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LA HIJA DEL CAPITAN ALEXANDR PUSHKIN

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    A L E X A N D R P U S H K I N

    Diego Ruiz

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    CAPITULO IEL SARGENTO DE LA GUARDIA

    -Si maana pudiera ser capitn de la guardia...-No hay necesidad; que sirva en el ejrcito.-Bien dicho! Que sepa lo que es bueno.............................................................................................-Y quin es su padre?

    KNIAZHMIN1

    Mi padre, Andri Petrvich Griniov, de jovensirvi con el conde Mnnich y se jubil en el ao17... con el grado de teniente coronel. Desde enton-ces vivi en su aldea de la provincia de Simbirsk,donde se cas con la joven Avdotia Vaslevna Yu.,hija de un indigente noble de aquella regin. Tuvie-

    1 Epgrafe de la comedia El fanfarrn.

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    ron nueve hijos. Todos mis hermanos murieron depequeos. Me inscribieron de sargento en el regi-miento Semionovski gracias al teniente de la guar-dia, el prncipe B., pariente cercano nuestro, perodisfrut de permiso hasta el fin de mis estudios. Enaquellos tiempos no nos educaban como ahora. Alos cinco aos fui confiado a Savlich, nuestro ca-ballerizo, al que hicieron diadka2 mo porque eraabstemio. Bajo su tutela hacia los doce aos aprenda leer y escribir en ruso y a apreciar, muy bien ins-truido sobre ello, las cualidades de un lebrel, Enton-ces mi padre contrat para m a un francs, monsieurBeaupr, que fue trado de Mosc con. la provisinanual de vino y de aceite de girasol. Su llegada nogust nada a Savlich. Gracias a Dios -grua stepara sus adentros -, parece que el nio est limpio,peinado y bien alimentado. Para qu gastar dineroy traer a un musi, como si los seores no tuvieranbastante gente suya?

    En su patria Beaupr haba sido peluquero- lue-go fue soldado en Prusia y despus lleg a Rusiapour tre ,Outchitel3, pero sin comprender bien elsignificado de esta palabra. Era un buen hombre, 2 Siervo encargado de cuidar a los hijos de una familia noble.

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    aunque frvolo y ligero de cascos en extremo. Sudebilidad principal era su pasin por el bello sexo;no pocas veces sus efusiones le valan golpes que lehacan quejarse das enteros. Adems, no era (segnsu propia expresin) enemigo de la botella, es de-cir (hablando en ruso), le gustaba beber ms de lacuenta. Pero, en vista de que en casa el vino se ser-va slo en la comida y no ms de una copa, y gene-ralmente se olvidaban del preceptor, mi Beaupr notard en acostumbrarse al licor ruso, y hasta lleg apreferirlo a los vinos de su pas, por ser aqul mu-cho ms sano para el .estmago. En seguida hicimosbuenas migas y, aunque segn el contrato tena queensearme -francs, alemn y todas las ciencias,prefiri que yo le enseara a chapurrear el ruso yluego cada uno se dedic a sus cosas. Vivamos enamor y compaa. Yo no deseaba otro mentor. Peropronto nos separ el destino , y fue por lo siguiente:

    Un da la lavandera Palashka, una moza gorda ypicada de viruelas, y Akulka, la tuerta que cuidabade las vacas, se pusieron de acuerdo y se arrojaron alos pies de mi madre confesando su vergonzosa de-bilidad y quejndose entre sollozos del musi, que

    3 Preceptor.

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    haba abusado de su inocencia. A mi madre no legustaban esas cosas, por lo que se quej a mi padre.l haca justicia rpidamente. En seguida mandllamar al granuja francs. Le dijeron que musi estabadndome una clase, Entonces mi padre se dirigi am habitacin. A todo esto, Beaupr estaba dur-miendo en la cama con el sueo de la inocencia. Yoestaba muy ocupado. Es de saber que haban adqui-rido para m, en Mosc, un mapa geogrfico. Estabacolgado en la pared sin ninguna utilidad y hacatiempo que me tentaba con su tamao y buena cali-dad del papel. Decid fabricar una cometa y, aprove-chando el sueo de Beaupr, puse manos a la obra.Mi padre entr precisamente en el momento en queyo estaba pegando una cola de estropajo al cabo deBuena Esperanza. Al ver mis ejercicios de geografa,mi padre me tir de una oreja; luego se acerc co-rriendo a Beaupr, le despert con bastante pocomiramiento y le reproch su descuido. Beaupr,confundido, quiso incorporarse, pero no pudo; elpobre francs estaba completamente borracho, Erademasiado. Mi padre le levant de la cama por lassolapas, le ech de la habitacin a empujones yaquel mismo da le despidi, con gran satisfaccinde Savlich. As termin mi educacin.

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    Yo hacia vida de nio, persiguiendo las palomasy jugando al paso con los hijos de nuestros criados.Entre tanto cumpl diecisis aos, y entonces cam-bi mi destino.

    Un da de otoo mi madre estaba haciendo dul-ce de miel en el comedor y yo, relamindome, mira-ba la espuma que se levantaba. Mi padre, junto a laventana, lea el Almanaque de la Corte, que recibatodos los aos. Este libro ejerca sobre l una graninfluencia; nunca lo lea sin un inters especial y sulectura le produca un fuerte acceso de bilis. Mi ma-dre, que conoca de memoria sus manas y costum-bres, siempre trataba de meter el desdichado libro loms lejos posible y, gracias a ello, a veces el Alma-naque de la Corte. no caa en sus manos durantemeses enteros. Pero, cuando, por casualidad, lo en-contraba, ya no lo soltaba durante horas y horas.

    -Como deca, m padre estaba leyendo el Al-manaque de la Corte encogindose de hombros devez en cuando y repitiendo a media voz: Tenientegeneral! Era sargento en mi compaa!... Caballerode ambas rdenes rusas!... Parece que fue ayer cuan-do nosotros dos ... Por fin mi padre tir el Alma-naque al sof y se qued absorto en un

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    pensamiento profundo que no presagiaba nadabueno.

    De pronto se dirigi a mi madre:-Avdotia Vaslevna, cuntos aos tiene Pe-

    trusha? -Ya ha cumplido diecisis- contest mi madre-

    Petrusha naci el mismo ao en que la ta NastasiaGuersimovna se qued tuerta y, adems...

    -Bueno -interrumpi mi padre -, ya es hora deque empiece su servicio. Ya est bien de correr porlos cuartos de las criadas y de subirse a los paloma-res.

    La idea de una prxima separacin sorprenditanto a mi madre, que dej caer la cuchara en la ca-cerola y le corrieron lgrimas por la cara. En cam-bio, seria difcil describir mi entusiasmo. La idea de[servicio iba unida para m a la idea de la libertad yde los placeres de la vida de Petersburgo. Ya mevea oficial de la guardia, lo cual me pareca el m-ximo de la felicidad humana.

    A mi padre no le gustaba cambiar de intencinni aplazar su cumplimiento. Qued decidido el dade mi partida. La vspera, m padre anunci quepensaba darme una carta para mi futuro jefe y pidipapel y pluma.

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    -No te olvides, Andri Petrvich -dijo mi madrede saludar de mi parte al prncipe B., y dile que nodeje a Petrusha sin proteccin.

    -Qu tontera! -contest m padre frunciendo elentrecejo-. Por qu crees que voy a escribir al prn-cipe B?

    -No habas dicho que ibas a escribir al jefe dePetrusha?

    -Y eso que viene que ver?-Que el jefe de Petrusha es el prncipe B: Pe-

    trusha est inscrito en el regimiento Semionovski.-Est inscrito! Y qu me importa que est ins-

    crito? Petrusha no ir a Petersburgo. Qu puedeaprender sirviendo en Petersburgo? A gastar dineroy a divertirse. No, que sirva en el ejrcito, que sepalo que es el trabajo, que huela a plvora y sea unsoldado y no un tunante. inscrito en la guardia!Dnde est su pasaporte? Tremelo.

    Mi madre busc mi pasaporte, que tena guar-dado en una caja junto a la camisa con que me hababautizado, y se lo dio a mi padre con mano temblo-rosa. Mi padre lo ley detenidamente, lo puso en lamesa y empez la carta.

    La curiosidad me devoraba. Adnde me man-dara, si no era a Petersburgo? No quitaba el ojo de

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    la pluma de mi padre, que se mova, para mi deses-peracin, con bastante lentitud. Por fin la termin,meti la carta en un sobre con el pasaporte, cerrste, quitse los anteojos, me llam y me dijo:

    -Aqu tienes una carta para Andri Krlovich,mi viejo amigo y camarada. Vas a Oremburgo a ser-vir a sus rdenes.

    Todas mis brillantes esperanzas se derrumba-ban? En lugar de la alegre vida de Petersburgo, meesperaba el aburrimiento en una regin remota y os-cura. El servicio, que haca un minuto haba des-pertado mi entusiasmo, ahora me pareca unaverdadera desgracia. Pero no haba nada que hacer!A la maana siguiente trajeron a la puerta de casauna kibitka4 de viaje y colocaron en ella una maleta,un pequeo bal, en el que se introdujo todo lo quehaca falta para el t, y varios bultos con bollos yempanadillas, ltimas muestras de los mimos case-ros. Mis padres me bendijeron. Mi padre me dijo:

    -Adis, Piotr. S fiel al que hayas jurado fideli-dad; obedece a tus superiores; no persigas sus favo-res; no busques trabajo, pero no lo rehyastampoco, y recuerda el proverbio: Cuida la ropa

    4 Carro cubierto.

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    cuando est nueva y el honor desde joven. -Mi ma-dre, entre lgrimas, me peda que cuidara mi salud yordenaba a Savlich que vigilara al nio. Me pusie-ron un tulup5 de conejo y encima un abrigo de pielde zorro. Emprendimos el camino, yo sentado en lakbtka junto a Savlich y llorando amargamente.

    Aquella misma noche llegu a Simbirsk, dondepensaba pasar un da para comprar varias cosas, ta-rea que encargu a Savlich. Me instal en una hos-tera. Desde por la maana, Savlich se fue decompras. Aburrido de mirar por la ventana a unacallejuela sucia, me dediqu a recorrer todas las ha-bitaciones. M entrar en la sala de biliar, vi a un se-or alto, de unos treinta y cinco aos, con un largobigote negro, en bata, con el taco en una mano y unapipa entre los dientes. Estaba jugando con el mozo,que al ganar se tornaba una copa de vodka y al per-der se meta a cuatro patas debajo de la mesa. Mepuse a observar el juego. A medida que prosegua,los paseos a cuatro patas iban siendo ms frecuen-tes, hasta que por fin el mozo se qued debajo de amesa. El seor pronunci varias palabras fuertes amodo de oracin fnebre y me propuso jugar una

    5 Abrigo de piel vuelta.

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    partida. Rehus diciendo (que no saba. Por lo visto,esto le pareci extrao. Me mir con cierta lstima,pero nos pusimos a hablar. Me enter de que se lla-maba Ivn Ivnovich Surin, que era capitn del regi-miento de hsares, que se encontraba en Simbirskreclutando soldados y que viva en la hostera. Surnme invit a comer con l lo que hubiera, corno sol-dados. Acced con gusto. Nos sentarnos a la mesa.Surin beba mucho y me hacia beber diciendo quehaba que acostumbrarse al servicio, me contabaancdotas militares que me hacan retorcer de risa, ycuando nos levantarnos de la mesa ramos ya muyamigos. Entonces se ofreci a ensearme a jugar albillar.

    -Es indispensable -me dijo- para los que somosmilitares. Por ejemplo, llegas en una marcha a unpueblecito. Qu vas a hacer? No va a ser todo pe-gar a los judos. Quieras que no, tienes que ir a unahostera a jugar al billar; y para eso hay que saberhacerlo.

    Yo qued completamente convencido y me de-diqu al aprendizaje con gran aplicacin. Surin meanimaba con voz fuerte; se sorprenda de mis rpi-dos progresos y al cabo de varias lecciones me pro-

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    puso que jugramos dinero, no ms de un grosh6, nopor ganar, sino slo por no jugar de balde, lo cual,segn l, era una de las peores costumbres. Tambinacced a ello, y Surin pidi ponche y me convencide que lo probara, repitiendo que haba que acos-tumbrarse al servicio y que sin ponche no hay servi-cio. Le hice caso. Entre tanto, nuestro juego seguaadelante. Cuanto ms sorba de mi vaso, ms va-liente me senta. A cada instante las bolas volabanpor encima del borde de la mesa; yo me acaloraba,rea al mozo, que contaba segn le pareca, cons-tantemente suba la apuesta... ; en una palabra, meportaba como un chiquillo recin liberado de la tu-tela familiar. El tiempo pas sin que me diera cuen-ta. Surin mir el reloj, dej el taco y me anunci queyo haba perdido cien rubios. Esto me azor un po-co: mi dinero lo guardaba Savlich. Empec a dis-culparme, pero Surin me interrumpi:

    -Por favor! No te preocupes. No me corre nin-guna prisa, y mientras tanto vamos a ver a Arinush-ka.

    Qu iba a hacer? El final del da fue tan inde-coroso corno el principio. Cenamos en casa de Ari- 6 Antigua moneda equivalente a dos kopeks, es decir, 2 cn-

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    nushka. Surin me serva vino constantemente, repi-tiendo que haba que acostumbrarse al servicio. Allevantarme de la mesa, apenas poda tenerme en pie.A media noche Surin me llev a la hostera.

    Savlich nos recibi en la puerta y se qued bo-quiabierto a ver las inequvocas seales de mi celopor el servicio.

    -Qu te ha pasado, seor? -pregunt con vozacongojada -. Dnde te has puesto as? Dios mode mi vida, nunca te haba pasado nada igual!

    -Cllate, viejo chocho! -pronunci con dificul-tad -. Estars borracho; vete a la cama... y acusta-me.

    Al da siguiente me despert con dolor de cabe-za, recordando vagamente las peripecias del da an-terior. Mis pensamientos fueron interrumpidos porSavlich, quien entr en mi habitacin con una tazade t.

    -Pronto empiezas, Piotr Andryevich - dijo mo-viendo la cabeza -, pronto empiezas a divertirte. Aquin habrs salido? Ni tu padre ni tu abuelo hansido unos borrachos; de tu madre no hay ni que ha-

    timos de rublo.

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    blar: en su vida no ha probado otra cosa que kvas7.Y quin tiene la culpa? El maldito musi. No hacams que ir a ver a Anripievna: Madame je vous pre,vodka8. Ah tienes el je vous pre!. Mucho bien te hahecho el hijo de perra! Y todo por hacer outchitel aese descredo, como si el seor no tuviera bastantegente suya!

    Me senta avergonzado. Me volv de espaldas ydijo a Savlich:

    -Vete; no quiero t.Pero no era fcil parar a Savlich cuando se po-

    na a sermonear.-Ya vez, Piotr Andryevich, ya ves lo que es la

    bebida. Te pesa la cabeza, no puedes comer. Unhombre que bebe no sirve para nada... Toma sal-muera de pepino con miel, y lo mejor para despe-jarte es una copita de licor. Quieres que te lo sirva?

    En aquel momento entr un chico y me dio unacarta de 1.1. Surin. La abr y le lo siguiente:

    Querido Piotr Andryevich, ten la amabilidadde mandarme con este chico los cien rubios que medebes desde ayer. Me hace mucha falta ese dinero.

    Queda a tu disposicin. 7 Bebida alcohlica rusa hecha a base de cebada.

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    Ivn SURIN

    No haba nada que hacer. Adopt una actitudindiferente y, dirigindome a Savlich, quien eraguardin de mi dinero, mi ropa y todos mis asun-tos, le orden que diera al chico cien rubios.

    -Cmo? Para qu? -pregunt sorprendido Sa-vlich.

    -Se los debo -contest con toda la frialdad posi-ble.

    -Se los debes! -repuso Savlich, cada vez mssorprendido -. Y cundo has podido dejrselos adeber? Aqu hay algo que no est claro. Digas lo quedigas, no pienso drselo.

    Pens que si en aquel momento decisivo no lle-gaba a dominar al obstinado viejo, en el futuro mesera muy difcil liberarme de su tutela; por lo que,mirndole con arrogancia, le dije:

    -Soy tu seor y t eres mi criado. El dinero esmo. Lo he perdido porque me ha dado la gana. Hazel favor de no ser impertinente y cumple lo que temandan.

    8 Seor, Vodka por favor. (En francs, en el original).

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    Savlich qued tan perplejo al or mis palabras,que se limit a sacudir las manos mirndome fija-mente.

    -A qu esperas? -grit enfadado.Savlich se ech a llorar.-Hijo mo, Piotr Andrvich -pronunci con voz

    temblorosa -, no me hagas morir de] disgusto. Hazcaso de] viejo: escribe a ese bandido y dile que todofue una broma, que nunca hemos tenido ese dinero.Cien rubios! Dios misericordioso! Dile que tuspadres te han prohibido jugar a todo lo que no sea alas nueces.

    - Cllate de una vez -le interrump severamente-dame ahora mismo el dinero o te echo a la calle.

    Savlich me mir con gran tristeza y fue en bus-ca de mi deuda. Me daba pena el pobre viejo, peroquera liberarme y demostrar que ya no era un nio.Mandamos el dinero a Surin. Savlich se apresur asacarme de la dichosa hostera. Volvi con la noticiade que los caballos ya estaban preparados. Con laconciencia intranquila y un mudo arrepentimientosal de Simbirsk sin haberme despedido de mimaestro y seguro de no volver a verle.

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    CAPITULO IIEL GUIA

    Tierra nueva, tierra desconocida,No he venido aqu por mi propio pie,

    Ni he trado mi caballo fiel,Han sido m valor y bravura,

    Ms la embriaguez quines me han vencido.(Cancin antigua).

    Durante el viaje mis pensamientos no fueronagradables. El dinero perdido era bastante conside-rable en aquel tiempo. No poda dejar de reconocerque mi comportamiento en la hostera de Simbirskfue estpido y me senta culpable ante Savlich. To-do esto me atormentaba. El viejo iba sentado en elpescante volvindome la espalda, callado, suspiran-do de vez en cuando. Quera hacer las paces con l

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    cuanto antes, pero no saba cmo empezar. Al fin ledije:

    -Ya est bien, Savlich; hagamos las paces; ya sque tengo la culpa. Ayer me port mal y te ofendsin razn. Te prometo que en adelante ser massensato y te obedecer, No te enfades, hagamos laspaces.

    -Ay, Piotr Andryevich! -respondi con unhondo suspiro -. Estoy enfadado conmigo mismo:yo tengo la culpa de todo. Qu iba a hacer? El dia-blo me confundi: se me ocurri ir a casa de la mu-jer del sacristn a ver a mi comadre. Por algo dicen:En casa de la comadre, como en la crcel. Qudesgracia! Qu dirn los seores? Qu dirn,cuando sepan que el nio se ha dado a la bebida y aljuego?

    Para consolar al pobre Savlich le di palabra deno volver a disponer de mi dinero sin su permiso.Poco a poco se fue calmando, aunque de tarde entarde grua moviendo la cabeza:

    -Cien rublos! Se dice pronto!Me acercaba al lugar de mi destino. A mi alre-

    dedor se extendan sombros desiertos surcados pormontes y barrancos. Todo estaba cubierto de nieve.Se pona al sol. Nuestra kbtka avanzaba por un

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    camino estrecho, o ms bien por unas huellas quehaban dejado los trineos de los campesinos. Depronto el cochero se puso se puso a mirar a un ladoy por fin, quitndose el gorro, se volvi hacia m ydijo:

    -Seor, no quiere que volvamos?-Y eso por qu?-El tiempo est revuelto, se est levantando

    viento; mire qu remolino hace la nieve.-Eso no es nada.-No ve lo que hay all?El cochero seal con el ltigo hacia el este.azul. -No veo nada ms que la estepa blanca y el

    cielo azul.-Ms all; mire esa nube.Efectivamente en el lmite mismo del horizonte

    vi un punto blanco que haba tornado por un montelejano. El cochero me explic que la nubecilla pre-sagiaba una gran tormenta.

    Ya haba odo hablar de las tormentas de aque-llas tierras y saba que a veces la nieve dejaba sepul-tadas a caravanas enteras. Savlich, de acuerdo conel cochero, insista en que volviramos. Pero elviento no me pareci fuerte; esperaba llegar a tiem-

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    po a la prxima estacin y mand al cochero queacelera la marcha.

    El cochero puso los caballos a galope, pero nodejaba de mirar al este. Los caballos iban a buenamarcha. Entre tanto, el viento iba siendo ms fuertepor momentos. La nubecilla se haba convertido enuna nube blanca que se levantaba lentamente y cre-ca hasta cubrir poco a poco todo el cielo. Empeza caer una nieve menuda, y de repente cayerongrandes copos. Aullaba el viento; haba empezado latormenta. En un instaste, el cielo se junt con el marde nieve. Todo desapareci.

    -Seor! -grit el cochero Estamos perdidos!La tormenta!

    Me asom a la ventanilla de la kibitka todo eraoscuridad y remolinos. El viento aullaba con unaexpresin tan feroz, que pareca un ser vivo; la nievenos cubra a Savlich y a mi; los caballos se pusieronal paso y luego se pararon.

    -Por qu no sigues? -pregunt impaciente alcochero.

    -Y para qu quiere que siga? -respondi bajan-do del pescante-. No s ni dnde estamos; no haycamino, todo est oscuro.

    Me puse a reirle, pero Savlich le defendi:

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    -Todo ha sido por no hacernos caso --decamalhumorado-. Ya estaba en la posada, habras to-mado t y dormido hasta maana; la tormenta sehabra calmado y podramos seguir adelante. Quprisa tenemos? Ni que furamos a una boda.

    Savlich tena razn. No haba nada que hacer.La nieve caa sin parar. junto a la kbtka haba ya unmontn. Los caballos estaban con las cabezas ga-chas, estremecindose de vez en cuando. El cocherodaba vueltas alrededor de la kbtka, arreglando losarneses por hacer algo. Savlich grua. Y yo mirabaa todas partes tratando de descubrir alguna seal devivienda o de camino, pero no vea ms que el tor-bellino turbio de la nevasca...

    -Oye, cochero! -grit-. Qu es eso negro quese ve por all?

    El cochero escudri el horizonte.-Dios lo sabr, seor --dijo sentndose en su si-

    tio-. No parece un carro, pero tampoco es un rbol,y creo que se mueve. Debe de ser un lobo o unhombre.

    Mand que nos acercramos al extrao objeto,que inmediatamente empez a avanzar hacia noso-tros. Al cabo de dos minutos nos encontramos conun hombre.

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    -Eh, buen hombre! -le grit el cochero-. Sabesdnde est el camino?

    -El camino est aqu mismo, estoy pisando algofirme -contest el viajero-; pero, de qu nos sirve?

    -Escchame -le dije-: conoces bien esta regin?Seras capaz de llevarnos a algn sitio donde pu-diramos pasar la noche?

    -La regin la conozco -contest el hombre-;gracias a Dios, la he recorrido de arriba abajo mu-chas veces. Pero ya ves el tiempo que hace, justo pa-ra perdernos. Ms vale quedarse aqu y esperar; a lomejor se calma la tormenta y se despeja el cielo, yentonces podremos encontrar el camino por las es-trellas.

    Su tranquilidad me anim. Ya estaba decidido aencomendarme a Dios, a pasar la noche en mediode la estepa, cuando el hombre subi gilmente alpescante y dijo al cochero:

    -Gracias a Dios, tenemos cerca una vivienda;tuerce a la derecha y sigue adelante.

    -Por qu tengo que torcer a la derecha?-pregunt malhumorado el cochero-. Donde ves elcamino? Como los caballos no son tuyos, arreas sinmiedo.

    Me pareci que el cochero tena razn:

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    -Realmente -dije-, por qu crees que hay unacasa cerca?

    -Porque el viento viene de all -contest el viaje-ro -y trae olor a humo; esto quiere decir que haycerca una aldea.

    Me qued asombrado de su sagacidad y de laFinura de su olfato. Mand al cochero que se pusie-ra en marcha. Los caballos avanzaban con dificultadpor la nieve profunda. La kibitka se mova lenta-mente; tan pronto suba a un montculo como des-cenda a una hondonada, balancendose de un ladoa otro. Pareca el movimiento de un barco sobre unmar revuelto. Savlich suspiraba, empujndome acada instante. Baj la cortina, me arrop en mi abri-go de pieles y me dorm, arrullado por el canto de latormenta y el vaivn de la kbtka.

    Tuve un sueo que nunca pude olvidar y en elque hasta ahora veo algo proftico, cuando compa-ro con l las extraas circunstancias de mi vida. Ellector me perdonar, porque seguramente sabe porexperiencia que es muy propio del hombre entregar-se a la supersticin por mucho desprecio que tengaa los prejuicios.

    Me encontraba en aquel estado de nimo en quela realidad, cediendo el paso al ensueo, se funde

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    con l en las vagas imgenes del duermevela. Me pa-reca que la tempestad segua con la misma furia ynosotros estbamos todava dando vueltas por eldesierto de nieve... De pronto vi una puerta y entren el patio grande de nuestra casa. Mi primer pen-samiento fue el temor de que m padre se enfadaraconmigo por mi regreso involuntario al redil fami-liar y lo tomara por una desobediencia intencionada.Sal intranquilo de la kibitka y vi a mi madre, que mereciba en la puerta con una expresin muy afligida.Habla bajo -me dice-; tu padre est moribundo yquiere despedirse de ti. Sobrecogido por el miedo,la sigo al dormitorio. Veo que la habitacin est d-bilmente iluminada y que junto a la cama hay gentecon expresin triste. Me acerco a la cama sin hacerruido, mi madre levanta la cortina y dice: AndriPetrvich, ha llegado Petrusha; ha vuelto al enterar-se de tu enfermedad; dale tu bendicin. Me arrodi-ll y levant los ojos hacia el enfermo. Entonces, enlugar de mi padre, vi que en la cama estaba unmuzhik con barba negra que me miraba alegremen-te. Me volv desconcertado hacia mi madre dicin-dole: -Qu significa esto? Este no es mi padre.Por qu voy a pedir la bendicin de un muzho?No importa, Petrusha -respondi mi madre-, es tu

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    padrino; bsale la mano y que te bendiga.- Yo meresista. Entonces el hombre se levant de la camade un salto, sac un hacha y se puso a agitarla. Qui-se echar a correr..., pero no pude; la habitacin sellen de muertos; yo tropezaba con los cuerpos yresbalaba en los charcos de sangre... El terriblemuzhik9 me llamaba con voz cariosa diciendo:No tengas miedo, acrcate para que te d la bendi-cin ... El miedo y la sorpresa se apoderaron demi. En ese momento me despert.

    Los caballos estaban parados; Savlich me tira-ba de la mano y me deca:

    -Ya puede salir, seor. hemos llegado.-adnde? Pregunt, frotndome los ojos.A una posada- A Dios gracias, hemos tropezado

    con la misma valla. Sal de prisa y podrs entrar encalor.

    Baj de la kibitka Segua la tormenta, pero yacon menos fuerza. Todo estaba completamente os-curo. El dueo de la posada nos recibi en la puer-ta, tapando el farol con el abrigo, y me condujo auna habitacin pequea, pero bastante limpia, ilu-

    9 Campesino, aldeano

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    minada por un candil. En la pared colgaban un fusily un gorro alto de cosaco.

    El dueo, un cosaco del Vaik que pareca tenerunos sesenta aos, era todava un hombre fuerte yvivo. Savlich trajo el bal y pidi fuego para hacerel t. que nunca me haba parecido tan necesariocomo entonces. El dueo sali para preparar algu-nas cosas.

    -Donde est el gua? -pregunt a Savlich.-Aqu estoy seora -me contest una voz que

    vena desde arriba.mir a los Polat y vi una barba negra y dos ojos

    brillantes.-Qu? Estars helado, no?-Cmo quiere que no pase fro con este ar-

    miak10 tan finito? Tena un tulup, pero, para qu levoy a mentir?, lo empe ayer en una hostera; mepareci que no haca mucho fro.

    En ese momento entr el dueo de la posadacon el samovar y yo ofrec una taza de t a nuestrogua; el hombre baj de los polati. Su aspecto mepareci singular. Tena unos cuarenta aos y era demediana estatura, ms bien delgado y ancho de

    10 Abrigo de pao.

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    hombros. En su barba negra haba ya algunas canas,y sus ojos, vivos y grandes, no paraban ni un ins-tante. Su expresin era agradable pero pcara. Lle-vaba el pelo cortado en redondo; vesta un armiakroto y unos pantalones bombachos trtaros. Leofrec una taza de t, lo prob e hizo una mueca.

    -Seora, hgame un favor: dgale que me d unvaso de vodka; el t no es bebida de cosacos-cumplgustoso su deseo. El dueo sac de un armario unabotella, se le acerc Y, mirndole a la cara, le dijo:-Conque otra vez por aqu, De dnde te traeDios?

    El gua le gui el ojo de un modo significativoy contest con un refrn:

    -He volado en la huerta, he picado camo, unaviejecita me tir una piedra y no me dio. y losvuestros?

    -Los nuestros! -contest el dueo, siguiendo laconversacin alegrica- Empezaron a tocar a misa,pero la mujer del pope no lo permiti: el pope esta-ba de visita y los diablos en el cementerio.

    -Cllate, hombre -repuso mi vagabundo - ;cuando haya lluvia, habr setas, cuando haya setas,habr cesta. Y ahora -de nuevo gui un ojo-. Es-

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    conde el hacha en el cinto: est cerca el guardabos-ques. seora , a su salud!.

    Con estas palabras, cogi el vaso, se santigu yse tom el vodka de un trago. Luego me hizo unaprofunda reverencia y volvi a los polati.

    Entonces no pude entender nada de aquellaconversacin de ladrones, pero ms tarde com-prend que se trataba de los asuntos del ejrcito delYaik, recin apaciguado despus del levantamientode 1772. Savlich escuchaba la conversacin conaire receloso; miraba con desconfianza al dueo y algua. La posada, o, como decan all, el umet, se en-contraba aislada en la estepa, lejos de poblado algu-no y se pareca mucho a una cueva de ladrones.Pero no haba nada que hacer. No podamos nipensar en seguir el viaje. La intranquilidad de Sav-lich me diverta. Entretanto me dispuse a dormir yme acost en un banco. Savlich decidi subirse a laestufa; el dueo se acomod en el suelo. Pronto to-da la isba empez a roncar y yo me dorm profun-damente.

    Al despertarme a la maana siguiente vi que erabastante tarde. y que la tormenta ya se haba calma-do. Brillaba el sol. La nieve cubra con un Mantoreluciente la interminable estepa. Estaban ya prepa-

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    rados los caballos. Pagu al dueo, que nos pidi unprecio tan moderado, que ni Savlich se puso a dis-cutirlo ni regate, segn tena por costumbre, y lassospechas de la noche anterior se le borraron com-pletamente de la imaginacin. Llam al gua, le di lasgracias por la ayuda que nos haba prestado y dije aSavlich que le diera una propina de cincuenta ko-peks. Savlich frunci el ceo.

    -Cincuenta kopeks de propina! -dijo-. Y esopor qu? Porque t tuviste a bien traerle hasta laposada? T veras, seor, pero no nos sobran losrublos. Si te pones a dar propinas a cualquiera, notardars en pasar hambre.

    No poda discutir con Savlich. Segn mi pro-mesa, el dinero estaba a su completa disposicin.No obstante, me molestaba no poder manifestar miagradecimiento a un hombre que me haba salvado,s no de una desgracia, s de una situacin muy mo-lesta.

    -Bien -dije framente-, si no quieres darle cin-cuenta kopeks, dale algo de mi ropa. Lleva muy po-co abrigo. Scale mi tulup de conejo.

    -Pero, Piotr Andryevich, por favor! -exclamSavlich-. Para qu quiere tu tulup de conejo? Si locambiara por vodka en la primera taberna!

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    -Eso, viejecito, no es cosa tuya --dijo mi vaga-bundo-, si lo cambio por vodka o no. Su seora meconcede un tulup de su propiedad: sa es su volun-tad de seor, y tu deber de siervo es obedecer sinrechistar.

    -No tienes temor de Dios, bandido! -le con-test Savlich con voz enfadada-. Ves que el niono sabe nada y te aprovechas para robarle valindo-se de su candidez. Para qu quieres el tulup) delseor. Ni siquiera podrs ponrtelo sobre tus mal-ditos hombros.

    -No seas impertinente -dije a mi diadka-; traeahora mismo el tulup.

    -Dios misericordioso! -gimi Savlich-. Untulup de conejo casi nuevo! Y a quin se lo regala!A ese borracho perdido!

    A pesar de todo, apareci el tulup de conejo. Elmuzbk empez a probrselo inmediatamente. Co-mo era de esperar, el tulup, que a m me quedabajusto, le estaba estrecho. Sin embargo, se las arreglpara ponrselo, haciendo estallar las costuras. Sav-lich casi se puso a aullar cuando oy el ruido de loshilos que se rompan. El vagabundo pareca felizcon mi regalo. Me acompa hasta el kibtka y medijo con una profunda reverencia:

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    -Gracias, seorta. Dios le pague su bondad.Nunca olvidar sus favores.

    Se fue por su lado y yo segu mi camino sin ha-cer caso del enfado de Savlich; pronto olvid latormenta de la noche anterior y dej de pensar enm gua y mi tulup de conejo.

    Al llegar a Oreniburgo fui directamente a ver algeneral. Vi a un hombre alto, pero ya encorvado porlos aos. Sus largos cabellos eran, completamenteblancos. Su uniforme, viejo y desteido, recordabaal de un militar de los tiempos de Ana lonovna11. yal hablar se le notaba un fuerte acento alemn. Le dila carta de mi padre. Al leer su nombre, me echuna rpida mirada:

    -Dios mio! -dijo-. Parece que fue ayer cuandoAndri Petrvich era como t; y ahora qu hijo tie-ne! Ah, el tiempo, el tiempo!

    Abri la carta y se puso a leerla a media voz ha-ciendo observaciones:

    -Estimado seor Andri Krlovich, espero quevuestra excelencia A qu vienen estas ceremonias?Huy? Como no le da vergenza? Claro est que ladisciplina es lo primero, pero es sa la manera de

    11 Sobrina de Pedro el Grande, rein de 1730 a 1740.

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    escribir a un viejo Kamerad12 ... Vuestra excelen-cia no habr olvidado ... vaya ... ! Y... cuando... elfuturo mariscal de campo Min... en la marcha... ytambin... a Carolina. Ah, Bruder, todava seacuerda de nuestras calaveradas! Y ahora hablemosde asuntos... Le mando a mi tunante ... Vaya ... !Tenerle bien sujeto... Qu quiere decir tenerlebien sujeto? Debe de ser un proverbio ruso... Ques tenerle bien sujeto? -repiti volvindose haciamil.

    Quiere decir -contest con el aire ms inocenteque pude- tratar con cario, no ser demasiado seve-ro, dar mucha libertad...

    -Ah!, comprendo... Y no darle mucha liber-tad...No; ya veo que -tener sujeto quiere decir otracosa... Adjunto... su pasaporte ... Bien, bien; sehar. -Me permitirs que te d un abrazo sin hacercaso de los grados y... tu viejo amigo y camarada.Ah!, por fin se le ha ocurrido... etctera, etctera.Bien, hijo mo -dijo al terminarla carta y poniendomi pasaporte a un lado-, todo se har: con el gradode oficial pasars al regimiento; y, para no perdertiempo, ve maana mismo a la fortaleza Belogr- 12 Camarada,compaero. (En alemn en el original.) Ms

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    skaya, donde estars bajo el mando del capitn Mi-rnov, un hombre bueno y honrado. All vers enqu consiste el verdadero servicio y la disciplina. Notienes nada que hacer en Oremburgo: la disipacines perniciosa para un hombre joven. Y hoy te pidoque me hagas el honor de comer en mi casa.

    Todo iba de mal en peor, pens. De qu meserva el que, estando todava en las entraas de mmadre, ya fuera sargento de la guardia? Dnde ha-ba ido a parar? Al regimiento y a una fortaleza re-mota en la frontera de las estepas deKirguis-Kaisats! Com en casa de Andri Krlovichcon su viejo ayudante. Una severa economa alema-na reinaba en su mesa, y creo que el temor de en-contrarse de cuando en cuando con un invitado alas horas de comer fue, en parte, lo que determinque me enviara tan precipitadamente a la guarnicin.Al da siguiente me desped del general y me dirig allugar de mi destino.

    abajo Bruder, (hermano), tambin en alemn.

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    CAPITULO IIILA FORTALEZA

    Vivimos en un fuerte,Comiendo pan y agua,

    Si viene el enemigoPidiendo nuestro rancho

    Un buen can cargamosY a l le convidamos

    (Cancin de soldado.)

    Gentes a la antigua, hijo mo

    NEDOROSL13

    13 El Menor, comedia de Denis Fonvizin (1745-1792).

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    La fortaleza Belogrskaya se encontraba a cua-renta verstas de Oremburgo. El camino segua laorilla acantilada del Yaik. El ro todava no estabahelado, y sus olas plomizas tenan un brillo negro ytriste entre las orillas montonas, cubiertas de nieve.Detrs se extendan las estepas de Kirguisia.

    Estaba absorto en mis pensamientos, melancli-cos en su mayor parte. La vida de guarnicin teniapara m poco atractivo. Trataba de imaginarme alcapitn Mirnov, mi futuro jefe, y me pareca unviejo severo, malhumorado, que slo se preocupabadel servicio y que estaba dispuesto a meterme en elcalabozo a pan y agua por cualquier tontera.

    Anocheca. Avanzbamos bastante de prisa.-Est lejos la fortaleza? -pregunt al cochero.-No, ya se ve desde aqu -contest.Mir alrededor esperando encontrarme con te-

    mibles baluartes, torres y un terrapln, pero no vims que una aldea rodeada de una valla de madera.En un extremo se vean tres o cuatro almiares deheno medio cubiertos de nieve; en el otro, un moli-no torcido con unas aspas de liber14 que caan ln-guidamente.

    14 Tejido conductor de las plantas vasculares

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    -Dnde est la fortaleza? -pregunt sorprendi-do.

    -Esta es -dijo el cochero sealando hacia la al-dea, y con estas palabras entramos en ella. junto a lapuerta vi un viejo can de hierro fundido; las calleseran estrechas y tortuosas; las isbas, pequeas y casitodas cubiertas con paja. Dije al cochero que me lle-vara a casa del comandante, y al cabo de un minutola kibitka se par delante de una casita de maderasituada en un alto, junto a la iglesia, tambin de ma-dera.

    Nadie sali a recibirme. Entr en la casa y abr laprimera puerta. Un viejo invlido, sentado encimade la mesa, estaba cosiendo un remiendo azul en elcodo de una guerrera verde. Le dije que anunciarami llegada.

    -Pasa, hijo mo; estn en casa -contest el inv-lido.

    Entr en una habitacin limpia y puesta a lo an-tiguo. En una esquina, un armario con vajilla; en lapared, en un marco con cristal, un ttulo de oficial;junto a l, viejas estampas que representaban la to-ma de Kistrn y Ochakov, la eleccin de la novia y elentierro del gato. junto a la ventana se sentaba unaanciana con chaqueta guateada y un pauelo en la

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    cabeza. Estaba devanando una madeja que sostenacon las manos separadas un viejecito tuerto vestidocon uniforme de oficial.

    -Qu desea? -pregunt ella sin abandonar suocupacin.

    Contest que vena a hacer el servicio y, segnera mi deber, quera presentarme al seor coman-dante, y con estas palabras me volv hacia el vieje-cito tuerto, tomndole por el comandante; pero laduea de la casa interrumpi mi discurso, aprendidode memoria.

    -Ivn Kusmich no est en casa -me dijo-; ha idoa ver al padre Guersim; pero no importa, hijo mo:soy su esposa. Bienvenido seas. Sintate, hijo. Lla-m a una chica y le mand que avisara al suboficial.El viejecito me miraba con su nico ojo con muchacuriosidad.

    -Permtame una pregunta -me dijo-. En qu re-gimiento ha servido usted?

    Satisfice su curiosidad.-Y por que, entonces -continu-, tuvo a bien

    pasar de la guardia a la guarnicin?Contest que sa era la voluntad de mis superio-

    res.

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    -Seguramente habr sido por algunos actos im-propios de un oficial de la guardia --continu el in-cansable inquisidor.

    -Anda, no digas ms tonteras -intervino la capi-tana-. No ves que el joven est fatigado del viaje?No tendr ganas de contestarte... (No bajes las ma-nos). Y t, hijo mo -prosigui dirigindose a m-,no te pongas triste por haber llegado a parar a estesitio tan perdido. No eres el primero ni el ltimo. Yate irs acostumbrando. Alexi Ivnich Shvabrin lle-va aqu ms de cuatro aos por un asesinato. SabeDios qu le habra pasado, pero dice que sali de laciudad con un teniente, los dos llevaban espadas, sepusieron a pelear y Alexi lvnch mat al teniente,delante de dos testigos' Qu se le va a hacer? Elpecado es ciego.

    En esto entr el suboficial, un cosaco joven ybien parecido.

    -Maxmich -le dijo la capitana-, bscale al seoroficial una casa, pero que sea limpia.

    -Como usted diga, Vasilia Yegrovna -contestel suboficial-. No podra quedarse su seora encasa de Ivn Polezhyev?

    -Tonteras, Maxmich -dijo la capitana-... Po-lezhyev tiene bastante con los suyos; adems, es mi

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    compadre, y nunca se olvida de que somos sus jefes.Lleva al seor oficial... Cmo se llama, hijo mo?

    -Piotr Andryevich.-Lleva a Piotr Andryevich. a casa de Semin

    Kuzov.El muy bandido ha soltado a su caballo en mi

    huerta. Bueno, Maxmich, cmo van las cosas?-Todo va bien, gracias a Dios -respondi el co-

    saco-; slo que en la casa de baos el cabo Prjorovse ha peleado con Ustinia Neglina por una palan-gana de agua caliente.

    -lvn Igntich -dijo entonces la capitana al vieje-cito tuerto-, ve a ver quin tiene la culpa, si Ustinia oPrjorov, y castgalos a los dos. Y t, Maxmich,vete con Dios. Piotr Andryevich, Maxmich leacompaar a su casa.

    Me desped. El suboficial me condujo a una isbasituada en la orilla alta del ro, en el extremo mismode la fortaleza. Una mitad de la isba estaba ocupadapor la familia de Semin Kuzov, la otra era para m.Consista en una habitacin bastante grande dividi-da en dos por un tabique. Savlich se puso a colocarlas cosas y yo me qued mirando por una ventanaangosta. Delante de m se extenda la triste estepa.Se vean varias isbas; por una calleja vagaban unas

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    gallinas. Una vieja, de pie junto a una puerta, llama-ba a unos cerdos, que le respondan con un gruidoamistoso. Y en un lugar como ste estaba yo desti-nado a pasar m juventud! La tristeza se apoder dem; me apart de la ventana y me acost sin cenar apesar de las protestas de Savlich, que repeta alar-mado:

    -Dios todopoderoso! No quiere comer! Quedir la seora si el nio se pone malo? A la maanasiguiente, cuando me estaba vistiendo, se abri lapuerta y apareci un oficial joven, ms bien bajo deestatura, de cara morena y muy fea, pero con unaexpresin extraordinariamente viva.

    -Espero que me perdone -me dijo en francspor venir sin haberle sido presentado. Ayer me en-ter de su llegada, y el deseo de ver por fin un rostrohumano ha sido tan fuerte, que no he podido resis-tirlo. Podr comprenderme cuando lleve aqu mstiempo.

    Pens que seria el oficial destituido de la guardiapor causa del duelo. En seguida nos pusimos a ha-blar. Shvabrin no era nada tonto. Su conversacinera viva, entretenida. Muy jovialmente me describila familia del comandante, la gente que se reuna en

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    su casa Y el pas donde me haba llevado mi desti-no.

    Me estaba riendo con toda el alma cuando apa-reci el mismo invlido que remendaba en casa delcomandante y me invit a almorzar de parte de Va-silia Yegrovna. Shvabrin se ofreci a acompaar-me.

    Ya cerca de la casa del comandante vimos, enuna plazoleta, a unos veinte viejecitos invlidos conlargas trenzas y sombreros de tres picos. Estabanformados en fila. Frente a ellos estaba el coman-dante, un vicio alto y vivo, vestido, con gorro dedormir y bata de seda china- Al vernos, se acerc,me dijo varias palabras cariosas y continu dandordenes. Nos pararnos a ver los ejercicios, pero lnos pidi que nos furamos a reunir con VasilisaYegrovna, prometiendo no tardar nada.

    -Aqu -aadi- no tienen nada que ver.Vasilisa Yegrovna nos recibi con llaneza y

    amabilidad y me trat corno si nos conociramos detoda la vida. El invlido y Palashka estaban ponien-do la mesa.

    -Qu le pasa hoy a Ivn Kusmich, que nopuede dejar los ejercicios? -exclam la comandanta-.Palashka, llama al seor a comer. Y dnde est

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    Masha? Entr una joven de unos dieciocho aos, decara redonda y sonrosada, y pelo rubio peinado ha-cia atrs dejando ver sus orejas que parecan arderle.A primera vista no me gust demasiado. La mirabacon prevencin: Shvabrin me haba descrito aMasha, la hija del capitn, como muy tontita.

    Mara Ivnovna se sent en un rincn y se pusoa coser. Entretanto sirvieron la sopa. Vasilisa Ye-grovna, al ver que su marido no llegaba, mand aPalashka que le llamara por segunda vez.

    -Di al seor que los invitados le esperan, que lasopa se est quedando fra-, los ejercicios no se levan a escapar, ya tendr tiempo de gritar todo lo quequiera.

    No tard en aparecer el capitn acompaadopor el viejecito tuerto.

    -Qu es esto, hijo mo? -le dijo su mujer- Lacomida est servida hace rato, y no hay manera dehacerte venir.

    -Es que estaba ocupado, Vasilisa Yegrovna-contest Ivn Kusmich-. Estuve enseando a lossoldados.

    -Vamos hombre! -repuso la comandanta-. To-do eso no es ms que un cuento; ni los soldadosaprenden nada ni t tienes nada que ensearles. Ms

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    te valdra estar en casa rezando. Queridos invitados,pueden pasar a la mesa.

    Empezamos a comer. Vasilisa Yegrovna nocallaba ni un instante y me acribill a preguntas:quines eran mis padres, si vivan, cundo dinerotenan... Al or que mi padre tena trescientas almasde campesinos, exclam:

    -Se dice Pronto! Hay gente rica en este mundo!Y nosotros, hijo mo, no tenernos ms que un alma,la de Palashka, y no nos quejamos: vamos tirando, aDios gracias. Lo nico malo es Masha: ya est paracasarse, y qu dote puede tener? Un peine, un ce-pillo para ir a la casa de baos y una moneda de treskopecks (y que Dios me perdone). Si tiene Suerte,encontrar a algn hombre bueno; s no, se pasartoda la vida de novia.

    Mir a Mara Ivnovna; estaba colorada y unaslgrimas le cayeron en el plato. Me dio lstima deella y me apresur a cambiar de conversacin:

    -He odo -dije bastante inoportunamente- quelos bashkiros15 piensan atacar su fortaleza.

    -Quin se lo ha dicho, hijo? -pregunt IvnKusmich.

    15 Tribu turco-mongola que viva al norte de Oremburgo.

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    -Eso me dijeron en Oremburgo -contest.-Tonteras -replic el comandante-. Nosotros

    hace tiempo que no hemos odo nada de eso. Losbashkiros son gente acobardada, y los kirguises16

    estn escarmentados. No, con nosotros no se atre-vern; y si se atreven, les dar tal leccin, que novolvern a moverse en diez aos.

    -Y usted no tiene miedo -continu dirigindo-me a la capitana- de quedarse en la fortaleza, ex-puesta a tales peligros?

    -Esta costumbre, hijo mo-respondi ella-. Haceunos veinte aos, cuando nos trasladaron del regi-miento aqu, vlgame Dios, qu miedo tena a esosanticristos! En cuando vea sus gorros de lince, encuanto oa sus chillidos, se me paraba el corazn. Yahora estoy tan acostumbrada que, si me dicen quelos bandidos estn rondando la fortaleza, ni memuevo.

    -Vasilisa Yegrovna es una dama intrpida-indic con aire importante Shvabrin-. Ivn Kus-mich puede atestiguarlo.

    -Pues s -dijo Ivn Kusmich-: no es nada miedo-sa.

    16 Tribu nmada que habitaba al este del ro Ural.

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    -Y Marta Ivnovna? -pregunt-. Es tan va-liente como usted?

    -Si es valiente Masha? -contest su madre. NoMasha es muy miedosa. Hasta ahora no puede orun disparo: se pone a temblar. Hace dos aos a IvnKusmich se le ocurri, el da de mi santo, dispararcon nuestro can, y ella, pobrecta ma, por pocose nos va al otro mundo del susto. Desde entonceshemos dejado en paz el maldito can.

    Nos levantamos de la mesa. El capitn y su mu-jer se fueron a dormir la siesta, y yo me encamin acasa de Shvabrin, donde pas toda la tarde.

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    CAPITULO IVEL DUELO

    -Haz el favor, toma posicin.Ya vers como te atravieso el cuerpo.

    KNIAZHNAIN17

    Pasaron semanas y mi vida en la fortaleza Belo-grskaya no slo result soportable, sino que lleg aser grata. En la casa del comandante me recibancomo si fuera de la familia. El marido y la mujereran gente de lo ms respetable. Ivn Kusmich, queascendi hasta oficial habiendo sido hijo de solda-do, era un hombre inculto y sencillo, pero bueno yhonrado. Su mujer le manejaba a su antojo, lo que

    17 Epgrafe procedente de Los raros, comedia de Kniazhnan

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    iba perfectamente con la despreocupacin de mari-do. Vasilisa Yegrovna consideraba los asuntos delservicio como los de su hogar y diriga la fortalezade la misma manera que su propia casa. Mara lv-novna pronto dej de evitarme. Nos hicimos ami-gos. Sin darme cuenta me encari con toda lafamilia, hasta con Ivn Igntich, el teniente tuerto dela guarnicin, el cual, segn Shvabrin, mantena re-laciones impropias con Vasilisa Yegrovna, cosaque ni remotamente se acercaba a la realidad; peroello no le preocupaba a Shvabrin.

    Me hicieron oficial. El servicio no me pesabademasiado. En aquella pacfica fortaleza no haba nirevistas, ni instruccin, ni guardias. A veces el co-mandante enseaba a los soldados, pero no habaconseguido que aprendieran a distinguir la derechade la izquierda. Shvabrin tena varios libros france-ses. Empec a leerlos y se me despert el inters porla literatura. Por las maanas lea, me ejercitaba en latraduccin y a veces en la versificacin. Sola almor-zar en casa del comandante, donde habitualmentepasaba el resto del da y adonde llegaba por las tar-des el padre Guersim con su esposa Akulina Pa-mfilovna, correveidile principal de toda la regin.Naturalmente, vea todos los das a A. I. Shvabrin,

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    pero cada da su conversacin me resultaba ms de-sagradable. Sus bromas habituales sobre la familiadel comandante no me gustaban nada, especial-mente las mordaces observaciones acerca de Maralvnovna. Esta era toda la sociedad de la fortaleza yyo no deseaba otra.

    A pesar de las predicciones, los bashkiros no sesublevaron. La tranquilidad reinaba en torno anuestra fortaleza. Pero un conflicto repentino per-turb la paz.

    Ya he dicho que me dedicaba a la literatura. Misejercicios, para aquellos tiempos, eran de mrito, yvarios aos despus los elogi Alexandr PetrvichSumarokov. Un da consegu escribir una cancinque me gust. Es sabido que a veces los autores,con el pretexto de pedir consejos, buscan a unoyente benvolo. As pues, copi la cancin y se lallev a Shvabrin, el nico de toda la fortaleza quepoda apreciar la creacin de un poeta. Despus deun pequeo prembulo, saqu del bolsillo mi cua-derno y le le los siguientes versos:

    Cun vano el intentoDe olvidar a mi amada!Qu triste recuerdo

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    De la libertad pasada!Su hermosa miradaMi corazn adormeceAfligindose el alma,Perturbando mi paz.Al saber m desgracia,Masha, ten piedad de m,Pon fin al cruel tormento,Pues slo vivo por ti.

    -Qu te parece? -pregunt a Shvabrin, esperan-do sus elogios como si fuera un tributo que me de-ba.

    Pero, con gran despecho mo, Shvabrin, que so-la ser indulgente, declar muy resuelto que mi can-cin era mala.

    -Por qu? -le dije disimulando mi irritacin.-Porque estos versos son dignos de mi maestro,

    Vasili Kirilich Trediakovski, y me recuerdan muchosus coplas amorosas.

    Cogi mi cuaderno y se puso a analizar despia-dadamente cada verso y cada palabra, burlndose dem de la manera ms mordaz. No pude resistirlo, learrebat el cuaderno y le dije que nunca ms le vol-vera a ensear mis obras. Se ri de esta amenaza.

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    -Ya veremos si cumples tu palabra -dijo-; elpoeta necesita al oyente como Ivn Kusmich su ga-rrafa de vodka antes de comer. Y quien es esaMasha a la que declaras tu tierna pasin y tu tor-mento amoroso? No ser Mara lvnovna?

    -A ti no te importa -dije frunciendo el ceo-quin es esta Masha. No necesito tu opinin ni tusconjeturas.

    -Ah! El orgulloso poeta y modesto amante!-continu Shvabrin, irritndose cada vez ms-. Es-cucha mi consejo amistoso: si quieres tener xito, terecomiendo que no le vayas con cancioncitas.

    Qu significa esto? Haz el favor de explicarte.-Con mucho gusto. Esto significa que, si quieres

    que Masha Mironova vaya a verte a la hora del cre-psculo, en lugar de versos enternecedores, reglaleun par de pendientes.

    Me hirvi la sangre en las venas:-Y por qu tienes esta opinin de ella?-

    pregunt conteniendo a duras penas mi indignacin.-Es que -contest con una sonrisa diablica-

    conozco por experiencia su carcter y sus costum-bres.

    -Mientes, canalla! -grit enfurecido-. Mientesde la manera ms desvergonzada!

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    Shvabrin cambi de expresin.-Esto no te lo consiento --dijo agarrndome de

    la mano-. Tendrs que darme una satisfaccin.-Cuando quieras -respond complacido.En aquel momento estaba dispuesto a hacerle

    pedazos.Inmediatamente fui a ver a Ivn Igntich y le

    encontr con una aguja en la mano: por orden de lacomandanta, estaba ensartando unas setas para se-carlas para el invierno.

    -Ah, Piotr Andryevich! -dijo al verme-. Bien-venido! Qu le trae por aqu? Algn asunto, si sepuede saber?

    Le expliqu en pocas palabras que me haba pe-leado con Alexi Ivnich y que le peda a l, IvnIgntich, que fuera mi testigo en el duelo. Ivn Ig-ntich me escuch con atencin y desorbitando sunico ojo:

    -Si no me equivoco -dijo-, ha dicho usted quequiere matar a Alexi Ivnich y desea que yo sea eltestigo de ello? No es eso?

    -Exactamente.-Pero, por Dios, Piotr Andryevich! Qu ocu-

    rrencias tiene usted! Se ha peleado con Alexi Iv-nich? Vaya problema! La pelea no pesa en las

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    espaldas. Le ha ofendido a usted, as que usted leinsulta: la da usted en la jeta y le pega en la oreja,despus en la otra, despus en la tercera; y luego seseparan y nosotros ya les ayudaremos a hacer laspaces. Pero, es que le parece bien matar a su prji-mo? Si por lo menos fuera usted el que le matara...Al fin y al cabo, tampoco me hace mucha graciaAlexi Ivnich, Pero, y si l le ensarta a usted?Qu pasar entonces? Quin habr hecho el ton-to?

    Los razonamientos del juicioso teniente no con-siguieron disuadirme. Segu con la misma intencin.

    -Usted ver -dijo Ivn Igntich-; haga lo que leparezca conveniente. Pero, para qu voy a hacer detestigo? A santo de qu? Dos hombres pelendose,ni que fuera una novedad. Gracias a Dios, he pelea-do con el sueco y con el turco: he visto de todo.

    Intent explicarle el papel del testigo, pero IvnIgntich era incapaz de comprenderme.

    -Como usted quiera -dijo-. Ya que tengo queintervenir en este asunto, podra ir a ver a IvnKusmich y darle, por obligacin de servicio, el partede que en la fortaleza se est tramando un crimencontrario al inters del Estado, por si el seor co-mandante tiene a bien tomar las medidas oportunas.

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    Me asust y ped a Ivn Igntich que no dijeranada al comandante; me cost mucho trabajo con-vencerle, pero me dio su palabra y entonces deciddejarle.

    Pas la tarde, como de costumbre, en casa delcomandante. Trataba de parecer indiferente y alegrepara no infundir sospechas y evitar preguntas fasti-diosas, pero confieso que no tena esa sangre fra dela que se jactan todos los que se han encontrado enmi situacin. Aquella tarde me senta inclinado a laemocin y la ternura. Mara Ivnovna me gustabams que nunca. La idea de que probablemente lavea por ltima vez la haca ante mis ojos especial-mente enternecedora. Shvabrin apareci en seguida.Nos apartamos y le puse al corriente de mi conver-sacin con Ivn Igntich.

    -Para qu necesitamos testigos? -dijo seca-mente-. Podemos pasarnos sin ellos.

    Convinimos en que el duelo sera detrs de lashacinas que se encontraban junto a la fortaleza y quelos dos estaramos all hacia las siete de la maanadel da siguiente. Al parecer, hablbamos tan amis-tosamente, que Ivn Igntich, de la alegra, se fue dela lengua.

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    -Ya era hora -dijo con aire satisfecho-; una malapaz es mejor que una buena pelea; y si no es honra-da, es sana.

    -Qu dices, Ivn Igntich? -pregunt la mujerdel comandante, que estaba echando las cartas en unrincn-. No te he odo.

    Ivn Igntich, al ver las seales de reprobacinque yo le haca y acordndose de su promesa, seazor y no supo qu contestar. Shvabrin se apresura ayudarle.

    -Ivn Igntich se alegra de nuestra pronta re-conciliacin.

    -Y con quin te habas peleado, hijo mo?-Piotr Andryevich y yo hemos tenido una ria

    bastante seria.-Por qu?-Fue una verdadera tontera, Vasilisa Yegro-

    vna: por una cancin.-Vaya razn para pelearse! Una cancin! Y

    cmo fue?-Ocurri lo siguiente: Hace unos das Piotr An-

    dryevich compuso una cancin y hoy se ha puestoa cantarla delante de m; entonces yo he entonadomi cancin favorita:

    Hija del capitn,

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    No salgas a media noche.-As ha empezado la discordia. Piotr Andrye-

    vich se ha enfadado conmigo, pero luego ha decidi-do que cada uno puede cantar lo que quiera. Este esel final de la historia.

    La desvergenza de Shvabrin me indign; peronadie, excepto yo, comprenda sus groseras alusio-nes; por lo menos, nadie se fij en ellas. De las can-ciones, la conversacin pas a los poetas, y elcomandante declar que todos ellos eran unos li-cenciosos y borrachos perdidos, y me aconsejamistosamente que abandonara la poesa, comoocupacin contraria al servicio y que no poda con-ducir a nada bueno.

    La presencia de Shvabrin me resultaba inso-portable. No tard en despedirme del comandante yde toda su familia. Al llegar a casa, examin mi es-pada, prob la punta y me acost ordenando a Sav-lich que me despertara pasadas las seis de lamaana.

    Al da siguiente, a la hora convenida, estaba de-trs de las hacinas esperando a mi adversario, quienno tard en aparecer.

    -Aqu, nos pueden encontrar -me dijo-; tenemosque darnos prisa.

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    Nos quitamos los dormanes, nos quedamoskamzol18 y desenvainamos las espadas. En aquelmomento, de detrs de la hacina aparecieron IvnIgntich y unos cinco invlidos. Ivn Igntich dijoque el comandante exiga nuestra presencia. Le obe-decimos de mala gana; los soldados nos rodearon ynos dirigimos a la fortaleza siguiendo a Ivn Ign-tich, quien nos condujo triunfante, caminando consorprendente aplomo.

    Entramos en la casa del comandante. Ivn Ig-ntich abri las puertas y anunci solemnemente:

    -Aqu los traigo!Nos recibi Vasilisa Yegrovna:Dios mo' Qu es esto? Cmo? Tramar un

    crimen en nuestra fortaleza! lvn Kusmich! Aarrestarlos inmediatamente! Piotr Andryevich!Alexi Ivnovich! Dadme ahora mismo vuestrasespadas, ahora mismo! Palashka, lleva estas espadasa la despensa. Piotr Andryevich! No esperaba estode ti. No te da vergenza? Que sea Alexi Ivno-vich, se comprende: le echaron de la guardia por in-fame y, adems, no cree en Dios; pero t! Quierest hacer lo mismo?

    18 Especie de chaleco sin mangas.

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    Ivn Kusmich estaba completamente de acuerdocon su esposa y repeta:

    -Escucha, Vasilisa Yegrovna tiene razn. Losduelos estn terminantemente prohibidos por el re-glamento militar.

    Entretanto Palashka cogi nuestras espadas y selas llev a la despensa. No pude contener la risa.Shvabrin conservaba su aire solemne.

    -con todo el respeto que le tengo, seora -dijotranquilamente, no puedo dejar de decirle que semolesta intilmente sometindonos a su juicio. D-jelo para Ivn Kusmich, que es de su incumbencia.

    -Hijo mo! -respondi la comandanta-. Es queel marido y la mujer no son un alma y un cuerpo?lvn Kusmich! En qu ests soando? Sepralosinmediatamente y djalos a pan y agua para que seles pase la tontera; y que el padre Gurasim losobligue a hacer una penitencia para que rueguen aDios que los perdone y se arrepientan pblicamente.

    Ivn Kusmich no saba qu partido tomar. Ma-ra lvnovna estaba extraordinariamente plida, Po-co a poco la tempestad se calm; la mujer delcapitn se tranquiliz y nos oblig a que nos dira-mos un beso. Palashka nos trajo nuestras espadas.

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    Salimos de la casa del comandante aparentementereconciliados. Nos acompaaba Ivn Igntich.

    -No le dio vergenza -le dije enfadado- denun-ciarnos al comandante despus de haberme prome-tido que no lo hara?

    _Le juro por Dios que no dije nada a IvnKusmich -contestme-. Vasilisa Yegrovna me losac todo. Ella decidi sin que lo supiera el coman-dante. Aunque, gracias a Dios, ya ha terminado to-do.

    Con estas palabras torci hacia su casa y Shva-brin y yo nos quedamos solos.

    -Lo nuestro no puede terminar de esta manera-le dije.

    -Naturalmente- contest Shvabrin- tendr queresponderme con su sangre por su insolencia; segu-ramente van a vigilarnos. Tendremos que fingir al-gunos das. Adis!

    Y nos separamos como si nada hubiera pasado.Cuando volv a casa del comandante, me sent

    como de costumbre con Mara lvnovna. IvnKusmich estaba fuera y Vasilisa Yegrovna estabaocupada con los quehaceres de la casa. Hablbamosa media voz. Mara Ivnovna me reprochaba con

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    ternura la preocupacin que haba causado a todosmi pelea con Shvabrin.

    -Pens que me mora -me dijo-, cuando nos en-teramos de que pensaban batirse con espadas. Quextraos son los hombres! Por una palabra que ol-vidaran seguramente en una semana, estn dis-puestos a pelear y a sacrificar no slo su vida, sinola conciencia y el bienestar de aquellos que... Peroestoy segura de que no fue usted el que inici la ria.Creo que el culpable es Alexi Ivnich.

    -Por que lo cree, Mara Ivnovna?-Pues es que... es tan burln! No me gusta Ale-

    xi Ivnich. Me es muy antiptico; pero es curioso:por nada del mundo me gustara serle tan desagra-dable como l a m. Esto me preocupara muchsi-mo.

    -Y qu cree usted, Mara Ivnovna? Le gustausted a Shvabrin, o no?

    Mara lvnovna se azor y se puso colorada.-Me parece -dijo- que le gusto.-Y por qu se lo parece?-Porque ha querido casarse conmigo.-Casarse! Ha querido casarse con usted!

    Cundo?

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    -El ao pasado. Unos dos meses antes de quellegara usted.

    -Y usted no acept.-Ya lo ve. Alexi Ivnich es un hombre inteli-

    gente y de buena familia, adems, tiene fortuna; pe-ro, cuando Pienso que tendra que darle un beso enla iglesia delante de todo el mundo... Nunca! Pornada del mundo!

    Las palabras de Mara Ivnovna me abrieron losojos y me explicaron muchas cosas. Comprend porqu Shvabrin la persegua con su maledicencia obs-tinada. Por lo visto, haba notado la inclinacin quetenamos el uno por el otro y trataba de alejarnos.Las palabras que causaron nuestra pelea me parecie-ron todava ms infames, cuando, en lugar de unaburla grosera y obscena, vi en ellas una deliberadacalumnia. Mi deseo de castigar al insolente calum-niador fue an ms fuerte y me puse a esperar conimpaciencia una ocasin propicia.

    La espera no fue larga. Al da siguiente , cuandoestaba sentado a la mesa escribiendo una elega ymordiendo la pluma en espera de una rima, Shva-brin llam a mi ventana. Dej la pluma, cog la es-pada y sal a la calle.

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    -Para qu aplazarlo? -me dijo Shvabrin-. Ahorano nos ve nadie. Bajemos hacia el ro. All no nospodrn molestar.

    Echarnos a andar callados. Bajamos por un ca-minillo empinado, nos paramos junto al ro mismoy desenvainamos las espadas. Shvabrin era ms h-bil que yo, pero yo ms fuerte y ms valiente; ade-ms, monsieur Beaupr, que en sus tiempos fuesoldado, me haba dado varias lecciones de esgrimaque aprovech entonces. Shvabrin no esperaba en-contrar en m a un adversario tan peligroso. Du-rante mucho rato no nos pudimos hacer ningnmal; al fin, viendo que Shvabrin se estaba quedandosin fuerzas, empec a atacarle con viveza y le hiceretroceder casi dentro del ro. De pronto o minombre pronunciado en voz alta. Me volv y vi aSavlich, que bajaba corriendo por el sendero de laorilla... En aquel mismo instante sent en el pechoun fuerte pinchazo, ms abajo del hombro derecho;ca y perd el sentido.

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    CAPITULO VEL AMOR

    Muchacha, muchacha bonita,No te cases, note cases joven,Pregntale a tu padre y a tu madre,A tu padre, a tu madre y a tu familia;Atesora juicio y sentido,Inteligencia y buena dote.

    (Cancin popular.)

    Al volver en m, durante algn tiempo no puderecordar qu haba sucedido y no comprenda qume haba pasado. Estaba tumbado en la cama enuna habitacin desconocida y senta una gran debi-lidad. Delante de m estaba Savlich con una vela enla mano. Alguien desataba cuidadosamente las ven-das que me cean el pecho y un hombro. Poco apoco se me aclararon las ideas. Me acord del dueloy comprend que estaba herido. En aquel instantechirri la Puerta.

    -Qu? Cmo est? -se oy el susurro de unavoz que me hizo temblar.

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    -Sigue igual -respondi Savlich suspirando-,lleva cinco das sin recobrar el conocimiento.

    Quise volverme, pero no pude.-Dnde estoy? Quin est aqu? -pregunt con

    un esfuerzo.Mara Ivnovna se acerc a la cama y se inclin:-Cmo se siente? -dijo.-Gracias a Dios! -contest con voz dbil-.

    usted Mara lvnovna? Dgame... -no tuve fuerzaspara continuar y me call.

    Savlich suspir aliviado. Su cara expresaba ale-gra. -Ha vuelto en s, ha vuelto en s! -repeta-.Gracias, Seor! Piotr Andryevich, qu susto mehas dado! Se dice pronto, cinco das!

    Mara lvnovna le interrumpi.-No le hables mucho, Savlich -le dijo-, que to-

    dava est dbil.Sali y cerr la puerta con cuidado. Yo estaba

    profundamente conmovido. Entonces, me encon-traba en casa del comandante; Maa Ivnovna habaentrado a verme. Quise hacer varias preguntas a Sa-vlich, pero el viejo movi la cabeza y se tap losodos. Cerr los ojos despechado y no tard endormirme. Al despertar, llam a Savlich, pero enlugar de l apareci ante m Mara lvnovna y su voz

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    angelical me salud. No puedo expresar el dulcesentimiento que se apoder de m en aquel instante.Le cog la mano y acerqu mi cara a ella, cubrin-dola de lgrimas enternecidas. Mara no la apar-taba... y de pronto sus labios tocaron mi mejilla ysent un beso fresco y apasionado. Una llamaradame recorri el cuerpo.

    -Querida, dulce Mara Ivnovna -le dije-, sea miesposa, consienta en hacerme feliz.

    Mara Ivnovna volvi en s.-Clmese, por Dios! -dijo apartando la mano --

    Todava est en peligro, puede abrrsele la herida.Cudese, aunque slo sea por m.

    Y con estas palabras se fue, dejndome embria-gado por la dicha. La felicidad me resucit. Serma! Me quiere Esta idea llenaba todo mi ser.

    Aquel da empec a mejorar. Me trataba el bar-bero del regimiento, porque en la fortaleza no habaotro mdico, y ste, gracias a Dios, no complicabademasiado las cosas. Mi juventud y la naturalezaaceleraron la convalecencia. Toda la familia del co-mandante me cuidaba. Mara Ivnovna no se sepa-raba de m. Naturalmente, a la primera ocasinpropicia, volv a mi explicacin interrumpida, yMarta lvnovna me escuch con ms paciencia. Me

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    confes la inclinacin de su corazn sin hacer me-lindres y me dijo que sus padres, sin duda alguna, sealegraran de su felicidad.

    -Pero pinsalo bien -aadi--. No habr algnobstculo por parte de su familia?

    Me qued pensativo. No dudaba del cario quetena mi madre, pero, conociendo el carcter y lamanera de pensar de mi padre, senta que mi amorno le iba a enternecer demasiado y que lo considera-ra una locura juvenil. Le confes todo esto a MartaIvnovna, pero me decid a escribir a mi padre unacarta, lo ms elocuente posible, pidindole la bendi-cin paterna. Ense la carta a Marta lvnovna y laencontr tan conveniente y enternecedora, que nodud de su xito y se entreg a los sentimientos desu tierno corazn con toda la confianza de la ju-ventud y el amor.

    Hice las paces con Shvabrin uno de los prime-ros das de mi mejora. Ivn Kusmich, reprendin-dome por el duelo, me dijo:

    -Ah, Piotr Andryevich! Tendra que arrestarte,pero ya has tenido tu castigo. Pero Alexi Ivnichest en la panadera bajo vigilancia y su espada latiene encerrada Vasilisa Yegrovna. Que reflexioney se arrepienta.

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    Yo era demasiado feliz para guardar en el cora-zn un sentimiento de enemistad. Empec a inter-ceder por Shvabrin, y el buen comandante, con elconsentimiento de su esposa, accedi a liberarlo.

    Shvabrin vino a verme; expres su profundosentimiento por lo que haba pasado entre nosotros,reconoci que l era el culpable de todo y me pidique olvidara lo ocurrido. Poco rencoroso por natu-raleza, le perdon sinceramente nuestra pelea y laherida que me haba hecho. En su calumnia vea eldespecho del amor propio ofendido y de su senti-miento rechazado, y perdonaba magnnimamente ami infortunado rival.

    Pronto mejor y pude trasladarme a mi casa.Esperaba con impaciencia la respuesta a mi carta,sin atreverme a abrigar una esperanza y tratando deacallar los oscuros presentimientos. Todava no ha-ba hablado con Vasilisa Yegrovna y su marido,pero mi proposicin no los sorprendera. Ni yo niMara Ivnovna tratbamos de ocultar nuestroamor, y estbamos convencidos de su consenti-miento.

    Por fin, una maana Savlich entr en mi habi-tacin con una carta. La cog temblando. La direc-cin estaba escrita con letra de mi padre. Esto me

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    prepar para algo importante, porque generalmenteme escriba mi madre y l pona al final varias lneas.Tard mucho en abrir la carta, releyendo la solemneinscripcin. A mi hijo Piotr Andryevich Griniov,provincia de Oremburgo, fortaleza Belogrskaya.Trataba de comprender por la letra en qu estado denimo haba sido escrita la carta; por fin me decid aabrirla y desde las primeras lneas comprend quetodo se iba al diablo. La carta deca lo siguiente:

    Mi hijo Piotr! El 15 del presente mes recibirnostu carta en la que pides nuestra bendicin y nuestroconsentimiento para tu boda con Mara lvnovna,hija de Mirnov, y no slo no pienso darte mi ben-dicin y mi consentimiento, sino que tengo el pro-psito de llegar hasta ti y castigarte como a unchiquillo, sin hacer caso de tu grado de oficial, yaque has demostrado que no eres digno de llevar laespada que te ha sido concedida para la defensa dela patria y no para duelos con calaveras como t.

    Escribo inmediatamente a Andri Krlovich pi-dindole que te traslade de la fortaleza Belogrskayaa algn sitio ms remoto para que se te pase la ton-tera. Tu madre, al enterarse de tu duelo y de la heri-da, ha enfermado del disgusto y est en cama. Qu

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    ser de t? Ruego a Dios que te corrijas, pero no meatrevo a esperar su gran misericordia.

    Tu padreA. G.

    La lectura de esta carta despert en mil senti-mientos diversos. Las expresiones crueles queabundaban en ella me ofendieron profundamente.El desprecio con que se refera a Mara Ivnovname pareca tan indigno como injusto. La idea de mitraslado de la fortaleza Belgorskaya me horroriza-ba, pero ms que nada me disgust la noticia de laenfermedad de mi madre. Estaba indignado con Sa-vlich, porque tenia la seguridad de que mis padresse haban enterado del duelo a travs de l. Reco-rriendo de punta a punta mi angosta habitacin, mepar ante l y le dije con una mirada amenazadora:

    -Veo que te parece poco que por tu culpa hayaestado herido y un mes entero al borde de la tumba;tambin quieres matar a mi madre.

    Savlich pareca fulminado por un rayo.-Por Dios, seor! -me dijo llorando-. Qu es-

    ts diciendo? Que yo fui causante de tu herida?Dios es testigo de que iba a protegerte con mi pecho

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    de la espada de Alexi Ivnich. La maldita vejez melo impidi. Y qu he hecho yo a tu madre?

    -Qu le has hecho? -contest-. Quin te man-d que escribieras denuncias? Es que ests paraespiarme?

    -Que yo he escrito una denuncia? Bendito seaDios! -contest Savlich con lgrimas en los ojos-Pues haz el favor de leer qu me escribe el seor:vers cmo te he denunciado.

    Sac del bolsillo una carta y le lo siguiente:

    Vergenza te debera dar, perro viejo, que a pe-sar de mis rdenes no me has dicho nada de las tra-vesuras de mi hijo Piotr Andryevich y unaspersonas extraas tengan que comunicrmelo. Ases como cumples tus obligaciones y la voluntad detus seores?

    Pero ocultarme la verdad y por connivencia conel joven, te mandar, a cuidar cerdos, perro viejo!Te ordeno que al recibir la presente me escribas in-mediatamente el estado de su salud, que va mejor,segn me dicen, y en qu partes est herido y cmole han curado.

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    Era evidente que Savlich tena razn, que yo lehaba ofendido injustamente con mis reproches ysospechas. Le ped perdn, pero el vicio estaba des-consolado.

    -A lo que he llegado -repeta- As me pagan misseores al cabo de los aos! Soy un perro viejo, soyun porquero, y encima tengo la culpa de tu herida?No, Piotr Andryevich! No soy yo, es el malditomusi el que tiene la culpa de todo: l te ense apinchar con asadores de hierro y a dar patadas, co-mo si pinchando y dando patadas se pudiera unoguardar de una mala persona. Para eso haba quecontratar al musi y gastar dinero!

    Pero quin se haba tomado la molestia de ha-cerle saber a mi padre mi conducta? El general? Alparecer, ste no se ocupaba de m demasiado, e IvnKusmich no haba credo necesario mandarle un in-forme del duelo. Me perda en conjeturas. Mis sos-pechas recayeron sobre Shvabrin. Era el nico quepoda sacar algn beneficio de la denuncia, cuyo re-sultado poda ser mi alejamiento de la fortaleza y miruptura con la familia M comandante. Fui a comuni-carlo todo a Mafia Ivnovna. Me recibi en la en-trada.

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    -Qu le ha pasado? -dijo al verme-. Est ustedmuy plido!

    -Todo ha terminado -le contest dndole lacarta de mi padre.

    Palideci a su vez. Despus de leerla, me la de-volvi con mano temblorosa y dijo con una voztrmula tambin:

    -Veo que ste es mi destino... Sus padres noquieren que yo entre en su familia. Hgase la vo-luntad del Seor! Dios sabe mejor que nosotros ques lo que nos conviene. No hay nada que hacer,Piotr Andryevich; sea feliz...

    -Nunca! -exclam cogindola de la mano-. Tme quieres; estoy dispuesto a todo. Vamos a arro-jarnos a los pies de tus padres; son gente sencilla, noson orgullosos con el corazn endurecido... Nosbendecirn, nos casaremos... y, con el tiempo, estoyseguro de que mi padre nos perdonar, mi madreestar de nuestra parte-.

    -No, Piotr Andryevich -respondi Masha-, nome casar contigo sin la bendicin de tus padres.Sin su bendicin no podras ser feliz. Hay que con-formarse con la voluntad de Dios. Si encuentras aotra que te sea destinada, si la quieres, que Dios te

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    acompae, Piotr Andryevich, por vosotros dos,yo... -rompi a llorar y me dej.

    Quise seguirla, pero incapaz de dominarme mefui a casa.

    Estaba sumido en una profunda meditacincuando de pronto Savlich interrumpi mis pensa-mientos.

    -,Mire, seor --dijo alargndome una hoja depapel escrita-, si he querido denunciar a mi seor yenemistar el padre con el hijo.

    Cog el papel de sus manos: la respuesta de Sa-vlich a la carta recibida. Aqu est, de la primerapalabra a la ltima:

    Mi seor, Andri Petrvich:

    He recibido su benvola carta, donde tiene abien enfadarse conmigo, su siervo de usted, porqueno me da vergenza de no cumplir sus rdenes deseor; y yo no soy un perro viejo, sino su fiel criado,obedezco a las rdenes del seor y siempre le heservido con celo y as he llegado a tener canas. So-bre la herida de Piotr Andryevich no le he escritonada a usted para no asustarle intilmente, y tengo

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    entendido que la seora, nuestra Avdotia Vaslevna,se ha enfermado del susto, y rogar a Dios por susalud. Piotr Andryevich fue herido bajo el hombroderecho, en el pecho, debajo del mismo hueso, a unvershok19 y medio de profundidad, y estuvo en ca-ma en casa del comandante, y le cuid el barbero deaqu, Stepn Paramnov; y ahora Piotr Andryevichest sano gracias a Dios y no se puede decir de lnada malo. Los comandantes dicen que estn con-tentos con l y para Vasilisa Yegrovna es como unhijo.

    Y que le haya ocurrido aquel percance, para unjoven, no es una vergenza: el caballo tiene cuatropatas y a veces tambin tropieza. Y de lo que diceque me quiere mandar a guardar cerdos, para eso essu voluntad. Con esto le saludo humildemente.

    Su fiel siervoArjip Savlich

    No pude menos de sonrer varias veces al leer lacarta del pobre viejo. No me senta capaz de con-testar a mi padre, y para tranquilizar a mi madre lacarta de Savlich me pareci suficiente.

    19 Antigua medida de longitud equivalente a 4,4 centmetros.

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    Desde entonces mi situacin cambi. MaraIvnovna apenas me hablaba y hacia todo para evi-tarme. La casa del comandante perdi para m todosu atractivo. Poco a poco me acostumbr a estarsolo. Al principio Vasilisa Yegrovna me lo repro-chaba, pero ante mi insistencia me dej en paz. AIvn Kusmich le vea slo cuando lo exiga el servi-cio. Con Shvabrin me encontraba muy rara vez y demala gana. Adems, senta en l antipata oculta ha-cia m, lo que confirmaba mis sospechas. Mi amorse enardeca en mi aislamiento y cada da se volvams doloroso. Perd el inters por la lectura y pormis ejercicios literarios. Tena miedo de volvermeloco o de caer en libertinaje. Pero ciertos aconteci-mientos inesperados, que influyeron fuertemente entoda mi vida, ejercieron sobre mi alma una conmo-cin violenta y beneficiosa.

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    CAPITULO VITIEMPOS DE PUGACHOV

    Y Vosotros, muchachos escuchadLo que nosotros, los viejos, vamos a contar.

    (Cancin.)

    Antes de dar comienzo a la descripcin de losextraos acontecimientos de los que fui testigo, ten-go que decir algunas palabras sobre la situacin enque se encontraba la provincia de Oremburgo a fi-nales del ao 1773.

    Esta vasta y rica provincia estaba habitada pornumerosos pueblos medio salvajes que haca pocotiempo haban reconocido la dominacin de los so-beranos de Rusia. Sus continuas sublevaciones, lafalta de costumbre a las leyes y a la vida cvica, la

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    inconsciencia y la crueldad exigan una vigilanciaconstante por parte del gobierno para mantenerlosen obediencia. Las fortalezas se construyeron en lu-gares considerados cmodos y fueron pobladas porcosacos en su gran mayora, antiguos dueos de lasorillas del Yaik. Pero los cosacos del Yaik, que te-nan que guardar la paz y la seguridad de aquella re-gin, al poco tiempo resultaron ser ellos mismosunos sbditos turbulentos y peligrosos para el go-bierno.

    En el ao 1772 hubo una sublevacin en la ciu-dad principal de los cosacos, provocada por las me-didas que tom el teniente general Traubenberg20

    para conseguir del ejrcito la debida sumisin. Laconsecuencia fue el brbaro asesinato de Trauben-berg, la implantacin de un gobierno por los cosa-cos de la regin y, por ltimo, el aplastamiento de larevuelta a sangre y fuego.

    Todo esto ocurri algn tiempo antes de m lle-gada a la fortaleza Belogrskaya. Todo estaba tran-quilo, o lo pareca. El gobierno haba credo condemasiada facilidad en el falso arrepentimiento delos astutos rebeldes, los cuales, llenos de rencor, es-

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    peraban tina ocasin propicia para reanudar la insu-rreccin.

    Vuelvo a mi relato.Una tarde (esto ocurri a primeros de octubre

    del ao 1773) me encontraba solo en casa escu-chando el aullido del viento de otoo y mirando porla ventana las nubes que corran delante de la luna.Me avisaron que el comandante quera verme. Medirig a su casa inmediatamente. All encontr aShvabrin, a Ivn Igntich y al suboficial cosaco. Enla habitacin no estaban Vasilisa Yegrovna ni Ma-ra lvnovna.

    El comandante me salud con aire preocupado.Cerr las puertas con llave, nos hizo sentar a todosmenos al suboficial, que se qued junto a la puerta,sac un papel del bolsillo y nos dijo:

    -Seores oficiales, una noticia importante. Pres-ten atencin a lo que escribe el general.

    Se cal los anteojos y ley lo siguiente:Al seor comandante de la fortaleza Belogr-

    skaya, capitn Mirnov.Secreto.

    20 Conocido por su crueldad con los cosacos y asesinado du-rante la rebelin de Pugachov.

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    Le comunico por la presente que el cosaco delDon y raskImik21, Yemelin Pugachov, evadido dela prisin, habiendo cometido el desafuero im-perdonable de usurpar el nombre del difunto em-perador Pedro III22, ha reunido una banda de fora-jidos, ha suscitado la rebelin en los poblados delYaik y ya ha devastado varias fortalezas, Perpetradorobos y asesinatos. En consecuencia, al recibir lapresente, seor capitn, tiene que tornar inmediata-mente las medidas oportunas para repeler a dichomaleante y, si es posible, exterminarlo completa-mente, en el caso de que se dirija a la fortaleza a us-ted encomendada.

    -Tomar las medidas oportunas! -exclam elcomandante quitndose los anteojos y doblando elpapel- Qu fcil de decir! Se ve que el maleante esfuertes; y nosotros no tenemos ms que cientotreinta personas, sin contar a los cosacos, que noson de fiar, y no lo digo por ti, Maxmich -el subofi-cial sonri,-. No hay nada que hacer, seores ofi-

    21 Miembro de una secta perteneciente al Raskil, cisma reli-gioso en Rusia en el siglo XVII.22 Pedro III, nieto de Pedro el Grande, rein de enero a juliode 1762, momento en que abdic del trono; ms tarde fueestrangulado por uno de los seguidores de Catalina II

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    ciales! Estn dispuestos a todo, organicen la guardiay las patrullas nocturnas; en caso de ataque, cierrenlas puertas de la fortaleza y saquen a los soldados.T, Maxmich, vigila bien a tus cosacos. Hay que re-visar el can y limpiarlo como es debido. Pero loms importante es que guarden el secreto, para quenadie de la fortaleza pueda saberlo antes de tiempo.

    Despus de dar todas estas rdenes, Ivn Kus-mich nos dej marchar. Sal junto con Shvabrin,comentando lo que acabbamos de or.

    -Qu te Parece? Cmo va a terminar esto? -lepregunt.

    -Sabe Dios! -respondi-. Ya veremos. Por aho-ra no me parece ver nada importante. Pero si... -sequed pensando y, distrado, empez a silbar unaria francesa.

    A pesar de todas nuestras precauciones, la noti-cia de la aparicin de Pugachov recorri la fortaleza.Ivn Kusmich, aunque respetaba profundamente asu esposa, por nada del mundo le hubiera descu-bierto el secreto confiado oficialmente. Al recibir lacarta del general, ech a Vasilisa Yegrovna de unmodo bastante hbil, dicindole que el padre Gue-rsim haba tenido unas noticias extraas de Orem-burgo que guardaba en gran secreto. Vasilisa

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    Yegrovna quiso ir inmediatamente a vera la mujerdel pope y, obedeciendo al consejo de Ivn Kus-mich, se llev a Masha para que no se aburriese solaen casa.

    Ivn Kusmich, al quedarse dueo absoluto de lacasa, mand llamarnos y encerr a Palashka en elcuarto trasero para que no pudiera escuchar nuestraconversacin.

    Vasilisa Yegrovna volvi a casa sin haberlesonsacado nada a la mujer del pope y se enter quedurante su ausencia Ivn Kusmich haba tenido unareunin y Palashka haba estado encerrada con lla-ve. Comprendi que su marido le haba mentido einici el hbil interrogatorio.

    Pero Ivn Kusmich estaba preparado para elataque. No se azor en absoluto y contest a su cu-riosa cnyuge:

    -Es que nuestras mujeres han decidido encenderlas estufas con. paja; y como esto puede originargrandes desgracias, he ordenado que de ahora enadelante las estufas se enciendan slo con ramas ylea seca.

    -Y para qu tuviste que encerrar a Palashka? -lepregunt la mujer del comandante-. Por qu la po-

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    bre chica ha tenido que estar en el cuarto traserohasta que llegramos nosotras?

    Ivn Kusmich no estaba preparado para estapregunta; se azor y balbuci algo muy incoherente.Vasilisa Yegrovna se dio cuenta de la perfidia desu marido, pero, sabiendo que no llegara a conse-guir nada de l, abandon sus preguntas y se puso ahablar de los pepinillos salados que Akulina Pamfi-lovna preparaba de una manera especialsima. Vasi-lisa Yegrovna no pudo dormir en toda la noche,intentando adivinar qu haba en la cabeza de sumarido que ella no deba saber.

    Al da siguiente, al volver de misa, vio a IvnIgntich que sacaba del can trapos, piedrecitas,trozos de madera, huesos y toda clase de basurametida all por los chiquillos. Qu significarnestos preparativos militares? -pens la comandanta-.No ser que se espera el ataque de los kirguises?No creo que Ivn Kusmich sea capaz de ocultarmeuna tontera semejante. Llam a Ivn Igntich conel firme propsito de sonsacarle el secreto que tantoatormentaba su curiosidad femenina.

    Vasilisa Yegrovna le hizo varias observacionesacerca de los problemas domsticos, como un juezque empieza la investigacin con preguntas que no

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    tienen relacin directa con el asunto, tratando deadormecer la vigilancia del acusado. Luego, despusde estar callada unos minutos, suspir profunda-mente y dijo, moviendo la cabeza:

    -Dios mo! Qu noticia! Cmo va a terminartodo esto?

    -Ay, madre ma! -contest Ivn Igntich-. Dioses misericordioso: tenemos suficientes soldados,mucha plvora, y he limpiado el can. Podremosaguantar el golpe de Pugachov. Si Dios nos ayuda,no nos puede pasar nada malo.

    -Y quin es ese Pugachov? -pregunt la mujerdel comandante.

    Ivn Igntich comprendi que haba habladoms de la cuenta y se mordi la lengua. Pero ya eratarde. Vasilisa Yegrovna le oblig a confesrselotodo, prometindole que no dira nada a nadie.

    Vasilisa Yegrovna cumpli su promesa y nodijo ni una palabra a nadie, slo a la mujer del pope,y nicamente porque la vaca de sta paca en la es-tepa y poda ser robada por los maleantes.

    Al poco tiempo todos hablaban de Pugachov.Lo rumores eran muy diversos. El comandantemand al suboficial a que se enterara bien en lospueblos y en las fortalezas de los alrededores. El

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    suboficial volvi a los dos das y comunic que ha-ba visto en la estepa, a unas seiscientas verstas de lafortaleza, muchas hogueras, y que haba odo decir alos bashkiros que se estaba acercando una fuerzanunca vista. Por lo dems, no pudo decir nada deimportancia,, porque tuvo miedo de seguir ms le-jos.

    En la fortaleza empez a notarse una gran in-quietud entre los cosacos; formaban grupos en to-das las calles, hablaban entre ellos por lo bajo y seseparaban al ver a un dragn o a un soldado de laguarnicin. Les mandaron a varios espas. Yuli, uncalmuco23 bautizado, dio al comandante un impor-tante informe. Segn l, las palabras del suboficialeran falsas: al volver, el calmuco cosaco haba con-tado a sus camaradas que haba estado con los re-beldes, se haba presentado al mismo jefe y ste lehaba permitido que le besara la mano y estuvo lar-go rato conversando con l. El comandante arrestinmediatamente al suboficial, haciendo que Yuliocupara su puesto. Esta noticia fu