantehe vacilado en hacer presente mi rango y mi opinión. Lo repito, pido sertratado,nosólocomocaballero,sinotambiéncomooficialsuperior.

—Loseréis—contestólaprincesa—.Tendréislaciudadporprisión;sóloquejuraréisbajopalabradehonornotratardesalirdeella.

—Juraré,señora,todocuantoVuestraAltezameexija.

—Bien. Lenet, haced dar al señor la fórmula y vamos a recibir sujuramento.

Lenet dictó los términos del juramento que debía prestar el prisionero.Cauviñacalzólamanoyjurósolemnementenosalirdelaciudad,amenosquelaprincesanolehubieserelevadodesujuramento.

—Ahoraretiraos—dijo laprincesa—;descansamosenvuestra lealtaddecaballeroyenvuestrohonordesoldado.

Cauviñacnoesperóaqueselorepitieran,saludóysalió;peroalsalirtuvotiempodeacogerungestodelconsejero,quesignificaba:

—Señora, tiene razón, hemos hecho mal; esto es lo que tienen lasmezquindadesenpolítica.

ElhechoesqueLenet,apreciadordetodoslosméritos,habíareconocidotodalafirmezadelcarácterdeCauviñac,nosehabíadejadoengañarpor lasrazonesartificiosasqueaquéldiera,admirabaelmodoconqueelprisionerosehabíasalvadodeunadelasmásfalsasposicionesenqueuntránsfugapudieraencontrarse.

En cuanto a Cauviñac, bajaba la escalera pensativo, con la barba en lamanoydiciendoparasí:

—Veamos, ahora convendría tratar de revenderles por unos cien milfrancosmiscientocincuentahombres,loqueesposible,puestoqueelhonradoeinteligenteFerguzónhaobtenidoenteralibertadparaélylossuyos.

Ciertamente encontraré ocasión un día u otro.Vamos, vamos, decía, veoquenohehechoauntanmalnegociocomocreídesdeluegoaldejarmecoger.

XXXVII

LacapitulacióndeVayres

Retrocedamosunpoco,yllevemosanuestroslectoresaqueseenterendelos acontecimientosdeVayres, acontecimientosqueno conocenaún sinode

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unmodoimperfecto.

Despuésdemuchosasaltos,tantomásterriblescuantoqueelgeneraldelastropasrealessacrificabamayornúmerodehombresacambiodeganartiempo,las trincheras habían sido tomadas; pero los bravos defensores de estastrincheras, después de haberse hecho disputar el terreno palmo a palmo,después de haber llenado el campo de cadáveres, se habían retirado aestablecerseenVayresporelcaminocubierto.MaselseñordeLaMeillerayeno desconocía que habiendo perdido quinientos o seiscientos por unaempalizada, tendríaqueperderseis tantosmáspara tomarun fuerte rodeadode buenas murallas y defendido por un hombre, cuya ciencia estratégica yvalormilitarhabíatenidoocasióndeapreciarasucosta.

Sehabíadecididoadisponeruna trincherayestablecerunsitioen regla,cuandoseviollegaralejércitodelduquedeEpernón,queveníaareunirseconeldelseñordeLaMeilleraye, reuniónqueduplicaba lasfuerzasreales.Estocambiabaenteramenteelaspectodelascosas.

Conveinticuatromilhombresseemprendeloquenoseemprenderíacondocemil.Quedó,pues,decididoelasaltoparalamañanasiguiente.

Por la interrupción de los trabajos del campamento, por las nuevasdisposicionesquesetomaban,ysobretodoavistadelnuevorefuerzo,conocióRichón que el intento de los sitiadores era apremiable sin tardanza; ycomprendiendoque el asalto sepreparaba a lamañana siguiente, reunió sustropasafindejuzgarsusdisposiciones,dequeporotraparteningúnmotivodedudatenía,vistoelmodoconquelehabíansecundadoenladefensadelosprimerosreductos.

Así, pues, fue grande su admiración cuando vio la nueva actitud de laguarnición.Sushombresteníanunamiradasombríaeinquietasobreelejércitoreal,ysalíandelasfilasrumoressordos.

Richónnoentendíadebromassobrelasarmas,yespecialmentebromasdeestegénero.

—¡Hola!, ¿quién murmura?—dijo volviéndose hacia el lado en que elruidodedesaprobaciónhabíasidomásdistinto.

—¡Yo!—contestóunsoldado—,másatrevidoquelosdemás.

—¿Tú?

—Sí,yo.

—Entonces,venacáyresponde.

Elsoldadosaliódelasfilasyseaproximóasujefe.

—¿Quétefaltaparaquetequejes?—dijoRichóncruzándosedebrazosy

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mirandofijamentealrevoltoso.

—¿Quémefalta?

—Sí,¿quétefalta?¿Tienesturacióndepan?

—Sí,comandante.

—¿Turacióndevianda?

—Sí,comandante.

—¿Turacióndevino?

—Sí,comandante.

—¿Estásmalalojado?

—No.

—¿Setedebealgoatrasado?

—No.

—Entonces,habla,diloquedeseas,loquequieres,loquesignificanesosmurmullos.

—Significanquenosbatimoscontranuestrorey,yqueestoesduroaunsoldadofrancés.

—¿Segúneso,tepesanoserviraSuMajestad?

—¡Oh!Sí.

—¿Yquieresreunirteconturey?

—Sí—contestó el soldado, que engañado por la calma deRichón, creíaquelacosaterminaríaporexcluirledelasfilas.

—Estábien—dijoRichónasiendoalhombreporsucintura—;perocomolas puertas están cerradas, será preciso que tomes el único camino que tequeda.

—¿Cuál?—preguntóelsoldadoaturdido.

—Éste —contestó Richón levantándole con su brazo de Hércules ylazándoleporencimadelparapeto.

Elsoldadodioungrito,yfueacaeralfoso,queporsusuerteestaballenodeagua.

Unsilencioimponenteacogióestaaccióndevigor.

Richóncreyóhaberapaciguadolasedición;ycomoeljugadorquearriesgaeltodo,sevolvióhaciasustropas.

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—Ahora—dijo—,sihaymáspartidariosdelreyaquí,quehablen,yselesharásalirporelcaminoqueyasaben.

Uncentenardehombresexclamaron:

—¡Sí,sí!¡Nosotrossomospartidariosdelrey,yqueremossalir!…

—¡Ah,ah!—dijoRichón,conociendoquenoeraunaopiniónparcial,sinounaresolucióngenerallaqueseefectuaba—.¡Ah!Estoesotracosa;yocreíno tener que habérmelas más que con un revoltoso, y veo que me rodeanquinientoscobardes.

Richón hacía mal en acusar a la generalidad. Un centenar de hombreshabían hablado solamente, los demás guardaban silencio; pero el resto,comprendidoenlaacusacióndecobardía,murmuróalavez.

—Veamos—dijoRichón—,nohablemostodosalavez.Queunoficial,sihayalgunoqueconsientaenfaltarasujuramento,hableportodos,juroqueelquesea,podráhacerloimpunemente.

Ferguzón dio entonces un paso al frente de las filas, y saludando a sucomandanteconunapolíticaextremada,dijo:

—Comandante,habéisoídoelvotodelaguarnición.VoscombatíscontraSuMajestadnuestrorey,ahorabien,lamayorpartedenosotrosnohabíamossido prevenidos de que se nos alistaba para hacer la guerra a semejanteenemigo.Unodelosbravosqueestánpresentes,violentandodeestemodoensusopiniones,hubierapodidoenmediodelasaltoequivocarladireccióndesumosquete y depositaros una bala en la cabeza; pero somos verdaderossoldados,ynocobardes,comohabéis tenidolafranquezadellamarnos.Éstaeslaopinióndemiscompañerosylamía,queosexponemosrespetuosamente.Entregadnosalrey,onospasaremosnosotrosmismos.

Este discurso fue recibido con un hurra universal, que probaba que laopinióndepuestaporeltenienteera,sinoladetodalaguarnición,almenosladelamayoría.

Richónconocióqueestabaperdido.

—Yonopuedodefendermesolo—dijoéste—,ynoquieroentregarme.Yaquemissoldadosmeabandonan,quetratecualquieraporellos,comopuedaycomoleescuchen;peroesecualquieranoseréyo.Contalquesalvenlavidalos pocos bravos que me han permanecido fieles, si son algunos, estoycontento.Veamos,¿quiénseráelnegociador?

—Yo, mi comandante, dado caso que lo tengáis a bien y que miscompañerosmehonrenconsuconfianza.

—¡Sí,sí,eltenienteFerguzón,eltenienteFerguzón!—gritaronquinientas

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voces,entrelascualessedistinguíanlasdeBarrabásyCarrotel.

—Seréisvos,caballero—dijoRichón—.Sois libreparaentrary salirdeVayrescomoosagrade.

—¿Yno tenéis instruccionesparticularesquedarme,micomandante?—dijoFerguzón.

—Lalibertadparamigente.

—¿Yparavos?

—Nada.

Semejanteabnegaciónhabríaatraídoahombresextraviados;peronosóloestabanextraviados,sinoqueestabanvestidos.

—¡Sí,sí,lalibertadparanosotros!—gritaron.

—Tranquilizaos,comandante,nomeolvidarédevosenlacapitulación.

Richón se sonrió tristemente; se encogió de hombros, entró en suhabitaciónycerrólapuerta.

Ferguzón pasó enseguida al campo realista. Sin embargo, elmariscal noquiso hacer nada sin la autorización de la reina; pero ésta había dejado lacasitadeNanón,pornopresenciar,comoellamismahabíadicho,ladeshonradelejército,ysehabíaretiradoalacasacapitulardeLiburnio.

EntregóaFerguzónalaguardiadedossoldados,montóacaballoyfueaLiburnio. Encontró al señor deMazarino, a quien creyó anunciar una grannoticia;peroalasprimeraspalabrasdelseñordeLaMeilleraye,elministroleinterrumpióconsuhabitualsonrisa.

—Sabemos todo eso, señor mariscal —le dijo—. Eso se arregló ayernoche. Tratad con el teniente Ferguzón, pero no os obliguéis sino sobre lapalabraconrespectoaRichón.

—¿Cómo sobre la palabra?—dijo elmariscal—. Pero una vez dadamipalabra,valdrátantocomounescrito,meparece.Mazarinosesonrió,diciendoalseñordeLaMeillerayequepodíavolversealcampo.

Elmariscalvolvió refunfuñando,dioaFerguzónunasalvaguardiaescritaparaélysugente,yempeñósupalabraconrespectoaRichón.

Ferguzónentróenel fuerte,queabandonócon suscompañerosunahoraantes del día, después de haber participado a Richón la promesa verbal delmariscal.Doshorasdespués,altiempoqueRichónveíadesdesusventanaselrefuerzo que le traía Ravailly, entraron en su habitación y le prendieron ennombredelareina.

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En el primer momento una viva satisfacción se dibujó en el rostro delbravo comandante. Estando libre, la princesa podía sospechar de su lealtad;perosiendoprisionero,sucautividadrespondíaporél.

Con esta esperanza, en vez de salir con los demás había preferidoquedarse.

Sinembargo,nosecontentaronconrecogerlelaespada,comodesdeluegoesperaba, sino que apenas estuvo desarmado, cuatro hombres que leaguardabanalapuertasearrojaronsobreélyleataronlasmanosalaespalda.

Richónnoopusoaesteindignotratamientomásquelacalmayresignacióndeunmártir.Eraaquellaunadeesasalmasfuertementetempladas,abuelasdeloshéroespopularesdelossiglosXVIIIyXIX.

XXXVIII

Elconsejodeguerra

RichónfueconducidoaLiburnioypresentadoantelareina,quelemiródearriba a abajo con arrogancia, ante el rey, que le quiso anonadar con unamiradaferoz,yanteelseñordeMazarino,queledijo:

—Habéishechounlindojuego,señorRichón.

—Yheperdido,¿noesasí,monseñor?Ahorafaltasaberloquejugamos.

—Metemoquenohayáisjugadovuestracabeza—repusoMazarino.

—QueseavisealseñordeEpernónqueelreyquiereverle—dijoAnadeAustria—.Encuantoaesehombre,queespereaquísujuicio.

Yretirándoseconunaltivodesdén,saliódelasala,dandolamanoalrey,seguidadeMazarinoysuscortesanos.

ElduquedeEpernónhabíallegado,enefecto,hacíaunahora;perocomoviejoenamorado,suprimeravisitahabíasidoparaNanón.EnelcentrodelaGuienahabíasabidolaheroicadefensaqueCanolleshabíahechoenlaisladeSanJorge;ycomohombrellenodeconfianzaensuseñora,cumplimentabaaNanónpor la conducta de su queridohermano, cuya fisonomía noobstante,resaltabasencillez,ynoanunciabatantanoblezanitantovalor.

Nanón tenía otra cosa que hacer en vez de reírse interiormente de laprolongación del quid pro quo. Tratábase en este momento, no sólo de supropia felicidad,sino tambiénde la libertaddesuamante.Nanónamaba tanapasionadamenteaCanolles,quenoqueríacreerenlaideadeunaperfidiade

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partesuya,aunqueestaideasehubiesepresentadoconmuchafrecuenciaasuimaginación.Enelinterésqueélhabíapuestoparaalejarla,nohabíavistoellamás que una tierna solicitud, le creía prisionero por fuerza, le lloraba yaspiraba sólo al momento en que, merced al señor de Epernón, pudieselibertarle.

Así,pormediodediezcartasescritasalqueridoduque,habíaapresuradosuvueltacontodosupoder.

Por fin había llegado, yNanón le presentó su súplica con respecto a supretendidohermano,quedeseabasacarlomásantesposibledemanosdesusenemigos,omásbiendelasdelavizcondesadeCambes,porqueellacreíaqueenrealidadCanollesnocorríaotropeligroqueeldeenamorarsemásymásdeClara.

EmperoestepeligroeraparaNanónunpeligrocapital.

AsíesquedemandabaconlasmanosjuntasalseñordeEpernónlalibertaddesuhermano.

—Nunca más a tiempo—contestó el duque—. Ahora mismo acabo desaberqueelgobernadordeVayressehadejadoprender;porconsiguienteselecanjearáporesepobreCanolles.

—¡Oh!—exclamóNanón—.Vedahíunamerceddelcielo,queridoduque.

—¿Queréismuchoaesehermano,Nanón?

—¡Oh!Másqueamivida.

—¡Quécosatanextraña!Nohabermehabladojamásdeélhastaaqueldíafamosoquetuvelaimprudenciade…

—Conque,señorduque…—interrumpióNanón.

—No hay más, envío el gobernador de Vayres a la princesa y ella nosremiteaCanolles;cosaesquetodoslosdíassehaceenlaguerra,esuncanjepuroysencillo.

—Sí.¿PerolaprincesanoestimaráenmásalseñordeCanollesqueaunsimpleoficial?

—Ybien,enesecaso,enlugardeunoficialselemandandosotres,yasearreglarádemodoquequedéiscontenta.¡Entendéis,hermosamía!YcuandovuestrobravocomandantedelaisladeSanJorgeentreenLiburnio,entonceslerecibiremosentriunfo.

Nanónestabamuydistantedepensarenregocijos.

EntrardenuevoenlaposesióndeCanolles,eraelsueñoardientedetodassushoras.EncuantoaloquediríaelduquedeEpernóncuandovieseloque

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Canollesera,leinquietabapoco.Unavezpuestoenlibertadelbarón,lediríaqueerasuamante,lorepetiríaenaltavozydelantedetodoelmundo.

Aestaalturaestabanlascosas,cuandoentróelmensajerodelareina.

—¿Veis?—dijoelduque—.Estovienemuyatiempo,queridaNanón;voyacasadeSuMajestadyllevaréelcarteldecanje.

—¿Desuertequemihermanoestaráaquí?

—Talvezmañana—dijoelduque.

—Id, pues —dijo Nanón—, y no perdáis un instante. ¡Oh! Mañana,mañana—añadiólevantandolosbrazosalcieloconunaexpresiónadmirabledesúplica—.Mañana,¡Diosloquiera!

—¡Oh,quécorazón!—murmuróelduquedeEpernónalsalir.CuandoelseñordeEpernónentróen la salade la reina,AnadeAustria, inflamadadecólera, se mordía sus gruesos labios, que eran la admiración de la corte,justamenteporqueeranelpuntodefectuosodesusemblante.

Así,pues,elduquedeEpernón,hombregalanteyhabituadoalasonrisadelosdemás,fuerecibidocomoBurdeléssublevado.ElseñordeEpernónmiróalareinaconadmiración,ellanohabíacontestadoasusaludo,yconlascejasfruncidaslemirabacontodalaaltivezdesumajestadreal.

—¡Ah, ah! ¿Sois vos, señor duque? —le dijo al cabo, después de unmomentodesilencio—.Venidacá,quierocumplimentarosporlamaneraquetenéisdeelegirlosempleosdevuestromando.

—¿Quéhehecho,pues,señora?—preguntóelduquesorprendido—.¿Quéhaocurrido?

—Haocurrido,quehabéisnombradogobernadordeVayresaunhombrequesehaatrevidoadispararelcañóncontraelrey.Nadamás.

—¡Yo señora!—dijo el duque—.Pero ciertamente,VuestraMajestad sehalla en algún error. Yo no he nombrado al gobernador de Vayres… a lomenosqueyosepa.

Elduquesecontenía,porquesuconciencialereprochabadenoexpedirélsololosnombramientos.

—¡Ah!¡Esoesnuevo!—contestólareina—.¿ElseñorRichón,nohasidonombradoporvos,talvez?

Ymarcóestasúltimaspalabrasconunaprofundamalicia.

El señor de Epernón, conociendo el talento de Nanón para distribuirempleosaloshombres,tardópocoentranquilizarse.

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—No recuerdo haber nombrado a Richón —dijo—; pero si yo le henombrado,elseñorRichóndebeserunbuenservidordelrey.

—¡A ver! —dijo la reina—. El señor Richón, según vos, es un buenservidor del rey. ¡Fuego! ¡Qué servidor, que enmenos de tres días nos hanmuertoquinientoshombres!

—Señora—repusoelduqueconinquietud—,siesasí,deboconfesarquehehechomal.Peroantesdecondenarme,permitidmeobtenerlapruebadequesoyyoquienlehanombrado.Yesapruebavoyabuscarla.

Lareinahizounmovimientoparaconteneralduque,perosecontuvoyledijo:

—Id.Ycuandomehayáistraídovuestraprueba,osdaréyolamía.

ElduquedeEpernónsaliócorriendoynosedetuvohastallegaracasadeNanón.

—Ybien—ledijoella—,¿metraéiselcarteldecanje,miqueridoduque?

—¡Ah!¡Sí,deesosetrata!—contestóelduque—.Lareinaestáfuriosa.

—¿YdequéprocedeelfurordeSuMajestad?

—DequeovosoyohemosnombradoaRichóngobernadordeVayres,ydeque esegobernador, que sehadefendido comoun león, a loqueparece,acabadematarnosquinientoshombres.

—¡Richón!—dijoNanón—.Yonoconozcoesenombre.

—Niyotampoco,asímelleveeldiablo.

—Enesecaso,decidresueltamentealareinaqueseequivoca.

—Miradnoseáisvoslaequivocada.

—Esperad,noquierotenerquéecharmeencara;voyadecíroslo.

YNanónpasóasudespacho,consultósuregistrodenegociosenlaletraR,queestabavirgendetodonombramientodadoaRichón.

—Podéis volver—dijo saliendo—, y decir resueltamente a la reina queestáenunerror.

ElduquedeEpernónsepusoenunsaltodesdelacasadeNanónalacasacapitular.

—Señora —dijo entrando erguido en la habitación de la reina—, soyinocentedelcrimenquesemeimputa.ElnombramientodeRichónprocededelosministrosdeVuestraMajestad.

—¿Segúneso,misministrossefirmandeEpernón?—repusoconactitud

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lareina.

—¿Cómoeseso?

—Sinduda,puestoqueéstaeslafirmaquehayalpiedelnombramientodeRichón.

—Señora, es imposible —contestó el duque con el tono vacilante delhombrequeempiezaadudardesímismo.

Lareinaseencogiódehombros.

—¡Imposible!—dijo—.Puesbien,leed.

Y le presentó un despacho que estaba en lamesa, y sobre el cual teníapuestalamano.

Elduquecogióeldespacho,lerecorrióconavidez,examinócadaplieguedelpapel,cadapalabra,cadaletra,yquedóconsternado.Unrecuerdoterriblecruzóporsuimaginación.

—¿PuedoveraeseseñorRichón?—preguntó.

—Nadahaymásfácil—contestólareina—.Hehechoqueestéenlasalainmediataparadarosestasatisfacción.

Luego, volviéndose hacia los guardias que esperaban sus órdenes a lapuerta,añadió:

—Quetraiganaesemiserable.

Losguardiassalieron,yuninstantedespuésfueconducidoRichónconlasmanosatadasylacabezacubierta.

El señor de Epernón se encaminó hacia él, y fijó en el prisionero unamirada, que soportó éste con su dignidad habitual. Como tenía el sombreropuesto,unodelosguardiasselotiróalsuelodeunrevés.

EsteinsultonoprovocóelmenormovimientodepartedeRichón.

—Ponedleunacapayunacareta—dijoelduque—,y traedmeunabujíaencendida.

Obedeciósedesdeluegoalosdosprimerospreceptos.

La reina miraba con asombro estos preparativos singulares. El señor deEpernón daba vueltas en torno de Richón enmascarado, mirándole con lamayoratenciónytratandoderecorrertodossusrecuerdosconaparienciasdeduda.

—Traedme labujíaquehepedido—dijo—.Estaprueba fijará todasmisdudas.

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Trajeron la bujía. El señor de Epernón acercó el despacho a la luz, y alcalordelallamaapareciósobreelpapelunacruzdoble,trazadaencimadelafirmaconunatintasimpática.

Asuvistalafrentedelduquepareciódespejarse,yexclamó:

—Señora, este despacho está firmado pormí, es cierto; pero no ha sidoexpedidoniparaRichónniparaningúnotro.Mefueextraídoporesehombrecasi con violencia; pero antes de librar esta carta blanca, había hecho en elpapelunaespeciedecontraseña,queVuestraMajestadpuedever,yquesirvedepruebaterminantecontraelculpable.Mirad.

La reinacogióávidamenteelpapelymiró lacontraseñaqueelduque leindicabaconlapuntadeldedo.

—No comprendo una sola palabra de la acusación que acabáis de hacercontramí—dijosencillamenteRichón.

—¡Cómo!—exclamóelduque—.¿Noeraisvos el enmascaradoaquienyoentreguéestepapelsobreelDordoña?

—Jamás he hablado a vuestra señoría hasta hoy. Jamás he estadoenmascaradosobreelDordoña—contestófríamenteRichón.

—Sinosoisvos,fueotrohombreenviadoenvuestrolugar.

—Denadameserviríaocultarlaverdad—repusoRichón,siempreconlamisma calma—.Ese despacho, señor duque, lo he recibido por orden de laseñora princesa de Condé, de las mismas manos del señor duque deLarochefoucault, le había llenado conmi nombre y apellido el señorLenet,cuyaletratalvezconozcáis.Dequémodoesedespachocayóenmanosdelaprincesa;cómoelseñordeLarochefoucaulteraposeedordeél,enqué lugarmi nombre y apellido fueron escritos por el señor Lenet en ese papel, soncosasqueignoroabsolutamente,cosasquepocoimportan,yqueamínomeconciernen.

—¡Ah!¿Locreéisasí?—dijoelseñordeEpernónconuntonoburlón.

Yaproximándosealareina,larefirióenvozbajaunalargahistoria,quelareinaescuchóconextremadaatención.Éstaera ladelacióndeCauviñacy laaventura del Dordoña; pero como la reina era mujer, comprendióperfectamenteelmovimientodecelosdelduque.Cuandohuboconcluidoéste,dijoella:

—Esoesunainfamiaunidaaunaaltatraición,ynadamás.Elquenohavacilado en hacer fuego sobre su rey, bien podía vender el secreto de unamujer.

—¿Qué diablos están ahí diciendo? —murmuró Richón arrugando la

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frente; porque sin oír lo bastante para comprender la conversación, oía losuficienteparaadivinarquesuhonorestabacomprometido.Además,losojoschispeantesdelseñordeEpernónydelareinanoleprometíannadabueno;ypormuyvalienteque fueseelgobernadordeVayres,estadobleamenazanodejaba de inquietarle, aunque fuese imposible adivinar sobre su semblante,armadodeunacalmadespreciativa,loquepasabaensucorazón.

—Esnecesarioqueselejuzgue—dijolareina—.Reunamosunconsejodeguerra,voslepresidiréis,señorduquedeEpernón.Elegidvuestrosasesoresydespachemospronto.

—Señora—dijoRichón—,nohayconsejoquereunirnijuicioqueformar.Yo soy prisionero bajo la palabra del señormariscal de LaMeilleraye, soyprisionero voluntario, y la prueba es que he podido salir deVayres conmissoldados; que podía haber huido antes o después de su salida, y no lo hehecho.

—No entiendo nada de negocios —contestó la reina levantándose parapasaraunasalainmediata—.Sitenéisbuenasrazones,laspodéishacervalerdelantedevuestrosjueces.¿Noestaréisbienaquíparapresidir,señorduque?

—Sí,señora—contestóéste.

Yeligiendoalinstantedoceoficialesenlaantesala,constituyóeltribunal.

Richón empezaba a comprender. Los jueces improvisados tomaron susasientos; después de lo cual el relator le preguntó su nombre, apellido ycalidad.

Richóncontestóaestastrespreguntas.

—Seosacusadealtatraiciónporhaberdisparadocontralastropasdelrey—dijoelrelator—.¿Confesáishaberosrendidoculpabledeestecrimen?

—No debo negar lo que es cierto. Sí, señor, yo he disparado contra lastropasreales.

—¿Envirtuddequéderecho?

—Envirtuddelderechodelaguerra,envirtuddelmismoderechoqueenigual circunstancia han invocado el señor deConti, el señor deBeaufort, elseñordeElbeufyotrosmuchos.

—Este derecho no existe, caballero, porque ese derecho no es otra cosaquelarebelión.

—Sin embargo, en virtud de ese derecho ha celebrado mi teniente unacapitulación,capitulaciónqueinvoco.

—¡Capitulación!—exclamóelduqueconironía,porquesospechabaquela

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reinaestabaescuchando,ysusombraledictabacomoultrajanteestapalabra—.¡Capitulación!¡VostratarconunmariscaldeFrancia!

—¿Porquéno—contestóRichón—,puestoque esemariscal deFranciatratabaconmigo?

—Entoncesmanifestadesacapitulación,yjuzgaremosdesuvalor.

—Esunaconvenciónverbal.

—Producidvuestrostestigos.

—Notengomásqueunosolo.

—¿Cuál?

—Elmariscalmismo.

—Quesellamealmariscal—repusoelduque.

—Esinútil—dijolareinaabriendolapuerta,puesestabaescuchandoporla cerradura—. Hace dos horas que el mariscal partió; marcha él sobreBurdeosconnuestravanguardia.

Yvolvióacerrarlapuerta.

Estaapariciónhelóloscorazonesdetodos,porqueimponíaalosjueceslaobligacióndecondenaraRichón.

Elprisionerosonrióamargamente.

—¡Ah!—dijo—.ÉseeselhonorqueelseñordeLaMeillerayeconcedeasupalabra.Teníaisrazón,señor—dijovolviéndosehaciaelduquedeEpernón—;hehechomuymalentratarconunmariscaldeFrancia.

Desde este momento Richón se encerró en el silencio y el desdén, y acuantaspreguntashicieroncesócompletamentederesponder.

Esto simplificaba demasiado el procedimiento; así, pues, el resto de lasformalidadesduróapenasunahora.

Seescribiópocoysehablómenosaún.Elrelatorconcluyóconlamuerte;y a una seña del duque de Epernón los jueces votaron por unanimidad lamuerte.

Richónescuchóestasentenciacomosihubierasidounsimpleespectador;y siempre impasible y mudo, fue entregado por la cesión al preboste delejército.

ElseñordeEpernónpasóaveralareina,aquienencontródemuybuenhumor,yporlotantoleconvidóacomer.Elduque,quesecreíaendesgracia,aceptóypasóacasadeNanónparaparticiparlelafelicidaddepermaneceraun

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enlabuenagraciadesusoberana.

Laencontrósentadaenunsillón,juntoaunarejaquedabasobrelaplazapúblicadeLiburnio.

—Ybien—ledijo—,¿habéisdescubiertoalgo?

—Lohedescubiertotodo—contestóelduque.

—¡Bah!—repusoNanónconinquietud.

—¡Ah!¡Diosmío,sí!¿Recordáisaquelladelaciónquetuvelanecedaddecreer,aquelladelaciónsobrevuestrosamoresconvuestrohermano?

—¿Ybien?

—¿Osacordáisdelacartablancaquesemeexigió?

—Sí.¿Quémás?

—El delator está en nuestro poder, querida, cogido en las líneas de sufirmaenblancocomounzorroenunlazo.

—¡De veras! —dijo Nanón asustada, porque sabía que este delator eraCauviñac,yaunquenoprofeseasuhermanounaverdaderaternura,nohabríaqueridoqueleocurrieseunadesgracia.Además,estehermanopodía,parasalirdeapuros,decirunamultituddecosasqueNanónqueríaquepermaneciesensecretas.

—El mismo, querida —continuó de Epernón—. ¿Qué os parece laaventura?Eltunante,pormediodeesacartablanca,sehabíanombrado,porsuautoridad privada, gobernador de Vayres; pero Vayres ha sido tomado y elculpableestáentrenuestrasmanos.

Todos estos pormenores cabrían de tal modo en las industriosascombinacionesdeCauviñac,queNanónsintióredoblarsesupavor.

—Yesehombre—dijoconvozturbada—,esehombre,¿quéhabéishechodeél?

—¡Ah!Por vidamía—repuso el duque—, vosmisma vais a ver lo quehemoshecho,sí,porvidamía—añadiólevantándose—,estosepresentaalasmilmaravillas.Descorredlacortina,omejor,abridlaventanadeparenpar,¡votoalDiablo!Esunenemigodelreyypuedevérseleahorcar.

—¡Ahorcar! —exclamó Nanón—. ¿Qué decís, señor duque? ¡Colgar alhombredelacartablanca!

—Sí,hermosamía.¿Noveisalláabajoenelmercado,unacuerdaquesebalancea atada a aquella viga; no veis la muchedumbre que corre? Mirad,mirad; ¿percibís los fusileros que conducen al hombre allí, abajo, a la

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izquierda?¡Eh!Observad,elreysalealaventana.

ElcorazóndeNanónsedilatabaensupecho,yparecíasubírselehastalagarganta. Sin embargo, a una rápida ojeada había visto que el hombre queconducíannoeraCauviñac.

—Vamos,vamos—dijoelduque—,elseñorRichónvaasercolgadotanlargocomoes.Estoleenseñaráacalumniaralasmujeres.

—¡Pero—exclamóNanónagarrandolamanodelduqueyreuniendotodassusfuerzas—;perosinoesculpableesedesgraciado,sitalvezvaliente,siesunhombrehonrado,vaisaasesinarauninocente!

—No,no,osequivocáisgrandemente,querida;esfalsarioycalumniador.Además, aunque no fuesemás que gobernador de Vayres, sería reo de altatraición;ymeparecequeconserculpabledeestecrimenyaserábastante.

—¿PeronoteníalapalabradelseñordeLaMeilleraye?

—Asílohadicho,peroyonolocreo.

—¿Cómo el mariscal no ha ilustrado al tribunal sobre un punto tanimportante?

—Habíapartidohacíadoshorascuandocomparecióelreoantesusjueces.

—¡Oh!¡Diosmío,Diosmío!Señor,algunacosamedicequeesehombrees inocente—dijoNanón—, y que sumuerte nos traerá desgracias a todos.¡Ah!¡Señor,ennombredelcielo,vosquesoispoderoso,vosquedecísquenosabéisrehusarmenada,concededmeelperdóndeesehombre!

—¡Imposible,querida!Lareinamismalehacondenado,ydondeellaestánotengoyoningúnpoder.

Nanóndiounsuspiro,semejanteaungemido.

En este momento había llegado Richón bajo la galería del mercado,tranquiloysilenciosocomosiempre,hastalavigadequependíalaescalaylacuerda, que se habían colocado de antemano. Richón subió con paso firmeaquellaescala,dominandosunoblecabezatodaaquellamultitud,sobrelaqueextendiósumiradaarmadadeunfríodesdén.Entonceselprebostelepasóellazoporelcuello,yelpregonerodijoenaltavozqueelreyhacíajusticiaenelseñorEstebanRichón,falsario,traidoryvillano.

—Hemos llegado a un tiempo —dijo Richón—, en que más vale servillanoquemariscaldeFrancia.

Apenashabíapronunciadoestaspalabras,cuandoelescalónfaltóbajosuspiesysucuerpopalpitantesebalanceabapendientedelavigafatal.

Unmovimientouniversaldeterrordispersóalamultitudsinquesedejase

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oír un sólo grito de: «¡Viva el rey!», aunque todos pudieron ver a las dosmajestades en su ventana.Nanón se cubrió el rostro con lasmanos y fue arefugiarsealángulomásretiradodelasala.

—Y bien—dijo el duque—, penséis lo que queráis, querida Nanón, yocreoqueestaejecuciónseráunbuenejemplo;ycuandosepanenBurdeosqueasusgobernadoresselescuelga,tengocuriosidaddesaberloqueharán.

Alaideadeloquepodíanhacer,Nanónabriólabocaparahablar,peronopudomásquelanzarungritoterrible,alzandoalcielolasmanos,comoparasuplicarle no permitiera que fuese vengada la muerte de Richón. Después,como si todos los resortes de su vida se hubieran roto en ella, cayódesplomadasobreelpavimento.

—¿Pero qué es eso, qué hay?—exclamó el señor de Epernón—. ¿Quétenéis, Nanón, qué os pasa? ¿Es posible que os pongáis en ese estado porhabervistocolgaraunvillano?Vamos,queridaNanón,levantaos,volvedenvos, Dios me perdone, está desmayada; y esos Ageneses que dicen que esinsensible.¡Hola!¡Uno!¡Vinagre!¡Socorro!¡Aguafría!

Yviendoelduquequeningunoacudíaasusgritos,saliócorriendoparairabuscarélmismoloqueinútilmentepedíaasuscriados,loscualesnopodíanoírle sin duda, por hallarse aún ocupados en el espectáculo que acababa deregalarlesgratislagenerosidadreal.

XXXIX

Elarresto

Mientras se ejecutaba en Liburnio el terrible drama que acabamos dereferir, lavizcondesadeCambes, sentada juntoaunamesade robledepiestorcidos, teniendo delante de sí a Pompeyo, que hacía una especie deinventariodesufortuna,escribíaalbaróndeCanolleslasiguientecarta:

«Aúntenemosqueesperar,amigomío.EnelmomentodeirapronunciarvuestronombrealaprincesayademandarlesucomplacenciaennuestrauniónllególanoticiadelatomadeVayres,quehelólaspalabrasenmislabios;peroconozco lo que deberéis sufrir, y no tengo fuerzas para soportar a la vezvuestro dolor y elmío. Las prosperidades o los reveses de esta guerra fatalpueden llevarnos muy lejos, si no nos decidimos a sobre pujar lascircunstancias… Mañana, amigo mío, mañana a las siete de la noche serévuestraesposa.

Heaquíelplandeconductaqueosruegoadoptéis,siendomuyurgenteque

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osconforméisconélentodoyportodo.

Pasaréis la tarde en casa de la señora de Lalasne, que desde vuestrapresentación a ella por mí, os tiene en grande aprecio, como también suhermana.Sejugará.

Jugadcomolosotros;sinembargo,nooscomprometáisaningunapartidaparalahoradecenar.Hacedmás,llegadalanoche,alejadavuestrosamigos,siosacompañanalgunos.Entonces,cuandoestéisaislado,veréisentrarciertomensajero,aúnnoséquién,elcualosllamaráporvuestronombre,comosiseos necesitase para un negocio cualquiera. Sea el que sea, seguidle con todaconfianza, porque irá de mi parte, y su misión será la de conduciros a lacapilla,dondeosesperaré.

Yo quisiera que fuese en la iglesia del Carmen, que tiene para mí tandulcesrecuerdos;peronomeatrevoaesperarloaún.Sinembargo,asíserásiseconsienteencerrarlaiglesiapornosotros.

Mientras llega la hora, haced con mi carta lo que con mi mano hacéiscuandomeolvidoderetirárosla.Hoyosdigomañana;mañanaosdiré:¡parasiempre!».

Elbarónseencontrabaenunodeesosratosdemisantropíacuandorecibióesta carta. En toda la víspera y lamañana de aquel día no había visto a lavizcondesadeCambesaunqueeneste espaciodeveinticuatrohorashubiesepasadodiezvecespordelantedesusventanas.

Entoncesseoperabalareacciónhabitualenelalmadelenamoradojoven.AcusabaalaseñoradeCambesdecoquetería;dudabadesuamor,yasupesarseentregabadenuevoa los recuerdosdeNanón, tanbuena, tanrendida, tanardiente;casisecreabaunagloriaenesteamor,quelavizcondesaleparecíaencontrar vergonzoso, y suspiraba su pobre corazón, preso entre un amorsatisfecho que no podía extinguirse, y un amor deseoso que no podíasatisfacerse.LaepístoladelaseñoradeCambesvinoadecirlotodoasufavor.

Canollesleyóyreleyólacarta;comolavizcondesahabíaprevisto,labesóveinteveces, cual lohubierahechocon sumano.Reflexionandoen ello, nopodíaelbaróndesconocerquesuamorhaciaClaraerayhabíasidoelnegociomásseriodesuvida.Conlasdemásmujeres,estesentimientohabía tomadosiempre un carácter distinto, y había tenido sobre todo muy diferentedesenlace. Canolles había desempeñado su papel de hombre afortunado, sehabía conducido como vencedor, reservándose casi el derecho de serinconstante.Con la vizcondesa deCambes, por el contrario, él era quien sesentía sometido a un poder superior, contra el cual no trataba de retirarse,porque conocía que esta esclavitud presente le eramás grata que su pasadopoder.Yenaquellosmomentosdedesalientoenqueconcebíadudassobrela

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realidaddelcariñodelavizcondesa,enesashorasenqueelcorazóndoloridoserepliegaensímismoytruecasusdoloresconelpensamiento,seconfesaba,sinsonrojarsedeestadebilidad,queunañoanteshabríaconsideradoindignade un alma grande; pero perder en la situación presente a la vizcondesa deCambes,seríaparaélunainsoportablecalamidad.

Peroamarla, seramadoporella,poseer sucorazón, sualma, supersona,poseerlacontodalaindependenciadesuporvenir,puestoqueClaranoexigíadeélniaunelsacrificiodesusopinionesalpartidodelaprincesa,ysólopedíasuamor;llegarasereloficialmásricoyfelizdelejércitoreal;porquealcabo,¿porquéolvidarlariqueza?Lariquezanuncaestorba.Permaneceralserviciode Su Majestad, si Su Majestad recompensaba dignamente su fidelidad;dejarle,sisegúnlacostumbredelosreyes,selepagabaconingratitud,¿noeraverdadunadichamayor,mássoberbia,sisepuededecirse,quecuantoensusmásdoradossueñoshubieseosadoanhelarjamás?

Pero,¿yNanón?

¡Ah! ¡Nanón, Nanón! Éste era el remordimiento sordo y punzante queexiste siempre en el fondo de las almas nobles. Tan sólo en los pechosvulgares no tienen eco los dolores que ellos causan.Nanón, ¡pobreNanón!¿Quéharía,quédiría,queibaaserdeellacuandosupieselaterriblenoticiadequesuamanteeraesposodeotra?…

¡Ay!Ellanosevengaría,aunquetuvieseensumanotodoslosmediosdevengarse,yésteeraelpensamientoquemásatormentabaaCanolles.¡Ah!SialomenosNanóntratasedevengarse,sisevengaradeunmodocualquiera,elinfiel no vería en ellamás que una enemiga y se vería desembarazado a lomenosdesusremordimientos.

Sinembargo,Nanónnolehabíacontestadoalacartaenqueledecíanoleescribiesemás.¿Cómoeraqueellahubiesetanescrupulosamenteseguidosusinstrucciones?

Seguramente, si Nanón hubiese querido, habría encontrado medios dehacerle entregar diez cartas. No había, pues, Nanón tratado de contestarle.¡Ah!¡Sinoleamara!

Y la frente del barón se oscureció bajo la idea de que era posible queNanónnoleamaseya.Cosacruelesencontrarelegoísmodelorgullohastaenelcorazónmásnoble.

Felizmente, Canolles tenía un medio de olvidarlo todo, este medioconsistíaenleeryreleerlacartadelavizcondesadeCambes.Leyólamuchasveces,yelmedioobrósusefectos.Nuestroenamoradoconsiguiódesvanecerde este modo cuanto no era su propia felicidad; y por obedecer conanticipaciónasuseñoradeLalasne,sehermoseó,cosaquenoeradifícilasu

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juventud,asugraciayasugusto,yseencaminóacasadelapresidentaenelmomentodesonarlasdos.

Elbarónibatanpreocupadoporsufelicidad,quealpasarporlacallenovioasuamigoRavailly,quedesdeunbatelqueavanzabaafuerzaderemos,lehacíamilesdeseñas.Losenamorados,ensusmomentosde felicidad,andanconpasotanligero,queparecennotocarlatierra.

CanollesestabayamuylejoscuandoarribóRavailly.

Apenasestuvoentierraesteúltimo,dioconvozconcisaalgunasórdenesalos hombres de la barca, y se lanzó rápidamente hacia el alojamiento de laprincesa.

Hallábasealamesalaprincesacuandosintióciertorumorenlaantesala,preguntólacausadeaquelruido,yselecontestóqueeraelbaróndeRavaillyque enviado cerca del señor de La Meilleraye, acababa de llegar en aquelinstante.

—Señora—dijoLenet—,meparecequeconvendríaqueVuestraAltezalerecibiesesintardanza.Traigalasnoticiasquequiera,nopuedenmenosdeserimportantes.

La princesa hizo una seña y Ravailly entró; pero estaba tan pálido ydesencajadosusemblante,quesóloalverleconoció laseñoradeCondéqueteníadelantedesíunmensajeroquetraíaunamalanoticia.

—¿Quéhay,capitán?—preguntó—.¿Quéhaocurridodenuevo?

—Dispensad, señora, que me presente así ante Vuestra Alteza; pero lanoticiaquetraigomeparecequenopuedesufrirretraso.

—Hablad.¿Habéisvistoalmariscal?

—Elmariscalsehanegadoarecibirme,señora.

—¡Elmariscalsehanegadoarecibiramienviado!—exclamólaprincesa.

—¡Oh!Señora,noesesotodo.

—¿Quémáshay?¡Hablad,hablad!Osescucho.

—ElpobreRichón…

—Ybien,yalosé,estáprisionero…puestoqueosenviéparatratardesurescate.—Apesardemidiligencia,señora,hellegadodemasiadotarde.

—¡Cómo, demasiado tarde! —dijo Lenet—. ¿Le habrá ocurrido algunadesgracia?—¡Hamuerto!

—¡Muerto!—repitiólaprincesa.

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—Selehaformadosuprocesocomoauntraidor,yhasidocondenadoyejecutado.

—¡Condenado,ejecutado!¡Ah!¿Looís,señora?—dijoLenetconsternado—. ¡Bien os lo decía! —¿Y quién le ha condenado, quién ha tenido esaaudacia?

—Un tribunal presidido por el duque deEpernón, omejor dicho, por lareinamisma.Así,pues,nosehancontentadoconlamuerte,sehaqueridoquesumuertefueseinfamante.

—¡Cómo,Richón!

—¡Ahorcado,señora,ahorcadocomounmiserable,comounladrón,comounasesino!YohevistosucuerpoenlagaleríadelmercadodeLiburnio.

Laprincesaselevantódesuasientocomosilahubieramovidounresorteinvisible.Lenetdioungritodedolor.

LavizcondesadeCambes,quesehabíalevantado,volvióacaerensusillallevándoselamanoalcorazón,comosehacecuandoserecibeunaprofundaherida.Estabasinsentido.

—LlevaosalavizcondesadeCambes—dijoelduquedeLarochefoucault—.En estemomento no tenemos tiempopara cuidar de los paisanos de lasdamas.

Dosmujeressellevaronalavizcondesa.

—Estoesunaviolentadeclaracióndeguerra—dijoelduqueimpasible.

—¡Esoesinfame!—repusolaprincesa.

—Esferoz—dijoLenet.

—Esimpolítico—profirióelduque.

—¡Oh!¡Masesperoquenosvengaremos!—exclamólaprincesa—.¡Nosvengaremoscruelmente!

—Yo tengomiplan—exclamó la señoradeTourville, que aúnnohabíadichonada—.¡Represalias,señora,represalias!

—Un momento, señora —dijo Lenet—. ¡Que diablos! ¡A dónde vais aparar!Lacosaespordemásgraveparaquemerezcameditarse.

—No, señor, todo lo contrario, enseguida—contestó la de Tourville—.Cuantomás se ha apresurado el rey a herir, tantamayor prontitud debemostenernosotrosencontestarle,descargandorápidamenteelmismogolpe.

—¡Eh, señora! —exclamó Lenet—. Habláis de verter sangre, como sifueseisreinadeFrancia.

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Paradarvuestroparecer,esperadalmenosqueSuAltezaoslopida.

—Laseñoradicebien—dijoelcapitándeguardias.Represalias,ésaeslaleydelaguerra.

—¡Aver!—dijoelduquedeLarochefoucault,siempreimpasibleysereno—;noperdamosel tiempodeestamanera.Lanoticiavaaextenderseporlaciudad,ydentrodeunahoranoseremosdueños,nidelosacontecimientos,nidelaspasiones,nideloshombres.ElprimercuidadodeVuestraAltezadebesereldeadoptarunaactitudbastantefirmeparaqueselejuzgueinexorable.

—Ybien—dijolaprincesa—,yooscedoesecuidado,señorduque,yosremito el interés de vengarmihonor y vuestras afecciones; porque antes deentraramiservicio,Richónhabíaestadoalvuestro,ylerecibídevos,ymeleentregasteismásbiencomounamigoquecomouncriadovuestro.

—Vividtranquila,señora—contestóelduquehaciendounacortesía—.Noolvidaréloquedeboavos,amíyaesapobrevíctima.

Luegoseacercóalcapitándeguardiasylehablólargorato;mientrasquela princesa salía acompañada de la de Tourville y seguida de Lenet, que segolpeabaelpechoconmuestrasdedolor.LaseñoradeCambesestabaen lapuerta.Alrecobrarsussentidos,suprimeraideahabíasidovolveralladodelaprincesa; encontróla al paso, pero con un semblante tan severo, que no seatrevióainterrogarlapersonalmente.

—¡Dios mío, Dios mío! ¿Qué van a hacer? —exclamó tímidamente laseñoradeCambesjuntandosusmanossuplicantes.

—Avengarse—contestómajestuosamenteladeTourville.

—¡Vengarse!¿Ycómo?—preguntólavizcondesa.

La señora de Tourville pasó sin dignarse responder, meditaba ya surequisitoria.

—¡Vengarse!—repitióClara—.¡Oh!SeñorLenet,¿quéquierendecirconeso?

—Señora—contestó Lenet—, si tenéis algún imperio sobre la princesa,hacedusodeél,paraquebajoelnombrede represaliasno secometaalgúnhorribleasesinato.

Ypasóasuvez,dejandoespantadaaClara.

En efecto, por una de esas intuiciones singulares que hacen creer en lospresentimientos, el recuerdo del barón de Canolles se había presentadosúbitamentedeunmododolorosoalaimaginacióndelajoven.Oyendoensucorazóncomounavoztristequelehablabadeesteamigoausente;ysubiendoa su casa con una precipitación furiosa, empezó a vestirse para ir a la cita,

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cuando echó de ver que la cita no debía verificarse hasta dentro de tres ocuatrohoras.

Entretanto,elbarónsehabíapresentadoencasade laseñoradeLalasne,como le había recomendado la señora de Cambes. Éste era el día delcumpleañosdelpresidente,ysedabaunaespeciedefiesta.Comoseestabaenunodelosmáshermososdíasdelaño,todalasociedadsehallabaeneljardín,dondesehabíainstaladounjuegodesortijasobreunavastapradera.Canolles,con su exquisita destreza y perfecta gracia, y merced a su habilidad, fijóconstantementeasuladolavictoria.

Las señoras se reían de la poca destreza de los rivales del barón yadmirabanlahabilidaddeéste.Acadanuevolancequehacía,sereproducíanprolongados bravos, los pañuelos flotaban al aire, y no era mucho si losramilletesnoseescapabandelasmanosyendoacaerasuspies.

Estetriunfonoerabastanteparaapartardesuespírituelgranpensamientoque lepreocupaba,pero servíaparadarlepaciencia.Pormuchoque sedebellegar al término, se llevan con paciencia los retrasos de lamarcha, cuandoestosretrasossonotrastantasovaciones.

Sin embargo, a proporciónque se acercaba la hora deseada, los ojos deljoven se volvían con más frecuencia hacia la puerta por donde entraban osalían los convidados, y por la que naturalmente debía aparecer el enviadoprometido.

Súbitamente, y mientras el barón se felicitaba de no tener que esperar,segúntodaprobabilidad,sinouncortoespaciodetiempo,unrumorsingularseesparcióentreaquellaalegreconcurrencia.Canollesobservóqueseformabangruposacáyallá,quehablabanbajoylemirabanconunextrañointerés,queparecíateneralgodedoloroso.Alprincipioatribuyóinteréshaciasupersona,a su destreza, y se felicitó de este sentimiento, cuya verdadera causa estabamuydistantedesospechar.

Sin embargo, como hemos dicho, empezó a observar que había algodolorosoenaquellaatencióndequeeraobjeto.Acercósesonriendoaunodelos grupos; las personas que le componían hicieron por sonreír, pero sucontinenteestabavisiblementeembarazado.Losquenohablabanconelbarónsealejaron.

Canolles se volvió, y vio cada cual iba desapareciendo poco a poco. Sehabría dicho que una noticia fatal, que helara de terror a todo elmundo, sehabíadifundidosúbitamenteenlaasamblea.PordetrásdeélpasabayvolvíaapasarelpresidenteLalasne,queconunamanobajolabarbaylaotrasobreelpecho,sepaseabaconairelúgubre.Lapresidenta,consuhermanadelbrazo,aprovechándosedeunmomentoenquenadiepodíaverla,diounpasohaciael

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barón,ysindirigiranadielapalabra,dijoconuntonoquellenódeturbaciónelalmadeljoven:

—Siyotuvieraladesgraciadeserprisionerodeguerra,aunquefuesebajopalabra, por temor de que no seme cumpliese esta palabra,montaría en unbuencaballo,ganaríaelrío,daríadiezluises,veinte,ciento,sifuesenecesario,aunbatelero,ymeescaparía…

Canollesmiróalasdosmujeresconadmiración,ylasdoshicieronalavezunsignodeterror,quelefueposiblecomprender.Selevantótratandodesaberdelasdosmujereslaexplicacióndelaspalabrasqueacababandepronunciar;pero escaparon como fantasmas, la una poniendo el dedo en los labios paraindicarlequecallase,ylaotraalzandoelbrazoparahacerleseñadehuir.

Enestemomento,elnombredeCanollesresonóenlacancela.Eljovenseestremeció de pies a cabeza. Este nombre debía ser pronunciado por elmensajerodelavizcondesadeCambes.Elbarónseprecipitóhacialapuerta.

—¿EstáaquíelseñorbaróndeCanolles?—preguntóunavozfuerte.

—Sí—exclamóelbarón,olvidándolotodoparanoacordarsemásquedelapromesadeClara—.Sí,yosoy.

—¿Sois vos seguramente el señor barón de Canolles? —dijo en aquelmomentounaespeciedesargentopasandoelumbraldelacancela,detrásdelacualhabíaestadohastaentonces.

—Sí,señor.

—¿ElgobernadordelaisladeSanJorge?

—Sí.

—¿ElexcapitándelregimientodeNavalles?

—Sí.

Elsargentosevolvió,hizounaseña,ycuatrosoldadosqueestabanocultosdetrásdeuna carroza avanzaronenseguida.Aproximaron la carrozahasta elpuntodetocarsuestriboalumbraldelacancela.ElsargentoinvitóaCanollesasubir.Eljovenmiróasualrededor,estabaenteramentesolo;únicamentevioalolejosentrelosárboles,semejantesadossombras,alaseñoradeLalasneysuhermana,queapoyadaslaunaenlaotra,parecíanmirarleconcompasión.

—¡Pardiez!—decíaélpara sí,nocomprendiendonadadecuantopasaba—.LavizcondesadeCambesha idoaescogerunaescoltasingular.Pero—añadió sonriendo a su propio pensamiento—, no seamos delicados en laeleccióndelosmedios.

—Osesperamos,comandante—dijoelsargento.

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—Perdonad,señores,estoypronto.

Ysubióalacarroza.

Elsargentoydossoldadossubieronconél, losotrosdossecolocaroneluno delante y el otro detrás del coche, y la pesada máquina partió con laprontitudconquepodíanarrastrarladosvigorososcaballos.

Todoestoeraextrañoyempezabaadarenquépensaralbarón.Asíesquevolviéndosehaciaelsargento,ledijo:

—Yaqueestamossolos,¿podréisdecirmeamigoadóndemeconducen?

—Por lopronto,a laprisión,señorcomandante—contestóaquélaquienhabíasidodirigidalapregunta.

—Elbarónmiróaestehombreconestupor.

—¿Cómo,alaprisión?—dijo—¿novenísdepartedeunamujer?

—Sítal.

—¿Yestamujer,noeslaseñoravizcondesadeCambes?

—No,señor.EsamujereslaseñoraprincesadeCondé.

—¡LaseñoraprincesadeCondé!—exclamóCanolles.

—¡Pobrejoven!—murmuróunamujerquepasaba.

Almismotiempohizolaseñaldelacruz.

Elbarónsintiócorrerporsusvenasunfríoagudo.

Másallá,unhombrequecorríaconunapicaenlamano,sedetuvoalverla carroza y los soldados. Canolles se inclinó hacia afuera, y sin duda elhombreleconoció,puesleenseñóelpuñoconunademánamenazador.

—¡Quées esto! ¿Sehanvuelto locosenvuestra ciudad?—dijoelbaróntratando de sonreír aún—. ¿Me he convertido desde hace una hora en unobjetodecompasiónuodio,paraqueunosmecompadezcanymeamenacenotros?

—¡Eh,señor!—contestóelsargento—, losqueoscompadecennohacenmal,ylosqueosamenazanpuedentenerrazón.

—Enfin,sialomenoscomprendiesealgo…—dijoelbarón.

—Pronto comprenderéis, caballero—contestó el sargento. Llegaron a lapuerta de la prisión, y se le hizo bajar al barón en medio de la turba queempezabaareunirse.

Solamente que en vez de conducirle a su sala acostumbrada, se le hizodescenderauncalabozollenodeguardias.

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—¡Veamos! Es necesario que sepa yo a que atenerme—dijo para sí elbarón.

Ysacandodesubolsillodosluises,seacercóaunsoldadoyselospusoenlamano.

Elsoldadovacilóenrecibirlos.

—Toma,amigomío—ledijoCanolles—.Lapreguntaquevoyahacertenotecomprometeennada.

—Entonces hablad, mi comandante —contestó el soldado metiéndoseprimeramentelosdosluisesenelbolsillo.

—Puesbien,quisierasaberlacausademirepentinoarresto.

—Parece—lerespondióelsoldado—queignoráislamuertedeesepobreRichón.

—¡Richónhamuerto!—exclamóCanollesconungritodeprofundodolor—.¡Lehabránmatado,Diosmío!

—No,micomandante,hasidoahorcado.

—¡Ahorcado!—repitióCanollespalideciendoyjuntandolasmanos.

Después,viendoelsiniestroapartadoquelerodeabayelgestoferozdesusguardias,añadió:

—¡Pardiez, ahorcado! ¡Esto podrá retardar indefinidamente micasamiento!

XL

Eltribunal

LavizcondesadeCambeshabíaconcluidosusencilloyhechicerotocado,echóseentoncesunaespeciedecapasobre loshombrose indicóaPompeyoqueleprecediese.

Eracasidenoche;yconsiderandoqueseríamenosobservadaapiequeencoche,habíadadoordenasucocherodeesperarlaalasalidadelaiglesiadelCarmen,cercadeunacapilla,enlaquehabíaobtenidounpermisoparaqueselecasase.Pompeyobajólaescaleraylavizcondesalesiguió.EstasfuncionesdebatidorrecordabanalveteranolafamosapatrullaquehicieralavísperadelabatalladeCorbía.

EnlohondodelaescalerayalcruzarlaseñoradeCambesalolargodel

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salón,dondesesentíaungrantumulto,seencontróconlaseñoradeTourville,que iba discutiendo con el duque de Larochefoucault, y que le llevaba conprecipitaciónhaciaelgabinetedelaprincesa.

—¡Oh!¡Pormerced,señora,unapalabra!—dijo—.¿Quéseharesuelto?

—Miplanquedaadoptado—exclamótriunfanteladeTourville.

—¿Ycuálesvuestroplan,señora?Yoleignoro.

—Lasrepresalias,querida,lasrepresalias.

—Perdonad,señora,pero tengoladesgraciadenoestar tanfamiliarizadacomo vos con los términos de guerra. ¿Qué entendéis por la palabrarepresalias?

—Nadamássencillo,niñamía.

—Pero,enfin,explicaos.

—Elloshanahorcadounoficialdelejércitodelospríncipes.¿Noeseso?

—Sí.¿Ybien?

—¡Y bien! Busquemos en Burdeos un oficial del ejército real yahorquémosle.

—¡Gran Dios! —exclamó la vizcondesa asustada—. ¿Qué estáis ahídiciendo,señora?

—Señor duque —continuó la viuda, sin parecer notar el terror de lavizcondesa de Cambes—, ¿no han preso ya el gobernador quemandaba enSanJorge?

—Sí,señora—contestóelduque.

—¡ElseñordeCanollesestápreso!—exclamólavizcondesa.

—Sí,señora—dijoconfrialdadelduque—.ElseñordeCanollesestáovaa ser preso, delante de mí se ha dado la orden, y yo he visto partir a loshombresencargadosdelaejecución.

—¿Perosesabíadóndeestaba?—preguntóladeCambesconunaúltimaesperanza.

—Estabaen lacasitadenuestropatrónelseñordeLalasne,dondesegúnmehandicho,teníagransuerteeneljuegodelasortija.

Clara lanzóungrito, laseñoradeTourvillesevolvióadmirada,elduquemiróalajovenconunaimperceptiblesonrisa.

—¡El señor de Canolles preso! —repuso la señora de Cambes—. Pero¿qué ha hecho, Dios mío?, ¿qué hay de común entre él y el horrible

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acontecimientoquenosdesola?

—¿Qué hay de común? Todo, querida. ¿No es un gobernador comoRichón?

Lavizcondesaquisohablar,perosucorazónseoprimiódetalmodo,quelapalabraquedóheladaensuslabios.

Sinembargo,cogiendoelbrazodelduqueymirándoleconterror,llegóamurmurarestaspalabras:

—¡Oh! Pero eso será una apariencia, ¿no es así, señor duque? Unamanifestación, y nada más. Me parece que no puede hacerse nada a unprisionerobajopalabra.

—¡Richóntambiéneraprisionerobajopalabra,señora!…

—Señorduque,yoossuplico…

—Dejaos de súplicas, señora; son inútiles.Yo nada puedo hacer en esteasunto,elconsejodecidirá.

LavizcondesadeCambesdejóelbrazodelseñordeLarochefoucaultysefuederechaalgabinetede laprincesa.Lenet,pálidoyagitado, sepaseabaalargospasos,laprincesaplaticabaconelduquedeBouillón.

La vizcondesa se deslizó hasta la princesa, ligera y pálida como unasombra.

—¡Oh, señora!—dijo ésta—. ¡En nombre del cielo, os suplico que meoigáisunmomento!

—¡Ah, eres tú, chiquita! No tengo lugar en este instante —contestó laprincesa—;perodespuésdelconsejosoytodatuya.

—¡Señora,señora!Justamentenecesitohablarosantesdelconsejo.

Laprincesaibaaceder,cuandounapuertasituadaenfrentedeella,yporlaquelaseñoradeCambeshabíaentrado,seabrió,yaparecióenellaelduquedeLarochefoucault.

—Señora—dijoéste—,elconsejoestáreunidoyesperaconimpacienciaaVuestraAlteza.

—Yaves,chiquita—dijolaprincesa—,quemeesimposibleoírteenestemomento; peroven connosotros al consejo, y cuando se termine saldremosjuntasyhablaremos.

Nohabíamediodeinsistir.Ofuscada,confundidaporlaespantosarapidezconqueloshechossesucedían,lapobreClaraempezabaasentirunvértigo.Ella interrogabaa todos losojos, interpretaba todos losgestos, sinvernada,

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sinque su razón lehiciese comprender loque se trataba, sinque suenergíapudiesesalvarladeaqueldelirioespantoso.

La princesa se dirigió hacia el salón. La vizcondesa la siguiómaquinalmente, sin notar que Lenet había cogido entre las suyas su manohelada,queellaleabandonabacomouncadáver.

Entraron en la sala del consejo, eran las ocho de la nocheaproximadamente.

Era éstaunaextensahabitación sombríapor símisma,y asombrabamásaúnporvastastapicerías.Unaespeciedeestradohabíasidoerigidoentrelasdospuertasquehabíaenfrentedelasdosventanas,pordondepenetrabancasioscurecidoslosúltimosrayosdeldía.Sobreesteestradohabíadispuestosdossitiales, unopara la princesa, otropara el señorduquedeEnghien.De cadaladodeestossitialespartíaunalíneadetaburetes,destinadosalasmujeresqueformabanelconsejoprivadodeSuAlteza.

Todoslosdemásjuecesdebíansentarsesobrebancosdispuestosalefecto.ApoyadoalsitialdelaprincesaestabaelduquedeBouillónyaldelpequeñopríncipeelduquedeLarochefoucault.

Lenet se había colocado enfrente del escribano; junto a él está lavizcondesadepie,asombradaytemblando.

Seintrodujeronseisoficialesdelejército,seisoficialesdelamunicipalidadyseisjuradosdelaciudad.

Todosocuparonsuspuestosenlosbancos.

Dos candelabros con tres bujías cada uno iluminaban solamente estaasamblea improvisada. Estos candelabros se hallaban colocados sobre unamesa situada delante de la princesa, bañando de luz el grupo principal,mientrasqueelrestodelosasistentesibaconfundiéndosesucesivamenteenlasombra,amedidaquesealejabadeaqueldébilcentrodeluz.

Guardabanlaspuertassoldadosdelejércitodelaprincesaconalabardaenmano.

Se oía bullir por fuera a la turba. El escribano pasó lista, y cada uno selevantóasuturnoyrespondió.

Después,elrelatorexpusoelnegocio.RefiriólatomadeVayres,lapalabradelmariscaldeLaMeillerayevioladaylamuerteinfamantedeRichón.

Enestemomento,unoficialapostadodeintento,yquedeantemanohabíarecibidosuconsigna,abrióunaventanaysesintióentrarcomounabocanadadevoces.

Estas voces gritaban: «¡Venganza para el bravo Richón! ¡Muerte a los

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mazarinos!».

Deestemodosedesignabanalosrealistas.

—Ya oís lo que la gran voz del pueblo pide —dijo el duque deLarochefoucault—. Ahora bien, dentro de dos horas, o el pueblo habrádespreciado nuestro poder y se hará justicia a sí mismo, o las represaliasdejarándeseroportunas.Juguemos,pues,señores,sinmásdilación.

Laprincesaselevantó.

—¿Yparaquéjuzgar?—dijo—.¿Dequésirveesejuicio?Acabáisdeoírladeliberación,yelpueblodeBurdeoslahapronunciado.

—En efecto —dijo la señora de Tourville—, nada más sencillo que lasituación.Éstaeslapenadeltaliónynootra.Estascosasdeberíanhacerseporinspiración,pordecirloasí,ysinmásnimásquedeprebosteapreboste.

Lenetnopudoescucharpormástiempo,ydesdeelpuestoenqueestabaselanzóenmediodelcírculo.

—¡Oh,basta!Tenedlabondaddenoproferirunapalabramás,señora—exclamó—, porque semejante dictamen sería muy fatal si prevaleciese.¿Olvidáisquelamismaautoridadreal,castigandoasumanera,esdecir,deunmodo infame,ha conservadoa lomenos el respeto a las formas jurídicas, yque ha hecho confirmar el castigo, justo o injusto, por una decisión de losjueces?¿Creéistenerelderechodehacerloquenohaosadohacerelrey?

—¡Oh!—dijo ladeTourville—.Bastaqueyopropongamiparecer,paraqueelseñorLenetseoponga.Pordesgracia,estavezmiopiniónestáacordeconladeSuAlteza.

—Sí,pordesgracia—repusoLenet.

—¡Caballero!…—exclamólaprincesa.

—¡Eh!, señora—dijo Lenet—, reservaos las apariencias al menos. ¿Noseréissiemprelibreparacondenar?

—El señor Lenet tiene razón —dijo el duque de Larochefoucaultarreglando su compostura—. La muerte de un hombre es cosa demasiadograve,mayormente en semejantes circunstancias, para que dejemos pesar laresponsabilidad sobre una sola cabeza, aunque esta cabeza fuese la de unpríncipe.

Luego,inclinándosealoídodelaprincesa,afindequesóloelgrupodelosadictospudieseoírle,dijo:

—Señora,oídelparecerdetodos,ynodesignéisparapronunciareljuiciomásque aquellos dequienes estéis segura.De estemodono tendremosque

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temerquesenosescapenuestravenganza.

—Unmomento—interrumpió el señordeBouillón—, apoyándose en subastónylevantandolapiernagotosa.

Habéishabladodealejarlaresponsabilidaddelacabezadelaprincesa;yonolarecuso,peroquieroquelosdemásladividanconmigo.Yonoquierootracosaquepermanecerrebelde,peroencompañía,conlaseñoraprincesadeunladoyelpueblodeotro.¡Diablos!Noquieroquesemeaísle.YoheperdidomiseñoríodeSedánporunabromadeestegénero.Entoncesteníaunaciudadyunacabeza.ElcardenaldeRichelieumequitólaciudad;eneldíanotengomás que una cabeza, y no quiero que el cardenal Mazarino me la quite.Demando,pues,porasesoresalosseñoresdiputadosdeBurdeos.

—¡Tales firmas al lado de las nuestras! —murmuró la princesa—.¡Vergüenza!

—Lacunasostienealmadero,señora—contestóelduquedeBouillón,aquien laconspiracióndelcincodeMarzohabíahechoprudentepara todoelrestodesuvida.

—¿Soisdeeseparecer,señores?

—Sí—dijoelduquedeLarochefoucault.

—¿Yvos,Lenet?

—Señora —contestó Lenet—, afortunadamente no soy ni príncipe, niduque, ni oficial, ni jurado. Tengo, pues el derecho de abstenerme, y meabstengo.

Entonceslaprincesaselevantó,invitandoalaasambleaquehabíareunidoaresponder.Apenashabíaterminadosudiscurso,laventanaseabriódenuevoyseoyeronporsegundavezpenetrarenlasaladeltribunallasmilvocesdelpueblo,queprorrumpíaaunsólogrito:

—¡Viva laprincesa! ¡VenganzaaRichón! ¡Muertea losepernonistasyalosmazarinos!

LavizcondesadeCambesseasióalbrazodeLenet.

—LaseñoravizcondesadeCambes—dijoéste—,pideaVuestraAltezaelpermisoderetirarse.

—No,no—dijoClara—;yoquiero…

—Vuestropuestonoeséste,señora—ledijoLenet—.Vosnopodéishacernadaporél;yoosinstruirédetodoyveremoselmediodesalvarle.

—Lavizcondesapuede retirarse—dijo laprincesa—.Lasdamasquenoquieranasistiraestasesión,quedanenlibertaddeseguirla.Aquínoqueremos

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másquehombres.

Ninguna de las señoras se movió. Uno de los anhelos constantes de lamitaddelgénerohumanodestinadaaseducir,eseldeambicionarelejerciciodelosderechosdelapartedestinadaamandar.Estasdamas,comolaprincesahabíadicho,encontrabanunaocasióndehacersehombresporunmomento,yeraestaunacircunstanciamuyfelizparaquenolaaprovechasen.

La vizcondesa de Cambes salió sostenida por Lenet. En la escaleraencontróaPompeyo,aquienhabíaenviadoainformarse.

—¿Ybien?—lepreguntó.

—¡Ybien!—contestóél—,estápreso.

—SeñorLenet—dijolavizcondesa—,¡yonotengoconfianzamásqueenvos,niesperanzamásqueenDios!

Yentróenteramentetrastornadaensucámara.

—¿Quépreguntasharéalquevaacomparecer?—preguntabalaprincesaenelmomento enqueLenet recobraba supuesto cercadel escribano—.¿Ysobrequiénrecaerálasuerte?

—Nada más sencillo, señora —contestó el duque—. Tenemos, tal vez,trescientos prisioneros, entre los cuales hay diez o doce oficiales;interroguémosles solamente acerca de sus nombres y sus empleos en elejércitoreal,elprimeroqueseareconocidoporgobernadordeplaza,comoeraelpobreRichón,¡claroes!Ésteseráeldesignadoporlasuerte.

—Esinútilperdereltiempoeninterrogaradiezodoceoficialesdiferentes,señores—dijolaprincesa—.Vos,señorescribano,tenéiselregistro,buscadynombrada losprisionerosdeunagraduación igual a laquegozabael señorRichón.

—Nohaymásquedos,señora—contestóelescribano.

ElgobernadordelaisladeSanJorgeyelgobernadordeBranne.

—Tenemosdos,esverdad—exclamólaprincesa—,yaveisquelasuertenosprotege.¿Estánpresos,Labussiere?

—Ciertamente,señora—contestóelcapitándeguardias—,losdosesperanenlafortalezalaordendecomparecer.

—Quecomparezcan—dijolaprincesa.

—¿Cuálsehadetraer?—preguntóLabussiere.

—Traed a los dos —dijo la princesa—, aunque empezaremos por elprimeroenfecha;porelseñorgobernadordeSanJorge.

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XLI

Lasentencia

Unsilencioaterradorsiguióaestaorden,queibaalanzaralospríncipesenunavíamásterribleydañinaquelaquehabíanseguidohastaentonces,yquesólo fue turbado por el ruido de los pasos del capitán de guardias, que sealejaba,yporelmurmulloquesincesarreproducíalamultitud.Estoeraconunsóloacto,ponera laprincesaysusconsejeros,elejércitoy laciudad,enciertomodofueradelaley,erahaceratodaunapoblaciónresponsabledelosintereses,yaunmás,delaspasionesdealgunospocos.

Nadiealentabaenlasala, todaslasmiradasestabanfijasenlapuertapordondedebíaentrarelprisionero.

Laprincesa,parahacermásalovivosupapeldepresidente,hojeabalosregistros,elseñordeLarochefoucaulthabía tomadounaactitudpensativa,eldeBouillónhablabaconladeTourvilledesugota,quelehacíasufrirmucho.

Lenetseaproximóalaprincesaparatentarunúltimoesfuerzo,noporqueesperasenada,sinoporqueeraunodeesoshombresausterosquecumplenundeber,porserparaellosunaobligaciónelcumplirle.

—Pensadlo bien, señora —le dijo—. Exponéis a un tiro de dados elporvenirdevuestracasa.

—Esocarecedevalor—contestósecamentelaprincesa—.Estoyseguradeganar.

—Señorduque—dijoLenetvolviéndosehaciaLarochefoucault—,vosquesois tan superior a las inteligencias vulgares y a las pasiones humanas,aconsejaréislatolerancia,¿noescierto?

—Caballero —contestó con hipocresía el duque—, en este momentodiscutoelasuntoconmirazón.

—Discutidleconvuestraconciencia,señorduque—repusoLenet—,yserámejor.

Enestemomentosedejóoírunruidosordo.Eralacancelaquesecerraba.Esteruidoresonóentodosloscorazones,porqueanunciabalallegadadeunode los prisioneros. No tardaron en oírse pasos en la escalera, las alabardassonaronen lasbaldosas, lapuerta seabriódenuevo,yelbaróndeCanollesapareció.

Jamás había parecido tan elegante; jamás había estado tan hermoso. Su

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semblante,llenodeserenidad,habíaconservadolaflorencarnadadelaalegríaydelaignorancia.Adelantóseconpasodesembarazadoysinafectación,comolohicieraencasadelasesorLaviaoencasadelpresidenteLalasne,ysaludórespetuosamentealaprincesayalosduques.

Laprincesamismaseadmiróavistadeestacompletaserenidad,yquedócontemplandounmomentoaljoven.

Porúltimo,interrumpiendoelsilencio,dijolaprincesa:

—Acercaos,caballero.

Elbarónobedecióysaludóporsegundavez.

—¿Quiénsois?

—SoyelbarónLuisdeCanolles,señora.

—¿Quégraduaciónteníaisenelejércitoreal?

—Eratenientecoronel.

—¿NoeraisgobernadordelaisladeSanJorge?

—Teníaesehonor.

—¿Habéisdicholaverdad?

—Entodo,señora.

—¿Habéisescritolaspreguntasylasrespuestas,escribano?

Elescribanohizo,inclinándose,unaseñalafirmativa.

—Entoncesfirmad,caballero—dijolaprincesa.

Elbaróntomólapluma,comoelhombrequenocomprendeconquéfinseledirigeunmandato,peroqueobedecepordeferenciaalrangodelapersonaquelemanda,yfirmósonriendo.

—Estábien,caballero—dijolaprincesa—.Ahorapodéisretiraros.

El barón saludó de nuevo a sus nobles jueces, y se retiró con elmismodesembarazoylamismagracia,sinmanifestarnicuriosidadniadmiración.

Apenashabíapasadodelapuerta,yestapuertasehubocerradotrasél,selevantólaprincesa.

—¿Ybien,señores?—dijo.

—¡Ybien,señora,votemos!—dijoelduquedeLarochefoucault.

—¡Votemos!—repitióelduquedeBouillón.

Después,volviéndosehacialosjurados,añadió:

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—Esosseñores,¿tendránabienemitirsuparecer?

—Despuésdevos,monseñor—contestóunodelosciudadanos.

—¡No, antesquevos!—exclamóunavoz retumbante.Estavoz tenía talacentodeenergía,queadmiróatodoelconcurso.

—¿Qué significa eso?—dijo la princesa, tratandode reconocer el rostrodelqueacababadehablar.

—Estoquieredecir—exclamóunhombre levantándose,paraqueno sepudiesedudaracercadequiénhabíahablado—,queyo,AndrésLavia,asesordelrey,consejerocercadelparlamento,reclamoennombredelrey,sobretodoen nombre de la humanidad, privilegio y seguridad para los prisionerosretenidosenBurdeosbajopalabra.Enconsecuencia,protesto…

—¡Oh,oh,señorasesor!—contestólaprincesaarrugandoelceño—.Nadadeestilodeprocederdelantedemí,osloruego,porquenolocomprendo.Ésteque seguimos es un negocio de sentimientos, y no un proceso mezquino ycaviloso.Yo creo que cada cual de losmiembros que componen el tribunalconocerálaconvenienciadeesto.

—¡Sí, sí! —repitieron en coro los jurados y los oficiales—. ¡Votemos,señores,votemos!

—Lo he dicho y lo repito —repuso Lavia sin desconcertarse por elapostrofe de la princesa—, pido privilegio y seguridad para los prisionerosretenidosbajopalabra.

—Éstenoesestilodeproceder,esestilodelderechodegentes.

—Yyoañado—dijoLenet—,queantesdeherirtancruelmenteaRichón,selehaoído,yqueesmuyjustooigamostambiénnosotrosalosacusados.

—Y yo —dijo Españet—, que era el jefe de los paisanos que habíanatacadoalaisladeSanJorgeconLarochefoucault,yodeclaroquesiseusalaclemencia,selevantarálaciudad.

Unmurmulloexteriorparecióresponderaestaaserciónyconfirmarla.

—Despachemos—dijolaprincesa—.¿Aquécondenamosalacusado?

—Alosacusados,señora,porquehaydos—dijeronalgunasvoces.

—¿No os basta uno? —dijo Lenet sonriendo con desprecio a estesangrientoservilismo.

—¿Ycuálhadeser?—preguntaronlasmismasvoces.

—¡El más gordo, lobos! —exclamó Lavia—. ¡Ah! ¡Os quejáis de unainjusticia, gritáis sacrilegio, y queréis corresponder a un asesinato con dos

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alevosías! Bella reunión de filósofos y de soldados, que se convierten encarniceros.

Los ojos centellantes de la mayoría de los jueces, parecían prontos apulverizar al animoso asesor del rey. La princesa se había levantado, yapoyada sobre los dos puños, parecía interrogar con la vista a los asistentesparaasegurarsedesihabíansidoefectivamentepronunciadaslaspalabrasqueacababa de oír, y de si existía en elmundo un hombre bastante audaz paradecirsemejantescosasensupresencia.

Lavia, comprendiendo que su asistencia lo emponzoñaría todo, y que sumanera de defender a los acusados, en vez de salvarles los perdería,determinó, pues, retirarse, pero retirarse como juez que protesta, y no comosoldadoquehuye.

—EnnombredeDios—dijo—,protesto contra lo quequeráis hacer; ennombredelrey,osloprohíbo.

Yechandoa rodar la sillaconungestodecóleramajestuosa, salióde lasala con la frente erguida y el paso firme, como un hombre fuerte en elcumplimiento de su deber y poco cuidadoso de las desgracias que podíaacarrearleundebersatisfecho.

—¡Insolente!—dijolaprincesa.

—¡Bueno,bueno,dejadlehacer!—dijeronalgunasvoces—.Yalellegarásuturno.

—¡Votemos!—contestólacasitotalidaddelosjueces.

—Pero, ¿aquévotar sinhaberoídoa losdos acusados?—dijoLenet—.Talvezelunoosparecerámásculpablequeelotro.Acasoresumáissobreunasolacabezalavenganzaquequeréishacersobrelosdos.

Enestemomentoseoyósonarporsegundavezlacancela.

—¡Ybien,sea!—contestólaprincesa—.Votaremosalavezsobrelosdos.

Eltribunal,quesehabíayalevantadotumultuosamente,volvióasentarse.Oyósedenuevoelruidodelospasos,elresonardelasalabardas,yseabriólapuerta,apareciendoasuvezCauviñac.

El recién llegado formaba un chocante contraste con Canolles. Susvestidos,malreparadosaundelosultrajesdelpopulacho,habíanconservadolas huellas del desorden, a pesar del mucho cuidado que había puesto enborrarlas. Sus ojos se fijaron vivamente sobre los jurados, los oficiales, losduques y la princesa, abrazando todo el tribunal con una circular mirada.Luego,conelairedeunzorroastuto,seadelantó,estabapálidoyvisiblementealterado,peroconeloídoatentoysondeando,pordecirloasí,elterrenoacada

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pasoquedaba.

—¿VuestraAltezamedispensa el honorde llamarmea supresencia?—dijosinesperaraqueselepreguntase.

—Sí, señor—contestó laprincesa—.Hequeridoquevosmismo fijaseisalgunospuntosqueossonrelativosyquenostienenenduda.

—En ese caso—dijo Cauviñac inclinándose—, aquí me tenéis, señora,dispuestoaresponderalfavorqueVuestraAltezamehace.

Y se inclinó con el airemásgraciosoquepudo adoptar, pero era visiblequeaquelaspectocarecíadeconfianzaynaturalidad.

—Noseosmolestarámucho—dijolaprincesa—,sobretodosirespondéisdeunamaneratanpositivacomoosharemosnuestraspreguntas.

—Vuestra Alteza tendrá a bien observar —contestó Cauviñac—, quesiendo la pregunta siempre preparada de antemano, y no siéndolo nunca larespuesta,esmásdifícilresponderquepreguntar.

—¡Oh!Nuestraspreguntasserántanclarasyprecisas—dijolaprincesa—,quenonecesitaréisreflexionar.¿Vuestronombre?

—Ybien,justamente,señora,ahítenéisunapreguntaembarazosa.

—¡Cómo!

—Sí,frecuentementesucedetenerdosnombres,elqueseharecibidodesufamilia y el que unomismo se da. Por ejemplo, yo he creído tener algunarazón para abandonar mi primer nombre, para tomar otro menos conocido.¿Cuáldeestosdosnombresexigísquediga?

—Elnombrebajoel cualospresentasteis enChantillyyosobligasteis alevantaryconquehabéisvendidoalseñordeMazarino.

—Perdonad, señora —contestó Cauviñac—, pero me parece que ya hetenidoelhonordecontestarvictoriosamenteatodasestaspreguntasdurantelaaudienciaqueVuestraAltezatuvoabienacordarmeestamañana.

—Por eso ahora no os hago más que una —repuso la princesa, queempezabaaimpacientarse—.Ospreguntovuestronombre.

—¡Ybien!Vedahíjustamenteloquemeembaraza.

—EscribidelbaróndeCauviñac—dijolaprincesa.

Elacusadonohizoningunareclamación,yelescribanoloescribió.

—Ahora, ¿vuestra graduación? —dijo la princesa—. Espero que noencontréisningunadificultadenresponderaestapregunta.

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—Al contrario, señora, esta pregunta es precisamente la que me parecemásintrincada.Simehabláisdemigradocomohombredocto,soybachilleren filosofía, licenciado en derecho, doctor en teología, y como ve VuestraAlteza,respondosinvacilar.

—No,señor;hablamosdevuestragraduaciónmilitar.

—¡Ah! Pues bien, sobre ese puntome es imposible contestar a VuestraAlteza.

—¡Cómotal!

—Porquejamáshesabidobienloqueyomismoera.

—Trataddefijarossobreestepunto,caballero,porquedeseosaberlo.

—¡Puesbien!Yo,demiautoridadprivada,mehiceprimeroteniente;perocomo no tenía facultad para firmarme un despacho, y nunca tuve a misórdenes,mientras llevé este título, arribade seishombres, creo seguramentequenotengoderechodehacerleprevalecer.

—Sí,peroyo—repusolaprincesa—,oshehechocapitán;así,pues,soiscapitán.

—¡Ah!Vedahídondeseaumentamiembarazoyenloquesealborotamiconciencia.Meheconvencidodespuésquetodogradomilitardebeemanardelavoluntadrealparatenervalor.Ahorabien,VuestraAltezaesincontestable,queteníadeseosdehacermecapitán;perocreoquenoteníaderechoparaello.Enestecaso,nohabrésidomáscapitánqueteniente.

—Está bien; pero supongamos que no hayáis sido teniente por vuestromerohecho,quenohayáissidotampococapitánporelmío,atendidoquenivosniyoteníamospoderparafirmarundespacho;alomenossoisgobernadordeBranne.Ycomoestavezeselreyquienhafirmadovuestrasprovisiones,nocontestaréiselvalordelacto.

—Heahí,señora,elqueesmáscontestabledelostres.

—¿Cómoeseso?—dijolaprincesa.

—He sido nombrado, es cierto, pero no he entrado en el goce de misfunciones. ¿Quées loqueconstituyeel título?Noes laposesióndelmismotítulo, sino cumplimientode las funcionesque le conciernen.Peroyonohellenado ninguna de las funciones del título a que había sido elevado; no hepuestoelpieenungobierno;nohahabidodemiparteniaunelprincipiodeejecución.Porconsiguiente,soy tangobernadordeBrannecomoeracapitánantesdesergobernador,ycomoeratenienteantesdesercapitán.

—Sinembargo,caballero,seoshaencontradoenelcaminodeBranne.

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—Escierto;peroacienpasosdelpuntoenquefuipresoparteelcamino,unodelosbrazosvaaBranneyelotroaIson.¿QuiénafirmaráquenoibaaIsonysíaBranne?

—Estábien—contestólaprincesa—,eltribunalapreciarávuestradefensa.Escribano,anotadgobernadordeBranne.

—No puedo oponerme a que Vuestra Alteza mande escribir lo queconvenga.

—Yaestá,señora—dijoelescribano.

—Bien.Ahora,caballero—dijolaprincesaaCauviñac—,firmadvuestrointerrogatorio.

—Con mucho gusto lo haría, señora—repuso Cauviñac—, y tendría elmayorplacerenpoderhaceralgoquefuesedelagradodeVuestraAlteza;peroen la lucha que esta mañana he tenido que sostener contra el pueblo deBurdeos, lucha de que Vuestra Alteza me libró tan generosamente por laintervencióndesusmosqueteros,hetenidoladesgraciadesacarlastimadalamuñeca derecha, y siempre me ha sido imposible firmar con la manoizquierda.

—Hacedconstarlanegativadelacusado—dijolaprincesaalescribano.

—La imposibilidad, caballero, escribid la imposibilidad —repusoCauviñac—.Diosme librede rehusarnada aunaprincesa tangrande comoVuestraAlteza,sidependiesedemí.

Ysaludandoconelmásprofundorespeto,salióCauviñacacompañadodesusdosguardias.

—Me parece que teníais razón, señor Lenet —dijo el duque deLarochefoucault—,yquehicimosmalennoaseguraraesehombre.

Lenet estaba demasiado ocupado para contestar. Esta vez su ordinariaperspicacia le había engañado, esperaba que Cauviñac atrajese sobre sí lacólera del tribunal; pero Cauviñac, con sus continuos subterfugios, habíadivertidomásqueirritadoasusjueces.SólosuinterrogatoriohabíadestruidotodoelefectoqueprodujeraeldelbaróndeCanolles,dadocasoquehubieseproducidoalguna;y lanobleza, la lealtad, lafranquezadelprimerprisionerohabíandesaparecido,sipuededecirse,bajolasastuciasdelsegundo.CauviñachabíaoscurecidoaCanolles.

Así,cuandosellegóavotar,launanimidaddelosvotosdecidiólamuerte.

Laprincesamandóhacerelescrutinio,ylevantándosedespuéspronuncióconsolemnidadlasentenciaqueacababaderecaer.Cadacualasuvezfirmóel registrodedeliberaciones.ElduquedeEnghienprimero;pobreniño,que

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ignoraba lo que firmaba, y cuya primera firma iba a costar la vida de unhombre, enseguida la princesa, luego los duques, después las damas delconsejo, los oficiales y los jurados, y de este modo eran cómplices en lasrepresalias.

Noblezaypueblo,ejércitoyparlamento,atodoseramenestercastigarlos;ynadieignoraquecuandohayquecastigaratodoelmundoanadiesecastiga.

Después que hubieron firmado, la princesa, que tenía asegurada suvenganza,ycuyoorgulloseveíasatisfechoenestavenganza,fueaabrirellamismalaventanaqueyahabíasidoabiertadosveces,ycediendoalanhelodelpopulachoqueladevoraba,dijoenaltavoz:

—Señores Burdeleses, Richón será vengado dignamente; descansad ennosotros.

Unhurra,semejantealestampidodeltrueno,acogióestadeclaración,yelpuebloseextendióporlascalles,gozandoanticipadamenteenelespectáculoquelapalabradelaprincesaleprometía.

Masapenashuboentradoensucámaralaprincesa,conLenetquelaseguíatristemente,esperandoaúnhacerlacambiarderesolución,cuandoseabrió lapuerta, y la vizcondesa deCambes, pálida y desolada, vino a echarse a suspies.

—¡Oh,señora!—ledijo—.¡Ennombredelcielo,escuchadme!¡PorDios,nomerechacéis!

—¿Quéhay,hijamía?—dijolaprincesa—.¿Porquéllorasdeesemodo?

—Lloro, señora, porque he sabido que han votado lamuerte, y que voshabéisconfirmadoesevoto;ysinembargo,señora,vosnopodéishacermataralseñordeCanolles.

—¿Yporquéno,querida?¿NohanmatadoellosaRichón?

—Sí,señora,peroCanollessalvóenChantillyaVuestraAlteza.

—¿Ydeboagradecerleelhabersidojuguetedenuestrasastucias?

—Pues bien, señora, en eso está el error, el señor de Canolles no hadesconocido un sólo instante la sustitución. Al primer golpe de vista meconoció.

—¿Ati,Clara?

—Sí,señora.Nosotroshabíamoshechopartedelcaminojuntos.

En fin, el señor de Canolles estaba enamorado de mí; y en estacircunstancia… ¡Y bien, señora!… tal vez hizomal, pero no os toca a vosreprendersuacción…Enaquellacircunstanciasacrificósudeberasuamor.

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—¿Entonceseselquetúamas?

—Sí,interrumpiólaseñoradeCambes.

—¿Elsujetoporquienvinisteapedirmeelpermisoparacasarte?

—Sí.

—¿Era?…

—Era el señor de Canolles, sí —dijo la vizcondesa—. El señor deCanolles, que se rindió amí en San Jorge, y que sinmí iba a volarse convuestrossoldados.ElseñordeCanolles,enfin,quepodíafugarse,yquemerindió su espada por no separarse de mí. Bien conocéis, señora, que si élmuere, también es necesario que yomuera, por que yo le habré quitado lavida.

—Hija mía—dijo la princesa con cierta emoción—, considera que mepidesunacosaquemeesimposible.Richónhamuerto,yesprecisoqueselevengue.Hayunadeliberaciónquesedebellevaracabo;ysimiesposomismomepidieraloquetúmepides,selonegaría.

—¡Oh,desdichada!—exclamó lavizcondesadeCambeshaciéndosea laespaldayestallandoensollozos—.Yoheperdidoamiamante.

EntoncesLenet,queaúnnohabíahablado,seacercóalaprincesayledijo:

—Señora, ¿no tenéis bastante con una víctima, y necesitáis dos cabezasparavindicarladeRichón?

—¡Ah,ah!—dijolaprincesa—,elhombresereno.¿Esdecirquemepedíslavidadelunoylamuertedelotro?¿Esesojusto?Decid.

—Señora,cuandodoshombresdebenmorir,esjusto,enprimerlugar,quemuera uno sólo, suponiendo aún que una boca tenga derecho a apagar laantorchaencendidaporlamanodeDios.Ensegundolugar,esjusto,enelcasodeelección,seprefieraalhombredebienparaquesesalve,ynoalintrigante.EsmenesterserjudíosparaponerenlibertadaBarrabásycondenaraJesús…

—¡Oh!SeñorLenet—dijo la vizcondesa—, hablad pormí, os lo ruego,porquevossoishombreyseosescuchará talvez.Yvos,señora—continuóvolviéndosehacialaprincesa—,recordadsolamentequehepasadomividaalserviciodevuestracasa.

—Y yo también —dijo Lenet—; y no obstante, por treinta años defidelidad nada he pedido aVuestraAlteza; pero en esta ocasión, si VuestraAltezanoseapiada,lepediréencambiodeestostreintaañosdefidelidadunsólofavor.

—·¿Cuál?

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—Eldedarmemi licencia,señora,a findequepueda iraecharmea lospiesdelrey,aquienconsagraréelrestodemiexistencia,quehabíasacrificadoalhonordevuestracasa.

—¡Bien! —exclamó la princesa, vencida por estas súplicas—. Noamenacéis, mi antiguo amigo, no llores más, mi dulce Clara; tranquilizaosambos,nomorirámásqueuno,pues loqueréis;peroquenosemevengaapedirlagraciadelqueseadestinadoamorir.

Lavizcondesacogiólamanodelaprincesayladevoróabesos.

—¡Oh!¡Gracias,gracias,señora!—dijo—.Desdeestemomentomividaylasuyasonvuestras.

—Y obrando así, señora —dijo Lenet—, seréis a un tiempo justa ymisericordiosa,loquehastaahorahabíasidoprivilegiodeDiossolamente.

—¡Oh, señora! —exclamó la vizcondesa impaciente—, ahora, ¿puedoverle,puedolibertarle?

—Semejante demostración en este momento es imposible —dijo laprincesa—;nosperdería.Dejemosalosprisionerosensuprisión,selesharásaliraunmismotiempo,alunoparalalibertad,alotroparalamuerte.

—¿Pero no puedo verle, tranquilizarle, consolarle al menos? —dijo laseñoradeCambes.

—No creo que tenéis derecho para ello —dijo la princesa—. Altranquilizarlesesabríaladeterminación,secomentaríaelfavor;no,imposible,contentaos con saber que está salvado. Yo participaré a los dos duques midecisión.

—Bueno,meresigno.¡Gracias,gracias,señora!—exclamóClara.

Y se retiró para llorar en libertad y para dar gracias a Dios de lo másprofundodesucorazón,quesedesbordabadealegríaydereconocimiento.

XLII

Elpase

Losdosprisionerosdeguerraocupabandos salas en lamisma fortaleza.Estasdossalasestabancontiguaslaunaalaotraysituadasalpisodelacalle;perolosbajosdelasprisionespuedenpasarportercerospisos.Lasprisionesnoempiezan,comolascasas,aflordetierra;porlocomúntienendoscuerpossubterráneos.

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Cada puerta de la prisión estaba custodiada por un piquete de hombresescogidos entre losguardiasde laprincesa; pero lamuchedumbre, habiendovisto estos preparativos que satisfacían sus deseos de venganza, había idoabandonadopocoapocolasavenidasdelaprisión,endondesehabíaapiñadoalsaberqueCanollesyCauviñacacababandeserconducidos.Entonces, lospiquetesqueestabancolocadosenelcorredorinterior,másbienporguardaralos prisioneros del furor popular que por temor de que se escapasen, seretiraron,contentándosecondejarunrefuerzodecentinelas.

Noteniendoelpueblomásqueverendondeestaba,sehabíadirigidohaciael lugar enque se ejecutaban las justicias, es decir, hacia laExplanada.Laspalabraslanzadasdesdeloaltodelasaladelconsejoalamultitud,sehabíanextendidoenelquehabríaalgúnespectáculoterribleaquellamismanoche,oporlamañanadeldíasiguienteamástardar.Paraelpopulachoeraunplacermáselnosaberapuntofijoquépensardeesteespectáculo,porquelequedabaelatractivodelmisterio.

Artesanos, hacendados,mujeres y niños corrían hacia lasmurallas; perocomo la noche estaba oscura y la luna no debía salir hasta cerca demedianoche,muchosdeellosibanconunaantorchaenlamano.Porotrolado,casitodaslasventanasestabanabiertas,yenmuchasdeellashabíanpuestosobreelbalustrehachonesocandilejas,comoseacostumbraenlosdíasdefestejos.Sin embargo, por el murmullo de la multitud, por las patrullas quesucesivamentecruzabanapieyacaballo,secomprendíaquenoeraunafiestaordinarialaqueseanunciabacontanlúgubrespreparativos.

Detiempoentiempopartíangritosfuriososdelosgrupos,queseformabanysedisipabanconuna rapidez,quesólopertenecea la influenciadeciertosacontecimientos. Estos gritos eran siempre los mismos que en dos o tresintervalosdiferenteshabíanpenetradoenelinteriordeltribunal:

«¡Mueranlosprisioneros!¡VenganzaaRichón!».

Estos gritos, estas luces, este ruido de caballos habían sacado a lavizcondesadeCambes,desusentidaoración.

Se puso a la ventana, y contemplaba con estremecimiento a aquelloshombresyaquellasmujeres,queconsusojosalteradosysussalvajesgritos,parecíanbestiasferocessoltadasenuncirco,reclamandoconsusrugidoslasvíctimas humanas que desean devorar. Preguntábase a sí misma, cómo eraposible que tantos seres, a quienes los dos prisioneros jamás habían hechodañoalguno,pudieranpedircontantoencarnizamientolamuertededosdesussemejantes, y no sabía qué respuesta darse aquella pobre mujer, que laspasioneshumanasnoconocíansinolasquesirvenparaendulzarelcorazón.

Desdelaventanaenqueestaba,veíalavizcondesadeCambesaparecerpor

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encimadelascasasyjardineslaextremidaddelasaltasysombríastorresdelafortaleza.

AllíestabaCanolles,yallísefijabanconespecialidadsusmiradas.

Peronoobstante,nopodíaevitarquedetiempoentiemporecayesensobrelacalle,yentoncesveíaaquellossemblantesamenazadores,oíaaquellosgritosdevenganza,yunhielomortalcorríaporsusvenas.

—¡Oh—decía—,tienengustoenprohibirmequelevea,yesprecisoqueyopenetrehastaél!¡Estosgritospuedenllegarasusoídos;puedecreerqueleolvido;puedeacusarme,maldecirme!¡Oh!Cadamomentoquepasasinqueyobusque un medio de tranquilizarle, me parece una traición hacia él; me esimposiblepermanecerenestainacción,cuandoacasomellamaensusocorro.¡Oh!Esnecesarioqueyolevea…sí;pero,¿cómoverle,Diosmío?¿Quiénmeconducirá a prisión? ¿Qué poder me abrirá sus puertas? La princesa harehusado darme un pase; pero acababa de concederme tanto, que bien teníaderecho de negarme esto. Hay guardias, hay enemigos alrededor de esafortaleza,unapoblaciónenteraqueruge,queolfatealasangreynoquierequeselearrebatesupresa;secreeráqueyoquierosacarle,salvarle;¡oh,sí!YolesalvaríasinoestuvieseyaenseguridadbajolasalvaguardiadelapalabradeSu Alteza. Si les digo que quiero verle solamente, no me creerán y merechazarán, luego al probar semejante tentativa contra la voluntad de laprincesa, ¿no es arriesgar y comprometer el favor adquirido? ¿No esexponermeaqueretirelapalabradada?

Ynoobstante,dejarlepasarasíenlaangustiayeltormentolaslargashorasdelanoche,¡esimposible!SupliquemosaDios,ytalvezDiosmeinspirará.

YporsegundavezfuelavizcondesadeCambesaarrodillarsedelantedesu crucifijo, empezando a orar con un fervor, que hubiera conmovido a laprincesamisma,silaprincesahubierapodidooírla.

—¡Oh,noiré,noiré!—decía—,porquecomprendoquemeesimposibleir. Toda la nocheme acusará quizás… peromañana,mañana, sí, Diosmío,mañana me absolverá, ¿es verdad? Entretanto, el ruido que crecía, laexaltaciónde lamuchedumbre,queseaumentabaporgrados, los reflejosdeluz siniestra que como relámpagos penetraban hasta ella e iluminaban porinstantessuhabitación,quepermanecíaaoscuras, lecausabantal terror,quesecubriósusoídosconlasmanosyseapoyóconsusojoscerradosenelcojíndesureclinatorio.

Entoncesseabriólapuerta,ysinsentirloentróunhombre,quesedetuvoenelumbral,fijandoenellaunamiradadeafectuosacompasión,yqueviendomoverseloshombrosdelajoven,tandolorosamenteagitadosporlossollozos,seacercódandounsuspiro,ylepusolamanosobreelbrazo.

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LaseñoradeCambessealzóasustada.

—¡SeñorLenet…—dijo—;señorLenet!¡Ah!¡Nomehabéisabandonado!

—No—respondióLenet—.Creíquenoestaríaissuficientementetranquilatodavía,ymeheatrevidoavenir,parasabersipuedoserosútilenalgo.

—¡Oh, querido señorLenet!—dijo la vizcondesa—. ¡Qué bueno sois, ycuántoostengoqueagradecer!

—Parece que no me había engañado—dijo Lenet—. ¡Raras veces nosequivocamos,Diosmío,alpensarquetuscriaturaspadecen!—añadióconunamelancólicasonrisa.

—¡Oh!¡Sí,señor,lecontestóClara,sítenéisrazón,padezco!

—¿Nohabéisobtenidotodocuantodeseabaisseñora?Ymásdeloqueyomismoesperaba,osloconfieso.

—Sí,nohayduda;pero…

—Pero… comprendo. ¿Os aterráis al ver la alegría de ese populachosedientodesangre,yosapiadáisdelasuertedeeseotrodesgraciadoquevaamorirenlugardevuestroamante?

La señora deCambes se puso en pie, y permaneció inmóvil un instante,pálidayconlosojosfijosenLenet.

Luegollevósumanoheladaasufrentecubiertadesudor,ydijo:

—¡Ah!¡Perdonadme,omásbienmaldecidme!Porqueenmiegoísmo,niaunhabíapensadoenél.No,Lenet,no,osloconfiesocontodalahumildaddemi corazón; mis temores, mis lágrimas, mis ruegos, son por que habíaolvidadoalquetienequemorir.

Lenetsesonriótristemente.

—Sí—dijo—,asídebe ser,porqueestáen lanaturalezahumanaqueasísea.Acasoelegoísmodelosindividuosproducelasaluddelasmasas.Cadacual hace en torno de sí y de los suyos su círculo con una espada. Vamos,vamos, señora, proseguid vuestra confesión hasta el fin. Confesad confranquezaqueospesalatardanzaconqueelinfelizsufresudestino;porqueelinfelizaseguraconsusuertelavidadevuestroprometido.

—¡Oh!Aúnnohabíapensadoeneso,Lenet,oslojuro.Peronoobliguéisamiespírituadetenerseennada,porque leamo tanto,quenosé loqueseríacapazdedeseareneldesvaríodemiamor.

—¡Pobreniña!—dijoLenetconuntonodeprofundacompasión—.¿Porquénodijisteistodoesomásantes?

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—¡Oh,Diosmío!Measustáis.¿Esdemasiadotarde?¿Noselehasalvadodeltodo?

—Sí,estásalvado—dijoLenet—,puestoquelaprincesahaempeñadosupalabra;pero…

—¿Peroqué?

—Pero… ¿no hay nada seguro en este mundo? Y vos que como yo lecreéissalvado,¿nolloráisenvezderegocijaros?

—Yolloroporquenopuedoverle,amigomío—contestóClara—.Meditadquedebeoíresosespantososgritosycreersupeligrocercano;consideradquepuede acusarme de tibieza, de olvido, de traición. ¡Oh! Lenet, Lenet, ¡quésuplicio!Enverdad,silaprincesasupieseloqueyosufro,tendríacompasióndemí.

—¡Ybien,señora!—dijoLenet—,esnecesarioverle.

—¡Verle,imposible!SabéisquehepedidoelpermisoaSuAltezayqueSuAltezameloharehusado.

—Losé,loaprueboenelfondodemicorazón;ynoobstante…

—¡Y no obstante me exhortáis a la desobediencia! —exclamó lavizcondesasorprendida,mirandofijamenteaLenet,queembarazadoporestamiradabajólosojos.

—Yo soy anciano, querida vizcondesa—dijo él—, y por lo mismo soydesconfiado;noenestaocasión,porquelapalabradelaprincesaessagrada.Nomorirámásqueunodelosprisioneros;perohabituadoduranteelcursodemividaavertodosloslancesdelasuertevolversecontraelquesecreemásfavorecido,tengoporprincipioquedebesiempreaprovecharselaocasiónquesepresenta.Vedavuestroprometido,señora;vedle,creedme.

—¡Oh!—exclamólaseñoradeCambes—.Osjuroqueespantanvuestraspalabras,Lenet.

—Noesesamiintención.Porotraparte,¿osagradaríaqueosaconsejenoverle?No,seguramente.Ysindudamerechazaríaisconmásfuerza,sihubiesevenidoadeciroslocontrariodeloqueosdigo.

—¡Oh sí lo confieso! Pero me habláis de verle, éste era sólo mi únicodeseo, ésta era la súplica que dirigía aDios cuando llegasteis. Pero, ¿no esimposible?

—¿HayalgoimposibleparalamujerquetomóaSanJorge?—dijoLenetsonriendo.

—Hace dos horas —dijo la vizcondesa—, que medito un medio de

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penetrarenlafortaleza,yaúnnolehallo.

—Ysiyoospresentaseesemedio—dijoLenet—,¿quémedaríais?

—Osdaría…¡Oh!Mirad,osdaría lamanoeldíaquemeencaminasealaltarconél…

—Gracias, hija mía—dijo Lenet—, tenéis razón. En efecto, yo os amocomounpadre.Gracias.

—¡Elmedio,elmedio!—dijolaseñoradeCambes.

—Vedleaquí.Yohabíapedidoalaprincesaunpaseparaconversarconlosprisioneros;porquesihubiesehabidounmediodesalvaralcapitánCauviñachabríaqueridoatraerleanuestropartido.Masahoraestepaseesinútil,puestoque acabáis de condenarle a muerte con vuestras súplicas por el señor deCanolles.

Lavizcondesaseestremecióasupesar.

—Tomad,pues,estepapel—continuóLenet—;comoveis,notieneningúnnombre.

Claraletomóyleyó:

«Elconserjedelafortalezadejarácomunicaralportadordeestepaseconelprisionerodeguerraqueleagradehablar,porespaciodemediahora.

CLARACLEMENCIADECONDÉ».

—Tenéis un traje de hombre—dijo Lenet—, ponéoslo. Tenéis un pase,hacedusodeél.

—¡Pobre oficial!—murmuró la vizcondesa—, no pudiendo desechar delpensamientolaideadeCauviñac,ejecutadoenlugardeCanolles.

—Sufre la ley común—contestó Lenet—. El débil es devorado por elfuerte,faltodeapoyo,pagaporelprotegido.Mucholosentiré;esunmozodemérito.

Entretanto, la señora de Cambes volvía y revolvía el papel entre susmanos.

—¿Sabéis—dijoésta—,quemetentáiscruelmenteconestepase?¿Sabéisqueunavezqueyo tengaentremisbrazosamipobreamigo, soycapazdellevármeloalcabodelmundo?

—Yosloaconsejaríasifueraposible;peroesepasenoesunacartablanca,ynolepodéisdarotrodestinoqueelquetiene.

—Es cierto —dijo Clara volviéndolo a leer—. Sin embargo, se me haconcedidoalseñordeCanolles;¡esmío,ynopuedenquitármeleya!

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—Nadie piensa en eso. Vamos, vamos, vizcondesa, no perdáis tiempo;poneosvuestrovestidodehombreypartid.Esepaseosconcedemediahora;yo sé quemedia hora es poca cosa, perodespuésde esamediahoravendrátodalavida.Vossoisjoven,lavidaserálarga.¡Dioslahagafeliz!

LaseñoradeCambescogióaLenetdelamano,leatrajohaciasí,ylebesóenlafrente,comolohabríahechoconelmástiernopadre.

—Id, id—dijo Lenet rechazándola dulcemente—, no perdáis tiempo. Elqueamaverdaderamente,carece,deresignación.Luego,viéndolapasaraotrasalaenquePompeyo,llamadoporella,laesperabaparaayudarlaacambiardetraje,murmuró:

—¡Ay!¿Quiénsabe?

XLIII

Losprisionerosdeguerra

Efectivamente, Canolles no había podido dejar de notar los gritos, losalaridos,lasamenazasyagitacióndelasturbas.Atravésdeloshierrosdesuventana había a su vez observado el cuadro moviente y animado que sedesarrollaba ante su vista, y que era el mismo de un extremo a otro de laciudadconmovida.

—¡Pardiez—decía—,vayauncontratiempodesagradable!EsamuertedeRichón… ¡Pobre Richón; era un valiente! Su muerte va a redoblar micautiverio, y ya no se me permitirá recorrer la ciudad como antes. Ya seacabaronlascitas,yhastaelcasamiento,anoserqueClarasecontenteconlacapilla de una cárcel. Sin embargo, esto sería de triste agüero… ¿Por quédiablosnoserecibiólanoticiamañanaenvezderecibirsehoy?

Después,acercándosealaventanaeinclinándoseparamirarcontinuó:

—¡Quévigilancia,doscentinelas,cuandoyopiensoquevoyaestaraquíconfinadoochodías, quincedías tal vez, hasta queocurra algún sucesoquehagaolvidaresteotro!…Porfortuna,loshechossesucedenconfrecuenciaenlostiemposquecorren,ylosBurdelesessonligerosdecascos.¡PobreClara!Debeestardesesperada;porfortuna,sabequeestoyarrestado.¡Oh,sílosabe,y por consiguiente sabe también que yo no tengo la culpa! ¡Calle! ¿Pero adónde diablos va toda esa gente?A estas horas no hay parada ni ejecución;todosvanhaciaelmismolado.Diríase,enverdad,quesabenqueestoyaquícomounosodetrásdeestasrejas…

Elbaróndioalgunospasosporlasalaconlosbrazoscruzados,losmuros

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delaprisiónlehabíaninspiradoideasfilosóficas,dequeseocupabapocoentiempoordinario.

—¡Qué necedad tan grande es la guerra!—murmuró—.Véase el pobreRichón,conquienyocomíahaceapenasunmes,yamuerto.Sehabráhechomataralpiedesuscañones,comohabríayodebidohacersimehubierasitiadocualquieraotroquenofueselavizcondesa.EstaGuerradelasMujeresesenverdadlamástemibledetodaslasguerras.Alomenos,ennadahecontribuidoa lamuerte de un amigo.Gracias aDios, no he sacado la espada contra unhermano, lo que me consuela. Vamos, esto más le debo a mi geniecitofemenino;bienmirado,ledebomuchascosas.

Enestemomentoentróunoficialeinterrumpióelsoliloquiodelbarón.

—Siqueréiscenar,caballero—ledijo—,dadvuestrasórdenes,elconserjetieneencargodeservirossegúnosacomode.

—Vamos—dijoCanolles—, parece que a lomenos determinan tratarmehonoríficamente el tiempo que permanezca. Había temido un momento locontrario,alverelsemblantegravedelaprincesayelgestocrudodetodossusasesores…

—Osespero—repitióeloficialinclinándose.

—¡Ah!Tenéisrazón;perdonad.Vuestrademandamehaobligadoahacerciertasreflexionesporsuextremadapolítica…Volvamosalasunto,sí,señor,cenaré, porque tengobastante apetito; pero soy sobriopor costumbre, yunacenadesoldadomebastará.

—¿Ynotenéisningúnencargoquehacermeademásparalaciudad?…—dijoeloficialacercándoseaélconinterés—.¿Noesperáisnada?…Voshabéisdicho que sois soldado, yo también lo soy; portaos conmigo como con uncamarada.

Elbarónmiróaloficialconadmiración.

—No, señor, no—dijo—.No tengo ningún encargo que haceros para laciudad, ni espero nada, sino es a una persona que no puedo nombrar. Encuantoatrataroscomoauncamarada,esofrecimientoqueosagradezco.Aquítenéis mi mano, caballero; y más adelante, si necesito alguna cosa, meacordarédevos.

Estavezeloficialfuequienmiróasuinterlocutorconsorpresa.

—Bien, caballero—le contestó—.Vais a ser servido ahoramismo.Y seretiró.

Uninstantedespuésentrarondossoldadostrayendounacenacompleta,eraun pocomás selecta de lo que había pedido el barón. Sentóse a lamesa y

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comióconbuenapetito.

Los soldados lemiraban a su vez admirados.Canolles creyó codiciar suadmiración;ycomoelvinoeraelbuenodeGuiena,lesdijo:

—Amigos,pediddosvasos.

Unodelossoldadossalió,yvolvióapococonlosvasos.

Elbarónlosllenó,vertiódespuésalgunasgotasdevinoenelsuyo,ydijo:

—Avuestrasalud,amigos.

Los soldados tomaron sus vasos, los chocaronmaquinalmente con el deCanolles,ybebieronsindevolverlesucumplido.

—Nosonatentos—dijoparasíelbarón—,perobebenbien,nosepuedereunirtodo.

Ycontinuósucena,quellevótriunfalmentehastaelfin.Cuandoconcluyóselevantó,ylossoldadosalzaronlamesa.Eloficialvolvióaentrar.

—¡Ah, pardiez, caballero! —dijo Canolles—, debierais haber cenadoconmigo,lacenaestabaexcelente.

—Nohabríapodidoteneresehonor,caballero,porqueyotambiénhaceuninstantequemelevantédelamesa.Yvuelvo…

—¿A hacerme compañía? —repuso el barón—. Si es así, os felicito,caballero,porquenodejarédeserosgrato.

—No,señor,mimisiónesmenosagradable.Vengoaadvertirosquenohayministro en la prisión y que el capellán es católico. Pero yo sé que soisprotestante,yestadiferenciadecultotalvezosmoleste.

—Amí,caballero,¿yparaqué?—preguntósencillamenteCanolles.

—¡Para qué! —contestó el oficial cortado—, para hacer vuestrasoraciones.

—¡Misoraciones!Estábien—repusoCanollesriendo—,mañanapensaréeneso;yonoacostumbroahacermisoracionesmásqueporlamañana.

EloficialmiróaCanollesconunestupor,quesecambiógradualmenteenunaconmiseraciónprofunda.Saludóysalió.

—¡Bah!—dijo el barón—, ¿se desquicia elmundo?Desde lamuerte deesepobreRichón,todalagentequeencuentrotieneelairedeidiotaorabioso.¡VotoalDiablo!¿Noveréunsemblantealgorazonable?

Apenas acababa de pronunciar estas palabras, cuando la puerta de laprisiónseabriódenuevo;yantesdequepudiesereconoceralapersonaque

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llegaba;seechóéstaensusbrazos,ycruzandolasmanosasucuelloinundósurostrodelágrimas.

—Vamos—exclamóelbaróndesembarazándosedeaquellaapertura—,unlocomás.Deseguroestoyenalgunacasadeorates.

Pero al movimiento que hizo al tiempo de retroceder, echó en tierra elsombrerodeldesconocido,yloshermososcabellosrubiosdelavizcondesadeCambessedeslizaronsobresushombros.

—¿Vos aquí?—exclamó el barón corriendo hacia ella para recibirla denuevoensusbrazos—.¡Vos!¡Ah!Perdonadmesinoosheconocido,omásbiensinoosheadivinado.

—¡Silencio!—dijolavizcondesarecogiendosusombreroyponiéndoseloconprontitudenlacabeza—.¡Silencio!Puessisupieranquesoyyo,acasomerobaríanmidicha.Enfin,meespermitidoverostodavía.¡Oh,Diosmío,Diosmío,quéfelizsoy!

YsintiendoClaradilatarsesupecho,estallóenruidosossollozos.

—¡Todavía!—dijoCanolles—.¿Osespermitidovermetodavía,decía?Yme lodecís llorando.¿Quésignificaesto?Puesqué,¿nodebíaisvolvermeaver?—continuóriendo.

—¡Oh!Noriais,amigomío—repusolavizcondesa—;vuestraalegríamehace daño.No riais, os lo suplico. ¡Me ha costado tanto el llegar a vuestrolado,sisupieseis,yhaestadoentanpocoquenoviniese!AnoserporLenet,por eseexcelentehombre…Perohablemosdenosotros,pobreamigo. ¡Diosmío! ¿Es cierto que estáis aquí? ¿Sois vos a quien encuentro? ¿Puedoestrecharosaúncontramicorazón?

—Sí,yosoy,sí,elmismo—contestóelbarónsonriendo.

—¡Oh!—dijo la vizcondesa—, dejaos de afectar ese aspecto alegre; esinútil,losétodo.Nosabíanqueyoosamaba,ynosehanocultadodemí.

—Pero,¿quésabéis?—ledijoelbarón.

—¿Acaso —continuó Clara—, no me esperabais? ¿No estabaisdescontentodemisilencio?¿Nomeacusabaisya?

—¡Yo atormentado, descontento!Sin duda; pero noos acusaba.Conocíaquealgunacircunstanciamásfuertequevuestravoluntadosalejabademí;ymimayordesgraciaen todoestoesquenuestromatrimoniosedilataaochodías,oaquincetalvez.

ClaraasuturnomiróaCanollesconelmismoestuporqueeloficialhabíademostradounmomentoantes.

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—¡Cómo!—dijoella—.¿Habláisformalmente?¿Oenrealidad,noestáismásasustadoqueeso?

—¡Yo asustado! —repuso Canolles—, asustado, ¿de qué? ¿Es que poracaso—añadióriendo—,corroalgúnpeligroqueignoro?

—¡Oh,desdichado!—exclamóella—;nosabíanada.

Y temiendosinduda revelar sinpreparación toda laverdad, aquienestátancruelmenteamenazado,hizounviolentoesfuerzosobresímisma,contuvolaspalabrasquehabíansaltadodesucorazónasuslabios.

—No,yonosénada—dijogravementeCanolles—,perovosmelodiréistodo,¿sí?Nadatemáis,soyhombre,Clara.¡Hablad,hablad!

—¿SabéisqueRichónhamuerto?—dijoella.

—Sí—contestóCanolles—;losé.

—¿Perosabéiscómohamuerto?

—No, pero lo sospecho.Ha sidomuerto en su puesto, ¿no es así, en labrechadeVayres?…

La señora de Cambes guardó un momento de silencio. Después, gravecomoelbroncequetocaunclamorfúnebredijo:

—HasidocolgadoenlaplazadeLiburnio.

Canollesdiounsaltoparaatrás.

—¡Ahorcado!—exclamó—.¡Richón,unsoldado!…

Luego, palideciendo súbitamente y pasándose por la frente su manotrémula,añadió:

—¡Ah! Ahora lo comprendo todo. Mi arresto, mi interrogatorio, laspalabras del oficial, el silencio de los soldados, vuestra conducta, vuestrollanto al verme alegre, y en fin, esa muchedumbre, esos gritos y esasamenazas. Richón ha sido asesinado y quiere vengarse a Richón en mipersona.

—¡No,no,mimuyamado,no! ¡Pobreamigodemicorazón!—exclamóClara radiante de alegría, estrechando las dos manos de Canolles, ysumergiendoensusojossusmiradas—.¡No,noesatiaquienvanasacrificar,queridoprisionero!¡Sí,escierto,notehabíasengañado,túestabasdesignadoycondenado,sí, ibasaperecer!¡Sí,hasvistomuycerca lamuerte,hermosomío!Perotranquilízate;ahorayapuedesreír,puedeshablardefelicidadydeporvenir.¡Laquevaaconsagrartetodasuvida,hasalvadolatuya!¡Alégrate!… pero sin ruido, porque despertarías tal vez a tu desgraciado compañero,aquelsobrequienvaacaerlatempestad,elquedebemorirentupuesto.

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—¡Oh!¡Callad,callad,queridaamiga;mehacéisestremecerdehorror!—dijoelbarón,malrepuestodel terriblegolpequeseleacababadelanzar,noobstantelasardientescariciasdeClara.

—¡Yo, tan tranquilo, tan confiado, tan sencillamente alegre, iba amorir!¿Ycuándo?¿Enquémomento?¡Justocielo!Enelmismoinstantedeiraservuestroesposo.¡Oh!¡Pormialma,queestohubierasidoundobleasesinato!

—Ellosllamanaesorepresalias—dijoClara.

—Sí,sí,esverdad;tienenrazón.

—Vamos,estáissombríoymeditabundo.

—¡Oh!—exclamóelbarón—,noeslamuerteloquetemo,sinosepararmedevos.

—Sihubieseismuerto,mimuyamado,yotambiénhabríamuerto.Perono,estanoche, talvezdentrodeunahora, saldréisde laprisión;y,oyomismavendréabuscaros,uosesperaréa lasalida.Entonces,sinperderunminuto,sin perder un segundo, huiremos. ¡Oh, sí! En el mismo instante; no quieroesperarnada. ¡Estamalditaciudadmeespanta!Hoyheconseguidosalvaros;peromañanatalvezosarranquedemiladoalgunaotradesgraciainesperada.

—¡Oh! —dijo el barón—, ¿sabéis, querida mía, amada Clara, que meconcedéis demasiada felicidad de un golpe? ¡Oh, sí, mucha felicidad; seríabastanteahacermemorir!…

—¡Puesbien!Entonces—repusoClara—,recobradvuestraindiferenciayvuestraalegría.

—Pero,¿yvosporquénorecobráislavuestra?

—Mirad,yorío.

—¿Yesesuspiro?

—Este suspiro, amigomío, es por el desgraciado que paga con su vidanuestraalegría.

—Sí, sí, tenéis razón. ¡Oh! ¿Por qué no podéis llevarme en estemismoinstante?Vamos,ángelmío,abretusalasyllévame.

—¡Paciencia, paciencia, mi querido esposo; mañana os llevaré!… ¿Y adónde?¡Quéséyo!Alparaísodenuestroamor.Mientras llega lahora,aquímetienes.

Canolles la cogió en sus brazos, estrechándola sobre su pecho, ella echósusmanosalcuellodelbarónysedejócaerpalpitantesobreaquelcorazón,quecomprimidoportandiversossentimientos,apenaslatía.

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Deprontoyporsegundavez,unsollozodolorososubiódesupechoasuslabios, y en medio de su felicidad inundó Clara de lágrimas el rostro deCanolles,quesehabíareclinadosobreelsuyo.

—¡Ybien!—dijoél—,¿esestavuestraalegría,pobreángel?

—Ésteeselrestodemidolor.

Enestemomentoseabrió lapuerta,yeloficialquehabíavenidoya, lesanuncióquelamediahoraconcedidaenelpasehabíatranscurrido.

—Adiós—murmuróelbarón—.¿Porquénomeocultasenunplieguedetucapaymellevascontigo?

—¡Pobre amigo! —repuso ella en voz baja—. Calla, ¿no ves quequebrantasmicorazón?¿Noconocesquememuerodedeseo?Tenpacienciapor ti, y pormí sobre todo; dentro de pocas horas nos reuniremos para novolvernosaseparar.

—Tendrépaciencia—dijoCanollesalegre,enteramente tranquilizadoporestapromesa—;peroesmenestersepararnos.Ea,¡valor!¡Adiós,Clara,adiós!

—Adiós—dijoellatratandodesonreír—;ad…

Pero no pudo terminar la palabra cruel; por tercera vez los sollozosahogaronsuvoz.

—¡Adiós,adiós!—exclamóCanollesestrechandodenuevoalaseñoradeCambesycubriendosufrentedeardorososbesos—.¡Adiós!

—¡Diablos!—murmuróeloficial—.Porfortunaséqueelpobremuchachonotienequetemerunagrancosaya,queanoserasí,escenaesestaquemetraspasaríaelcorazón.

Eloficialacompañóalavizcondesahastalapuerta,yvolvió.

—Ahora,caballero—dijoaquélalbarón—,quesehabíadejadocaersobreunasilla,llenoaúndesusemociones;ahoranohastaserfeliz,esnecesariosertambiéncompasivo.Vuestrodesgraciadocompañero, elquevaamorir, estásolo.Nadie le protege, nadie le consuela, y pide veros.Yo he tomado amicargoelconcederleestagracia,peroesmenesterqueconsintáisvos.

—¡Qué yo consienta! —exclamó el barón—. ¡Oh, ya lo creo! ¡Pobreinfeliz!,leespero,yletenderémisbrazos.Noleconozco,peronoimporta.

—Sinembargo,parecequeélosconoce.

—¿Sabelasuertequeleestáreservada?

—No;creoqueno.Yaconocéisqueesnecesariodejarleenlaignorancia…

—¡Oh!Descuidad.

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—Oíd,pues.Lasoncevanadar;yomeretiroamipuesto,delasonceenadelante,loscarcelerossolamentemandanenjefeenelinteriordelaprisión.Elvuestroestáadvertidodequeelotroprisionerovieneahablarconvos,yvendráporélenelmomentoenquedebahacerleentrarensucalabozo.Sieldesgraciadonosabenada,noleanunciéisnada;perosisabealgo,decidledenuestraparte,quenosotros, comosoldados, lo sentimos todoenel fondodenuestra alma. Porque al fin, morir no es nada; pero, ¡voto al Diablo! Queahorcadoesmorirdosveces.

—¿Estádecididoquehabrádemorir?…

—LomismoqueRichón.Sonrepresaliascompletas.

—Pero nosotros charlamos, y él espera sin duda con ansiedad nuestrarespuesta.

Eloficial salió, fueaabrir lapuertadelcalabozo inmediato,yCauviñac,unpocopálido,peroconpasodesembarazadoy la frentealzada,entróenelencierrodelbarón,quedioalgunospasoshaciaél.

Entonceseloficial sedespidióporúltimavezdeCanolles conuna seña,miró compasivamente a Cauviñac, y salió, llevándose consigo un soldado,cuyos pasos graves fueron a perderse después de algún tiempo bajo lasbóvedas.

Notardóelcarceleroenhacersuronda.Susllavesseoyeronresonarenelcorredor.

Cauviñacnoestabaabatido,porquehabíaenestehombreuna inalterableconfianzaensímismoyunaesperanzainagotableenelporvenir.Sinembargo,bajo su apariencia tranquila y su exterior casi alegre, un profundo dolor sedeslizaba, semejante a una serpiente que mordía su corazón. Esta almaescéptica, que siempre había dudadode todo, dudabapor últimode la dudamisma.DesdelamuertedeRichón,Cauviñacnocomíanidormía.

Habituado a burlarse del mal ajeno, porque tomaba el suyo con risa,nuestro filósofo no había pensado, sin embargo, en reírse de unacontecimiento que a su pesar producía este resultado terrible. En todos loshilosmisteriososquelehacíanresponsabledelamuertedeRichón,entreveíalamanodelaProvidenciayempezabaacreer,sinoenlaremuneracióndelasbuenasacciones,alomenosenelcastigodelasmalas.

Resignábase, pues, y meditaba; pero en medio de su resignación, comohemosdicho,élnocomíanidormía.

Yporunsingularmisteriodeestaalmapersonal,sinserporestoegoísta,lo quemás le afligía aúnque supropiamuerte, prevista desde luego, era lamuertedelcompañero,quesabíaadospasosdeélesperabalasentenciafatal

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o laejecución sin sentencia.Todoesto se le representabaen su imaginacióncomo el espectro vengador deRichón, y la doble catástrofe, resultado de loquecreyeraalprincipiounalindatravesura.

Suprimeraideahabíasidoladeescaparse,porqueaunqueprisionerobajopalabra,habiéndolefaltadoalascondicionessentadasacercadeél,metiéndoleenprisión,creíaasuvez,ysinelmenorescrúpulo,poderfaltara lassuyas;pero a pesar de la perspicacia de su ingenio y la sagacidad de susmedios,habíaconocidoqueeraimposible.

Entoncesfuecuando llegóapersuadirsequeestabaentre lasgarrasde lainexorable fatalidad. Desde entonces no pidió más que una cosa, hablaralgunosmomentosconsucompañero,cuyonombrehabíaparecidodespertarenélunatristesorpresa,ydeseabareconciliarseconlahumanidadentera,quetancruelmentehabíaultrajado.

No aseguraremos que todos estos pensamientos fuesen remordimientos,no…Cauviñacerademasiadofilósofoparatenerlos;peroalomenoseranunacosaquese lesparecemucho,undespechoviolentodehaberhechomalpornada.Conel tiempo,yunacombinaciónquemantuvieseenestadisposiciónde ánimo, este sentimiento habría tal vez tenido elmismo resultadoque losremordimientos;peroeltiempolefaltaba.

Al entrar Cauviñac en la prisión del barón de Canolles esperó con suprudencia ordinaria que el oficial que le introdujera se retirase. Después,viendolapuertabiencerradaylaventanillaherméticamenteencajada,sefuehaciaelbarón,quecomohemosdicho,habíaporsupartedadoalgunospasoshaciaél,yleestrechóafectuosamentelamano.

A pesar de la gravedad de la situación, no pudo menos de sonreírseCauviñac al reconocer al elegante y bello joven, de espíritu emprendedor ygenio festivo, que ya había sorprendido dos veces en situaciones muydiferentes de aquélla en que se encontraba; la una para enviarle con unmensaje a Nantes y la otra para conducirle a San Jorge. Por otro ladorecordaba laocupaciónmomentáneade sunombrey elgraciosochascoqueporconsecuenciadeaquellausurpaciónsedieraalduque;ypormuylúgubrequefueselaprisión,elrecuerdoeratanalegre,quesinembargo,lopasadolealejóporunmomentodelopresente.

Canolles,porsuparte, leconocióaprimeravista,porhaberestadoyaencontacto con él en las dos circunstancias que hemos referido; y como, bienmirado, en las dos circunstancias Cauviñac había sido para él portador debuenas noticias, su conmiseración por la suerte reservada al desgraciado seacrecentóaún,ytantomásprofundamente,cuantoqueestabapersuadidoquesu propia salvación causaba la perdición irrevocable de Cauviñac, y en unalmatandelicadacomolasuya,semejantepensamientocausabamuchosmás

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remordimientos que habría ocasionado un verdadero crimen en la de sucompañero.

Acogióle,pues,conunaperfectabenevolencia.

—Ybien,barón—ledijoCauviñac—,¿quédecísde la situaciónenquenoshallamos?Meparecequeesbastanteprecaria.

—Sí; henos aquí prisioneros, y sabe Dios cuándo saldremos de aquí—contestóCanolles fingiendo tranquilidad, a findedulcificaralmenoscon laesperanzalaagoníadesucompañero.

—¡Cuándo saldremos! —repuso Cauviñac—. ¡El Dios que invocáis sedigneresolverensumisericordiaquesealomástardeposible!Perocreoqueno esté dispuesto a concedernos un largo plazo. Yo he visto desde micalabozo,comovospodéisverdesdeelvuestrounaardienteturbacorrerhaciaunpuntodeterminado,quedebeserlaExplanada,omuchomeequivoco.Vos,queridobarón,conocéislaExplanadaysabéisparaloquesirve.

—¡Oh!¡Bah!Meparecequeexageráisdemasiado laposición.Esverdadque el pueblo corría hacia la Explanada, pero sin duda sería para asistir aalguna corrección militar. ¡Hacer que nosotros pagásemos la muerte deRichón, sería horroroso! Porque al cabo nosotros estamos inocentes de esamuerte,tantoelunocomoelotro.

Cauviñac se estremeció y fijó en el barón una mirada, que de unaexpresiónsombría,pasópocoapocoaunaexpresióndepiedad.

—Vamos—dijoparasí—,unomásqueseformailusionesdesusituación.Por lomismoesnecesarioqueyo lediga loquehay,porque, ¿dequé sirveengañarleparaqueelgolpeseamáspenosodespués?Alomenoscuandohaytiempoparaprepararse,lapendiente,parecesiempremásaccesible.

Entonces,despuésdeunmomentodesilencioydeexamen,dijoCanolles,tomándolelasmanosycontinuandoconlavistafijaenéldeunmodoqueleembarazaba:

—Caballero, querido amigo, pidamos, si os parece, una botella o dos deese buen vino de Branne que sabéis. ¡Ah! Si hubiese sido por más tiempogobernador,habríabebidodeélamisanchas,y tambiénosconfiesoquemipredilección a ese excelente vino, me hizo pedir con preferencia aquelgobierno.Dioscastigamigula.

—Muchomegusta—dijoelbarón.

—Puessí,bebiendooscontaré todoeso;ysi lanoticiaesmala,comoelvinoserábueno,conlounopasarálootro.

Canolles entonces tocó lapuerta, perono se le respondió, volvió a tocar

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conmásfuerza,ydespuésdeunmomento,unniñoquejugabaenelcorredorseacercóalprisionero.

—¿Quéqueréis?—preguntóelniño.

—Vino—dijoCanolles—.Diatupapáquenostraigadosbotellas.

Elniñosealejóyvolvióalcabodeunrato.

—Papá—dijoelchico—,estáocupadoenestemomentohablandoconuncaballero.Vendráenseguida.

—Perdonad—dijoCauviñac—,¿mepermitiréisqueamivezlehagaunapregunta?

—Hacedla.

—Amigomío—dijoélconsuvozmás insinuante—,¿conquécaballerohablatupapá?

—Conungranseñor.

—Estechicoesmuyguapo—dijoCauviñac—;atendedquevamosasaberalgo.

—¿Ycómoestávestidoeseseñor?

—Tododenegro.

—¡Ah,diablos!¿Oís?Tododenegro.¿Ycómolellamanaesegranseñorvestidodenegro?¿Losabesporcasualidad,amiguito?

—SellamaelseñordeLavia.

—¡Ah,ya!—dijoCauviñac—,elasesordelrey.Meparecequenadamalotenemos que esperar de ése. Aprovechemos de su conversación para hablarnosotrostambién.

Ymetiendounamonedapordebajodelapuerta,dijo:

—Toma,amiguito,paracomprarcaramelos.Buenoeshacersedeamigosportodaspartes—continuóallevantarse.

El niño cogió muy contento la moneda, dando gracias a los dosprisioneros.

—Ybien—dijoCanolles—,decíais…

—¡Ah!,sí—contestóCauviñac—…Puesbien,decíaquemepareceestáismuy equivocado respecto a la suerte que nos espera en saliendo de estaprisión. Habláis de la Explanada, de corrección militar, de azotes para losextraños;yyoestoytentadodecreerquesetratadenosotros,ydealgunaotracosapeor.

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—¡Adelante,pues!—repusoCanolles.

—¡Eh!—dijoCauviñac—.Vosveislascosasaunaluzmenossombríaqueamísemeaparecen,acasopuedeserquenotengáisenteramentelasmismasrazones que yo; pero de cualquiera suerte, no os lisonjeéis demasiado devuestronegocio,quenoesmuyventajoso.Peronadatienequeverconelmío;yéste,debodecirlo,porqueesmiconvicción,estádiabólicamenteembrollado.¿Sabéisbienquiénsoyyo,queridoamigo?

—¡Vaya una pregunta singular! Sois el capitánCauviñac, gobernador deBranne,aloquemeparece.

—Sí, por ahora; pero no siempre he llevado ese nombre ni siempre heocupado ese título.Yo he cambiado frecuentemente de nombre, y he usadodiferentesgraduaciones,porejemplo,unavezmellaméelbaróndeCanolles,lomismoquevos.

CanollesmiróaCauviñacalacara.

—Sí—continuó éste—, comprendo, diréis si soy loco, ¿no es así? Puesbien,tranquilizaos;gozodetodasmisfacultadesmentales,yjamásheestadotanenmicabaljuicio.

—Explicaos,pues—dijoCanolles.

—Nada más sencillo. El señor duque de Epernón… Conocéis al señorduquedeEpernón,¿esverdad?

—Denombre,porquejamáslohevisto.

—Esomevale.ElseñorduquedeEpernón—digo—,meencontróunavezencasadeunaseñora,dequienyosabíaquenoeraismalrecibido;metomólalibertaddeaplicarmevuestronombre.

—¡Quéqueréisdecir!

—¡Taté,taté!Novayáisatenerelegoísmodeestarcelosodeunamujerenel momento de casaros con otra. Además, aunque lo estuvieseis, cosa muynatural en el hombre, que decididamente es un animal ruin, pronto me loperdonaríais. Nos tocamos muy de cerca para que tengamos quejas entrenosotros.

—Nocomprendoniunapalabradeesoqueestáisdiciendo.

—Digoque tengoderechoaquemetratéiscomohermano,oa lomenoscomocuñado.

—Mehabláisporenigmas,yoscomprendomenosaún.

—Pues bien, vais a comprenderme con una sola palabra. Mi verdaderonombreesRolandodeLartigues,yNanónesmihermana.Elbarónpasódela

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desconfianzaaunaexpansiónrepentina.

—¡VoshermanodeNanón!—exclamó—.¡Ah!Pobremozo.

—Ybien, sí, pobremozo—dijoCauviñac—, justamentehabéisdicho lapalabraquemecuadra,habéispuestoeldedosobrelallaga;porqueademásdeotraporcióndecosillasqueresultarándelainstruccióndemiproceso,tengotambiénladesgraciadellamarmeRolandodeLartiguesydeserhermanodeNanón.VosnoignoráisquemiqueridahermananoestáenopinióndesantaentrelosBurdeleses.SisesabemicalidaddehermanodeNanón,soyperdidotresveces.Ahorabien,hayaquíunLarochefoucaultyunLenetque todo losaben.

—¡Ah! —dijo el barón transportado por lo que Cauviñac le decía arecuerdos antiguos—. ¡Ah!Comprendoahoraporqué enuna carta la pobreNanónmellamóundíasuhermano.¡Excelenteamiga!…

—¡Ah, sí! —repuso Cauviñac—, es muy buena persona, y mucho mearrepientodenohaberseguidosiempresusconsejosalaletra.¿Peroquéselehadehacer?Sipudieraadivinarseelporvenir,nohabríanecesidaddeDios.

—¿Yquéhasidodeella?—preguntóCanolles.

—¿Quién sabe? ¡Pobre criatura!Sinduda estarádesesperada,nopormí,puesignorarámiprisión,sinoporvos,cuyasuerteconocerátalvez.

—Tranquilizaos—ledijoelbarón—,LenetnodiráquesoiselhermanodeNanón,el señordeLarochefoucaultpor suparte,no tieneningúnmotivodeodiocontravos,ynadadeesosesabrá.

—Sinadadeesosesabe,creedme,nodejarádesaberseotracosa;queyosoy quien ha dado cierta carta blanca, y esa carta blanca… pero, ¡bah!Olvidémoslo si es posible. ¡Qué desgracia que no nos traigan el vino! —continuó volviéndose hacia la puerta—. No hay como el vino para hacerolvidar.

—Vamos,vamos—dijoelbarón—,¡valor!

—¡Eh,pardiez!¿Creéisquemefalta?Yameveréisenelfamosomomento,cuandovayamosadarunavueltaalaExplanada.Perounacosameatormenta,sinembargo,¿seremosfusilados,decapitadosoahorcados?

—¡Ahorcados! —exclamó Canolles—. ¡Vive Dios! Nosotros somoshidalgos,ynoseharásemejanteultrajealanobleza.

—Y bien, ya veréis como son capaces de trampearme mi genealogía…Otracosa…

—¿Qué?…

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—¿Cuáldelosdosirádelante?

—Pero, ¡porDios,querido—repusoCanolles—,noosempeñéisenesascosas!…Nadahaymenosseguroqueesamuerte,dequeosocupáiscontantaanticipación.Nosejuzga,nosecondena,noseejecutaasítodoenunanoche.

—Escuchad —contestó Cauviñac—, yo estaba allá cuando se formó elprocesodelpobreRichón,¡Diosletengaenelcielo!Puesbien,proceso,juicioyejecución,todoestodurótreshorasocuatroalomás.Supongamosunpocomenosdeactividad,porqueAnadeAustriaesreinadeFrancia,ylaseñoradeCondé no es más que princesa de sangre, y esto nos concederá a nosotroscuatrohorasocinco.Ahorabien,comohaceyatreshorasqueestamospresos,ydosquecomparecimosantenuestrosjueces,tenemosporcuentahechaunahoraadosquevivir,loquenoeslargo.

—En todo caso —repuso Canolles—, esperarán a que sea de día paraejecutarnos.

—¡Ah!Nadahayenesodeseguro.Unaejecuciónalaluzdelasantorchas,escosamuylinda,cuestamáscaro,escierto;perocomolaprincesanecesitamucho a los Burdeleses en este momento, no será extraño que se decida ahacerestegasto.

—¡Chit!—dijoCanolles—,oigopasos.

—¡Diablos!—dijoCauviñacpalideciendounpoco.

—Seráelvino—dijoCanolles.

—¡Ah,sí!—contestóCauviñac,fijandoenlapuertaunamiradamásquealerta—;hayestomás;sielcarceleroentraconbotellas,todovabien;perosino…

Lapuertaseabrió,yelcarceleroentrósinbotellas.

Cauviñac y Canolles cruzaron una mirada expresiva; pero el carceleroparecía tan presuroso… urgía tanto el tiempo… estaba tan oscuro elcalabozo… que no fijó su atención en nada. El carcelero cerró la puerta yentró.

—¿Cuáldelosdos—dijo—,eselbaróndeCanolles?

—¡Ah,diablos!—pronunciaronlosdosauntiempo,ytrocaronunanuevamirada.

Entretanto Canolles dudó antes de contestar, y a Cauviñac le pasó otrotanto.Elprimerohabíallevadomuchotiempoestenombreparadudarquelaapelaciónsedirigíaaél;peroelotro lehabía llevado lobastantepara temerqueselellamase.

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Sinembargo,Canollesconocióqueeraindispensableresponder.

—Yosoy—dijo.

Elcarceleroseacercóaél.

—¿Voseraisgobernadordeplaza?

—Sí.

—Pero yo también era gobernador de plaza; yo tambiénme he llamadoCanolles—dijoCauviñac—.Veamos,expliquemosconclaridad.

—¿PerovososllamáisahoraCanolles?—preguntóelcarcelero.

—Sí—contestóCanolles.

—¿Y vos os habéis llamado Canolles otras veces?—dijo el carcelero aCauviñac.

—Sí—respondió éste—,otras veces.Undía nomás, y empiezo a creerqueaqueldíatuveunaideamuynecia.

—¿Losdossoisgobernadoresdeplaza?

—Sí—contestaronauntiempoCanollesyCauviñac.

—Unaúltimapreguntaloacabarátodo.

Losdosprisionerosprestaronlamásvivaatención.

—¿Cuál de los dos—dijo el carcelero—, es el hermanode la señora deNanóndeLartigues?AquíCauviñachizounamueca,quehubierasidocómicaenunmomentomenossolemne.

—¡Cuándooslodecía—interpusoéstedirigiéndoseaCanolles—,cuandoosdijequeporesteladosemeatacaría!

Luego,volviéndosealcarcelero,ledijo:

—YsiyofueseelhermanodelaseñoraNanóndeLartigues,¿quédiríais,amigomío?

—Osdiráquemesiguieseisenelmismoinstante.

—¡Cuernos!—dijoCauviñac.

—Peroamítambiénmehallamadosuhermano—dijoCanollestratandodedistraerentoncessobrelacabezadesudesgraciadocompañero.

—Un momento, un momento —dijo Cauviñac pasando por delante delcarceleroyllevándoseaCanollesaparte—;unmomento,caballeromío,noesjusto que seáis hermanodeNanón en semejante circunstancia.Bastante hanpadecidohastahoyotrospormíyesmuyjustoqueamivezpagueyo.

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—¿Quéqueréisdecir?—preguntóCanolles.

—¡Oh! Eso sería muy largo de contar; y luego bien veis que nuestrocarceleroseimpacientaypatalea…Esperad,esperadunpoco,amigomío,yaseossigue.QuedadconDios,queridocompañero—continuóCauviñac—,alo menos mis dudas quedan fijas sobre un punto; sobre quién irá delante.QuieraDiosquenomesigáismuypronto.Ahoraquedaporsaberelgénerodemuerte.

—¡Diablos!Contalquenoseahorca…¡Eh,yavamos,pardiez,yavamos!¡Muchaprisatenéis,buenhombre!

—Ea, pues, mi querido hermano, querido cuñado, querido compañero,queridoamigo…¡adiósporúltimavez!¡Buenasnoches!

Cauviñacdiounpasomáshaciaelbarón, tendiéndole lamano,Canollestomóestamanoentrelassuyasylaestrechóafectuosamente.

DuranteestetiempoCauviñaclemirabaconunaexpresiónsingular.

—¿Quéqueréisdemí?—dijoelbarón—.¿Tenéisalgoquepedirme?

—Sí—dijoCauviñac.

—Puesbien,hacedlosintemor.

—¿Rezáisalgunasveces?—dijoCauviñac.

—Sí—contestóCanolles.

—Puesbien,cuandorecéis…decidalgunapalabrapormí.

Y volviéndose hacia el carcelero, que parecía que estaba cada vez másimpaciente,ledijo:

—YosoyelhermanodelaseñoraNanóndeLartigues.

—Vamos,amigo…

Elcarceleronoselodejórepetir,ysellevóapresuradamenteaCauviñac,quedesdeelumbraldelapuertadirigióaCanollesunaúltimadespedida.

Luego se cerró la puerta, sus pasos se perdieron en el corredor, y todovolvióaquedarenunsilencio,queleparecióalquequedabadelsilenciodelamuerte.

Elbarónquedóprofundamenteabsortoenunatristeza,queseasemejabaalterror. Este modo de llevarse a un hombre, nocturnamente, sin ruido, sinaparato,singuardias,eramáshorrorosoquelosaspectosdelsupliciohechosalaluzdelsol.Sinembargo,todoelterrordeCanolleseraporsucompañero,porquesuconfianzaenlavizcondesadeCambeseratangrande,quedespuésdehaberlavisto,apesardelafatalnoticiaqueleanunciara,notemíanadapor

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sí.

Por esto lo único que realmente ocupaba en aquel momento supensamiento, era la suerte que le estaba reservada al compañero que learrebataba.Entonceslaúltimarecomendacióndesucompañerosepresentóasualma,sepusoderodillasyoró.

Algunos instantes después se levantó, sintiéndose consolado y fuerte, yesperandosololallegadadelsocorroprometidoporlavizcondesadeCambes,osupresencia.

Duranteestetiempo,Cauviñacseguíaalcarceleroporelcorredorsombrío,sindecirunapalabra,yreflexionandolomásseriamenteposible.

Alfindelcorredorelcarcelerocerrócontantocuidadolapuerta,comolohabía hecho con la del calabozo de Canolles; y después de haber prestadoatenciónaciertosruidosvagosquesubíandelpisoinferior,dijovolviéndosebruscamentehaciaCauviñac:

—Vamos,señormío—andando.

—Estoypronto—contestóCauviñaccongravedad.

—Nohabléistanalto—ledijoelcarcelero—,yandadmásdeprisa.

Ytomóunaescaleraquedescendíaaloscalabozossubterráneos.

—¡Oh, oh! —dijo para sí Cauviñac—. ¿Me querrán degollar entre dosmuros;ometermeenalgúnencierroperpetuo?Yoheoídodecirqueavecessecontentabanconexponer loscuatrocuartosenunaplazapública,comohizoCésar Borgia con Ramiro de Orco. Veamos, este carcelero está soloenteramente y lleva las llaves en su cintura. Esas llaves deben abrirprecisamenteunapuertacualquiera.Élespequeño,yogrande;élesdébil,yosoyfuerte;élvadelante,yodetrás,ysiquieroprontopuedoestrangularle…¿Quiero?…

YyaCauviñac,quesehabíarespondidoquequería,extendíasushuesosasmanosparaejecutarelproyectoqueacababadeformar,cuandodeprontoelcarcelerosevolvióconterror.

—¡Chit!—dijo—.¿Nooísnada?

—Decididamente—continuóCauviñac hablando consigomismo—, algohay de oscuro en todo esto; y si tantas precauciones no me tranquilizasen,deberíainquietarmeenextremo.

Así,pues,deteniéndosedepronto,dijo:

—Pero,¡eh!¿Adóndemelleváis?

—¿Noloveis?—respondióelcarcelero—,alafosa.

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—¡Oiga!—replicóCauviñac—.¿Mevanaenterrarvivo?

Elcarceleroseencogiódehombros,ypasandounaporcióndecorredoresllegóaunapuertecitabajaarqueadayhúmeda,detrásde laquesesentíaunruidoextraño,yabrió.

—¡Elrío!—exclamóCauviñacaterradoalverelaguaquerodabasombríaynegracomoladeAqueronte.

—Sí,elrío.¿Sabéisnadar?

—Sí…pero…esdecir,¿porquédiablosmepreguntáiseso?

—Esquesinosabéisnadar,tendremosqueaguardaraunbotequehayalláabajo, y perderemosun cuartodehora, ademásquepuedenoír la señal quedebohacer,yporconsiguienteatraparnos.

—¡Atraparnos!—exclamóCauviñac—. ¡Ah,ya!Queridoamigo. ¿Segúneso,nossalvamos?

—¡Pardiez!Deseguro.

—¿Yadóndevamos?

—Adondenosparezca.

—¿Segúneso,estoylibre?

—Librecomoelviento.

—¡Ah,Diosmío!—exclamóCauviñac.

Ysinañadirunasolapalabraaestaelocuenteexclamación,sinmirarasualrededor,sinpensarensisucompañero leseguiría,se lanzóal ríoconmásrapidez que hubiera podido hacerlo una nutria perseguida. El carcelero lesiguió,yambos,despuésdeuncuartodehorade silenciososesfuerzosparacortar la corriente, se encontraron a la vista del bote. Entonces el carcelerosilbótresvecessindejardenadar,losremeros,conociendolaseñalconvenida,salieronasuencuentro,losentraronconprontitudenlabarca,ysindecirunasolapalabra,afuerzaderemoslospusieronenmenosdecincominutosenlariberaopuesta.

—¡Ouf! —dijo Cauviñac—, que desde el momento de arrojarse tanresueltamentealríonohabíadichounasolapalabra.¡Ouf!Porfinmeveoensalvo.Queridocarcelerodemicorazón,Diososrecompensará.

—Y mientras llega la recompensa que Dios me reserva —contestó elcarcelero—, tengoenmipoderunascuarentamil libras,quemeayudaránatenerpaciencia.

—¡Cuarentamil libras!—dijoCauviñac estupefacto—. ¿Yquiéndiablos

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puedehabergastadocuarentamillibrasenmí?

XLIV

Consecuenciadeunengaño

Pemítasenosunabreveexplicación,despuésdelacualvolveremosatomarelhilodenuestrahistoria.

TiempoerayadevolveraNanóndeLartigues,quealverdesgraciadoaRichónexpirandobajo lagaleríadelmercadodeLiburnio,había lanzadoungritoysehabíadesmayado.

Sin embargo, Nanón, como ha podido observarse, no era una mujer decomplexióndébil.Apesardeladelicadezadesucuerpoylapequeñezdesusproporciones, había soportado largos disgustos, sostenido fatigas, arrostradopeligros; y esta alma amante y vigorosa, dotada de un temple nada común,sabíadoblegarsesegúnlascircunstanciasyaparecermásfuerteacadagolpequeledabaeldestino.

ElduquedeEpernónque laconocía,omejordicho,quecreíaconocerla,nopudomenosdeadmirarsealverlatancompletamenteabatidaporelaspectodeundolorfísico.Ella,queenelincendiodesupalaciodeAgénhabíaestadoapiquedeserquemadaviva,sinlanzarungritoniproferirunaqueja;queenmediodeaqueltumultohabíavistopereceradosdesusmujeresasesinadasensu lugar, y que ni aun siquiera había pestañeado por no alegrar a susnumerososenemigos,de loscualeselunodeellos,másdesesperadoquelosdemás,habíadispuestoobsequiarconestesuplicioalafavoritadelgobernadordetestado.

El desmayo de Nanón duró cerca de dos horas y terminó con horriblesataques de nervios, durante los cuales no pudo hablar, sino sólo dar gritosinarticulados.Estofueapuntoquelareinamisma,despuésdehaberenviadomuchosmensajesalaenferma,llegabaenpersonaavisitarla;yMazarino,queacababadeentrarquisoocuparlacabeceradelacamaparahacerdemédico,pueserasumayorpretensión.Aplicarlamedicinaaaquelcuerpoamenazadoylateologíaaaquellaalmaenpeligro.

PeroNanónnorecobrólossentidoshastamuyentradalanoche.Entoncespasóalgúnratocoordinandosusideas;yporúltimo,estrechándoselacabezaconlasmanosexclamóconunacentodesgarrador:

—¡Estoyperdida;melehanmatado!

Porfortuna,estaspalabraseranbastanteextrañasparaqueloscircunstantes

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dejarandeatribuirlasaldelirio,yasísucedió.

Sinembargo,estaspalabrasquedaronenlamemoriadelosquelasoyeron;ycuandoalamañanasiguientevolvióelseñordeEpernóndeunaexpediciónque le alejara de Liburnio la víspera, supo a la vez que había proferido alvolverensí.EldeEpernón,queconocíatodalaefervescenciadeaquellaalmadefuego,comprendióquehabíaallíalgomásquedelirio,yseapresuróaveraNanón, aprovechándose del primer momento de soledad que le dejaron losconcurrentes.

—Amigamía—ledijo—,hesabidotodoloquehabéissufridoconmotivode lamuertedeRichón,que se tuvo la imprudenciadevenir a ahorcarbajovuestrasventanas.

—¡Oh,sí—exclamóNanón—,esoesterrible,esinfame!

—Tranquilizaos—lecontestóelduque—.Ahoraqueséelefectoqueesoos produce, haré colgar a los rebeldes en la plaza delCurso, y no en la delMercado.¿Perodequiénhablabaiscuandodecíaisqueos lehabíanmuerto?EsomeparecequenolodiríaisporRichón,porquejamásheoídodecirquehayasidonadavuestro,niaunsimpleconocido.

—¡Ah!¿Soisvos,señorduque?—dijoNanónlevantándosesobreelcodoyasiéndoleelbrazo.

—Sí,yosoy,yestoymuycontentodequemeconozcáis;esopruebaquevaismejor.¿Perodequiénhablabais?

—¡Deél, señorduque,deél!—repusoNanónconun restodedelirio—.¡Voslehabéismatado!¡Oh!¡Elinfeliz!

—¡Queridamía,measustáis!¿Quédecís?

—Digoquelehabéismatado.¿Nocomprendéis,señorduque?

—No, querida amiga—contestó el duque deEpernón, tratando de hacerhablar a Nanón, entrando en las ideas que le sugería su delirio—. ¿Cómopuedoyohaberlematadosinoleconozco?

—¿No sabéis que es prisionero de guerra, que es capitán, que esgobernador, que tiene los mismos títulos y el mismo grado que ese pobreRichón, y que los Burdeleses van a vengar en él la muerte del que habéishechoasesinar?Porqueaunquehayáis tomadolaaparienciade la justicia,esunverdaderoasesinato,señorduque.ElduquedeEpernón,desconcertadoporeste apóstrofe, por el fuego de aquellas centelleantesmiradas, por la acciónfebrilyelgestoenérgicodeNanón,retrocediópalideciendo.

—¡Oh,esverdad,esverdad!—exclamógolpeándoselafrente—,elpobreCanolles,lehabíaolvidado.

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—¡Mihermano,mipobrehermano!—exclamóasuvezNanón,felizporpoderdilatarsedandoasuamanteeltítulobajoelcualelseñordeEpernónleconocía.

—¡Tenéis razón, porCristo!—dijo el duque—, y yo soy quien no tienejuicio.¿Cómodiablosheolvidadoanuestroamigo?Peroaúnnosehaperdidoeltiempo;apenaspodrásaberseaestashoraslanoticiaenBurdeos.Necesitantiempoparareunirse,juzgar…yademás,quedudarán.

—¿Hadudadolareina?—dijoNanón.

—Pero la reina es la reina. Tiene derecho de vida ymuerte… ellos sonrebeldes.

—¡Ay!—dijoNanón—, razónmás para que no se paren en nada. Pero,veamos,decid,¿quévaisahacer?

—Aúnnolosé;perodescansadenmí.

—¡Oh!—dijo Nanón tratando de levantarse—, aunque tenga que ir yomismaaBurdeosyentregarmeensupuesto,nomorirá.

—Tranquilizaos,queridaamiga;esometocaamí.Yohehechoelmal,yyo lo debo reparar, y lo haré a fe de caballero. La reina tiene aún algunosamigosenlaciudad;noosinquietéis.

Elduquehacíaestapromesadetodocorazón.

Nanón,comprendiendolafranquezaylavoluntaddelduque,yleyendolaconvicción en sus ojos, sintióse entonces animada de tanta alegría, quecogiéndolelasmanosestampóenellassuslabiosdefuego,yledijo:

—¡Oh,monseñor!Sipudieseissalirbien,¡cuántoosamaría!

Elduqueseestremecióhastaverter lágrimas,éstaera laprimeravezqueNanónlehablabaconestaexpansiónyquelehacíasemejantepromesa.

Salióenseguidadelaposento,asegurandodenuevoaNanónquenoteníaqué temer. Luego, haciendo venir a uno de sus criados, cuya destreza yfidelidad le eran bien conocidas, lemandó dirigirse a Burdeos, entrar en laciudad,aunquetuviesequeescalarlasmurallas,yentregaralasesorLavialanotasiguiente,escritatodadesupropiamano:

«Impedir que suceda la menor molestia al señor de Canolles, capitáncomandantedeplazaalserviciodeSuMajestad.

Siesteoficialestápreso,comosepresume,ponerleenlibertadpor todoslosmediosposibles;seducirlosguardiasofreciéndolestodoeloroquepidan;extendersehastacienmilescudos,hastaunmillón,siesnecesario,yempeñarlapalabradelseñorduquedeEpernónparaladireccióndeuncastilloreal.

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Si la corrupción fracasa, tentar la fuerza; no detenerse en nada, laviolencia,elincendio,lamortandadseránescusadas.

Señaspersonales:

Estaturaalta,ojospardos,narizcurva.Encasodeduda,preguntar:¿SoiselhermanodeNanón?

Prontitud;nohayqueperderunminuto».

Elmensajeropartió,entróenunaquinta,trocósusvestidosporuncapotónde lienzo de un aldeano, y tres horas después penetró en la ciudadconduciendounacarretacargadadeharina.

Laviarecibiólacartauncuartodehoradespuésdeladecisióndelconsejodeguerra.Hízose abrir lapuertadel castillo, habló al carceleroprincipal, leofreció veintemil libras, que rehusó, después treinta que rehusó también, yfinalmentecuarentamilqueaceptó.

Yasabemoscómoengañadoporlaapelaciónde¿SoisvoselhermanodeNanón? Que, según el duque de Epernón, debía evitar todo equívoco,Cauviñachabíarespondido,cediendoalúnicomovimientodegenerosidadquetuvieraentodasuvida.Sí;yocupandodeestemodoelpuestodeCanolles,sehabíaencontradolibrecongrandeadmiraciónsuya.

Cauviñac fue conducido en un ligero caballo hacia la aldea de Saint-Loubés;quepertenecíaalosepernonistas.

Allí se encontró un mensajero del duque, que venía al encuentro delfugitivoenuncaballo,tambiéndelduque,brutoespañoldeinestimableprecio.

—¿Se ha salvado? —exclamó dirigiéndose al jefe de la escolta queconducíaaCauviñac.

—Sí—contestóéste—,yletraemos.

Estoeraloúnicoqueteníaquesaberelmensajero;hizovolverasucaballoyselanzórápidocomounmeteoroenladireccióndeLiburnio.Horaymediadespuésel caballo, rendidoa laspuertasde la ciudad, enviaba rodandoa sujinete a los pies del duque de Epernón, que palpitaba de impacienciaesperando la palabra «Sí». El mensajero, medio hecho pedazos, tuvo aúnfuerzaparapronunciaraquelesperado,«Sí»,quecostabatancaro,yelduqueseprecipitó sin perder un segundohacia el aposentodeNanón, que tendidaaún en su lecho, trastornada y con la vista espantada, fijaba sus miradasinsensatasenlapuerta,henchidadesirvientes.

—Sí—exclamóelduquedeEpernón—,sí,estásalvado,queridaamiga;ymesigue,yvaisaverle.

Nanóndioensucamaunsaltodegozo;estaspocaspalabrasquitabande

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su pecho el peso que le ahogaba, extendió sus dosmanos hacia el cielo, ybañada por las lágrimas que esta inesperada dicha hacía brotar de sus ojos,áridosporladesesperación,exclamóconunacentoimposiblededescribir:

—¡Oh,Diosmío,Diosmío,tedoylasgracias!

Luego, bajando sus ojos del cielo a la tierra, vio a su lado al señor deEpernón,tandichosodesuventura,quesehubieradichoqueseinteresabaalapardeellaporelqueridoprisionero.Sóloentoncesfuecuandosepresentóasuespíritu.

—¿Cómorecompensaralduqueporsubondadysusolicitud,cuandoveaun extraño en el lugar de su hermano? ¿Cuando conozca la artimaña de unamorcasiadúlterosustituidoalpurosentimientodelcariñofraternal?

LarespuestadeNanónasímismafuecortayenérgica.

—Ybien,noimporta—dijoensuinterioraquelcorazónsublimealavezpor laabnegaciónyeldesinterés—,no leengañarémás;se lodiré todo,meecharádesu lado,memaldecirá,yentoncesmeecharéasuspiesparadarlegracias por lo que ha hecho por mí durante tres años. Luego, pobre yhumillada,pero felizy contenta, saldréde aquí rica conmi amor,ydichosaconlanuevavidaquenosespera…

Enmediodeesteéxtasisdeabnegación,enquelaambiciónerasacrificadaal amor, estaba la joven, cuando el ala de criados se abrió y un hombre seprecipitóenlasaladondeestabaNanónacostada,exclamando:

—¡Hermanamía,mibuenahermana!

Nanón se incorporó, abrió extraordinariamente sus ojos, se puso másblancaquelaalmohadabordadaquehabíadetrásdesucabeza,yporsegundavezcayócomoheridadelrayo,murmurando:

—¡Cauviñac,Diosmío,Cauviñac!

—¡Cauviñac!—repitió el duquedeEpernónmirando a su alrededor conasombro,comoparabuscarevidentementealsujetoaquienestainterpelaciónsedirigía.

Cauviñac no se atrevió a contestar, estaba todavía poco en salvo paratomarsesemejantefranqueza;comprendíaquerespondiendoibaaperderasuhermana,yperdiendoasuhermanasearruinabainfaliblementeasímismo.Apesar de su natural inventiva quedó cortado, dejando hablar a Nanón, paradespuéscorregirsuspalabras.

—¡Y el señor de Canolles! —exclamó ésta con tono de furiosareconvenciónylanzandoaCauviñaclosrayosdesusojos.Elduquearrugabalascejasyempezabaamorderseelbigote.Loscircunstantes,exceptoFineta,

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queestabamuypálida,yCauviñacquehacíatodoloposiblepornopalidecer,ignoraban el significado de aquella inesperada cólera, y se mirabanasombradosentresí.

—¡Pobrehermana!—murmuróCauviñacaloídodelduque—,ha temidopormisuerte,quedeliraynomeconoce.

—¡Amíesaquiendebescontestar—exclamóNanón—,miserable,amí!¿DóndeestáelseñordeCanolles?¿Quéhasidodeél?¡Respondepronto!

Cauviñactomóunaresolucióndesesperada,eranecesarioexponereltodopor el todo y atrincherarse en su propia desvergüenza; porque buscar susalvación en una confesión, hacer conocer al señor de Epernón el doblepersonajedelfalsoCanollesaquienhabíafavorecido,yelverdaderoCauviñacquehabíalevantadotropascontralareinayvendidoestasmismastropasalareina,eraquererirareunirseconRichónenlavigadelmercado.

Acercóse,pues,alduquedeEpernón,conlágrimasenlosojosledijo:

—¡Oh!Señor,esonoesyadelirio,es locura;ycomoveis,eldolorlehatrastornado el juicio hasta el punto de no conocer a sus más allegados. Sialguienpuede restituirle la razónperdida,biencomprendéisqueése soyyo;haced,pues,oslosuplico,quetodosesossirvientesseretiren,aexcepcióndeFineta, que quedará aquí para darle los remedios que necesite; porque delmismomodoqueyo,sentiréisverreíralosextrañosaexpensasdeesapobrehermanamía.

Tal vez el señor de Epernón no habría cedido fácilmente al mediopropuestoporCauviñac,queapesardesucredulidad,empezabaainspirarlealgunadesconfianza,siunmensajeronohubiesevenidoadecirledepartedelareinaqueseleesperabaenpalacio,conmotivodeunconsejoextraordinarioconvocadoporelseñordeMazarino.

Mientras que el enviado desempeñaba sumensaje,Cauviñac se acercó aNanónyledijoconrapidez:

—Ennombredelcielo,calmaos,hermanamía,paraquepodamoshablaralgoasolas,ytodosereparará.

Nanónvolvióadejarsecaerenlacama,sinotranquila,almenosdueñadesímisma,porquelaesperanza,aunqueadministradaenmuypequeñadosis,esunbálsamoqueaplacalospadecimientosdelcorazón.

EncuantoalseñordeEpernón,decididoaejecutarhastaelfinelpapeldelosOrgonesydelosGerontes,volviójuntoaNanón,ybesándolelamanoledijo:

—Vamos, querida amiga, espero que la crisis habrá pasado ya; recobradvuestros ánimos; voy a dejaros con ese hermanoque tanto amáis, porque la

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reina me manda a llamar. Creed que sólo una orden de la reina puedearrancarmedevuestroladoensemejantemomento.

Nanóncreyóquelefaltabavalor.Notuvofuerzaparacontestaralduque,ysólomiróaCauviñac,apretándolelamanocomodiciéndole:

—¿Nomehasengañado,hermanomío,puedorealmenteesperar?

Cauviñacrespondióaestapresióndemanoconotraigual;yvolviéndosealseñordeEpernón,ledijo:

—Sí,señorduque,lacrisismásfuertealomenoshapasado,ymihermanavaarecobrarlaconviccióndequetieneasuladounamigofielyuncorazónleal,dispuestoaemprenderlotodoporrestituirlelalibertadyladicha.

Nanónnopudocontenersepormástiempo,yrompióensollozos,ella,lamujer sin lágrimas, la del espíritu fuerte; pero la habían conmovido tantascosas, que no era yamás que unamujer ordinaria, y débil, y por lomismosentía la necesidadde llorar.El señor deEpernón saliómoviendo la cabezarecomendando con una mirada Nanón a Cauviñac. Apenas estuvo fuera,cuandoexclamóNanón:

—¡Oh!¡Cuántomehahechosufriresehombre!Sisehubiesedetenidounmomento más, creo que me habría muerto. Cauviñac hizo una seña, querecomendabasilencio.Luegofueaaplicareloídoalapuertaparaconvencersedequerealmentesealejabaelduque.

—¡Oh! ¿Qué me importa —exclamó Nanón—, que escuche o que noescuche?Me has dicho dos palabras para tranquilizarme; di, ¿qué piensas?,¿quéesperas?

—Hermanamía—dijoCauviñac adoptando un aire grave que no le erahabitual—,noteafirmaréqueestoysegurodesalirbien,peroterepitoloqueyahedicho,haréporconseguirlotodocuantocabeenelmundo.

—¿Salirbien?¿Enqué?—preguntóNanón—.¿Nosentendemosbienestavezynohayaúnentrenosotrosalgúnterriblequidproquo?

—EnsalvaraldesgraciadoCanolles.

Nanónfijóenélunamiradaterrible.

—¡Estáperdido!¿Noesasí?

—¡Ay!—contestóCauviñac—,simeexigesmiopiniónfrancaycompleta,confiesoquelaposiciónesmala.

—¡Cómolodices!—exclamóNanón—.¿Perosabesbien,desdichado,loqueesesehombreparamí?…

—Séqueesunhombrequeprefieresatuhermano,puestoquelesalvabas

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mejorqueamí,yquealvermemehasrecibidolanzándomeunanatema.

Nanóndiomuestrasdeimpaciencia.

—¡Eh, pardiez! Razón tenías—dijo Cauviñac—, y no te digo esto porreconvenirte,sinocomosimpleobservación;porqueoye,conlamanosobreelcorazón,nodirésobremiconcienciapornoexponermeamentir,siestuviesesabiendo lo que sé, diría al señor de Canolles: Caballero, vos habéis sidollamadohermanoporNanón,yavosesaquienllamanynoamí;yélhabríavenidoenmilugar,yyohabríamuertoenelsuyo.

—¡Peromorirá!—exclamóNanónconesaexplosióndedolorquepruebaen las inteligencias mejor organizadas el sentimiento de la muerte no tienecabidajamássinoenelestadodetemor,ynuncaeneldecertidumbre,puestoquelaafirmacióncausaungolpetanviolento—.¡Peromorirá!

—Hermana mía—contestó Cauviñac—, eso es cuanto puedo decirte, ysobre lo que es necesario basar cuanto vamos a hacer. Son las nueve de lanoche, en dos horas que he venido corriendo, muchas cosas pueden haberpasado.Notedesesperes,¡votoatal!,porquetambiénpuedenohaberpasadonada.Meocurreunaidea.

—Dipronto.

—AunalenguadeBurdeostengocienhombresymiteniente.

—¿Hombreseguro?

—Ferguzón.

—¿Ybien?

—Pormás que diga el señor deBouillón, pormás que haga el señor deLarochefoucault y por más que piense la señora princesa, que se cree otrocapitán igual a sus generales, tengo la idea de que con cien hombres,sacrificandolamitad,llegaréhastaCanolles.

—¡Oh!¡Teequivocas,hermanomío;nollegarás,no!

—Llegaré,¡votoalDiablo!Omedejarématar.

—¡Ay! ¡Tumuerteme probará tu buen deseo, pero no le salvará! ¡Estáperdido,perdido!

—Y yo te digo que no; así debiese entregarme en su puesto—exclamóCauviñacconuntransportedecasigenerosidad,quelesorprendióaélmismo.

—¡Entregartetú!

—Sí,yo,sinduda;porquealfinnadiepuedetenernitienemotivodeodiocontraesebuenCanolles,ytodoelmundolequiere,porelcontrario;mientras

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queamísemedetesta.

—¡Ati!¿Yporquésetedetesta?

—Esoesmuysencillo,porquetengolafelicidaddeestarunidoatiporloslazos más estrechos de la sangre. Perdona, querida hermana, pues es enextremolisonjeroparaunabuenarealistaloqueyotedigo.

—¡Espera!—dijolentamenteNanón—,poniéndoleeldedoenloslabios.

—Escucho.

—¿DicesquemedetestanmucholosBurdeleses?

—Esdecir,queteexecran.

—¡Ah! ¿De veras? —repuso Nanón sonriendo, medio pensativa, medioalegre.

—Nocreídecirteconestonadaqueteagradasetanto.

—Sí tal, sí tal —dijo Nanón—, es, si no agradable, muy sensato a lomenos.Si,tienesmucharazón—continuó,hablandomásbienconsigomismaque con su hermano—, no es al señor de Canolles a quien odian, ni a titampoco.Oye,oye.

Entonces se levantó, cubrió su satinado y ardiente cuello con un largomanto de seda, y sentándose a lamesa escribió deprisa algunas líneas, queCauviñac,por el coloridode su frentey la expansiónde su seno, juzgóquedebíandeserdemuchaimportancia.

—Tomaestoledijocerrandolacarta.

—Vesolo, sin soldados, sin escolta, a,Burdeos, en la caballerizahayuncaballoárabequepuedehacerelcaminoenunahora.

Llega tan pronto como los medios hermanos lo permitan; presenta estacarta a la princesa, y el señor de Canolles se salvará. Cauviñac miró a suhermanaconasombro;peroconociendoaquelgeniovigorosoydecidido,noperdió tiempoencomentar las frases,bajóprecipitadamentea lacaballeriza,montóenelcaballodesignado,yalcabodemediahorahabíahecholamitaddelcamino.EncuantoaNanón; luegoqueleviopartirdesdesuventana,searrodilló;laateahizounacortaplegaria,encerrósusalhajasydiamantesenuncofre,mandódisponeruncoche,ysehizoadornarporFinetaconsusmejoresvestidos.

XLV

Perdónycondena

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LanocheextendíasobreBurdeossudensovelo;yexceptoelcuarteldelaExplanada, hacia el que todo el mundo se agolpaba, el resto de la ciudadparecíadesierto.

Enlascallesdistantesdeaquelpuntoprivilegiadonoseoíaotroruidoquelospasosdelaspatrullas;ningunaotravozqueladealgunaviejaalcerrarsupuertaconterror.

PerohaciaelladodelaExplanada,alolejos,entrelabrumadelanoche,sesentíaunrumorsordoycontinuo,semejantealruidodelasolasalretirarsedelaplaya.

La princesa acababa de terminar su correspondencia, y había mandadodecir al duque de Larochefoucault que podía recibirle. A los pies de laprincesa, humildemente sentada sobre un tapiz estudiando con la más vivaansiedadsusemblanteysuhumor,lavizcondesadeCambesparecíaesperarelmomento de hablar sin ser importuna; pero esta paciencia contrahecha, estadulzuraestudiada,erandesmentidassindudaporlascrispacionesdesumano,quefrotabanydeshilabanunpañuelo.

—¡Setentaysietefirmas!—dijolaprincesa—;yaveisqueestodehacerdereinanoestodomiel,queridaClara.

—Sí tal señora—respondió la señora de Cambes—; porque al tomar elpuesto de la reina os habéis arrogado su más bello privilegio, el de hacergracia.

—Yeldecastigar,Clara—contestóorgullosamentelaprincesadeCondé—;porqueunade estas setentay siete firmasva al pie deuna sentenciademuerte.

—Y la septuagésimaoctavahabráde ir al piedeun indulto, ¿esverdad,señora?—dijolavizcondesacontonodesúplica.

—¿Quédecís,chiquita?

—Digo,señora,quecreoqueyaestiempodequeyovayaalibertaramiprisionero.¿Noqueréisqueleeviteelhorribleespectáculodeverconducirasucompañeroalamuerte?¡Ah,señora!Yaquequeréishacergracia,hacedlacompleta.

—Sí, a fe mía, tienes razón, chiquita—repuso la princesa—; pero a laverdad,enmediodemisgravesocupacioneshabíaolvidadomipromesa,yhashechobienenrecordármela.

—Así,pues—exclamólavizcondesamuyalegre.

—Esdecir,quehagasloquequieras.

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—Entoncesunafirmamás,señora—repusoClaraconunasonrisa—,quehabría enternecido el corazónmás duro; sonrisa que ninguna pintura sabríaimitar,porquepertenece sóloa lamujerqueama,esdecir, a lavida sumásdivinaesencia.

YcolocóunpapelsobrelamesadelaseñoradeCondé,indicándoleconlapuntadeldedoellugarenquedebíaponerlamano.Laprincesaescribió:

«El señor gobernador del castillo Trompeta dejará entrar a la señoravizcondesadeCambesenlaprisióndelbaróndeCanolles,aquienrestituimossucompletalibertad».

—¿Eseso?—preguntólaprincesa.

—¡Oh,sí,señora!—exclamólavizcondesadeCambes.

—¿Yesmenesterquefirme?

—Seguramente.

—Vamos, chiquita —dijo la princesa con su sonrisa más cordial—, esnecesariohacertodoloquetúquieres.

Yfirmó.

Lavizcondesaseprecipitósobreelpapelcomounáguilasobresupresa.Apenas tuvo tiempoparadar lasgraciasaSuAlteza;yestrechandoelpapelcontrasucorazón,selanzófueradelaposento.

En la escalera encontró al señor de Larochefoucault, a quien seguíasiempreuncortejobastantenumerosodecapitanesygentesdelpuebloensusexcursionesporlaciudad.

LaseñoradeCambesledirigióunsaludomódicoygracioso,elseñordeLarochefoucault admirado, se detuvo un instante en la meseta, y antes deentrarenlahabitacióndelaprincesalasiguióconlavistahastalohondodelasgracias.

Luego,alllegarjuntoaSuAlteza,ledijo:

—Señora,todoestápronto.

—¿Dónde?

—Alláabajo.

LaseñoradeCondérecorriósumemoria.

—EnlaExplanada—continuóelduque.

—¡Ah,muybien!—contestó laprincesaafectandomuchacalma,porqueadvertíaqueseleobservaba,yqueapesardesunaturalezademujer,quela

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mandaba estremecerse, su dignidad de jefe de partido le ordenaba nodebilitarse.

—Pues bien, si todo está pronto, andad, señor duque. El duque pareciódudar.

—¿Acasocreeríaisconvenientequeyoasistiese?—dijolaprincesaconuntemblordevoz,queapesardeldominioqueteníasobresímisma,nopudodeltodoreprimir.

—Como gustéis, señora—contestó el duque, que tal vez hacía en aquelmomentounodesusestudiosfisiológicos.

—Veremos, duque, veremos. Vos sabéis que he hecho gracia a muchoscondenados.

—Sí,señora.

—¿Yquédecísdeestamedida?

—DigoquetodoloqueVuestraAltezahaceestábienhecho.

—Sí —contestó la princesa—, eso me agrada más. Será más digno denosotrosmostraralosepernonistasquenotememosusarlasrepresalias,tratardepotenciaapotenciaconSuMajestad;peroqueconfiadosennuestrafuerza,devolvemoseldañosinfuror,sinexageración.

—Esmuypolíticoeso.

—¿Noesasí,duque?—dijolaseñoradeCondé,tratandodeindagarenelacentodeLarochefoucaultsuverdaderaintención.

—Pero—continuóelduque—,siempreseréisdeopiniónqueunode losdosexpíe lamuertedeRichón;porquesiestamuertequedasesinvengar,secreeríaqueVuestraAltezaestimaenpocoalosvalientesqueseconsagranasuservicio.

—¡Oh! ¡Ciertamente, uno de ellos morirá, a fe de princesa! Vividtranquilo.

—¿YpuedosaberacuáldelosdoshahechograciaVuestraAlteza?

—AlseñordeCanolles.

—¡Ah!

Este¡Ah!,fuepronunciadodeunamanerasingular.

—¿Tendríaisacasoalgodeparticularcontraesecaballero,señorduque?—ledijolaprincesa.

—Yo,señora,¿acasotengoyonadajamásenproniencontradeninguno?

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Yoalineoloshombresendoscategorías,enobstáculosyapoyos.Esnecesarioderrocarlosunosysostenerlosotros…aproporciónquenossostiene.Éstaesmipolítica,señora,ycasidiríamimoral.

—¿Quédiablodeimpedimentomeditayadóndeiráaparar?—sedijoasíLenet—.Segúntodaslasapariencias,detestaaesepobreCanolles.

—Y bien —dijo el duque—, si Vuestra Alteza no tiene otra cosa quemandar…

—No,señorduque.

—Puesbien,conelpermisodeVuestraAlteza.

—¿Enestanochemisma?—preguntólaprincesa.

—Dentrodeuncuartodehora.

Lenetsedispusoaseguiralduque.

—¿Vaisaveresovos,Lenet?—dijolaseñoradeCondé.

—¡Oh! No, señora —contestó Lenet—, no estoy por las emocionesviolentas,bien lo sabéis;mecontentaré con irhasta lamitaddel camino, esdecir,hastalaprisión,yconverelinteresantecuadrodelasolturadelpobreCanollesporlamujerqueama.

Elduquehizounamuecade filósofo,Lenetseencogiódehombros,yelcortejofúnebresaliódelpalaciopararestituirsealaprisión.

LavizcondesadeCambesnohabía,empleadocincominutosenatravesaresteespacio.Llegó,enseñólaordenalcentineladelpuentelevadizo,luegoalconserjedelcastillo,últimamentehizollamaralgobernador.

Ésteexaminóconesamiradaimpasibledegobernadordeunaprisión,quenoseamilanajamásniantelassentenciasdemuerteniantelosderechosdeindulto,reconocióelselloylafirmadelaprincesa,saludóalamensajera,yvolviéndosehacialapuerta,dijo:

—Llamadalteniente.

Luegohizoseñadesentarsea lavizcondesadeCambes,peroestabaéstademasiado agitada para no combatir su impaciencia por medio delmovimiento;permanecióenpie.

Elgobernadorcreyódeberdirigirlelapalabra.

—¿Conocéis al señor de Canolles?—dijo aquél en el mismo tono quehubierapreguntadoquétiempohacía.

—¡Oh!Sí,señor—respondiólaseñoradeCambes.

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—¿Estalvezvuestrohermano,señora?

—No,señor.

—¿Vuestroamigo?

—Es…esmiprometido—dijolavizcondesadeCambes—,esperandoquedespuésdeestaconfesiónelgobernadoractivaríalalibertaddelprisionero.

—¡Ah!—dijo el gobernador en elmismo tonoquehasta entonces habíaadoptado—.Osfelicito,señora.

Ynoteniendomáspreguntasquehacer,elgobernadorvolvióaquedarensuinmovilidadyensusilencio.

Eltenienteentró.

—SeñordeOutremont—dijoelgobernador—,llamadalllaveroenjefe,yhacedponerenlibertadalseñordeCanolles.Aquítenéissuordendesalida.

Eltenienteseinclinóytomóelpapel.

—¿Queréisesperaraquí?—preguntóelgobernador.

—¿Meesprohibidoseguiralseñor?

—No,señora.

—Entonces le acompañaré; ya conocéisquequiero ser la primeraque ledigaqueestásalvado.

—Id,pues,señora,yadmitidelhomenajedemisrespetos.

La vizcondesa hizo una rápida reverencia al gobernador, y siguió alteniente.

Éste era justamente el joven que había hablado ya con Canolles yCauviñac,ysedabatodalaprisadelasimpatía.

EnuninstantelavizcondesadeCambesyélestuvieronenelpatio.

—¿Elllaveroenjefe?—gritóelteniente.

Luego,volviéndosehacialavizcondesa,añadió:

—Tranquilizaos,señora,dentrodeuninstanteestaráaquí.

Elsegundocarcelerovino.

—Señor teniente —dijo—, el llavero en jefe ha desaparecido; se le hallamadoinútilmente.

—¡Oh! Caballero—exclamó la vizcondesa de Cambes—, esto nos va aretardaraún.

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—No,señora,laordenesformal;asíquetranquilizaos.

La vizcondesa de Cambes le retribuyó con una de esas miradas quepertenecensóloalamujeryalángel.

—¿Tenéis dobles llaves de todos los calabozos?—preguntó el señor deOutremont.

—Sí,señor—contestóelcarcelero.

—AbridlasaladelseñordeCanolles.

—ElseñordeCanolles,¿elnúmero2?

—Precisamente,elnúmero2.Abridpronto.

—Creoademás—dijoelcarcelero—,queestánjuntoslosdos.Seescogeráelbueno.

Entodostiemposhansidochistososloscarceleros.

Pero la vizcondesa de Cambes era muy feliz para enfadarse del atrozchiste;alcontrario,sesonrió.Hubieraabrazadoaaquelhombre,sinecesariofuese,porqueseapresuraseporpoderveraCanollesunsegundomáspronto.

Enfin,seabrelapuerta.Canolles,quehaoídopasosenelcorredor,quehaconocido la voz de la señora de Cambes, se echa en sus brazos; y ella,olvidándosedequenoesnisumaridonisuamante, leestrechacontodasufuerza.

Elpeligroquehacorrido,aquellaeternaseparaciónquehantocadocomoelbordedeunabismo,lopurificatodo.

—Ybien,amigomío—dijoClara radiantedealegríaydeorgullo—,yaveis que cumplomi palabra.He obtenido vuestro perdón, comoos lo habíaprometido,yvengoabuscaros. ¡Partamos!Yalmismo tiempoquehablaba,conducíaconfuerzaaCanolleshaciaelcorredor.

—Caballero—dijoelteniente—bienpodéisconsagrartodavuestravidaalaseñora,porquedeseguroseladebéisaella.Canollesnocontestó;perosusojosmirabanconternuraalángellibertador,sumanoestrechabalamanodelajoven.

—¡Oh,noosdeistantaprisa!—dijoeltenientesonriendo—.Estoseacabóyaysoislibre;tomadalmenostiempoparaabrirvuestrasalas.

Pero la señora de Cambes, sin tener en cuenta estas palabrastranquilizadoras, continúa introduciendo a Canolles en los corredores. Elbarónsedejaba llevar, trocandoalgunasseñasconel teniente.Llegarona laescalera,laescalerafuedescendidacomosilosdosamantestuviesenlasalasdequeeltenientehablabapocoantes.Porúltimo,seencontraronenelpatio.

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Unapuertamásquepasar,ylaatmósferadelaprisiónnopesaríasobresusdospobrescorazones…

Estapuertaseabrióalfin.

Pero al otro lado de la puerta un grupo de caballeros, de guardias yarqueros,obstruíaelpuente levadizo.EranestoselduqueLarochefoucaultysussecuaces.

Sinsaberporqué,lavizcondesadeCambesseestremeció.Siemprequesehabíaencontradoconaquelhombrelehabíaocurridoalgúnmal.

EncuantoaCanolles,siexistióemoción,quedóenelfondodesupechoynoaparecióensusemblante.ElduquesaludóalavizcondesadeCambesyaCanolles,yaúnseextendióahacerlesalgunoscumplidos.

Luegohizounaseñalalatropadecaballerosyguardiasqueleseguían,yseabrieronenala.

Súbitamente se dejó oír en el patio una voz que salía del fondo de loscorredores,yresonaronestaspalabras:

—¡Eh!El número1 está vacío, el otro prisionero falta desde hace cincominutos.Envanolebuscosinpoderhallarleenningunaparte.

Estas palabras hicieron circular un largo estremecimiento entre todos losque las oyeron, el duque de Larochefoucault se conmovió; y no pudiendoreprimirunprimermovimiento,extendiólamanohaciaelbaróndeCanollescomoparadetenerle.

Claravioestemovimientoypalideció.

—¡Venid,venid—dijoellaaljoven—,démonosprisa!

—Perdonad, señora —dijo el duque—, pero quisiera que tuvieseispacienciaporunmomento,silotenéisabien;aclaremosesteerror,cosaqueosaseguroestarádespachadaenunminuto.

Yaotraseñadelduque,labarreraquesehabíaabiertosevolvióacerrar.

Canollesmiró a la vizcondesa, al duque, a la escaleradedondevenía lavoz,ypalidecióasuvez.

—Pero,señorduque—dijoClara—,¿paraquéhedeesperar?

LaseñoraprincesadeCondéhafirmadolaordendelibertaddelseñordeCanolles.Aquílatenéis,tomad,vedla,esunaordennominal.

—Sí,nohayduda,señora,niesmiintenciónnegarlavalidezdeesaorden;tan buena será de aquí a un instante como ahora mismo. Tened paciencia,acabodeenviarauno,quenopuedetardarenvolver.

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—¿Peroquétenemosqueverconél?—repusolavizcondesa—.¿QuéhaydecomúnentreelseñordeCanollesyelprisioneronúmero1?

—Señorduque—dijoelcapitándeguardiasaquienLarochefoucaulthabíaenviado—,acabamosdebuscarinútilmente.Elotroprisioneronoaparece,elcarcelero en jefe ha desaparecido también; y el hijo de éste que ha sidopreguntado,dicequesupadreyelprisionerohansalidoporlapuertasecretaquedaalrío.

—¡Oh!—exclamó el duque—. ¿Sabéis algo de eso, señor de Canolles?¡Unaevasión!

Aestaspalabras,Canolles lo comprendió todo, todo lo adivinó.ConocióqueeraNanónlaquevelabaporél,queaélesaquienvinieronabuscaryaquiensedesignabaconelnombredehermanodelaseñoradeLartigues;quesinsaberloCauviñachabíaocupadosupuesto,encontrandolalibertaddondecreíahallarlamuerte.Todasestasideasentranalavezensucabeza,llévaselasdosmanosalafrente,palideceyvacilaasuturno,ysólosereponealverala señora de Cambes temblar sostenida en su brazo. Ninguna de estasdemostracionesdeterrorsehanocultadoalasmiradasdelduque.

—Cerradlaspuertas—gritóéste—.SeñordeCanolles,tenedlabondaddeesperar;yaconocéisqueesprecisoaclararesto.

—Pero, señor duque —exclamó Clara—, ¿creo que no pretenderéis ircontraunaordendelaprincesa?

—No, señora —repuso el duque—, pero sí creo que es importanteprevenirladeloquepasa.Noosdiré,voyairyomismo,podríaiscreerquemiintenciónesdeinfluirennuestraaugustaseñora;perosíosdiré:Idvosmisma,señora,porquemejorquevosnadiesabrásolicitarlaclemenciadelaprincesa.

LenethizounaseñaimperceptibleaClara.

—¡Oh,yonoleabandono!—exclamólaseñoradeCambes—,estrechandoconvulsivamenteelbrazodeljoven.

—Y yo —dijo Lenet—, voy corriendo a avisar a Su Alteza. Venidconmigo,capitán,yvosmismo,señorduque.

—Sea, os acompañaré. El capitán se quedará aquí y continuará laspesquisasennuestraausencia;talvezseencuentrealotroprisionero.

Y como para dar apoyo a la última parte de su frase, el duque deLarochefoucaultdijoaloídodeloficialalgunaspalabras,ysalióconLenet.Enelmismo instante los dos jóvenes fueron impelidoshacia el fondodel patioporel torrentedecaballerosqueacompañabanaLarochefoucault,detrásdelcualsecerrólapuerta.

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Enmenosdediezminutoslaescenahabíatomadouncaráctertangraveysombrío, que los circunstantes, pálidos y mudos, se miraban entre sí,queriendoindagarenlosojosdeCanollesydeClaracuáldelosdossufremás.

Canollesconocequeesprecisoqueélsoloreúnatodalafuerza,yesgraveyafectuosoparasuamiga,que lívida,con losojosencendidosy las rodillastrémulas, se afianza a su brazo, le oprime, le atrae a sí; le sonríe con unaspectodeternuradesgarradora,despuésvacila,tendiendoaquíyallímiradasde terror sobre todos aquellos hombres, entre los cuales busca en vano unamigo.

ElcapitánqueharecibidolasórdenesdelduquedeLarochefoucault,hablaasuvezenvozbajaconsusoficiales.Canolles,cuyogolpedevistaesseguro,ycuyooídoestáatento,a lamenorpalabraquepuedacambiarsusdudasencerteza,leoyepronunciarestaspalabras,apesardesuprecauciónenhablarlomásbajoposible:

—Convendría por lo mismo encontrar un medio de alejar a esa pobremujer.

Trata entonces de desprender su brazo de la sujeción afectuosa que leretiene.Lavizcondesaseapercibedesuintención,yseaferraaélcontodassusfuerzas.

—Pero—exclamóella—,esnecesariobuscaraún, talvezsehabuscadomal a ese hombre y puede que se le encuentre.—Busquemos, busquemostodos.¡Esposiblequesehayaescapado!¿CómonosehabríaidoelseñordeCanolleslomismoqueél?Vamos,señorcapitán,yoosloruego,mandadqueselebusque.

—Se le ha buscado, señora—contestó éste—, y aún se le busca en estemomento.Elcarcelerosabemuybienquetienepenadelavidasinopresentaasuprisionero;bienconocéisqueleinteresahacerlasmásactivaspesquisas.

—¡Diosmío—murmurólavizcondesa—,yelseñorLenetquenovuelve!

—Paciencia, querida amiga, paciencia —dijo Canolles con ese tono dedulzuraconquesehablaalosniños.

ElseñorLenetacabadepartirahoramismo,apenashatenidotiempoparallegar a casade laprincesa;dejadle tiempopara exponer el sucesoyvolverenseguidaatraernoslarespuesta.

Yalmismotiempoquedecíaesto,apretabacondulzuralamanodeClara.

Luego,viendoqueeloficialquemandabaenelpuestodeLarochefoucaultlemirabafijamenteyconimpaciencia:

—Capitán—ledijo—,¿deseáishablarme?

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—Seguramente,sí,caballero—contestóelcapitán—,aquienlavigilanciadelaseñoradeCambesteníaenunsuplicio.

—Caballero —exclamó la vizcondesa—, conducidnos a casa de laprincesa,¡porfavor!¿Quémásosda?¿Noeslomismoconducirosasucasaque permanecer aquí en la incertidumbre? Su Alteza le verá, caballero, meveráamí,yolehablaré,yreiterarásupromesa.

Eloficial,aprovechándosesindemoradeestaideaemitidaporlaseñoradeCambes,ledijo:

—Esunexcelentepensamiento,señora.Idvosmisma,id;tenéistodaslasprobabilidadesdeunbuenéxito.

—¿Quédecísaesobarón?—dijolavizcondesa—.¿Osparecebien?Vosnoquerréisengañarme;¿quéhago?

—Id,señora—ledijoCanolleshaciendosobresíunviolentoesfuerzo.

La señora de Cambes soltó su brazo, probó a dar algunos pasos, yvolviéndoseenseguidaasuamantedijo:

—¡Eh!¡No,no;yonoleabandono!

Yoyendodespuéslapuertaquevolvíaaabrirseexclamó:

—¡Oh!¡Diosseabendito!YavienenLenetyelduque.

En efecto, detrás del duque de Larochefoucault, que aparecía con suaspecto impasible, venía Lenet, alterado y con las manos trémulas. A laprimeramiradaqueelpobreconsejerocambióconCanollescomprendióéstequenohabíayaningunaesperanzayqueestabacondenado.

—Ybien—preguntóClarahaciendounmovimientotanvehementehaciaLenetquearrastróconsigoaCanolles.

—Ybien—balbuceóLenet—,laprincesaestáindecisa…

—¡Indecisa!—exclamólavizcondesa—.¿Quésignificaeso?

—Estosignificaqueosllama—dijoelduque—,yquedeseahablaros.

—¿Esverdad,señorLenet?—preguntólavizcondesa,sinembarazarseporloqueestapreguntateníadeinsultanteparaelduque.

—Sí,señora—tartamudeóLenet.

—¿Peroyél?—preguntóClara.

—¿Quiénesél?

—ElseñordeCanolles.

—¡Bah! El señor de Canolles volverá a su prisión y vos le traeréis la

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respuestadelaprincesa—dijoelduque.

—¿Permaneceréisconél,señorLenet?—preguntólavizcondesa.

—Señora…

—¿Permaneceréisconél?—repitióella.

—Nomeapartarédesulado.

—Noosapartaréis,¿lojuráis?

—¡Diosmío!—murmuróLenetmirandoaaqueljoven—,queesperabasusentencia,yaaquellamujer, aquien ibaamatarunapalabra. ¡Diosmío,yaqueelunoestácondenado,dadmefuerzaalmenosparasalvarelotro!

—¿Nolojuráis,señorLenet?

—Oslojuro—dijoelconsejeroponiéndoseconfuerzalamanosobresucorazón,próximoaestallar.

—¡Gracias, caballero! —dijo Canolles muy bajo—; os comprendo.Después,volviéndosehacialaseñoradeCambes,añadió:

—Id,señora;bienveisquenomeamenazaningúnpeligroentreLenetyelseñorduque.

—Noladejéispartirsinabrazarla—dijoLenet.

UnsudorfríosubióalafrentedeCanolles;sintiócubrirsuvistaunagasa;contuvo a la vizcondesa, que partía, y fingiendo tener que decirle algunaspalabrasensecreto,laacercóasupecho,einclinándoseledijoaloído:

—Suplicadsinbajeza,quierovivirparavos;perovosdebéisquererqueyovivahonrado.

—Suplicaré demodo que te salve—replicó ella—. ¿No eresmi esposodelantedeDios?

Yal retirarseCanolleshallómediodedesflorar sucuelloconsus labios,perocontantacircunspección,quenolosintióella,yquelapobreinsensatasealejósindarlesuúltimobeso.Sinembargo,enelmomentodesalirdelpatiosevolvió,peroyaunabarrerasehabíaformadoentreellayelprisionero.

—Amigo—dijolavizcondesa—,¿dóndeestásquenotepuedover?¡Unapalabra,unapalabramásquemealejeconelecodetuvoz!

—¡Idos,Clara—dijoCanolles—,osespero!

—Idos,señora—dijounoficialcaritativo—;cuantomásantesosvayáis,másprontovolveréis.

—¡SeñorLenet!,queridoLenet—gritólavozdeClaradesdelejos—,¡en

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vosconfío,vosmerespondéisdeél!

Ylapuertasecerródetrásdeella.

—Porfin—murmuróelduque—,porfintocamosaloposible,aunquenosintrabajo.

XLVI

Represalias

ApenashubodesaparecidolaseñoradeCambes,apenasseperdiósuvozalo lejosysecerró lapuertadetrásdeella,elcírculodeoficialesseestrechóalrededordeCanolles,yviéronseaparecer,saliendonosesabededónde,doshombres de siniestra figura, que acercándose al duque, le pidieronhumildementesusórdenes.

Elduque,portodarespuesta,secontentócondesignarlesalprisionero.

Después,acercándoseaéste,ledijosaludándoleconlapolíticaglacialqueleeraacostumbrada:

—Caballero, sin duda habéis comprendido que la fuga de vuestrocompañero de infortunio hace caer sobre vos la muerte a que estaba éldestinado.

—Sí,señor—contestóCanolles—,oalomenoslosospecho;masloquesédecierto,esquelaprincesahahechonominalmentegraciaamipersona.Yohevisto,yvostambiénhabéispodidoverhacepoco, laordendelibertadenmanosdelaseñoravizcondesadeCambes.

—Es cierto, caballero—contestó el duque—;mas la señora princesa nopudoprecaverelcasoqueocurre.

—¿Esdecir—repusoCanolles—,quelaseñoraprincesaretirasufirma?

—Asíes—contestóelduque.

—¡Unaprincesadesangrefaltaasupalabra!

Elduquepermanecióimpasible.

Canollesmiróasualrededor.

—¿Hallegadoyaelmomento?—dijo.

—Sí,señor.

—CreíqueseesperaríalavueltadelaseñoravizcondesadeCambes;sele

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haprometidonohacernadaensuausencia.¡Perotodoelmundofaltahoyasupalabra!

Y el prisionero fijó su vista llena de reconvención, no en el duque deLarochefoucault,sinoenLenet.

—¡Ay, caballero —exclamó éste con las lágrimas en los ojos—,perdonadnos!LaseñoradeCondéha rehusadopositivamentevuestragracia,pormásquelehesuplicado.Elseñorduqueestestigo,yDiostambién;peroeranprecisaslasrepresaliasalamuertedeRichón,yhasidodepiedra.Ahorajuzgadmevosmismo,señorbarón,enlugardehacerpesarlasituaciónterribleenqueoshalláissobrevoslaseñoradeCambes,heosado,perdonadme,puesconozco que necesito mucho vuestro perdón, he osado hacerla pesar todaentera sobre vos, sobre vos, que sois un soldado, sobre vos, que sois uncaballero.

—¡Segúneso—balbuceóelbarón—,ahogadoporlaemoción,segúnesonolaverémás!¡Cuandomedijisteisquelaabrazase,eraporúltimavez!

Un sollozo más fuerte que el estoicismo, que la razón y el orgullo, seescapódelpechodeLenet;seretiróhaciaatrásylloróamargamente.Canollestendió entonces su penetrante mirada sobre todos aquellos hombres que lerodeaban, en todoel círculonoviomásquegentesendurecidaspor la cruelmuertedeRichón,yqueobservabanensuaspecto,sinohabiéndosedebilitadoelunosedebilitaríaelotro;oalladodeestaspersonastímidas,quecontraíansusmúsculosparadisimularsusemocionesyhacerdesaparecerlaslágrimasylossuspiros.

—¡Oh, es horrible esta idea! —murmuró el barón en un instante deilustración sobrehumana en que descubre al alma horizontes infinitos sobretodo lo que se llama vida—, es decir, sobre algunos cortos instantes defelicidad esparcidos como islas en medio de un océano de lágrimas ysufrimientos… ¡Esto es horrible! ¡Yo tenía una mujer adorada, que porprimeravezvenía a decirmequeme amaba! ¡Unporvenir largoy apacible!¡Larealizacióndelsueñodetodamivida!¡Yenuninstante,enuninstante,enunsegundo,lamuertetomaposesióndetodoesto!…

Sucorazónseoprimió,ysintiópicarlelosojoscomosifueseallorar;peroenaquelmomentorecordó,comolehabíadichoLenet,queeraunhombreyunsoldado.

—¡Orgullo—pensóél—,soloyúnicovalorquerealmenteexiste,venenmiayuda!¡Yollorarunacosatanfútilcomolavida!…¡Cuántosereiríansipudierandecir:Canolleslloróalsaberqueibaamorir!¿Quéhiceeldíaquevinieron a sitiarme en San Jorge, y donde los Burdeleses querían matarmecomohoy?Combatí,mechanceé,reí…Ybien,porelcieloquemeoye,yque

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enestemomentoluchaconmiángelbueno,haréhoylomismoquehiceaqueldía; y si no combato ya, a lo menos me chancearé aún, a lo menos reirésiempre.

Enseguidasusemblantequedótantranquilo,comosihubiesenhuidotodaslas emociones de su corazón. Se pasó la mano por sus hermosos cabellosnegros, y aproximándose con un paso firme y la sonrisa en los labios aLarochefoucaultyLenet,dijo:

—Señores,voslosabéis,enestemundo,tanllenodeaccidentesdiversos,raros e inesperados, es preciso acostumbrarse a todo.Yomehe tomado, sintenerlaatencióndepedíroslo,unminutoparaacostumbrarmealamuerte;siesdemasiado,osruegomedisimuléiselhaberoshechoaguardar.

Unprofundoasombrocirculóporlosgrupos,elprisioneromismoconocióquedelasombrosepasabaalaadmiración.Estesentimientotangloriosoparaél,leengrandecióyduplicósusfuerzas.

—Cuandogustéis,señores—dijo—;yosoyahoraelqueespera.

El duque, sobrecogido de estupor un instante, recobró su flemaacostumbradaehizounaseña.

Aestaseñaseabrierondenuevolaspuertas,yelcortejosedispusoparaponerseenmarcha.

—¡Unmomento—dijoLenetconelfindeganartiempo—unmomento,señorduque!ConducimosalseñordeCanollesalamuerte,¿noescierto?

Elduquehizounmovimientodesorpresa,yCanollesmiróconasombroaLenet.

—Puessí—dijoelduque.

—Bien—repusoLenet—,siendoasí,estedignocaballeronopuedepasarsinunconfesor.

—Perdonad, caballero —dijo Canolles—, al contrario, pasaréperfectamentesinél.

—¡Cómo!—dijo Lenet haciendo al prisionero señas, que éste no queríacomprender.

—Soy hugonote —replicó Canolles—, y hugonote acérrimo, os loadvierto.Siqueréisdispensarmeunúltimofavor,dejadmemorirtalcomosoy.

Yalavezquerehusaba,ungestodegratitudhizoconoceraLenetqueelbarónhabíacomprendidoperfectamentesupensamiento.

—Entonces,sinadanosdetieneya,marchemos—dijoelduque.

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—¡Queseconfiese!—gritaronalgunosfuriosos.

Canollessealzósobrelaspuntasdelospies,miróasualrededorconojotranquiloyfirme,yvolviéndosehaciaelduque,ledijoseveramente:

—¿Vamos a cometer bajezas, caballero?Me parece que si alguno tienederechodehacersuvoluntadaquí,ésesoyyo,quesoyelhéroedelafiesta.Yorehúsounconfesorypidoelpatíbulo,yestolomásprontoposible;amivezestoycansadodeesperar.

—¡Silencio,allábajo!—gritóelduquevolviéndosehacialosgrupos:

Luego,cuandoelpoderíodesuvozydesumiradahuborestablecidodeltodoelsilencio,dijoaCanolles:

—Caballero,haréisloqueosagrade.

—Gracias.Entoncespartamosyapretemoselpaso…siqueréis.

LenettomóelbrazodeCanolles.

—Id, por el contrario, despacio —le dijo éste—. ¿Quién sabe? Unsobreseimiento,unareflexión,unsuceso,sonposibles.Andadlentamente,osloexijoennombredelaqueosama,yquellorarátantosiandamosdemasiadoaprisa…

—¡Oh!—contestóCanolles—,nomehabléisdeeso,osloruego;todomivalorseestrellaenesepensamiento,serseparadodeellaparasiempre.Pero¿quédigo?…Alcontrario,señorLenet,habladmedeella,repetidmequemeama,quemeamarásiempreyquemellorarásobretodo.

—Vamos, querido y desgraciado hijo —le dijo Lenet—, no osenternezcáis;pensadenquenosmiranyqueseignoradequéhablamos.

Canolles levantó la cabeza con orgullo; y por un movimiento lleno deelegancia,sushermososynegroscabellossedesprendieronenbuclessobresucuello.Habíanllegadoalacalle,numerosasantorchasiluminabansumarcha,desuertequepodíaversesusemblantetranquilo.

Oyóquealgunasmujeresllorabanydecían:

—¡Pobrebarón,tanjovenytanhermoso!

Siguióensilencioelcamino,yluegodijosúbitamenteCanolles:

—¡Oh!SeñorLenet,sinembargo,quisieraverlatodavíaunavez.

—¿Queréis que vaya a buscarla? ¿Queréis que os la traiga?—preguntóLenet,sinquererhacerloquedecía.

—¡Oh,sí!—murmuróCanolles.

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—Puesbien,voycorriendo;perolamataréis.

—¡Mejor! —dijo el barón, porque en aquel momento se apareció elegoísmoensucorazón,diciéndole:silamatas,nolaposeeráotrojamás.

Enseguida,sobreponiéndose,dijoconteniendoaLenet:

—No,no,lehabéisprometidopermaneceramilado.Quedaos.

—¿Quédice?—preguntóelduquealcapitándeguardias.Canollesoyólapregunta.

—Digo,señorduque—contestóél—,quenocreíahubiesetantadistanciadelaprisiónalaExplanada.

—¡Ay!—repusoLenet—,noosquejéis,pobrejoven,queyallegamos.

En efecto, las antorchas que iluminaban lamarcha de la vanguardia queprecedíaalaescolta,desaparecíanenaquelmomentoalvolverdeunacalle.

Lenet estrechó lamanodel barón, yqueriendo tentar unúltimoesfuerzoantesdellegaralsitiodelaejecución,sedirigióalduque.

—Señor —le dijo muy quedo—, por última vez os lo ruego, ¡gracia!PerdéisvuestracausahaciendoejecutaraCanolles.

—Al contrario—repuso el duque—, probamos así que la consideramosjusta,puestoquenotenemosqueusarrepresalias.

—Lasrepresaliasseusanentreiguales,señorduque,yvosmismolodecís,lareinaserásiemprelareina,ynosotrossussúbditos.

—NodiscutamossobretalescosasdelantedeCanolles—contestóaltoelduque—,bienveisqueesoesinoportuno.

—Nohabléisdegraciadelantedelduque—dijoCanolles—,bienveisqueestá enocasióndedar sugolpedeEstado,no le impidamoselpasopor tanpocacosa…

Elduquenocontestó;masporlapresióndesuslabiosysumiradairónica,seconocióqueelgolpehabíasidobiendirigido.Duranteestetiemposehabíacontinuadomarchando,yCanollesa suvez se encontrabaa la entradade laExplanada.Alolejos,esdecir,hacialaextremidadopuestadelaplaza,seveíalamultitudapiñadayunvastocírculoformadoporlosrelucientescañonesdelos mosquetes. En el centro se alzaba cierta cosa informe y negra, queCanolles no distinguió bien en las tinieblas, creyó que era un patíbuloordinario; pero llegando súbitamente las antorchas al centro de la plaza,iluminaronaquelobjeto,alprincipiodudoso,ydestacaronelperfilhorribledeunahorca.

—¡Unahorca!—dijoCanollesdeteniéndoseyextendiendolamanohacia

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lamáquina—.¿Noesunahorcaloqueveoalláabajo,señorduque?

—Enefecto,noosequivocáis—contestófríamenteaquél.

El rubor de la indignación coloreó la frente del joven, separó los dossoldadosquemarchabanasuscostados,ydeunsaltoseencontrócaraacaraconLarochefoucault.

—Caballero —dijo—, ¿olvidáis que soy hidalgo? Todos saben, y elverdugomismo no ignora, que un noble tiene derecho a que se le corte lacabeza.

—Caballero,haycircunstancias…

—Nooshabloenminombre—interrumpióCanolles—, sinoennombredetodalanobleza,enlaqueocupáisunrangotanelevado,vosquehabéissidopríncipe, vos que sois duque; y será un deshonor, no para mí, que soyinocente, sino para todos vosotros, cuantos sois, el que uno de los vuestroshayamuertoenunahorca.

—Caballero,elreyhahechoahorcaraRichón.

—Richóneraunvalientesoldado,nobleporsucorazón,tantocomoelquemásloseaenelmundo,peroquenoeranobledenacimiento;yyolosoy…

—¿Olvidáis—repusoelduque—,queaquísetrataderepresalias?Aunquefueseisunpríncipede sangre, seosahorcaría.Elbarón, conunmovimientoinstintivobuscólaespadaasulado,peronoencontrándola,elsentimientodesusituaciónrecobrótodasufuerza.Sucólerasedesvaneció,yconocióquesusuperioridadestabaensupropiadebilidad.

—Señorfilósofo—ledijo—,¡desgraciadoslosqueusanderepresalias,ydosvecesdesgraciadoslosquealusarlasnodanoídosalahumanidad!Yonopedíagracia,pedíajusticia.Haypersonasquemeaman,caballero,einsistoenesta palabra, porque sé que ignoráis que pueda amarse. Pues bien, en elcorazóndeesaspersonasvaisaimprimirparasiempre,conelrecuerdodemimuerte,lainnobleimagendelahorca.Ospidounaestocada,unmosquetazo;dadmevuestropuñalparaqueyomismomehiera,yluegocolgadmicadáversiosagrada.

—Richónhasidoahorcadovivo,caballero—contestófríamenteelduque.

—Estábien, ahora escuchadme.Díavendráenqueosheriráuna terribledesgracia; ese día os acordaréis de que vuestra desgracia es un castigo delcielo. En cuanto a mí, muero con la convicción de que mi muerte es obravuestra.

Y Canolles temblando y pálido, pero lleno de exaltación y de valor, seacercóalahorcacolocándosedesdeñosoyfierofrenteafrentealpopulacho

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conelpieenelprimertramodelaescala.

—Ahora,señoresverdugos—dijo—,hacedvuestrooficio.

—Nohaymásqueuno—dijolamultitudsorprendida—.¡Elotro!¿Dóndeestáelotro?¡Noshabíanprometidodos!

—¡Ah, esto me consuela! —dijo Canolles sonriendo—. Ese excelentepopulachonoestácontentodeloquehacéisporél.¿Looís,señorduque?

—¡Muera!,¡muera!¡VenganzaaRichón!—bramarondiezmilvoces.

—Si yo los instara —pensó Canolles—, serían capaces de hacermepedazos, y entonces no me ahorcarían, y el duque rabiaría… ¡Sois unoscobardes! —gritó—. ¡Unos miserables! Reconozco entre vosotros los queestuvieronenelataquedelfuertedeSanJorge,yaquieneshevistohuir.Hoyosvengáisdemí,porqueosderroté.

Unrugidolerespondió.

—¡Soisunoscobardes—repusoél—,unosrebeldes,unosmiserables!

Mil puñales centellaron, y algunas piedras vinieron a caer al pie delpatíbulo.

—Estovabien—murmuróCanolles,yluegodijoenaltavoz—,elreyhahechoahorcaraRichón,yhahechomuybien.CuandotomeaBurdeos,harácolgaraotrosmuchos.

A estas palabras, la multitud se precipitó como un torrente hacia laExplanada, trastornó a los guardias, rompió las empalizadas y se lanzórugiendohaciaelprisionero.

Sinembargo,aunaseñaldelduque,unodelosverdugoshabíasuspendidoelcuerpodeCanollespordebajodelosbrazos,mientraselotrolepasabaunlazoalcuello.

Canollessintiólapresióndelacuerdayredoblósusinjurias,siqueríasermatado a tiempo, no había que perder unminuto. En este instante supremomiraaalrededor,entodaspartesnoviootracosaqueojosinflamadosyarmasamenazadoras.

Solamenteunhombre,unsoldadoacaballo,lemostrósumosquete.

—¡Cauviñac, ése es Cauviñac! —exclamó Canolles, aferrándose a laescala con las dosmanos, que no habían sido atadas. Cauviñac le hizo unaseñaconsumosquete,yseloechóalacara.

Canolleslecomprendió.

—¡Sí,sí!—gritóconunmovimientodecabeza.

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AhoradigamoscómoCauviñacseencontrabaenaquelsitio.

XLVII

Lasúplicaylaoferta

Ya hemos visto a Cauviñac salir de Liburnio y sabemos con qué objetosalió.

Cuando llegó adonde estaban sus soldados, mandados por Ferguzón, sedetuvounmomento,noparatomaraliento,sinoparaejecutarelplanqueunamarcha tan precipitada había permitido formar en media hora a su espírituinventor.

Enprimerlugar,sehabíadichoparasíconbastanterazón,quesiseatrevíaa presentarse delante de la señora de Condé después de lo ocurrido, laprincesa, que sin tener ninguna prevención contra el barón de Canolles lemandabaahorcar,nodejaríadehacerotrotantoconél, teniendoalgunacosaque echarle en cara; y consintiendo sumisión en salvar a Canolles, tal vezfracasaría ésta si le ahorcaban a él…Cambió de traje apresuradamente conunosdesussoldados,hizoqueBarrabás,menosconocidoqueéldelaseñoradeCondé,sepusiesesusmejoresvestidos,yllevándoseloconsigo,continuóelcaminodeBurdeos.Entretanto,tansóloleinquietabaelcontenidodelacartadequeeraportador,yqueNanónhabíaescritocontantaconfianza,quesegúnellahabíadicho,noeranecesariomásqueentregárselaalaprincesaparaqueelbaróndeCanollesquedaseasalvo.Estainquietudsefueaumentandohastatal punto, que resolvió pura y sencillamente leer el contenido de la carta,haciéndose a símismo la observación de que un buen negociante no podrásalirbienensunegociaciónnoconociendocompletamenteelasuntoqueseleha encargado; y luego, es preciso decirlo, Cauviñac no tenía demasiadaconfianza en su prójimo, yNanón, aunque era su hermana, podía guardarlerencor a su hermano, tanto por la aventura de Jaulnay, comopor la evasióninesperada del castillo Trompeta, y ejecutando el papel de la casualidad,volver a poner cada cosa en su puesto, siendo sólo una simple tradición defamilia.

Cauviñacabrióconmayor facilidadelpliego,queestabacerradoconunpocodelacre,sintiendounaimpresiónextrañaydolorosaalleerlacarta.

Nanónhabíaescritolosiguiente:

«Señora princesa: es necesaria una víctima expiatoria al desgraciadoRichón;puesbien,nodeberecaerelcastigosobreelinocente,caigasolamentesobre la verdadera culpable; y no quiero que el barón de Canolles muera,

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porquemataralseñordeCanollesseríavengarunasesinatoconunaalevosía.Cuando leáis esta carta no me quedará que andar más que una legua parallegaraBurdeoscontodoloqueposeo;vosmeentregaréisalpueblo,quemedetesta,puestoqueyadosveceshaqueridoasesinarme,yguardaréisparavosmisriquezas,queasciendenadosmillones.¡Oh!Señora,ossuplicoderodillasmeconcedáisestagracia;yosoyenciertomodocausadeestaguerra,muertayo, la provincia quedará pacificada yVuestraAlteza triunfante. ¡Señora, unpoco de término! No soltéis al barón de Canolles hasta que me tengáis envuestropoder;peroentonceslesoltaréis,¿noesverdad?

Deestasuerteserévuestra,respetuosayagradecida.

NANÓNDELARTIGUES».

Después de haber leído esta carta, Cauviñac se admiró de encontrar sucorazóndilatadoysusojoshúmedos.

Permaneció inmóvilymudoporun instante,comosinopudiesecreer loqueacababadeleer.Despuésexclamósúbitamente:

—¡Esciertoqueexistenenelmundocorazonesgenerososporelplacerdeserlo!Ybien,¡votoatal!Severáqueyosoytancapazcomootrocualquieradesergenerosocuandoesnecesario.

Ycomohabíallegadoalapuertadelaciudad,entrególacartaaBarrabás,dándoleestasinstrucciones:

—A lo que te digan no contestas más que… «De parte del rey», y noentreguesestacartasinoalaprincesamisma.

Y diciendo esto, mientras Barrabás se dirigía hacia el palacio de laprincesa. Cauviñac emprendía el camino del castillo Trompeta. Barrabás noencontró ningún impedimento, las calles estabandesiertas, la ciudadparecíaabandonada, toda la población estaba agrupada en la Explanada y suscercanías.A lapuertadel palacio los centinelasquisieron impedirle el paso,perosegúnlehabíadichoCauviñac,agitósucartagritando:

—¡Departedelrey!…¡Departedelrey!

Los centinelas creyeron que era unmensajero de corte y levantaron susalabardas.

Barrabáspenetróenelpalaciolomismoquehabíapenetradoenlaciudad.

Si se recuerda, no es esta la primera vez que el digno subalterno deCauviñac tenía el honor de entrar en el palacio de la princesa. Echó pie atierra, y como conocía el camino, se lanzó con rapidez en la escalera, y atravésdeloscriadosocupadospenetróhastaelfondodelosaposentos,allísedetuvo, porque se encontró delante de una mujer, en quien reconoció a la

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señoraprincesadeCondé,yalospiesdeéstaestabaotramujerderodillas.

—¡Oh!¡Señoragracia,ennombredelcielo!—decíaésta.

—Clara—contestó la princesa—, déjame, sé razonable; ten presente enque hemos abdicado nuestra calidad de mujeres, como hemos abdicado lostrajes; nosotras somos solamente los tenientes del príncipe, y nosmanda larazóndeEstado.

—¡Oh!Señora,nohayrazóndeEstadoparamí—dijolavizcondesa—.Yono tengo ya partido político ni opinión; paramí no haymás que él en estemundo,queestápróximoadejar,ycuandolehayadejadonohabráparamímásquelamuerte…

—Yatehedicho,hijamía,queesoesimposible—dijolaprincesa—,ellosnos han matado a Richón, y si no devolvemos el mismo daño estamosdeshonrados.

—Creedme, señora; jamás será deshonra el hacer gracia, el usar de unprivilegioreservadoalreydelcieloyalosreyesdelatierra;unasolapalabra,señora;¡laesperaeldesdichado!

—Estásloca,Clara.¿Notedigoqueesimposible?

—¡Perosiya lehedichoqueestabasalvado, lehepresentadosuperdónfirmado de vuestra propia mano le he dicho que iba a volver con laconfirmacióndeestagracia!

—Yoladiconlacondicióndequeelotromoriríaensulugar.¿Porquésehadejadoescaparalotro?

—Élnotienenadaqueverconesaevasión,oslojuro;además,queelotrotalveznoestéensalvo;acasoseleencuentre…

—¡Ah!Sí,descuidad—dijoBarrabás,quellegabaenestemomento.

—¡Señora,vedquelevanallevar,queeltiempohuye,quesevanacansardeesperar!

—Dicesbien,Clara—repusolaprincesa—;porqueyodiordenquealasonce estuviese todo concluido, y están dando las once, todo debe haberseterminado.

LaseñoradeCambeslanzóungritoyselevantó,allevantarseseencontrócaraacaraconBarrabás.

—¿Quién sois? ¿Qué queréis?—exclamó—. ¿Ya venís a anunciarme sumuerte?

—No, señora —contestó Barrabás, tomando su más graciosa actitud—,vengo,porelcontrario,asalvarle.

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—¿Cómo?—exclamóClara—.Habladpronto.

—EntregandoaSuAltezaestacarta.

Lavizcondesaextendióelbrazo,arrebatólacartademanosdelmensajero,ypresentándoselaalaprincesa,dijo:

—Ignoroloquecontieneestacarta;pero,ennombredelcielo,leed.

La señoradeCondéabrió la cartay leyóalto,mientrasque la señoradeCambes,palideciendoacadalínea,devorabalaspalabrasamedidaquesalíandeloslabiosdelaprincesa.

—DeNanón—dijolaseñoradeCondédespuésdehaberleído—.¡Nanónestá ahí! ¡Nanón se entrega! ¿Dónde está Lenet? ¿Dónde está el duque?¡Cualquiera!¡Uno!

—YoestoyprontoairadondeVuestraAltezaordene—dijoBarrabás.

—IdalmomentoalaExplanada,voladalsitiodelaejecución,decidquese suspenda; pero no, esperad, no os creerán. Y precipitándose sobre unapluma, escribió al pie del billete: Suspended, entregando la carta abierta aBarrabás,queselanzófueradelaposento.

—¡Oh!—murmuróClara—.Ellaleamamásqueyo;desgraciadademí,aellaledeberálavida.

Y la vizcondesa, que había recibido en pie todos los choques de estajornada,cayócomoheridadelrayosobreunsillónaestasolaidea.

EntretantoBarrabás,quenohabíaperdidounsegundo,habíadescendidolaescalera como si tuviese alas, había montado a caballo, y a galope tendidoseguíaelcaminodelaExplanada.

Mientras éste se encaminaba al palacio, Cauviñac se dirigía al castilloTrompeta.

Protegidoporlanoche,desfiguradoconelanchosombreroencajadohastalos ojos, preguntó y supo su propia evasión con todos sus pormenores, yademásseenteródequeCanollesibaapagarporél.Enaquelmomento,sinsaberloqueibaahacer,sedirigióhacialaExplanada,espoleandosucaballo,hendiendolamuchedumbre,desbaratando,atropellandoydestruyendocuantoencuentraasupaso;llegaalsitiofatal,velahorcaydaungrito,quesepierdeentre los aullidos de aquel pueblo provocado porCanolles, a fin de hacersedespedazarporél.

EnaquelmomentolopercibeCanolles,adivinalaintencióndeCauviñac,yleindicaconlacabezaqueesbienvenido.

Cauviñac se levanta sobre los estribos,mira a su alrededor por si acaso

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puedeverveniraBarrabásoalgúnotromensajerodelaprincesa,yatiendesiseoyepronunciarlapalabra¡Gracia,perdón!Peronovenioyenada;tansóloveaCanolles,aquienelverdugovaadesprenderdelaescalayalanzarlealespacio,yqueconunamanoleseñalasucorazón.

Enaquelinstante,Cauviñacbajasumosqueteendirecciónaljoven,seloechaalacara,apuntayhacefuego.

—Gracias—dijoCanollesabriendolosbrazos—;alfinmueroamanosdeunsoldado.

Labalalehabíaatravesadoelpecho.

El verdugo empujó el cuerpo, que quedó suspendido al extremo de lainfamecuerda…peroaquelloyanoeramásqueuncadáver.

La detonación fue como una señal; partieron al momento otros milmosquetazos.Unavozgritaenaquelinstante:

—¡Detened,detened,cortadlacuerda!

Pero aquella voz se perdió entre los alaridos de la muchedumbre. Lacuerda había sido cortada por una bala, la guardia resiste en vano, y esatropellada por las avenidas del pueblo, el patíbulo es destrozado, arrasadoreducidoanada,losverdugoshuyen,lamuchedumbre,seextiendecomounasombra,seapoderadelcadáver, lodespedazayarrastrahechogironespor lapoblación.

Laestúpidamultitudcreíacontribuirensuoídoalsupliciodelnoblejoven,ylesalvabaporelcontrariodelainfamiaquetantotemía.

Duranteestemovimiento,Barrabáshabíallegadohastaelduque,yaunquehabía visto que llegaba demasiado tarde, le entregó el pliego de que eraportador.

Elduque,quesehabíacontentadoconretirarseunpocoaparteenmediodelos tiros, porque era tan frío e insensible en su valor como en todo cuantohacía,abriólacartayleyó.

—¡Qué lástima! —dijo volviéndose hacia sus oficiales—. Lo queproporcionaestaNanónhubieravalidoquizásmás;perolohechoestáhecho.

Ydespuésdeunmomentodereflexión,dijo:

—Apropósito,unavezqueesperanuestracontestaciónalotroladodelrío,acasoseencuentremediodecombinarestenegocio.Ysinpensarmásenelmensajero,picóasucaballoyselanzóconsuescoltaalpalaciodelaseñoradeCondé.

En aquel momento la tempestad, que hacía algún tiempo amenazaba,

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estalló sobre Burdeos, y la lluvia, iluminada por la plaza de la Explanada,comoparalavaraquellasangreinocente.

XLVIII

Unamujercomohaypocas

En tantoqueestopasabaenBurdeos,ymientraselpopulachoarrastrabapor las calles el cuerpo del desgraciado Canolles, y el duque deLarochefoucault se dirigía a lisonjear el orgullo de la señora de Condé,diciéndolequeparahacer elmal era tanpoderosa comouna reina;mientrasqueCauviñacyBarrabásganabanlaspuertasdelaciudad,conociendoqueerainútil llevar más adelante su misión, un coche, tirado por cuatro caballos,faltosdealientoychorreandoespuma,acababadepasarporlariberaopuestadelGirondaaBurdeos,entrelaaldeadeBeleroixyladelaBastida.

Acababan de dar las once. Un postillón que seguía a caballo, saltó almomentoatierratanluegocomovioparadoelcoche,yabriólaportezuela.

Unamujer descendió con prontitud,miró al cielo, que estaba enrojecidoporun reflejo sangriento,y sepusoaescuchar los rumoresqueseoíana lolejos.

—¿Estásseguradequenadienoshaseguido?—ledijoasucamarera,quebajabadelante.

—Sí,señora—contestóésta—,losdospicadoresquedeordenvuestrasehabíanquedadodetrás,acabandellegarydicenquenohanvistonioídonada.

—¿Ytúnooyesnadahaciaelladodelaciudad?

—Meparecequeoigogritoslejanos.

—¿Novesalgunacosa?

—Veocomolaluzdeunincendio.

—Ésassonantorchas.

—Sí, señora, sí, porque se agitan y corren como fuegos fatuos. ¿Nooís,señora?Elruidoseaumentaylosgritoscasiseperciben.

—¡Dios mío! —balbuceó la joven cayendo de rodillas sobre el suelohúmedo—.¡Diosmío,Diosmío!

Éstaerasuúnicaplegaria.Unasolapalabrasepresentabaasuespíritu,ysubocanosabíaarticularmásqueelnombredelquesolamentepodíahacerun

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milagroensufavor.

Enefecto, lacamareranosehabíaequivocado, lasantorchasseagitaban,los gritos parecían acercarse; se oyó un tiro seguido de otros cincuenta,después un gran tumulto, luego se fueron extinguiendo las antorchas, y porúltimolosgritossealejaron.Lalluviaempezóacaerylatempestadbramabaenelsilencio.¡Peroquéleimportabatodoestoalajoven!Noeraalrayoaloquetemía.

Permaneció con la vista fija hacia aquel punto en que había visto tantasluces y oído tan gran alboroto. No vio ni oyó nada más, y a luz de losrelámpagosleparecióquelaplazasehabíaquedadodesierta.

—¡Oh! —exclamó—, no tengo fuerzas para esperar más. ¡A Burdeos!¡QuemeconduzcanalmomentoaBurdeos!

Enaquelmomentoseoyócomounruidodecaballosqueseibaacercando.

—¡Ah!—exclamó la joven, por fin vienen—. ¡Veles allí!Adiós, Fineta,retírate, es necesario que yo vaya sola; montadla en las ancas de vuestrocaballo,Lombardo,ydejadenelcochetodoloquehetraído.

—Pero,¿quévaisahacer,señora?—dijolacamareraaturdida.

—¡Adiós,Fineta,adiós!

—Pero,¿porquéosdespedís,señora?¿Adóndevais?

—¡ABurdeos!

—¡Oh,nohagáistal,señora,ennombredelcielo!Osmatarán.

—Ybien,¿paraquécreestúqueyoquieroir?…

—¡Oh, señora!… ¡Lombardo, socorredme, ayudadme! Impidamosque laseñora…

—¡Silencio! Retírate, Fineta. Ya que te he tenido presente, sosiégate yvete,noquieroqueteocurraunadesgracia.Obedece,queseacercan.¡Velesahí!

En aquelmomento se adelantó hacia ellas un caballero, otro le seguía acortadistancia.Sucaballosesienterugir,másquerespirar.

—¡Hermana!¡Hermanamía!—exclama—.¡Ah!Llegoatiempo.

—¡Cauviñac!—exclamaNanón—.Ybien. ¿Seha concertado eso?, ¿meesperan?,¿partimos?

Pero Cauviñac en lugar de contestarle, se arroja de su caballo al suelo,cogeensusbrazosaNanón,quesedejaconducirconlainmóvilrigidezdelosespectrosyloslocos,lacolocaenelcoche,hacesubiraFinetayaLombardo

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asulado,cierralaportezuelaysaltasobresucaballo.EnvanolapobreNanónvueltaensíseresisteygrita.

—No la soltéis —dijo Cauviñac—, por nada del mundo no la soltéis.Barrabás,guardalaotraportezuela;y tú,cochero,sidejaselgalope, tesaltolossesos.

Estasórdenesfuerontanrápidas,quehubounmomentodeindecisión.Elcarruaje tardabaenarrancar, loscriados temblaban, loscaballosvacilabanalpartir.

—¡Aprisa,conmildiablos!—gritóCauviñac—.¡Que,quevienen!

Enefecto, a lo lejos se empezabana sentir pisadasde caballos, comosepercibeelrugidodeuntruenoquesevaaproximandorápidoyamenazador.Elmiedo es contagioso. El cochero a la voz de Cauviñac comprendió queamenazabaalgúngranpeligro,ygolpeóloscostadosdesuscaballos.

—¿Adóndevamos?—dijo.

—¡ABurdeos,aBurdeos!—gritabaNanóndesdeelinteriordelcarruaje.

—¡ALiburnio,conmilrayos!—gritaCauviñac.

—Señorloscaballoscaeránmuertosantesdeandardosleguas.

—¡Noexijoqueanden tanto!—gritaCauviñacgolpeandocon suespada—.QuelleguenhastaelpuestodeFerguzónescuantodeseo.

Y la pesada máquina arranca, parte y rueda con espantosa rapidez.Hombresycaballosseanimanunosaotros,losunoscongritosylosotrosconrelinchos.

Nanón trataba de retroceder, de luchar, pretendiendo saltar del carruajeabajo; pero sus fuerzas agotadas con la lucha; cae de espaldas rendida defatiga.Nooyenive.AfuerzadebuscaraCauviñacentreaquellaconfusióndesombrasfugitivas,leacometeunvértigo,cierralosojos,daungritoyquedafríaenlosbrazosdesucamarera.

Cauviñacseadelanta,salehuyendoalfrentedeloscaballos.Elsuyodejaunrastrodefuegosobreelempedradodelcamino.

—¡Amí,Ferguzón,amí!—grita.

Yoyecomounhurraenlontananza.

—¡Oh, infierno! —exclama Cauviñac—, tú luchas contra mí, pero hoyperderásaún.¡Ferguzón,amí,Ferguzón!

Dosotrestirosretumbanpordetrás,peroalfrenteselescontestaconunadescargacerrada.

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Elcochesepara;dosdeloscaballoshancaídodefatiga,otroheridodeunbalazo.

Ferguzónysugentecaensobre las tropasdelduquedeLarochefoucault.Comoestripleelnúmero,losBurdelesesincapacesderesistir,vuelvengrupas,y vencedores y vencidos, perseguidores y fugitivos, semejantes a una nubearrebatadaporelviento,desaparecenenlanoche.

Cauviñacqueda solo con los criados, yFineta sosteniendoaNanón, queestáprivadadesentido.

Felizmente, se hallaban tan sólo a unos cien pasos de la aldea deCarbonblanc.CauviñacllevóaNanónensusbrazoshastalaprimeracasadelpueblo. Allí, después de haber dado orden de traer el carruaje, colocó a suhermanaenunacama;ysacandodesubolsillounacosaqueaFinetanolefueposibledistinguir,laintrodujoenlacrispadamanodeladesgraciadaseñora.

Aldíasiguiente,alsalirNanóndeloquecreíaquehabíasidounensueñohorroroso,sellevólamanoalacara,yunobjetosedosoyperfumadoacariciósus labios. Era un bucle de cabellos de Canolles, que Cauviñac habíaconquistadoheroicamenteconpeligrodesuvida,entrelostigresBurdeleses.

XLIX

Ladespedidadelsiglo

En el espacio de ocho días con sus noches, la vizcondesa de Cambesestuvo yerta y delirando sobre la cama, adonde se le había conducidodesmayadadespuésdehaberrecibidolafatalnoticia.

Suscamarerasvelabanentornosuyo,yPompeyoguardabalapuerta.Tansólo este antiguo criado, arrodillado ante el lecho de su desgraciada señora,podíadespertarenellaundestelloderazón.

Numerosas eran las visitas que se acercaban a su puerta; pero el fielescudero, inflexible en su consigna como un soldado veterano, defendíavigorosamentelaentrada,tantoporlaconvicciónqueteníadequetodavisitasería importuna a su señora, cuanto por la orden del médico, que temíasufrieselavizcondesadeCambesalgunafuerteemoción.

Todas lasmañanas sepresentabaLenet a lapuertadeClara, peronoeramejorrecibidoquelosotros.Laprincesamismasepresentóasuvezconungranséquitoundíaqueacababadevisitara lamadredelpobreRichón,quehabitabaenunarrabaldelaciudad.Elfindelaprincesa,apartedelinterésquele inspiraba la señora de Cambes, era el de blasonar de una imparcialidad

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completa.

Sepresentódándoselaimportanciadeunasoberana;peroPompeyolehizoobservar que tenía una consigna de la cual no podía separarse; que todohombre,sinexcepcióndelosduquesygenerales,ytodaslasmujeres,inclusaslasprincesas,estabansujetasaestasconsignas,ylaseñoradeCondémásqueninguna,atendiendoaquedespuésdeloocurrido,suvistapodíaacarrearalaenfermaunacrisisterrible.

La señora deCondé, que satisfacía o creía satisfacer un deber, y que nodeseabaotracosaqueretirarse,noselodejórepetir,ypartióconsucomitiva.

Al noveno día había recobrado la vizcondesa su conocimiento; se habíaobservado quemientras su delirio no había cesado de llorar.Aunque por locomúnlafiebresiguealaslágrimas,lassuyas,pordecirloasí,habíanabiertounsurcobajosuspárpados,circundadosdeuncolorrojoyazulpálido,comolosdelasublimeVirgendeRubens.

El día noveno, como llevamos dicho, en el momento en que menos loesperaba, y cuando se empezaba a desesperar, recobró la razón como porencanto. Sus lágrimas se agotaron, sus ojos circularon en torno de ella,deteniéndose conuna triste sonrisa en sus camareras, que lahabían cuidadocon tanto esmero, y en Pompeyo, que la había guardado con tanto afán.Entonces,permaneciendosilenciosaconlosojosenjutosyapoyadaenelcodopor algunas horas, prosiguió en el mismo pensamiento que incesantementerenacíaconmásvigorensuinteligenciaregenerada.

Luego, súbitamente y sin pensar en si sus fuerzas corresponderían a suresolucióndijo:

—Vestidme.

Las camareras se le acercaron admiradas y quisieron hacerle algunasobservaciones. Pompeyo dio algunos pasos por la sala juntando las manoscomoparaimplorar.

PerolaseñoradeCambesrepitiócariñosamenteaunqueconfuerza:

—¡Hedichoquemevistáis,vestidme!

Las doncellas se dispusieron a obedecer. Pompeyo se inclinó y salióandandodeespaldas.

¡Ay!Alorollizoysonrosadodesusmejillashabíasustituidolasequedadylapalidezdelosmoribundos.Sumano,siemprebellaydehechiceraforma,sealzaba diáfana y de un blanco mate como el del marfil, que oscurecía lablancuradelabatistaenqueestabaenvuelta.

Bajo su delicado cutis corrían las venas violadas, síntomas de la

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consuncióncausadaporunlargopadecimiento.

Los vestidos que se había quitado la víspera, y que por decirlo así,dibujaban su elegante talle, caían a su alrededor en anchos pliegues. Se levisitóconformedeseaba,peroeltocadodurómucho,porqueestabatandébil,que por tres veces se sintiómal. Cuando ya estuvo vestida se acercó a unaventana,peroretrocediósúbitamentecomosilavistadelcieloydelaciudadlehubieseaterrado;fueasentarseaunamesa,pidiótinteroypluma,yescribióa la señora de Condé pidiéndole que le hiciera el favor de otorgarle unaaudiencia. Diez minutos después de haber enviado esta carta por medio dePompeyo,seoyóelruidodeuncarruajequeparabadelantedeledificio,ycasienseguidafueanunciadalaseñoradeTourville.

—¿Sois vos seguramente—preguntó aquélla a la señora de Cambes—,quienhaescritoalaprincesapidiéndoleunaaudiencia?

—Sí,señora—ledijolavizcondesa;—¿melanegará?

—Todolocontrario,queridaniña,porquevengoadecirosdesupartequebiensabéisquenonecesitáisaudiencia,yquepodéisentraratodashorasdeldíaydelanocheenelpalaciodeSuAlteza.

—Gracias,señora—contestóClara—;voyaaprovecharmedelpermiso.

—¿Cómo?—dijoladeTourville—.¿Vaisasalireneseestado?

—Tranquilizaos, señora —contestó la de Cambes—, me sientoperfectamente.

—¿Yvaisavenir?

—Dentrodeunmomento.

—VoyapreveniraSuAltezadevuestrallegada.

YlaseñoradeTourvillesaliócomohabíaentrado,despuésdehaberhechoa la señora de Cambes una ceremoniosa reverencia. La noticia de estainesperada visita produjo, como se deja conocer, un gran efecto en aquellapequeñacorte.LasituacióndelaseñoradeCambeshabíainspiradouninteréstan vivo como general, por que faltabamucho para que todos aprobasen laconductade la señoradeCondéen lasúltimascircunstancias.Lacuriosidadllegaba a su colmo, oficiales, damas de honor y cortesanos ocupaban elgabinetedelaprincesa,nopudiendocreerenlavisitaprometida,porqueeldíaanteriorsehabíapintadocomocasidesesperadalasituacióndelavizcondesadeCambes.

SúbitamenteanunciaronalaseñoravizcondesadeCambes.Claraapareció.

Alaspectodeaquelsemblantepálidocomolacera,fríoeinmóvilcomoelmármol y sus ojos hundidos y opacos, que no tenían más que un destello,

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último reflejo de las lágrimas que había vertido, un doloroso murmullo selevantóentornodelaprincesa.

LavizcondesadeCambesnopareciónotarlo.

Lenetselevantóconmovidoyletendiólamano.

Pero lavizcondesa, sindar la suya,hizoun saludo llenodenoblezaa laprincesaysedirigióhaciaellaatravesandotodalalongituddelasalaconpasofirme;perocomoestabatanpálida,acadapasoquedabapodíacreersequeibaacaer.

La señora de Condé, muy agitada y pálida también, vio acercarse a lavizcondesa, con un sentimiento parecido al espanto, y no tuvo poder paraocultarestesentimientoqueasupesarsedibujabaensurostro.

—Señora—dijoClaraconunavozgrave—,hesolicitadounaaudienciadeVuestraAlteza que ha tenido a bien acordarme, para preguntarle delante detodos si desde que tengo el honor de servirle se encuentra satisfecha demifidelidadydecisión.

Laprincesasellevóelpañueloaloslabios,ycontestóbalbuceando:

—Sindudaalguna,queridaClara,entodasocasionesheestadocontentadevos,ymásdeunavezoshemanifestadomigratitud.

—Estamanifestaciónespreciosaparamí,señora—contestólavizcondesadeCambes—,porqueellameautorizaparasolicitarelfavordedespedirmedeVuestraAlteza.

—¿Cómo?—exclamólaseñoradeCondé—.¿Meabandonáis,Clara?

Lavizcondesasaludórespetuosamenteycalló.

Entodoslossemblantesseveíalavergüenza,elremordimientooeldolor.Unsilenciofúnebresehabíaapoderadodetodalaasamblea.

—¿Peroporquémedejáis?—dijolaprincesa.

—Merestanpocosdíasdevida,señora—repusolaseñoradeCambes—,yestospocosdíasdeseoemplearlosenlasalvacióndemialma.

—Clara,queridaClara—exclamólaprincesa—,reflexionad…

—Señora—interrumpió la deCambes—, dos gracias tengo que pediros.¿Puedoesperarquemelasconcedáis?

—¡Oh,hablad!—exclamólaprincesa—,puestendríamuchísimogustoenhaceralgoporvos.

—Lopodéishacer,señora.

Page 461: La Guerra de las Mujeres - epedagogia.com.br · Title: La Guerra de las Mujeres Author: Alexandre Dumas Created Date: 7/8/2018 2:36:07 PM

—Entonces,¿cuálesson?

—LaprimeraesquemeconcedáislaabadíadeSantaRaimunda,vacanteporlamuertedelaseñoradeMontvey.

—¡Unaabadíaparavos,queridaniña!Reflexionadlobien.

—Lasegunda,señora—continuólavizcondesaconunlevetemblorenlavoz—, es que se me permita hacer sepultar en mi dominio de Cambes elcuerpo de mi prometido, el señor Raoul de Canolles, asesinado por loshabitantesdeBurdeos.

LaseñoradeCondésevolviócomprimiendosucorazónconsumano.Elduque de Larochefoucault palideció y perdió su compostura. Lenet abrió lapuertadelasalayhuyóprecipitadamente.

—¿No contesta Vuestra Alteza? —dijo la vizcondesa—. ¿Lo niega?¿Acasohepedidomucho?

Laprincesanotuvofuerzasmásqueparahacerunmovimientodecabezaenseñaldeasentimiento,ycayódesmayadaensusitial.LaseñoradeCambesse volvió, como lo hubiera hecho una estatua movida por un resorte, yabriendo los circunstantes una ancha calle delante de ella, pasó erguida eimpasible por delante de todas aquellas frentes inclinadas. Tan sólo cuandohubo salido de la sala, se notó que nadie había pensado en socorrer a laprincesa.

Alcabodecincominutossesintióelruidodeuncarruajeenelpatio.EralavizcondesadeCambesquesealejabadeBurdeos.

—¿QuédecideVuestraAlteza?—preguntó lamarquesadeTourvillea laprincesaluegoqueéstavolvióensí.

—QueseobedezcaalaseñoravizcondesadeCambesenelcumplimientodelosdosdeseosquehamanifestadohacepoco,yalmismotiempoqueselesupliquenosperdone.