La guerra de los drones
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LA FOTO
Eran cuatro hombres mirando por la ventanilla del
coche. A lo lejos se oía a “la diletante” cantar una
opereta. La voz salía del club ahogada por los berri-
dos de los borrachos. Los cuatro
hombres bromeaban sobre la diletan-
te cuando se produjo la señal que es-
peraban. Entonces, salieron del co-
che.
Al amanecer, en todos los periódicos salía lo
del secuestro de la niña bien. Resulta que había ido a la tienda
más Cara Recara de la calle Recalle y se llevaba casi todo el
género en tres o cuatro bolsas grandes… Cuando la asaltaron,
la desbarataron, tiraron las bolsas y aceleraron en un Cadillac
de segunda mano. El diario decía que habían sido vistos cuatro
tipos en los alrededores las dos últimas noches y que destaca-
ban mucho, pues no vestían como se estilaba allí. Uno llevaba
un sombrero blanco, de esos que se ponían los saxofonistas de
Nueva Orleans en los años treinta. Todos usaban trajes bien
cortados, pero un poco estrechos, como si no fueran suyos.
La familia de la niña salió al poco en la televisión reclamándola
con
muy malas pulgas. Nada de llantos y ruegos. Estos eran de di-
nero y sabían quiénes eran sus enemigos.
—Que la traigan sana y salva o se atendrán a las consecuencias
——vociferaba Don Severino Méndez. La mujer, con una pechu-
ga de madre y señora mía, se inflaba de indignación. Toda la
familia se arropaba como una mafia.
Don Severino añadía, dando ideas:
—Y que no le pongan un dedo encima.
Mientras tanto, los delincuentes tuiteaban que
se las daba un bledo, que la niña estaba ya
destripada en una carretera. La policía, que
tenía perfil en Twitter, respondía asegurando que los expertos
estaban manos a la obra y que los “desalmados” iban a caer de
un momento a otro.
La gente no se creía a la policía, todos sabían en Nueva Calas-
parra que eran unos mindundis, colocados a dedo aquí y allá:
que si el hijo del teniente, que si el vecino, que si el primo, que
si uno que amenazaba con cantar. La policía al completo era el
hazmerreír de la ciudad, cuando alguien se saltaba un semáforo
lo acompañaba con un corte de mangas al municipal de turno.
Lo que sí se sabía, y de ello no cabía ninguna duda, era que la
niña estaba en ese momento tuiteando que la secuestraban y
que, para colmo, los captores habían dejado que subiera una
foto en la que salían los cinco maquinariaenlasnubes.tumblr.com
Hace millones de años que la maqui-naria se puso en marcha. Ahora la súper computadora Mira (izda.) re-produce la maquinaria del tiempo. Con razón dicen que estamos en la era de la “reproductibilidad técnica” ...
con caras de susto como si les hubiera cogido desprevenidos.
La niña, con cara de simplona satisfecha porque aquello iba a
ser trending topic. Al final, aquel compadreo ignorante no la
salvó de aparecer despanzurrada en una cuneta tres semanas
después, pero eso fue otra historia que se ocultó durante mucho
tiempo.
La foto que se colgó en las redes sociales reveló la identidad de
los forasteros. Aparecían cuatro tipos y una niñata pija a la que
“supuestamente” habían secuestrado. Uno era el Primo, el otro
el Caldo, el tercero el Gupa y el último el Pimperro. Todos
conocidos por su madre y por su padre, de allí no eran. Los
sobrenombres se los sacaron de estudiar su historial, es decir,
su biografía, porque no tenían, que se supiera, antecedentes
penales ——luego se supo que era ficticia. Todos con una cuenta
en Twitter y en Facebook, todos espiados en las redes sociales
a partir de aquel día.
Al día siguiente del secuestro, los tipos ya habían subido imá-
genes como para hacer un álbum familiar, algunas de ellas cen-
suradas en seguida por las “fuerzas del orden”. A los pocos días
ya la historia se contaba en la prensa de todo el mundo, llenaba
páginas de internet, amenizaba las tertulias televisivas a todas
horas y la conversación de los desocupados internetvidentes.
Todos estaban al tanto de la vida y milagros de los sinvergüen-
zas. Que si iban al supermercado, que si robaban unas consolas
y salían corriendo, que si mataban a un gato porque se aburrían.
A las veinticuatro horas ya tenían defensores y detractores por
todo el planeta. A las cuarenta y dos horas, la policía también
era trending topic. Subían fotos entrevistándose con los
“testigos”, fotos del cadáver del gato, fotos con la madre del
“cabecilla”, a la que habían prometido cien dólares si grababa
un mensaje dirigiéndose a su hijo con la voz temblona: “hijo,
regresa, déjate a la niña esa” ——consiguió articular una frase
completa y corrió dentro con el dinero, cerrando de un portazo.
El asunto era espinoso y estaba más en manos de la opinión
pública de lo que hubieran querido los policías de pacotilla y
los jueces de pega. Todos estaban convencidos de que trataban
con un autosecuestro, pero seguían haciendo su papel a la per-
fección, es decir: mal, pues desde arriba la orden era clara: se-
guid investigando esto, no investiguéis aquello. Todo el mundo
se ponía serio haciendo lo que se le ordenaba. La niña pasó a
un segundo plano. Ahora la gente estaba entretenida en internet
viendo lo tuits de la policía y los de los bandidos, que hasta se
respondían y se lanzaban insultos como si vivieran en la misma
escalera.
La foto del secuestro ya tenía copyright. La gente quería una
para hacerse un calendario o para el amigo invisible. Se vend-
ían en Amazon y en Ebay. Era la foto del año. Los bandidos
cobraban el copyright porque, aunque eran bandidos, la ley no
decía que no pudieran cobrarlo. Pronto, el ayuntamiento trató
de cobrar también el copyright alegando que aparecían edifi-
cios y calles emblemáticas.
UNA HISTORIA
Aquel año nevó. Fue algo sonado porque en Nueva Calasparra
no nevaba nunca, al menos que se recordase. Así empezó a
escucharse en todas partes que aquel año no era normal, que lo
del secuestro había sido una operación de márquetin porque ya
se había descubierto que aquel cuarteto era musical, que lo de
los trajes era porque salían de actuar en un club, que con el
rollo del secuestro se habían forrado y todo el mundo estaba
comprando sus discos, que, de un día para otro, estaban en to-
dos los escaparates y en las listas de ventas. Lo de la nieve era
un mal presagio: el mundo se había puesto al revés. Los secues-
tradores eran héroes, la “víctima” se había esfumado y a nadie
le importaba.
Ahora la policía se ocupaba del caso por “amor propio”. La
familia de la niña no aceptaba más entrevistas y se decía que
habían retirado la denuncia, que la niña estaba embarazada y la
habían llevado fuera con la excusa del secuestro para que abor-
tase, que lo del secuestro era porque el marido estaba detrás de
todo y quería cobrar el rescate para irse de casa. El “pobre”
estaba harto, aquella mujer era de las ricas de antes, de esas de
“ordeno y mando” y él era un segundón y siempre lo había
sido.
Había apuestas en internet: si el marido se había ido con otra y
con el dinero del rescate, debía enviar un SMS con la palabra
ADULTERIO al 75355, si se había ido con su propia hija para
casarse en un país desconocido, debía enviar un SMS con la
palabra INCESTO al 75356 y si lo que había ocurrido era que
el secuestro era de verdad y que los captores solo querían
hacerse ricos con todo eso, debía enviar un SMS con la palabra
RICOS al 75357. En la prensa del corazón —es decir, en toda
la prensa— se iban publicando los resultados. Uno cogía un
vuelo por la mañana y se ponía a leer que ahora las apuestan
iban 2 a 1 a que el marido se había fugado con la hija para ca-
sarse. Por la tarde, llagaba a su destino y, nada más bajarse del
avión, corría a un kiosco a ver cómo estaban las apuestas: 5 a 1
a que se habían fugado juntos para cumplir su amor. Al día
siguiente, en el trabajo, todo el mundo estaba en las redes so-
ciales a ver si, por fin, padre e hija habían publicado juntos su
amor en Facebook o en Yahoo.
A la semana o dos, el fenómeno había alcanzado tal magnitud
que, como pronto iban a ser las selecciones, la oposición di-
fundía por todos los medios la idea de que aquel show era una
maniobra del Gobierno para despistar. En la tele, el líder de la
oposición decía que la maniobra consistía en que la gente se
distrajera de los “verdaderos problemas del país” y votaran al
mismo de siempre, lo que iba a suponer una catástrofe para la
economía.
—¿Solo para la economía? —preguntaba el entrevistador de la
tele oficial.
—La pregunta no es relevante —respondía el opositor.
—¿Por qué no le parece relevante la pregunta?
—Porque es obvio que no digo que sólo para la economía, solo
digo “para la economía”.
—¿Qué diferencia hay?
—Es una diferencia adverbial.
La televisión se había convertido en un auténtico cementerio.
La gente ya no perdía su tiempo con ella. Ocurría con ella co-
mo con el cine mudo cuando llegó el sonido, sus estrellas se
apagaron con una buena dosis de drama. Se decía que el pre-
sentador bebía en los descansos de la grabación y que el guio-
nista trabajaba para las redes sociales a pesar de que tenía en su
contrato una cláusula de exclusividad, pero no quería dejar de
cobrar el buen pellizco que todavía le ingresaba la enterrada
televisión pública.
Ahora estaba todo en internet: los periódicos oficiales, los pe-
riódicos clandestinos, los periódicos de izquierdas, los periódi-
cos de derechas, los periódicos anarquistas, los antiperiódicos,
etc. También los programas de televisión, los antiprogramas,
las anticadenas y los anticanales. Las telenovelas, que ahora
eran internet-novelas, pero que nadie les había cambiado el
nombre, las teleseries, que ahora también se veían solo en inter-
net. Todo.
La gente cogía la tableta y se veía un capítulo mientras el tren
llegaba a su estación. Cuando llegaban y abrazaban quien fuera
que esperase allí, volvía a encender la tableta para verse el últi-
mo vídeo comprometido del alcalde de la ciudad, publicado
hace dos días, y en el que se le veía en una cacería clandestina
de gatos.
—Cosa más puerca no he visto nunca—decía el viajero del
asiento de al lado, que también estaba viendo el vídeo y le hab-
ía dado al “me gusta”, pero no porque le gustara—explicaba—
sino porque le gustaba que se hubiera sabido, porque un tipo así
se merecía que no lo votasen nunca más e, incluso—aclaraba,
por si las dudas— que lo expulsasen del país.
ME GUSTA
No se sabía nada ya de la niña, ni del padre ni de la familia al
completo, así que a los creativos de un canal de internet se les
ocurrió hacer una serie “porque la expectación no debía ser
defraudada”. En las entrevistas, el director del canal X de You-
tube, decía que en la serie iban a poner actores que eran
“clavaditos” a los “personajes de la vida real” y que la gente
podía seguir votando si se irían o no se irían juntos el padre y la
hija o si la hija acabaría enrollándose con alguno del cuarteto
musical que había triunfado con todo el asunto y que, aunque
algunos de ellos estaban ahora en la cárcel y otros fugados,
habían aceptado participar en la serie, para lo cual, el canal X
les había negociado un tercer grado, lo que, al parecer, era le-
gal.
—¿Y va a traer a los músicos fugados?
—En efecto.
—¿Cómo piensan hacerlo?
—Todo es posible en el mundo del espectáculo.
El caso es que ya todo el mundo sabía que la cosa había acaba-
do mal para los músicos porque se estaban enriqueciendo de-
masiado y eso no era permisible para alguna gente, sobre todo,
decían, porque enriquecerse con un secuestro era inmoral. La
gente, en general, estaba de acuerdo, pero quería más: ¿Qué
pasaría ahora que los músicos estaban encerrados o permanec-
ían en paradero desconocido?, ¿qué clase de final era ese para
un asunto que había causado tanta expectación? Era realmente
decepcionante. Las encuestas de “satisfacción de la población”
decían en general que un setenta por ciento de la población no
votaría a los que ya estaban en el gobierno principalmente por
esta razón. La decepción general por el no-desenlace de esta
historia había sucedido durante su mandato. Por supuesto, el
gobierno había tomado cartas en el asunto y difundía un vídeo
lavando su imagen. Era en vano. Las encuestas seguían macha-
cando con que el fenómeno so-maquinariaenlasnubes.tumblr.com
cial del año tenía que “resolverse” antes de las elecciones.
Se decía que había incluso una comisión gubernamental clan-
destina para tratar de los posibles beneficios y daños que podría
traer a la imagen del gobierno todo esto.
La serie se puso en marcha el 2 de julio de 2014. A su presenta-
ción precedió una verdadera operación de promoción con entre-
vistas a famosos preguntando su opinión sobre lo que se cocía
allí, cámaras ocultas, tomas falsas, publicidad, banda sonora,
conciertos, merchandising... Y, como colofón, una entrevista al
presidente del gobierno en la que este ofrecía, en exclusiva, su
opinión sobre el asunto del secuestro y todo lo que había suce-
dido a partir de allí: Él había votado y había votado por que la
niña se fugase con uno de los músicos de jazz. Esto defraudó a
la opinión pública. Al día siguiente, las redes ardían diciendo
que por qué tenía que manipular así los sondeos, que muchos
habían votado otra cosa y no eran menos, que el presidente “no
se mojaba”. Salieron unas declaraciones de “amigos” del presi-
dente que no daban la cara, pero que enviaban comunicados a
la prensa, donde decían que el presidente había votado en reali-
dad que la niña y el padre se habían casado en alguna parte
“tercermundista” del globo y que ahora tenían gemelos y vivían
de las rentas que les proporcionaba el rescate. Que la señora
había acabado recluyéndose en una clínica de estética y que el
resto de la familia no quería que se supiera. Algunos dijeron
que la presidenta consorte estaba indignada con la opinión de
su marido, no con la difundida de buena gana, sino con la filtra-
da, porque revelaba que se había casado con un cerdo. Los pe-
riodistas del corazón insinuaban, incluso, que las hijas del pre-
sidente también se acostaban con su padre.
En el primer capítulo, el jefe de policía que se había encargado
del caso tenía un discreto papel en el que aclaraba que “se esta-
ban removiendo cielo y tierra” para resolver el caso y que los
procedimientos “habían sido los que en ese momento estaban
disponibles, admitiendo que no eran los mejores”. La escena
era la siguiente: una mujer pechugona —la madre— hablaba
con el jefe de policía (real) en su despacho y le preguntaba cuá-
les eran sus “presentimientos”. La mujer tenía las manos llenas
de anillos y, para acentuar su estado de ansiedad, en maquillaje
no le habían hecho bien el moño.
El director de la serie explicó en las redes sociales que el jefe
de policía, Domingo Márquez, era “un actor revelación” y que
el casting para encontrar a la señora perfecta “había sido muy
duro”. Se subieron algunas fotos de otras candidatas —con
licencia Creative Commons— para que la gente opinara y se
consiguieron 20500 “me gusta”.
LA COMISIÓN
En los sótanos del congreso se reunía la tarde del 3 de julio de
2014, a las 15h., por primera vez, la “Comisión de Internet”.
Estaba formada por la vicepresidenta del gobierno, el ministro
de economía, el de información y los directores de la televisión
pública, la radio y otros técnicos expertos. Había que darse
prisa porque las elecciones iban a ser en septiembre y aquello
se les había ido de las manos.
La primera en tomar la palabra fue la vicepresidenta, que tenía
grandes dotes de comunicación y por eso se le había confiado
el control de la Comisión. Su opinión general era que la gente
era imbécil, pero que no se podía prescindir de ella en demo-
cracia, por tanto, había que “jugar su juego”, disfrazarse de
estúpido y emitir las opiniones que marcasen los sondeos
“hasta atragantarse”. Lo que había que hacer —remarcaba con
el dedo en alto— era que el Gobierno hiciera su propio espectá-
culo, que tuviera su propio blog donde emitiera opiniones pere-
grinas amparándose en la libertad de expresión y siempre de
acuerdo con la mayoría, para contentar “a cuantos más becerros
mejor” y así llevarse “el gato al agua”, es decir, ganar las elec-
ciones, que era el objetivo de esa comisión. La idea era que, ya
que no podías contra internet, debías unirte a ella: difundir to-
mas falsas del gobierno, contratar bandas sonoras, series y de-
más e inyectarlas en las redes sociales, para que todo el mundo
estuviera pendiente de lo que iban a decir. Tenían dos opcio-
nes: inventarse otro fenómeno social del año que mantuviera a
la gente en vilo votando y haciéndose “tu amigo” en Facebook
o seguir con este, pero esta vez controlándolo. No había más
que ver a Chávez o a Castro… ¿Qué habían hecho? Se habían
hecho actores de su propio show y la gente iba a seguir pen-
diente de ellos hasta que se murieran. Ese era el verdadero espí-
ritu de la democracia: que la gente suspirase por ver el siguien-
te capítulo. Mientras la vicepresidenta se desgañitaba, el resto
de la comisión chascaba a dos carrillos el bufé que habían ser-
vido: agua de Vichy, cruasáns de la Bretaña, ibéricos de Extre-
madura… El ministro de economía se tragó deprisa lo que mas-
caba hacía un rato y dijo: o como Putin en Rusia. Todos aplau-
dieron interiormente, porque estaban ocupados con las viandas:
en efecto, Putin en Rusia hacía exactamente lo mismo. Sus
caras reflejaban reconocimiento mutuo y mutua beatificación.
Allí estaban a gusto porque les gustaba lo que oían, eran todos
del mismo bando.
Se decidió, tras dos horas y media de reunión, hacer lo que ya
se traía medio hecho: participar en esa serie en internet. Se pre-
sionaría para que le dieran un papel al presidente y para que
estuviera en marcha veinticuatro horas al día en streamming ——
cuando no se estuvieran emitiendo las escenas definitivas, se
emitiría el rodaje. Saldría el jefe de la policía, incluso cuando
lo estuvieran maquillando, saldría el presidente del gobierno
haciendo un “cameo” y otros famosos. Se haría un casting por
todo lo alto para conseguir actores que hicieran del “pueblo”
para que la gente se sintiera reconocida… Finalmente, a los
músicos se les concedería el tercer grado para que pudieran
participar. Y, si se daba con el paradero de la niña y del padre,
mejor que mejor, también se les contrataría a ellos. La reunión
terminó y todos se fueron a casa pensando en la serie. En el
fondo de sus corazones, se morían por tener un papel importan-
te, que la gente los siguiera en Twitter, que les fotografiaran al
salir del rodaje y que las niñas y los niños se les tirasen a los
pies.
Al poco tiempo quedaría claro que era mejor no dar con el pa-
radero del padre y de la niña. Era mejor que no aparecieran con
sus vidas reales a joder la fiesta. Se haría todo lo posible para
que quedaran tras una incógnita porque en eso consistía el jue-
go.
EL CAFÉ
Laia se sentó en una cafetería de la esquina. Sonaba en la music
box Gloomy Sunday con un solo de clarinete que —pensó—
podría ser Artie Shaw. Así que todo parecía tranquilo. El café
humeaba mientras ella miraba fijamente al vacío para retener
mejor la melodía que sonaba tiñendo de melancolía la calle.
Viéndola así, nadie hubiera dicho que fuera peligrosa, pero así
lo habían declarado las “fuerzas del orden”. Estaba en la lista
de criminales de la Red más buscados, pero todavía no se había
conseguido ninguna foto suya, así que podía dejarse caer por la
cafetería del barrio o pasear un domingo sombrío por las plazas
atestadas de pancartas de la última manifestación. Antes de
salir de la cafetería, quiso saber quién elegía la banda sonora
del local. El dueño, le dijeron. ¿Y quién es el dueño? Ese tipo.
Un tipo en una esquina de la barra hacía cuentas en un bloc.
—Hola.
—Hola.
—Sólo quería decirte que vengo porque me gusta mucho la
música que ponéis.
El tipo sonrió.
—¿Más que el café?
——Quizá.
Tal vez, durante un instante, estaba ligando, pero no se lo podía
permitir. Pagó y salió a la calle. Se le coló en el abrigo el frío
invierno. Salir de una cafetería en invierno era como dejar un
viejo amor. Una podría estar eternamente con un viejo amor
solo por el calorcito que te proporciona y el frío que hace fuera,
pensó abrigándose. El calor se escapa tan fácilmente. Entonces,
pensó también que el amor era la forma espiritual del calor y —
siguiendo sus razonamientos sin rumbo— que si el calor era
fuente de vida, el amor también, lo cual tenía mucho sentido.
Pero de pronto se encontraba en medio de una manifestación
“no autorizada” y la policía había taponado casi todas las sali-
das. ¿Qué sentido tiene todo esto? —su cabeza seguía pensan-
do, mecánicamente, mientras su cuerpo echaba a correr.
Así, el cuerpo y la mente están separados e, igual que llegan las
inclemencias del tiempo y arrasan la primavera, dejando solo
una huella en nuestro recuerdo, así las porras dispersaban su
razonamiento y solo quedaba en el aire el recuerdo del sentido,
que parecía no haberse producido nunca, menos en su deseo.
“Nada es verdad, excepto el sufrimiento y el gozo” rezaba un
grafiti, debajo de un dibujo de Cristo bastante malo.
EL PRESIDENTE Y EL MENDIGO
“Las camicaces” habían sido bautizadas así por la policía. En
realidad solo tenían un blog que se titulaba así, pero el nombre
les quedaba bastante bien si
uno iba a incluirlas en una
lista de criminales. Antes
de la revolución, ellas solo
“insultaban y amenazaban,
llegando incluso a hacer
apología del terrorismo y de la violencia” decía en el informe
sobre la mesa del juez.
No las habían cogido. Nadie sabía quiénes eran en realidad
porque usaban una intrincada red de “espejos” que impedía
seguir su huella en internet. El blog había sido censurado por la
nueva Ley de Internet y ya no se sabía nada más de las camica-
ces y a nadie le importaba en realidad. Nadie pensaba que fue-
ran realmente peligrosas, excep-maquinariaenlasnubes.tumblr.com
to por la propaganda que hacían “contra la democracia y la
libertad”, según los portavoces del gobierno. La gente les tenía
cariño, en la calle nadie creía que fueran a poner bombas, solo
luchaban por la libertad, un concepto indefinido y desteñido.
La libertad era un concepto que usaba todo el mundo, desde
Bashar Al Assad hasta Nelson Mandela.
Pero la tensa calma y desinterés general sufrieron un terremoto
cuando el blog fue premiado con el Bulitzer. Entonces, el mi-
nistro de exteriores cerró las embajadas en el país que había
concedido el premio y la editorial Marte ofreció un millón de
euros por los derechos del blog. Adeptos al gobierno reclama-
ron que el blog no se podía premiar con el Bulitzer porque no
estaba en inglés. Pero resultaba que había una versión inglesa
del blog que había quedado sin investigar.
Cuando les preguntaron, en una entrevista en la que se había
garantizado su anonimato, por qué el gobierno no había censu-
rado la versión inglesa, la “portavoz de las camicaces” dijo que
seguramente “no sabían inglés” y que censuraban “por censu-
rar”, que había que hacer listas negras para mantener el “estado
de terror” aunque fueran aleatorias, etc. La entrevista fue una
bomba. A partir de aquello, el gobierno y el blog cruzaban acu-
saciones todos los días en la prensa digital. El gobierno elevaría
el tono llamándolas “traidoras de la nación”, pero aquel lengua-
je primitivo ya no causaba ningún efecto. La vicepresidenta
dijo que si ganaban la “batalla dialéctica digital”, ganarían las
elecciones, y se contrató a los mejores blogueros para que des-
montaran on line los argumentos de “las camicaces”. Fue una
verdadera operación de “inteligencia”, participó el CNI y el
CSI, que eran altos organismos de la policía y la ciencia a la
vez, lo que no dejaba de ser paradójico.
Las paradojas estaban de moda, ya nadie se ocupaba en acabar
con ellas, como en la época de Aristóteles o Zenón de Elea.
“Las paradojas son cool”, era el eslogan de un anuncio publici-
tario donde un joven combinaba unos zapatos elegantes con un
chándal y salía a la calle tan campante. El anuncio no iba de
ropa, por supuesto. Se trataba en realidad de una campaña de
prestigio del nuevo gobierno, que quería hacer entender a los
votantes que se podía ser a la vez de izquierdas y de derechas,
capitalista y socialista, elegante y enrollado, etc. No solo que se
pudiera ser, sino que se debía ser si uno quería estar al día y no
quedarse en un pensamiento atrasado, extremista, propio de
“antiguas dictaduras”. Ahora llegaba “una nueva era, una nueva
juventud: el pensamiento paradójico”. El anuncio terminaba
con el joven caminando sobre el asfalto lleno de papeles (que
recordaban las pancartas que cada mañana recogía el servicio
de limpieza) hacia la luz.
Los asesores del gobierno habían dicho que lo de la luz no que-
daba muy bien, que parecía que el joven se moría, porque anda-
ba hacia la luz, pero también convenían en que la expresión
“ver la luz al final del túnel” venía a significar una esperanza,
que era el mensaje de fondo de la publicidad del gobierno:
verás la luz al final del túnel (si nos votas). Hubo agrios deba-
tes entre los asesores que veían la luz como la muerte y los
otros, pero finalmente ganaron los de la esperanza, y se retrans-
mitió por primera vez el 7 de julio de 2014 a la hora de máxima
audiencia a través de todos los medios de comunicación.
Las camicaces sabotearon el anuncio. Hicieron unas cuantas
versiones que se extendieron como un virus por la Red. En una,
un joven se ponía unos zapatos y pisaba una cagarruta cuando
echaba a andar. La luz resultaba ser un foco, como los de los
estadios, y una manifestación le pasaba por encima al chico del
chándal y los zapatos pijos. En otra, era el presidente del go-
bierno el que se ponía los zapatos, que le quedaban grandes, y
se iba al cajero a sacar dinero, allí tropezaba con un mendigo
que dormía en la puerta de un banco y se entablaba el siguiente
diálogo:
MENDIGO: la búsqueda de instalar al individuo dentro de un
plan y un programa no son solo el fruto de los Estados totalita-
rios, sino también, y antes, el producto de la apariencia objetiva
de la técnica y del mercado que están en el fondo de la socie-
dad liberal y que, bajo el peso de la producción, el consumo, la
publicidad y la manipulación ideológica de la técnica, han ido
destruyendo a las sociedades. Al igual que en la democracia
hay un “despoder” robado por el Estado a la gente, en la eco-
nomía moderna y sus producciones industriales y comerciales
hay, dice Robert, una “parálisis de las capacidades autónomas
de producción que los valores económicos están supliendo co-
mo las muletas suplen a las piernas”. Por ello, el desarrollo —
esa terrible lógica de los Estados liberales que buscan a cual-
quier precio la inversión de grandes capitales para la produc-
ción de empleo— es el mayor enemigo de una verdadera demo-
cracia, en la medida en que destruye los tejidos económicos y
sociales, paraliza las autonomías, genera un terrible desempleo,
una profunda frustración, y fabrica, como lo vivimos hoy, un
caldo de cultivo para la delincuencia del Estado.
PRESIDENTE: Nueva Calasparra no es Helenia.
MENDIGO: ¡Váyase a la mierda!
SOSPECHOSOS
El reloj de la estación marcó las tres. Ana esperaba con las ma-
nos en los bolsillos porque hacía frío. Una mujer le pidió fuego.
Ana sacó cerillas. La mujer la miró sin saber qué era lo que le
extrañaba. Más tarde, la mujer contaría que le había extrañado
que la otra sacara cerillas, pero en ese momento no pensó en
avisar a las “fuerzas del orden”.
Ana seguía con las manos en los bolsillos. En alguna película —
—no recordaba bien—— había oído decir que alguien con las
manos en los bolsillos, parado mucho tiempo en un andén y
con una bolsa de viaje a sus pies automáticamente se convertía
en sospechoso. La conversión de alguien en sospechoso e, in-
cluso, en criminal es siempre complicada, pero automática.
Una persona puede, en el plazo de unos minutos y unos cuantos
movimientos “sospechosos”, ser arrestada por las “fuerzas del
orden”, interrogada e, incluso, asesinada, si echa a correr. Ana
se acordaba de un tipo “demasiado abrigado y con mochila” al
que la policía había tiroteado en Londres poco tiempo después
de los atentados de julio. También se acordaba de las colas de
gente en el aeropuerto, desnudándose para pasar el control poli-
cial. Somos todos sospechosos, pensó. La policía puede incluso
meterte en la bolsa material explosivo si tiene orden de atrapar
a alguien. La sucesión de “estados” por los que pasaba un indi-
viduo antes de ser arrestado era ser alguien, ser un sospechoso
y ser cualquiera. Y cualquiera puede ser todo el mundo ——
concluyó Ana—— menos unos cuantos: los que han ordenado
que se atrape a alguien y los que cumplen la orden. Ya lo contó
Kafka en El proceso.
En seguida, detuvo sus razonamientos en seco: en el otro andén
estaba Laia. ¿Cómo es que no la había visto? Corrió al paso
subterráneo.
—¿Cómo estás?
—Bien.
Hablaban con frases cortas, como si la brevedad fuera su con-
signa o su código secreto.
—No te atraparon…
—No.
El tiempo corría y ellas corrían calle abajo.
—¿Vendrán todos?
—Creo que sí.
Al fin, llegaron a la Cafetería Clandestina, un agujero practica-
do en un muro que ni siquiera tenía cartel en la puerta. El due-
ño era un tipo que simpatizaba con “la causa” y que les servía
copas baratas. En las paredes había discos de vinilo rotos, car-
teles de película quemados por el sol o por los dedos, objetos
que había ido recogiendo de los contenedores durante quince
años.
—Bueno —comenzó Iván. Así están las cosas: hemos colgado
en internet nuestro programa electoral, hemos pedido ayuda a
la ONI y a la INU, para que nos apoyen en las próximas elec-
ciones.
—¿Y cómo nos van a apoyar si están “en el sistema”?
—Pues porque tienen que hacerlo, aunque solo sea de boquilla,
porque si no lo hacen quedará claro que no sirven para nada,
los contribuyentes están pagando para nada.
—A estas alturas si no ha quedado claro es que somos idiotas.
—Somos idiotas —dijo alguien tímidamente, tras levantar la
mano.
—¿Alguna otra sugerencia? —apremió Iván visiblemente in-
cómodo. No le gustaban las reuniones clandestinas
“innecesarias”.
—¿Para qué queremos presentarnos a las elecciones? —
protestó alguien.
—Eso ya está hablado.
—No te pongas así, la chica es nueva.
—Estoy harto de los nuevos.
Que estudien. ¿Alguien más?
A la gente no le gustaba el
liderazgo de Iván, pero ya era
tarde. Nadie tenía ganas de
empezar de nuevo: votar otras
propuestas, reorganizarse, di-
fundir, pedir ayuda… para que otra vez ocurriera lo mismo, que
aparecieran los líderes.
—Los líderes son inevitables —murmuró un resignado.
Iván se sintió aludido y se levantó desafiante.
—¿Quieres tú ponerte al frente?, venga, te cedo el puesto,
¡cada día estoy más harto de todo esto, de la dejadez de la gen-
te, de las envidias y de las insidias! ¡No lo soporto!
—Venga, chicos —rogó el dueño del garito, que no quiero que
me cierren esto o me pidan que pague impuestos, que es lo mis-
mo.
LA ANTICAMPAÑA
maquinariaenlasnubes.tumblr.com
El Gobierno había puesto en marcha la campaña de cara a las
próximas elecciones. La cosa estaba difícil pues ya nadie creía
en ellos, ni en nada. Los sociólogos advertían que la sociedad
era descreída y la calificaban enigmáticamente de
“posmoderna”. Una comitiva de sociólogos pagada por el Go-
bierno daba un curso aquellos días en las salas del Congreso. El
curso era obligatorio. Las señorías pasaban las horas del curso
dormitando o pasando a limpio los apuntes de la mañana, pero
siempre había alumnos aventajados. El presidente y la vicepre-
sidenta se sentaban en primera fila y no se perdían ni una clase.
—¿Y en qué consiste entonces la Posmodernidad? —preguntó
el presidente con síntomas de impaciencia. Había pasado ya un
mes desde el inicio del curso y ya no sabía de qué se estaba
hablando allí. Quería un resumen.
—La posmodernidad consiste —se aventuró el sociólogo—…
si es que se puede decir en unas pocas palabras… —en que la
gente no cree en nada, la gente cree que todo es un montaje y si
ustedes quieren hacer algo creíble para lavar su imagen van a
tener que ir contra ustedes mismos.
En la sala se levantó un revuelo.
—¿Qué quiere decir? —preguntó un melindroso.
—Quiero decir que tendrán que hacer una campaña atípica,
sacando sus propios trapos sucios… Pero con humor. Algo
así… Pero eso es cosa de los publicistas.
—¿Pero, no puede poner un ejemplo?
El sociólogo se había quedado en blanco. Detestaba profunda-
mente a los imbéciles y por eso tenía accesos de repugnancia
que le cortaban el discurso. Como pudo, volvió en sí y conti-
nuó, pues le habían prometido una buena paga.
—¿Perdón?
—Que si puede poner un ejemplo.
—¿Un ejemplo…?
—De anticampaña.
—Ah… Sí. Pues bien, la anticampaña está bien para “caer
bien”, la gente siente simpatía por aquellos que admiten sus
faltas. Miren al Rey.
El Rey había hecho anticampaña sin querer. Resulta que se
había filtrado una foto suya matando gatos y esto conmocionó a
los súbditos. El caso es que su gabinete de crisis le recomendó
declararse culpable, algo así como que había cometido un
homicidio involuntario, como cuando un asesino declara que
había bebido o estaba comido por los celos. La gente, inmedia-
tamente —y según los sondeos— sintió simpatía y santaspas-
cuas. Había que actuar así, como el Rey.
La anticampaña del Gobierno consistió en un vídeo en el que el
Presidente admitía que cobraba sobresueldo y que la bajada de
sueldo con la que comenzó su legislatura era un montaje por-
que solo afectaba a los pobres, que las compañías eléctricas
eran de sus amigos y todos los años, por Navidad, acordaban el
precio en el mercado, que tenía una cuenta en Suiza y que, co-
mo ya todo el mundo rumoreaba, se había sentido tentado de
fugarse con su hija, pero que no lo había hecho y que eso era lo
que contaba: el esfuerzo por volver al camino recto. La teoría
era que, si el Presidente admitía esto y más, la gente tendría una
extraña sensación, como si ya no supiera qué postura tomar,
quedaría desconcertada, sin armas, y entonces daría igual si se
volvía a subir el sueldo después de las elecciones, lo más im-
portante sería que hubiera admitido su culpa, porque era huma-
no y también codicioso.
Aunque el presidente tuvo sus dudas, al final, ganó la sociolog-
ía. La campaña se presentó el 21 de julio del 2014. La gente
que estaba comiendo en los bares o en la consulta del hospital
privatizado, levantó la cabeza y vio a un Presidente del Gobier-
no arrepentido, admitiendo sus culpas. De fondo, un grupo de
personas desenfocadas —pongamos que representaban al Parti-
do— parecía arroparlo. “Pero cambiaremos”, era el eslogan con
que terminaba el anuncio. A la gente le recordó aquel anuncio
de la Coca Cola: “Un mundo nuevo”, donde un montón de gen-
te en formación cantaba sobre una colina por la llegada de un
mundo nuevo, donde reinaran la paz y la armonía.
A este anuncio siguieron: un nuevo perfil en Facebook y en
Twitter, un nuevo vestuario y nuevos actos y compromisos
inesperados, como una subida del 0,00001% del sueldo a los
empleados del servicio de limpieza de la ciudad —los que que-
daban: Pedro y Pablo—, a los que además se levantó una esta-
tua en una plaza en señal de reconocimiento por su rápido es-
fuerzo de adaptación a las nuevas condiciones de trabajo tras la
reforma laboral.
En la calle empezó el debate de si esto era un lavado de imagen
o si se habían vuelto locos. El problema para creer que era un
lavado de imagen como otro cualquiera, es que no era cualquie-
ra. Un lavado de imagen es un “lavado” y no un
“emborregado”, decían. Unos decían que si era un miserable
que no se presentara a las elecciones, otros que, por eso mismo,
se merecía una oportunidad. Un presidente que se autoinculpa
es más sincero que cualquier otro. El debate duraba dos minu-
tos porque la gente no quería ablandarse mucho ni ponerse muy
dura, no casaba con el temperamento posmoderno. Cada día,
veinte millones de personas dedicaban dos o tres minutos de
cada hora de su vigilia a debatir esto.
“El mundo se está volviendo loco”, clamaba un diario de iz-
quierdas, “la gente ya no folla sin entrar antes internet a ver si
se ha filtrado una noticia” —ahora las noticias se conseguían
filtradas porque no había manera de enterarse de otro modo—.
El diario daba unas estadísticas: 8 de cada 10 ciudadanos en
edad adulta tuitea una noticia sobre economía cada hora.
ANA
Ana se miró al espejo. Hacía tiempo que se dedicaba a “la cau-
sa”, ya no había nada más, ya no hacía ni pensaba en otra cosa.
¿Cuántos años? —preguntó. “Tres años” —respondió su cara.
Ya no hablaba con amigos, ahora solo hablaba con activistas y
consigo misma, ni descansaba un solo momento porque de su
interior y de todas partes surgían las cifras del paro, las cifras
de la deuda, las cifras de los sobresueldos de los altos cargos,
las cifras maquilladas, infladas, desinfladas. Todas las estafas,
prevaricaciones, desfalcos, evasión fiscal, precios pactados,
subidas de la luz, subidas de impuestos, bajadas de salarios…
Todo componía una música macabra que llenaba su cerebro
con estridencias y no había en su mente lugar para el descanso,
aire para respirar, silencio ni paz.
—No deberías quedarte aquí, deberías recomponer tu vida en
otra parte —dijo la voz de su conciencia.
—Te estamos esperando —dijeron en la puerta.
—Voy.
Antes componía, salía con amigos y, de vez en cuando, hacía
algún viaje. Siempre leía las noticias, pero no eran el centro de
su atención.
—¿Qué te pasa?
—Estoy cansada.
—Todos estamos cansados —le reprochó la que estaba en la
puerta, era de esa clase de personas que, pasado un tiempo, no
se piensa a sí misma sin la causa. Así nacían los totalitarismos
en el seno de las izquierdas. En el seno de las derechas se decía
que no había causa, porque la causa era el dinero. Los derecho-
sos nacían ya unidos, metidos en una intrincada trama de inter-
eses y privilegios, favores y deudas.
La izquierda y la derecha —se mofaban algunos—, eso ya no
existe. Lo que hay es ladrones y víctimas de robo, manipulado-
res y manipulados. En realidad, nadie tiene una ideología.
—¿Ni principios?
—Ni principios —respondía la voz general—. Simplemente
estás en este o en ese lado.
—O sea, que no tenemos ninguna superioridad moral
—¡Ninguna! Esta es una guerra como cualquier otra, solo que
aquí el arma de destrucción masiva es la economía: eliminas a
la gente quitándole su sueldo, su casa, su profesión, sus amigos.
Así acabas con un país, pero no vas a la cárcel por eso, eso no
es ningún delito, es “una consecuencia de la economía”, que es
como la muerte, no la quieres, pero vives con ella.
—¿Y tú crees eso? —preguntó Ana a otra activista que parecía
dudar, como ella.
—Yo no creo nada —protestó—, creer es un verbo que no me
gusta.
—¿Y qué piensas, no piensas nada tampoco?
—Pues, qué quieres que te diga, me da igual la teoría: si todos
estos están aquí luchando por cambiar el mundo o solamente
por cambiar de lado, es indiferente.
—¿Tú quieres cambiar de lado, quieres llenarte los bolsillos?
—Los que se llenan los bolsillos tienen sus propias ideas,
hacen sus propios debates y programas electorales.
—¿Crees que en realidad son buenos, que hacen lo que creen
que es debido sin saber que están haciendo mal?
—No creo en lo bueno y en lo malo —rió cínicamente.
Ana hizo una mueca de disgusto.
—¿Qué pasa?
La cara de la otra se contrajo de odio, se estaba oyendo a sí
misma y no se soportaba. En un mundo así, nada tiene sentido,
pensó Ana.
Claro que había leído a Foucault, claro que había leído a
Agamben, “superar la lógica binaria significa transformar las
dicotomías en bipolaridades”. El problema está en cómo se
hace eso en la práctica.
—¡Oye! —gritó alguien.
Ana se volvió. ¿Vas a hacer lo que habíamos quedado, o estás
empezando a dudar?
—¿A qué viene eso? ¿Ya no podemos pensar?
Para ellos, pensar era entretenerse. Pero ya estaba todo dicho,
se había votado en las asambleas. Las personas que se habían
comprometido no podían echarse atrás.
Las citas de Agamben le vienen a la cabeza: “Un dispositivo
asegura el pasaje de lo profano a lo sagrado”. Con esta cita se
mete en la cama cuando llega a maquinariaenlasnubes.tumblr.com
casa. ¿Cuál es el contradispositivo? A la mañana siguiente, el
acertijo continúa ahí.
—La voluntad es el contradispositivo ——le suelta a bocajarro
su pensamiento mientras pedalea por la calle Princesa rumbo a
la universidad.
La propiedad es un dispositivo que controla el uso, dice de nue-
vo Agamben…
—Agamben me ha invadido.
Desayunaba en la cafetería de la universidad donde ya no daba
clases. Seguía yendo para mantener cierta identidad con la que
fue.
—¿Otra vez lo estás leyendo?
—Qué va, no tengo tiempo. Pero ayer me acosté pensando en
el problema del dispositivo.
—Uf, quita, quita.
La mujer con la que hablaba era otra profesora en paro. De
repente, dijo:
—Lo que está claro es que la manera de eliminar un dispositi-
vo, quitarle su fuerza, es jugar con él.
—Lo que hace el arte, por ejemplo.
—Por ejemplo, pero el “arte de verdad”.
¿Y qué era el arte “de verdad”? Ahí estaba el problema: ¿cómo
podías huir del esencialismo sin caer de nuevo en él?
Algunos ex alumnos se acercaron a saludarla. Ya no iban a
clase, permanecían allí como un barco encallado.
FILOSOFÍA
El panfleto decía: “La humanidad” es la economía del poder, el
ahorro de trabajo, la buena administración de los recursos del
poder (la escuela, los hospitales, las carreteras y otros medios
de comunicación, las cárceles —incluso—), y todos esos recur-
sos nos hacen “humanos”. ¿Qué sería “la humanidad” sin ellos?
El discurso existe al margen de las palabras y las cosas. No se
refiere a las cosas, no se refiere a las palabras, es “lo ya siem-
pre dicho”, lo repetido. ¿Desde dónde criticar un discurso que
nos hace existir?
Iba leyendo el panfleto sin mirar adelante. Laia iba a su lado
callada. Andaban como sonámbulas en medio de los aullidos de
las megafonías, los manifestantes, los niños, los abuelos con
una pensión de mierda, los jóvenes de treinta años en paro, los
jóvenes de veinte años en paro.
—¿De verdad que vas a hacerlo? —preguntó a punto
de morderse la lengua Laia.
—No sé —quería quitarle patetismo a la respuesta,
pero no pudo—. ¿Has leído este panfleto?
—Seguramente; son todos iguales.
—Pues a mí me parece diferente.
—¿Ah, sí?
—Esta parte: “un discurso que nos hace existir”.
—¿Y qué?
—Que puede que haya otro tipo de existencia.
——Sí, en el desierto.
A Laia no le gustaba la filosofía. Quería saber si ella iba a
“hacerlo”, pero no se atrevía a volver a preguntarlo. Para no
verse tentada, apretó el paso para alcanzar a los que iban delan-
te.
¡Pues sí: dudaba! No se puede, a estas alturas —contestaba su
conciencia. ¿Cómo que no se podía? Cuando lo has perdido
todo ——como en ese libro de Millás, Laura y Julio——, cuando
lo has perdido todo ya no eres el mismo y tienes que buscar
casa nueva, traje nuevo, profesión nueva, pareja nueva, vida
nueva... Pero ellos se niegan a aceptarlo, quieren que te con-
viertas en una máquina, una máquina en paro y sin esperanza.
——Pues así estoy yo, es normal que dude, pues tengo que em-
pezar de cero. Todos los proyectos cayeron, tengo que inventar
otros.
Nadie la escuchaba, Iván iba delante de ella, la masa —como la
había llamado despectivamente Ortega—, los empujaba.
EL JUEGO
—Está bien, siéntese —dijo la mujer.
——Aquí tiene ——dijo el azafato tendiéndole una baraja.
——¿Para qué quiero una baraja? ——Pensó ella.
Todo era un sueño. El sueño tenía que ver con un documental
que había visto sobre la obediencia voluntaria. No creía que la
obediencia fuera voluntaria, creía que se debía al miedo. Un
grupo de hombres y de mujeres fueron sometidos a la presión
de hacer un experimento en un medio desconocido, en unas
circunstancias controladas por otros. Los otros se presentaban
en bata y se hacían pasar por expertos. ¿Qué podían hacer?
Obedecieron. Obedecieron incluso cuando el experimento con-
llevaba sufrimiento de otras personas.
Todo esto lo que perseguía era demostrar cómo había sido posi-
ble el exterminio judío. ¿Cómo había sido posible que centena-
res, miles de personas bien instruidas, con una educación ex-
quisita, hubieran ejecutado órdenes abyectas?
——Yo diría que fue el miedo.
——¿El miedo?
——Pasa lo mismo ahora, hay un montón de gente ejecutando
tranquilamente las órdenes abyectas del gobierno.
Un grupo de personas reunidas espontáneamente en la calle
debatía sobre estos temas. El sol caía sobre ellos como una
promesa de eterna inocencia, de eterno diálogo. De repente,
apareció la policía y cargó. La gente corrió en todas direccio-
nes, pero atraparon a unos cuantos.
——¿A cuántos atraparon?
——No sabemos.
——Joder, los hijos de puta.
——Son unos hijos de puta.
“El juego” empezó a las 10 de la mañana del 30 de julio. Era
miércoles. Se había elegido un miércoles porque el Congreso se
reunía. Aunque a esas alturas de la “revolución” estaba blinda-
do como un búnker, el ataque no consistiría en algo físico, con-
tenible. Fue un ataque irresistible, a las entrañas del poder: Los
hackers habían conseguido resetear todas las computadoras del
Gobierno. Los balances, los informes, maquillados o no, las
vías de comunicación internas, todo había sido borrado y blo-
queado.
EL GRUPO POR LA LIBERACIÓN QUIERE QUE
LOS POLITICOS SEPAN QUE ESTAN ACORRA-
LADOS
Es lo que decían las pantallas de todas las computadoras. Un
segundo mensaje decía lo siguiente:
AHORA VAMOS A PROPONERLES UN JUEGO
Y TENDRÁN QUE JUGAR SI QUIEREN SALIR
VIVOS DE AQUÍ
Los políticos leían los mensajes y murmuraban. En las panta-
llas de televisión de todo el país y en streamming en una direc-
ción de internet se retransmitía en riguroso directo lo que esta-
ba pasando en el Congreso.
Al parecer, los políticos no podían salir. Todos los sistemas de
seguridad fallaban y estaban atrapados por sus propios disposi-
tivos electrónicos. Las puertas no se abrían, los teléfonos no
funcionaban. Los guardias de seguridad no podían entrar y los
que estaban dentro no podían salir. ¿A quién disparaban, a las
computadoras? ¿A quién podían arrestar?
La gente en la calle empezó a pensar que era un nuevo progra-
ma de estos que te llevan a una isla y te dejan solo para que te
las apañes como puedas. Aquello debía de ser lo mismo, pero
en el Congreso.
EUSOPA
Eusopa había sido galardona-
da en 2012 con el Premio
Nobel de la Paz por no ir a la
guerra en los últimos cuarenta
años. Traficaba con armas,
admitía pequeños Guantána-
mos en su sistema judicial y mataba de hambre a millones de
personas con la excusa de la deuda. En la foto salían los líderes
Eusopeos saludando a la cámara. La gente de Nueva Calaspa-
rra, que había pasado de trabajar a ver internet, debido al 90%
de paro que acuciaba al país, miraba a los líderes como los ni-
ños del “tercer mundo” miran los anuncios publicitarios del
“primer mundo” en televisores destartalados: sin comprender
nada.
La principal líder eusopea se había convertido, en 2014, en
líder mundial e iba a presentarse a las Elecciones Mundiales del
Globo a finales de año. Como se encontraba en plena campaña,
bajó de su avión en uno de los doce mil aeropuertos vacíos de
Nueva Calasparra y fue recibida por un comité militar que le
advirtió de que en aquellos momentos se estaba produciendo un
“golpe de Estado” que podía extenderse por todo el planeta (lo
que le competía a ella directamente) y que, si no quería que le
“explotara en las manos”, enviara refuerzos. Así que a las po-
cas horas, el cielo de Nueva Calasparra estaba lleno de drones
que Estados Desunidos había vendido a bajo precio antes del
colapso económico y el desmembramiento.
La gente de Nueva Calasparra prefería ver los aviones en Inter-
net, aunque no tenían mas que asomarse a la ventana. Un aviso
en tono conciliador se desplegó en el cielo con lucecitas de
colores. A la gente aquello le recordaba una vieja película de
ovnis. El aviso decía que si no se entregaba internet en 24
horas, iban a lanzarse bombas por todo el país, todo por el bien
de los ciudadanos y por la expansión de la “libertad duradera”.
Entre el público empezó a extenderse la opinión de que aquello
formaba parte del espectáculo de maquinariaenlasnubes.tumblr.com
la isla-congreso, aunque en principio no parecía estar relaciona-
do, pero la gente estaba acostumbrada a las tramas sin sentido,
pues había visto Lost y Los Soprano, de modo que todo el mun-
do esperaba que, de un momento a otro, se iniciara la votación
on line.
Mientras tanto, en isla-congreso los políticos estaban en cal-
zoncillos. El juego consistía en contestar a una serie de pregun-
tas comprometedoras, los que mentían tenían que quitarse una
prenda. ¿Cómo se sabía que estaban mintiendo? Un ordenador
dictaba aleatoriamente quién estaba mintiendo y quién no.
El presidente estaba totalmente desnudo y, para animar el pro-
grama, se le había ordenado que corriera por el hemiciclo. La
gente empezaba a cambiar de canal para ver lo de los drones y
la audiencia estaba dividida. Drones 5 / Isla-Congreso 3. Había
que admitir que el espectáculo de la carrera nudista era bastante
gracioso, pero el suspense creado por los drones en el cielo
también atraía bastante atención.
EL JUICIO
La niña reniña apareció destripada en una cuneta. Ya esto había
sucedido hacía un mes, pero no se hizo trending topic hasta que
un soldado lo filtró en internet. La gente estaba indignada, todo
había sido un montaje, la niña hacía tiempo que estaba muerta
y le habían sacado el jugo como a un limón. No se podía con-
sentir que utilizaran a la gente de esta manera. Entonces el
público, enfurecido, empezó a reclamar que se ejecutara ya a
los políticos, aunque fuera en pelotas. Un tribunal improvisado
accedió al hemiciclo. Ahora comenzaría el juicio. Al juez le
dieron un micrófono y el resto del tribunal, como no tenía mi-
cro, tenía que conformarse con aplaudir, si estaba de acuerdo o
abuchear, si no.
——Señor Presidente del Gobierno ——tronó la voz del juez——,
¿reconoce que es usted el presidente del Gobierno de Nueva
Calasparra?
——Señor Juez, no diré nada hasta que se me ponga algo en mis
partes.
Entonces, le colocaron una hoja de parra y el presidente acce-
dió a hablar.
——Yo era un simple notario, Señoría, pero me obligaron a pre-
sentarme a las elecciones.
——¿Quién le obligó?
——El Partido.
El juez anotó algo en su tableta.
——¿Reconoce, de entre los aquí presentes, al Partido?
——Sí, lo reconozco.
La gente ya hacía tiempo que había dejado de mirar la Isla-
Congreso. En los sondeos de audiencia, Drones iba ganando
por goleada. Ahora, estaban retransmitiendo un vídeo que ilus-
traba los terribles efectos que habían tenido otros bombardeos a
lo largo de la historia en cualquier país del mundo. Los bom-
bardeos eran algo con lo que no se jugaba, algo estremecedor e
inevitable, “si no se abandonaba de inmediato la revolución, los
bombardeos caerían por su propio peso”. La gente veía los te-
rribles efectos como si fuera un video juego.
——Esto debería ser interactivo ——dijo alguien.
——Sí, deberían dejarnos un mando a ver qué pasa, se iban a
tragar los bombardeos los muy bocazas.
ANEXO
La documentación que demuestra la veracidad de los hechos
aquí narrados puede encontrase en Google en 2014.
@destino_22