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La ira es energía John Lydon Traducción de Emilia García-Romeu y Jaime Blasco BARCELONA MÉXICO BUENOS AIRES

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La ira es energía

John LydonTraducción de Emilia García-Romeu y Jaime Blasco

BARCELONA MÉXICO BUENOS AIRES

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Nota editorial

El lector advertirá que la prosa de John Lydon no siempre se ajus­ta a las convenciones gramaticales. También hallará palabras no registradas en los diccionarios o empleadas de forma poco orto­doxa. No son erratas o errores, sino elementos sustanciales de la singular jerga que utiliza el autor y que, por ello, esta editorial ha respetado casi sin excepción. Como diría el señor Lydon: «No perdamos el tiempo con chorradas».

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Los Lydon: no puedo agradecer a mi familia que me diera una ca­rrera (eso me lo hice yo solito), pero sí que permaneciera a mi lado. Muchas gracias.

Nora: el amor de mi vida, mi mejor amiga. Nuestros desencuen­tros son bellos y nuestros reencuentros bellísimos. Ojalá sepa de­volverte todo el cariño y el apoyo que me has dado. Gracias.

Este libro está dedicado a la integridad.

The Lydons. I can’t thank my family for giving me a career,because I did that to myself, but I can thank them for standing

by me. Thank you.

Nora. The love of my life. My best friend. The rows are beautifulbut the making up is more so. You give me nothing but love and

support. Which I hope I’m repaying. Thank you.

I dedicate this book to integrity.

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Índice

Introducción: Que la carretera se alce contigo 1 1

1. NACIDO CON UN PROPÓSITO 2 1Raíces y cultura 53

2. EL PRIMER VÁTER DENTRO DE CASA 653. JOHNNY VISTE COMO QUIERE 97

Hermosa vergüenza 1234. EN EL INFIERNO 127

¡Besos y abrazos, cariño!Primera parte 161

5. ESTE CHICO NO SE RINDE 167¿Quién censura al censor?Primera parte 209

6. SOLTANDO LASTRE 2 1 17. ABRIENDO LA CAJA DE PANDORA

CON MARTILLO Y CINCEL 245¿Quién censura al censor? Segunda parte: tiempos fraudulentos 277

8. SÓLO PORQUE ESTÉS PARANOICO NO VANA DEJAR DE PERSEGUIRTE 285

¡Besos y abrazos, cariño! Segunda parte 319

9. NO HAY NADA MEJOR QUE CAMBIAR 323¿Quién censura al censor?Tercera parte: no permitáis que me malinterpreten 365

10. ILUSIONADO Y FELIZ 373

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11. JOHNNY CUCKOO 413¿Quién censura al censor? Cuarta parte: ¿deseas mi cuerpo? 453

12. PUEDES MIRAR HACIA EL FUTUROSI TE SIENTES SEGURO 463

¡Besos y abrazos, cariño! Tercera parte: Nora 503

13. LA NATURALEZA ME DESCUBRE 5 1 114. LA HISTORIA Y EL DOLOR SON UN REGALO 545

¿Quién censura al censor? Quinta parte: resistencia pasiva 565

15. MAR ADENTRO 577

La nota final 611

Agradecimientos 613

Índice analítico 617

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Introducción

Que la carretera se alce contigo

La ira es energía. Es la puta verdad. En la vida se me ha ocurrido otra frase tan potente. Cuando estaba escribiendo «Rise», una canción para Public Image Ltd, no fui consciente del impacto emocional que tendría sobre mí y sobre la gente que después la escucharía.

La escribí distraído, casi sin pensar, justo cuando me disponía a cantar la canción entera por primera vez, en mi nueva casa de Los Ángeles. Es una idea llena de dureza y espontaneidad.

«Rise» hacía referencia al contexto de Sudáfrica bajo el apar­theid. Por entonces, la CNN transmitía noticias horrorosas sobre el país; versos de la canción como «They put a hotwire to my head, because of the things I did and said» [me pusieron un cable eléc­trico en la cabeza por las cosas que yo había hecho y dicho] des­criben las técnicas de tortura del régimen. Era insoportable.

Veías los reportajes de la televisión y los periódicos y sentías que no había posibilidad de cambio. Así que en el contexto de «Rise», «La ira es energía» era una declaración de intenciones para que la gente deje de ver la ira como algo negativo y empiece a usarla de forma creativa. La combiné con otro verso que también se repite: «May the road rise with you» [que la carretera se alce contigo].

Cuando era pequeño, había una frase que solía decir: «May the road rise, and your enemies always be behind you!» [que la carretera se alce y tus enemigos vayan siempre a la zaga].

Una expresion que sugiere que siempre hay motivo para al­bergar esperanzas y evitar recurrir a la violencia. La ira no equiva­

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le exactamente a violencia. La mayor parte de las veces, la violen­cia no soluciona nada. En Sudáfrica, al final, encontraron una solución relativamente pacífica a través de la ira, una energía que consideramos tan negativa, pero que si se utiliza positivamente puede lograr que las cosas mejoren.

Cuando grabamos la canción en el estudio, el productor y yo no parábamos de discutir, lo cual, por otra parte, es de lo más normal. Discutir es bueno, es una forma de encontrar solucio­nes. Cuando lanzamos «Rise», a principios de 1986, se convir­tió en el himno de una época, justo cuando la prensa decía que yo estaba acabado, que no había hueco alguno para mí. ¡Claro que había hueco para mí! Y allí es adonde fui. La ira es energía. Es imparable.

Ahora, cuando canto en los conciertos, me emociono muchí­simo porque me siento muy conectado con el público. Tengo unas reacciones un tanto melodramáticas, siento que el público es pura empatía con las letras, con el sentido de la canción, con lo que quiero decir. Lo entienden perfectamente y podemos com­partirlo juntos. Me quedo sin respiración. A veces oír a toda esa gente coreando me impresiona tanto que me olvido de cantar y dejo que ellos lo hagan por mí. Creo que eso es lograr el éxito total: que toda la gente en la sala llegue a comprender una experiencia tan enriquecedora.

La ira está en la raíz de mis canciones. A veces me da la sensa­ción de que cuando compongo apenas tengo control sobre mí mis­mo. Si existen los ángeles de la guarda, el mío es un tío de cuidado. En mis canciones y en mi vida en general, hay mucha reflexión y también muchas experiencias. Cuando me pongo en on, las pala­bras simplemente fluyen. Porque cuando estoy on, estoy ON.

Sea lo que sea lo que tengo en mi interior, me ayuda a continuar y a ser yo mismo, a no rendirme, a tener mi propia forma de enten­

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der las cosas que, de hecho, no es muy distinta a la del resto de los mortales. Mucha gente la comparte, pero yo soy el único que se levanta y habla.

Vengo de la basura. Nací y crecí en un barrio muy pobre del norte de Londres, un lugar parecido a como te imaginas Rusia hoy en día. No sólo era una sociedad extremadamente controlada sino que la sensación de estar vigilado era también enorme. La gente que nacía en este sistema de mierda, shitstem, como lo llaman los jamaicanos, estaba convencida de que había personas que tenían derecho de mandarte. A la familia real le dije: «Podéis pedir leal­tad, pero no exigirla. No estoy para servir a nadie».

No creo que muchos británicos estuvieran de acuerdo conmi­go, quizás sí lo hiciera hace siglos, pero esa forma de pensar, más libre, quedó anulada por la mentalidad victoriana. De hecho, el Reino Unido posee una estimulante tradición de desórdenes civi­les que, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, fue barrida de la vida y de los libros de historia. No obstante, los aficionados a la lectura, como yo, fuimos capaces de encontrarla.

Aprendí a leer y escribir a los cuatro o cinco años. Mi madre me enseñó. Pero luego, a los siete, cuando contraje la meningitis, me olvidé de todo, perdí la memoria por completo hasta el punto de olvidar quiénes eran mis padres. Me costó mucho recuperarla. Después del colegio me iba a la biblioteca y me quedaba leyendo hasta que cerraba. Mis padres eran geniales. Me dejaban volver a casa solo, confiaban en que encontraría el camino, aunque a veces la verdad es que había olvidado (¡literalmente!) hasta dónde vivía.

Después de la meningitis, me maravilló volver a leer (historia, geología o cualquier cosa sobre fauna salvaje; luego «subí de ni­vel» y leí a Dostoievski). Más o menos a los once años pensaba que Crimen y castigo era un libro profundamente revelador. Tam­bién muy triste, pero regodearse en las miserias y penalidades de

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otro a veces resulta gratificante e incluso provechoso. Es decir, por contraste te das cuenta que en desgracias y mala suerte te ganan por goleada. Los libros fueron muy importantes para mí, una especie de salvavidas.

Aquí, en Estados Unidos, hace poco surgió un debate sobre por qué cada expresidente se dedica a fundar una biblioteca, cuando es notorio que ningún político ha abierto un libro en su vida. De hecho, eso podría explicar la política estadounidense. Leer me salvó, fue una forma de regresar de la enfermedad. En la lectura me hallé a mí mismo; gracias a ella volví a acordarme de las cosas que para mí tenían sentido, me di cuenta de que era la misma persona de antes de olvidarlo todo. Pero ahora se me daba mucho mejor, era capaz de verme a mí mismo desde fuera, de salir de mí mismo y decirme: «Pero, ¿qué estás haciendo? Inten­ta hacerlo bien en vez de actuar impulsivamente y sin pensar». Quizás estaba metiéndome demasiada caña, sólo tenía siete años, pero es que soy tremendamente exigente conmigo mismo (y me temo que eso no va a cambiar). Nadie puede escribir algo negativo sobre mí sin que yo lo haya pensado antes; la mitad de las veces, cuando la gente se mete conmigo a saco, me siento aliviado por­que creo que no se han pasado todo lo que podrían. Como verás en las páginas que siguen, soy un verdadero tirano conmigo mis­mo. Este libro responde al autoanálisis que he practicado toda la vida y que sigue en curso.

Cuando tenía casi veinte años, sentía que estaba preparado, listo. Y lo que sucedió llegó de una forma totalmente alucinante y sin que yo lo buscase para nada. Desde el mismo momento en que me preguntaron si quería cantar en una banda sentí que todo en­cajaba finalmente y me aferré a esa oportunidad. Tuve mucha pa­ciencia: con la gente que no se presentaba a los primeros ensayos y con todo lo negativo que al principio nos pasó a los Sex Pistols. Yo no llegaba con cuadernos llenos de canciones, las letras me sa­

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lían de forma natural, directamente. Mi cerebro era como una bi­blioteca. Me gusta tomar notas, pero normalmente no valoro mucho las cosas una vez las he escrito. Pienso más rápido de lo que escribo, digamos que tengo un buen almacén entre las orejas.

Era de puta madre poder gritar todas esas cosas y de verdad que entonces no me podía imaginar la cantidad de gente que aca­baría escuchándolas. Antes de unirme a los Pistols, los había visto tocar en un club y no tenía muchas esperanzas al respecto. En aquel momento el negocio de la música era un monopolio, como lo era todo, donde parecía que los grupos a favor del amor libre de los sesenta se habían adueñado de los mejores sitios del autobús, como quien dice, y ni locos pensaban dejarlos libres.

En un año o dos, sin embargo, dos de mis primeras canciones, «Anarchy In The UK» y «God Save The Queen», dieron en la diana. Me gustaría dar las gracias al sistema británico de bibliote­cas públicas, pues fueron mi campo de pruebas, allí es donde aprendí a lanzar granadas verbales. Porque yo no arrojaba ladri­llos a los escaparates en nombre de la rebelión sino palabras allí donde importaba. Las palabras cuentan.

Diputados y concejales hablaban de mí e invocaban, furiosos, la ley de traidores y traiciones, la cual era letal; una ley muy anti­gua, que, según mi abogado, todavía podía suponer la pena de muerte. ¡Dios mío!, pero, ¿por qué? ¿Por unas palabras? Que el Gobierno pueda dictar lo que la población debe o no debe hacer es absurdo. Si somos nosotros los que los elegimos, ¿encima van a poder decirnos lo que hacemos mal? Al contrario, deberían visi­bilizar las cosas que hacemos bien. ¡Derechos civiles para todos! No juzguéis y no seréis juzgados.

La farsa que se montó alrededor de mí y de los Sex Pistols des­pertó al puñetero hijo de puta que llevo dentro. Me di cuenta de que, en efecto, las palabras podían ser armas y que así eran perci­bidas por el establishment... Menudo subidón. Sentí que de alguna

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forma todo eso me legitimaba. Era un asunto realmente compro­metido, serio, no un motivo de risa banal. Me disgustan todos los gobiernos. Éste al menos me estaba diciendo que me prohibían decir ciertas cosas o, en otras palabras, tener una opinión propia. Descubrí que yo era tóxico para los poderes fácticos.

Pocos cantantes pop han llegado tan lejos en este sentido. Ahora están las Pussy como­se­llamen, en Rusia. Pero antes de ellas, yo era el cantante pop que había vivido la situación más extrema, la más política y la más peligrosa. Y la verdad es que entonces yo me descojonaba. Nuestro supuesto mánager, Mal­colm McLaren, se cagaba vivo, al igual que el resto del grupo. Ésa fue, básicamente, la razón por la que empezamos a distanciarnos: tenían miedo de verse involucrados en lo que consideraban un escándalo. Yo pensaba que eran preguntas que necesitaban ha­cerse, una investigación pública en todos los sentidos, poner so­bre la mesa cuestiones como «¿qué es lo que se puede y no se puede decir?», «¿por qué “cojones” es una palabra que no pue­des ni tocar?» o «¿quién decide estas cosas?». Eso es lo que me dirigió en la senda en la que estoy desde entonces: cuento las co­sas como son y nunca doy marcha atrás.

Una vez vi el vídeo de un directo de Iggy Pop, sólo una canción. Estaba cantando «Down In The Street» y me quedé tan impresio­nado con lo valiente que era su música, tan ruidosa. Y no le tem­blaban las piernas, al contrario, el tío lo daba todo, a tope. Ahí estaba él, con su larga melena rubia, tan lujuriosa, y con su rímel (¡Iggy, por favor!). Me encantó porque el tío no escondía ni huía de su mensaje, para nada; parecía estar diciendo «aquí estoy, así que ve acostumbrándote». Menudo coraje. Sin concesiones.

Nadie puede esperar gustar a todo el mundo y os diré que a veces es mejor no gustar. En cualquier caso, una vez has tenido la cara dura de subirte a un escenario, te pertenece. No huyas, no te escondas. Yo no huyo. Nunca me he dado palmaditas en la espal­

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da por lo que he conseguido, aunque he salido de la nada. Siem­pre he tenido problemas y, cuando terminaba uno, empezaba el siguiente. Para mí, la música no ha sido una forma de ganar tro­feos. Simplemente, sentía que había cosas que era necesario decir.

Ya he hecho mi parte, como por ejemplo poner sobre la mesa los corsés y los estereotipos de los británicos. Eso lo hice con los Sexy Piss­ups [Sex Pistols], así que luego me puse a otra cosa: me dediqué a la política interior, es decir, a intentar aclararme yo, a entender lo que me pasaba a mí. Antes de hacer carrera señalando a los demás y juzgándolos, es mejor sentarse y ver los problemas que uno mismo tiene. Para eso me sirvió la siguiente banda, Public Image Limited [abreviado, PiL]. Me permitió dejar de ser tan arrogante e intentar que en la banda todos fuéramos iguales.

Así hemos conseguido hacer cosas muy buenas, importantes, interesantes. Me encanta Pubic Hair Ltd.1 Nos enfrentamos a todo lo que se pensaba que tenía que ser la música en ese momento y cambiamos el concepto de música por completo. De hecho, hay que decir que he transformado la música dos veces en mi vida: una con Sex Pistols y otra con PiL.

Es difícil recordar los detalles, pero allá por los años ochenta o noventa, alguien me dijo: «¿No sería genial que te hicieranMiembro de la Orden del Imperio Británico?». Quizás lo decíaporque pensaban que me había ablandado, pero eso es que no ha­bía escuchado mis dos discos con PiL, Metal Box y Album. La gen­te creía que mis letras eran menos agudas e incisivas, pero seequivocaban. Lo que pasa es que en vez de volcarse hacia el exte­rior se centraban en asuntos más íntimos. Por eso se suponía queel «sistema de mierda» sería capaz de domarme, mimarme ysorberme el cerebro. Pero, no, no, «Johnny, no vayas por ese ca­

1. Juego de palabras con public [público] y pubic [púbico]. (Todas las notas son de los traductores.)

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mino...». Esos títulos de grandeza me provocan mucha descon­fianza. No creo que sean necesarios y eso que me chifla la pompa y el boato, pero no quiero formar parte de él.

Y al mismo tiempo, paradójicamente, hace poco tuve trato con el Gobierno americano, porque solicité la nacionalidad esta­dounidense y me dijeron que los británicos ¡todavía tienen un expediente abierto sobre mí! ¡Qué fuerte!

Todo lo que quiero en la vida es claridad, transparencia, de manera que yo pueda saber quién está haciendo qué y a quién en todo momento. Mis únicos enemigos de verdad son los embuste­ros, que harían cualquier cosa por detenerme para poder conti­nuar contaminando, sólo porque les resulta más cómodo. Tam­poco aguanto a los ignorantes descerebrados que se creen todo lo que sale en los periódicos.

Sé perfectamente que los que más van a disfrutar de este libro es la gente que más me detesta y que cada línea confirmará su des­precio. Pero ése es en parte el interés del libro, por eso lo escri­bo. Mientras piensen, aunque sea negativamente, ¡al menos están pensando! ¿Acaso ya habíamos olvidado que la ira es energía?

Así que ésta es mi vida sin censura. Debería llevar el subtítulo «aunque algunos lo han intentado». Siempre he estado en contra de la censura. Son leyes que provienen de gente que no suele pensar mucho y que carece de capacidad de introspección. No conocemos el futuro, así que tirémonos a la piscina a ver qué pasa. Hay un viejo dicho que contiene una gran verdad: «A lo único que hay que temer es al miedo».

Este libro es básicamente la vida de un temerario impeniten­te. Me gusta arriesgarme, es algo natural en mí porque deja salir mis mejores cualidades. A principios de 2014 acepté uno de los mayores retos de mi carrera: me comprometí a irme tres meses de gira por Estados Unidos haciendo de Herodes en Jesucristo Super­

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star. Sabía que aquello tendría su morbo y que mucha gente me pondría verde (lo cual me encanta, creedme), pero eso no es nada en comparación de lo que saqué de aquella experiencia. Me tuve que obligar a obedecer órdenes y a seguir un guion: ¡la prueba de fuego! Una semana antes del estreno del espectáculo, se canceló sin que nos dieran ninguna explicación.

Intentaré ser lo más preciso posible sin causar daños persona­les. Todo el mundo merece otra oportunidad por muchas veces que haya caído. He llevado una vida dura, pero no deseo conver­tirla en un ajuste de cuentas con personajes secundarios y perder así la perspectiva. Cedo el rencor a esas sabandijas.

Trataré de recordar lo mejor posible quién coño soy. En oca­siones no sigo un orden cronológico, pero el objetivo es ser lo más sincero y abierto posible y decir la verdad y nada más que la ver­dad... pero, puede que me equivoque y también puede que no...

En la vida todo está interconectado. La imprevisibilidad ha marcado la mía. He abierto camino y he hecho que éste sea más seguro para los que me han seguido. Soy el elefante en la cacha­rrería, el que siempre dice lo que piensa y se queda hasta el final. El último hombre en pie... en un mundo donde nadie importa.

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Mi familia hacia 1966. Detrás: Jimmy, Bobby y yo. Delan-te: mi madre y mi padre con Martin en brazos. Estamos en el apartamento de Benwell Road.

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Arriba: Con tres o cuatro años en las atracciones de Hampstead Heath. Centro (izquierda): Con mi chalequito escocés junto al coche de mi padre durante una de las excursiones familiares a Southend o Canvey Island. Derecha: Con mi madre y su bolso en Highbury Fields.Abajo (de izquierda a derecha): A los seis o siete años, antes de la meningitis. A los once o doce, ya con ga-fas tras superar la enfermedad. A los dieciséis o diecisiete (hacia 1972) durante mi fase Roundhouse.

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Arriba: Con John Gray en Finsbury Park justo antes de los Sex Pistols. John lleva una camiseta de Vivien-ne Westwood.Centro: Menores bebiendo sin que los adultos pusie-ran objeciones. Aquí aparece mi hermano Jimmy (iz-quierda) con John Stevens (antes de convertirse en Rambo). Abajo: Primera fotografía de los Sex Pistols. Estamos en el patio de un pub de Chiswick donde ensayába-mos hacia agosto-septiembre de 1975. De izquierda

a derecha: Yo, Glen Matlock, Steve Jones y Paul Cook.

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