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La historiografía peruana sobre el siglo XIX Nelson Manrique l. INTRODUCCION En un balance de las investigaciones sobre historia peruana anteriores a la década del setenta llama la atención el escaso interés que suscita el siglo XIX. Con la excepción de la monumental Historia de la República del Perú de Jorge Basadre, el siglo XIX ha permanecido como un período poco trabajado, lo cual llama la atención porque en él cobraron forma algunos procesos históricos decisivos para la definición del perfil de la sociedad peruana contemporánea. Este fenómeno podría atribuirse en parte a la influencia conservadora de la corriente historiográfica hispa- nista de la época del franquismo. Según tal corriente, el momento fundador de la nacionalidad peruana fue la colonia, etapa privilegiada en sus investigaciones. Desde su perspectiva, el siglo XIX constituía apenas una fase de transición entre un orden -el colonial- y el caos actual. No resulta, pues extraño que se le otorgara tan escasa importancia. Paradójicamente, tampoco la historiografía de signo progresista prestó mayor atención a este período. Bajo la influencia de la Teoría de la Dependencia, se concedía privilegio al tema del desarrollo del capitalismo, cuyo punto de partida era la penetración del imperialismo en la economía peruana a inicios del siglo XX. El siglo XIX se concebía apenas como preludio a este momento decisivo. Esta No. 1, Julio 1991 241

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La historiografía peruana sobre el siglo XIX

Nelson Manrique

l. INTRODUCCION

En un balance de las investigaciones sobre historia peruana anteriores a la década del setenta llama la atención el escaso interés que suscita el siglo XIX. Con la excepción de la monumental Historia de la República del Perú de Jorge Basadre, el siglo XIX ha permanecido como un período poco trabajado, lo cual llama la atención porque en él cobraron forma algunos procesos históricos decisivos para la definición del perfil de la sociedad peruana contemporánea. Este fenómeno podría atribuirse en parte a la influencia conservadora de la corriente historiográfica hispa­nista de la época del franquismo. Según tal corriente, el momento fundador de la nacionalidad peruana fue la colonia, etapa privilegiada en sus investigaciones. Desde su perspectiva, el siglo XIX constituía apenas una fase de transición entre un orden -el colonial- y el caos actual. No resulta, pues extraño que se le otorgara tan escasa importancia.

Paradójicamente, tampoco la historiografía de signo progresista prestó mayor atención a este período. Bajo la influencia de la Teoría de la Dependencia, se concedía privilegio al tema del desarrollo del capitalismo, cuyo punto de partida era la penetración del imperialismo en la economía peruana a inicios del siglo XX. El siglo XIX se concebía apenas como preludio a este momento decisivo. Esta

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perspectiva sólo se modificó cuando cobraron interés las determinaciones internas del proceso histórico nacional. La actual preocupación por el siglo XIX es, pues, un fenómeno relativamente reciente, si consideramos que se gestó a mediados de la década del setenta.

Cabe preguntarse sobre la pertinencia de asumir el siglo XIX como objeto de estudio. Puede observarse que·los estudios que toman como unidad analítica el siglo en su conjunto son más bien excepcionales, pues no hay en sus inicios una ruptura histórica equiparable a las que se advierten dos décadas antes (la gran rebelión) y dos después (la ruptura con España). De allí que los análisis que se inscriben en una perspectiva secular tomen por lo general como punto de partida una de estas dos coyunturas críticas.

Sucede algo similar con el final del siglo: la crisis que lo signa tuvo su momento decisivo dos décadas antes, durante la Guerra con Chile, por lo cual esta coyuntura resulta privilegiada como punto de partida, o de llegada, en diversos estudios. Es entonces frecuente que los análisis globales se prolonguen hasta las primeras décadas del siglo XX, y particularmente hasta la crisis del 30.

Hemos mencionado dos coyunturas de dramáticos enfrentamientos bélicos que desembocaron en complejas crisis sociales: la Independencia y la Guerra del Pacífico. Como veremos después, tanto en su estudio como en los debates que suscitaron se encuentran planteados algunos de los problemas historiográficos decisivos en torno al siglo XIX.

Uno de los grandes prejuicios sobre el siglo XIX es el de la inexistencia de fuentes documentales imprescindibles para el estudio del periodo. Esta creencia llevó a privilegiar durante un lapso prolongado el trabajo en archivos extranjeros, con el fin de subsanar la supuesta escasez de información. Aunque esto permitió, ciertamente, acceder a nuevos y valiosos materiales, las implicancias metodológicas de tales recursos fueron significativas, puesto que no se trataba de una opción meramente técnica, ni en sus supuestos ni en sus implicancias. De hecho, tal opción era la consecuencia lógica de la postura teórica que privilegiaba las determinaciones del mercado mundial como motor del desarrollo histórico de las sociedades depen­dientes. Las investigaciones de la última década demuestran, sin embargo, que esta preocupación carecía de fundamento sólido: aunque la disponibilidad de materiales documentales sobre el Perú republicano no puede compararse con la que brinda el Archivo de Indias para el periodo colonial, se reconoce ahora que hay muchos materiales dispersos, cuya pesquisa, aunque trabajosa, es perfectamente factible.

Este balance pone énfasis en el análisis de la producción reciente de los in­vestigadores peruanos. Se ha incorporado el aporte de los peruanistas sólo en los casos en que tuvieron una participación relevante en el desarrollo de los debates que juzgamos de mayor importancia. Tampoco se ha prestado mayor atención a las monografías de carácter local, salvo en los casos en que proponen problemas que trascienden su ámbito. No se trata, en consecuencia, de un estudio exhaustivo. Hemos privilegiado, por encima de la realización de un inventario de las publica­ciones recientes sobre el siglo XIX, un balance de los avances en la comprensión de los problemas fundamentales del período.

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II. DIFICULTADES PARA LA ELABORACION DE UNA HISTORIA NACIONAL DEL SIGW XIX

¿Es posible elaborar una historia nacional del Perú del siglo XIX? No tenía mayor sentido formularse tal pregunta, hace un par de décadas; allí estaban las diversas "Historias de la República" para demostrarlo. Pero los hallazgos de la investigación histórica a partir de la mitad de la década del setenta, conducen nuevamente a la interrogante. Para comenzar, hoy se sabe que los ciclos de expansión y contracción de las economías regionales no llegaron a coincidir. A lo largo del siglo XIX, la evolución de los precios de las lanas en el mercado de Liverpool tuvo para el sur andino mayor relevancia que los sucesos políticos limeflos, por ejemplo (Flores Galindo 1977; Burga y Reátegui 1981). Similarmente, mientras Lima atravesaba, durante la década del setenta por la peor crisis de su historia republicana como consecuencia del colapso del negocio del guano y de la quiebra del crédito internacional del Perú, en el contiguo espacio de la sierra central se ingresaba a una fase exactamente opuesta: el momento culminante de un ciclo de expansión sostenida de la economía regional que se había iniciado dos décadas antes (Manrique, 1987). Y si se compara la dinámica de estas dos regiones con la de los espacios serranos más claramente feudal izados, la diferencia es inclusive mayor. Que una crisis económica trascienda las fronteras de los ámbitos regionales y cobre repercusión nacional es un fenómeno que sólo se advierte en el siglo XX.

Un balance de lo avanzado en la comprensión de la dinámica de las economías regionales del siglo XIX muestra la existencia de por lo menos, tres lógicas regionales marcadamente diferenciadas que se distinguían por su alto grado de autonomía y que descansaban en la explotación de distintos productos que las vinculaban con mercados extrarregionales:

- Lima y la costa central y norte, articuladas a partir de la explotación del guano y el desarrollo de la agricultura de exportación, principalmente azúcar y algodón.

- La sierra central: plata, ganadería altoandina y luego, subsidiariamente, el aguardiente de cafla de los valles selváticos contiguos.

- El sur andino: las lanas y las fibras de los camélidos andinos. Conviene establecer dos precisiones. Por una parte, nuestro conocimiento

sobre el espacio regional norteño durante el siglo XIX es insuficiente, particu­larmente en lo que atafle a la dinámica histórica de la zona serrana. Si se exceptúan los estudios que Taylor ha venido realizando sobre las haciendas de Cajamarca, éste constituye un gran vacío en los estudios sobre la economía del Perú del siglo pasado. No es posible, por eso, intentar aún la elaboración de una visión de conjunto del movimiento de la economía peruana. Por otra parte, existieron también espacios que no estaban claramente sujetos a una dinámica mercantil capaz de articular un espacio regional. Si bien en este caso es exagerado hablar de regiones autosuficientes, es evidente que en estos espacios se vivía en un tiempo histórico distinto de aquel de los espacios regionales articulados a los que anteriormente hemos aludido. El análisis de algunas décadas del desárrollo de un espacio regional ( o peor aún, local),

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a partir del cual se realiza una heroica proyección sobre el conjunto del país y del siglo no va a solucionar esta carencia.

Resumiendo, las características de la economía peruana del ochocientos son inaprehensibles si no se considera la diversidad de las dinámicas regionales. Es por eso saludable la multiplicación de los estudios de historia regional del período reciente. Es, por cierto, necesario, no perder de vista la totalidad: a pesar de todo, el Perú no se fragmentó; pese a las distinciones, los regionalismos no alcanzaron suficiente envergadura como para cuestionar la naturaleza del Estado instituido luego de la Independencia. Pero consideramos que en este momento es más productivo avanzar en estudios regionales consistentes, sobre cuyos resultados se pueda luego construir nuevas síntesis a partir de una base cualitativamente superior a aquella sobre la que se formularon los anteriores intentos de globalización.

El siglo XIX también plantea problemas peculiares para los estudios de· historia política. Una sorpresa con la cual tropezará el investigador que estudie los Diarios de los Debates de las Cámaras Parlamentarias, por ejemplo, es que fenómenos tan importantes como el gamonalismo y la expansión de haciendas casi no mencionan, pese a que -o más precisamente porque- muchos de los parlamenta­rios del interior eran terratenientes. En general, en un país tan escasamente integrado como el Perú del siglo XIX, sólo excepcionalmente lograba el Estado reflejar los procesos históricos que rebasaban el ámbito inmediato de la capital. De allí que el grueso de las historias "nacionales" elaboradas exclusivamente en base al estudio de este tipo de fuentes documentales sean, en buena medida, apenas historias de Lima.

111. LA IMAGEN DEL PERU DEL SIGW XIX

Existen tres momentos importantes en la reflexión en torno a la naturaleza y los problemas cruciales del siglo XIX.

1. Para la historiografía del propio siglo XIX, el Perú era, ante todo, un territorio deshabitado. Aunque es verdad que a inicios de ese siglo la población apenas sí superaba el millón de habitantes y tan sólo hacia 1876 ascendía a los dos millones seiscientos mil, no fue la modestia de estas cifras el origen de semejante visión del país. El problema partía de la definición misma de "los peruanos". Para los intelectuales oligárquicos, no estaban incluidos dentro de esta categoría los indios que, sin embargo, constituían la inmensa mayoría de la población. Los indios no formaban parte de la nación: los peruanos eran escasos y el país necesitaba atraer una población que pudiera explotar sus inmensas riquezas (importante tópico ideológico de la época). Era necesario promover, entonces, la inmigración de nuevos contingentes humanos que emprendieran tal tarea. La política estatal de coloni­zación orientada a lograr este objetivo era abiertamente racista: el artículo primero de la Ley de Inmigración de 1893 era taxativo al definir como inmigrantes a "los extranjeros de raza blanca" ( el énfasis es mío) que vinieran a establecerse en el Perú. Pero los terratenientes de la costa no deseaban colonos libres; lo que necesitaban era fuerza de trabajo barata para sus haciendas. En lugar de los migrantes europeos blancos con que soñaban ("para mejorar la raza"), la migración que finalmente llegó

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hasta nuestras costas provino fundamentalmente del Asia: los chinos desde media­dos de siglo y, tras el breve y trágico intermedio de inmigración polinesia, los japoneses, cuando la centuria concluía. Con relación a la visión del siglo XIX que la historiografía conservadora actual ha elaborado no hay mucho que decir. Quienes reivindican la colonia como el origen de la nacionalidad no pueden sentir mayor entusiasmo por el siglo en que fue liquidada.

2. Los intelectuales progresistas de la década del veinte que proclamaron a González Prada su mentor, elaboraron una visión del Perú del ochocientos que ha tenido larga vigencia. Según esta imagen, tres son los rasgos que definen la naturaleza del período: a) la feudalidad vigente en la sierra, donde la hacienda y comunidades trababan un enfrentamiento a muerte de la tenencia de la tierra; b) el desarrollo capitalista de la costa, que se originó en el capítulo del guano y que era congénitamente débil, puesto que se asentaba en un suelo feudal; y, c) la dependen­cia semicolonial frente a Inglaterra. Esta última característica constituía la segunda gran traba que impedía el desarrollo del capitalismo nativo. Compartieron esta imagen del país Mariátegui y Haya de la Torre, y ésta formaba parte del sentido común de sus contemporáneos que enfrentaba a los intelectuales oligárquicos.

3. Creemos que durante la última década se ha venido construyendo una nueva imagen del Perú del ochocientos. Esta se vincula con la problematización sobre temas relativos al proceso de constitución del Perú como nación, a la construcción de la identidad peruana y al papel que el Estado representa en este proceso. Lo anterior obliga a revalorizar el papel que desempeñan los nuevos protagonistas sociales (principalmente el campesinado indígena), y conmina al estudio de períodos históricos anteriormente desatendidos, tales como el siglo pasado.

En la sección siguiente analizaremos algunos de los temas que plantea la nueva historiografía peruana. Partiremos para ello de la exposición de los debates más importantes que ésta ha animado recientemente.

IV. VIEJOS TEMAS, PROBLEMAS NUEVOS

1. El debate sobre la Independencia

En el marco de la conmemoración del Sesquicentenario de la Independencia (que, dicho sea de paso, dejó como saldo favorable una excelente colección documental que integran 114 volúmenes de materiales sobre la época), el Instituto de Estudios Peruanos publicó en 1972 un libro que reunía diversos artículos en tomo al problema de la naturaleza de la Independencia. Destacaban entre ellos el de Heraclio Bonilla y Karen Spalding (Bonilla y Spalding 1972) que conoció inmedia­tamente la fama. Rompiendo con la apatía con que se suele recibir artículos académicos más allá de los círculos intelectuales, éste mereció el homenaje de indignadas réplicas, no sólo por parte de los historiadores vinculados a las publica­ciones oficiales, las Fuerzas Armadas y la prensa conservadora, sino también por parte de intelectuales izquierdistas vinculados con el Partido Comunista. En el

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climax de una campaña de satanización desatada en contra de los autores del texto, se llegó incluso a demandar que se despojara a Bonilla de su nacionalidad. El motivo, según sus detractores, en que la interpretación de la Independencia que él y Spalding proponían contribuía "a distorsionar las bases en que reposan los hechos históricos de un pueblo, la fuerza espiritual, la fe en sus prohombres y en sus instituciones". La re-edición del texto, en 1982, le brindó a Bonilla la oportunidad de ratificar sus opiniones y ampliar el análisis de los levantamientos de 1814 en Cusco y Huánuco. Ante la disyuntiva de privilegiar los elementos de continuidad o las de cambio en el proceso de la Independencia, Bonilla opta inequívocamente por los primeros(*).

Durante la década del ochenta, nuevas voces terciaron en el debate, siguiendo la huella abierta por Jorge Basadre en su libro El azar en lo, historia y sus límites (1973). Destacan en este segundo momento los aportes de Alberto Aores Galindo: su estudio sobre Lima en la coyuntura de la transición entre crisis colonial y República temprana (1984) y, sobre todo, la edición de una antología de ensayos reunidos bajo el útulo de Independencia y revolución (1987). El compilador incluye un ensayo propio -publicado originalmente en 1982- donde aborda el complejo problema de la naturaleza de la estructura de clases en Lima y el comportamiento político de los diferentes segmentos de la población en la Independencia.

Este valioso volumen recoge también un notable ensayo que Scarlen O'Phelan publicó originalmente dos años antes con el sugestivo título de "El mito de la independencia concedida: los programas políticos del siglo XVIII y del temprano XIX en el Perú y Alto Perú (1830-1914)". Este trabajo tiene el mérito de abordar el análisis de la Independencia situándose en una perspectiva que rebasa el marco de las divisiones políticas que actualmente separan a Bolivia y el Perú, restituyéndole al sur andino su carácter de unidad sociohistórica. Su propuesta se sintetiza en dos planteamientos fundamentales: a) existe una conexión histórica entre los levantamientos indígenas del siglo XVIII -cuya culminación fue la rebelión de Tupac Amaro- y la Independencia; y b) "a partir de las reformas borbónicas, los sectores criollos y mestizos comenzaron a buscar insistentemente una salida alternativa al gobierno de la metrópoli, tratando de sacar provecho de las coyunturas 'propicias', para materializar su intento" (O'Phelan 1987: 197). Es fácil advertir las diferencias que separan su visión de la Independencia de aquella sustentada por Heraclio Bonilla.

El debate sobre el tema sigue abierto. Hay que atribuirle al ensayo de O 'Phelan un mérito adicional: abre el terreno de la polémica a los investigadores que trabajan más allá de las fronteras peruanas y que sin duda tienen mucho que aportar.

No existe, pues, consenso en tomo al tema. Va emergiendo, sin embargo, una visión más matizada que aquella imagen de disyunción según la cual la Independencia o aparecía como proceso determinado íntegramente por intereses extrarregionales que terminaban imponiéndose a los pasivos peruanos, o se erigía como el esfuerzo épico de "los patriotas peruanos" que se movilizaban al unísono

(*) Este último ensayo, titulado "Continuidad y cambio en la organización política del Estado en el Perú Independiente" ha sido recogido en la antología a la que hacemos referencia líneas abajo.

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por corn;eguirla. Lo cierto es que en este proceso se documentan comportamientos muy diferenciados de un sector social y otro, tal como lo demuestra la oposición polar entre la opción realista de la burguesía mercantil limeña agrupada en el Tribunal del Consulado y el concurso masivo de los indígenas organizados en guerrillas y montoneras, en la sierra central, donde, por cierto, la Independencia constituyó una radical ruptura, en el terreno de la economía, con relación a la dinámica colonial (Manrique 1987).

Aunque aparentemente en el sur andino las continuidades son mayores, hay terrenos muy importantes donde la situación varió radicalmente. Tal es, por ejemplo, el caso de las estructuras de poder en el interior de la sociedad indígena (Manrique 1985). Finalmente, son importantes los estudios en torno a la participación de los sectores indígenas que optaron por una posición "fidelista", como los iquichanos de Huanta, estudiados por Patrick Husson, sobre cuyo movimiento Cecilia Méndez viene elaborando su tesis doctoral. La nueva imagen del campesinado andino que se dibuja en estos trabajos cuestiona la pretendida pasividad política y social a tal grupo atribuida. Semejante cuestionamiento aparece como constante en diversos terrenos en las investigaciones recientes.

2. El campesinado y la cuestión nacional

Otro de los rasgos distintivos de la producción historiográfica reciente sobre el siglo XIX es el protagonismo cada vez mayor que se le reconoce al campesinado indígena. La anterior es consecuencia del intento de comprender la lógica de la reproducción de las sociedades andinas que plantea interrogantes muy concretas en el terreno de la economía. Los indígenas aparecen como protagonistas sociales fundamentales cuando se estudia la acción del capital comercial frente a las haciendas y comunidades en la conformación del circuito lanero del sur andino (Flores Galindo 1977; Burga y Reátegui 1983; Manrique 1985, 1987), o cuando se analiza la conformación del eje regional de articulación del capitalismo y el no­capitalismo Lima-Lomas-Puquio-Andahuaylas (1981), al estudiar el desarrollo de un mercado regional en la sierra central (Manrique 1987), o cuando se intenta explicar la formación del mercado laboral minero de Cerro de Paseo (Deustua 1987; Contreras 1987).

Sería inimaginable en el terreno político una historia de las sociedades andinas que prescindiera del campesinado. Desde la segunda mitad de la década del sesenta se ha desarrollado una significativa producción historiográfica en tomo a los movimientos campesinos. Se ha prestado especial atención a las dos décadas finales del siglo pasado, siendo muy poco lo que conocemos sobre lo sucedido durante la primera mitad de la centuria, con la excepción de algunas monografías de limitado valor historiográfico sobre la participación indígena en la gesta independentista. En este terreno no se ha avanzado mayormente con relación a los trabajos de Rivera, Serna y Beltrán Gallardo sobre la sierra central. En la labor de abrir un espacio para la reflexión sobre estos problemas representó un papel encomiable la revista Campesinado, publicada entre fines de los sesenta e inicios de los setenta, producto

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de la inquietud de Antonio Rengifo, Wilfredo Kapsoli, Wilson Reátegui y otros intelectuales ligados a la docencia universitaria en San Marcos. En esta misma línea se inscribe la historia de los movimientos campesinos de Kapsoli (1977) que, al igual que la revista señalada, ha estudiado sobre todo las primeras décadas del siglo XX y, con menor atención, las dos últimas del siglo pasado.

Si bien la producción que venimos reseñando significó una importante renovación en los temas de investigación histórica al incorporar a un actor social habitualmente menospreciado por la historiografía tradicional, tal renovación no se extendió, en lo sustancial, a otros campos. Su mayor mérito radicó en el empleo de nuevas fuentes y en un sólido trabajo de investigación documental; sin embargo, vista en perspectiva, presentaba notables carencias en el terreno de la reflexión teórico-metodológica. Se trata, antes que nada, de una historia testimonial, donde la denuncia de las condiciones de opresión y explotación de las masas campesinas y el minucioso registro de sus movilizaciones de respuesta ocupan el primer plano. En sus expresiones menos logradas, el modelo implícito en el análisis revela una oposición simplista entre pobres y ricos, y no logra avanzar significativamente en la comprensión de los mecanismos concretos de reproducción social de las so­ciedades que estudia. Lo señalado no significa en lo absoluto desconocer la importancia que poseen tales trabajos en la gestación de lo que se ha venido a llamar "la nueva historia".

Similarmente a lo que sucedió al conmemorarse el Sesquicentenario de la Independencia a inicios de los setenta que, a contramano de la intención de quienes organizaron los festejos oficiales, terminó brindando la ocasión para el inicio de un importante debate sobre la persistencia de la herencia colonial durante la etapa republicana, el centenario de la Guerra con Chile (1879-1884) permitió que se inaugurase un importante debate sobre la cuestión nacional y la participación del campesinado indígena durante la guerra (Favre 1975; Mallon 1981; Manrique 1981; Bonilla 1983). Fue un avance que en esta ocasión el debate se desarrollara fundamentalmente sobre la base de argumentos científicos y textos escritos, sin el penoso cargamontón que el patrioterismo propiciara una década atrás. Otra salu­dable diferencia radica en que esta vez primó la reflexión sobre los problemas internos de la sociedad peruana: un debate centrado sobre la dimensión nacional y social del conflicto más que sobre sus condicionantes externos, una reflexión centrada no tanto sobre la guerra cuanto sobre los peruanos en guerra. Es claro que en esta nueva manera de plantear los términos del debate influyó significativamente la superación de los paradigmas de la teoría de la dependencia que marcaron con tanta fuerza la reflexión historiográfica de la década anterior.

En la discusión se confrontaron posiciones en torno a cuestiones tan diversas como la naturaleza del Estado y la sociedad peruana del ochocientos; la articulación de los diversos niveles de confrontación social del Perú decimonónico (regional, étnico, nacional, clasista); la guerra y la evolución de la conciencia social del campesinado indígena; la ocupación, la resistencia y el colaboracionismo; los mecanismos de sujeción de la población indígena y las contradicciones en el interior de las sociedades terratenientes, etc. El eje fundamental de los debates fue la

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diferente comprensión de la manera en que se organizaron los conflictos nacionales, étnicos y clasistas entre los distintos estratos de la sociedad andina: si fueron dominantes las oposiciones étnicas entre blancos, mestizos e indios, y si subordina­ron (Favre) o "encapsularon" (Bonilla) a las distinciones de clase; o si, por el contrario, fueron dominantes las contradicciones de clase y nacionales, y quedaron subordinadas a las étnicas (Mallon, Manrique).

Si se midiera la importancia de un debate historiográfico por la resonancia social que éste alcanzó, el balance favorecería a la polémica sobre la Independen­cia, realizada una década atrás. Pero si el balance evaluara los avances en el terreno de la comprensión científica, la comparación favorecería al debate sobre la dimen­sión nacional y social de la guerra de 1879. Debe anotarse que esta polémica se ha prolongado más allá de los primeros textos en que sus animadores expusieron sus opiniones, y ha sido retomada en artículos publicados en revistas especializadas (Bonilla 1984; Manrique 1986). La limitación que aún persiste en esta fase del debate es la ausencia de nuevos interlocutores. Pero la palabra final aún no está dicha.

3. úi burguesía peruana y el desarrollo del mercado interior

El tema de la constitución de una burguesía nacional en el Perú, o la inviabilidad de su desarrollo, cobró un primer impulso durante la década del setenta gracias a un conjunto de ensayos en torno a la "era del guano" (1840-1872). Representó el importante papel de animador del debate, en este primer momento, el libro de Heraclio bonilla Guano y burguesía (1974). El debate se prolongó durante los años ochenta, con un conjunto de apostillas de Jorge Basadre a las tesis de Bonilla, recogidas en la edición definitiva de su Historia de la República del Perú (Basadre 1983, Ill), a las cuales se ha prestado poca atención. Los estudios de Shane Hunt (1984), en torno al destino de los recursos generados por la exportación del guano permitieron zanjar la cuestión que planteó Jonathan Levin dos décadas antes: no fue la descapitalización de la economía peruana (producto del carácter de enclave de la explotación guanera) la razón que impidió un desarrollo capitalista autosos­tenido en el Perú. La verdad es que el grueso de los recursos generados durante el período quedaron en el país: las razones de la inviabilidad de tal desarrollo deben buscarse en el interior, en el carácter de la estructura social peruana.

Un ensayo de Cecilia Méndez (1987) en torno a la condición de los trabajadores de las islas guaneras dio lugar a un animado debate en el que participaron investigadores que vienen trabajando hace mucho tiempo sobre el tema de la inmigración china (Wilma Derpich, Isabelle Lausent-Herrera, Humberto Rodríguez Pastor, Fernando de Trazegnies), junto con otros que estudian diversos aspectos de la constitución de la economf a peruana del ochocientos (Carlos Contreras, José Deustua, Paul Gootenberg, Christine Hünefeldt, Shane Hunt, Juan Maiguashca y Alfonso Quiroz, entre otros). El interés que el texto provocó es expresivo de la importancia que se concede al período. Pero el verdadero aconteci­miento, en materia de estudios sobre los trabajadores chinos, fue la publicación del

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libro de Humberto Rodríguez Pastor Hijos del celeste imperio en el Perú 1850-1900 (1989), texto que culmina un trabajo sistemático iniciado a mediados de los setenta. Rodríguez Pastor, paralelamente al desarrollo de su investigación, ejerció una esforzada labor pedagógica, creando conciencia sobre la importancia del aporte de este grupo social a la confonnación del Perú contemporáneo.

Los estudios sobre la constitución de la burguesía en el Perú han incorpo­rado durante esta década el sólido aporte de los trabajos de Alfonso Quiroz y Paul Gootenberg. Quiroz publicó en 1987 un libro dedicado al análisis del pago (la consolidación) de la deuda interna peruana durante la década de 1850. Su estudio supone la revisión de algunos juicios ampliamente aceptados sobre la confonnación de la plutocracia (el ténnino es de Jorge Basadre) limeña. Con sólidas pruebas documentales Quiroz demuestra que la consolidación se financió sólo parcialmente con los ingresos del guano, y que fue más bien cubierta en buena medida por las rentas del guano. Este no fue, como otros sostienen, un mecanismo de redistribución desde el Estado de las riquezas del guano: los consolidados constituyen una minoría muy reducida que se enriqueció a la sombra de la corrupción estatal generalizada y de alianzas oportunistas con los caudillos que detentaban el poder. El proceso no generó acumulación alguna, pues las fortunas tan fácilmente conquistadas fueron dilapidadas con la misma facilidad, lo cual dejó como saldo una profunda escisión entre el Estado, los grupos dominantes y las clases populares. En tomo a este punto, las tesis de Quiroz coinciden con las de P. Gootenberg, quien pone de relieve el carácter autoritario del Estado liberal surgido en el Perú a inicios de los cincuenta. Un elemento que vale la pena subrayar es que el estudio de Quiroz se realizó sobre la base de fuentes documentales peruanas, aun cuando una década atrás se afirmara que no existían fuentes, salvo las contenidas en los repositorios extranjeros.

Los trabajos que Paul Gootenberg ha venido desarrollando sobre la política comercial, el proteccionismo y el liberalismo en la sociedad peruana durante las primeras décadas de la República culminaron con la edición de un libro ( 1989) que sintetiza los aportes de sus anteriores estudios y que supone la revisión radical de una tesis central que sostienen los teóricos de la teoría de la dependencia: la de un fácil triunfo en el Perú del imperialismo del librecambio, luego de la Independencia, como expresión de la ausencia de elites nacionalistas capaces de defender el incipiente mercado peruano. De los materiales que Gootenberg presenta, se perfila una imagen muy diferente: la existencia de elites sumamente proteccionistas, ca­paces de movilizar el apoyo popular en favor de sus posiciones y decididas a defender sus reductos económicos de la competencia extranjera, incluso hasta promover una alianza con Chile para impedirla penetración comercial del norte. Es inevitable, en este contexto, que tales elites desarrollaran contradicciones con los comerciantes librecambistas del sur andino, tempranamente asociados con el imperialismo a través de la constitución del circuito de las lanas.

El enfrentamiento entre liberales y proteccionistas que Gootenberg estudia se sitúa en un terreno radicalmente distinto de aquel en el que estas corrientes doctrinarias se enfrentaban en los países industrializados del norte. Se trata de una confrontación planteada ya a fines del siglo XVIII, en plena crisis del orden colonial,

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a raíz de las refonnas borbónicas; se confrontaban, en última instancia, los proyectos políticos de los Habsburgo y los Borbones. La herencia colonial marca, pues, el debate. De allí que la relación entre liberalismo y proteccionismo, por un lado, y "nacionalismo", "progresismo" o "conservadurismo", por otro, en este período no pueda ser aprehendida desde los esquemas "clásicos" (es decir, desde el Occidente desarrollado). Es un trabajo que demanda pensar estos procesos desde una realidad radicalmente distinta, y no como el reflejo degradado de la historia del mundo desarrollado que nos ofrecían los estudios dependentistas.

Como en el caso de Quiroz, los estudios de Gootenberg cuentan con sólida sustentación documental obtenida en fuentes peruanas. El autor sitúa su objeto de estudio en un terreno de debate importante y recurre sistemáticamente -algo poco común en los estudios peruanos- a la comparación con los procesos de otros países latinoamericanos.

4. La. historia regional

Señalamos que durante esta década se amplió notablemente el número de in­vestigaciones en tomo a la historia regional. Este paso resultaba imprescindible si se aspiraba a trascender el estudio del Estado y abarcar el de la sociedad civil, en un período en el cual lo que el aparato estatal podía expresar sobre aquello que sucedía en el conjunto de la sociedad peruana era muy limitado. En el terreno de los logros, el balance ofrece un saldo favorable. Hoy se conoce mejor la naturaleza de las sociedades regionales andinas. Aunque hemos avanzado en el conocimiento de la realidad social del sur andino, los logros más significativos se refieren al tema de la sierra central.

Lo avanzado en el conocimiento de la región central en la última década supera los trabajos realizados durante el resto del siglo, y una consecuencia nada des­preciable de estos avances es que han pennitido romper con la imagen ideológica de la sierra peruana como una realidad social básicamente homogénea, donde la oposición hacienda-comunidad agotaba el registro de los hechos históricos previsi­bles. El conocimiento que hoy poseemos de esta realidad y, en particular, el de la dinámica social de la región cuyo núcleo fue el valle del Mantaro, ha puesto de relieve la enorme diversidad y complejidad de la realidad serrana. Se plantea, así, la exigencia ineludible de trabajar más sistemáticamente el fenómeno de la conforma­ción de las regiones, lo que obliga a abandonar elaboraciones apriorísticas que intentaban reducir esa vital realidad a un limitado registro de esquemas cuyo prestigio se sustentaba en la pretensión de expresar las "tendencias panandinas".

Algunos elementos que merecen destacarse de lo avanzado sobre la región central son los siguientes: la constatación de una diversidad radical en los ciclos de expansión y contracción de la economía regional, respecto de aquellos del sur andino y de Lima y la costa norte. Tal diversidad, que por momentos llegó a concebirse como radical contraposición en la década previa a la Guerra con Chile por ejemplo, instaura modalidades de divergencia en los ciclos de otros fenómenos cruciales, tales como, por ejemplo, los movimientos campesinos. En segundo lugar, se aprecia

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un grado de independencia respecto de las demandas del mercado exterior mucho mayor que aquel de las otras regiones, como sucedía con el sur andino y las lanas. En Paseo, Huancayo y la región central no hubo una presencia de los intereses foráneos semejante a la de las casas comerciales británicas en Arequipa. En tercer lugar, la constitución de un mercado regional más consistente, con un sistema de ciudades (Paseo, Tarma, La Oroya, Jauja, Concepción, Huancayo, Pampas, Aco­bamba) y circuitos mercantiles longitudinales y transversales articulados en tomo a las necesidades de la región. En cuarto lugar, la emergencia de una fracción dominante minero-comercial terrateniente de carácter progresista y de iniciativas empresariales que la situaban muy lejos de los terratenientes y comerciantes renústas de la sierra sur. En quinto lugar, la presencia protagónica de un campesi­nado libre, ampliamente integrado a los circuitos mercantiles intra y extrarregiona­les, organizado en comunidades donde a mediados del siglo pasado se habf a desarrollado una significativa división del trabajo y, con ella, la expansión concomi­tante de un mercado interno regional.

En la emergencia de este panorama social representó un papel decisivo la minería de plata de Cerro de Paseo y Huarochirí -la más importante del siglo XIX, de la que dependió la vinculación de la economía peruana con el mercado mundial durante las primeras décadas de la república-, primero, y el desarrollo de la ganadería altoandina vinculada con la provisión de alimentos al mercado limeño, después, a medida que el precio de la plata declinaba en el mercado mundial. Como corolario de lo anterior, se produjo un fenómeno al parecer sorprendente: la existencia de haciendas ganaderas sin gamonalismo y de comunidades campesinas fuertes, basadas en una próspera economía campesina. Esta proporcionaría la base social para la exitosa resistencia guerrillera contra el ejército de ocupación en la guerra con Chile y para el vasto movimiento campesino anúterrateniente de la posguerra que llevó al colapso a la estructura terrateniente, golpeada antes por la destrucción de las fuerzas producúvasduranteelconflicto(Mallon 1983; Manrique 1981, 1987, 1988).

Un terreno en el que se advierten importantes avances durante el último período es el de los estudios sobre la minería del siglo XIX, cuya historia se confunde en buena medida con la de la sierra central. Esta vertiente cuya existencia era ignorada incluso por los investigadores que publicaron a inicios de la década del setenta, ha sido trabajado por Carlos Contreras (1987) y José Deustua (1986). Este úlúmo autor tiene una tesis inédita sobre el conjunto del siglo pasado, que induda­blemente contribuirá a que ampliemos nuestro conocimiento del tema.

Las carencias son más evidentes en el ámbito de los estudios de historia regional en lo que se refiere a la realidad social del norte, particularmente de la zona serrana, y la amazonfa. El imprescindible estudio de Peter Klaren sobre la evolución de las haciendas azucareras del valle de Chicama, los aportes de Burga sobre el valle del Jequetepeque y las invesúgaciones de Taylor sobre Cajamarca muestran una realidad social muy rica, pero aún faltan estudios cuya visión supere los límites de las cuencas y los valles, para ofreceruna interpretación de la realidad regional ( o más bien de las realidades regionales) del norte. Importantes fenómenos, tales como el de la sustitución de la fuerza de trabajo asiáúca en las haciendas azucareras y la

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confonnación posterior de un proletariado agrario de procedencia serrana afincado en las plantaciones han sido hasta ahora apenas tocados. En este frente, la línea de investigación que busca desentrafiar la lógica de la constitución del mercado interno peruano a partir de la confonnación de mercados regionales contiguos resulta particulannente prometedora.

En el estudio de la selva peruana se advierte un retraso inclusive mayor. Aunque la publicación de la serie Monumenta Amazónica ha venido a llenar un importante vacío al poner al alcance de los investigadores fuentes documentales de primordial importancia, no existe aún una comunidad de historiadores que tome esta región como espacio de investigación sistemática. Queda aquí planteado un notable déficit y la necesidad urgente de nuevos trabajos que ayuden a integrar este espacio como terreno de problcmatización para reflexionar sobre el Perú en conjunto.

La limitada extensión de una reseña nos impide desafortunadamente hacer justicia al conjunto de trabajos y nuevas líneas de investigación que se han inaugurado durante el último período. Sin pretensiones de exhaustividad, se pueden sefialar algunos temas apenas iniciados que constituyen aún vacíos que la investiga­ción histórica deberá llenar en los próximos años. Entre ellos se incluye el estudio de las mentalidades, tema en el que incursionó la obra más importante de Alberto Flores Galindo, Buscando un inca (1988). El volumen contiene un sugerente ensayo -contrapunto entre historia y psicoanálisis- sobre el mundo subjetivo de Gabriel Aguilar, líder de un abortado intento separatista, que fue ejecutado en el Cusco en 1805. Sobre las sociedades andinas, la hacienda y la comunidad siguen siendo espacios poco conocidos que deberán trabajarse atendiendo a su lógica interior. En el Instituto de Estudios Peruanos un equipo dirigido por Heraclio Bonilla ha emprendido una investigación sobre las comunidades campesinas en el siglo XIX cuyos resultados se aguardan con expectativa. La investigación inédita de Luis Miguel Glave sobre los Canas del Cusco, estudiados en la larga duración, debe asimismo cubrir importantes lagunas en nuestro conocimiento de las sociedades andinas. Las estructuras de poder del mundo andino son igualmente poco conocidas, y resulta imprescindible avanzar en el tema para plantear nuevamente la naturaleza del Estado republicano. En este terreno, constituyen importantes avances los ensayos publicados por María Isabel Remy (1988), Carlos Contreras (1989), Heraclio Bonilla (1989) y Víctor Peralta (1990) sobre la tributación (de indígenas y castas) en las primeras décadas de la vida republicana. En un libro publicado hace dos años (Manrique 1988) adelanté algunas hipótesis sobre las que actualmente trabajo.

Otro campo poco explorado es el de las migraciones y las minorías nacionales. Los avances realizados por Amelia Morimoto, sobre la inmigración japonesa, y Giovanni Bonfiglio, sobre la italiana, muestran la existencia de procesos sociales muy ricos cuyas implicancias para la construcción de la identidad nacional peruana son evidentes. Es de esperar que ambos continúen la prometedora senda que han abierto. Otro tema sobre el cual apenas se empieza a indagar es el de los estudios de género, en cuyo marco los trabajos de Christine Hünefeldt (1988) son una

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referencia imprescindible. La autora está por culminar una importante investigación que utiliza como puerta de acceso a la condición de la mujer del ochocientos las dotes matrimoniales en Lima.

En el terreno de las propuestas globalizadoras que brinden una explicación de la dinámica de conjunto de la sociedad peruana del ochocientos, el balance es menos alentador. Durante la década no se ha emprendido nada semejante a lo intentado en dos textos estimables que propusieron tal reflexión en los años setenta (Yepes 1972; Cotler 1978). Visto en perspectiva, es bueno que así sea. Los nuevos intentos por reconstituir la totalidad deberán realizarse sobre bases cualitativamente más sólidas que las anteriores. La afirmación de Guillermo Rochabrún, según el cual el libro de Julio Cotler culminaba una etapa en la investigación y la agotaba al mismo tiempo en tanto no se produjeran nuevos avances en las investigaciones empíricas, ha quedado ratificada por la investigación reciente.

Al hacer una reseña sobre las imágenes históricas del Perú del siglo XIX sostuve que en este momento asisúamos a la construcción de una nueva imagen. Esperamos que este apretado balance del trabajo realizado en la última década justifique nuestro optimismo.

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