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La isla desierta © Editorial Maitri, 2017Portada: Tomás Gottlieb M.Diseño y diagramación: Daniela EscobarImpreso enSantiago de Chile, noviembre de 2017

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Había una vez un hombre de gran fortuna, bueno y generoso que, deseando hacer feliz a uno de sus esclavos, le concedió la libertad y le obsequió un barco con todo su cargamento.

—Con esta nave —le dijo— puedes reco-rrer el mundo. Vende estas mercancías; todo lo que obtengas de su venta será tuyo.

El antiguo esclavo no tardó en alejarse de la costa, pero cuando ya estaba en medio del océano una tormenta empujó el barco contra unos arrecifes y destruyó todo su contenido. De todos los tripulantes, solo él logró salvarse y llegar nadando a una isla cercana, en la que se arrastró hasta la arena.

Triste y desesperado, desnudo y sin nada, se echó a andar por la isla hasta llegar a una her-mosa ciudad.

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Una multitud salió a recibirlo, gritando “¡Bienvenido! ¡Bienvenido! ¡Viva el rey!”

Poco después, lo hicieron subir a un lujoso carruaje y lo escoltaron hasta un magnífico pa-lacio, en el que se vio rodeado de muchos sir-vientes. Allí lo vistieron con ropas dignas de un monarca y le expresaron absoluta obediencia.

Entretanto y como es de suponer, el anti-guo esclavo, asombrado y confuso, no dejaba de preguntarse si todo eso no era más que un sueño, una simple fantasía pasajera. Finalmen-te, se convenció de que era realidad y les pidió a sus súbditos y sirvientes que le explicaran lo que sucedía.

—Soy un desconocido para ustedes, un va-gabundo pobre y desnudo. ¿Por qué debería ser vuestro señor?

—Alteza —le respondieron—, esta isla está poblada por fantasmas que, hace mucho tiem-po, imploraron recibir algún día a un hombre capaz de gobernarlos. Y sus plegarias tuvieron respuesta: todos los años llega aquí un hombre, al que reciben con gran solemnidad y al que

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proclaman rey, pero que al cabo del año pierde todos sus poderes y su trono. Al cumplirse ese plazo, lo despojan de sus lujosas vestimentas y lo hacen subir a un barco que lo lleva a una gran isla desierta. Ahí, a menos que haya sido sabio y se haya preparado para cuando llegara ese día, se encuentra sin súbditos ni amigos y se ve obligado a llevar una vida solitaria, monóto-na y miserable. A continuación, los habitantes de esta isla eligen a un nuevo rey y la historia se repite año tras año. Ninguno de los reyes que os precedieron fueron previsores y se limitaron a complacerse con el poder que les habían otor-gado, olvidando que llegaría el momento en que lo perderían.

Los súbditos y sirvientes del antiguo esclavo le aconsejaron que actuara con sabiduría y re-flexionara sobre lo que le habían dicho.

El nuevo rey los escuchó atentamente e in-cluso se entristeció por haber desperdiciado el poco tiempo transcurrido desde su llegada a la isla. Enseguida, se dirigió a uno de los hombres que le habían hablado:

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—¡Aconséjame! —le dijo—. ¿Cómo debo prepararme para lo que me espera?

—Desnudo llegaste aquí —le respondió ese hombre— y desnudo partirás a la isla desierta. Ahora eres rey y puedes hacer lo que quieras. Aprovecha, entonces, para enviar obreros a la isla a construir casas, preparar la tierra y em-bellecer los campos. La tierra seca se convertirá en campos fértiles y habrá súbditos esperándote cuando llegues a tu nuevo reino. El año es corto y hay mucho por hacer; actúa con sensatez y date prisa.

Siguiendo ese consejo, el rey envió obreros y provisiones a la isla desierta que, antes del fin de su mandato, se había convertido en un lu-gar grato y acogedor. Los monarcas anteriores siempre habían esperado el término de su rei-nado con temor o ignorado el futuro distrayén-dose con una y otra cosa. En cambio, el antiguo esclavo esperaba contento y satisfecho que lle-gara el momento de partir a la isla.

Cuando llegó el día anunciado, vio como le arrebataban todos sus poderes junto con la

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túnica real. Las gentes del lugar lo subieron desnudo a un barco y desplegaron las velas para que lo llevara a la isla anunciada. Cuando llegó a su costa, todos los que había enviado a lo largo del año se acercaron a recibirlo con música y canciones y con gran alegría. De in-mediato, lo proclamaron rey. Y así fue como vivió en paz y feliz hasta el fin de sus días.

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Idries Shah (1924-1996), autor de varias com-pilaciones de cuentos tradicionales, sostiene que el origen de “La isla desierta” se remonta a un relato didáctico del siglo vii atribuido al teólogo sirio Juan Damasceno. Muchos siglos después, se descubrió que gran parte de la his-toria se refería a Buda, no a un santo cristiano. El tema de la narración fue ampliamente difun-dido por los monjes europeos de la Edad Media y se repite en el libro El conde Lucanor, escrito en el siglo xiv y que forma parte de la literatura castellana medieval.

Este cuento es un ejemplo más de la antigüe-dad y evolución de algunos relatos tradicionales reproducidos en muchas culturas. Entre otros, el motivo de la fábula “La lechera” se encuen-tra, con variaciones, en las fábulas de Esopo, en

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el Pantchatantra de la India, en Las mil y una noches, en Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, en La Fontaine y Samaniego y en los cuentos recopilados por los hermanos Grimm. Otro buen ejemplo es el “El halcón y el ruiseñor”, ilustración clásica del proverbio “Más vale pá-jaro en mano que cien volando”, narrado por Esopo pero atribuido al gran poeta griego He-síodo (siglo viii a. C.) y que muchos especia-listas consideran la primera fábula incluida en una obra literaria. Y hay muchos más…