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Annotation

En las casas de Dios de la AltaBaviera alemana se suceden unaserie de crueles asesinatos. El agentede la policía judicial, StefanBukowski, y su ambiciosa colega,Lisa Herrmann, se enfrentan a unenigmático caso sin saber que lapesadilla acaba de empezar.A su vez,cerca de Jerusalén el profesor Rafuldescubre en unas excavaciones unsarcófago de dos mil años deantigüedad, con los restos de un

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caballero y una pieza de arcilla conun misterioso grabado. El arqueólogopronto advierte que estedescubrimiento no solo pone enpeligro su vida sino que también estáen juego la propia paz mundial. ElVaticano envía inmediatamente aunos emisarios dispuestos a todo, yno serán los únicos..

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ULRICH HEFNER

La hermandad de Cristo

Traducción de

Francisca María Ferre Pérez

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Editorial Bóveda

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Título Original: DieBruderschaft Christi

Traductor: Ferre Pérez,Francisca María

Autor: Hefner, Ulrich©2012, Editorial BóvedaColección: NovelaISBN: 9788415497165Generado con: QualityEbook

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v0.61

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Dedicado a todas aquellas personas

que poseen una fuerte creencia

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Que Cristo murió por nuestrospecados,

conforme a las Escrituras;y que fue sepultado,

y que resucitó al tercer día,conforme a las Escrituras;

y que apareció a Cefas,y después a los doce.

Después apareció a másde quinientos hermanos a la vez,de los cuales muchos viven aún,

y otros ya duermen.Después apareció a Jacobo;

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después a todos los apóstoles.

1.CORINTIOS

15,3-4

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Estimado/a lector/a:Me complace volver a invitarle

a una emocionante excursión dentrodel mundo de las novelas policiacas.

Según la opinión de mislectores y las recensiones de misobras, he conseguido entretener conel «tercer nivel» de una formadivertida, a la vez que manteniendola intriga.

Con La Hermandad de Cristoquisiera seguir avanzando en estadirección y volver a ofrecerle elmejor de los suspenses, esta vez

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acompañado de la arqueología y lahistoria eclesiástica.

Allí donde se desdibuja elhorizonte entre la realidad y laficción, allí busco mis historias.Pretendo sacar a mis lectores de suvida cotidiana y transportarlos alterrorífico pero místico e inspiradorcosmos de la literatura policiaca.Leer es como ver una película decine pero con la imaginación, ustedserá su propio director y productor.En usted reside, además, el papel delos actores. Una vez más, déjesellevar por las aventuras de mis

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historias.Jerusalén, Roma, París y la

idílica región de Königsee, al sur deAlemania, son los escenarios de unaintrigante cacería tras el legado deCristo.

En Jerusalén, durante unasexcavaciones en el valle del Cedrón,un equipo de arqueólogos halló latumba secreta de un caballero de lasCruzadas en cuyo sarcófago seencontraba el misterio de Yeshua benJoseph, al que todos conocemoscomo Jesús de Nazaret, el hijo deDios y nuestro Salvador según la

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lectura eclesiástica. Pero, ¿qué seesconde realmente detrás de estehombre que hace dos mil añosderribó los pilares del Imperioromano en Judea? Por estedescubrimiento los arqueólogospondrán en peligro sus vidas...

Y hasta aquí no me gustaríadesvelarles más...

Deambule por la Tierra Santasiguiendo las huellas de Jesucristo,aprenda más sobre las relaciones ycontextos que se dieron entonces,hace más de dos mil años, y déjesellevar por esta intrigante historia que

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sólo existe para usted, estimadalectora, estimado lector.

Cordiales saludos

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PRÓLOGO La Tierra Santa al final del día

El fuego de los yacimientos sehabía extinguido. La oscuridad seinclinaba sobre la polvorienta tierra.En el monte de Gólgota regresaba latranquilidad. La muchedumbre sehabía retirado, había desaparecidoentre la impenetrable confusión decallejuelas y caminos entrelazadosde la ciudad cercana. Los soldadosocupaban sus puestos y miraban conrecelo al cielo que se oscurecía.

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Allí, donde hacía unas horas losespectadores se agolpaban paraseguir el macabro espectáculo,reinaba un sombrío vacío. Solo aquíy allá se podían vislumbrar aúnalgunas personas dispersas queseguían su camino, robándole unasmiradas a las tres cruces que selevantaban en la cima del monte deGólgota.

Alrededor del monte, justo allado de la guarnición, los legionarioshabían montado sus tiendas.Refuerzos de las regiones cercanasque Poncio Pilatos, el prefecto de

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Jerusalén, había mandado llamarpara mantener la seguridad.

El Nazareno había muerto,crucificado ante los ojos del puebloy no había sucedido nada. Cuando ellegionario abrió su costado con lalanza, la sangre escapó a borbotones.Sangre roja y espesa. Y ningúnejército de ángeles armados conespadas bajó del cielo, no estallóninguna tempestad y ningún diluviobarrió la tierra. Solo poco antes deque el Nazareno exhalara por últimavez, una nube negra oscureció elcielo sumergiendo el monte de

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Gólgota en una mortecina luz. Pero lanube se disipó, desplazada por elsuave viento.

Nadie se atrevería a oponerse alImperio. Nadie, ni siquiera elautodenominado Dios de los judíos.

—Misión cumplida —suspiróPoncio Pilatos—. El pueblo mantuvola calma. Te preocupaste en vano.

Marco Aurelio, el comandantede las Fuerzas de Protección, vaciósu copa de vino.

—Representó un gran peligropara nosotros cuando estaba en vida—contestó Marco Aurelio— y

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seguirá siéndolo más allá de sumuerte. El Nazareno consiguióconvocar a su alrededor a una granmultitud. Y su muerte no cambiaránada. Venerarán su cuerpo ytransmitirán su palabra.

—A no ser que no tengan nadaque venerar —contestó PoncioPilatos.

—¿Qué quieres decir con eso?—Se le va a negar a la madre

del Nazareno la entrega del cadáverde su hijo. No descansará en la tierrade Jerusalén. Se descolgará de lacruz y se quemará, sus cenizas

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volarán con el viento. Son misórdenes.

Marco Aurelio miraba conasombro al prefecto de Jerusalén.

—Los judíos nunca te loperdonarán, es tradición...

—No me importa la tradición—apostrofó Poncio Pilatos alcomandante de la Legión—. Suscenizas volarán con el viento entodas las direcciones y suspensamientos no perdurarán. Loolvidarán, nada ni nadie harárecordar al Nazareno.

Marco Aurelio fijó sus

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preocupados ojos en Poncio Pilatos.—Tuviste miedo, eres

gobernador romano con dos legionesque te respaldan y sentiste miedo.Miedo de un único hombre que nisiquiera se atrevió a luchar. PorJúpiter, aún se puede percibir tumiedo. Aunque aparentesdespreocupación aún tiemblas comouna niña. Lo veo, lo huelo. Por todoslos dioses, se te ha metido el miedohasta en los huesos...

—¡Cállate! —ordenó PoncioPilatos al comandante—. Se nota quetantas batallas y matanzas te han

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afectado y enturbian tu mente. Comohombre de lucha nunca entenderás elpoder que posee la palabra.Acuérdate de cuando llegó a laciudad. Movilizó a miles de personasque lo alababan. Solo una señal suyahubiese bastado para que la ciudadse bañase en sangre. Podría habersido nuestra sangre la que hoyempapara el polvo.

—Admiras a ese hombre, a esasencilla persona, hijo de uncarpintero de Nazaret —replicóMarco Aurelio.

Poncio Pilatos se posó en un

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diván.—Sí, era mucho más que un

simple hombre, era una personaespecial, una de las pocas que sepueden encontrar bajo el relucientesol. Y tenía algo, algo que nosotrosperdimos hace tiempo.

Marco Aurelio se inclinó haciael prefecto.

—Dime pues: ¿qué es lo que lehacía destacar entre los demás? ¿Quéposeía él que nosotros nopudiéramos tener?

—Tenía una fe —contestó consequedad Poncio Pilatos.

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*

Apartados del lugar de laejecución, al oeste de la ciudad, en elbarrio de los peleteros y curtidores,se habían reunido bajo la protecciónde los muros de adobe y el hedor delos talleres. Debían ser cautos, laciudad estaba plagada de espías,legionarios y todo tipo de gentuzaque, por un par de asnos, venderíanhasta sus propios hijos.

Pero los legionarios y loslacayos de las autoridades romanasapenas se dejaban ver entre las

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tortuosas callejuelas del barrio delos curtidores donde el hedorenvolvía todo, incluso de noche.Estaban sentados alrededor de unahoguera. Dos hombres y una mujercon la cabeza cubierta por unpañuelo gris.

—A los esbirros romanos no lesbasta con matarlo —afirmó Cefas enel abrumador silencio—. Quierenaniquilarlo y exterminar su cuerpo dela faz de la tierra. Pero no lopermitiremos. No hay derecho.

—Y, ¿qué quieres hacer paraevitarlo Cefas? —preguntó Jonás.

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Cefas miró a su alrededor.—Tenemos que empezar a

actuar. No podemos dejarles sucuerpo.

La mujer dio un fuerte alarido.—Es mi hijo y no puedo dárselo

a los romanos. Tiene que descansaren la tierra, como dice nuestratradición, hasta que su padre lollame.

Jonás se levantó de golpe.—Pero, ¿cómo? Los romanos

están ocupando sus puestos. Lovigilan. Son numerosos, más quenunca. Patrullan en cada esquina de

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la ciudad. Están armados hasta losdientes. ¿No dijo Jesús que en estedía no se debía derramar sangre?Aún no ha llegado nuestra hora.

—Te equivocas —interrumpióCefas—. Nuestra hora sí ha llegado.Todo está preparado. Tenemos quepartir, no hay tiempo que perder.

Magdalena entró en lahabitación. Se sentó junto a Maríaechándole el brazo sobre sushombros. Cefas se levantó, agarró unbastón y se dirigió hacia la puertacon Jonás.

—Nos vemos al final del día de

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mañana en el monte de Belén, en labifurcación del camino hacia BeschHamir —informó Cefas dirigiéndosea Magdalena—. Lleva a Maríacontigo y dale cobijo. No ospreocupéis, no vamos a dejar a Jesússolo. En caso de que faltéis, osesperaremos en el lago junto a lascuevas. Tened cuidado de que nadieos siga y partid en cuanto nuestrospasos se desvanezcan. En esta ciudadpronto se producirá unlevantamiento. Dirigíos hacia el Este,evitad el monte de Gólgota y llevadsuficientes provisiones. Nos

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tendremos que esconder un largotiempo.

Magdalena se levantó.—Tened cuidado —respondió

—. Hoy no puede derramarse ni unagota más de sangre judía.

Cefas asintió antes deabandonar la casa. Jonás le seguía decerca. Bajo su holgada vestimentaescondía un hacha de guerra.

*

Eran siete. Una pequeña misiónpara evitar llamar la atención. Susantorchas brillaban en la oscuridad.

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El ladrido de los perros de la ciudadvecina escalaba hasta el monte. Porlo demás, reinaba la calma. Lamultitud se había retirado paradescansar. Algunos se marcharonpara olvidar. Otros, con los ojosllorosos, pensaban sobre el díapasado, el día en el que todas susesperanzas se habían desvanecido.

Se levantó viento. Un vientocaliente del desierto que hizo temblarlas llamas de las antorchas. Entre latenebrosa penumbra sacaron la cruzde la tierra y la dejaron caer al suelo.Se podía leer INRI en una tabla

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sobre la cabeza del cadáver. Blanco,de color alabastro, aparecía elcuerpo sin vida del rey de los judíos.No se esforzaron mucho al separar elcuerpo inerte de la cruz. Los clavossangrientos seguían estacados en lamadera.

En una camilla lo transportaronhacia el valle, por la umbría delmonte. De nuevo ladró un perro, peroesta vez se escuchó mucho máscerca. Gotas de sudor corrían sobrela frente de los legionarios. Sudirigente, un principal, les emitía lasórdenes en voz baja. Debían darse

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prisa.Escondidos en un granero

esperaban otros dos legionarios. Uncarro tirado por burros estabapreparado.

—Lo llevaremos al desiertobien adentro —anunció el principal.

Un legionario se inclinó sobreel cuerpo descubierto.

—Se supone que era el Dios delos judíos —murmullósilenciosamente a su acompañante.

—¿Un dios que sangra? —bromeó el interlocutor señalando lamano sangrienta del cadáver que

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asomaba por fuera de la sábana.—¡Silencio! —advirtió el

principal—. Nadie debe oírnos.Todavía nos queda un largo camino.Debemos estar alerta.

El pequeño grupo avanzabahacia el norte. Por el polvorientocamino hacia Jabá solo podíandesplazarse lentamente con el carro.Con recelo miraban a su alrededorpero nadie parecía haberse percatadode su salida. No había ni un alma. Laluna empezó a salir por el Sureste enel despejado cielo. Apagaron lasantorchas. Solo los perros de la

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ciudad parecían intuir la presenciade la carne muerta. El ladrido de losperros callejeros cada vez seescuchaba más cercano. El principaldesenvainó su espada, no le gustabasentirla cerca de su piel.Supuestamente era el Señor de losjudíos, descendiente de su Dios.Supuestamente tenía poderes quetrascenderían su muerte. Se hablabade milagros: ciegos que habíanrecuperado la vista, paralíticos yleprosos que el Nazareno habíacurado, incluso muertos que habíanresucitado. De vez en cuando, el

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principal miraba al fajo que yacíasobre el carro. ¿Por qué elcomandante le habría elegidoprecisamente a él para esta misión?Hubiese preferido quedarse en laciudad y participar en los juegos dedados del almacén bebiendo vino delvalle del Jordán. Un vino tintopesado y afrutado de la región deEscitópolis que hacía olvidarfácilmente la lejanía de la ciudadnatal y el tiempo que aún quedabasoportando la soledad en estacalurosa y polvorienta tierra.

—¡Malditos animales! —

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maldijo uno de los legionarioscuando el aullido de un perro resonómuy cerca.

—Huelen la carne de un muerto—contestó un camarada—. Estánhambrientos y olfatean la presa.

—¿Entiendes por qué tenemosque sacar el cuerpo de la ciudad?

—¡Silencio! —ordenó de nuevocon voz ronca el principal—.¡Callaos de una vez!

Los legionarios enmudecieron.Silenciosamente avanzaron junto alcarro. Bajo la pálida luz de la luna,el paisaje transformaba sus rostros.

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El camino que empezaba a poblarsede bajos arbustos conducía hacia unpequeño cerro. El balido de lasovejas irrumpió en el silencio. Unrebaño cruzaba el camino. Elprincipal emitió una señal a sushombres y estos obedecieron.

—¡Dos hombres hacia delante!—exigió rápidamente en voz baja.

Los dos legionarios junto alburro se desplazaron hacia delante,sacaron sus espadas y temerososobservaron su entorno. Tan lejoscomo podían llegar a divisar en lapenumbra, solo distinguían las ovejas

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que les bloqueaban el camino. Derepente, un silbido llenó el aire.Antes de que los legionariospudiesen reaccionar, una avalanchade piedras les golpeó. Un fuerte gritoretumbó en la noche. Uno de loslegionarios se desplomó. Otro fuealcanzado por la cabeza y su espadacayó al suelo.

—¡Una emboscada! —gritó elprincipal—. ¡Luchad, romanos,luchad y salvad vuestras vidas!

Una nueva granizada de piedrasdiluviaba por el aire. Con un fuertechasquido metálico uno de los

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pedazos golpeó la armadura torácicadel principal. Si no se hubiesepodido apoyar en el carro también sehabría hincado en la tierra. Derepente, se alzó un fuerte y estridentegrito. Por todos lados seaproximaron a ellos figuras envueltasen unos apretados atuendos. Elprincipal los miraba horrorizado.Los asaltantes alzaban al aire susporras y hachas, pronto seabalanzaron sobre los romanos. Eraimpresionante la superioridad defuerzas. A pesar de que se pudieraver como un legionario intentaba

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defenderse, por todos lados había uncamarada que sucumbía ante losgolpes. Gritos de muerte retumbabanen la noche, agitadas respiracionesasfixiadas se extinguían en un fuerteborboteo. En grupos de cuatro, engrupos de cinco, por todos lados searrojaban los atacantes sobre elprincipal. El primer golpe lo parócon su espada pero el segundoimpacto que le propició un paloalcanzó su hombro. Se resistió alataque con sus últimas fuerzas. Unavez más elevó su espada, justo antesde que un hacha se hundiera

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profundamente entre sus omóplatos.Un atroz dolor recorrió todo sucuerpo. A la vez sintió frío y calor.Alrededor se iban extinguiendo losgritos y alaridos. La sangre delmoribundo fluía por la arena.

La batalla duró poco. Pronto sederrumbó el último legionario heridode muerte y el balido de las ovejasemergió de nuevo sobre el clamor dela batalla.

*

Cavaron un profundo hoyo en latierra suelta y ahí arrojaron los

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cuerpos de los muertos. Antes de queprocedieran a cerrarlo,inspeccionaron todas las huellas quelos pudieran delatar. Un puñal en elsuelo, un casco de un legionariomuerto. Todo lo tiraron en elprofundo agujero, antes de que fueratapado por las palas llenas de arena,la arena del olvido.

Al amanecer ya nada hacíarecordar lo que había sucedido esanoche.

El polvoriento camino brillabacon el sol de la mañana. En los secosy extenuados campos circundantes

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pastaban las ovejas de un pastorjudío que estaba sentado en unapiedra y con gran parte de la caratapada por una amplia capucha.

Aún se encontraba allí, en estamisma postura, cuando un batallón decaballeros apareció por el camino.Armados hasta los dientes avanzaroncon sus caballos. Sus armadurasmetálicas resplandecían con losrayos del sol. Con las riendasfrenaron los caballos.

—¡Eh, pastor! —profirió ellíder del batallón—. ¿Cuánto tiempollevas sentado en esa piedra?

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El pastor levantó la mirada.—¡Responde si no quieres que

te corte la lengua! —amenazó elcomandante.

—Estoy sentado aquí desde queel sol salió por la montaña —murmuró el anciano.

—¿Has visto a una troparomana que ha pasado por estecamino? —prosiguió el jefe de loscaballeros.

El anciano negó con la cabeza.—Solo las ovejas me han

acompañado desde esta mañana, nohe visto ningún romano. No, desde

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que me siento aquí para que pastenmis animales.

—Te quiero creer —respondióel comandante bruscamente—. Sabesque si mientes te irá bastante mal.

El caballero golpeó con lasespuelas a su caballo y el resto delbatallón le siguió. Las ovejastemerosas se agolparon rápidamentea los lados mientras los caballosgalopaban a través del rebaño. Elperro ladró con fuerza pero en cuantoel batallón desapareció por la colina,volvió a tumbarse en la hierba a lospies de su amo.

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—Os tendría que haberpreguntado a vosotras —musitó elanciano dirigiéndose con una sonrisaa sus ovejas—. Le habríais contadouna historia bien diferente. Pero nosois más que ovejas, no más que unasbobas ovejas que balan.

Monasterio de Ettal enOberammergau, Baviera, Alemania.

Más de dos mil años mástarde...

La pálida luz lunar sumergió elvalle, al suroeste de Oberammergau,en una ilusoria luz plateada. En laaparente tranquilidad nocturna, a la

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umbría de la Notkarspitze de casidos mil metros de altura, seencontraba la suntuosa abadíabenedictina. Unos pasos resonaronpor el claustro. Apresurados pasos,agitados pasos, pasos que hacíanretumbar el miedo del fugitivo entodos los muros del monasterio.Como una sombra volaba la figuraoscura por la noche. La negra túnicade monje se fundía con el fondo ysolo cuando la plateada luz de la lunaacariciaba la ondeante túnica sepodía vislumbrar que escondía unhombre debajo. Un hombre al que la

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muerte le sentenciaba, un hombre quetemía a la muerte, una muerte de laque no tenía escapatoria.

El ladrido de un perro irrumpióen la oscuridad y retumbó por losvenerables muros. Su respiración seaceleró, su corazón palpitaba a todavelocidad cuando se vio forzado adetenerse en una oscura esquina de lacapilla. Sus fuerzas se agotaban.Miró temeroso alrededor y afinó susoídos en la tiniebla. Quien le seguía,¿había desaparecido?

El ladrido del perro enmudeció.Había vuelto la calma. Todos

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dormían, solo los dos farolillosfrente al gran portón emitían unaatenuada luz. Inhaló profundamente ylentamente recuperó la respiración.

Cuando hace varias semanas sereunió con aquel viejo hombre, cercade Garmisch, no se hubiese podidoimaginar que pronto temería por suvida. El anciano de vigilantes ycristalinos ojos azules revoloteabavivaz y, a veces, perspicazmente deun lado para otro; mostraba la granfuerza y energía que aún residía en sucuerpo a pesar de su avanzada edad.Sabía que se había implicado en un

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juego peligroso pero no llegaba adiscernir la dimensión real delpeligro en el que se encontraba porhaberse llevado consigo los dosfragmentos.

A muy temprana edad habíaofrecido su vida a Dios, cambió suropa por los hábitos de monjebenedictino. Durante mucho tiempoDios y la fe en él constituyeron parteesencial de su vida hasta que losaños en la Facultad Eclesiástica deErlangen despertaron una sedinsaciable en búsqueda de la verdad,la fe ya no le bastaba. Quería saber,

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conocer realidades que sedesarrollaron hace más de dos milaños en el otro extremo del mundo.Muchos viajes le llevaron hasta lasciudades en las que Jesús de Nazaretactuó. Como misión de la Curia,buscó huellas, artefactos, respuestasa todas sus preguntas. En cambio, loshallazgos provocaron en él máspreguntas e intensificaron sus dudas.Sabía que había pecado, habíapecado frente a sus hermanos, frentea la Iglesia, frente a Dios, elTodopoderoso al que antes habíaservido fielmente. Pero Dios lo

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castigó. Se cayó y Dios no loprotegió. Una complicada fracturaósea que no se curaría bien y ledificultaba la capacidad de andarpuso fin a su pecaminosa búsquedade la verdad. Por eso regresó allugar, donde hacía numerosos añoshabía sellado su enlace sagrado conDios. Quería hallar la paz, pero eldesasosiego y la búsqueda derespuestas a sus perturbadoras eincesantes preguntas nunca le dejarondescansar. Sabía que la herida de supierna era un estigma que Dios habíapreparado para él.

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Su respiración se hizo profunda,el corazón le latía tranquilamente conun ritmo acompasado. Habíatranscurrido casi media eternidad.Ya no podía escuchar a losperseguidores. Dio un paso haciadelante y acechó desde su escondite.El ruido metálico le hizo retraerse.Se giró y en ese instante sintió comosi su cabeza explotara con uncegador rayo de luz. Llegó a percibirel golpe sobre el frío suelo de piedrapoco antes de que la oscuridad leenvolviera.

Cuando recuperó la consciencia

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le ardían en dolor las articulaciones.Poco a poco abrió los ojos. La luz dela vela titilaba. Intentó concentrarsepero el dolor lo tenía atrapado. Sinninguna fe cerró los ojos. Todo elmundo se había vuelto contra él.

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1ª PARTE. Oculto en elvalle del cedrón

«Por mi vida, oráculo del SeñorYahveh,

que yo no me complazco en lamuerte del malvado,

sino que en que el malvado seconvierta de su conducta y viva».

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1

Jerusalén, al este del monte delTemplo, un día más tarde

-¡Debéis tener más cuidado! —aconsejó Jonathan Hawke a sus doscompañeros que intentaban colocaruna pesada y larga columna demadera a través del oscuro foso.

—Ya lo tenemos, profesor —objetó Tom Stein—. Pero debemosevitar que la excavación se vengaabajo. Necesitamos un soporteseguro para poder aplicar el

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encofrado.—Ya lo sé —respondió el

profesor—, precisamente por esodigo que tengáis cuidado. No quieroque el hoyo se desmorone, tenemosun estricto cronograma que cumplir.

Moshav Livney sonrió.—Creía que se preocupaba por

nosotros —bromeó con un guiño.Los yacimientos se encontraban

alrededor de la vieja ciudad deJerusalén, cerca de la Puerta delLeón en la carretera hacia Jericó.Durante las tareas de pavimentaciónse encontraron armas y artilugios

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romanos que databan de la época delnacimiento de Cristo, bienconservados gracias al suelo deadobe. Justo debajo del antiguo murode la ciudad se iniciaron lasprimeras excavaciones. El Institutode Arqueología de la Universidad deBar-Ilan de Tel Aviv encargó estetrabajo al profesor Chaim Raful y alexperto americano en Historiaromana, el profesor Jonathan Hawkede la Universidad de Princenton.Junto a los estudiantes de laUniversidad de Bar-Ilan,participaban arqueólogos y

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científicos de todo el mundo.Supuestamente los obreros toparon,sin saberlo, con los restos de unaguarnición romana. Y ahora sedesentierran objetos de la época casicada hora. No obstante, el equipotenía claro que debían excavar másprofundamente para sacar a la luz lostesoros del insondable olvido.

El sol quemaba con fuerza laciudad. La camisa de Tom se pegabaa su piel empapada en sudor.

—¿A qué profundidad crees quese encuentra la verdaderaconstrucción? —preguntó a su colega

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israelí al que no le iba mucho mejor.—Estimo que al menos un metro

más profundo —contestó Moshavmirando la delgada y oscura fosa.

—No es posible continuar sinestabilizar previamente las paredeslaterales —objetó Tom—.Necesitamos más material: barras ylistones de madera estables.

—Se lo comunicaré a Yaarapara que informe a Aaron de quenecesitamos más tablones de maderay encofrados —anunció Moshav y semarchó hacia el almacén principal.

Tom se tumbó a reflexionar bajo

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la sombra de un olivo. Hasta hora sehabían ejecutado cuatroexcavaciones en todo el recinto quese extendía a lo largo de la carreterade Jericó, al oeste del monte delTemplo. Junto a este lugar sehallaron los primerosdescubrimientos, en medio delolivar. Al otro lado de la carretera seperforaron otros tres hoyos de losque se extrajeron armas,equipamiento, joyas y vajilla. Sinduda, aquí se encontró un almacénromano que se extendía por la umbríadel templo romano en dirección

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norte. Los primeros hallazgos,artilugios de cerámica y arcilla,habían sido datados por GinaAndreotti, experta en arqueometría,mediante la clasificación temporal derestos y mediciones cronológicas.Procedían de la época del nacimientode Cristo. Los cálculos de Ginaquedaron posteriormente ratificadospor las comprobacionesradiométricas llevadas a cabo en laUniversidad de Tel Aviv. En cambio,para los historiadores estos hallazgosno desvelaban aún ninguna sorpresa.Era evidente que una gran cantidad

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de artilugios dormitaba en lasprofundidades de la tierra, a laespera de ser descubiertos.

Repicaron las campanas de lacercana iglesia de la Magdalena.Tom le dio un fuerte trago a labotella de agua y miró a sualrededor. Dos mil años de historiabajo sus pies y que aún no podíacontemplar. Había dormido mal, nopodía apartar de su mente ladiscusión con Yaara. Tom se habíaenamorado de la atractivaarqueóloga pero no sentía que suamor fuese correspondido. Desde la

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riña de ayer, se hacía la esquiva. Tansolo hacía dos días que dormíanentrelazados en su tienda decampaña.

—Estás pensativo —pronuncióel profesor Hawke, al que todosllamaban John, sacándolo de sustaciturnos pensamientos.

Tom levantó la mirada.—Yo... Yo...—¿Es por Yaara?—¿Yaara? ¿Por qué Yaara?Hawke sonrió.—Venga, es un secreto a gritos

que hay algo entre vosotros —

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manifestó en un tono paternal—. Nopodéis seguir escondiéndolo. Almenos, no delante de mí. Sabes quees mi especialidad desvelar secretosbien guardados.

Tom miró al brillante cielo azul.—No sé...—Todo irá bien —le

tranquilizó el profesor—. Lasmujeres a veces tienen cambios dehumor, en todos los sitios del mundoes así. Dale tiempo.

—Quizás tengas razón —contestó Tom de un modo reflexivo.

—Y, ¿qué tal estáis avanzando

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por aquí? —preguntó Hawkecambiando de tema.

Tom señaló la zanja.—El fondo es frágil. No

podemos entrar ahí hasta que lasparedes no estén encofradas. Moshavha salido a pedir el material.

—Creo que aquí se encontrabanla cocina y el comedor —conjeturóel profesor—. De esta excavaciónhemos desenterrado muchas piezasde arcilla. ¡Si pudiésemos excavar unpoco más profundo!

—Creo que con un par de vigasy tablones podemos asegurar la

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excavación. Quizás tengamos querellenar primero los márgenes con unpoco de tierra.

Hawke posó su mano sobre elhombro de Tom.

—Entrad solo cuando estéiscompletamente seguros de que lasparedes aguantarán. No podemosarriesgarnos. Estoy convencido deque puedo confiar en mi ingeniero.Por seguridad te enviaré a Aaron.

Tom rechazó la propuesta.—No es necesario, lo necesitan

en la primera excavación. Aquí yanos las arreglamos.

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Tel Aviv, Universidad de Bar-Ilan

En el pequeño seminario de laUniversidad de Bar-Ilan de TelAviv, el profesor Chaim Rafulpresentaba con orgullo a una pequeñacomisión de periodistas extranjeroslas piezas halladas en lasexcavaciones bajo el monte delTemplo, limpias y parcialmentereconstruidas.

Restos de jarras de cerámica,espadas con empuñadura de anillo delos legionarios romanos en buenestado de conservación, varias

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monedas de plata con el contorno delemperador Tiberius Claudius Nero,una cacerola de bronce, frascos deperfume, puntas de flechas y lanzas,joyas, diminutas figuras de bronce,pasadores y horquillas para el pelode mujeres romanas. Cuatro grandesmesas estaban ocupadas con todoslos artilugios de la zona de trabajojunto a la carretera de Jericó.

—Esperamos hallar pronto losrestos del asentamiento romano —subrayó el profesor Chaim Raful—.Puesto que hemos encontrado unarica paleta de armas y objetos de uso

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diario, así como joyas de las mujeresromanas, partimos del hecho de queestamos ante el hallazgo de unenclavamiento romano, mejor dicho,una guarnición. Como allí tambiénvivían féminas romanas y solo losoficiales de mayor rango tenían elprivilegio de estar acompañados porsus familias en la zona de ocupación,suponemos que dentro de laguarnición romana también existenviviendas. Esperamos con granexpectación el progreso de nuestrotrabajo.

—¿Cuántos años tienen los

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descubrimientos? —inquirió unaperiodista con el logotipo de AP ensu chaqueta.

Chaim Raful carraspeó.—Según la datación de nuestros

expertos, estamos ante hallazgos delsiglo del nacimiento de Cristo. Elmás antiguo tiene unos tres milquinientos años pero la mayoría deobjetos, especialmente los mássuperficiales, tienen unos dos milaños.

—Hemos conocido hallazgosmucho más antiguos —afirmó unperiodista inglés—. ¿Qué hace que

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estas excavaciones sean tanespeciales? En Israel cada mes sedesentierra un lugar distinto.

Chaim Raful sonrió.—Tiene razón, señor. En

cambio, estas piezas indican quehemos hallado un asentamientoromano ocupado por legionarioscuando Yeshua murió en la cruz. Esposible que allí vivieran incluso lossoldados responsables de la debidacrucifixión.

—Se refiere a Jesucristo —protestó el inglés.

—Me refiero al hijo del

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carpintero de Nazaret —replicóChaim Raful—. Se le han dadomuchos nombres, algunos hasta lollaman el Salvador del mundo. Nodeseo prometer mucho, ni levantargrandes expectativas, pero estasexcavaciones pueden contribuir a quetengamos una nueva visión de aquellaépoca. Incluso una nueva imagen delmismo Yeshua.

Un halo de suspiros atravesó laaudiencia de periodistas.

—Ahora, céntrense en estosobjetos —demandó Chaim Raful alos presentes—. Deben ser nuestra

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principal preocupación y no mimodesta existencia.

El decano Joshua Ben Yerud,jefe del Departamento deArqueología de la Universidad deBar-Ilan estaba de pie junto alprofesor Raful.

—No saque tanto a relucir,Chaim —susurró con disimulo—. Yaestán concedidos los fondos paratodos los trabajos de excavación. Nonecesitamos más publicidad.

Chaim sonrió.—No nos dañará ser un poco el

centro de atención de los medios.

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Los dos sabemos que el Ministeriopuede cambiar rápidamente deopinión.

Los periodistas iluminaron consus cámaras las piezas deexposición. La joven de la agenciaAP se giró de nuevo y coninquisidores ojos miró a ChaimRaful.

—No hablaba en serio,¿verdad?

El profesor volvió a carraspear.—Nunca podemos saber en qué

aventura nos hemos embarcadocuando escarbamos en la tierra y, por

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ende, en nuestra historia. Perotenemos algunos ligeros indicios deque podremos añadir un par deaspectos nuevos a la historia deYeshua.

La mujer sonrió conescepticismo.

—¿Qué indicios son? En lamesa podemos observar artículoscomunes de los que se encuentrancasi en cualquier excavación. Al finy al cabo el Imperio romano seextendió por casi medio mundo.

El profesor Chaim introdujo lamano en el bolsillo de su chaqueta.

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—En realidad quería esperar aexaminar con más detenimiento estetesoro hallado —comentó el profesormostrando la reluciente foto.

—¿Qué es eso? —preguntó laperiodista después de haberestudiado un rato la imagen.

—Es una especie de aplique, unretrato en forma de plato de pared, sudiámetro es de aproximadamentediez centímetros —explicó elprofesor—. Es de arcilla y estabaroto en tres pedazos.

—Es la escena de lacrucifixión, ¿verdad?

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—Fue el hallazgo número tres—continuó el profesor—. Según losprimeros análisis tiene casi dos milaños. La crucifixión de Cristo tuvoque ser un hecho tan espectacular quelos artistas romanos quisieronplasmarlo para la posteridad.

—¿Un artista romano?—Romano con seguridad —

contestó el profesor señalando larepresentación de la figura sobre lacruz de Cristo.

—¿Y quién está sobre la cruz?—preguntó la periodista.

—Dios —respondió con

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sequedad el profesor—. Por esosabemos que tuvo que ser romano.Los judíos tenían prohibido crear unaimagen de Dios.

—Entonces, ¿se puede deducirque se podrá averiguar más sobre lamuerte de Cristo?

—Puede ser que hastaencontremos indicios sobre laubicación del cadáver —pronuncióel profesor bajando la voz.

—Yo creía que la iglesia delSanto Sepulcro...

—Olvide todo lo que haya leídoo escuchado hasta el momento —

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expresó Chaim Raful en un tono serio—. En aquella época Jesús fue unrevolucionario, un enemigo de lasautoridades. No creerá que a losromanos les bastó con matarlo, ¿quépasaría con su tumba?

La joven se encogió dehombros.

—Se hubiese convertido en unsímbolo de la resistencia —explicóRaful—. Eso no se lo podíanpermitir los romanos. Se jugabandemasiado. Existen indicios de quesacaron de la ciudad el cuerpo deCristo.

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—¿Quiere decir que Jesús nofue enterrado en el monte deGólgota?

El profesor torció el gesto.—Ya veremos lo que nos

revelan los yacimientos. Denos unpoco de tiempo.

—Pero ahora no me puededespachar así —objetóenérgicamente la periodista—.Primero me enseña una foto ydespués me pide que tenga paciencia.

—Todo a su debido tiempo —exhortó Chaim Raful—. Examine conintensidad nuestros hallazgos, solo

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esto ya merece la pena.La mujer deseaba replicar algo

más cuando el profesor se giró yabandonó apresuradamente elseminario.

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

—Con esto nos ha hecho unflaco favor —manifestó con enfadoJonathan Hawke—. No solo no seatiene a lo acordado, sino queademás comenta sus dudosas teoríasy los periodistas lo engullenencantados. Es una insolenciainfundada. No tiene ni idea de las

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consecuencias de sus actos. Dentrode poco todo esto estará lleno debuscadores de tesoros. Podría...

—Solo ha intentado darnos unpoco de publicidad —interrumpióAaron Schilling—. El Gobierno haprometido nuevos fondos pero siseguimos a este ritmo con loshallazgos y nuestro campo se amplía,entonces no habrá suficiente con lafinanciación recibida.

Hawke golpeó con el puño en lainestable mesa de camping.

—No tendría que haber dichoesto —replicó.

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«¿Enterraron realmente a Jesúsen la falda del monte del Templo?»,versaba el titular de la primerapágina del Haaretz en su edición detarde. La periodista informaba sobrelos yacimientos en la carretera deJericó y el sensacionaldescubrimiento de un plato de paredromano que representaba la escenade la crucifixión. Se citaron loscomentarios del profesor ChaimRaful sobre la tumba de Jesús y undibujante elaboró una imagen delplato que se exhibía junto al artículo.

—Al menos la periodista ha

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tenido buena memoria —afirmó TomStein después de observar el dibujo.

—Faltan un par de detalles —contestó Moshav.

Después de la cena conjunta sehabían reunido en la tienda deJonathan Hawke quien habíadescubierto el titular en el periódicode la tarde. Estaban presentes todoslos responsables de lasexcavaciones: el profesor Hawke,director del yacimiento; AaronSchilling, director técnico; el doctorJean Marie Colombare, especialistade la técnica de medición e

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informático; la doctora GinaAndreotti, experta en datación; eldoctor Moshav Livney, estudioso delpasado romano de Israel; la doctoraYaara Shoam, su ámbito era latraducción de textos antiguos; y TomStein, el arqueólogo e ingeniero civilque actuaba casi como ayudantetécnico de Aaron Schilling.

El profesor Hawke convocóapresuradamente la reunión. En elpequeño campamento creado con lastiendas bajo el monte del Temploprevalecía una agitada actividad.Hawke ordenó que se instalaran

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faros para poder iluminar losyacimientos por la noche.

—Tenemos que repartirnos lasguardias —pronunció—. Además,alrededor del recinto se levantaráuna valla protectora. Tenemos queestar preparados para todo.

—Estamos en Jerusalén y no enmedio de Nueva York —protestóYaara—. No creo que tengamosningún problema.

—¿Cómo puedes estar tansegura? —preguntó Tom.

—Nuestro pueblo ha aprendidolos valores de la disciplina y

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obligación —argumentó Yaara—.Desde hace años vivimos en una isla,rodeados de enemigos. En 1967 y1973, así como a lo largo de todaslas décadas, intentaronexterminarnos. Al norte estallantodos los días misiles de Hisbolahpero seguimos existiendo.Sobrevivimos porque nos sentimosobligados ante la tradición de nuestroPadre y permanecemos unidos.

—¡Ya! Y tú quieres decir quecon eso es suficiente —refutó Tom—. ¿No necesitamos ninguna vallaporque sois las mejores personas del

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mundo y porque en nuestra sociedadsolo existe codicia y ansia de riquezay poder?

—Precisamente un alemán nodebe decirnos eso —contestóenfadada Yaara.

Tom, confuso, bajó la mirada alsuelo.

—Señoras y señores, este no esel momento de discutir sobre la valla—intervino Jean con voz calmada.

—John tiene razón. Tenemosque estar preparados ante posiblesaventureros y buscadores de tesorosque intenten llevarse algo. Tenemos

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que estar protegidos ante cualquierevento.

De repente, escucharon unosfuertes gritos que procedían delexterior. Todos se levantaron de unsalto y se apresuraron en salir. Ariel,el responsable de los becarios, entróprecipitadamente en la tienda.

—¡Venid deprisa! —gritó—.Dos intrusos, los hemos pilladocuando querían entrar en laexcavación cuatro. Creo que uno másse ha caído dentro.

—Tom y Moshav corrieron enla dirección indicada. La excavación

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número cuatro se encontraba junto ala carretera. La menguante lunailuminaba tímidamente el inicio de lanoche. Los faros irradiaban elcercano muro de la ciudad. Aúnhacía una temperatura de 25 grados,en el verano no llegaba a refrescarde verdad por la noche. Elcampamento de tiendas quedabaatrás. Un grupo de estudiantes ytrabajadores que colaboraba en lasexcavaciones rodeaba el foso. Tom yMoshav llegaron inmediatamente.

—Rápido, se ha caído —gritóuno del grupo.

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Tenían atrapados a dosindividuos. Por la estatura se podíadeducir que eran niños, adolescentesquizás.

Tom entró en el margen de laprofunda excavación. De uno de losestudiantes circundantes agarró unalinterna y alumbró hacia la oscurazanja. En el fondo yacía el cuerpoinerte de un joven.

—Voy a bajar —afirmódecididamente—. ¡Rápido, unacuerda y llamad a la ambulancia!

Apresuradamente le tiraron unacuerda que se ató por la cintura.

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—Ten cuidado, las paredes aúnno están aseguradas —pronuncióMoshav dándole una palmada en elhombro.

Tom lo miró a la cara.—Ya lo sé —aseguró.Puso el pie en la pesada

columna de madera que habíancolocado por la mañana. Moshav erael primero que sujetaba la cuerda deseguridad.

—Amarrad el extremo en elárbol de ahí atrás —le gritó a losestudiantes.

Cuando la cuerda estaba tensa,

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Tom comenzó a descender por laexcavación de casi tres metros deprofundidad. Poco a poco Moshaviba soltando cuerda.

—¿Vas bien? —gritó hacia elfoso.

—Un poco más deprisa —respondió Tom.

Finalmente llegó al suelo. Seinclinó hacia el herido. Con lalinterna que se había metido en elbolsillo del pantalón alumbró aljoven. No debía tener más de diezaños. Sus ojos estaban cerrados peroel pecho se elevaba y descendía.

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—¡Vive! —exclamó mirandohacia arriba y prosiguió con suchequeo superficial. Cuando palpó lapierna del herido percibió lafractura.

—Se ha roto una pierna —gritó—. Tenemos que subirlo.

En su interior maldecía que esamañana no hubiesen colocado lapolea como estaba previsto. Pero élhabía mandado a Aaron a la ciudadcon el camión para recoger lasbarras de madera y el material deconstrucción.

—No tenemos ninguna camilla

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—contestó uno de los trabajadores.Tom siguió maldiciendo. Con

cuidado levantó al joven. Un suspirosalió de los labios del herido quecolgaba dormido entre los brazos deTom.

—Tirad con cuidado —ordenó.La cuerda se tensó. Sintió la

tracción en sus caderas. Pero, ¿cómoiba a apoyarse en las paredes?

Con el brazo izquierdo abrazóel cuerpo del niño. Cuando perdió elcontacto con el suelo, se apoyó conla mano derecha en la pared.Despacio pero seguro se desplazaba

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hacia arriba, cada vez estaba máscerca del margen de la excavación.El sudor salía por todos los poros desu cuerpo, por la frente descendíanlas gotas. Los segundos parecíantranscurrir a cámara lenta. A lo lejosse empezó a escuchar el ruido de unasirena. El cuerpo pesaba cada vezmás. Tuvo que volver a apretarlopero estaba bien agarrado, como unnáufrago a su flotador. Cuando ya nole quedaban más fuerzas, sintió unfuerte brazo que lo agarraba y tirabade él junto con el chico. Sinrespiración se tiró al suelo, justo al

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lado de las piernas de Yaara. Pudover sus asustados ojos.

—El yacimiento podría habersederrumbado —exclamó preocupada—. ¿Estás herido?

—¿Cómo está el chico? —preguntó casi sin poder articularpalabra.

—El personal sanitario ya estáaquí —contestó Yaara inclinándosehacia él.

Cariñosamente acarició la caradel exhausto Tom con su pañuelo.

—Está bien, ha recobrado elconocimiento —anunció Moshav

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quien se aproximó inadvertidamente—. Los otros dos chicos estántemblando de miedo. Queríandivertirse y buscar secretamentealgunos artilugios, pero parece quese les torció el plan.

—¿Entiendes ahora quetengamos que asegurar el recinto? —se dirigió Tom a Yaara.

Asintió con la cabeza mientrasle secaba el sudor de la frente.

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2

Roma, la santa ciudad

El cardenal Giuliano Borghesecolocó el periódico doblado sobre elescritorio macizo de caoba y con lamano rascó su birrete escarlata. Conuna mirada inquisidora le comentabasus impresiones al hombre queestaba sentado al otro lado de lamesa.

—El profesor Raful ya publicósus teorías hace tres años en unarevista de arqueología —explicó

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Pater Leonardo de Michele,secretario del Santo Oficio—. Yanos conocemos. Es un ateoreconocido. Ya nadie toma en seriosus perturbadas ideas.

El cardenal negó con la cabeza.—Yo no estaría tan seguro. Este

aplique encontrado en losyacimientos podría ser peligroso.Además, afirma que espera encontrarmás material que refuerce su teoría ydemuestre que Jesucristo no fueenterrado en Jerusalén.

—Incluso si eso fuese cierto —interrumpió el secretario—, nuestra

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Iglesia ya ha sobrevivido otrosataques mayores. ¿Qué va a poderhacer un hombre solo? HermanoGiuliano, hay tantas historias yconspiraciones en circulación que yano importaría una más o menos.Masones, sociedades secretas...Todos estos mitos y leyendas han idoapareciendo y desapareciendo a lolargo de los siglos pero no hanconseguido derrumbar a nuestra santamadre Iglesia.

—Independientemente de eso,debemos ser precavidos —objetó elcardenal Borghese—. Tenemos que

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dirigir ahora toda nuestra atención aJerusalén, a todo lo que se acontezcaen el monte del Templo. Tenemosque ser los primeros en enterarnos,así podremos reaccionar a tiempo ycon contundencia.

Pater Leonardo se levantó y sedirigió hacia la ventana. Fuerabrillaba el cielo de mediodía. Miróhacia el exterior y, pensativo,observó el escudo del Vaticano quedecoraba el césped bien cortado delparque frente al Palacio delGobierno.

—Debo admitir que siento

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simpatía hacia esta idea —pronuncióPater Leonardo—. Le recomendaréal cardenal prefecto que envíe unespía secreto a Jerusalén.

—Estaría bien que pudiésemosparticipar en las excavaciones —sugirió el cardenal Borghese—. Deeste modo, nuestro enviado no seperdería ningún detalle y podríamosintroducir las medidas necesariascon tiempo suficiente en casonecesario.

El padre sonrió.—Y, ¿en qué medidas está

pensando cardenal Borghese?

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El cardenal frunció el ceño.—En todo momento debemos

poder reaccionar debidamente y laintensidad de nuestra reaccióndepende de la peligrosidad de loshallazgos que aún se esconden en laTierra Santa.

Pater Leonardo se giró y volvióa su escritorio pasando por la pesadafigura.

—Solo conozco a una personaque puede regular esta situación deacuerdo con nuestros intereses.

—Y, ¿a qué espera, Pater?—¿No debería tomar esta

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decisión el prefecto?El cardenal Borghese negó con

la cabeza.—Solo perderíamos tiempo.

Falta toda una semana para que elprefecto esté de vuelta en Roma y nome parece una buena idea informarlopor teléfono. Como miembro delConsejo considero una imperantenecesidad que podamos introducirlas medidas necesarias a tiempo. Porfavor, Pater, póngase en contacto consu hombre y acuerde una cita con éllo antes posible.

Pater Leonardo reflexionó por

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un momento. Finalmente asintió y sedirigió al teléfono. Pausadamentemarcó el número mientras elcardenal Borghese golpeabaimpacientemente con los dedos sobrela mesa. La conversación fue breve.Después de que colgara, el cardenalmiró con inquietud a Pater Leonardo.

—Y, ¿ha conseguido algo? —preguntó vehementemente.

—Usted me apoya en esteasunto y supongo que también acatarálas órdenes del prefecto —cuestionóPater Leonardo ardorosamente.

El cardenal Borghese se

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levantó. Era una imponenteaparición. Con casi sus dos metrosde altura y sus ciento treinta kilos depeso parecía como una roca entre eloleaje.

—No me hubiese dirigido austed si no me tomara en serio estacuestión —respondió con frialdad.

El padre asintió con la cabeza.—En una hora parto hacia el

aeropuerto.—¿Han quedado en Jerusalén?—No es una buena idea. Mi

persona de contacto me espera enParís —respondió el padre—. Si le

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dedicamos a la cuestión demasiadaatención haremos que se convierta enun asunto verdaderamenteimportante. Y eso es precisamente loque tenemos que evitar. No creo quedebamos tomar posiciones en cuantoa las teorías de Raful y losyacimientos. Encontraremos de otromodo la forma de proteger nuestrosintereses.

—Confío en que su influenciasea realmente suficiente —suspiró elcardenal.

—Puede confiar en ello —replicó Pater Leonardo de Michele.

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Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

El resto de la noche transcurriócon tranquilidad. Los tres intrusos,jóvenes de la zona, sintieroncuriosidad por las excavaciones. Elchico que se había caído, de tan soloonce años de edad, se llamaba Jacoby dentro de lo malo había tenidosuerte. Además de una fractura en lapierna y un golpe en la cabeza, solotenía que soportar un par dedolorosas contusiones que norevestían gravedad alguna.

—Podría estar muerto —

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pronunció Gina mientras le acercabaa Tom un cuenco de tornillos.

Alrededor del recinto, lostrabajadores levantaban postes demadera para poder proteger elespacio con una valla. Aaron habíaconseguido aquella misma mañanaque dispusieran de materialsuficiente. La agitación de la nocheanterior aún se podía leer en la carade los miembros del equipo dearqueólogos.

—Pero no está muerto —contestó Tom—. No tenemos queestar imaginándonos siempre todo lo

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que podría haber pasado. Se ha rotouna pierna y tendrá que estaringresado unos días. Tiene doloresde cabeza, puede que le ayuden apensar un poco en la tontería que hahecho.

El profesor Hawke se acercó alyacimiento en compañía de un oficialde policía.

—Maldito sea y encima ahoraesto —maldijo Tom mientrasapretaba las tuercas de la polea—.Ahora perderemos más tiempo, megustaría acabar con el encofrado estanoche, antes de que empiece a llover.

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Gina miró al brillante cieloazul.

—¡Lluvia! No estaría mal.Aunque todavía faltaba bastante

para mediodía, las temperaturas yahabían alcanzado los treinta grados.

—Hola Tom y Gina —saludóJonathan Hawke y señaló hacia suacompañante—. Es el teniente Halutzde la Comandancia de la PolicíaLocal. Está encargado del caso deayer y le gustaría hacerte variaspreguntas Tom.

Tom aceptó con una sonrisa y sesecó con el brazo la cara que tenía

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empapada de sudor.—Buenos días, señor Stein —

dijo formalmente el policía concierta distancia—. Usted es el jefe deobras responsable de estosyacimientos, ¿cierto?

—Bueno, en realidad hago detodo —contestó Tom.

—¿Usted es alemán?Tom miró con cierta

preocupación al oficial de policía.—¿Tiene eso alguna

importancia?El policía se quitó el sombrero

y negó con la cabeza. Después,

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sonrió.—No, ni mucho menos lo que

usted está pensando —respondió conun tono reconciliador—. Mi hermanavive en Alemania, cerca de Stuttgarty usted, ¿de dónde es?

Tom se relajó.—Soy de Gelsenkirchen en la

cuenca del Ruhr.—Sí, lo sé —dijo el policía

israelí—. Mis abuelos vivieron enLeverkusen... antes de que... pero esono importa ahora. Solo quería decirleque tuvo mucho valor metiéndose enla zanja, que sé que aún estaba sin

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asegurar, para salvarle la vida aljoven. He hablado con la familia. Hatenido suerte dentro de lo malo y seestá recuperando. Debo darle lasgracias de parte de la madre.

Tom estaba un pocosorprendido.

—Está bien —contestóbrevemente.

—Vamos a cerrar el caso —prosiguió el policía—. Los jóvenesrecibirán una amonestación perorealmente no eran unos ladrones. Hasido simplemente una gamberrada deadolescentes. Cuando se construya

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bien la valla, no volverá a pasar algoasí.

—Eso espero —manifestó Tom.El policía se puso de nuevo el

sombrero.—No quiero molestarle más,

tiene mucho trabajo —se justificóantes de girarse y se marchó encompañía del profesor Hawke.

Monasterio de Ettal enOberammergau

El superior de la PolicíaJudicial, Stefan Bukowski, salió alaire libre, introdujo la mano en lachaqueta de su abrigo y sacó un

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cigarrillo junto con un mecherodorado que le habían regalado en sudespedida como jefe deCoordinación de la Europol en LaHaya. El cadáver crucificado bocaabajo, clavado en unas barras demadera dentro de la despensa delantiguo monasterio, no había sido unaimagen agradable.

Por todas partes, el cuerpo delpadre asesinado estaba lleno decortes y quemaduras. Sin duda, habíasido torturado antes de rajarle lagarganta. Las manos, mutiladas delcuerpo, habían sido clavadas en las

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barras de madera. Grandes clavos demadera que habían atravesado susmuñecas cuando aún vivía. La sangrede las heridas desveló que el corazónde la víctima, cruelmente mutilada,aún latía.

El suelo de piedra de la cámaraestaba bañado completamente ensangre. «Como un cerdo que se matapara despedazarlo», pensó Bukowskial ver por primera vez el muerto.Pero el noble entorno no secorrespondía con estos actos.

—Fue torturado antes deasesinarlo —acentuó la voz

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aterciopelada de una mujer a lasespaldas de Bukowski.

Bukowski apagó la colilla delcigarro en una canaleta cercana y segiró.

—Ya lo sé, tengo ojos en lacara —replicó con brusquedad.

Lisa Herrmann, la colega deBukowski, torció el gesto.

—Nadie se percató de nada —continuó informando la comisariaprincipal Lisa Herrmann—. Sushermanos dormían. Lo encontraronesta mañana cuando uno de suscompañeros vino a la despensa a por

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patatas.—Te refieres a uno de sus

hermanos, ¿no?—Me da igual. Hermanos,

colegas, padres, llámeles comoquiera —contestó molesta.

—¿Han terminado ya con laobtención de pruebas?

—No, todavía les llevarábastante —aclaró Lisa Herrmann y semarchó.

—¿A dónde vas?—El abad quiere hablar con

nosotros —replicó Lisa secamente.Bukowski carraspeó.

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—Yo también voy.—Nos espera en el refectorio.—¿Y dónde está eso?Lisa señaló un gran edificio, al

otro lado de los muros del convento.Bukowski se apresuró.

En la gran sala del refectorio sehallaba una larga mesa en el centro.Allí donde los hermanosacostumbraban a comer, reinaba unalúgubre tranquilidad. El abad estabasentado presidiendo la mesa con lacara escondida entre sus manos.

Solo levantó la mirada cuandoBukowski retiró de la mesa una silla

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y se sentó con un fuerte suspiro.—Es espantoso —masculló el

hermano Anselmo, abad delmonasterio—. El hermano Reinhardera para todos nosotros un queridocompañero de viaje. ¿Quién se puedeatrever a hacer algo tan espantoso?

Bukowski se encogió dehombros.

—Cuénteme sobre él —respondió.

El abad agachó la cabeza.—El hermano Reinhard era

miembro de nuestra orden desdehacía 36 años. Empezó aquí en Ettat,

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en nuestra compañía. Más tardeenseñó Historia eclesiástica enErlangen en la Facultad de Teologíay Arqueología. Conoció el mundo yviajó mucho. Colaboraba conexcavaciones y era un especialista enlenguas antiguas, daba igual quefuese latín, griego, arameo o hebreo.Era un hombre muy bien consideradoen el Vaticano y todos estábamosmuy orgullosos de que portara elhábito benedictino. Hace tres añossufrió un grave accidente en lasmontañas de Galilea. Se cayó dentrode un profundo yacimiento en el

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monte Meron. Como consecuenciasufrió en la pierna una complicadafractura que le impedía andar.Entonces volvió a nuestra orden ypermaneció aquí para reencontrar lapaz con Dios. Ha visto mucho de estemundo.

—¿Tenía enemigos? —preguntóBukowski.

—Somos hermanos de unamisma religión —replicó el abad—.No tenemos enemigos. Llevamos unaestricta vida según las reglas delsanto Benedicto.

La puerta del refectorio se abrió

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de un golpe y Lisa entró en elcomedor acompañada de un monje.El monje ocultaba el rostro con lacapucha de su hábito y mantenía sucabeza baja. Las manos las tenía enmudra de rezo.

—¿Qué sucede? —demandóBukowski.

—Es el hermano Franziskus,tiene algo importante que contarnos—explicó Lisa.

—Condujo al monje hasta elcomandante.

—¿Hermano Franziskus? —interpeló Bukowski.

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El monje alzó la cabeza. Lablanca piel de su rostro estaba llenade arrugas. El ojo derecho lo teníatapado.

—Que Dios me acompañe —comenzó el monje su desasosegadanarración—. El asesino está entrenosotros. Fue poco antes de laoración de la mañana. Escuché unruido y me levanté. Me dirigí a lapuerta y lo vi. Sus ojos estabanencendidos, su semblante marcadopor el fuego de la maldición. Ibavestido de negro y se giróbrevemente cuando salía de la celda

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de nuestro hermano. Cerré de nuevola puerta y me arrojé de rodillas alsuelo para rezar a Dios.

—¿De qué cámara salió elhombre? —inquirió Bukowski.

—No era un hombre, eraBelcebú, el adversario de Dios.Salía de la habitación de nuestrohermano Reinhard después dehaberle robado su alma.

El abad se levantó y se dirigióal hermano Franziskus. Le puso lamano sobre el hombro y el monje searrodilló. Suavemente, incluso concariño, el abad acarició la cabeza

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del hermano.—El hermano Franziskus con

frecuencia se confunde. Ve cosas queno son propias de este mundo,¿entienden?

Bukowski asintió y se dirigió asu colega.

—¿Habéis inspeccionado lacámara del asesinado?

—Efectivamente parece como sihubiesen rastreado la habitación. Laobtención de pruebas se estárealizando en estos momentos.

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3

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

El sol seguía oculto tras lasnubes. Aún daba la sombra en lasexcavaciones de la colina occidentalpero ya se podía presenciar un granajetreo. Tom había realizado todo eltrabajo con su equipo. Todo elrecinto de los yacimientos estabacercado con una valla protectora.Planchas de encofrado se elevabanpor los alzados que aseguraban la

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tierra suelta de las empinadasparedes. Dos amplios tablones demadera formaban un puente a travésde las excavaciones. Más allá deestos, se construyó la polea sobreuna base elevada. Un cesto pendía dela cuerda. A ambos laterales, unasescaleras descendían hasta el suelode la excavación.

—Esto es piedra pura —afirmóTom después de haber golpeado elsuelo con su cincel.

—En este lado está blando —respondió Yaara—. Suelo de adobe.

Tom frunció el ceño.

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—Qué raro. Las piedras estánlabradas.

Moshav, que se encontraba en laesquina opuesta ocupado con laextracción de pruebas, dejó su tareay miró a Tom.

—Yo también estoy topandocon piedra. Estimo unos treintacentímetros, más profundo no puedoexcavar.

Tom examinó la piedra talladaque sacó del suelo. Formaba casi uncuadrado y parecía un ladrillo.Moshav se elevó y se dirigió a Tom.

—¿Qué opinas? —le preguntó.

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Tom se encogió de hombros.—Puede ser algo así como un

muro —murmuró—. Quizás aquí seencontraba un edificio. En todo caso,estas piedras han sido trabajadas.

—Mirad aquí —exclamó Yaaray señaló una pieza de cerámicaincrustada en el suelo de adobe.

—Utiliza el pincel —leaconsejó Moshav.

Los oscuros ojos de Yaara seencendieron.

—¿Acaso piensas que voy autilizar el martillo de airecomprimido? —protestó con

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aspereza—. No es la primera vez quelo hago.

Moshav levantó las manos enademán de defensa.

—Parece que hoy estás un pocosensible —observó.

Tom había retirado más tierracon la espátula. Una segunda piedrasalió a la luz.

—Seguro que aquí se levantó unedificio —informó—. Las piedras sealinean una junto a otra, parece comosi fuesen los cimientos.

El sonido de una fuerte sirenairrumpió en todo el recinto.

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—Por fin, el desayuno —exclamó Yaara y se limpió el rostrocon el reverso de la mano. Su negropelo se lo había recogido hacia atrásen una cola de caballo.

—No es mala idea —murmuróMoshav—. A ver si así te pones demejor humor.

Yaara arrugó el gesto, le sacó lalengua e hizo una burla.

—Tom, ¿vienes? —le preguntó.Tom estaba arrodillado en el

suelo soltando la segunda piedra.—Solo quiero sacar esta...Se escuchó un estruendo. De

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repente, empezó a temblar la tierra.Yaara se cayó hacia las escaleras yse agarró con fuerzas. Moshav dio ungran salto.

—¡Cuidado Tom! —le advirtió.El temblor era cada vez más

fuerte. Tom intentó elevarse.—¿Qué es esto? —gritó cuando

notó que el suelo bajo sus pies seabría y cayó en la profundidad.Chilló con todas sus fuerzas.

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

—No saco nada en claro —manifestó Lisa Herrmann y leyó una

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vez más todas sus notas—. No hayningún indicio que nos pueda revelarquienes perpetraron el crimen. Elasesinado no había discutido connadie y desde que volvió almonasterio llevaba una vida retraída.Solo de vez en cuando abandonaba laabadía. El resto del tiempo sededicaba a los textos antiguos ytrabajaba ocasionalmente en laimprenta del convento. Cojeabapronunciadamente y unos incesantesdolores en la pierna no le dejabandescansar.

—Quizás era homosexual y un

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amante se haya vengado —supuso unjoven colega de la científica—.Últimamente se está escribiendomucho sobre eso.

—No fue un único asesino,fueron dos o más —prosiguió Lisa.

—Quizás un ritual satánico demuerte —propuso de nuevo el colega—. Al menos eso es lo que indican eltipo de tortura y la crucifixión.

—¿Qué significado tiene que locrucifiquen con la cabeza haciaabajo? Seguro que tiene unsignificado especial —preguntó Lisa.

—¿Qué quieres decir con eso?

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—el joven colega frunció el ceño.—Bueno, es posible que sea un

tratamiento simbólico con unprofundo significado litúrgico. Conesto se podría ir cerrando el círculode sospechosos.

Stefan Bukowski, en unaesquina de la sala de reuniones,escuchaba atentamente sin participaren la conversación mientras seacariciaba el bigote.

—¿Qué opinas de todo esto? —le preguntó Lisa.

Bukowski se encogió dehombros.

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—No sé por qué nos hanasignado este caso. Creía que estaera la Unidad de Crimen Organizadoy ahora tenemos que molestarnos concasos totalmente profanos. Lainspección responsable también sepodía haber encargado de esteasunto.

Lisa miró incrédula al jefe de subrigada.

—¿Eso es todo lo que tienesque decir?

Bukowski continuó peinándoseel bigote con cierto aire deaburrimiento.

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—Probablemente sea comoacaba de comentar nuestro benjamín.Posiblemente haya sido víctima de unamor frustrado.

—Pedro fue crucificado con lacabeza hacia abajo —observó Lisa.

—No sabía que fueses unaapasionada de la Biblia —dijoBukowski con cierto sarcasmo—,pero ya que estamos con esto,Espartaco también murió así despuésde que los romanos acabaran con larebelión de los esclavos. Por lovisto, los romanos se divertíanhaciendo sufrir a sus víctimas. Con

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los traidores no se andaban conmelindres.

Lisa se levantó.—Un momento. Pedro traicionó

a Jesús y a su credo. Espartaco eraun gran gladiador de reconocidafama, muy considerado por losromanos antes de que se convirtieseen el líder de la rebelión.

—Y en la película se convirtióal cristianismo por el amor a unamujer, si no recuerdo mal —acentuóBukowski—. ¿Te das cuenta? Essiempre el amor lo que enajena a laspersonas. Por eso estoy solo y

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pretendo seguir así.—Entonces, Espartaco también

fue un traidor —reflexionó Lisaensimismada.

—Y, ¿a quién habrá traicionadoeste hermano? —preguntó Bukowski.

—A Dios, quizás —contestóLisa con aire relajado.

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

Moshav y Yaara se agarrabanfuertemente a las escaleras. Yaaragritó aterrorizada cuando vio a Tomdesaparecer en la profundidad juntocon buena parte del suelo. El temblor

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paró. Un oscuro agujero de apenas unmetro de largo y un metro de anchose encontraba ahora en el lugardonde hacía apenas unos segundosTom se arrodillaba.

El suelo dejó de moverse y unaincomprensible tranquilidad reinódentro de la excavación.Consternados Yaara y Moshavseguían de pie junto a las escaleras.Pasaron unos segundos hasta quepudieron recobrar las energíassuficientes y reaccionar. Moshav fueel primero que pudo moverse. Seapresuró hacia el agujero y se tiró al

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suelo. Reptó los últimos centímetrospor el suelo de adobe. Podría volvera romperse otra ranura en el suelo.

Habían dado con una especie decueva. Al extraer las dos piedras,Tom había desestabilizado la bóvedade piedra provocando el derrumbe.

—¡Tom! —gritó agitadamenteMoshav en el quejumbroso agujero—. Tom, ¿te ha pasado algo?

Moshav no obtuvo ningunarespuesta. Examinó la perforación enla oscuridad pero no pudo reconocermucho.

—Tenemos que sacarlo —

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sollozó Yaara.—Pero con cuidado —advirtió

Moshav—. Ni siquiera sabemos si enla antigua edificación hay oxígeno.Tráeme una linterna.

Yaara escaló con las dos manoslas escaleras hacia el exterior. Nadieestaba cerca. Al final de la semanaempezarían a trabajar en laexcavación más reciente de lascuatro del olivar. Por eso estabanahora allí trabajando solos Moshav,Yaara y Tom. Pretendían introducirlas primeras medidas de seguridad yejecutar las excavaciones de prueba

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iniciales.—¡Socorro! —exclamó Yaara

al acercarse al pequeño campamento—. ¡Ayuda! ¡Tom se ha precipitadoen una cueva!

Todos los trabajadores yayudantes estaban reunidos alrededorde la mesa de desayuno en una grantienda.

—¡Tom se ha caído! —gritó denuevo Yaara desde la lejanía—.Necesitamos ayuda.

El profesor Jonathan Hawke dioun salto cuando vio entrar a Yaara enla tienda. El ligero viento trajo sus

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palabras hasta él.—¡Maldita sea! —sentenció y

se dirigió apresuradamente hacia ella—. ¡Rápido! Coged todo lonecesario para el rescate —ordenó—. No olvidéis las mascarillas deoxígeno.

Para el rescate, en caso dedesprendimiento, existía elcorrespondiente plan de emergenciaen cada yacimiento, así como unequipamiento de protección. Escierto que cuando los investigadoresinician las tareas de excavación latierra puede ceder o se pueden abrir

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entradas de cuevas o pasadizos. Dosmiembros del equipo estabanformados en primeros auxilios paraatender a posibles heridos.

Cuando Yaara alcanzó la tienda,se derrumbó extenuada.

—¡Rápido! —gritó casi sinrespiración—. La tierra se hamovido y Tom se ha caído a unacueva o algo así. Rápido, unalinterna... Rápido, Moshav está allí.

El profesor Hawke se inclinóhacia Yaara. La abrazó.

—El equipo ya está de camino—intentó tranquilizarla frotándole

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los hombros.Las lágrimas corrían por el

rostro de Yaara.—Tenéis que salvarlo —lloró

fuertemente.—Lo vamos a sacar —afirmó

con firmeza Hawke para que secalmara—. Cálmate, te lodevolveremos.

Steingaden en Pfaffenwinkel,Alta Baviera

La noche estaba oscura, lunanueva. Ni siquiera la clara fachadade la Wieskirche se discernía entrela oscuridad. Si la luz de la casa del

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sacristán no hubiese interrumpido laoscuridad, nadie se hubiese podidoimaginar que sobre aquella pequeñacolina, justo al final de la extensapradera, se escondía una verdaderajoya monumental.

Los dos hombres de negroocultaban sus cabezas bajo unpasamontañas negro difuminándoseentre la noche. Conocían exactamentela ubicación de la iglesia y desde quélateral podían entrar sin ser vistospor la pequeña puerta de la sacristíabajo la torre de las campanas.

Ya había pasado la medianoche.

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La luz de la casa del sacristán estabaprendida durante toda la noche. Ya losabían los dos intrusos que seencontraban en la zona desde el díaanterior y que habían estadovisitando la iglesia por el día. LaWieskirche de Steingaden se habíaconvertido en uno de los atractivosturísticos más visitados de la AltaBaviera, no en vano había sidodeclarada Patrimonio de laHumanidad por la Unesco. La obrade arte del rococó alemán atraía adiario a cientos de personas cuandohacía buen tiempo, incluso en

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invierno se perdían visitantes enPfaffenwinkel para poder rendirleuna visita a la pequeña iglesia. Peroesto poco tenía que ver con aquellosdos individuos. No teníansensibilidad alguna para poderapreciar la ornamental construcciónde la iglesia, ni siquiera la belleza,tranquilidad y bienestar del entorno.Tenían un objetivo bien definido, unatarea de máxima prioridad y solo poreso estaban allí.

La puerta de madera de lasacristía no ofreció ningunaresistencia. Tenían una llave que

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abría cualquier puerta o portón deesta construcción. No hablaban entresí, se entendían con solo una mirada.Cada uno conocía bien la tarea quetenía asignada y la importancia dedicho trabajo.

Una vez que entraronsilenciosamente en el edificio,sacaron sus linternas. Sigilosamentecruzaron la habitación y penetraronen el interior de la iglesia. A lasagrada obra de arte no le dirigieronni un vistazo. Lo único que lesinteresaba era el púlpito depredicación. Con las linternas

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buscaron el pedestal de madera hastaque descubrieron el lugar exacto. Elmás grande se arrodilló en el suelo eintrodujo un estilete en los orificiosque se dibujaban en la maderalacada. Le llevó un rato poder abrirel pequeño compartimento secreto.Apareció una cajita. El intrusoarrodillado lo agarró para abrirlo.Era un pequeño ataúd. Una pequeñallave de madera se encontraba en elinterior. No mucho más grande quesu dedo pulgar pero profusamenteornamentada. En la empuñadura sedistinguía un escudo. La cruz azul de

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Jerusalén resplandecía en el centrodel escudo.

De repente, se encendió la luz.—¡Ningún movimiento en falso!

—gritó bruscamente una voz grave—. Os he visto bien.

Un hombre mayor, junto a lapuerta de la sacristía, apuntaba conun arma a los dos intrusos.

—La policía está de camino —advirtió el hombre—. El arma estácargada, si os movéis, disparo.Ahora, manos arriba, que os puedaver bien.

El hombre mayor temblaba,

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gotas de sudor descendían por sufrente. El que estaba de rodillas selevantó pausadamente con el estileteescondido en la palma de la mano.Mientras que su compañero elevabalos brazos, se giró un poco y tambiénempezó a alzar lentamente los brazospero, repentinamente, dio un latigazocon el brazo derecho. Como un rayo,casi imperceptible, el cuchillo volódesde la mano del intruso. Alatravesar el aire, se escuchó unsilbido. Antes de que alcanzara suobjetivo, los dos hombres recobraronposiciones, rodando con gran

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precisión se desplazaron por el suelohasta que se pusieron a salvo. No seescuchó ningún disparo, tan solo unsonido gutural. Con los ojos bienabiertos de sorpresa y dolor, elhombre mayor cayó de rodillas. Elarma se le escurrió de las manos ychocó súbitamente en el suelo depiedra. En la iglesia este sonido seescuchó como un infernal estruendo.Los dos intrusos se erigieron conayuda de las manos.

—¡Andiamo! —ordenó el másalto a su compañero.

Se apresuraron hacia la puerta

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de la sacristía. Antes de que pasaranjunto al hombre que acababa dedesvanecerse, el primero se inclinóhacia el cuerpo y le dio media vuelta.Un charco de sangre se expandía a laaltura de su cabeza. Con los ojosabiertos miraba al techo. El más altosacó el cuchillo de la garganta delmuerto y salió corriendo siguiendolos pasos de su cómplice. Cuandoresonó el quejumbroso sonido de lasirena del apresurado coche depolicía, ya hacía un rato que ambosintrusos habían desaparecido. Elsacristán yacía bañado en sangre.

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4

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

Tom se despertó. Su cabezaparecía un hervidero, o una colmenaen la que cientos de abejas volabande un lado a otro. Abrió los ojos.Con la vista borrosa mirócuidadosamente a su alrededor.Estaba tumbado dentro de una tienda,la luz estaba encendida. Pese a laoscuridad del exterior unamortiguado ruido de maquinaria

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llegaba hasta sus oídos. Un paño fríoenfriaba su frente. Junto a la camilla,Yaara le sujetaba la mano.

—¿Qué... qué ha pasado? —preguntó con tono disonante.

Yaara humedeció sus labioscortados con un paño húmedo, seinclinó hacia él y le estampó un dulcebeso en la mejilla.

—Estás, vivo. Dios mío, estoytan agradecida —pronunció.

Su voz resonó frágil como uncristal.

—Me duele la cabeza —sequejó Tom y se tocó la frente con la

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mano libre.—El médico ha dicho que

puedes haber sufrido una ligeracontusión cerebral —explicó Yaara—. Pero tus huesos están intactos. Esun milagro. Te has caído en unacueva de unos dos metros deprofundidad.

—¿Una cueva? —preguntóTom.

—Te hemos tenido que rescatarcon un cabestrante —contó Yaara—.Moshav y el profesor bajaron hastaallí. Por suerte había suficienteoxígeno. Es una tumba, la están

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dejando al descubierto.—¿Una tumba? —repitió Tom

Stein—. ¿Cómo puede haber unatumba debajo del muro de unaguarnición romana? ¿Es de origenjudío o romano?

Yaara negó con la cabeza y surizado pelo negro se agitó de un ladoa otro.

—No es una tumba del tiempode los romanos. Según las primerasestimaciones data de la primera partede la Edad Media. El profesorHawke está convencido de que setrata de la tumba de un importante

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caballero. La tumba contiene unsarcófago de piedra en vez de unosario. Aaron ha estabilizado lacubierta. El profesor Raful tambiénha venido. Llevan trabajando toda lanoche.

Tom hizo ademán de levantarsepero Yaara se lo impidió con unaligera presión hacia atrás.

—Tienes que descansar o,¿prefieres que te lleve al hospital deHadassa? Si quieres puedo llamar ala ambulancia.

Tom se tumbó e intentó sonreír.—El doctor te ha mandado

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reposo —dijo Yaara con firmeza—.Y si no lo mantienes llamaré alhospital.

Tom levantó los brazos ensímbolo de rendición.

—Bueno, está bien. Haré lo queordene mi enfermera.

El acceso a la tienda se abrió,una fría corriente sopló dentro de lahúmeda tienda. Moshav entró, miró aTom y sonrió.

—No te podemos dejar ni unminuto solo —bromeó—. ¿Te cuidabien Yaara?

Tom asintió.

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—Es un poco estricta. ¿Quéhabéis encontrado en la tumba?

Moshav acercó una silla a sulado.

—Es todo una sensación —contestó—. Por lo menos comparadocon lo descubierto hasta el momento.

—No me tengas así de intrigadoy cuéntame ya lo que contiene latumba y cómo su contenido hallegado hasta allí.

—Aloja un caballero.Esperamos poder abrir mañana lapesada tapa del sarcófago. Aaron ysus hombres están trabajando en ello.

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Hemos encontrado restos de armas yartilugios de cerámica, una espada yla punta de una lanza. Todo indicaque proceden del siglo XI. Gina y elprofesor han traducido parte de lasinscripciones del sarcófago, están enlatín. Según esto, se trata de unpersonaje principal de losCaballeros Templarios quienesconquistaron parte de la ciudad.

—Un templario —repitió Tom,abstraído y pensando en lo quesignificaba este término—. Pero,¿qué hace la tumba de un templarioaquí? ¿Bajo las ruinas de un bastión

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romano casi mil años más antiguo?—Hemos descubierto una parte

del sepulcro —explicó Moshav—.El profesor argumenta que lostemplarios eligieron este lugar aconciencia porque aquí hay suficientematerial para la construcción de unacripta. Piedras, ¿entiendes? Inclusolos restos de la guarnición romanaque entonces estaban esparcidos porallí. Lo hemos visto, a solo unascapas de tierra se encontraba elalmacén romano que se prolongabahacia el oeste. Pero ya veremos.Quienes construyeron la tumba

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tuvieron mucho cuidado de que suvenerado no fuese encontrado confacilidad.

—¡Qué raro! —murmuró Tomreflexivo—. La tumba de untemplario en medio de Jerusalén y,además, ahí fuera, delante de laspuertas de la ciudad. Es bastantenotorio.

—Tendrías que haberescuchado hablar a Chaim Raful.Parecía un niño pequeño queencuentra los regalos debajo delárbol de navidad pero que aún no ledejan abrirlos.

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Después de que Moshavabandonara la tienda se volvieron aabrir las cortinas de la entrada. Elprofesor Chaim Raful entró en elhabitáculo.

—Me he enterado del accidenteque sufrió y quería saber cómo seencuentra —explicó.

Pero antes de que a Tom lediese tiempo a contestar, sonó elteléfono móvil de Chaim Raful. Elprofesor hizo un gesto de disculpascon la mano e inició la conversación.Fue breve.

—... Nos vemos entonces en mi

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habitación del King David, digamosen torno a las nueve —concluyó laconversación.

Escondió el teléfono y sedirigió junto a Tom.

—A pesar del lamentableaccidente que ha padecido, gracias asu trabajo contamos con un grandescubrimiento para la historia denuestro país. Es una pena que se hayadañado en esta tarea. Espero que serecupere pronto. Tom, deseoagradecerle su esfuerzo en nombre detoda la comunidad científica queestudia la Antigüedad.

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El profesor le tendió la mano aTom.

—Yo..., yo..., yo solo cumplíacon mi obligación —contestó Tom,algo aturdido.

Wieskirche en Steingaden,Baviera

—La llamada llegó a la centrala las 1:26 h —explicó el uniformadopolicía—. El coche de policíaapenas tardó 20 minutos en llegarpero ya era demasiado tarde. El jefede la Policía Local ha decididoinformar a la LKA ya que se trata delsegundo asesinato de un clérigo en

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cuestión de tres días.El comisario jefe de la Unidad

de Crimen Organizado del Estado deBaviera, conocida entre los policíascomo la LKA, asintió y lanzó a sucolega una malhumorada mirada.Estaban de pie frente a las escalerasdel altar. El cadáver del sirviente dela iglesia estaba cubierto con unalona negra. Un charco de sangre secamanchaba las losas de mármol. Nolejos de allí, tirada en el suelo, sevislumbraba una escopeta.

—¿De quién es? —preguntóBukowski.

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—Tiene que ser suya —subrayóel policía—. No se disparó. Aún noha concluido la obtención depruebas. No hemos querido cambiarnada en el lugar del crimen hasta queustedes lo inspeccionasen condetalle.

Bukowski mostró su acuerdo.—Y, ¿qué sabe usted del

muerto?—Una punzada en la garganta ha

herido su arteria carótida —añadióel forense—. Con un largo y afiladopuñal. Se clavó con un gran ímpetu,puede incluso que le fuese arrojado.

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—¿Qué dijo exactamente elhombre cuando hizo la llamada? —sedirigió de nuevo el superior de lajudicial a su colega uniformado.

El policía rebuscó en subolsillo y sacó un bloc de notas.

—¡Rápido! Vengan aWieskirche —leyó el funcionario envoz alta—. Unos ladrones hanentrado. Dio su nombre y dijo quepodía ver la luz de una linterna por laventana de la iglesia.

—¿Vivía solo aquí? —prosiguió Bukowski con elinterrogatorio.

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—Vive también una pareja en lacasa de enfrente —contestó eluniformado—. La ama de casa de laparroquia y su esposo, empleadocomo conserje. Pero la víctima sívivía sola.

Bukowski se dirigió enfadado asu colega, Lisa Herrmann quienestaba examinando la puerta.

—Vamos a ver si esta parejatiene algo que decir.

Lisa asintió.—¿Dónde los puedo encontrar?El policía indicó en dirección a

la casa junto a la iglesia.

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—Los colegas están dentro.Bukowski se encaminó hacia el

altar y miró alrededor.—¿Aquí no han tocado nada?El policía negó con la cabeza.—La brigada de obtención de

pruebas ya ha pasado por aquí perolo han dejado intacto.

—¿Falta algo?—Estamos esperando al

párroco —explicó el policía—.Viene de Füssen, tardará un poco enllegar.

—Creía que estábamos en lomás profundo del catolicismo de

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Baviera —ironizó Bukowski—. ¿Nohay un párroco en esta localidad?

El policía negó.—Fue una trágica noticia para

la comunidad de fieles pero elpárroco de aquí falleció hace apenastres semanas en un accidente detráfico. Venía de Garmisch y se salióde la calzada.

Bukowski frunció el ceño yobservó el cadáver.

—Las desgracias nunca vienensolas —suspiró e introdujo la manoen el bolsillo.

Sacó un cigarrillo del paquete y

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se lo iba a poner en los labioscuando su colega uniformado leadvirtió.

—¡Comisario jefe!Bukowski se giró.—Está bien —masculló y

volvió a meter el cigarro en elpaquete—. Entonces no hay indiciosde robo. Y aparentemente todas lasfiguras y objetos sagrados están en susitio. Posiblemente los criminalesestaban tan sorprendidos con laaparición del anciano que, sin más,se han dado a la fuga.

—Es posible —agregó el

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policía uniformado.—¿Me siguen necesitando? —

preguntó el forense.—¿Coincide la hora de la

llamada con la hora de la muerte?El médico asintió.—Tras una estimación

superficial y teniendo en cuenta lasbajas temperaturas de la iglesiapodemos llegar a esa conclusión. Laautopsia nos desvelará másinformación.

—Entonces, volveremos ahablar después de la autopsia —replicó Bukowski y sacó un bloc y un

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bolígrafo del bolsillo del pantalón.El policía uniformado lo

observó preocupado.—Creo que es el primer

asesinato en esta región desde hacemás de cinco años.

Bukowski ignoró las palabrasdel colega.

—Quiero que aquí se haga unaminuciosa búsqueda de pruebas —manifestó con brusquedad—. Puedellamar hasta cien policías si esnecesario. Puede ser queencontremos el arma en la pradera defuera. O marcas de neumáticos. Esta

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gente debe haber llegado de algúnmodo hasta este inhóspito lugar.Además, me gustaría que nuestrabrigada de la científicainspeccionase también el lugar.

—Pero nosotros ya lo hemoshecho.

—No importa, nuestro equipode la LKA tiene otros medios, asíque a trabajar.

—¿Algo más? —preguntó eluniformado con desgana.

Bukowski palpó de nuevo elbolsillo de su chaqueta.

—Sí, ¿tiene fuego?

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París, Francia, rue de Rivolicerca del museo du Louvre, un díamás tarde

—El cardenal está fuera de sí—informó Pater Leonardo mientraspaseaba por la place de Carrouselrumbo a la orilla del Sena.

Jean Michel Picquet torció elgesto.

—¿Tanto se ha debilitado laIglesia a lo largo de estas décadas?

—La Iglesia no se ha debilitadoy no tiene nada que temer ante losdescubrimientos históricos —explicóPater Leonardo.

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Portaba un traje negro y solouna pequeña cruz en el reverso de suchaqueta hacía intuir que se tratabade un hombre vinculado a la Iglesia.

—Algunos se han asustadorealmente con la teoría de Raful.Simplemente debemos reconocer quela traducción de los escritos deQumrán no es un agradable capítuloen nuestra historia contemporánea. Sihubiésemos tratado de una forma másabierta los hallazgos y a losarqueólogos, este asunto hubiese sidomucho más llevadero, estoyconvencido. Por eso le pido este

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favor, haga valer todas susinfluencias. En todo momentodebemos seguir los acontecimientosde la nueva excavación frente a laspuertas de la Tierra Santa. No nosdañará mantenernos informadossobre el desarrollo del proyecto.

Jean Michel Picquet nopertenecía a la Iglesia. Sí eracristiano y, a veces, creyente, cuandoresultaba provechoso. Pero, sobretodo, era un hombre de negocios ycontaba con unos contactosprivilegiados en Jerusalén y en todoel mundo, que aún conservaba de su

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época como adjunto comercial en elMinisterio de Asuntos Exterioresfrancés. Y, además, era un buenamigo de Pater Leonardo.

—Bueno, querido amigo —confirmó Picquet—. Veré lo quepuedo hacer por usted. Pero, ¿noestaría bien que ejerciera suinfluencia a través de la ÉcoleArchéologique Française?

—Ya conoce a Raful —argumentó Pater Leonardo—. Nopermitirá que nuestros hombres seacerquen a las excavaciones. Tienepoder e influencia. Por otro lado, nos

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interesa que la Iglesia no aparezcadirectamente relacionada con estacuestión. Usted tiene muchísimas másposibilidades que Roma. Además,sería... digamos, menos artificioso, sinadie pudiera relacionar a la Curiacon las investigaciones en Jerusalén.¿Qué pensarían de nosotros si enRoma se tomaran en serio las locurasde Raful?

—Entiendo —respondióPicquet, y se sentó en un banco a laorilla del Sena.

Pater Leonardo le siguió.Contempló la verdosa agua del

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amplio río, en ese momento un barcoturístico lleno de visitantes pasófrente a ellos.

—Pater, puede confiarplenamente en mí —le comunicóPicquet después de una silenciosapausa—. ¿Puedo invitarle a cenaresta noche?

—¿Duchase o Le Grand Véfour?—Duchase —respondió Picquet

—. Reservaré una mesa, ¿a las ocho?—Un placer —prosiguió Pater

Leonardo—. Siempre merece la penavisitar París.

Wieskirche en Steingaden,

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BavieraLa joven mujer sollozaba.—Josef era un buen hombre, de

corazón noble. ¿Quién puede haberhecho algo así?

—Por eso estamos aquí —respondió la comisaria principal,Lisa Herrmann—. Queremosaveriguarlo. Le formularé de nuevomi pregunta. ¿Notó algo distinto ayero anoche que le pareciesesospechoso?

La joven mujer se limpió laslágrimas de las mejillas.

—Desde hace una semana tomo

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pastillas para dormir, aunque seapara poder conciliar el sueño. Hacetres semanas que murió nuestropárroco. Y ahora Josef. A vecespienso que no existe Dios.

—¿Visitaron ayer muchaspersonas la iglesia?

La mujer seguía llorando.—Si hace buen tiempo,

podemos tener cientos de visitantes.Ayer pudimos contar fácilmente conunos doscientos turistas. Esta iglesiaes muy atractiva. De hecho, ha sidodeclarada patrimonio histórico deEuropa.

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Lisa Herrmann asintió.—La semana pasada, ¿sucedió

algo distinto a lo habitual?La joven mujer miró con los

ojos muy abiertos a la agente.—Todo es distinto desde que

nuestro párroco, nuestro queridoJohannes, se marchó.

—Entiendo —contestó Lisamostrando su compasión—. Perodeseamos aclarar el asesinato delsacristán. Para ello necesitamos suayuda. Es importante queencontremos algún punto dereferencia. En teoría no se ha robado

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nada de la iglesia. No se ha forzadola cerradura. ¿Tiene algunaexplicación para ello?

—¿Qué significa esto? —seagitó la joven mujer.

—Significa que debemossuponer que el asesino o los asesinostenían una llave de la iglesia, a noser que la puerta no estuviesecerrada con llave.

La mujer se levantó.—Imposible —afirmó con

brusquedad—. Todas las nochesdespués de las ocho mí marido va denuevo a la iglesia y hace una ronda.

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Cierra con llave todas las puertas.Ayer también lo hizo, estoycompletamente segura.

Lisa asintió.—¿Hay alguien más que tenga

una llave de la iglesia?La joven mujer pensó por un

momento.—Mi marido y yo tenemos una,

Josef el sacristán, Pater Johannestenía una y en la parroquia hay otraen caso de que se pierda alguna.

—¿Dónde está su llave?—Mi marido siempre la lleva

consigo —contestó la mujer

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clavándole los ojos con ciertaincredulidad a Lisa.

—Entonces mire si la llave dela parroquia aún está en su sitio.

—No pensará que mi marido...—Esto es pura rutina —explicó

la agente.La joven mujer se dirigió a la

puerta. De repente se paró y se diomedia vuelta.

—Anteayer llamó un hombreque quería hablar con nuestropárroco, que en paz descanse. Dijoque era muy urgente, que erarealmente importante y que era una

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cuestión de vida o muerte. Le dijeque el párroco no estaba aquí peroinsistió en reunirse con él. Queríainformar a Pater Johannes que Jean-Luc se había despertado del coma yque le llamara inmediatamente.

—¿Del coma?—Sí, no sabía a qué se refería

este hombre. Le conté que Dios sehabía llevado el alma de nuestroquerido párroco, que había fallecidoen un accidente de tráfico.

—¿Y entonces?—El hombre simplemente

colgó. No sé si esto es importante

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pero la llamada me pareció bastanteextraña. Conocía a Pater Johannesdesde hacía varios años y no sabíaque tuviese un conocido en Francia.

—¿En Francia?—El hombre era francés, al

menos así sonaba su acento —explicó la joven mujer.

Lisa anotó esta información ensu bloc de notas.

—¿Mencionó su nombre?—No, solo dijo que Jean-Luc se

había despertado del coma, no dijonada más.

—¿Y la llave del párroco que

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murió? ¿Apareció después delaccidente?

La joven mujer asintió.—La policía nos entregó todo el

manojo de llaves del padre que, a suvez, se lo dimos a su sustituto.

—¿El cura de Füssen?—Sí, hasta que no nos asignen

un nuevo cura para esta localidad, élse encargará de servir los oficios.

—Entiendo —contestó LisaHerrmann y miró de nuevo a la mujermientras abandonaba la pequeña ycálida habitación.

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5

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

Grandes faros iluminaban laoscuridad. Los arqueólogos yayudantes trabajaban con vehemenciapara poner al descubierto el sepulcrodel desconocido caballero. Concuidado retiraban las distintas capasde tierra y dejaban al descubierto labóveda, asegurada con variostablones pesados y barras. Conahínco, Gina Andreotti documentaba

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cada paso ya que era la directora desecciones asignada. Se habíandocumentado, medido y rescatadocon gran esmero los primeroshallazgos. Jean Colombare fotografiócada detalle y elaboró una red decoordenadas con ayuda de unteodolito, así podría registrar conprecisión la posición y dimensión delsepulcro. Se encontraba bajo laprimera sección y a casi dos metrosdel resto de la excavación. Con sumocuidado, los expertos de laexcavación retiraron piedra a piedrahasta que, después de varios siglos,

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salió de nuevo a la luz el amarillentosarcófago.

La inscripción en la tumba aúnse podía leer bien. Las letras latinasgrabadas en la piedra calcáreahabían soportado en buen estado loslargos años en la oscuridadsubterránea. Se podía reconocerfácilmente el antiguo escudo de lostemplarios sobre el cabezal de latumba; dos caballeros a caballo, conlanzas y escudo. Debajo estabainscrito el lema de la orden y justo allado, otro escudo bajo el cual sepodía leer el nombre del caballero.

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—Renaud de Saint-Armand —murmuró silenciosamente JonathanHawke—. Fallecido en el año 1128después de Cristo.

—El escudo bajo la insignia deltemplario puede ser larepresentación de un león quesujetaba en sus manos una bandera—prosiguió Gina Andreotti—.Desgraciadamente se ha descoloridoun poco pero estimo que podremosrecuperar la estructura superficial. Elescrito se ha realizado en latínmedieval, utilizado desde el año 900al 1500 después de Cristo. La frase

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de la tumba está inscrita enmayúsculas sin espacios, lo quecorrobora la autenticidadpaleográfica.

El profesor Chaim Raful estabade pie al margen de la cripta. Ensilencio y reflexivo observaba elataúd de piedra. Sus ojos seiluminaban.

Jonathan Hawke subió lasescaleras y se posó junto a Rafulsacudiéndose el polvo de la ropa.

—El ataúd se conserva en buenestado —pronunció—. Creo que paramañana por la mañana habremos

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estabilizado bien las paredeslaterales de la cripta de modo quepodremos empezar con lasinvestigaciones en el interior. Es unaverdadera casualidad haber dado,justo aquí, con la tumba de untemplario. A las afueras de loslímites de la ciudad, en medio deningún sitio.

Raful se dirigió a su colegaamericano.

—La afortunada coincidenciadel destino —añadió.

Hawke contempló su alrededor.En la lejanía, las luces de Jerusalén

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iluminaban la nocturna oscuridad.—Parece como si

conscientemente se hubiese sepultadoaquí al caballero, en medio de estedesierto para proteger la tumba delos ladrones de yacimientos.

Raful asintió.—Me gustaría ver lo antes

posible el interior del sarcófago.Necesitamos una polea para elevar lapiedra de la tumba.

—No queremos precipitarnos,nadie nos lo exige —contestó Hawke—. Las barras son lo suficientementefuertes para sujetar la bóveda.

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Tenemos que actuar muycuidadosamente. ¿O acaso se trata deun yacimiento de urgencia?

Chaim Raful se inclinó con airede intriga hacia Hawke.

—Puede ser, si el Gobierno seentera.

—No lo entiendo —replicóHawke.

—Nuestro Gobierno es a vecesbastante quisquilloso cuando se tratade prorrogar autorizaciones. Aquítenemos a casi treinta trabajadoresde la zona. No podremos ocultardurante mucho tiempo el hallazgo.

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Hawke frunció el ceñopronunciadamente.

—¿Qué razones puede haberpara prohibirnos los trabajosposteriores de la excavación? ¿Tanpoca influencia tiene la Universidadde Bar-Ilan?

—Jonathan —comenzó Raful laexplicación con un tono paternal—,usted no conoce realmente lasituación de nuestro país. Estamosrodeados de enemigos y, por eso,necesitamos la amistad y apoyo delmundo occidental. En cierto modo,también la aceptación de la Iglesia

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romana. Es posible que este sea elprimer hallazgo bien conservado deun caballero que partió hace casi milaños con el encargo de la Curia derescatar de la destrucción y barbarielos lugares sacros y la tumba deCristo. No quiero que dentro de unpar de días estén husmeando por aquílos enviados de la Iglesia, expertosde la Antigüedad, y se lleven a sucampo los trabajos sucesivos. Ya mepasó hace casi cincuenta años,cuando apareció Pater De Vaux enKhirbet Qumrán y se hizo cargo de ladirección de las excavaciones,

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instruido por la Iglesia romana.Finalmente esto provocó que despuésde los hallazgos nos quedaranmuchas más preguntas sin respuestas.La Iglesia no permitirá que salga a laluz nada que pueda perjudicar susintereses.

Hawke negó con la cabeza.—Esta es la tumba de un

caballero que murió aquí hacenovecientos años. ¿Qué secretospuede haber en su tumbarelacionados con Jesucristo y quenos quiera ocultar la Iglesia?

Chaim Raful no disimuló su

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serio rostro.—Los templarios no eran

precisamente amigos de Roma.Acuérdese del viernes trece, enoctubre de 1307 —argumentó—. Nodejaremos que lleguen tan lejos. Encuanto estemos seguros de quepodemos trabajar en la cripta,inspeccionaremos todo bien yllevaremos inmediatamente todos loshallazgos al cercano museoRockefeller.

—Usted es el director de estaexcavación —contestó JonathanHawke—. Lo haré incluso si no estoy

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de acuerdo con sus procedimientos.Según mi opinión, deberíamos sacarprimero el sarcófago y asegurarloantes de abrirlo. En el laboratoriotendríamos oportunidades de...

—Cuando digo todos loshallazgos también me refiero alcontenido del ataúd de piedra —leinterrumpió Chaim Raful.

Wieskirche en Steingaden,Baviera

Los hombres de blanco recogíansus utensilios y herramientas dentrode sus maletines, posteriormente semarcharon en el autobús VW. Se

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había concluido la obtención depruebas llevada a cabo por losespecialistas de la LKA. Algunasunidades de la Policía Científicahabían rastreado el entorno junto consus perros, pero no se habíaencontrado nada, ni el más mínimoindicio. El superior de la PolicíaJudicial, Stefan Bukowski, estabasentado en un banco de madera cercade la entrada lateral y contemplaba elescenario. Hurgaba entre su cajetillade cigarros.

—Stefan, ya hemos terminado—anunció uno de las agentes y se

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quitó el blanco uniforme.—Ya lo veo —contestó

Bukowski—. ¿Podéis ya decir algo?El colega de la científica hizo

un gesto negativo.—Hay muy pocas huellas. Estos

chicos han sido muy cuidadosos y sepusieron guantes. Lo raro es que nohemos podido encontrar ningúnindicio de que hayan forzado lapuerta de atrás. He desmontado lacerradura y la analizaremos en ellaboratorio. A simple vista pareceque no la han forzado.

—Y eso, ¿qué quiere decir? —

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preguntó Bukowski.—O no estaba cerrada o los

intrusos tenían una llave.Bukowski se encendió un

cigarro. Delante de sus pies ya habíaamontonado seis colillas.

—¿Cuándo recibiré el informe?—Cuando terminemos con la

valoración microscópica. Estorequiere un tiempo.

—Estupendo, entonces aesperar una semana —protestóBukowski.

Lisa Herrmann apareció por laesquina. Con sus brazos se arropaba

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el cuerpo. A pesar de queamaneciera un día primaveral, por lamañana temprano aún hacía frío.Bukowski examinó a su compañeraque estaba realmente atractiva con sulargo pelo dorado y los vaqueros quemarcaban su estilosa figura.

—Stefan, te llevo buscando unrato. Creía que querías examinar lazona y ahora te encuentro aquísentado en un banco tomando el sol.

—Si hubieses buscado por aquí,me hubieses encontrado enseguida —contestó Bukowski enfadado.

Lisa se sentó junto a Bukowski

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y sacó su bloc de notas.—¿Algo nuevo? —preguntó el

jefe.—¿Sabías que el párroco de

Wieskirch murió en un accidentehace tres semanas?

—Ya lo sé —contestóBukowski secamente—. Lo únicoque no sé es por qué estamos aquí.No creo que esto tenga nada que vercon lo del monasterio.

—Estamos aquí porque sesupone que nos notifican todos loscasos relevantes relacionados con laIglesia —contestó Lisa con firmeza

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—. Y creo que la muerte de unsacristán es bastante relevante, ¿no teparece?

Bukowski ignoró la pregunta denaturaleza más bien polémica deLisa.

—Ahora tenemos dos asesinatossobre la mesa y, sinceramente, yo noencuentro ninguna relación —renegóel oficial.

Lisa se mostró confusa.—¿Quieres que te compadezca

o prefieres saber lo que heaveriguado?

Bukowski tiró el cigarro

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marcando un gran arco.—Dispara.Lisa le informó sobre lo que le

había contado la mujer de la casacontigua. Con aburrimientoBukowski escuchó la historia. Lasllaves de la iglesia estabandisponibles excepto las del párroco.

—Esto no es gran cosa —afirmó—. De todos modos, no pareceque se trate de un crimen organizado.Aquí alguien quería hacerse conobjetos sagrados y le sorprendió elsacristán. Es así de sencillo. Enrealidad deberíamos pasar el caso a

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nuestros colegas locales. Este no esnuestro sitio.

—Y así tu mesa estaría denuevo vacía —protestó Lisa.

—¿Qué quieres? Somos de laLKA y esto no es asunto nuestro o,¿acaso ves alguna relación con elcaso de Ettal?

Antes de que Lisa pudieracontestar se aproximó un vehículo yaparcó frente a la iglesia. Un hombremayor de pelo gris se bajó del coche.Llevaba puesto un traje negro y miróa su alrededor buscando algo.

—Este tiene que ser el párroco

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sustituto —dijo Bukowski y selevantó para aproximarse a él.

Jerusalén, bar Shonke, RehovHaSoreg

Fuera ya había amanecido peroel bar aún estaba bien lleno. GideonBlumenthal había trabajado toda lanoche y disfrutaba de una fríacerveza. Gideon era albañil perodesde hacía algunos años no ejercíasu profesión sino que buscabayacimientos en los periódicoslocales y anuncios de lasuniversidades e institutos. Se ofrecíasiempre que un arqueólogo buscaba

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ayudantes para su excavación. Aquíen Jerusalén y en todo Israel,conocido como Tierra Santa por elresto del mundo, siempre se estabainvestigando y excavando algo. Elnegocio era lucrativo, losinvestigadores de la Antigüedadpagaban bien y casi siempre endólares. Tres, cuatro meses detrabajo duro y se obtenía el salariode todo un año. De este modo,Gideon tenía tiempo para sí el restodel año y para su gran pasión, lasmujeres que habitaban en el barriocristiano. Por supuesto que no era

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rico, no poseía una suculenta cuentabancaria, no conducía ningúnvehículo lujoso y radiante. Vivía enun ático de una habitación, en elasentamiento al norte del barriocristiano, a la sombra de la NuevaPuerta. Conducía una vieja pick-upToyota, donde almacenaba todas susherramientas en una caja con dobleseguridad. Pagaba el alquilerpuntualmente y tenía lo suficientepara vivir.

Estaba de pie desde hacíacatorce horas y había estadotrabajando en las excavaciones de la

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carretera de Jericó. Ahora, unacerveza bien fría y un buen sueñohasta que tuviese que volver a lasexcavaciones bajo la Puerta del Leónpor la tarde, cuando empezaba sunuevo turno. Justo ahora había muchomovimiento allí. Pero ya se habíaacostumbrado a lo largo de los años.Siempre que los arqueólogosencontraban algo importante teníanque hacer turnos extra y trabajar, aveces, hasta la extenuación.

El camarero puso la cervezadelante de sus narices y le ofreció unbrindis. Gideon se lo agradeció y

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vació el vaso de un trago.—Tienes sed —anotó el pesado

hombre que le acompañaba en labarra.

Gideon radiografió al hombreque parecía un mercenario de la calleBen-Yehuda y no podía ocultar suligero acento de Europa del Este.

—He estado trabajando hastaahora y tragado mucho polvo seco —contestó Gideon.

El extraño le hizo un gesto alcamarero.

—Invito a otra ronda —dijo y leextendió la mano a Gideon.

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Dudó un poco pero finalmentese la bebió.

—Solomon Pollak —sepresentó el desconocido—. Soycomerciante y a veces también tengoque trabajar hasta tarde, o quizástenga que decir mejor temprano.

Gideon miró a través de lapuerta abierta y observó cómodespertaba la mañana.

—Sí, más correcto sería decirtemprano —contestó.

El extraño no le resultabaantipático. Aunque estaba cansado yrealmente no le apetecía conversar,

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empezaron a hablar de esto yaquello, de Dios y del mundo, de lasituación política, del país y de todoslos secretos que aún se ocultaban,acompañados siempre de unacerveza que el desconocido ordenabarellenar siempre que Gideon vaciabasu vaso.

Solomon Pollak le contó queremanecía realmente de Lodz y quesolo hacía cuatro años que se habíaido a vivir a Israel. En Polonia eraredactor de un pequeño periódico yaquí en Israel escribía sobre lasnovedades de la vida.

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—Creía que eras comerciante—pronunció Gideon con palabrasque cada vez vocalizaba peor comoconsecuencia del alcohol.

—Sí, soy comerciante —afirmóSolomon Pollak—. No comercio conobjetos, mi negocio son lasnovedades y, en la mayoría de lasocasiones, se pagan bien, si se sabe aquién les pueden interesar.

—¿Novedades? —repitióGideon—. ¿Y se puede vivir de eso?

—Por ejemplo, en losyacimientos de la Puerta del León —explicó Pollak— se ha construido

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una gran valla alrededor. El directordel proyecto, el profesor Raful,acababa de hacer unas declaracionesen una conferencia de prensa quedespertó el interés de ciertosexpertos y ahora se calla. La granvalla impide la vista a los curiosos.Hay una gran recompensa paraaquellos que informen sobre losavances de las excavaciones.

Gideon miró al grueso hombrecon los ojos bien abiertos.

—Y no sería ilegal si uno de lostrabajadores de la excavaciónhablara —añadió Solomon Pollak.

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—Es el destino de Dios —balbuceó Gideon con una sonrisa—.Casualmente yo trabajo en estaexcavación. Incluso me atrevería adecir que soy la mano derecha delprofesor. Pero no voy a hablar. Todotiene un precio. Ya sabes, oferta ydemanda.

Solomon Pollak introdujo lamano en el bolsillo de su chaqueta ysacó un fajo de billetes. Quinientosdólares.

—Este sería solo el inicio —dijo secamente—. Y cien dólares porcada información adicional.

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Gideon se mojó los labiosmientras Pollak sujetaba los billetesdebajo de su rostro.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó.

Su voz se aclaró como sisimplemente hubiese estado tirandofuera todos los vasos de cerveza.

—Ya te lo he dicho —recalcóPollak—. Se trata de información.Nada más ni nada menos.

Gideon pensó solo un instanteantes de agarrar los billetes.

—¿Qué quieren saber tusclientes?

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—Empecemos con la preguntade todo lo que habéis descubiertohasta ahora.

Una hora más tarde Gideonregresó a casa con cinco billetes decien dólares en el bolsillo. Estabasatisfecho. Mañana se encontraríacon Pollak a la misma hora. No habíanada malo en ello. Seguro que no erael único que hablaba sobre lasexcavaciones de la carretera deJericó.

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6

Wieskirche en Steingaden, Baviera

-Es increíble —exclamó elpárroco de Füssen y se mostróafectado después de que Bukowskise identificara como policía—. Miama de casa me ha contado lo que hasucedido. Usted debe saber que tansolo hace tres semanas que meencargo de esta parroquia, despuésde que Pater Johannes sufriera eseterrible accidente. La diócesis me haasignado temporalmente los

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servicios de esta iglesia. Esespantoso verse directamenterelacionado con este cruel asesinato.Josef se ha ocupado de esta iglesiadesde hace más de treinta años yahora ha entregado su vida a ella.

Bukowski señaló un banco y sesentó. Lisa le extendió la mano alpárroco. Mirando a Bukowski dijo:

—Discúlpeme, tengo queinformar a los servicios responsablessobre nuestros hallazgos.

Bukowski asintió ysilenciosamente siguió a Lisa con lamirada mientras su figura

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desaparecía entre la sombra de laiglesia.

—Mmm... —carraspeó el cura—. ¿Dónde han llevado el cuerpo deJosef? Debo empezar con lospreparativos del entierro.

—No tan rápido, señor párroco.Todavía está con el forense. Creoque en uno o dos días la fiscalíaautorizará su libre disposición.

El cura asintió concomprensión.

—Señor párroco —continuóBukowski—. ¿Qué puede haber aquíde interesante que merezca la pena

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robar?El párroco pensó por un

momento.—Junto a las copas de oro, la

custodia hecha en hojas de oro yalgunas valiosas joyas, seguro quehay algunas esculturas que puedenresultar atractivas para los ladrones.La escultura del Salvador azotado esconocida en el mundo entero y tienemás de trescientos años. Hay otrasfiguras de santos en el altar. No nosengañemos, el mundo está cada vezpeor y lleno de impíos. Loscoleccionistas delincuentes y

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amantes de estas figuras pagarían unafortuna por ellas. Por eso nuestroquerido Josef cerraba la iglesia encuanto oscurecía.

—¿No tienen un sistema dealarma?

—No que yo sepa —contestó elpárroco—. Josef y el esposo de laama de llaves, el señor Dischinger,se encargaban de la seguridad. Desdeque los conozco, y conocía a Josefdesde hace mucho tiempo, sé quesiempre han sido muy cuidadosos yque protegían la iglesia como sifuese su propia casa.

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Bukowski señaló la puertalateral de la iglesia.

—Los asesinos han entrado a laiglesia por esa puerta.

El párroco siguió la direcciónque marcaba el índice de Bukowski.

—Pensarían que por este ladopodrían robar sin ser molestados.

—Eso es lo raro —prosiguióBukowski mientras se puso de pie—.La puerta no estaba echada. Nohemos encontrado ningún indicio deforcejeo.

El párroco frunció fuertementeel ceño y su confundida mirada se

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clavó en el superior de la PolicíaJudicial.

—Muy extraño —pensó en vozalta—. Nuestro querido Josef y elseñor Dischinger eran muymeticulosos, se tomaban su trabajomuy en serio.

Los dos hombres se dirigieronlentamente a la entrada lateral.

—¿Hay más llaves?El párroco apretó su manojo de

llaves.—Josef tenía una, los

Dischinger utilizan otra, yo tengo unay la cuarta está en la parroquia, no

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hay más.—Cuando su predecesor sufrió

el accidente, ¿llevaba la llaveconsigo?

El párroco señaló la pequeñallave de seguridad en su llavero.

—Esta era la llave de PaterJohannes. La policía me la entregó alos pocos días del accidente.

—¿Podría dejarme su llave parahacer algunas comprobaciones?

El párroco asintió.—Claro, si esto le ayuda a

aclarar los hechos.Cuando llegaron a la entrada

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lateral, el párroco examinó la puertade la que habían desmontado lacerradura. Bukowski percibió suinquietud.

—Hemos tenido que sacar lacerradura. Debería instalar una nueva—le explicó mientras abría la puerta.

Sus pasos retumbaban alcaminar por la fría iglesia. El curamiró alrededor y se dirigiódirectamente al altar. Se arrodilló yse santiguó brevemente. Cuando pisólos escalones que conducían al altarsu mirada cayó sobre el dibujo delperfil del asesinado y la mancha de

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sangre. Se santiguó de nuevo ymurmuró un par de incomprensiblespalabras.

—¿Puede decirnos si falta algo?—preguntó Bukowski.

El párroco asintió. Se quedóparado frente al altar y abrió elsantuario de oro. Tras una exhaustivacomprobación se dirigió a lasacristía.

Bukowski se sentó con unsuspiro en la primera fila de bancosy esperó a que el cura acabara con elchequeo del altar y la sacristía. Elpárroco regresó hasta él con un gesto

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de negación.—Nada —confirmó—. No falta

nada, todo está en su sitio.Bukowski asintió.—Eso concuerda con nuestra

teoría de que los asesinos se dieron ala fuga en cuanto fueronsorprendidos.

El párroco se sentó junto aBukowski quien se movióligeramente a un lado.

—Es espantoso. Nuestroquerido Josef asesinado en la casadel Señor, el accidente sin sentido dePater Johannes, y, además, a solo

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unos kilómetros de aquí, en elmonasterio de Ettal, un loco haasesinado a un hermano benedictino.Seguro que ha oído hablar de eso.Parece como si Dios se hubiesealejado de los hombres.

—Sí, conozco lo del asesinatodel monasterio —contestó Bukowski—. También me encargo de ese caso.

Los caminos del Señor, a veces,son insondables y tortuosos —manifestó el cura—. ¿Sabía que PaterJohannes también pertenecía a laOrden de los Benedictinos, así comoel asesinado de Ettal?

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Bukowski afinó sus oídos.—¿Se conocían?—Incluso trabajaron juntos

durante mucho tiempo en la AgenciaEclesiástica para la Antigüedad antesde que Pater Johannes se retirara y sehiciera cargo de esta localidad.

—¿Trabajaron juntos? —repitióBukowski.

—Pater Johannes eraespecialista en escritos antiguoshebreos y armenios. Estuvotrabajando cinco años en Israel yOriente Próximo —Bukowski se diocon la palma de la mano en la frente

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—. ¿Qué pasa? —preguntó asustadoel párroco.

Bukowski se levantó.—Muchas gracias, señor

párroco. Me ha ayudado mucho.Bukowski se apresuró fuera de

la iglesia y casi chocó con LisaHerrmann quien estaba de pie delantede la puerta.

—¿Dónde estabas? —gritóBukowski a su compañera.

—¿Mal humor? —se defendióLisa—. Estaba hablando con el señorDischinger, el marido de la ama dellaves. Acababa de llegar. Le he

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pedido que me muestre la llave de laiglesia. Al parecer, están disponiblestodas las llaves, excepto la del cura.Pero creo que esto no te interesa, sivas a dejar el caso. ¿Quieres quellame a Garmisch y decirles a loscompañeros de la inspección quevengan aquí?

Bukowski introdujo la mano enel bolsillo de su chaqueta y sacó lallave que le había dado el cura y quehabía guardado en una pequeñabolsita de plástico.

—Este caso es nuestro —contestó Bukowski—. Y la próxima

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vez me cuentas todas las diligenciasque hayas realizado. O, ¿te parecebien que hagamos lo mismo dosveces?

—¿Qué? —preguntó Lisaconfundida.

—Me refiero a lo de las llaves,¿no lo entiendes?

Lisa miró perpleja a Bukowski.—Pero, ¿qué te ha pasado?Bukowski le mostró la llave.—Llévala al laboratorio para

que la analicen. Quiero saber si hanhecho una copia de esta.

—Y, ¿qué vas a hacer tú? —

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preguntó Lisa sarcásticamente.—Me voy a ocupar del

accidente de Pater Johannes.Jerusalén, yacimientos en la

carretera de JericóSobre la zanja número cuatro,

donde al principio se suponía que seencontraba la cocina o el comedor dela guarnición romana y finalmente sedescubrió la tumba del caballero, selevantó una enorme tienda cerradapor todos sus laterales. Chaim Rafulla había mandado instalar. No tantoporque temiera que la lluviaimpidiera las tareas, sino más bien

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para proteger la excavación del restode curiosos ayudantes. En la criptasolo trabajaba un seleccionadogrupo. Ayudantes escogidos que seconsideraban de confianza. Se instalóuna gran polea con una fuerzatractora de casi doce toneladas parapoder elevar la pesada tapa delataúd. Chaim Raful no se separabadel equipo de Hawke. Apenas podíadisimular su emoción y curiosidad.Impaciente esperaba a que la tapadescubriera finalmente la tumba.

Ya era casi mediodía y el calorse concentraba bajo la tienda. Un

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gran camión esperaba junto a laexcavación. Jonathan Hawke habíaanalizado bien la sepultura. Lascapas de piedra, con una profundidadde hasta tres metros, se podíanclasificar cronológicamente en lamisma época de la que procedían elresto de objetos romanos. Pero todose estaba mezclando. La cripta habíasido construida bajo la guarnición decasi tres metros de profundidad y, asu vez, se extendía otros dos metrosde profundidad. Jonathan Hawketenía claro lo que aquí habíasucedido. Hace apenas mil años

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levantaron el suelo para erigir latumba del caballero. Posteriormentela tierra removió y entremezcló todo.Desde el punto de vista estratigráficoesto no era inusual. Este tipo defenómenos se daba con frecuenciacuando el suelo sigue en movimientoo cuando se excava para construirnuevos cimientos unos siglos mástarde. Con las capas estratigráficasde la tierra también se revuelvenentre sí los siglos pasados. Sobretodo en la cercanía de las grandesciudades que no paraban de crecer ydonde se seguían construyendo

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nuevos edificios.—Ya está —notificó Aaron,

sacando al absorto profesor de suspensamientos.

Jonathan Hawke se adentró enla zanja y observó la gruesa cuerdade acero ligeramente tensada.

—Pues sí que me alegro dehaber llegado a tiempo —pronuncióTom a espaldas de los dosarqueólogos. Gina y Jonathan segiraron inmediatamente.

—¡Tom! —exclamó Hawkesorprendido—. Pensaba que estabasen la cama, donde deberías estar en

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reposo.Tom sonrió.—Yaara y Moshav se han

marchado a la ciudad, me encuentromucho mejor. Quiero saber de unavez por todas qué está pasando aquí.

—Queremos abrir el sarcófagoe inspeccionar tu descubrimiento —respondió Hawke.

—Pero no creéis que seríamejor subir el sarcófago y analizarloen su totalidad dentro dellaboratorio, aquí podemos dañarlo.

Hawke se encogió de hombros.—Chaim desea que sea así y él

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es el director de este proyecto. Yosolo soy responsable de la ejecucióntécnica de sus decisiones.

—No puede esperar, llevaríamucho tiempo —añadió Gina.

—Entonces, empecemos ya —decidió Jonathan Hawke, y le hizouna señal a Aaron.

Friburgo, Suiza, CouventoSaint-Hyacinthe de los dominicos enla rue du Botztet

¿Hasta dónde ha llevado estemundo liberal a los seres humanos?Incluso en el Santo Oficio seencuentran almas liberales que

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lentamente se propagan como uncáncer. Si la Iglesia sigue sonriendoa estos enemigos y no lucha contraellos en cuerpo y alma, entonces nosdestruirán algún día.

El cardenal Borghese seguía sinpoder entender la ligereza con la quePater Leonardo se había tomado lanoticia de las excavaciones enJerusalén. Como secretario del SantoOficio tenía el deber sagrado dehacer todo lo posible para evitar losposibles peligros a la Curia, a la fe yal alma de los creyentes. Y, ¿quécontestaba Pater Leonardo? Que se

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ocuparía de eso pero que no veíapeligro alguno en los trabajos deChaim Raful. La Iglesia ya habíasobrevivido a ataques peores. Sí,cierto, había sufrido tormentas másfuertes, pero para asegurar sucontinuidad había tenido que pagarun elevado peaje en sangre.

Chaim Raful, este ateo, esteconspirador de brujerías judío, quehace todo lo posible por atacar a laIglesia romana allí donde es mássensible. Este demonio en forma dehombre ha vuelto a abrir una granbrecha entre los creyentes, de los que

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ya apenas quedan, excepto los másdesesperados. Y Pater Leonardosimplemente sonríe y rechaza elataque de este enemigo de la Iglesiacon un solo gesto de su mano. Comosi nos pudiéramos quitar de encima aRaful al igual que una pesada mosca.

El cardenal Borghese hervía pordentro cada vez que volvía a pensaren esto. ¿En qué se ha convertidoesta Iglesia? Cada vez hay másbancos vacíos en las misas y cadavez menos personas se dirigen a lacasa de Dios para entregarse alSeñor. ¿Y a qué se dedican los altos

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cargos de Roma? A dormir y a seguirsoñando en sus ilusiones de poder einfluencia mientras que personascomo Raful o este alemán, elDrewermann, hacían todo lo posiblepor derruir la casa que Pedro levantóhace dos mil años.

El cardenal Borghese estabasentado en silencio en su escritorio,con la mirada perdida dirigida a laventana donde asomaba un lluviosodía gris.

El ligero golpe en la puerta lehizo volver al presente abandonandosus lúgubres pensamientos.

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—¡Sí! —pronunciaronbruscamente sus labios.

Un hermano dominico con unatúnica de monje abrió la puerta.

—Su eminencia, monsieurBenoit ya ha llegado y espera en labiblioteca.

El cardenal se levantó.—Gracias Jacques, ya voy.

Prepárenos una infusión. Seguro quemonsieur Benoit está cansado.Precisa una celda para dormir,encárguese de ello.

El dominico hizo una reverenciaantes de cerrar la puerta. El cardenal

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Borghese se colocó bien la sotana.Por fin podría hablar con alguien conquien pudiera compartir suspreocupaciones.

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7

Weilheim en Pfaffenwinkel,comisaría de policía, enMeisteranger

-Ocurrió en medio de la noche—informó el joven policía—. Segúnlas pruebas que hemos recogido, ibaconduciendo por la carretera deRottenbuch hacia Steingaden. Alcampo de arroz le sigue un pequeñobosque, ahí se salió el cura de lacarretera y derrapó por un terraplénhasta que chocó con un árbol y su

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vehículo dio una vuelta de campana.Un conductor de autobús lodescubrió a la mañana siguiente.

—¿Por qué se salió de lacarretera? —preguntó el oficialBukowski, mientras miraba las fotosdel lugar del accidente.

—Tenemos huellas de unafuerza centrífuga —aseguró elfuncionario—. Suponemos quequería evitar atropellar un animal yperdió el control sobre el vehículo.Por las noches, numerosos corzospasan a los campos vecinos.

—¿No hay testigos?

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—Nadie lo presenció —contestó el policía—. El accidentedebió producirse a medianoche.

—¿Cómo han llegado adeterminar la hora? —preguntóBukowski.

El funcionario miró entre lasactas del caso.

—El párroco venía de unareunión en Schongau. Había quedadocon miembros de la parroquia de allípara tratar un evento que secelebraría en la Wieskirche. Lareunión concluyó en torno a las oncey media. Entonces el párroco se fue

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en coche desde allí hasta casa. Paraeste tramo se necesitanaproximadamente unos veinticincominutos. El presidente del Consejode la parroquia lo acompañó hasta sucoche y allí lo despidió.

Bukowski sacó un mapa.—Hay algo que no entiendo —

se asombró—. ¿Por qué fue porPeiting y no tomó la carretera deFüssen que lleva directamente aSteingaden? Es mucho más corto.

El policía uniformado encogiólos hombros.

—Tendría sus motivos.

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—¿Se le practicó una autopsia?El funcionario de la policía

afirmó servicialmente.—El forense lo vio. Lesión

cerebral traumática fue eldiagnóstico. Esto concuerda connuestros indicios. Alcanzó el árbolpor el lateral y probablemente segolpeó la cabeza con el larguero delautomóvil.

—¿Qué quiere decir que lo vio?—preguntó Bukowski—. ¿Se lepracticó una autopsia o no?

El funcionario titubeó.—No había ningún indicio de

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terceros culpables y el tipo de lesiónera el habitual en este tipo deaccidente. Contra un impacto lateralno hay una protección suficiente y elautomóvil no era muy nuevo. Unviejo Opel sin protección contraimpactos laterales y sin airbag.

—Quiero saber si se le practicóuna autopsia o no —repitióimperativamente Bukowski.

—Digamos que un exhaustivoexamen del cadáver —replicó elpolicía—. Es lo habitual cuando nohay ninguna duda de la causa delfallecimiento. La fiscalía así lo

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aprobó. Esto evita incurrir en costesinnecesarios, nuestro forense es unprofesional con mucha experiencia.

—Esto quiere decir que elpárroco pudo haberse lesionado decualquier otro modo —mascullóBukowski.

—Fue un accidente, de eso nohay duda —repitió rotundamente elfuncionario—. El párroco seencontraba aún con el cinturón deseguridad abrochado. Este tipo deaccidentes se repite en las zonas debosque. De repente, aparece un corzofrente a la luz de los faros, el

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conductor se asusta e intenta esquivaral animal perdiendo el control eincluso dando vueltas de campana.Con la mala suerte que el curaesquivó al animal por la izquierda yse chocó contra el árbol. Si hubiesetorcido a la derecha no hubiesesucedido nada más que una simpleabolladura en la chapa.

—Entiendo. Se podría pensarque un cura tendría un apoyo especialen estas situaciones —contestóBukowski—. El forense que examinóel cadáver, ¿dónde puedoencontrarlo?

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El policía miró a Bukowski conlos ojos muy abiertos.

—El caso se ha cerrado —contestó.

—Quizás para usted, queridocompañero, pero yo soy quien tieneque decidir si tengo que considerareste caso cerrado o no. Y me llevarésus expedientes, seguro que no tienenada en contra. ¿O es necesario quehable con su jefe?

La mirada del policía no cesabaen su asombro. Por unos instantessintió cierta resistencia, finalmentetragó saliva y colocó los expedientes

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sobre la mesa.Bukowski se levantó.—¿Me podría acercar

rápidamente a la estación de tren? —demandó.

—¿A la estación de tren? —preguntó el policía sorprendido.

—Mi compañera me ha dejadoaquí. Ella necesitaba el coche, poreso me vuelvo en tren a Múnich.

—Bien, no se preocupe, loarreglaré —contestó el policía conuna fingida amabilidad.

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

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Ahora, por fin, había llegado elmomento de elevar la tapa de latumba. Tenía un aspecto firme ysólido, sin ningún tipo de fisura. Perono podía descartarse que la placa depiedra caliza con dos metros delongitud, un metro de ancho y casidiez centímetros de grosor se pudieraromper con la más mínima fuerza.Jonathan Hawke convenció alimpaciente Chaim Raful de tomartodas las medidas de seguridadnecesarias para poder elevar la placade piedra en una pieza. En el camióntodo estaba preparado para colocar

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de forma segura el artefacto. Lasmantas blandas, las placas de espumade polietileno y el acolchado estabanbien colocados en su sitio. AaronSchilling sujetaba en la mano elmando a distancia de la polea yestaba a la espera de que GinaAndreotti le diese la señal de subida.

Cuando, por primera vez, seelevó ligeramente la placa paraintroducir una red de tejido metálicounida al gancho de la polea, JonathanHawke pudo lanzar un fugaz vistazoal interior del sarcófago. Bajo la luzde la linterna se dibujaba un

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reluciente metal oscuro pero la granhendidura de unos tres centímetrossolo le permitió imaginarse lo que seencontraba en el ataúd. Antes delevantarse un olor a rancio le llegó alolfato.

Los dos trabajadores que fijaronel tejido metálico en el ganchocomprobaron una vez más loscalabrotes de fijación e hicieron unademán de afirmación dirigiéndose aGina. El ruido del generador hacíadisipar cada palabra. Gina levantó lamano para indicar que el anclajeresistía. Aaron presionó hacia abajo

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la pequeña palanca amarilla y, acámara lenta, se fue elevando laplaca del sepulcro, centímetro acentímetro. Las caras, llenas deasombro, miraban al sarcófago queen pocos segundos revelaría unsecreto oculto durante mil años. Unode los ayudantes presentes enfocó unfaro hacia el interior de la tumba.

—No puede ser verdad —suspiró Chaim Raful.

Sin embargo, esta observaciónapenas pudo ser escuchada por elfuerte estruendo del generador.

En el sarcófago se encontraba

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un caballero. Su piel, que parecía unoscuro pellejo de cuero, habíaadoptado casi el mismo color que suputrefacta armadura de hierro. Elcaballero tenía las manos apoyadas ala altura del pecho. Llevaba puestauna armadura que le cubría la partesuperior del cuerpo y las piernas, asícomo una camisa de malla metálica.En la cabeza tenía una cofia bajo laque asomaba un largo pelo dorado. Ala derecha del cadáver yacía lacuchilla de una espada cuyo mangode madera sucumbió al paso de lossiglos. A su izquierda se encontraba

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un recipiente de arcilla, similar a unaalta y delgada ánfora que abarcabadesde la rodilla del caballero hastasu cabeza.

—¡Fantástico! —gritó Gina.Jonathan Hawke asintió

mientras examinaba la placa de latumba que ya pendía a unos dosmetros y se alejaba por el margenizquierdo de la cripta.

El resto fluyó sin problemas.Aaron dirigía el brazo giratorio de lagrúa directamente sobre el camióndonde cuatro ayudantes recibieron laplaca y la orientaron para que

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aterrizara suavemente sobre suacolchada base.

En la cámara abierta de latumba reinaba un atónito silencio.Aaron apagó el generador ydescendió a la cripta por lasescaleras. Se quedó de pie junto aTom.

—Esto es increíble —dijo envoz baja para no interrumpir lareflexión—. No se ha corrompido yse ha conservado bien.

Tom asintió.—El cálido y salado aire del

interior ha secado su cuerpo y lo ha

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momificado.Una maraña de fibras envolvía

el cuerpo del muerto.—El abrigo no ha resistido el

paso del tiempo —comentó Tom antela mirada curiosa de Aaron—. Laarmadura está agujereada y oxidada.Tenemos que tener mucho cuidadocuando la despeguemos del cuerpo,puede que se nos deshaga en polvo.

—¿Cuánto pesará la tumbaaproximadamente?

Tom observó de nuevo elsarcófago.

—Estimo que cerca de una

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tonelada.—Y, ¿qué tipo de carcaj es ese

que tenemos a la izquierda delcadáver?

Tom se encogió de hombros. Elprofesor Chaim Raful que seencontraba al lado de ambos sedirigió a ellos.

—Es un recipiente de arcilla,una vez encontré algo parecido —explicó—. Un tipo de viático para ellargo viaje al paraíso.

—¿Quiere decir que dentropudo haber alimentos? ¿En uncristiano, profesor? —anotó Tom.

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—Sí, puede ser —respondióRaful y pisó el borde de la tumba.

Agarró un palo que seencontraba junto a la tumba y lolevantó. Con cuidado retiró losrestos oscuros que habían servidoantes como abrigo para el caballero.Apareció una parte de un disco dearcilla. Con cuidado, Chaim Rafulliberó el aplique. Se parecía a lapieza que hacía poco habíapresentado a la prensa en Tel Aviv.Estaba partida por la mitad y juntólas dos mitades.

Los presentes emitieron un

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fuerte murmullo. El disco mostraba,en la parte superior, el cielo divididoen dos como si hubiese abierto suspuertas. Una figura se posaba sobreuna nube con una larga vara en lamano. Debajo de esta representación,en una montaña, una pira expulsabalas llamas que el cielo se tragaba.

—¡Rápido, un pincel! —ordenóChaim Raful.

Gina se apresuró y le facilitó unpincel con una suave cerda. ChaimRaful frotó el pincel cuidadosamentesobre el pequeño plato redondo. Enla pira se podía ver una figura con

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las manos alzadas al cielo.—Esta es la prueba definitiva

—pronunció Chaim Raful en voz alta—. Esta figura es Jesús que se quemaen una hoguera. No ascendió a loscielos. Su cuerpo nunca yació en unatumba puesto que lo quemaron.

Jonathan Hawke se dirigió allado de Raful y le lanzó unainquisidora mirada.

—Sabías lo que encontraríamosaquí —pronunció con tal seguridadque no dejaba espacio a ningunaréplica.

Chaim Raful sonrió.

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—A Roma no le gustará nada loque tengo en mis manos.

Jerusalén, barrio cristianojunto a la Puerta Nueva

Gideon miraba alrededor yesperaba impacientemente. Dóndeestaría Pollak, le había prometidoque lo esperaría aquí. Aún estabaimpresionado por todo lo sucedidodurante su jornada de trabajo en lasexcavaciones. Había mirado a lacara a un hombre enterrado hace 878años en Jerusalén. Un caballero queentregó su vida a una fe, que cadavez era más cuestionable y polémica

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tras el hallazgo del plato. Seguro quesiempre hubo personas que dudaronde la resurrección de Jesús. Creer nosignifica conocer. Pero si el cuerpode Jesús de Nazaret fue realmentequemado por los romanos, ¿cómopudo haberse levantado de la tumba?Todos los evangelistas afirmaban ensus escritos que Jesús, el hijo deDios, fue enterrado y a los tres díasresucitó. Pero, ¿cómo podría habersucedido esto si su cuerpo fuecalcinado por las llamas y suscenizas se dispersaron con el vientoen todas direcciones?

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Solomon Pollak tendría querascarse bien el bolsillo si queríarecibir esta noticia.

Gideon miraba a su alrededor.Las luces de la carretera iluminabanuna ciudad, aparentemente pacífica,que no se había calmado desde hacíamiles de años. Cristianos,musulmanes, armenios, judíos,turcos. Jerusalén era un crisol deculturas. Gideon, judío denacimiento, se había alejado cadavez más de su religión. Pensaba enChaim Raful, el irascible profesor dela Universidad de Bar-Ilan. El

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hallazgo del sarcófago provocará ungran malestar entre los cristianos.Raful se alegraba mucho de esto.Intentaba ocultar su satisfacción peroGideon que estaba junto a él podíapercibir el regocijo y el secretoplacer del profesor.

—Hola Gideon —dijo unafuerte voz que le sacó de suspensamientos—. ¿Un duro día detrabajo?

Gideon se giró y miró lasonriente expresión de SolomonPollak.

—Diez horas de duro trabajo —

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contestó Gideon—. Pero te va ainteresar muchísimo lo acontecidohoy en las excavaciones.

Solomon intentó mostrarseindiferente pero Gideon percibió, aligual que aquella mañana lo habíasentido en la piel del profesor Raful,que su recién conocido se moría decuriosidad.

La noticia que tengo que dartecuesta un pastón —prosiguió Gideon.

—¿Qué puede ser taninteresante?

—Digamos que puede ser elfinal de una vieja leyenda extendida

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desde hace dos mil años en este paísy en casi todo el mundo.

—¿De qué estás hablando?Gideon sonrió.—De lo que cuentan los que

creen en el hijo de Dios.—¿Cuánto? —preguntó

Solomon.—¡Mil!Solomon lo rechazó con la

mano.—¡Estás loco!Gideon se giró.—Bueno, pues nada. Seguro que

hay otros que se interesen más por

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mis noticias.Apenas había dado tres pasos

cuando Solomon le tiró de la camisa.—Has aprendido muy rápido —

dijo Solomon con una obstinadaexpresión—. Quinientos.

—Mil, de ahí no bajo —replicóGideon—. Quizás esta sea la últimanoticia que te puedo traer de losyacimientos.

Solomon miró a Gideoncontrariado, suspiró e introdujo lamano en el bolsillo de su chaqueta.Cuando volvió a aparecer su mano,tenía un puñado de billetes dentro.

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—Novecientos —regateó unpoco más—. No tengo más. Esperoque tu relato merezca cada uno de loscéntimos que te pago.

Gideon contó los billetes y selos guardó. Entonces comenzó sunarración sobre la tumba y loshallazgos del sarcófago, delcaballero momificado, del plato rotoy de la larga ánfora que contenía unviático para el muerto.

—¿Me estás diciendo toda laverdad? —preguntó Solomon una vezque Gideon concluyó su informe.

—Te juro que es verdad todo lo

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que te he contado —aseguró Gideon.—Y ¿adónde se han llevado la

tumba y su contenido?Gideon se encogió de hombros.—Quizás al museo Rockefeller

o incluso a Tel Aviv. Allí, elprofesor tiene un laboratorio. Perono me lo han dicho.

Solomon pensó por un momento.—Dos mil dólares si lo

averiguas, lo quiero saber paramañana por la noche.

Gideon sonrió.—Puedes confiar en mí. Nos

vemos mañana aquí, frente a la

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puerta, a la misma hora.Solomon asintió.—Estaré esperándote.

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8

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

Stefan Bukowski estaba sentadodetrás de su escritorio y miraba através de la ventana abierta. Encontra de su habitual costumbre,había cerrado la puerta queconectaba su despacho con el de sucolega Lisa Herrmann. La torre de lacatedral de la ciudad exponía susrelucientes tejados al cielo peroBukowski no alcanzaba a verlo.

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Desde el exterior llegaba hasta suoficina el ajetreo diario de la vida dela ciudad pero él apenas lo percibía.Pensaba en la época en la que sudespacho se encontraba sobre lostejados de La Haya, compartido conMaxime de París y Willem deRótterdam en el Centro deCoordinación de la Europol.

Entonces su trabajo era muchomás fácil, no tenía que examinarningún cuerpo sangriento, solo teníaque trabajar con papeles. Remitía lasdiligencias a los puestosresponsables. La mayoría de delitos

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de evasión fiscal o estafa seproducían en Alemania o en algúnEstado miembro de la UniónEuropea. En principio solo seencargaba de recoger las diligenciaso ponerlas a disposición de lasautoridades alemanas en elextranjero o, a la inversa, para lasautoridades extranjeras en Alemania.Pasó diez años fuera y trabajó parael modelo de una organización depolicía europea. En la mayoría deocasiones el resultado erainsatisfactorio puesto que losintereses nacionales de los Estados

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miembros impedían una abierta eintensa colaboración. Pasarángeneraciones hasta que puedahablarse de una verdaderacooperación. A pesar de todo, StefanBukowski se había sentido bien en laEuropol y se había arrepentido másde una vez de su regreso a Alemania.

—Ahora le toca a los jóvenesdemostrar su valía —sugirió su jefede recursos al despedirle.

El Ministerio del Interior deBaviera simplemente no habíaprorrogado su comisión de servicio yya se consideraba demasiado mayor

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para ser transferido a la Europol. Deeste modo, tuvo que regresar aMúnich y se hizo cargo de ladirección de la brigada 63. Noporque él se hubiese esforzado enello, sino porque era el único puestodisponible que se correspondía consu rango y escala.

Hasta hace un año, solo teníaque estar sentado en su escritorio yasignar los casos a sus colegas,comprobaba su trabajo y dirigía lasección. Estaba liberado del trabajode campo ya que se aplicaba el viejolema: «Quien dirige debe estar libre

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de trabajo».Desde la gran reforma que había

sufrido la Policía, en la que sedesmontaron la mayoría de mandosinferiores y medios, tuvo que volvera seguir las pesquisas en la calle ytramitar los casos. Y justo en estemomento trasladaron a LisaHerrmann a esta brigada. Una mujeremancipada, con la ambición y latenacidad de un corredor de maratón.Día tras día le pisaba los talones,ella lo sabía todo y, con frecuencia,le hacía sentir que sus métodos no leconvencían.

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Aún le quedaban cuatro años.Stefan Bukowski torció el gesto, selevantó y cerró la ventana.

Habían asesinado brutalmente alpadre del monasterio de Ettal.Crucificado, torturado y apuñalado.¿Qué sabía este hombre? ¿Quéquerían de él? ¿Acaso lostorturadores eran personas horrendasque se recreaban en el sufrimiento dela víctima? ¿Por qué nadie delconvento se dio cuenta de este bestialhecho? El padre tuvo que habergritado cuando un hierro ardiendoselló su cuerpo o cuando le rajaron

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el pecho con un afilado puñal.El informe de la autopsia dejó

todo bastante claro. El forenseestimó casi dos horas de sufrimientode la víctima.

Alguien llamó a la puerta.Bukowski emitió un vacilante sí. LisaHerrmann entró al despacho.

—No he conseguido obtenerninguna resolución para laexhumación —informó Lisa—. Lafiscalía no considera las pruebascomo suficientes. Creen que todo sonsimples suposiciones y no existenindicios tangibles para ello. Quizás

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tú lo puedas volver a intentar. Elfiscal responsable se llama Flegler.

Bukowski la miró con ojosinquisidores.

—¿Tú tampoco crees que elpárroco de Wieskirch fue asesinado?

Con los párpados hacia abajocontestó:

—Con lo que ha pasado en losúltimos días, todo es posible. Sisimplemente tuviésemos unaprueba... pero no disponemos deninguna.

Bukowski palpó con sus manosla carpeta del expediente que se

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encontraba en el centro de su mesa.—El padre de Ettal murió tras

dos horas de martirio y nadie delmonasterio oyó nada. Aunque quiera,no puedo creerlo.

—¿Insinúas que sus hermanos loasesinaron?

Bukowski fruncióprofundamente el ceño.

—No es imposible pero notenemos ningún indicio. Estoycompletamente seguro de que sabenmucho más de lo que nos hancontado.

—¿Debo organizar una nueva

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declaración?—No, lo haré yo mismo. Algo

no marcha bien, lo presiento —interrumpió Bukowski.

Jerusalén, barrio cristiano,cerca de la Cúpula de la Roca

Yaara se acurrucabacariñosamente en el pecho de Tom ylo miraba a la cara con sus oscurosojos. Su largo pelo negro rizadodescansaba sobre su regazo. Elatardecer había irrumpido enJerusalén y cada vez se encendíanmás luces en la ciudad. La CiudadSanta reposaba pacíficamente en el

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crepúsculo.Yaara y Tom habían cambiado

su triste tienda por una habitación dehotel en el barrio cristiano. Estabansentados en el balcón y delante deellos se levantaba imponente laCúpula de la Roca, con su bóvedadorada bien iluminada. Tom estabasentado en una silla plegable y ledaba fuertes caladas a un gran puro.

—¡Cómo apesta! —exclamóYaara.

—Raful me lo ha regalado porhaber encontrado al caballero. Diceque es un auténtico Havana Club.

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Solo hay un vendedor aquí enJerusalén que se lo ha conseguido enexclusiva.

—De todas formas apesta —atacó Yaara.

Tom masculló algoincomprensible antes de apagar elpuro en el cenicero. Se reclinó ymiró al cielo.

—Resulta todo tan pacífico aquí—pronunció Yaara con voz profunda—. Ojalá fuese siempre así.

Tom se inclinó hacia ella y leestampó un beso en los labios. Ellaposó las manos alrededor de su

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cuello y lo abrazó fuertemente.—No hubiese podido soportar

que te sucediera algo cuando caístedentro de la cripta. Te quiero.

Tom la besó de nuevo.—Yo también te quiero Yaara y

me gustaría que nunca acabara esteinstante.

—Por otro lado, tu accidente hasido todo un descubrimiento para laarqueología —bromeó Yaara—. ¿Túqué sabes acerca de los templarios?

Tom contempló el añil delcielo.

—Los caballeros no son

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precisamente mi especialidad. Setrataba de una orden secreta muypolémica en el seno de la Iglesia.Hasta donde conozco, llegaron a serdemasiado poderosos para el papade entonces y casi todos murieron enmanos de unos asesinos a sueldo unviernes trece. Se dice que vinieron aJerusalén, movidos por la fe, paraencontrar un tesoro: el Santo Grial oel Arca, pero esto no son más queespeculaciones. En todo caso, desdeentonces se debe ser precavido elviernes trece para no tener malasuerte.

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—¿Sabe el profesor algo más?—¿Raful?—No, me refiero a Jonathan.Tom se encogió de hombros.—Que yo sepa él está

especializado en Historia romana.Una estrella fugaz cruzó el cielo

desvaneciéndose por el Este.—Tienes que pedir un deseo —

dijo Tom.—No digas nada, disfrutemos

de este momento —contestó ella.La atrajo hacia sí.—He tenido que excavar por

casi todo el mundo hasta encontrarte.

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No te voy a soltar nunca.El crepúsculo culminó dando

paso a la noche pero en Jerusalénnunca oscurecía totalmente. Portodos lados había faros queiluminaban los incontablesmonumentos e iglesias que serepartían por toda la ciudad.

Yaara se soltó suavemente delos brazos de Tom. Solo llevabapuesta una camisa que le llegabahasta los muslos dejando aldescubierto sus largas y morenaspiernas. Tom lanzó un suave silbidomientras ella se dirigía a la

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habitación.—Ya entiendo por qué hace dos

mil años volvisteis locos a losromanos —dijo—. Las esclavas deJudea eran muy deseadas.

Yaara se giró.—¿Quieres que sea tu esclava

esta noche?Tom asintió.—Eso quisieras tú —contestó

con una impetuosa risa.Tom extendió sus brazos.—Ven aquí, quedémonos fuera

un poco más y disfrutemos de estanoche. Solo deseo abrazarte, sin

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parar.La estrechó fuertemente y la

besó, parecía como si no quisieraponerle nunca fin a ese momento.

Jerusalén, museo Rockefeller,calle Suleiman

Jonathan Hawke se inclinóhacia el ataúd de cristal y miró alcadáver momificado. Su piel parecíacasi negra ante la artificial luz roja.Todos los hallazgos de la criptafueron trasladados a un laboratoriodel ala oeste del museo Rockefeller.El camino hasta Tel Aviv hubiesesido demasiado largo para el

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cadáver, la seca piel del templariono hubiese resistido el viaje sindañarse. Por este motivo, el profesorChaim Raful alquiló un pequeñolaboratorio y almacén en el museo,que apenas distaba un kilómetro delos yacimientos.

—Jonathan —llamó Raful—.Esta imagen es espectacular. Inclusodespués de mil excavaciones,siempre se convierte en un eventoúnico que consigue poner la piel degallina de quien la observa.

—Y este cadáver es totalmenteespecial —respondió Jonathan

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Hawke molesto.El tono de su voz dejó a Chaim

Raful un poco perplejo. Se dirigió alcolega americano.

—¿Cómo debo tomarme estecomentario?

—No disimule más Chaim —replicó Hawke—. No siga haciendocomo si todo esto fuese casualidad.Los restos de arcilla, la guarniciónromana, los yacimientos bajo elmonte de los Olivos. Todo esto no esmás que una fachada.

Chaim Raful se encogió dehombros.

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—No entiendo nada.Hawke señaló al cadáver.—Este es el motivo por el que

hemos excavado allí y usted lo sabía.Sabía que daríamos con su sepultura.Lo pude ver en sus ojos. Está aquísolo por la tumba del templario. Ytodo por llegar hasta este infernalplato y para poder darle un nuevogolpe doloroso a Roma. ¿Y ahoraqué? ¿Cuándo llegará su momento?¿Cuándo ha convocado la rueda deprensa con los periodistas? ¿Mañanao quizás mejor en unos días?

Chaim Raful se acercó al

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profesor e intentó posar la manosobre su hombro pero fue esquivado.

—Me ha utilizado —prosiguióHawke—. Me ha utilizado como unaherramienta más y con falsospretextos me trajo hasta Jerusalénpara que le encontrara esta tumba,que usted tanto había estadobuscando sin ningún resultado hastaahora.

Chaim Raful levantó la mano enademán de disculpa.

—Solo tenía un par defragmentos, nada decisivo. Solo unpar de vagos indicios. Jonathan,

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usted es uno de los mejoresarqueólogos de nuestro tiempo y suequipo ha realizado un trabajoexcelente, estoy en deuda conustedes. Pero no le he contado nadaque no sea la pura verdad. Hace dosmil años hubo una guarnición romanaa los pies del monte de los Olivos.Considere la tumba del templariocomo un regalo. De este modo ambosestaremos satisfechos. Usted puedeseguir excavando y dejar aldescubierto la guarnición. Y yotambién he obtenido lo que deseaba.¿No merece la pena para ambos?

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—Usted me ha utilizado paradañar a la Iglesia romana. ¿De dóndeviene este profundo rechazo haciaRoma?

Raful volvió a elevar sus manospara disculparse.

—La Iglesia romana es comouna prostituta, se acuesta con lospoderosos —contestó bruscamenteRaful.

Las venas de su cuello sehincharon mostrando toda su rabia.

—Traicionó a mi familia.Jonathan Hawke no entendía a

qué se refería.

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—Mi padre, mi madre y mis doshermanas murieron en Bergen-Belsen, solo yo pude escapar delcampo de concentración. La Iglesiaromana presenció impasible losacontecimientos y dejó actuar aHitler. Al contrario, incluso leapoyaron para que continuara con susangriento régimen. Mantuvieron alpueblo en calma. Celebraron misassagradas con la sangre de losdañados. Para eso sirve esta SantaIglesia. No tiene nada de humano,anhela la vida de aquellos que no lespertenece. Solo aceptan su única

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verdad.Jonathan Hawke negó con la

cabeza.—Eso sucedió hace muchos

años y no podemos dedicar nuestravida al odio. El presente es hoy ydebemos dirigir nuestra mirada alfuturo.

—Lo dice con tanta facilidadamigo —interrumpió Chaim Raful—.Aquella vez que se encontraron losescritos en el mar Muerto yo formabaparte del equipo de jóvenescientíficos que trabajaba allí.Obtuvimos la autorización del

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Gobierno jordano para seguirbuscando en más cuevas. Peroentonces llegó Roma y envió a susesbirros, Pater De Vaux y a laIglesia. La biblioteca École, esteengendro dominico de París nos echóy tuvimos que quedarnos mirandocómo unos extraños se llevabannuestra propia historia de las cuevas.Entonces me juré que nunca másdejaría que me excluyeran.

—Pero hace mucho tiempo quese publicaron los resultados de losyacimientos —comentó Hawke.

Raful dio una fuerte carcajada.

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—No querido, usted no es taninocente. No creerá que hanaparecido todos los documentos. Noencontrará ningún escrito, ni siquieraun fragmento, que sea crítico con laIglesia. Han ocultado aquellosescritos que demuestran que Jesúsnunca ha existido, al menos en laforma en la que la Iglesia romana noslo quiere hacer creer.

—¿Y por qué está tan seguro?—preguntó Hawke.

—Lo sé porque precisamente hevisto esos escritos con mis propiosojos antes de que nos robaran todos

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los objetos que poseíamos y nosllevaran al desierto —explicó Raful—. ¿Lo entiende? De lo contrario,¿de dónde hubiese oído hablar deeste aplique?

Hawke frunció el ceño.—¿Qué tienen de especial estos

platos de pared que usted tantoaprecia?

Raful dio un paso atrás y sesentó en una silla.

—Es una larga historia —afirmó—. Pero no quiero ocultárselaquerido amigo. Hace quince años lecompré a un mercader árabe, en un

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bazar de Haifa, el fragmento de unpapiro. Estaba escrito en hebreoantiguo y procedía de una de lascuevas de Qumrán, eso era lo que megarantizaba el mercader.Efectivamente parecía un escrito muyantiguo. Pagué casi quinientosdólares pero la inversión mereció lapena. Contenía las indicaciones deotra cueva que se debía encontrar aloeste de las cuevas descubiertashasta el momento y del asentamiento.Busqué durante casi dos años. Por finencontré la entrada, junto a Kalya, enuna pared de gran altura. Estaba

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oculta y cubierta por el polvo desiglos. En la cueva se encontrabanlas mismas jarras de barro que enQumrán, pero esta zona es mássensible a la humedad. El contenidode los recipientes ya se habíacorrompido. Sin embargo, sí quepude encontrar algo: un rollo decobre que soportó el desgaste. Nofue fácil descifrar el rollo escrito enlatín. Tuve que hacerlo fragmento afragmento pero lo conseguí. El autor,llamado Flavio el Viejo, era unartista y escribiente romano muyimpresionado por un tal Yeshua, cuya

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vida siguió con interés. Flavioprodujo en total seis apliques.Pertenecían a una serie de joyasdecorativas de pared que representanla vida de Yeshua. Solo encontrécuatro en la cueva. Pero años mástarde descubrí un escrito medievalcon indicaciones sobre uno de losdos apliques restantes.

Jonathan Hawke inhalóprofundamente.

—Y, ahora, ¿dónde seencuentran esos artilugios y qué sesabe del sexto plato?

—El sexto plato está destrozado

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pero no es importante. Era el quintoplato el que yo buscaba.

—El plato de la tumba delcaballero —murmuró JonathanHawke.

Chaim Raful sonrió.—Todo se encuentra en un lugar

seguro y pronto podrá observarlo,incluso el rollo que está disponibleen distintas tiras. Ahora, por fin, hecompletado mi colección.

—Estos platos, ¿quérepresentan, qué descubrimientos nosaportan que usted tanto deseapresentarnos? —preguntó Jonathan

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Hawke con desconfianza.—Muestran el bautizo de

Yeshua, muestran como se dirigía alas personas, cuando entró enJerusalén, también la cena con susfieles. Pero no solo se encuentrandoce, sino que hay una decimotercerapersona que se sienta junto a él.Pronto podrá verlo todo. Los otrosdos platos ya los conoce. Lacrucifixión de Yeshua y laincineración de su cadáver. Creo queesto no va a agradarle mucho aRoma.

—¿Por qué? —preguntó

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Jonathan Hawke—. ¿Porque loquemaron después de su muerte?

—La imagen no deja lugar adudas. Pero como se dice en la Cartade los Corintios: Cristo murió pornuestros pecados; fue sepultado yresucitó al tercer día según lasEscrituras; que apareció a Cefas yluego a los doce; luego se aparecióa más de quinientos hermanos a lavez, la mayoría de los cuales vivenaún, y otros ya duermen. Después seapareció a Jacobo, después a todoslos apóstoles. Resumiendo, siquemaron su cuerpo no existe

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ninguna tumba, ni se produjo laresurrección con lo que toda estafarsa se desmonta.

Jonathan Hawke negó con lacabeza.

—¿No lo está simplificandodemasiado? —preguntó—. Dios nosolo controla el alma sino que es elSeñor de la materia. ¿Acaso no podíaJesús atravesar paredes y entrar enhabitaciones cerradas?

Raful sonrió.—La historia no ha hecho más

que empezar. Fantasmas ha habido encada mitología pero, espere un

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momento, una pequeña observaciónen cuanto a su tesis: según elEvangelio de san Juan, ¿no puso elincrédulo Tomás el dedo en la llagaporque no creía en la resurrección?¿Se le puede hacer esto a unfantasma? No Jonathan, le enseñarélas pruebas, se asombrará viejoamigo. Y su nombre estará siemprevinculado al legado de lostemplarios. Le estoy eternamenteagradecido, Jonathan. Todo esto meha demostrado que no me equivoquéen mi elección de que usted dirigieralas excavaciones con su equipo.

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Con una fuerte negaciónJonathan Hawke tomó la palabrainterrumpiendo a Raful.

—Estoy aquí para poner aldescubierto una guarnición romana yno para seguir escuchando esteenredo. No quiero saber nada de estahistoria de los templarios y no quieroque se me relacione con ellos.¿Entendido, Chaim? Su conflicto conla Iglesia es asunto suyo.

—Jonathan, viejo amigo, losiento. No entiendo por qué semolesta tanto. ¿Por qué motivo nopuede vincularse su nombre con el

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hallazgo más importante delJerusalén actual? El mundo debeagradecerle a su minuciosidad quepodamos disponer ahora de másconocimientos.

Jonathan Hawke inhaló el aireprofundamente en sus pulmones.

—Porque soy cristiano y no meavergüenzo de ello —respondióbruscamente y se giró.

—Pero usted también es uncientífico y la única obligación a laque nos debemos los científicos es ala de descubrir la verdad. Solo poreso buscamos huellas de nuestro

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pasado. Solo cuando podamos saberde dónde venimos, entenderemosnuestro destino.

Jonathan Hawke ya habíacerrado la puerta del laboratorio. Laspalabras de Raful resonaron sin serescuchadas.

Monasterio de Ettal enOberammergau

La toma de declaración de loshermanos del monasterio no aportóninguna prueba nueva. Nadie se diocuenta de nada relacionado con elasesinato. Nadie, excepto esepeculiar monje que imaginaba

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haberse encontrado personalmentecon el mismísimo demonio. Despuésde que el prior de la abadía levolviera a explicar que el lugar delasesinato se encontraba lejos de lasceldas y de que el sonido se pierdepor el amplio espacio delmonasterio, Bukowski encerró por unmomento a Lisa en el cobertizo ycerró la puerta. Efectivamente losgritos de Lisa no llegaron hasta lashabitaciones donde duermen loshermanos.

—Justo por ese motivo,alojamos los talleres y establos en

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esta zona —explicó el prior—. Lasondas del ruido no traspasan losmuros y no se molesta a nadie conlos trabajos.

Lisa miró a Bukowski con granescepticismo.

—Además, las puertas tambiénestán blindadas —agregó el prior.

—¡Muchas gracias! —respondió Bukowski—. Si tiene másnoticias que nos puedan ser de ayuda,llámeme directamente.

Bukowski le acercó al prior sutarjeta de visita y se despidió.

Cuando tomó asiento en el

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coche junto a Lisa, maldijo en vozbaja.

—Así que no se han confirmadotus presentimientos —ironizó Lisa—.Se han quedado en eso,presentimientos. Una pena realmente,seguro que unos monjes asesinos ysedientos de sangre te hubiesenllevado a algún titular de prensa.

Bukowski ignoró la ironía delos comentarios de Lisa.

—Al menos, con esto podemosexcluir objetivamente un complot delos monjes —murmuró—. Además,un buen criminalista considera en

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primer lugar todos los indicios yposibilidades hasta queposteriormente pueda ir separando lapaja del trigo gracias a laslaboriosas pesquisas.

—Entonces, ¿esto han sidosimples tanteos? —preguntó Lisa.

Bukowski se acomodó en elasiento del copiloto y apoyó lacabeza sobre la ventana.

—Si lo quieres llamar así —contestó antes de cerrar los ojos.

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9

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

-Latín medieval, mayúsculas sinseparación, el lenguaje de la Iglesiay del Occidente cristiano, en mediode Jerusalén —narró Gina Andreottiobservando la brillante foto que seencontraba frente a ella en elescritorio.

—Y por suerte una inscripciónmuy limpia y ejecutada con claridad—añadió Jean Colombare—. El

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escribiente se esforzó bastante.Gina pasó las hojas de un tomo

que documentaba escritos yfotografías de hallazgos, tambiénrealizados en latín medieval del sigloXII. Una obra de referenciapaleográfica para poder realizar ladeterminación temporal de un escritomediante la caligrafía, la ejecucióndel escrito, la deformación de lasdistintas letras y la expresiónlingüística. Señaló la foto de unatumba descubierta hace siete años enRoma y que ya había sido clasificadatemporalmente.

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—Los arcos y la forma de lasletras son casi idénticos —pronunció—. Esta tumba procede del año1141, con esto se puede deducir lafecha de nuestro ataúd.

Colombare asintió.—Te doy la razón. Hemos

encontrado un caballero de la épocade la primera Cruzada quepermaneció aquí en Jerusalén.

—No estoy especialmenteinformado de las cuestiones de lostemplarios pero durante muchos añosmantuvieron aquí en Jerusalén unacomandancia —observó Gina y soltó

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el tomo de fotos—. Según lainscripción de la tumba, estamosfrente a un caballero de alto rango,quizás incluso un gran maestro entrelos templarios. He traducido lamayor parte del texto.

—Y, ¿qué pone en la tumba denuestro solitario templario?

Gina rebuscó entre susanotaciones. Finalmente encontró eldocumento.

Aquí descansa con Diosnuestro hermano, el noble ComtéRenaud de Saint-Armand, quienfalleció en el año 1128 después de

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Cristo en la Tierra Santa. Fuerauno de los nueve que juraron serviral hijo de nuestro único Dios cuyatumba debe protegerse de lossaqueadores e impíos paganos.Murió en vida pero su juramentosagrado perdurará en la eternidadhasta el último día. Cumplirá sudeber al igual que nosotros,hermanos de Cristo, nos obligamosa servir a nuestro hermanoeternamente. Este juramento seanuncia a todos aquellos que seatrevan a irrumpir en latranquilidad de nuestro hermano

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por lo que serán quemados en elinfierno eterno. La sombra de lamuerte les alcanzará.

—¿Eso es lo que está escrito?—preguntó atónito Jean Colombare.

—Ese es el sentido —respondióGina—. Sabes que ciertas palabrasno se pueden traducir literalmente.Pero ese es el contenido de lainscripción de la tumba, con todaseguridad.

—Si estás segura, es eso lo queestá escrito —ratificó JeanColombare con una sonrisa—. Túeres nuestra especialista, ¿has

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informado ya a Jonathan?Gina contestó con un ademán de

negación:—Jonathan ha ido al

Rockefeller. Quería reunirse allí conRaful. Creo que está bastanteenfadado porque Raful nos hautilizado. Jonathan está convencidode que Raful sabía lo de la tumba yutilizó como pretexto la excavaciónde la guarnición romana.

Jean Colombare pasó las manospor su oscuro y espeso pelo negro yse secó la frente llena de sudor. En latienda hacía mucho calor y era

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pegajoso.—Da igual, pienso que de todas

maneras nuestras excavaciones hanmerecido la pena. No se descubrenmuchas tumbas bien conservadas delos caballeros europeos en Israel yen Oriente Próximo, y menos aún sison templarios. La mayoría de lossepulcros fueron saqueados yderruidos. La autoridad de loscaballeros no tuvo muchacontinuidad aquí en la tierra deldesierto.

—Jonathan me ha pedido queinvestigue el origen del caballero —

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informó Gina—. Si tienes tiempopuedes ayudarme. Supongo que unconde francés se puede ubicarsencillamente.

Jean Colombare tomó las fotosque se realizaron como pruebadocumental del estado delenterramiento.

—Sus hermanos —repitiópensativo—. Uno de los nueve. Porlo visto era muy importante paraellos esconder bien la sepultura de suhermano. Excavaron muchos metrospara ocultar bien la cripta.

—Y dejaron una amenaza para

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los que se acercaran a ella —añadióGina.

—Casi en todas las sepulturasde un personaje relevante se puedenencontrar citas que anuncian elinfierno en caso de que alguien seatreva a molestar el descanso delmuerto. Pero no ha servido demucho, ni a los antiguos egipcios consus pirámides, ni a los celtas, ni anadie en el mundo.

—Han escondido tan bien estepanteón que ha permanecido durantemuchos años sin descubrir —respondió Gina.

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—Lo único que me preocupason los objetos que se incluyen en elsepulcro —prosiguió JeanColombare—. Una espada escomprensible cuando se entierra uncaballero. Pero, ¿qué hacen un platoroto y una delgada ánfora en susarcófago?

—Alguien los colocó allíporque tampoco podían serdescubiertos —anotó Gina.

—Claro pero, ¿por qué? Y,además, el plato procede de la épocade la crucifixión de Jesucristo. Estoquiere decir que es unos mil años

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más antiguo.—Casi como esta ominosa

ánfora —comentó Gina—. Estafigura ya la he visto alguna vez.Griega, si me preguntas.

—Sí, yo también lo creo.¿Dónde la has visto?

Gina se levantó y se dirigió auna estantería de libros improvisadacon cajas de fruta donde guardabasus libros y obras de referencia. Notuvo que buscar mucho hasta queencontró el libro. Buscó una páginacon imágenes y le acercó el libro aJean Colombare. Se comparaban la

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fotografía con la litografía delsepulcro que se representaba en ellibro.

—Cierto, tienes razón —afirmótras un momento.

Después cerró el libro y leyó eltítulo.

—Los manuscritos de lascuevas de Qumrán.

—Exacto —exclamó Gina.—Qumrán muestra cada vez

más incógnitas. Y, ¿qué hay en elánfora?

Gina se encogió de hombros.—Chaim Raful se ha apresurado

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bastante en sacar de aquí sucontenido. No creo que nos vaya adecir lo que allí se encontraba.

—Y me decía que si eranviáticos.

—¿Viáticos en la tumba de uncristiano? —repitió Gina.

—Tengo que reconocer queestaba tan impresionado por elcadáver que el profesor podríahaberme contado cualquier cosa —admitió el francés—. Tenemos quehablar inmediatamente con Jonathan,esto es bastante sospechoso.

—¿Qué crees que está haciendo

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Jonathan ahora mismo?Múnich, Unidad de Crimen

Organizado de Baviera, brigada 63—Y, ¿no hay ninguna duda? —

preguntó Bukowski mirando a Dornde la Policía Científica por encimadel hombro.

—¿Es que no lo ves tú mismo?—atacó Dorn.

Bukowski se inclinó y miró porel ocular del microscopio.

—No veo nada —contestó.—Entonces estás ciego.Bukowski se alzó de nuevo.—Tú eres el especialista en

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huellas y si me dices que el perno delcilindro de la cerradura muestrapequeñas estrías me lo creo.

Bukowski se sentó en una silla.—Quiero el informe para

mañana.Dorn miró al reloj de su

muñeca.—Estás loco, acabo a las tres y

no me voy a quedar más tiempo porti. Te tienes que conformar con que tediga que la cerradura de laWieskirche se abrió con la copia deuna llave.

Bukowski sonrió y palpó un

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paquete de tabaco en el bolsillo desu camisa.

—¿Qué pasa? —preguntó Dorn.—Es increíble todo lo que

podéis determinar —contestóBukowski y se encendió un cigarro.

—Te agradecería que nofumaras aquí —le rogó Dorn.

Bukowski se levantó y sedirigió a la ventana. La abrió y echóel humo hacia fuera.

—Y si te he entendido bien, sehizo una copia de la llave delpárroco fallecido. Una copia que hadejado estas pequeñas fisuras en la

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cerradura.—En la mayoría de ocasiones la

copia no encaja al cien por cien —comenzó Dorn con su intentoexplicativo—. Como la cerraduracede después de un largo uso, unallave nueva deja finas fisuras y unashabituales huellas microscópicas enel perno del cierre...

—Está bien, está bien. Solo meinteresa que alguien ha hecho unacopia de la llave —interrumpióBukowski.

—Y, ¿qué tal te va? ¿Te hasacostumbrado ya a tu colega? —

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cambió de tema Dorn.Bukowski tiró el cigarro por la

ventana.—¿Qué quieres decir con eso?—Ya sabes, dicen que no

comparte nada de tus viejascostumbres.

—¿Quién dice eso? —preguntóenfadado Bukowski.

—Ya sabes —titubeó Dorn—.Las noticias vuelan por nuestrospasillos pero tienes razón. Lasmujeres nos confunden bastante.Berger se ha cambiado de puesto porla nueva directora de servicio. Ahora

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está en el presídium.—Escúchame bien —advirtió

Bukowski mirando seriamente aDorn—. Esos rumores son tonterías.En nuestro departamento todo marchabien. Bueno, al principio huboalgunos roces pero es normalsiempre que llega alguien nuevo.Lisa tuvo que situarse primero perotiene un jefe estupendo que la haapoyado en todo momento. Lo únicoque tienes que saber es como tratar alas mujeres, ¿entiendes?

Bukowski guiñó un ojo.Llamaron a la puerta.

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—¡Sí! —gritó Dorn.Lisa Herrmann entró en el

pequeño laboratorio. Saludóbrevemente a Dorn.

—Tienes que ir rápidamente ala jefa —anunció Lisa a Bukowski—. No sonó nada amable. Creo quela Hagedorn está enfadada. Y lapróxima vez que te escabullas entrelos despachos me dices dónde tepuedo encontrar. Tengo bastantescosas que hacer como para estarbuscándote.

Bukowski se encogió dehombros.

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—¿Qué quiere ahora esa de mí?Pregúntaselo tú mismo —

contestó Lisa cortante y desaparecióigual de rápido que había aparecido.

Dorn sonrió irónicamente.—Ahora entiendo a lo que te

refieres cuando afirmas que sabestratar a las mujeres.

Bukowski negó con un gesto.—Mañana quiero el informe en

mi mesa, ¿está claro?—Te deseo buena suerte y que

lo pases bien con la Hagedorn.Seguro que la conquistas.

Jerusalén, museo Rockefeller,

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calle SuleimanJonathan Hawke se apresuraba

por los pasillos del museoRockefeller en dirección a la salida.Estaba enfadado y profundamentemolesto por el comportamiento deChaim Raful. Él no era una marionetaa la que se pudiera manejar a suantojo. Siempre había estimadoenormemente a Chaim Raful comocientífico y arqueólogo pero la maníaque este hombre le profesaba a laIglesia era enfermiza. Lo que más lehubiese gustado en ese momentohubiese sido hacer las maletas y

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marcharse, no podía soportar elcomportamiento de su colega. Porotro lado, él era el director de lasexcavaciones de todo el complejo ybajo la tierra del valle del Cedrón, aleste del monte de los Olivos, seguíanescondiéndose los restos de unaguarnición romana de dos mil añosde antigüedad.

—¡Jonathan, espere! —retumbópor el pasillo.

Jonathan prosiguió invariable sucamino. No tenía ganas de seguirhablando.

—Jonathan, por favor, espéreme

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—resonó de nuevo—. No tenemosque enfadarnos. Deme otraoportunidad, se lo ruego.

Jonathan Hawke ralentizó elpaso. Se paró a la altura de unaventana y miró hacia fuera. A suspies, en el valle, se encontraban laspequeñas casas de la Ciudad Viejade Jerusalén. A lo lejos, brillaba labóveda dorada de la Cúpula de laRoca. Toda la ciudad parecía tanpacífica e idílica. Respiróprofundamente.

El profesor Chaim Raful seapresuró para alcanzar a Jonathan.

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—Disculpe mi indomabilidad—se arrepentía Raful de sus crudaspalabras—. No quería molestarle,tampoco deseo destrozar suscreencias. No pretendo robarle lasilusiones a nadie pero me sientoobligado con la verdad. La únicaverdad es la demostración científica.Y no me gusta nada cuando laspersonas de la fe intentan implantarun corazón ajeno, como un cirujano asus pacientes.

Hawke se giró.—Más bien tengo la impresión

de que es una lucha personal que está

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librando contra la Iglesia.—Claro, querido amigo —

respondió Raful—. Puede haberrazones personales pero heencontrado indicios de que Jesucristono era aquel hombre que llevó lavida que la Iglesia le quiere hacercreer. Yeshua era, sin duda, unprofeta. Era un hombre sabio, muyinteligente y transmitía una ideologíamuy humana. Profetizó la bondad y lacompasión. Pero era un hombre, noera el hijo de Dios.

—Puede ser —replicó Hawke—. Pero casi un tercio de la

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población mundial es cristiana. Yasean católicos, protestantes,ortodoxos u otras comunidadeslibres. El cristianismo hadeterminado nuestra visión delmundo. Es una creencia base que nose puede destruir. Nadie tiene elderecho de hacerlo.

—Pero, querido amigo —dijoChaim Raful mientras posaba sumano en el hombro de Hawke—. Unamentira no se transforma en unaverdad porque se haya convertido enla creencia de millones de personas,transmitida por instruidos

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eclesiásticos. No podemos construirnuestra historia o seleccionaraquellos pilares que más nosconvengan porque se adaptan mejor anuestra concepción del mundo.

—¿Se refiere al canon de laIglesia?

—Exacto, estimado amigo ycompañero —confirmó Raful—. ¿Sepuede seleccionar de una serie deescritos aquellos que tienen unsignificado normativo para lospadres de la Iglesia y desechar otrosque no interesan otorgándoles uncarácter subordinado como citas,

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canciones o apócrifos?—¿No hay que decidirse en

algún momento? —preguntó Hawke—. ¿Es falso que de los numerososescritos del Nuevo Testamento solose eligieran los cuatro evangeliosque no se contradecían? No se olvidónada, no se ocultó nada en secreto. Elresto de escritos se publicaronigualmente pero se contradecían enparte o eran, simplemente, extractosinsuficientes del Evangelio existentesin el carácter oficial de publicación.

—¿Qué sucedió con elEvangelio de santo Tomás? —

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preguntó Chaim Raful—. El hombrees de origen divino, es decir,incierto. Creado a semejanza deDios. Por tanto, todos nosotrossomos hijos de Dios, como Yeshua.Y en Tomás, no encontramos ningunaresurrección pero encontramospalabras, citas que nos recuerdanfuertemente a Qumrán. Pero Tomásno se adecuaba a las expectativasque el convento de Triest determinóhace 460 años como el canondefinitivo del Nuevo Testamento dela Iglesia católica romana.Simplemente fue olvidado. Pero el

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hombre, a veces, se equivoca. ¿No sepuede extraer eso también de lasenseñanzas?

—¿No debería hacerle estaspreguntas al papa y no a mí?

—¿Acaso no nos interesa laverdad a todos nosotros? —replicóChaim Raful.

—¿Quién nos dice qué es laverdad cuando tan solo hemosencontrado algunas piezas sueltas?Solo hemos descubierto algunaspequeñas gotas de un inmensoocéano. Y ahora intentamos cada unohacernos nuestras propias ideas. Y

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rellenamos los huecos con tesis,suposiciones y connotaciones que notienen nada de científico, cuyo origenreside única y exclusivamente ennuestro mundo de fantasías. ¿Esto eslo que usted llama la verdad, enserio, querido colega?

Raful quitó la mano del hombrode Jonathan Hawke. Con un seriorostro pronunció:

—Yo conozco la verdad y espeligrosa puesto que destroza elpoder de los poderosos de estemundo.

Jonathan Hawke se dio por

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vencido. Chaim Raful era un casoperdido.

—Usted me da pena, profesor—interrumpió Jonathan Hawke elsilencio de unos segundos—.Quédese con su descubrimiento yconfórmese con eso. Peromanténgame a mí al margen. Estoyaquí para descubrir una guarniciónromana y no para seguir escuchandosus ocurrencias sin sentido.

Raful miró fijamente a JonathanHawke, después le sonrióartificialmente y le ofreció su mano.

—De acuerdo —dijo

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misteriosamente—. Usted busca laguarnición y yo me quedo con elcaballero y todo lo que contiene susepulcro. No le molestaré más. Alcontrario, seguiré favoreciendo sustareas como siempre.

Jonathan Hawke le tendiótitubeante la mano al profesor.

—Quédese con el caballero, notengo ningún interés en él. Yo noapoyaré nunca en público sus tesis,debe tenerlo claro.

El profesor Chaim Raful asintió.—Hoy me ha quedado bastante

claro, querido amigo.

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10

Roma, palazzo del Sant’ Uffizio

El cardenal prefecto Lukasecestaba indignado. Pater Leonardo sesentó en el sofá de cuero debajo dela ventana. La majestuosa sala dereuniones del palazzo en el queresidía el Santo Oficio era muy fría.Las ventanas estaban cerradas ytapadas. El cardenal prefectoLukasec vestía una sotana negra, elsolideo granate y alrededor de sugran barriga, atado, el cingulum rojo.

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Estaba de pie frente a la ventana, susblancas y arrugadas manos rodeabansu cuerpo.

—¿Tiene realmente claro elpoder que posee el cardenalBorghese? —cuestionó enfadado elcardenal prefecto—. Él posee todoslos honores, hijo mío. Y usted estáaprendiendo a dar sus primerospasos ahora. Si se dirige a nuestrooficio con algún asunto urgente,entonces espero que se me informe alrespecto inmediatamente. El cardenalBorghese se considera un hombre deconfianza del Vaticano. No solo la

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Iglesia le está eternamenteagradecida sino que su influenciasobrepasa estos límites y alcanza elámbito político y económico. Mereceque usted se lo tome muy en serio,pero al contrario, ha recibido suspreocupaciones y miedos con unasimple sonrisa y lo ha tratado como aun novicio.

Pater Leonardo hizo un ademánde disculpa.

—No es cierto, he consideradototalmente en serio sus inquietudes.

—Y, ¿ha actuado enconsecuencia? —le robó la palabra

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el cardenal prefecto—. No entiendoa estos jóvenes. Vienen de cualquieruniversidad, hacen un máster y secreen que saben todo y no debentomarse en serio al resto del mundo.

—Yo pensaba... —intentabajustificarse Pater Leonardo.

—Usted pensaba —repitiósarcásticamente el cardenal prefecto—. Pero, ¿qué piensa usted? ¿Creeque el mundo no se tomará en serio aese profesor judío? ¿Piensa que nopuede dañar a nuestra Iglesia?¿Cuánto tiempo hace que no havisitado una santa misa? Me refiero a

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una fuera del Vaticano, en el mundo,en un pueblo o una pequeña ciudad.No dará crédito. Bancos vacíos,personas mayores, ningún fieladolescente o adulto. Esta Iglesiatiene problemas a la hora demovilizar a los ciudadanos. EstaIglesia se enfrenta a un graveproblema, querido. Y este no es elmomento de jugar a nada. Es elmomento de actuar y no soloreaccionar ante lo que hacen nuestrosenemigos y sonreír maliciosamenteante sus actos.

—He utilizado mis contactos,

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eminencia —respondió PaterLeonardo elevando ligeramente lavoz—. Tenemos un hombre enJerusalén que sigue con detalle lostrabajos en los yacimientos en lafalda del monte de los Olivos.

—¡Ah, sí! —replicó el cardenalprefecto, alargando la expresión paraque su sarcasmo no pasaradesapercibido—. Entonces sabrá conseguridad lo que han encontrado enuna de las excavaciones.

Pater Leonardo se maldijo en suinterior por no haberse puesto encontacto con su persona de confianza

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en París antes del regreso delcardenal prefecto. Quizás habíainfravalorado la importancia ypeligrosidad de esos trabajos.

—Los arqueólogos hanencontrado los restos de unaguarnición romana que se remonta ala época de Jesucristo. El profesorRaful dirige las excavaciones.Aparentemente se ha encontrado unaplique que representa una escena dela vida de nuestro Señor: lacrucifixión. Pero eso no es ningúnargumento para sustentar la tesis deese profesor.

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El cardenal prefectointerrumpió con un gesto el discursode Pater Leonardo.

—¡No tiene ni idea! —ridiculizó con mucho enfado—. Nisiquiera ha considerado importanteinformarse correctamente sobre elestado de las excavaciones.

Pater Leonardo hizo un gesto deculpabilidad y se encogió dehombros.

—Han encontrado la tumba deun caballero del siglo XII —instruyóel cardenal prefecto a su secretario—. Aparentemente ese sepulcro

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contiene indicios que pueden serrealmente peligrosos para la Iglesiasi se encuentran en manos de unfanático herético. El cardenalBorghese me ha informado. Noconfía en usted y él mismo haencargado que se hagan ciertasaveriguaciones. Pensándolo bien,creo que su decisión fue bastanteacertada.

—Yo no sabía...—Efectivamente —increpó el

cardenal prefecto a su subordinado—, usted no sabe nada y tampocohace nada porque no le da

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importancia a esta situación yconsidera que el cardenal Borghesees un miedoso y nervioso brujo.Usted le falta el respeto.

Pater Leonardo se levantó.—Le pido disculpas por mi

impertinencia, eminencia.—Tendrá ocasión de enmendar

su despreocupación. Volarádirectamente a Jerusalén y allí sereunirá con Pater Philippo. Leesperará en el convento de losfranciscanos en Jerusalén. Lepresentará a un influyente señor quetiene mucho poder dentro del actual

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Gobierno. En primer lugar quieroque se paren esas excavaciones yposteriormente que sean concluidaspor personal eclesiástico, ¿me haentendido?

Pater Leonardo hizo un ademánde reverencia.

—He entendido perfectamentesu deseo, eminencia. Completamente.

—Entonces, póngase a trabajar—replicó el cardenal prefecto y leextendió la mano a su secretario.

Pater Leonardo tomó la mano ybesó el anillo antes de abandonar lasala. Una vez que la puerta se cerró

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bien pudo respirar profundamente.Efectivamente, había infravaloradoal cardenal Borghese. Pero todas lastormentas pasan tarde o temprano ydespués siempre llega la calma.

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

El superior de la PolicíaJudicial, Stefan Bukowski, odiabacuando se sentía encerrado en elascensor, ahí siempre olía como lataza del váter. Odiaba cuando nosabía que se esperaba de él en unareunión. Odiaba cuando tenía quesubir a la planta más alta, la planta

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de la jefa. Y no podía soportar a sujefa, la presidenta de la OficinaEstatal de Criminología. Esa mujerque ocupaba el asiento del jefe desdehacía apenas dos años no era másque una figura política, una marionetamovida por los hilos de quienostentaba el poder en el Ministeriode Interior, amamantada por loslobos con la ideología del granpartido. Sin embargo, no tenía ni ideadel trabajo policial.

En realidad, Stefan Bukowskiañoraba el momento de su jubilación,ya que después de todos los cambios

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que se habían producido en el cuerpode la policía durante las últimasdécadas cada vez estaba más lejos demejorar la situación. Todo locontrario. De año en año, de reformaen reforma, cada vez empeoraba más.

Con un sobresalto el ascensorparó en la cuarta planta. Bajo eltecho solo había salas de expedientesy un par de laboratorios para lostécnicos. La puerta chirrió al abrirsey Bukowski se abalanzó hacia elpasillo. La oficina de la presidenta,la doctora Annemarie Hagedorn-Seifert, se encontraba al final del

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pasillo. La puerta de entrada estaba,como siempre, cerrada. El únicocamino hacia el centro del poderpasaba por la oficina de larecepcionista. Bukowski, a veces,llamaba a esa parte de la planta «lahabitación de las herramientas», yaque allí se podían encontrar losutensilios más pesados.

Llamó a la puerta. Se escuchósecamente:

—Un momento.Bukowski torció el gesto.

Respiró profundamente y se sentó enuna silla colocada en el pasillo frente

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a la puerta, como en la sala de esperade un dentista.

Transcurrieron diez minutoshasta que la recepcionista, una mujercuarentona con un peinado que aBukowski le recordaba a un mochode fregona amarillo, asomó la cabezapor la puerta.

—Señor Bukowski —pronunciócon tono nasal—, la presidenta leespera.

—Igual que yo —suspiró y selevantó.

La recepcionista hizo pasar aBukowski por su reinado y le

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introdujo en el espacioso despachode la señora Hagedorn-Seifert. Lapresidenta estaba sentada detrás desu mesa y levantó la mirada muybrevemente mientras él entraba aldespacho. Bukowski sabía que elapellido Seifert hacía referencia alpresidente del Tribunal Superior deJusticia y esposo. Siempre se poníadetrás de su apellido como unpredicado. Fue más un convenioacadémico que un matrimonio, ya quela importante señora Hagedorn vivíaentonces la mayor parte del tiempoen Berlín cuando trabajaba como

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secretaria en el Ministerio deBaviera, dedicada a los asuntosfederales y europeos.

Bukowski radiografió a sucoetánea, una pequeña y gruesa mujerde oscuro pelo rizado y supoinmediatamente por qué nunca lehabía dado ninguna importancia a lavida marital y por qué seguía soltero.

—Siéntese, comisario jefe de laUnidad de Crimen Organizado —ordenó la presidenta con su metálicae impersonal voz.

Bukowski se sentó en laacolchada silla frente a la pesada

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mesa de caoba y esperópacientemente hasta que la señoraconcluyera su análisis deexpedientes.

Elevó la mirada.—Hemos recibido una queja de

usted, comisario jefe, y reconozcoque también considero susprocedimientos extraños al igual queel director de la Inspección policialde Weilheim.

—Llámeme simplemente señorBukowski —contestó Bukowski—.No le doy ninguna importancia a lostítulos.

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El rostro de la presidentamostró su rechazo.

—Como usted bien sabe, señorBukowski, hay títulos a los que sí hayque otorgarles la importancia quemerecen. Bueno, ¿cómo me puedeexplicar su comportamiento tandespectivo y poco corporativo?

Bukowski se encogió dehombros.

—Quizás me pueda informarprimero de qué se trata. Entonces leexplicaré mi comportamiento.

La señora Hagedorn-Seiferttomó un escrito de la carpeta de

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expedientes y se lo acercó aBukowski.

—Ha intentado provocar laexhumación de un cura y para ello seha basado en graves errores detramitación de los colegasresponsables en Weilheim. ¿No esnecesario contar con razonesjurídicas penales y sospechasfundadas para llevar a cabo estepaso?

—Estoy trabajando en dosasesinatos del círculo eclesiástico yhay suficientes sospechas fundadasde que el cura en cuestión también

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fue asesinado. Los colegas deWeilheim y el forense competentetrabajaron incorrectamente y el caso,mejor dicho, el cadáver solo seexaminó superficialmente.

—¿No podía haber explicadosus motivos y no haber ensuciadonuestro nombre ante el Tribunal deJusticia? Comisario jefe, nosotros notrabajamos así, no juzgamos eltrabajo de nuestros colegas sino quenos sometemos al derecho y orden.Le pido que se someta a nuestrasdirectrices y a mi dirección interna.De lo contrario me veré obligada a

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iniciar recursos disciplinares contrausted.

—Señora Hagedorn —contestóBukowski en voz alta—. Séperfectamente cuando algo apesta yodio cuando nuestros colegas notrabajan bien y no ejecutandebidamente las pesquisasnecesarias. Yo no soy el que se haganado un proceso reglamentariosino nuestros colegas y, sobre todo,el inteligentísimo forense que hace yatiempo que tenía que habersejubilado.

—Si me lo permite, yo soy la

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doctora Hagedorn-Seifert y en midespacho no se habla fuerte. Ya hedicho lo que tenía que decir. Tengacuidado Bukowski, no es la primeravez que le valoran negativamente.Sus métodos son bastantecuestionables y no tienen nada quever con los tiempos actuales. O,¿acaso cree que le retiraron de LaHaya y le pusieron en mi serviciopor ser tan buen compañero? Ustedtuvo bastante suerte de que se leprometió que a su vuelta podríaseleccionar su nuevo puesto detrabajo. Pero no olvide su categoría y

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tenga bien claro donde se encuentra.De lo contrario me conocerá bien.

Bukowski se levantó.—Mire señora presidenta, sé

perfectamente donde me encuentro.Aún me quedan tres años y usted nome puede echar. Por cierto, estoysoltero y deseo seguir siéndolo. Nome interesa conocerla mejor.

La presidenta miró a Bukowskidesconcertada mientras se marchaba.

—Que tenga un buen día —ledeseó a la recepcionista que se habíaquedado sin palabras sentada detrásde su escritorio. Seguramente lo

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había escuchado todo.En el camino de vuelta utilizó

las escaleras. Se sentía liberado y suánimo iba mejorando en cadaescalón. Desde hacía tiempo teníaganas de decirle a su jefa lo quepensaba de ella y hoy habíaaprovechado la ocasión para ello.Con una sonrisa entró en su brigadaen la segunda planta.

Lisa Herrmann estaba sentadadetrás de su mesa y elevó la miradacuando Bukowski pasó por su lado.

—¿Qué? ¿No te ha sentado bienel encuentro? —comentó.

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—Me siento estupendo —contestó Bukowski al pasar—.Siempre lo he dicho, el sitio de lasmujeres es la cocina, no la oficina.

Desapareció y cerró la puertade su despacho. Lisa Herrmann sequedó perpleja sin dar crédito a suspalabras.

Media hora más tarde seescuchó el fax que llegaba con laresolución judicial para laexhumación del párroco muerto deWieskirch. Lisa Herrmann se levantóy sacó el papel de la bandeja deentrada. Con los ojos bien abiertos

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miró por encima el documento.—No lo entiendo... Este

hombre... ¿Cómo ha podido? —tartamudeó.

—Cuando hago algo, lo hagobien —afirmó Bukowski que habíasalido inadvertidamente de sudespacho y tomó la decisión judicialde las manos de su compañera.

—Informa a la científica, quieroun fotógrafo en la tumba, ¿o tengoque hacerlo yo mismo?

Lisa Herrmann estabatotalmente asombrada. Su rostroadoptó un tono rojizo y sin palabras

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asintió.—Mañana por la mañana a las

diez en el cementerio y conpuntualidad, a ser posible —ordenóBukowski antes de volver adesaparecer en su oficina.

Con vergüenza Lisa Herrmannse sentó detrás del teléfono.

¿Había sido capaz de haberinfravalorado a este pesado ycolérico hombre mayor?

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

—... Y nos seguimosencargando de las tareas de

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excavación de la antigua guarniciónromana —concluyó Jonathan Hawkesu explicación ante sus compañerosmás cercanos.

Tom miró a Yaara quien lerespondió con un guiño.

—Yo, por mi parte, consideroque este acuerdo es inaceptable —objetó Jean Colombare—. Sinnuestro trabajo el profesor ChaimRaful no hubiese descubierto elsepulcro. ¿Cómo puede ahorapretender un derecho exclusivo deposesión del hallazgo? Creo que estederecho nos lo hemos ganado todos y

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nos merecemos ese honor al igualque él.

Jonathan Hawke protestó:—¿Es esto realmente un honor?

Estuve hablando con Raful y meexpuso sus razones. El odio quesiente hacia la Iglesia romana espatológico y no tiene nada que vercon derechos reservados. Señoras yseñores, si me preguntáis oscontestaré que el profesor ChaimRaful está enfermo y cegado. Su odiohacia la Iglesia, tan prolongadodurante años, le ha robado cualquierpercepción objetiva de la realidad.

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No está interesado en absoluto en lasrealidades históricas, solo persigueun único objetivo: derrumbar lospilares del Vaticano. No quiero quese me asocie con él. Esto no tienenada que ver con una investigaciónseria.

Gina asintió comprensiva.—Entiendo tus reservas pero le

sigo dando la razón a Jean. Esnuestro hallazgo. No nos puedeexcluir de esto. Al contrario, tenemostodo el derecho a seguir trabajandoen este descubrimiento. Lo consideromás necesario que nunca para poder

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alcanzar unas conclusiones objetivasy neutras.

—Para mí es demasiado tarde,no voy a participar en las tareas deinvestigación relacionadas con esecaballero. Es vuestra decisión lapostura que toméis al respecto. Yopor mi parte continuaré por dondenos quedamos. Estamos en medio delos restos de una guarnición romana.

Los presentes se miraron entresí. El silencio reinó durante unosinstantes.

Moshav carraspeó.—Yo he venido aquí para

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trabajar en la excavación de unaguarnición romana —manifestó—.Hemos levantado cuatro zanjas y aúntenemos mucho trabajo que hacer.Yo, por mi parte, le concedo a Rafulsu caballero y que sea feliz con él.Yo me quedo aquí.

—Moshav tiene razón —sostuvo Tom—. Estamos solo alprincipio y las excavaciones estánaseguradas para los próximos seismeses. Yo también me quedo.

Yaara asintió.—Me quedo.Jean miró con muchos

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interrogantes a Gina. Gina se mordíalos labios.

—Hablaré otra vez con Raful.Está en deuda con nosotros. Noentiendo que pueda borrarnos tanfácilmente de todo esto. ¿Sabéis queel recipiente que se encontraba en elsepulcro del caballero se parecemucho a las jarras de Qumrán? Creoque dentro se halla un rollo.

Jean mostró su acuerdo.—Arqueólogos, buscadores de

tesoros y aventureros han levantadocasi toda Escocia para encontrar elcitado tesoro de los templarios.

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Nosotros hemos encontrado untemplario y un escrito en su tumba.¿Quién nos asegura que en este rollono se encuentren las indicaciones dellegado de los templarios?

—¿El Santo Grial? —bromeóMoshav.

—Jean, no estás hablando enserio, ¿verdad? —contestó Yaara.

Jean se encogió de hombros.—Mientras no sepamos lo que

se encuentra en el sepulcro,considero que todo puede serposible. Quizás Raful no odie tanto ala Iglesia como dice y todo sea una

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simple fachada. Podría ser.Jonathan sacudió la cabeza.—¿No vas demasiado lejos? —

preguntó.—Da igual —respondió Jean

Colombare—. Juntos hemoslevantado la sepultura y ahora quierosaber lo que contiene su interior.Punto.

Jonathan asintió.—Estáis en vuestro derecho y

no puedo ordenaros lo que tenéis quehacer. Por mi parte ya he tomado midecisión. Vosotros podéis hablar conRaful por vuestra cuenta.

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Gina asintió.—Yo lo haré, os lo aseguro —

respondió con certeza.

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11

Jerusalén, museo Rockefeller, alnoreste de la ciudad

La noche había caído sobre lascasas y calles de la ciudad. Lasvacilantes farolas solo iluminaban lavía Dolorosa. Las personas seretiraban a sus casas en busca detranquilidad y el merecido descansodespués de un caluroso día.

En la alejada ala oeste delmuseo Rockefeller, al noreste deJerusalén, aún estaba prendida la luz.

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El profesor Chaim Raful trabajabacon mucho afán en el rescate de losescritos que se encontraban en elinterior del ánfora de la tumba delcaballero. La figura estaba selladacon una masa alquitranosa paraproteger el interior de la humedad,aire y otras influencias del clima. Elánfora era de característicassimilares a los típicos recipientes dela época helénica. Y los documentosse habían conservado del mismomodo que los escritos de Qumrán.Chaim Raful se acordabaperfectamente de cuando se

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investigaron las cuevas con losrollos en las ruinas de Qumrán, cercadel mar Muerto. Entonces teníadieciocho años y participaba en dosexpediciones. Al ser un jovencientífico quedó totalmentesorprendido y fascinado cuando seabrió la primera jarra y apareció elrollo de Isaías. Entonces la ÉcoleArchéologique Française se encargóde proseguir con las excavacionesuna vez que la administraciónjordana para la antigüedad huboconfiscado todos los hallazgosobtenidos hasta el momento. La

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École no era más que un simpleramal de la Iglesia católica-romanaque tanto odiaba por ser la culpablede la muerte de sus padres. ChaimRaful pudo revivir sin dificultadcomo los soldados romanos delGobierno jordano se abalanzaroncontra ellos en su campamento, lostrataron como animales y losmontaron en camiones paraabandonarlos como peligrososdelincuentes en medio del desierto.Se acusaba al grupo de Chaim Rafulde haber robado tumbas yexcavaciones no autorizadas. Casi lo

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procesan de no haber sido por laintermediación diplomática delcónsul británico. Había sidoexpulsado de la tierra de sus padresal igual que hacía unos años se echóa su pueblo de Europa, le habíanrobado sus hallazgos e identidad.Isaías fue un profeta de su religión ynadie tenía el derecho deinterponerse entre él y su único dios.En esta ocasión no iba a permitir quellegaran tan lejos.

Orientó su flexo de trabajo ycon el meñique asentó de nuevo lasgafas correctamente sobre su nariz.

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Sin duda era el mismo tipo de cierreque el del ánfora de Khirbet. Agarróun cincel plano. La masa estabaendurecida de modo que temía quelos márgenes se dañaran al raspar.Una gota de sudor corrió por sufrente. Pensativo miró la hora en elreloj colgado encima de la puertacerrada. Faltaba poco paramedianoche. Utilizó de nuevo uncuchillo para el cierre del ánfora.Con un poco de presión pudo retirarparte de la masa endurecidacompuesta por alquitrán y resina. Aeste ritmo le llevaría toda la noche

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poder sacar a la luz el secreto delrecipiente. Sin embargo, tenía quetomarse todo el tiempo necesario yaque necesitaba que el ánfora quedaraintacta para que no se hablara tantode sus hallazgos como entonces,cuando presentó el primer plato avarios científicos seleccionados. Elaplique se catalogó como una malafalsificación. En esta ocasióntendrían que creerle.

De nuevo volvió a quitar con unpequeño golpe parte de la masa quesellaba el ánfora. Meticulosamenterecogió el polvo y las finas astillas

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en un cuenco. Ya tenía materialsuficiente para poder datar elhallazgo y poder convencer a losúltimos incrédulos.

De repente, contrajo todos susmúsculos. Escuchó un fuerte golpe enel pasillo. Prestó atención. ¿Quiénpodría estar ahí fuera? En esta partealejada del museo Rockefeller nohabía ningún vigilante. La parteoccidental solo incluía algunoslaboratorios y una nave para elpequeño parque móvil del museo,compuesto por una cortadora decésped y un pequeño camión.

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Con toda la intención, ChaimRaful se ocultó en esta parte delmuseo. Allí podría trabajar sin sermolestado.

De nuevo, un chirrido. La manode Raful apretó con fuerza el cincel.Lentamente se dirigió hasta la puerta.Se encerró por dentro. Nadie podríaentrar fácilmente. Pegó la oreja a lapuerta y escuchó atentamente. Por unmomento creyó haber percibido unospasos por el pasillo. ¿Se estaríadando una vuelta el vigilante?

Los pasos desaparecieron.Chaim Raful respiró profundamente.

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De repente, escuchó un susurro frentea la puerta. Apresuradamente se giróy recogió todo lo que habíaesparcido sobre la mesa. Con las dosmanos sujetó bien el ánfora. Por unpequeño pasillo desapareció hacia lahabitación contigua. Entonces, con unfuerte estruendo cayó al suelo lapuerta del laboratorio. Raful empezóa correr como nunca lo había hechoen su vida. Por una puerta lateralconsiguió salir al exterior y llegóhasta la cercana valla. El corazón sele salía y la sangre golpeabafuertemente sus venas. Solo se giró

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una vez antes de desaparecer en laoscuridad a través de una puertalateral del cercado. Corrió y corrióhasta que sus fuerzas se lopermitieron. Se escondió en unaoscura esquina entre dos casas. Yahabían llegado, antes de lo queesperaba. Sabía que la cacería soloacabaría cuando lo atraparan.

Füssen, cementerio, unamañana de un llovioso día

Llovía, toda la semana habíahecho buen tiempo y justo hoy llovía.Maldiciendo el tiempo StefanBukowski subió el cuello de su

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abrigo.—El cielo se ha puesto a llorar

incluso antes de que hayamosempezado —observó Lisa Herrmannbajo su paraguas mientras miraba lasoscuras nubes.

Los dos trabajadores delcementerio miraron dudosamente aBukowski quien asintió para queempezaran con el trabajo. La tumbade Pater Johannes se encontraba alfinal de una fila de sepulcros, justodebajo de un abedul. Una pequeñapala excavadora pintada de amarilloestaba preparada para remover la

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tierra.—Si tenemos suerte la tumba no

se habrá roto todavía —explicó eldirector de la empresa funeraria a laque se le había encargado laexhumación.

—¿Cuánto tiempo puedeaguantar entero un ataúd? —preguntóBukowski.

—Depende de la calidad —respondió el jefe—. Aquí la tierra esligera y el cura yace en un ataúd deroble auténtico. Buena calidad, se loaseguro. Los hermanos noescatimaron en nada. Seguro que

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todavía no se ha roto.Cuando la pequeña pala se

colocó sobre la tumba haciendoretumbar la tierra, Bukowski se echóa un lado y se colocó debajo delabedul para resguardarse un poco dela lluvia. Se encendió un cigarro y ledio una profunda calada. Reflexivomiró a su alrededor. Su miradaquedó fija en una lápida. Una jovenestaba allí enterrada. Teníadiecisiete años cuando el destino lasorprendió sin contemplaciones.

El jefe de los serviciosfunerarios se puso al lado de

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Bukowski. También se habíaencendido un cigarro.

—Fue espantoso —interrumpiósus sombríos pensamientos.

—¿Qué... qué quiere decir?—La chica —contestó el jefe de

la funeraria—. La atropelló un coche.Volvía en bicicleta del instituto. Notuvo escapatoria. El conductor de unPorsche la alcanzó mortalmente. Nofue una bonita imagen. Una lesióncerebral traumática abierta. Peropudimos recomponer a la joven.

—¿Recomponer? —repitióBukowski.

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—Quiero decir que pudo servelada, aunque aquí no seacostumbre —informó el jefe de lafuneraria—. Hay familiares que paradespedirse de su ser querido tienenque verlo por última vez. Si no, no sequedan tranquilos.

Bukowski tiró la colilla a unmontón de tierra que se habíaformado junto a la tumba delpárroco.

—¿Recuerda cómo fue elsepelio del cura? hubo familiares quedesearon verlo antes de que...

—Antes de que lo enterráramos

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—terminó el jefe de la funeraria lapregunta de Bukowski con un ademánde negación—. No, yació en pazdentro del ataúd. Fue un granentierro. Asistieron más detrescientas personas. El cura teníamuchos amigos y conocidos. Creoque vino una hermana suya deAmérica expresamente para laceremonia pero no la conocí. Loshermanos del convento pagaron elentierro.

El ruido de la pala cesó.—Ya lo hemos conseguido —

anunció uno de los trabajadores e

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introdujo un tablón de madera en lazanja.

El jefe de la funeraria agarró aBukowski por el brazo y lo soltódelante del ataúd. Tenía razón,seguía intacto.

—Sacaremos el ataúd y lolimpiaremos aquí antes detransportarlo hasta Múnich.

Lisa Herrmann se colocó allado de su jefe.

—Ahora estoy expectante, sitienes razón se armará un buenconflicto —afirmó.

—Esperemos a ver qué

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determinan los forenses —contestóBukowski—. Pero apuesto miencendedor de oro a que llevo razón.

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

Sin dejarse perturbar por elhallazgo del caballero, los trabajosde las excavaciones prosiguieron sininterrupciones. Tom, Yaara yMoshav tenían encargado obtener losresultados del yacimiento númerocuatro. Pronto pudieron ratificar lassuposiciones de los arqueólogos.Sobre la cripta se había mezclado latierra. En vez de encontrar restos de

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cerámica, huesos o piedras en unadisposición lógica, la sección sehabía convertido en un verdaderocaos. Los pequeños fragmentos y laarcilla arenosa demostraban que lazona en torno al sepulcro delcaballero no guardaba su estadooriginal.

Sonaron las campanas de lacercana iglesia de la Magdalena.Tom se secó el sudor de la frente.Armado con un cucharón y un pincel,intentaba romper cuidadosamente lasección pieza a pieza y retirar elbarro sin dañar ningún resto, ni

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ningún artilugio que se pudieraesconder entre los terrones de tierra.Sin embargo, en esta sección solopudo encontrar arcilla molida queresaltaba entre la tierra marrón porsu color rojizo.

—Se esforzaron mucho —murmuró—. Podemos olvidar estasección. Retiraron toda la tierra ydespués la volvieron a rellenar.

Moshav se puso a su lado ycontempló los terrones de tierra.

—Por mi parte yo también creoque es así, supongo que no vamos aencontrar algo interesante en medio

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de esta confusión.Tom tiró el cucharón al suelo y

se puso de pie.—Pienso que excavaron toda la

zona en el momento de construir lacripta. Las piedras son del mismomaterial y están talladas como las delos muros de otras secciones.

Yaara se peinó y se recogió elpelo en una trenza.

—¿Por qué iban a traer hastaaquí otro material? Querían enterrara uno de los suyos y construirle unmausoleo. Tenían las piedras tiradasa su alcance. ¿Para qué trabajar en

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vano? Y finalmente cubrieron lacripta con la tierra que habíanremovido. Les daba exactamenteigual lo que opinásemos de ellos milaños más tarde.

—¿Y cómo procedemos ahora?—preguntó Moshav.

—Hablaremos con Jonathan —propuso Tom—. Estamos excavandoen vano, creo que deberíamos seguirhacia el Oeste, en dirección a lacarretera. Si aquí se levantó unedificio, nuestros antecesores...

De repente, estridentes gritos yun ensordecedor estrépito acallaron

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las palabras de Tom que se giró paraver qué había sucedido. En lasegunda excavación, solo a unos cienmetros, reinaba un febril alboroto.

—¿Qué ha pasado? —preguntóYaara.

Tom corrió a la segundaexcavación. Moshav y Yaara lesiguieron.

—¿Qué ha ocurrido? —le gritóa Jean Colombare, a quien pudoreconocer entre el enjambre detrabajadores.

—Un encofrado ha cedido y latierra se ha hundido.

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—Dos hombres están atrapadosbajo los escombros —gritó uno delos trabajadores y agarró una palaantes de desaparecer en la zanja.

—¡Maldición! —exclamó Tomy buscó igualmente una pala antes deabrirse camino entre todos lospresentes y poder bajar al yacimientojunto a Moshav.

En el lateral opuesto se habíasoltado un gran tablero del encofradoy la tierra de atrás se habíaderrumbado.

La cabeza de uno de lostrabajadores enterrados asomaba

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entre los escombros pero no se podíaver al segundo trabajador.

—¿Dónde está? —preguntóTom a uno de los testigos.

Aparentemente se encontrabaaún bajo los efectos delimpresionante derrumbamiento,estaba pálido y no pronunciabaninguna palabra, simplemente señalóal montón de tierra. Tom hincó lapala y empezó a retirarenérgicamente la tierra pero concuidado para no dañar aldesaparecido.

Moshav y otros dos

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trabajadores le ayudaron mientrasque los demás rescataban alcompañero que había quedado con lamitad del cuerpo enterrado. A Tomle pareció que había transcurrido unaeternidad hasta que topó con algoblando. Tiró la pala a un lado ysiguió excavando con las manos.Pronto apareció la parte superior deldesaparecido. Moshav y lostrabajadores se apresuraron yempezaron también a retirar la tierracon las manos. Cuando dejaron aldescubierto la parte superior delcuerpo tiraron con todas sus fuerzas

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sacándolo de los escombros y lotumbaron cuidadosamente sobre elsuelo. Tom se inclinó hacia él y loobservó mientras le tomaba el pulso.

—¡Respira, gracias a Dios! —exclamó—. No tiene nada en la boca.

—Vamos a subirlo —propusoMoshav.

Tom asintió. Juntos lo llevaronpor un tablón hasta el borde delyacimiento donde los presentes leayudaron y lo tumbaron en el suelo.

Una ambulancia llegó delcampamento.

Tom observó al segundo herido

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del accidente. El hombre estabaconsciente y sentía un dolor inmensoen su pierna izquierda. Tom palpó elmuslo y el hombre emitió un fuertealarido.

Tom se levantó. Gina Andreotti,Aaron Schilling y Jonathan Hawke sehabían aproximado hasta allí.

—¿Qué aspecto tiene? —preguntó con mucha preocupaciónJonathan y miró fijamente a Tom.

Tom señaló al herido que seencontraba frente a él.

—Creo que solo se ha roto lapierna pero su compañero ha perdido

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el conocimiento.La ambulancia se paró y el

personal sanitario saltó fuera delvehículo.

—Esta excavación se encuentrabajo la influencia de una negativaconstelación —suspiró Hawke.

Aaron Schilling examinópreocupado el encofrado.

—¿Cómo puede haber sucedidoalgo así? —murmuró.

—Se habrán soltado lostornillos —respondió Gina.

—Los tornillos están provistosde contratuercas, no se pueden soltar

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tan fácilmente.—Entonces puede ser que la

tabla del encofrado no estuviese bienatornillada —conjeturó JeanColombare.

Aaron miró enfadado al francés.—Yo mismo coloqué y atornillé

la tabla del encofrado. Os aseguroque sé bien lo que puede pasar si latierra se desploma.

No le contestaron. En silenciomiraban como el personal sanitariollevaba a los dos heridos hasta laambulancia.

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12

Jerusalén, aeropuerto Ben-Gurion amediodía

El sol brillaba con todas susfuerzas cuando el Airbus A310 deBritish Airways aterrizó en la pistadel aeropuerto de Ben-Gurion, cercade Tel Aviv, según lo previsto entorno a las dos del mediodía. CuandoPater Leonardo abandonó el avióntuvo la sensación de que le faltaba elaire. Pese a que había sustituido elnegro hábito por ropa veraniega, el

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calor era insoportable. El racheadoviento soplaba sobre la pista. Lostrabajadores del aeropuertoejecutaban pesadamente sus tareas.Odiaba tener que viajar por el mundoen contra de su voluntad pero elcardenal prefecto era su superior yno le quedaba otra opción. En elcontrol de pasaportes, PaterLeonardo se identificó con elpasaporte de diplomáticos delVaticano lo que le ahorró el controlde seguridad. Desde el ataque a lastorres gemelas de Estados Unidos noparaban de incrementarse los

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controles de seguridad. Una razónmás por la que a Pater Leonardo nole agradaba viajar más allá de lasfronteras europeas.

La Policía Fronteriza dirigió alpadre a través de una cancelareservada exclusivamente parapersonal consular y diplomático conderechos especiales. Su equipaje fueel primero que pudo verse sobre lacinta transportadora. El personal deaduanas de esta sección tambiénquedó impresionado por el pasaporterojo de diplomático y por eso fue elprimero en recoger su equipaje y

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salir, a través de las puertascorrederas automáticas, a laclimatizada sala de llegada. Puso sumaleta en el suelo y miró alrededor.Pater Phillipo del convento de losFranciscanos le había prometido quele recogerían. La sala de llegadaestaba repleta de gente pero noconseguía reconocer en ningún sitio aalguien con vestimenta eclesiástica.Agarró de nuevo su maleta y a travésdel tumulto de viajeros se dirigió a lasalida.

Se paró de nuevo delante de lasalida y miró hacia atrás. Finalmente

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se encogió de hombros y salió alexterior donde el sol resplandecía.

—¿Pater Leonardo de Roma?—le preguntó un hombre junto a lasalida que contemplaba aburrido alos viajeros.

Pater Leonardo se sorprendió.Este hombre de gran barba negra ylarga melena oscura, parecía más unvagabundo que el encargado de PaterPhillipo para recoger a un invitado.

Pater Leonardo colocó la maletaen el suelo y contestó con untemeroso «Sí».

—El padre me ha enseñado una

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foto suya —explicó el barbudo—.Debo llevarle hasta el convento.Pater Phillipo no ha podido venir arecogerle. Sígame, el coche está enel aparcamiento subterráneo.

Pater Leonardo se quedópensativo por un momento.Finalmente suspiró, asintió y agarrósu maleta.

—Espero que su coche tengaaire acondicionado.

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

—No lo entiendo, no lo puedolocalizar —exclamó Jonathan Hawke

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mientras ponía el teléfono móvilsobre la mesa—. Ya lo he intentadosiete veces hoy.

—¿Cómo se encuentran losheridos? —preguntó Tom.

—Una pierna rota y unacontusión pulmonar pero los dos seestán recuperando bien —contestóJonathan Hawke—. Tuvieron muchasuerte de que aguantara la segundaplancha del encofrado. Toda laexcavación pudo haberse venidoabajo.

—No entiendo cómo ha podidopasar algo así —observó Yaara—.

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Aaron trabaja muy bien, podemosconfiar en él. Si dice que él mismoapretó los tornillos alguien tuvo quehaberlos manipulado después.

—Quieres decir sabotaje —observó Gina.

—Llámalo como quieras peroesto no parece haber sido un simpleaccidente.

—¡Tonterías! —se metió en laconversación Jean Colombare—.Quizás un fallo del material, o lacarga era excesiva. Sobre lasparedes se ejerce una enormepresión. Esta capa de tierra tan suelta

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puede desplazarse con facilidad eincrementar la presión.

Moshav, con un ademán denegación, dijo:

—Si Aaron dice que la fuerzade los tablones del encofrado erasuficiente no hay discusión. Es lacuarta excavación en la que trabajocon él y nunca ha pasado nada.

Jonathan cogió de nuevo suteléfono móvil, marcó el número deRaful y esperó un momento. Todaslas miradas estaban fijas en él.Enfadado colgó y plegó el móvil unavez más.

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—No contesta.—Tiene otras cosas que hacer

—dijo Gina irónicamente.—Sigue siendo el director

responsable de esta excavación —afirmó secamente Jonathan—. Tieneque estar informado del accidente.

—¿Lo has intentado ya en elRockefeller? —preguntó Tom.

Jonathan asintió.—No está allí, el laboratorio

está vacío. Allí solo se encuentran elataúd y el cadáver. Faltan el apliquey el ánfora.

Gina lanzó una mirada de

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cómplice a Jean Colombare.—Está poniendo su botín a

salvo —ironizó y sacó un pequeñobloc de notas del bolsillo de supantalón—. Por suerte, hice undibujo en mi libreta.

—¿Su botín? ¿Qué quieresdecir? —preguntó Yaara.

—El ánfora es similar a losrecipientes que fueron hallados enlas cuevas de Qumrán —explicóGina—. Apuesto mi Porsche quecontiene un escrito. Un rolloprocedente de la época del Qumrán oincluso de la época en la que

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Jesucristo paseaba por este vallehacia los jardines de Getsemaní.

—O un escrito de la época delos templarios con indicaciones delsupuesto tesoro —añadióincrédulamente Jean Colombare.

—Estáis locos —protestóMoshav—. Sabéis perfectamente queno existe ningún indicio fundadosobre la existencia del tesoro de lostemplarios. No somos caballeros,somos arqueólogos. ¿O acasoqueremos cazar fantasmas?

—Moshav tiene razón —afirmóTom en defensa de su compañero y

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amigo—. Los templarios fueronaniquilados por su propia Iglesia.Perdieron todo, hasta su vida. Solounos pocos pudieron escapar a unlugar seguro. Llevaron una vidadiscreta en la pobreza, mayormente,ya que sus perseguidores no cesabande buscarlos. Quien hubiese podidoesconder un tesoro en medio de estaagitación, hubiese sido muyafortunado, ¿no creéis?

Gina quiso rebatir la teoría deTom.

—¿No os parece sospechosoque Raful desaparezca así, dejando

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el ataúd y el cadáver? Hay algo queno concuerda.

Jonathan Hawke negó con lacabeza.

—Ahora seamos realistas. Rafulestá cegado, es un viejo obsesionado.Seguro que piensa que hay unaprueba dentro del recipiente queconfirme sus retorcidas teorías.Seguro que aparece pronto, en cuantose dé cuenta de que sus suposicionesno son nada probables. Mientrastanto continuemos con lasexcavaciones. Nuestro contrato aúnestá vigente. Yo ya he invertido de

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forma segura parte de la paga quenos han adelantado. No es que,precisamente, me esté haciendojoven y los días en la Tierra Santason cada vez más calurosos. Así quecumplamos con nuestro contrato yprestemos más atención a nuestraseguridad.

—A pesar de todo, no estoydispuesta a que se me excluya deldescubrimiento de la tumba deltemplario —objetó Gina enfadada—.Quiero ver lo que hemos hallado,estoy en mi derecho.

Jonathan subió las manos

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apaciguando el tono.—Yo no soy Raful, háblalo con

él. Mientras tanto te necesito aquí.Gina se levantó y se dirigió a la

salida de la tienda.—No entiendo cómo os dejáis

despachar tan fácilmente por Raful.Si no se pone en contacto connosotros mañana, yo misma saldré abuscarlo. No se va a librar de mí asícomo así. Os lo aseguro.

Jean Colombare también selevantó.

—Gina tiene razón —pronuncióantes de girarse y seguir a la italiana

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—. Al menos en lo que a mí respecta.—Habla completamente en

serio —murmuró Tom—. Y, por loque la conozco, no le irá nada bien alprofesor si no hace lo que ellaquiere.

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, en laMaillingerstrasse

—Da igual cómo lo pintemos —afirmó Bukowski con decisión—. Elpárroco de Wieskirche también fuevíctima de un asesinato, muy biendisimulado como un accidente detráfico. Incluso si el forense hubiese

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actuado correctamente, en un examenrutinario no hubiese podidodeterminar la causa real de la muerte.Solo una vez que se dispusieron delas fotos del accidente, el profesorStuck pudo reconstruir el accidente.La lesión del cuello que le provocóclaramente la muerte no puedeachacarse al accidente.

—Pero hay algo que no entiendo—contestó Lisa Herrmann—. Si lostres casos están relacionados, ¿cómono quisieron disimular también lamuerte del hermano Reinhard?

Bukowski apagó su cigarro y

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palpó de nuevo el paquete de tabaco.Lisa retiró con las manos la cortinade humo, se levantó y abrió laventana.

—Deberías fumar menos. Cadavez que llego a casa tengo que lavarla ropa, apesta a tabaco, como sihubiésemos pasado el día en un bar—reprochó.

Bukowski sonrió.—No me importaría mucho.

Hace tiempo quise tener un bar perono soporto estar mucho tiempo depie.

Lisa torció el gesto.

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—Entonces, ¿por qué se quisoexhibir muerto al hermano Reinharddespués de haber sido torturado?

Bukowski se encendió uncigarro.

—El primer asesinato fue el dePater Johannes. Aparentemente paraconseguir la llave de la iglesia.Tuvieron cuidado con él porque noquerían despertar ninguna sospecha.El hermano Reinhard se exhibió,como bien dices, porque supongo quesu muerte debe ser una advertencia.Y el sacristán, simplemente, tuvomala suerte.

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Lisa miró pensativa hacia laMarsplatz. Numerosas personaspasaban por allí para dirigirse alhospital de al lado.

—Con todos mis respetos —respondió—. Un buen ladrón hubieseabierto en pocos segundos con unaganzúa la puerta trasera de laWieskirche. ¿Y a quién tienen queadvertir con el asesinato del hermanoReinhard? No lo entiendo.

Bukowski dio una fuerte caladaal cigarro, se echó hacia atrás y dejóque el aire saliera lentamente por sunariz.

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—Bien, la cerradura de laiglesia no hubiese sido un graninconveniente para profesionales —ratificó la objeción de Lisa—.Quizás el párroco sabía algoimportante para el o los asesinos. Onadie debía enterarse que habíanrobado en la iglesia...

—Entonces descartemosladrones de iglesia —añadió Lisa.

Bukowski asintió conreconocimiento.

—Muy inteligente. Deberíamosinspeccionar de nuevo la iglesia. Entodas las películas de policías hay un

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pasadizo o escondite secreto dentrode las iglesias. Quizás hemos pasadopor alto algún detalle.

Lisa sonrió perspicazmente.—La Policía Científica ha

inspeccionado bien la iglesia, asícomo nuestro personal, y ahorapiensas que puedes encontrar algoque no vieron los especialistas. ¿Note estás valorando demasiado, señor?

—Buscaron huellas —contestóBukowski con sequedad—. Además,al conserje y a su mujer no leshicimos las preguntas adecuadas. Megustaría saber si el padre hizo obras

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cuando llegó a la iglesia.Sonó el teléfono. Bukowski se

incorporó y atendió la llamada. Trasuna breve conversación, colgómientras Lisa lo contemplaba concuriosidad.

—Nuestros colegas hanencontrado a un pastor que vio algomuy cerca de la iglesia la nocheanterior al asesinato.

—¿Qué vio?—Tú conduces, te lo cuento por

el camino.—¿A dónde?—A Steingaden —contestó

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Bukowski—. ¿O no te interesa lo quetiene que contarnos el pastor?

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

A pesar del insoportable calor,el hombre portaba un oscuro traje. Elbotón del cuello de la camisa lo teníabien cerrado y la corbata burdeos nomostraba ninguna imperfección en elcentro de su pecho. Apareció pocoantes de la cena con un oficial de lapolicía, llevaba una carpeta de cueronegro bajo el brazo, presionadafuertemente contra su cuerpo, comosi dentro escondiera la joya de la

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corona británica. Sin mucho interéspreguntó por el profesor Raful. Tomle dio a entender que hacía variosdías que no veía a Chaim Raful y queel profesor Jonathan Hawke era elencargado de la dirección de lasexcavaciones in situ.

—Entonces, llévenos hasta él—contestó el oficial de policía.

Tom los condujo hasta la grantienda en la que normalmente sereunía su equipo y se fue a buscar alprofesor. Lo encontró junto a Aaronen la segunda excavación.

—¿Un policía y un funcionario?

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—repitió Hawke pensativo cuandoTom le anunció la visita—. ¿Handicho qué desean?

Tom negó con la cabeza.—Ni una palabra.Hawke miró una vez más a su

alrededor antes de entrar a la tienda.El hombre del traje estaba de

pie frente a la gran pizarra sobre laque se había colgado una foto aéreade las excavaciones. Se giró y miródespectivamente a Hawke.

—¿Usted dirige la excavación?—preguntó.

Hawke asintió.

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—Efectivamente. ¿Qué desea?—Soy Benyamin Yassau de la

Oficina Estatal para la Antigüedad.Estoy encargado de informar sobre elmantenimiento de las disposicionesde seguridad de las excavaciones. Hahabido un accidente, ¿cierto?

Hawke asintió.—Tenemos que comprobar los

procedimientos —prosiguió Yassau—. Tal y como he escuchado no hasido el único accidente.

—Escúcheme señor Yassar —contestó fuertemente JonathanHawke.

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—Yassau, Benyamin Yassau.—Bien, señor Yassau —

continuó Hawke—. Tuvimos unaccidente porque la placa delencofrado cedió por motivosinexplicables. Dos hombresresultaron heridos. Le aseguro queaquí le concedemos muchísimaimportancia a la seguridad de nuestropersonal y nadie accede a losyacimientos sin adoptar previamentetodas las medidas de seguridad.

—Pero a pesar de todo seprodujo un accidente —objetó elfuncionario.

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—Sí, desgraciadamente —contestó Jonathan Hawke muyenfadado—. Aún no podemosexplicarnos cómo ha sucedido.

—Quizás sus medidas deseguridad son insuficientes. Nosgustaría comprobar las excavaciones.Mientras tanto debe interrumpir lostrabajos. Tenemos nuestrosprocedimientos.

La cara de Jonathan se encendióde rabia pero tuvo que morderse lalengua para no hacer ningúncomentario hostil. Los modos de estehombre, su mirada despectiva y el

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tono de desaprobación de suscomentarios le hervían la sangre.Respiró profundamente. Inclusocuando las palabras de Yassaumerecieran un reproche sabía quesolo malgastaría sus energías.

Este hombre era un funcionarioy, tal y como se presentó,consideraba los procedimientos y suencargo una misión divina. Nada leharía cambiar de opinión e impediríala ejecución de sus comprobaciones.

—Pesima tempora plumiareleges —suspiró Hawke y desplazóhacia un lado la cortina de la entrada

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de la tienda.

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13

Convento de los franciscanos delFlagellatio, en la Ciudad Vieja deJerusalén

-Por supuesto que aquí tambiénse habla de las excavaciones bajo elmonte de los Olivos en el valle delCedrón —explicó Pater Phillipo—.Desde hace tiempo se supone que enlas cercanías de los yacimientos sedeben de hallar más utensilios de laépoca de la ocupación romana.Según he escuchado han encontrado

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la tumba de un caballero cristiano.Hasta ahora no se ha confirmadonada oficialmente pero se rumorea. Aveces, Jerusalén parece un pueblo.

—Roma se preocupa —tomó lapalabra Pater Leonardo—, porque eltal profesor Raful busca pruebas quepuedan derruir los pilares de laIglesia. ¿Por qué está tanobsesionado con este tema?

Pater Phillipo sonrió concompasión.

—Chaim Raful es un hombreviejo cegado y amargado.Responsabiliza a la Curia de la

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muerte de sus padres quesucumbieron en el holocausto. Sedice que su familia se refugió de losnazis con un grupo de judíos en unasilo de la Iglesia, pero el obispo deentonces los envió a todos a uncampo de concentración dondemurieron. Él fue el único quesobrevivió.

—Eso aconteció en otra época—contestó Pater Leonardo—.Entonces la oscuridad cayó sobre laTierra afectando, sobre todo, a lacomunidad judía de la Alemanianazi. No creo que los esbirros de

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Hitler se hubiesen parado ante laresistencia de la Iglesia. Algunosobispos y párrocos colaboraron conel régimen para librarse ellosmismos de la destrucción.

Pater Phillipo prosiguió:—Para él no hay ninguna otra

razón. Considera que la Iglesia tienela culpa de la muerte de su familia.Descarta cualquier otro motivo.

Pater Leonardo se levantó ymiró por la ventana que dabadirectamente a la calle de la NuevaPuerta. Un grupo de turistasjaponeses, armados con cámaras de

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fotos, que paseaba por la calle, separó brevemente, contemplaron yfotografiaron el convento, lasinmediaciones y la Nueva Puertaantes de proseguir la ruta ydesaparecer entre las callejuelas dela próxima esquina.

—El cardenal prefecto deseaque algunos de nuestros científicosde la École participen en las tareasde excavación —informó PaterLeonardo—. La Curia le otorga ungran significado a estos yacimientosy quiere que se le informe decualquier avance de los trabajos a la

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falda del monte de los Olivos.—Ya lo sé —contestó Pater

Phillipo.—¿Me podéis ayudar?—Cada vez lo tenemos más

difícil —contestó Pater Phillipo—.Con la anexión del este de Jerusaléna Israel y la mano protectora deEstados Unidos, la influencia de laIglesia en la Administración Públicaha ido perdiendo fuerza. Perosiempre hay formas y contactos. Noobstante, veo una posibilidad através de la Oficina Estatal para laAntigüedad que autoriza y supervisa

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todas las tareas de excavación en yalrededor de Jerusalén. El custos yahizo ejercer su autoridad en elpasado. Esta noche después de lamisa nos reuniremos con unfuncionario de alto rango parapresentarle nuestra petición.

—¿Esta noche?—No tenemos tiempo que

perder —replicó Pater Phillipo—.Aparentemente el profesor haencontrado un hallazgo realmenteimportante que sostiene su teoría. Noesperará mucho para dirigirse a laopinión pública.

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Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

El sol de la tarde seguíacalentando con fuerza la tierra. Elfuncionario de la Oficina para laAntigüedad seguía ocupado con lascomprobaciones de la segundaexcavación. Al menos, habíaaccedido a que no se interrumpieranlos trabajos de las otras tressecciones tras haberse asegurado deque se cumplía con todas las medidasde seguridad reglamentarias.

Entre tanto se habían puesto aldescubierto unos muros de unos

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cincuenta centímetros de altura juntoa un canal de agua. Se encontraronalgunas losas procedentes de un bañoromano.

—Si suponemos que aquí estabala entrada, entonces ahí tenemos elapodyterium o vestidores —dedujoMoshav y señaló una parte del muro—. Aquí se encontraba el tepidariumque más atrás se conectaría con elcaldarium. Ahí tenemos que seguirexcavando un poco.

—¡Un poco! —contestó JeanColombare—. Casi un tercio de todala construcción está todavía bajo los

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escombros. Aaron tiene queproporcionarnos aún una grancantidad de madera.

—Seguimos mañana temprano—propuso Tom y bostezó—. Estoymuy cansado y tengo hambre.

—Quizás deberías dormir porlas noches —se rio Moshav.

—¿Qué quieres decir?—Si no puedes descansar por

las noches díselo a Yaara.Tom pellizcó a Moshav quien

soltó un pequeño quejido.Jonathan Hawke se dirigió al

campamento con pasos pesados a

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través del polvoriento camino. Ginay él habían estado en el museoRockefeller para hablar con ChaimRaful e informarle sobre el accidentey las inspecciones. Había estadointentándolo por teléfono durantevarios días pero no había conseguidolocalizar a Raful.

—¿Lo habéis encontrado? —preguntó Tom sin rodeos.

Jonathan Hawke negó.—No le han visto desde hace

dos días. Gina está fuera de sí. Elsarcófago, el cadáver del caballero,su equipamiento, todo está

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almacenado allí, solo faltan elaplique y el ánfora. Seguro queChaim se los ha llevado.

—Con toda probabilidad se haretirado para preparar su granaparición —presumió Moshav.

—Quizá tengas razón —contestó Jonathan reflexivo—. Esraro que nadie sepa dónde está. EnTel Aviv no se sabe nada de él.

—Y, ¿dónde está Gina? —preguntó Tom.

—Se ha quedado en la ciudad—contestó Jonathan Hawke—.Quería comprar un par de cosas.

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Jean Colombare señaló hacialas excavaciones.

—Sé que ahora no es un temaprioritario pero necesitamos másmaterial. Tenemos que ampliar lazanja unos dos metros. Creo queAaron debería ir a por material deconstrucción para que podamosempezar mañana.

Jonathan giró la cabeza y miróen dirección a la segunda excavacióndonde Aaron y el funcionario de laOficinal Estatal para la Antigüedadcontinuaban con las inspecciones.

—Espero que Aaron tenga

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tiempo. Este Yassau es muymeticuloso. La inspección puededurar bastante y dentro de un par dehoras oscurecerá.

—¡Dios mío! —protestó JeanColombare—. Lo pasado ya no tieneremedio. Aaron no tiene ningunaculpa. Todos sabemos que podemosconfiar en él. Seguro que solo hasido una mala jugada del destino.

—Eso díselo a Yassau y no a mí—contestó Jonathan Hawke—. Nosvemos en la comida.

Hyères, sur de Francia, en laplace Massilion

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Respiraba con dificultad. Lasubida le había supuesto un granesfuerzo y sentía sus pesadas piernas.Desde hacía años no habíapracticado ningún deporte, se podíareconocer claramente por el estadode su barriga. El cardenal Borghesellevaba unos pantalones oscuros, unaveraniega camisa de cuadros y unsombrero de paja. Con este atuendonadie se hubiese podido imaginarque se trataba de un representanteeclesiástico de alto rango.

—Hace mucho calor hoy, miquerido Pierre —suspiró el cardenal

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Borghese.El acompañante de Borghese,

Pierre Benoit, lucía un veraniegopantalón beige y una camisa blanca.Un sombrero de paja le protegía delos rayos del ardiente sol del sur deFrancia.

—Entonces, hacemos unaparada en el camino —contestóBenoit y señaló a una de lasnumerosas terrazas repletas de sillasy grandes sombrillas frente a laiglesia de los templarios.

—Buena idea —contestóBorghese y buscó un sitio libre bajo

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una sombra.Cuando se sentaron apareció

una joven camarera con una camisetaque le dejaba el ombligo aldescubierto. Borghese se quedómirándola insistentemente. Benoitcontempló como Borghese pidió uncapuchino con mucha teatralidad.

—La carne fresca atrae a losmayores —pronunció tras pedir unvaso de agua.

La joven se marchóapresuradamente y desapareciódentro de una de las cafeterías dellugar.

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El cardenal Borghese sonrió.—No, querido Pierre. Desde

hace años la renuncia es mi credo.Lo único que me sorprende es eldescaro con el que se exhibe lajuventud de hoy en día.

—Descaro es una cosa pero loque realmente me preocupa es quenuestra juventud desecha cada vezmás los valores religiosos.

La camarera apareció de nuevocon una bandeja. Con una amablesonrisa colocó en la mesa el pedido.

—El único vicio en el que hecaído es en la pintura roja y el

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poderoso motor de mi coche.—¿Has hecho otra vez este

largo viaje con tu coche deportivo?El cardenal Borghese sonrió.—Y lo he disfrutado.Pierre Benoit miró hacia la

semicircular torre de la iglesia de lostemplarios.

—Las últimas huellas de unagran sociedad que entregó su vida aDios y a una creencia —pensó en vozalta.

—Una sociedad de guerrerosque no se enfrentó a la decadencia yal paganismo del mundo. Al final

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perdieron su sitio y se regocijaron enel mal. Hace mil años, ¿cómo pudodevenir en algo así?

El cardenal Borghese tomó unsorbo de su taza. Profusamente torcióel gesto.

—Amargo, amargo y flojo. Lanata de la cima, malísima. Losfranceses nunca aprenderéis a hacerun buen capuchino.

—¿Qué reparos tiene con sucafé, querido amigo? —preguntóBenoit.

—Un capuchino debe estarfuerte pero no amargo. Debe saber un

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poco a cacao y el café se debemezclar con una aireada espumaláctea para que se convierta en unacomposición de resuelto aroma conla naturalidad de la leche y la brisadel mar. Así tomamos los italianos elcapuchino. No lo batimos con nataartificial, ni llenamos la taza hasta elborde de agua.

—Entonces, debería haberpedido otro café —observó Benoit—. El café francés es distinto.

—Está bien, querido amigo —concluyó Borghese—. ¿Cómo andanlas cosas en Jerusalén?

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Benoit se acercó inclinándosesobre la mesa.

—Las cosas van despacio —murmuró— pero en buen camino.

—Me alegra escuchar eso.Israel es un país dividido y Jerusalénun polvorín que en cualquiermomento puede explotar.

—¿Qué diría Jesús si hoyvolviera a nacer? —se santiguóPierre Benoit—. Galilea, la tierra desus padres, está destruida por laguerra civil. Los cristianos fueronperseguidos y los islamistas preparandesde allí sus ataques a Israel. A

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diario mueren mujeres y niños,inocentes y culpables.

—«Por mi vida, oráculo delSeñor Yahveh, que yo no mecomplazco en la muerte del malvado,sino que en que el malvado seconvierta de su conducta y viva».

—Las citas sirven de poco. Losdías sin Dios aparecieron hacemucho y el Señor no nos da ningunaseñal.

El cardenal Borghese desplazóa un lado su taza de café.

—Tiene mucha razón, queridoamigo. Ahora me gustaría visitar la

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casa del Señor y rezar. ¿Deseaacompañarme?

Pierre Benoit puso un billetedebajo de su vaso y se levantó.

—Recemos juntos. Cada vozque se eleve será de gran utilidadpara que Dios nos escuche.

—No podemos abandonarJerusalén, nunca —dijo el cardenal ysiguió a Pierre Benoit hacia laiglesia.

Jerusalén, calle Ben-YehudaQuería sentirse de nuevo como

una mujer. Por este motivo se habíaseparado de Jonathan Hawke tras su

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visita conjunta al museo Rockefellery estaba en la calle Ben-Yehuda, lazona peatonal de Jerusalén, delantede las puertas occidentales de laCiudad Vieja. Aquí Jerusalén era unaciudad como podía ser cualquierotra. Con sus tiendas, bares ycafeterías casi se podía olvidar elpolvorín en el que se hallabainmerso.

Gina había estado comprandoen tres tiendas. Además de un par deproductos básicos como pasta dedientes y jabón, buscó un perfumeadecuado para su personalidad en

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una de las numerosas perfumerías.Dolce & Gabbana Feminine laconvenció. «Por fin podré oler comouna mujer, pensó, y no al sudor delduro trabajo bajo el fuego del sol».Después de haber adquirido dosfrascos, inició el camino de vuelta.Se sentó en una cafetería cerca delhospicio alemán.

Miró alrededor. La calle estabarepleta de personas. Gina bebió suexpreso y miró el reloj. Ya era horade buscar un taxi al otro lado de laabarrotada zona peatonal. Mañana leesperaba un duro día de trabajo. Se

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levantó y se escabulló entre lamultitud en dirección a la calle King-Georg hasta que finalmente, en Ben-Hillel, pudo torcer hacia el Parquede la Independencia. De repente segiró y una vez más, su mirada seclavó en un apuesto hombre, alto, entorno a los treinta y cinco, que leseguía a poca distancia. El hombreera de tez morena y pelo negro.«Podría ser perfectamente unitaliano», pensó. Hacía muchotiempo que no había estado con unhombre y, sinceramente, este era sutipo. Lo miró fijamente antes de

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desaparecer detrás de la esquina.Cuando cruzó el parque, quedó

detrás de sí el barullo y ajetreo de lacalle Ben-Yehuda. Seguro queencontraría un taxi en la calle David-Hamelech.

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14

Steingaden en Pfaffenwinkel

Fronreiten se llamaba elpequeño pueblo de la localidad deSteingaden, compuesto por no más dealgunas casas y unas granjasdispersas entre un espeso verdor.Allí apareció a mediodía StefanBukowski para reunirse con el pastorAlois Higl a las afueras, en medio deun prado.

—Vaya siempre en direcciónSchobermühle —le había dicho Higl

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por teléfono—. Allá donde estén lasovejas me encontrará.

Lisa conducía el oscuro BMW yya era la cuarta vez que intentabaencontrar la calle que llevaba aSchobermühle.

Nerviosa miró de lado aBukowski quien descansaba junto aella, con los ojos abiertos y sinparticipar.

—Tendrías que haberle pedidoque te describiera el camino un pocomejor —protestó.

—Si hubieses tomado la callecorrecta —contestó Bukowski y miró

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por la ventana del copiloto.Prados y arrozales les

rodeaban.—Vamos mal por aquí —se

quejó Lisa.La estrecha carretera había

dado paso a un camino de campo sinasfaltar.

—Sigue conduciendo —ordenóBukowski.

Lisa hizo un ademán denegación y pisó el acelerador. ElBMW dio un pequeño salto. Llegaronhasta un pequeño bosque que seacababa a unos cien metros. En el

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prado que le seguía pastaban un parde vacas.

—Llama de nuevo —le rogóLisa Herrmann.

Bukowski señaló con el índiceal lado opuesto, donde se veíandocenas de ovejas.

—¿Qué me dices? —presumió.—Tuerce a la derecha.—No puedo cruzar por medio

del prado —le contradijo Lisa.—Entonces déjame que me baje

—replicó Bukowski.Lisa frenó el coche para que

Bukowski pudiera salir sin

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problemas.—Por favor, jefe.En cuanto se bajó, aceleró y se

marchó a gran velocidad.Bukowski negó con la cabeza.—Los jóvenes de hoy, solo

piensan en correr —dijo una voz asus espaldas.

Bukowski se giró. El pastorestaba de pie al margen de lacarretera siguiendo al coche con lamirada. Un gran perro negro estabatumbado a sus pies y miraba hacialas ovejas.

—Busca un aparcamiento —

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explicó Bukowski.—El más próximo está en la

B17, a un par de kilómetros de aquí—contestó el pastor—. ¿Es usted elseñor Bukowski?

Bukowski asintió.—Señor Higl, si no me

equivoco.—Exacto. Usted desea saber lo

que vi en la noche del jueves cercade la Wieskirche.

—Precisamente por eso estoyaquí.

—El mundo, qué mal está —recuperó la palabra el pastor—. Los

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ladrones ya roban hasta en la casa deDios. Mal, muy mal y hostil.

—Usted vio un coche —interrumpió Bukowski la verborreadel hombre.

—Sí —confirmó el pastor—.Estaba con las ovejas en mi prado, aleste de Wies. Ya era de nochecuando hice mi ronda. Entonces vi uncoche parado en medio del camino yno había nadie dentro.

—¿Se acuerda de qué cocheera?

El pastor buscó en el bolsillosuperior de su peto azul.

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—Un momento —dijo Higl—.Soy muy malo para recordar cifraspero lo anoté. Era un Mercedesnegro. Un coche caro. La matrículaera amarilla, no era alemana.

—¿Amarilla?—Ah, aquí está. La matrícula es

347 HG 13. Fondo amarillo. Llevabauna linterna conmigo. Tiene que serde Francia. Al menos, había una Fjusto al lado de los números.

—Francia —repitió Bukowskireflexivo—. ¿Está seguro?

—Totalmente —respondió Higl—. Ya tengo sesenta y cuatro pero sé

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perfectamente lo que veo. Además,me pareció bastante extraño ver elcoche y, por eso, anoté la matrícula.Nunca se sabe.

—Hizo muy bien. ¿Cuándo vioexactamente el coche?

—Dos veces —contestó—. Laprimera vez alrededor de las diez yla segunda vez una hora más tarde. Ala mañana siguiente ya no estaba.

—¿A qué hora de la mañanasiguiente?

—A las ocho.—Me gustaría ver exactamente

donde se encontraba el vehículo —

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prosiguió Bukowski—. ¿Tienetiempo? ¿Puede enseñarnos el lugar?

Higl señaló hacia sus ovejas.—Se apañarán sin mí durante

una hora pero no tengo coche.Le llevamos nosotros.Lisa Herrmann venía andando

por el camino. Se secó el sudor de lafrente.

—Maldición, he tenido que ircasi hasta el final del camino parapoder aparcar.

—Pues ya puedes ir de nuevo apor el coche —contestó Bukowski—.Ya hemos terminado aquí.

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La piel de Lisa se encendió deenfado.

Jerusalén, al este del monte delTemplo

El decano Yerud sonrióamablemente cuando estrechó sumano con la de Jonathan Hawke,quien no pudo ocultar su sorpresaante la inesperada visita nocturna.

—No sabía que...—Está bien —contestó el

decano y señaló hacia suacompañante—. Le presento a PaterPhillipo. Él también es arqueólogo yestaría encantado de poder participar

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en los trabajos que se estánrealizando aquí. La Oficina Estatalpara la Antigüedad ya nos avisó desu visita pero no hemos podidoponernos en contacto con el profesorRaful.

Jonathan Hawke ofreció asientoa sus dos visitantes. Pater Phillipoobservó la espaciosa tienda.

—Nosotros tampoco sabemosdónde se encuentra el profesor Raful.Desde hace dos días es como si se lohubiese tragado la tierra.

El decano Yerud asintió.—Así es él algunas veces. Un

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poco especial pero un buencientífico. Aunque no estaríaprecisamente contento de supresencia, honorable Pater.

Pater Phillipo hizo un gesto derechazo con la mano.

—Conozco sus reservas contraRoma. Pero no estoy aquí comorepresentante de la Iglesia sino comocientífico e investigador de laAntigüedad, al igual que usted. Paramí es un gran privilegio poder serinformado sobre los avances de lasexcavaciones. Se dice que aquí se hadescubierto la tumba de un caballero.

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Hawke sonrió.—Un caballero de las Cruzadas

de principios del siglo XI. Sellamaba Renaud de Saint-Armand.Una compañera ha podido determinarque su nombre pertenecía a unafamilia noble de Hautefort. Eramiembro de la Orden de losTemplarios y participó en la primeraCruzada. Puede que sea incluso unode los primeros nueve templarios quese congregaron alrededor de Hugo dePayens. A diferencia de muchos desus compañeros de lucha, élpermaneció aquí, en la Tierra Santa.

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—Suena extremadamenteinteresante —expresó el padre—.Dicen que han llevado el sarcófagoal museo Rockefeller, ¿cierto?

Hawke asintió.—El profesor Chaim Raful

deseaba encargarse de lainvestigación derivada de estehallazgo casual. Nosotros seguimoscon nuestro trabajo aquí poniendo aldescubierto la guarnición romana dela época de Jesucristo.

—La herencia de los romanoses muy prolija en esta tierra —ratificó el padre—. En cambio, no se

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había encontrado la tumba de ningúncaballero en buen estado. Puesto quemi investigación científica se dedicaa las Cruzadas y, por ello, me haliberado Roma, para mí supone unaexcepcional ocasión poder participaren su hallazgo. Queda totalmenteclaro que se trata de unainvestigación de la Universidad deBar-Ilan y no de la École o de laOficina para la Antigüedad. Le ruegoque no se oponga a esta petición.

Hawke pensó en las palabras deRaful sobre la Iglesia y lasexcavaciones en las ruinas de

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Qumrán.—Yo solo soy el científico

encargado de la ejecución in situ —contestó diplomáticamente—. ChaimRaful es el director y deben hablarlocon él.

El decano Yerud levantó lamano en ademán de calma.

—Estimado señor Hawke, laUniversidad de Bar-Ilan es la casadel conocimiento y no los serviciossecretos. Puede, tranquilamente,dejar de preocuparse por el profesorRaful. Seguro que le chirriarán losdientes pero finalmente aceptará mi

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decisión. Pater Phillipo es un colegay no trabajamos en competencia. Noestaría nada bien.

Hawke se encogió de hombros.—Por mi parte, Pater Phillipo

puede participar en nuestrasexcavaciones. Nos alegra recibircualquier tipo de ayuda. Cadapersona del equipo tiene una tareabien definida.

Phillipo sonrió.—Acataré sus instrucciones,

profesor Hawke. No es ningúnproblema.

—Entonces, bienvenido al

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equipo —contestó Jonathan Hawke.Jerusalén, convento del

Flagellatio, en la Nueva PuertaPater Leonardo se sentó en el

cómodo sofá y agarró el auricular delteléfono acercándolo a su oído.

—Todo marcha a favor nuestro,su eminencia —anunció con unasonrisa de gran satisfacción.

—A mí me han llegado noticiasbien distintas —replicó el cardenalprefecto—. Me han dicho que elprofesor ha desaparecido.

La sonrisa del rostro de PaterLeonardo se esfumó rápidamente. Se

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sorprendió enormemente pero intentódisimularlo. ¿Por qué sabía elcardenal prefecto que Chaim Rafulhabía desaparecido?

—Pater Phillipo... va aparticipar inmediatamente en lostrabajos de excavación —informóPater Leonardo con premura—.Seguro que el profesor aparecerápronto. Es cuestión de tiempo.

—También el día del JuicioFinal es cuestión de tiempo —protestó el cardenal prefecto—.Quiero saber dónde se esconde Rafuly en qué está trabajando. Debe haber

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algo en el sarcófago extremadamenteimportante para Raful y puede dañarconsiderablemente a nuestra Iglesia.Raful tiene que aparecerinmediatamente. ¿Me ha entendido?

Pater Leonardo se frotó elcuello con la mano. A pesar delfrescor que reinaba en lashabitaciones de alto techo delconvento, se sintió muy acalorado.Una gota de sudor descendió por sucuello.

—Me ocuparé de elloinmediatamente, su eminencia.

—Usted se ocupa de todo pero

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siempre se presenta ante mí con lasmanos vacías —le reprochó elcardenal prefecto—. Tengo quepoder confiar en mis colaboradores.La Iglesia no puede permitirse seguirperdiendo fieles. Quiero que hagatodo lo que esté en sus manos paraencontrar al profesor y contarnos loque está tramando. Espero que mehaya entendido de una vez por todas.

No se podía ignorar lacontundencia de las palabras delcardenal prefecto.

—Le aseguro, su eminencia, queme haré cargo de este problema con

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todas las fuerzas que estén en mismanos.

—Eso espero —concluyó elcardenal prefecto la conversacióntelefónica.

Pater Leonardo permaneciósentado en el sofá durante un tiemposin parar de pensar. ¿Cómo podríaencontrar al profesor en este paísextranjero? Tenía que ocurrírsele laforma.

Steingaden, alrededor de laWieskirche

—Tan tarde y ya tenía que haberterminado hace un buen rato —se

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enfadó el colega de Bukowski de laPolicía Científica.

—Primero la obligación ydespués la devoción —contestóBukowski y le dio una calada a sucigarro.

El colega de Bukowski torció elgesto, agarró su maleta y desapareciódetrás de la cinta rojiblanca queprecintaba el lugar.

El pastor encontróinmediatamente el lugar donde habíavisto el coche la noche del asesinato.De hecho, como no había llovido enlos últimos días aún se podía ver una

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huella de neumáticos. Después dehaber inspeccionadosuperficialmente la zona, Bukowskiordenó a Lisa que trajera a losservicios de la científica para laobtención de pruebas en el pequeñobosque a apenas un kilómetro de laiglesia.

Antes de que Lisa condujera denuevo al pastor hacia su rebaño, elhombre contó que había un atajo porel bosque que llevaba directamenteal prado junto a la iglesia. Es posibleque los asesinos utilizaran estecamino para escapar. Bukowski

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esperaba que los perros pudieranrecorrer esta ruta. Quizás seencontrara algún indicio, una prueba,quizás el arma o cualquier otrodetalle que lo acercase a losasesinos.

Aún faltaban tres horas para queoscureciera, antes de que el soldesapareciera por las colinas.

Bukowski contemplaba a unlado el ajetreo de sus compañeros.Lisa Herrmann había dejado alpastor con sus ovejas y ya habíavuelto.

—La Europol comprobará la

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matrícula —pronunció—. Los dosúltimos números...

—Ya sé, corresponden aldepartamento Bouches-du-Rhône delsur de Francia —terminó Bukowski—. He estado allí de vacaciones unpar de veces.

Un uniformado funcionario conun perro pastor negro se dirigió aBukowski. Llevaba una pequeñabolsa de plástico en sus manos.

—Hemos encontrado esto amenos de cien metros de aquí, justoal lado del atajo, en un arbusto —informó el funcionario.

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Bukowski cogió la bolsa deplástico. Lisa se aproximó y miró labolsa por encima de los hombros deBukowski cuando la elevaba.

—Es el envoltorio de uncaramelo —observó Lisa.

—Sí —contestó Bukowski.—Puede que lleve mucho

tiempo aquí, ¿no? —dedujo Lisa.Bukowski negó con la cabeza.

Elevó la bolsa hacia la luz del sol.Sucreries, Le Mule —leyó en

voz alta—. Dulces del Molino.—¿Francés? —murmuró Lisa.—Claramente, llévalo al

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servicio de análisis de pruebas.

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15

En algún lugar al sur de Jerusalén

Se despertó de su piadosainconsciencia. Un velo rojo cubríasus ojos. Un dolor insoportable sehabía adueñado de sus muñecas,piernas y de todo su cuerpo. Estabadesnuda. Le habían arrancado la ropaantes de iniciar la tortura.

—¡Habla de una vez por todas!—ordenó el hombre de cabellooscuro—. ¡Habla y tendrás unamuerte sencilla!

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Gina gemía. Su cara estabaencendida de rabia. De nuevo, unaola de dolor le invadió el cuerpocuando, el puño del hombre laabordó.

—Por el amor de Dios, déjameya —gritó dolorida.

Era una aterradora pesadilla.Sus piernas se doblaron pero no cayóal suelo, el dolor de sus muñecas seintensificó. De nuevo, gimió dedolor.

—No... no lo sé —pronunciósin fuerzas—. No, no lo sé.

Repitió varias veces estas

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palabras antes de que el hombre detez morena le abofeteara la cara.

—Dinos lo que queremos saber—dijo el torturador en voz baja, casicon suavidad—. ¿Por qué sufres envano? ¿Acaso merece la pena?

—No... no lo sé —salió denuevo de los labios de Gina.

El hombre de pelo negro se giróy miró al otro hombre que seencontraba en la habitación. Ginaparpadeó pero por mucho que seesforzara la figura en el otro extremode la habitación permanecía comouna sombra oscura. Miró hacia el

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techo. Tendría que ser como unavieja fábrica. ¿Por qué le estabapasando esto? Sabía que prontomoriría. De nuevo, una serie depuñetazos invadieron su cuerpo.

—¡Tú, hija de puta! —gritó elhombre como poseído—. ¡Abre deuna vez la boca!

Le agarró las mejillas mientrasse la acercaba, Gina le escupió a lacara.

—Bien —afirmó con decisión—. No lo has querido de otra forma.

Con la otra mano le tapó losojos. En el reflejo del fuego pudo ver

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el ardiente metal. Gritó al sentir unaterrador dolor en la parte superiorde su cuerpo. El dolor le robó larazón. Gritó, pero el hombre letapaba la boca con su mano. Perdióel conocimiento y el dolor acabó conun indulgente desvanecimiento.

Monasterio de Ettal, AltaBaviera

Lisa Herrmann se dirigiótemprano al monasterio de lacontemplativa y pequeña localidadde Ettal, apenas a diez kilómetros deGarmisch-Partenkirchen. Laacompañaba un policía dibujante.

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Bukowski tenía de nuevo algo mejorque hacer, antes que tener quetomarle declaración al hermano delmonasterio, quien supuestamentehabía visto al asesino del hermanoReinhard y quien ya había habladoconfusamente sobre él en la primeravisita.

—Ve tú al monasterio —le dijoBukowski—. Seguro que tú teentiendes con el loco mejor que yo.

A regañadientes Lisa se metióen el coche. «Qué tendría pensadoeste viejo», se preguntaba por elcamino. Bukowski acostumbraba a

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reservarse para sí sus ideas yconocimientos, a Lisa no le gustabanada. Se supone que un policíamoderno trabaja en equipo, y un buentrabajo en equipo solo puede serposible si todos los miembros delgrupo conocen todos los detalles. Sinembargo, Bukowski era unfuncionario de la vieja escuela, eltiempo había pasado por él sindejarle huella. Y, encima, era su jefe.

Lisa fue conducida, junto alpolicía dibujante, a un espaciosodespacho del ala de laadministración dentro del enorme

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recinto del convento. Allí esperabaimpaciente que apareciera el prior dela abadía, mientras tanto suspensamientos no cesaban. Cuando seabrió la puerta que daba paso alabad, acompañado por el hermanoFranziskus, Lisa se levantó y miróbrevemente a su reloj de pulsera.

—Discúlpeme —saludó el abady le extendió la mano—. Ahoratenemos mucho trabajo. Estamosprogramando el próximo cursoacadémico, pronto volverán de lasvacaciones nuestros alumnos delinternado. En la actualidad, un

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hombre de la Iglesia tiene queocuparse de tantos asuntos terrenalesque apenas le queda a uno tiempopara sí y para la oración.

Lisa asintió.—Entiendo, el recinto

monástico es enorme.—Sí, la escuela, el internado,

nuestra destilería, la fábrica decerveza y el hotel. A todo esto se lesuma la gran confusión surgida por elasesinato de nuestro hermano. Casitodos los días me llaman padrespreocupados que quieren saber si sushijos internos están seguros entre los

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muros de nuestro monasterio. Poreste motivo, estamos muy interesadosen que este asunto se resuelva rápiday discretamente.

—Lamentablemente, hasta ahorano contamos con ninguna pruebadecisiva —respondió Lisa—. Poreso es importante que el hermanoFranziskus intente recordarexactamente al hombre que viodelante de la habitación del hermanoasesinado en la noche del crimen.Nuestro policía dibujante va aelaborar una foto robot siguiendo ladescripción. Y cuanto mejores sean

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los detalles, mayores probabilidadestendremos de identificar al hombre.

El abad asintió.—El hermano Franziskus es

consciente de ello. He habladomucho tiempo con él. Debe tenercompresión. Al igual que antes,siente miedo y cree haber visto aldemonio en persona frente a él. Yahemos hablado anteriormente de suenfermedad.

El hermano Franziskus estuvotodo el tiempo a la sombra del abad,cabizbajo y con las manos en mudrade rezo.

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—Entonces, hermano Franziskus—pronunció el abad con ternura y leindicó al monje una silla junto aldibujante—. Es voluntad de Dios quelos pecadores también se arrepientande sus hechos en vida. Así que,hermano, recuerde la noche delcrimen. Acuérdese del hombre quevio. Ayude al policía todo lo quepueda.

Suavemente el abad acarició lamejilla del hermano Franziskus.

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

—No está aquí —dijo Yaara

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sorprendida—. La he buscado entodas partes, no está ni en la tienda,ni en ninguna excavación. Nadie laha visto esta mañana y su cama estáintacta. Parece ser que no ha vueltode la ciudad.

Jonathan Hawke arqueópronunciadamente las cejas.

—Solo quería comprar algo yvolver en taxi.

—¿Y si se ha encontrado conalguien?

Tom se encogió de hombros.—Creo que deberíamos llamar

a la policía. Todos conocemos a

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Gina. Está casada con su trabajo.Esto no es propio de ella.

—Quizás ha encontrado a unhombre —comentó Jean Colombare—. Una aventura amorosa. Al fin y alcabo es una mujer.

Moshav le lanzó una despectivamirada.

—Gina es, en primer lugar, unaarqueóloga profesional y, ensegundo, una mujer. Incluso sihubiese conocido a alguien, llegaríapuntual a su trabajo. Yo tambiénpienso que debemos informar a lapolicía.

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Jonathan Hawke respiróprofundamente.

—No tenemos otra opción.En este momento entró Pater

Phillipo en la tienda. Miró a sualrededor y observó los preocupadosrostros de las personas sentadas a lamesa. Hacía ya bastante tiempo queel desayuno había acabado, lostrabajadores ya habían abandonadola tienda para dirigirse a las tareasde excavación. Solo quedaban allí elprofesor y su equipo.

—Espero no molestar —dijoPater Phillipo cuando se quedó de

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pie frente a la mesa. Hawke selevantó del banco y le extendió lamano al padre.

—Una de nuestras compañerasha desaparecido —explicó—. Ayerfue a la ciudad y aún no ha vuelto.

El padre frunció el ceño.—¿No tiene ningún conocido en

la ciudad?Jonathan Hawke negó con la

cabeza.—¿Se ha puesto ya en contacto

con la policía?—Acabamos de contemplar esa

idea —contestó Jean Colombare.

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—Jerusalén en un cóctelmolotov —explicó el padre—. Por eldía sus calles están llenas de turistaspero por la noche se convierte en unpantano. Esta tierra es peligrosa. Lapaz que aquí reina es solo ficticia.Llamen a la policía, es mejor que labusquen.

Hawke asintió e introdujo lamano en el bolsillo de su chaqueta.Con el móvil en la mano salió de latienda.

Pater Phillipo siguió a Hawkecon la mirada hasta que salió de latienda. Entonces se dirigió a los

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demás sentados junto a la mesa.—Quizás no sea el momento

más adecuado pero me gustaríapresentarme. Mi nombre es PaterPhillipo y vengo del convento de losfranciscanos de Jerusalén. El decanode la Universidad de Bar-Ilan me haautorizado a colaborar un poco conustedes. Es una pena que el sarcófagocon el caballero del profesor Rafulya se lo hayan llevado. Estababastante interesado pero parece serque voy a tener que esperar parapoder ver al caballero. ¿Sigueestando bajo la custodia del profesor

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Raful?—El profesor Raful también ha

desaparecido desde hace varios días—contestó Jean Colombare.

Yaara miró con recelo a sucompañero. Colombare se encogióde hombros.

—¿Qué pasa? Es cierto, elprofesor se ha hecho invisible desdeque encontramos lo que estábamosbuscando para él.

—¡Jean! —exclamó Tomfurioso.

Jean Colombare mostró sudisconformidad y agarró su taza de

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café.—Disculpen, no quería ser

indiscreto —Pater Phillipo intentódistender la situación.

Tom señaló al asiento vacío quequedaba disponible. Pater Phillipoasintió agradecido y se unió alpequeño grupo.

—Yo soy Tom Stein. Lepresento a Jean Colombare, YaaraShoam y Moshav Livney. Formamosparte del equipo del profesor Hawke.

—Lo sé, me informé muy bienantes de venir aquí —contestóPhillipo—. Doctora Shoam, quizás

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ya no se acuerde de mí pero hace unaño nos conocimos en Italia, en laFacultad de Arqueología e Historiaeclesiástica de Roma. Y, usted, señorStein, también tengo referenciassuyas. Esta es la cuarta granexcavación en la que participa comoingeniero.

—Se ha informado realmentebien sobre nosotros —observóMoshav.

—He leído su documentaciónsobre las excavaciones delpatrimonio cultural romano en Israel—contestó Pater Phillipo

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dirigiéndose a Moshav—. Un trabajomuy interesante.

—Y, ¿qué interés tiene un monjefranciscano en la excavación de unaguarnición romana? —preguntóYaara.

El padre sonrió.—Querida amiga, pertenezco a

la Iglesia como se puede verfácilmente pero no actúo comopredicador o misionero. Soy uninvestigador de la Antigüedad, aligual que usted.

—Entonces, ¿también es ustedarqueólogo? —preguntó Moshav.

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—Al menos he estudiadoArqueología y participado ennumerosas expediciones cuando eramás joven. He abandonado lainvestigación activa y ahora mededico a la enseñanza. Sin embargo,me emociona mucho este tipo deimponentes hallazgos como el queustedes acaban de hacer, casi enfrente de la puerta de mi convento.

—¿Sabía usted que quienrealmente dirige estas excavacioneses el profesor Raful?

Pater Phillipo sonrió.—Conozco al profesor Raful y

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también conozco su oposición a laIglesia romana. Por ese motivo vineaquí, para informarme directamentein situ. Este tipo de hallazgos nopuede ser propiedad de un únicohombre. Pertenece a toda lacomunidad científica y, porconsiguiente, también a la Iglesia.Naturalmente que solo en parte.

—¿Sabe usted que el profesorRaful ya contaba con la presencia dela Iglesia y que por eso se llevó deaquí el sarcófago? —preguntó JeanColombare con ironía.

—Me lo imaginaba.

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—No confía en la Iglesia —prosiguió Colombare—. Nos hablóde las excavaciones que llevó a caboen las ruinas de Qumrán. Estuvo allíhasta que la École se hizo cargo de ladirección de las excavaciones.Piensa que la Iglesia aún no hapublicado todos los escritos que sedescubrieron en las cuevas. Lostextos críticos contra la Iglesia handesaparecido en los archivossecretos de Roma.

Pater Phillipo rio en voz alta.—Los archivos secretos del

Vaticano tendrían ya las dimensiones

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de un gran aeropuerto para quepudieran desaparecer allí todos loshallazgos de los que hablan losenemigos de la Iglesia e infieles. Siesos documentos existen realmente,¿cuánto tiempo se pueden manteneren secreto? En las excavaciones delQumrán participaron arqueólogos yespecialistas de todo el mundo.Cristianos, musulmanes y judíos. Yave el tiempo que se puede manteneren secreto un hallazgo de tal calibre.

Hawke entró en la tienda. Surostro reflejaba una granintranquilidad y preocupación.

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—¿Has hablado con la policía?—preguntó Yaara al darse cuenta deque algo no marchaba bien.

Hawke asintió.—Uno de vosotros debe

acompañarme —dijo aún impactado—. Tenemos que ir al depósito decadáveres.

—¡Dios mío! ¿Gina?Hawke se encogió de hombros.—Aún no se sabe nada pero

esta mañana temprano se encontró elcuerpo sin vida de una mujer en lacarretera de Tel Aviv. Estaba en unvertedero de basura.

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Tom se levantó.—Yo te acompaño —se

ofreció.

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16

Centro Forense de Jerusalén

El silencio reinaba en las salastan próximas a la muerte. Tomtiritaba de frío al pasar por loslargos pasillos iluminados con lasgélidas luces de neón. Jonathan y él,acompañados por un oficial de lacomisaría de la Puerta del León,seguían al robusto y barbudo hombreataviado con un holgado delantalblanco.

—Don’t be afraid, it’s very

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cold down here —pronunció elmédico en inglés.

Abrió una puerta gris metálica yesperó a que pasaran sus tresacompañantes. La penumbra apenasdejaba reconocer las verdesbaldosas de las paredes. En mediode la habitación se encontraba unacamilla metálica cubierta por unasábana blanca bajo la que se podíaintuir el cuerpo de una persona.

El médico se colocó junto a lacamilla y miró al policía, que asintiócasi imperceptiblemente.

Cuando el médico retiró la

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sábana y mostró la martirizada caradel cadáver, Tom inhalóprofundamente.

—¡Dios mío! ¡Gina! —exclamóHawke.

—¿Está seguro? —preguntó eloficial de policía.

Hawke se apartó.—No tengo ninguna duda —

respondió.—¿Qué ha pasado? —preguntó

Tom.El policía señaló hacia la puerta

y le dio las gracias al médico. Juntossalieron de la helada sala.

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—Encontramos el cadáver en undepósito de basura cerca de GivatShaul. Estaba desnuda y no portabaningún objeto.

Hawke se frotó los ojos con lasmanos.

—¿La han... la han violado?—Hasta ahora no sabemos

mucho. Hoy a mediodía se realizarála autopsia. Todo lo que podemosdecir por el momento es que ha sidotorturada y asesinada.

—¿Cómo la asesinaron? —preguntó Tom.

—Fue apuñalada —contestó el

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oficial de policía—. Le ruego que seencuentren disponibles, en caso deque los necesitemos. La PolicíaJudicial se hará cargo del caso.Querrán hablar con ustedes.

—Por supuesto —pronuncióHawke, quien intentabarecomponerse lentamente.

El policía los dirigió hacia elexterior, al aire libre. Incluso cuandoya se dejaba sentir el caluroso día,Tom seguía teniendo la piel degallina. ¿Qué habría sucedido?

Gina no era una joven inocentey despreocupada, estaba en la flor de

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la vida. Imposible que se hubiese idotan fácilmente con un desconocido,seguro que la habrían forzado pero,¿por qué? No llevaba mucho consigo.Una cartera con unas cuantasmonedas y unos billetes. No tantocomo para asesinarla. Cuando salía ala ciudad nunca llevaba consigocheques o tarjetas de crédito.

—Nunca llevaba más de ciendólares —murmuró Tom.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Jonathan cuando subían alcoche.

—Siempre decía que nunca

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llevaba más de cien dólares a laciudad y que dejaba las tarjetas encasa.

—¿Piensas que le queríanrobar?

—Robar, violar, no sé —comentó Tom—. Lo raro es que elpolicía afirmó que la han torturado.

—Seguro que hay personasperversas en Jerusalén, como encualquier otra ciudad.

Tom asintió.—Espero que la policía

encuentre al cerdo que...Hawke arrancó el coche.

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—Espero que pague por lo queha hecho.

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

El resto de los baños romanosaún se encontraba a casi dos metrosde profundidad, bajo los escombros,en la sección occidental del recintode excavación. En la parte exterior,Aaron colocó los postes demarcación. A juzgar por la extensiónde los restos de muro descubiertoshasta el momento, todo el complejodebía extenderse hasta elpronunciado repecho descendente

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que bajaba hasta la carretera deJericó. En esta zona de excavación,no se podía descartar eldeslizamiento de la capa suelta detierra hacia la carretera de abajo.Había que fijar las sujecionessuficientes. El estudio estratigráficode los baños demostró que se habíaformado una colina artificial sobre laverdadera superficie.

Moshav, Jean y Yaara seguíantrabajando, no sabían qué hacer. Eltrabajo les entretenía y los alejaba unpoco de las preocupaciones. Tom yel profesor aún no habían vuelto del

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depósito de cadáveres.—Utilizaremos la pequeña

excavadora y empezaremos por elextremo occidental —anunció Aarony señaló a la pala excavadora.

Moshav asintió y cubrió sumusculoso cuerpo con una camisa.Miró al sol.

—Hoy va a hacer tambiénmucho calor. Deberíamos hacer unapausa más larga a mediodía y ponerunos faros para la noche.

Aaron rechazó la propuesta.—No, sin faros. Debemos

colocar las sujeciones a plena luz del

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día, nunca se sabe cómo puedereaccionar la tierra. En la superficiesolo ha crecido una fina capa dehierba. Contamos con que la tierrapuede ceder. Quiero ver bien lasprimeras ranuras que puedan abrirse.

Moshav respiró profundamentey se secó el sudor de la frente.Reflexivo, contempló los macizospostes cuadrados que sobresalían delcamión casi un metro.

—Bueno, empecemos pues,aprovechemos la luz del día —ratificó.

Moshav se subió al camión y

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arrancó el motor. Aaron iba pordelante con la pequeña palaexcavadora. Los trabajadoresestaban esperando alrededor delrepecho donde se tenían quedescargar veinte postes de casicuatro metros de longitud. El trabajoduraría hasta la noche. Aaronesperaba que sus cálculos secumplieran.

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

—Francia —repitió Bukowski—. La clave para solucionar nuestrocaso se encuentra en Francia,

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créeme.—Te creería si hablaras

conmigo con más frecuencia —contestó Lisa irónicamente—. Para ties como si trabajaras solo, ¿no?

Bukowski se mordió los labios.—¿Cómo va la foto robot?Lisa abrió la carpeta que

portaba y sacó la foto. Bukowskiintentó disimular la risa pero nopudo.

—No estarás en serio —dijo.—Hoy va a la prensa.—Vaya tontería.—Así es nuestro asesino, no es

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guapo pero así lo ha descrito elhermano Franziskus.

—Eso es lo que pasa cuando sele hace caso a los locos —se rioBukowski.

—Pues a mí no me hace gracia.—¿Sabes a quién me recuerda

este tipo? —preguntó Bukowskiintentando ponerse un poco másserio.

Lisa lo miró enfadada y colocóenérgicamente la lámina sobre lamesa.

—Este tipo se parece al tal... altal Jason o, ¿cómo se llamaba?

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—¿Jason?—¿Has visto alguna vez

Viernes trece?Lisa prefirió no decir lo que

pensaba y salió bruscamente deldespacho. Bukowski tomó de nuevola lámina. El demonio que habíapintado el dibujante sobre el papelpodía ser una máscara. Quizás elasesino había visto también lapelícula sobre Jason y se equipó conel atuendo correspondiente. En todocaso, debía evitar la publicación dela foto robot antes de que se rierande él y de su brigada. Tomó el

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auricular y se puso en contacto con elservicio de prensa. La conversaciónfue breve, ellos tampoco dabancrédito a lo que veían cuando Lisales enseñó la foto y suplicó que se lapublicaran.

—Te hubiese llamado de todasformas antes —dijo el director deprensa cuando Bukowski le ordenó lacancelación del artículo.

Con un suspiro se reclinó en susofá y se encendió un cigarro. Pusolos pies sobre su escritorio y exhalólentamente el humo.

Lisa entró sobresaltada en el

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despacho, completamente encendida.—¡Has retirado la nota de

prensa! —le reprochó.—No vamos a hacer el ridículo

—contestó impasible.—¿Sabes qué? —siguió con sus

reproches—. En el futuro puedeshacer lo que quieras tú solo. Le voy apedir a la jefa que me cambie debrigada. No soporto más tuempecinamiento y que quierashacerlo todo a tu manera.

Bukowski se levantó, tomó unacarpeta azul y se la acercó a Lisa.

—¿Qué es eso?

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—Lee.—Te lo puedes...—Léelo y tranquilízate de una

vez.Lisa abrió la carpeta. Era el

informe de la científica. Lisa lo leyópor encima.

—ADN —pronunció reflexiva.—Sí, una prueba de ADN en el

papel del caramelo. Probablementesaliva. Supongo que el tipo tiene lacostumbre de desenvolver elcaramelo con la boca. Una gransuerte para nosotros, ¿no crees?

Lisa torció los labios.

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—Pero antes debe haber unperfil suyo guardado.

Bukowski le dio unaspalmaditas a Lisa en los hombros.

—Seguro que está registrado,no te preocupes.

—¿Por qué estás tan seguro?—Lo presiento, creo que sí. Esa

es la gran diferencia entre nosotrosdos.

Lisa lo miró confundida.—¿A qué te refieres con la

diferencia entre nosotros?—Continuamente intentas

resolver las cuestiones policíacas de

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vida cotidiana a través de tuconocimiento teórico y yo, encambio, confío en mis sentimientos.

—¿Nunca te han fallado tussensaciones?

Bukowski sonrió.—Más de una vez.—¿Qué hacemos con la foto

robot?—¿La quieres anunciar?—Quieres que confiemos en tus

sensaciones pero, ¿qué pasará si tefallan de nuevo?

Bukowski esparció la ceniza enel cenicero. Un ataque de tos le

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paralizó. Tomó un pañuelo en lamano y se lo llevó hasta la boca.

—Fumas demasiado —leadvirtió su colega.

—Me he atragantado —dijoBukowski al retirar el pañuelo.

Dobló y volvió a meter elpañuelo en el bolsillo del pantalónantes de que Lisa pudiera percibir lamancha de sangre mientras estabacolocando la carpeta sobre la mesa.

—¿Y cómo procederemoscuando nos tengamos que reunir?

Bukowski le guiñó un ojo.—Por ahora, esperemos.

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Jerusalén, museo Rockefeller,calle Suleiman

Pater Phillipo contemplósobrecogido el sarcófago delcaballero que yacía inerte en unanave del ala oeste del museoRockefeller. Varios especialistas delmuseo y de la Universidad de Bar-Ilan se habían hecho cargo delhallazgo de los yacimientos en lacarretera de Jericó.

—No puedo creer que elprofesor Raful pretendiera ocultareste descubrimiento al resto delmundo —pronunció.

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—El viejo Raful es unpersonaje extraño —reconoció eldecano de la Universidad—, es másque sabido. En cambio, suscapacidades en el ámbito de laArqueología son obviamenteindiscutibles. Pero usted lleva razón,en esta ocasión ha ido demasiadolejos.

—Su odio contra Roma le hacegado.

El decano sonrió.—Por ahora no ha aparecido.

Nadie sabe dónde está. Pordesgracia, hay un par de artilugios

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que tiene en su posesión que tambiénprocedían de la tumba del caballero.Estamos confiados. No podráesconderse eternamente pero mipaciencia se ha agotado. Unyacimiento de estas característicasno es de propiedad privada. Por eso,el Consejo de nuestra Universidad hadecidido entregar a Chaim Raful lacarta de despido. Entra en vigorinmediatamente y afecta a todos suscargos. No podrá dar ninguna clasemás en nuestras aulas.

—Y ¿qué pasará con elcaballero? —preguntó Pater Phillipo.

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—Ya nos encargamos de ello—contestó el decano—. Las tareasde restauración avanzanadecuadamente. El caballero Renaudencontrará su lugar aquí, en las salasde este museo. Ha pasado casi milaños enterrado en Jerusalén, nadietiene el derecho a llevárselo fuera deesta ciudad. Permanecerá aquí y se lededicará un pequeño espacio. Lahistoria de este caballero es tambiénla historia de Jerusalén aun cuandofuese un amargo capítulo de nuestrahistoria, bañado de sangre ylágrimas.

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Pater Phillipo le extendióamablemente la mano al decano.

—Una inteligente decisión. Deeste modo, le devolverá al mundo loque siempre le ha pertenecido.

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17

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

Aaron conducía la amarilla palaexcavadora sobre el terreno dederrubio, paró justo delante delterraplén mientras que Moshav y unpar de ayudantes cargaban laspesadas barras que habían bajado delcamión.

—Cada tres metros —le gritóAaron a Moshav.

Moshav elevó el pulgar para

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mostrarle que lo había entendido.Moshav y sus ayudantes cargaron ycolocaron el primer poste desujeción en el lugar marcado. Aarongiró con gran destreza la excavadoraa lo largo de la pendiente endirección a la primera barra queMoshav y sus ayudantes acababan decolocar. Desplegó el brazo giratorio,colocó la parte inferior de la palasobre el poste orientándolo bien y loclavó en la tierra con ayuda delsistema hidráulico, de modo que laparte delantera de la pequeñaexcavadora se elevó un poco. Aaron

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mantenía el control, cuidadosamentedosificaba la presión y lentamente labarra de madera se iba clavando enel derrubio hasta que solo asomabaun metro de la tierra.

—Si el resto se puede hundirtan fácilmente en la tierra,acabaremos en una hora y despuéspodremos colocar los tableros deconexiones —dijo Aaron desde lapala excavadora hacia abajomientras que Moshav y sus chicossacaban el segundo poste del camión.

El sol quemaba y los hombressudaban por el gran esfuerzo. En

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poco tiempo ya habían repartidotodas las barras alrededor delrecinto. Aaron clavó una tras otracon la pala excavadora a lo largo delterraplén. Según sus estimaciones,las sujeciones cuyos espacios serecubrirían con tableros deconexiones, provistos de listones enla parte superior, evitarían eldesplazamiento de la tierra sueltaque componía la colina artificial.Todavía le quedaban tres que clavaren el suelo pero el calor y el durotrabajo habían secado su gargantacomo un polvoriento río africano en

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pleno verano.Aaron hizo una pequeña señal

de pausa, tomó un gran trago de aguay contempló el campamento en mediode las excavaciones.

—¿Se sabe ya algo de Jonathano Tom?

Moshav negó con la cabeza.—¿Crees que Gina ha muerto?Aaron se encogió de hombros.—Solo sé que desde hace un

tiempo están sucediendo cosasextrañas. Algunas veces me da laimpresión de que alguien estáintentando sabotear conscientemente

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nuestro trabajo. Y creo que sé quiénes.

—Raful.—Desde que encontramos la

cripta ha cambiado totalmente. Se haconvertido en una persona retorciday obstinada.

—¿No ha sido siempre así?Aaron lanzó

despreocupadamente la botella vacíaal suelo y se subió a la excavadora.

—Continuemos, prontohabremos acabado —gritó y arrancóel motor.

Con las ruidosas cadenas

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avanzó hacia la pendiente donde leesperaba la antepenúltima barra.Moshav le siguió con la mirada. Trasla máquina iban tres musculosostrabajadores, con la bronceada partesuperior de su cuerpo al descubierto.De repente, retumbó un espantosoestruendo y allí, donde hacía apenasunos segundos se desplazaba laexcavadora, una enorme bola defuego deslumbró a Moshav antes deque la onda expansiva de laexplosión lo tirara al suelo.

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

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—Esperar aquí sentados. ¿Eseso todo lo que se te ocurre? —preguntó Lisa Herrmann muyenfadada.

—Tenemos que tener paciencia—replicó Bukowski—. Queremoscazar al mismísimo diablo. Un diabloque asesina a curas e incluso lostortura previamente. Un diablo quecon la oscuridad entra en una iglesiay es capaz de matar si lo pillan. Undiablo que conduce un Mercedesdesde Francia y después delasesinato se come fríamente uncaramelo.

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Lisa se sentó y miró por laventana. Unas nubes blancas sedesplazaron por el cielo azul,dirección Este como marcaba elviento.

Bukowski miró pensativo haciaarriba.

—Supongamos que el cura deWieskirch fue la primera víctima,eso quiere decir que el asesinoestaba buscando algo. Algo quesegún el asesino estaba en posesióndel cura. Como no encontró lo quebuscaba se apoderó de las llaves dela iglesia. Además, se esforzó

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enormemente en hacer que parecieraun verdadero accidente. En cambio,con el segundo asesinato delconvento dejó el cadáver como unaseñal de advertencia. Torturópreviamente al hermano de una formacruel y lo crucificó con la cabezahacia abajo. Así se trata a lostraidores y esta señal debía ser vista.

Lisa posó la mano sobre suslabios.

—Pero, ¿para qué?—No para qué, la pregunta es:

¿a quién hay que advertir? ¿A sushermanos, a sus amigos, conocidos o

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a toda la Iglesia? —corrigióBukowski.

—¿Y qué busca nuestroasesino?

—Algo que se supone queestaba en la iglesia, por eso entró allícuando fue sorprendido por elsacristán.

—Aún no ha encontrado lo quebuscaba —le siguió Lisa.

Bukowski golpeó la mesa con lapalma de la mano.

—Ahora has encontrado lasolución. Justamente. Detrás del curade Wieskirche y el padre del

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convento hay otras personas.Aliados, cómplices, camaradas. Noestaban solos y nuestro asesino losabe.

Lisa abrió aterrada la boca.—Eso significaría que...—¿Sí?—... puede haber más

asesinatos.—Chica lista —anotó Bukowski

—. Nuestro diablo sigue aquí abajo,en la tierra, en medio de nosotros.Aún no ha encontrado lo quebuscaba. Atacará de nuevo.

—Pero, ¿qué busca el tipo? —

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preguntó Lisa.Bukowski se acercó una silla.—Ambos hermanos de credo

tenían algo en común. Ambos sededicaban a la investigacióneclesiástica de la Antigüedad.Estaban formados en lenguasantiguas. Quizás esta sea la clave.

—¿Qué puede ser tan malocomo para matarlos directamente?

—La pregunta es, ¿a qué sededicaron poco antes de su muerte?Vayamos de nuevo al convento.Tenemos que reconstruir las últimassemanas de vida de los dos

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eclesiásticos. Entonces sabremos quétenemos que buscar.

—¿Y el asesino? ¿Publicamosla foto robot?

—Busquemos el Mercedes, lafoto solo daría lugar a más confusión.Un hombre con ese atuendo llamarádemasiado la atención.

—Por eso —contestó Lisa.—Si tiene cómplices, seguro

que desaparecerá. No sabe quenosotros sabemos que aspecto tiene.Esa es nuestra baza.

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

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Desconcertado, Moshav miró elmontón de chatarra achicharrada enel que se había convertido lapequeña pala excavadora de lamarca Caterpillar. Con un paño sequitó la sangre de la frente. No dabacrédito. Los bomberos ya habíandesenterrado cuatro cadáveres. Lasambulancias se habían llevado ya alhospital más próximo a los tresayudantes que habían resultadogravemente heridos. Se temía por lavida de dos de ellos. La fuerza de laexplosión les arrancó las piernas.

Los camiones del ejército y los

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coches de policía que conducían porel recinto de las excavaciones hacíanvibrar el suelo. Moshav contenía suslágrimas. Con la mirada perdidacontemplaba el precinto azul yblanco que el viento ondeaba. Yaaraestaba junto a él. Ella también teníalágrimas en los ojos como pudo verMoshav al acercarle otro pañuelo.Aaron ya no existía. Se habíaderretido con el fuego, junto con elmaterial plástico y metálico de laexcavadora.

—No... no lo puedo entender...—tartamudeó Moshav—. Este lugar

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está maldecido.—Ven conmigo, vamos fuera de

aquí —contestó Yaara.Moshav se negó.—Quiero saber lo que ha

pasado.Yaara asintió comprensiva. Se

giró al ver en la lejanía la blancapick-up Toyota que se había paradofrente a la tienda. Reconoció a Tomque salía del coche.

—¡Espera aquí! —le dijo aMoshav antes de bajar corriendo lapendiente.

Cuando Tom la reconoció salió

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a su encuentro. Cayó en los brazos deTom y no pudo parar de llorar.

Tom miraba atónito las patrullasde vehículos del ejército, de lapolicía y ambulancias junto a lasexcavaciones. Aún se levantaba unapequeña cortina de humo hacia elcielo.

—¡Dios mío! ¿Qué ha pasadoaquí? —preguntó Tom.

—Aaron ha muerto —sollozóYaara—. Nadie sabe lo que hapasado. Hay otros muertos y heridosgraves. La excavadora ha explotado.

Tom acarició el pelo de Yaara.

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Poco a poco se pudo incorporar.Miró alrededor y preguntó:

—¿Dónde está el profesor?—Está en el consulado. Gina

está muerta, la han asesinado.—¡No! ¡Dios mío!Yaara volvió a romper en

lágrimas. Tom la abrazó fuertemente.Cerró los ojos y solo los pudo abrircuando sintió que alguien le tocaba elhombro. Miró a su alrededor. JeanColombare y un oficial de la policíaestaban detrás de él.

—Han encontrado una mina —informó Jean sin rodeos.

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—¿Una mina?—Una mina antitanques, modelo

soviético, una mina plana con unaelevada carga —confirmó el policía—. Artilugios malvados con una granfuerza destructora.

—¿Eso ha sido una mina? —preguntó Tom estupefacto—. Pero,¿cómo puede haber una mina aquí,dentro del recinto?

—La tierra se rellenó hace unosmeses. Procedía de los trabajos delmonte del Templo. Suponemos quealguna mina iba mezclada con latierra que se trajo aquí. Un fatal

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accidente.—¿Un accidente? —repitió

Tom.—Este terrible accidente le ha

costado la vida a su compañero —confirmó el oficial de policía—. Enaquella época hubo muchasagitaciones y suponemos que losgrupos radicales planearon un ataquea las obras que se estaban realizandoen el monte del Templo. De algúnmodo, las minas puestas entonces noexplotaron. Lo siento muchísimo.

El policía posó su mano en elgorro de su uniforme para despedirse

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y se marchó. Tom le siguió con lamirada hasta que desapareció por lagran tienda.

—¿Sabéis algo de Gina? —preguntó Jean.

Tom se frotó los húmedos ojoscon los dedos.

—Gina ha muerto, la hanasesinado.

Jean inhaló profundamente.—Qué horror.—Sí, espantoso. Tenemos que

informar al profesor.Jerusalén, cerca del barrio

ruso

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Gideon introdujo la mano en elbolsillo de su camisa y sacó elmóvil. Era un móvil con cámara defotos de última generación.

—Tuvimos suerte —afirmócuando mostró la foto del campo deexcavaciones.

En la borrosa imagen se podíadistinguir la gran llamarada de fuego.

—Cuatro muertos y variosheridos, dicen las noticias —afirmóSolomon Pollak.

—Si la mina hubiese explotadounos minutos más tarde me hubiesepillado a mí. No volveré nunca más a

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pisar esas excavaciones.—Ya no es necesario —

respondió Pollak—. Por ahora, sevan a cancelar las tareas deexcavación. Se inspeccionará lazona.

—Fue un accidente. La tierracon la que se formó el terraplénprocedía del monte del Templo. Alparecer, las minas procedían de unfallido ataque.

—Entonces, te invito a unacerveza. Creo que a partir de ahoracelebrarás tu cumpleaños en este día.

—Tuve mucha suerte.

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—Y, a la vez, mala suerte.Gideon miró inquisidor a

Pollak.—Ya no necesito más tus

servicios, así que perderás unaimportante fuente de ingresos. Ytambién vas a perder el trabajo delas excavaciones.

—Aún tengo una novedad parati.

—Dime.Gideon miró con recelo a su

alrededor pero en la pequeñacallejuela no se podía divisar ni unalma. Estaban solos.

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—¿Cuánto pagarás? —preguntóGideon con una sonrisa en los labios.

—¿Se trata de una noticiaimportante?

—Yo diría que vale al menosunos quinientos dólares.

Solomon Pollak introdujo lamano en su chaqueta.

—Estoy expectante —dijo alsacar los billetes.

—Han encontrado asesinada aGina Andreotti, del equipo delprofesor —susurró secretamenteGideon.

Solomon se guardó de nuevo los

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billetes en su chaqueta.—Ya lo sé, solo te pago por

novedades. ¿Entiendes?Gideon miró asombrado a

Solomon.—¿Cómo lo sabes?—Me lo han dicho —contestó

Pollak.—No puede ser, salvo el

profesor y su equipo de confianza nolo sabe nadie más hasta ahora. Yo mehe enterado de casualidad cuandoestaban conversando entre ellos. Noquieren que lo sepa nadie hasta queel consulado informe a la familia de

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la fallecida. ¿Cómo se supone que lohas escuchado? A no ser que...

La observación de Gideon seinterrumpió a la mitad de la fraseantes de que su voz se acallara.

—Una pena —dijo SolomonPollak.

—¿Una pena... por qué? —balbuceó Gideon.

—Ahora no vas a podercelebrar tu próximo cumpleaños —contestó fríamente Solomon Pollak.

Tenía una pistola en la mano. Seescucharon dos disparos cuyas balasacabaron su recorrido en las

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fachadas de las casas del solitariocallejón, en las cercanías del barrioruso.

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18

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

Tom tenía su mirada clavada enla taza que agarraba con las dosmanos, inmerso en sus pensamientos.En la gran tienda, normalmenterepleta de personal hambriento ysediento a la hora del almuerzo,reinaba un lúgubre silencio. Elprofesor Jonathan Hawke y JeanColombare tenían sus rostroshundidos entre las manos.

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Moshav había enviado a lostrabajadores a sus tiendas o a casa.Hoy no se trabajaba más. En elrecinto de las excavaciones seguíanlas fuerzas de seguridad del ejércitoisraelí inspeccionando el suelo en labúsqueda de posibles minas.

Yaara se sirvió más café. Suslacrimosos ojos estaban rojos detanto llorar.

—Ha sido un accidente —interrumpió Jean Colombare elsilencio—. Un estúpido accidente.Nadie pudo evitarlo. Creo quedeberíamos hacer las maletas y

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desaparecer de aquí. Estasexcavaciones se encuentran bajo unamala constelación.

—A Gina la han asesinado. Esono ha sido casualidad —contestóMoshav.

—Claro que no —ratificó Jean—. Espero que la policía encuentre aese canalla y lo tire al hoyo másprofundo que exista en Israel. Pero elasesinato no tiene nada que ver connuestro trabajo.

—¿Estás totalmente seguro? —preguntó Tom.

—¿Qué quieres decir? ¿No

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pensarás que...?—Sí, creo que nos quieren

echar de aquí —pronunció Tom—.Desde que hemos empezado con lasexcavaciones no paran de sucedercosas. Nadie sabe dónde está Raful.Quizás lleva tiempo muerto.

—¿No lo dirás en serio? ¿Quiénnos va a querer echar de aquí?

Tom miró a Jean Colombare alos ojos.

—¿No dijo Raful que él noconfiaba en la Iglesia romana y quetemía que ejerciera su influencia paraevitar que siguiéramos con las

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excavaciones? Puede que tengarazón.

Jean negó con la cabeza.—Eso son alucinaciones. Sabes

la manía que Raful le tiene a laIglesia. Es enfermiza y nadie lo tomaen serio.

Moshav se levantó y miró fuerade la tienda.

—Siguen buscando más minas.Jean se levantó también y se

dirigió a Moshav. La tierra que sedepositó aquí está contaminada,procedía de la Ciudad Vieja. Israelno es precisamente una tierra

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pacífica. No me extrañaría que seencontraran más minas.

El profesor Jonathan Hawkecarraspeó.

—La principal cuestión es siseguimos trabajando aquí o no. Trastodo lo acontecido no puedo exigir anadie que se quede. Yo mismo estoydudando sobre qué es lo másadecuado.

Tom colocó la taza a un lado.—Yo lo tengo bien claro.

Vinimos aquí para desenterrar unaguarnición romana. Aún no hemosacabado las excavaciones.

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Jean se giró.—A Raful nunca le interesó la

guarnición. Para él este trabajoconsistía solo y exclusivamente endescubrir la cripta del caballero. Nosé dónde habría obtenido lainformación de que en esta zonayacía un caballero pero lo que estátotalmente claro es que nos hautilizado para sus propios intereses.

—La Universidad de Bar-Ilannos ha encargado las excavaciones—introdujo Moshav—. Financia eltrabajo y nos paga. Raful essimplemente un empleado de la

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Universidad. No tenemos quesobrevalorar su posición.

—Creo que Moshav tiene razón—añadió Tom—. Quien nos encargael trabajo es la Universidad y no elprofesor. A mí ya me han pagado elsueldo así que seguiré trabajando.

Yaara estaba de acuerdo.El profesor Jonathan Hawke

pidió la palabra.—Yo ya he tomado una decisión

en lo que a mí respecta. La muerte deAaron nos ha conmovido a todos y elasesinato de Gina es un crimenespantoso pero Tom lleva razón.

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Trabajamos para la Universidad deBar-Ilan y lo que ha pasado conAaron y Gina o con Chaim Raful nocambia este hecho. Tenemos quetener mucho más cuidado y contarcon la existencia de más minas en elrecinto. Pero aún queda mucho paraalcanzar el objetivo de nuestramisión. Creo que Gina y Aaronhubiesen deseado que siguiésemostrabajando en las excavaciones. Yome quedo aquí pero no me enfadarési alguien se marcha en vista de lascircunstancias.

Yaara, Moshav y Tom

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mostraron su acuerdo.—Nos quedamos —contestó

Yaara.Jean Colombare respiró

profundamente con la mirada puestaen el despejado cielo azul.

—Está bien, también me quedo.Seguiremos excavando en elasentamiento romano y rezaremospara que el destino no nos vuelva apasar factura —suspiró Jean.

Jonathan Hawke asintió mirandoa Jean.

—Mañana hablaré con eldecano Yerud y le transmitiré nuestra

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decisión.Jerusalén, Oficina Estatal para

la Antigüedad—Por favor, siéntese —ofreció

el funcionario y señaló atentamente ala acolchada silla.

Pater Leonardo se lo agradecióy tomó asiento.

—Me alegra su visita —comenzó el funcionario—. Durantelos últimos años no nos hanfrecuentado muchas visitas de Roma.

El padre sonrió.—El cardenal prefecto me ha

pedido que le salude de su parte.

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Aunque la Iglesia romana se dirijapoco a usted, somos perfectamenteconscientes de que esta es la TierraSanta en la que vivió y actuó Jesúsde Nazaret. Las huellas de susacciones están aquí tan presentes queaún se puede percibir su existencia,incluso estando tan lejos de Roma.

El funcionario asintió con totalreconocimiento.

—¿En qué puedo ayudarle?Pater Leonardo se reclinó en su

silla.—Roma se interesa muchísimo

por las excavaciones del valle del

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Cedrón. Ya me he puesto en contactocon el decano Yerud de laUniversidad de Bar-Ilan quiensolicitó las excavaciones. Elhallazgo de un caballero halevantado una gran expectación enRoma. Es parte del legado de nuestraIglesia y pertenece indisolublementea la historia de la Santa Sede.Resumiendo, nos gustaría participaren las tareas de excavación.

El funcionario se mostró muysorprendido.

—¿No se ha enterado que haocurrido un grave accidente en el

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recinto?Pater Leonardo negó con la

cabeza.—Al parecer ha explotado una

mina. Varias personas han muerto yotras están gravemente heridas. Nose descarta que haya más minas en elrecinto. Hemos decidido parar lasexcavaciones por el momento. Solocuando los expertos militarescataloguen la zona como seguravolveremos a contemplar laautorización de los trabajos.

Pater Leonardo estabaconfundido.

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—No sabía nada de esto —respondió.

—Hace un par de meses serealizaron tareas de mejora en elmonte del Templo y se crearonnuevos caminos. Este proyectoencontró una gran resistencia entrelos grupos radicales. La tierraexcedente que se extrajo de allí sedescargó temporalmente frente a laspuertas de la ciudad. Suponemos quelas minas de los terroristas ibandirigidas a la paralización de lasobras del monte del Templo. Poralgún inexplicable motivo no

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explotaron. Una gran suerte paraentonces pero con consecuenciasfatales para el suelo de lasexcavaciones. Parte de esta tierra seamontonó en la zona occidental delrecinto. Antes de que nos aseguremosde que no existe ningún cuerpoexplosivo en la tierra, no podemosautorizar los trabajos de losarqueólogos. Seguro que lo entiende.

Pater Leonardo asintió.—Por supuesto, ante estas

circunstancias la máxima prioridades proteger la vida de las personas.Pero creo que mi petición no deja de

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tener validez. Al fin y al cabo, allíyacen tesoros del pasado. En algúnmomento seguro que se retomarán lostrabajos, lo que a usted también leinteresa. Entonces la Universidad deBar-Ilan y la Iglesia romanacompartirán dichas tareas, así comolos costes. No es la primera vez queexcavamos en su tierra.

—Si ustedes ya han acordadoeso con la Universidad de Bar-Ilan,nuestra oficina no pondrá ningunaobjeción. No se trata de interesespersonales sino de conservar lahistoria para nuestros hijos y los

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hijos de nuestros hijos.Pater Leonardo se levantó y le

extendió la mano al funcionario.—De eso puede estar seguro. Le

agradezco mucho el tiempo que se hatomado en recibirme.

—No hay de qué —respondió elfuncionario—. Siempre agradecemosla colaboración con Roma.

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

Bukowski silbaba una alegrecanción cuando se sentó en suescritorio y buscó una caja decigarrillos.

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—¿Buen humor? —preguntóLisa Herrmann.

—Siempre lo tengo —contestóBukowski.

—No sé por qué pero desdehace unos días tengo la impresión deque no te tomas el trabajo en serio.Estamos buscando a un asesino queha matado en tres ocasiones y aúnestamos como al principio.

Bukowski se encendió uncigarro.

—Si estuviese amargado yobstinado no tendríamos másinformación de la que disponemos.

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Prefiero seguir el consejo de MarkTwain.

—¿Mark Twain?—«Dale a cada día la

oportunidad de convertirse en elmejor de tu vida, incluso si estástrabajando».

Lisa torció el gesto condesinterés.

—Bueno, si te lo tomas así.¿Hay alguna novedad?

Bukowski miró a su reloj depulsera.

—Acaban de pasar tres horas.Los prusianos nunca dispararon tan

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rápido. Estoy esperando la llamadade un viejo amigo que nos puedeayudar.

—¿Otra vez un amigo delextranjero?

—El comisario jefe de laPolicía Nacional —contestóBukowski—. Maxime y yotrabajamos juntos muchos años. Elaño pasado regresó a París. Nosllevábamos muy bien.

—¿Y crees que nos puedeayudar?

—Si se trata de diligencias enFrancia es la persona adecuada.

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Dentro de la Policía Nacional dirigela Oficina de Asuntos Exteriores y hatenido mejor suerte que yo. A suedad no tiene que salir a la calle yperseguir a delincuentes. Incluso loascendieron cuando volvió a París.En cambio yo, en agradecimiento ami trabajo, me dieron una buenapatada en el culo. Bueno, el mundoes así de injusto.

—Ya sea injusto o no, se ve quetu amigo Maxime no tiene muchotiempo para ti.

—Tiene tiempo pero yotampoco daría un palo al agua

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durante mis vacaciones. Está enMartinica disfrutando del sol pero ellunes que viene regresa a París.Entonces nos reuniremos con él, ensu oficina.

—¿Vamos a Francia? ¿Lo sabela jefa?

—A veces es bueno teneramigos influyentes. Tenemos unainvitación para dos personas.Oficialmente un intercambio deexperiencias.

—¿Cuánto tiempo?—Dos días.—¿Y yo puedo ir? —preguntó

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Lisa con los ojos bien abiertos.—A mí me han invitado

expresamente, el segundo puesto aúnno se ha otorgado pero si estásinteresada te propondré.

Lisa sonrió.—¿Puedo hacer algo por ti,

quieres que te haga un café o que tetraiga un bocadillo del bar?

—Dale a cada día laoportunidad de convertirse en elmejor de tu vida —contestóBukowski—. Creo que este día vapor buen camino. Pero una cosa estáclara, vamos allí a trabajar.

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—¡Por supuesto!—Solamente hay un problema

—añadió Bukowski con un irónicogesto.

La sonrisa de Lisa se extinguió.—¿Qué?—Creo que tendremos que

compartir habitación.

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19

Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

Benyamin Yassau escaneó conuna desconfiada mirada al profesorHawke y a su equipo.

—Son disposiciones deseguridad que no podemos obviar —afirmó—. Yo no he sido quien haaprobado esta ley sino el pueblo deIsrael. Yo solo me encargo deejecutarla. Ustedes deben recordarque no hace mucho tiempo estuve

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aquí.Tom negó con la cabeza.—Usted pretende parar el

trabajo que estamos haciendo aquíaunque falte mucho por acabar. Aúnyacen muchos tesoros bajo estatierra. Y ahora nos viene con estasnormas.

—¡Señores! —exclamó eldecano Yerud—. En vista de losacontecimientos acaecidos en elrecinto de las excavaciones, laOficina Estatal para la Antigüedadno tiene otra opción. Solo se podránretomar las tareas de excavación

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cuando un equipo experto endetección de minas hayainspeccionado la zona y la declarecomo segura. No estamos en posiciónde cubrir gastos adicionales y eltiempo de parada. No nos podemospermitir más accidentes.

Jonathan Hawke asintióresignado.

—Esto significa el final denuestro trabajo. Todo lo que hemosconseguido hasta ahora ha sido envano.

—En absoluto, en absolutoseñores —se entrometió Pater

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Phillipo en la conversación—. Sutrabajo se reanudará. Trasconversaciones con la Santa Sede heconseguido convencer a Roma de laimportancia de sus hallazgos.Señores, ustedes han hecho untrabajo excelente. No podemosolvidarlo.

Tom lanzó a Moshav unacómplice mirada.

—Raful tenía razón —le susurróal oído—. Los arqueólogoseclesiásticos se harán cargo denuestras excavaciones.

Moshav carraspeó e intervino.

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—¿Quiere decir que esteproyecto continuará?

Pater Phillipo sonrió.—Por supuesto que se

reanudará. Se ha encargado a unequipo de inspección de minas querastree la zona. En cuanto tengamosluz verde, proseguiremos sin demora.Se cumplirá con los trámitesnecesarios.

—Y nosotros estaremos ahí.La sonrisa de Pater Phillipo se

extinguió.—En realidad nosotros tenemos

nuestros especialistas. Además,

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estamos obligados a utilizar losrecursos que nos proporciona laSanta Sede. Temo que no haypresupuesto para contratar a personalexterno, pero pueden estarcompletamente seguros de que alfinal el proyecto llegará a buenpuerto. Sería imperdonable dejar quese pierda esta guarnición.

—Es decir, la OficinaEclesiástica para la Antigüedad sehará cargo de las excavaciones y sereanudará el trabajo con el personaleclesiástico —precisó el decanoYerud tras la explicación del padre

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—. Su implicación en este proyectoya ha concluido. Evidentementepueden quedarse con el pago de susservicios. Renunciaremos a ladevolución ya que los responsablesfuturos nos han asegurado que laUniversidad participará en loshallazgos.

—Ven, señores —añadió PaterPhillipo—. Va mucho más allá delbeneficio propio. Ustedes hanencontrado el lugar y han dado losprimeros pasos que han resultado sertan valiosos. Nosotros soloterminaremos lo que ustedes

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empezaron. Finalmente alcanzaremosnuestro objetivo común. Reviviremosnuestro pasado.

—... Y así impediremos queciertos testigos incordien, en caso deque se halle algo que no concuerdecon la historia de la Iglesia —susurró Tom a Moshav en el oído.

Jonathan Hawke se tocó con lamano el rostro, marcado por laresignación. ¿Qué podía hacer? LaUniversidad de Bar-Ilan le habíaencargado este trabajo y, por tanto,debía someterse a las instruccionesdel decano.

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—Haremos las maletas —dijofinalmente con una frágil voz—. Notenemos nada más que hacer aquí.

Una hora más tarde la oscuridadse había extendido por el recintoarqueológico. Tom, Moshav, Yaara yJean se reunieron con el profesor enla gran tienda. Estaban solos, losayudantes universitarios y lostrabajadores que habían participadoen las excavaciones ya se habían idode vuelta a casa.

—Ha sido una maliciosa trama—opinó Tom—. Quieren que nosmarchemos. Chaim Raful tenía razón.

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Jonathan Hawke se encogió dehombros.

—No sé, pero, en teoría, lasautoridades tienen razón. Por unlado, es bastante probable que elpadre se haya aprovechado de lasituación pero, por otro lado, nopodemos obviar la probabilidad deque se produzca otro accidente. Lomejor es que hagamos las maletas yles demos paso a los arqueólogos dela Iglesia. Tienen más influencia quela Universidad.

—¿No os dais cuenta de que nosestán quitando de en medio? —

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persistió Tom con su sospechas—.Quizás las minas han...

—Estás loco —le interrumpióJean Colombare—. Este simplepensamiento me parece inconcebible.Estamos hablando de la Iglesia y node una organización de la mafia.Creo que es mejor que otros seencarguen de las excavaciones antesde que tengan que pararse.

—¿Y si Tom tuviese razón? —dijo Moshav—. Pensadlo bien.Primero, estos misteriosos sucesos.Después, aparece repentinamenteeste padre en escena; el accidente.

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Aquí hay algo que no marcha bien.Jonathan Hawke hizo un ademán

de rechazo.—Amigos. ¡No! Estáis yendo

demasiado lejos. Tom, entiendo queestés muy enfadado pero no debemosperdernos en sospechas infundadas.Ha sido demasiado. Han asesinado aGina, Raful ha desaparecido y Aaronha muerto en un fatal accidente.Antes de que suceda algo más, esmejor que recojamos nuestras cosasy nos larguemos. Hay másexcavaciones en el mundo.

Tom suspiró pero antes de que

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pudiera responder, fuera se escuchóel ruido de un motor que se acercaba.Yaara se dirigió a la puerta y seasomó.

—La policía —anunció—. ¿Quéquerrán ahora de nosotros?

Enseguida un oficial de policíaentró en la tienda. Otro vestido depaisano le seguía. El policía seidentificó y presentó a su compañerocomo Dov Gluski de la PolicíaJudicial de Jerusalén.

—He escuchado que se van aparar las excavaciones, ¿es cierto?—preguntó el oficial de policía.

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—Cierto —contestó el profesorJonathan Hawke.

—Debido a las investigacionesque hemos iniciado en relación conel asesinato de su compañera me veoobligado a pedirles que permanezcana nuestra disposición —prosiguió elpolicía.

—Sí, ¿qué quiere decir eso? —preguntó Yaara.

—Les tengo que pedir a todosustedes que permanezcan en el paíshasta que no tengamos nada queobjetar al respecto. Tenemos queconfiscarles sus pasaportes. Aún no

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hemos concluido las investigaciones.—Y ahora resulta que nosotros

hemos asesinado a nuestracompañera —contestó Tom conganas de encararse.

—Mientras no obtengamosninguna huella, todos sonsospechosos —replicó el funcionariode paisano.

—Hemos reservado unashabitaciones para ustedes en el hotelReich de Beit HaKerem. El hotel seencuentra a las afueras de la ciudad.Deben estar allí mientras durennuestras investigaciones. No pueden

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permanecer aquí, se va a precintar elrecinto. Mañana le espero a usted y asu equipo en la comisaría. Tenemosque hablar.

Roma, iglesia de Jesús, piazzadel Gesú

En el suntuoso oro del altar sereflejaba el sol que entraba a travésde la luminosa cúpula al interior dela iglesia de Jesús. La noble y fríaconstrucción ocultaba el ajetreo de lavida cotidiana de Roma y cubría lacasa de Dios con un aura detranquilidad y veneración. Soloalgunas personas mayores se

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arrodillaban en los bancos, inmersasen sus oraciones. El cardenalprefecto, sumido en su recogimiento,observó al otro lado del coro elpacífico juego de rayos solares en elpulido metal noble que habíaresistido intacto el paso de lossiglos.

—Cristóbal Colón fue un granhombre que rechazaba a Dios —susurró el cardenal Borghese—. LaIglesia tiene mucho que agradecerle.No solo el oro sino también una granparte de nuestro rebaño vive en latierra que descubrió.

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El cardenal prefecto susurrósilenciosamente.

—He escuchado que lasexcavaciones de Jerusalén se van aparar de momento —prosiguió elcardenal Borghese.

—Se ha producido un terribleaccidente —contestó el cardenalprefecto.

—Jerusalén es una ciudadpeligrosa, es un polvorín. Es laciudad de nuestro Señor pero estárodeada de muchos enemigos.

—Las excavaciones nocontinuarán —prosiguió el cardenal

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prefecto—. La Universidad de TelAviv ya ha retirado a su personal. Alparecer, el recinto de lasexcavaciones está salpicado conminas de tanque. Antes de que sepueda seguir trabajando allí, se va ainspeccionar la zona. De locontrario, no se podrá ofrecerninguna garantía a los trabajadoresde los yacimientos.

El cardenal sonrió.—Creo que nuestra Iglesia no

tendrá ningún problema en reanudarlos trabajos. Quizás este accidentehaya sido una señal del destino.

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—Mi querido Borghese, sihabla así hasta podría pensar que leha venido bastante bien esteaccidente. Piense que variaspersonas han muerto.

La sonrisa de Borghese seextinguió.

—Es espantoso que se hayallegado tan lejos y que haya tenidoque derramarse sangre. Creo que esjusto y está justificado queparticipemos en las excavaciones. LaSanta Sede no debe ser una meraparte observadora cuando otros estántrabajando en la historia de

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Jesucristo, el salvador de loshombres.

El cardenal prefecto searrodilló.

—Ya nos informarán de losucesivo, hermano de Cristo. Ahoraoremos por la bondad de nuestroSeñor. Estoy convencido de quePater Leonardo representaráhonorablemente nuestros intereses enJerusalén. Además, no está solo.Podemos confiar en el hermanoPhillipo y los franciscanos. Elprofesor Chaim Raful no puedeesconderse eternamente. Aparecerá

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en algún momento para difundir susabstrusas teorías pero no le irá mejorde lo que nos va a nosotros.

El cardenal miró con asombróal prefecto.

—¿Qué quiere decir con eso, mireverendo padre?

El cardenal prefecto sonrióantes de colocar sus manos en rezo.

—No se le escuchará —contestó lacónicamente.

Jerusalén, hotel Reich en BeitHaKerem

Tom miró por la ventana de lahabitación de su hotel a la tranquila

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carretera que llevaba al centro. Elhotel Reich se encontraba a unos diezkilómetros de la Ciudad Vieja en untranquilo barrio a las afueras deJerusalén. Después de que lospolicías abandonaran el recinto delas excavaciones, Tom y suscompañeros se dirigieron en losvehículos de servicio al hotel dondehabían alquilado para ellos cincohabitaciones en la tercera planta. Lashabitaciones eran pequeñas pero muyagradables.

Tom se giró. Perdido en suspensamientos miró la maleta, aún sin

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deshacer, tirada encima de la cama.Esa maleta, junto con su caja deherramientas, era todo lo que sehabía llevado consigo. Sabía quenunca volvería a los yacimientos.Habían sucedido demasiadasdesgracias, se habían cobradodemasiadas vidas. Chaim Rafulseguía desaparecido, sin rastro, casise había convertido en un vagosueño. Gina y Aaron estabanmuertos; ella, asesinada por un locodesconocido y él, achicharrado poruna mina. Ahora se encontrabaretenido en el país junto a los otros y

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se les consideraban sospechosos.Tuvo que entregar su pasaporte yfuera, frente al hotel, había aparcadoun coche de la policía. No se hacíaninguna ilusión. Su relación laboralcon Jerusalén se había terminado.¿Cómo seguiría su relación conYaara? ¿Se iría con él, le seguiría yabandonaría su país natal?

Se había enamorado de estajoven morena para siempre y su amorera correspondido pero la situaciónse complicaba.

Tom se sentó en la cama ysuspiró.

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Algo no concordaba. Presentíaque los acontecimientos en losyacimientos no habían sido casuales.Pero, ¿cómo podía demostrarlo?

¿Se escondía la Iglesia detrásde todo? ¿Quería evitar que salierana la luz hechos que cuestionarían lahistoria del cristianismo y laexistencia de Roma? ¿Sería capaz dematar la Iglesia por ello?

Inhaló profundamente antes deabrir la cremallera de su maleta ylevantarse. Le apetecía una duchacaliente. En una hora había quedadopara cenar con el resto del equipo en

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el restaurante del hotel. Tomó suneceser y se dirigió al baño. El aguacaliente le hacía sentirse mejor.Cerró los ojos y disfrutó delmomento.

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2ª PARTE. La búsquedade la verdad

... en la época actual

no puede haber un segundoganador,

solo hay un ganador y perdedores,

quien llegue tarde

prácticamente ya ha perdido...

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20

Comisaría Central de Policía, calleDerekh-Shekhem

La seguridad era una cuestiónde vital importancia en esta ciudadpuesto que, a pesar de todos losanuncios de paz, prevalecía unaguerra civil. Tom, Yaara y el restodel equipo tuvieron que pasar portres controles y un cacheo antes depoder entrar en el edificio de la calleDerekh-Shekhem, rodeado de altosmuros, una alambrada y varias torres

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vigías. Ya habían pasado las ocho,Tom no había podido dormir bien enla cama blanda del hotel Reich.

Un funcionario de la PolicíaJudicial esperaba al profesor Hawkey a su equipo. Al llegar, losdistribuyeron por distintas salas.Tom estaba sentado en una pequeñahabitación del ala occidental deledificio, vigilado por un jovenpolicía. Impacientementecontemplaba los cuadros de lasparedes. Dos pinturas abstractas enacrílico unidas en un conglomeradode sombríos colores. De algún modo,

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esta imagen representabaexactamente su estado de ánimo.Esperó más de veinte minutos hastaque finalmente apareció una mujergruesa con un traje azul y una tensatrenza de pelo gris. Le saludóbrevemente con la cabeza y se sentó,quejándose, en la silla de enfrente.

—Mi nombre es DeborahKarpin, la magistrada instructora delcaso y estoy investigando elasesinato de su compañera —sepresentó la mujer.

Tom estimó que tendría unoscincuenta años.

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—Tom Stein —contestó yasintió.

—Thomas Stein, nacido enAlemania en 1970, licenciado enIngeniería de Caminos y Arqueologíapor la Universidad de Ruhr enBochum. En la actualidad estásoltero y reside en Gelsenkirchen.¿Cierto?

El tono severo e impersonal dela mujer no le gustó nada a Tom.

—Correcto —contestó—. Mipadre quería ser minero pero pensóque si él no lo había conseguido almenos su hijo podría excavar la

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región del Ruhr.—Su padre fue profesor y ya

está jubilado. Del mismo modo quesu madre, quien ejerció comoenfermera.

Tom respiró profundamente.—Se ha informado

estupendamente —replicó.—Es nuestra misión saber con

quién estamos tratando —contestó lamagistrada con frialdad—. ¿Es lasegunda vez que trabaja con elprofesor Hawke?

—Exacto —respondió Tom singustarle nada el tono de la pregunta.

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—Hace dos años llevó a cabouna excavación en Canadá junto conel profesor. ¿También participó en elequipo de entonces la señoritaAndreotti?

—Aquel trabajo consistió en laexcavación de un antiguoasentamiento en la región de Inuit, enel lago del Gran Oso, fue una tareatotalmente distinta.

—Le agradecería que mecontestara con un «sí» o «no» —aclaró la magistrada.

—¿Acaso soy sospechoso dehaber asesinado a mi compañera? —

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preguntó Tom.La magistrada torció el gesto

por un momento.—En esta fase de las

diligencias todos los que tenían algoque ver con ella son sospechosos.

—¡Escúcheme! —bramó Tom—. Gina era mi amiga. Dedíquese abuscar y a encontrar al asesino ydéjenos...

—Estamos en ello —replicó lamagistrada Karpin con frialdad einterrumpiendo la protesta de Tom.

—¿Conoce bien al profesorHawke?

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—¿Qué quiere decir con que silo conozco bien? Trabajamos juntos.

—¿Eso significa que no sabemucho de su vida privada?

—Escúcheme, cuandotrabajamos en un proyecto vivimosdurante meses tienda con tienda,pasamos juntos más de diez horas aldía, también por las noches. Creoque llegamos a conocernos bastantebien.

—¿Cómo describiría surelación con la señorita Andreotti?

Tom frunció el ceño.—No entiendo el sentido de su

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pregunta. El profesor es una personacorrecta. Valoraba mucho a Gina.Ella es... era muy competente.

—¿Sabe que el profesor tuvoque abandonar su departamento de laUniversidad de Berkeley hace años?

Tom miró incrédulamente a lamujer.

—Hace diez años fuedenunciado por acosos sexuales ados estudiantes. ¿Lo sabía?

Tom mostró su inseguridad.—No sabía... no sabía nada

pero, ¿no creerá en serio que elprofesor tiene algo que ver con la

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muerte de Gina?—Tenemos que seguir cualquier

indicio. Ante aquellas acusacionesno se presentó ninguna demanda. Elprofesor simplemente dimitió yabandonó su cargo.

Tom insistió.—Ya le he dicho que el

profesor es una buena persona y unexcelente investigador. No tiene nadaque ver con la muerte de Gina, puedoponer la mano en el fuego.

—Él fue la última persona quela vio con vida. ¿Le parece normalque dejara sola a la señorita

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Andreotti en la ciudad?Tom no daba crédito.—No puede ser, fue brutalmente

asesinada y usted considera que elprofesor es un asesino. Está muyequivocada, créame.

—¿Conoce a GideonBlumenthal?

Tom pensó por un momento yfinalmente negó con la cabeza.

—¿Quién se supone que es?La magistrada torció el gesto.—Trabajó para usted.Tom miró fijamente las fotos.—En nuestro equipo había un

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Gideon pero no conozco su apellido.Aaron se encargaba de contratar alos ayudantes y trabajadores de lasexcavaciones.

—Han encontrado a Gideon condos balas en el pecho. Tenía un parde monedas antiguas en el bolsillo.¿Puede ser que procedieran de losyacimientos?

—Claro que sí, hemosdescubierto una guarnición romana.Seguro que podían existir allí estetipo de monedas. Pero, ¿qué tieneque ver eso con Gina?

—Gideon Blumenthal también

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fue asesinado, poco después que laseñorita Andreotti. ¿Podría haberalguna relación?

Tom se encogió de hombros.—Las monedas romanas de este

tipo pueden alcanzar un valor de diezmil dólares en el mercado negro. Unabonita suma que se puede obtener sise tienen los contactos oportunos.

—Otra de sus obtusas teorías —añadió Tom—, ¿piensa que Gina yGideon fueron asesinadas por lamisma persona? No tiene sentido.

—Muchas gracias. Esto es todopor el momento —la magistrada

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concluyó la declaración—. Porcierto ¿dónde se encontraba usted enel momento del asesinato de laseñorita Andreotti?

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

Lisa corría furiosa por lospasillos iluminados con tubosalargados de neón. A todos los quese encontraba le preguntaba porBukowski pero nadie sabía dóndeestaba.

Ya había buscado sin éxito en lacantina. Fuera, en la pequeña terrazadonde le gustaba tomar el sol y

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fumarse un cigarro, tampoco estaba.Ni en el despacho, ni en la sala dereuniones, ni en toda la brigada...Stefan Bukowski había desaparecido.Él había sido quien la había mandadoa su ordenador para que investigarasobre los dos clérigos asesinados yahora se había largado.

—¿Has visto a Bukowski? —preguntó a la secretaria de la seccióntécnica judicial, pero la mujer rubiasolo hizo un gesto de negación con lacabeza.

—Lo odio —soltó con enfado.Volvió a su oficina. ¡Que se

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vaya a tomar viento! Abrió la puertay se sobresaltó al ver a su jefe frentea ella.

—Y yo pensando que estabastrabajando duro —recibió a sucompañera.

Lisa se encendió de rabia.—Te estaba buscando por todos

sitios. ¿Dónde te habías metido?—Estaba comiendo y después

me he venido aquí directamente perotú no estabas en tu mesa.

Lisa dio un golpe en el suelocon el pie.

—Ahora la culpa la tengo yo.

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Bukowski levantó las manos.—¿Pero quién te está

regañando?Lisa le enseñó las fotos que

llevaba todo el tiempo en las manos.—Los dos padres se conocían

—dijo.Bukowski se puso las gafas que

llevaba en el bolsillo de su camisa.—¿Cómo lo sabes?—Me ha llevado bastante

tiempo —contestó Lisa—. Es delarchivo de la Chrismon-Magazin de1977. Una revista cristiana quepublica temas sobre la Iglesia. En

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1977 se celebró en Salzburgo uncongreso sobre Arqueologíaeclesiástica. Participaron científicosde todo el mundo. Giraba en torno ala vida de Jesucristo.

Bukowski observódetalladamente las fotos.

—¿Sabes quiénes son los otrosdos de la foto?

Lisa señaló al hombre mayor ala izquierda de Pater Reinhard.

—Este es el profesor doctorYigael Jungblut de la Universidad deMúnich. He estado buscando enGoogle. Hace un par de años sufrió

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un grave infarto y quedó paralítico.Probablemente ya no viva.

Bukowski asintió.—¿Y el otro?Lisa se encogió de hombros.—No he conseguido

averiguarlo.—¿A qué estás esperando o es

que no quieres venir a París?Jerusalén, hotel Reich en Beit

HaKeremEstaban sentados en la barra del

hotel, aún petrificados por losacontecimientos. Solo faltaba elprofesor Hawke. Fue a visitar al

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decano Yerud. No podían seguir así,necesitaban un abogado.

—Es inaceptable —dijo JeanColombare—. Nos están tratandocomo a delincuentes.

—¿Qué dice Jonathan? —preguntó Moshav.

Tom se encogió de hombros.—Le he preguntado qué pasó

entonces en la Universidad con esasacusaciones y me ha contado que lasdos estudiantes le destrozaron. Erandos chicas de acaudaladas familiascon mucho poder e influencia.Expulsaron a las dos chicas de la

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Universidad porque las descubriófumando hachís. Después contaronque el profesor se quería aprovecharde ellas y no le quedó otra opción.Simplemente dejó su puesto porqueno soportaba más la campaña suciaque se forjó contra él.

—Conozco al profesor, me locreo —contestó Yaara—. Es absurdopensar que tiene algo que ver con lamuerte de Gina.

Tom miró reflexivo su vaso.—¿Qué te pasa? —preguntó

Yaara.—Gideon Blumenthal, ¿os dice

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algo el nombre?Se miraron entre sí con aire

inquisitivo.—Fue uno de nuestros

ayudantes en las excavaciones. Hanencontrado su cadáver. También loasesinaron.

—Aaron se encargó de contrataral personal —manifestó Moshav.

—Llevaba algunas monedasjunto con la foto de Tiberios. Seguroque se lo encontró y se lo guardó enel bolsillo.

—Quería ganarse un dineroextra —declaró Jean—. No es tan

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raro, pasa con frecuencia.—No sé —pensó Tom—. Los

accidentes de las excavaciones, ladesaparición de Raful, el asesinatode Gina y Gideon, el brutal accidentede Aaron. Se han tenido que parar lasexcavaciones y, de repente, apareceese franciscano. Pienso que todo esuna trama bien tejida.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Moshav.

—Tengo un mal presentimiento.¿Os acordáis de cuando abrimos lacripta? Raful quería que ocultáramosel hallazgo. Tenía mucha prisa. Él ya

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sabía lo que encontraríamos allí,estoy convencido, y temía que laIglesia romana apareciera y nosexpulsaran de nuestro trabajo. Ahora,nos han echado literalmente y Rafulsigue desaparecido. Para mí todoesto no es casualidad.

—¿Piensas que la Iglesia tienealgo que ver? —preguntó Yaara.

Tom vació su vaso de un trago ylo colocó con un golpe en la barra.

—Tenemos que encontrar aChaim Raful y preguntarle qué halló.

—Ya sabemos lo que haencontrado —contestó Jean

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Colombare—. Nosotros estábamospresentes.

Tom rechazó con un gesto esaafirmación.

—No sabemos lo que habíadentro del recipiente, desapareciócon él. Creo que era muy importantellevarlo a un lugar seguro.

—¿Y por dónde quieresempezar a buscar? —preguntó Yaara—. No podemos abandonarJerusalén.

—Sé que vivía en unahabitación del hotel King David.

Moshav miró asombrado a Tom.

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—¿Cómo lo sabes?Tom sonrió.—Lo escuché cuando hablaba

por teléfono. Creo que deberíamosempezar por ahí.

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21

Orilla oriental del río Jordán, a lasombra del monte Nebo

-Le agradezco que me hayatraído hasta aquí, hermano Phillipo—pronunció Pater Leonardo, cerrólos ojos y respiró profundamente—.Es una imagen impresionante. Elmonte Nebo, el río Jordán, el lugaren el que fue bautizado nuestroSalvador. Es como si aún viviera.

—Es un lugar sagrado exceptopor la bandera jordana y las

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instalaciones de retención —contestóPater Phillipo—. Pero también esuna tierra de lucha que cada día secobra nuevas víctimas.

—Galilea, la tierra delSalvador —afirmó con entusiasmoPater Leonardo—. Nazaret,Cafarnaún, Tabgha, el monte de lasBienaventuranzas y la montañaTabor. Roma queda tan lejos deaquí...

—... lejos y, a la vez, tan cerca—le interrumpió Pater Phillipo—. Elcardenal prefecto estará orgulloso deusted, mi honorado hermano. Las

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excavaciones se reanudarán dentrode un mes. Fue una jugada muyinteligente visitar a Benyamin Yassauy pedirle su apoyo.Desgraciadamente se produjo estefatal accidente que nos salió alcamino y aceleró el proceso, perofinalmente es justo que la Iglesiaparticipe en las excavaciones.

—El problema es que seguimossin rastro del profesor Raful. Escomo si hubiese descendido hasta lascuevas del demonio. El amigo delprefecto, el cardenal Borghese, opinaque el profesor nos puede infligir

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graves daños. Parece que con elhallazgo del caballero se estáaireando de nuevo su absurda teoría.El cardenal Borghese ya ve comonuestra Iglesia se hunde. Borghese esun amigo muy influyente del prefecto.Por eso no voy a poder volver aRoma hasta que haya encontrado alprofesor.

Pater Phillipo asintiócomprensivamente.

—Creo que Chaim Raful hacemucho tiempo que está en otro país.De lo contrario, lo hubiésemosencontrado.

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—Disfrutemos un poco más deestas vistas —contestó PaterLeonardo—. No es tan malo dejaratrás durante un tiempo los muros dela Santa Sede. Solo temo que elcardenal prefecto se impaciente.

—Y si es así, no acaba dedecir, mi eminencia, que Roma estátan lejos —respondió Pater Phillipocon una sonrisa.

Hotel Reich, a las afueras deJerusalén

Quedaron en la habitación deTom. El profesor Hawke estabasentado al borde de la cama y

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reflexionaba sin pronunciar palabra ymirando al suelo con una inerteexpresión.

—Van a por mí, me hanconfiscado el pasaporte y se meprohíbe viajar —anunció secamente—. Tengo que estar disponible. Hanpreguntado por mí incluso al decano.Piensan que yo he asesinado a Ginapero juro que no lo he hecho. A pesarde todo, me siento culpable de sumuerte. No debí haberla dejado solaen la ciudad.

—Tonterías —replicó Tom—.Todos hemos estado alguna vez solos

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en la ciudad y no era la primera vezque Gina lo hacía. Estamos enJerusalén y, aunque con frecuencia seproduzcan agitaciones, se consideraque la Ciudad Vieja es un lugarseguro para turistas.

—De todos modos —serecriminó el profesor a sí mismo.

—Da igual las vueltas que ledemos, el caso es que tenemos quehacer algo —apuntó Moshav.

—¿Y qué? —objetó JeanColombare.

—Tenemos que encontrar aChaim Raful —dijo Tom con

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determinación—. Tenemos queaveriguar qué se esconde detrás delos asesinatos. No es casualidad.

—¿Y qué nos aportaría eso? —cuestionó Yaara.

—El mismo Chaim Raful dijotras el hallazgo del caballero que yano confiaría en nadie y que temía lainfluencia de la Iglesia. ¿Osacordáis, en la cripta?

Moshav y Yaara asintieron.—¿Qué descubrió realmente

Gina? —preguntó Yaara dirigiéndosea Jean Colombare—. Sé que junto ati investigó sobre el hallazgo más

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detenidamente.Jean se encogió de hombros.—No mucho, solo el nombre

del caballero y que provenía de unacasta noble del sur de Francia.Entonces tuvimos que dejar el asunto.Raful quería seguir ocupándose delas demás tareas.

—¿Dónde están sus notas? —miró demandante a Moshav y alprofesor.

El profesor elevó la cabeza ymiró a Jean, quien levantó las manosjustificándose.

—No había notas.

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—Sé que tenía un bloc dondeapuntaba todo lo que descubría —informó Yaara.

—Entre sus cosas no estaba elbloc de notas —repitió el profesor.

—Quizás la policía...—Yo mismo elaboré la lista de

las cosas que la policía requisó —elprofesor interrumpió a Jean—. Nohabía ningún bloc.

—Y si lo hubiese, no podíahaber escrito mucho en él —objetóJean—. Quizás lo llevaba consigocuando fue asesinada.

Tom agudizó sus sentidos.

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—Quizás ese bloc de notas fueel móvil de su asesinato.

—Estás loco, quién lo sabría —rebatió Jean.

—Si se lo enseñó a Yaara,seguro que también lo vieron otraspersonas. Ya os he contado lo deGideon, él robó un par de monedasromanas. Por lo visto en lasexcavaciones no todos los ayudantesson honrados. Os aviso, todo es uncomplot bien tramado.

—¿Y quién se esconde detrásde todo? —contestó Jeanincrédulamente.

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—¿Qué te parece la Iglesia? —le quitó Moshav las palabras de laboca a Tom.

Jean Colombare rechazó laidea.

—Si nos vamos de aquí serácasi como culparnos a nosotrosmismos. La policía sospecha quetenemos algo que ver con la muertede Gina. Y si cometemos algún errornos meterán entre rejas, no estoydispuesto a eso. Yo me quedo aquí.Me da igual lo que penséis. No tengonada que esconder. Además, mástarde o más temprano desaparecerá

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esta sospecha.Tom lanzó una demandante

mirada al profesor.—Creo que Jean tiene razón —

contestó Jonathan Hawke—. Si nosvamos de aquí, podemos estarseguros de que nos encarcelarán. Nopodemos hacer otra cosa más queesperar.

Tom suspiró.—¿Cuánto tiempo? ¿Una

semana, unos meses, años? Noquiero quedarme aquí cruzado debrazos sin saber qué hay detrás detodo esto.

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Jean dijo fríamente:—Un psicópata ha asesinado a

Gina. Aaron murió al pasar por unamina y Chaim Raful se ha escondidoen algún lugar tranquilo y siguepensando que la Iglesia lo persigue.Las autoridades han parado lasexcavaciones porque son peligrosasy la policía lleva a cabo lasdiligencias del sumario y sospechade nosotros porque no tiene ningúnotro indicio relevante. Y si alguienimagina algo distinto, entoncesdebería recibir un tratamientopsiquiátrico junto con Chaim Raful.

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Jean Colombare abandonó lahabitación con un fuerte portazo.

—Me encargaré de conseguir unabogado —dijo el profesor Hawkedespués de un rato—. Espero que eldecano nos apoye.

Jerusalén, Oficina Estatal parala Antigüedad

Benyamin Yassau se abrochó elcuello de la camisa, carraspeó ytomó el sello en la mano después dehaberlo buscado en el ordenadocajón de su escritorio. Estampó eldocumento que tenía frente a él. Conesto ratificó definitivamente que la

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Universidad de Bar-Ilan paralizabalas excavaciones del valle delCedrón. Por el momento se concluíanlas tareas de excavación por causasexternas debido a la peligrosidad.Entre tanto, ya disponía de lasolicitud de la oficina eclesiástica dereanudar el trabajo. Se comprometíana realizar la costosa inspección delrecinto para evitar que explotaranmás minas, la llevarían a cabo consus propios especialistas y se haríancargo de los gastos. Losresponsables políticos otorgaron lamáxima prioridad a esta solicitud

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que Yassau acababa de extraer delarchivo. La próxima semana debíacomenzar con su trabajo el equipo deinspección de minas. BenyaminYassau estaba contento. Era unfuncionario extremadamente correctoy conocía todas las regulaciones yrequisitos; la presente solicitudcumplía con todos ellos. Solo lesorprendía algo, normalmente setardaban semanas en otorgarse lospermisos de excavación ya quetenían que comprobarse todos losaspectos: disposiciones deseguridad, impacto medioambiental,

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impacto social, así comoconsecuencias políticas. Sinembargo, en la solicitud de la Iglesiaya se habían evaluado positivamentetodos los ámbitos. Además, lainstancia ya lucía la firma y el sellodel jefe de la Oficina Estatal para laAntigüedad así que como técnico, encuya competencia se encontraba elvalle del Cedrón y la Ciudad Vieja,solo tenía que firmar el documento.

Tomó su pluma con la tintaoficial para los documentos.Enérgicamente imprimió su firma enla parte inferior del documento y

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llamó a su secretaria.—Téngalo listo para hoy —

ordenó—. El permiso se requierecon urgencia.

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22

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

-¿Estás nerviosa? —preguntóBukowski después de haber recogidosu maleta de viaje.

Lisa estaba sentada al otro ladode la mesa y miraba la pantalla. Nise inmutó.

—Espero que hayas metido enla maleta algo de ropa bonita. A losfranceses les atrae lo femenino, contus vaqueros no tienes nada que

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hacer.—No busco marido —contestó

Lisa sin despegar la mirada de lapantalla.

—Lucha contra el crimenorganizado dentro de una Europa sinfronteras —susurró Bukowski—.Espero que hayas preparado estetema.

—Yo solo te acompaño. Delresto tú eres el responsable.

Bukowski puso la maleta en elsuelo.

—Dos noches en París, ¡genial!—No te alegres antes de tiempo

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—contestó Lisa—. Y no te hagasilusiones.

—¡Termina ya, nos tenemos queir! —advirtió Bukowski mirando sureloj de pulsera.

—Es horrible, no consigoidentificar a la cuarta persona de lafoto.

—Déjalo, ya me he encargadode eso. Mittermaier va a llamar a laeditorial de la revista. Cuandoregresemos, seguro que tendremos elresultado en mi mesa. Venga, vamos.Nos quedan un par de horas de viaje,no quiero llegar demasiado tarde.

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Maxime nos espera en torno a lastres.

Lisa se dirigió a la puerta.—Venga, pues. París nos

espera. Tres hermosos días en laciudad del amor.

—Venga, venga. Vamos atrabajar y a concentrarnos en el caso.No es un viaje de placer.

Jerusalén, hotel King DavidPor encima de la Ciudad Vieja

de Jerusalén, sobre una colina,reinaba la imponente construccióndel noble hotel King David. Lareluciente fachada amarilla brillaba a

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plena luz del día. A la sombra delsoportal retozaban personas de todaslas naciones. Los sirvientes del hotel,uniformados con librea, atendían alos huéspedes. Portaban maletas,abrían las puertas de los flamantesvehículos o acompañaban a losrecién llegados al gran portal deentrada.

Yaara observó sorprendida laescena.

—Esto seguro que no es barato—opinó.

—Trescientos dólares pornoche —contestó Tom—. El profesor

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no escatimó nada durante su estanciaen Jerusalén.

—Hace ya casi una semana quedesapareció. ¿De verdad piensas queaún conserva su habitación? —preguntó Moshav.

—Ya veremos —contestó Tomy se dirigió decidido a la entrada.

Yaara y Moshav le siguieron. Eljoven portero con librea azul losmiró recelosamente mientrasentraban al hotel.

Tom se paró un momento.—Como hemos acordado —le

susurró a Yaara antes de apresurarse

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hacia la recepción.Yaara y Moshav esperaron un

poco, después siguieron a Tom concierta distancia.

Tom llegó hasta el mostrador derecepción y esperó pacientementehasta que una de las empleadas pudoatenderle. La joven de pelo negro lesonrió amablemente mientraspronunciaba:

—May I help you?—Me gustaría saber si el

profesor Chaim Raful sigue alojadoen este hotel —inquirió Tom.

La mujer miró fijamente a Tom.

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—Un momento, por favor.Se giró quedando de espaldas a

Tom y sumergió el rostro frente a lapantalla del ordenador. Poco despuésvolvió a aparecer.

—Se aloja aquí pero ahoramismo está fuera —informó.

—¿En qué habitación sehospeda?

—Lo siento mucho pero nuestrohotel le otorga una gran importanciaa la discreción —contestó laempleada, a la vez que desaparecíasu sonrisa.

—¿Puedo, por lo menos, dejarle

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un mensaje? Soy arqueólogo ytrabajamos juntos. Es muy urgente.

La mujer miró a su alrededor.Detrás de ella se podían contemplarnumerosos casilleros.

—Usted no es el único quebusca al profesor.

Tom intentó hacer el mismorecorrido que su mirada pero nopudo reconocer exactamente haciaqué casillero miraba.

—Ayer también preguntó unseñor mayor por él —prosiguió laempleada mientras le proporcionabaun bolígrafo y un bloc de notas.

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Tom le ofreció un gesto deagradecimiento.

—Una media cabeza más altoque yo, de pelo gris, alrededor de lossesenta —comentó—. Seguro que erael director de nuestras excavaciones.Estamos teniendo algunos problemasy necesitamos con urgencia alprofesor Raful.

La empleada se colocócorrectamente su blusa blanca.

—No, era bajo y grueso —contestó y recogió la nota.

—Muchas gracias —sedespidió Tom—. Y como le he

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comentado, es muy importante quereciba esta nota lo antes posible.

—Veré lo que puedo hacer porusted pero no le prometo nada. Elprofesor lleva varios días fuera delhotel.

Tom hizo un ademán dedespedida y se giró. Le devolvió elsaludo y le siguió con la mirada unrato hasta que desapareció entre elbullicio de la entrada.

—¡Venga ya! —susurró Yaaraque se encontraba al fondo junto aMoshav.

—No te gustan los ojos con los

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que ha mirado a Tom —bromeóMoshav.

—No es su tipo —contestóYaara—. ¡Atención, ten cuidado!

La empleada tras del mostradorde recepción se giró y fuedirectamente a los casilleros de loshuéspedes del hotel. Introdujo la notade Tom en un hueco y se retiró.

—¿Lo has visto? —preguntóYaara.

—Estamos demasiado lejos —contestó Moshav.

—¡Entonces vamos!Yaara agarró a Moshav del

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brazo y se presentaron frente a larecepción. La empleada miró aYaara, adoptó de nuevo la servicialsonrisa de trabajo y preguntóamablemente qué deseaban.

—Quisiera ver al señorColombare —contestó Yaara.

La mujer se disculpó y dirigióde nuevo su mirada hacia la pantalla.Tecleó el apellido antes de regresaren breve con un gesto negativo.

—En nuestro hotel no estáregistrado ningún señor Colombare.

—Entonces se habrá alojado enel hotel Palast —contestó Yaara—.

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¡Muchas gracias!—No hay de qué.Después de haberse retirado de

la recepción Yaara le preguntó aMoshav:

—¿Has podido leerlo?—Habitación 311 —contestó

Moshav.—Bien, ¿y qué hacemos ahora?Moshav se encogió de hombros.Tom estaba esperando a ambos

en la salida.—¿Qué habitación? —preguntó.—311 —repitió Moshav—.

¿Qué quieres que hagamos ahora?

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—Solo tenéis que cubrirme —contestó Tom—. Tenéis queayudarme un poco.

La Croix Valmer, provinciaVAR, Côte d’Azur

Pierre Benoit había organizadouna fiesta en su residencia de verano,en la región de Croix bleu, cerca dela Croix Valmer. Todo aquel concierto nombre y prestigio asistió. Elaparcamiento junto a la imponentemansión señorial estaba repleto delujosas limusinas y cochesdeportivos de todas las ostentosasmarcas: Bentley, Mercedes, Ferrari y

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Porsche. Con los vehículos frente ala puerta se hubiese podido financiarotra propiedad de estascaracterísticas. En cambio, Benoit lahabía adquirido hacía un tiempo porapenas un millón de dólares. Laconstrucción era antigua y se habíacaído en parte. En ocho años estafinca se había convertido en unaverdadera joya.

Tres hectáreas y mediarodeaban la mansión. Aunque seencontrara en la pendiente del monteJean, el recinto se dividía en tresterrazas y había sido allanado. Por

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encima de la casa señorial había unapequeña capilla del siglo XVII queBenoit renovó hasta el último detalle.En la tercera terraza, un amplioestablo y diversas construccionesauxiliares completaban el inmueble.Una de las crías de caballo másconocidas de Europa se encontrabaallí, Benoit adoraba a los caballos.

Con un simple vistazo se podíadeducir que Pierre Benoit nuncapasaría hambre, presidente delconsejo supervisor de variosconsorcios bancarios e hijo único deuna influyente y adinerada familia.

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Sin hablar, por supuesto, del enormeyate de su propiedad, llamado SilentKnight, que amarraba en el puerto deSaint-Tropez. Solo las tasas deestadía de la ciudad portuariapodrían haber financiado una vidasin dificultades a una familia de ochomiembros sin tener que trabajar. Apesar de todo, Pierre Benoit preferíaestar tranquilo. Su mujer murió hacíacuatro años sin descendencia. PierreBenoit era un hombre muy religioso ycuando muriese transferiría todas suspropiedades a una seleccionada partede la Iglesia. Puesto que no ocultaba

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esta intención, era comprensible queentre los invitados de esa noche seencontraran representanteseclesiásticos de alto rango.

El cardenal Borghese, viejoamigo de Benoit, estaba de pie en laterraza y contemplaba el mar que sedivisaba al final del bosque de lacolina. A mediodía había llovido yBenoit había temido que la fiestatuviese que celebrarse en el interiorde la casa. Pero finalmente, el Señordel cielo fue comprensivo con sualtanero amigo terrenal y dejó brillaral sol. Apenas hacía unos minutos

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que unas espesas nubes cubrían elcielo.

—Espero que no llueva,estimado amigo —comentó Benoit ymiró con escepticismo hacia arriba.

De fondo tocaba un cuarteto decuerda mientras que la mayoría delos invitados se habían reunido fuerade la sala disfrutando del champagney charlando tranquilamente.

Benoit señaló a un hombremayor con traje de chaqueta azul.

—Lord Withington deseaconocerle —le anunció al cardenal.

El cardenal se giró, la expresión

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de su cara quedó petrificada.—¿Por qué está tan afligido

estimado amigo? —dijo Benoit—.Todo irá bien. Tendemos apreocuparnos demasiado sin motivoalguno.

El cardenal carraspeó.—Hubo complicaciones.—¿Complicaciones? —repitió

Benoit.—Han vuelto a perderlo de

vista —suspiró el cardenal.—Ya lo encontrarán, es solo

cuestión de tiempo.El cardenal miró muy serio a

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Benoit.—Un tiempo que no tenemos.

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23

París, Policía Nacional, Cité Île deFrance

El viaje en tren de Múnich aParís, que había durado casi sietehoras, había sido agotador. Cuandoel taxista aparcó el Peugeot en elaparcamiento de la comisaríaprincipal de la Policía Nacional,Bukowski emitió un fuerte suspiro.Abrió la puerta del coche y se lanzóal exterior mientras Lisa se quitabael cinturón y disfrutaba observando

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el entorno.—¡Oh, París! Estamos en pleno

centro de París, es fantástico. Estaciudad es un sueño.

—No olvides que estamos aquípor cuestiones de trabajo —Bukowski la devolvió bruscamente ala realidad.

El edificio en el que sealbergaba la Policía Nacionalparecía un palacio del pasado feudal.Dos poderosas torres flanqueaban elgran arco del portón, sobre este elviento ondeaba la bandera francesa.Pese a que se habían alcanzado, con

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toda seguridad, los veinticincogrados, Bukowski se puso su clarachaqueta de verano, recogió su bolsade viaje y pagó al taxista después deque sacara el resto del equipaje delmaletero.

—¡Entremos! —propuso—.Maxime nos espera. Hemos tardadomás de lo que esperaba. Si nohubiésemos tenido tanto retraso...

—También podríamos haberviajado con un vehículo oficial, asíno nos hubiésemos retrasado.

Bukowski mostró sudesacuerdo.

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—Entre estos locos yo noconduzco ni un metro. Nuestra vidaestaría en peligro.

Frente al portal, Bukowskimostró su identificación a un policíade uniforme azul y se dirigió a él enun perfecto francés.

Lisa estaba perpleja.—No tenía ni idea de que

hablaras tan bien francés.—E inglés, español, un poco de

danés y, por supuesto, árabe. Almenos me defiendo y no me moriríade hambre ni sed.

—¡Qué internacional! —ironizó

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Lisa.El colega francés los introdujo

en el edificio y les ofreció asiento enuna sala de espera. La luminosahabitación de altos techos estabadecorada con todo tipo de carteles yfotos que representaban el trabajopolicial cotidiano. Publicidad parareclutar a nuevo personal. Antes deque pasaran cinco minutos, MaximeRouen entró en la sala. El alto ymoreno francés también portaba ununiforme azul. La insignia plateadacon hojas de encina en su hombroreforzaba la imponente aparición.

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Galantemente se acercó a Lisa, letomó la mano y le dio un suave beso.

—Es un placer, mademoiselle—le dijo en alemán con un acentoperfecto—. Stefan me ha habladomucho de usted.

—Espero que haya sido bueno—contestó halagada.

Bukowski se había levantado.—Córtate un poco, solo es mi

compañera de trabajo —gruñó.Rouen se giró, se dirigió a

Bukowski y le dio un fuerte abrazo.—No has cambiado nada,

sigues siendo el mismo viejo renegón

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como en La Haya. ¿Cómo lo aguanta,mademoiselle?

Maxime condujo a sus invitadospor el edificio. Largos y anchospasillos, por todos lados, en lasoficinas numerosos, trabajadores sedesplazaban ocupados por las salas,l a Policía Nacional solo sediferenciaba en el estiloarquitectónico de la DelegaciónGeneral de la Policía Judicial enMúnich. El despacho de MaximeRouen se encontraba en la terceraplanta. En la puerta de cristal sepodía leer «Servicio Internacional».

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Cuando la atravesaron, por finBukowski pudo sentarse en uncómodo sofá.

Primero conversaron un pocosobre los tiempos pasados, antiguoscompañeros de los que hacía tiempoque no sabían nada y demásrecuerdos. Lisa esperó con pacienciahasta que se aplacara la alegría delreencuentro y Bukowski pudieracentrarse en el verdadero motivo desu visita.

—Es una historia interesante —opinó Maxime después de que suviejo amigo le informara sobre los

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asesinatos de los dos hermanos, elsacristán y el robo de la Wieskirche.

—Las huellas nos conducenclaramente hasta Francia —concluyóLisa la exposición después de queBukowski mencionara la matrículadel coche y el envoltorio delcaramelo.

—¿Y por qué no habéissolicitado a través de la DirecciónGeneral de la Policía Judicial deMúnich...?

—Ya conoces las formalidadesy nuestra burocracia —le interrumpióBukowski—. Si hubiésemos dirigido

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una petición a las autoridadesfrancesas, nuestro expediente estaríacriando polvo en algún lugar deWiesbaden o en la Fiscalía de París.Yo conozco como funcionan y nopodemos esperar, necesitamos datoscuanto antes. Ya sabemos que elvehículo posiblemente seráalquilado. Pero necesitamos tu ayudapara saber quién lo alquiló el día delasesinato. Además, hemosconseguido el ADN de uno de lossospechosos. Tengo el perfilelaborado.

Stefan Bukowski introdujo la

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mano en su bolsa de viaje y sacó lacarpeta con el sumario. Se lo entregóa Maxime Rouen quien lo ojeó.

—Le Mule —murmuró—. Sonde Aix-en-Provence. Una pequeñaempresa familiar.

—¿Conoces estos caramelos?—No son tan famosos como

nuestro Bordeaux o el champagnepero estos caramelos son unapequeña especialidad francesa. Yotambién los como de vez en cuando.

—Estaría bien si pudieras...—Me encargaré de las

diligencias pero ahora os dejaré

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libres para que os lleven al hotel.Esta noche saldremos a cenar ydespués os enseñaré la ciudad. Nopasa nada si mañana, en torno amediodía, venís de nuevo aquí paraintercambiar opiniones. Os disculpohasta entonces.

—¿Dónde está el hotel? —preguntó Lisa.

—He reservado una habitaciónpara vosotros en el hotel Lescot —contestó Maxime—. Está muy bien.Uno de mis hombres os llevará.

—¿Una habitación? —preguntóLisa boquiabierta.

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Maxime sonrió.—Mademoiselle, nunca le haría

algo así. Conozco a Stefan y no megustaría que cayera en sus garras porla noche, es insaciable. ¿Sabe a loque me refiero?

Lisa miró a Maxime con losojos bien abiertos.

—Solo sé que se cansa pronto,¿sabe a lo que me refiero?

Jerusalén, hotel King David,habitación 311

Tom esperó hasta que lacamarera con el carritodesapareciera por la esquina del

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pasillo. Yaara había buscado unasiento en una pequeña mesa junto alos ascensores, mientras que Moshavguardaba la seguridad en el otroextremo del pasillo. Una vez que lacamarera abandonó la planta, vibróel móvil de Tom, era la señalacordada.

—Ya puedes empezar, ¿estásseguro? —cuestionó Moshav.

—Lo he hecho varias veces —contestó Tom.

Se había provisto de lasherramientas necesarias y habíanestado esperando casi una hora en la

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entrada hasta que se atrevieron ainspeccionar la tercera planta delKing David. Subieron de uno en uno,por las escaleras y el ascensor.

Tom paseó a lo largo delpasillo y se paró frente a lahabitación 311, una habitación quehacía esquina al final de la planta. Lagruesa alfombra amortiguó sus pasos.Llamó a la puerta pero no sucediónada. Otro intento, esperó un rato ysolo cuando se hubo asegurado biende que no salía ningún tipo de ruidode la habitación se puso manos a laobra. Había cogido de su caja de

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herramientas un moderno juego dellaves y ganchos de cerradura. En lasexcavaciones siempre era posibletopar con algún recipiente cerrado oincluso con puertas. Probó un ganchotras otro, los zarandeó en lacerradura, hizo presión y probó detodas formas, pero la puerta no sequería abrir tan fácilmente.Finalmente la cerradura emitió unchasquido. Tom se introdujo en lahabitación. Olía a humedad, como sihiciese tiempo que nadie hubieseentrado en ella para ventilarla. En elarmario empotrado justo detrás de la

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puerta se hallaba una maleta marróncerrada sobre un estante, además deun par de sandalias. Ojeórápidamente el baño. En el lavabohabía un vaso para lavarse losdientes y pasta dentífrica. Elapartamento parecía estar habitado.Tom prosiguió cuidadosamente conel recorrido y llegó hasta lahabitación en sí. Era grande,acogedora y bien recogida pero noestaba siendo utilizada. Todo estabalimpio y la cama intacta. Por unmomento se le pasó por la cabezaqué haría si se encontrara con el

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cadáver de Chaim Raful. Debíacontar con esa posibilidad despuésde todo lo sucedido. Poco a poco sepuso en acción e inspeccionó lahabitación. La mesita de nocheestaba vacía. Bajo la cama y junto aella no había nada, sobre la mesasolo el mando a distancia deltelevisor. Junto al bar, un periódico,un ejemplar del Washington Postcon la fecha del día en el quedesapareció Raful sin dejar rastro.Tom abrió los cajones de unacómoda, palpó los pliegues de losdos sofás y levantó la alfombra pero

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no encontró nada, volvió a laentrada. Las sandalias eran sin dudadel profesor, Tom las reconocióenseguida. Se las había puesto variasveces para ir a las excavaciones. Losarmarios de la entrada estabanvacíos. Tom se dedicó a la maleta, lavolcó sobre el suelo. Excepto unpaño de gafas, un estuche conrotuladores y una caja vacía deHabana Club Original, no conteníanada más. Tom iba a poner de nuevola maleta en su sitio cuandodescubrió un trozo de papel que sehabía quedado enganchado entre el

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rodapié y el suelo de la habitación.Cuidadosamente lo pudo sacar, setrataba de una tarjeta de visita. Tomleyó el texto. Pertenecía a unmercader de antigüedades de la calleLunz de Jerusalén. El hombre sellamaba Mohammad al Sahin. Tom semetió la tarjeta de visita en elbolsillo y volvió a inspeccionar lamaleta hasta que se aseguró que nohabía nada más dentro. Acontinuación, volvió a colocar todobien dentro de la maleta antes dedirigirse al baño. No encontró nadainteresante, la pasta dentífrica se

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había secado. Tenía que hacerbastante tiempo que Chaim Raful noaparecía por allí.

Habían pasado tres cuartos dehora cuando abandonó la habitación.Se sentó junto a Yaara en la mesa.

—Me creía que ibas a pasar lanoche en la habitación —dijoirónicamente—. ¿Has encontradoalgo?

—Hace mucho tiempo queChaim Raful no ha estado en suhabitación —contestó Tom a la vezque le mostraba a Yaara la tarjeta devisita—. ¿Lo conoces?

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—Mohammad al Sahin —leyóen voz baja—. No me dice nada.

—Entonces tendremos quehacerle una visita, a ser posibleinmediatamente.

Yaara asintió.—¿Y no has encontrado nada

más?Tom se encogió de hombros.—Una caja vacía de sus puros

favoritos. Seguro que se ha alojadoaquí pero parece que no ha pisado lahabitación por lo menos desde haceuna semana.

Yaara frunció el ceño.

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—Las habitaciones de aquí noson precisamente baratas.

—Ya lo sé y eso es lo que memosquea —contestó Tom.

París, hotel Lescot, rue PierreLescot

Bukowski estaba chispado, noparaba de reír, bromear. Estabadisfrutando de la noche. MaximeRouen había organizado algo muyespecial. Tras una exquisita cena enel restaurante Michel Rostang de lacalle Rennequin, condujo a susinvitados hasta el barrio del placer.Visitaron los clubes más famosos y

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al final acabaron en Chez Michoutomando champagne y pastis enabundancia. Lisa lucía un bonitovestido negro con un gran escote yseguro que se hubiese opuesto avisitar estos lugares si hubieseestado sobria. Pero el champagne sele había subido tanto que Bukowskide vez en cuando tenía que pararla.

Maxime y Bukowski se lopasaban muy bien juntos, hablabanbastante y disfrutaban de la noche.Lisa parecía que también estabadisfrutando del ambiente. Apoyó sucabeza en el hombro de Bukowski y

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después de que empezara el show detravestis en el pequeño escenario yse oscureciera la sala, acariciósuavemente su muslo. StefanBukowski colocó seguidamente sumano sobre la suya y ella lerespondió con un cariñoso beso en lamejilla.

—Estoy... Lisa —balbuceó.—Oh, lá, lá, la mademoiselle se

está lanzando —bromeó Maxime,quien estaba sentado junto a unabella morena con quien se divertíamagníficamente.

La noche siguió su marcha. Era

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poco más de las tres de la madrugadacuando Maxime dejó a sus dosinvitados en el hotel. Bukowskisujetaba una botella de champagneen las manos mientras se tambaleabajunto a Lisa por el pasillo de lasegunda planta.

—¿Qué dices, seremos capacesde acabarla? —preguntó, pero lalengua se le quedó pegada en elpaladar.

—Claro que sí, ¿qué te hascreído? —contestó Lisa.

Entraron en la habitación deBukowski y aterrizaron sobre la

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cama. El corcho de la botella saliólanzado y Bukowski llenó las doscopas que había encontrado en elminibar.

Lisa tomó un fuerte trago.—En realidad, no estás tan

chalado —se rio Lisa—. Prost!—Tú tampoco vienes de mala

familia —contestó Bukowski y miróprofundamente dentro del escote.

—¿Te gustan? —preguntó aldarse cuenta de hacia dónde y dirigíala mirada.

Le acarició su pelo rubio,recogido en una trenza. Ella le

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respondió soltándose el pelo.—Eres muy guapa —susurró

Bukowski.—Y tú viejo —sonrió

maliciosamente.Lisa se abrió el vestido y dejó

que las tirantas se deslizaran por loshombros y brazos. Sus pechosestaban muy bien formados.Bukowski la besó apasionadamenteen los labios.

—Podría ser tu padre —crascitó fuertemente.

—Pero no lo eres —replicómientras le desabrochaba los

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pantalones.—No sé... no... sé... si está bien

—balbuceó.—No digas nada —contestó

ella dulcemente.

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Jerusalén, calle Lunz

Era un pequeño y oscuroanticuario escondido, apartado de lasgrandes y espaciosas tiendas que consus llamativos escaparates intentabancaptar la atención de los turistas quepaseaban. Tom, Yaara y Moshavestaban parados frente al espartanoescaparate donde apenas semostraban unos cuantos artículos.Principalmente se trataba de trozosde recipientes de cerámica, apilados

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sin mucho cuidado y jarras de latón ocobre. La tienda daba la impresiónde abandono. Tom empujó la puertaque se abrió con un chirrido debisagras. Entraron a la pequeñahabitación de bajos techos. Un móvilde madera sonó fuertemente al sergolpeado por la puerta. Olía apodredumbre y polvo. Las estanteríasde las paredes estaban repletas detodo tipo de cachivaches. Del techocolgaban cestos llenos depolvorientos trastos. Una mesacomún hacía las veces de mostradorde tienda. Tom miró a su alrededor.

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—¿Pensáis que esto puedeproceder de algún yacimiento?

Yaara sacó una piedra de unode los cestos.

—Es una simple piedra deescayola, una como otra cualquiera.No sé quién puede comprar algo así.

Moshav sonrió.—Quizás alguien que se esté

haciendo una casa y solo necesita unpar de cestos.

Tom se dirigió al mostradormientras Yaara observaba lasestanterías.

—Telarañas —pronunció con

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estupor—. Hace mucho tiempo quenadie ha pasado por aquí.

—Me pregunto si aquí dentrohay vida —bromeó Moshav.

—Me gustaría saber qué leinteresaba al profesor de aquí —preguntó Tom en la oscuridad.

—¡Hola! —llamó de nuevo.Detrás de la mesa de la tienda

había una puerta sobre la quecolgaba una gruesa alfombra. Tomrodeó la mesa.

—No estoy sordo —exclamóuna voz grave desde una esquina dela tienda.

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Una fúnebre luz se encendió. Elcandil podía ser tan viejo como elhombre que estaba sentado en un sofáenvuelto en mantas.

Tom se sobresaltó.—Perdone no queremos

importunarle —le dijo al anciano.—Sobre esas piedras pisó

Mohammed, el profeta —comentó ymiró al cesto de donde Yaara habíatomado la piedra.

—¿Es usted Mohammad alSahin? —preguntó Tom.

—¿Quién quiere saberlo? —replicó bruscamente el anciano.

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—Buscamos al profesor ChaimRaful. ¿Lo conoce?

—No sois los únicos que estáisbuscando al profesor. Es un hombrebastante solicitado.

—¿Lo conoce?—¿Y quién no lo conoce? En

esta casa entran y salen muchaspersonas. Quien tiene un corazónpuro es bienvenido pero quien estácargado de odio le ordeno que semarche.

El anciano se levantó y sedesplazó con dificultad hasta elmostrador. Medía poco más de metro

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y medio y podía tener ya más deochenta años. Llevaba un caftánblanco y encima un chaleco negro,alrededor de su cabeza se habíaliado un pañuelo estampado queentre las penumbras parecía de trazosamarillos y azules. Se quedó paradojusto enfrente de Tom y le miró a losojos.

—¿Está vuestro corazónlimpio?

Tom suspiró.—Escúchenos, estamos

buscando al profesor. Trabajamospara él, en el valle del Cedrón, en

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los yacimientos. Seguro que habráoído hablar de esto.

El anciano ni se inmutó. Pasó unbuen rato antes de que se retirara y sedeslizara hasta el mostrador. Lamirada de Tom le siguió sin escondersu desconcierto.

—Sí, en el profeta —dijorepentinamente sin motivaciónalguna.

—Soy Mohammad al Sahin.Desde mi nacimiento este es minombre y mi destino.

—Mi nombre es Tom Stein,trabajo para el profesor Chaim Raful.

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El anciano observóminuciosamente a Yaara que seencontraba a un par de metros y lesonrió.

—¡Oh, perla del desierto!Irradias tu belleza como rayosdorados que hacen resplandecer micasa desde que has entrado —sedirigió a Yaara.

—Se lo agradezco, sabiohombre —contestó Yaara—. Suspalabras me honran.

—Es tu presencia quien honraesta morada, tú, flor del desierto —replicó el hombre—. Si buscáis aquí

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a quien esperáis encontrar, sois comola luna que busca al sol.

Tom miró inquisidor a Yaara.—¿Está al otro lado? —

preguntó Yaara.—Se marchó hace varios días

—se rio el anciano—. Ya no lo vaisa encontrar aquí. Le ha dado lasespaldas al desierto y se ha escapadode la maldición. Conoce la verdad ypor eso debe protegerse. Los impíosse lanzarán sobre él cuando el Señorle abandone, puesto que halló a unode los Nueve. Uno de los Nueve quepartió de su ciudad natal para servir

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a su creador y buscar la verdad.—¿Qué quiere decir? —

preguntó Tom dirigiéndose a Yaaramientras que el anciano desapareciódetrás de la cortina.

París, hotel Lescot, rue PierreLescot

Estaban sentados en silencio enel comedor del desayuno. Siempreque Bukowski la miraba, Lisaesquivaba aturdida su mirada.Bukowski no tuvo más remedio quepermanecer callado y dedicarse a sucafé y tostadas, al igual que Lisa a laque visiblemente le incomodaba

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tener que compartir la mesa dedesayuno con Bukowski. Losempleados del hotel habíanpreparado la mesa para dos y el restoestaban ocupadas.

Bukowski tomó el cuenco demermelada que estaba vacío. Selevantó.

—¿Te traigo algo? —preguntó.Lisa hizo un ademán de

negación sin soltar palabra. Hoyllevaba de nuevo unos vaqueros yuna amplia camiseta azul quedisimulaba su figura.

Bukowski acababa de regresar a

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la mesa cuando Maxime Rouen entróen la sala de desayuno y miró a sualrededor buscándolos. Bukowskilevantó la mano para llamar suatención.

Maxime acercó a la mesa unasilla libre que quedaba en unaesquina.

—Bonjour, comment allez-vous? —preguntó.

—Ça va, merci —respondióBukowski.

Una camarera se acercó y lepreguntó si deseaba desayunartambién. Maxime asintió y echó un

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vistazo al reloj.—En realidad ya se podría

almorzar. Anoche se hizo tarde,¿verdad?

Bukowski sonrió. Maximeesperó a que la camarera colocase elplato y los cubiertos frente a él,seguidamente pidió un café.

—Mientras que vosotros osrecuperabais de la juerga, yo heestado trabajando en mi despacho —comentó.

El café humeaba frente a él. Suscompañeros de mesa callaban.Asombrado contempló sus rostros.

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Se podía palpar la tensión quereinaba entre ambos.

—¿Qué pasa con vosotros dos?Estamos en París, no frente al murode los lamentos.

Bukowski carraspeó.—¿Has descubierto algo? —

cambió de tema.—Vuestro Mercedes fue

alquilado en FTI, en el departamentoBouches-du-Rhône. Es una empresade alquiler de coches que opera entoda Francia. En Marsella seencuentra la sucursal del sur deFrancia —explicó Maxime.

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—¿Eso es todo? —preguntóBukowski mientras Lisa se levantópara coger otro bollito de pan delbufet.

—¿Habéis discutido? —susurróMaxime.

Bukowski negó con la cabeza.—¡Mujeres! —contestó

despectivamente—. Pero no ledemos más importancia. Dime, ¿quéhas encontrado?

—El coche fue alquilado enArlés. Se identificó como un tal PaulMaillot. Registrado en la bodegaDomaine de Val Vert en Rosellón.

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—Bien, entonces puedes hacerque se detenga a este Mallot.

—Maillot —corrigió MaximeRouen—. Lamentablemente no es tansencillo.

Lisa regresó a la mesa.—Maxime ha descubierto que el

Mercedes fue alquilado en Arlés. Untal Maillot, creo que esto nos haceavanzar bastante. Solo tenemos queencontrar a este tipo para que noscuente todo lo que sabe.

—Qué bien —contestó Lisa conaparente desinterés.

—Lamentablemente no es tan

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sencillo —repitió Maxime Rouen—.Paul Maillot está muerto.

—¿Muerto? —preguntóBukowski decepcionado—.¿Asesinado?

Maxime negó con la cabeza.—Paul Maillot es el hijo del

propietario de la bodega. Murió enun accidente de moto hace cuatroaños.

—Hace cuatro años —repitióBukowski—. ¿Estás seguro?

—Alguien se hizo con el carnéde conducir del fallecido —reafirmóMaxime.

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—Merde! —soltó Bukowski—.Con esto no hemos avanzado nada.

—Todavía nos quedan laspruebas de ADN. Mis hombres estántrabajando en ello.

—Solo espero que esta huellano se esfume —pronunció Bukowski.

Maxime se levantó.—Nos vemos en una hora en mi

despacho, un conductor os recogerá.—No me encuentro muy bien,

me quedaré aquí —se apresuró Lisaa responder.

—¡Qué pena, mademoiselle! —contestó Maxime—. Su presencia

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aportaría un poco de color a nuestrastristes dependencias.

Una vez que Maxime se habíamarchado, Bukowski se dirigió aLisa.

—Escucha, lo pasado, pasadoestá. No podemos volver atrás.

Lisa miró enfadada a Bukowski.—Estaba borracha y, sin ningún

tipo de vergüenza, te aprovechaste dela situación.

—¡Yo! —contestó Bukowskialterado—. Tú me embaucaste, yo nohabía bebido menos que tú.

Los ojos de Lisa le lanzaron

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furiosos destellos.—Podrías ser mi padre.Bukowski asintió.—Y tú mi hija, pero no lo eres.

Eres una mujer que actúa libremente.Yo también podría decir que te hasaprovechado de la situación. Ya nocoordinaba y si no mal recuerdoempezaste tú. Me...

—¡Cállate! —le ordenó Lisacon tal efusión que algunos clientesse les quedaron mirando.

Bukowski sonrió tímidamente alos otros comensales.

—Borremos esa noche de

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nuestra memoria, ¿de acuerdo?El tono de su conversación era

cada vez más fuerte. Bukowskilevantó las manos para calmar lasituación.

—No ha pasado nada,¡¿entendido?!

—¡Sí, maldita sea! —contestóLisa.

—¿Me vas a acompañar a ver aMaxime?

Respiró profundamente.—Voy contigo —pronunció

decidida.—¡Bien! —añadió Bukowski—.

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Estamos aquí para trabajar.Jerusalén, hotel Reich en Beit

HaKeremEl profesor Jonathan Hawke

estaba sentado en su habitación delhotel Reich mirando fijamente altecho. Casi siete horas había tenidoque estar declarando ante DeborahKarpin. Sin duda, la magistradaestaba convencida de que estabaimplicado en la muerte de Gina.¿Cómo podía demostrarle que seequivocaba? Estaba cansado y sinenergías. Su conversación con eldecano de la Universidad de Bar-Ilan

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no le había sido de gran ayuda.—Lamento mucho su situación,

profesor —le había contestado eldecano—, pero tengo las manosatadas. Debe buscarse un abogadousted mismo. No se lo tome a mal.Estimo muchísimo su trabajo y estoyconvencido de que es un científicomuy competente pero la acusación deun asesinato es, obviamente, otrotema. En esto la Universidad no lepuede apoyar.

Jonathan Hawke entendía aldecano pero, por otro lado, erasorprendente ver cómo se alejaban

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de uno. Suspiró y se llevó las manosa la cara. Dónde estarían los demás.Ahora mismo le encantaría hablarcon Tom, Yaara y Moshav. Sentíaque solo ellos confiaban en élincondicionalmente. El únicopresente era Jean, los otros habíanabandonado el hotel hacía horas.Seguro que estaban buscando aChaim Raful.

Jonathan Hawke despertó de suspensamientos cuando su móvil sonó.Miró a la pantalla, el número estabaoculto.

—Sí —contestó.

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—¿Profesor Hawke?Sonó una temerosa voz

femenina.—¿Con quién hablo?—Eso no importa, digamos que

soy una amiga —contestó ladesconocida—. Sé quien asesinó a sucompañera de trabajo, tengo pruebas.

—¿Pruebas? ¿Es usted, ustedestuvo...?

—No, no, que Dios me salve.No tengo nada que ver. Sé quién fue.Tengo miedo. Me matarán.

—¿Por qué no va a la policía?—La policía no me creerá.

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—¿Qué quiere?—Solo quiero que encierren a

ese tipo, por mí que se pudra enprisión. Es muy peligroso, tengomiedo.

—¡Dígame quién fue! —exigióel profesor.

—No por teléfono, le propongoque nos veamos. Así le podréentregar las pruebas. Hay un escritoque demuestra quien asesinó a sucolega.

—¿Dónde nos vemos? —preguntó Jonathan Hawke.

—Pues esta noche, a las nueve,

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frente al campo de las excavacionesen el valle del Cedrón. Le esperaréallí. Si no viene solo desapareceré yno volverá a saber nada más de mí.¿Lo ha entendido, profesor?

—¿Cómo ha conseguido minúmero?

—Lo tengo, eso es suficiente —contestó la mujer—. Si no confía enmí, se quedará solo y no sabrá nuncaquien asesinó a su amiga. La policíanunca le dejará en paz.

El profesor Hawke pensó por unmomento.

—Bien, iré —suspiró.

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—Esperaré justo diez minutos—anunció la mujer.

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25

Jerusalén, en el valle del Cedróncerca de las excavaciones

El profesor Hawke no seencontraba cómodo en su piel. Unaprofunda oscuridad cubría el valledel Cedrón como un negro pañuelode satén. Las sombrías farolas,salpicadas a lo largo de la alejadacarretera, centelleaban comocelestiales puntos de luz en lalejanía.

Miró la hora. Ya estaba cerca la

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hora acordada. Antes de habersemetido en el coche y marcharse,buscó a sus amigos pero Tom,Moshav y Yaara seguían en laciudad. Ni siquiera Jean Colombareestaba en su habitación. Así quedecidió irse solo. Pero no seencontraba totalmente desprotegido.Llevaba una Browning, calibre 7,65mm, escondida en su chaqueta. EnJerusalén no era difícil conseguir unarma si se disponía del dinerosuficiente. Si la policía no le creía,tenía que encargarse él mismo dedemostrar su inocencia.

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De nuevo miró la pantallailuminada de su reloj de pulsera ycontempló la oscuridad a lo lejos.No se podía ver un alma alrededor,no había ninguna luz que se acercara.Ya habían pasado cinco minutos dela hora acordada. ¿Había venido envano hasta aquí? ¿Se habían reído deél?

Jonathan Hawke suspiró. Abrióla puerta del coche y salió fuera. Conla mano palpó el bolsillo de lachaqueta. El frío acero del armacargada le aportó cierta sensación deseguridad. Antes de cerrar la puerta

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de su vehículo, resonó la voz de unamujer a sus espaldas.

—¿Ha venido solo?Jonathan Hawke se estremeció.

Aterrado se giró y miró hacia lacegadora luz de una linterna.

—¿Ha venido solo? —volvió apreguntar la voz.

El profesor distendió losmúsculos.

—Sí —contestó.—Está bien, profesor —

contestó la voz femenina—. Muybien.

De repente apareció una

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persona en la penumbra de lalinterna. Parecía una figurafantasmagórica, Hawke pudo detectarinmediatamente que se trataba de unhombre alto y delgado.

—¿Qué, qué es esto...? Creíaque venía sola —protestódébilmente.

—Profesor Hawke —dijo elhombre con una voz grave y acentodel sur de Europa—. ¿Dónde está sucompañero, el viejo Chaim Raful?

Hawke dio un paso atrás, la luzde la linterna le siguió y cegó susojos.

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—Será mejor que se esté quieto—amenazó el hombre—. Un arma leestá apuntando. Así que conteste ya:¿dónde está Raful?

Hawke pensó por un momento.«¿Qué está pasando aquí?».

—No, no tengo ni idea —contestó vacilante.

—No me diga tonterías —contestó el hombre bruscamente—.Han descubierto uno de los hallazgosmás importantes del siglo y deja a sucolega que desaparezca con él. Nome lo creo. Hable y le prometo queno le pasará nada.

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Jonathan Hawke seguía con lamano dentro del bolsillo de suchaqueta, con la Browning bienapretada.

—Soy un científico —contestófirmemente—. La Universidad deBar-Ilan me encargó destapar losrestos de una guarnición romana. Elprofesor Raful era el director perolamentablemente ha desaparecido.Nadie sabe dónde se esconde. A mísolo me llamaron para la ejecucióntécnica de los yacimientos. Esta hasido mi única misión aquí, ¿quéquieren de mí?

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—Quiero los rollos deltemplario. En realidad me da igualdónde se encuentre el viejo Raful.Pero los rollos son muy valiosos. Nome creo que usted simplemente actúebajo las instrucciones de su colega.Sabe dónde está y qué hace. Y simañana quiere seguir con vida mejorserá que hable.

Hawke se tuvo que morder loslabios de enfado.

—Asesinó a Gina, ha sidousted, eso es lo que quería saber.

—Sufrió mucho cuando murió.¿También desea morir así? Puede

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elegir entre una muerte rápida ysencilla o un martirio como nuncajamás se hubiese podido imaginar.¡Hable profesor!

Jonathan Hawke tensó todos susmúsculos. Tenía que intentarlo, solole quedaba una oportunidad.Rápidamente sacó la Browning delbolsillo y sin apuntar disparó endirección a la linterna. Una estridentemaldición ensordeció el silencionocturno al apagarse la luz. Se giró yabrió la puerta del coche. Antes deque pudiera subir, resonaron unosespantosos ruidos. Se vino abajo.

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París, Policía Nacional, CitéÎle de France

En los espartanos pasillos de latercera planta de la comisaríaprincipal de la Policía Nacional nohabía ni un alma. Los pasosresonaban hasta las paredes.Silenciosamente Lisa seguía aBukowski quien se dirigiódecididamente hacia la puerta decristal. Se paró y llamó a la puerta.

—Pasa —gritó Maxime desdeel interior.

Se levantó de su maciza mesade caoba cuando Bukowski entró en

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el despacho con Lisa a remolque.Rouen besó galantemente a Lisa en lamano.

—Temía no volver a verla,mademoiselle.

Lisa intentó sonreír pero fuemuy artificial.

—Déjalo estar Max —lajustificó Bukowski—. Hoy no está dehumor. ¿Tenemos algún nuevoindicio?

—Estamos buscando elvehículo —contestó Maxime—. Aúnno se ha entregado, ni lo harán. Entodo caso, he enviado a dos hombres

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a la empresa de alquiler de coches.Quizás puedan reconstruir una fotorobot de la persona que alquiló elvehículo.

—¿Y el perfil de ADN?—Stefan, no eres nuevo en la

policía. Ya sabes que esto tarda. ¿Notenéis más indicios a los que nospodamos agarrar?

Bukowski negó con la cabeza.—Existe una vaga descripción

—tomó Lisa la palabra.Bukowski hizo un gesto de

rechazo.—De un loco que cree haber

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visto al demonio cuando asesinaronal hermano en el convento.

Lisa miró a Bukowski con unasancionadora mirada.

—Un monje dice haber visto auna persona que salía de lahabitación del asesinado la noche delcrimen. De hecho, lo describió deforma que parecía un demonio perotambién podría tratarse de un hombrecon una cicatriz o una quemadura enla cara, algún tipo de desfiguraciónque, a un monje, le hace parecer undemonio.

Maxime Rouen la escuchó

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atentamente.—Una desfiguración, sí, sería

posible. Buscaré en nuestroordenador a ver si tenemos un tipo depersona así. Creo que hastamediados de la semana que viene noobtendré ninguna información denuestro laboratorio. Aquí pasa comoen todo el mundo. Los políticospiensan que tenemos suficientepersonal y no paran de hacerrecortes. Cada vez contamos conmenos recursos.

Bukowski sonrió.—¿Por qué iba a irte mejor que

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a nosotros?—¿Vamos a cenar esta noche?

—sugirió Maxime Rouen—. Ospuedo enseñar unos cuantos rinconesde la ciudad. La Torre Eiffel, laplaza de la Bastilla, Notre-Dame oMontmartre. Cenamos bien y despuésdisfrutamos de la noche junto alSena. ¿Qué os parece?

Bukowski asintió.—Encantado.Lisa hizo un gesto de rechazo.—No gracias, no es necesario.Maxime le sonrió con

compasión.

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—París es una ciudad paradisfrutarla. No se tienen muchasoportunidades para ello. Se loperderá.

—En realidad quería...—¿Y si me arrodillo a sus pies?Lisa inhaló profundamente.—Bueno —suspiró—. Pero esta

noche solo beberé agua, es muchomás sano.

—Os recogeré a las siete —contestó Rouen.

—Ahora será mejor que nosintegremos entre los participantes delseminario. Estamos aquí para

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avanzar en la colaboración de laPolicía europea.

—Cierto, no pasará nada si osdejáis ver por allí —confirmóMaxime Rouen—. La sala deconferencias está aquí al lado, yo osllevaré.

Jerusalén, calle Ben-YehudaDespués de que el anciano

desapareciera tras la cortina, Tom,Yaara y Moshav esperaron un ratopero Al Sahin no regresó. Juntosabandonaron la tienda y llegaronhasta la céntrica calle de Jerusalén.

—Odio cuando alguien habla de

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forma enigmática —dijo Tom.—Metáforas y comparaciones

—contestó Yaara—. A las personasmayores les encanta expresarse así.Oriente es salvaje y está lleno desecretos.

—¿A qué se habrá referido elviejo con «el otro lado»?

Yaara se paró y se tocó el pelo.—En todo caso, sabemos que no

está en el país, eso me ha quedadoclaro.

—Y está escapando de alguien—añadió Tom—. Al menos, así heentendido al anciano.

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—No teníamos que haberdejado que nos despachara así defácil —opinó Moshav.

—¿Qué podríamos haber hecho,pegarle para que confesara? —contestó Tom quejándose.

Moshav suspiró.—¿Regresamos al hotel? Quizás

el profesor sepa dónde puedeencontrarse Raful. Yo también creoque está en el extranjero. Creo que enEuropa. Si quiere seguir trabajandoen los rollos de la tumba necesita unlaboratorio y especialistas.

—También los hay en Estados

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Unidos —le contradijo Yaara.Tom miró reflexivo hacia el

cielo.—Si ya no está en el desierto y

ha abandonado el país posiblementehaya utilizado un avión.

—Creo que deberíamos ir alaeropuerto —dijo Moshav—.Desapareció repentinamente.Demasiado rápido, diría yo. No meda buena espina. Los accidentes, elasesinato de Gina. ¿Qué pasa si todoestá relacionado?

—¿Por qué querría alguienasesinar a Gina? —contestó Yaara.

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—Los rollos de la tumba deltemplario son tan importantes paraalgunas personas que inclusomatarían por ello.

Tom miró a su alrededor conrecelo y empujó a sus acompañanteshasta una estrecha callejuela.

—Puede parecer una locurapero hay ciertos secretos ominososque rodean a esta Orden deTemplarios. Moshav puede tenerrazón, yo ya no creo en casualidades.Quizás los asesinos no sepan que nopudimos ver los bienes de la tumbaque acompañaban al templario.

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Quizás incluso piensen que estamossiendo cómplices de Raful.

—Eso no es del todo cierto —lecontradijo Moshav—. Antes de queRaful pudiera llevar el hallazgo almuseo Rockefeller, Gina y Jeanestuvieron ocupados con losartilugios en la tienda dellaboratorio. Creo que el profesortambién estuvo allí.

Yaara soltó silenciosamenteaire entre sus dientes.

—Si tienes razón, entoncesJonathan también estará en peligro.

Tom asintió.

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—Tenemos que regresarinmediatamente al hotel.

—Y debemos dedicarnos másintensamente a la historia de lostemplarios en este país —añadióMoshav.

Se apresuraron calle abajo y sesubieron a un taxi que los dejó frentea su hotel. Después de bajarse, Tommiró una vez más a su alrededor.Empujó a Moshav por el brazo.

—No te gires, pero ahí enfrentehay un chico parado junto a la cabinade teléfonos. Creo que antes tambiénnos siguió cuando visitamos la tienda

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del anciano.

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26

Jerusalén, en el valle del Cedróncerca de las excavaciones

Dolor, un intenso dolor, unardiente fuego le recorría todo elcuerpo. La bala pasó por debajo delomóplato izquierdo. Pero JonathanHawke no era capaz de localizar ellugar exacto, en todo el cuerpo sentíaun incesante dolor.

Se habían marchado. El hombrelanzó numerosos insultos y gritó a sucompañera. Habló en italiano.

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Jonathan lo pudo percibir antes desumergirse en una profundaoscuridad. A través del inmenso yrabioso dolor que se le propagó portodo el cuerpo, recuperó laconciencia. ¿Cuánto tiempo habíaestado inconsciente? ¿Qué horasería? ¿Le encontraría alguien aquí,tan lejos de las viviendas de laciudad?

Sus pensamientos tornabanalrededor de Chaim Raful. ¿Tendríarazón? ¿Llegaría a matar la Iglesia deRoma? Sus torturadores tambiénhabían asesinado a Gina. El hombre

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hablaba italiano. ¿Qué secreto habríadescubierto Chaim Raful quepropiciara tantas muertes? ¿Seríarealmente el enigmático legado delos templarios?

Había escuchado y leídobastante sobre la orden. Incluso laliteratura científica se ocupabaprolijamente de los templarios.También conocidas novelaspolicíacas llenas de intriga tratabaneste tema. Ahora, de repente, estabaen medio de esta trama. Intentómover las piernas pero no lerespondían. El frío inundó lentamente

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sus extremidades. ¡Dios mío! Ojaláacabe este infernal dolor.

¿Quién le velaría? ¿Deberíarezar, rezar a un Dios en el que nocreía realmente? ¿Existía realmenteel paraíso? ¿Se enteraría pronto?Estos fueron los últimospensamientos de Jonathan antes deque el frío llenara su corazón. Elprofesor Hawke murió en medio dela noche cerca de la Tierra Santa, nolejos del lugar donde el hijo de Diosfue traicionado con un beso porJudas, uno de sus apóstoles.

París, Policía Nacional, Cité

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Île de FranceBukowski daba cabezadas. El

oficial de la Policía holandesa,Landelijke Politie, llevaba más dedos horas informando sobre lacooperación en casos de persecucióncriminal dentro de Europa. Laconferencia se celebraba en una gransala a la que asistían casi ciencolegas. Bukowski se había aflojadoun poco los auriculares y tenía labarbilla apoyada en sus manos. Lisaatendía con atención la exposicióndel coronel y tomaba apuntes en sulibreta. Bukowski la miró mostrando

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su aburrimiento y se colocó bien ensu asiento.

—Deberías prestar un poco másde atención —le susurró—. Dehecho, ahora estás trabajando en uncaso de investigación criminal dentrode Europa. Está bien informarnossobre el tema.

—Es un coronel y además de laPolicía holandesa de guardia —explicó Bukowski—. Él no trabajadirectamente en los casos, solodirige.

—¿Dirige?—Como nuestra directora, se

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pasa el día girando papeles,garabatea firmas, algunas líneas yentre los descansos del desayunopiensa cómo fastidiarnos mejor.

—Trabaja en la Oficina deEnlace de la Interpol —replicó Lisamolesta—. Sabe de lo que habla.

—Quizás en teoría pero, ¿sabeslo que es la teoría?

Lisa negó con la cabeza.—«Teoría» significa pensar

cómo podría funcionar algo que en lapráctica no funciona así.

—Siempre con tus citas huecas—objetó Lisa—. Me pregunto, si ya

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no tienes ganas de trabajar, por quéno te jubilas ya.

Bukowski sonrió.—Porque necesito el dinero.—Entonces, solo trabajas por

dinero.—No del todo, solo hago

aquello que no me resulta muydifícil.

—A veces pienso que estesistema no marcha bien. Yo me partoel pecho en la calle mientras tú tepasas el santo día sentado en tudespacho. Y al final de mes te metesel dinero en el bolsillo. ¡Qué

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sinvergüenza!Bukowski mostró su

desacuerdo.—Llevas razón, esto no marcha

bien. Soy tu jefe, por eso a veces tetengo que dirigir y pensar por ti. Alfin y al cabo, yo soy el responsable.

—Sí, tú eres el responsable deque ya no me pueda reír.

—Mi rango es bastante superioral tuyo por eso cobro más. Misresponsabilidades son mayores y misueldo se corresponde. No puedoestar dirigiendo y trabajando en lacalle a la vez. Tienes que entenderlo.

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Lisa rechazó el comentario.—Tócame...—Ya lo he hecho.Lisa miró muy enfadada a

Bukowski.Mientras tanto el coronel mostró

en la pizarra un par de diagramas debarras con ayuda de un proyector.

Bukowski suspiró y volvió adejar caer la barbilla en sus manos.Se sobresaltó cuando alguien le tocoel hombro. Sorprendido se giró.Maxime Rouen estaba detrás de él.

—¿Por qué me despiertas? —protestó Bukowski en voz baja.

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—Ven conmigo, por favor —susurró Maxime—. Creo que hemosidentificado a vuestro demonio.

Bukowski se quitó losauriculares y se levantó. Lisa queríahacer lo mismo pero la empujósuavemente para que permanecierasentada.

—No quiero que te pierdasnada, podría ser muy importante. Alfin y al cabo, estamos buscando a unasesino dentro de Europa.

Jerusalén, hotel Reich en BeitHaKerem

Yaara se tumbó en la cama

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mientras Tom, situado detrás de lacortina, miraba a la calle por laventana.

—¿Sigue ahí? —preguntóYaara.

Tom asintió.—Quizás sea un policía,

estamos bajo vigilancia.Tom negó con la cabeza.—No creo que sea un policía,

no tiene la pinta.—Pero, ¿por qué iban a

perseguirnos?—No olvides que mucha gente

está buscando a Raful.

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Llamaron a la puerta. Yaara selevantó pero Tom le hizo gestos paraque se volviera a sentar.Silenciosamente se deslizó hasta lapuerta y pegó la oreja en la puerta.Tocaron de nuevo.

—¿Quién es? —preguntó Tom.—Me das miedo —susurró

Yaara.—Soy yo —gritó la voz de

Moshav desde fuera.Tom abrió. Moshav y Jean

Colombare entraron en la habitación.Tom cerró inmediatamente la puertay echó la llave.

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—¿Y Jonathan? —preguntó.—No está en el hotel —contestó

Moshav.—¿Qué pasa? —preguntó Jean

al observar el rostro depreocupación de Tom y Yaara.

—¿Sabes dónde está Jonathan?Jean negó con la cabeza.—No lo sé.—¿Ha estado aquí?—Hoy no lo he visto —contestó

Jean—. ¿Qué os ha pasado?—Tom piensa que nos están

siguiendo —explicó Yaara.—No piensa, lo sé con

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seguridad —la corrigió—. Mirafuera, en la cabina de teléfono.

Jean se dirigió a la ventana ymiró hacia fuera.

—No hay nadie.Tom se puso a su lado y,

efectivamente, ya no había nadie enla calle.

—Ahí fuera había alguien —sejustificó Tom—. Y en la ciudadtambién nos han seguido. Alguienquiere acabar con nosotros.

—¿Por qué van a quererasesinarnos? —contestó Jeanenfadado.

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—Gina, el accidente en lasexcavaciones, Aaron y Raful —contestó Tom—. ¿Es casualidad? Yano me lo creo. Hemos hallado a untemplario que escondía un secreto. Yhay personas que quieren conocerese secreto, cueste lo que cueste.

—Te estás volviendo loco, notiene sentido —dijo Jean—. Raful sellevó consigo al templario y todo loque escondía en su tumba. ¿Por quévan a querer algo de nosotros?

—¿Qué sabes de lostemplarios?

Jean frunció el ceño.

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Es una orden cristiana fundadaalrededor del 1100 después deCristo para proteger el camino de losperegrinos hacia la Tierra Santa.Doscientos años más tarde acabaroncon la orden porque sus hermanos sehabían pervertido. Cometíanimpudicias y veneraban a un ídolo.Muchos dicen que fueron aniquiladosporque esta se había convertido endemasiado poderosa para Roma. Haymuchos mitos y leyendas pero se hapodido demostrar poco. Unverdadero filón para especulacionesde aventureros y escritores de

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novelas.—Entonces no sabes mucho más

que nosotros —contestó Tom y lanzóa Moshav una demandante mirada—.¿Ves? Necesitamos un especialista.

—Tenemos que estudiar a fondoeste tema —ratificó Moshav—. Unavez conocí a un profesor en París. Sellamaba Molière. Enseñaba en laSorbona. Era un maniático de lostemplarios. Pero no sé si vive aún,cuando lo conocí tenía más desesenta años.

Tom miró a Yaara quien seencogió de hombros.

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—Intentémoslo, quizásencontremos a Raful en París.

Jean rechazó la idea.—Pero no podéis abandonar el

país. Aún estamos bajo vigilancia.La Policía israelí nos detendría en elaeropuerto. Así seríamos realmentesospechosos.

Tom respondió:—Tú te puedes quedar aquí y

esperar. Creo que tú estuviste conGina, el profesor y Raful en la tiendadel laboratorio.

—Esperemos hasta que regreseel profesor —intervino Yaara.

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Tom suspiró y se tumbóatravesado en la cama.

—Bueno, vale, esperemos.

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27

París, Policía Nacional, Cité Île deFrance

Bukowski observó la foto enbrillo.

—Si me cruzara con él enmedio de la noche, ciertamente diríaque es un demonio —murmuróBukowski.

Maxime Rouen sonrió con airede satisfacción.

—Sobre todo si estás rodeadopor los muros de un convento bajo la

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luna y el tipo se dirige hacia ti enmedio de la penumbra.

—Fabricio Santini —leyóBukowski en voz alta—.Curiosamente, alias Diavolo.

Maxime tomó la carpeta.—Buscado en todo el mundo,

acusado de seis asesinatos, variosatracos, graves lesiones físicas yotros delitos. Procede de Nápoles, secrió en el barrio Secondilgiano, elretén de la mafia. Trabajó para lafamilia Manzoni, extinguidacompletamente en un ataque bombahace cinco años. Suponemos que en

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los últimos años se gana la vidacomo asesino a sueldo. El pasadootoño disparó al director de un bancoen Cannes. El caso fue resueltorápidamente con éxito. La mujer delbanquero contrató, junto con sunuevo amante, al asesino para acabarcon el matrimonio convenido. Losideólogos están en prisión pero nohay huellas de diablo.

—Eso quiere decir que éltambién trabaja en Francia.

—Trabaja en todo el mundo.Incluso el FBI lo está buscando yaque hace dos años disparó a un

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miembro de la mafia en Chicago. Lobuscan en todo el mundo. Estos seisasesinatos son la punta del iceberg.Hace dos años tuvimos un caso enCevennen, Arreche. Creemos que sele pueden atribuir a él los dosasesinatos. Después de que se ledetuviera y antes de extraditarlo, sedescubrió que había cometido más deveintiocho asesinatos. Es como undiablo y ahora lo buscan en todo elmundo.

Bukowski no daba crédito.—Es increíble, un tipo con esa

cara seguro que puede ser capturado.

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Maxime se encogió de hombros.—Al parecer no es tan fácil.

Con que tenga el dinero suficiente sepuede equipar perfectamente.Pasaportes falsificados, refugiosseguros, direcciones de contacto,incluso una máscara, ¿qué sé yo?

Bukowski miró la foto.—¿Cómo tiene esa cara de

diablo, es una marca de nacimiento?Maxime levantó las manos para

explicarse.—Gajes del oficio, digamos. Le

salpicó gasolina cuando tiraron uncóctel molotov en un bar de Nápoles.

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El bar era de los Manzoni.Bukowski se reclinó en el sillón

y miró al techo.—¿En qué piensas?—¿Cómo se encaja un mafioso

italiano en el asesinato de un monjeen medio de la idílica región de laAlta Baviera?

—¿Y en el de un inocentesacristán?

—¿Tenéis material en vuestrosarchivos para poder comparar elADN del asesino?

Maxime papeleó en la carpeta yfinalmente asintió.

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—Bastante.—No me sorprendería nada que

el ADN del envoltorio del caramelofuera suyo. Si contamos también alcura de la Wieskirche entonces ya sele pueden imputar nueve asesinatos.

—Ahora surge la siguientepregunta: ¿Por qué lo ha hecho?

—¿Por qué y quién le paga? Nocreo que sea algo personal entre él ylos asesinados.

—Alguien se lo ha encargado—prosiguió Maxime Rouen—. Pordinero quita del medio a quien hagafalta, si el precio es justo. El cura y

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el monje son la clave para solucionarel caso.

—¿Quién puede encargar, ennombre de Dios, asesinar a doseclesiásticos?

—Eso es lo que tienes queaveriguar, deberías analizar bien suvida.

Bukowski sonrió.—Se levantaban temprano,

rezaban, se ponían a trabajar, volvíana rezar y después trabajaban denuevo. Y por la noche después de lamisa se iban a la cama.

—¿No me contaste que los dos

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investigaban en el ámbito de laarqueología antes de hacerse cargode la parroquia y retirarse alconvento?

Bukowski asintió.—Eran especialistas en lenguas

antiguas.—Entonces tienes que averiguar

en qué trabajaron al final de susvidas. Te informaré sobre elresultado de la prueba del ADN encuanto me llegue del laboratorio.

Bukowski se puso las manos enla cara.

—Dios mío, ahora estoy

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buscando a un asesino de la mafia yyo quería esperar tranquilamente apoder jubilarme.

—Esta Lisa, ¿es..., es... buena?Bukowski rechazó el

comentario con las manos antes deabandonar el despacho de MaximeRouen.

Jerusalén, hotel Reich en BeitHaKerem

Pasadas las siete llamaron a lapuerta. Yaara se levantó del susto ymiró el despertador. Tom dormía, suregular respiración era el únicosonido que se escuchaba en la oscura

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habitación. Se tocó su negro pelo.¿Habría sido un sueño?

De nuevo llamaron a la puertapero esta vez con más fuerza.Zarandeó el hombro de Tom. Sesentó en la cama.

—¿Qué pasa?—Hay alguien en la puerta —

contestó Yaara.—Señorita Shoam, por favor,

abra la puerta, somos la policía —seescuchó desde el exterior.

—¿La policía? —preguntóYaara sorprendida.

Tom echó la manta hacia atrás,

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agarró los pantalones y se los pusomientras Yaara se echaba por encimael albornoz.

—¿Qué querrá la policía denosotros? ¿A estas horas? —preguntó.

Tom se apresuró hacia lapuerta.

—Lo sabremos enseguida —contestó.

Al abrir, cuatro policíasuniformados entraron en lahabitación. Con desconfianzamiraron a su alrededor. Les seguía unpolicía vestido de paisano que le

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mostró a Tom su identificación.—La magistrada Karpin ha

dispuesto que les llevemos a lacomisaría de policía —informó elfuncionario—. Por favor, vístanse.

—¿Aquí, ahora? —preguntóYaara.

Tom movió la cabeza sinentender nada.

—¿Qué pasa ahora?El funcionario les mostró un

formulario. Tom miró por encima elescrito pero como estaba en hebreose lo pasó a Yaara.

—Se trata de una orden de

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comparecencia —dijo sorprendida.—¿Una orden de

comparecencia? ¿A qué viene esto?—repitió Tom con ganas deenfrentarse—. ¿Esta mujer no seentera? No sabemos quién asesinó aGina, ¡maldita sea!

El funcionario le indicó que secalmara.

—Se trata del caso de laviolenta muerte del profesor JonathanHawke —respondió sobriamente elpolicía.

Tom no podía creer lo queestaba escuchando. Sus piernas se

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aflojaron y una ola de calor recorriósu cuerpo.

—¿El profesor Hawke estámuerto? —preguntó sin dar crédito.

—Lo han encontrado estamadrugada muerto cerca de lasexcavaciones del valle del Cedrón.Le dispararon. La magistrada quierehablar con ustedes.

Moshav entró precipitadamenteen la habitación. Uno de losfuncionarios se interpuso en sucamino y lo sujetó por los hombros.

—¿Lo habéis escuchado? ¿Handisparado a Jonathan? —le gritó a

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sus compañeros.—Les rogamos que se vistan y

nos sigan —volvió a instarles elfuncionario con más ahínco.

—Sabía que sucedería algo así—murmuró mientras se ponía lacamisa.

Jerusalén, convento de losfranciscanos del Flagellatio

—Esta mañana han encontradosu cadáver —informó Pater Phillipo—. Lo hallaron cerca de lasexcavaciones, le dispararon.

Pater Leonardo estaba de piefrente a una mesa auxiliar y se lavaba

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la cara con agua fría procedente deuna zafa de porcelana. Durante unmomento reinó un confuso silencio enla espartana habitación de bajostechos, con una cruz de maderacolgada en la pared como únicadecoración.

—¿Se disparó el mismo? —preguntó Pater Leonardo después desecarse la cara con una toalla.

—La bala entró por la espalda—contestó Pater Phillipo—. ¿Nocreerá en los rumores que dicen queera el responsable del asesinato desu compañera?

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—Solo Dios se atreverá a miraren el interior de una persona y soloen lo más profundo del alma seencuentra la verdad.

—¡Amén! —contestó PaterPhillipo.

—Rezaré por su alma, pero mástarde. Ahora tenemos queencargarnos de que prosigan con lasexcavaciones. No podemos perdermás tiempo.

—Está todo preparado. Elequipo empezará con el yacimientonúmero cuatro. Si se hallan mástesoros escondidos, nadie nos los

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podrá ocultar.Pater Leonardo sonrió

suavemente.—Estoy tranquilo, hermano en

Cristo, sé que puedo confiar en ti.Pero tenemos que tener cuidado, lamuerte del profesor provocará máspreguntas.

—Nadie tendrá nada que decirde la Iglesia de Roma.

—Roma está lejos, queridohermano, y nosotros estamos hechosde carne y hueso.

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Comisaría central de Policía, calleDerekh-Shekhem

Condujeron a Tom a la sala detoma de declaraciones. Los habíantratado como a delincuentes. Losllevaron por separado hasta lacomisaría central de policía. Tomsentía un enorme vacío. Sinmotivación ni interés alguno dejó quelos funcionarios lo llevaran hasta laverdosa habitación.

No sabía cuánto tiempo había

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pasado. No entendía nada. Habíanasesinado al profesor JonathanHawke. Había muerto de un disparoen la espalda junto a lasexcavaciones. Tom estabaconvencido de que las muertes y losaccidentes de los yacimientosestaban relacionados. Se sentíaresponsable, él había sido quienhabía abierto la caja de Pandora yliberado los demonios del pasado,dejó que salieran de su oscura cripta.Fue él quien encontró la galería de latumba del templario. Por eso sesentía responsable de la muerte del

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profesor.—Tiene mala cara —observó la

magistrada con compasión.Tom permaneció invariable.—¿Sabe lo que sucedió anoche

en el valle del Cedrón?Tom asintió.—Encontramos el coche del

profesor cerca de la tumba de Jacob—prosiguió la magistrada—. Alparecer quedó allí con alguien.¿Tiene idea de con quién y por qué?

Tom suspiró.—No lo sé, no lo vimos en todo

el día. Estuvimos en la ciudad pero

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eso usted ya lo sabe.—¿Por qué iba a saberlo?—Porque su gente nos siguió

hasta la ciudad —respondió Tombruscamente.

La magistrada instructora hizoun ademán de rechazo.

—Nosotros no le hemosseguido. Solo vigilábamos alprofesor pero ayer por la noche seescabulló entre la multitud y mishombres lo perdieron de vista.

—¿Sigue pensando que elprofesor asesinó a Gina Andreotti?

La magistrada Karpin negó con

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la cabeza.—Han aparecido nuevos

indicios. Creemos que el profesor ysu compañera estaban implicadoscon ciertos delincuentes.

—¿Por qué?—Piense, señor Stein. Todos

los años se sacan de la tierra tesorosde cientos de años de antigüedad.Finalmente, se recibe exclusivamenteel sueldo y los tesoros se pierden enalgún museo. Las empresas de losmuseos hacen millones con estostesoros y los descubridores soloreciben una milésima parte de lo que

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realmente valen sus hallazgos. ¿Nopiensa usted que el ser humano esdébil y que puede caer en latentación de las desviaciones queeste mundo ofrece? El profesor eramayor y su cuenta bancaria estabavacía. Por cierto, al igual que la desu colega.

Tom negó con la cabeza sinpoder entender nada y protestó:

—Lo que está diciendo es unacompleta tontería. Una locura.

—Hay pruebas de que elprofesor ha visitado en Tel Aviv a unmercenario llamada Sheik al Ramzi.

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Es un delincuente sin escrúpulos yvende objetos de arte robados y otrosartilugios sustraídos. Esto no es unaocurrencia de la policía, es un hecho.

Tom levantó las manos enademán de defensa.

—No... no puede ser. Esimposible. Todo el mundo sabe laimportancia que el profesor leotorgaba a esclarecer la historia dela humanidad.

—Hemos encontrado unmensaje con el que nos queda claroque el profesor y Gina Andreottiestaban involucrados en negocios

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oscuros con Ramzi. Y quien se atrevaa engañar a Ramzi, está literalmentemuerto.

—¿Y por qué no lo detienen?—No conseguimos atraparlo.

Tiene su domicilio cerca de Ramala.Actúa siempre a través deintermediarios y personas decontacto. Ha tejido una red difícil depenetrar a su alrededor.

Tom miró a la magistrada,directamente a los ojos.

—¿No se le ha pasado nuncapor la cabeza que estos asesinatostengan algo que ver con el hallazgo

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del templario?La magistrada Karpin frunció el

ceño.—¿Qué quiere decir?—Piénselo bien —comenzó

Tom su explicación—. Encontramoscasualmente en las excavaciones a untemplario del siglo XI o XII, pocodespués empiezan a suceder extrañosacontecimientos. Las barras desujeción de un yacimiento ceden y asísucesivamente hasta que Chaim Rafuldesaparece repentinamente sin dejarrastro con el contenido de la cámaradel sepulcro. Entonces asesinan a

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Gina, Aaron Schilling muere al pasarpor una mina de tanque que hay porallí tirada y ahora, encima, asesinana Jonathan Hawke. En mi opinión,todo esto es un complot.

La magistrada se reclinó en susilla y observó con curiosidad aTom.

—Suena muy interesante.Olvida que hubo otro asesinato. Unode sus ayudantes, GideonBlumenthal, a él también ledispararon. Gideon Blumenthaltambién estaba relacionado con laorganización de Ramzi.

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Probablemente aportara detallessobre el hallazgo que se produjo enlas excavaciones. Creo que todotiene sentido.

—Creo que esta vez también seequivoca —replicó Tom—. No setrata de un par de objetosinsignificantes que se intercambiansecretamente. Creo que se trata dealgo bien distinto.

La magistrada sonrióirónicamente.

—Me tiene intrigada.—La clave para solucionar el

caso está en los bienes que

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acompañaban a la tumba.La magistrada instructora se

encogió de hombros.—Se refiere a Raful y sus

retorcidas teorías de que Jesús esuna mera invención.

—Quizás el sarcófago conteníauna especie de mapa del tesoro. Eraun templario y aún no se haesclarecido el tema del legado de lostemplarios, la leyenda de susriquezas es de incalculable valor.

La magistrada se tocó la frente.Por un momento sus ojos mostraroncierta inseguridad. Seguidamente,

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introdujo la mano en el bolsillo de suchaqueta y tiró el pasaporte de Tomen la pequeña mesa de madera.

—Todo el mundo sabe quépensar de Chaim Raful cuando setrata de la cristiandad. Nadie se lotoma en serio. Créame, Sheik alRamzi es el responsable de la muertede sus amigos. Algún día pagará portodos sus hechos, puede estartranquilo.

Tom cogió su pasaporte.—¿Quiere decir que ya

podemos viajar libremente?Deborah Karpin se levantó.

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—Lamento mucho haberlecausado inconvenientes pero no pudoser de otra forma. Pueden ir dondedeseen, el caso está cerrado.

Carretera de l’Est, cerca deEstrasburgo

Perdieron el tren. Lisa estabafuera de sí cuando Bukowski llegó desu reunión con Maxime una hora mástarde de lo previsto. Ya se habíamarchado el tren a Múnich y elúltimo convoy disponible requeríapasar la noche en Metz pero Lisaquería llegar a casa, no se encontrababien. Maxime sugirió alquilar un

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coche. Tras una larga discusiónoptaron por un Opel.

—Después pueden entregar elvehículo en Múnich —afirmó laempleada del alquiler de coches—,para eso vivimos en una Europaunida.

—Ojalá que en Europa todofuncionara tan bien —murmuróBukowski mientras se sentaba detrásdel volante.

Solo habían avanzado un par dekilómetros cuando Lisa tomó elrelevo. Bukowski se habíaequivocado de camino varias veces,

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tomado el carril incorrecto, estuvo apunto de provocar dos colisiones y,finalmente, cuando se saltó unsemáforo en rojo en medio de uncruce de varios carriles Lisa estalló.

Desde que iban por la autovía,Lisa no había articulado ni mediapalabra. Bukowski apoyó la cabezaen la ventana lateral y cabeceaba.

—Mierda, este idiota —insultóLisa repentinamente y pisófuertemente el freno.

Justo delante de ellos un cochequedó atravesado y bloqueaba elcamino. Bukowski abrió

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completamente los ojos y se agarrófuertemente al asidero. Miró alvelocímetro.

—Aquí el límite de velocidades de 130 —renegó—. En Francia lavelocidad a la que se puede circularpor la autovía está limitada.

Lisa dio un volantazo a laizquierda para evitar el coche dedelante. Bukowski respiróprofundamente. Un accidente es loúltimo que necesitaban ahora.

—Llévalo tú si piensas que loharías mejor —contestó Lisafríamente.

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—Al menos, me alegro de quehayas recuperado el habla.

—¿Os emborrachasteis tambiénanoche, tú y tu querido amigo?

—Estuvimos cenando y despuéstomamos algo en un bar. ¿Se tequitaron las ganas de venir connosotros de repente?

—¿Para qué te aprovecharasotra vez de mí? Disfruté de la nochevisitando la ciudad yo sola.

—Espero que te divirtieras.—Estuvo bien —contestó Lisa.La señal de un restaurante de

carretera pasó volando a su lado.

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—Salte, tengo hambre y,además, necesito ir al baño.

Lisa miró los kilómetros quefaltaban para Alemania.

—Solo quedan cincuenta parallegar, supongo que podrás esperar.

—Tengo que ir al baño, ¡joder!—contestó Bukowski—. A mi edadtengo que alegrarme de poder ir sinproblemas.

—Hace dos días no teníasningún problema —contestó Lisa,que se sorprendió de sus propiaspalabras.

Inmediatamente dio un

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volantazo.—Está bien, si tiene que ser así.Bukowski suspiró.—Mira, Lisa. Ya ha pasado y

tenemos que vivir con ello.Simplemente tendríamos que olvidaraquella noche.

—¡Olvidar! ¿Puedes olvidarlotan fácilmente? ¿Qué clase depersona eres?

—Pero, ¿qué quieres? —preguntó Bukowski.

—¿Qué tal si te disculparas? Teaprovechaste de la situación, eres unverdadero...

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—¿Qué soy?—Eres... eres... eres un viejo.—No te pases la salida —

advirtió Bukowski.Lisa se dirigió al área de

descanso y aparcó el coche en elamplio recinto con mucha destrezaentre dos caravanas. Bukowski mirópor la ventana e hizo un gesto denegación. La distancia con lacaravana era de veinte o treintacentímetros.

—¿Cómo quieres que me baje?—Deja kilos —bromeó Lisa y

se soltó el cinturón de seguridad.

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Sin decir más se bajórápidamente del coche y cerró lapuerta de un portazo. Bukowski lamiró mientras cruzaba por elaparcamiento hacia el restaurante,iba casi corriendo.

Inhaló profundamente. Con granesfuerzo salió por la puerta delconductor. Descansó un instante antesde cerrar del mismo modo la puertadel coche.

Entró en el restaurante y buscóel servicio. Cuando regresó alcomedor Lisa estaba sentada junto auna ventana. Bukowski pidió un filete

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de pavo, una cerveza y se sentó juntoa Lisa quien ni siquiera levantó lamirada. Sin decir nada tomó un tragode su vaso de agua.

—¿No quieres comer nada?—No tengo hambre —contestó

Lisa mirando exageradamente por laventana.

—Lo siento —dijo Bukowski.—Tú lo sientes, yo también,

pero no sirve de nada —le gritó detal modo que algunas personas se lesquedaron mirando—. Podrías ser mipadre.

—Por Dios —contestó

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Bukowski—. ¿Qué más quieres? Nite he hecho daño, ni te he herido. Lopasamos bien y eso es todo.

—¡Pasarlo bien!—Por cierto, Maxime está

metiendo un poco deprisa —cambióBukowski de tema—. El laboratorioha comparado la muestra de ADNcon la de Santini. Coinciden al cienpor cien. Está claro que Santini entróen la Wieskirche, seguramente sea elasesino. La foto robot ha aceleradoel asunto.

—Y te reíste de mi retrato robot—contestó Lisa—. Gracias a ella

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también sabemos que cometió elasesinato de Ettal.

Bukowski se encogió dehombros.

—Me equivoqué.—Te equivocas con frecuencia.Bukowski luchaba contra su

incipiente enfado.—Si deseas cambiar de

sección, no te lo impediré.Lisa lo miró con los ojos bien

abiertos.—Sí, ahora que hemos llegado

tan lejos. Ya entiendo, el señorquiere celebrar solo el éxito mientras

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que yo me dedico a quitarle el polvoa carpetas viejas. No gracias, señorsuperior de la Policía Judicial.

—Puedo deducir de tu respuestaque deseas seguir trabajando en estecaso.

—Puedes poner la mano en elfuego.

Jerusalén, hotel Reich en BeitHaKerem

Se reunieron de nuevo en lahabitación de Yaara.

—No sé —dijo Jean Colombare—. Si la magistrada tiene razón,entonces estamos buscando a un loco

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y todos nuestros esfuerzos seráninútiles.

Tom se colocó las manosdelante del pecho.

—Nadie te obliga. Ya somoslibres, cada uno tiene su pasaporte ypuede ir donde quiera.

Moshav hizo un ademán denegación.

—Nadie puede saberexactamente lo que pasa en elinterior de otra persona pero mesorprendería mucho que Gina y elprofesor se hayan involucradoefectivamente en el comercio ilegal

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de antigüedades. Es absurdo, yo osacompaño.

Tom lanzó una demandantemirada a Yaara.

—Yo también voy con vosotros.Los tres miraron a Jean.Respiró profundamente.—Vayamos al aeropuerto pero

creo que le estamos dandodemasiadas vueltas en vano.

—Eso solo lo sabremosdespués de haberlo intentado —contestó Tom.

Moshav se levantó.—Voy a sacar el coche del

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garaje, nos vemos en cinco minutosfrente al hotel.

—En cinco minutos —ratificóTom.

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Jerusalén, yacimientos en lacarretera de Jericó

Estaban de pie frente a la grantienda blanca al final de losyacimientos y observaban el afanadoajetreo de los ayudantes de lasexcavaciones.

—En caso de que se vuelvan ahallar otros artilugios en losyacimientos ya no podránocultárnoslos —afirmó Pater AntonioCarlucci, a quien la Oficina

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Eclesiástica para la Antigüedad lehabía encargado la reanudación delos trabajos en el valle del Cedrón.Viajó con todos sus especialistas,que pertenecían igualmente a laoficina de Roma, para hacerse cargode la dirección de las excavaciones.

Pater Leonardo miróexpresivamente al hermano Phillipo.

—Debe quedarse en la Iglesialo que a la Iglesia pertenece —dijocon gran fervor.

—Discúlpenme, hermanos,tengo mucho trabajo —se despidióPater Antonio y desapareció en la

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tienda.—Se acerca el final de mi

estancia aquí, en la tierra del Señor—comentó Pater Leonardo—. Romame espera. Desgraciadamente solopuedo comunicar un éxito parcial.Raful sigue desaparecido.

—Ya no está en el país —contestó Phillipo.

—¿Pero dónde puedoencontrarle?

—Raful se ha deslizado comouna serpiente debajo de una piedrapero volverá a aparecer en cuanto leasalte su hambre de odio y

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destrucción.—Entonces podría ser

demasiado tarde —replicó PaterLeonardo—. No sé qué pruebaspuede tener para reafirmar su teoríapero temo que pueda propiciar unpoderoso golpe que dañeirreversiblemente a nuestra casa.Tengo que encontrarle antes de quellene el mundo con su odio. Tengoque hallarlo y convencerle de quedestruiría la esperanza de millonesde personas.

Pater Phillipo asintió.—La carga que le ha impuesto

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el cardenal prefecto es muy pesada.No va a ser fácil hacer que unchiflado cambie de idea.

—¡Cómo lo voy a hacer cuandoni siquiera sé dónde buscar!

—En cuanto me entere de algoaquí en Jerusalén te informaré.

Pater Leonardo miró al cielo.—Ya es la hora, el avión no me

esperará.Roma, basílica Santa Sabina

del monte Aventino«Et in Spiritum Sanctum,Dominum et vivificantem,Qui ex Patre et Filioque

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procedit.Qui cum Patre et Filio simul

adoraturEt conglorificatur:qui locutus est per prophetas.Et unam, sanctam, catholicam

et apostolicam Ecclesiam.Confiteur unum baptisma in

remissionempeccatorum.Et expecto

resurrectionem mortuorum,et vitam venturi saeculi.Amen».El cardenal Borghese se

santiguó y se incorporó. Durante un

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momento permaneció enrecogimiento antes de girarse ydesaparecer detrás de una columna.Solo unos pocos visitantesmerodeaban por la luminosa iglesiadel monte Aventino, una de las sietecolinas de Roma. El cardenalBorghese miró una vez más a lapintura del techo; Jesucristo rodeadodel pueblo tras su resurrección. Laiglesia se había dedicado a la mártirSabina, quien entregó su vida por sucredo en el año 125 después deCristo. Según la tradición, la basílicase encontraba en el lugar donde hacía

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casi 1900 años estaba su casa.«Muchas personas han entregado suvida al Señor», pensó el cardenalBorghese. La defensa de la religiónera una lucha eterna. Aún hoy habíanumerosos creyentes que entregabansu vida al único y verdadero Dios.

El cardenal Borghese abandonóla iglesia, atravesó la plaza y sedirigió a la vía Raimondo Da Capuadonde le esperaba su secretario conel coche. Aún tenía un poco detiempo. Faltaba una hora para tenerque estar en el Santo Oficio. Elsecretario saltó del coche y le abrió

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rápidamente la puerta trasera.Borghese asintió sin decir nada.

—Durante su ausencia, letelefonearon —informó el secretario— . Monsieur Benoit desea que ledevuelva la llamada.

Borghese se acomodó en elasiento de atrás y cogió su teléfonomóvil.

En la carretera de Jerusalén,aeropuerto Ben-Gurion

—Voló el jueves o un día mástarde —dijo Tom y aparcó el cocheen una de las grandes plazas deparking frente a la terminal del

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aeropuerto.—Da igual si fue el jueves o el

viernes, es como buscar una aguja enun pajar —protestó Jean Colombare—. Ninguna compañía aérea le va adar a un curioso como tú sus listas depasajeros.

—Yo me encargaré de eso.Tenemos que tener cuidado, creo quenos siguen aunque aún no he visto anadie.

Utilizaron la entradasubterránea para entrar en la enormeterminal. Tom miraba constantementehacia atrás. No le cabía la menor

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duda de que los perseguidores no leshabían abandonado.

—Voy a ir con Yaara almostrador y comprobaré los vuelos.Os tenéis que buscar un sitio conbuenas vistas. Observad la gente quese interese especialmente pornosotros.

Moshav se giró. Justo junto a lagran columna de la entrada, dondeestaban las escaleras eléctricas,había un grupo de viajeros. Lostrollies, cargados de equipaje,chirriaban por el peso.

—Nos quedaremos aquí —

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decidió Moshav señalando al grupo.Agarró a Jean del brazo y lo

llevó consigo.Tom y Yaara miraron a su

alrededor. Tenían a poca distancia unmostrador de información. Era por lamañana temprano y la llegada depasajeros permanecía bajo control.Tom se dirigió al mostrador y mirópor detrás. Justo lo que estababuscando.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Yaara.

—Vamos a analizar el plan devuelos —contestó Tom y tomó de una

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caja del mostrador un folletoresumen de las compañías aéreas delaeropuerto.

Estudiaron en silencio lainformación. Tom tenía un bolígrafoen la mano y marcó los posiblesvuelos que el profesor podía habertomado esos días.

—Si voló más tarde, no serviráde nada lo que estamos haciendo —murmuró Yaara y se volvió aconcentrar en el plan de vuelos.

—París, Roma, Nueva York,Stuttgart, Londres, Ámsterdam —enumeró Tom al rato.

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—Por ahora podemos descartarNueva York y no creo que se hayaido a Roma, al corazón de la bestia.

—Entonces nos quedan París,Londres, Ámsterdam y Stuttgart.

—Yo apuesto por París, unlugar ideal para reaparecer.

—Bueno, veamos si hay suerte.—¿Qué quieres hacer?—Ven conmigo —contestó

Tom.Se dirigieron a otro mostrador

de información más céntrico, frente ala entrada de las compañías aéreas,que estaba ocupado. Una joven con

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un uniforme de chaqueta azul atendíaa un grupo de turistas japoneses. Tomesperó pacientemente en la cola hastaque le tocó su turno.

—Good morning, may I helpyou? —preguntó la empleada.

Con un idioma internacionalsiempre se pueden comunicar bien enun aeropuerto.

—Disculpe, estoy buscando elpuesto de reclamación de equipaje,se trata de una maleta perdida —contestó Tom.

La empleada asintió y señalóhacia las escaleras eléctricas.

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—Segunda planta, nivel 2, sala288. Vaya por las escaleraseléctricas, gire a la derecha y avancepor ese pasillo. La última sala a laizquierda.

Tom le dio las gracias. Yaara lesiguió por el camino indicado.Cuando pasaron por el grupo deviajeros, Tom miró de reojo aMoshav quien hizo un gesto denegación con la cabeza. Al parecer,no le había llamado la atención quealguien les siguiera.

Tom y Yaara utilizaron lasescaleras eléctricas y finalmente

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pararon frente a una puerta de cristalque junto a la inscripción hebreaponía «Bagaje-Investigation». Tomgolpeó brevemente a la puerta yentró. Detrás de un escritorio habíaun joven sentado de pelo rubio yrizado. «Weizmann» se podía leer enla placa sobre la mesa. De nuevo, elempleado los saludó en un perfectoinglés.

—Perdone, no sé si es aquí peroestoy buscando el puesto dealmacenamiento de equipaje.

El hombre sonrió.—Sí, no es aquí. Debe volver al

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nivel 1 y en la entrada, a la derecha,allí se encuentran las taquillas.

Tom le dio las graciaseducadamente y se volvió haciaatrás. Fuera, en el pasillo, Yaara lomiró con una demandante mirada.

—¿Qué haces?—Lo verás enseguida —

contestó Tom.En la entrada de la terminal,

Tom se dirigió rápidamente otra vezal mostrador de información queestaba cerrado en la parte noreste dela terminal. Tomó el plan de vuelosque se había metido doblado en el

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bolsillo del pantalón.—Ten cuidado, Yaara. En

cuanto se acerque alguien me hacesuna señal.

Yaara asintió, mientras Tom seinclinó por encima del mostrador ysacó a escondidas la lista telefónica,descolgó el auricular y marcó elnúmero interno del mostrador de AirFrance.

—Buenos días, mi nombre esSharon de Lloyd, Londres, sedeexterior en Tel Aviv —pronuncióTom al teléfono—. Uno de suspasajeros firmó un seguro de

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equipaje con nosotros. Voló eljueves o viernes de hace dossemanas. Se le ha olvidado poner ensu reclamación de indemnización pordaños el número de vuelo. Nos hanotificado la pérdida de un valiosocuadro. El número de lote es 23647.Se estima que el valor del cuadro esde unos cien mil dólares.Lamentablemente no puedo procesarla indemnización sin el número devuelo.

Pasó un rato hasta que la mujeral otro lado de la línea telefónicapreguntó:

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—¿Qué es ese número de lote?—Indicó esa cifra en la

notificación de indemnización peroyo tampoco sé lo que significa. Heestado hablando con el señorWeizmann del puesto de reclamaciónde equipaje pero él tampoco hasabido informarme y me haaconsejado que me dirigiera a sucompañía aérea.

—¿Cómo se llama el pasajero?—Se trata del profesor Chaim

Raful de Tel Aviv —contestó Tom.Yaara lo miró sin poder dar

crédito.

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—¿Dice el jueves o viernes dehace dos semanas?

—Sí.—¿Le puedo devolver la

llamada? Me llevará un rato.—Estoy en el aeropuerto, solo

tiene que marcar el 14 y le atenderé.Tom colgó.—Te conoces todos los trucos

—susurró Yaara cuando se giróhacia ella.

—Algunas veces hay queimprovisar —contestó Tom.

Esperaron casi veinte minutoshasta que por fin le devolvieron la

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llamada. Desgraciadamente, laempleada de Air France no podíaayudarle. No pudo encontrar en lalista de pasajeros al tal Chaim Raful.

—Entonces descartamos París—dijo Tom y marcó el siguientenúmero.

Esta vez era el mostrador deBritish Airways. De nuevo repitió lahistoria y le volvieron a pedir queesperara pero esta vez tuvieron éxitocuando le devolvieron la llamada.Tom colgó y miró con una gransonrisa a Yaara.

—Bien, Chaim Raful voló el

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sábado, hace quince días, con elvuelo BA 7089 a Stuttgart. Iba solo yno entregó equipaje.

—¿A Stuttgart?—Sí, Stuttgart —repitió Tom—.

Creo que deberíamos comprar losbilletes inmediatamente.

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30

Jerusalén, hotel Reich en BeitHaKerem

Salieron de nuevo delaeropuerto pero antes de alcanzar lasalida, Pater Phillipo entró en elaeropuerto acompañado por otropadre. Brevemente se cruzaron lasmiradas. Pater Phillipo les sonrióamablemente al pasar por su lado.

—Esperad un momento. ¿Sabéisquién es el acompañante de nuestroamigo de la Iglesia? —preguntó

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Tom.—No, nunca lo he visto.—Va al mostrador de Alitalia

—dijo Yaara.—Un momento, me gustaría ver

a donde vuela nuestro hermano —contestó Tom escabulléndose entre lamultitud.

Yaara, Moshav y Jeanabandonaron el aeropuerto y sequedaron parados frente a la entrada.No tuvieron que esperar mucho, Tomregresó enseguida.

—Nuestro hermano ha traído alaeropuerto a una visita de Roma —

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informó Tom—. ¿No es muchacasualidad?

—¿Has hablado con él? —preguntó Yaara.

—Le he contado lo que lesucedió a Jonathan. Se ha mostradomuy afectado. Le he dicho queestamos preparando nuestro viaje devuelta. Su acompañante se llamaPater Leonardo, un dominico deRoma.

—Será casualidad —dijo Jean—. Creo que se os va un poco lacabeza. Constantemente vienen aJerusalén visitas del Vaticano, no

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podemos olvidar que estamos en laTierra Santa. No es nada anormal.

—¿A ti todo te parece normal?—increpó Tom.

Jean se dirigió a Moshav.—¿Has podido ver hoy a

alguien que nos persiga?Moshav negó con la cabeza.—¡Ves! Otra imaginación —

prosiguió Jean—. Nos haces creeralgo que no existe. Acepta las cosastal y como son. ¿Por qué iba laPolicía israelí a ocultarnos que nosvigila? Seguro que quien nos sigue esun policía. En caso de que sea cierto

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que has visto a alguien y no sea unade tus invenciones.

Tom no pudo ocultar su enfado,quería contestarle como se merecíapero reconoció por la expresión deYaara que desaprobaba una pelea.

—Quizás tengas razón —suspiró Tom—. Ojalá fuese así, perosoy arqueólogo como tú. No me bastacon creer algo, tengo que ver pruebasy no me creo la tontería que lamagistrada nos ha contado paraexplicar las muertes de Gina y elprofesor.

En el camino de vuelta al hotel

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estuvieron en silencio. Hasta que nollegaron al pasillo del hotel Tom novolvió a pronunciarse.

—Tenemos que pensar cómoqueremos seguir actuando.

Jean Colombare torció el gesto.Estoy cansado de tanto teatro. Mevoy a mi habitación a descansar.Tengo que pensar.

Sin esperar respuesta alguna,Jean desapareció.

Tom, Moshav y Yaara semiraron sin decir nada, seguidamenteentraron juntos a la habitación deTom.

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—Es comprensible —comentóYaara—. Vino aquí para trabajar enlos yacimientos de una guarniciónromana y, de repente, está en mediode una trama criminal.

Moshav se sentó en el sofádando un suspiro.

—¿Qué hacemos ahora?—Tenemos que buscar a Raful

—contestó Tom decidido.—Hace casi dos semanas que

voló a Stuttgart. Hasta aquí está bienpero... ¿cómo quieres encontrarlo enAlemania? Puede estar en cualquierlugar.

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Yaara asintió.—Voy a la Universidad a hablar

con el decano —decidió Tom—.Pensad que tiene los escritos yquerrá traducirlos. Necesita materialy un laboratorio si no quieredañarlos. Quizás tenga personas decontacto en Alemania. Alguien que leayude ¿Se os ocurre algo?

Moshav jugueteaba con un hiloque había arrancado del sofá.

—¿Y si buscamos en internet?Tom asintió.—¿Os podéis encargar vosotros

de eso?

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—Claro que sí —contestóYaara.

—No te veo muy convencida —dijo Tom y miró a Yaara a los ojos.

—Sinceramente no sé quépensar de toda esta historia. A vecescreo que Jean tiene razón.

—¿Cómo lo ves tú? —preguntóTom dirigiéndose a Moshav.

Moshav se encogió de hombros.—No sé lo que debo pensar. Me

pasa como a Yaara, estoy dividido.Pero te apoyo, de eso no cabe duda.Lo único que puede pasar si teequivocas es que tengamos que

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reconocer que te has equivocado. Esposible. Ya he excavado variosyacimientos pensando queencontraría algo y al final todo elesfuerzo fue en vano.

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

—Fabricio Santini es unpeligroso asesino de la mafia, esperoque las autoridades francesas lopuedan atrapar pronto —dijo la jefade Bukowski y le golpeó ligeramenteen el hombro—. Ha sido un buentrabajo y ha merecido la pena elviaje a París. Aunque no siempre

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esté de acuerdo con susprocedimientos, en este caso deboexpresarle mi reconocimiento.

—Nos falta conocer el motivo ylas personas que hay detrás de losasesinatos —explicó Bukowski—.Sobre quien los ejecutó tenemospruebas suficientes.

—¿Cómo ve la posibilidad deresolver completamente el caso?

—Hay una conexión entre losdos curas asesinados. Ambosestudiaban lenguas antiguas. Seconocían, lo demuestra una foto deinternet en la que aparecen junto a un

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profesor de Múnich y otro dearqueología de Israel. Con excepciónde la muerte de la Wieskirche que nofue premeditada, creo que de ahípodremos deducir el motivo. Lamuerte del sacristán fue casualidad,seguro. Creo que los asesinosesperaban encontrar algo en laiglesia pero fueron sorprendidos porel sacristán y por eso tuvo que morir.

—¿Qué podría ser? —preguntóla directora—. Ya mandóinspeccionar la iglesia.

—No tengo ni idea, la segundavez tampoco encontramos nada

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aunque fuimos bastante meticulosos—contestó Bukowski—. Quizás seaun escrito, el mapa de un tesoro, algoque sea fácil de esconder.

—Eso quiere decir que tenemosque esperar a obtener más indicioscuando se capture a los asesinos.

—Por lo menos, por ahora. PeroSantini no estaba solo, nuestrosospechoso tenía un cómplice.

La directora sonrió satisfecha.—Tramitaremos el expediente

de persecución a la DirecciónGeneral de la Policía Judicial.Llevan buscándolo varios años.

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Escribiremos una nota de prensa ytransferiremos el caso. Es lo mejoren esta situación, además esnecesario. Quizás los compañeros dela dirección federal, la BKA, tenganmás suerte. A nosotros nos quedagrande.

—Yo preferiría esperar un poco—le contradijo Bukowski—. Loscolegas franceses están realizandolos trámites con mucha urgencia. Aúnnos falta el vehículo con el queactuaron en la Wieskirche. Tandeprisa no deberíamos...

—Mi estimado colega

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Bukowski —interrumpiócompasivamente la directora—. Harealizado un buen trabajo pero ya eshora de tranquilizar a la opiniónpública y dedicarnos a otros casos.El expediente ha llegado a un puntoen el que no podemos avanzar más.Escriba el informe y envíelo a laFiscalía. En caso de que surja algonuevo, siempre podremos volver alcaso.

Bukowski sabía que en estemomento ya no podía esperar másapoyo. La directora tenía razón. DeSantini, en caso de que lo atraparan,

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no obtendrían más información ydudaba mucho de que fuese aidentificar a su cómplice. Pese atodo, tenía una mala sensación. Dejarun caso sin haber puesto sobre lamesa todos los hechos no era suestilo.

Tel Aviv, Universidad de Bar-Ilan

Tom dejó el coche cerca delcampus y caminó a través del amplioaparcamiento, le llegó una frescabrisa marina. El aire del cercano marconseguía llegar hasta él a pesar delas emisiones de la carretera, las

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casas y los complejos industriales.Justo esa mañana Tom había

llamado por teléfono al decanoYerud para concertar una cita. Eldecano no se alegró mucho, alparecer quería cerrar ya el capítulode Raful. En cambio, Tom insistió yjustificó su visita con otros asuntosrelacionados con las excavaciones ylos pagos pendientes de manera queel decano Yerud tuvo que aceptar. Alas diez tenía media hora paraatenderle pero después debía retomarsus obligaciones. El Joseph-Carlebach Institut inauguraba una

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nueva estación informática y nopodía faltar al evento oficial. «Conmedia hora será suficiente», pensóTom.

El edificio administrativo seencontraba en el centro del campus,cerca de una arboleda. Tom entró almoderno edificio. Miles deestudiantes asistían aquí a clases, enla segunda Universidad más grandedel país. El culto a la religión judíase encontraba en primera línea. Juntoa la ciencia moderna, esta fe abriríaa todos los estudiantes las puertasdel pasado, presente y futuro del país

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y de la existencia humana. El númerocreciente de estudiantes en estaUniversidad ratificaba esta filosofíaconcebida por la dirección de lamisma.

Tom anunció su llegada en lasecretaría y se sentó en un banco delpasillo. Pasó un rato hasta queapareció el decano Yerud. Llevabapuesto un traje de smoking negro, unacamisa blanca y la correspondientepajarita.

—Disculpe, señor Stein —saludó a su visita—. Tengo muchaprisa. La prensa ya está allí, sugiero

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que sea breve.—A mí también me va mejor así

—replicó Tom.—Sí, es espantoso lo que ha

pasado en las excavaciones. Aún nopuedo creerlo.

—El profesor Hawke y GinaAndreotti no estaban implicados ennegocios oscuros, señor decano. Lapolicía se equivoca. No sé cómoprobarlo pero puedo poner la manoen el fuego por el profesor.

—Lo siento —contestó eldecano Yerud—. No podemos saberlo que hay dentro de las personas. Yo

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también considero que el profesorera una persona íntegra y unexcelente científico pero no mepermitiría dudar sobre el resultadode la investigación de nuestrapolicía.

Tom asintió. Yerud carraspeómientras lo conducía hasta sudespacho frente a la secretaría.

—Siéntese, ¿qué le trae hastaaquí, señor Stein?

—Se han parado lasexcavaciones pero no hemosrecibido el pago de nuestrosservicios realizados —explicó Tom.

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El decano Yerud torció el gesto.—Es imposible, hemos

transferido la suma completa a lacuenta del profesor Raful. Él firmólos contratos con el personal, es todolo que sé.

Tom asintió compresivo.—Desgraciadamente el profesor

se ha marchado.—Sí, sí. Desgraciadamente no

sé dónde se encuentra. No se hapuesto en contacto conmigo.

—¿No le ha comunicado que haviajado hasta Alemania para evaluarlos escritos? —preguntó Tom de

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pasada.—¿A Alemania?—Al sur de Alemania —

confirmó Tom—. Pensé que usted losabía.

El decano contemplabapensativo sus uñas.

—No me comunicó lo quepretendía hacer.

—Debe entender que se tratadel pago de mi trabajo y el de miscompañeros. No es fácil la vida sindinero.

—Por supuesto.—Nuestra reclamación asciende

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a veinte mil dólares —prosiguióTom—. No estamos hablando de unapequeña deuda.

—Lo entiendo pero no sé cómopuedo seguir ayudándole. Ya hemoscerrado el centro de gastos de lasexcavaciones y transferido la sumarestante. Desgraciadamente, elpresupuesto de nuestra Universidades reducido. Debe aclarar estacuestión con el profesor Raful.

—Me encantaría si supiesedónde se encuentra.

El decano miró el reloj encimade la puerta. Finalmente se levantó.

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—Desgraciadamente tengomucha prisa y no tengo ni idea dedónde puede encontrar al profesor.

—Al menos podría decirmedónde podría estar. Debe tenerconocidos allí.

El decano movió a un lado lasilla.

—Siento no poder seguirayudándole. Me acuerdo que hubo unprofesor dedicado a la Antigüedaden la Universidad de Múnich. En lostrabajos previos a las excavacionesChaim Raful se reunió con él enalgún lugar de los Alpes.

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—¿No se acuerda del nombre?—preguntó Tom.

El decano se apresuró a lapuerta. Solo sé que hasta hace unosaños daba clase en la Universidad deMúnich pero no me acuerdo de sunombre.

El decano Yerud abrió lapuerta. Tom se levantó y le siguió. Leextendió la mano.

—Muchas gracias de todosmodos, aunque no me haya podidoayudar.

El decano le sonrióartificialmente.

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—En cuanto Raful se ponga encontacto conmigo, me encargaré deque le pague su sueldo.

—Muchas gracias.Tom se quedó parado un

momento en el pasillo. No sabíacómo valorar esta noticia que habíaobtenido del decano.

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31

Jerusalén, Centro de InformaciónDigital

Cerca del Mount ScopusCampus, al este de Jerusalén, seencontraba el Centro Hebreo deInformación Digital en el que,además de los servicios normales deinternet, se podían encontrarinnumerables escritos, tratados,informes científicos de institucionesy universidades de todo el mundo.Una fuente indispensable para

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estudiantes universitarios, profesoresy colaboradores científicos, como laque Yaara y Moshav habían tenidoque utilizar con frecuencia en elpasado. Una vez que Tom habíallegado a Tel Aviv con el coche,Moshav y Yaara salieron con un taxi.Jean Colombare prefirió una vez másquedarse en el hotel.

El centro de información estabaformado por una única enorme sala,llena de numerosos ordenadoressobre las mesas. Los estudiantespoblaban la sala, sentados junto a laspantallas o discutiendo entre sí. Junto

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a los atuendos habituales de losestudiantes, algunos llevaban eltradicional sombrero y traje negro delos grupos sionistas.

Yaara y Moshav consiguieron elpermiso para trabajar allí comoarqueólogos científicos. Después delcontrol de la entrada, buscaron unlugar tranquilo de la gran sala y sesentaron junto a una gran mesa detrabajo sobre la que había unterminal informático. También teníanla opción de imprimir los archivosnecesarios.

—¿Qué escribo? —preguntó

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Yaara después de encender elordenador y registrarse con sucontraseña.

—¡Chaim Raful, por supuesto!—Lo que estaba pensando —

contestó Yaara antes de introducir elnombre de Raful en el formulario debúsqueda y pulsar la tecla enter.

Una pequeña ventana en lapantalla indicaba que el modo debúsqueda estaba activo. Pasó un ratohasta que apareció una lista con losarchivos disponibles en los que elnombre de Chaim Raful erarelevante.

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—Es demasiado —protestóMoshav.

Habían aparecido más de tresmil entradas.

—Puedo aplicar unos cuantosfiltros —contestó Yaara.

—¿Qué te parece Alemania?Yaara accedió al asistente de la

aplicación y escribió «Deutschland»en uno de los campos libres.

Matching...El número de entradas se redujo

a seiscientas y en la pantallaapareció un listado de apenas veinteartículos con estas palabras clave.

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—Mira, un trabajo sobre lostemplarios —dijo Yaara—. No escasualidad.

Accedió al documento. Setrataba de un trabajo de casi cienpáginas del profesor sobre la vida delos templarios en la Tierra Santa.Escrito hacía apenas diez años.

—Raful lleva bastante tiempodedicado a este tema pero, ¿por quéaparece este documento relacionadocon Alemania?

Moshav se encogió de hombros.Juntos leyeron por encima eldocumento dedicado a los primeros

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templarios y al primer gran maestreHugo de Payens, que fundó la ordencon el nombre de la Orden de losPobres Caballeros de Cristo delTemplo de Salomón en el año 1119.Llegó hasta Jerusalén junto con otrosocho caballeros para servir al Señor.

—Lo voy a imprimir —dijoYaara—. Creo que puede serimportante para nosotros.

Yaara activó el menú deimpresión y siguió leyendo.Pensativa miró al monitor.

—¿Sabes lo que dijo el ancianode ese anticuario de la calle Lunz?

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Moshav negó con la cabeza.—¿No dijo que encontró uno de

los nueve?—Uno de los nueve —murmuró

Moshav pensativo.—Estoy segura. Eso quiere

decir que el caballero queencontramos perteneció al grupo delgran maestre de Payens.

—Según sé, murió en 1128, esdecir, nueve años más tarde.

—Vivieron muy cerca del lugaren el que se levantó el templo deSalomón.

—Pero todo esto sigue sin

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justificar la relación de este estudiocon Alemania.

Yaara siguió leyendo. Justociento cuatro páginas más adelantedieron con la respuesta. Rafulescribió solo el artículo pero se basóen los datos científicos de un talprofesor Yigael Jungblut quetrabajaba en la Facultad de EstudiosCulturales y Arqueología de laUniversidad de Múnich.

—Introduce el nombre deJungblut en la búsqueda —sugirióMoshav.

La búsqueda obtuvo más de

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doscientas entradas pero el primerresultado de la lista ya merecía lapena. Se trataba de un trabajo sobrelos escritos del Qumrán, escrito porel profesor Yigael Jungblut y elprofesor Chaim Raful. Yaara entró enel documento y le echó un vistazo.

—Se conocían —anunció Yaara—. Trabajaron juntos en Qumránantes de que la École se hiciesecargo de los trabajos de arqueología.

Comprobaron los siguientesdocumentos y llegaron a laconclusión de que, durante losúltimos años, Raful y Jungblut

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tuvieron que estar en contacto.Ambos trabajaban intensamente enanalizar críticamente la vida deJesucristo.

—Por eso es posible que Rafulse haya marchado a Alemania, paratraducir junto a Jungblut los rollosdel sarcófago del templario. Sucolega también está especializado enlenguas antiguas.

Yaara asintió.—Estoy intrigada. ¿Qué

información nueva habrá traído Tom?Cuando abandonaron la gran

sala, llevaban consigo casi mil

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páginas de ensayos, informes yartículos.

Macizo Watzmann enBerchtesgaden, Alemania, a unosochocientos metros

El pequeño grupo desenderismo de Vogtland, Turingia,había partido por la mañanatemprano para alcanzar a buena horael refugio conocido comoWatzmannhaus. La montaña seguíainmersa en la temprana neblina de unsombrío día que acababa decomenzar. El grupo de cinco amigos,dos médicas y tres médicos de Gera,

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se propusieron alcanzar en ochohoras los casi mil trescientos metrosde altura. Tenían cierta experiencia einiciaron la ruta poco después de lassiete en el puente de Wimmbach.Planearon la primera pausa grande enMitterkaser Alm. Si pasaban porStuben Alm la subida sería regular.Una vez que habían dejado atrás lagarganta de Wimbachklamm, empezóla escalada por la montaña a travésde un frío bosque dirección este.Peter Seigfert dirigía el grupo. Yahabía caminado por esta ruta encuatro ocasiones y le gustaba pasar

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su tiempo libre en las montañas.También hacía recorridos más largosy había obtenido el título de guía desenderismo por la ThüringerAlpenverein. En esta ocasión, seríamás bien una agradable excursióncon sus compañeros.

—¡Vamos, no dejemos que elcansancio nos alcance! —animaba asus compañeros de ruta.

Hanna Schutterwald se frotó lafrente con el reverso de la mano.Para ella esta era su primera granruta en las montañas.

—¡Por favor, un poco más

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despacio! —se quejó—. No es unacompetición.

—Después de Mittelkaser Almla pendiente será más pronunciadapero para eso nos quedan aún doskilómetros.

Hanna resoplaba como unalocomotora de vapor. Fumababastante y se había imaginado que laruta sería un poco más agradable. Sindecir nada seguía al cabeza delgrupo.

Faltaba poco para las diez,Stuben Alm todavía quedaba un pocolejos, cuando Hanna se sentó sobre

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una piedra en un claro del bosquepara beber de su cantimplora.

—¡Sigamos! Si nos paramos nollegaremos nunca —demandó Peter asu compañera de senderismo.

—No estamos trabajando en elhospital —contestó Hanna—,necesito un descanso. Tengo sed yademás me gustaría ir al baño.

Monika, la otra mujer del grupo,se sentó junto a ella.

—A mí también me parece queexageras un poco. De aquí a la nochetenemos tiempo. ¿Para qué queremosestar en Watzmannhaus a las tres de

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la tarde? De todas formas pasaremosla noche allí.

Peter no estaba de acuerdo.—Os perderéis la mejor hora

del día. Arriba se tienen unas vistasespectaculares. Si llegamos arribademasiado tarde quizás no quedeninguna plaza libre en el albergue ytengamos que pasar la noche en elalmiar.

—Diez minutos —jadeó Hanna.Peter lanzó una demandante

mirada a su compañera de ruta.Finalmente asintió.

—Bueno, está bien. Diez

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minutos de pausa.Después de darle un fuerte trago

a la cantimplora, Hanna soltó lamochila y miró a su alrededor. Eltubular claro del bosque se extendíavarios cientos de metros hasta lapoblada colina, con apenas diezmetros de anchura. A cierta distanciase encontraba una pequeña leñera.

—Tengo que hacer pipí —anunció Hanna y eructó.

—Pues vete al bosque —contestó Peter.

Hanna negó con la cabeza.—No tengo ganas de que un

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mosquito me pique en el culo.—Pues entonces ve detrás del

refugio —propuso Peter—. Ahí no teverá nadie.

—¿Qué tipo de cabaña es esa?—Supongo que dentro habrá

paja.Se levantó y se dirigió por el

claro hasta la pequeña cabaña.—Si sigue así de quejica

necesitaremos todo el día hastallegar arriba —protestó Petermientras observaba como Hannadesaparecía detrás del pajar.

Ni siquiera había pasado un

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minuto cuando Hanna salió corriendode la leñera como si le hubiesepicado una tarántula. Gritaba comouna loca.

—Ahora sí que le ha picado unmosquito en su gran culo —se rioPeter.

Apresuradamente Hanna seacercó al grupo. Su rostro habíatomado el color de la ceniza. Jadeó.

—Ahí... ahí dentro... hay unhombre colgado... —tartamudeó sinrespiración.

—Estás loca —contestó Peter.—Ve y míralo tú mismo si no te

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lo crees —le gritó desconcertadaantes de dejarse caer temblando ensu piedra—. Un hombre está colgadoahí dentro. Bocabajo. Su cuerpo estádescuartizado y le han arrancado lapiel de la cara. Nunca podía habermeimaginado algo así. Hay moscas portodos lados, sangre seca y vísceras.

Monika la abrazó mientras Petery sus compañeros se dirigieron a lacabaña. Volvieron enseguida con losrostros petrificados.

—Tenemos que llamar a lapolicía. ¿Alguien tiene el móviloperativo?

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Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, en laMaillingerstrasse

Bukowski se estaba preparandoun café mientras Lisa estaba sentadaen el ordenador escribiendo uninforme.

—¿Te apetece también uno?Lisa asintió sin levantar la

mirada de la pantalla.—Siempre he odiado eso —

comentó Bukowski—. Los policíasmejor cualificados y pagados pasanla mayor parte de su tiemporealizando actividades de poca

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exigencia. Y todo porque el Estadono para de recortar puestos.

—Los informes tienen queexistir —contestó Lisa sinmolestarse.

Bukowski llenó una taza conhumeante café.

—Claro que tiene que haberinformes pero bastaría con que lospudiésemos dictar en una grabación.

—Hasta hace dos años habíapersonal de secretariado. Pero ahoratenemos que hacerlo todo nosotrosmismos. No podemos hacer nada,estamos pasando por un momento de

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recorte de gastos.—Si al menos ahorráramos con

ello pero, lamentablemente, esteEstado se ahorra un marco con unpuesto y paga diez para que lo hagaotra persona de mayor rango.

—Deberías ser político y, porcierto, ya no existe el marco.

Bukowski puso la taza en lamesa de Lisa.

—Que Dios me libre —pronunció rechazando la sugerencia—. Hice un juramento profesional,no me puedo implicar con rastreros ycortadores de cabezas, no puedo ser

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político.—Ya veo que tienes una buena

opinión de los representantes delpueblo.

Bukowski se sentó en su sillamientras disfrutaba del café.

—¿Sabes qué tienen en comúnun representante de seguros y unrepresentante del pueblo?

Lisa miró nerviosa un instante aBukowski antes de seguir dedicada asu trabajo. No dijo nada.

—Presta atención, es muysencillo. El representante de segurosvende seguros y el representante del

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pueblo vende a su pueblo.Bukowski se rio en voz alta de

su propio chiste.—Escucha, no me lo pones nada

fácil si no paras de molestarme contus gracias —se quejó Lisa—. ¿Porqué no te vas al bar y te quedas allíhasta que yo me haya ido?

El teléfono sonó. Antes de queBukowski se pudiera levantar, Lisaya había descolgado.

De la expresión de su cara pudodeducir que no eran buenas noticias.Tras un breve intercambio depalabras, colgó.

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—¿Qué ha pasado?Lisa respondió.—Eran nuestros colegas de

Berchtesgaden. Han encontrado uncadáver mutilado. Cerca de Ramsaupor encima de la Wimbachlklamm.

—¿Y qué tenemos que vernosotros con esto?

—Cerca hay un restaurante. Enel aparcamiento han encontradonuestro Mercedes francés. Además,han crucificado el cadáver bocaabajo en un pajar, fue torturado.

Bukowski dejó su taza de cafétan bruscamente en la mesa que se

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manchó.—¿Nuestro Mercedes?Lisa asintió.—¿Se sabe quién es el muerto?Lisa negó con la cabeza.—Un hombre de unos setenta

años, totalmente desconocido.Bukowski se levantó de un

salto.—Venga vamos, ¿a qué

esperas?

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32

Jerusalén, hotel Reich en BeitHaKerem

-Se ha dedicado a este tema másde veinte años —explicó Yaara yalzó un listado interminable con lostrabajos del profesor Chaim Raful.

—Seguro que sabía quedaríamos con el templario durantenuestras excavaciones —caviló Tomen voz alta.

Yaara se levantó y anduvo porla habitación de un lado a otro.

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—Vinieron después de laprimera cruzada, después de que loscristianos hubiesen conquistadoJerusalén. Eran nueve en total. Nuevebuscadores de la suerte, procedentesde nobles empobrecidos o de latercera o cuarta generación defamilias nobles que ya no tenían másque obtener en casa. Su líder fueHugo de Payens, un conde deChampangne y se autodenominabanlos Pobres Caballeros del TemploSalomónico. El rey Balduino, eldirigente de esta tierra en aquellaépoca, les indicó donde podían

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alojarse cerca del monte del Templo,allí vivieron nueve años.

—¡Nueve caballeros! ¿Noparece poco como para defender elpaís contra los enemigos? —intervino Tom.

—No luchaban —contestóYaara—. Llegaron a un acuerdo conlos grupos árabes y judíos, apenassalían de Jerusalén.

—No lo entiendo —replicóMoshav sorprendido—. ¿Y quéhacían esos tipos todo el santo día?

—Excavaron —contestó Yaarasecamente—. Excavaron los pasillos

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retorcidos del monte del Templo,como mineros que extraen carbón.Nueve años. Después algunos deellos regresaron a Roma.Sorprendentemente, tras su visita alpapa, les concedieron derechosextraordinarios y se convirtieron enuna orden poderosa y muy rica. Elmismo papa era al único señor al quetenían que rendir cuentas. Eranincluso más poderosos que los reyesde algunos países. A partir de esemomento dejaron entrar a máscaballeros e interesados a su ordenhasta llegar a ser una temida tropa de

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luchadores.Tom asintió pensativo.—Tuvieron que encontrar algo

debajo del monte del Templo que lesaportara mucho poder e influenciadentro de la jerarquía eclesiástica.¿Pero qué pudo haber sido?

—Hay todo tipo deespeculaciones —prosiguió Yaara—. Algunos piensan que ellegendario tesoro de Salomón, otroscreen que los restos mortales deJesús, otros que el arca de Moisés olos rollos con la representación de lavida de Jesucristo.

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Moshav se tocó la frente.—Nuestro templario poseía un

rollo en su sarcófago y era uno de losnueve. Ahora se encuentra en lasmanos de Chaim Raful.

—Sorprendentemente no se citaningún Renaud de Saint-Armandentre los primeros nueve caballeros.He encontrado una lista de nombres,Hugo de Payens era el comandantedel pequeño grupo, los otroscaballeros son: Godofredo vonSaint-Omer, André de Montbard,Gundomar, Gundfried, Roland, Payende Montdidier, Godofredo Bistol y

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Archibald de Saint-Armand. No semenciona en ningún sitio a un talRenaud.

—Quizás sea una confusión o unerror ortográfico. —Tom intentó daruna explicación—. En todo caso esmuy interesante. Ha llegadorealmente el momento de hablar conel profesor Chaim Raful.

Moshav miró a la calle por laventana del hotel.

—¿Puede ser que ahí tengamosal tipo que nos persigue?

Tom se dirigió a la ventana.—¡Sí, es él! Es el tipo que nos

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siguió desde la ciudad.—Averigüemos qué quiere de

nosotros —contestó Moshav conganas de acción.

Región de Berchtesgaden, porencima de la gargantaWimbachklamm

Bukowski se encontraba en elidílico prado verde a la falda delmacizo Watzmann, por encima de lagarganta Wimbachklamm, subió lacabeza para respirar el aire frescomientras fumaba.

—¿Qué tipo de bestia es capazde cometer esta atrocidad? —

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pronunció Lisa mientras sujetabafuertemente un pañuelo en la mano.

Su estómago se había revuelto.A pesar de toda su experiencia comopolicía, nunca había visto estacarnicería. El cuerpo había sidodescuartizado. Le amputaron lasmanos al cadáver y le robaron lacara.

—Ha sido el mismo diablo —contestó Bukowski y exhaló el humopor la nariz.

Alrededor del pajar, en elpequeño claro, ondeaban con elviento cintas de precinto rojiblancas.

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Alrededor de la cabaña se habíaparado un helicóptero puesto que nohabía ninguna carretera quepermitiera hacer llegar hasta allí elmaterial de la Policía Científica parala obtención de pruebas. Este clarose encontraba a unos ochocientosmetros de altura.

Lisa miró alrededor, solo habíabosque, prado y un par de senderosaislados.

—¿Cómo lo habrán traído hastaaquí?

—El forense salió de la cabañay caminó cuidadosamente a lo largo

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de un sendero señalizado.—Nunca había visto algo así —

suspiró mientras se ponía la chaqueta—. Nunca había presenciado tantabrutalidad.

—¿Puede decirnos ya algo? —preguntó Lisa.

El forense se colocó bien lachaqueta.

—Puedo decir que se trata de uncadáver masculino, de unos setentaaños, con un poco de barriga. Llevamuerto de cuatro a cinco días.

—¿Causa de la muerte? —preguntó Bukowski.

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—Está bromeando, Bukowski.¿De qué le parece que puede habermuerto?

—Sí, ya sé que fue torturadobrutalmente pero, ¿podría decirmecómo murió?

—Por la cantidad de heridas esmuy probable que se desangrara.

—¿Cuándo tendrá informaciónmás precisa?

El forense torció el gesto. No vaa ser fácil identificar al muerto. Nosolo le han robado las manos y lacara, también le han golpeado losdientes.

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—Querían asegurarse bien —contestó Lisa.

El forense asintió y miróalrededor. Había llegado hasta allícon el helicóptero de la policía. Elpiloto estaba sentado en la hierba yobservaba con aparente indiferenciael escenario.

—¿Cómo puedo salir de aquí?—preguntó finalmente.

Bukowski señaló un senderocercano.

—Veinte minutos, si se da prisa.Ese comentario le proporcionó

una malhumorada mirada de Lisa. En

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cambio, el forense no se dejóimpresionar.

—Este pequeño paseo mevendrá bien después de todo lo quehe visto. ¡Qué tengáis un buen día ypasadlo bien con el cadáver!

Lisa esperó hasta que el forenseno pudiera escucharla.

—Algunas veces eres realmenteantipático —le reprochó a Bukowski—. ¿Y a qué viene esa absurdapregunta sobre el motivo de lamuerte? Nadie sobreviviría a tantabrutalidad.

—¿No quieres saber si los

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asesinos han conseguido lo queestaban buscando o si simplementese les fue de las manos? —replicóBukowski y dejó allí sola a Lisa.

Se tuvo que morder la lengua. Aveces Bukowski tenía una visión másamplia que ella, tenía quereconocerlo. Miró afectada al suelo.Un fuerte grito la conmovió.

—¡Hemos encontrado una llave!—exclamó el funcionario de laPolicía Científica, quien habíainspeccionado el suelo con eldetector de metales.

Lisa corrió hacia él, mientras

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Bukowski se había alejado a unacierta distancia para satisfacer susnecesidades apoyado a un árbol. Sucolega ya había envuelto la llave enuna bolsa. Era la llave de seguridadde la puerta de una casa. Iba colgadaen un llavero en forma de moneda deplata. Sobre esta se había inscrito ungran ojo.

De repente, una mano tomó lapequeña bolsa desde atrás. Lisa seasustó.

—Es un jeroglífico egipcio —explicó Bukowski—. Mejor dicho setrata del ojo de Horus.

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Lisa se encogió de hombros.—¿Crees que la llave

pertenecía al fallecido?—O a uno de los asesinos, o

quizás a un inocente turista quepasaba por aquí para orinar.

—Colgado boca abajo,crucificado y mutilado hastadesfigurarlo —murmuró Lisa—.Quizás la llave sea la únicaposibilidad de identificar el cadáver.

—Entonces, encárgate de ello—contestó Bukowski—. Y cuandoestés abajo pregunta si ya haaparecido el Mercedes.

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—¿Y tú?Bukowski señaló al helicóptero.—Alguien tiene que encargarse

de que saquen de aquí el cadáver.Roma, Santo OficioPater Leonardo había regresado

de su misión a Roma, estaba sentadoen su despacho del Santo Oficio yestudiaba los expedientes que sehabían acumulado encima de suescritorio durante su ausencia.

Al abrirse repentinamente lapuerta de un golpe se sobresaltó.

—¡Aquí se ha escondido! —bramó el cardenal prefecto—. Llevo

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toda la mañana buscándole. ¿No harecibido mi mensaje?

Pater Leonardo se levantó ehizo un ademán de inclinación.

—Su eminencia, acabo dellegar. Aún no he visto losmensajes...

—¿No es justo que lo primerode todo sea dar una respuesta? —leinterrumpió el cardenal prefecto—.Pero no, yo he tenido que venir abuscarlo y le he encontrado sentadoen su mesa y soñando despierto pesea todo lo que queda por hacer.

La expresión de la cara de Pater

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Leonardo hablaba por sí sola.—¿No le encargué que

resolviera dos cuestiones para laSanta Sede?

—Ya se han reanudado lasexcavaciones —explicó el padre.

—Ese fue un encargo pero, ¿nole encomendé que encontrara a esemaldito?

Pater Leonardo suspiró.—Se ha marchado de la Tierra

Santa, ha partido hacia Europa peronadie sabe dónde está.

—Pues averígüelo. Estánllegando tiempos oscuros para

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nuestra madre Iglesia. El cardenalBorghese está muy intranquilo, todala Hermandad de Cristo está enjuego. No es consciente de larelevancia de la situación. Sujuventud es demasiadodespreocupada como para entenderlo que está pasando en estosmomentos. Encuentre a Raful y traigael legado de ese templario antes deque ese herético haga algúnestropicio.

Pater Leonardo tomó aireprofundamente.

—Yo soy un hombre de la

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Iglesia, su eminencia, lo que ustednecesita es un detective.

—Pues conviértase en undetective y resuelva este asunto —contestó el cardenal prefecto y leentregó un sobre al padre.

—Tiene libertad plena paraactuar y todas las instituciones leapoyarán. Vaya tras sus huellas, esurgente. ¿Dónde lo vieron por últimavez?

Pater Leonardo titubeó, pero lademandante mirada del prefecto seclavaba sobre él. Pater Leonardosuspiró.

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—Se me ha informado de quevoló a Alemania.

El cardenal prefecto asintió.—Encuéntrelo —ordenó

enérgicamente.

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Garganta Wimbachklamm, a lafalda del Watzmann

-Hemos bloqueado todas lasentradas —informó el comisario jefede la Policía Judicial—. Los agenteshan empezado a inspeccionar losrestaurantes. La Policía Científica vaa llevar el coche a la inspección dela Policía de Traunstein.

Bukowski tiró la colilla delcigarro a la hierba, a unos metros dedistancia. El helicóptero había

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transportado el cadáver. La reservade tabaco de Bukowski se estabaacabando.

Además de huellas de tressuelas de zapato distintas, lacientífica no había podido obtenermás pruebas.

—Quiero que se inspeccionenlas pensiones y hoteles de la zonahasta el último rincón.

—¿Cree que esos tipos aúnestán por aquí cerca? —contestó elcomisario jefe de la Policía Judicial.

—De lo contrario, el coche noestaría aquí. Lo dicho, debemos

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contar con dos o más asesinos, unode ellos tiene cicatrices dequemaduras en la cara y se parece almismísimo diablo. Y sus hombresdeben tener cuidado, dispararán paradespejar el camino si es necesario.

Moosacher, el comisario jefeasintió.

—La búsqueda ya está enmarcha pero esos tipos pueden estaren cualquier lugar.

—Podría ser pero... ¿por quéiba a estar su coche aquí? Creo quetodavía andan por aquí. Aún no hanencontrado lo que estaban buscando.

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Moosacher frunció el ceñogruñendo.

—Espero que sepa de lo queestá hablando. De lo contrario vamosa volver loca a la gente sinnecesidad, el fallecido murió hacealgunos días.

Bukowski observaba como losespecialistas de la científicaempaquetaban sus utensilios en lagran caja metálica. De nuevo,introdujo la mano en el bolsillo de sucamisa, sacó un cigarrillo y loencendió. Lentamente se dirigió hastael funcionario.

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—Supongo que nos recogeránde aquí —le dijo a uno de suscolegas que guardaba su carpeta depapeles.

—El material sí —contestó elfuncionario—. Pero no hay bastantesitio, nos tenemos que bajar andando.

Bukowski miró el camino dedescenso que desaparecía en mediodel bosque. Suspiró y le dio unacalada al cigarro.

Jerusalén, hotel Reich en BeitHaKerem

Apresuradamente salieron delhotel, se dividieron en dos grupos;

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Tom y Yaara hacia la derechamientras que Moshav y Jeansiguieron el camino hacia laizquierda. El hombre seguía al otrolado de la calle y se hacía eldespistado. Cuando reconoció a loscuatro, se giró frenéticamente y seprecipitó calle abajo. El pequeñohombre grueso de enfrente no teníanada que hacer frente a la velocidadde Tom. Intentaba abrir la puerta deun viejo Citroën pero Tom fue muchomás rápido y lo empuñó por lachaqueta de verano.

—¿Qué es esto? —protestó el

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doblegado.—Eso mismo me gustaría saber

a mí. ¿Por qué nos persigue?—Yo... yo... yo no estoy

persiguiendo a nadie... estoy aquí decasualidad, ¿qué es esto?

Yaara había ido a por los otrosdos. Clavaba sus ojos en el hombreque habían reducido, casi calvo ycon un holgado traje gris. Tomregistró los bolsillos de su chaquetay extrajo una pequeña pistola deplata.

—¿Qué tenemos aquí? —le dijoal hombre y le puso el arma bajo la

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nariz.—¿Por qué nos persigues? —

Yaara exigió una respuesta.—No estoy persiguiendo a

nadie...Tom le interrumpió con un

gesto.—Intenta no reírte mucho de mí,

si no pasará algo.Para aclararle su intención

levantó el arma apuntando a la frentedel tipo.

—Si no hablasinmediatamente...

—Está bien —pronunció el

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grueso señor.Por su frente corrían gotas de

sudor.—¿Quién es usted? —preguntó

Yaara.Entre tanto ya habían llegado

Moshav y Jean.—Suéltame, voy a hablar —

suplicó el hombre.Tom aflojó el puño.—Soy Solomon Pollak —

explicó—. Yo... todo el mundo sabelo que habéis sacado de la tierrajunto a la ciudad.

Tom llevó a Pollak consigo a

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una calle lateral.—¿Qué quieres decir? ¿Qué se

supone que hemos sacado de latierra?

—No es ningún secreto, toda laciudad habla de ello. Habéisencontrado al último templario, elcaballero que guardaba el legado.

Tom miró demandante a Yaara.—¿Qué legado?Pollak sonrió.—El último gran secreto de

nuestra civilización. Muchosexcavaron la tierra en vano, noencontraron nada pero vosotros

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habéis tenido el honor de desenterrarel legado de los templarios.

—Lo encontramos y loperdimos —replicó Yaara.

Pollak miró confundido.—¿Qué significa eso?Tom soltó al grueso y sudoroso

hombre.—Estás persiguiendo a las

personas equivocadas, tus esfuerzoshan sido en vano. No tenemos esetesoro y tampoco sabemos dónde seencuentra.

Pollak torció el gesto.—Os ofrezco diez millones de

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dólares por los escritos.Tom miró a Pollak de arriba

abajo.—Diez millones. ¿De dónde los

vas a sacar? —contestó.—No lo vais a creer pero tengo

clientes ricos que pagarían cualquiersuma.

—¿Quiénes sois? ¿Qué queréisde nosotros?

Pollak se estiró un poco elarrugado traje.

—Digamos que soy un mecenasdel arte.

Tom le mostró la pistola.

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—¿Un mecenas que va armado?—En esta ciudad el mal se

esconde detrás de cada rincón. Casitodos aquí van armados, no es tanraro.

—Nosotros excavamos unaguarnición romana —explicóMoshav—. El hallazgo del caballerofue pura casualidad. No sabíamosque su cripta se hallaría en losyacimientos. El profesor se hallevado consigo todo lo queencontramos en el sepulcro. Despuésdesapareció sin dejar rastro. Entretanto han muerto tres personas de

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nuestro equipo. ¿Está usted detrás deesto, mercenario?

Pollak levantó las manos paradefenderse.

—¿Acaso tengo pinta deasesino? Soy un comerciante. Esperopoder hacer negocio con ustedes.Mantengo mi palabra. Diez millonespara cada uno.

Pollak introdujo la mano en elbolsillo de su chaqueta. Tom apuntócon la pistola.

—¡Alto! —exclamó y sacó unatarjeta—. No lo olvidéis, diezmillones de dólares para cada uno.

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Mantengo mi palabra.Extendió la mano solicitando la

pistola. Tom dudó.—Mejor me la quedo yo —

contestó—. Usted podrá conseguiruna nueva. A un comerciante no leresultará difícil.

Pollak asintió y se largó. Tomlo observó durante un rato.

—Es un tipo escurridizo,tenemos que tener cuidado con él.

Jean Colombare asintió.—Por cantidades menores han

matado.Tom se metió la pistola en el

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pantalón.—Tenemos que encontrar a

Raful, es más que evidente. De locontrario, nunca nos dejarán en paz.

Schönau am Königssee, regiónde Berchtesgaden

El atardecer irrumpía sobre elidílico y retirado lugar junto alKönigssee. Un ardiente sol rojizo seescondía lentamente por detrás de lasmontañas occidentales. El bullicio delos turistas seguía llenando elpueblo, bajaban por la carretera dellago y en las tiendas contemplabanl o s souvenirs, las típicas faldas

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acampanadas Dirndl y los sombrerosGamsbart. El último bote llegaría apuerto en menos de una hora. En elaparcamiento frente al desfiladeroquedaban aparcados numerososcoches.

El vehículo civil de la policía,un Audi color beige, se desplazaba areducida velocidad alrededor de lasfilas de los vehículos aparcados.Unos atentos ojos radiografiaban alos visitantes que pasaban por elaparcamiento.

El Audi se paró. Dos hombrescon traje negro, uno alto y otro bajo y

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recio estaban de pie junto a unMercedes verde oscuro. Llevabangafas de sol y desde lejos parecíanunos inofensivos transeúntes. Perohubo algo que le llamó la atención alpolicía que le hizo girar el coche. Ledio con el brazo a su colega.

—A esos dos tenemos quevigilarlos mejor —dijo.

Abrió la puerta del conductor ypara cuando su colega se hubosoltado el cinturón, el agente yaestaba en la calle y se dirigía haciaesos dos hombres.

—¡Buenas tardes! —saludó.

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De repente, el más alto sesobresaltó y un fuerte estruendoacabó con el idílico entorno. Elcomisario jefe de la policía sedesplomó, un doloroso grito salió desu garganta antes de alcanzar elsuelo. Las mujeres y los niñosgritaron y se agacharon en el suelo.La puerta del Mercedes se abriórepentinamente y el más pequeño sedeslizó en el asiento.

El agente apuntó con su pistolapero antes de que pudiera reaccionarvolvió a escucharse un fuertedisparo. Su colega permanecía

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aterrada junto al coche.—¡Holger, por amor de Dios!

—gritó.El comisario jefe se levantó y

con dificultad llegó hasta la parteposterior del coche para protegerse,justo después el más alto volvió adisparar. La bala retumbó con unzumbido y golpeó el lateral del cochede servicio. Su compañera policía seagachó y apuntó con su arma.

—¡Policía, tire el arma! —legritó al hombre que ni se inmutó.

Se escuchó fuertemente el motordel Mercedes. Con las ruedas

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rechinando, el vehículo salió marchaatrás del aparcamiento. La mujerpolicía disparó pero falló y el tipomás alto se dirigió hacia la puertadel copiloto que se abrió. Disparó denuevo en dirección al policía. Elcomisario jefe apuntó brevemente ydisparó. Por un momento, el másgrande se tambaleó pero se dejó caerdentro del coche que salió disparadoen dirección a la carretera del lago.

—¡Mierda! —gritó el comisariojefe—. ¡Pide refuerzos!

Su compañera desapareció en elcoche y llamó por la radio. Después

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de comunicar el mensaje, se apresuróhacia el herido.

—¿Dónde te ha dado? —preguntó preocupada y lo observópor el cuerpo para mirar la herida.Su camisa mostraba un pequeñoagujero a la altura del esternón. Sumano izquierda sangraba.

Se abrió la camisa y mostró suchaleco antibalas.

—¿Qué le pasa a tu mano? —preguntó su colega.

—Es solo un arañazo. Creo quehe alcanzado al más alto.

Diez minutos después del

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incidente, todas las patrullas estabaninformadas. Cuando Bukowski seenteró de lo ocurrido en Schönau,golpeó suavemente a Lisa en elhombro.

—Lo sabía, todavía están aquí.Aún no han encontrado lo queestaban buscando.

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34

Jerusalén, hotel Reich en BeitHaKerem

-Nos separaremos —dijo Tomcon una seria expresión—. Tenemosque intentar saber lo máximo posiblesobre los templarios y seguir lashuellas de Chaim Raful. Por eso,Yaara y Moshav se irán a París ynosotros dos a Stuttgart. Hay quedesvelar el secreto.

Jean Colombare sonrió.—Sigo pensando que, como

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siempre, se trata de uno de lostípicos buitres que acechan alrededorde las excavaciones y que soloespera que haya algo para él. Pollakes uno de esos tipos pero, Tom,tienes razón. Tenemos que hacer todolo posible por encontrar a ChaimRaful.

—¿Y qué quieres que hagamoscuando lo hayamos encontrado? —preguntó Yaara.

Tom asintió.—Publicaremos todo lo que se

encontró en la tumba del templario.Cuando la opinión pública esté

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informada ya no tendrá sentido quevayan a por nosotros.

Moshav mostró su acuerdo conun ligero murmuro.

—Pero Chaim Raful no va acolaborar tan fácilmente —objetóYaara.

—Yo me encargaré de que asísea. Tendremos que obligarle dealguna forma. No tengo ganas deseguir siendo diana de las sombrasque nos acechan por todos lados.Estoy seguro de que Pollak es solouno de ellos, incluso uno de los másinofensivos. Acuérdate de Jonathan.

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Jean carraspeó.—Yo también asistí a algunas

clases en la Soborna y conozco alprofesor Molière del que hablabaMoshav. Además, conozco bien Parísy tengo amigos que nos puedenayudar. Será mejor que yo busque aMolière, es cierto que puede ocurrircualquier cosa.

—Te acompañaré —dijo Yaaray levantó la carpeta llena demanuscritos con la información sobrelos templarios que había estadocompilando—. Ya soy una experta.

Jean se levantó.

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—¡Entonces, vamos a París! —le dijo a Yaara.

Tom miró la hora en su reloj.—¡No tenemos tiempo que

perder! Reservemos los billetes deavión hoy mismo.

Tom se alegraba de dejar atrásJerusalén, aunque tenía claro quedebía seguir contando con que lespodían perseguir también enAlemania. Quizás, por eso, habíaconservado la pistola de Pollak pero,¿cómo iba a poder pasarla mañanapor el aeropuerto? Había férreoscontroles y seguro que los detectores

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de metales la descubrirían. A no serque la pudiese ocultar. En medio dela noche sacó la caja de herramientasque había guardado debajo de lacama. Era arqueólogo y habíaparticipado en unas excavaciones delpaís.

Mitterbach am Königssee,región de Berchtesgaden

Toda la región alrededor delKönigssee estaba llena de policías.En cada cruce, en los pueblos ycampos había patrullas de policíasarmados con chalecos antibalas. Doshelicópteros volaban sobre una zona

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de bosque cerca del pequeño pueblollamado Mitterbach. Apenas hacíamedia hora, una patrulla habíaencontrado cerca del cementerio elcoche abandonado con el que losasesinos se habían dado a la fuga.

Los retenes de la policía deguardia, equipos con perros ycomandos de operaciones especialesinspeccionaban la zona del bosque alsur del cementerio. Al parecer losperros habían descubierto unashuellas.

—Por suerte nuestro compañerono ha sido herido de gravedad —

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informó el comisario uniformado—.El chaleco antibalas le ha salvado lavida.

En el interior del coche habíandescubierto sangre en el asiento delcopiloto. Todo indicaba que habíaresultado herido en el tiroteo quemantuvo con la policía. Bukowskiestaba en la carretera deOberschönau y allí tiró su cigarrillo.Introdujo la mano en el bolsillo ysacó el paquete de tabaco.Maldiciendo retorció la cajetillavacía y la tiró a la hierba. Ya no lequedaban más cigarrillos. Lisa, que

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estaba parada junto a él, negó con lacabeza.

—Estás completamenteenganchado —observóinmediatamente—. Deja ya de unavez de fumar.

Bukowski respiróprofundamente. El comisariouniformado llevaba colgada la radiodelante de su pecho. Unos ruidos coninterferencias salían del auricular.Bukowski afinó el oído.

—¿Qué han dicho? —preguntóal uniformado.

—Están escondidos por la parte

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suroccidental.Bukowski miró al cercano

bosque y asintió.—Estos tipos son

extremadamente peligrosos. Tenemosque ser precavidos y tener en cuentaque dispararán para despejarse elcamino. Uno de ellos es un buscadoasesino de la mafia. Al otro aún no lohemos identificado pero no creo quesea más inofensivo.

—Están en marcha loshelicópteros, perros y el grupo deoperaciones especiales, más nopodemos hacer —contestó el

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uniformado comisario.—Yo preferiría expertos en

explosivos que tendieran unaalfombra de bombas por el bosque—dijo Bukowski con sarcasmo.

—En los márgenes del bosquese encuentra la policía de guardiabloqueando los accesos. Conseguridad no podemos afirmar queestos tipos sigan en el bosque. Elmotor del coche estaba frío pero losperros han reaccionado y han seguidolas huellas.

Bukowski cruzó y se dirigió alcoche donde los especialistas

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forrados con un traje de papel blancose encargaban de la obtención depruebas. Se reconocía con facilidadla huella de sangre en el asiento grisdel copiloto. Uno de los compañerosde la Policía Científica estabafumándose un cigarro junto alautobús VW. Se había quitado eltraje y estaba elaborando un croquisde la situación con las huellas delvehículo.

—¿Tiene un cigarro para mí? —preguntó Bukowski.

El funcionario dejó el lápiz,introdujo la mano en el bolsillo y

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sacó un paquete de cigarrillos.Bukowski lo cogió con ansiedad.

—¿Ha encontrado algo? —preguntó mientras soltaba el humo.

—Se puede decir que sí —contestó el funcionario—. Huellasdactilares, tejidos, pelo, sangre, detodo un poco. Hemos ordenado unacomparación de huellas con elpropietario del vehículo. Perotardaremos bastante hasta quepodamos clasificar las huellas yextraer conclusiones. Y si nocontamos con esta información,previamente informatizada y

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registrada, entonces no sabremosmucho más.

—Estoy seguro de queencontrarán al portador de lashuellas en el sistema de persecución.Son delincuentes muy buscados.¿Hay mucha sangre en el coche?¿Piensa que ha sido gravementeherido?

El funcionario se encogió dehombros.

—Depende de lo grande que seael tipo. Hay relativamente pocasangre y según la ubicaciónpodríamos decir que se trata de una

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herida en el hombro, teniendo encuenta que el tipo sea de un tamañomedio.

Bukowski asintió.Lisa se aproximó despacio.

Miró dentro con escepticismo.—Ya han inspeccionado la

parte suroccidental del bosque. Alparecer los perros han perdido elrastro.

—¡Mierda! —exclamóBukowski.

—Ya pueden estar en cualquierlugar.

Bukowski miró su reloj. Hacía

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apenas dos horas que se habíaproducido el tiroteo con sus colegas.

—Aún están aquí en algún lugary uno de ellos está herido. Eso loshace más peligrosos.

—Pero no pueden ocultarse enuna pensión o en un restaurante tansencillamente. Cualquierasospecharía de un huésped quesangra. La radio no para de informarsobre nuestra búsqueda desde elaltercado con los asesinos. Creo queaquí ya no queda nadie que no sepalo que está pasando.

Bukowski torció el gesto.

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—Justo eso es lo que mepreocupa.

Roma, Città del Vaticano cercade la piazza San Pietro

—Parece que cada vez se meescapa más de las manos —murmuróel cardenal Borghese.

Estaba enfadado con este jovenpadre que acababa de volver deJerusalén y no había conseguidonada. Se habían asegurado que, apartir de ahora, la École, tan cercanaa la Iglesia, seguiría con lasexcavaciones junto a la carretera deJericó como debía haber sido desde

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el principio. Pero esto no era mucho.Desde hace días no había recibidoninguna noticia. Tanto Benoit comoRoma callaban. El cardenal prefectoestaba de ruta fuera del país y enalgún lugar del mundo se encontrabaeste herético trabajando en elderrumbamiento de los pilares de laIglesia romana-católica. El poder delos templarios era inquebrantable.No habían servido de nada todas lasmuertes y sacrificios que seprodujeron hacía más de setecientosaños. El legado de esta peligrosaorden seguía amenazando la Santa

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Sede como la espada de Damocles.Y nadie, ni siquiera el papa, lo sabía.Solo la hermandad podía imaginarselas consecuencias que podrían tenerlos hallazgos de Jerusalén. La épocade los templarios no estabacompletamente acabada. Muchoshuyeron. En todos los lugares sepodían observar sus huellas, inclusoen los billetes de esta nación que enparte emergían del legado de estaorden de caballeros.

En aquella época engañaron atodos. Al abrigo de una hermandadcreyente que temía a Dios tejieron

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una infamia, movidos por eldesprecio a la palabra de Dios.Exigían poder, influencia y riqueza.Erigieron su torreón a base deamenazas y mentiras que al parecerseguían extendiéndose a lo largo deltiempo.

El cardenal Borghese suspiró.Miró por la ventana, los rayos delsol se reflejaban en los cristales delas casas vecinas.

—¡Dios mío! ¿Por qué permitesque nos ataquen por la base? ¿Porqué no mandas a tus ángeles conespadas en llamas, tus querubines y

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serafines? Tú, pastor de Israel,escúchanos, ¡que pasten losdescendientes de Jacobo como unrebaño! ¡Tú que reinas en el Cielopor encima de nosotros, aparece!

El cardenal escuchó el silencio,con las manos cruzadas. Le dolía lapresión de los dedos pero no recibióninguna señal de Dios.

El cardenal se levantó. Era horade prepararse para la misavespertina. Se estaba colocando bienla sotana cuando sonó el teléfono.Descolgó y contestó.

—Es hora de que nos veamos,

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inmediatamente —pronunció unagrave voz a través del teléfono.

El cardenal tomó aire.—Ya voy —contestó.

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Mitterbach am Königssee, región deBerchtesgaden

La joven mujer estabapetrificada. Con los ojos abiertoscomo platos por el terror, mirabafijamente a los dos hombres quehabían entrado en su cocina. Unopequeño y regordete, parecía unboxeador, más bien un personaje deuna mala película de terror. El otro,alto y fibroso, tenía la cara delmismo diablo.

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Llevaba todo el día observandolos numerosos coches de policía quepatrullaban por la carretera deSchönau, al otro lado de KönigsseeAche. Desde por la mañana tempranohabía escuchado el ruido de loshelicópteros y en la radio habíaninformado sobre el tiroteo entre lapolicía y un par de delincuentes. Aúnestaban buscando a los delincuentesque ahora mismo se encontrabanfrente a ella, en su cocina. Aunquehabía cerrado bien la puerta de atrás,habían conseguido entrar a la casa.Tenía miedo, un miedo atroz. El

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demonio ejerció presión con la manoen su cuello. Estaba herido. Elboxeador apuntaba con un arma degran calibre hacia su cabeza.

—¡Silencio! —ordenó elboxeador con una voz que reflejabaun acento sureño—. ¿Quién hay en lacasa?

La joven mujer temblaba.El boxeador se dirigió hacia

ella. Repitió la pregunta convehemencia y apoyó el recorrido dela pistola en la sien de la mujer.

—Nadie —dijo con miedo—.Solo yo y mi madre.

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—¿Dónde está tu madre?La joven mujer señaló hacia

arriba.—Está enferma, en la cama, no

puede levantarse.Entre tanto el demonio se había

acercado a una silla y se sentó con unquejido.

—¿Le puedes ayudar? —preguntó el boxeador.

Poco a poco volvió a sentircomo regresaba el alma a su cuerpo.Emergió algo de esperanza. Quizásdesaparecerían si no se negaba. Miróbrevemente el reloj junto al armario

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de cocina. En una hora volvería suhijo de natación, hasta entonces teníaque conseguir que estos tipos semarcharan. Asintió temblando.

—Soy... soy enfermera —contestó débilmente.

—Bien —pronunció elboxeador mientras el otro callaba.

El boxeador bajó el arma y ledejó el camino libre. Envió unapetición al cielo y se inclinó alherido, quien se quitó titubeante lamano del cuello. Se aterrorizó. Elcuello del demonio se habíalevantado por el lado derecho pero

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la herida no sangraba mucho. Alparecer no se había dañado ningunaarteria. Probablemente una bala quepasó de refilón, aún así la herida eraconsiderable.

—Necesito alcohol y vendas —dijo la joven mujer.

El boxeador asintió. Cuando lamujer se giró y se dirigió a la puerta,él se interpuso en su camino. Se paróy lo miró fijamente a los ojos.Finalmente el boxeador se echó a unlado.

—¿Dónde está tu marido? —lepreguntó mientras le seguía por el

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pasillo.—Se marchó, así son los

hombres —contestó.El acento del boxeador le

recordaba al camarero de la pizzeríade Bischofswiesen.

—Si obedeces no te pasaránada —la tranquilizó el hombre.

—Haré lo que me digáis perotenéis que desaparecer —les rogó—.Prometédmelo.

El boxeador sonrió.—Nos marcharemos cuando

llegue el momento.De un armario del pasillo sacó

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un bote de alcohol y varias vendas.—Vivo aquí sola con mi madre

quien padeció un infarto. Mi hijovendrá pronto de su entrenamiento.Os ayudaré, tengo un coche, os lopodéis llevar. Pero no nos hagáisnada, por favor. Yo... yo puedo...

—¡Silencio! —ordenó elboxeador—. Ya veremos.

Regresaron a la cocina. Cuandovolvió a inclinarse sobre el herido,las lágrimas salían de sus ojos.

—Tienes que ser fuerte —ledijo suavemente mientras limpiaba laherida con un trozo de algodón y

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abundante alcohol.El demonio ni se inmutó, aunque

ella sabía que era un dolor infernal.Schönau, región de

BerchtesgadenSe ordenó la inspección por el

bosque sin que hubieseproporcionado ningún resultado. Lisay Bukowski habían regresado aSchönau junto con el jefe de los SEKa nivel regional, un comisario de ladirección general. Allí se habíainstalado una unidad móvil paracoordinar la acción. La regiónalrededor del Königssee seguía

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cerrada por las patrullas de policía.Un helicóptero sobrevolaba la zona,paraban e inspeccionaban a cadapeatón y a casi cada vehículo que sedesplazaba entre el lago yBerchtesgaden.

—¡Es increíble! —exclamóBukowski en voz alta después de queel helicóptero informara que teníaque regresar a su aeropuerto basepara repostar.

Bukowski golpeó el tablero deradio con la mano extendida.

—Ahí fuera hay sueltos unosasesinos muy peligrosos y nosotros

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nos quedamos aquí parados porqueno tenemos gasolina.

Los presentes, el comisario jefey dos funcionarios, se miraron entresí. Bukowski abrió la puerta de ungolpe y abandonó la unidad móvilmontada sobre un camión Mercedesubicado en los aparcamientos dondehacía apenas unas horas había tenidolugar el tiroteo.

El comisario jefe miró a Lisademandante.

—¿Siempre es así?Lisa se encogió de hombros.—Estos hombres son

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extremadamente peligrosos.Bukowski teme que puedan tomar aalguien de rehén. Entonces tendremosun serio problema.

—Hemos emitido noticias porla radio, la gente de aquí estáinformada y tienen bien cerradas suscasas. En cuanto noten algosospechoso, se les ha solicitado queinformen a la policía. No podemosenviar dos funcionarios a cada casa,espero que eso lo tenga claro.

Bukowski se había encendidoun cigarrillo y exhalaba el humo. Sesentía impotente. Esos tipos no tenían

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escrúpulos. Aquí había una grancantidad de edificios vacíos pero unode ellos estaba herido y necesitabaayuda. Era muy poco probable que seocultaran en algún lugar aislado. Élsuponía que se buscarían más bien unlugar seguro donde pudieran recibirayuda y donde también tuvieran laposibilidad de secuestrar a alguien.Después de varios asesinatos, esteera un delito insignificante.

Lisa abrió la puerta y bajó porlo escalones metálicos.

—¿Qué piensas? —le preguntóa Bukowski meditando preocupado

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detrás de una cortina de humo.—Si nos quedamos aquí

esperando, se nos escaparán —contestó—. Cada minuto que pasason más peligrosos. Cuanto mástiempo pase, más ventaja nos llevan.No tengo ganas de más cadáveres.

—¿Y qué podemos hacer segúntu opinión?

Bukowski se encogió dehombros.

—No sé lo que es mejor.Tenemos lo que en la academia sedenomina una «situación estática». Yesta situación entraña para todos los

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implicados y no implicados un granpeligro. Creo que nuestra esperaempeora la situación. Quizásdebamos empezar a inspeccionar lascasas alrededor del bosque. Almenos, así conseguiríamos algo demovimiento en nuestra operación y sereforzaría la presión persecutoria.

El comisario jefe había salidode la unidad móvil y se dirigió hastaellos.

—¿Qué piensa usted,Bukowski? —preguntó.

Bukowski repitió su análisis dela situación. El comisario jefe negó

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con la cabeza.—Creo que con eso solo

incrementaríamos el potencial depeligro. Si estrechamos el cerco delos asesinos será peor. Además, enlas próximas horas no contamos conayuda desde el aire. El helicópterotiene que repostar y no tenemos otrodisponible. Deberíamos seguir con elbloqueo y exigir un segundo comandoespecial.

—Pero va a oscurecer pronto—replicó Lisa.

El comisario de policía miró alcielo.

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—Aún nos queda una hora deluz. Yo soy el responsable de losefectivos implicados. Si vamos casapor casa seguro que se produciráotro tiroteo.

Bukowski torció el gesto.—Entonces sería mejor retirar

por completo a nuestros hombres ydejar escapar a esos tipos. Eso seríalo menos peligroso para todos losimplicados.

—Es una broma, ¿no?Bukowski se encendió de nuevo

un cigarro.—¿Tengo pinta de estar

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bromeando?Aeropuerto Ben Gurion, IsraelTom estaba sudando, llevaba la

caja de herramientas al aeropuerto yallí la entregaría a la compañíaaérea.

—¿Pero qué quieres hacer conesa caja de herramientas? —preguntóMoshav—. No vamos a unaexcavación.

—Déjame —contestó Tom—, alfin y al cabo, mis herramientas son loúnico que poseo. ¿Acaso piensas quelas voy a dejar aquí?

—Yo pensaba que íbamos a

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buscar al profesor.—Es lo que vamos a hacer —

confirmó Tom.Tom pasó casi media hora en el

mostrador del aeropuerto antes deque volviera a reunirse con Moshavque lo esperaba sentado en un banco.Moshav daba sorbos a un café en unvaso de papel. Cientos de personascruzaban por la amplia sala delaeropuerto. Los pilotos, junto con sustripulaciones, se apresuraban hacialas salidas con sus maletas, delantede las puertas de embarque seamontonaban los viajeros a la espera

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de sus vuelos.Jean y Yaara se habían

marchado a París con el avión de AirFrance hacía tres horas. En realidad,ya deberían haber llegado. Pocoantes de su partida, Jean Colombarele entregó a Tom un escrito que habíaextraído de los archivos on line deuna biblioteca arqueológica deFrankfurt. Un escrito sobre loscaballeros y las Cruzadas. Comoautores se reseñaban dos nombres.Junto a Chaim Raful, entonces aúndoctor, se encontraba el nombre delprofesor de la Maximilians-

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Universität Múnich, el doctor YigaelJungblut. Por otro lado, un amigo lecontó a Jean que después de sujubilación, Jungblut se compró unapequeña casa cerca deBischofswiesen en la región deBerchtesgaden para pasar allí susúltimos días. Jungblut tenía que tenerya más de ochenta años, disfrutabade una buena salud y no habíamuerto, tal y como anunció unarevista de arqueología hacía algunosaños. Al parecer, a Jean ya no leparecían tonterías las suposicionesde Tom. Por lo visto, el encuentro

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con Pollak le hizo reflexionar.Jungblut vivía, por tanto, en

Berchtesgaden. Tom conocía muybien la región alrededor delKönigssee. Estuvo allí varias vecesdurante su adolescencia y tambiéncomo joven adulto para explorar elmacizo Watzmann desde todas susperspectivas. Como ingeniero decaminos y arqueólogo de renombrehacía mucho tiempo que no habíasubido a una montaña en su tiempolibre, pero si surgía la ocasión aún sesentía muy capaz. En la vida haycosas que nunca se desaprenden.

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—¿Dónde vamos primero? —preguntó Moshav mientras arrugabasu vaso de papel antes de hacercanasta con él en una papelera a másde tres metros de distancia.

—Jungblut es nuestra únicapista —contestó Tom—. Creo quelos dos siguen en contacto. Tienenlas mismas ideas, la misma historiay, sobre todo, la misma opiniónsobre la Iglesia si confiamos en losartículos que Yaara sacó de internet.¿Por qué no se iba a refugiar con suamigo de toda la vida? Seguro queestaban bien a gusto traduciendo

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tranquilamente el último legadosecreto de los templarios. Quierodecirle a la cara todo lo que haconseguido con este secretismo.

Por el altavoz sonó por primeravez la llamada del vuelo de BritishAirways con destino a Stuttgart.

—Espero que no tengamos queestar buscando demasiado tiempo —dijo Moshav después de levantarse.

—Y yo espero que el profesorsepa lo que aquí está en juego.Espero que nos pueda proporcionaruna buena explicación. Él tiene laculpa de todo, si no hubiese sido por

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él, Gina, Aaron y Jonathan seguiríanvivos.

—De todos modos, no creo queentregue con facilidad su hallazgo.

—Me encargaré de que lo haga—contestó Tom fríamente.

En las cercanías de Saint-Maxime, al sur de Francia

—Los rescataremos esta noche—dijo el hombre de traje oscuro alde barba.

—Pero hasta ahora no haservido de nada, aún tenemos lasmanos vacías.

—Pese a todo, el asunto es

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demasiado peligroso —increpó elhombre de pelo oscuro—. Tenemosque esperar a que el tema se enfríe,si no podemos arriesgarnos a que losdetengan y eso tendría consecuenciasfatales.

—La policía ha bloqueado todoel paso.

—Lo sé, pero no cuentan connosotros. Creen que trabajan por sucuenta. Además, hemos encontradootra posibilidad de llegar hasta losescritos. Los arqueólogos están decamino. El alemán es bastanteinteligente. Nos mantendremos a su

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lado y esperaremos. En la situaciónactual es lo mejor. Encárgate, porfavor, de que nuestros hombresregresen sanos.

—¿Y cómo lo voy a hacer?Necesitaría por lo menos un jet —replicó el hombre de barba.

—Órdenes de arriba, da igual loque cueste y lo que tengas que hacer.La policía no puede atraparlos bajoningún concepto.

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36

Mitterbach am Königssee, región deBerchtesgaden

El pequeño llegó puntualmente acasa después del entrenamiento denatación. Ahora se escabullíatemeroso al lado de su madre sentadajunto a él en el sofá de la sala deestar. En el sillón frente a ellos sehabía sentado el hombre con lacicatriz de una quemadura en la cara.Una pistola de gran calibre yacía ensu regazo. El vendaje del cuello se

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había manchado de rojo por losbordes. El pequeño miraba con losojos bien abiertos al hombre concara de demonio.

—¿Va a matarnos? —preguntóla joven mujer.

El demonio miraba meditativopor la ventana.

—Si está tranquila no le pasaránada —contestó sin mover la mirada.

Él también tenía acento alhablar. Su cómplice se habíaquedado en la cocina pero su voz sepodía escuchar de vez en cuando. Alparecer estaba hablando por

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teléfono.—Necesitará una venda nueva

—la mujer intentó romper el pesadosilencio pero el hombre con cara dediablo solo musitó algoincomprensible.

Finalmente la puerta se abrió deun golpe y el boxeador entró en lahabitación. Intercambió un par depalabras extranjeras con el heridoquien asintió. Fuera empezaba aanochecer.

El boxeador se sentó en elsillón que quedaba libre y sonrióperspicazmente a la joven mujer.

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—¿Desde cuándo vives aquísola? —preguntó.

La mujer intentó disimular sutemblor.

—Desde hace dos años —respondió brevemente.

Señaló al pequeño.—¿Y tu marido?—Se fue a Múnich, no

soportaba vivir aquí. Es un urbanita,la vida aquí le parecía muymonótona.

El boxeador se levantó y se rioirónicamente.

—Entonces, hace tiempo que no

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has estado con un hombre.El temblor se hizo más fuerte, el

pequeño se agarró aún con másfuerza a su madre.

—Quizás hasta te guste. ¿Dóndeestá tu dormitorio? —prosiguió elboxeador.

—Stai cito! —le reprendió sucómplice—. Non e in tempo!

El boxeador perdió su sonrisa yse volvió a sentar. Contestó en elidioma extranjero. Hablaronbrevemente entre ellos y el hombrede cara desfigurada se dirigió a lajoven mujer.

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—¿Dónde tienes el coche? —lepreguntó.

—En el garaje —contestó lamujer señalando en dirección algranero.

—Necesitamos un par de cubos,pero tienen que ser de metal.

—Quizás haya alguno en elgranero.

El diablo le dio una orden a sucómplice. Gruñendo el boxeador selevantó y se dirigió a la puerta.

—No nos harán nada, ¿verdad?—volvió a preguntar la mujer conpreocupación.

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El demonio negó con la cabeza.Aeropuerto de Stuttgart, sur de

AlemaniaEl avión de British Airways

aterrizó puntual, a las 17:00 horas, enel aeropuerto de Stuttgart. Una vezque Tom y Moshav concluyerontodas las formalidades, tuvieron quepermanecer un buen rato en larecogida de equipaje hasta quepudieron entregarle a Tom su grancaja de herramientas.

—¿Por qué no la has dejado enel hotel? —preguntó Moshavmientras Tom se esforzaba en

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colocar la maleta en el carrito.Juntos llegaron hasta la sala de

llegadas. Tom buscó decididamentela zona de las taquillas.

A través de un empinado pasillollegaron hasta el edificio contiguo alaeropuerto donde se encontraba lamayoría de mostradores de las líneasaéreas turcas y yugoslavas. La zonade las taquillas hacía esquina. Solounas cuantas personas estabansentadas alrededor de las mesas enlas que se permitía fumar. Tom mirócon desconfianza a su alrededor.Finalmente tomó la maleta del carro

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y desapareció detrás de la esquina.Moshav quería seguirle pero Tom loretuvo.

—Quédate ahí y vigila que novenga nadie —dijo.

Cuando regresó a los pocosminutos, Moshav lo miródemandante.

—¿Qué haces?Tom sacó a hurtadillas de su

chaqueta la pequeña pistola plateada.—Ya sabes, no debemos

andarnos con tonterías, no nos vendrámal un poco de seguridad.

—¡Estás loco! —contestó

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Moshav desconcertado—. Si en laaduana hubiesen encontrado lapistola, ahora estaríamos entre rejas.

—Pero no lo han hecho —contestó Tom.

Cruzaron la sala de llegada yabandonaron la construcción decristal. Numerosos taxis esperabandelante de las puertas que, a su vez,estaban rodeadas por una enormeobra.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Moshav.

—Espera un poco —contestóTom y mientras se dirigía a uno de

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los taxistas.—¿Qué sorpresa tienes ahora en

la recámara? —bromeó Moshav peroTom ya había desaparecido. Moshavse giró y con un suspiro se sentó enun banco cercano.

Pasó casi media hora hasta queTom volvió a aparecer. Había ido detaxista en taxista hablando con ellos.Cuando regresó, sonrió satisfecho yse sentó junto a Moshav en el banco.

—¿Qué has hecho? —preguntóMoshav.

—Ahora sé que estamos en locierto —contestó Tom satisfecho.

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—¿En lo cierto?Tom sacó un papel doblado del

bolsillo de su chaqueta, lo abrió y selo extendió a Moshav. Era una fotodel profesor Chaim Raful.

—La imprimí ayer en internet—dijo pícaramente.

—No pretenderás hacermecreer que un taxista aún se acordabade él.

—De él solo quizás no, pero síjunto a su equipaje.

Moshav frunció fuertemente elceño.

—Piensa por un momento.

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Supongamos que lleva consigo losantiguos escritos que tienen más demil años y son muy susceptibles.Seguro que no arma todo esto paraluego dejar que se dañen por elcamino.

A Moshav se le encendió derepente una bombilla.

—Los llevaba en una aljaba alvacío.

—Exacto —confirmó Tom—. Ycuando alguien lleva algo así bajo elbrazo, seguro que llama la atención.Llevaba dos, de un metro de longitud,estima el taxista. Aterrizó aquí hace

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catorce días y fue directamente hastala estación de tren.

—¿A dónde?Tom se levantó y se dirigió

directamente a la puerta de entrada.Justo al lado de la valla publicitariade Lufthansa estaban colgados loshorarios de los trenes de la DeutscheBahn. Tom buscó en la columna delas horas de salida.

—A las diecisiete y diez aMúnich y a las diecisiete y doce aKoblenza —leyó en voz alta.

—Múnich, si se ha alojado consu compañero de la Universidad.

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Tom asintió.—Jean tenía razón, vamos a

Múnich a visitarle.Schönau, en la región de

BerchtesgadenStefan Bukowski se apoyó

relajadamente en el coche de policíay lanzó la colilla marcando unpronunciado arco. Número diecisietepensó y siguió con la mirada el restode la colilla aún encendida quevolaba como una luciérnaga roja através del incipiente anochecer y quechocó contra el asfalto con unapequeña explosión chispeante.

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El helicóptero de la policía seretiró de nuevo de la zona debúsqueda. Durante toda la tarde, losespecialistas con perros habíanestado rastreando el bosquelimítrofe, asistidos por el helicópteroy una cámara de calor pero sin éxitoalguno. Al oscurecer, la búsqueda secanceló. Algunas patrullas de policíase encontraban aún en los puntosneurálgicos, como cruces y desvíos,controlando el tráfico. En las casasde la zona se encendían las luces queiluminaban los oscuros huecos de lasventanas. Se abrió la puerta de la

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unidad móvil, Lisa apareció en lapenumbra y se paró junto aBukowski.

—¿Qué haces aquí afuera? —lepreguntó Lisa.

—Te estaba esperando —contestó Bukowski.

—El jefe de la operación quierehablar contigo, va a retirar a sushombres y dejar solo un par depatrullas. Piensa que hace tiempo quelos asesinos estarán en cualquier otrositio.

Bukowski frunció el ceño.—Tiene que hacer lo que piense

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que es mejor pero la próxima vezjugaremos con otras cartas. No tengoganas de ser el segundo ganador enesta competencia de rangos.

Bukowski se enfadó mucho porla decisión del comisario jefe pero lehabía quedado totalmente claro quela dirección regional de la policíaera la responsable de esta operación.

—Quizás tenga razón —pensóLisa en voz alta—. Cuandoencontramos el coche el motor estabafrío. Podría haber pasado más de unahora y ellos podrían haberconseguido otro coche y abandonado

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la zona.—¿Se ha notificado el robo de

algún coche?Lisa negó con la cabeza.—No ha habido ninguna

denuncia.—Pues ya está —contestó

Bukowski—. Esos tipos están aquí.Se han ocultado en alguna casa dondeviven personas cuya vida no lesimporta un pimiento, ¿lo entiendes?Y la culpa de todo la tiene eseestúpido calvo que piensa que sabelo que hace. Pero te digo una cosa,no tiene ni la más remota idea de lo

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peligrosos que son estos asesinos asueldo. Matarán a sangre fría a quiense presente ya sea una mujer o unniño.

De nuevo, se encendió uncigarrillo y tosió.

—De verdad que deberíasfumar menos —le advirtió Lisa comode costumbre—. Tus pulmones tienenque estar negros como el alquitrán.

—Y a quien le importa.—A mí —contestó Lisa.Bukowski lanzo el humeante

cigarro y se alejó del vehículo en elque se apoyaba.

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—Le voy a decir a ese listilloque puede hacer las maletas.

Lisa le siguió y reflexionó porun momento, ¿tendría Bukowskirazón?

Mitterbach am Königssee,región de Berchtesgaden

Las agujas del reloj marcabanlas diez. La joven mujer, su hijo y losdos secuestradores estaban sentadosen silencio en la sala de estar. Laventana estaba abierta.

La joven mujer le habíacambiado la venda hacía una hora alherido. La hemorragia había cesado,

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solo quedaban algunas sangrientasestrías en los bordes. El boxeador sehabía abierto una lata de salchichas ylas engullía con pan como si hiciesedías que no comía nada, mientras quesu cómplice de rostro infernal teníafrente a él una botella de agua.

El boxeador le acercó alpequeño un trozo de pan con unasalchicha que rechazó.

—¡Come, que eso es bueno! —dijo el boxeador con la boca llena.

Con exigencia le volvió aofrecer el pan al chico. El tímidoniño extendió la mano y lo cogió.

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Seguía sentado temeroso junto a sumadre. El boxeador dio una fuertecarcajada cuando el pequeño mordióel pan.

—¡Ves como te gusta! —dijoriendo fuertemente y le dio un fuertetrago a su vaso de cerveza.

Los ojos del demonio sedirigieron a la ventana. Le dijo algoal boxeador pero este hizo un gestonegativo. La joven mujer creyóentender algo así como «Polizia».Dos italianos armados con unapistola de gran calibre en su sala deestar, nunca se hubiese imaginado

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que le pasaría algo así y ahora...De repente, sonó el móvil del

boxeador. Descolgó y contestó. Laconversación fue breve.

—Se qui, andiamo —le dijo asu cómplice, le dio un último trago ala cerveza y se levantó.

El diablo le siguió. Un fuerteruido se escuchó por la ventana. Elboxeador sacó la pistola de supantalón y apuntó hacia la mujer y asu hijo.

—Por favor, al niño no... —suplicó la mujer.

El pequeño estaba blanco como

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la nieve. Con los ojos bien abiertosmiraba la negra pistola. Entonces, eldemonio se acercó, con la manoretiró a un lado el brazo delboxeador que sujetaba el arma. Elboxeador lo miró sin entender nada.Después de un breve intercambio depalabras, el diablo le ordenó a sucompañero que saliera. El ruido sehizo cada vez más fuerte. Elhelicóptero sobrevolaba la casa. Eldiablo sacó su arma.

—Vengan conmigo —ordenó.—Por favor, el niño no... —

suplicó una vez más la mujer

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llorando.De repente fuera, estaba todo

iluminado. Las llamas se alzabanhacia el cielo.

—¡Vengan! —volvió a exigirlecon impaciencia.

La joven mujer se levantó yempujó a su hijo detrás de ella.

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37

Aeropuerto Charles de Gaulle,París, Francia

Yaara se sentía perdida en elfuturista laberinto de escalerasmecánicas techadas. Una enormesuperficie de cristal le envolvíacuando, junto a Jean, se abría caminoentre la muchedumbre para ir a laestación de tren subterránea. Llevabaconsigo poco equipaje pero se lehacía muy difícil poder seguir a Jean,que corría siempre por delante de

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ella y le demandaba constantementeque se diese prisa. Tenían que irdesde la estación Roissy-Charles deGaulle hasta la estación Gentillyatravesando toda la ciudad. El trenya estaba allí esperando. Yaaraseguía jadeante a su compañero deviaje, una gota de sudor descendiópor su mejilla.

—¡Date prisa! —gritó Jean—.Solo tenemos dos minutos y lostrenes no nos esperan.

Yaara jadeó y bajó lasescaleras de dos en dos. Cuandofinalmente en el andén 4 llegaron

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hasta el vagón silbó un pitido. Jeanlanzó su equipaje en el interior y encuanto subieron, se cerraron laspuertas automáticas. Yaara exhalóprofundamente.

—Paul nos esperará diezminutos y después desaparecerá si noestamos. Habremos perdido todo undía.

—Está bien —contestó Yaara yse sentó en uno de los asientos deemergencia.

Se secó el sudor de la frente.A través de una subterránea

maraña de túneles el viaje comenzó

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cruzando varías vías. El tren setambaleó con fuerza. Jean se tuvo quesujetar bien en una barra agarradera.

—¡Siéntate! —le sugirió Yaarapero Jean rechazó la invitación.

—Dentro de unos minutos nostenemos que bajar —le contestó ymiró por la ventana.

Poco a poco el tren emergióhasta la superficie como una ballenadespués de atravesar unos canalessubterráneos. Unas espesas nubesoscuras cubrían la ciudad. Llovía. Elentorno concordaba con el tiempo. Alo largo de las vías se levantaban

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unos tristes edificios grises. Yaaramiró pensativa por la sucia ventana.Jean la contemplaba.

—Gris, todo gris. Creía queParís era la ciudad del amor. Unpoco de color no le vendría mal.

—Estas son las afueras, todavíafalta un poco para llegar a París.

Yaara asintió con una sonrisa.Una autovía les acompañó durante unrato. Cientos de coches y camionesintentaban avanzar a paso lento.Finalmente la autovía quedó atrás yun enorme centro comercial sedeslizó rápidamente por su lado.

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Yaara se quedó asombrada al ver elaparcamiento tan repleto devehículos. La imagen cambió y a lolejos aparecieron los altos árbolesde un parque. Desaparecieron losbloques de modernas viviendas yahora en su lugar aparecieroncaserones nobles de ciudad con unasfachadas cargadas de historia.Pasaron rápidamente por un letreroque tenía escrito «Le Bourget». Denuevo, el vagón se tambaleó al pasarpor encima de unos resaltos.

—Ahora viene el verdaderoParís —dijo Jean.

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—¿Pasamos por la TorreEiffel?

—Tienes que mirar en direcciónoeste pero el día no está muydespejado como para poder verla.

—¡Qué pena!—Después de que nos hayamos

reunido con Paul, y nos lleve hasta elprofesor podrás verla. Tendrás queesperar hasta mañana. Después, teprometo que te haré una ruta enexclusiva por la ciudad. Viví ochoaños aquí en París cuando estudié enla Universidad. Conozco lugares alos que no llegan los turistas.

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Yaara sonrió.—No creo que quiera conocer

esos lugares.Le encantaba su cara cuando

sonreía, se le formaban unospequeños hoyuelos en las mejillas ycuando lo miraba con sus grandesojos negros.

Mitterbach am Königssee,región de Berchtesgaden

Bukowski estaba sentado en unade las sillas de la unidad móvil conlos ojos cerrados. Lisa, a no muchadistancia de él, cabeceaba. Elaparato de radio del ordenador

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principal de la operación no emitíaningún sonido. Esporádicamenteentraron algunas noticias, en sumayoría indicaciones de posición delos puestos de control y patrullas.Hacía apenas diez minutos preguntósi el helicóptero volvería a laoperación ya que había abandonadola zona hacía media hora pararegresar a Múnich. La oscuridad yahabía caído sobre las estribacionesde los Alpes y el viento atraía deloeste algunas nubes que presagiabanlluvia. Ya se habían acabado los díascálidos para el resto de la semana.

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—Venid rey 100 de 104 —estalló repentinamente el aparato deradio.

El operador de radio seidentificó.

—Hemos descubierto fuego enel jardín de una casa. Al pareceralguien ha encendido varios puntosde fuego.

Bukowski se despertóenseguida.

—¿Ha llegado ya el helicópteroanunciado? —le preguntó aloperador de radio.

El funcionario lo miró

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desconcertado.—Pregunte a la patrulla si un

helicóptero está sobrevolando lazona —le ordenó Bukowski a voces.

El comisario jefe se incorporó.—No creerá de veras que un

helicóptero va a recoger a esos tipos—preguntó con sarcasmo el jefe dela operación—. No estamos en unapelícula de James Bond.

Bukowski saltó enérgicamentede la silla de modo que esta chocócontra la pared emitiendo un fuerteruido. Empujó al operador de radio aun lado y pulsó la tecla para hablar.

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—104 denos su ubicaciónexacta.

—Estamos a la altura deMitterbach, dirección Faselsberg. Lacasa está al oeste de nosotros, cercade la carretera de Königssee. Hacepoco ha pasado por nuestro lado unhelicóptero a muy baja altura. Estimoque en dirección sur.

Bukowski confirmó larecepción.

—Envíe inmediatamente elcomando de la operación a esa finca.

—Bukowski, ¿no cree que estáexagerando? Seguro que alguien está

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quemando sus rastrojos o estánhaciendo una barbacoa en el jardín.

Lisa elevó bien la cabezamientras se frotaba el cansancio de lacara.

Como un toro, Bukowski seabalanzó sobre el comisario jefe y loempuñó de la pechera.

—Ignorante gilipollas, aún nose entera de con quién está tratando.No son unos ladronzuelos. Esos tiposhan acabado con más personas de lasque usted haya podido ver muertas ensu puñetera vida. Como me encuentreun solo cadáver en la casa, yo mismo

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me encargaré de machacarle eltrasero. Mande ahora mismo a sucaballería antes de que tenga quenecesitar una prótesis ortopédica.

Bukowski soltó al policíauniformado y miró a Lisa.

—Arriba, vamos a Mitterbach.El superior de la policía miró a

Bukowski con ganas de enfrentarse.—Tendrá, tendrá...

consecuencias —tartamudeó.—Para usted, para usted, señor

presidente de la policía, no para mí—contestó Bukowski conbrusquedad antes de dejar junto con

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Lisa la central de operaciones.El operador de radio miró

demandante al jefe de la operaciónque se estaba poniendo bien lacorbata.

—¿Tengo que...?—Envíe de una vez al comando

de operaciones especiales, el 104tiene que instruir al comando —soltóel superior enfadado.

Rodearon la finca en pocosminutos. En la casa estaba oscuro.Solo los cubos y los recipientes queaún estaban en llamas iluminaban lafachada principal. Al lado de la casa

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se había construido un granero.—Parece una cruz —susurró el

jefe del comando a Bukowski, quiense había puesto un chaleco antibalasy una chaqueta del grupo deoperaciones. Se protegieron detrásde una valla mientras que losfuncionarios del grupo especial sedesplazaban hacia la casa.

—Esta es la señal para unhelicóptero —contestó Bukowski—.Sus hombres tienen que tenercuidado. Probablemente estos tiposhabrán huido pero nunca se sabe.

El líder del primer grupo

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anunció su disponibilidad de acción.Cuando el jefe del comando recibióesta notificación de todos losefectivos, dio la señal de avance.

—Protegeos bien —ordenó eljefe del comando antes de dar laorden.

A partir de ese momento todotranscurrió muy rápido. Dos granadasatravesaron los cristales y explotaronen la casa, los comandos ya habíanavanzado. Un grupo ocupó elgranero, otro aseguró el edificio,mientras el tercero se introdujo en lacasa. La madera crujía y los cristales

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retumbaban, entonces se escucharonlos primeros gritos en el interior.

Dos minutos enteros tuvo queesperar Bukowski hasta que loscomandos anunciaron «Seguridad».Lisa se había quedado atrás en elcoche de la patrulla.

—¡Venga! —le dijo el jefe delcomando a Bukowski.

Con gran esfuerzo se levantóhaciendo ruido.

—Tres personas: un niño y dosmujeres. En la planta de arriba, alaoccidental —anunció un funcionariodel comando de operaciones

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especiales por la radio.—Pregunte si aún viven —dijo

Bukowski y se sacudió la suciedadde la chaqueta.

—No están heridos, pero seencuentran en profundo estado deshock —anunció brevemente elfuncionario.

Se encendió la luz de la casa.Al poco, todo el recinto estabailuminado con una fuerte luzamarilla.

Bukowski entró con el jefe delcomando en la casa. Estaban abiertastodas las puertas que dirigían a las

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habitaciones. Un hombre del grupo,armado y enmascarado, guardaba lasescaleras que llevaban a la planta dearriba.

—Necesitamos una ambulancia—dijo Bukowski.

—Ya se ha ordenado —confirmó el jefe del comando.

Delante del dormitorio tambiénse había apostado un funcionarioarmado del comando. Habían roto lapuerta.

—Ahí dentro, estabanencerrados —anunció el agente.

En la cama yacía una mujer

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mayor que dormía pacíficamente sinpercatarse de lo sucedido mientrasque una joven mujer se cobijaba enuna esquina. Tenía a un niñoabrazado a ella. Las lágrimas lecorrían por las mejillas. Bukowski sedirigió hasta ella y le acarició elpelo.

—Ya está segura —dijosuavemente Bukowski—. No le va apasar nada, una ambulancia viene decamino.

—Entraron poco antes de queoscureciera —sollozó la mujer—.Uno de ellos estaba sangrando,

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pensaba que nos iban a matar atodos.

Múnich, Ludwigsstrasse,Ludwig-Maximilians-Universität

«Fakultät für KlassischeArchäologie», rezaba el letrero delatón junto al imponente portal. Tomy Moshav decidieron informarseprimero sobre el profesor YigaelJungblut antes de viajar a la regiónde Berchtesgaden. Comoarqueólogos de una excavación nodespertarían sospecha algunapidiendo información en unaFacultad de Arqueología clásica. De

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todos modos, tenían que tenercuidado.

Tom y Moshav llegaron hasta lafresca sala atravesando el portal.Reinaba una placentera tranquilidaden contraposición al ajetreo de lasruidosas calles llenas de vehículosen Múnich. Pasearon por el largopasillo siguiendo las indicacioneshacia la recepción. En las paredesestaban colgadas grandes fotografíasde excavaciones.

Tom tocó la puerta. Escucharonun atenuado «¡adelante!» que salíadel despacho. Entraron.

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La luminosa habitación eraamplia y acogedora. Esperarondelante de un mostrador de maderahasta que una de las mujeres sentadaen uno de los escritorios levantó lamirada y les sonrió cordialmente. Selevantó.

—Buenos días. ¿En qué puedoayudarles?

Tom decidió poner todas lascartas sobre la mesa.

—Soy Tom Stein, arqueólogo.Acabo de llegar de Israel.

—¿Viene invitado a unaconferencia?

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—No, estoy buscando a uncolega, al profesor Chaim Raful.

—¿Profesor Chaim Raful?Tom asintió.—No tengo constancia de que él

dé clases aquí, quizás sea en lenguas,dos plantas...

—No —interrumpió Tom—.Vino a ver al profesor Jungblut.

La mujer sonrió.—El profesor Jungblut ya no da

clases desde hace ocho años, esemérito.

En este momento se abrió lapuerta. Un hombre mayor con un traje

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oscuro se dirigió a la recepción. Sudespeinado pelo canoso le hacíaparecer un retrato vivo de AlbertEinstein.

—¡Oh! Profesor Haag —lesaludó la mujer—. Estos doshombres están buscando al profesorJungblut.

—¿El profesor Jungblut? Hacemucho tiempo que no está aquí.

—Lo sé —contestó Tom—.Acabo de comentarle que estamosbuscando al director de nuestrasexcavaciones, el profesor Raful.Venimos de Jerusalén de unos

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yacimientos.—¿Estaban en los yacimientos

de la carretera de Jericó? —preguntóHaag.

Tom asintió, sorprendido de queconociese las excavaciones.

—Entonces, ¿ustedesencontraron al templario?

—¿Cómo lo sabe?El profesor Haag sonrió.—No creerá que no se habla de

algo así en nuestro ámbito.—Fue casualidad, estábamos

poniendo al descubierto unaguarnición romana cuando topamos

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con la tumba del templario.—Se dice que era uno de los

nueve, un seguidor de Hugo dePayens.

Tom se encogió de hombros.—Como le he dicho, fue un

hallazgo fortuito. Los templarios noson precisamente mi especialidad. Elprofesor Raful ha investigado sobreeste tema. Hemos sufrido algunosaccidentes, por eso estamosbuscándolo. Debe alojarse con elprofesor Jungblut.

—Se dice que en el sepulcrodel templario se hallaban rollos

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escritos. ¿Sabía usted que el profesorYigael Jungblut hablaba del legadode los templarios? Creo que era elúnico gran enigma arqueológico porel que realmente se interesaba.

Tom torció el gesto.—El profesor Jonathan Hawke,

el director técnico de nuestrasexcavaciones ha sido asesinado.Tenemos que hablar inmediatamentecon Raful. Es muy importante.

—Se trata de una cuestión devida o muerte —intervino Moshav—.Precisamente creemos que estosrumores de los templarios son el

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motivo del asesinato.El rostro de Haag quedó

petrificado. Se mostró profundamenteafectado. Se inmiscuyó con estaespeculativa afirmación y sin pensar,se había comportado más como unchismoso que como un científicocompetente.

—Perdónenme, me he dejadollevar —contestó con una frágil voz.

—¡Está bien! —le restóimportancia Tom.

—Elisabeth —se dirigió a lasecretaria—. Mire en el ordenador.La dirección del profesor debe

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encontrarse en nuestra base de datos.La secretaria asintió.—¡Señores! —se despidió el

profesor Haag—. Les deseo muchoéxito en su búsqueda.

Cuando Moshav y Tom salieronmedia hora más tarde del edificio,llevaban la dirección del profesorYigael Jungblut en el bolsillo.

Aix-en-Provence, Bouches-du-Rhône, Francia

El hombre de traje negro sonrió.—Nuestros hombres han sido

rescatados sanos y salvos. Están enun refugio seguro. Se han eliminado

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las huellas. Además, los arqueólogoshan aparecido en Alemania. Creo queencontrarán a Jungblut.

El hombre de pelo gris suspiró.—Espero que todo marche bien.

Nos estamos moviendo en tierraspantanosas.

—Podemos confiar en nuestroshombres. Hasta ahora han cumplidocon todas las tareas.

—Que Dios te oiga —contestóel hombre de pelo canoso.

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38

Roma, Biblioteca vaticana

Tras la nueva reprimenda delcardenal prefecto, Pater Leonardo sehabía encerrado de nuevo en su tareapese a que hubiese preferido decirlesu opinión. Pero en la Iglesia nohabía espacio para las réplicas. Solomediante el estricto respeto de lajerarquía podía mantenerse con vidaesta enorme institución.

Pater Leonardo dedicó el díaanterior a analizar algunos estudios.

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Internet también era para él unafuente inagotable de sabiduría.Aunque de vez en cuando no pudiesefiarse de alguna entrada, podíaencontrar con rapidez mucho materialútil y enriquecedor. Encontró más detres mil registros en los que se citabaal profesor judío. De este modo, seenteró de que Raful participó en lasprimeras excavaciones de Qumránantes de que la École se hiciesecargo de las mismas bajo ladirección del Pater Roland de Vaux.El profesor Chaim Raful era uno detantos que criticaban a la Iglesia

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pero, ¿qué le hacía que fuese tanpeligroso?

Utilizar los apliques como laúnica prueba de la incineración delcuerpo de Jesucristo no seríasuficiente. Podría tratarse de algunasfalsificaciones o simplementerepresentaciones de escenas de unaejecución interpretadaserróneamente. Hace algunos años unarqueólogo americano publicó Ellibro secreto de las profecías ,supuestamente predicciones de Juande Jerusalén, uno de los primerostemplarios en la Tierra Santa. En

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cambio, el elogiado libro acabópatinando, ya que apenas nadieseguía interesándose por él.

Pater Leonardo concluyó susestudios de Teología con matrículade honor pero nunca se interesóespecialmente por la historia fuerade la Iglesia. «Quien solo dirige sumirada al pasado no le queda visiónpara el futuro», decía su antiguomentor y a esto se acogió. En mentetenía el futuro y no el pasado. Perodesde el día de ayer, esta cita ya nole aportaría descanso. Estabainformándose mucho sobre Chaim

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Raful y los templarios. Al parecer, elprofesor encontró efectivamente auno de los nueve primeroscaballeros, aunque en ningún lugar sepodía leer el nombre del caballero.

Pater Leonardo entró en laenorme sala. Las estanterías estabanrepletas de libros que llegaban hastalos altos techos. Para alcanzar laúltima fila de libros, justo por debajodel enorme fresco, se habíanhabilitado unas escaleras que sedesplazaban por unas guías. Labiblioteca contenía más de un millónde libros, escritos y tarjetas.

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También se custodiaban aquí escritosinternos de la Iglesia que solo eranaccesibles para aquellas personascon el atuendo de alto cargoeclesiástico o quien poseía un podercomo autorización. El mismocardenal prefecto le otorgó elarbitratus generalis.

En medio de la gran sala seencontraba el altar de recepción,detrás del cual un padre con unatúnica marrón de monje leíaensimismado una revista ilustrada devela.

—Le saludo, hermano —

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pronunció Pater Leonardo y sonrió ala espera delante del altar.

El monje elevó brevemente lamirada.

—¿Sí? —musitódesinteresadamente.

—Soy Pater Leonardo de laCongregación del Credo...

Apresuradamente el monje echóa un lado la revista y se levantó.

—Sí, ya sé, hablamos porteléfono —le interrumpió—. Sígamehermano.

El monje condujo a PaterLeonardo hasta una escalera de

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caracol de hierro forjado que llevabaa una cripta al final de la sala.Cuando llegaron abajo, una macizapuerta de hierro bloqueaba el paso.El monje palpó su cinturón y extrajouna moderna llave de seguridad queintrodujo en el candado junto a lapuerta. Una luz roja se puso en verdey se abrió la puerta chirriando.

—Aquí se amontonan los siglosunos sobre otros —murmuróLeonardo.

—En realidad, es una modernacaja fuerte —contestó el monje—.Las carpetas de aquí dentro están

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sometidas a una protección especialpero desde la oficina delbibliotecario me han indicado que lepermita la entrada. De todos modos,ningún documento puede salir deestos muros. Tampoco se permitehacer ninguna reproducción. Nisiquiera tomar notas. Con la miradadebe bastar.

Pater Leonardo sonrió.—Este es el citado archivo

secreto de la Iglesia donde dormitanlos misterios.

El monje interrumpió su risa.—Sí, eso dicen pero

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directamente bajo la sede de nuestroSanto Padre yace un archivo muchomás interesante. Aquí dentro seencuentran, sobre todo, protocolos defundaciones, certificados depropiedad, ventas o documentos debeatificación. Además, algunosdocumentos son tan viejos que aquísolo se citan los títulos en las actas.Los originales están guardados enuna caja fuerte.

Juntos entraron en el fríopasillo. Se escuchaba el zumbido deun climatizador. Tres puertasindicaban las desviaciones aunque

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dos de ellas estaban cerradas. En lasala abierta había una sencilla mesay una silla. Sobre el escritorio unteléfono arcaico. El monje abrió elcandado de las otras dos salas conlas paredes cubiertas de estanterías.También estaban climatizadas.

—Espero que aquí encuentre loque busca —pronunció el monje—.Cuando desee volver a salir de lassalas, solo tiene que descolgar elteléfono. Le deseo mucha suerte. Elíndice se encuentra en la carpetajunto al escritorio.

El padre Leonardo asintió.

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—¿No hay ningún índiceinformatizado?

—Si quitamos el cierre de laspuertas y el teléfono, está en plenaEdad Media —contestó el monje—.Por cierto, hay cámaras en lostechos, no se pueden tomar notas. Lasinfracciones se castigan severamente.

Strub, región de BerchtesgadenDespués de conseguir la última

dirección conocida del profesorJungblut, Tom y Moshav alquilaronun coche en el mostrador de Hertz dela estación de tren de Múnich. Lasconexiones de tren a Berchtesgaden

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eran escasas y de Berchtesgaden aStrub-Bischofswiesen no habíanencontrado ninguna combinación.

El plateado Ford Focusdisponía de un sobradoequipamiento, además de un potentemotor diesel que les permitiría uncómodo y seguro viaje por laautovía. Moshav aprovechó paradormir una pequeña siesta mientrasTom estaba sentado al volante yseguía las instrucciones delnavegador.

El profesor Yigael Jungblutresidía en Strub, cerca de

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Bischofswiesen. Vivía en una casaunifamiliar en el caminoDachlmoosweg. Estaba solo ydespués de haber padecido un infartoera bastante probable que estuvieseen una residencia, según les habíacontado la secretaria de laUniversidad. Escuchó que muchoshasta pensaban que había muerto, porlo que no pudo prometerles que elprofesor aún se encontrase en Strub.

Tom tenía la profunda esperanzade que Jungblut aún estuviese sano ysiguiese viviendo en su casa. Sirealmente hubiese muerto, su viaje a

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Alemania habría sido en vano. Noconocían otra dirección en lascercanías de Múnich donde ChaimRaful pudiera alojarse.

A la altura de Piding, Tom dejóla autovía y condujo por la carreteranacional en dirección aBerchtesgaden. Ya era de noche yMoshav dormía. En BadFriedrichshall Tom giró a laizquierda. Atravesaron una zona debosque y subieron por la carreterahasta Bischofswiesen. Tuvieron queparar inesperadamente. Un control depolicía les bloqueó el camino,

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quedaron rodeados de policías bienarmados y con chalecos antibalas.Tom siguió las indicaciones de unpolicía y paró el coche. Las luces defaros y linternas se dirigieron alvehículo. Moshav se despertó y mirósúbitamente alrededor.

—¿Qué... qué pasa? —preguntósomnoliento.

—Un control de policía —contestó Tom.

Moshav se incorporó y tuvo quecerrar los ojos ya que le deslumbróla luz de la linterna. Tom abrió laventana.

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—¡Control de vehículos ypersonas! —pronunció el funcionariocon desgana.

El compañero que había a sulado apuntaba con su arma al coche.

—Encienda por favor la luz delinterior del coche.

Tom buscó el interruptor por eltecho del vehículo pero no loencontró inmediatamente.

—Disculpen, ¿puedo abrir unpoco la puerta? El coche esalquilado y no sé dónde está elinterruptor.

El funcionario asintió y se echó

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a un lado. Tom abrió la puerta.—¡Por favor, los papeles del

coche, su carné de conducir y ladocumentación!

Tom y Moshav buscaron sudocumentación y se la entregaron alos funcionarios. Cuando tuvieron enla mano el pasaporte de Moshav, lespidieron que se bajaran del coche.

—¿Qué ha pasado? —preguntóTom—. ¿Ahora es habitual este tipode control?

—Ha habido un atraco y losdelincuentes se han dado a la fuga —contestó el funcionario después de

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entregar la documentación a uncompañero.

—Acabamos de llegar deMúnich —contestó Tom.

—¿Por qué motivo viajan hastaaquí?

—Para visitar a un familiar.Los funcionarios empezaron a

inspeccionar el vehículo. Tomempezó a sudar, gotas de sudordescendían por su rostro. En suchaqueta estaba la pequeña pistolaque le había quitado al hombre quelos perseguía en Jerusalén. Si lospolicías descubrían la pistola, se

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había acabado la diversión. Perotuvieron suerte, después de recibirsus papeles les dieron permiso paraseguir el viaje.

Por el camino encontraron máscoches de policía. Cuando llegaron aStrub y aparcaron frente a la casa deJungblut, los dos respiraronprofundamente.

Mitterbach, región deBerchtesgaden

La joven mujer estabaacurrucada sentada en el sofá de lasala de estar mientras que losespecialistas de la Policía Científica

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empaquetaban sus utensilios.Rechazó pasar la noche en elhospital. Su madre, quien tras sufrirun infarto quedó parcialmenteparalítica y tenía que estar encamada,no se enteró de nada de lo que pasóen la planta de abajo. Al pequeño loestaba cuidando Lisa y una colega dela brigada responsable de laoperación; estaban en la habitacióndonde el chico les enseñabaorgulloso su caja de aparatosquímicos.

—Señora Hauser, ¿se encuentraen disposición de hablar sobre ello?

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—preguntó Bukowskicompasivamente.

La señora Hauser, como sellamaba la joven mujer, agarraba unpañuelo con el puño. Asintió sinpronunciar palabra. Constantementese frotaba las mejillas con elpañuelo.

—¿Recuerda cuándoaparecieron esos tipos en su casa?

—Era poco antes de las seis.De repente, los vi en la cocina. Casisiempre tengo la puerta trasera delestablo abierta. El más bajo, me pusouna pistola bajo la nariz. El otro, que

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parecía el mismo demonio viviente,tenía una sangrienta herida en elcuello. Soy enfermera, ¿sabe usted?Ahora mismo estoy de excedenciaporque estoy cuidando de mi madre.

—¿Hablaron con usted?La joven mujer se secó unas

lágrimas de la cara.—Hablaban alemán con acento,

creo que eran italianos. Tuve quecurar al hombre de la cicatriz en lacara. La herida parecía como la deun latigazo. No era profunda perosangraba.

Bukowski frunció el ceño.

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—Un disparo de refilón,probablemente.

—Mientras le asistía, el otrohablaba por el móvil. Se fue alpasillo. Hablaba en un idiomaextranjero, no lo entendí.

—¿Qué pasó entonces?—Después de que mi hijo

regresara de natación, nos sentamosen silencio en la sala de estar.Comieron algo. Entonces el queparecía un boxeador quería que leacompañara al dormitorio. Pasémucho miedo. Era muy peligroso. Sino hubiese estado el otro, creo que

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hubiésemos muerto todos.—Entiendo —contestó

Bukowski.—Entonces me preguntaron si

tenía un vehículo. Además,necesitaban cubos o recipientes demetal. Pensé que querían escapar conmi coche pero se quedaron aquí hastaque se hizo de noche. En esemomento recibieron una llamada. Elalto se dirigió al jardín y encendió unfuego. Cuando regresó empezamos aescuchar un fuerte zumbido.

Bukowski asintió.—Entonces llegó el helicóptero

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y huyeron.La mujer negó con la cabeza.—El boxeador regresó. Sacó el

arma y me apuntó, pero el más alto,el de la cicatriz en la cara, le apartóel brazo con que sujetaba el arma yle dijo algo. Seguidamente, nos llevóarriba y nos encerró en la habitación.De fuera provenía un estridenteruido, toda la casa vibraba. Al pocollegaron los policías. Pensé que porfin todo había acabado.

Bajó la cabeza y lloróamargamente. Bukowski se sentójunto a ella en el sofá e intentó

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calmarla frotándole la espalda.—Ya ha pasado todo, lo ha

superado —dijo—. Jamás volverán.La señora Hauser se tranquilizó.

Bukowski sacó una foto de suchaqueta.

—¿Era este el tipo con lascicatrices de quemaduras en la cara?

Echó un vistazo a la foto yasintió.

—Mañana enviaré a undibujante para que podamos hacer unretrato robot del más pequeño, elboxeador como usted decía. Por lanoche dejaremos una patrulla fuera

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de su casa.—Pero pensé que ya no iban a

volver —sollozó.—No, seguro que no, pero creo

que si estamos cerca podrándescansar mejor usted y su pequeño.

La mujer le miró agradecida.Tocaron a la puerta.

—Sí —dijo Bukowski.El superior de policía asomó la

cabeza.—¿Podemos hablar un

momento?Bukowski asintió y se fue al

pasillo. Silenciosamente cerró la

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puerta de la sala de estar.—Nuestros colegas han

conseguido recoger unas huellasdactilares en el vehículo en el que sedieron a la fuga y que,afortunadamente, la Policía Federaltenía previamente registradas. Setrata de las huellas del pulgar de untal Marcel Mardin, un francés. Haceun par de años estuvo implicado enel robo de coches lujosos y está enbúsqueda por robos de granmagnitud. En Saarlouis disparó a uncomerciante albano en la pierna paraque le diera el número secreto de la

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caja fuerte y después le atracó.—¿Tenemos alguna foto?El comisario jefe asintió y le

pasó una copia impresa por fax.Bukowski le dio las gracias yregresó a la sala de estar.

—¿Puede ser este hombre elcómplice del hombre con la caradesfigurada? —le preguntó a la jovenmujer y extendiéndole el fax.

Ella lo observó durante un buenrato.

—Sí, es él. Tenía el pelo máscorto, pero estoy segura de que eraél.

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—Fabricio Santini y MarcelMardin —murmuró Bukowski en vozbaja.

Gentilly, FranciaEste barrio, a las afueras de

París, parecía sucio y triste en esanublada y lluviosa tarde. Jean yYaara llegaron a tiempo a laestación. Paul, un colega y amigo deJean, los estaba esperando. Despuésde su conjunta carrera universitaria,Paul se había quedado en Parístrabajando en varios proyectos deinvestigación en la Sorbona. Conocíapersonalmente al profesor Molière.

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—Se ha convertido en unermitaño y raramente recibe visitas—les advirtió.

—Para eso te tenemos a ti —contestó Jean—. Seguro queconvences al viejo.

Paul sonrió. El profesorMolière vivía apartado en unapartamento de la rue RobertMarchand. Paul aparcó el cochedelante del edificio y se bajó elprimero.

—Dejadme que llame, hablaréprimero un poco con él.

Paul desapareció en el edificio.

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Tras unos minutos regresó y les hizoseñas a Jean y Yaara para que seacercaran hasta él.

Jean suspiró.—Creo que el profesor está

listo para recibir una visita.Yaara asintió.—Si es como me lo imagino

será una noche larga.Jean frunció el ceño.—¿Por qué dices eso?—Las personas mayores que

viven apartadas se aprovechan y lesentran ganas de hablar cuandoreciben una visita. Sobre todo, si se

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trata de un tema que les afecta.

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Roma, Biblioteca vaticana

Pater Leonardo esperó hasta quese cerrara el candado de la puerta,pero no sin avisar antes al monje deque probablemente pasaría toda lanoche en la catacumba. El cardenalprefecto le había encargado unaimportante misión. El monjemasculló un par de incomprensiblespalabras antes de abandonar las salasde la bodega. La bibliotecapermanecía abierta para las almas de

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noche y de día, custodiada lasveinticuatro horas por los monjesfranciscanos y por la Guardia suiza.El padre empezó a estudiar lascarpetas. La estructura se podíaanalizar rápidamente. Los distintosdocumentos se clasificaban bajo unhiperónimo: bienes inmuebles de laIglesia, acuerdos de la Santa Sede,asuntos de personal, carta de lospastores a las comunidades de todoel mundo, entre otros. Pater Leonardoretiró a un lado la primera carpeta.La segunda carpeta resultó muchomás interesante, incluía los acuerdos

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de la Iglesia con otras instituciones.Encontró escritos sobre el enlacesecreto con los iluminados, dePrieuré de Sion, sobre la Orden deSan Juan, la Orden de Rosacruz y laHermandad de la Tumba de Cristo.También se hablaba del citadoacuerdo con el Opus Dei. PaterLeonardo se levantó y entró en laespaciosa sala contigua marcada conuna I. Todos los armarios estabanenumerados. Buscó el número ocho ylo abrió. En las estanterías habíanumerosos libros, actas, carpetasprovistas, a su vez, de signaturas con

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letras mayúsculas y númerosromanos. Inmediatamente encontró lacarpeta I/VIII-GB XXI que extrajodel armario. El polvo llenó el airefrío de la sala pero la carpeta en síestaba limpia. Volvió al escritorio ysiguió buscando en el índice algunosindicios que le pudieran servir. Unaentrada interesante hacía referencia alos documentos sobre lasexcavaciones de Qumrán. Tambiéntomó esta carpeta y la apiló en lamesa. Otra carpeta despertó suinterés. Se encontraba en lahabitación II y trataba sobre los

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templarios pero los últimos registroseran recientes. Empezó por esacarpeta.

Se trataba de documentos yescritos, todos en latín, que conteníanla fundación de la orden y laintercesión del influyente abadBernhard von Clairvaux en el año1129 d. C. El primer gran maestre delos templarios, Hugo de Payens,exigió para la orden la soberaníailimitada del papa. No podía existirni dominar ninguna otra orden porencima de su orden: «Pauperescommilitones Christi templique

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Salomonici Hierosalemitanis»,como la llamaron sus fundadores enaquella época. Solo se reconocía alpapa como superior. Así, Hugo dePayens recibió lo que ambicionaba,un poder ilimitado. Pronto seincrementó el número de losmiembros de la Orden de los PobresCaballeros de Cristo del TemploSalomónico. Ingresaron en esta ricoscaballeros y nobles que entregarongran parte de su fortuna a la causa.Incluso la Curia contribuyó a lariqueza de la orden poniendo a sunombre tierras y propiedades en

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todas las partes del mundo conocidopor entonces. Los caballerosnegociaron con los infieles, fundaronbancos y llevaron a cabo un sistemade crédito que aún existiría un par desiglos más tarde. En pocas palabras,la Iglesia, incluido el papa, entregógran parte de su soberanía pese a lasadvertencias de que el arzobispo deAvignon expresó sobre los primerosfundadores de la orden. En una cartamencionaba la orden como unrevoltijo de pobres diablos,elementos saqueadores y herejes.Resaltaba especialmente a dos

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caballeros declarados fuera de la leypor los corregidores y bailíos comoconsecuencia de sus delitos contracondes y autoridades. Se mencionabaun caballero llamado Renaud deSaint-Armand. Pater Leonardo sefrotó los ojos con las manos.Reflexionó. El templario queencontraron frente a las puertas deJerusalén se llamaba Renaud, Renaudde Saint-Armand. ¿Sería este bribón?Pero al parecer el papa no estimabamucho las reservas del arzobispo. Enel Concilio de Troyes se fijó elreglamento de la orden y el mismo

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papa legalizó la Orden de losTemplarios. Cuando descifró de lacarta fundacional los nombres de losprimeros nueve templarios seconmovió. No existía el tal Renaudde Saint-Armand, pero entre losfundadores de la orden aparecía uncaballero al que llamaban Archibaldvon Saint-Armand. ¿Se habríacambiado el nombre porque lohabían proscrito en Francia?

Pater Leonardo se encogió dehombros y siguió leyendo. Lasentradas eran cada vez más escasas.La bula papal Omne datum optimum

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era el último documento procedentedel primer periodo. Sus actividadeseran diversas pero al parecer seocultaban a la Iglesia. Del año 1305databan otros documentos. Todoseran de Francia y conteníanacusaciones de blasfemias quederivaban hasta denigrantes prácticashomosexuales entre los caballeros dela orden. El último documento erauna carta secreta al rey francésFelipe, escrita por el papa Clementeen septiembre de 1307. Recibió elmandato de que anulara de unplumazo el poder de los templarios y

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que confiscara su fortuna para quepudieran ser procesados. Comojustificación, el papa Clementeargumentaba herejía, inversiónsexual y escarnio al cadáver deCristo.

De este modo, se cerró elcapítulo de los templarios en Europay perdieron relevancia, aunque notodos los templarios cayeron en lasredes de sus perseguidores. Eso ya losabía Pater Leonardo por las largashoras que tuvo que estudiar historia.Al parecer algunos se marcharon aEscocia, otros a un nuevo mundo, que

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se descubriría doscientos años mástarde, América.

Pater Leonardo se frotó los ojosy tomó la nueva carpeta. En laportada se leía «Excavaciones delQumrán en la Tierra Santa». Algunoscroquis, elaborados por Pater deVaux, mostraban las once cuevasdescubiertas por casualidad en elmar Muerto. En una lista del personalrecogida por un funcionario de laÉcole que contenía el nombre de losayudantes que intervinieron, topó conel nombre de Chaim Raful. Elfuncionario llevaba la contabilidad

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de los salarios que se pagaban a lostrabajadores. El documento,indudablemente original, procedía defebrero de 1952. Dos hojas másadelante aparecía la contabilidad demarzo pero en esta fecha se habíantachado repentinamente tres nombresde la lista. Se trataba de ChaimRaful, Yigael Jungblut y el de unárabe, Mohammed al Sahin. Alparecer, se les echó de lasexcavaciones.

Pater Leonardo siguió leyendo.A continuación, se indicaban loshallazgos de las cuevas. En la página

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de la cueva siete señalada con laanotación «primeros cristianos»,alguien escribió en francés:«saqueada en su mayor parte». PaterLeonardo conocía los escritos deQumrán. En su carrera tuvo que leere interpretar fragmentos de los rollosde Damasco, uno de los rollos de lacuarta cueva. Según los arqueólogos,este documento procedía del año 75antes de Cristo y se dividía en dospartes. Leyó por encima el resto delíneas y, a partir de entonces, ya eramás de medianoche, se dedicó a laprimera carpeta que sacó del

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armario: sociedades de la fe,asociaciones secretas yorganizaciones sobre las que seelevaba un aura mística. En sumayoría eran hermandadesinofensivas que se dedicabanintensamente a la conservación de lafe. Después de que Pater Leonardoestudiara los documentos sobre laCruzada del Rosario, siguió pasandolas hojas hasta que se quedóparalizado al descubrir que tras laportada de la Orden de la confrérieJésus Christ estaban arrancadas laspáginas relativas a dicha hermandad.

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Descolgó el teléfono. En seguidacontestó la somnolienta voz de unmonje franciscano que estaba deguardia y que, probablemente, sehabía dormido.

—Se trata de varios documentosque faltan —informó Pater Leonardo.

—¡Documentos que faltan! —sesobresaltó el monje—. ¡Esimposible!

—Sí, en la carpeta I/VII-GBXXI faltan algunas páginas.

—¡Ya voy! —contestósobresaltado el monje.

Al poco se escuchó el

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chasquido del candado. Elfranciscano de hábito marrón seapresuró hacia el interior delpequeño y espartano despacho.

—¡Aquí! ¡Véalo usted mismo!—exclamó Pater Leonardo mientrasle entregaba la carpeta al hermanofranciscano.

Sin dar crédito ojeaba lacarpeta.

—No lo entiendo —dijo,después de comparar los documentoscon el índice.

Pater Leonardo carraspeó.—Hermano, me ha llamado

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mucho la atención que esta carpetano estuviese cubierta de polvo comolas otras. ¿Puede ser que hace pocoalguien estuviese aquí y se llevaraconsigo el documento?

—Está estrictamente prohibido—contestó el franciscano—. No sepuede sacar ninguna hoja, esas sonlas reglas.

—Al parecer, alguien no hacumplido las reglas —contestó PaterLeonardo cínicamente.

—Un momento, loaveriguaremos enseguida —observóel monje que salió apresurado.

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Pater Leonardo le siguió. Elfranciscano se sentó detrás de unescritorio medieval y extrajo unlibro, pasó las hojas.

—Es... es imposible... —tartamudeó.

—¿Qué es imposible?El franciscano colocó el libro

sobre la mesa. Pater Leonardo silbósilenciosamente al leer la entradaescrita a mano.

—Ahí lo tenemos —murmuró—. Creo que está justificado guardarsilencio sobre este accidente.

El franciscano se secó el sudor

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de la frente y asintió ansiosamente.Strub, región de Berchtesgaden—Sencillamente no está —

susurró Moshav después de que Tomtocara al timbre y a la puerta porenésima vez.

—No está o no nos abre.Tom contempló la fachada de la

casa. Una casa unifamiliar construidaal estilo rural típico de la región, deuna planta y un loft arriba. Laspersianas estaban echadas y lasventanas posteriores permanecían enla oscuridad.

—No está. ¡Basta! —dijo

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bruscamente Moshav—.Marchémonos y volvamos mañana.Con una vez que me inspeccione lapolicía al día tengo bastante. Notengo ganas de acabar en la cárcelpor tu culpa.

—Espera un momento —contestó Tom.

Recorrió la fachada y fue aparar a un portón de hierro forjadoque estaba cerrado. El alicatadocamino que le seguía llevaba hasta laparte de atrás. Con cuidado Tomsaltó por el portón. Antes se habíaasegurado de que nadie mirara por la

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ventana de las casas contiguas.—Espera aquí, donde no se te

vea. Si viene alguien, silba ydesaparece.

—Estás loco —respondióMoshav—. La policía está buscandoa unos delincuentes peligrosos. Sialguien nos descubre aquí seremossospechosos.

—Algunas veces tenemos quearriesgarnos —replicó Tom ydesapareció en la oscuridad.

Impaciente, Moshav se ocultóen la sombra. Había una farola queiluminaba el camino pero la luz solo

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llegaba hasta el garaje. Moshavrastreó con la mirada el entorno. Enla casa de enfrente las ventanasestaban en oscuridad, solo de vez encuando se reflejaban rayos decolores procedentes de un televisor.El edificio de viviendas contiguo,con tejado de ripia, estabacompletamente oscuro. Al parecerdormían todos sus habitantes.

Moshav contabaimpacientemente los segundos quepronto se convirtieron en minutos.

—¿Qué estará haciendo ahora?—masculló silenciosamente para sí.

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Volvió a examinar las ventanasde las casas vecinas. En la casacubierta de ripia, ¿se estabamoviendo la cortina? Dio un pasohacia un lado. De nuevo percibiócómo la cortina se ondeabaligeramente en la penumbra. Moshavse encogió de hombros.Efectivamente no había luz en laprimera planta pero la farola de lacalle irradiaba un poco de luz en lacasa. Hubiese jurado que había vistola sombra de una persona, elespectro de una cabeza con el pelorevuelto. Se refugió un poco mejor en

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la oscuridad. ¿Sería mejor quesilbara?

Antes de que llegara adecidirlo, se escuchó un ruidoprocedente del pequeño portón. Tomestaba saltando.

—No te lo vas a creer —dijo—. Han entrado en la casa. Hanregistrado y revuelto todos losarmarios, debe ser hace tiempoporque el antepecho de la ventanaestá cubierto de polvo. No hay nadieen la casa.

—Larguémonos de aquí —susurró Moshav—. Creo que en la

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casa de enfrente hay alguien detrásde la ventana.

Tom miró en la direcciónindicada.

—¿Estás seguro?—Bastante.Se apresuraron hasta el coche.

No les importaba la luz.Gentilly, FranciaPaul no había exagerado. El

anciano y ermitaño profesor rechazóal principio su visita nocturna perocuando Yaara le explicó el motivo desu aparición dejó libre la entrada yse echó a un lado.

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—Así que arqueólogos —dijo—. ¿No estabais atentos en clasecuando explicaban el tema de lostemplarios o es que eso ya no seenseña en la Universidad?

Yaara sonrió.—La Edad Media no es mi

punto fuerte, me especialicé enHistoria Antigua. En Jerusalén seencuentran marcas del dominioromano en cualquier esquina.

—Bueno, qué le vamos a hacer,no se puede saber de todo.

El profesor Molière condujo asus invitados a la recargada y

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sombría sala de estar. La mesa, losdos sillones y también el sofá verdeestaban llenos de libros. Faltaba eltípico armario de comedor pero en sulugar había una cómoda junto a lapuerta y numerosas estanterías,igualmente repletas de libros.

—Con vuestro permiso medespido —dijo Paul después de queel profesor hiciera hueco en un parde asientos para que pudieransentarse.

—Muchas gracias —contestóJean.

—Por cierto, en la siguiente

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esquina de esta calle hay una pensión—comentó Paul—. Pensión Tissot,podéis aparecer por allí inclusodespués de media noche. La dueña,madame Dubarry, es mi tía,saludadla de mi parte.

Jean le dio las gracias una vezmás antes de que desapareciera y seescuchara como la puerta se cerrabade un golpe.

—Entonces —gruñó el anciano—. ¿Os apetece un Pernod, un licor oun coñac?

Yaara negó con la cabeza.—Ya entiendo, señorita. Desea

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ir directamente al grano, sin rodeos.Yo también lo prefiero así.Exactamente, ¿qué os trae hasta aquí?

Yaara decidió contarle toda laverdad. Empezó por lasexcavaciones frente a las puertas deJerusalén, prosiguió con el hallazgodel templario.

—Lo he escuchado, es fabuloso—pronunció el anciano y chasqueócon la lengua—. Joven dama, suhallazgo posiblemente esclarezcabastante el oscuro capítulo de lostemplarios. Son afortunados, mehubiese encantado estar allí. ¿Sabían

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que el famoso tesoro de lostemplarios se sigue considerandooculto?

Yaara asintió pero no se metióen ese tema, continuó su narración.Le informó sobre los accidentes, losasesinatos y la desaparición de Rafulcon todos los documentos de lasepultura, así como sobre supersecución hasta el hotel.

—No me extraña —contestóMolière—. El hallazgo ha atraído atodos los interesados y hay muchosindicios de que en el sarcófago seencontraba algo realmente valioso.

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—Se trataba de escritos, segúnnuestra especialista —intervino Jean—. Se encontraban en una especie deánfora y eran muy parecidos a los delQumrán. Dentro no había un mapadel tesoro, si se refiere a eso.

—¡Tonterías, qué mapa deltesoro! —objetó el profesor—. Losvalores relacionados con laideología son mucho más valiososque el dinero, el oro y los diamantes.

—¿Pero que podía haber en losrecipientes? —preguntó Yaara.

—¿Cómo era el nombre deltemplario que encontraron? He

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seguido las noticias en los medios decomunicación pero, evidentemente,han informado muy superficialmente.

Yaara buscó en su bolso yextrajo una nota.

—Se llamaba Renaud de Saint-Armand.

El profesor empezó a saltar derisa y golpeó como poseído eltablero de la mesa con la palma de lamano.

Yaara miró a Jean titubeante.—¿He dicho algo malo?—No señorita —sonrió el

anciano—. Simplemente me divierte

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mucho que haya ciertas cosas que nocambien nunca.

—No entiendo.—Vean, llevo toda mi vida

estudiando la vida y obra de lostemplarios. Quizás me tomaban porloco y chiflado pero yo sabía que undía se encontraría a ese Renaud.

—He buscado a este caballeroen el registro de distintas bibliotecaspero no se cita en ningún sitio. Encambio, sí que aparecía en elsarcófago que era uno de los nueve.Creo que uno de los nuevefundadores de la orden.

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—Está totalmente en lo cierto—replicó el profesor—. Pero seguroque en sus investigaciones haencontrado a un tal Archibald vonSaint-Armand, ¿no?

Yaara asintió.—Ven, ahí lo tenemos. Ha

utilizado uno de sus muchos nombres.—¿Por qué? —preguntó Jean.—Resumiendo, no tenía muchos

amigos en el condado después dehaber asesinado al corregidor delconde. Y lo hizo, al igual que loharíamos nosotros, porque lo estabanbuscando. Nos camuflaríamos.

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Archibald es nuestro hombre. Y él esel único cuyo destino sigue sinhaberse esclarecido mientras quepara los otros contamos conindicaciones verificadas de susmuertes. De Payens, Godofredo deSaint-Omer, André de Montbard,Gundomar, Gundfried, Roland, Payende Montdidier, Godofredo Bistol yArchibald de Saint-Armand. ¿Loshabéis contado?

Yaara asintió.—De Payens, de Saint-Omer

murieron en Francia a su vuelta. Lastumbas de Payen de Montdidier y

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Gundfried se encontraron en Chipretras su huida de la Tierra Santa.Roland y Godofredo Bistoldescansaron en el campo de batallade Jerusalén y Montbard murió unpoco más tarde cerca de Tiro,después de un largo viaje por tierrasextranjeras. En mi colección solofaltaba Saint-Armand.

—No había leído nada de eso—contestó Yaara.

—No he publicado nunca losresultados de mi investigación. Odiolos libros que dejan preguntasabiertas. Sobre todo, si la última

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gran pregunta permanece sinresolver.

—¿Qué quiere decir con eso?—Han encontrado el tesoro de

los templarios. Han obtenido ellegado que dejaron para laposteridad. Con el que consiguieronriqueza y un poder infinito, hasta elpapa se doblegó ante ellos.

Jean hizo un ademán denegación. Tuvo la sensación de estaren medio de una mala representaciónteatral.

—Y, en su opinión, ¿quécontenían los rollos? —preguntó.

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—Ni siquiera se lo puedenimaginar —susurró el anciano—.Contienen el legado de Dios.

Un profundo silencio seapoderó de la habitación. Fuera lalluvia golpeaba con fuerza loscristales de la ventana.

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3ª PARTE. La muertedel silencio

... la fe es para los mansos y

la religión es, en cambio,

la profesión de los violentos...

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40

Unidad de Crimen Organizado deBaviera, Múnich

Bukowski volvió a casa desdela región de Berchtesgaden en plenamadrugada, en torno a las dos.Estaba derrotado, se quitó la ropa ycayó en la cama. Antes del amanecer,un fuerte ataque de tos le despertó.En el pañuelo quedaron algunassecreciones sangrientas. Después detomar su medicina pudo, al fin,tranquilizarse un poco. Pensativo se

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sentó en el borde de la cama.—Sus pulmones seguro que

están tan negros como una mina decarbón —le dijo el médico hacía dosmeses en la última consulta.

Bukowski no hizo caso.—Todos tenemos que morir,

unos antes, otros después —lecontestó.

Esos ataques de tos eran cadavez más frecuentes. A las seis pudovolver a conciliar el sueño hasta queel despertador le interrumpióbruscamente su apaciguado reposo.Cuarenta minutos más tarde tomó

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asiento detrás del escritorio de sudespacho. Lisa aún no estaba en laoficina. Sobre su mesa habían dejadouna gran carpeta. Los resultados dela autopsia del cadáver del macizode Watzmann obtenidos hasta ahora.Pasó las hojas del informe y lo leyópor encima con las conclusiones:cadáver masculino, entre sesenta yochenta años, sano excepto losdesgastes propios de la edad. Segúnlos hallazgos provisionales muriópor una múltiple disfunción de losórganos achacable a la fuerte pérdidade sangre. La amputación de las

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manos y de la zona de la cara seprodujo después de la muerte.Alguien quería asegurarse bien deque no se identificara tan fácilmente.Había suficiente material de ADNdisponible pero los asesinosconocían las dificultades queentrañaba el reconocimiento en baseal material hereditario. Lacomprobación entre los archivos delos desaparecidos había sidonegativa y la llave hallada con elllavero del ojo de Horus no habíapodido adjudicarse a ninguna puertahasta el momento. Bukowski ordenó

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que se comprobaran los archivos delos desaparecidos en toda Alemania.También contaba con un informe dela científica según el cual los restosde sangre hallados en el maletero delBMW con autorización francesacoincidían con el grupo sanguíneodel asesinado. Se solicitó unacomparación de ADN.

Era paradójico. Bukowski sabíaquiénes eran los asesinos pero notenía ni idea de quién era la víctima,ni el motivo del crimen. Se reclinóen el respaldo de su silla e hizo unrepaso mental de la historia. Empezó

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hace seis semanas con el asesinato,disimulado en forma de accidente,del padre de la Wieskirche. Acontinuación, torturaron brutalmentehasta la muerte al monje del conventode Ettal, fue encontrado crucificadoboca abajo al igual que el cadáver deWatzmann. Al parecer, con estos dosasesinatos tenían la necesidad demostrar una advertencia. ¿Pero aquién querían amenazar? Bukowskisuspiró.

Un par de días más tarde, elasalto a la Wieskirche. ¿Qué estaríanbuscando allí?

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Casualmente el sacristán seinterpuso en su camino y tuvo quemorir. Y, ahora, el asesinato a lafalda del macizo Watzmann. Detrásde todo se encontraban el hombrecon la cara de demonio y sucómplice, el boxeador, como lellamó la joven mujer de Mitterbach.Un asesino de la mafia italiana y uncriminal del sur de Francia. ¿Quérelación habría entre ellos?

Uno era un profesional queasesinaba a sueldo y el otro un matónsin cerebro. ¿Se habrían encontradoen una prisión?

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Bukowski rechazó esta idea.Santini nunca había pisado una cárcelfrancesa aunque lo estaban buscandopor un asesinato allí. El boxeadortampoco había ido a prisión desdehacía años. La noche anterior,Bukowski había examinado suhistorial.

Encima de todo eso, lascircunstancias en las que escaparon.Un helicóptero los recogió. Eraobvio que alguien les habíaencargado este trabajo. Santini yMardin no eran más que unmatrimonio de conveniencia que

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estaban buscando algo o a alguien.Puede ser que no pretendieran mataral hombre del macizo de Watzmann.Seguían por allí, así que la tortura yla posterior búsqueda no tuvieronéxito. ¿Pero qué podían estarrastreando con todas sus fuerzas?

—Debe ser una cosa, un objeto—intuyó Bukowski—. ¿Si no por quéiban a entrar en una iglesia? Seguroque allí no se habría escondido unapersona.

Se levantó y se dirigió alarmario. Regresó con el sumario.Analizó de nuevo la trayectoria de

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los dos padres asesinados. Existíanclaras coincidencias. Los dostrabajaron durante mucho tiempopara la Oficina Eclesiástica de laAntigüedad y ambos estabanespecializados en lenguas antiguas:hebreo, arameo, nabateo, palmireno ymandeo. Este era el denominadorcomún.

Bukowski se frotó la frente conla palma de la mano.

—¡Un escrito! —exclamó—. Unescrito antiguo, ¿cómo no se me haocurrido antes?

La puerta se abrió de un golpe.

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Lisa entró en el despacho.—¿Estás ya aquí? —preguntó

mientras intentaba entrar por lapuerta.

Llevaba tres pesados archivos yera visible que le pesaban bastante.Bukowski miró la hora.

—Hace una hora que estoy aquí,¿qué llevas ahí?

—Carpetas —contestó Lisa—.Carpetas de desaparecidos y, porcierto, hace dos horas que llegué.

Dejó los archivos en su mesa yse dirigió a Bukowski.

—Nuestros dos asesinos a

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sueldo están buscando un escritoantiguo —le informó.

—¿De dónde viene esa certeza?—Digamos que es la

quintaesencia de una mente despierta,un potente cerebro y el olfato de unextraordinario agente judicial.

Lisa tiró un documento en suescritorio. Bukowski lo miró.

—¿Qué es?—Helicóptero Augusta

Westland AW—139, denominaciónOEARU, registrado en el aeropuertoLOIk, se trata de Kufstein. De laempresa Karadic Air Touritik de

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Scheffau en Tilden Kaiser.—¿Es el helicóptero que

recogió a nuestros sospechosos?Lisa asintió.—¿Cómo lo sabes?—Digamos que es el resultado

de la intuición femenina junto con losmodernos equipos de la supervisióndel espacio aéreo.

Gentilly, Francia—Un rebaño de buscadores de

fortuna que no tenían nada que haceren su país natal, ni riqueza, ni poder,ni influencia. Descendientes decaballeros empobrecidos que querían

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escapar de los muros de un conventoy deseaban buscar su propio campode batalla.

Jean mostró su negativa.—Protegían a los peregrinos

que se dirigían a la Tierra Santa.Molière lo rechazó.—Tonterías —dijo bruscamente

—. Se escondieron bajo laprotección del rey Balduino. Sualojamiento se encontrabadirectamente al lado del monte delTemplo donde en épocas pasadas,reinaba poderosamente el templo deSalomón. Ni una sola vez al inicio de

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su fundación partieron a caballo.Nunca fueron vistos por los caminosde Tiro o hacia Escalón. Durante losprimeros nueve años no hay ningúnindicio sobre sus acciones en laTierra Santa. En cambio, sí se puededemostrar su presencia en las cuevasbajo el monte del Templo. En unantiguo escrito de Qumrán se citabaque lo más sagrado de lo sagradotenía allí su lugar.

—¿El arca? —preguntó Yaara.—No solo el arca, sino todo lo

que era sagrado para las personas deaquella época. Documentos,

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esculturas, todo lo que serelacionaba con Yahvé. Existía untemplo, una cripta. Pregunte al papadonde guarda sus valiosos objetos.Verá como sencillamente golpea elsuelo con los pies.

—Eso son solo teorías,monsieur Molière —dijo Jean.

—He dedicado toda mi vida aestudiar los templarios. Pasé todo mitiempo libre en la Tierra Santa oestudiando los escritos y tuveconocimiento de algunos aspectosque hicieron cambiar mi opiniónsobre estos nobles caballeros. Ya os

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he comentado antes, algún díapublicaré mi libro. En la actualidadhe escrito más de mil páginas perotodavía no es suficiente. Falta elúltimo capítulo.

—¿Y cree que encontrará elfinal con este caballero Renaud?

Molière negó con la cabeza.—Es un capítulo importante, no

más, pero es el principio del final.—¡No entiendo! —replicó

Yaara.—Lo que una vez encontraron

se perdió a lo largo de los siglos —contestó Molière enigmáticamente—.

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El conocimiento desapareció.Jerusalén cayó en las manos de lossarracenos y se persiguió a loscaballeros. Así perdieron su poder.Ya no quedaba nada en sus manos.La Iglesia creció y los templariosperdieron su relevancia, unacircunstancia asombrosa. Y eso fuelo que sucedió en aquel viernes 13de octubre de 1307. Se asesinaron amiles de templarios por mandato delpapa. Pero no todos cayeron. Muchosescaparon a Escocia y América,antes que Cristóbal Colón. No teníannada que perder pero tenían una flota

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con la que navegaron hacia donde seponía el sol hasta que llegaron a unatierra desconocida, América.

Jean sonrió.—¿No está hablando en serio?Molière miró despectivamente a

Jean.—En Nueva Escocia podrá

encontrar aún sus huellas. La Ordende los Templarios cayó pero surgióun nuevo movimiento. Phoenixresurgió de sus cenizas. Observe losactuales billetes de dólar. Viaje porel mundo con los ojos bien abiertos.Encontrará sus huellas por todos

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lados. Y su enseñanza recobró vida.Su posición frente a la Iglesia. Sedice que Leonardo da Vinci seescarneció de la Iglesia, incluso ensu propia casa.

—¿Los masones?—Así se llama en la actualidad

este culto. Siguen existiendo ennuestros días. Los templarios fueronsus antecesores.

—Usted no tiene en gran estimaa la fe y la religión —observó Yaara.

Molière sonrió.—Sabe, preciosa

mademoiselle. La fe es para los

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mansos y la religión es, en cambio, laprofesión de los violentos.

Yaara asintió en silencio. Fuerahabía dejado de llover y el solcomenzaba a abrirse camino entre lasnubes.

Bischofswiesen, región deBerchtesgaden

Tom y Moshav se habíanalojado en el hotel Reissenlehen deBischofswiesen, allí pasaron unaintranquila noche. Habían esperadomás de una hora cerca de la casa deJungblut pero no sucedió nada, nisiquiera apareció la policía, a pesar

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de que Moshav y Tom estabancompletamente seguros de que supresencia en la casa no pasóinadvertida.

—¿Por qué los vecinos nohabían llamado a la policía? —preguntó Tom.

—No lo sé —contestó Moshav—. Seguro que es por algo.

Tom asintió furioso.—Estoy de acuerdo. Tenemos

que averiguarlo.Moshav respiró profundamente.—¿Pero qué pretendes hacer

ahora?

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—Tendríamos que enterarnosquién nos descubrió, ¿no crees?

Moshav se echó desodorante yse pudo una camiseta.

—Yo, por lo pronto, voy adesayunar.

Tom se estaba cepillando losdientes.

—Yo voy después —masculló.Un par de minutos más tarde se

volvieron a encontrar en el comedorde desayuno del wellnesshotel.Numerosos invitados estabansentados alrededor de las mesasdisfrutando de la tranquila y

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agradable atmósfera. La habitaciónestaba decorada con un claromobiliario rústico. Los asientos ymanteles de rayas blancas y azulesotorgaban a la sala el típico encantode Baviera. Un copioso bufé invitabaal disfrute culinario y las ocupadascamareras, vestidas con las típicasfaldas dirndl, servían con amablesmiradas a los huéspedes. Moshavestaba sentado en una mesa cerca dela ventana. La colina se levantabasuavemente hasta los árboles dondecomenzaba una fuerte subida. Tom sesentó junto a Moshav y enseguida

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llegó la camarera.Moshav había dejado a un lado

el periódico. El titular con grandesletras en mayúscula ocupaba laportada, una belleza con el pecho alaire quedaba relegada a la parteinferior.

«Los carniceros de Watzmann»,aparecía en primera plana. Tom leyópor encima el artículo sobre elcadáver hallado en el macizo deWatzmann. También hablaban de lospadres asesinados en la zona. Lapolicía sospechaba de unos asesinosa sueldo.

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—Ahora ya tengo claro quienentró en la casa de Jungblut —suspiró Tom.

—¿Piensas que se trata deJungblut?

—Podría ser, ¿no crees?—¿Qué hacemos ahora?Tom reflexionó por un momento

mientras contemplaba el verdepaisaje.

—No tenemos otra opción,tenemos que llegar hasta el final.

—¿Y qué pretendes hacer?—Los vecinos tenemos que

vigilar la casa, quizás obtengamos

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algún indicio.La Croix Valmer, provincia

VAR, Côte d’AzurBenoit estaba sentado en el

blanco sofá de su mundana villa convistas a la costa Azul mientras bebíaa sorbos su champagne.

—Realmente no tengo la másremota idea de dónde puede estar.Pero debemos darnos un tiempo. Loencontrarán. Si no, tendremos quevolver a la acción pero primero debepasar algún tiempo. Las autoridadesalemanas trabajan con eficacia y nopodemos obviarlas tan fácilmente.

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Este Bukowski es como un sabueso,ha olido la presa y no descansaráhasta que la haya desmenuzado.

—Dejémosle que atrape lapresa, entonces podríamos descansar—contestó el hombre de traje negro.

Tenía el cuello blanco de lacamisa bien cerrado a pesar de quela temperatura se encontraba porencima de los treinta grados.

—Lo he estado pensando —contestó Benoit—. Mardin no meimporta pero no puedo arriesgarmecon Santini. Es demasiado valioso.

—¿No deberíamos pensar

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primero en nosotros?—Aún tenemos el control y por

ahora eso no va a cambiar —contestóBenoit y dejó vacío su vaso.

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41

Roma, Santo Oficio

Pater Leonardo estabaconsternado. Se sentía utilizado,incluso maltratado. Conocía la férreaestructura jerárquica dentro de laadministración eclesiástica pero, detodos modos, el cardenal prefecto sehabía reído de él. Le encargó, sinpropiciarle más detalles, una misiónque solo podría resolversatisfactoriamente si conocía bien elcontexto y todas las relaciones.

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¿Qué se podía esconder detrásde esa Hermandad de Cristo? ¿Quépodía ser tan peligroso para laIglesia como para que el mismocardenal prefecto enviara a susecretario a Jerusalén? Cuando PaterLeonardo entró a su despacho, seencerró con llave desde el interior,algo que no acostumbraba a hacer. Sesentó junto al escritorio y encendió elordenador. Activó el navegador deinternet y en un motor de búsquedaintrodujo el término confriére JesúChrist. Pasó un rato hasta que lapantalla mostró los resultados. Los

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leyó por encima pero ningunocorrespondía a su búsqueda. Respiróprofundamente y accedió de nuevo alformulario de entrada. Esta vezintrodujo el nombre del hombre queparticipó junto a Chaim Raful en lasexcavaciones de Qumrán y cuyaimplicación en las cuevas acabó elmismo día que la del profesor Raful.

Había más de cincuenta milentradas que contenían el nombre deYigael Jungblut. La primera entradaindicaba que el profesor Jungbluttrabajaba como profesor en laUniversidad de Múnich, su ámbito de

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especialidad era la Arqueología. Elartículo encontrado tenía un par deaños. Lo leyó detenidamente.Posteriormente el profesor vivió enAlemania, en algún lugar de la regiónde Berchtesgaden. Cuando leyó lasiguiente entrada se frotó la frentecon resignación. Yigael Jungblutmurió de un infarto hace varios años.Decepcionado apoyó la barbillasobre sus manos. Acababa deencontrar un indicio que se esfumóenseguida. De nuevo, se dirigió a lalista de resultados del motor debúsqueda. El tercer artículo procedía

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del periódico BerchtesgadenerTageszeitung en el que se informabaque el profesor Jungblut fuecondecorado con una medalla y undiploma del Ministerio de Cultura deBaviera por su activa contribución ala creación del Departamento deEscritos Hebreos dentro de laBiblioteca Universitaria de Múnich.Pater Leonardo leyó por encima elartículo, se quedó perplejo cuando sumirada topó con la fecha del escrito.Procedía del año pasado, incluso sepodía observar una foto. El profesorJungblut estaba apoyado en un bastón

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junto a un representante delMinisterio de Cultura. El profesorestaba bastante estropeado y parecíaenfermo, pero estaba vivo. El rostrodel padre se volvió a iluminar.Limitó el criterio de búsqueda yagregó el nombre de Raful en elcampo de entrada. Obtuvo más detreinta resultados. Al parecer, Rafuly Jungblut habían trabajado juntos alo largo de los años. Descubrióvarios ensayos y artículos deinvestigación que Jungblut y Rafulhabían escrito juntos, especialmentesobre la temática de los templarios.

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De nuevo, Pater Leonardoaccedió a la página del periódico deBerchtesgaden para buscar ladirección de Jungblut, pero solopudo enterarse de que el profesor sehabía retirado a pasar sus últimosdías en la región de Berchtesgaden.Justo estaba a punto de cerrar lapágina cuando un titular del menú deinicio atrajo su atención. Hacíareferencia al cadáver desconocidoencontrado en Watzmann, torturadobrutalmente y crucificado haciaabajo.

¿Una víctima crucificada? Pater

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Leonardo se descargó el artículo,mientras lo leía casi se quedó sinrespiración. Tomó inmediatamente elteléfono y llamó a uno de losadministradores.

—Necesito un vuelo a Múnich—dijo—. Hoy mismo, es urgente.

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera

No tuvo que esperar muchohasta que le devolvieron la llamada.Bukowski se levantó y buscó suchaqueta.

—¿A dónde vas? —preguntóLisa.

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—He quedado en dos horas conel inspector responsable de laDirección de Seguridad de Tirol. Teinformo que llegaré tarde, por siacaso estás interesada en esperarme.

Lisa hizo un ademán negativo.—No he pegado ojo en toda la

noche. Me duele la cabeza. Enrealidad quería analizar estascarpetas pero si no mejoro creo queme marcharé a casa para descansar.

—¿Qué hay en esas carpetas?—preguntó Bukowski mientrascerraba el sumario que había dejadoencima de su mesa.

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—Los casos de desaparecidosde los dos últimos años en todaAlemania, en Austria y Suiza. ¿Oacaso no te interesa el nombre de lavíctima?

Bukowski miró con los ojosbien abiertos las tres carpetas.

—¿Tantos desaparecidos?—Al parecer, hay muchos que

no soportan seguir viviendo en casa.—La culpa de eso la tienen las

mujeres, como siempre.Lisa mostró su indignación.

«Típico de Bukowski», pensó para símisma.

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Bukowski se dirigía a la puertacuando se giró una vez más.

—¡Ah! Y ya que estás con eso.¿Puedes mirar en internet si nuestrosdos padres asesinados estaban encontacto con algún arqueólogo quetrabajara con el arameo, hebreo ocualquier otra lengua oriental?

—Ya lo he hecho —contestóLisa.

—Ya lo sé, pero estoy seguroque nuestro caso va de algúnartilugio en el que las lenguasantiguas tienen un papel crucial. ¿Nome comentaste algo sobre un

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profesor universitario?Lisa asintió.—Uno ya está muerto y el otro

es de Israel. El redactor no pudofacilitarnos su nombre porque la fotoes demasiado antigua.

—No importa, busca de nuevo.Utiliza tu intuición, como con elhelicóptero.

Antes de que Lisa pudiesecontestar, Bukowski se habíamarchado.

Gentilly, FranciaEl profesor Molière les había

preparado un opulento desayuno,

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seguía conversando profusamentecon la somnolienta Yaara sobre latumba del templario que habíanencontrado frente a las puertas deJerusalén. Si Molière estaba en locierto, Tom no se había equivocadocon sus negativos presentimientos yhabía mucho más en juego de lo quese hubiese podido imaginar antes devolar a París. Seguro que ChaimRaful sabía lo que se hallaba dentrode la tumba del templario y tambiéntenía que haber sido consciente delas consecuencias que podía tener lapublicación de tal hallazgo.

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Desapareció a tiempo dejando en laestacada al profesor Hawke y a suequipo. Más aún, había dejado quelos lobos devoraran a casi todos losque trabajaban en las excavaciones.

—Estoy agotada —dijo Yaaraal salir del apartamento del profesor.

Molière le entregó una copia desu manuscrito donde podía leer todolo que le había contado la nocheanterior sobre los templarios. Tuvoque prometerle que no se loenseñaría a nadie.

—Vayamos a la pensión que nosrecomendó Paul y durmamos bien —

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contestó Jean Colombare.—Quería llamar a Tom —

comentó y bostezó a la vez.—Tienes tiempo hasta esta

noche. Ahora será mejor que te vayasa dormir. Tienes la cara más blancaque la nieve.

—Estoy machacada, como si mehubiesen dado una paliza —replicóYaara.

Miró al cielo, solo unas cuantasnubes cubrían los tejados de París.

Strub, región de BerchtesgadenDespués del desayuno, Tom y

Moshav se sentaron en el coche y

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condujeron de vuelta a Strub. Loaparcaron antes de llegar al pueblopara entrar a pie. Parecían dosinofensivos senderistas que paseabanpor la soleada zona montañosa. Setumbaron en un prado. Desde allípodían ver toda la calle en la que seencontraba la casa de Jungblut. Tomcompró en una tienda unosprismáticos con un cristal Zeiss degran calidad. Ahora estaban sentadosen el césped y contemplaban lo quesucedía en el pueblo.

Tom estaba jugando con sumóvil mientras Moshav miraba por

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los prismáticos.—Parece muerto —murmuró

Moshav.Hasta ahora solo habían pasado

tres coches por la carretera y unamujer con un perro. Parecía que anadie le interesaba la presencia oausencia de Jungblut. Pasadas lasdiez llegó el cartero a la casa deJungblut y metió algo en su buzón,marchándose sin más.

—Tengo que llamar a Yaara —dijo Tom.

—Envíale un mensaje —contestó Moshav y apartó a un lado

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los prismáticos.—¿Has visto algo?—Solo el cartero —contestó

Moshav.Tom activó la pantalla de su

móvil y le escribió un mensaje aYaara.

Poco a poco el sol alcanzaba sucenit. A mediodía les entró hambre ysacaron el almuerzo que habíanrecogido en el hotel: unos bocadillosde jamón con queso y pepino.

—¿Sabes si son cashrut? —preguntó Moshav.

—¿Cashrut? No sé —contestó

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Tom—, pero están ricos.Tom le dio un bocado a su

sabroso bocadillo de jamón y untrago a la botella de agua.

Moshav se encogió de hombros.—Da igual si es cashrut o no.

Tengo un hambre de caballo y miDios no me va a castigar si mealimento un poco.

—No te va a enviar al infiernopor ello, ahí deberían ir otros.

—¡Mira ahí! —interrumpióMoshav.

Una mujer mayor salió de lacasa vecina, miró a su alrededor

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antes de cruzar la calle paraasegurarse de que nadie la estabaviendo.

—Seguro que fue ella la queanoche percibió nuestra presencia —conjeturó Tom—. En todo caso, ellavive en la casa desde la que nosvigilaron.

Moshav elevó los prismáticos.La mujer llevaba un mandil azul yllevaba su canoso pelo recogido enun moño.

—Calculo que tendrá unossesenta años.

Pasó por la casa de Jungblut y

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Tom suspiró.—¡Qué pena!De repente, la mujer se paró,

volvió a comprobar que no habíanadie a su alrededor y rápidamentese dirigió decididamente hasta elbuzón de Jungblut.

—¡Mira! —dijo Moshav.Sacó algo de su bolsillo y,

seguidamente, abrió el buzón quecolgaba junto a la valla de entrada.Lo cerró y se apresuró hacia su casa.

—¡Interesante! —exclamóMoshav—. Se encarga de lacorrespondencia durante la ausencia

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de Jungblut. Seguro que sabe dóndeestá.

Moshav dejó los prismáticos yempezó a guardar el almuerzo.

—¿Qué haces?—Tenemos que ir a preguntarle

dónde está Jungblut, si es que todavíavive.

Tom sonrió.—¿Crees que nos lo va a decir

tan fácilmente?—¿Por qué no?Tom mostró su astuto gesto.—Piensa por un momento.

Primero nos ve en la casa pero no

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llama a la policía. ¿Te has dadocuenta de su extraño comportamiento,cómo miraba alrededor, su maniobraal pasar por la casa antes de dirigirseal buzón? Sabe lo que está pasando.Nos contará cualquier tontería yavisará a Jungblut. Seguro que estáen algún lugar cerca de aquí. Vamosa esperar un poco.

—¿Por qué?—Quizás ahora ella vaya a

llevarle las cartas.Moshav asintió y miró

alrededor. A lo lejos brillaba la rocagris del Watzmann. Los pájaros

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cantaban y un par de pesadas moscashabían olido su comida.

—Vale, quedémonos aquí. Esbastante bonito.

Tom sonrió. El tiempotranscurría lentamente. Casi pasó unahora hasta que volvió a transitar unvehículo por allí. Un coche negro seacercó. Condujo a lo largo de toda lacalle, al final se giró y retrocedió.

—BGL-HA 3344 —dijoMoshav y pegó los ojos a losprismáticos—. Un Renault negro.

Tom sacó su bloc de notas yapuntó el número de la matrícula. El

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coche se paró frente a la puerta de lamujer. Un hombre mayor y grueso sebajó y entró en la casa.

—Seguramente sea un conocido—murmuró Moshav.

Quince minutos más tarde elhombre volvió a salir de la casa. Sedirigió al Renault, entró en elvehículo y rápidamente desapareció.

—Seguramente no haya sidonada —dijo Tom.

—¡Sí que ha sido algo! —lecontradijo Moshav—. ¿No te hasdado cuenta de lo que llevaba en lamano?

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—¿Quién tiene los prismáticos,tú o yo?

—El mismo sobre que la mujerrecogió antes del buzón de Jungblut.

Tom se agitó y le quitóapresuradamente a Moshav losprismáticos de las manos.

—¡Mierda! ¿A dónde se ha ido?Tom rastreó con los prismáticos

la calle.—¡Lo hemos perdido! —dijo

finalmente Tom con un tono deresignación en su voz.

—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Moshav.

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—Ahora tenemos queenterarnos de quién es el coche —contestó Tom.

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42

Múnich, aeropuerto Franz JosefStrauss, en Erdinger Moos

Puntualmente aterrizó el aviónen el que volaba Pater Leonardo. Unrepresentante del Arzobispado deMúnich y Freising, un joven rubioque vestía un traje negro, le estabaesperando en la sala de llegadas.Como alto cargo del Vaticano ycomo miembro de la Congregaciónde la Fe le otorgaron lacorrespondiente distinguida atención.

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Un Audi negro con chófer estabaparado en el aparcamiento justoenfrente de la terminal.

—Estoy a su servicio —le diola bienvenida el hermano Markus asu honorable visita de la CiudadSanta.

Pater Leonardo sonrióamablemente. El vuelo le habíaagotado un poco.

—¿Le ha enviado el cardenal?—Exacto —confirmó el joven

eclesiástico—. Le manda un cordialsaludo y espera que puedan cenarjuntos en los próximos días. De

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momento no está en Múnich, porcuestiones urgentes de trabajo hatenido que viajar a Rumanía. Me hanasignado a mí para que me encarguepersonalmente de su estancia enBaviera. En caso de que le surjaalguna pregunta o necesidad, estoy asu entera disposición.

Pater Leonardo le dio unassuaves palmaditas al joven en elhombro.

—Nunca prometa lo que nopueda cumplir. ¿Trabaja en elObispado?

—Aún estoy estudiando en el

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seminario San Juan el Bautista.Ahora mismo estoy de prácticas.Trabajo en el Secretariado delcardenal.

—¡Bien! —contestó PaterLeonardo—. ¿Está contento de poderdisfrutar dentro de poco del ejerciciocomo cura?

—Yo... es que... no sé quécamino he de tomar.

—¿Y quién lo sabe durante lajuventud?

Al hermano Markus le resultóagradable este hombre de Roma depoco más de treinta años. Esperaba

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encontrar una persona mayor yenvejecida por el alto cargo delVaticano y ahora, justo frente a él,tenía a un agradable, dinámico ydeportista italiano que, no solodominaba a la perfección la lenguaalemana sin acento ninguno, sino queademás daba la agradable impresiónde un hombre totalmentecomprensivo.

—A veces no es fácil —admitióel hermano Markus—. Confrecuencia no puedo discernir entrela verdad y la mentira. A veces no sepueden ver bien las cosas, los

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caminos son tan enrevesados.Pater Leonardo sonrió. Él

mismo sentía perfectamente estacontradicción entre la vida terrenal yla divinidad. Precisamente duranteestos días todas sus dudas habíanvuelto a espolvorearse como el polende una flor con una corriente deviento. Asintió comprensivamente.

—Joven amigo, no es fácil elcamino que ha escogido, está llenode injusticias y obstáculos pero debetener algo bien claro. Hay miles deverdades, uno tiene que decidir a quéverdad se atiene.

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Una vez que Pater Leonardorecogió su equipaje, el chófer seapresuró a asistirle con un carrito.

—Hemos preparado unahabitación para usted en la casa delcardenal Döpfner de Freising —anunció el hermano Markus.

—¿Ha oído hablar del asesinatode Berchtesgaden? Torturaron ycrucificaron a un hombre.

El hermano Markus se encogióde hombros.

—Sé que hace unas semanasasesinaron a un padre dentro delconvento de Ettal. ¿Se refiere a eso?

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El padre se quedó paralizado.La noticia se le clavó como unalanza.

—¿Ettal? —murmuró.—Sí, dentro de los muros del

convento. Además, en una iglesiacercana se asesinó al sacristán. Sesupone que sorprendió a un par deladrones que querían robar algunosobjetos sagrados.

—¿Qué pasó con lo del padrede Ettal?

—No lo sé exactamente.El chófer abrió la puerta de

atrás. El padre Leonardo tomó

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asiento emitiendo un fuerte suspiro.—Seguro que está muy cansado,

le llevaremos a Freising, allí podrá...—¿El convento está lejos de

aquí?—A cien kilómetros —contestó

el chófer.—Vayamos entonces a Ettal,

podré descansar más tarde —decidiófirmemente Pater Leonardo.

Gentilly, pensión Tissot,Francia

—¡Es increíble! —exclamóYaara mientras pasaba a la siguientepágina—. Este manuscrito está

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extraordinariamente documentado, esuna investigación excepcional. Todaslas afirmaciones se basan en indicioscorroborados. Participó enexcavaciones de Jerusalén, Francia,Chipre y hasta de Nueva Escocia.Verifica todos sus reconocimientosal menos con dos fuentes. Cuandopublique el libro, provocará una granconfusión en el ámbito de la Iglesia.

Jean Colombare estaba sentadojunto a la ventana de la pequeñahabitación y observaba pensativo lasoscuras nubes. Madame Dubarryenvió que les sirvieran café y unas

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pequeñas tortas con nata en lahabitación. Yaara tenía muchahambre, ya que se había saltado elalmuerzo mientras dormía. En cuantose despertó se dedicó a estudiar elmanuscrito de casi mil páginas.Tenía la luz encendida aunque aúnfuese por la tarde, sobre esta zona deParís unas espesas nubes hacían quelloviera intensamente.

—Creo que nadie lo leerá —contestó Jean—. Lleva años con esoy no consigue terminarlo.

Yaara siguió pasando laspáginas.

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—Porque aún le falta la últimapieza del mosaico. El legado deDios.

—¿Y crees que lo hemosencontrado?

—Ya veremos —contestóYaara y tomó su teléfono móvil.

—¡Qué raro que Tom aún no mehaya llamado! —murmuró.

—Estará ocupado. ¿Crees quevan a encontrar a Raful?

—Ya veremos —contestóYaara mientras marcaba el númerode Tom.

Pasó un rato sin escuchar nada

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hasta que al fin pudo escuchar laseñal de ocupado.

—O está hablando por teléfonoahora mismo o no está disponible. Lointentaré de nuevo más tarde.

Jean tomó su taza de café.—¡Qué pena! Me hubiese

encantado enseñarte París pero coneste tiempo pienso que no es buenaidea.

—Non nobis Domine, nonnobis, sed nomini tuo da gloriam —leyó Yaara en voz alta delmanuscrito.

De pura rabia había ignorado el

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comentario de Jean.—El lema de los templarios —

contestó Jean—. «No a nosotros,Señor, no a nosotros, sino a tunombre da gloria».

—¿Conoces el lema de lostemplarios? ¡Creía que esta no era tuespecialidad!

—De algo me acuerdo de lacarrera —respondió Jean—.¿Quieres un poco de torta?

Yaara dejó a un lado elmanuscrito que había encuadernadobien y miró por la ventana.

—¿No querías enseñarme

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París?—¿En serio?—No me importa que llueva, no

sé si alguna vez volveré a estaciudad.

—Salgamos pues, ¿tienes unachaqueta con capucha?

Yaara se levantó.—Tengo hasta un paraguas.Salzburgo, Dirección de

Seguridad de Tirol, AustriaStefan Bukowski depositó el

sumario en la mesa de su colega dela seguridad austriaca. El inspectorHagner era un hombre alto con cejas

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pobladas y espeso pelo negro. Leseñaló una silla a Bukowski y lepreguntó si deseaba tomar un café.Bukowski no dijo que no.

—Ya he comprobado laempresa —inauguró el inspector lacharla—. Karadic procede de laantigua Yugoslavia y desde hace másde treinta años vive en Austria. Yaha obtenido la ciudadanía y estátotalmente limpio. Tiene registradosdos helicópteros a su nombre. Un BK117 y ese AW 139. Tiene a cuatrotrabajadores, entre ellos dos pilotos.Se ha casado con una austriaca y

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tienen dos niños. Su licencia devuelo es válida y paga debidamentetodos los impuestos. Tiene unacoartada para esa noche. Seencontraba en Innsbruck, en unafiesta familiar que duró varios días.

—Puede ser que él no pilotarasu helicóptero pero el sistema devigilancia aérea lo identificó sinduda.

Hagner sonrió.—Estoy totalmente de acuerdo.

Por eso queremos tomar declaracióna los dos pilotos. A uno lo podemosdescartar porque desde hace dos

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semanas está ingresado en el hospitalde Kuffstein a consecuencia de unacomplicada fractura de la pierna. Elotro, un tal Peter Brettschneider, viveen el recinto de la empresa.Últimamente está teniendoproblemas. Su mujer le ha dejado ylo está exprimiendo como a unanaranja. Tiene dos niños pequeños yle tiene que pagar bastante demanutención.

Bukowski mostró su asombro.—Parece que este puede ser

nuestro hombre.—Eso pensamos nosotros

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también, por eso lo estamosvigilando. Imagino que desearáhablar con él lo antes posible, ¿no?

Bukowski asintió.—Está en el recinto y realiza

las tareas de mantenimiento de losdos helicópteros. Hoy no tieneningún vuelo previsto por lo queestoy seguro de que lo podemosencontrar allí.

El inspector se levantó.—Entonces, no perdamos más

tiempo. El señor Karadic nos espera,ya hemos hablado con él. Tambiénpiensa que pueda ser ese

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Brettschneider, últimamente no esmuy fiable, hasta está pensando endespedirle.

—¡Ha preparado todo muy bien!—elogió Bukowski al inspector.

—Hacemos todo lo que está ennuestras manos, sobre todo paraayudar a un buen amigo de uno denuestros superiores —contestóHagner irónicamente.

—Estimado colega, usted sabelo lento que trabajaríamos connuestro pesado sistema burocrático.Si tuviésemos que regularlo todo conescritos a través de nuestros puestos

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de conexión nos pondríamos viejosantes de poder dar un paso. Además,esos dos tipos se me han escapadocasi delante de mis narices, me hadañado bastante el orgullo.

Hagner sonrió artificialmente.—Quiere decir que se fueron

volando delante de usted. Salgamospues, nosotros también volaremos, esmás rápido.

Strub, región de BerchtesgadenTom colgó su móvil y se sentó

en el tronco de un árbol junto aMoshav dando un suspiro.

—A ver si funciona —dijo

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Moshav y sonrió incrédulamente.—¿Por qué no iba a funcionar?

—replicó Tom—. Dieter y yocompartimos piso durante la carrera.Todavía me debe un favor.

—Creía que nuestra estanciaaquí era secreta.

—Dieter no supone ningúnpeligro para nosotros. Es abogado enBottrop. Hace dos años merepresentó en un caso relacionadocon un accidente. Es muy buenapersona. Un poco torpe con lascuestiones técnicas pero para eso esjurista.

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—¿Mientes a todos tus amigos?—preguntó Moshav.

—Digamos que lo del accidenteha sido una mentira piadosa. Mecostaría mucho trabajo explicarletodo el trasfondo de nuestrasindagaciones. No podemos olvidarque es abogado y está del lado de laley.

—¿Te ha llamado Yaara?Tom negó con la cabeza.—Se me ha olvidado enviar el

mensaje. Esta noche la llamaré.Moshav se acercó los

prismáticos y rastreó la carretera de

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Strub.—Este pueblo está muerto. No

creo que aquí pase nada más.Tom miró al despejado cielo.—Esperemos a que Dieter nos

llame. Normalmente elreconocimiento de una matrícula enuna central de seguros no tardamucho. Después ya veremos quéhacemos.

Tom y Moshav esperaron unahora más en el prado por encima delpueblo de Strub hasta que volvió asonar el móvil. Era su abogado deBottrop. La conversación no duró

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mucho.—¿Y? —preguntó Moshav

después de que Tom hubiesecolgado.

Tom sonrió satisfecho.—Hans Steinmeier,

Bischofswiesen, Stangergasse 9a.—¿Seguro?—Al menos ese es el

propietario del coche. Me ha dichoque el portador del seguro tienealrededor de cuarenta años, podríaser el hombre que ha salido de lacasa de la vecina.

—¿Y qué hacemos ahora?

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Tom señaló hacia el valle deabajo y se levantó.

—Vamos a Bischofswiesen, vaa ser una larga noche.

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43

Convento de Ettal, Baviera

Al otro lado del refectorio,frente a la pequeña capilla, seencontraba el edificio de laadministración donde el abad teníasu sala de recepción. Pater Leonardole dio a entender a su acompañanteque estaría ocupado bastante tiempopor lo que el hermano Markusprefirió esperar a su visita de Romaen la cocina. Un monje con hábitomarrón condujo a Pater Leonardo

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hasta el despacho del abad. Elhermano Anselmo se levantó de lamesa cuando Leonardo entró en lahabitación.

—¡Qué aparición másinesperada entre los modestos murosde nuestro convento! —saludócordialmente el abad a la visita delVaticano.

Se levantó y le extendió la manocon una sonrisa.

Pater Leonardo respondiócorrespondientemente a la amablebienvenida y se acomodó en unsillón.

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—Veamos, el motivo de mivisita es informarme detalladamentesobre el brutal asesinato que,lamentablemente, se produjo en esteconvento. El cardenal prefecto me haencargado que me ocupe de estetema, me ha emitido para ello elarbitratus generalis. Debocomprobar si este asunto puedeafectar negativamente a nuestramadre Iglesia.

El abad frunció profundamenteel ceño y lo miró sorprendido.

—Pero ya he informadopersonalmente al cardenal prefecto

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—contestó.El hermano Anselmo asintió.—Hace una semana. ¡Qué raro

que no se lo haya contado!—Tuve que marcharme

urgentemente a Jerusalén y ahora elprefecto se encuentra en Sudamérica.No nos vemos desde hace días.

El hermano Anselmo le contótodos los detalles relacionados conel asesinato del hermano Reinhard.

—Lo encontramos en el establocrucificado bocabajo.

—¿Había indicios? Quierodecir, ¿hechos que resultasen

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extraños? ¿Tenía algún problemanuestro hermano?

El abad negó con la cabeza.—El hermano Reinhard

habitaba en nuestra abadía desdehacía algunos años, era un valiosomiembro. Se encargaba de todo lorelacionado con las lenguasextranjeras. Además de español,inglés, portugués y ruso, hablabahebreo y algunos dialectos árabes.Antes de ingresar en nuestroconvento trabajó en la OficinaEclesiástica para la Antigüedad.Desgraciadamente tuvo un accidente

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en un yacimiento y tuvo que retirarse,entonces se vino a Ettal.

—¿Sabe a qué dedicaba sutiempo antes de morir? —preguntóPater Leonardo.

—Leía bastante —contestó elhermano Anselmo—. Leía libros engriego antiguo y lenguas de Oriente.Según me han informado en laOficina para la Antigüedad traducíaescritos antiguos del arameo,hebreo... ¿entiende?

—¿Trabajaba en algúndocumento en especial?

El hermano Anselmo se encogió

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de hombros.—Siento no poder ayudarle más

en este asunto, pero nos estánllegando algunos rumores. ¿Sabe quetambién asesinaron al párroco de laWieskirche? Y también al sacristáncuando sorprendió a dos ladronesdentro de la iglesia a medianoche. Lapolicía piensa que estosacontecimientos están relacionados.

Pater Leonardo asintió.—Sí, lo había escuchado —

contestó rápidamente.Le resultaba difícil poder

controlar la tensión que esta

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información le producía. ¿En quécomplot se había metido? Por todoslados se iba encontrando cadáveres.Tanto en Alemania como en la TierraSanta.

—¿Me puede decir algo mássobre los rumores que giran en tornoa la muerte del hermano Reinhard?

El abad sonrió y movió la manodesinteresadamente.

—Tonterías, no son más quetonterías. Se dice que el hermanoReinhard había perdido la fe enDios. Durante las últimas semanas secomportó de un modo muy reservado.

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Además, ya conoce este tipo demuerte. Tras el martirio, se lecrucificó como a un traidor.

—¿Se conocían el hermanoReinhard y el cura de la Wieskirche?

—No lo sé, eso debe hablarlocon los especialistas de la policía. Elsumario lo lleva un comisario jefellamado Bukowski.

Pater Leonardo asintió. Elhermano Anselmo miró al reloj.

—Lo siento mucho pero nopuedo seguir atendiéndole. Tengouna cita urgente con el representantedel municipio, se trata de los eventos

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que vamos a organizar para laspróximas semanas.

Pater Leonardo se levantó. Aúntenía mucho que aclarar, pensó parasí, pero antes de ponerse en contactocon la policía tenía que hablarurgentemente con el cardenalprefecto. Y esta vez no iba a dejarque lo despachara rápidamente consus típicas reprimendas, en estaocasión el prefecto tenía que darleuna explicación.

Bischofswiesen, región deBerchtesgaden

La vivienda de Hans Steinmeier

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se encontraba en un pequeño callejónde adoquines en el centro del pueblo,era una casa blanca con un porche demadera de roble y un gran balcón.Dos grandes abedules posaban en elcuidado jardín.

Tom y Moshav aparcaron elFord a cierta distancia junto a lacalle. Mientras que Moshav esperabaen el coche, Tom paseabadisimuladamente frente a la casa. Lapuerta del garaje estaba abierta perono se veía el Renault oscuro. Parecíaque no había nadie en casa, desdehacía una hora no había pasado nadie

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por allí. Tom concluyó su segundaronda y abrió la puerta del vehículo.

—Sigue sin moverse nada —protestó dirigiéndose a Moshav.

—Será una noche larga —contestó Moshav.

Tom asintió pero antes desubirse al coche se giró y a lo lejosvio el letrero de una panadería, en elotro extremo de la calle.

—Tengo un poco de hambre —dijo—. ¿Quieres algo?

Moshav rechazó la oferta. Tomcerró la puerta de un golpe y sedirigió a la panadería. Miró hacia el

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interior del local a través delescaparate. La tienda estaba vacía.Subió los tres escalones de laentrada, abrió la puerta y entró. Elmóvil colocado encima de la puertasonó con claridad.

Tom esperó casi un minuto hastaque apareció una mujer mayor depelo blanco como la nieve recogidoen una trenza. Por encima delestampado vestido azul llevaba unmandil blanco.

—¡Buen día! —dijo la mujer ymiró a Tom amablemente.

Tom le devolvió el saludo.

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—¿Qué desea? —le preguntó lamujer con un fuerte acento deBaviera.

Tom pidió dos unidades depretzel y se decidió por una porciónde tarta de manzana que le estaba«sonriendo» desde el otro lado delmostrador.

—Estamos de vacaciones aquí—le comentó a la mujer paraentablar conversación.

—Ya me había imaginado queusted no es de aquí —contestó lamujer intentando ocultar su acento.

—Trabajo en Múnich, mi amigo

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y yo queremos hacer una ruta por elWatzmann pero he perdido ladirección de nuestro guía.

—¡Ah sí! —contestó la mujer.—Se llama Hans Steinbrecher o

algo así.—¿Es de Bischofswiesen?—Creo que sí —contestó Tom.La mujer pensó por un momento.—En esta calle tenemos a un

Hans Steinmeier pero él no hacerutas por la montaña.

—¿Steinmeier? Sí, puede ser él.¿Dónde vive?

La mujer miró a la calle y

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señaló hacia abajo.—Ese Hans seguro que no es.

Hans trabaja para un viejo profesorpero no hace rutas. No conozconingún Hans Steinbrecher, quizásviva en Strub o Mitterbach.

Tom se quedó pensativo.—Hans Steinmeier, me resulta

conocido. He dejado la nota con ladirección en mi apartamento deMúnich. ¡Qué tonto! Ahoraposiblemente me cueste volver.

—Este Hans fue un luchadordeportivo muy bueno. Hasta ganó unamedalla en las Olimpiadas. Eso fue

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hace un par de años, quizás por esole suene el nombre.

La mujer introdujo la porción detarta de manzana en una bolsa y se lapasó por encima del mostrador.

—Cuatro euros en total —dijola dependienta.

Tom rebuscó las monedas en subolsillo.

—Entonces me habréequivocado.

—Seguro —contestó—. Hanscuida de un profesor mayor que va ensilla de ruedas. Se encarga deljardín, de la casa y le hace las

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compras. Seguro que no le quedatiempo para trabajar con turistas.

Tom asintió con una sonrisa.Agarró la bolsa y abandonó la tienda.Regresó al coche. Con un suspiro sesentó en el asiento del piloto.

—Estamos en lo cierto. EseSteinmeier cuida del profesor que vaen silla de ruedas.

—¿Has preguntado en lapanadería? ¿Estás loco? —contestóMoshav perplejo—. Dijiste que nodebíamos llamar la atención.

—He sido muy cuidadoso, mehe hecho pasar por un turista —

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contestó Tom mientras cogía el trozode tarta de manzana y le daba unbocado.

—Parece que está rico —dijoMoshav.

—Sí, ¿es que lo oyes?—No pero estás tan

concentrado con tu tarta de manzanaque no te has dado cuenta del cocheque acaba de pasar por nuestro lado—replicó Moshav y señaló a travésdel parabrisas.

El Renault negro de Steinmeierse paró directamente delante de lacasa.

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Scheffau am Wilden Kaiser,Austria

Los dos autobuses VW,seguidos por las patrullas rojiblancasy los dos vehículos civiles sedesviaron de la carretera principalhasta la entrada del recinto deKaradic Air Touristik. Además deuna academia de vuelo para pilotosde helicóptero, aquí se podíanalquilar viajes tipo chárter y otrasmodalidades para hacer recorridospor las montañas.

Bajo el brillante sol de la tarde,los vehículos se detuvieron frente al

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edificio. Además de una torrecuadrada, una gran nave y unavivienda, el resto del recinto estabacompuesto por un enorme pradodonde no crecía la hierba. Junto a lavivienda había un aparcamientoocupado en ese momento por trescoches. Al norte se contemplabacomo las paredes rocosas del WilderKaiser se elevaban hacia el cielo.

Justo delante de la nave y acierta distancia de los edificios, enuna gran plaza asfaltada en forma decírculo y una «H» pintada en elcentro, estaba trabajando en un

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helicóptero lacado en rojo y amarilloun hombre vestido con un mono azul.Al parecer era un mecánico, puestoque algunas piezas del revestimientolateral estaban bien apiladas al ladode la caja de herramientas, a la alturadel rotor de cola.

—El señor Karadic nos espera,vive en Kufstein pero nos ha dichoque hoy estaría en su oficina —explicó el inspector Hagner.

Bukowski asintió.—¿Vive alguien en la casa?—Abajo están las oficinas, una

sala de estar y una cafetería, arriba

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hay dos apartamentos. En uno vive elmecánico que, a su vez, mantiene elrecinto y el otro está disponible paralos invitados.

—¿Y el piloto?—También vive en Kufstein

pero Karadic se ha encargado de quehoy esté aquí.

Los coches se pararon en elaparcamiento. Los policíasuniformados tomaron posicionesalrededor de la casa. Antes de queBukowski se bajara del vehículo, unamujer rubia seguida de un hombre deestatura media y de pelo negro rizado

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con bigote salieron de la casa.—Karadic y su mujer —dijo

Hagner señalando a las dos personas.—Inspector Hagner —saludó el

hombre de bigote al colega austriaco.Hagner extendió la mano,

primero a la mujer y después alhombre.

—Es mi colega de Alemania.Bukowski asintió amablemente.Hagner carraspeó.—¿Se encuentra aquí el piloto?—Peter está en la sala de estar.

Hemos comprobado el libro deregistros del AW139 pero no hubo

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ningún vuelo reservado ese día.—¿No hay un cuentakilómetros

o algo así en el helicóptero? —comentó Bukowski mientras hurgabaen su bolsillo para sacar el paquetede tabaco.

—Aquí no se puede fumar —dijo la mujer mientras señalaba a laseñal de prohibición junto a laentrada.

—¿Sabe algo el piloto? —preguntó Bukowski mientrasguardaba con desgana el paquete detabaco.

—No hemos hablado con él —

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contestó Karadic—. Solo le he dichoque la policía ha alquilado unamáquina y que él tiene que pilotar.

—Bien, ¿a qué esperamos? —contestó Hagner.

Karadic condujo al edificio alos dos policías, seguidos de otrosdos colegas vestidos de paisano.

Entre tanto, la mujer de Karadicllevó a los funcionarios de lacientífica al hangar donde se alojabael AW139.

—Sobre todo observad si hayhuellas de sangre, uno de losdelincuentes estaba herido —advirtió

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Hagner antes de que sus colegasdesaparecieran con la mujer.

Peter Brettschneider estabasentado en la sala de estar, frente auna humeante taza de café. Mirósorprendido a Karadic cuando entróen la habitación acompañado por lapolicía. Los dos agentes vestidos depaisano se postraron en silenciojunto a la puerta para intervenir encaso de que el piloto mostrararesistencia o quisiera escapar.Karadic tomó asiento en la mesajunto a él.

—Pensé que serían solo dos

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policías y ahora tenemos aquí a unaarmada completa —dijoBrettschneider—. ¿Cuántos quierenvolar?

Bukowski se sentó en una sillajusto al lado del piloto y lanzó unademandante mirada a Hagner, quienasintió casi desapercibidamente.

—Hace tres días, al anochecer,un helicóptero recogió a dosdelincuentes de Mitterbach, en laregión de Berchtesgaden cerca delKönigssee —explicó Bukowski—.El helicóptero voló de nuevo endirección a la frontera austriaca.

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Brettschneider miró perplejo aBukowski.

—¿Y qué tengo yo que ver coneso?

—Se trataba del AugustaWestland, AW139, con la referenciaOE-ARU. ¿Tiene alguna explicaciónpara ello?

Brettschneider miró a Karadicsin poder dar crédito.

—¿No creerás que yo tengoalgo que ver con eso? —dijo.

—¿Quién si no puede habersido? Yo no estaba aquí y Helmutestá en el hospital —replicó Karadic

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—. Solo quedas tú.Brettschneider miró a los

presentes a la cara.—¡Yo no he sido! —exclamó

enérgicamente.Dirigió su mirada hacia la

ventana donde, en la lejanía, se podíaver como el mecánico seguíaocupado con el BK117 reparando elrotor de cola.

Bukowski observó la pensativamirada de Brettschneider.Finalmente, él también miró por laventana.

—¿Tiene alguna coartada para

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esa noche?Brettschneider se giró y miró a

su taza de café.—Estaba solo en casa.—Si has sido tú, ¡admítelo! No

te queda otra opción.Brettschneider dio un golpe con

la palma de la mano en la mesa y selevantó con tanta vehemencia que lasilla se volcó hacia atrás.

—¡Joder! Yo no recogí a nadie,estaba solo en casa, completamenteborracho. Sé que hay muchosmotivos para pensar que he sido yo.Seguro que habéis investigado y

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conocéis mi situación económicapero mi licencia de vuelo y estetrabajo es todo lo que me queda.Tenéis que creerme.

Hagner se apoyó en la mesa.—Ayudar a dos delincuentes

peligrosos no es un delitoinsignificante. Puede ir a la cárcel.Debería pensarse bien si siguemanteniendo esta postura.

—Juro que yo no he sido —repitió Brettschneider una vez más.

En su voz se podía percibir laangustia que sentía.

Mientras tanto, Bukowski se

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había dirigido a la ventana yobservaba al mecánico que seguíajunto al helicóptero y que, de vez encuando, miraba de reojo al hangar.

—¿Y qué puede decirnos de esemecánico? ¿Sabe pilotar? —preguntóBukowski en el silencio.

—Luigi, pero él no tienelicencia —dijo Karadic.

—Esa no ha sido mi pregunta —contestó Bukowski—. ¿Está endisposición de volar? —Brettschneider se giró.

—Luigi sí sabe volar, ha venidoconmigo un par de veces y le he

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dejado al mando.—Luigi Calabrese —leyó

Hagner de la carpeta con elexpediente que le acercó uno de lospolicías de paisano—. Está soltero,tiene cuarenta años y vive aquí.

—Es de todo, ejerce comomecánico, conserje y jardinero —explicó Karadic.

Bukowski se levantó.—Me gustaría hablar con él.—¿Quieren que vaya a por él?

—preguntó Karadic.Bukowski negó con la cabeza.—Deme diez minutos —le dijo

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a Hagner.

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Bischofswiesen, región deBerchtesgaden

Progresivamente se habíapuesto el sol. Tom estaba sentado enel asiento del piloto y escuchabamúsica ligera por la radio. Moshavdaba algunas cabezadas. Hasta elmomento no había sucedido nada, lacasa de Steinmeier adquirió un colorrojizo frente al descendente sol, elcoche seguía aparcado en la calle.

Tom reflexionaba. Hacía unos

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minutos había terminado de hablarpor teléfono con Yaara, quien leinformó de lo que se había enterado através del profesor Molière. Le contóque en la tumba del templario sehallaba supuestamente el legado deDios. Se trataba de un secreto que nosolo pondría en peligro a la Iglesiacatólica sino a cualquier religión queadorara a Jesucristo como hijo deDios.

¿Qué contendrían esos escritosque llevaban esperando casi mil añospara ser descubiertos, enterrados enunos recipientes de arcilla dentro de

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una tumba en la Tierra Santa? A Tomya le había quedado claro que poresos escritos se había derramadomucha sangre. La sangre de Gina, lasangre del profesor Jonathan Hawkey quizás hasta la sangre de ChaimRaful, si es que Jungblut seguía convida. Y quien sabe si no se habíaderramado mucha más sangre a lolargo de los siglos y si seguiríanprovocando muertes en el futuro.

Los escritos habían estadoenterrados mil años en el sarcófagodel templario pero había personasque no los habían olvidado y que

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seguían intentando llegar al secretoque se ocultaba en esos rollos.

Tom sabía que tenía que sermuy prudente. Una vez más leadvirtió a Yaara que no hablara connadie sobre lo acontecido. Le rogóque se refugiara con Jean en lapequeña pensión, que se dedicara aestudiar el manuscrito de Molière yque buscara indicios que pudiesenser relevantes. Yaara propuso la ideade volar al día siguiente a Múnich,junto con Jean, pero Tom rechazócompletamente esa opción. Se sentíamucho mejor si sabía que Yaara

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estaba segura en París. Tom leencargó a Jean por teléfono quecuidara bien de su chica. A pesar deque durante los últimos días Tom noparara de darle vueltas a la historiade Raful, le venía a la menteconstantemente el rostro de Yaara.Cada vez tenía más claro que estabaenamorado de ella y que no queríaperderla nunca jamás. Solo podríanvolver a sentirse seguros después deencontrar a Raful o Jungblut y cuandose publicaran los controvertidosescritos. Entonces deseabapreguntarle a Yaara si quería casarse

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con él. Con Yaara sentía latranquilidad de poder formar unafamilia. Con su formaciónencontraría un trabajo que lepermitiese tener que dejar de viajar ypoder crear un hogar en algún lugardel mundo, incluso podría ser enIsrael.

Mientras Tom soñaba despiertomirando el techo del cochealquilado, fuera había pasado unvehículo por su lado.

—¿En quién estás pensando?Seguro que en Yaara.

El comentario de Moshav le

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hizo despertar. Tom se estremeció.—¿Cómo sabes...?Moshav señaló a través de la

luna del vehículo.—Porque ni te has dado cuenta

de que Steinmeier acaba de pasar pornuestro lado —contestó Moshav—.Ahora acelera, antes de que leperdamos.

Scheffau am Wilden Kaiser,Austria

Bukowski se dirigió lentamentehacia el mecánico que seguíaocupado con la reparación del rotorde cola del helicóptero. El hombre

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no se dio cuenta de que Bukowski seaproximaba, ya que seguía pendientede lo que sucedía en el hangar dondela Policía Científica estaba buscandohuellas de sangre y otras secrecionesde los delincuentes que se habíanfugado cerca del Königssee con elsegundo helicóptero de la empresaKaradic Air Touristik.

En silencio, Bukowski se paróal lado del mecánico.

—Con un simple pelo queencuentren los chicos, le tocarádeclarar a usted. Ayudar o favorecerla fuga de unos delincuentes tan

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peligrosos tiene al menos cinco añosde prisión, si no más.

El mecánico llamado Luigi seencogió y se giró.

—Debe pensarse bien lo que vaa decir —advirtió Bukowski.

Los ojos de Luigi recorrían connerviosismo el trayecto entre los dela científica y el Policía Judicial.

—¿Por qué... yo... por qué...?El mecánico tartamudeó, su

acento no pasaba desapercibido.—¿Por qué voló? ¿Cuánto le

pagaron? —preguntó Bukowski.El mecánico miró al suelo.

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—¡Venga hombre! ¿Le apetecepasar una larga temporada en prisión,acaso no le importa su libertad lomás mínimo?

La demandante mirada deBukowski puso aún más nervioso alhombre de mono azul.

—¡Deje tranquila su conciencia!—prosiguió Bukowski.

Tenía la impresión de que elmecánico necesitaba un pequeñoimpulso para derrumbarse yconfesar. El hombre dejó caer alsuelo el destornillador y se frotó lacara con las manos.

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—Yo tengo la culpa —afirmófinalmente, sonó como una liberación—. Me ofrecieron diez mil euros.

—¿Quién se puso en contactocon usted?

El hombre pensó por unmomento, seguidamente suspiró.

—Juego al póquer en Kufstein,en el Beach Club Miami.Últimamente no me ha ido muy bien.Los chicos a los que les debo dinerono se andan con tonterías. Entoncesrecibí una llamada de un francés. Alparecer me conocía y se llamabaJean o algo parecido. Sabía bastante

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sobre mi vida y me dijo que mepagaría cuando los recogiera. Mecontó que un par de amigos suyoshabían sido retenidos cerca delKönigssee. Era un poco ilegal perome ocultó el verdadero motivo de larecogida. Yo tampoco pregunté. Meexplicó que no era muyrecomendable hacer demasiadaspreguntas. Al principio rechacé laoferta pero no paró de insistirmehasta que accedí.

—¿A dónde llevó a esos dostipos?

—Los recogí de una granja y

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cruzamos la frontera. El punto deaterrizaje se encontraba a doskilómetros al oeste de Sankt Johann,en medio del prado. Allí un cochelos esperaba.

—¿Puede describir a los doshombres que recogió de Mitterbach?

El mecánico asintió.—Uno era alto y delgado, tenía

la cara desfigurada. El otro erapequeño y fuerte, como un boxeador.El más alto tenía una vendaalrededor del cuello.

—¿Y quién los recogió alaterrizar?

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—Después de tocar el suelo, elbajo se dirigió hacia mí y me dio eldinero. No vi al hombre del coche.

—¿Puede describir el vehículo?Luigi hizo un gesto negativo.—Marcaron una cruz en el

prado con fuego. El coche estabaparado al otro lado e iluminaba lazona. Era una furgoneta, no pude vermás.

—¿La matrícula?Luigi se encogió de hombros.—¿Qué me va a pasar ahora? —

preguntó el mecánico.Bukowski gruñó.

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—Por supuesto que estádetenido, el resto lo decidirán loscolegas de seguridad. ¿Tiene licenciapara volar?

Luigi negó con la cabeza.—Pese a eso, sabe volar.—Desde hace treinta años

trabajo con helicópteros. Losconozco por dentro y por fuera. Lospuedo desarmar y volver a montarlossin problemas. ¿Por qué no iba asaber pilotar?

Bukowski sonrió. Creyó alhombre de mono azul. No sabía nadamás.

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Bischofswiesen, Rostwald pordebajo de la fortaleza Kälberstein

A través de un estrecho sendero,allanado al principio yposteriormente terregoso, recorríanel bosque. Irrumpió una noche sinluna. El Renault iba medio kilómetropor delante de ellos por lo quehabían apagado las luces delvehículo. Apenas tuvieron queesperar dos horas delante de la casade Hans hasta que el corpulentohombre volviera a salir con suvehículo en dirección a Stangrass.

—¡Ten cuidado, guarda la

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distancia! —advirtió Moshav.—Está bien pero no quiero

perderlo en medio de este bosquesalvaje —contestó Tom.

El bosque se espesaba pormomentos y Tom aceleró. Por todoslados había senderos de bifurcación,si el Renault torcía por alguno deellos lo perderían. Solo de vez encuando veían a través de los troncoslas luces traseras del vehículo queseguían. Había bastante separaciónentre los árboles. Tras una largasubida, descendieron un brevetrayecto. Aún se podían ver a lo lejos

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las luces del Renault.—Está frenando —dijo

Moshav.Tom también frenó. Unos

segundos más tarde las lucesdesaparecieron.

—Se ha parado —dijo Tom.—O ha girado.Tom suspiró.—Vamos a dejar el coche aquí

parado y seguimos andando.—No puedes dejar el coche

aquí en medio, cuando regrese lodescubrirá enseguida.

Tom pensó por un momento,

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Moshav tenía razón. Siguióavanzando lentamente hasta que a laderecha divisó otro camino. Tomestimaba que aún distaban unostrescientos metros del lugar donde sehabía parado el Renault. Torció porel camino de la derecha y a los pocosmetros paró el coche.

—¡Venga, vamos!Se bajaron con mucho cuidado.

Cerraron las puertas silenciosamentey se dirigieron al camino por el quevenían. En la oscuridad apenas sepodían distinguir los árboles.Moshav tropezó con una rama y se

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cayó. Diciendo palabrotas seincorporó de nuevo.

—¿Te has hecho algo? —susurró Tom.

Moshav contestó negativamentecon la cabeza, pero Tom no lo pudover.

—Tendríamos que haber traídouna linterna —protestó Moshav envoz baja.

—También podríamos hablar agritos —ironizó Tom.

Con mucho cuidado ysilenciosamente anduvieron por elcamino del bosque hasta que llegaron

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a otro camino que giraba hacia laizquierda. Después había una fuertependiente. A lo lejos no se podía verningún coche.

—Vayamos por ese desvío —decidió Tom—. Si hubiese seguidoconduciendo hubiésemos visto lasluces.

Moshav gruñó. Cuidadosamentesiguieron avanzando. Tras unapronunciada curva llegaron a unclaro del bosque. Tom miró al cieloy percibió las brillantes estrellas. Elcoche de Steinmeier estaba aparcadoa la izquierda. Sus huellas se

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reconocían con facilidad y hasta lagran cabaña situada al final deldespejado terreno se podía distinguirsin dificultad entre la oscuridad.

Tom y Moshav se acercaronsilenciosamente. De las ranuras nosalía ninguna luz. Las ventanasestaban bien selladas o habíanapagado la luz del interior.

—¿Se habrían dado cuenta de supresencia?

Tom se quedó de pie delante delas escaleras que conducían a laentrada de la cabaña. Sentía larespiración de Moshav a sus

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espaldas.—¿Qué hacemos ahora? —

susurró Moshav.De repente, junto a ellos se

encendió una linterna. Tom tuvo quecerrar los ojos por el daño que lehizo la repentina luz.

—¡No os mováis, ladronzuelos!—pronunció una sonora voz—.Tengo una escopeta en la mano. Essuficiente para los dos, delincuentesapestosos.

Tom subió las manos y mostróque estaban vacías.

—Somos... estamos buscando al

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profesor Chaim Raful, trabajamoscon él en Jerusalén —intentóexplicarle Tom.

—Sois unos delincuentes y conque solo pestañeéis, dispararé.

—Me llamo Tom Stein y micompañero es Moshav Livney —replicó Tom—. Pregúntele alprofesor.

—¡Chaim Raful está muerto! —contestó el hombre—. Lo habéismatado. Os debería atravesar elestómago de una estacada, nadie osescucharía.

—Escúcheme señor Steinmeier,

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¿se llama así, no? —contestó Tomdecididamente—. Descubrimos enJerusalén la tumba de un templario.Al poco Raful desapareció, se llevóconsigo dos ánforas que, al parecer,contenían viejos escritos. Entonces,estalló el infierno. Asesinaron a unacompañera, poco después se produjoun fatal accidente, que creo que fueprovocado. Y finalmente muriónuestro director, el profesor JonathanHawke. También lo asesinaron.Desde entonces, nos persiguen. Nohemos hecho este largo viaje desdeIsrael para que nos trate así. Estamos

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armados y solo podrá disparar a uno.—¡Déjalos pasar! —exclamó

una frágil voz desde el interior de lacabaña.

—Primero tenéis queentregarme vuestras armas —exigióla voz grave—. Con un simplemovimiento en falso os disparo,¿entendido?

—No tenemos ningún arma, hasido para impresionar —contestóTom.

—Os tendría que volar lacabeza —maldijo el hombre—. ¡Lasarmas, si no disparo!

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—Hans, déjales —pronunció denuevo la frágil voz.

Finalmente se encendió una luzen la casa. Una cálida luz quebrillaba procedente de una lámparade aceite. En la zona de la entrada dela cabaña se podían observar lashuellas de una silla de ruedas.

Poco a poco, Tom y Moshavsubieron las escaleras, aúniluminados por la luz de la linterna.Tenían claro que la escopeta seguíaapuntando hacia ellos.

—¡Quietos!Tom se paró y Moshav quedó

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petrificado.La arrugada cara de un anciano

en silla de ruedas, rodeada por unestropeado y despeinado peloblanco, podía vislumbrarse cada vezmejor entre la penumbra.

—Usted es el profesor Jungblut,amigo de Chaim Raful —dijo Tom.

—Y usted es Tom Stein —contestó el anciano—. Le conocíhace un par de años, participó en lasexcavaciones cerca de Assjut, enEgipto. Jonathan Hawke también erael director. Estuve allí un par dedías, entonces no iba en silla de

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ruedas.Tom pensó por un momento.

Recordaba bien las excavaciones deAssjut pero no conseguía acordarsede la presencia del profesor.

El hombre mayor en silla deruedas se apartó a un lado y dijo:

—¡Pasad!—Hemos estado en su casa, han

robado.—Lo sé —contestó el profesor

—. Desde hace algunos días estoyescondido en este bosque. Desde queel viejo Raful apareció en mi casa,todo a mi alrededor se ha

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desconcertado. Si no fuese por Hans,hace tiempo que estaría muerto.

—¿Ha escuchado lo delasesinato de Watzmann? —preguntóMoshav.

El anciano asintiósilenciosamente y miró con ojostristes al suelo.

—Supongo que es Chaim. Lohan atrapado.

—¿Por qué no ha ido a lapolicía? —preguntó Tomsorprendido.

—Escúchenme, soy judío —contestó el anciano en silla de ruedas

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—. Llevo viviendo en este país másde treinta años pero no confío en lasautoridades. No puedo borrar elpasado tan fácilmente de mimemoria. Además, no estoy segurode que el asesinado sea Chaim Raful.Quería quedar con una periodista enSuiza, desde entonces estádesaparecido y no sé nada de él. Letuve que jurar que no hablaría aunqueestoy que reviento desde queconozco el contenido de la tumba deltemplario.

—Es el legado de Dios, si nome equivoco.

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El hombre mayor miró a Tomcon ojos de asombro.

—Es mucho más que eso. Esedocumento es tan explosivo como labomba atómica.

—¿Os ha seguido alguien? —preguntó Steinmeier y cerró lapuerta.

Tom se encogió de hombros.—Estamos solos, únicamente

una amiga mía sabe que estamosaquí.

—¿Está cerca de aquí?—No, en París, en un lugar

seguro.

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Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

Lisa se había tomado ya dospastillas para que se le aliviara eldolor de cabeza y se había frotadolas ojeras con agua gaseosa. Unremedio casero que conocía de suabuela. De hecho, ya empezaba asentirse mejor.

Después de que Bukowski semarchase hacia Austria, se quedó enla oficina y decidió entregarse a lacomprobación de todos losdesaparecidos pero hasta ahora nohabía obtenido ningún resultado

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positivo.Eran poco más de las seis y

fuera, en las calles de Múnich,brillaba un cálido sol. Solo sedivisaban unas ligeras nubes aquí yallá en el cielo azul. Esperaba queBukowski llegara pronto pero aún nohabía regresado de Salzburgo. Cerróla carpeta y se levantó. Mañanaseguiría dedicándose a esas carpetas.Cuando se estaba poniendo su finachaqueta de verano, que había dejadocolgada en el respaldo de la silla,tocaron a la puerta.

—¡Sí! —replicó.

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Un colega uniformado entró enel despacho.

—¿Quería que le informara sivolvía a suceder algo cerca deBerchtesgaden?

—¿Yo?—Usted o el comisario jefe.Asintió.—¿Qué ha pasado?—Han robado en la casa de un

profesor universitario jubilado. Elcartero se ha dado cuenta y hainformado a mis colegas. Desdeentonces, está en paraderodesconocido.

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—¿Un hombre mayor? —contestó Lisa interesada.

—Alrededor de ochenta años,los colegas de Berchtesgadenesperan que les devuelva la llamada.

—Me encargaré inmediatamentedel asunto.

—Aún hay algo más —dijo elpolicía.

Lisa lo miró llena decuriosidad.

—Cerca del lugar de los hechosun coche plateado ha llamado laatención. Hemos comprobado lamatrícula, se trata de un coche

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alquilado a nombre de un tal ThomasStein de Gelsenkirchen. Hasta lafecha no tiene antecedentes.

Lisa se sentó junto al escritorioy descolgó el teléfono.

—Muchas gracias compañero.Me encargaré inmediatamente de estetema.

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45

Basílica Sacré-Coeur deMontmartre, París

La basílica Sacré-Coeur en larue Chevalier de la Barre parecía unedificio de las mil y una noches porsus pequeñas torres y cúpula. Con elatardecer la blanca fachada brillabaen tonos rojizos. Las nubes quehabían cubierto París hasta bienentrada la tarde se acababan deretirar. Esporádicamente selevantaba una neblina procedente de

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la humedad evaporada.Al cardenal Borghese le

encantaban estas tardes en las que,por las calles y callejuelas de laciudad, corría una fresca brisadejando a un lado el airecontaminado de las grandesavenidas. Sin embargo, no podíadisfrutar completamente de la tardeaunque aparentemente todo marchabasegún lo previsto.

Se sentó en el banco de unpequeño jardín junto a la basílicaque previamente había secado con unpañuelo. Miró hacia arriba para

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contemplar la brillante cúpula.—Todo está bajo control,

nuestros hombres se han esfumado —dijo Pierre Benoit que llevaba puestoun oscuro traje en cuya chaqueta,justo al lado del escudo familiar,resaltaban dos espadas cruzadassobre un lirio blanco—. Ya es horade acabar con este asunto para quereine la tranquilidad de una vez portodas.

—No es una tarea fácil —replicó el cardenal Borghese—. Seha removido mucho polvo. No solola policía sino también el cardenal

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prefecto empiezan a sospechar.Tenemos que acabar con esto.

—La chica está segura, estáaquí en París visitando al viejoMolière. Ha pasado toda la noche ensu casa.

—Al parecer le ha desveladotodo su conocimiento sobre lostemplarios.

—¿Conocimiento? —resaltóBenoit irónicamente—. Ese viejoextravagante vive en su propiomundo de especulaciones y mediasverdades. ¿Por qué no ha publicadonunca su libro? Su obra, como él

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dice, nunca superaría un debatecientífico. Tiene miedo a que sederrumben sus teorías infundadas yse convierta en el hazmerreír de loshistoriadores.

—¿Teorías?—A veces las especulaciones

se confunden con la realidad. Enrealidad no importa lo que realmentehaya sucedido sino lo que el mundoquiera creer. Nuestra Iglesia tienebuenas agarraderas. Miles demillones de personas creen en elSalvador. Sabe que está jugando confuego.

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—Pero también sabe lo cercaque se mueve de la realidad.

Benoit sonrió y rechazó laobjeción del cardenal con la mano.

—No se merece que nosocupemos más de él. Toda su vidaestá marcada por incongruencias. Haempezado muchos caminos pero noha acabado ninguno.

El cardenal se levantó. Benoitle siguió. Anduvieron con piespesados por el jardín.

—Esta vez nuestros hombresacabarán lo que han empezado.

—Querido hermano en Cristo

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—contestó Borghese—, ¡qué Dios teoiga! Vayamos a la basílica a rezar.

—Han pasado casi mil años ylos guardianes aún tienen queprotegerse. Nos hemos descuidado,no teníamos que haber dejado queesto fuese tan lejos.

—¿Y qué hacemos con elprefecto? —preguntó Benoit.

—No podemos confiar en él. Leha encargado a un joven padre queinvestigue el asunto, a un jovenzueloque ni siquiera ha salido delcascarón. La juventud es muyinconsciente y se toma todo a la

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ligera.—Por eso existen los

guardianes que tienen que proteger ellegado frente a lo que acontece a lolargo de los siglos.

—¿Y quién estará después denosotros? —preguntó el cardenal.

—Después de nosotros no habránada —replicó Benoit—. Cuandotengamos los rollos en nuestrasmanos, los lanzaremos a las llamas.Nadie volverá a verlos. Nuestramisión, honorable hermano, se habráterminado de una vez por todas.

El cardenal Borghese suspiró.

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—El Señor es nuestro pastor, élnos guiará en los tiempos buenos ymalos hasta que todos nosotrosmiremos a través de él hacia laeternidad.

—¡Amén! —añadió Benoitantes de entrar por el portal lateralde la basílica Sacré-Coeur.

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

Bukowski regresó de Austriaalrededor de las nueve. Entre tanto,Lisa ordenó la captura del Fordplateado con matrícula de Múnich,relacionado con el robo de la casa

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del profesor Jungblut en la región deBerchtesgaden. Los policías de lajudicial regional estabancomprobando los registros de laspensiones de la zona del Königssee.Sabrían enseguida si esos doshombres que la vecina vio en elcoche se alojaron por allí haciendouso del nombre de Thomas Stein.

—¿Qué haces aquí tan tarde? —preguntó Bukowski sorprendido alentrar en la oficina y ver a Lisa.

Su compañera le informó de lasindagaciones realizadas y de lapersecución que había ordenado.

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Bukowski se sentó y miró la hora.—Entonces, esta noche también

será larga.—¿Qué noticias traes de

Austria? —preguntó Lisa.Bukowski le contó cómo el

mecánico italiano había recogido alos dos asesinos en Mitterbach sinconocer la peligrosidad de la cargaque transportaba.

—¿Le crees? —preguntó Lisa.—Creo que dice la verdad.

Queda por esclarecer quién le llamó.La llamada procedía efectivamentede Francia. Hemos comprobado la

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guía de teléfonos y se trata de unaconexión del sur de Francia. Unmóvil sin registro de propietario. Nocreo que podamos avanzar más enesta dirección.

—¿Crees que pueden llamar alpiloto desde el sur de Francia y sinmás este se pone en marcha con elhelicóptero? Es un poco aventurero,¿no crees?

Bukowski tomó la carpeta delsumario y le pasó a Lisa el acta de latoma de declaración.

—No es la primera vez que lohace —explicó Bukowski—. Es un

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adicto al juego y bastante malo, porcierto. Tras el interrogatorio de losaustriacos reconoció que ha voladoilegalmente en varias ocasiones. Hallevado a gente de Austria aAlemania y viceversa. En ocasionestambién ha transportado paquetes. Nohace preguntas, lo importante es queesté bien pagado y pueda saldar susdeudas con el juego.

—Y los otros, ¿no se habíandado cuenta de nada?

—Karadic se quedó totalmentedesconcertado cuando se enteró. Nocreo que tuviese la más mínima idea

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de las actividades paralelas de sumecánico. Luigi Calabrese vivecomo conserje en el recinto, estáapartado del pueblo en un pequeñovalle. Si no pasas casualmente porallí no te enteras si despega oaterriza un helicóptero.

—Bueno, creámosle —contestóLisa después de leer por encima ladeclaración del mecánico.

—Ahora te toca a ti —añadióBukowski—. ¿Qué ha pasadoexactamente?

—Ya te he dicho. Una mujerpercibió algo sospechoso, vio a dos

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hombres en una carretera de lapequeña localidad de Strub.

—¿Se trata de los asesinos queescaparon?

—Según la descripción, no,pero inmediatamente me hizo pensaren tu teoría. En esa calle vive unviejo profesor universitario que sellama Jungblut, ¿te acuerdas?

Bukowski negó con la cabeza.—Una vez te enseñé una foto

suya, en internet, junto a uno de lospadres que asesinaron y otroprofesor de Israel.

Bukowski reflexionó un

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momento, empezaba a acordarse dela foto. Se pasó la mano por la frente.

—¿No me contaste que Jungbluthabía muerto?

—Eso aparecía en la página deinternet pero era una noticia falsa.Efectivamente padeció un infartopero sobrevivió. Ahora va en silla deruedas.

—¡Sigue!—Como te he dicho, su casa se

encuentra en la calle donde vieron alos sospechosos y unos ladrones hanentrado en su casa. Del profesor nose sabe nada, está desaparecido.

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Bukowski inhalóprofundamente.

—¿Podría tratarse del cadáverde Watzmann?

—Los colegas de la científicaestán en la casa tomando huellasdactilares y buscando material deADN pero creo que no es al queasesinaron. Seguro que el forense sehubiese dado cuenta de la minusvalíay Jungblut tiene más de ochenta años.No obstante, se dedicaba a laslenguas antiguas de Judea, es unespecialista de la historiapaleocristiana de Israel.

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Bukowski golpeó con el puñoen la mesa.

—Así se cierra el círculo. ¿Hayindicios de que el profesor haya sidosecuestrado?

Lisa lo negó.—Han registrado todos los

armarios de la casa, han desarmadoel sofá y los cojines. Según loscolegas de la científica parece comosi una bomba hubiese estalladodentro pero no hay indicios deviolencia. No hay manchas de sangre,ni señales de lucha. Parece más bienque el profesor ya había huido.

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—Pero está inválido, ¿no?—Va en silla de ruedas pero un

hombre cuida de él. Un antiguomedallista olímpico deBischofswiesen. La policía deBischofswiesen está buscándolo.

—¿Y a qué esperamos? —dijoBukowski.

—Te estoy esperando, no sé site acuerdas —contestó Lisa un pocomolesta y le lanzó a Bukowski lasllaves del coche.

Cabaña de Rostwald cerca deBischofswiesen, Baviera

En un viejo sofá lleno de grietas

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descansaban Tom y Moshav. A la luzde las dos lámparas de petróleomiraban a los sagaces y vivarachosojos del anciano, sentado frente aellos en su silla de ruedas.

Tom le informó con todo lujo dedetalles sobre los acontecimientosacaecidos en la Tierra Santa cuandoChaim Raful desapareció con elcontenido del sarcófago: la muerte deGina Andreotti; los accidentes en elrecinto de las excavaciones; lasminas tanque; el asesinato delprofesor Jonathan Hawke en el valledel Cedrón y los perseguidores de

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Jerusalén. El profesor escuchóatentamente.

—Estoy seguro de que Chaimno deseaba que pasara nada de esto.Probablemente no lo pensó biencuando huyó de Israel.

Tom torció el gesto.—Nos debía haber advertido y

en vez de eso desapareciódejándonos en pleno desconcierto.

—Se vio obligado adesaparecer, estaban muy cerca deél, casi lo atrapan.

Steinmeier entró en lahabitación.

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—Fuera está tranquilo, nadieles ha seguido.

El anciano asintió.—¿Saben quién está detrás de

todo esto?Tom expresó su negativa.—Atrapamos a uno de nuestros

perseguidores. Dijo que habíamuchas personas interesadas en losdocumentos de la tumba y quepagarían millones por ellos. Algo asíes atractivo para cualquier ladrón deaquí a Jerusalén.

El viejo hombre asintió ensilencio y señaló al vaso de agua

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medio lleno que se encontraba sobrela mesa.

—¿Es usted cristiano? —lepreguntó a Tom.

—No puedo decir que vayamucho a la Iglesia pero crecí en lareligión cristiana.

—¿Ve el vaso?—Sí, un vaso de cristal, ¿y qué?

—contestó Tom.—¡No! Se equivoca. No es un

vaso cualquiera, es el Grial Sagradoy el líquido que contiene es la sangrede Jesucristo.

—No entiendo, ¿quiere hacer

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alguna prueba?—Ni mucho menos, usted

simplemente tiene que creerlo.—¿Tengo que creerme que ese

vaso es el Grial Sagrado? ¿No vademasiado lejos?

El anciano sonrió.—Efectivamente —contestó—.

Estoy haciendo simplemente lo quesu Iglesia hace con usted. Pretendeconvencer a sus seguidores mediantela fuerza de la fe. Con leyendas eimágenes que todos nosotrosdebemos aceptar como hechosreales.

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Tom señaló al vaso.—De hecho no es más que un

vaso.—Muy bien, veo que ha

entendido lo que quiero decir.Tom mostró su confusión.—¿Quiere decir que la Iglesia

está detrás de todos los ataques yasesinatos?

—No la Iglesia en su conjuntopero sí algunos de sus más fielesseguidores.

—Eso atenta contra cualquierfilosofía moderna sobre la fe y lareligión —le contradijo Tom—. Ya

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no vivimos en la Edad Media.—¿Pero que había en la tumba?

—preguntó Moshav después de unrato de silencio.

El anciano tomó un trago delvaso de agua. Miró hacia el granluchador apostado junto a la puerta.

—¿Qué piensas Hans, podemosdesvelarle nuestro secreto?

Hans Steinmeier se encogió dehombros.

El anciano se dirigió hasta unaesquina de la habitación con su sillade ruedas y tomó un paquete depapel. Seguidamente, regresó a la

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mesa.—No fue fácil descifrar el texto

antiguo, era un dialecto nasoreano.Nos costó mucho trabajo. Finalmentelo hemos podido traducir en sumayor parte. Por supuesto que losoriginales están en un lugar seguro.

Tom estaba intrigado.—Chaim Raful sabía donde

teníamos que buscar los escritos. Lalegión romana solo fue una excusa.

—Cierto, hijo mío —confirmóJungblut—. Chaim adquirió de unbazar de Damasco un par defragmentos de un escrito antiguo.

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Estaba escrito en cuero de cabra, loenvió a que un par de especialistasde la Universidad lo analizaran. Losfragmentos procedían de la época delas primeras Cruzadas. Durante lastareas de investigación conoció a dosauténticos expertos en lenguasantiguas. Pertenecían a la Iglesiacatólica, eran investigadores de laÉcole, aquella escuela dominicaresponsable de las excavaciones delQumrán. Confió en ellos porque, aligual que él, buscaban la verdad.Pese a que Chaim odiaba desde lomás profundo de su ser a la Iglesia

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romana desarrolló una profundaamistad con esos eclesiásticos. Leayudaron a traducir aquellosfragmentos y por ello tuvieron quepagar con su vida. Uno de ellos fuebrutalmente asesinado y crucificadobocabajo como un traidor. Es unclaro indicio que evidencia quién seencuentra detrás de los hechos.

Tom lo entendió.—¿No crucificaron también

bocabajo al muerto de Watzmann?—Exacto, hijo mío. Por eso aún

tengo la esperanza de que no se tratede mi buen amigo Chaim.

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Steinmeier abrió la puerta.—Voy a hacer una ronda —

comentó.Jungblut asintió.—A pesar de los asesinatos, mi

viejo amigo de Tel Aviv obtuvo lainformación que perseguía —prosiguió el anciano—, pero resultóser insuficiente. La zona era amplia,enorme, y decidió empezar laexcavación en el valle del Cedrón.Hace tiempo se había descubiertoallí una guarnición romana peroChaim sabía que se podía tratar delalmacén de la décima legión alojada

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en este recinto durante la época deJesucristo. Pudo convencer al decanode la Universidad a que seprocediera con la excavación de lazona. Encontró incluso algunospatrocinadores que se hicieron cargode los gastos. Lo más difícil eramantener alejada a la Iglesia paraque no participase en lasexcavaciones por eso contrató comodirector de las excavaciones alprofesor de reconocido prestigio,Jonathan Hawke. La noche en la quese descubrió la tumba me llamó y medijo que por fin podía cumplir su

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juramento. Iba a vengarse de losresponsables de la muerte de sufamilia durante el Tercer Reich.Ustedes sabrán que durante la épocanazi perdió a su padre, su madre y suhermana en un campo deconcentración. Solo sobrevivió él.Creció con una familia de adopciónen Israel. La Iglesia no solo le robó asu familia sino que además destrozósu infancia.

El profesor miró hacia labotella de agua del armario. Tomentendió lo que deseaba, se levantó yle llenó el vaso.

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—Es una larga historia, esperono aburrirles a usted y a su amigo.

Gentilly, pensión Tissot,Francia

Yaara había conseguido llegarhasta la página seiscientos delmanuscrito de Molière. Estabafascinada con el escrito. Molièrepresentaba sus tesis fundadas en unossólidos cimientos. Cada afirmaciónse corroboraba con dos y hasta trespruebas. La vida de los templariosera realmente intrigante y enigmática.Se convirtieron en una poderosaorden, hasta el papa tuvo que

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someterse a ellos. Yaara tenía ganasde seguir leyendo las restantesquinientas páginas.

Bien entrada la tarde, el cielode París se despejó y el sol brillódurante un par de horas. Jean no sehabía equivocado. Efectivamentemerecía la pena visitar la ciudad.Durante horas pasearon por lascallejuelas parisinas hasta que ledolieron las piernas y se pararon adescansar en una cafetería cerca deMontmartre. Yaara cayó exhausta enla cama y se quedó profundamentedormida después de unas cuantas

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hojas.Se despertó empapada en sudor.

Su respiración se había aceleradocomo un tren a toda velocidad poruna recta. Gotas de sudor corrían porsu frente. Palpó el interruptor de laluz. Consiguió calmarse un pococuando encendió la luz de lahabitación y cobró la conciencia.Seguía frotándose la cara sin poderentender nada. Había visto la muertede Tom en sueños. Todo estabainundado en sangre. El corazón legolpeaba con tanta fuerza que parecíaque se le iba a salir por la garganta.

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Nerviosa buscó el teléfono.

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46

Cabaña de Rostwald cerca deBischofswiesen, región deBerchtesgaden

Tom esperó intrigado hasta queel profesor Jungblut encontró unacómoda y relajada posición en susilla de ruedas. Su cuerpo caíaligeramente hacia la izquierda. Seapoyó en el brazo izquierdo ycarraspeó.

—Joven, gracias a su ayuda seha podido descifrar un enigma de dos

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mil años, habrá mucha gente a quienno le guste. ¿Qué sabe usted deJesucristo, el Salvador, como lollaman en su religión?

Tom cruzó los brazos frente a supecho.

—Jesucristo, el hijo de Dios,fue enviado a la tierra paraliberarnos de todos nuestros pecadosy recordarnos la resurreccióndespués de la muerte. Fuecrucificado por todos nosotrosporque este mundo aún no estápreparado para entender susenseñanzas.

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El profesor Jungblut sonrió.—Esa es la interpretación

bíblica prescrita por la Iglesiacatólica-romana a todos los gruposreligiosos derivados de esta, pero laIglesia no presenta todos los hechossobre la mesa. No le interesa queexista ningún debate científico sobreeste tema. Más aún, desde hacesiglos, sabotea cualquier intento deponer luz sobre la vida de Jesucristoo Jehoshua ben Joseph, quienrealmente existió. No es ningúnproducto de la fantasía, es real, perola historia en torno a su vida fue

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modificada y glorificada de formairreal para hacer creer a las personasque era alguien especial. Los rollosescritos de la tumba del templariodemuestran que los cristianos desdehace dos mil años creen en unamentira.

Tom frunció fuertemente elceño.

—¡Una mentira! ¿Jesús es unainvención de la Iglesia?

—El Jesús en el que usted cree,sí. La primera contradicción resideen la historia sobre su nacimiento. Sele llama Jesús de Nazaret pero dicha

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ciudad formaba parte de la antiguaGalilea. Él nació en el país de Judea,a unos 150 kilómetros al sur de laciudad en la que se supone quecreció. En aquella época Judeaestaba dominada por un procuradorromano mientras que en Galileareinaba Herodes Antipas. ¿Por quéiba a emprender un duro viaje alextranjero una mujer en avanzadoestado de embarazo y que podríadurar semanas? En la Biblia seinforma sobre una narración popularpero no existe ninguna prueba desdeel punto de vista histórico.

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—Galilea también seencontraba bajo el influjo de Roma—intervino Moshav.

El profesor asintió.—¿Acaso existe algo en esta era

que no se encontrara bajo el dominioromano? Pero los romanos semantenían, en su mayor parte, fuerade los asuntos sociales y religiososde los países que manteníanocupados. Era una de sus recetas deéxito para conservar una larga yduradera soberanía. «Gallia estomnis divisa in partes tres», se diceen la obra De bello Gallico de

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César. El antiguo país abarcaba trespartes. En Galilea y Cesarea deFilipo reinaban autócratas comoHerodes Antipas o Phillipus; al estese encontraba Decápolis, el Imperiode las diez ciudades. La simpleorganización política hace que notenga sentido el viaje bíblico de Joséy María. Existe una versión antiguaque dice que el nuevo rey de losjudíos nació en Belén y que setrataba de un hombre de la estirpe deDavid. De hecho, el origen de Joséreside en una familia real, del mismomodo que su hijo Jehoshua era de

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sangre real.—Todo eso está bien —

interrumpió Tom— pero no creo queen la tumba se encontrara la partidade nacimiento de Jesús.

—Querido amigo, tiene quetener más paciencia —recalcó elprofesor—. Solo quiero transmitirleun poco de sabiduría. Posteriormenteusted reflexionará sobre ello ytomará sus propias decisiones.

La puerta se abrió de un golpe.Hans Steinmeier había vuelto de suronda. Se dirigió a la cocina y tomóun vaso de agua.

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—Fuera está todo tranquilo,poco a poco empieza a hacer frío.

El profesor se giró.—Seguro que nuestros invitados

tienen hambre y sed. Deberíamosejercer como unos buenosanfitriones.

Hans Steinmeier abrió la puertadel pequeño frigorífico.

—Tengo pan, jamón y agua. Nohay otra cosa en la cabaña.

Las tripas de Tom sonaron.—No diré que no —contestó.Strub, región de BerchtesgadenBukowski tomó el despojo del

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saqueado cojín y lo tiró al sofá queigualmente estaba tan revuelto quenadie podría sentarse, habían rajadoy vaciado en el suelo todos loscojines del asiento.

—Se lo han currado bastante —afirmó Lisa irónicamente mientrasmiraba a su alrededor.

—Todas las habitaciones estánasí —contestó el funcionario judicialde Garmisch.

—Deben haber buscado algoque no es especialmente grande —intuyó Bukowski.

—Hemos obtenido huellas

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dactilares en la ventana trasera —informó el policía—. Hasta ahora nocontamos con ninguna coincidenciaen nuestro sistema pero cuandoatrapemos a los sospechosos seráfácil atribuirles el saqueo gracias alas huellas.

—¿Y aquí en la habitación?El oficial judicial se encogió de

hombros.—¿Se han encontrado también

aquí huellas dactilares?—Solo en la ventana de atrás,

aquí dentro no. Lo limpiaron ollevaban guantes.

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Bukowski frunció el ceño.—¡Qué raro! ¿Y por qué en la

ventana no?—¿Perdone?—Lisa —se dirigió Bukowski a

su colega—, haz que remitan todoslos datos sobre nuestros asesinos alos compañeros locales, no vaya aser que se nos escape algún detalle.

Lisa asintió.—Según la descripción de los

dos tipos que vieron en la calle, setrata de personas distintas a las quenosotros estamos buscando.

—Ya lo sé —contestó

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Bukowski desanimado—. A quienrecogen en helicóptero tiene quetener buenos contactos.

Lisa se puso colorada.—Claro —contestó y se enfadó

consigo misma por no haberlopensado antes.

—¿Está en marcha la búsqueda?—preguntó Bukowski a su colega.

—Puntos de control y patrullas.Todos los policías desde Königsseehasta la frontera están informados.

Bukowski abandonó lahabitación, salió al exterior y seencendió un cigarrillo.

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Lisa le acompañó.—¿Piensas que esos tipos

pertenecen a la misma banda que eldiablo y su cómplice?

Bukowski soltó el humolentamente.

—No estoy completamenteseguro. Hasta que no sepamos de quéva realmente, solo podemosespecular.

—Sí, ya sé —suspiró Lisa y sefrotó sus cansados ojos.

—¿Estás bien?—Regular —contestó Lisa

Herrmann.

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Casa Cardenal Döpfner,Freising, Múnich

Pater Leonardo se habíaenterado de lo suficiente. Quisohablar inmediatamente con losresponsables de la policía parainformarse con más detalle sobre losasesinatos de Baviera pero susesfuerzos no tuvieron éxito. LaDirección General de la PolicíaJudicial se había hecho cargo delcaso y el oficial responsable noestaba disponible.

Se dejó caer en el sofá cuandode repente sonó el teléfono.

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Descolgó y contestó. El hermanoRicardo de la Oficina Eclesiásticapara la Antigüedad estaba al aparato.Un compañero, bajo y grueso, al quele encargó que se informara sobresus hallazgos en la biblioteca delVaticano. El hermano Ricardo no eraprecisamente el más inteligente peropodía confiar en él. Siempreejecutaba los encargos cuidadosa ydiscretamente. La conversación duróunos minutos. Cuando PaterLeonardo colgó el teléfono se frotósu espeso pelo negro con las manos.¿Podría ser que Chaim Raful de

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Jerusalén hubiese huido hasta estaapacible tierra a la falda de losAlpes?

Al menos, un tal YigaelJungblut, antiguo profesor ehistoriador de la Universidad deMúnich no vivía lejos de aquí. ¿Eraél el que había participado en lasexcavaciones de Qumrán junto aChaim Raful y a quien echaronrepentinamente?

Pater Leonardo agachó lacabeza y la apoyó en sus manos. Elcardenal prefecto se estabaexcediendo. Volvió a tomar el

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teléfono. De su llamada a Roma seenteró de que el prefecto seencontraba en esos momentos en suresidencia y que partiría en dos díashacia Latinoamérica para reunirsecon unos obispos.

Pater Leonardo se levantó y sedirigió hasta la puerta. En el pasillo,un hermano regaba las plantas.

—Necesito urgentemente paramañana temprano un vuelo haciaRoma —dijo el padre.

El hermano lo miró con los ojosbien abiertos.

—Le ruego que se encargue de

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que mañana por la mañana puedavolar de vuelta —repitió PaterLeonardo.

El hermano asintió.—Veré... veré lo que puedo

hacer por usted.—Y una cosa más. Envíe al

joven hermano Markus a mihabitación.

Cabaña de Rostwald cerca deBischofswiesen, región deBerchtesgaden

La comida estaba rica y eraabundante aunque Moshav no tomabamucho por desconfianza. El profesor

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Jungblut lo animó y le hizo disiparsus reservas. Una vez que se habíansaciado y recuperado las energías,Steinmeier recogió la mesa.

El profesor carraspeó.—Tienen que aprender a

esperar, tardarán un tiempo en poderenterarse de todo.

Tom sonrió.—Somos todo oídos.—Para su compañero no será

nuevo lo que les voy a contar ahorapero es importante entender lahistoria en su integridad. ¿Qué lesdice los conceptos mishpat y zedeq?

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—Sinceramente, esperabaenterarme de qué contenía la tumbadel templario —contestó Tomimpacientemente.

El profesor sonrió.—Paciencia, le repito,

paciencia, joven amigo. Mishpat yZedeq representan los dos pilares dela integridad sobre los que se apoyael arco que los hebreos llamanshalom. Para alcanzar la pazcompleta, shalom debe descansarigualmente sobre estos dos pilares.El pilar izquierdo, mishpat,representa al rey. Por eso también es

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conocido como el pilar del rey. Aeste se asocia la idea de justicia.Jacobo levantó esta columna sobre ellugar donde se coronó al primer reyde Israel. La otra columna representala honradez. Las virtudes de Yahvé.Solo cuando esto se alcance, reinarála paz divina de Yahvé y todo seencontrará en equilibrio.

—Pero en la época de Jehováestos pilares no estaban a la ordendel día —dijo Moshav—. Romaejercía el poder y fundó unprotectorado, los años herodianos yahabían comenzado. Pagaban a Roma

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por su soberanía. Herodes Arquelaoera etnarca de Judea, Samaria eIdumea; Herodes Antipas gobernabaen Galilea y Phillipus en Cesarea deFilipo. Cesar Augusto impidió lasucesión del trono sobre esta tierra.

—Exacto —contestó el profesor—. El equilibrio entre estos pilaresse derrumbó. Los saduceos, esenios,judíos, zelotes, fariseos, nasoreanosy mandeos anhelaban el equilibrioentre estos pilares y la justicia deYahvé. El pueblo tuvo que pagar lasconsecuencias como pasa confrecuencia a lo largo de la historia.

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Justo en esta época nació Jehoshuaben Joseph, de linaje real, de laestirpe de David. Era un joveninteligente del que pronto se hablómucho. En la historia se ha obviadoque al primogénito le siguieronvarios hermanos. Posteriormentenació Jacobo. Los esenios educarona los dos como futuros reyes.Jehoshua como el rey de los judíos yJacobo como la representación de lahonestidad. Llegado el momento, losesenios presentaron su nuevo rey alos judíos. En cambio, Jehoshuaansiaba más poder, quería

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representar los dos pilares de laantigua tradición. Por eso partióhacia Jerusalén a través de la puertade los reyes, como se dice en losantiguos escritos. Lo hizo montado enburro ya que el rey de los judíosllegaba a la ciudad como sirviente deDios y del pueblo, y no comodominante.

Tom miró desconcertado aJungblut.

—Es su teoría, ¿no? —preguntó.—No, son las palabras escritas

del maestro de la justicia y elguerrero de la luz. Su nombre era

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Shelamizion. Escribió los rollos através del Dios que llevaba en sí.Usted ha encontrado esos rollos.

—No estará hablando en serio—pronunció Tom consternado—.Entonces, ¿la historia de Jesucristono es más que un complot tramadohace dos mil años para dar un dios alos judíos?

El profesor Jungblut sonriócompasivamente.

—Se deben haber llevado esosrollos de las cuevas de Qumrán altemplo salomónico, allí hallaron lostemplarios el legado de Shelamizion,

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el maestro de la justicia de Qumrán.Sabían lo que tenían en las manos, aligual que la Iglesia sabía la enormeconfusión que desataría esa historiade Jesús. No es posible ladeterminación temporal mediantepruebas estratigráficas, no hayfósiles y tampoco se puede hacer através del suelo. Pero contamos conlos recipientes y los rollos de cueroque, según el método C—14, tienenmás de dos mil años.

—¿Jesús era esenio? —repitióTom sin dar crédito.

—Ya se lo he dicho. Los

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cristianos creen en una mentira demás de dos mil años que quizás hayahecho este mundo un poco mássoportable, a pesar de toda la sangrederramada por la fe.

Tom se levantó y se dirigió a laventana.

—¿Puedo ver los rollos?—El escrito no está aquí, están

en un lugar seguro —contestó elprofesor.

—Por otro lado, en lasexcavaciones de las cuevas deQumrán se hallaron los cadáveres dedos mujeres. Seguro que ha oído

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hablar de ello.Tom hizo un ademán de

negación.—Solo conozco la historia de

los rollos por lo que me contarondurante la carrera universitaria. Nome acuerdo muy bien.

—Allí se enterró a la familia deJehoshua ben Joseph: María, lamadre y Magdalena, su hermana.Pero no tenemos pruebas de ello, esoes solo una teoría.

—¿Y la historia de laresurrección? ¿Tenía razón ChaimRaful de que Jesús no fue enterrado

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en Jerusalén?—Un rey cruzó en burro la

puerta y se adentró en una ciudadgobernada por los romanos. Jehoshuaentró en el corazón de la bestia.Confiaba en Dios y en el pueblo.Creía que Roma no se atrevería aponerle la mano encima y provocarun levantamiento en todo el Imperiopero se equivocó. Flavio, un romanojusto, que se interesó por el nuevorey de los judíos y sus ideas, narróen el segundo rollo que el prefectoromano consiguió que el sumosacerdote de los fariseos atacara a

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Jehoshua. Al parecer, les dejó bienclaro que con la influencia crecientedel nuevo rey y dios su regenciaacabaría. Por eso los mismossacerdotes ordenaron su condena.Una inteligente jugada de losromanos. No obstante, no murióapedreado como era la costumbrejudía sino crucificado. Todossabemos que el estilo de Roma eraclavar en una cruz a sus enemigospero no lo enterraron en Jerusalén.

—El Santo Sepulcro, la tumbade Jesús, ¿es mentira?

—Sí, la voluntad del prefecto

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era que el cuerpo del Salvador fuesedevorado por las llamas —explicóJungblut—. Pero no fue así, susseguidores robaron el cadáver y lepropiciaron el descanso eterno.Además, en muchas religiones lasdivinidades regresan del reino de losmuertos, no es una idea nueva de losesenios. Encajaba bastante bien ydejaba la opción abierta a una nuevafe, en algún momento acabaría lasoberanía romana.

—Entonces, ¿también loenterraron en Qumrán? —preguntóMoshav.

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El profesor se encogió dehombros.

—Desgraciadamente el segundorollo no se ha conservado con elpaso de los años como el legado deShelamizion. Hemos podido traduciralgunos fragmentos. Chaim tuvo quellevar los rollos a un lugar seguro.Los perseguidores aparecieron aquí.

—¿Qué ponía el texto? —preguntó impacientemente Tom.

—En el primer párrafo:«... Profundo en la madre, que

a todos nos da la vida... regresadoal padre... el rey de los reyes...».

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Y en el segundo párrafoaparecían las palabras:

«... En el regazo de su pueblo...la fortaleza que... arriba en lasrocas de la libertad».

Moshav frunció el ceño.—Una fortaleza, una roca, solo

puede ser Masada.—Masada —ratificó el profesor

—. Chaim y yo también llegamos aesa conclusión. El tercer párrafo sepodía leer bien:

« . . . Con la mirada dirigidaeternamente al agua de la vida,como se sienta Goliat en la roca,

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dirigido a David, el rey de losjudíos... bajo el palacio del rey... elsol de la vida se levanta en su puntomás alto, así brillará el rayosagrado... descansará hasta el finalde todos los seres...»

—Estas son las indicaciones desu tumba —siguió Tom—. Debeestar bajo la fortaleza.

—Y allí deberá descansarsiempre, totalmente intacto —agregóel profesor Jungblut.

Tom se puso las manos en lacara.

—Es increíble —dijo—. Si es

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cierto lo que ponen estos rollos, elorigen de la vida ha sido unainvención y el ser humano no es másque una forma biológica de vida. Ynuestra razón no es más que unacreación de la naturaleza.

—De este modo, las personasse encuentran al mismo nivel que losanimales y se descarta la opción deuna descendencia divina.

—¿Descendencia divina? —cuestionó Tom—. El ser humano escruel, malvado y egoísta. Provocaguerras para conseguir más poder, escapaz de matar por avaricia y

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complacencia. Miente, engaña y solobusca su propio provecho. No sabíaque podía haber algo de divino enello. Somos una expresión de lanaturaleza, ni más ni menos.

El profesor miró a Tom concompasión.

—Puedo entender cómo sesiente. Acaba de perder su Dios y sureligión. Incluso si afirma que no esun buen cristiano y que no va a laIglesia. Pero piense que tambiénexisten otras religiones. Nadie puededecir quién lleva razón. Creofirmemente que existe una fuerza

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superior ya sea Jesús, Dios, Yahvé,Buda o Alá. Hay alguien ahí fuera ytodos lo llevamos en nuestraconciencia.

Tom respiró profundamente.—¿Puedo ver los rollos?—Más tarde, cuando llegue el

momento —contestó el profesorJungblut—. Pero antes debe dormirun poco. Se ha hecho muy tarde.

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47

París, Saint Germain des Prés

Una calurosa noche envolvióParís y cubrió las hileras de casas enla oscuridad. Las farolas de lascalles estaban encendidas, detrás delas ventanas de las casas y tiendasbrillaban frías luces de neón.

El cardenal Borghese habíapasado el día rezando, acababa deregresar a Saint Germain. Le estabanafectando gravemente las tensionesde las últimas semanas. No podía

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descansar. A pesar del cansancio sedespertaba aterrorizado en medio dela noche. Intranquilo, no dejaba dedar vueltas en la cama, no podíaapartar los pensamientos oscuros.Encendió la lámpara de su mesita denoche y se levantó. Tembloroso setocó el pelo.

La madre Iglesia habíasobrevivido miles de años, habíaesquivado peligrosos escollos y sehabía hecho fuerte ante intensastormentas. A pesar de la cambiantesociedad, a la que cada vez leimportaba menos la cuestión de

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Jesucristo, los muros de la Iglesiaseguían resistiendo a cualquier tipode cambio. El número de fielesseguía creciendo. No obstante, nuncaantes la Iglesia se había enfrentado aun esfuerzo tan grande como el de losúltimos días. La tormenta se habíaconvertido en un huracán queamenazaba con barrer a Roma y atodos sus seguidores. Toda lacristiandad se tambalearía si losguardianes de la hermandad fallaban.

Hacía setecientos años, laactuación de la hermandad protegió ala Iglesia de un destino incierto.

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¿Qué pasaría si salieran a la luz esosrollos? Los escritos del templo deSalomón que le propiciaron unilimitado poder a los templarios.

El cardenal Borghese se sirvióun vaso de agua, seguidamente searrodilló y puso las manos en rezo.

Cabaña de Rostwald, región deBerchtesgaden

Tom había caído rendido.Después de la larga exposición delprofesor, permaneció despierto unlargo tiempo. Finalmente elcansancio le venció y se quedódormido.

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Moshav le despertó.Tom se levantó e intentó

ubicarse en la oscuridad.—¿Qué pasa? —dijo.—¡Silencio! —le frenó Moshav

—. Ahí fuera hay alguien.Tom se frotó los ojos de

cansancio. En la penumbra pudoreconocer a Moshav frente a él.

—Seguro que es Steinmeier —susurró Tom.

—¡No, mira, está en la ventana!—contestó Moshav.

Steinmeier se acercó y se quedóparado frente al sofá. Tom reconoció

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la escopeta que portaba.—Habéis traído a esos tipos

hasta aquí, vosotros tenéis la culpa—reprochó a Tom.

Tom negó con la cabeza.—No puede ser, tuvimos mucho

cuidado de que nadie nos siguiera.No nos vio nadie.

—Ahí fuera dos tipos estánhusmeando alrededor de la cabaña yeso no es casualidad.

—¡Llamemos a la policía! —dijo Moshav.

—No servirá de nada —contestó Steinmeier—. Para cuando

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una patrulla llegue hasta aquí serádemasiado tarde. ¿Sabéis utilizar unarma?

Moshav retrocedió. La últimavez que tuvo un arma en sus manosfue durante el servicio militar con laArmada israelí. Ni siquiera entoncesse sintió bien.

Steinmeier desaparecióbrevemente y regresó con dospistolas largas.

—Una escopeta y un rifle decaza —explicó—. Cuidado, estáncargadas. La escopeta contiene dosbalas y el rifle seis.

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—No sé... no sé —dudóMoshav cuando Steinmeier leextendió el rifle.

Tom agarró la segundaescopeta. No dijo nada sobre lapistola que llevaba en el bolsillointerior de sus pantalones.

—Tómala Moshav —le ordenó—. Ya sabes qué tipo de personasnos persigue. ¿Acaso quieres acabarcrucificado con la cabeza haciaabajo en esta cabaña?

De repente, en el exterior seescucharon unos ligeros pasos. Lamadera crujió.

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—¡Están ahí! —susurróSteinmeier.

—¿Dónde está el profesor? —preguntó Tom.

—Está seguro —contestóSteinmeier y se desplazósigilosamente hacia la puerta.

Strub, región de BerchtesgadenBukowski ya se había fumado el

segundo cigarrillo cuando se dirigióa la mujer mayor de vestido negro ycon un pañuelo de cuadros blanco ynegro en la cabeza. Estaba de pie enla acera frente a la casa y loobservaba con una despierta mirada.

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—Me han dicho que usted es dela Policía Judicial de Múnich —dijocon una sonrisa y sin apenas dientes.

—Bukowski, de la DirecciónGeneral de la Policía Judicial —sepresentó y lanzó la colilla marcandoun pronunciado arco hasta llegar aljardín del porche de la casa.

—Me llamo Magda Scheiderer,vivo en la casa de enfrente.

—¡Ah! ¿La han entrevistado yamis compañeros?

Magda Scheiderer negó con lacabeza.

—Han entrado en la casa —

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explicó Bukowski.—Ya lo sé —contestó la mujer.Bukowski intentó estimar su

edad pero desistió por el pañuelo dela cabeza y el vestido.

—Seguro que ya ha oído hablardel delito.

La mujer asintió.—Y también lo vi.Bukowski frunció el ceño. ¿Aún

estaba cuerda la mujer o simplementequería tener un rato de conversación?

—¿Lo vio? —preguntóBukowski con escepticismo—.¿Cuándo, hoy?

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—En realidad no debería contarnada. Hans me lo ha prohibido.

Bukowski se encendió un nuevocigarrillo.

—¿Hans, quién es ese Hans? —preguntó mientras soltaba el humo.

—Hans es la mano derecha delprofesor. El profesor tuvo una visita,un amigo judío. Hace tres o cuatrosemanas. Estaban trabajando juntosen algo. Los dos son arqueólogos. Elprofesor daba clases en laUniversidad de Múnich. Es unhombre inteligente.

—¿Jungblut?

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—Pues claro, ¿quién va a ser?—¿Conoció al otro hombre?La mujer miró cuidadosamente a

su alrededor. Puso la mano frente asus labios y susurró:

—Nadie debe saberlo, Hans meha ordenado que no se lo diga anadie.

Bukowski sonrió.—Pero somos la policía.La mujer pensó por un momento.—Hans dijo que encontraron

algo valioso. Algo realmenteimportante sobre Jesús. Merecomendó que tuviese los ojos bien

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abiertos. De vez en cuando Hanspasa por aquí, yo me encargo derecoger el correo. El día queentraron en la casa, por suerte ya sehabían ido, la casa estaba vacía. Selo conté a Hans pero me dijo que nome preocupara de eso. Hace poco,otros dos chicos estuvieron en lacasa. Estuvieron husmeandoalrededor, se lo conté a Hans cuandovino pero me dijo que no contasenada.

—Entonces Hans es elempleado del profesor Jungblut.

—¿El qué? —preguntó la mujer

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y frunció tan pronunciadamente elceño que se sumaron unas cuantasarrugas más a las muchas quemostraba.

—Quiero decir que si Hanstrabaja para el profesor.

La mujer asintió.—Desde hace algunos años el

profesor va en silla de ruedas, tuvoun infarto.

—¿Y Hans? ¿Vive aquí en lacasa?

La mujer negó con la cabeza.—Vive en Bischofswiesen pero

no está allí. Dijo que estaban

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escondidos porque hay gente quequiere saber lo que el judío trajo deIsrael.

Bukowski tuvo una extrañasensación. Muchas personas habíanperdido la vida por este motivodurante las últimas semanas y ahoratenía frente a él a una anciana quellevaba consigo gran parte de lasolución del caso y que previamenteno había dicho ni una palabra. Lisa yel policía uniformado se acercaron.

—Hans, ¿cómo es su apellido?—Steinmeier —contestó la

mujer.

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—¿Y ahora dónde está?—¿Hans? Hans está en el

bosque, en el interior, eso fue lo queél mismo dijo.

El agente uniformado se detuvojunto a Bukowski y observódetenidamente a la mujer.

—¡Ah, Magda! —exclamó—.Tiene más de noventa años. ¿Havisto algo?

Bukowski no le prestó atencióna su compañero y siguió fijándose enla mujer.

—¿En qué sitio del bosque?La mujer se encogió de

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hombros.—¿Qué bosque? —preguntó el

policía.Bukowski rechazó la pregunta.—Pensaba que esta mujer

podría decirnos donde se encontrabael dueño de la casa y su empleado.

—¿Hans Steinmeier?—¿Lo conoce? —preguntó

Bukowski desconcertado.—Claro que sí, fue un luchador

olímpico, vive en Bischofswiesen.Desde hace un par de años cuida delviejo profesor. Antes trabajó comoconserje en el colegio de

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Berchtesgaden. ¿Quiere quecomprobemos su dirección?

Bukowski frunció el ceño.—La mujer ha dicho que está

escondido con el profesor en elbosque, ¿qué quiere decir?

—¿En el bosque? —repitió elpolicía—. Yo también soy deBischofswiesen y conozco bien aHans. Antes era cazador y elRostwald era su dominio. Yotambién cazo y cuando decimos elbosque nos referimos exactamente anuestro coto de caza.

Bukowski afinó bien sus

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sentidos.—¿Hay algún albergue allí

donde se pueda alojar una persona ensilla de ruedas?

El policía asintió.—Quizás la cabaña bajo

Kälberstein. Hasta allí se puede irbien en coche, si no está lloviendo.

Bukowski se dirigió a Lisa.—Moviliza inmediatamente a

los SEK y toma declaración a lamujer.

Lisa se tocó la barriga.—¿Podría hacerlo nuestro

compañero? No me encuentro muy

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bien. Creo que anoche me vino laregla, quizás por eso no haya podidopegar ojo.

—No te vayas a hacer la flojaahora —replicó Bukowski—.Siempre lo he dicho, no podemosconfiar en las mujeres cuando se tratade algo realmente importante.

Lisa prefirió no responderle.Cabaña de Rostwald cerca de

Bischofswiesen, región deBerchtesgaden

Escucharon unos pasos ligerossobre las hojas secas. Se repitió elcrujido de las escaleras.

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—Son por lo menos dos —murmuró Steinmeier.

—¿Hay una puerta trasera o unaventana en la parte de atrás?

—Tres ventanas y esta puerta—contestó Steinmeier—. Laconstrucción de la parte de atrás seapoya en la colina, por ahí no puedepasar nadie.

Las ventanas estaban protegidaspor persianas bloqueadas desde elinterior. El peligro residíaprincipalmente en la puerta y justoahí se podía percibir una ligerarascadura. Mientras que Steinmeier

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se escondía detrás de uno de losarmarios junto a la puerta, Tom yMoshav se refugiaron detrás del sofá.Tom preparó el arma.

—¡Es una locura! —comentóMoshav susurrando desde suposición.

—Si estos son los asesinos deGina, Aaron y Jonathan tenemos queestar preparados para lo peor —argumentó Tom—. No te preocupessi tienes que apretar el gatillo.

De repente, se escuchó un golpey se abrió la puerta. Tom tensó todossus músculos y Moshav colocó bien

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el arma por puro instinto. Se escuchóun disparo y una lanza de fuegoatravesó la puerta.

—¡Cuidado! —gritó Steinmeieral irrumpir un objeto volando en lacabaña y que soltaba chispas defuego.

Tom y Moshav se protegieron.Estalló un fuerte estruendo y un rayoresplandeciente iluminó lahabitación. Steinmeier gritó, estaaparición le cegó. Su arma cayó alsuelo y se reclinó sobre el armariode enfrente. Antes de que pudierareaccionar, se escucharon dos

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disparos y cayó de rodillas delantedel sofá. De nuevo, otro disparo.Steinmeier cayó al suelo. Moshavhabía visto hasta donde llegó la lanzade fuego. Tomó posición y sinpensarlo disparó al marco de lapuerta. Rompió la madera y seescuchó un grito ensordecedor. En elumbral apareció una figura baja ygruesa. Se podía distinguirperfectamente la sombra del hombre.Moshav apretó de nuevo el gatillo.Una mano lo sujetó y seguidamente elintruso rodó por las escaleras.Moshav estaba dispuesto a disparar

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de nuevo cuando rápidamente otrapersona entró en la habitaciónsaltando ágilmente. En cuantoapareció, dos disparos estallaron enla habitación. Moshav dejó caer elarma y se levantó, rodó por el sofá ycayó al suelo.

Tom estaba paralizado por elmiedo. Hasta que la sombra no sedirigió a él, no pudo reaccionar yapretar el gatillo. El ensordecedorestruendo le hizo daño en los oídos.El tipo disparó de nuevo hacia él, alparecer desde su escondite tras unarmario. Tom sintió el aire caliente

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que despidió la bala al pasar aescasos centímetros por su cabeza yque tuvo como objetivo las tablas demadera de la pared. De nuevodisparó en dirección al intruso. Derepente, una linterna le encandilódesde la puerta. Le estabanapuntando.

—¡No te muevas! ¡Tira el arma!—resonó la amenazante voz de lamujer.

Tom dudó por un momento. Otrodisparo que pasó por su lado y seclavó en la pared reforzó el ímpetude la orden. Soltó el arma y subió los

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brazos. Antes de que pudierareaccionar un puñetazo le alcanzó.Una ola de inmenso dolor le recorriótodo el cuerpo. Antes de caer alsuelo perdió el conocimiento.

Cuando Tom recuperó elconocimiento, la luz de petróleo dela cabaña estaba encendida. Tom setocó su condolida barbilla.

—¡No te muevas o te volaré lossesos! —dijo la mujer que estaba depie frente a él y le apuntaba con unapistola.

De fondo se escuchó un quejido.—Dispárale en cuanto se mueva

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lo más mínimo —dijo un hombre conacento sureño.

Tom levantó las manos.—Estoy desarmado —gruñó.Contempló su entorno.

Steinmeier estaba tirado en el suelofrente al sofá. Sus ojos abiertosinertes no reflejaban vida. Unpequeño derrame de sangre corríapor su frente. Moshav yacía a pocosmetros de él, tumbado boca abajo.No podía verle la cara pero no semovía.

Un tipo alto y fibroso, deespaldas a él, se dirigía al profesor

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sentado en su silla de ruedas.—¡Habla! ¿O quieres acabar

como tu amigo Raful? —exigió elasesino.

—Habéis asesinado a ChaimRaful como bestias —gritó elprofesor Jungblut—. No os voy acontar nada, ya podéis matarme.

El hombre se dirigió a sucompañera y se rio. Tom se asustó alver la cicatriz diabólica en el rostrodel hombre.

—Raful, los dos padrestraidores, el profesor de Jerusalén ysu colega —dijo el diablo con

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frialdad—. No me importa uno más omenos pero primero dispararemos asu joven amigo para que sepa de quéva. ¡Hable! ¿Dónde están losescritos?

—Nos vais a matar de todasmaneras, ¿por qué iba a hablar? —contestó Jungblut.

El diablo rio a carcajadas.—Podéis elegir si preferís una

muerte sencilla o preferís sufrir unosdolores inimaginables.

Tom movió lentamente lasmanos. Se tocó los ojos. Con unquejido intentó incorporarse teniendo

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mucho cuidado de que susmovimientos no irritaran a la rubia.Cuando pasó la mano por su cuerpopudo palpar el pequeño revólver quellevaba en el bolsillo. Tom sabía queesa pistola era la única opción que lequedaba para esquivar la muertepero por ahora no tenía ocasión depoder utilizarla. La mujer tenía lamirada clavada en Tom. Con laspiernas abiertas, a apenas dos metrosde él, vigilaba cada movimiento.Tom apoyaba la espalda en la pared.

—¿Puedo incorporarme? —preguntó en voz baja.

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Le dolía la boca.La rubia asintió.—¡Habla, viejo! —exigió de

nuevo el hombre con rostro dediablo.

—No vais a conseguir nuncallegar hasta esos escritos. Ya estoyviejo, no le temo a la muerte porque,al contrario que vosotros, sí tengo unDios, mientras que vosotros prontoyaceréis sobre un frío suelo.

El diablo le dio una bofetada alprofesor. Se podía ver como lasangre le salía de los labios.

—Sois demonios, con justicia

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lo lleváis impreso en la cara.El diablo actuó de nuevo, se

escuchó como la palma de su manogolpeaba el rostro del anciano.Jungblut se encogió en su silla deruedas.

—No lo mates —dijo la mujer.—Yo... los documentos... los

escritos... —pronunció su quejosavoz.

—¡Viejo, no te entiendo!—Yo... yo puedo...El diablo se inclinó hacia el

profesor para escuchar mejor. Tomobservó la escena sin poder dar

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crédito. ¿Le iba a desvelar elsecreto? ¿Un par de bofetadas habíanacabado con él?

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48

Rostwald, cerca de Bischofswiesen

Bukowski fue con el coche de lapolicía hacia Rostwald. Los SEK deMúnich tardarían al menos mediahora hasta llegar al lugar de loshechos. Se pararon en el margen delbosque, en un camino. Por la radio,el policía transmitió su ubicaciónexacta y solicitó refuerzos. Otras dospatrullas venían de camino.Bukowski salió del coche, seencendió un cigarro y esperó hasta

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que su colega uniformado terminaracon la radio.

—¿A cuánto está la cabaña deaquí? —preguntó Bukowski alpolicía después de que este tambiénsaliera y colgara la radio desde fueraa través de la ventana.

—No más de dos kilómetros —contestó el policía.

Entre las luces y sombras de losfaros del vehículo, Bukowski pudover como señalaba en dirección alcamino del bosque.

—Todo recto, después hay quetorcer a la izquierda. La cabaña se

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encuentra en un pequeño claro delbosque.

—¿Puede aterrizar allí unhelicóptero? —preguntó Bukowski,ya que consideraba que estabanperdiendo mucho tiempo.

—Imposible —replicó elpolicía.

Habían previsto que los SEKvolaran en helicóptero hastaBerchtesgaden y desde allí llegaranhasta el lugar de la operación condos autobuses VW. Bukowski sabíaque media hora era un cálculobastante ajustado y que podían tardar

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más.—¿Qué piensa que nos

encontraremos en la cabaña? —preguntó el policía uniformado.

Bukowski se encogió dehombros.

—Si tenemos suerte, su amigoSteinmeier y un hombre mayor ensilla de ruedas.

—¿Y si tenemos mala suerte?—Dos cadáveres o un secuestro

—contestó Bukowski secamente.El policía tomó su arma y la

cargó.—Seguro que están armados.

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Bukowski dirigió su mano haciala cadera y sacó su Walter.

—Espero que no tengamos queutilizarlas. Si se pone bastante negro,tendremos que enfrentarnos a unosauténticos profesionales. Tienenbastante experiencia en matar.

—Entonces deberíamos esperara los SEK.

Antes de que Bukowski pudiesecontestar, estalló un disparo enmedio del silencio de la noche.Bukowski se encogió aterrado.

—¡Mierda! —maldijo y afinó eloído, se repitieron los disparos, esta

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vez bastante más flojos.—Una escopeta y pistolas —

dijo el policía—. Incluso un rifle, adecir por el ruido.

Apresuradamente Bukowski tiróel cigarrillo al suelo.

—Vamos, no hay tiempo queperder —le gritó a su acompañantecon determinación.

—¿Y los SEK?—¿De verdad quiere quedarse

aquí esperando mientras en la cabañamueren varias personas?

El policía rodeó el vehículo yse puso al volante. Brevemente

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informó por radio sobre la nuevasituación. Después miró titubeante aBukowski.

—¿Puede conducir sin luz?—Lo intentaré —contestó el

oficial y arrancó el motor.Cabaña de Rostwald,

BischofswiesenEl diablo se inclinó

pronunciadamente sobre el viejoprofesor en silla de ruedas.

—¿Qué me quieres decir? —preguntó.

El anciano emitió un sonidogutural.

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—¡Dime de una vez por todasdónde has escondido losdocumentos! —exigió una vez más elhombre con cara infernal—. No locompliques más.

De repente, con una velocidadinimaginable la mano del profesorvoló desde la espalda. Se escuchó ungolpe seco, seguidamente el diabloemitió un largo y agonizante grito.

Tom observaba la escena sindar crédito. El diablo se levantóbrevemente y se llevó las manos alcuello. Su cómplice se giró.

—¿Qué pasa Fabricio?

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Tom vio como un cuchillo salíadel cuello del diablo. El hombreintentó dirigirse hacia la mesa perofinalmente se derrumbó rompiendo lamesa. La lámpara de petróleo cayósobre el asesino que se habíadesplomado precipitadamente en elsuelo. La sangre salió con gran ritmoy a borbotones de la herida delcuello.

—Eso es lo que tengo para ti —masculló con frialdad el profesor.

La cómplice del demoniodirigió el arma hacia el profesor y letiroteó mil insultos en francés.

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Tom introdujo la mano en elbolsillo de su pantalón pero antes deque pudiera sacar el arma la mujerdisparó. La primera bala alcanzó aJungblut por el costado, la segunda loderrumbó. De repente, se extendió elfuego. El petróleo que había salidode la lámpara se incendió y laalfombra empezó a arder. Cuando lamujer se disponía a disparar portercera vez al profesor, Tom apretóel gatillo. No alcanzó su objetivopese a que había apuntado hacia lamujer. Le dio en el brazo pero nopudo evitar que volviera a remeter

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contra el profesor. La bala alcanzó elcuerpo de Jungblut. Tom disparó denuevo, apuntó mejor, la mujer se giróy miró estupefacta a Tom. Antes deque pudiera apuntar a Tom con suarma, este disparó por tercera vez.La mujer cayó lateralmente hacia elsuelo y perdió el arma. Tom dio unsalto y retiró con una patada el armade la mujer que le miraba asustada.Tom apuntó hacia su cabeza con lapistola. Durante unos instantes estabaconvencido de que dispararía contrala mujer. Pensó en Gina, JonathanHawke, Aaron. Todos los

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compañeros que habían perdido lavida a manos de esta cruel banda deasesinos. Sin embargo, la razónvenció y bajó el arma.

Entre tanto, las llamas ya habíanalcanzado la mesa y parte delinventario. Tom se dirigió alprofesor, que estaba encogido en susilla y respiraba con dificultad.

Roma, Santo OficioPater Leonardo pudo viajar de

Múnich a Roma en el último vuelo deAlitalia. Se había quedado dormidoen el avión. Había escuchado que elcardenal prefecto partiría a las diez

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de la mañana hacia Sudamérica peroen esta ocasión no lo iba a poderdespachar tan fácilmente. Esta vez elprefecto tendría que rendirle cuentas.

Poco después de las ocho, PaterLeonardo atravesó el largo pasilloque conducía a los aposentos delprefecto. El monje, que estabasentado en el escritorio frente a lapuerta de las habitaciones delcardenal, observó con desconfianzaal padre que irrumpió en la sala.

—Deseo ver al prefecto —dijosecamente Pater Leonardo.

El monje sonrió

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compasivamente.—Lo siento pero no es posible,

está ocupado. Tiene que preparar suviaje —el monje pasó una de laspáginas del libro que leía apoyadosobre la mesa—. Tendrá que esperaruna semana para poder concertar unacita con él.

Pater Leonardo sonrió.—Desgraciadamente, es

demasiado tarde —contestó antes depasar apresuradamente por su lado yabrir la puerta de la oficina delprefecto.

—¡Deténgase! —gritó el monje

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—. No puede...El resto de palabras no pudo

escucharlas, ya que cerró de un golpela puerta tras de sí.

El prefecto estaba sentadohablando por teléfono.Incrédulamente miró a PaterLeonardo. Su rostro se puso blancocomo la nieve cuando percibió lamirada demandante de este. Conpalpable nerviosismo colgó.

—¿Cómo se atreve a entrar deesa manera en mis aposentos? —sequejó el prefecto.

—¿Pertenece usted también a

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esa hermandad?El prefecto intentó sonreír en

vano.—Pater Leonardo, ¿ha perdido

la razón?Pater Leonardo lanzó una

peligrosa mirada al prefecto. Seabrió la puerta y el monje de laentrada entró a la habitación juntocon otros dos hermanos.

—¡Disculpe, su eminencia! —dijo el monje avergonzado—. Peroha obviado mi negativa, se halanzado a la puerta. ¿Desea que loretiremos?

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El cardenal prefecto levantó lasmanos para calmar el ambiente.

—Está bien, ¡déjennos solos! —contestó.

Los monjes desaparecieron.—Tome asiento, mi joven

amigo —dijo el prefectodelicadamente.

De repente su voz sonó suave ytierna como la del padre que hablacon su hijo pero Pater Leonardodesconfiaba de ese tono del prefecto,ya que anteriormente le habíaenviado a una misión sinproporcionarle toda la información y

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sabiendo desde el principio quefallaría.

—Se ha aprovechado de misservicios —contestó Pater Leonardo—. Estuvo en la biblioteca y arrancólas hojas relativas a la Hermandadde Cristo sin informarmepreviamente de ello.

—Solo tuve que documentarme—se excusó el prefecto.

—¿Y en Ettal? ¿Fue también unavisita casual?

La cálida sonrisa desapareciódel rostro del prefecto.

—Está bien, no voy a ocultar

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que me preocupan bastante lasmuertes de nuestros hermanos enAlemania. Era mi deber comoprefecto informarme in situ sobre losacontecimientos en nombre de laSanta Sede.

—Y también hubiese sido sudeber contármelo ya que me encargóque investigara sobre ese asunto. ¿Ome envió a Jerusalén simplementepara calmar su conciencia y la delcardenal Borghese?

El cardenal prefecto se reclinóen el respaldo de su silla.

—Tenía la misión de encontrar

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a Chaim Raful y nos falló, por esome sentí obligado a actuar yo mismo.

—Ya lo he encontrado —contestó Pater Leonardo.

El prefecto lo miróincrédulamente.

—Fue asesinado y crucificadobocabajo cerca del Königssee.Seguro que ya lo sabe.

El prefecto carraspeó.—He oído hablar de la muerte

de una persona mayor cerca delWatzmann pero no sabía que setrataba de ese hereje.

—Creo que sabe más de lo que

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dice. ¿Qué tiene que ver con esahermandad? ¿Por qué tuvieron quemorir dos de nuestros hermanosbrutalmente asesinados?¿Traicionaron a nuestra Iglesia?Según me he informado, ambos eranexpertos en lenguas antiguas deOriente. ¿Tuvieron que morir porquedescubrieron un secreto que no debíasalir a la luz? ¿Ordenaron que losasesinaran?

La furia empezó a reflejarselentamente en el rostro del prefecto.

—¡Cómo se atreve! —lereprochó a Pater Leonardo.

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—Creo que la policía va ainteresarse bastante en el nivel deimplicación de la Iglesia en relacióncon estos casos. Seguro que elresponsable de la investigaciónagradece bastante mis indicaciones.Tendría bastante repercusión, inclusolas autoridades italianas...

—¡Usted ya conoce las reglas!—¿Cómo voy a respetar las

reglas cuando ni siquiera el prefectolas considera importantes? No tengonada que perder. En realidad nuncaquise trabajar en Roma, nunca deseéaceptar el trabajo del Santo Oficio.

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No tengo nada que temer.El prefecto se levantó.—Es usted un impertinente, no

tiene ni idea de lo que nos estamosjugando —reprendió a PaterLeonardo.

—Pero sé que se trata de uncomplot y que usted está metido hastalas trancas. También sé que hastaahora seis personas han tenido queperder la vida. También sé que lapolicía se interesaría bastante en loque puedo contarle.

Pater Leonardo se levantó de unsalto y se apresuró hacia la puerta.

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—¡Espere! —llamó el prefecto.Pater Leonardo agarró

fuertemente el pomo de la puerta y laabrió.

—¡Por el amor de Dios, espere!Pater Leonardo se giró.—¿Para qué? ¿Para seguir

escuchando mentiras, su eminencia?—¡En nombre de Dios le ruego

que me otorgue a mí y a su madreIglesia una oportunidad!

Pater Leonardo cerró la puerta.—Quiero saber la verdad, nada

más que la verdad. Júrelo por lasangre de Cristo.

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El prefecto suspiró. Se dejócaer en el sofá y se retiró el pelo dela frente.

—Le contaré todo lo que sé, selo juro por la sangre de Cristo. Leruego que no nos lo ponga más difícilde lo que ya es. Nuestra Iglesia seencuentra en un serio peligro.

Pater Leonardo regresó a susilla y se sentó.

—La Iglesia está pasando por elmomento más oscuro que jamás hayavivido —suspiró el cardenalprefecto—. Me temo que en losúltimos mil años nunca había estado

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tan cerca del derrumbamiento.—¿El papa sabe...?—El papa está muy mayor y

débil —contestó el prefecto—. Yasabemos cómo se encuentra.Tenemos que tomar nuestras propiasdecisiones, nadie puede ayudarnos.

—Cuénteme sobre la hermandad—replicó Pater Leonardo.

El prefecto miró fijamente altecho.

—El origen de la hermandad seremonta hasta la época de lostemplarios —empezó a narrar elcardenal prefecto—. Tiene como

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misión proteger la fe y para ello se lepermite cualquier medio.

—¿Pertenece usted a esahermandad?

—¡Qué Dios me libre! —sejustificó el cardenal—. Soy unhombre de Dios, obtengo las fuerzasde mi fe interna y estoy totalmenteconvencido de que solo puede haberuna Iglesia. Una Iglesia que a la vezsea fuerte y bondadosa. Las ovejasextraviadas volverán con el poder dela palabra y no con una fuerza sinsentido.

—¿Y el cardenal Borghese? —

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preguntó Pater Leonardo—. ¿Esmiembro de esta Hermandad deCristo?

El prefecto asintió.—Me temo que sí. Temo que

tiene las manos manchadas de sangre.—¿A qué se dedica esa

hermandad? ¿Por qué tiene que irmás allá de la madre Iglesia paraproteger la fe cristiana? ¿Acaso nopuede hacerlo la Iglesia por símisma?

El prefecto se colocó bien.—Los templarios encontraron

unos rollos debajo del templo de

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Salomón que ponen seriamente enentredicho la existencia deJesucristo. Esos escritos le dieron elpoder suficiente para que esa bandade buscadores de fortuna seconvirtiese en una poderosa ordenante la que se arrodillaba el mismopapa. No existen pruebas de ellopero es lo que se dice. Sin embargo,el arma que tenían en su poder, conla que consiguieron su riqueza quedófuera de su alcance cuando lossarracenos conquistaron Jerusalén.Fue la oportunidad de acabar de unavez por todas con el poder e

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influencia de los templarios. Elviernes negro se extinguió la Ordende los Templarios.

—Y Chaim Raful estababuscando esos documentos y losencontró cuando se abrió la tumbadel templario en el valle del Cedrón—prosiguió Pater Leonardo.

—Debe haber sido así.—¿Quién se esconde detrás de

la Hermandad?El prefecto se encogió de

hombros.—Algunos miembros son

hombres religiosos, hermanos de la

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Iglesia como nosotros. También hayotros que se aprovechan de laIglesia. Hombres de negocios que sehan enriquecido con nuestra fe. Noles interesa que el pueblo tengaconocimiento de la existencia deesos escritos.

—¿Y la hermandad haperdurado durante los siglos?

El prefecto asintió.—De padres a hijos, sus raíces

residen en la tradición y en lafamilia. La voluntad conjunta bajojuramento de sangre sobrevivió alpaso de los años.

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—¿Y esos documentos? ¿Escierto lo que se dice del legado delos templarios? ¿Es Jesús unainvención?

El prefecto apoyó las manos ensus ojos.

—Es una transmisión a lo largodel tiempo, cuando Roma dominabaJudea. Verdad o mentira, nadie seatreverá a afirmar lo que laspersonas de aquella épocaconsideraban cierto o incierto. Lafuerza reside en nuestra fe.

Pater Leonardo reflexionó porun momento.

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—Esos rollos están en Europa,en Baviera. Al menos servirían paradarle mucho que pensar al pueblo.Las personas que dudan de la Iglesia,darán la espalda a nuestra religión.

—Es una catástrofe —gimió elprefecto.

—Jesús, Dios, ¿es todomentira? —cuestionó Pater Leonardoy se levantó.

Se dirigió a la ventana y miróhacia el sol matutino que sumergía aRoma en una resplandeciente luz.

—¿Nos ayudará? —preguntó elcardenal prefecto.

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Pater Leonardo respiróprofundamente. Finalmente se dirigióal prefecto.

—Quiero tener las manoslibres, necesito dinero. Una cuentabancaria con mucho dinero y lo haréa mi manera. No son tiempos paraasesinar a los que tienen otrascreencias, nuestra sociedad hacambiado.

—Dinero, una cuenta —contestóel cardenal prefecto—. Tendrá todolo que necesita si consigue parar estadesgracia que nos amenaza a todos.

Pater Leonardo asintió.

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—Si lo consigo, quiero unarecompensa.

—Todo lo que desee —contestóel prefecto.

—En Palermo, cerca de miciudad natal, hay una escuela quecuida de los niños más pobres.Siempre soñé con poder dirigir esaescuela. Nunca quise servir a miDios entre estos estrechos muros.Dios reside entre los pobres ydesamparados. Quiero que seencargue de mi sustitución y que metransfieran la dirección de la escuelade San Mauricio de Palmera.

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—Todo, recibirá todo lo quedesee. ¿Pero cómo va a parar estealud que viene rodando hacianosotros? —preguntó el prefecto.

Pater Leonardo sonriósarcásticamente.

—¡Confusión! —contestó—.Confusión y no necesita saber más.

El cardenal prefecto asintió.—Enviaré a un mensajero —

dijo Pater Leonardo—. Recogerá ladocumentación con mi nuevonombramiento en torno a las diez.Por otro lado, necesito los poderesde una cuenta. Todo tiene que estar

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preparado para cuando mi mensajerovenga por aquí. Necesito tenerlibertad de actuación en este asunto.

—Ordenaré que le preparentodo lo necesario —contestó elprefecto—. ¿Qué cantidad debecubrir la cuenta?

—Digamos doscientos millonesde dólares —contestó PaterLeonardo antes de abandonar la saladel cardenal prefecto—, y la cabezadel cardenal Borghese.

El prefecto, boquiabierto, sequedó mirando perplejo durante unrato el techo de la habitación.

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Finalmente abrió un cajón delescritorio y sacó una carpeta en laque se podía leer con letras impresasrojas: «Pierre Benoit».

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49

Cabaña de Rostwald cerca deBischofswiesen, Baviera

Poco a poco Tom consiguiósalir de la parálisis que le invadió.Un infernal humo espeso llenaba lahabitación. Miró alrededor yconsiguió reconocer una manta.Apresuradamente la cogió para taparel fuego. Pero no tuvo éxito en suintento de extinguirlo ya que se habíaextendido ampliamente. Lashumeantes llamas ardieron con más

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fuerza cuando levantó la manta.Finalmente se inclinó hacia Moshavpor cuya frente corría sangre.

—¡Moshav! ¿Qué te pasa? —gritó Tom sin obtener respuesta.

Tom comprobó la respiraciónde su amigo. El vientre se elevaba ydescendía ligeramente. Lo agarró delos hombros y lo llevó arrastrandohasta la puerta. Una vez en elexterior, Tom tomó oxígeno. El fuegoya se había adueñado de gran partedel mobiliario. Cuando arrastró porlas escaleras a Moshav pasó por ellado del cuerpo sin vida del asesino.

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Yacía de costado. Entre las llamas,Tom pudo distinguir que el pecho delhombre estaba lleno de sangre. Ensus cristalinos ojos abiertos sereflejaban las llamas. Sin duda, elhombre estaba muerto. A un par demetros de la cabaña dejó a Moshavtumbado en el suelo. Moshav emitióun gemido y abrió los ojos.

—¿Dónde... dónde estoy?¿Qué... qué ha pasado? —preguntócon una frágil voz.

—¿Qué te pasa? ¿Dónde teduele?

Moshav se tocó la cabeza.

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—La cabeza, parece como si mefuese a estallar de un momento aotro.

—¡Quédate tumbado! —le gritóTom y desapareció en dirección a lacabaña de la que ya salía un espesohumo. Sin dudarlo Tom se introdujoen la cueva de fuego. En mentellevaba la ubicación del profesor.Apresuradamente avanzó hasta queencontró al anciano que respirabacon dificultad en su silla.

—Ya ha pasado, es el fin... —sequejó el profesor—. Refúgiate en unlugar seguro y... toma esto.

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Le extendió una cadena de laque colgaba una pequeña llave deplata. Tom la aceptó y se la colgó enel cuello. El anciano lloraba.

—En las taquillas de la estaciónde tren... En Berchtesgaden, número18 —sollozó el profesor.

A Tom no le importó lo que ledecía y decididamente levantó alhombre de su silla de ruedas. Elprofesor pesaba muy poco. Tomrecorrió un camino abierto entre lasllamas que le llevó hasta la puerta.Casi tropieza con la mujer que habíatumbada en el suelo y que agarró la

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pierna de Tom cuando pasó por sulado. Le miró con sus temerosos ojosy le suplicó:

—¡Ayuda...! ¡Ayúdeme!Pero Tom ya había pasado por

encima de ella y se alejó con unfuerte salto por encima del fuego.Consiguió llegar al exterior y corrióhacia Moshav con el profesor aún enbrazos. Al dejar al profesor sobre lahierba junto a Moshav pudo respirarprofundamente. Entonces se giró.

—¿A dónde... a dónde vas? —gritó Moshav.

—A salvar a la mujer —

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contestó Tom.—¿Estás loco? Iba a

asesinarnos y ahora te juegas la vidapor ella —le gritó.

Sin embargo, Tom no pudoescucharlo. Ya había subido losescalones de la cabaña. Las llamasya habían ascendido hasta su altura.

Se escuchó un grito guturalprocedente de las llamas y del humo.Tom contuvo la respiración y corrióhacia la cabaña.

—Estás loco —suspiróMoshav.

El viejo profesor intentó

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incorporarse pero se volcó haciaatrás.

—No se detendrá, es un hombrede Dios —sollozó.

Tom sabía el camino. La mujertenía que estar justo delante de lacocina. El humo le robó la vista.Palpó hacia delante. En su piel sentíaun insoportable calor pero laadrenalina le impedía percibir eldolor. Cada vez se adentraba más enla infernal cueva. El crujido de untablero del techo le dejó paralizadopor un instante. De repente, por elotro lado de la cabaña se derrumbó

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parte de una pared. El fuegodevoraba la madera y ponía enpeligro la estabilidad de laconstrucción. No obstante, entre laoscuridad repleta de humo pudopalpar una mano. Tiró de ella yfrente a él apareció la cara de lamujer con los ojos abiertos. Conindómita fuerza tiró de la mano parair asiendo poco a poco el cuerpo.Pudo agarrar los hombros y tiró deella mientras luchaba por dirigirsehacia la puerta. Su cuerpo erapesado, le faltaba el aire, aún asíevitó respirar el humo. Con sus

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últimas fuerzas consiguió llegar hastala puerta. Finalmente pudo pasar porel telón de fuego y humo y llegar alexterior. Tiró de la mujer por lasescaleras hasta que se derrumbó a unpar de metros de distancia de lacabaña. El fresco de la noche eracomo una refrescante ducha sobre suespalda ardiente. Un ataque de tosestuvo a punto de dejarleinconsciente. Cuando intentóincorporarse, escuchó una voz graveque atravesaba el estrepitoso crujirdel fuego.

—¡Alto, no se mueva!

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Tom se tumbó lentamente en elsuelo y se apoyó de costado. Sintióque se ahogaba y finalmente vomitó.

New York, en las cercanías delCentral Park

Jean Michel Picquet se sentó enla silla de la pequeña cafetería juntoal Central Park y frunciópronunciadamente el ceño.

—Nos va a costar mucho dinero—dijo.

—¿Tiene suficiente con cienmillones de dólares? —preguntóPater Leonardo.

Llevaba una camiseta azul

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oscuro y unos pantalones de colorbeige. Ningún detalle en suvestimenta hacía que se le pudieserelacionar con la Iglesia.

—Con cien millones conseguiréun equipo completo y un apodo.

—Necesita un nombre. Si dudapondré otros cincuenta millones máspero solo si duda. La comisión es deldiez por ciento en cada caso, asícomo un bono si podemos hacer quesalga más económico.

—Entendido —replicó JeanMichel Picquet—. Ya te he dicho quepuedes confiar plenamente en mí.

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—Solo nos queda una semana.Debe ser suficiente tiempo.

Picquet asintió.—Tengo a alguien en mente.

Hace algunos años intentó llevar acabo un proyecto similar pero noencontró ningún patrocinador. Creoque se va a emocionar y es tan buenoque lo podrá hacer en una semana.

—Confío en ti —contestó PaterLeonardo.

—¿Qué pasará después?—Me retiraré en Palermo, estoy

harto de Roma. No puedo soportarmás tanta intriga, falsedad y

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fariseísmo. La Iglesia es básicamenteuna empresa internacional comomuchas otras. A pesar de que nuestramisión sea curar las almas de laspersonas, en Roma padecemos unaestricta jerarquía que a veces nosimpide avanzar. Ya no aguanto más.En Palermo sí sé por qué llevo loshábitos de la Iglesia.

Jean Michel Picquet sonrió.—Por eso, precisamente por

eso, entregué entonces la sotana ycreo que hice lo correcto.

—¿Te acuerdas todavía delnoble Herrmann? —preguntó Pater

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Leonardo.Jean Michel se encogió de

hombros.—No me acuerdo de su nombre

pero estudió en nuestra época e hizosus votos en Roma.

Jean Michel pensó por unmomento.

—¿Un alemán, con el pelo rubiocorto, muy gracioso?

—Sí, que venía de Hamburgo.Hace tres años me lo encontré en unamisión en Bolivia. Seguía tandivertido como siempre.

—Hay personas que no

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cambian.—Cierto, pero me han contado

que hace un par de semanas murió.—¡Qué pena! —observó Jean

Michel.—Ayudó a los pobres. Nunca

tuvo que quedarse pegado a unescritorio. Aunque su vida fue cortahizo más en ese tiempo por Dios ypor la humanidad que yo hasta elmomento. A pesar de que estémuerto, sigo envidiando su vidarealizada.

Antes de que Jean MichelPicquet pudiese contestar, sonó el

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móvil del padre.—Disculpe —pronunció.Le llamaba Pater Phillipo del

convento de los franciscanos enJerusalén.

—Todo ha transcurrido segúnsus órdenes. Hoy enviaré losdocumentos a la dirección que meproporcionó —informó el monje deJerusalén—. Yassau no dudó cuandoel ministro le hizo ver lasconsecuencias que podía tener paraél la dilación del asunto.

Pater Leonardo sonrió.—Es una buena noticia, le

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agradezco todos sus esfuerzos.Cuando vuelva a Jerusalén, levisitaré personalmente, creo que serápronto.

La conversación duró poco.Para concluir Pater Leonardoexpresó una vez más suagradecimiento y colgó el móvil. Surostro se iluminó con una satisfechasonrisa.

Cabaña de Rostwald, cerca deBischofswiesen

Bukowski había bajado laventana lateral del coche de policía yagudizó su oído. Pudo contar unos

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diez disparos. El fuerte estruendo deun rifle se mezcló con el chasquidometálico de una pistola que emitió unensordecedor disparo antes de quevolviera a reinar el silencio.

¿Qué habría podido pasar enesta tranquila zona donde los turistaspaseaban para admirar las montañas?¿Era una banda terrorista que queríallegar hasta los escritos antiguos?

Bukowski comprobó una vezmás la pistola.

A apenas un kilómetro setoparon en medio del camino con unMercedes oscuro con matrícula de

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Múnich.—¡Mierda! —dijo el policía

del coche.—No podemos hacer nada,

tenemos que andar.Se bajaron del vehículo. El

funcionario informó brevemente porla radio sobre su ubicación.

—La segunda patrulla acaba depasar por Bischofswiesen, en diezminutos estará aquí —dijo el policíauniformado a Bukowski que estabainspeccionando con una pequeñalinterna el Mercedes.

El coche estaba cerrado. Al

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parecer lo habían dejadointencionadamente atravesado en elcamino con el fin de evitar unaposible escapada.

Siguieron andando por ladificultosa tierra del bosque.Bukowski respiraba con dificultad.El tabaco le estaba pasando factura.Pese a todo, Bukowski se esforzabaen seguir avanzando. En cambio, alagente que le acompañaba, de unoscuarenta años, el ascenso apenas leafectaba. A los pocos metrosapareció una bifurcación hacia laderecha. El policía uniformado fue el

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primero en percibir la chapametálica.

—¡Ahí tenemos otro coche! —susurró a Bukowski.

Bukowski empezó a apuntar denuevo con su pequeña linterna que noera más que un llavero. A pesar deldiminuto tamaño, Bukowski sealegraba bastante de llevarlaconsigo.

Se dirigió hacia el Fordplateado que, del mismo modo,mostraba la matrícula de la capitaldel Estado Federado de Baviera.Estaba cerrado y vacío.

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—¡Ahí! —gritó el policía.Bukowski se giró y observó

inmediatamente el resplandecer delfuego que le llegaba desde un puntodel bosque un poco más alejado.

—¡Rápido! —le gritó a suacompañante.

Cuanto más se acercaban mayorera la certeza de que estaba ardiendola cabaña de Rostwald, las llamassalían por el techo.

Llegaron hasta el camino queconducía a la cabaña y allí volvierona toparse con un vehículo, esta vez setrataba de un Renault oscuro con una

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matrícula local.—Si no me equivoco ese es el

coche de Hans —susurró el policía aBukowski.

—¡Cuidado! —advirtióBukowski—. No olvide que esostipos son muy peligrosos. Ya hanasesinado a varias personas.

Bukowski sacó su arma. Elagente uniformado le imitó.Bukowski se apartó del camino yavanzó por debajo de unos árboles.Las llamas iluminaban lo suficientela noche. Poco a poco se deslizóhacia la cabaña. De repente se

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encontró con los cuerpos que yacíansobre el suelo cerca de las llamas.Bukowski avanzó un poco más. Elpolicía se paró justo a su lado.

—¡Esperemos! —ordenó en vozbaja a su compañero.

El crujido del fuego impedíaque se escuchasen sus sonorasrespiraciones. Poco a poco empezó aregularse su presión sanguínea.

Finalmente vio a un hombre quesalía de la cabaña incendiada.Arrastraba un cuerpo. Se notabacomo el hombre se esforzaba con susúltimas fuerzas en llegar hasta el

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suelo donde yacía el resto depersonas. Bukowski reconoció elpelo rubio de una mujer que procedíadel cuerpo que arrastraba elindividuo, poco después se derrumbóen el suelo. Intentó incorporarse perovolvió a desplomarse y empezó avomitar. Bukowski saliódecididamente de su escondite. Conla pistola apuntó hacia él.

—¡Alto, policía! —gritó suacompañante.

—¡Alto, no se mueva! —añadióBukowski, aunque el hombre yaestaba en el suelo.

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Con la tensión no se le ocurriónada mejor que decir.

El hombre los miró por uninstante, seguidamente le sobrevinoun ataque de tos.

—¿Es Steinmeier?El policía lo negó.—¡Quédese en el suelo! —

ordenó Bukowski.Mientras que el policía seguía

apuntándole con el arma, Bukowskise dirigió lentamente hacia elhombre. Los otros se quedaronparados, no realizaron ningúnmovimiento.

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—¿Quién es usted? ¡Diga sunombre! —exigió Bukowski con unalto tono imperativo.

—Mi nombre... soy... ThomasStein —contestó el ser que estabatumbado y a quien le seguíansobreviniendo los ataques de tos.

—¡Está detenido! —replicóBukowski.

El policía uniformado avanzó.Bukowski apuntó la pistola hacia elcuerpo de Tom.

—¡Póngale las esposas! —ordenó al agente.

Unos segundos más tarde se

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escuchó el clic de las esposas en lasmuñecas de Tom.

Bukowski se inclinó hacia lamujer. Observó que estabagravemente herida pero aúnconsciente.

—Somos policías —informóBukowski—. ¡Ya ha pasado todo!

—Él, ese... hombre... me hasalvado la vida —pronunció condificultad.

—Lo he visto —contestóBukowski.

Entre tanto, el policía se habíadirigido hacia el anciano. Le tomó el

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pulso.—Es el viejo profesor, está

muerto —confirmó—. Al parecer hamuerto de un disparo.

Por otro lado, Bukowski sedirigió hacia Moshav que parecíaestar inconsciente.

—Está vivo.Bukowski le dio palmaditas en

las mejillas hasta que Moshav abriólos ojos.

—¿Qué pasa? ¿Dónde estáTom?

Bukowski le mostró el arma aMoshav para disipar cualquier tipo

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de duda.—Somos policías, no haga

ninguna tontería, creo que tiene unacontusión en la cabeza. Quédesetumbado y no se mueva, así no lepasará nada.

—¿Dónde está Tom? —repitióMoshav.

—¿Thomas Stein?Moshav asintió.—Su amigo está tumbado ahí al

lado. En la acción de salvamento harespirado demasiado humo.

Moshav miró agradecido alpolicía.

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—¡Gracias a Dios! —suspiró—. Ese tonto ha arriesgado su vidapara salvar a la mujer que queríaasesinarle.

Bukowski se inclinó máscercanamente hacia Moshav.

—¿Qué ha pasado?Moshav movió la cabeza en

dirección a la cabaña y contestó:—¿No lo ve?

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50

París, Saint Germain des Prés

Aún no había amanecido sobrelos tejados de París cuando sonó elmóvil que el cardenal Borghese teníasobre la mesita de noche. El sonidodel teléfono no le despertó. Lososcuros pensamientos que leacechaban no le habían dejadoconciliar el sueño. No había podidopegar ojo, no dejó de dar vueltas enla cama, luchaba incesantementecontra las pesadillas que le invadían.

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Durante un instante su cuerpo serelajó. La angustia huyó por debajode la puerta. Observó como el almaabandonó su cuerpo. Se vio colgadoen una cruz. La sangre salía por laherida de uno de sus costados. Derepente, las llamas empezaron aescalar por la madera de la cruz.Unos intensos dolores invadieron elcuerpo del crucificado. Empapado ensudor frío se sobresaltó. Las palmasde las manos del cardenal estabansangrando. Había apretado los puñoscon tanta fuerza que se había hechoheridas con las uñas. El cardenal se

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incorporó en la cama y encendió laluz. Llevaba casi una hora sentado ycompletamente paralizado cuando elteléfono sonó. Miró el despertador,acababan de dar las cinco.Instintivamente supo que algo nomarchaba bien. Antes de contestar,cerró fuertemente los ojos y lanzóuna petición al cielo.

—Ha salido mal, tenemos quedesaparecer —dijo la voz alteléfono.

El cardenal respiróprofundamente.

—Lo hemos perdido todo —

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afirmó con una voz angustiosa.—Todavía nos queda una

oportunidad —se escuchó al otrolado de la línea.

—La última cuerda a la que nospodemos agarrar. Solo nos quedaesperar que la policía no llegue aenterarse de todo.

Borghese se secó el sudor de lafrente.

—Haremos lo que tengamos quehacer. Tenemos una misión y a ellaentregaremos nuestra vida.

—Le esperaré mañana por lamañana —dijo la voz antes de

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finalizar la llamada.El cardenal Borghese se

incorporó. Se arrodilló frente a lacruz de la pared y comenzó unaoración.

—Ayúdanos Señor. Laoscuridad y la necesidad nosinvaden, ayúdanos, que se acabe estaamargura, si no todo a lo que hemosdedicado nuestras vidas se destruiráen unos segundos.

Contempló la cruz con miradademandante pero el crucificado norespondió.

Cabaña de Rostwald cerca de

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Bischofswiesen, región deBerchtesgaden

La cabaña tardó veintitrésminutos en desmoronarsecompletamente. Saltaban chispas quedesaparecían en la oscuridad. Elestruendo de las paredes y del techoderrumbándose provocaba unensordecedor ruido. De repente, laoscuridad se acentuó, las llamas sereducían y se concentraban en lahoguera que se había formado.

—¡Que nadie se mueva! —puntualizó Bukowski.

Nadie le contestó.

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Siete minutos más tarde llegaronotros dos policías a la cabaña.

—¿Todo bien, Sepp? —preguntaron a su compañero.

—Tenemos todo bajo control —contestó el compañero de Bukowski—. Es el compañero de la judicial deMúnich.

La ráfaga de luz de una linternaalcanzó a Bukowski, arrodillado enel suelo junto a los detenidos.

—¡Rápido! —exclamó el agente—. Necesitamos una ambulancia, haytres heridos y dos muertos.

En ese momento ya había

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quedado al descubierto el cuerpo delboxeador, justo delante de lasescaleras de la cabaña. Variosdisparos se habían clavado en supecho.

—Los demás compañerosvienen de camino —informó uno delos agentes—. Están apartando a unlado el vehículo que bloqueaba laentrada. Ya hemos llamado a laambulancia.

—Bien hecho —expresóBukowski su admiración.

Apenas una hora más tarde, elrecinto en torno a las cenizas de la

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cabaña estaba iluminado por unosresplandecientes focos. Los SEK seretiraron con las manos vacías y lasfuerzas de salvamento habíanocupado su lugar. A la entrada deRostwald, en un prado, aterrizó unhelicóptero. Los bomberos deBischofswiesen y de las localidadesvecinas se estaban ocupando de lacabaña. Al parecer, dos juerguistasnoctámbulos de Bischofswiesen sehabían dado cuenta del fuego enmedio del bosque y llamaron a losbomberos avisando del incendio dela cabaña. Bukowski estaba contento.

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De hecho no quedaba más fuego porextinguir, pero los bomberos estabanrealizando un extraordinario trabajoen las tareas de auxilio.

Bukowski se hizo cargo delcomando.

—Que dos policías vigilen acada uno de los heridos, aún nosabemos quiénes son los culpables yquiénes son las víctimas. Que unaagente se encargue de la mujerherida.

Sepp Ortlieb se encargó detransmitir las órdenes delresponsable de la acción.

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—El helicóptero llevará a lamujer al hospital de Múnich. Tienequemaduras graves en las piernas.Además, tiene heridas de bala en loshombros, la cadera y la barriga. Suvida corre peligro.

—¿Y los otros?—Al anciano le han disparado

repetidamente y al parecer se hadesangrado —informó Ortlieb—. Elmoreno tiene un disparo de bala en lanuca, seguramente tenga una gravelesión cerebral y el rubio padece unaligera intoxicación de humo.También tiene el mentón inflamado,

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por lo demás se encuentra bien.Llevaremos a los dos al hospital deBerchtesgaden.

Bukowski asintió.—El muerto delante de la

cabaña tenía un cómplice con unacicatriz en la cara y si no meequivoco también falta Steinmeier.

Ortlieb asintió y señaló hacia lacabaña derruida.

—Puede que estén ahí dentro.¿Empiezan los bomberos con labúsqueda?

Bukowski negó con la cabeza.—Esperemos a los compañeros

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de la científica —decidió.—Ya vienen.—¿Han dicho algo alguno de

los detenidos?Ortlieb señaló con el índice.—El rubio no para de toser, se

le va a salir el estómago por la bocay el moreno no para de perder elconocimiento.

—¿Y la mujer?—El médico ha diagnosticado

un estado en coma. Callará durantebastante tiempo.

Bukowski se mordió los labios.—Bien, entonces no nos queda

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más que esperar. A ver qué nosdesvela el lugar de los hechos.

Ortlieb miró su reloj de pulsera.—Amanecerá en una hora,

entonces podremos ver más.Strub, región de BerchtesgadenLisa esperó a que concluyera la

obtención de pruebas por parte de lacientífica. Aprovechó la ocasiónpara inspeccionar la casa. Habíamuchos libros tirados por todaspartes. En su mayor parte se tratabade libros de arqueología. Buscóposibles escondites, palpó lasparedes y el suelo, miró a ver si

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encontraba algún estante oculto entrelos armarios pero no obtuvo ningúnresultado. Aparentemente los intrusoshabían rastreado la casaminuciosamente. No habían olvidadoningún hueco. A través del pasillo sedirigió a la pequeña habitación quequedaba al lado de la cochera. Erauna habitación de invitadoscompuesta por un sencillo mobiliarioy una cama. Todo estabadesmantelado. Se quedó mirando laropa revuelta por el suelo. Levantóuna camisa y la observódetalladamente. Por la talla era

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imposible que perteneciese alprofesor. Podía ser una camisa de suempleado. Miró dentro del armario,había una maleta vacía, saqueada ycon el cuero rajado. Le llamó laatención una pegatina de la maleta,era una etiqueta de una compañíaaérea israelí. Se arrodilló y recogiólos papeles tirados por el suelo.Entre estos se encontraba un billetede avión de Tel Aviv a Stuttgart confecha de hacía apenas tres semanas.

¿Tenía visita el profesor?Siguió buscando, levantó la manta dela cama y giró el colchón a un lado,

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también había sido rajado. Searrodilló y miró por debajo de lacama, pudo distinguir una pequeñatarjeta entre la penumbra creada porla débil luz de su linterna. La cogió,era del tamaño de una tarjeta decrédito con la foto de un hombre enla parte delantera con sus datos enhebreo. Giró la tarjeta. El reversoestaba escrito en inglés.

—Profesor Chaim Raful —leyóen voz alta—. Universidad de Bar-Ilan, Tel Aviv.

La tarjeta identificaba a Rafulcomo profesor de la Universidad.

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—Chaim Raful —murmuró unavez más—. ¡Interesante!

Se giró. De pronto sintió unpenetrante dolor en su vientre. Tuvoque doblarse y gritó fuertemente. Uncompañero de la científica miródentro de la habitación. Asustado sedirigió a Lisa y la ayudó.

—¿Qué le pasa? —preguntópreocupado.

Lisa se retorció del dolor. Elcortante dolor abdominal no ladejaba moverse. El funcionario sesentó en la cama. Se tumbóenroscada de lado. Yacía en el suelo

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como un niño encogido en el vientrede su madre. Su cara estabadesfigurada por el dolor.

—¡Rápido! Llame a unaambulancia —ordenó el policía de lacientífica a uno de sus compañeros.

Cabaña de Rostwald cerca deBischofswiesen, región deBerchtesgaden

Cuando apareció por el senderoel autobús VW blanco de lacientífica, Bukowski los miróimpacientemente. Seguro que noestaban muy emocionados. Apenashacía unas horas habían tenido que

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inspeccionar la casa del viejoprofesor en Strub y ahora ya teníanque dedicarse a las siguientes tareas.Habían solicitado refuerzos perotardarían un rato hasta queencontraran ese lugar perdido enmedio del bosque por encima deBischofswiesen.

Con nerviosismo estabaesperando a su compañera. Despuésde que se hubiesen bajado todos delautobús y desplegaran susherramientas por el lugar de loshechos, Bukowski se dirigió a ellos.

—Necesitamos saber lo que ha

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pasado aquí —comentó a loshombres de la científica.

El jefe de la operación asintió.Bukowski miró alrededor

impaciente.—¿Dónde está mi compañera?

—preguntó a uno de los hombres quepasó por su lado.

—Se ha caído —contestó elfuncionario—. Hemos llamado a laambulancia y se la han llevado alhospital.

—¿Qué? —preguntó Bukowskien voz alta sin dar crédito.

—Está en el hospital de

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Berchtesgaden, tenía unos doloresmuy fuertes.

Bukowski se quedó casi sinrespiración.

—Ocúpense del lugar de loshechos. Posiblemente entre losescombros haya dos cadáveres.

Se giró y buscó a Ortlieb. Loencontró junto a sus colegas.

—Por favor, Ortlieb, llévemehasta el hospital de Berchtesgaden.

—Pero no creo que podamoshablar ya con los detenidos —contestó el agente.

—Por favor, ¡lléveme! Luego le

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explicaré de qué se trata.Ortlieb miró con atención a

Bukowski. Observó el rostropreocupado del Policía Judicial.

—¡Está bien! —contestó.

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51

Hospital de Berchtesgaden, Baviera

El hospital regional deBerchtesgaden se ubicaba endirección a Maria Gern en laLocksteinstrasse. Era un edificio decolor claro rodeado por un frondosoprado verde. De fondo se podíacontemplar una colina boscosa peroBukowski ni siquiera se paró acontemplar el bucólico paisaje.Decididamente salió disparado haciala entrada del hospital, tan rápido

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que casi choca con las puertasautomáticas. La señora detrás delmostrador de recepción lo miróenfadada. Bukowski sacó su placa deidentificación y se la extendióbruscamente casi hasta las narices.

—Bukowski, Policía Judicial—anunció secamente—. Quiero ver aLisa Herrmann, la ingresaron hace unpar de horas.

La mujer torció el gestomostrando su malestar y se acercó elteclado.

—¿Herrmann, con una erre ocon dos?

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—Dos veces erre y dos enes —contestó Bukowski impacientemente.

La mujer examinó la pantalla.—Aún está en observación, no

han concluido con las pruebas. Sigarecto por esa puerta, en el pasillo dela izquierda.

Bukowski ya estaba de camino,se había marchado sin dar las graciasy sin ver como la mujer, mirándolo,hacía muescas negativas.

La puerta hacia esa sección seabrió automáticamente. Bukowskigiró hacia la derecha y avanzó por elpasillo pintado de blanco. A la

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izquierda había una hilera de puertasazul claro y a la derecha la pared. Separó en medio del pasillo delante deuna gran ventana de cristal. En lapuerta se leía que era la sala de lasenfermeras pero no había nadie.Impaciente buscó a su alrededor perosin rastro. Siempre pasaba lo mismocuando buscas a alguien, entonces nohay nadie. «Es lo típico», pensó parasí.

Junto a la sala de enfermeras seabrió una puerta. El carrito de unalimpiadora con un cubo rojo apoyadoen el estante delantero fue lo primero

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que alcanzó la mirada de Bukowski.Le siguió una pequeña mujer morenacon el pelo recogido en una largatrenza y un mandil azul oscuro.Bukowski asaltó a la mujer.

—Estoy buscando a LisaHerrmann, ¿dónde está?

La mujer lo miró sorprendida yse encogió de hombros.

—No entender, preguntar aenfermera —contestó la mujer.

—¡Preguntar a enfermera! —Bukowski la imitó malhumorado—.Si por lo menos hubiese una.

—Espere, seguro venir

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enfermera pronto —dijo la mujer ydesapareció con el carrito de lalimpieza en dirección opuesta.

Allí cerca, en el pasillo, seencontraban dos sillas y, junto aestas, una puerta con la inscripción«Sala de observación». Bukowski sesentó en una de las sillas y empezó agolpear nervioso el respaldo de laotra. No paraba de pensar en sujoven compañera. ¿Qué podríapasarle? El día anterior comentó queno se encontraba muy bien.

Bukowski no sabía el tiempoque había transcurrido cuando, de

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repente, se abrió la puerta de la sala.Salió una mujer joven con una colade caballo y una bata blanca, de sucuello colgaba un estetoscopio.Bukowski dio un fuerte salto.

—¡Disculpe! —se dirigió a ellaapresuradamente—. Estoy buscandoa Lisa Herrmann, ¿podría decirmedónde se encuentra?

La mujer miró a Bukowski dearriba abajo.

—¿Es usted su colega?Bukowski asintió y le mostró su

placa.—Ya me ha comentado que

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vendría por aquí. Soy la médica quela ha examinado. Ahora mismo estádurmiendo y necesita muchodescanso.

—¿Qué tiene? —preguntóBukowski.

—Está sana —contestó lamédica—. Está agotada y pierde unpoco el equilibrio pero escompletamente normal con el cambiohormonal que está experimentando,su cuerpo tiene que adaptarse a lanueva situación. Debe cuidar que nose cargue de demasiado trabajo enesta nueva fase, sobre todo nada de

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turnos por la noche. Estimo que enunos quince días se habránormalizado todo, es lo habitualdurante las primeras semanas deembarazo.

Bukowski estaba tansorprendido que no sabía qué decir.Se quedó boquiabierto frente a lamédica.

—¿Se encuentra bien? Ustedtambién parece estar agotado.

—No me había dicho que estabaembarazada —afirmó Bukowski—.De haberlo sabido no la hubiesemandado a esa infernal tarea.

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Además, me comentó que tenía laregla, con eso no se puede estarembarazada, ¿verdad? Tuvo quehaberse equivocado.

La médica asintió.—Puede ser que algunas

mujeres sangren durante las primerassemanas. No es demasiado habitualpero no es de extrañar. Me temo queella misma tampoco sabía que estabaembarazada.

—¿Puedo verla?—A mediodía, primero tiene

que descansar. Llame más tarde y sino le importa, ¿sería tan amable de

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comunicárselo a su novio yfamiliares?

—Sí, claro —contestóBukowski y se quedó mirando a lamédica que después de un breveademán de despedida se alejóapresuradamente por el pasillo.

«Lisa está embarazada», se dijoBukowski a sí mismo. ¡Mierda! ¿Porqué no habría dicho nada? Una mujerdebe sentir algo tan importante. Porun lado, se alegraba por Lisa pero,por otro lado, la noticia le habíadejado consternado. Le había tomadocariño a la compañera que se sentaba

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junto a él en su despacho, incluso si aveces resultaba bastante complicada.Ahora sí que iba a protestar si seencendía un cigarro. Bueno,seguramente pronto le concederían labaja maternal, quizás se casase consu novio y dentro de unos años seincorporaría en otra sección. Paraentonces él ya no trabajaría en lapolicía. Qué pena, la echaríarealmente de menos.

Gentilly, Francia—Nadie contesta —dijo Yaara

—. Seguro que ha pasado algo, lopresiento. Tom no apagaría el móvil.

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—Quizás se haya quedado sinbatería —Jean intentó tranquilizarla.

Estaban desayunando en lapensión Tissot con la mirada dirigidahacia la calle gris. Otros huéspedesempezaron a ocupar las mesascontiguas. A esa hora el Tissotestaba en pleno rendimiento.

—Ayer también intenté hablarcon él y no lo conseguí. Con dos otres horas de carga es suficiente. Nonecesita todo el día.

—¿Y qué piensas? —preguntóJean.

—Creo que realmente están en

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peligro, no puedo quedarme aquísentada y esperar a que llame.

—Lo quieres mucho, ¿verdad?Yaara tomó su taza de café con

las dos manos y sin decir nada,asintió con la cabeza.

—Tom es un buen chico, muyinteligente —contestó Jean—. Nocreo que sea fácil que caiga en unasituación peligrosa. No va a lanzarseal vacío y, además, Moshav está conél.

Madame Dubarry se dirigió a lamesa y se inclinó hacia Jean.

—Le llaman por teléfono,

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monsieur Colombare. En la sala.Yaara lanzó una demandante

mirada a Jean.—Ya voy —le dijo a madame

Dubarry.Yaara lo observó intrigada

mientras salía del comedor. Terminósu café y le esperó. ¿Quién podríallamarle a esta pensión? ¿Sería Tom,tendría el teléfono roto o lo habríaperdido?

No podía ser, entonces hubiesemarcado su número. Entonces, ¿quiénsabía que se alojaban en estapequeña pensión a las afueras de

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París?—¿Desea otro café? —preguntó

madame Dubarry.Yaara negó con la cabeza.

Intrigada seguía mirando a la puertade la habitación de al lado. Tenía laimpresión de que había pasado unaeternidad hasta que, por fin, Jeanregresó a la mesa.

—¿Quién era? —preguntó llenade curiosidad.

Jean le restó importancia.—Era Paul, quería saber si hoy

nos venía bien quedar paraenseñarnos la ciudad.

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Yaara respiró aliviada.—No paras de preocuparte por

Tom.—Ya no soporto más estar aquí.Jean suspiró.—Te entiendo. Si quieres

esperamos hasta mediodía y si no tecontesta partimos para Alemania.¿Te parece bien?

Yaara asintió.—Espero que no le haya pasado

nada.Roma, Santo OficioPater Leonardo se levantó

temprano. Tras la oración de la

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mañana, tomó un ligero desayunoantes de encerrarse en su despacho.En su escritorio le esperaba elcorreo, un gran sobre, un envíourgente de Jerusalén.

Pater Phillipo había enviado esesobre con un mensajero especial.Pater Leonardo abrió el sobre congran expectativa. Un certificado deestado de posesión firmado por eldirector de la Oficina para laAntigüedad de Israel y por elfuncionario competente de las tareasde excavación. Pater Leonardo sesintió satisfecho. El poder del Santo

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Oficio ya le había llegado el díaanterior, firmado por el cardenalprefecto y sellado por la santaIglesia. Ahora ya nada podía salirmal. Jean Michel Picquet le escribióun correo electrónico la nocheanterior. Ya se habían concluido lospreparativos y la expedición ya habíapartido. Las autoridades de la TierraSanta no pusieron objeción alguna enconceder las autorizacionespertinentes después de anunciar unasgenerosas donaciones a diversosmuseos de la ciudad. No habíatiempo que perder, Pater Leonardo

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sabía que podía confiar en Picquet.No se lo encargaría a ningúnaficionado, conocía a buenosprofesionales que harían un trabajoexcelente.

Ahora Pater Leonardo podíaconcentrarse en su misión. Los costespara la emisión en televisión eranmuy elevados. No obstante, leseguirían quedando un par demillones en la cuenta, una cuenta quehabía avalado el mismo cardenalprefecto.

Pater Leonardo se reclinósatisfecho en el respaldo del sillón.

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Todo marchaba según lo planeado,ahora solo tenía que esperar a que semovieran las fichas en el sur deAlemania.

Cuando el ruido del teléfono ledevolvió a la tierra dio unsobresalto. Se incorporó y descolgó.El hermano Markus de Freising lellamaba.

—Disculpe que le moleste tantemprano pero tenía encargadocomunicarle cualquier evento extrañoque se produjera en nuestra región —comentó el joven con un evidentetono de disculpa en su voz.

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—¿Ha ocurrido algo extraño?—Al menos eso es lo que

pienso. Dos emisiones localesdiferentes han informado que cercade Bischofswiesen se produjo untiroteo entre dos bandas rivales.Hubo varios muertos y heridos, entrelos que se encuentran dos residentesde Bischofswiesen. Inmediatamentehe indagado sobre el asunto. Una delas víctimas es el anciano profesorJungblut, paralítico en parte. Erahistoriador y daba clases en laUniversidad de Múnich.

—Muy interesante —contestó

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Pater Leonardo con el corazón apunto de salírsele por la boca.

Al parecer todo iba más rápidode lo que esperaba.

—Tengo un amigo en la radiode Garmisch. Me ha comentado quese rumorea que ese tiroteo estárelacionado con las muertes de Ettaly de la Wieskirche. Han encontradotres cadáveres. Los heridos estáningresados en los hospitalescercanos. El oficial de policíaresponsable de investigar elasesinato de Ettal también se hahecho cargo de este caso.

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Pater Leonardo respiróprofundamente.

—Querido amigo, ha hecho untrabajo excelente. Dentro de unashoras aterrizaré en Múnich. Megustaría que me acompañase duranteunos días. Cuando me recoja en elaeropuerto le contaré de qué se trata.

—Primero tengo que pedirlepermiso al decano —replicó elhermano Markus.

—Ya me encargaré yo de eso—dijo Pater Leonardo—. Por favor,prepárese, le comunicaré lo antesposible la hora de llegada del vuelo.

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Cuando terminaron de hablar,Pater Leonardo llamó al servicioeclesiástico y ordenó que le pasarancon la disposición aérea. Apenasdiez minutos más tarde teníapreparado el Learjet para partirhacia Baviera.

Pater Leonardo pasó las manospor su espeso pelo negro. Ahora labola ya estaba en movimiento y nopodía pararse. Se levantó y miróhacia el cielo de la santa ciudad através de la ventana. Sintió la cálidabrisa de la mañana.

—Señor, si es que existes,

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acompáñame en estos momentos —suspiró.

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52

Comisaría de Policía deBerchtesgaden, Baviera

Los policías custodiaban a losdetenidos en los hospitales. El rubioalemán, de nombre Thomas Stein,había sido chequeado completamentey descansaba de la leve intoxicaciónde humo diagnosticada, al igual quesu acompañante de pelo oscuro.También había sido examinado,había sufrido una leve contusión yseguiría padeciendo fuertes dolores

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de cabeza durante una temporada.Tuvo suerte, un par de centímetrosmás a la derecha y la bala le hubieseentrado en la cabeza. Bukowski aúnno conocía su nombre pero por sutono de piel morena y su oscuro pelorizado pensaba que no podía seralemán.

Ya no estaba en peligro la vidade la mujer que habían trasladadohasta el hospital de Múnich. Despuésde la larga operación a la que fuesometida, aún no estaba endisposición de hablar pero habíaestado consciente durante unos

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segundos. Los proyectiles no lehabían dañado ningún órgano interno.Las quemaduras de las piernas eransuperficiales y se curarían. Tenía queagradecerle al rubio alemán quesiguiese con vida. Los policías quela custodiaban en el hospitalcontaban que en las escasas fases devigilia preguntaba por su rescatadory manifestaba que deseaba verlo.

Cuando Bukowski entró en lasala de operaciones de la segundaplanta de la comisaría de policía,dos colegas de la científicaanalizaban las fotos del lugar de los

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hechos. En la esquina había otramesa en la que descansaban losrestos del incendio, envueltos enláminas de plástico, provocado porel tiroteo de la noche anterior enRostwald.

Los agentes levantaron lamirada cuando Bukowski se acercó ala mesa.

—¡Buenos días, superior de lajudicial! —saludó el más delgado,que se presentó como GünterHofmann, director de la PolicíaCientífica de la inspección local.

—¿Han hallado algo? —

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preguntó Bukowski sin dar rodeos.Estaba tranquilo de que Lisa no

tuviese nada grave pero tenía quehacer un gran esfuerzo enconcentrarse, ya que suspensamientos divagaban.

—Todo lo que se puededespués de un incendio —contestóHofmann.

Bukowski se sentó y observólas fotos que el colega de Hofmannpresentaba sobre la mesa.

—Encontramos dos cadáveresen la casa —informó—. Uno, a laderecha de la puerta con tres heridas

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de bala. El otro, totalmente quemado,con el resto carbonizado de uncuchillo en la garganta. No me quieroadelantar a los resultados de laautopsia pero considero que esasheridas podían ser mortales. No creoque murieran envueltos en llamas.

—Escuchamos varios disparosantes de poder llegar a la cabaña —masculló Bukowski.

Llamaron a la puerta y elcompañero de Bukowski de la nocheanterior entró en la sala, el oficial depatrullas Ortlieb.

—¿Molesto? —preguntó.

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Bukowski le hizo un guiño.—Pase, al fin y al cabo debe

enterarse de primera mano de todo loque pasó en la cabaña.

Hofmann asintió brevementedirigiéndose al compañerouniformado y se dirigió hacia lapizarra donde había pintado uncroquis.

—Suponemos que un grupo sealojaba en la cabaña mientras que elotro intentó invadirla. Hemosencontrado restos de magnesio entrelos escombros. Es posible queutilizaran una bomba de humo.

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Además, debajo del Ford habíancolocado un pequeño sensor pordebajo del guardabarros. Emitía unaseñal de alta frecuencia que secomunicaba con un receptor quedescifraba su ubicación.

Bukowski frunció el ceño.—¡Eso quiere decir que los

perseguidores sabían perfectamentedonde se hallaban sin necesidad deseguirlos!

—¡Exacto! —contestó Hofmann—. Un tal Thomas Stein deGelsenkirchen alquiló el Ford enBaviera. Ya lo hemos comprobado.

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La mujer del mostrador de Hertz aúnrecuerda que iba acompañado deotro hombre. Según la descripciónpuede tratarse del tipo ingresado enel hospital.

—¿Y el otro coche? —preguntóOrtlieb.

—El hombre con perfil deculturista lo alquiló un día antes enAvis. Se identificó con el carnéfrancés de un tal Henry Colette peroya hemos descubierto que se tratabade una falsificación. El otro cochepertenecía a Hans Steinmeier deBischofswiesen, seguramente se trate

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del cadáver con las heridas de balaque encontramos en la cabaña.

—Creo que sé quiénes son losotros dos fallecidos —contestóBukowski—. Es muy probable que setrate de dos asesinos muy buscados.Un tal Fabricio Santini y el otro, elmás corpulento, tiene que ser MarcelMardin, un francés. Ya he ordenadoque el forense realice unacomparación con el material de ADNcon el que disponemos.

—Sin lugar a dudas, la mujerprovenía del Mercedes y debepertenecer a ese grupo. Encontramos

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una chaqueta y pelo largo rubio deella en el vehículo. Desconocemos sunombre, no llevaba ningunadocumentación consigo.

Bukowski suspiró.—Este es el lado oscuro de una

Europa sin fronteras.Hofmann asintió y señaló a la

mesa.—Hemos encontrado varias

armas entre los restos. Dos escopetasy un rifle, así como cuatro pistolas.Una Luger, dos Glock y unaBrowning. Por desgracia, nopudimos obtener ninguna huella de

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las armas ya que fueron atrapadaspor el fuego.

—Eso quiere decir que tenemosque creer las declaraciones de lossupervivientes del incendio —prosiguió Bukowski.

Hofmann se levantó de la mesa.Bukowski y Ortlieb se incorporaronigualmente y le siguieron. Hofmannles mostró una pequeña bolsita.

—Hemos confiscado esto deltal Stein.

Bukowski analizó laspertenencias: un manojo de llaves, unteléfono móvil muy dañado, una nota

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con la matrícula del vehículo deSteinmeier y su dirección, así comouna cadena de oro con una llaveplateada. Bukowski alzó la cadenapara observar mejor la llave. Ortliebse quedó mirándola igualmenteapreciando cada detalle.

—No parece que la cadena y lallave pertenezcan juntas —murmuróBukowski.

Introdujo la mano en su bolsilloy sacó unas gafas de cerca. Había unnúmero inscrito en uno de loslaterales de la llave «4721—18».

Bukowski le enseñó a Ortlieb la

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llave.—¿Podría ofrecernos una

explicación?Ortlieb tomó la llave en la

mano.—Pertenece a una taquilla —

dijo Hofmann.—Supongo que sí —replicó

Bukowski.Ortlieb frunció fuertemente el

ceño.—Podría ser una taquilla para

guardar maletas. Las llaves de loscasilleros de un banco son máspequeñas. Creo que una vez tuve una

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llave de estas en la estación de tren.En el último caso que resolvimos, unladrón había escondido el botín enuna taquilla de la estación. Creo queera el mismo tipo de llave.

Bukowski tomó la llave.—Vamos a comprobarlo, ¿tiene

tiempo?Ortlieb asintió.—Me gustaría que me

acompañara, mi compañera estáenferma. Me gustaría hablar con eseStein en el hospital.

—Creo que mi jefe no tendránada que objetar —contestó Ortlieb.

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Autovía A—8, entre Múnich yBad Reichenhall

Pater Leonardo se reclinó en elasiento, miraba por la ventana lateraldejando fluir el paisaje a sualrededor. Hacía apenas una horaque había aterrizado con el Learjeten Múnich. Según lo acordado, elhermano Markus había ido arecogerlo al aeropuerto. Ahora sedirigían con el viento a favor endirección a la frontera austriaca.

El hermano Markus habíaaprovechado el tiempo parainformarse más detalladamente sobre

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los incidentes de la noche anterior enel bosque cerca de Bischofswiesen.

—Ese Bukowski ha montado elcampamento en Berchtesgaden. Haningresado en el hospital de allí a lossupervivientes. Una mujer ha sidotrasladada a Múnich, parece ser queestá gravemente herida.

—Esta vez seguro queconocemos al señor Bukowski —contestó Pater Leonardo sonriendo.

—Se escuchan especulacionesde que hasta la mafia podría estardetrás de las muertes. Hace un par dedías hubo un tiroteo en el Königssee

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en el que un policía resultó herido.El periódico decía que dos mafiososse dieron a la fuga y después tomaroncomo rehén a una mujer deMitterbach, finalmente se escaparonen un helicóptero de madrugada.Suena casi a una película deHollywood.

Pater Leonardo asintió.—A veces la vida real es más

intrigante que las películas e inclusomenos predecible.

El hermano Markus sonriómientras que el chófer del oscuroAudi redujo la velocidad para

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abandonar la autovía.—¿Sabe exactamente cuándo se

produjeron esos hechos en elKönigssee? —preguntó PaterLeonardo después de que el cocheparara en la salida.

El hermano Markus pensó porun momento.

—Creo que fue un día despuésde que hallaran el cadáverbrutalmente asesinado en Watzmann.La gente dice que fue asesinado poresos dos mismos mafiosos.

Pater Leonardo sonrió.—En este tipo de casos a la

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gente le gusta inventar historias —contestó.

Durante un rato reinó el silencioen la parte trasera del vehículo.

—¿A dónde vamos primero? —preguntó el joven hermano.

—Lo primero que haremos serácomer algo adecuado en un buenrestaurante local —contestó PaterLeonardo—. Usted está invitado,joven amigo. Después visitaremos lacomisaría para hablar con el señorBukowski.

El hermano Markus asintió. Conla mirada baja se quedó pensativo.

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—¿Qué te pasa, joven amigo?—preguntó Pater Leonardo.

—Es... todo el tiempo mepregunto por qué la Iglesia y el SantoOficio se interesan tanto por losasesinatos de esta región.

Pater Leonardo asintiócomprensivo.

—Digamos que le han robadoalgo muy valioso a la Iglesia ytenemos que recuperarlo y usted,querido amigo, tiene la oportunidadde ayudarme en este asunto.

Hospital de Berchtesgaden,Baviera

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Tom estaba tumbado en unahabitación individual, vigilado pordos policías uniformados que hastaahora no le habían dirigido más detres palabras. A todas las preguntasque le hizo le contestaron con unmonosílabo o le remitían al jeferesponsable del caso. Por lo visto,les interesaban mucho más lasrevistas que se habían traído quemantener una conversación con él.Todo lo que sabía era que Moshav,ingresado en una habitación contigua,y él estaban detenidos por suimplicación en el tiroteo de

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Rostwald. Moshav presentabaheridas leves y, al parecer, padecíauna ligera contusión cerebral.

Tom estaba pensando qué debíacontarle a la policía sobre toda estahistoria. Conocía demasiado bien laburocracia alemana, la mayor partede los funcionarios del país erantotalmente inflexibles y se agarrabana los reglamentos como a un clavoardiendo.

Impaciente seguía tumbado en lacama, miraba fijamente a la pared ydejaba pasar el tiempo. Los minutostranscurrían tan lentamente que

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parecía como si la arena de un relojse hubiese atascado y no pudiesebajar. Le habían quitado todas suspertenencias. El teléfono, las llaves yhasta la cadena con la llave de lataquilla que le había entregado elanciano profesor poco antes de sumuerte.

¿Iban a creerle cuando contaratodo lo que sabía sobre estaenrevesada trama? ¿Se tomarían enserio la historia que ponía en duda laexistencia de Jesucristo? ¿Qué lediría el responsable de lainvestigación cuando le contara que

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sospechaba que la Iglesia católica-romana se escondía detrás de todoslos asesinatos, que la Iglesia no eramás que una banda de asesinos?

Le tomarían por loco. Así quedecidió ser prudente y no contar alprincipio todo lo que sabía.

¡Joder! Si al menos hubiese unteléfono al lado de la cama y pudiesellamar a Yaara. Seguro que se estarápreocupando.

Mientras pensaba esto, entró ala habitación un hombre mayor conun traje gris. Le seguía un policíauniformado. Tom los reconoció

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enseguida. Pese a que entre lasllamas del incendio de la cabaña deRostwald la mayor parte delescenario quedó en la oscuridad,esas dos caras no las olvidaríanunca. Cuando aparecieron esos dospersonajes la noche anterior, supoque había sobrevivido al horror.

—¡Hola, señor Stein! —dijo elseñor de pelo gris—. Me llamoBukowski, soy el comisarioresponsable del caso, ¿se acuerda demí?

Tom se incorporó y asintió.Bukowski cogió una silla y se

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sentó junto a la cama.—Antes de que hablemos, debo

comunicarle que está detenido porparticipar en el tiroteo de la cabañade Rostwald en el que murieronvarias personas, ¿le queda claro?

Tom volvió a asentir.Bukowski colocó una grabadora

en la mesita de noche.—Debe contestar con claridad,

este aparato aún no registra las caras.—Sí —carraspeó Tom.—¿Va a contestar a mis

preguntas?—Sí, siempre que sepa la

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respuesta.—¿Qué pasó aquella noche en

la cabaña? —preguntó Bukowski.Tom pensó por un momento qué

sería lo mejor que debía contestar.Finalmente decidió obviar la historiade Jesucristo.

—Para contestarle tengo queremontarme un poco al pasado —contestó.

—Tengo tiempo —contestóBukowski.

Tom empezó con lasexcavaciones en el valle del Cedrónde Jerusalén. Destacó el hallazgo de

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la tumba del templario y los rollosque el profesor Chaim Raful robó.Informó sobre la importancia de esosrollos pero dijo que no sabía de quétrataban exactamente pero que eranmuy valiosos y que en ciertas esferaspagarían hasta millones por ellos.Narró todo lo acontecido en torno alos asesinatos de Israel y labúsqueda de Chaim Raful que loshabía traído hasta un viejo amigo delprofesor israelí que vivía enBischofswiesen. Junto a él, ChaimRaful pretendía descifrar losescritos.

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—Entonces, ¿el cadáver deWatzmann es el de ese profesorisraelí? —interrumpió Bukowski.

—Pondría la mano en el fuegode que es él —contestó Tom—.Cuando averiguamos la dirección delprofesor Jungblut, le hicimos unavisita pero descubrimos que habíanasaltado su casa. Todo estabasaqueado y él había desaparecido.Finalmente dimos con él en lacabaña.

—¿Cómo lo encontraron si notenían ningún tipo de contacto con él?

—Simplemente seguimos a su

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empleado —contestó Tom.—Su amigo no lleva ninguna

documentación consigo, no sabemosquién es —comentó Bukowski.

—Moshav participó también enlas excavaciones, es el doctorMoshav Livney, procedente deTiberías. Es un experto en la historiaromana de Israel. Su pasaporte debeestar aún en la habitación de lapensión Reissenlehen deBischofswiesen, el mío también.Nuestras habitaciones son la 217 y218.

—Bien —contestó Bukowski—.

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Lo comprobaremos enseguida pero,¿qué pasó exactamente en la cabaña?

Tom miró al techo.—Seguimos a Steinmeier hasta

la cabaña. De repente, nos descubrióy nos apuntó con una escopeta perocuando le contamos nuestra historiaal profesor nos trataron como hacenunos buenos anfitriones con susinvitados. Estuvimos comiendojuntos con el profesor. Se hizo denoche y el profesor nos ofreció quedurmiéramos en el sofá. Íbamos atumbarnos cuando, de repente,Steinmeier percibió a unos tipos

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fuera de la cabaña. Después de todolo acontecido, sabíamos que esostipos iban armados. Steinmeier nosrepartió sus armas y así estalló elinfierno. La puerta se abrió de unapatada y una bomba de humo entró enla habitación, después todo sucediódemasiado deprisa. Los tipos nosdispararon y nosotros tuvimos queresponder. Steinmeier cayó al suelo ytambién alcanzaron a mi amigoMoshav. Poco después me di cuentade que uno de ellos era una mujer. Unhombre con una cicatriz en la cara sepuso delante de mí y me golpeó,

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parecía un demonio. Cuandorecuperé el conocimiento ese tipoestaba inclinado sobre el profesor, leamenazaba con dispararle si no leentregaba los escritos. Sabíamos queíbamos a morir. El profesor sacórápidamente un cuchillo y se lo clavóen la garganta a ese diablo. Elhombre disparó al profesor pocoantes de derrumbarse encima de lamesa y tirar una lámpara de petróleo.Al poco, toda la cabaña estaba enllamas.

—Y entonces rescató a suamigo, al profesor e incluso a la

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mujer que antes había intentadoasesinarle.

Tom asintió y prefirió omitir losdisparos que le dio a la mujer.

—¿Y los escritos? ¿Se losentregó el profesor?

—No —contestó Tom.—¿Sabe dónde están los

escritos?Tom se mordió los labios.—Seguramente se habrán

quemado en la cabaña.Bukowski paró la grabadora.—Ha sido un relato muy

extenso. Entenderá que tendrá que ir

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a prisión hasta que se hayanesclarecido todas las circunstancias.Me han comentado que mañana ledarán el alta, entonces le llevarán aMúnich pero le puedo asegurar quesi todo resulta ser como nos estácontando pronto estará libre.

—Me gustaría llamar a alguienurgentemente —dijo Tom antes deque Bukowski se levantara.

—¿A quién?—Una amiga mía, seguro que

está preocupada porque no la llamo.—¿Aquí cerca?—No, está en París.

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—Lo siento. Puedo comunicar asus familiares que se encuentra aquípero nada más. Hasta que noresolvamos el caso existe el peligrode colusión, ¿entendido?

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53

Estación central de tren enBerchtesgaden, Baviera

Ortlieb aparcó el coche depolicía en el aparcamiento delante dela estación de tren de Berchtesgaden.Bukowski estaba sentado en elasiento del copiloto y plegó suteléfono móvil. Acababa de manteneruna larga conversación con susección y había ordenado que sepusieran en contacto con elconsulado israelí. Necesitaban

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material de ADN de la supuestavíctima de Watzmann, el profesorChaim Raful. Si Thomas Stein habíadicho la verdad pronto le podríanponer nombre al cadáver. Además,los colegas israelíes debíanconfirmar que efectivamente un talprofesor Chaim Raful habíatrabajado en unas excavaciones juntocon el doctor Moshav Livney yThomas Stein.

—¿Qué dices compañero? —lepreguntó Bukowski a Ortlieb cuandoparó el motor—. ¿Crees al chico delhospital?

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Ortlieb se echó a un lado, sepuso la mano sobre la barbilla y mirópensativo por la luna delantera.

—Me ha sonado bastanteplausible —contestó—. Puede estarmuy cerca de la verdad.

Bukowski sonrió.—Yo no dudo que haya dicho la

verdad en parte. Hay algunos hechosque se pueden constatarperfectamente pero tengo lasensación de que no nos ha contadotodo, especialmente en lo queconcierne a los valiosos documentosy su participación en el tiroteo.

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—¿Cree usted que pertenece aesa banda que se interesa por lostextos y artilugios antiguos?

Bukowski frunció el ceño e hizoun ademán negativo.

—No, creo que realmentetrabajó en las excavaciones perosabe más de lo que nos quiere contar.Tendré que presionarle un poco másla próxima vez.

—¿Y ahora?—La taquilla de la estación —

contestó Bukowski y se soltó elcinturón de seguridad.

Se bajó del coche pero antes de

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cerrar la puerta empezó a sonarle elmóvil. Contestó rápidamente, laconversación duró poco. No seescuchó más que unos síes y unsonido de confirmación. Cuandocolgó se dirigió a Ortlieb, quienestaba esperando intrigado en el ladodel conductor.

—Eran los de la científica —explicó Bukowski—. Han podidoclasificar las huellas del Mercedes.Tenía razón, utilizaron el coche un talFabricio Santini, alias el Diablo, y suamigo Marcel Mardin. También hanpodido identificar a la mujer, se

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llama Michelle Le Blanc y es deSaint-Maxime, en el sur de Francia.Era la novia de Mardin y la buscan anivel internacional con orden deprisión por varios delitos con fuerza.

—Otro indicio de que ese Steindice la verdad, ¿no? —contestóOrtlieb.

—Lo único que digo es que nonos ha contado todo pero sí creo laparte sobre los acontecimientos de lacabaña. Mardin y Santini tambiénhabrán asesinado al cura de laWieskirche y al monje del conventode Ettal con el fin de llegar hasta el

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mapa de la tumba del templario deJerusalén que el viejo profesorentregó a los hombres de la Iglesiapara que lo tradujeran. Tambiénpodemos atribuirle el asesino deWatzmann.

—Pero los dos están muertos,solo la mujer sigue viva.

—Bueno, ahora veamos si lallave entra en una de esas taquillas.

Juntos entraron a la estacióncentral. Ortlieb tomó la iniciativa.Las taquillas estaban frente a losmostradores. Bukowski sacó la llavedel bolsillo y se la acercó.

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—¡A ver qué pasa! —dijo elpolicía—. La taquilla 18 si no meequivoco.

Ortlieb introdujo la llave en lacerradura y la giró. Se abrió.

—¡Bingo! —exclamó.Abrió completamente la puerta

y la mirada de Bukowski se clavó enun maletín metálico.

—Veamos que hay dentro —dijo al sacar el maletín.

Abrió las cremalleras ydescubrió un sobre plastificadonegro y un sobre marrón. Bukowskitomó el sobre.

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—Parece un envase al vacío —murmuró—. Mejor dejarlo cerrado,si no me equivoco serán los escritosantiguos y pueden dañarse con la luzy la humedad. Será mejor abrirlos enun laboratorio.

Ortlieb señaló el sobre.—Pero aquí no pasará nada si

echamos un vistazo.Bukowski asintió y extrajo el

sobre. Lo abrió. Apareció unarchivador, pasó las hojas. Conteníael croquis de una cripta, un mapa yalgunas fotos de la excavación.

—Stein dice la verdad —dijo

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Ortlieb.—Tiene que ser la excavación

de Jerusalén, esa parte de la historiaes cierta —ratificó Bukowski.

—Yo quisiera saber quécontiene ese paquete envasado alvacío —añadió Ortlieb.

Recogieron juntos la maleta yregresaron al coche. Ortlieb lacolocó en el asiento trasero concuidado.

—Se lo contaré en cuanto lasratas de laboratorio me informen —le prometió Bukowski mientrasmiraba la hora en su reloj.

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—¿Está pensando en sucompañera?

—Le concederé un par de horasmás de descanso —contestóBukowski.

Hospital de Berchtesgaden,Baviera

Jean Colombare estaba de piefrente al inmenso edificio blanco,lleno de ventanas, pensando cómosería la mejor forma de proceder.Sabía que habían ingresado aMoshav y a Tom después del tiroteo.También sabía que estaban detenidosy que la policía los vigilaba pero

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tenía que ponerse en contacto conellos. ¿Pero cómo podría accederhasta ellos? No paraba de darlevueltas.

Finalmente decidió comprar enuna tienda un ramo de flores y entróal edificio por las puertasautomáticas. Detrás del mostrador deentrada estaban sentadas dosrecepcionistas. Una familia estabahablando con una de ellas. ¿Debíadirigirse directamente a ellas ypreguntarles? Rápidamente descartóesa idea. Si observaban algo extrañoseguro que informarían a la policía.

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Así que pensó en otra opción.Anduvo por el largo pasillo, portodos lados topaba con pacientes yvisitantes, de vez en cuando veía unmédico o una enfermera pero nirastro de policías, ni en los pasillos,ni en ninguna puerta. Subió por lasescaleras hasta la segunda planta. Enuna sala de visitas contempló a unnumeroso grupo de pacientesconversar con sus familiares. Aquí yallá los mayores jugaban a las cartascon los niños. Todo parecía bastantenormal y pacífico, sin rastro de lapolicía. Prosiguió por el pasillo

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hasta las escaleras. Un hombreagachado fijaba la goma de labaranda. En su uniforme de trabajose podía leer con letras blancas«Service» y mostraba el logotipo delhospital en la zona del pecho. Elhombre pertenecía, por tanto, alservicio interno. Jean lo saludóamablemente y entabló una relajadaconversación con él sobre el trabajo,el tiempo libre y el hospital. Elhombre interrumpió por un momentosu tarea y le contestó en alemán conun acento extranjero.

—Me han dicho que los tipos

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del tiroteo de Bischofswiesen estáningresados en el hospital —recondujo Jean la conversación haciael tema que le interesaba—. Meextraña no ver a la policía.

—La policía aquí —contestó elhombre—. En la planta baja, lashabitaciones del fondo. Dos policías.

Jean sonrió perspicazmente.Consiguió enterarse sin grandesdificultades de lo que quería. Enotras ocasiones ya había comprobadoque con frecuencia te puedes enterarde lo que te interesa si conversasrelajadamente con las personas. Es

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naturaleza humana querer compartirlo más esencial.

Había conseguido la primeraparte de su objetivo pero aún lefaltaba lo más complicado. En estaocasión, Jean Colombare sí sabía loque tenía que hacer.

Tom ocupaba la habitación delfondo del pasillo, la número 117, yMoshav justo la de enfrente. Tomseguía mirando pensativo al techo.Tenía que salir de aquí lo antesposible. Seguro que le devolveríanlas cosas que le habían confiscado ensu detención. No le caía del todo mal

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ese Bukowski, aunque sabía que nose había creído todo lo que le habíacontado. ¿Pero de qué le hubieseservido admitir que disparó pornecesidad a esa mujer con unapistola que trajo ilegalmente deIsrael? Mientras existiera esa únicaversión, la policía tendría quedemostrar lo contrario y Moshavseguro que no diría nada. Por otrolado, los escritos de Shelamizion nodebían formar parte del expedientepolicial.

Tom miró a la puerta al notarque se abría, entró a la habitación un

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médico con bata blanca. Uno de lospolicías se levantó, observó la batade médico y volvió a sentarse en lasilla antes de pronunciar un aburrido«hola».

El médico le correspondió elsaludo y se dirigió a la cama de Tom,quien apenas lo percibió porque sehabía vuelto a tumbar y tenía lamirada clavada en el techo.

—¿Qué tal está nuestropaciente? —preguntó el médico.

Tom escuchó su acento, lerecordaba a Francia. Giró la cabezay se asustó al reconocer a Jean

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Colombare, quien de espaldas alpolicía indicaba silencio con elíndice.

—Estoy bien —contestó Tomtenso—. Creo que me darán el altahoy o mañana, después podré visitaruna celda de Múnich.

—Tengo que chequear de nuevosu garganta —comentó Jean y seinclinó hacia él para susurrarle:

—No digas nada, mañanavendré con un abogado y ossacaremos de aquí, a ti y a Moshav,¿entendido?

—Mientras que a mí me

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llevarán a prisión —prosiguió Tomcon su lamento—. Mi amigo podráquedarse unos días más aquí, en estascómodas camas del hospital.

Jean asintió. Entendió lo queTom quería decirle.

—Mañana pasaré de nuevo poraquí y no tenga miedo. Si usted esinocente y la policía no puedeacusarle de nada, seguro que unabogado puede sacarle rápidamentede prisión.

Tom asintió.—Y ni siquiera me dejan llamar

a mi novia. Me encantaría decirle

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que estoy bien y que la quiero mucho.Jean sonrió.—Si alguna vez tengo el placer

de conocerla le contaré lo que meestá diciendo.

Finalmente Jean se giró yabandonó la habitación. Antes desalir se despidió amablemente delpolicía.

Cuando la puerta se cerró, aTom le hubiese encantado dar gritosde alegría pero tenía que contenerse.No se hubiese imaginado que Jeanposeía ese talento de improvisacióny esa cara dura.

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Comisaría de Policía deBerchtesgaden, sala de operaciones

Bukowski estaba mirando congran interés la documentación y lasfotos sobre las excavaciones deJerusalén. Tenía que remitir a unlaboratorio el artilugio envasado alvacío envuelto con unas láminasnegras. Para el tiempo que durara suintervención en la zona de estacomisaría, el jefe de servicios lehabía cedido el uso de la sala dereuniones y operaciones especiales.Desde que había llegado se le habíaamontonado una montaña de papeles

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sobre la mesa. Había recibido elinforme de la autopsia de los trescadáveres de Rostwald pero noaportaba nuevos indicios. No sepodían atribuir las armas a ningunapersona en concreto, lo único seguroera que a Mardin le habían disparadocon un rifle provocándole una heridamortal en su pecho y los órganosinferiores. Santini murió porque leclavaron el cuchillo en una arteria.Su pecho no tenía huellas de quemuriera asfixiado por el humo. Si lasmuestras de ADN coincidían con losrestos de las víctimas se podía

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asegurar su identidad y Bukowskipodía zanjar el caso, al menos enparte. Tenía la impresión de quepoco a poco se iba cerrando elcírculo.

La mujer ingresada en elhospital de Múnich se estabarecuperando. Le habían disparadocon una pistola de bajo calibre, unaBrowning, mientras que el profesormurió por unos proyectiles delcalibre 9 × 9. ¿Quién disparó a lamujer? En realidad, según ladescripción del tal Thomas Stein,solo pudo haber sido él mismo.

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Quizás sentía miedo y pensaba queno le creerían si afirmaba que tuvoque disparar en defensa personal. Noobstante, seguía oculto un aspectoesencial. Santini y Mardin trabajabanpor encargo. Así que debía haber unresponsable que hubiese pagado porlos asesinatos. Aún tenían queencontrar a esas personas.Posiblemente un banquero rico o unainfluyente persona de negocios conuna pasión fatal por elcoleccionismo. Bukowski miró elreloj digital de la pared. Seguro queLisa ya estaba despierta. Se levantó y

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se puso la chaqueta. Antes de que lediera tiempo a salir, alguien llamó ala puerta.

—¡Adelante! —gruñó condesgana.

Se abrió la puerta y un policíaasomó la cabeza.

—Abajo tenemos a un cura aquien le encantaría hablar con usted—explicó el funcionario—. Dice quees extremadamente importante.

Bukowski suspiró y volvió adejar la chaqueta sobre la silla.

—Justo ahora —se quejó—.Está bien, dígale que venga.

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Cuando Pater Leonardo entró enla sala con sus hábitos negros y unabolsa de documentación en la manoizquierda, Bukowski se levantópesadamente y le extendió la mano.

—Eminencia, ¿a qué se debeeste honor? —recibió al alto rangode la jerarquía eclesiástica.

—Soy Pater Leonardo delservicio eclesiástico de Roma. Mehan encargado que hable con usted.Nuestra Iglesia está extremadamentepreocupada por los brutalesasesinatos que sufrieron nuestroshermanos.

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Bukowski señaló hacia una sillay se sentó. La mirada de PaterLeonardo cabalgó por la mesa delresponsable del caso, reconoció lasfotos de las excavaciones y se detuvobrevemente en el sobre negroplastificado.

—¡Ah! ¡Ya veo que haencontrado los documentos!

Bukowski miró confundido alpaquete.

—¿Se refiere a esto de aquí?—Procede de una excavación

de Jerusalén. Se trata de unos textosantiguos que fueron robados. Tienen

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más de dos mil años y no puedenabrirse, el peligro de que resultendañados es inmenso.

—¿Y por qué se interesa tantopor esos escritos? —preguntóBukowski sorprendido.

Pater Leonardo colocó sumaletín sobre la mesa y lo abrió.Poco a poco sacó varias carpetas yse las entregó a Bukowski.

—Esos escritos tienen un gransignificado para nuestra Iglesia —explicó el padre—. Roma encargódicha excavación. La Oficina para laAntigüedad de Israel le ha concedido

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a la Iglesia la propiedad legal deesos documentos para que lospreserve y los pueda preparar parauna exposición en un museo dehistoria eclesiástica.

Bukowski hizo un ademán de noentender nada.

—¿Estos documentospertenecen a la Iglesia? —replicócon sorpresa.

Pater Leonardo sonrió a suinterlocutor. Hablaba un alemán tanperfecto que Bukowski no pudopercibir el origen italiano del padre.

—Lo ha entendido

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perfectamente, ha dado en el clavo,como se dice aquí en Alemania.

—No puedo entregarle losdocumentos, son pruebas del caso.Han muerto varias personas en estaregión. No se puede cerrar el casoasí de fácil.

—Es espantoso todo lo que hapasado. Cuando el profesor ChaimRaful cogió ilegalmente los escritosy desapareció, supimos que tendríaunas consecuencias fatales. Existennumerosos delincuentes que quierenenriquecerse con el comercio detextos antiguos y otros artilugios pero

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nos ha consternado a todos en Romaque adoptara tal dimensión.

Bukowski entrelazó las manosapoyadas en su barriga.

—La confiscación de estosobjetos solo puede ser levantada porun fiscal o un tribunal por lo quesiento muchísimo no poder entregarletan fácilmente todo esto.

—Lo entiendo, estimado señorBukowski. Mi presencia se debe aotro motivo. Solo quería pedirle queno tocara esos escritos para que nose dañen. En nuestra OficinaEclesiástica para la Antigüedad

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contamos con expertos formados ylaboratorios especializados que seencargarán de ello. Seguro que haescuchado hablar de las cuevas deQumrán.

Bukowski asintió.—No me malinterprete —

prosiguió Pater Leonardo—. Porsupuesto que confiamos en la Policíaalemana. Mientras que losdocumentos sigan empaquetados deese modo no pasará nada y, créame,el contenido de los documentos noinfluye para nada en la resolución delcaso. A esos criminales lo único que

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les importaba es que eran auténticosy muy antiguos, no les concedían larelevancia que sí les otorga nuestramadre Iglesia. Cuanto más antiguos,más dinero pagan por ellos.

—Eso lo tengo claro, honorablepadre. Puede estar tranquilo de queno le pasará nada al paquete siempreque esté en nuestras manos.

Pater Leonardo se levantó ymiró amablemente a Bukowski.

—Estoy seguro de ello —contestó—. Iniciaremos lasformalidades necesarias para que selevante la confiscación sobre los

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mismos. Agradezco mucho surecibimiento.

Antes de abandonar la sala ledio la mano a Bukowski.

—¡Mierda! Lo que faltaba —murmuró Bukowski—. Y ahora laIglesia se mete por medio.

Bukowski se levantó y tomó denuevo su chaqueta. Cuando escuchóque volvían a tocar a la puerta gritóenfadado:

—¡Joder! ¡Adelante!Ortlieb entró en la sala de

operaciones especiales.—Perdone, no deseaba

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molestarle —dijo en voz baja— perola científica ha hallado otrasmuestras de ADN en el Mercedes dela banda de criminales. También hanconseguido obtener un par de huellasde fibra en el asiento trasero.

Bukowski se quedó paralizado.—¿Qué quiere decir eso? —

preguntó.Ortlieb se encogió de hombros.—La científica cree que se

encontraba una cuarta persona dentrodel vehículo.

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54

Hospital de Berchtesgaden, Baviera

Lisa estaba sentada con laspiernas tapadas encima de la cama.Su mirada se dirigía imperturbablehacia la pared. En su rostro sereflejaba una fuerza que no se podíaobviar. Estaba sola en la habitación,la otra cama estaba vacía.

—¡Perdona! —dijo Bukowski—. Perdona que te haya hechoesperar pero el caso no me deja enpaz. Ahora hasta ha aparecido un

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cura, al parecer un pez gordo deRoma. Además, se supone que se nosha escapado uno delante de nuestrasnarices cuando estábamos en lacabaña. No he podido llegar antes.

—Está bien —contestó Lisa sinmover la mirada de la pared.

Es como si estuviese fijada a unpunto del que no pudiera soltarse.

—Está claro que te liberaremosde este asunto hasta que no terecuperes del todo. Si hubiese sabidoque estás embarazada no te habríaarrastrado hasta aquí.

—Yo tampoco lo sabía —

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contestó Lisa—. ¡Qué bien que lasenfermeras de este hospital sedediquen a publicar las noticias! Porlo visto aquí no existe el secretoprofesional.

Bukowski movió la cabeza sinentender nada.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué estástan molesta? Dios mío, estásembarazada, vas a tener un niño. Entu vientre está naciendo una nuevavida. Espero que el padre de lacriatura se alegre un poco más quetú.

—¡Déjame! —protestó Lisa

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molesta.—Ni siquiera me habías

contado que tenías novio —prosiguióBukowski y en silencio pensabasobre qué podría haber dicho tanmalo como para que Lisa se pusieseasí.

No pudo hacer nada por evitarenterarse de su embarazo en lascircunstancias en las que lo hizo.

—¿Podemos salir ya? —preguntó Lisa—. Quiero darme unaducha y dejar de pensar.

Bukowski suspiró.—¿Qué te pasa conmigo? ¿Por

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qué te enfadas tanto cuando hablo?A Lisa se le saltó una lágrima.

Dejó de abrazarse las rodillas conlos brazos y se secó la cara.

—Todo en vano —dijo con unfuerte tono—. La academia depolicía, todos los seminarios yestudios. En la siguiente revisión mehubiesen ascendido y ahora todosmis esfuerzos no han servido paranada.

Bukowski se levantó.—No se ha acabado todo —

contestó Bukowski—. Muchasmujeres vuelven al trabajo después

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de su embarazo.Lisa no entró en el comentario

de Bukowski.—No tengo ni idea de lo que

voy a hacer con un niño, no estoypreparada para esto. Tengo unapartamento pequeño. Dios mío, ¿porqué tiene que pasarme a mí?

—En algunas familias elhombre cuida de los niños y la mujercontinúa con el trabajo —prosiguióBukowski.

Lisa negó con la cabeza.—Embarazada, vaya mierda, me

voy a Holanda.

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Bukowski dio un salto.—¿Quieres que te lleve a ver a

tu novio para hablar con él?—Esas pastillas de mierda —

protestó Lisa—. Se supone que notenía que haber pasado nada, voy ademandar al fabricante.

—Lisa, ¿quieres que hable yocon tu novio? ¿No crees que deberíasaber que pronto va a ser padre?

Lisa miró enfadada a Bukowski.Si las miradas matasen hubiese caídofulminado en ese preciso instante.

—¡Tú tienes la culpa de todo!—le regañó.

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Bukowski abrió los ojosexageradamente y se mosqueó.

—¿Y qué tengo yo que ver coneso? —protestó.

Lisa se levantó y se puso loszapatos. Llevaba un chándal blanco yse había recogido su pelo rubio en unmoño.

Apretó los dientes y gruñó.—A veces yo misma me

abofetearía.Bukowski sonrió un poco, le

gustaba mucho cuando se enfadaba.—No deberías sobresaltarte

demasiado —intentó tranquilizar a

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Lisa—. Si tú no te atreves yo puedohablar con el padre del niño.

Lisa se puso justo delante de ély lo miró enfadada.

—¿Qué es lo que dices todo elrato sobre un supuesto novio? ¡Joder!No tengo novio.

—Yo creía...—Escúchame bien —

interrumpió Lisa—. La única vez quehe estado con un hombre en losúltimos tres meses fue una noche enParís. Espero que no se te hayaolvidado.

Bukowski se quedó sin

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respiración, con la boca abierta yempezaron a temblarle las rodillas.Sin comprender nada se dejó caer enla cama.

Lisa se dirigió a la puerta.—Espero que el señor se haya

enterado de una vez por todas —dijo—. ¡Vamos ya! No tengo ganas depasar aquí la noche.

Bukowski apenas escuchó laspalabras de Lisa. La sangre legolpeaba fuertemente en los oídos yel corazón parecía que se le iba asalir por la boca.

Múnich, Unidad de Crimen

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Organizado de Baviera, brigada 63Bukowski no podía acordarse

de cuándo fue la última vez que habíapasado una noche tan mala. Apenashabía podido pegar un ojo. Leretumbaba la cabeza como si en suinterior miles de moscas estuviesenhaciendo una carrera. Por mucho quepensara, no servía de nada. Lisaestaba embarazada y según todos losindicios él era el padre. Dios mío, lachica era treinta años más joven queél, podría ser su padre. Él no sehabía propuesto tener hijos a esaedad.

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El teléfono le arrancó de ungolpe de su flujo de pensamientos.Bukowski contestó un tantodespistado.

—¿Qué ocurre, señorBukowski? —preguntó la directorade la judicial, la señora Hagedorn-Seifert, con una firme voz—. ¿No seencuentra bien?

—Estoy bien —contestóBukowski sin mucho entusiasmo—.Estamos de lleno en el caso.

—Sí, me hubiese venido bienque de vez en cuando me informasedel avance de las investigaciones.

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Me he tenido que enterar por laprensa que uno de mis colaboradoresestuvo implicado en un tiroteo enBerchtesgaden, en el que resultaronmuertas varias personas.

Bukowski se extrañó delinterés. Lo típico, no mover el culopara nada pero querer estar enteradode todo para poder presumir en lasaltas esferas de todas lasexperiencias que se tienen.

—No pude hablar por teléfono,todo fue demasiado deprisa. Además,tenía la mano ocupada con unapistola —contestó Bukowski

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irónicamente.—Bukowski, ya le he dicho que

usted no me gusta ni un pelo pero mehan ordenado del ministerio que nole pierda la vista. Ahora tendré quesentar las bases del juego. ¿Quéindagaciones quedan pendientes?

Bukowski empezó a hacerleburlas al teléfono y empezó a imitar asu jefa. Se podía imaginarexactamente el aspecto que teníaahora sentada al teléfono.

—Veamos, le resumiré —contestó Bukowski y otorgándole asu voz cierto aire de formalidad—.

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Hoy le darán el alta al primer heridoy lo trasladarán a Múnich. Mañanatiene la primera cita sobre elmantenimiento de la orden de prisiónpreventiva. Me gustaría volver ahablar con él. Ha aparecido enescena un amigo suyo, un tal JeanColombare de París, le ha buscadoun abogado. El segundo herido sigueen el hospital, está custodiadoporque está detenido y porque labanda estaba compuesta por uncuarto miembro que aún está a lafuga. No podemos descartar queaparezca en el hospital. Ya hemos

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ordenado la búsqueda internacionalpero es difícil cuando no se sabeexactamente a quién estamosbuscando.

—¿Se ha determinado eltranscurso de los hechos?

—Estamos trabajando en ello.—Bien, Bukowski —dijo la

jefa—. Aún tengo algo quecomentarle. El fiscal jefe Huber meha puesto en conocimiento que elobispo le ha informado que usted haconfiscado, en el marco de estaoperación, unos papeles quepertenecen a la Iglesia. Se trata de

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unos escritos muy antiguos yposiblemente sean el motivo de losasesinatos.

—Exacto —confirmóBukowski.

—Evidentemente,devolveremos inmediatamente esosdocumentos a su propietario. Haga unpar de fotos, será suficiente.

—Pero los escritos estánenvasados al vacío. Necesitaríamosun laboratorio especializado, si nopodemos dañarlos.

—Pues haga fotos de losescritos empaquetados.

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Bukowski negó con la cabeza.—Pero se trata de pruebas.—Basta con que la Iglesia diga

que se trata de valiosos documentosantiguos, ¿o acaso no confía en lapalabra de un obispo?

Bukowski respiróprofundamente.

—Vale —contestó.No tenía sentido discutir sobre

el tema. El fiscal era quien debíadecidir si bastaba con una afirmaciónde la Iglesia. Al día siguienteentregaría el paquete a la sala depruebas criminales de la fiscalía.

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Después de colgar, emitió unfuerte suspiro y se estiró bien en lasilla. De repente, se sobresaltó. Lisaestaba enfrente de él.

—¿Cómo...? No... no te heescuchado entrar —tartamudeó.

Se sentó detrás de su mesa.—Tú, yo...—No quiero escuchar nada de

eso —objetó inmediatamente aBukowski—. Tenemos que acabar untrabajo y eso es lo que vamos ahacer.

Bukowski negó con la cabeza.—No puedo hacer como si no

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hubiese pasado nada.—Lo pasado, pasado está. No

podemos hacer nada por cambiarlopero tenemos un caso sobre la mesa ynos concentraremos precisamente eneso y en nada más, ¿de acuerdo?

Bukowski tuvo que reírse.—¿Te he dicho alguna vez que

te salen dos hoyuelos en las mejillascuando te pones nerviosa? Y se ve alos hoyuelos dando saltitos, es muydivertido.

Lisa se enervó.—Primero me dejas preñada y

ahora, ¿te quieres reír de mí? —le

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gritó tan fuerte que Bukowski parecíaempequeñecerse en su silla.

—Ok —contestó en voz baja—.Te informaré de todo lo que hapasado y escribiremos juntos elinforme previo para la fiscalía.

Lisa asintió de mal humor.Centro penitenciario Múnich-

Giesing, stadelheimer StrassePor la mañana temprano dos

agentes de policía trasladaron a Tomdel hospital al centro penitenciariode Múnich. No le permitierondespedirse de Moshav. Bukowskihabía ordenado que los detenidos no

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se vieran hasta nueva orden. Aúnexistía peligro de colusión.

Una vez que Tom superó eldegradante procedimiento deadmisión, fue conducido a una celdaindividual para presos con orden dedetención preventiva. Una celda detres metros de ancho y cuatro delongitud, con una pequeña mesa, unasilla, varios armarios y una camadura, sería su nueva residenciadurante los próximos días.

Los detenidos bajo prisiónpreventiva se alojaban enhabitaciones individuales y, a

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mediodía, podían utilizar el patiointerior para dar un pequeño paseo.No le importaba, desde que sabíaque Yaara estaba bien y andabacerca de allí se sentía mucho mejor.Pronto le concederían la libertad, alfin y al cabo, él era una víctima y noun asesino.

Apenas llevaba una horasentado en su celda cuando se abrióla gruesa puerta de metal. Unfuncionario de prisiones con unacamisa celeste se asomó.

—Venga, visita —dijoescuetamente.

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Tom siguió al funcionario quelo dirigió a través de una esclusa deseguridad hasta la sala de visitas alfinal del pasillo.

Tom pensó que le esperaría unagente de policía. Quizás de nuevo eltal Bukowski pero se sorprendiócuando vio al padre con una túnicanegra sentado de espaldas a lapuerta.

El funcionario de prisiones leindicó a Tom que se sentara yabandonó la sala. Tom observó lasala, había una cámara de vigilanciaenfocada hacia él. Cuando el cura se

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giró casi se cae de espaldas de lasorpresa.

—¿Usteeed? —dijo con unaevidente sorpresa.

—¿Se acuerda de mí? —preguntó Pater Leonardo.

—Usted era el acompañante dePater Phillipo en el aeropuerto deTel Aviv. Nunca olvido las caras.Usted viene de Roma.

—¿Cómo lo sabe?—Voló hasta Roma si no me

equivoco. ¿Era su gente, esa delbosque?

Pater Leonardo hizo un ademán

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de defensa.—No creerá que tengo algo que

ver con ese asunto. Soy un hombre dela Iglesia, defiendo la palabra y lapaz, no las armas y la violencia.

Tom rio.—¡Curioso! Aparece en

Jerusalén y las excavaciones seconvierten en un campo de tortura.¿Por qué iba a creerle?

—Chaim Raful le contaminócon sus ideas. Usted nació enAlemania y fue bautizado en la fecristiana. ¿Es tan fácil dejar a unlado su fe, sus orígenes y su

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identidad?Tom se echó hacia atrás con la

silla.—Soy un simple arqueólogo

que se basa en hechos.Pater Leonardo rechazó el

comentario de Tom con un gesto.—Arqueólogo —repitió con

tono despectivo—. La mayoría de losarqueólogos son buscadores detesoros que cavan agujeros en latierra a cualquier precio paraconseguir fama personal.

Tom negó con la cabeza.—No, los arqueólogos buscan

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huellas. Los restos de nuestrosantecesores para poder entender dedónde procedemos y hacia dóndedebemos dirigirnos.

Pater Leonardo se acercó unasilla y se sentó.

—¿Había traducido Raful ya losescritos?

—¿Por qué ha venido a verme?¿Quiere asesinarme a mí también?

—No entiende nada —contestóPater Leonardo—. Soy de Roma, notengo nada que ver con todo lo queha pasado. Soy miembro de laCongregación de la Fe, secretario del

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cardenal prefecto, no soy un asesino.Hoy existen otros medios, lostiempos han cambiado. No hay queasesinar a nadie, basta con crearconfusión. ¿Pero por qué tengo quecontarle esto? Las personas, comocreación de Dios, deben cumplir losmandamientos que el Señor les haofrecido.

Tom observaba al cura conmucho enfado, intentaba ver más alláde sus palabras. ¿Qué se traía entremanos? ¿Por qué estaba allí?

—Desde el punto de vistabiológico, el ser humano puede ser la

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corona de la creación pero sitenemos en cuenta sus actos es el sermás inferior, más que los parásitosque solo toman lo que necesitan paracomer. En cambio, el ser humanosolo conoce odio y ambición.

Una sonrisa se colocó sobre elrostro del padre.

—Tiene una mala imagen delser humano y de la Iglesia.

—Todos conocemos la historia.La Iglesia condenó con sangre ylágrimas a inocentes.

—Jesús murió por todosnosotros, murió de forma brutal —

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replicó Pater Leonardo.—Jesús murió por sí mismo y

por su ideología —corrigió Tom.—¿Se lo ha dicho Raful o su

compañero de lucha Jungblut?—Digamos que son hechos

arqueológicos.Pater Leonardo entendió que

posiblemente el hombre que teníasentado frente a él conocería, conseguridad, el contenido de losescritos de los templarios. Rafulhabía comenzado ya su trabajocuando fue asesinado. Inhalóprofundamente.

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—Si suponemos que Jesús deNazaret no era el hijo de Dios sinoun hombre normal que fue arrastradopor la corriente hasta el centro de lahistoria y usted cuenta con unaprueba real que lo demuestre:¿cuántas esperanzas destrozaríamos?¿Cuánta decepción, dolor y amarguraestaría dispuesto a ejercer sobre laspersonas?

Tom miró al techo. ¿No habíadicho el anciano profesor algosimilar? ¿Cómo sería el mundo sin lacreencia en Dios? Tom no podíaimaginárselo.

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—¿Y qué pasa con la verdad?¿No se compromete la Iglesia a ello?

—Cada verdad tiene sumomento. Mire el mundo. No estápreparado para la verdad.

Tom asintió.—Nos han perseguido, algunos

fueron asesinados. Mire la cantidadde sangre que se ha derramado porculpa de esos criminales. Nopodemos sentirnos seguros hasta queesos escritos se hayan publicado.

—Pronto estarán en un sitioseguro y nadie más se interesará porusted y sus amigos, le doy mi

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palabra. Le ruego humildemente quepiense en lo que le acabo de decir yme crea —dijo Pater Leonardo antesde tocar a la puerta para que leabrieran.

Tom suspiró.—¿Puedo confiar en usted de

verdad?—¡Que Dios le proteja! —dijo

el padre al despedirse.Múnich, Unidad de Crimen

Organizado de Baviera, brigada 63—¡No puede ser verdad! —

exclamó Bukowski dando un fuertepuñetazo sobre la mesa.

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Retumbó tanto que Lisa seasustó.

—¿Qué te han dicho? —sequejó Lisa—. ¿Te has vuelto loco?

Bukowski colgó enfadado elauricular.

—Era de la fiscalía, tenemosque dejar en libertad inmediatamentea ese Thomas Stein.

Lisa miró confundida.—¿Y qué pasa con el peligro de

colusión?—Thomas Stein se ha buscado

el mejor abogado de la ciudad paraque lo represente. La fiscalía se mete

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el rabo entre las piernas. Haaparecido un amigo de Thomas Stein,un tal Jean Colombare de París, quetrabajó con él en las excavaciones yque afirma que sus dos compañerosestaban simplemente buscando alprofesor Raful. Nuestra científica nova a poder seguir con lareconstrucción de los hechos y es desuponer que el chico ingresado nopueda recordar lo que pasó aquellanoche, padece una amnesia temporalcomo consecuencia de la contusióncerebral.

—Aún tenemos a la mujer —

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observó Lisa.—Stein y su compañero están

totalmente libres de cargos. Sonarqueólogos y al parecer se hanlabrado un reconocido prestigio ensu ámbito. En cambio, la mujer yacuenta en su historial con una largalista de denuncias. La fiscalía dudade su inocencia. Además, laresidencia habitual de Stein esGelsenkirchen.

—Es decir, no tenemos nadaque hacer —prosiguió Lisa.

Bukowski cogió laspertenencias de Thomas Stein del

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cajón de su escritorio. Pensativoobservó la cadena del cuello en laque colgaba la llave de la taquilla dela estación de Berchtesgaden.

—Aún nos queda unaoportunidad —dijo Bukowskireflexivo—. ¿Tienes una llavepequeña de un casillero o algoparecido?

—¿Qué pretendes hacer?—Si no lo podemos pillar por

su participación en el tiroteo loharemos por robo. Quizás la fiscalíareconozca entonces su implicación enlos hechos del bosque y sea capaz de

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emitir una orden de prisión.Lisa revolvió el cajón de su

escritorio y sacó una llave.—Es de nuestra antigua máquina

de café. Antes me encargaba derellenarla.

Bukowski analizó la llave yasintió satisfecho.

—Necesito dos equipos deseguimiento. ¿Podrías encargarte deeso?

Una hora más tarde llevaron aTom a la Policía Judicial de Bavieradonde Bukowski le esperaba en lasala de declaraciones. A pesar de

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todas las estrategias posibles paraque confesara, Tom ratificó susafirmaciones anteriores. FinalmenteBukowski se levantó de la silla y leentregó a Tom sus pertenencias.

—Puede marcharse —dijo—.Fuera le está esperando un amigo, untal Jean Colombare. Su compañerode trabajo, ¿no?

Tom asintió, tomó la cadena yse la colgó al cuello.

—El teléfono se ha roto,necesitará uno nuevo.

Tom sonrió.—Estoy orgulloso de salir vivo

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—contestó antes de abandonar lasala.

Jean Colombare estaba sentadofuera, en un banco del pasillo.

—¡Gracias a Dios que estásbien! —exclamó al abrazar a Tom.

—¿Dónde está Yaara? —preguntó Tom.

Jean le agarró por el brazo y lesusurró:

—Te lo contaré fuera.Bukowski estaba mirando por la

ventana. Sonrió cuando pudo divisara Tom y a su acompañante en elaparcamiento. Se subieron a un

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Volkswagen rojo.—¡A ver qué pasa! —dijo—.

¿Está preparado el vehículo?—Todos en sus puestos —

contestó Lisa.—Voy a llamar a Maxime, tiene

que contarme todo lo que sepa sobreese tal Colombare. Quizás hastapodamos atrapar a los dos —dijoBukowski alegremente.

—Tú y tus planes —replicóLisa modestamente.

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55

Múnich, Amalienstrasse cerca delJardín Inglés

-¡Muchas gracias por sacarmede prisión! —le dijo Tom a JeanColombare al salir de la comisaríaprincipal de Policía.

—Yo no he sido —contestóJean y señaló a su acompañante—.Es tu abogado.

—No tuvimos ningún problemaal recurrir contra el auto dedetención —explicó el hombre de

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barba—. Bukowski no tenía ningunaprueba contra usted.

—Se lo agradezco —contestóTom y le extendió la mano.

—No hay de qué —contestó elhombre antes de darse media vuelta ymarcharse.

Tom miró demandante a sualrededor.

—¿Y Yaara, dónde está?—Te está esperando en el piso.

Pensé que sería mejor que noapareciéramos todos de golpe en lapolicía. Vámonos ya. Por el caminome puedes contar todo lo que ha

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pasado.Abandonaron la comisaría y se

subieron en el Volkswagen rojo quetenía aparcado en el parking.

—¿Un piso, un coche? ¿Dedónde has sacado todo esto?

—Tengo un amigo en Múnich—contestó Jean y arrancó el motor—. Y ahora... ¡Cuéntame! ¿Tienes losescritos?

Tom tiró sonriente de la cadenade oro que le rodeaba el cuello ymostró la llave frente a los ojos deJean.

—Sé donde están guardados —

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contestó Tom—. Raful y Jungblut losguardaron en un lugar seguro antes demorir asesinados. Lo que aún notengo claro es cómo esos tiposdieron con nosotros en la cabaña.

Pasaron por la Briener Strasse ytorcieron por el Oskar-Miller-Ringhacia la Amalienstrasse. Tom lecontó con todo lujo de detalles lo quehabía vivido en la cabaña.

—Moshav tuvo mucha suerte —dijo Tom mientras Jean conducía porla Amalienstrasse—. No faltó muchopara que le matasen.

Jean asintió.

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—Estará ingresado hasta el finde semana.

—¿Has ido a verlo?—Sí, le he prometido que no lo

dejaremos solo.Esa calle se extendía en

dirección norte. Estaba rodeada deedificios de varias plantas conventanas abalaustradas, pequeñosbalcones y ornamentos en lasfachadas. Al poco, Jean detuvo elcoche en un aparcamiento libre.

—Ya hemos llegado —dijo.Tom no podía esperar más,

estaba deseando abrazar a Yaara.

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Jean dirigió a Tom a un edificiode cuatro plantas con la fachada gris.En las ventanas no había cortinas,parecía que el edificio estaba vacío.

—Creía que tan cerca de laUniversidad era imposible encontrarun apartamento vacío —comentó.

—Este edificio es de un amigo,lo va a renovar para alquilarlo. Sonapartamentos de su propiedad, yasabes, una buena inversión.

—Tu amigo sí que es un buenespeculador —bromeó Tom.

—Algo parecido —contestóJean y cerró el gran portal de

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madera.Entraron al edificio y Jean cerró

cuidadosamente con llave. Subieronpor las escaleras hasta la terceraplanta. En cada planta había dospuertas, Jean se dirigió a la derechaque era de oscura madera de roble.

Jean abrió con llave y le indicóa Tom que pasara. El piso estabavacío, las paredes no estabanterminadas de pintar.

—A tu amigo le queda bastantepor hacer —bromeó Tom.

Jean asintió con una sonrisa.Juntos entraron a la sala de estar

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amueblada con un solo sofá en laesquina donde Yaara estaba sentada.Tenía las manos escondidas detrásde su espalda.

Tom le sonrió pero se diocuenta enseguida de que algo nomarchaba bien, su rostro permanecióinerte.

Cuando Tom escuchó que secerraba la puerta detrás de sí, segiró. Su mirada se fijó en un hombrealto y delgado con un moderno trajebeige. Tenía el pelo negro, era muymoreno de piel y muy aparente, comoel modelo de un catálogo de ropa.

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Con la mano sujetaba un arma degran calibre, apuntando hacia Tom.

Tom miró sin poder dar créditoa Jean.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó.Jean levantó las manos para

defenderse.—No os pasará nada, os doy mi

palabra. Solo queremos los escritosy los artilugios de la tumba, despuésdesapareceremos. Te prometo que nonos volverás a ver. Así que no teresistas, por favor.

Tom no podía creer lo queestaba pasando, bajó los hombros y

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miró tristemente al suelo.—Creía que eras nuestro amigo,

¿cómo puedes meterte con estagente?

El rostro de Jean adoptó unafuerza que no se podía obviar.

—Amistad, camaradería ycooperación son bonitas palabras.Me sentí bien con vosotros, deverdad. Quizás suene como una frasehecha pero es cierto. No obstante,hay épocas en las que tenemos queconsagrar nuestras vidas a asuntosmás elevados que las cuestionespuramente terrenales.

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Tom asintió.—Entiendo —suspiró—.

Siempre me he preguntado cómopodían seguirnos tan de cerca esostipos. Ahora lo entiendo todo. Desdeel principio has estado con ellos. Túeras la persona infiltrada en nuestrasfilas y has sido quien nos haconducido hasta el precipicio.¡Espero que te quede claro que tieneslas manos llenas de sangre!

—Lo sé, pero eso va más alláde tu entendimiento —contestó Jean—. Las enseñanzas de Dios y su hijohecho hombre son mucho más

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importantes que la amistad. Miles demillones de personas confían en él.Nadie tiene derecho a decepcionar atantas personas. Todos hemos venidoa la tierra para cumplir una misión.

Tom pensó en Pater Leonardo.—Ya he escuchado algo

parecido. Siempre había creído quela Iglesia es símbolo de amor yconfraternidad.

—Por supuesto, pero puededefenderse cuando la atacan, por esoexiste la Hermandad de Cristo desdehace más de mil años.

—Y últimamente habéis

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acabado con numerosas vidas. Si deverdad existe Dios, nunca aprobarávuestras actuaciones. Arderéis en elinfierno.

Jean sonrió.—¡Dame la llave!Freising, Casa Cardenal

DöpfnerEl hermano Markus había

llamado y puesto en conocimiento dePater Leonardo que el cardenalBorghese había llegado de París ypretendía pasar un par de días enMúnich. No había mencionado elmotivo de su visita pero Pater

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Leonardo podía imaginarse la causaque le había traído hasta la región deBaviera.

Era la ocasión definitiva parafrenar las actividades de Borghese,así se ahorraba él la visita a París.Tendría consecuencias fatales que elcardenal moviese ficha tal y comoestaban las cosas.

Ya era mediodía cuando visitóla habitación del cardenal. Llamó ala puerta y esperaba una respuestaque no recibió. Pater Leonardo pegóel oído a la puerta y escuchó laconversación que el cardenal

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Borghese mantenía al teléfono enfrancés. Lo más probable era que setratara de un cómplice suyo de laHermandad, así pudo deducir de losfragmentos sueltos que podía irpercibiendo. Al parecer, el cardenalhabía olvidado que las puertas deFreising no eran tan macizas comosolían ser las de los tradicionalesedificios eclesiásticos.

Después de un rato, PaterLeonardo no aguanto más. Sin volvera llamar a la puerta, entró de golpeen la habitación. El cardenalBorghese se quedó paralizado por la

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inesperada entrada. Se alejó elauricular del oído y le gritó enfadadoa Pater Leonardo:

—¿Pero qué se ha creído usted?Pater Leonardo sonrió y levantó

los brazos para restarle importancia.—¡Abandone inmediatamente la

sala! ¡Aún no he terminado estallamada telefónica!

Pater Leonardo no pensabaobedecer. Descaradamente se acercóuna silla y se sentó, después secolocó bien la sotana.

—¿Es que acaso ya no se tienenmodales en Roma? ¿Se ha olvidado

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del respeto hacia la esfera privada?Al cardenal prefecto seguro que no legusta nada lo impertinente que secomporta su secretario.

—¡Se equivoca! —contestófríamente Pater Leonardo—. Suconversación telefónica ya haacabado. Dígale a su hermandad queya ha concluido todo. Ya no existenlos templarios y el asesinato no es unmétodo propio para una Iglesia quedesea perdurar más allá del sigloXXI.

El cardenal frunciópronunciadamente el ceño.

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—Le llamaré más tarde —dijoal pequeño micrófono del teléfonomóvil antes de colgarlo y colocarlosobre el escritorio.

—¿Qué sabe sobre laHermandad? —preguntó Borgheseatónito.

—¡Todo! —contestó PaterLeonardo secamente.

—Entonces, querido amigo yaes hora de que hablemos —contestóel cardenal con una fingidaamabilidad.

Se sentó junto a Pater Leonardo.—¿Café o té?

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Pater Leonardo mostró sudisconformidad.

—¡Nada de eso!—¡Querido amigo! —intentó el

cardenal reanudar de nuevo laconversación—. La Hermandad deCristo no es algo secreto, tampocoestá prohibida. Se trata simplementede una simple asociación decristianos, muy creyentes, cuyaprioridad es el bienestar de nuestramadre Iglesia. Recogemos fondos,financiamos hospitales y protegemosa nuestra Iglesia de todo el mal de lasociedad actual. La tarea que nos

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hemos propuesto se diferencia muypoco de su misión en laCongregación de la Fe. La sección dela doctrina de fe está muyconcienciada en proteger a la Iglesiade los actos de herejía.

Pater Leonardo se sintió forzadoa reírse.

—¿Esa es la imagen que ustedtiene de la congregación? ¿En quésiglo vive, Borghese? Hace tiempoque pasó la cacería de las brujas.

El cardenal Borghese respiróprofundamente.

—Una vez más le perdonaré su

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falta de respeto, joven amigo. Leatribuiré a su juventud esas formascon las que me trata.

—Los asesinos no merecenningún respeto, ya lleven cíngulo opileolus. Sé todo lo que ha hecho ylo puedo demostrar. Voy a acabarcon usted y me encargarépersonalmente de que arda en lasllamas del infierno.

—Hereje, demonio, ¿pero quése ha creído usted? ¿Acaso no sabequién posee el poder dentro de laIglesia? Pequeño padre impertinente,con que mueva solo un dedo puedo

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enviarle al Polo Norte a hacer unamisión con los pingüinos.

—¡Se equivoca!—¡Yo no me equivoco nunca!—Los pingüinos viven en el

Polo Sur y ese no es su único error.E l arbitratus generalis que me haconcedido el cardenal prefecto,firmado por el mismo papa, meotorga el poder para poder irpreparando la hoguera en la quearderá.

El cardenal Borghese se asustó.¿Se habría equivocado de verdad?¿Había sido capaz el cardenal

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prefecto de dar un paso así?—¿Qué quiere de mí? —

preguntó con inseguridad el cardenal.—Quiero que haga las maletas

ahora mismo y desaparezca de aquí.Váyase a París y organice sudimisión. En los próximos tres díasse despedirá de todos sus cargos y seretirará de este mundo. En nuestraIglesia no hay sitio para una banda deasesinos.

—Usted no sabe lo que dice —balbuceó el cardenal Borghese—.¿Por qué iba a hacer lo que dice?

Pater Leonardo se levantó de la

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silla y se dirigió a la puerta. Antes detomar el pomo de la puerta se giróhacia el cardenal.

—Tengo en mis manos laspruebas que le culpan. Si no semarcha voluntariamente, informarépersonalmente al papa de susacciones. La Santa Sede leexcomulgará. O dimite o se pudrirácomo un asesino excomulgado en unaprisión. Puede elegir qué caminotomar, le doy exactamente setenta ydos horas para ello.

Múnich, Amalienstrasse cercadel Jardín Inglés

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—¿Dónde tienes escondidos losescritos? —preguntó Jean—. Notienes opción: o nos lo dices omoriréis asesinados.

—¿No vamos a morir de todasformas? —contestó Tom, sentadojunto a Yaara en el sofá y con lasmanos esposadas.

Jean se puso justo delante de ély lo miró profundamente a los ojos.

—Soy un hombre cristiano yaún vuestro amigo. Dímelo y osdejaré marchar, os doy mi palabra.

Tom sonrió torciendo loslabios.

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—¿Creerías a un traidor?Jean cerró los ojos y miró al

techo.—La fe ha sido siempre y

seguirá siendo lo que llena mi vida.¿Pero de qué sirve la fe si no sepuede proteger mediante unainstitución como la Iglesia? Os lodigo, se perderá. Entré a estahermandad por puro convencimientoy con toda mi alma para poderproteger la fe con mi propia vida.¡Mirad las iglesias vacías! Miradnuestros envejecidos curas. Portodos lados nos acechan enemigos

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que están esperando a robarnos la fe.Hace tiempo que la sociedad haperdido su vinculación con Roma.No podemos permitir que se pierdanlos últimos restos de la cristiandad.Algunos de los que observan estedesarrollo afirman que son las docemenos cinco. Sin embargo, yo digoque las doce menos cinco eran ayer.Si esos rollos se publican, entoncestoda la Iglesia se derruirá. ¿Quésentido tendrían entonces nuestrasvidas?

Tom negó con la cabeza.—Esos escritos son el legado

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del maestro de la justicia a lahumanidad. Todos tenemos elderecho de informarnos y conocer alhombre al que veneramos.

—¿Tú no eres tambiéncristiano?

—Creo en la verdad —replicóTom.

El elegante hombre con lapistola en la mano se habíamantenido apartado en todo momentoy en silencio. Pero en ese momentoapareció en escena. Con una fríamirada miró a Tom a los ojos, bajóla pistola y sonrió. Con una

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velocidad inimaginable saltó hacia élpero para atrapar a Yaara, la puso depie bruscamente y le puso en elcuello un cuchillo que llevabaescondido en la mano.

—Ya habéis hablado bastante—dijo bruscamente.

Tenía acento italiano. Tom lomiró con miedo. A Yaara letemblaba todo el cuerpo.

Pasó el cuchillo por la gargantade Yaara, el pecho y su bajo vientre.

Tom se preparó para dar unsalto.

—Voy a trocear a tu novieta

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delante de ti, no va a ser una muertefácil. ¿Quieres que te cuente cómo sedespidió de este mundo vuestra jovenamiga italiana?

—¡Hijo de puta! —gritó Tom ysaltó del sofá.

Con un vigoroso ímpetu chocócontra el cuerpo del guaperas. Yaara,Tom y el torturador cayeron al suelo.El cuchillo salió por los aires. Lasesposas le impedían a Tom golpearal asesino pero pudo darle unapatada en el abdomen. El hombregritó de dolor. Antes de que Tomrepitiera la patada, golpearon a Tom

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por la espalda, el italiano se echó aun lado, Tom se giró. Jean estaba depie frente a él, apuntándole con unapistola.

—¡No te muevas Tom! —ordenó Jean—. Si no cooperas,matará a Yaara, no hagas ningunatontería.

—¡Está bien! —replicó Tom sinrespiración—. Pero que la deje enpaz.

Con dificultad el italiano pudoincorporarse. Bruscamente agarró aTom para vengarse del golpe.

—¡Antonio! ¡Basta! —ordenó

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Jean.El receptor de la orden se

detuvo y arrojó a Tom al sofá. Yaaraseguía tirada en el suelo. Jean larecogió y la llevó hasta el sofá.

—Lo siento —murmuró.Antonio elevó de nuevo el arma.—¡Que hable! —exigió

fuertemente—. Si no, perderé lapaciencia.

—¡Está bien Antonio! —letranquilizó Jean Colombare.

A Tom le dolía la espalda.Yaara estaba sentada junto a él y lomiraba compasivamente.

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—¡Venga! ¿Dónde estánescondidos los escritos?

—En una taquilla de la estaciónde tren de Berchtesgaden —dijoTom.

—¿Qué número?—Dieciocho.Jean miró a Antonio.—Encárgate de vigilarlos,

déjalos en paz si se comportan bien.En cuatro horas estaré de vuelta. Sipasa algo, llámame al móvil. Encuanto tenga los rollos en mi poder,te lo comunicaré.

Antonio asintió.

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—Cuatro horas, si paraentonces no has vuelto, acabaré elasunto a mi manera. Este tío disparóa Michelle, lo vi con mis propiosojos.

Tom no daba crédito. ¿Acasohabía estado ese tal Antonio en lacabaña de Rostwald? Entonces, ¿porqué no le atacó?

—Está viva y seguirá viviendo—contestó Tom.

—Pero en prisión, es peor quemuerta.

*

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El equipo de observación habíatomado posiciones en un vehículofrente a la casa. Stein y suacompañante habían desaparecido enun edificio gris de varias plantas. Ala media hora, otro equipo alojado enel edificio de enfrente informó deque en el apartamento a la derecha dela tercera planta había variaspersonas.

—¡Que sigan vigilando! —contestó Bukowski quien habíaaparcado el coche civil cerca de laSchillingstrasse.

—Nadie vive en ese edificio —

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le dijo Bukowski a Lisa que estabasentada en el asiento del copiloto. Sehabía propuesto no formar parte delequipo de intervención—. A ver sinos podemos enterar de quién esrealmente ese tal Colombare y sipodemos conseguir una llave dealguna forma.

Lisa asintió y sacó su móvil.De nuevo, crepitó la radio.—¡Puma 3/621 para 3/212,

vengan! —emitió la radio.El equipo de observación del

apartamento se comunicaba conellos. Bukowski contestó.

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—Acaba de aparecer unapersona frente a la ventana delapartamento de la tercera planta,estaba armada. Repito, estabaarmada. Parece que está apuntando aalguien tirado en el suelo.

—¿Qué está pasando ahídentro? —preguntó Lisa.

—¿Está seguro, 212?—Cien por cien.—¿Han disparado?—Negativo, repito, negativo.—¿Podría identificar a la

persona?—No es ni ese Stein, ni quien le

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recogió de la policía —contestó sucolega.

—¡Mierda! —soltó Bukowski.—¿Crees que se trata de la

cuarta persona de Rostwald quebuscamos?

—¿Quién si no? —replicóBukowski—. Quiero aquí, ahoramismo, a los SEK.

Apenas habían pasado diezminutos cuando se puso de nuevo encontacto el equipo de observación I.

—La persona B que seguimosabandona el edificio y se sube alcoche. ¿Qué hacemos?

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Bukowski miró demandante aLisa. Inhaló profundamente ycontestó:

—¡Sigan al vehículo!—¿Cómo ves el asunto? —

preguntó a Lisa.—Hay dos posibilidades —

contestó—. O el supuesto amigo deTom realmente no lo es o el asesinolo ha enviado a recoger los rollos ytiene a Stein de rehén.

Con admiración Bukowski dioun chasquido con la lengua.

—Buena chica, esperemos a vercómo evoluciona la situación. Pronto

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sabremos si ese francés va aBerchtesgaden.

Diez minutos más tarde, elequipo de observación I informó deque el vehículo de la persona B sedirigía hacia Berchtesgaden por laautovía. Antes de que Bukowskicontestara, sonó el teléfono de Lisa.La conversación telefónica fue breve.

—Efectivamente el edificio estávacío, no vive nadie allí porque vana venderlo.

—¿De quién es?—El propietario es un tal Pierre

Benoit, se lo arrendó a la Iglesia —

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contestó Lisa.Bukowski se frotó la frente con

la mano.—¿La Iglesia? ¡Interesante!

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56

París, Saint Germain des Prés

El cardenal andaba de un ladopara otro en la habitación, como untigre encerrado en una jaulademasiado estrecha. Desesperado,intranquilo, desesperanzado. Tras elencuentro con ese padre loco, elcardenal voló directamente a París.Estaba intentando contactar conBenoit pero hasta ahora no lo habíaconseguido. El cardenal suspiró.

Desde que Raful se puso en

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contacto con los dos religiosos deAlemania y los hombres de Benoitencontraron en la Wieskirche la llavedel cofre que habían obtenido delconvento de Ettal, sabía que eldestino de la Hermandad pendía deun hilo. Los fragmentos que conteníanel cofre no dejaban lugar a dudas deque el legado de los templarios yacíacerca del monte del Templo deJerusalén. Ese legado no habíacedido en su capacidad destructiva alo largo de los siglos. ¿Sería el finalde la Hermandad?

Las palabras del padre le

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hirieron como balas y no le dejabandescansar. ¿Qué pasaría en laspróximas sesenta horas? ¿Se dejaríaabatir tan fácilmente el cardenalprefecto? Su compañero de camino, alo largo de tantos años, le habíadejado en la estacada. Se negó arecibirle. ¿Sería el principio del fin?El prefecto no era miembro de laHermandad, nunca lo había sido,pero conocía de su existencia y latoleraba. En cambio, ahora se estabaalejando de su amigo. Una amistadde cuarenta y cinco años que seestaba aniquilando de un plumazo.

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En ningún momento dudó de queel padre poseyera suficientes pruebascontra él y sus compañeros de laHermandad. Sabía que si la opiniónpública se enteraba de los actos a losque se habían visto obligados, sedesataría un escándalo en todo elpaís. Exigirían la cabeza de todos, aligual que el padre ahora exigía lasuya. Nadie entendería que sepudiera utilizar hasta la muerte deuna persona, el último recurso, paraproteger a miles de millones depersonas contra un vacío espiritual.

Pater Leonardo le ordenó que

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dimitiera. Le pidió que entregaratodo por lo que había vivido hastaahora. Quería quitarle el sentido a suexistencia. El cardenal Borghesetenía miedo de caer. Tenía pánico deno poder pertenecer más a estasociedad.

Por otro lado, Benoit se habíaaprovechado de la existencia de laHermandad. A ella tenía queagradecerle todo su poder einfluencia que se extendía más alláde las fronteras europeas. Losnegocios con sus hermanos de fe lehabían aportado una riqueza infinita.

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La Hermandad le ofreció a Benoit elacceso a todos los ámbitos delmundo terrenal.

Pero ahora no era el momentode pensar en Benoit, solo tenía quepreocuparse de sí mismo. En apenassesenta horas se quedaría con lasmanos vacías. Le robarían todo supoder e influencia, se hundiría en lainsignificancia. Y pensar que muchoshabían llegado a considerarle comoel sucesor. En pocos años, seencendería su estrella y estaría muycerca de la Santa Sede.

El cardenal Borghese tomó de

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nuevo el teléfono y marcó el númerode Benoit. ¿Se negaría también aayudarle? ¿Dónde estaba metido?¿Había visto ya que se aproximaba elfinal y se habría quitado del medio?Tenía propiedades en todo el mundo.Aunque la Hermandad cayera, nuncatocaría fondo. Hace años le comentóque una persona inteligente tiene queestar preparada para cualquiereventualidad. Entonces habíafundado una granja en Argentina.Nunca se sabía si sería necesaria unaretirada a tiempo. En cambio, él nose había preparado ninguna

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escapada, aún no había conseguidosu objetivo pero ahora sabía quenunca lo alcanzaría.

El cardenal Borghese solo teníauna pasión que le reconfortaba encualquier momento. Algo totalmentebanal, mundanal y que hacía latir confuerza el corazón de muchaspersonas, el de los hombres sobretodo. Salió apresuradamente de lahabitación, tenía la sensación de quese asfixiaba.

En el garaje tenía aparcado supequeño Alfa rojo de los añossesenta, brillaba bajo la luz de neón.

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Ese vehículo se había convertido enel único medio para su escapada.Cuando sentía la vibración de sumotor y el aire fresco por su rostro,se le despejaban muchas dudas.

Se sentó detrás del volante yarrancó el motor. Salió de la ciudadpor el Saint Germain boulevard.Cuando dejó atrás las viviendas de laciudad consiguió relajarse un poco.Tomó la carretera en dirección sur.El cuentakilómetros marcaba cientosesenta cuando pasó por la carreterarural camino de Orleáns.

Múnich, Amalienstrasse cerca

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del Jardín InglésEntre tanto ya había llegado un

comando de los SEK camuflados enun camión frigorífico aparcado alfinal de la Amalienstrasse y del queno se tenía ninguna vista desde eledificio. Bukowski se habíaentrevistado brevemente con el jefede operaciones. Aún no tenían clarosi el acompañante de Thomas Steinera también víctima o un cómplice delos asesinos. Todas las opcioneseran posibles. Lo único que teníanclaro era que Jean Colombare notendría suerte en la taquilla de la

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estación de Berchtesgaden. Aún nohabían podido enterarse de nadasobre él, resultaba ser totalmentedesconocido entre los expedientes delos sumarios policiales franceses.Suponían que cuando descubriera sumala fortuna en la estación, losrehenes del apartamento de la terceraplanta lo pasarían bastante mal.

—No sabemos cuántos hay —dijo Bukowski.

—Mis hombres ya están en eledificio —replicó el jefe deoperaciones—. Vamos a intentarhacernos una imagen real de la

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situación con la cámaraestetoscópica. Pronto tendremos másdetalles.

Además de dos grandespantallas de ordenador, la mesa deradio de la unidad móvil disponía dedos grandes monitores. En esemomento ya habían bloqueado granparte de la Amalienstrasse.

Bukowski se dirigió a Lisa.—¿Qué piensas? ¿Crees que ese

Jean pertenece a la banda depistoleros o simplemente le hanencargado que recoja el botín yregrese a la casa?

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—Hay un cincuenta por cientode probabilidades —replicó Lisa.

El funcionario que operaba lamesa de radio tomó la palabra.

—En dos minutos la cámaraestará preparada.

—Entonces será mejor queesperemos y tomemos decisionescuando conozcamos mejor los hechos—decidió Bukowski.

Hacía apenas media horaBukowski había hablado por teléfonocon su amigo Maxime Rouen, leinformó sobre la evolución de loshechos en Múnich y le pidió que le

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informara de todo lo que supierasobre el tal Jean Colombare. Aunquedesde el punto de vista policial nohabían encontrado ningún expedientesobre él, era de vital importanciasaber con qué tipo de personaestaban tratando. Ahora estaba a laespera de que su amigo le devolvierala llamada.

—Ahí los tenemos —informóde nuevo el funcionario del comandode operaciones y activó los dosmonitores—. El monitor 1corresponde a la imagen de lacámara de la ventana y el monitor 2 a

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la de la puerta.Bukowski observaba intrigado

las dos pantallas. La imagen quetransmitía la cámara exterior no eranítida y solo mostraba la sala deestar. No se podía reconocer aninguna persona. En cambio, laimagen del segundo monitor eramucho mejor.

—Un hombre con una pistolaautomática —murmuró Bukowski.

—Y dos personas en el sofá. Lade la izquierda puede ser una mujer—agregó Lisa.

—Es una mujer —confirmó el

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jefe de la operación—. Deben ser losrehenes.

—¿No tenemos sonido? —preguntó Bukowski.

El funcionario movió la cabezay se dirigió a él.

—El sonido está activado perono está hablando nadie. Tampoco sési podríamos entender algo, como elapartamento está vacío la resonanciadebe ser muy acentuada.

Bukowski asintió.—Al menos sabemos que

efectivamente hay rehenes.El móvil de Bukowski sonó, era

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Maxime Rouen.—Si me hubieses dicho que es

tan urgente, me hubiese encargadoinmediatamente de ello —dijoMaxime Rouen—. ¡Escucha! JeanColombare, nacido el 21 de mayo de1964 en Hyères, con residencia en larue Condorcet número 7 en París, esun reconocido arqueólogo yespecialista en el ámbito de lapaleontología. Estudió en París yparticipó en repetidas ocasiones enexcavaciones de todo el mundo. Porotro lado, ya te he comentado que nocuenta con ningún antecedente

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policial.—Entonces forma parte del

grupo de Stein y le han encargadoque recoja los documentos —murmuró Bukowski hacia elmicrófono de su móvil.

—No estés tan seguro —contestó Rouen—. El pasado 12 demarzo sacaron a Jean Colombareahogado del Sena. Todos los indicioshacían pensar en un suicidio. El casose cerró. Está enterrado en uncementerio al norte de la ciudad. Nosé quién será vuestro hombre peroseguro que no es Jean Colombare.

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Entonces, su hermana pudoidentificarlo sin ninguna duda.

Bukowski respiróprofundamente.

—¿Se encontró alguna carta dedespedida?

—Según el expediente no, perosu hermana recibió un correoelectrónico en el que anunciaba susuicidio. Lo recibió el mismo día quemurió. Estaba muy borracho cuandosaltó al Sena.

—Entonces vas a tener quecomprobar de nuevo el expediente —contestó Bukowski—. Es posible que

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ahora mismo estemos persiguiendo asu asesino.

Cuando concluyó laconversación telefónica Bukowskimiró demandante a Lisa y al jefe dela operación especial.

—No nos queda otra opción,tenemos que actuar inmediatamente—dijo Bukowski—. Tenemos quepartir del hecho de que el supuestoColombare es cómplice del hombreque está apuntando con la pistola.

—Cuando esté frente a lataquilla y se dé cuenta de que la llaveno entra, llamará a su amigo —

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agregó Lisa.Stefan Bukowski asintió.—¡Actuemos! —exclamó

decidido.Berchtesgaden, estación

central de trenEl Volkswagen rojo estaba

aparcado justo delante de la estacióncentral. Jean Colombare se bajó delvehículo, miró una vez más a sualrededor y entró en el edificio de laestación. Las taquillas seencontraban a la derecha de laentrada pero Jean esperó. Había unafamilia muy atareada intentando

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colocar sus mochilas en uno de loscarritos de la estación. Cuando lafamilia se marchó, se deslizósigilosamente hacia las taquillas.Cuando tiró de la cadena, guardadaen su bolsillo, y tomó la llave en sumano, se dirigió decididamente a lanúmero 18. Intentó introducir la llaveen la cerradura pero no lo consiguió.Sorprendido analizó detalladamentela llave. Después se dirigió hacia unataquilla abierta y comparó su llavecon la de la taquilla.

—¡Merde! —gritó.—Jean Colombare —pronunció

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una grave voz a su espalda—. ¡No semueva, policía, está detenido!

Antes de que Jean Colombarepudiese darse la vuelta, se derrumbóen el suelo, cayó boca abajo. Unasmanos fuertes agarraron sus manos yse las inmovilizaron a la espalda.Los presentes empezaron a chillar,los gritos resonaron en toda laestación. Entonces se escuchó el clicde las esposas y unos fuertes brazoslo pusieron de pie. Cuando se girópudo ver a un corpulento hombre.Junto a él, dos agentes de policíauniformados con chaleco antibalas le

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apuntaban con pistolas.—No... no estoy armado —

balbuceó Jean Colombare.Su boca se quedó seca como un

charco en un desierto.—¡Policía! —gritó una vez más

el agente y le mostró la placa bajosus narices—. Está detenido pormantener a dos personas comorehenes y por todo lo demás de loque se le pueda acusar.

—Está bien —contestó Jean—.Pero se ha equivocado de persona.Escúcheme. En esa taquilla hay unosdocumentos que tengo que entregar

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urgentemente. Las vidas de variaspersonas dependen de ello. Alguienha retenido a mis amigos y justo eneste momento están siendo apuntadoscon un arma.

—Las instrucciones están claras—contestó el policía—. Quedadetenido. Le llevaremos a Múnich,allí podrá hablar con el responsabledel caso.

—Si le pasa algo a mis amigos,usted tendrá la culpa. Déjememarchar, pueden seguirme si quierenpero no pongan en juego la vida demis amigos.

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—Hable de ello con Bukowski,el comisario jefe de la judicial —contestó el agente—. Si seguimosdiscutiendo aquí quizás seademasiado tarde.

—¿Puedo hacer una llamada?El policía negó con la cabeza.—¡Deténganlo! —gritó a sus

compañeros.Jean Colombare inhaló

profundamente y bajó los hombros.Sabía que había perdido.

Múnich, Amalienstrasse cercadel Jardín Inglés

Dos SEK se habían colgado

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desde la cuarta planta y estaban fueraapoyados en el antepecho de laventana. En el edificio de enfrentetomó posiciones un tirador deprecisión. Con su arma apuntaba a laventana de la sala de estar pero noveía a nadie. Al parecer elsecuestrador estaba evitando pasarpor allí.

Mientras que en la puerta delapartamento un equipo preparaba laentrada en el momento necesario,Bukowski recibió la noticia de queJean Colombare había sido detenidosin resistencia en la estación de

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Berchtesgaden.—El hombre ha dicho algo

sobre un secuestro —comentó elagente responsable de la detenciónde Colombare—. Al parecer tieneque entregar unos documentos si nomorirán los rehenes.

—Lleve al detenido alpraesidium, nosotros nosencargaremos del resto —contestóBukowski.

—Ya hemos terminado —dijoel jefe de los SEK.

—En todo momento hemos deevitar que los rehenes resulten

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heridos —advirtió Bukowski.—Mi gente ya lo sabe, están

preparados.—¡Bien! —contestó Bukowski y

tomó aire—. ¡Pues al ataque!—¡Acción en un minuto! —

anunció el jefe de operaciones por laradio.

Seguidamente todos los gruposde intervención manifestaron sudisposición. Bukowski se sentó en unbanco y se dirigió a Lisa.

—¿Cómo estás? —preguntó.—Bien.Antonio di Salvo estaba sentado

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en un taburete en una esquina de lahabitación y contemplaba aburrido alos dos rehenes que tenía esposadosfrente a él. Había estado todo eltiempo en silencio, preocupadomiraba su reloj. Ya había pasado unahora y cincuenta minutos. Estabapensando qué haría cuando Jeanllegara con los documentos. Teníabien claro que aunque Jean leshubiese prometido dejarlos con vida,él no permitiría que quedasentestigos. Lo había decididofirmemente. Primero dispararía alhombre y después a la mujer, aunque

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se arrepentiría de no habersedivertido primero con ella, con loguapa que era, pero no había tiempoque perder. En cuanto tuviesen losescritos en las manos, la orden eraabandonar Alemania lo antesposible. Con la cantidad que lepagarían por este encargo podríavivir una temporada sin problemasen Brasil y allí había suficientesmujeres.

Se dio un buen susto cuandollamaron a la puerta. Tomó el arma yapuntó.

—¡No hagáis ruido! —ordenó.

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Miró a su alrededor y pasó porla ventana protegido por las paredes.Con mucho cuidado miró hacia elexterior, fuera todo estaba tranquilo.No alcanzaba a ver el portal de laentrada.

De nuevo llamaron a la puerta,empezó a ponerse nervioso. Se alejóde la ventana y atravesó lahabitación.

—¡Estaos quietos, si queréisseguir con vida! —ordenó en vozbaja a sus presos.

¿Dónde estaría la inesperadavisita, abajo en el portal o ya en la

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puerta del piso? ¿Acaso Jean habíaolvidado cerrar con llave el portaldel edificio? Era lo que le faltaba.Sigilosamente se dirigió a la puertadel apartamento con el arma cargada,no pasaría nada si miraba por lamirilla. Miró una vez más a sualrededor. Sus dos rehenes seguíansin mover ni un dedo en el sofá,podía ver sus espaldas.

Desde el lateral se colocó frentea la puerta y se inclinó en dirección ala mirilla.

El agente que gestionaba lacámara estetoscópica había

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levantado el brazo y había estirado elíndice. Cuando vio todo el cuerpodel secuestrador frente a la cámara,colocó toda la mano en forma depuño. Una señal para los otros cincocompañeros preparados para laintervención. Dos agentes con untraje protector llevaban un martineteen la mano, otro empezó a retirar labarra de seguridad de una granada.

De repente, el puño del hombrebajó por el monitor rápidamente. Losdos hombres del martinete pasaroninmediatamente a la acción. Con unfuerte golpe, la herramienta pasó por

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la hoja de la puerta, simultáneamentevolaron en trozos los cristales de lasventanas. La madera crujió y lapuerta saltó por los aires. La granadallegó hasta el interior del pasillo,explotó dos segundos más tarde y unresplandeciente rayo invadió elespacio.

En cuanto Tom escuchó cómoechaban abajo la puerta, sabía lo quepasaría. Se tiró decididamente delsofá y tomó a Yaara consigo.

Con un fuerte grito de lucha elsecuestrador elevó el arma. El rayole había cegado pero, pese a todo,

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disparó en dirección a la puerta.Antes de que pudiera apretar elgatillo una vez más, tres disparos depistola se introdujeron en la partesuperior de su cuerpo. El asesinodejó caer el arma y se cayó deespaldas chocando contra la pared.Brevemente intentó incorporarsepoco antes de que caer muerto alsuelo.

Los SEK entraronapresuradamente en el apartamento ysolo se relajaron cuandoinspeccionaron todas lashabitaciones y se aseguraron de que

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no había nadie más en el inmueble,excepto los dos rehenes.

—¡Pueden quedarse tumbados!—dijo uno de los policíasenmascarados a Tom y Yaara conuna agradable voz.

Tom asintió. A pesar de queestaba contento porque no les habíapasado nada, ni a él ni a Yaara, susrodillas seguían temblando.

—¡Seguridad! —gritó uno delos agentes. Levantaron a Tom yYaara y los sentaron en el sofá.

—Primero, recupérense de todolo sucedido —les dijo un policía a

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los dos rehenes.—¡Gracias! —contestó Tom.

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Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

—¡No me lo había contadotodo! —exclamó Bukowski con untono de reproche.

—Tampoco me habíapreguntado todo —contestó Tom.

Bukowski sonrió.—Si no le hubiésemos seguido

posiblemente ahora estaría muerto. Aveces es mejor decir toda la verdad.

Tom negó con la cabeza.

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—A veces el mundo no estápreparado para conocer la verdad.

Bukowski tenía en la mano lallave que la científica habíaencontrado en la falda del Watzmann.Pensativo contempló el llavero conel ojo de Horus. Ya sabía que esallave pertenecía a la casa de laAmalienstrasse. Los asesinosllevaban un tiempo utilizando eseapartamento como escondite. Alparecer Tom Stein no era conscientedel peligro real en el que seencontraba.

—¿Qué quiere decir con eso?

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—intervino Lisa—. ¿Cómo que elmundo no está preparado para laverdad?

—Solo ha sido un juego depalabras —desvió Tom la atención.

Tom y Yaara estaban sentadosen el despacho de Bukowski. Yaaraestaba envuelta en una manta ysujetaba con las dos manos una tazade té. Le seguía temblando todo elcuerpo. Los últimos días habían sidoextenuantes, contó cómo Jean lahabía llevado hasta Alemania, cómohabían buscado el apartamento dondeAntonio di Salvo los esperaba. Sin

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darse cuenta, había caído en latrampa que Jean le había tendido.¿Quién podría haberse dado cuentade lo que Jean se traía entre manos?

—Es un hecho —tomóBukowski la palabra— que ese talJean Colombare no es quien dice ser.El verdadero Jean está enterrado enun cementerio al norte de París.Suponemos que no se tiróvoluntariamente al Sena, hay muchosindicios de que fue asesinado parapoder colocar un espía dentro devuestro equipo. Hacía tiempo que sesabía que se iban a iniciar las tareas

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de excavación en el valle del Cedróny que la dirección de dicho trabajopertenecía a Chaim Raful. Antes delprimer encuentro de todo el equipode excavación el verdadero Jeandesapareció en las corrientes delSena. Su doble apareció paramantenerse informado de los avancesde la excavación.

—¿Cómo lo sabe? —preguntóYaara.

—Tengo buenos contactos conla Policía francesa —contestóBukowski.

—Habla de una banda —

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intervino Tom—. ¿A qué se refiere?—Colombare, o mejor dicho

Thierry Gaumond, está intentandomejorar un poco su situación —explicó Lisa—. Gaumond hahablado. Dice que hay una bandainteresada en restos antiguos, dichabanda se enteró de que Raful estababuscando la tumba del templario. Poreso un cura, un sacristán y un monjedel convento de Ettal murieronasesinados. Por supuesto que afirmaque no tiene nada que ver con losasesinatos.

—¿Qué va a pasar ahora con

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Jean, quiero decir con Gaumond? —preguntó Yaara.

—Le hemos acusado deasesinato múltiple y secuestro. Yaestá en prisión y negocia un acuerdocon la fiscalía. Es posible que lecaiga cadena perpetua. Eso significaque hasta que no sea bastante mayorno podrá salir de la cárcel.

Tom tomó la mano de Yaara yla apretó firmemente.

—¿Y qué pasará ahora connosotros?

Bukowski se encogió dehombros.

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—Os tomaremos declaración ydespués podéis marcharos.

—¿Eso quiere decir que somoslibres?

—Nadie la ha detenido, señoraShoam.

Tom se tocó el pelo con lasmanos.

—Hay algo más —dijo Tomcon voz titubeante—. Los escritosque Jungblut había escondido en lataquilla de la estación están aquí,¿verdad?

Bukowski se levantó y sedirigió hasta la ventana.

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—Los hemos tenido que enviara la fiscalía.

—Espero que estuviesenempaquetados al vacío.

—Estaban en un sobreplastificado, no lo hemos abierto.

—Debería quedar claro quenosotros hemos encontrado esosescritos. Se puede decir que son denuestra propiedad.

Bukowski levantó las manos enademán de defensa.

—Eso lo decidirá la fiscalíapero ya ha habido una persona que seha interesado bastante por esos

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escritos y por lo que cuenta puededemostrar que pertenecen a laIglesia.

Tom sonrió.—¡Pater Leonardo! —exclamó.—¿Lo conoce?—Lo conocimos en Jerusalén.

Cuando descubrimos los rollos, derepente apareció un padre en lasexcavaciones y justo esa personaestaba con Pater Leonardo en elaeropuerto cuando nos marchamos deJerusalén. Además, Pater Leonardome visitó en prisión.

Bukowski miró a Tom sin poder

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dar crédito a lo que estabaescuchando.

—¿Que hizo qué?—Cuando estuve en la celda,

vino a hablar conmigo.—¡Es increíble! Ordené que

nadie hablara con usted, no podíarecibir visitas.

Tom se encogió de hombros.Lisa carraspeó.—¿Por qué son tan importantes

esos escritos? ¿Por qué van todosdetrás de ellos?

Tom miró a Yaara.—Se trata de un documento de

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alguien que vivió en la época deJesucristo.

—¿Y qué ponen? —repitió Lisala pregunta.

Tom sonrió.—Tienen que traducirse —

contestó—, pero solo su antigüedadlos hacen muy valiosos.

Bukowski se sentó con elrespaldo de la silla por delante.

—¿Y qué haría usted si sepudiese quedar con ellos?

—Deben ponerse a disposiciónde la ciencia —contestó Tom con unanítida voz—. Los historiadores

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deberían valorarlos antes de queformen parte de un museo.

Bukowski jugaba con uncigarrillo, lo subía y bajaba por susdedos.

—Por cierto, me gustaríapreguntarles algo más que quizás lesinterese y que no consigo descifrar.El edificio en el que os secuestraronpertenece a un tal Pierre Benoit.¿Han escuchado alguna vez esenombre?

Tom miró detenidamente aYaara.

—No, nunca.

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—Bueno no será tan importante.Quizás había dejado la llave debajode la alfombrilla. El tal Benoit lealquiló el edificio a la Iglesia.

—Seguramente tenga razón,señor comisario —dijo Tom despuésde un largo silencio y con la miradadirigida hacia el suelo—. No tendránada que ver con el asunto.

Al sur de Versalles, FranciaDesde hacía una hora habían

bloqueado la carretera comarcalentre Toussus le Noble y Chateuford.El pequeño Alfa rojo se habíaestrellado, a casi cien metros de una

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pronunciada curva, debajo de unosarbustos en un prado. El coche sesalió de la curva y se estrellóprimero contra un árbol y despuéschocó contra el arbusto. Debido alexceso de velocidad había dadovarias vueltas de campana hasta quequedó boca abajo.

El conductor no llevaba puestoel cinturón de seguridad y saliódisparado del interior en el primerimpacto contra el macizo roble. Elcuerpo destrozado yacía bajo elarbusto, habían cubierto el cadávercon una sábana negra.

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—Iba por lo menos a cientocincuenta —dijo el agente con barbade la gendarmería.

—Si no a más —contestó sucolega.

—No hay huellas de frenazo, niningún indicio que haga pensar queotro vehículo se haya vistoinvolucrado en el accidente.Simplemente se salió de la carretera.

—¿Qué ha dicho el forense?—Al parecer se ha roto el

cráneo —informó el agente de barba—. No tiene buena pinta, creo queningún hueso de su cuerpo ha

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quedado intacto.El colega asintió y se dirigió al

vehículo que iba a transportar elcadáver.

—Llévelo al depósito decadáveres —ordenó el gendarme alconductor—. Le llamaremos mástarde.

—¿Ha sido ya identificado? —preguntó.

El gendarme se inclinó hacia él.—Es un cardenal. Un

eclesiástico de alto rango, podríahaber sido el próximo papa.

Múnich, Unidad de Crimen

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Organizado de Baviera, brigada 63Tom le pidió a Bukowski si

podía hablar por última vez con Jean.A la colega de Bukowski no le hizomucha gracia esa idea peroBukowski opinó que no interferiríapara nada en los avances del caso.Así que llevó a Tom hasta la sala dedeclaraciones en la que teníandetenido a Thierry Gaumond, aliasJean Colombare, que estaba mirandofijamente al techo.

—Hola Jean, o mejor dichoThierry —dijo Tom a las espaldas deJean una vez que había entrado

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silenciosamente en la sala.Jean se dio la vuelta y miró

enfadado a Tom. Sus ojos lesiguieron mientras este tomabaasiento.

—¿Cómo estás? —le preguntóamablemente Tom.

Gaumond cerró los ojos por unmomento.

—Lo siento —susurró.—Yo sí que lo siento por ti —

contestó Tom—. Todo tu mundo sebasa en mentiras. Tus amistades, tuspromesas, incluso tu personalidad.Todo lleno de mentiras y sangre.

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—¿Por qué has venido? —preguntó Jean.

—Quiero saber si, de una vezpor todas, ha terminado estapersecución.

—¿Qué quieres decir?Tom sonrió fríamente.—¿Estamos Yaara y yo seguros

o sigue habiendo alguien más quequiera llegar hasta esos escritos?

Gaumond se encogió dehombros.

—Puedes comunicar a tusamigos que los documentos ya estándonde debían. Pater Leonardo tiene

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los rollos y desaparecerán allá dondetengan que desaparecer para queninguna persona más sepa de ellos.

—¿Por qué me cuentas todoeso? —preguntó Gaumond.

—Para que te alegres un poco, apesar del infierno que estáspadeciendo.

Gaumond se puso las manosfrente a la cara y le dijo:

—Por favor, déjame en paz.Quiero que te vayas.

Tom se levantó y se dirigió a lapuerta. Una vez más se giró.

—Aún tengo una pregunta y

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quiero que me contestes la verdad.Sabes que detrás de esa ventana hayalguien escuchando y grabando todolo que estamos diciendo. Por todo loque hemos pasado juntos contigo,como nuestro compañero de trabajo,deseo preguntarte una cosa. ¿Noshubieses matado a Yaara y a mí si lapolicía no hubiese llegado a tiempo?

Gaumond bajó la cabeza.—La causa era demasiado

importante, más que la vida de laspersonas. Era una razón capital —contestó Gaumond en voz baja.

—¿Nos hubieses matado? —

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repitió Tom enérgicamente.Gaumond tomó aire. Se notaba

como hervía por dentro. Finalmentese levantó con tanta fuerza que lasilla cayó hacia atrás.

—¡Sí! —gritó—. ¡Joder, sí!La puerta se abrió y dos agentes

uniformados entraron en la sala.Sujetaron a Gaumond por los brazosy lo sentaron después de tener quecolocar bien la silla.

Gaumond se derrumbó. Unalágrima corrió por su mejilla.

—Perdonadme —sollozó—.¡Tom, Yaara, perdonadme, lo siento!

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Tom se alejó de Gaumond.—Yo no te puedo perdonar, no

soy yo a quien le correspondeperdonarte. Tendrás que pedírselo atu Creador cuando aparezcas frente aél.

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

Faltaba poco para dar de mano.Bukowski ya se había puesto lachaqueta.

—¿Quieres que te lleve a casa?—le preguntó a Lisa, quien estabaapagando su ordenador.

—He venido en bicicleta.

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—¿No te parece un pocopeligroso en tu estado?

Lisa desplazó el teclado a unaesquina de la mesa y ordenó el actade la toma de declaración de ThierryGaumond.

—Estoy bien —contestó justocuando empezó a sonar el teléfono deBukowski quien frunció el ceño porla inesperada llamada.

—¿No vas a contestar?—Se supone que hemos

terminado de trabajar hace cincominutos —replicó.

No dejaba de sonar. Finalmente

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decidió sentarse de nuevo en su mesay contestar formalmente:

—Bukowski, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63.

Maxime Rouen estaba al habla.—¡Hola, gran criminalista!—Maxime —dijo Bukowski

alegre—. ¡Qué alegría escuchar tuvoz! ¿Qué tal en Francia? Queríallamarte mañana en cuantohubiésemos puesto un poco de ordenpor aquí. Hemos resuelto el caso.

—Ya lo he escuchado —contestó Rouen—. Por eso te llamo.Tengo un dossier sobre la mesa que

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alguien ha traído, no sé quién puedehaber sido pero es muy interesantepara vuestro caso.

—¿Sí? —dijo Bukowskiintrigado—. Espera, voy a activar elaltavoz, Lisa está a mi lado.

—Bonjour mademoiselle —saludó Rouen cortésmente—. Esperoque le vaya bien y que volvamos avernos pronto.

Lisa se inclinó hacia el aparato.—Salut Maxime —contestó—.

Estoy bien.—Ya está bien de tanta

galantería. ¿Qué tienes para

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nosotros? —interrumpió Bukowski.—Es el dossier sobre un rico

hombre de negocios llamado PierreBenoit, de La Croix Valmer, al sur deFrancia. El dossier le acusa como lapersona que ha encargado losasesinatos. Pertenece a una familianoble. Hasta un papa se incluye entresus antecesores, Clemente V,responsable del caso de lostemplarios hace setecientos años.Tiene amigos muy influyentes en elámbito de la política y en la Iglesia.No va a ser fácil demostrar suimplicación en el caso pero aquí

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aparecen las transferencias a un talSantini y a un Thierry Gaumond, unex cura de Aix-en-Provence. Alparecer ha pagado cuantiosas sumaspara que le consigan unos antiguosescritos. Estamos hablando de tresmillones de dólares que setransfirieron de una cuenta suiza a unbanco de las Bahamas. Ahora mismoestamos comprobando las cuentasbancarias pero parece ser una pruebatotalmente decisiva.

—¡Benoit! —repitió Lisa—.Así se llamaba el propietario delinmueble donde secuestraron a

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Thomas Stein y a su novia.—Necesito un informe

inmediatamente —dijo Rouen—.Estamos preparando un registro paramañana. Además, tenéis quepreguntar a vuestro Gaumond por eseBenoit. Estaré en mi despacho hastalas diez.

—Nos encargaremos de ello,pero dudo que Gaumond vaya aañadir algo nuevo a su declaración—contestó Bukowski—. Se lava lasmanos de todo lo que ha pasado ysolo admite su implicación en elsecuestro. Sabe lo que se está

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jugando.Durante unos instantes reinó el

silencio.—Si son ciertas las

afirmaciones del dossierconseguiremos demostrar queGaumond asesinó a Jean Colombare.Creo que de eso no cabe duda.Después hablará.

—Entonces mantennosinformados —contestó Bukowski.

Cuando Bukowski colgó elteléfono hizo un ademán negativo conla cabeza.

—Es increíble el curso que

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toman algunos casos.—Entonces, parece ser que ese

Benoit es el gran desconocido queactúa de fondo.

—Ya veremos —contestóBukowski.

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58

Roma, Santo Oficio

En la mesa del cardenalprefecto se hallaban dos cajascúbicas de metal y un maletín,también metálico. Pater Leonardoestaba sentado relajadamente en unsofá tomando una taza de café.

—¿Ha comprobado losescritos? —preguntó el cardenalprefecto.

Pater Leonardo colocó la tazaen la mesa delante de sí.

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—Son los escritos deShelamizion —contestó PaterLeonardo—. En la época en la queJesús merodeaba por la Tierra, él erael encargado de la justicia entre losesenios y uno de los mentores delSeñor durante su juventud. Si ChaimRaful no se ha equivocado, procedende la primera mitad del primer siglodespués de Cristo.

—Sé quién era Shelamizion —contestó el cardenal prefecto—.¿Sabes si los arqueólogos guardaránsilencio?

Pater Leonardo negó con la

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cabeza.—Ese alemán aún no lo tiene

claro. No sabe muy bien qué hacerpero dentro de unos días ya no tendráninguna importancia la decisión quetome.

—Entonces todo estarásolucionado.

Pater Leonardo se levantó delsillón, se dirigió a la ventana y miróhacia el exterior. La santa ciudadcaía a sus pies, iluminada por unradiante sol.

—Creo que aún nos queda unatarea pendiente. Esos arqueólogos no

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olvidarán la historia tan fácilmentepero yo me encargaré de eso.

Un rayo de sol atravesó laventana. El cardenal prefecto tomó elperiódico y le mostró a PaterLeonardo el artículo de la primerapágina. En el titular se podía leer quelos escritos robados de lasexcavaciones de Jerusalén habíanregresado a las manos de la Iglesia.Se trataba de escritos de la época deJesucristo y la Oficina Eclesiásticapara la Antigüedad se encargaría devalorarlos. Tardarían un tiempo perose prometía que se llegarían a

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conocer más detalles sobre la vidade Jesús. Además, se informaba deque por esos escritos una banda dedelincuentes había llegado a asesinary que, finalmente, se pudo levantaruna trama vinculada con el negocioilegal de antigüedades.

—¿Realmente ha sido necesariaesta publicación? —preguntó elprefecto.

—Dentro de unos mesespublicaremos un par de hechosinsignificantes procedentes de losescritos. Para ese día todo el mundohabrá olvidado las excavaciones del

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valle del Cedrón y volverá a reinarla paz en la Tierra. Con excepción deun par de científicos, nadie más seacordará de los rollos. Creo que coneso hemos hecho justicia a losarqueólogos y a la Iglesia.

El cardenal prefecto se apoyósobre el escritorio y miró pensativolas cajas de metal.

—¿Sabe que el cardenalBorghese ha muerto en un accidentede tráfico?

Pater Leonardo se encogió dehombros.

—Una gran pérdida para la

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Iglesia. Que el Señor cuide de sualma.

—En los próximos días oficiaréun servicio por su alma —afirmó elprefecto—. Borghese fue un buenamigo. Siempre fue fiel. Creo que siel destino no le hubiese sorprendidotan pronto hubiese sido un honorablesucesor para mi puesto. Algunoscardenales también lo veían como elfuturo Santo Padre.

—Los caminos del Señor sondifíciles —contestó Pater Leonardo.

—Puede que tenga razón —contestó el prefecto—. Supongo que

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no viajará hasta París para velarle,está muy ocupado con sus citas.

—Lo tendré presente en misoraciones la próxima vez que hablecon Dios. Encomendaré su alma a lagracia de nuestro Señor.

El cardenal prefecto asintiósatisfecho.

—Le deseo mucha suerte en sunuevo camino. Realmente es unapena, empezaba a acostumbrarme ami secretario pero creo que se lenecesita en otro lugar y queencontrará su camino.

—Adoremos a Jesucristo, su

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eminencia.—Que Dios le acompañe en

paz.Hospital de Berchtesgaden,

Alta BavieraMoshav tenía buen aspecto. La

cicatriz en la parte derecha de su sienestaba roja pero cuando volviera acrecerle el pelo rizado que le habíanafeitado en la operación ya noquedaría ninguna pista sobre eldrama de Rostwald. Tom le trajoropa limpia. Estaba sentado en lacama del hospital, con una camiseta yunos vaqueros, solo le quedaba

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esperar a que la enfermera le trajeraun par de pastillas para poderabandonar el hospital. Tom y Yaarase habían acercado con una sillahasta su cama.

—Solo me acuerdo de que lapuerta se abrió de un golpe y seescuchó un fuerte estruendo —dijoMoshav—. No tengo ni idea de loque pasó después. Solo sé que merescataste de entre las llamas. Quesepas que te has ganado un amigopara toda la vida.

Tom le contó exactamente todolo que pasó en la cabaña después de

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que cayera inconsciente.—Creo que el policía que me

tomó declaración pensó que le estabamintiendo. No quería creerse laslagunas de mi memoria. Cuando elmédico me diagnosticó un tipo deamnesia temporal, por fin me dejó enpaz.

—Han retirado todas lasacusaciones —replicó Tom—.Podemos irnos donde queramos perohabrá un juicio y debemos estardisponibles por si nos llaman.

—No puedo decir más de lo quesé.

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—Tampoco van a exigirte más.Por favor, no digas nada sobre elcontenido de los rollos. Se tratasimplemente de unos escritos muyantiguos por los que algunaspersonas incluso matarían.

Moshav miró demandante aTom. Finalmente asintió.

—Ya entiendo. La Iglesia ahoratiene los escritos, ha ganado,¿verdad?

Tom sacó del bolsillo de supantalón el artículo de un periódicoregional sobre los rollos que habíanregresado al poder de la Iglesia y se

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lo extendió a Moshav.Moshav leyó rápidamente el

texto.—¿Entonces ya estamos

seguros?—El padre que me visitó me

dio su palabra, nadie volverá ainteresarse por nosotros. La caceríaha terminado.

—¿Y qué pasará con el texto delos rollos?

—Las traducciones de Jungbluty Raful se quemaron en la cabaña ylos escritos están en el poder de laIglesia, ahora solo quedan nuestras

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afirmaciones. ¿Quién va a creer a unarqueólogo que afirma que Jesús esuna invención sin que puedaprobarlo? Yo quiero seguir siendoarqueólogo, amo mi trabajo.

—Pero se nota que algo no tedeja tranquilo —intervino Yaaraquien hasta ahora no había dichonada—. Cada día te afecta con másfuerza, no te deja en paz, ni siquierapor la noche.

Tom se giró hacia Yaara y ledio un beso en la mejilla.

La puerta se abrió y laenfermera entró. Le entregó a

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Moshav un pequeño paquete.—¡Vayámonos pues, querido

amigo! —exclamó Tom—. Ya hasdescansado bastante.

Moshav se levantó.—¡Adelante! De vuelta a

Jerusalén.—¿Jerusalén? ¿Por qué

Jerusalén? —preguntó Tom.Moshav sonrió.—Alemania me parece un poco

peligrosa.Múnich, Unidad de Crimen

Organizado de Baviera, brigada 63Bukowski volvió a leer

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detenidamente la declaración deThierry Gaumond, alias JeanColombare. Cuando Bukowski leconfrontó a las noticias de Francia,Gaumond se desplomó. Reconocióque estaba implicado en la muertedel verdadero Jean Colombare. Él yAntonio di Salvo, a quien los SEKhabían disparado en el apartamentode Múnich, habían emborrachado aJean y lo habían tirado al Sena.Pierre Benoit les proporcionó lainformación necesaria y les dio eltrabajo porque quería que llegasenhasta esos escritos. No tenía nada

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que ver con los asesinatos de los tresreligiosos, ni con el de Raful, ni conlos de los arqueólogos asesinados enIsrael pero sí conocía lo sucedido.Estaba informado de todos losacontecimientos, del mismo modoque él comunicaba todas lasnovedades. Atraparon a Raful cuandoestaba dispuesto a viajar a Zúrich.Mardin era conocido por su venasatánica, lo torturó hasta la muertepero no obtuvo ninguna información.Cuando se enteró de la existencia deJungblut fue demasiado tarde, elamigo de Raful prefirió escaparse y

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esconderse en un lugar seguro.Cuando la policía intervino y casidetienen a Mardin y Santini, JeanColombare apareció en escena. Tomse dirigió directamente al profesor ytodo lo que pasó después no dio losresultados esperados. La entrada enla cabaña salió mal así que solo lesquedó la opción del secuestro paraconseguir llegar hasta los escritos.

Maxime Rouen llamó pocoantes de mediodía y Bukowski lecontó las novedades. Benoit se habíadado a la fuga. Cuando las fuerzas deintervención entraron en la finca de

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La Croix Valmer, Benoit ya habíadesaparecido. Al parecer se esforzóen destruir todas las pruebas perotuvo que hacerlo tan apresuradamenteque se dejó algo atrás.

Los documentos halladosdemostraban la existencia de unahermandad que se extendía como unared por todo el mundo. A estacongregación pertenecían un ministrofrancés, un secretario de Estado deViena, dos fabricantes de Alemania,directores de bancos de Suiza,Luxemburgo e Inglaterra, variosintelectuales e incluso un alto

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representante político de EstadosUnidos. A la hermandad se le podíaacusar de cooperación en ciertosnegocios fraudulentos, así comocolaboración en muchos actosdelictivos. La evasión de impuestosera solo la punta del iceberg.Acababan de topar con una ciénaga ypasarían meses hasta que pudierasecarse y descubrir realmente todo alo que se dedicaban. A la hermandadde Benoit no le asustaba la muerte, nilos asesinatos. Europol se hizo cargodel caso, nombraron a MaximeRouen director de la comisión

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especial responsable de losexpedientes.

¿No te apetece trabajar conmigoen esto? Vamos a crear la central enParís —le preguntó Maxime antes deconcluir la conversación telefónica.

Bukowski observó un gran ratoa Lisa después de comunicarle lapropuesta de Maxime.

—¿Y cuánto tiempo estarásfuera? —preguntó ella.

Bukowski se encogió dehombros.

—Podría durar todo un año, noes tarea fácil, se trata de un caso muy

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complicado, ¿entiendes?Hotel Leopold, MúnichYaara se dio un baño mientras

Tom y Moshav descansaban en lahabitación. Tom estaba sentado en lacama y Moshav holgazaneaba en unsillón.

—Estás realmente preocupado—dijo Moshav.

—No es nada fácil —contestóTom—. Soy cristiano, ¿lo entiendes?Aunque no vaya mucho a la iglesia esdifícil aceptar la no existencia deJesucristo. Toda nuestra fe se hafijado en torno a esa figura. Si no

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existió, al menos en la forma que noshan relatado, entonces, ¿en quécreeremos?

—Los escritos tienen dos milaños pero nadie nos garantiza que loque transmiten sea realmente cierto.¿Qué pasaría si tu Jesúsefectivamente existió y el legado delprofesor de la justicia refleja unaimagen irreal?

Tom se recostó en la cama.—Quizás sea esa incertidumbre

lo que me está recomiendo pordentro. Nosotros los científicosbuscamos pruebas. Solo cuando

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dejamos de tener dudas sobre unhecho, lo verificamos y locomprobamos varias veces hasta quelo podemos transmitir como unaverdad.

—¿Verdad, mentira? ¿Cómo sepueden diferenciar? Los escritosdesaparecerán para siempre en lasbibliotecas del Vaticano y lastraducciones de dos reconocidoscientíficos se han quemado. Ya noqueda nada en donde podamosreconocer la verdad.

Tom se incorporó.—Este mundo necesita un dios.

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Da igual que se llame Alá, Buda oJesús. El ser humano necesita creeren una fuerza sobrenatural. Yo mismocreo que así nuestra existencia es unpoco más soportable. No pretendodemostrarle nada a nadie, ¿meentiendes? Pero me gustaríaencontrar mi certeza. Desde quehablamos con Jungblut no puedodormir bien.

—Entonces vayamos a buscaresa certeza —contestó Moshav.

Tom le miró desconcertado.—¿Y cómo pretendes

conseguirlo?

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Moshav se levantó.—«... Con la mirada dirigida

eternamente al agua de la vida,como se sienta Goliat en la roca,dirigido a David, el rey de losjudíos...» —dijo.

—¿Memorizaste lo que dijoJungblut?

—Me metieron una bala en lacabeza y mi memoria ha olvidadotodo lo que pasó en la cabaña cuandoentraron los asesinos pero recuerdoperfectamente las palabras delprofesor.

—¿Todas sus palabras?

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—Todas —contestó Moshav.Tom sonrió.—¿A qué esperamos entonces?

¡Vayamos a Masada!—¡Vamos a Masada! —se

asustó a sí mismo por el grito queacababa de dar.

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59

Roma, Città del Vaticano

Los créditos del fin se leían enla gran pantalla, se mostraban losnombres de todos los participantes:cámara, técnico de sonido y, al final,el nombre del productor, admiradoen todo el mundo por su sensacionalescenificación, James Camorra.Nadie podía saber quién se escondíarealmente detrás de esta costosaproducción.

Pater Leonardo se levantó y

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respiró profundamente. Estabacontento. Fue una suerte que en unasobras de Talpiot encontraran unatumba enterrada en la tierra. Aunquelos hechos se produjeron en 1980,entonces se anunció brevemente ypronto se olvidó el asunto. Al tomara Camorra como productor, se podíagenerar una histeria colectiva hastaque, posteriormente, se refutarancientíficamente esas teorías a travésdel mismo medio de comunicación.Ahora mismo la teoría del doctorTabor era solo un punto de vistasobre el asunto. Con una buena

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representación y escenificación sepodría impresionar al públicodurante un breve periodo de tiempo.Se había descubierto la caja con loshuesos de la familia de Jesús. Todospodían ver los nombres, casidesgastados, de los muertos:Mariamne, Yehedah Bar Yehshúah,Matthiyah, Yosha, Mariah y el mismoYehshúah ben Yoshef. Durantemuchos años habían estado criandopolvo en los depósitos de laautoridad para la Antigüedad deIsrael, los osarios con laenumeración de 701 a 706. Ahora se

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convertirían durante un corto periodode tiempo en el centro de atención detodo el mundo hasta que elreconocido profesor universitario,Jürgen Zangenber, analizara paso apaso la teoría de Tabor y creara unagran confusión entre todos losinteresados. Confusión ydesorientación eran las armas delsiglo XXI. Pronto la opinión públicaperdería el interés por el tema. Lasafirmaciones del científico seconsiderarían como un mero esfuerzopara alcanzar la fama personal.Incluso si otro científico publicara

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nuevas teorías y hallara nuevosrestos ya nadie tendría ganas deseguir prestando atención a esahistoria.

La fecha de emisión sobre latumba de Talpiot ya se había fijado.En dos días la BBC emitiría eldocumental. Las cadenas detelevisión de todo el mundo habíancomprado la licencia para poderemitirlo. Finalmente casi se cubrió lagigantesca suma de los costes deproducción.

Un semana más tarde se emitióla segunda parte de la producción de

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l a BBC, titulada Talpiot, mito orealidad. La contra-teoría no dejabalugar a dudas de que Tabor seequivocaba. En el mundo de losmedios de comunicación era tansencillo confundir entre verdad ymentira que las personas ya nosabían a quién creer.

Pater Leonardo le dio alinterruptor de la luz. Estabaorgulloso de su plan y de sí mismo.Ahora ni ese tal Thomas Stein, niningún otro miembro del equipo dearqueólogos podrían atraer laatención de la opinión pública

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cuando hablaran sobre las recientessuposiciones de Jesucristo opresentaran otra posible tumba deJesús. El Señor podía estar enterradoen cualquier sitio del mundo o enninguna parte. Continuamente seestaban descubriendo en Jerusaléntumbas de muertos durante lostrabajos de excavación de futurasconstrucciones. Eran muertos quehabían sido enterrados en lasnumerosas grutas de roca dispuestasalrededor de Jerusalén y cuyos restosposteriormente se almacenaron enosarios.

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Aún quedaban muchos de estosyacimientos por descubrir.

¿Qué pasaría entonces si seencontrara otra supuesta tumba deJesús en la Tierra Santa?

Pater Leonardo conocía bien alas personas, la piedra se hundiría enel fondo del lago y pronto sedisiparía la última onda. Laconfusión y desorientación daríanpaso al desinterés.

Hotel Leopold, MúnichYa habían hecho las maletas y

comprado los billetes. A las once deldía siguiente partirían del aeropuerto

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de Múnich. Tom estaba confiado,esperaba encontrar durante estaexpedición la certeza que necesitabapara volver a recuperar su pazinterior y volver a dormir tranquilopor las noches. Certeza para símismo. Habían llegado a eseacuerdo. Independientemente de loque encontraran en las rocas deMasada, solo a ellos les interesaba.Nadie más se enteraría de ello.

—¿Lo habéis leído? —preguntóYaara y les enseñó la revista con laprogramación de la televisión.

Tom miró rápidamente la

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programación.—Van a emitir un documental

sobre la tumba de Jesús en Talpiot—explicó—. ¿No os parece raro?

Tom tomó la revista y leyó labreve sinopsis sobre el documental,una colaboración de la BBC con elfamoso director James Camorra. Lepasó el periódico a Moshav.

—Esta es una vieja historia —dijo—. ¿Os acordáis cuándo sedescubrió la tumba? En 1990 o antes.

—Antes —contestó Yaara—.Unos obreros encontraron la gruta deTalpiot en 1980.

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—¿Por qué se levanta ahoratanto revuelo sobre esa supuestatumba?

—¿No os parece evidente? —dijo Tom—. Creo que a la Iglesia y aese padre les preocupa bastante sihablamos.

Yaara y Moshav miraron a Tomcon muchas dudas.

—Cuando ese padre vino averme a prisión, me dijo que no teníanada que ver con los asesinatos —explicó—. No le creí, pero meexplicó que los tiempos hancambiado. El asesinato ya no es el

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modo, afirmó que hay otros mediospara crear confusión.

—¿Qué quería decir con eso?—preguntó Moshav.

Tom señaló al artículo.—La línea argumental de ese

investigador de religiones no se basaen sólidos cimientos por lo que sederrumbará con la más mínimadiscusión científica. Mira, hay unasegunda parte que se emitirá lasemana que viene. Seguro que lasiguiente parte del documental echapor tierra todas las tesis sobre latumba de Jesús del tal Tabor. Al

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final todos se reirán del científico.—¿Qué tiene eso que ver con

nosotros?—Confusión, cegar a la gente

para que no puedan discernir másentre la verdad y la mentira —contestó Tom.

—Y entonces llegamos nosotrosy presentamos la tumba de Masada.

Yaara se levantó.—¡Qué listo es ese cura!Moshav lo entendió todo.—Y cuando presentemos la

tumba de Masada ya se habrá fijadouna opinión entre las masas y

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pareceremos un par de idiotas quedesean sumarse a una corriente demoda.

Tom le aplaudió.—Muy bien. Toda esta

escenificación tiene el único objetivode adelantarse a nosotros y confundira la gente.

—Da igual lo que encontremosen Masada —prosiguió Yaara—. Ala opinión pública ya no leinteresará.

Moshav se rascó la cabeza.—Pero de todos modos lo

hubiésemos reservado para nosotros.

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Tom asintió.—Efectivamente, pero ese

padre de Roma no puede confiar eneso. Por eso él mismo se va aencargar de sembrar la confusión, unplan muy inteligente.

—No importa. Vayamos aMasada, en busca de nuestra verdad.

Múnich, Unidad de CrimenOrganizado de Baviera, brigada 63

Bukowski cayó exhausto en lasilla de su escritorio, sacó uncigarrillo del paquete y lo encendió.Buscó un pequeño cenicero en elcajón donde lo había escondido

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después de prometerle a Lisa que nofumaría nunca más en el despacho.

Estaba completamentedestrozado, el día había sidoagotador. Habían concluido la tomade declaración de la mujer en elhospital y las comparecenciasjudiciales de Thomas Stein y suacompañante. No se iba a celebrar unproceso judicial contra la mujer enAlemania puesto que las autoridadesfrancesas habían solicitado laextraditación de Michelle Le Blanc yThierry Gaumond. Ya habíancorroborado que Fabricio Santini,

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alias el Diablo, y Marcel Mardin, elboxeador, fueron los ejecutores delos asesinatos de los tres religiosos yde la víctima de Watzmann, quienfinalmente pudo identificarseinequívocamente como eldesaparecido profesor, Chaim Raful,mediante las pruebas de comparaciónde ADN. El cuarto de la banda,Antonio di Salvo, un criminalbuscado en toda Europa, muriódurante la intervención de los SEKen el apartamento de laAmalienstrasse. A él y a Le Blanc sele imputaban los asesinatos de Gina

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Andreotti y del profesor JonathanHawke. La mujer reconoció suimplicación. Y detrás de todo, seencontraba Pierre Benoit, un ricohombre de negocios francés. Losagentes de la Policía Nacionalfrancesa habían encontrado rastrosuyo en Brasil. Su detención eracuestión de días. La comisiónespecial La Croix Valmer empezaríacon las tareas de investigación en laspróximas semanas con el fin deaclarar todas las actividades ilícitasde la Hermandad.

Un complot de ricos hombres de

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negocios europeos que habían caídoen un pantano de asesinatos ycorrupción con el fin de multiplicarsu poder y riqueza. Había que secarbien ese pantano.

Bukowski se sentía satisfecho, apesar de que le quedaba un montónde informes que escribir. El caso sehabía resuelto y los asesinos noescaparían de las correspondientespenas.

Le dio la última calada a sucigarrillo y presionó la colilla en elcenicero. A continuación, se levantóy abrió la ventana. Lisa volvería

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pronto del ginecólogo, hoy tenía suprimera cita.

Entre tanto, Bukowski se estabahaciendo a la idea de que seríapadre. ¿Pero qué pasaría? Lisa nopodría volver a esta brigada, en laque él seguiría siendo su jefe. Poreso había decidido hablar conMaxime y comunicarle sudisponibilidad para trabajar en lacomisión especial. Ya conocía esetipo de trabajo, las comisionesespeciales podían prolongarse en eltiempo. Después pasaría el resto deltiempo hasta su jubilación de alguna

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forma. Quizás en el mantenimiento deexpedientes o en la estación de datos,quizás hasta tuviese la posibilidad dereducir la jornada por su antigüedad.

Dios mío. Lisa era veinticincoaños más joven que él, ¿por qué sehabía dejado llevar esa noche enParís?

Bukowski se sobresaltó cuandose abrió la puerta. Lisa entró en eldespacho y sonrió.

—Otra vez has fumado —afirmó.

—¿Que he hecho qué?—Se huele perfectamente,

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aunque hayas abierto la ventana.Bukowski hizo un ademán de

disculpa.—Lo siento, tengo que

acostumbrarme a salir.Lisa introdujo la mano en su

bolso y sacó tres fotos impresas enpapel y las colocó sobre su mesa.Bukowski se sentó detrás delescritorio y las recogió. Observó lasfotos compuestas por un conjunto desombras de grises. Las giró a un ladoy a otro hasta que Lisa se asomó porencima de su hombro y le ayudó ainterpretarlas.

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—¿Qué es eso? —preguntóBukowski.

—¿Tú qué crees?—Yo diría que es como un

mapa. Una foto satélite de un desiertoo una llanura.

Lisa negó con la cabeza. Estabamuy contenta, incluso feliz.

—Es tu hija o hijo —contestócon una gran sonrisa—. Eso delcentro.

—¿La mancha negra?—Exacto —contestó Lisa—.

Esa mancha negra.Bukowski contempló

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detalladamente la foto.Lisa se sentó detrás de su

escritorio.—Vas a tener que dejar de

fumar, ¿o acaso quieres huir de tusresponsabilidades como muchosjovenzuelos acostumbran a hacer?

La boca de Bukowski se abrióampliamente, miró perplejo a Lisa.

—Podría ser tu padre, soyveinticinco años mayor que tú.

—Sé que no eres ningúnAdonis. ¡Dios mío! Me habíaimaginado mi marido de otra formapero no quiero que mi hijo se críe sin

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su padre.Bukowski se quedó sin habla.—Espero que te encuentres

bien, ¿o hay algo que tenga quesaber?

—Lisa, yo... ¿cómo piensasque...? —tartamudeó Bukowski.

—Aún te quedan tres años, yome quedaré en casa durante esetiempo. Después tú te harás cargo delas tareas domésticas y yo mereincorporaré al trabajo. Aún no heconseguido mis objetivos, puedoavanzar bastante si sigo trabajando ydeseo mucho a mi bebé.

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—Yo... yo no sé.—¿Qué más quieres? Te puedes

dar por satisfecho ¿O acaso no tegusto? Podrías ser mi padre, pero séque a los mayores os gusta tener auna chica más joven en la cama.

—Lisa, creo que te estásexcediendo —se defendió Bukowski—. Estaba bastante ebrio, como tú.Deberíamos ver de qué formapodemos organizar mejor el asunto.

—Lo haremos como yo diga —contestó Lisa decidida—. Civil y enun ambiente íntimo. No me apetecepor la Iglesia.

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Bukowski se reclinó en la silla.—¿Crees de verdad que me vas

a poder soportar?Lisa giró la cabeza a un lado y

miró de reojo a Bukowski.—¡Qué tontería dices! Llevo

haciéndolo desde que te conozco. Note vayas a creer que me meto en lacama con cualquiera en cuanto mebebo una copa de champagne. Lopasado, pasado está y ahora tenemosque sacar lo mejor de la situación.Yo misma me crié sin padre y no esnada fácil. No me gustaría que mihijo pase por algo así.

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Una hora más tarde sonó elteléfono del despacho de MaximeRouen.

—Hola, viejo amigo —saludóMaxime.

—Hola Maxime —contestóBukowski—. Te llamaba paracomunicarte que no voy a participaren la comisión especial.

—¡Qué pena! Me habíaalegrado de que volviéramos avernos pronto.

—Creo que de todas formas nosveremos pronto pero esta vez serástú quien venga hasta Alemania.

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—¿Qué pasa?—Me voy a casar y quiero que

seas mi testigo.—¿Casar? —repitió Maxime

sorprendido—. ¿No estarás en serio?¿Quién es la desafortunada?

—La tengo aquí a mi lado,puedes hablar con ella un momento.

Bukowski le pasó el teléfono aLisa. Maxime no podía creerlocuando la escuchó.

—Cuida bien de mi viejoamigo, que no se exceda —dijoMaxime para despedirse.

—Haré lo que pueda —contestó

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Lisa y colgó.Bukowski sacó un paquete de

tabaco. Lisa se lo quitó de las manos.—Ya te he dicho que tienes que

dejar de fumar.Bukowski cogió de nuevo el

paquete.—Solo si me prometes que no

vas a tomar champagne con otroshombres.

Lisa se inclinó hacia Bukowskiy le dio una suave palmadita en lamejilla.

—No te imagines nada y hazsimplemente lo que te decimos, sobre

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todo si es lo mejor para ti y para tuhijo. Me gustaría que pueda disfrutarde su padre.

Bukowski suspiró. Despuésapretó fuertemente el paquete detabaco lleno y lo tiró a la papeleratrazando un amplio arco.

Roma, Città del VaticanoEl hermano Markus llamó poco

después de la oración de la tarde.Pater Leonardo lo saludóamablemente y después se retiró a unlugar tranquilo del convento.

—Han estado en el aeropuerto yhan comprado unos billetes de avión

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—dijo Markus al teléfono.—¿A dónde vuelan? —preguntó

Pater Leonardo.—Hacia Tel Aviv —contestó el

hermano Markus.Pater Leonardo le dio las

gracias. Regresaban a la TierraSanta, no se había equivocado. Habíavalorado exactamente a ese alemánrubio de pelo corto y a la chica debello rostro. Stein no descansaráhasta que no conozca la verdad.

Pater Leonardo miró la hora yllamó al Secretariado de la OficinaEclesiástica.

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—Resérveme inmediatamenteun vuelo para Israel —exigió—.Informe a Pater Phillipo, debe darseprisa. Pronto va a recibir una visitano deseada y para entonces debetenerlo todo listo.

El funcionario al otro lado de lalínea masculló un silencioso «sí».

Veinte minutos más tarderecibió la llamada esperada. Seretiró apresuradamente hasta susestancias, debía darse prisa en hacerlas maletas, en seis horas despegaríael avión.

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60

Aeropuerto Ben-Gurion, Tel Aviv

El avión de Air France aterrizópuntualmente a las 13:35 horas en elaeropuerto Ben Gurion. Moshav yYaara tomaron la iniciativa puestoque aquí se encontraban en casa.Sabían a quién tenían que dirigirsepara poder alquilar un Land Rover yconseguir las herramientasnecesarias para la excavación comounos picos de escalada o ganchos deseguridad. Sabían que no sería tarea

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fácil dar con la tumba descrita.Quizás tendrían que escalar,

quizás deberían escarbar parte de laroca. Y todo ello sin levantarsospechas. La fortaleza junto al marMuerto era visitada a diario pornumerosos turistas de todo el mundo,creyentes y peregrinos, así comohistoriadores de todos los países yreligiones. Las fuerzas de seguridad,policías y guardianes vigilaban quenadie se llevara nada de esemonumento creado por la naturaleza,la fortaleza judía en medio deldesierto. Por ese motivo necesitaban

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una autorización legal para laexpedición. Yaara y Moshav eranarqueólogos y ella sabía cómosolicitar la autorización de unaexcavación de prueba. Tambiénbastaría con que la autorizacióntuviese la apariencia de undocumento legal. ¿Qué podría tenermás efecto que implicar a laUniversidad de Bar-Ilan? Yaara sehizo cargo de ese asunto. Unajustificación científica impresionaríaa las autoridades de seguridad yvigilancia de la fortaleza, así podríantrabajar tranquilos un día o dos.

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Una vez que consiguieron todoslos artilugios necesarios y le pegaronla pegatina de la Universidad alLandcruise beige, Tom y Moshavpartieron hacia Arad, mientras queYaara se quedó por el momento enTel Aviv solucionando las cuestionesburocráticas.

—Inspeccionemos primero elrecinto —decidió Moshav.

Al siguiente día abandonaron lapequeña pensión de Rehov Ben Fairy siguieron la carretera comarcal 19que conducía a las ruinas de la viejaciudad fortaleza cananita situada en

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medio del desierto.En cuanto Yaara consiguiese

todos los papeles viajaría tambiénhasta Arad donde se volverían aencontrar.

—¡Ten mucho cuidado! —ledijo Tom a Yaara cuando sedespidieron.

—No olvides que he nacidoaquí —le contestó y le dio un fuertebeso en los labios.

Convento de los franciscanosdel Flagellatio, Jerusalén

Pater Phillipo se retiró con suvisita de Roma a la estancia privada.

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Hacía dos horas que había llegadoPater Leonardo a Jerusalén.

—¿Ha tenido un buen vuelo? —preguntó Pater Phillipo.

—Hubo una tormenta en el mar—contestó Pater Leonardo—, perosabía que no pasaría nada. Tenía lapalabra de Dios.

—Hemos arreglado todo segúnsus instrucciones —prosiguió PaterPhillipo.

—¿Lo puedo ver?—Aún no lo hemos terminado

—replicó Pater Phillipo—. Tardaráun rato.

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—¿Ha sido difícil?—Una vez que supimos donde

buscar, no. ¿Tiene sed?Pater Leonardo sonrió.—Vino tinto del valle del

Jordán.Pater Phillipo sonrió y se

dirigió a una pequeña barra. Llenódos copas.

—¿Dónde están ahora? —preguntó Pater Leonardo después deque el hermano franciscano leacercara un vaso.

—Los hombres están en Arad yla mujer se ha quedado en Tel Aviv.

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Ha solicitado una excavación deprueba con fines científicos.

—Supe desde el principio quevendrían hasta aquí —dijo PaterLeonardo en voz alta—. Sabía que elalemán no tiraría la toalla, pero no sépor qué lo hace.

—Con los rollos en el lugardonde tienen que estar, este será, porfin, el último acto de estarepresentación teatral, después eltelón caerá de una vez por todas. Porotro lado, la emisión de la tumba deTalpiot ha levantado un gran revuelo.Cada día recibimos numerosas

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llamadas de cristianos y periodistasque desean saber la opinión de laCustodia en Tierra Santa.

—¿Y qué contestáis?Pater Phillipo bebió un trago de

vino.—Contestamos que aún se

encontrarán muchas más tumbas enlas que descanse un tal Yeshua benYosef. Esos nombres eran tancomunes en esa época como ahoraJuan o Antonio.

—Está bien así —contestó PaterLeonardo—. En cuanto se emita lasegunda parte dejarán de llamaros.

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Ya verá como dentro de una semananadie hablará más de una ciertatumba de Jesús, ni en Talpiot, ni enMasada.

—Roma tiene mucho queagradecerle —Pater Phillipo lanzóun amable brindis a su visita—.Pronto le nombrarán cardenal.

Pater Leonardo puso a un ladosu copa.

—En cuanto solucionemos estecaso abandonaré Roma.

—¿A dónde va?—A casa —contestó Pater

Leonardo—. Por fin de vuelta a casa,

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querido amigo.Pater Phillipo miró el reloj

colgado en la pared sobre la barra.—Es hora de irnos —dijo y

colocó su copa sobre la mesa.La fortaleza de Masada, a la

orilla occidental del mar MuertoEl sol brillaba con fuerza y el

árido suelo irradiaba parte del calorde modo que el aire parecía llamear.Se aproximaron a la montaña desdeel norte. Masada posabamajestuosamente frente a ellos, unaroca de apenas cuatrocientos metrosde altura en medio de la nada, sobre

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la árida tierra del desierto.Esporádicamente conseguía alzarseescasa vegetación hacia el cielo,sobre todo palmeras, cipreses yalgunos pobres arbustos. La fortalezafue construida por Herodes elGrande unos treinta años antes delnacimiento de Jesucristo. Muchosaños se consideró impenetrable hastaque las legiones romanas dirigidaspor Flavius Silva entraron en ella yla destrozaron en el año 73 despuésde Cristo. Durante mucho tiempoasediaron la fortaleza, finalmente elemperador construyó una rampa para

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que sus tropas pudieran entrar en ellapor el bajo lateral occidental. Quincemil soldados se enfrentaron a lospocos supervivientes de la ocupaciónzelote. Novecientos setenta y tresrebeldes, hombres, mujeres y niños,se suicidaron colectivamente antesde que los muros cayeran, fue suúltima posibilidad para escapar de laesclavitud romana.

Tom no pudo dejar decontemplar la fortaleza cuandoMoshav pasó por su lado. Rodearonla montaña y aparcaron en el costadoque mira al mar Muerto. En el

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aparcamiento había varios autobusesy turismos. Los caminos estabanpoblados de turistas con mochilas ybastones de senderismo. Había unJeep blanco aparcado junto a unpequeño edificio donde se alojabanlas autoridades de seguridad yvigilancia de la fortaleza. Tomobservó con detenimiento a sualrededor mientras Moshav seacercaba a la montaña.

—«... Con la mirada dirigidaeternamente al agua de la vida,como se sienta Goliat en la roca,dirigido a David, el rey de los

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judíos...» —Moshav citó laspalabras del profesor, quien habíatraducido parte de los rollos.

—«El agua de la vida» —repitió Tom—. Desde aquí no puedoverla.

—Por eso deberíamos subir lamontaña —replicó Moshav—.Tomemos el funicular.

Tuvieron que estar de pie en lacola casi tres cuartos de hora hastaque por fin les llegó su turno.Durante el viaje hacia la cumbre,Tom y Moshav analizaron lasformaciones rocosas bajo ellos.

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Habían conseguido una plaza en laprimera línea frente a las ventanas enuna reñida lucha con el resto decuarenta turistas.

—«... Bajo el palacio del rey...el sol de la vida se levanta en supunto más alto, así brillará el rayosagrado... descansará hasta el finalde todos los seres...» —susurróMoshav cuando se giró y pudo vercomo brillaba la vertiente sureña delmar Muerto bajo el sol.

Tom le tocó el hombro y señalóa un pequeño pináculo que sobresalíapor debajo del altiplano.

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—Eso podría ser Goliat.Moshav sacó unos prismáticos

de la mochila y enfocó hacia el puntoseñalado.

—El pináculo no tiene más decinco metros de altura.

—David y Goliat —murmuróMoshav y se giró—. Y de fondo, elagua de la vida.

—Creo que deberíamosinspeccionar un poco mejor esa zona—dijo Tom cuando aparecieron lasprimeras ruinas de la fortaleza sobreel altiplano.

—El palomar —dijo Moshav

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—. Sé que se ubica detrás delpalacio de Herodes.

Tom señaló hacia una pequeñahornacina de roca que transcurríasobre un pequeño saliente a apenasdiez metros de la cumbre.

—Podría haber sido unaescalera.

Moshav desplazó losprismáticos. Ese es el lugar, estoycompletamente seguro.

De repente, movió con granímpetu el foco de los prismáticos.

Tom se inclinó hacia él.—¿Qué ves?

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Moshav le pasó los prismáticos.—¿Ves el cambio de color de

las rocas, donde acaba la hornacina?Tom miró intrigado por los

prismáticos.—¡Joder! —exclamó tan fuerte

que algunos turistas se giraron amirarlo.

—¿Estás pensando lo mismoque yo? —preguntó Moshav en vozbaja.

—Sí —contestó Tom.Cuando el funicular alcanzó la

altura de la fortaleza y dejó la cargade turistas en manga corta, Tom y

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Moshav cerraron la cancela.Inmediatamente se apresuraron endirección al norte, al alejarse delresto del grupo, las miradasenfadadas de las fuerzas deseguridad les siguieron.

La posición en la que seencontraba la hornacina sobre laparte de roca que sobresalía seubicaba al norte de las ruinas. Secruzaron con un par de turistas quepaseaban equipados con cámarasfotográficas. Tom se sentó en unaroca marrón de tonos amarillentos ydesde allí contempló el mar Muerto.

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Faltaba poco para el mediodía yahora el sol empezaba a quemar unpoco más que hacía un rato. La rocareflectaba el calor, su camisa yaempezaba a empaparse en sudor. AMoshav parecía no afectarle latemperatura. Se sentó frente a Tom yempezó a analizar un folleto quehabía tomado en el funicular. Cuandose marcharon todos los turistas seacercaron al canto de la roca.

—Tenemos que bajar —dijoMoshav y se quitó la mochila.

Cerca de allí no vieron ningúnlugar donde fijar la cuerda por lo que

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tuvieron que buscar un sitio dondepoder clavar un gancho para lacuerda. Mientras Tom buscaba unassólidas formaciones rocosas,Moshav desenrolló algunos metrosde cuerda.

—No me hubiese imaginado quefuese tan sencillo —murmuróMoshav—. No hubiese sidonecesario que Yaara solicitase laautorización de excavación.

Tom se giró. De repente vio untrozo de metal brillante.

—¡Ven aquí! —le gritó aMoshav.

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Moshav apartó a un lado lacuerda y se puso junto a Tom.

—¿Qué es?Tom señaló hacia un gancho de

cuerda que sobresalía entre lasrocas.

—Aquí ya ha estado alguien poreso existe esta diferenciación decolor en las formaciones de roca queestamos pisando.

—Quizás es una meracasualidad —objetó Moshav.

—Este gancho es nuevo, no estáoxidado, ni desgastado —contestóTom—. Hace muy poco que alguien

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bajó hasta ahí.Moshav tomó la cuerda. Cuando

Tom fijó el gancho por el ojal,Moshav echó un vistazo a sualrededor. El calor mantenía a losturistas bajo las sombras de lasruinas de los antiguos muros de lafortaleza. Mientras tanto, Tom yMoshav trabajaban cada vez máspróximos al saliente de la roca bajoel ardiente sol. Tom ya había llegadocasi abajo cuando, de repente,escuchó la voz de un hombre. Seagarró fuertemente a la pared de laroca.

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—¿Qué está haciendo ahí? —preguntó la voz.

Moshav, que estaba arrodilladoen el margen de la roca y fijaba lacuerda, se giró. Frente a él se habíaparado un hombre de las fuerzas deseguridad con uniforme blanco.Moshav se levantó.

—Somos de la UniversidadIlan-Bar de Tel Aviv —intentó daruna explicación—. Tenemos querecoger muestras de piedra y tierrapara preparar unas tareas deexcavación.

El funcionario asintió.

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—Creía que ya habíanterminado la semana pasada.

Moshav aprovechó elcomentario.

—Pero aún no teníamossuficiente material.

—Muy bien, protéjanse bien delsol, no vaya a pasarles algo —dijo elfuncionario y se alejó de allí.

Tom escaló por el saliente de laroca y esperó a que Moshav lesiguiera.

—¿Lo has entendido?Tom asintió.—Creo que lo entiendo muy

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bien.Soltaron cuerda, rodearon la

pequeña formación de roca yllegaron justo detrás del pináculo,situado a la entrada de una pequeñagruta tapada con una manta. Tom laretiró. La gruta no se extendía más detres metros a la altura de una personaencorvada. En la parte izquierda dela roca se había formado una especiede lugar de descanso. Una tumbahabitual en la que se solía orar uncadáver envuelto en paños junto alespacio de reposo. Pero en estaocasión, la cámara de la tumba

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estaba vacía. Si es que alguna vezestuvo ocupada, ya la habíandesmantelado completamente.

—Hemos llegado demasiadotarde —afirmó Tom después depasar un rato en silencio en lacámara de la tumba.

—¿Pero quién...?Estuvieron buscando por el

saliente de la roca huellas de otrasposibles tumbas. Cuando el solempezó a ponerse, regresaronsubiendo por la hornacina. Exhaustosse dejaron caer al margen de la roca.Tom tomó el último trago de su

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cantimplora.—Al menos sabemos que ahí

existía una tumba —intentó Moshavcalmar un poco la decepción de Tom.

—Sí, había una tumba —repitióde repente una grave voz de fondo—.Ya ha sido vaciada pero no habíaningún indicio de Yehuda ben Yosef.Seguro que la saquearon hace siglos.Encontramos las huellas de losladrones, creo que los restosmortales fueron saqueados pordelincuentes.

Tom y Moshav se giraron. PaterLeonardo estaba justo detrás de

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ellos.Tom se levantó.—Claro que tenía que haberme

imaginado que usted tambiénbuscaría la tumba una vez queposeyera los rollos.

—Es mi tarea proteger la fe —contestó Pater Leonardo—. ¿Haescuchado hablar de la tumba deTalpiot?

—He leído algo —contestóTom.

—Otra teoría, ni más ni menos—explicó Pater Leonardo—. Encambio, las enseñanzas de Jesucristo

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perduran hasta nuestros días. Untercio de la humanidad cree en susenseñanzas. Acuérdese que en vez deojo por ojo, se ofrece la otra mejilla.Así, la venganza se convierte enperdón. Esta filosofía ha protegido ala humanidad de más injusticiasdurante siglos. Seguro que se haderramado mucha sangre en nombrede Dios. Los fanáticos no han sabidointerpretar las ideas del Señor. Peroimagínese un mundo en el que noexistiese Dios, ni su hijo. En unmundo sin fe, reinaría la oscuridad.¡Dígame! ¿Hubiese sido capaz

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realmente de publicar esos escritos?En ese caso, un tercio de laspersonas que habitan la tierrahubiesen caído en las tinieblas y ladesgracia.

Tom se pasó la mano por lafrente y se encogió de hombros.

—Yo solo quiero conocer laverdad. Solo para mí.

Pater Leonardo se acercó y sesentó junto a Tom.

—Eso es lo que pasa con la fe—le explicó—. La fe no es más queeso: una fe, ni más ni menos. La fe yel conocimiento no tienen nada en

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común. La fe de la que le hablosignifica confianza. Creer y confiaren alguien es parte esencial denuestro ser. Necesitamos la fe parapoder empezar de nuevo cada día. Lafe en sí misma y la fe en grandescosas como Dios. ¿Qué sería del serhumano sin la fe? Simplemente tenerfe nos hace más fuertes y no debemosperderla nunca. No sabemos quiénfue Jesús, qué pensó, qué sintió,hacia dónde se dirigía, sencillamentecreemos en él y que nos salvará, poreso resucitó, por nosotros. No solodespués de la muerte, sino cada día,

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después de cada derrota, de cadamala jugada del destino. Noslevantamos y creemos en cosas.Nuestra fe puede cambiar, puedecrecer o hacerse más pequeñaalgunos días pero nunca puededesaparecer puesto que entoncesdesapareceríamos con ella.Independientemente de quien fueseJesucristo, o Yehuda ben Yosef, unacosa sí que es cierta: él trajo el amoral mundo. La fe no puededemostrarse, la fe consiste en cómole damos sentido a nuestra vida ycómo nos portamos con nuestro

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prójimo. Sé que se está haciendo lapregunta de si Jesús existiórealmente o si simplemente es quiennosotros queremos que sea. ¿Acasoeso importa? Lo más importante esque llevamos con nosotros sus ideas,por él damos sentido a nuestra vida.

Tom miró al suelo.—Amad a vuestro prójimo

como a vosotros mismos —prosiguióel padre—. Ese es su verdaderomensaje. ¿No lo entendéis?

Tom miró al padre a la cara.—Después de todo lo que ha

pasado, ¿seguís creyendo en Jesús de

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Nazaret?Pater Leonardo le entregó a

Tom un pequeño maletín.—¿Qué es eso? —preguntó

Tom.—Ábralo —contestó Pater

Leonardo.Tom abrió las cremalleras y

abrió la tapa. Su interior contenía unplato de pared que descansaba en unenvoltorio acrílico. Un plato depared de arcilla roja, del mismotamaño y tipo que el que una vez elprofesor Chaim Raful presentó a losmedios y como el que habían

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encontrado roto en el sepulcro deltemplario. Este aplique mostraba laimagen de un hombre que desprendíarayos de iluminación, de pie frente auna cámara de tumba provista conuna piedra redonda abierta yelevando la mano derecha hacia elcielo. La escena de la resurrección.

—A veces, necesitamos esainseguridad para fortalecer nuestra fe—dijo Pater Leonardo antes delevantarse—. Te deseo querecuperes la paz interior y una granfe.

Se giró y se marchó de allí.

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Tom se quedó mirándolo un rato.Poco a poco empezó a entender loque realmente significa creer y tenerfe.

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Epílogo

Dos meses más tarde, StefanBukowski y Lisa Herrmann secasaron en el juzgado de Múnich.Lisa llevaba un traje rojo yBukowski no se pudo poner su trajeoscuro porque había engordadocuatro kilos ya que, efectivamente,había dejado de fumar. En marzo delaño siguiente, Lisa trajo al mundouna niña sana.

Pierre Benoit fue capturado enManaus gracias a la búsqueda

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internacional iniciada por la Policíafrancesa. Las autoridades brasileñaslo atraparon y un par de semanas mástarde fue entregado a Francia.Negaba todas las acusaciones. A lacomisión de investigación especialliderada por Maxime Rouen lequedaba mucho trabajo por delante.

Thierry Gaumond y Michelle LeBlanc fueron condenados a cadenaperpetua por asesinatos múltiples,secuestros y otros actos delictivoscon uso de violencia.

Yaara y Tom empezaron a vivirjuntos, se casaron y decidieron

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formar parte, a finales de año, de unaexpedición para liberar unalegendaria momia de hielo de su fríatumba en Mongolia. Moshav sequedó en Israel. Sus servicios eranrequeridos en el valle del Cedrón,donde seguían destapando los restosde una guarnición romana.

En la noche del 3 de octubre,una patrulla de la policía deJerusalén encontró el cadáver de unbajo y corpulento hombre cerca de laNueva Puerta. Murió por disparos derevólver. Su nombre era SolomonPollak y nunca consiguieron atrapar a

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los asesinos. Se supone que estabaimplicado en unos turbios negociosrelacionados con el comercio ilegalde antigüedades. Pudo haber sidoasesinado por un cliente insatisfechoo un cómplice.

Tom analizó en un laboratorioel aplique que Pater Leonardo leentregó en la fortaleza de Masada.Tuvo que tragar saliva cuando leyóel informe de los resultados. Despuésde proceder a varios sistemas dedeterminación de la edad, seconcluyó que debía tener al menosdos mil años de antigüedad.

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Mostraba una escena de resurreccióny era idéntico a los platos que ChaimRaful encontró en sus excavaciones.Según las estimaciones de losexpertos, podría proceder incluso delmismo artista.

Palermo, escuela San Mauriciode Palmera

El joven de espeso pelo negro,con una camisa agujereada y unospantalones rajados, miró escéptico aPater Leonardo, el nuevo director delcolegio, que había regresado deRoma hacía un par de semanas.

—¿Realmente existió Jesús de

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Nazaret, realmente resucitó parallevarnos a la vida eterna? —preguntó el joven, quien no debíatener más de doce años y quien habíavivido la mayor parte de su vida enla calle, antes de que Pater Leonardolo recogiera y lo llevara al internadoque acababan de construir.

Pater Leonardo estaba sentadorelajadamente junto al pequeñoescritorio de la clase y sonrió.

—Lo sabremos si nunca ennuestra vida perdemos la fe —contestó.

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Gracias...Como en cada libro, al finalhay muchas personas con las

queme siento eternamente

agradecidopor su apoyo.Especialmente gracias a UlliCarlucci, Tina Aue y, por

supuesto,a Christiane y Benno

Neudecker.ULRICH HEFNER