La Insignia: El reverso

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La Insignia: El reverso Fui presidente de la organización durante muchos años más. Y a pesar que me trataban con sumo respeto, a causa de los años que ofrecí a la organización, jamás hice lo que hice por los beneficios que me brindaban tan generosamente. Pero llegó un día en que me harté de dibujar el mismo incierto gráfico y de ser orador de un público desconocido. Entonces en una reunión de conmemoración en mi honor, en medio de mi banal discurso, me detuve y observé a mi público durante un par de silenciosos y extensos minutos que terminaron conmigo, frente a esa multitud que me miraba asombrada, quitándome la insignia del pecho y colocándola sobre el estrado mientras me limité a gritar: ¡qué alguien me explique lo que pasa aquí! ¿Qué significa esta insignia y este gráfico? ¿Es esta una secta? ¿Cuál es el sentido de estas reuniones? Todo mi público me miró con desconcierto y empezaron a murmurar entre ellos, seguramente comentando lo que sus ojos acababan de presenciar y lo que sus oídos no terminaban de creer. Mi corazón parecía querer salirse de mi pecho y mi cuerpo producía adrenalina sin control a causa de la tensión, y cierto miedo, que sentía por la escena que acababa de provocar. Grande fue mi sorpresa al ver como mi público comenzó a hacerse, con curiosidad y candidez, las mismas preguntas que yo había formulado minutos antes, y decepcionante fue ver que nadie podía responderlas. En ese momento la lástima por todos ellos me quebró. Sus voces se perdían en ese ambiente tan caótico y dejé de prestarles atención cuando me rendí de buscar respuestas. Podía notar en sus ojos una enorme incertidumbre y un extraño miedo. Caminé hacia la salida en silencio apretando mis dedos contra mi palma pensando en que a veces las personas anhelan ser parte de algo. No importa lo que fuera, nunca quieren estar solos. No importa si nada tiene sentido ellos quieren sentir el calor de la multitud. No importa que tengan que hacer las más estúpidas hazañas, o

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La Insignia: El reverso

Fui presidente de la organización durante muchos años más. Y a pesar que me trataban con sumo respeto, a causa de los años que ofrecí a la organización, jamás hice lo que hice por los beneficios que me brindaban tan generosamente. Pero llegó un día en que me harté de dibujar el mismo incierto gráfico y de ser orador de un público desconocido.

Entonces en una reunión de conmemoración en mi honor, en medio de mi banal discurso, me detuve y observé a mi público durante un par de silenciosos y extensos minutos que terminaron conmigo, frente a esa multitud que me miraba asombrada, quitándome la insignia del pecho y colocándola sobre el estrado mientras me limité a gritar: ¡qué alguien me explique lo que pasa aquí! ¿Qué significa esta insignia y este gráfico? ¿Es esta una secta? ¿Cuál es el sentido de estas reuniones?

Todo mi público me miró con desconcierto y empezaron a murmurar entre ellos, seguramente comentando lo que sus ojos acababan de presenciar y lo que sus oídos no terminaban de creer. Mi corazón parecía querer salirse de mi pecho y mi cuerpo producía adrenalina sin control a causa de la tensión, y cierto miedo, que sentía por la escena que acababa de provocar.

Grande fue mi sorpresa al ver como mi público comenzó a hacerse, con curiosidad y candidez, las mismas preguntas que yo había formulado minutos antes, y decepcionante fue ver que nadie podía responderlas. En ese momento la lástima por todos ellos me quebró. Sus voces se perdían en ese ambiente tan caótico y dejé de prestarles atención cuando me rendí de buscar respuestas. Podía notar en sus ojos una enorme incertidumbre y un extraño miedo. Caminé hacia la salida en silencio apretando mis dedos contra mi palma pensando en que a veces las personas anhelan ser parte de algo. No importa lo que fuera, nunca quieren estar solos. No importa si nada tiene sentido ellos quieren sentir el calor de la multitud. No importa que tengan que hacer las más estúpidas hazañas, o que pierdan el tiempo en banalidades o si todo su entorno es desconocido y caótico.

Me hallaba camino a casa y la ansiedad recorría todas mis venas y arterias. Me sentía decepcionado, no de ellos sino de mí. Me sentía avergonzado de lo que había hecho sin saber lo que estaba haciendo. Yo era como ellos, todos éramos hermanos, todos éramos hijos de la fornicación entre la soledad y el miedo. Éramos almas gemelas, sin individualidad, que el destino había reunido. No quiero ser parte de esto me repetía mientras caminaba fumando un cigarrillo y veía cómo el humo se desvanecía como lo había hecho, hace unos instantes, esa vida que me trajo una insignia que encontré hace mucho en un pequeño basural de un conocido malecón.

Jhonatan Orbegoso J.