La Justicia

385
BIBLIOTECA DE JURISPRUDENCIA , FILOSOFÍA É HISTORIA LA TICIA POR SP ^ i`J:EIR1 MADRID ^A ESPAÑA MODE1 : Zi TA Cuesta de Santo Domingo, 16, principal Teléf_ 26 O_

description

La Justicia Spencer

Transcript of La Justicia

Page 1: La Justicia

BIBLIOTECA DE JURISPRUDENCIA , FILOSOFÍA É HISTORIA

LA

TICIAPOR

SP i`J:EIR1

MADRID^A ESPAÑA MODE1:Zi TA

Cuesta de Santo Domingo, 16, principal

Teléf_ 26 O_

Page 2: La Justicia
Page 3: La Justicia
Page 4: La Justicia

Es propiedad.Queda tiGcho el depósito que

Enarca la ley.

AGUSTÍN AV RIAL, impresor.—San Bernardo, 92.Tol&forlo„. ma -arn._

Page 5: La Justicia

PROLOGO DEL AUTOR

visos repetidos en estos últimos años , concortos intervalos y con gran claridad, de-

:. cía yo en el Prólogo de los Datos de la Éticapublicado en 1879 , me han indicado que podíaverme privado definitivamente de mis fuerzas aun en el supuesto de que mi vida se prolongue-- antes de haber terminado la tarea que me habíapropuesto. » Añadía también que , siendo « la últi-ma parte de esta tarea —filiación de la Hética esla doctrina de la Evolución—aquella f(para lacual todas las partes precedentes no son , en miconcepto , más que una preparación», me apenabapensar que acaso no pudiera realizarla. He ahí elmotivo que me ha decidido á escribir inmediata-mente y por anticipado la obra sobre la Ética evo-lucionista.

Una enfermedad , cuyos caracteres hacían pre-sumir una catástrofe, se apoderó gradualmente demí. Durante arios , mi salud y mi potencia para eltrabajo declinaron: ese declinar llegó en 1886 6,

Page 6: La Justicia

LA JUSTICIA

una postración completa, impidiéndome todo pro-greso en la elaboración de la Filosofía sintéticahasta los primeros días de 1890. A partir de esta.época, pude ya dedicarme de nuevo en parte al tra-bajo serio , é inmediatamente se me ocurrió la.

cuestión de: ¿por dónde empezar? Me decidí sinvacilar por completar primeramente mis Principiosde Witica, toda vez que las grandes divisiones delos Principios de Sociología estaban ya termina-das. Pero una nueva cuestión se me presentaba¿;A qué parte de los Principios de Etica dar la

preferencia? » Como lo que me queda de energíano ha de sostenerme quizá hasta el fin de mi tarea,decidí que sería lo mejor comenzar por la partemás importante de mi obra incompleta. Dejando,pues , descansar la segunda Las inducciones dela F'tica —y la tercera—La Etica y/ la V ida irsdi-,vidual,—me consagré á la cuarta—La Etica de laVida social y La Justicia,—que es la que ahoratengo la satisfacción de terminar.

Si el mejoramiento de mi salud persiste , es-pero publicar , hacia fin del ano próximo , la segun-da parte y la tercera , que formarán el comple-mento del primer volumen; si entonces estoy enestado de principiar mi trabajo, abordaré la quintaparte—La Etica de la Vida social: Beneficencianegativa—y la sexta—La Etica de la Vida social:Beneficencia positiva.

La presente obra abraza un dominio que, enparte, coincide con el de mi Estática social , publi-

6

Page 7: La Justicia

n-.

POR H. SPENCER 7

cada en 1850. Sin embargo , esos dos libros difie-ren por la extensión, por la forma, y, en parte,por las ideas. Difieren sobre todo en lo siguiente:todo lo que en mi primer libro se interpretabacomo siendo de orden sobrenatural, desaparece enel segundo , en el cual lo he interpretado todo sinsalir del orden natural, es decir , evolucionista.Además , la Estática social no hacía más que indi-car el origen biológico de la moral, en tanto queahora lo he expuesto con toda precisión: la elabo-ración de las consecuencias de este origen es elcarácter saliente de mi libro actual. Por fin, hehecho que la deducción descanse más y más sobrela inducción. Para cada caso particular he probadoque el curso del progreso humano viene á confir-mar todos los corolarios del primer principio pormí enunciado.

Creo de mi deber añadir que los cinco prime-ros capítulos de este libro han sido publicados yaen la Nineteenth Century, entregas de Marzo yAbril de 1890.

H. S.

Page 8: La Justicia

t.$7

Page 9: La Justicia

LA JUSTICIA

CAPÍTULO DRIMERO

^tica ar^i^n.al_

1. A quien no haya leido la primera parte deesta obra , le producirá cierta sorpresa el titulo deeste capitulo. Pero si conoce los capítulos que tratande la « Conducta en general» y de la « ]Evolución dela conducta», desde luego comprenderá qué es loque yo entiendo por Etica animal. En esos capítulosse ha demostrado que la conducta de que la Eticatrata es inseparable de la conducta en general; quela conducta más elevada es aquella que procura unavida Inds larga y más completa , y que para cadaespecie de animales resulta una conducta propia consus reglas, buenas, de una bondad relativa, que obransobre tal especie de la misma manera que obran sobrela especie humana las reglas dignas de ser moral-mente aprobadas.

Piensan muchos que la Etica tiene por objeto elestudio de la conducta desde el punto de vista de laaprobación ó de la desaprobación de la misma. Perosu contenido principal es la conducta , considerada

Page 10: La Justicia

lo

LA JUSTICIA

objetivamente en cuanto produce buenos ó malosresultados para sí ó para otro, ó para todos ;untos.

Aun aquellos que creen que la Etica atiende sóloá la conducta merecedora de elogio ó de censura,reconocen tácitamente la existencia de una Etica ani-mal; porque algunos actos de los animales excitanen ellos antipatía ó simpatía. Un pájaro que alimentaá su compañera mientras se halla retenida en el nidoincubando , se considera con cierto sentimiento deaprobación. Experimentamos , en verdad , algo asícomo aversión hacia la gallina que se niega á incu-bar sus propios huevos, mientras admiramos á la quedefiende con bravura á sus pollos.

Los actos egoístas ó altruistas de los animales seclasifican , pues , en acciones buenas ó malas. Seaprueba y se encuentra muy natural que una ardilla.haga sus provisiones para el invierno; y, por el con-trario, se estima que quienquiera que se haya des-cuidado y por ello perezca de hambre, sufra el justocastigo de su imprevisión. Al perro que sin luchacede el hueso á otro perro y escapa , le llamamoscobarde, expresando así nuestra reprobación.

Claro es, pues , que juzgamos los actos de los ani-males según que son útiles ó dañosos á la conserva-ción de la especie ó del individuo.

2. Las dos clases de actos egoístas y altruistasde que hemos citado ejemplos , sirven para demos-trar los (los principios cardinales y opuestos de laEtica animal.

Durante la infancia de los animales , cuanto ma-yor es su incapacidad, mayor es la suma de benefi-cios que reciben. En el grupo familiar, el miembro

Page 11: La Justicia

POR H. SPENCER 11

mejor cuidado es el que menos merecería serlo , si sumérito se midiese sólo en relación con los serviciosprestados. Por el contrario , en la edad adulta , elbeneficio deberá variar en razón directa del mérito,y siendo éste determinado por la adaptación á lascondiciones de la existencia. Los mal adaptados sufrenlas consecuencias de sus deficiencias , mientras losmejor adaptados se aprovechan de esta superioridad.

Tales son las dos leyes á las cuales una especiedebe conformarse para durar. Entre los tipos anima-les inferiores , los padres no se ocupan de su proge-nitura más que para depositar, al alcance de los gér-menes , pequeñas porciones de alimentos ; de dondeproviene una mortalidad enorme, que sólo se con-trabalancea por una enorme fecundidad. Contrayén-donos sólo á los animales superiores , es claro que laespecie desaparecería pronto si los beneficios conce-didos á los pequeños fuesen proporcionados á los ser-vicios prestados ; ó bien , si los beneficios concedidosá los adultos lo fuesen en razón de su debilidad.(V. Prrinczpios de Sociología, § 322.)

§ 3. Z Cuál es el aspecto ético de estos principios?En primer lugar, en virtud de ellos es como se haconservado la vida animal de todas las especies, fuera(le las inferiores. Excluyendo los protozoarios , entrelos cuales su acción es casi imperceptible, se ve quesin la ventaja asegurada ,gratis á los retoños y sin losbeneficios adquiridos merced al esfuerzo de los adul-tos , la vida animal hubiera cesado de existir.

En segundo lugar, en virtud de esos mismosprincipios , la vida ha evolucionado gradualmentehacia las formas más elevadas. Por la solicitud con

Page 12: La Justicia

12

LA JliSTICIA

que ha sido cuidada la progeuithra, solicitud que haaumentado con los progresos del organismo, y por lasupervivencia de los adultos más aptos en la concu-rrencia, supervivencia cada vez más frecuente segúnel organismo es más perfecto, la superioridad se ha,visto eternamente favorecida, afirmándose sin cesarlos nuevos progresos.

Por otra parte, es preciso reconocer que este cui-dado prodigado con tantos sacrificios á los de menosedad, y esta lucha por la existencia entre los adultos.,ban sembrado la muerte por hambre y la carnicería,características ya desde el principio de la evoluciónde la vida. Es verdad también que la evolución pro-gresiva debida al imperio de esos principios es res-ponsable de la generación de parásitos crueles, cuyonúmero supera al de todas las demás criaturas cono-cidas.

La percepción de esos principios no puede menosde irritar á quien sólo contempla la vida animal porel lado pesimista. Pero el hombre que considera lavida en general, desde el punto de vista optimista ómejorista, y que acepta el postulado del hedonismo,encontrará asunto en ella para sentir una satisfac-ción más ó menos pura, y colocándose en el punto devista de la ética, aplaudirá que tales principios ac-túen.

Las creencias populares consideran esos princi-pios corno si fueran la expresión de la voluntad divi-na; para el agnóstico revelan cómo acolan la fuerzacognoscible que obra en todo el universo. En ambosencuentran su justificación las consecuencias á quanos referimos.

Page 13: La Justicia

POR H. SPENCER 18

4. Pero dejando por ahora á un lado la contro-versia definitiva entre el pesimismo y el optimismo,bastard al objeto presente tomar como punto de par-tida un postulado hipotético, limitado á una especieaislada. Si la conservación y la prosperidad de talespecie son deseables, surge inevitablemente una con-clusión general , y de ella tres nuevas conclusionesmenos generales.

La conclusión más general es aquella según lacual , en la jerarquía de las obligaciones , la conser-vación de la especie se sobrepone á la del individuo.Verdad es que la especie no existe más que comoagregado de individuos , así que el bienestar de lamisma no constituye un fin sino en cuanto contribuyeal bienestar de los individuos que la componen. Porola desaparición de la especie implica la de todos losindividuos y la imposibilidad absoluta de cumplir esefin; en tanto que la desaparición de los individuos,aun en una gran escala , puede dejar existir un ni-mero suficiente para que, gracias á la continuaciónde la especie, la realización del fin último sea posi-ble. En caso de conflicto , la conservación del indivi-duo debiera , en un grado variable y según las cir-cunstancias, subordinarse á la conservación de la:especie. Los corolarios que de todo esto resultan sonlos siguientes :

Primero. Que los adultos deben conformarse á laley según la cual los beneficios obtenidos están enrazón directa de los méritos poseídos, siendo éstosestimados según la aptitud para sustentarse á si pro-pio. De otro modo , la especie sufriría de dos mane-ras : sufriría en un porvenir inmediato , por la pérdi-

Page 14: La Justicia

L ! JUSTICIA

da de los individuos superiores que serían sacrificadosá los individuos inferiores, y todo en perjuicio de la

suma total de bienestar; sufriría, en un porvenirmás lejano, porque, aumentando con el tiempo el nú-mero de los seres inferiores, se impediría el aumentode los superiores, lo cual ocasionaría un deteriorogeneral , que á la larga produciría la extinción de laespecie misma.

Segundo. Que en la edad temprana, de la vida.,antes que el individuo pueda cuidar de su propiosustento , y aun más tarde, cuando sólo puede ha,-cerlo parcialmente , la ayuda debe ser mayor cuantomenos se manifieste la capacidad ; los beneficios reci-bidos deben ser inversamente proporcionados á losméritos poseídos , toda vez que la aptitud para sus-tentarse ha de ser la medida del mérito. Sin los bene-ficios gratuitos á la prole, sin limitaciones al prin-cipio, y con determinadas condiciones de restriccióncreciente hasta la madurez, la especie estaría con-denada á desaparecer, porque los retoños se extin-guirían. Se comprende con lo expuesto la necesidadpor parte de los adultos de una subordinación pro-porcionada , voluntaria.

Tercero. A esta subordinación propia, impuestapor los lazos del parentesco , debe afiadirse otra en

ciertos casos. Si la constitución de la especie y suscondiciones de existencia son tales que el sacrificioparcial ó completo de algunos de sus individuos seautilísimo para el bienestar de la misma, asegurán-dole la salud de un número más considerable de in-dividuos, que de otro modo no se lograría, entoncesel sacrificio resultará justificado.

14

Page 15: La Justicia

POR H. SPENCER 15

Tales son las leyes á las cuales una especie nece-sita ceñirse para conservarse, y si suponernos que laconservación de una especie dada sea cosa deseable,sume en la misma la obligación de conformarse lascitadas leyes, obligación que podríamos llamar ética,ó cuasi ética , según los casos.

Page 16: La Justicia

CAPÍTULO II

Justicia

v. De los dos principios esenciales , aunqueopuestos, cuya acción permite á toda especie conser-varse, nos ocuparemos aquí sólo en el segundo. De-jando á un lado la ley de la familia compuesta deadultos y de pequeñuelos , vamos á tratar exclusiva-mente de la ley de la especie compuesta sólo de

adultos.Según esta ley, como hemos visto, los individuos

que más valen , en virtud de su mejor adaptación álas condiciones de la existencia, deben recibir mayo-res beneficios, y los individuos inferiores deben re-cibir beneficios menores ó sufrir mayores males , óambas cosas. Tal ley, desde el punto de vista bioló-gico, implica la supervivencia de los más aptos.Interpretada en términos éticos, si gnifica que todoindividuo debe estar sujeto á los efectos de la propianaturaleza y de la conducta que de ella resulta. Entoda la vida subhumana, esta ley obra sin restricción,porque no existe fuerza alguna que pueda modificarpara los adultos las relaciones que subsisten entre laconducta y las consecuencias que de la misma se de-rivan.

Page 17: La Justicia

i'OR H. SPENCER 1 7

Para apreciar convenientemente la importanciade esta ley, será necesario detenerse un instante áestudiar una ley análoga, ó , mejor, la misma leymanifestándose en otra esfera. En efecto, no sóloobra aquélla sobe los miembros de una misma espe-cie, bien ó mal provistos , según su actividad mejoro peor adaptada, sino que también obra en las rela-ciones reciprocas entre las partes de un mismo orga-nismo.

Todo músculo, toda viscera, toda glándula recibeuna cantidad de sangre proporcionada a su función.Ocioso, el órgano mal sostenido se atrofia; si es muyactivo, estará bien sostenido y se desarrollará. Allado de este equilibrio de consumo y de reparación,existe también un equilibrio en las fuerzas respecti-vas de las partes del organismo, de suerte que , en

su conjunto, éste se adapta á, vivir por la adaptaciónde cada una de sus partes á los servicios que de lasmismas se exigen. Salta á la vista que ese principiode auto-adaptación, propia de cada individuo, es pa-ralelo con el principio que adapta el conjunto de laespecie al medio en que se encuentra colocada. 'Lainstrucción más completa y la mayor fuerza repro-ductiva de los miembros de la especie que gozan defacultades y de actividades mejor adaptadas á susnecesidades, unidas á, la sustentación defectuosa, endetrimento de ella misma y de su progenitura, delos individuos dotados cíe facultades y actividadespeor adaptadas, determinan la expansión especial dela especie más apropiada para asegurar la supervi-vencia en las condiciones del medio que la rodea.

He aquí, pues , la ley de la justicia subhumana:2

Page 18: La Justicia

LA JUS1'IC[A

cada individuo debe recibir los beneficios y sufrir los

daños de su propia naturaleza y de la conducta con-siguiente.

§ 6. Pero la justicia subhumana es muy imper-fecta, tanto en general como en los diferentes casosparticulares.

En general, es imperfecta, porque existen innu-irierables especies cuya subsistencia descansa sobre ladestrucción en masa de otras especies , y que paraestas últimas, que sirven de presa á las primeras,las relaciones entre su conducta y las consecuenciasque de ella debieran resultar están habitualmente ensuspenso, de tal modo, que sólo persisten en un n i-

mero mínimo de individuos. Verdad es que en seme-jantes casos la prematura pérdida de la vida de casitodos los individuos exterminados por los enemigosdebe considerarse como una consecuencia de su na-turaleza, inhábil para resistir las influencias á quese hallan expuestos. Sin embargo, conviene recono-cer también que este fin violento de la inmensa ma-yoría implica que en el seno de esta especie «la jus-ticia, tal como la hemos concebido », se despliega enuna medida mínima.

La justicia subhumana, es además imperfecta enlos casos particulares, porque las relaciones entre laconducta y las consecuencias que entraña se encuen-tran perturbadas á cada paso por accidentes que in-fluyen indistintamente sobre todos los individuossuperiores ó inferiores. Ahi están si no las innumera-bies muertes causadas por los rigores de la tempera-tura, lo mismo entre los mejores que entre los peores.Otras muertes innumerables déjense al hambre que

7

18

Page 19: La Justicia

POR H. SPENCER. 19

en una amplia medida arrebata ya los buenos ya losmalos. Los enemigos de los tipos poco elevados sontannbién una causa de muerte, á la cual se sacrificanlos individuos mejores y los peor dotados. Lo mismopuede decirse de las invasiones, á menudo devasta-doras, de los parásitos, que atacan á todos indistin-tamente.

La rapidisi na multiplicación de los animales infe-riores, necesaria para compensar su inmensa morta-lidad, nos muestra que en ellos la superioridad nobasta para asegurarles una supevivencia prolongada;en esas regiones, constituida la justicia subhumanapor la recepción continua de los resultados de la con-ducta, se aplica excepcionalmente tan sólo á ciertoscasos individuales.

7. Nos encontramos ahora con una verdad alta-mente significativa ; esto es , que la justicia sub-humana se acentúa á medida que la organización seeleva.

Poco importa que la golondrina coja al paso tal ócual mosca, que el icneunnon se pose en tal cualnido de orugas , que un cetáceo trague este ó el otropez en un banco de arenques. Todos estos sucesos sonabsolutamente independientes de las cualidades par-ticulares de la víctima: buenas ó malas, hálianse ex-puestas á las mismas contingencias. Pero ya no esasí cuando se trata de criaturas de un tipo más ele-vado. Los sentidos aguzados, la sagacidad, la agili-dad, confieren á tal carnicero una facilidad especialpara apoderarse de su presa. En un rebaño de her-bívoros, el animal dotado de un oído más fino , de unavista más penetrante, de un olfato más sutil ó de una

Page 20: La Justicia

L:1 JUSTICIA

celeridad mayor, es el que tendrá más probabilidadesde huir del peligro..

Evidentemente, cuanto más elevadas son las apti-tudes mentales ó físicas de una. especie , más grandees su poder de resistir á la acción ciel ambiente , ymenos dependerá de los accidentes s de que no puededefenderse la continuación de la vida de cada indivi-duo. Y es claro que cuanto más se acentúe este efectode la superioridad general , más se harán sentir los

efectos de las superioridades especiales. Las diferen-cias individuales de fuerzas contribuyen en muyamplia medida á determinar la suerte de los indivi-duos. De un lado la falta de una facultad abreviarála vida, en tanto que de otro el poseer una en altogrado la prolongará; ó, en otros términos, los indi-viduos se sienten más y más sometidos á los efectosde su propia naturaleza, afirmándose la j ustici.a ::á lavez más y más:

8. Tratándose sólo de las criaturas que tienenuna vida solitaria , la naturaleza de la justicia sub-humana se encuentra así suficientemente explicada;mas si pasamos á considerar las criaturas gregarias ósociales, descubrimos en ellas un elemento no espe-cificado todavía.

Una simple reunión tal cong o un rebaño de cier-vos, no favorece al individuo y á la especie más quepor la vigilancia más eficaz que resulta de la superio-ridad de una multitud de ojos, de oídos y de narices,sobre los ojos, oídos y nariz de un individuo aislado.Producida la alarma más pronto, aprovéchanse todosde los sentidos de los más perspicaces. A veces estacooperación , que llamamos pasiva , conviértese en

20

Page 21: La Justicia

POR H. SI'ENGER.

activa, corno entre los cuervos, donde uno hace laguardia mientras los demás toman su alimento; entrelos cimarrones (1), variedad que vive muy persegui-da en la América Central y que coloca también suscentinelas ; entre los castores, que destacan sus cua-drillas para construir los diques, ó entre los lobos (2),que por un plan de ataque donde los papeles se hallandistribuidos , llegan á apoderarse de una presa quede otro modo se les hubiera escapado. Ln todos estoscasos las ventajas resultan mayores tanto para el in-dividuo como para la especie ; por lo que se puedeafirmar en general que el estado social y una coope-ración más ó menos activa , no se establecen en unaespecie sino á causa de las ventajas que de ellosobtiene ; de otra suerte, opondriase d su adopción lasupervivencia de los más fuertes.

Debe notarse que esta asociación provechosa no

se hace posible sino en ciertas condiciones. Siendo los

actos que todo individuo verifica para atender supropio sustento cumplidos más ó menos en presenciade otros individuos, los cuales verifican otros igua-les, resulta de esto una tendencia á producirse en

ymaor ö menor medida ciertos contrastes. Si el con-otraste alcanza grandes proporciones , la asociación

puede dejar de ser aprovechable. Para que sea pro-vechosa, es preciso que los actos individuales se man-tengan dentro de limites tales que las ventajas secontrabalanceen. De otro modo, la supervivencia de

los más aptos conduciría al exterminio en la especie

(1) J. Oswald: Zoologicll Sketches, 61.(2) G. J. Romanes: Animal intelligence. Londres, 1892, pág. 436.

Page 22: La Justicia

LA JUSTICIA 1

de aquellas variedades , en las cuales la asociaciónhubiera empezado á formarse.

Vemos , pues, aparecer aquí un nuevo factor dela j usticia subhumana. Al experimentar cada indivi-duo las ventajas y al sufrir los daños debidos á la

propia naturaleza y á la conducta consiguiente, nopuede menos de someter ésta á la restricción , en vir-tud de la cual tal conducta no se opondrá excesiva-mente á la conducta por la cual otro individuo expe-rimenta ventajas y evita inconvenientes. La conduc-ta media no debe, pues, ser agresiva hasta el puntode aniquilar la asociación ; así , al elemento positivode la justicia subhumana viene á juntarse para losanimales gregarios un elemento negativo.

§ 9. La necesidad de observar la condición, se-gún la que todo miembro de grupo, mientras proveeá la propia conservación y al sustento de la prole, noestorba gravemente á los que tienen que hacer lomismo, se deja sentir de tal manera, que moldea laespecie en que la asociación se haya establecido. Losinconvenientes experimentados por cada violación deesas restricciones disciplinan continuamente á todos,enseñándoles á respetarse, hasta el punto de que, ála larga, tal respeto llega á ser un rasgo caracterís-tico y natural de la especie. Es indudable que la in-observancia habitual de esas restricciones conduciríaá la disolución del grupo. Sólo sobreviven como va-riedades .gregarias aquellas donde domine la tend.en-cia hereditaria á respetarlas.

Por otra parte, desenvuélvese poco á poco unacomo conciencia general de la necesidad que hay demantener esos limites hasta imponer á los transgre-

22

i

Page 23: La Justicia

PUR H. SPENCER 23

sores casiigos, los cuales, además, no se imponensólo por los miembros lesionados, sino por el grupoentero. Un elefante «vagabundo», que se distinguesiempre por su maldad, es expulsado del rebaño, sinduda á causa de su humor agresivo. Un castor (1)ocioso es expulsado de la colonia , quedando así im-posibilitado de aprovecharse de un trabajo al cual sesustrae ; igualmente las abejas obreras matan á loszánganos cuando llegan á ser inútiles. En variospaíses se ha podido comprobar que una reunión decornejas (2) , después de un debate ruinoso y prolon-gado, ejecutaba sumariamente á un miembro culpa-ble. Un testigo ocular afirma que cuando , entre loscuervos , una pareja estropea los materiales de losnidos vecinos, todos los otros se unen para destruirleel suyo.

Vese bien que la condición a priori de la coope-ración armónica está tácitamente reconocida comouna cuasi ley, toda vez que su violación se castigamediante una pena.

§ 10. Entre los animales que llevan una vidasolitaria, el principio primordial de la justicia sub-humana, que exige que cada individuo sufra las con-secuencias favorables ó adversas de su propia natu-raleza y de la conducta que ésta implica, principioque lleva á la supervivencia de los más aptos , no secomplica sino con las obligaciones fundadas en elparentesco. Para estos animales, los actos puramenteegoístas de la, auto-sustentación están dominados,

(1) Dallas en Cassell's Natural History, III, 99.

(2) Romanes: Animal intelligence, 323-5.

Page 24: La Justicia

'94 L A. JL;STICI.L

durante el periodo de la vida consagrada á la repro-ducción , por la subordinación de si mismos , que im

pone como necesaria la educación de la prole, perono sufren otra. Entre los animales greqctrios (socia-les) que han adquirido una inteligencia considerable,disciplinada, según vemos, en el respeto de los Emi-tes impuestos por la presencia de otros , el bienestar

de la especie reclama, no sólo la subordinación de simismo que exige la educación de la prole, sino ade-más dtra subordinación de si mismo también ulte-rior.

De los bisontes se sabe que en la estación en qualas hembras paren (1), los machos forman alrededordel rebaño , á in de protegerle contra los lobos yotros animales de presa, arreglo éste que , si bienimplica algún peligro para cada toro en particular,asegura en cambio la conservación de la especie. Si

un rebaño de elefantes (2) se dispone á abandonar elbosque para ir beber, uno de ellos se destaca parahacer un reconocimiento ; si no descubre peligroalguno, aposta algunos elefantes de centinelas. Hechoesto, el grueso del rebaño se pone en marcha haciael abrevadero.

En ese caso, algunos individuos se exponen á un.

peligro particular, á fin de aumentar la seguridad delos demás. En un grado aíin más elevado encontra-mos este mismo género de actos entre los monos,que se asocian para defender ó para libertar uno eleellos; en una retirada ante el enemigo, agrúpanse de

(1) Romanes: Animal intelligence, 3344).(2) Idem, íd., 400-4.

Page 25: La Justicia

POR H. SPENCER :.)5

modo que «las hembras y los pequeñuelos marchandelante, mientras los viejos van á retaguardia... enlos puntos más peligrosos (1)». Puede ocurrir que,en algunos casos particulares, la especie no se apro-veche de esta disposición , que la expone á una mor-talidad mayor; pero, sin embargo, á la larga seaprovecha de ella por el desenvolvimiento de uncarácter en sus miembros que hace el ataque más Pe-ligroso para el asaltante.

Dado que, gracias á esta conducta, tal ó cual va-riedad de una especie sociable ve el número de susmiembros mantenerse y aun crecer , mientras quootras variedades , en las que ese género de subordi-nación es desconocido , no alcanzan ese resultado , esnatural que semejante conducta sea protegida poruna cierta sanción. Siendo la conservación de la espe-cie el fin supremo , cuantas veces una mortalidadaccidental de los miembros, producida en defensa dela especie, asegura á ésta la conservación con máseficacia que la simple preocupación de cada individuode perseguir su bien exclusivo, la justicia subhumanadebe someterse á esta segunda limitación.

11. Fáltanos sólo por examinar el orden deprioridad y las esferas respectivas de esos principios.La ley primordial para todos los seres es la ley derelación entre la conducta y las consecuencias que deella emanan ; tal ley es la que en toda la extensióndel reino animal garantiza y asegura la prosperidadde los individuos que, por su estructura, están mejoradaptados á las condiciones de su existencia, y la

(1) Gillmore: The Hun ter's Arcadia, 170.

Page 26: La Justicia

LA JUSTICIA

que, desde el punto de vista moral, se afirma por elprincipio de que todo individuo debe recoger los be-neficios y los males que son inherentes á su natura-leza misma. E sta ley se aplica á los seres que vivenvida solitaria, sin otra restricción que la de la subor-dinación de sí mismos, que impone á los más ade-lantados de entre ellos la educación de la prole.

Para las criaturas que viven vida en común y

siempre según un grado proporcional al desenvolvi-miento del espíritu de cooperación, entra en vigor laley, segunda en el orden del tiempo y de la autori-dad, que quiere que los actos por los cuales, confor-me á su naturaleza, busca cada individuo esos bene-ficios y evita los daños, estén restringidos por la ne-cesidad de no oponer obstáculos á los actos análogosde sus asociados. El respeto invariable de esta ley es,en la mayoría de los casos, la condición indispensa-ble de la duración de la asociación, siendo en sí mis-ma imperativa para los seres que buscan sus benefi-cios. Sin embargo , es evidente que esta segunda leyno es más que la forma especial que toma la primeracuando se coloca en frente de las condiciones de lavida en común ; en efecto, afirmando que las accio-nes y reacciones de la conducta y de sus consecuen-cias deben ser restringidas de ese modo en cada indi-viduo, afirmase al propio tiempo, implícitamente almenos, que esas acciones y reacciones deben some-terse á las mismas restricciones en los demás indivi-duos, es decir, en todos indistintamente.

La tercera y última en fecha de esas leyes es deun alcance menos extenso. Declara que, toda vez queel sacrificio accidental de algunos de los miembros

^^z

Page 27: La Justicia

POR H. SPENCER 27

de una especie puede ser favorable al conjunto, haycircunstancias que sancionan esos sacrificios. Cons-tituye, pues, una restricción de la ley primera, quequiere que todo individuo no recoja sino los benefi-cios, y no sufra sino los daños de su propia natura-leza.

Por último, conviene notar que la primera ley esabsoluta para los animales en general, que la segun-da es absoluta para los animales que viven vida encomún, mientras que la tercera no se aplica más qued las especies que, en las luchas contra sus enemi-gos, ganan más que pierden en el sacrificio de algu-nos de sus miembros. La falta de enemigos hace des-aparecer la restricción que impone.

Page 28: La Justicia

CAPÍTULO

J9.asticia a-

19. El contenido del último capitulo indica cuáldebe ser el de éste. Supuesto que desde el punto devista evolucionista la vida humana es un desenvol-vimiento ulterior de la vida subhunlana, la justiciahumana es también un desenvolvimiento ulterior dela justicia infrahumana. Por razones de mera o por-tunidad las estudiamos separadamente, pero son esen-cialmente de la misma naturaleza , y constituyen laspartes de un todo continuo.

En el hombre, como en los animales inferiores,la conservación de la especie se asegura por la ley envirtud de la cual los individuos adultos más aptos,según las condiciones de la existencia que les sonpropias, son los que también prosperan más , mien-tras que los individuos menos aptos son los que pros-peran menos. Esta ley, cuando ningún obstáculo laestorba, produce la supervivencia de los más aptos yla expansión de las variedades mejor dotadas. Aqui,como anteriormente, se ve que, considerada esta leyen su acepción ética, implica que cada individuo re-cogerá los resultados favorables ó desfavorables desu propia naturaleza y de la conducta consiguiente,

Page 29: La Justicia

POR H. SPEN ER 29

que no se verá privado de los efectos normalmentefavorables de sus acciones , y no podrá arrojar sobreotro sus consecuencias malas.

No nos importa, por el momento, examinar hastaqué punto puede convenir á otras personas asumirvoluntariamente una parte de las consecuencias malasde sus actos. Más tarde estudiaremos los efectos res-trictivos de la piedad, de la clemencia y de la gene-rosidad , cuando tratemos de la «Beneficencia nega-tiva» y de la «Beneficencia positiva». Al presentese trata tan sólo de la Justicia aura.

Por su origen y por su expresión ética, la justi-cia de esta ley le recomienda á la aceptación común.Las opiniones y las criticas que á diario oímos repe-tir implican la percepción de que las consecuenciasde la conducta no deben ser separadas de la conductamisma. Cuando de una persona que experimenta unperjuicio se dice «á nadie más que á si propio tieneque echar la culpa », se significa que ha sido tratadaequitativamente. Al que sufre las consecuencias desu falta de juicio ó de su mala conducta, se le sueleaplicar el dicho de «quien la hace la paga», indican-do así lo aceptable de este encadenamiento de lacausa al efecto. Lo mismo ocurre con la frase « hatenido su merecido». De modo análogo se procedecuando se trata de los resultados beneficiosos. Lasobservaciones de «su recompensa es merecida», «noha sido recompensado según su mérito», expresan elsentimiento de que debe existir una relación propor-cional entre el esfuerzo efectuado y la ventaja obte-nida , y de que la justicia exige esta proporciona-lidad.

Page 30: La Justicia

30 LA JUSTICIA

13. liemos reconocido en el capítulo prece-dente que la justicia se acentúa con los progresos dela organización. Esta proposición encuentra nuevosapoyos en nuevos ejemplos, si pasamos de la justiciasubhumana á la justicia humana. El grado de justi-

cia y el grado de organización marchan á la par,tanto para la raza humana , tornada en conjunto,cuanto para sus variedades superiores opuestas á susvariedades inferiores.

Hemos consignado que una especie animal supe-rior se distingue de una especie animal inferior enque en su conjunto unto tiene menos mortalidad producidapor los agentes destructores accidentales; cada unode sus miembros está sometido, por lo general, du-rante un término más largo , á la relación normalque existe entre la conducta y sus consecuencias.Ahora podemos consignar que la especie humana, to-mada en conjunto y con una mortalidad menor á lade la mayoría de las especies animales , somei e susmiembros durante periodos mucho más largos á losresultados , buenos ó malos , de su conducta bien ó

mal adaptada. Igualmente hemos consignado queentre los animales superiores , la superioridad de lalongevidad media permite á las diferencias indivi-duales producir sus efectos durante períodos máslargos; de donde resulta que los destinos diferentesde los individuos están, en un grado más preeminente,condicionados por la relación normal entre la con-ducta y sus consecuencias, relación normal que cons-tituye la justicia. También consignaremos que, en elseno (le la humanidad, la diversidad de las facultadescontribuye á favorecer en un grado todavía más no-

Page 31: La Justicia

l'OR H. SI'Et? (,ER. 31

table, y durante períodos todavía más largos, á losseres superiores, y á deprimir á los seres inferioressometidos al juego continuo de la conducta y de susconsecuencias.

Lo mismo ocurre con las variedades civilizadasdel género humano , comparadas con sus variedadessalvajes. Su mortalidad decreciente implica una pro-porción creciente de miembros que gozan de susactos bien adaptados y sufren por los mal adaptados.rpambien está muy de manifiesto que, tanto las ma-yores diferencias de longevidad individual , como lasdiferencias (le posición social, implican que en lassociedades civilizadas, comparadas con las socieda-des salvajes, las diferencias de poder, y las consi-guientes de conducta, influyen más en las correspon-dientes diferencias de los resultados buenos ó malos:la justicia, por tanto , es mayor.

14. Observamos aan con mayor claridad en laraza humana que en las razas inferiores , que la for-ma de agregado se establece porque es ventajosa á lavariedad en la cual surge, favoreciendo en parte laseguridad general y en parte facilitando el trabajode la sustentación. Vemos el grado de tendencia áagruparse determinado por su grado de utilidad conrelación á los intereses de la variedad que la adopte;asi , si los miembros de esta variedad se alimentansólo de sustancias en estado natural , no se asociansino en pequeños grupos; la caza y los frutos, dise-minados por vastos espacios, no aseguran la subsis-tencia más que á grupos poco numerosos. La agri-cultura, que permite alimentar un gran número dehombres sobre una superficie poco extensa, y los pro-

Page 32: La Justicia

I._1 JUSTICIA

gresos industriales simultáneos que introducen las

cooperaciones numerosas y variadas, impulsan por

el contrario á agruparse.Anotaremos, por fin, una verdad apenas entre-

vista en los seres inferiores , pero perfectamente

acusada ya entre los seres humanos ; líela aqui : los

beneficios de la cooperación no les son accesibles más

que á condición de someterse á ciertas exigencias quela asociación impone.

A los obstáculos mutuos que surgen cuando losindividuos viven unos cerca de otros , persiguiendo

los mismos fines, deben unirse las ventajas obtenidasmediante la vida social. Algunos tipos humanos, porejemplo, los abones (1), llevan una vida solitaria,porque son tan agresivos, que no pueden vivir jun-tos. Este caso extremo demuestra que si en variosgrupos primitivos los antagonismos individuales en-

gendran á menudo querellas, los grupos se mantie-nen , sin embargo, porque los miembros recogen unsuperabit de beneficios, especialmente bajo forma deun aumento de seguridad. Es también clarísimo quecon el desenvolvimiento de las comunidades, la divi-sión del trabajo se hace más compleja y los cambiosse multiplican; los beneficios de la asociación noestarán seguros sino en virtud del mantenimientomás firme de los limites impuestos á la actividad decada hombre en particular, por las actividades si-multáneas de los otros hombres. El estado miserabley la decadencia de las comunidades, en el seno de lasque los atentados recíprocos de los miembros son tan

(1) Dalton: Ioifr;jx.l of' the Asi g tic Society , Ber.,;°,tl., 'iv, 426.

3?

Page 33: La Justicia

POR H. SPENCER. 33

frecuentes y tan violentos , que á menudo los impi-den recoger el resultado normal de sus trabajos, noshacen tocar bien de cerca la exactitud de esta aseve-ración.

Fiemos visto ciertos seres inferiores gregariossentir de un modo tan vivo la necesidad de la res-tricción mutua de las actividades individuales, queimponen castigos á aquellos de entre ellos que no lasrestringen suficientemente. Esta. necesidad, sentidade un modo más imperativo y especial, engendraentre los hombres el hábito cada vez más acentuadode imponer los castigos á los delincuentes. En losgrupos primitivos, comúnmente dejan al ofendido elcuidado de vengarse del ofensor: hasta en las socie-dades feudales europeas se conceptuaba con frecuen-cia que competía personalmite á cada hombre hacervaler y defender sus derechos. Sin embargo, la per-

cepción creciente de la necesidad de sostener el ordeninterior y los sentimientos que van unidos á estapercepción, han hecho habitual la imposición riel cas-tigo por el conjunto de la sociedad ó sus representan-tes autoriza clos. El resultado natural de la vida hu-mana realizada en las condiciones sociales , es elsistema de leyes en que se fijan las restricciones á laconducta individual con sus penas; así vemos á nu-merosas naciones, compuestas de hombres pertene-cientes á los tipos más diferentes, ponerse de acuerdopara considerar los mismos actos como atentados , ycondenarlos por una misma interdicción.

De esta serie de hechos se desprende un principioreconocido en la práctica, ya que no en teoría; y esque, verificando todo individuo los actos que aseguran

3

Page 34: La Justicia

34 JUSTICIA

su existencia y recogiendo sus resultados, buenos 6malos, debe , al verificarlos , someterse á las restric-ciones que impone el cumplimiento de actos del mismogénero porlos otros individuos que, como él, tambiéndeben recoger los resultados normales , buenos o

malos. I)e una manera vaga, ya que no definida, heahi lo que se llama justicia.

15. Hemos reconocido que entre los seres infe-riores asociados, la justicia, bajo su forma simple y

universal, está caracterizada, en primer lugar, por lasubordinación de si mismo que implica el parentesco,

y hasta cierto punto por la sumisión que impone laasociación. En segundo lugar lo está también, aun-que en un grado menor, por el sacrificio completo óparcial de individuos en pro de la especie. En lascriaturas gregarias superiores ese carácter ulterior dela justicia primitiva toma vastas proporci ones.

Mientras en los seres inferiores esta ulterior su-bordinación de si mismo está requerida sólo por la ne-cesidad de defenderse contra los enemigos de otras es-pecies, entre los seres humanos es exigida tambi,énporla necesidad de defenderse contra los enemigos de lamisma especie. Habiéndose esparcido por todos loslugares donde han encontrado con qué nutrirse , losgrupos humanos se han contrapuesto y las enemista-des mutuas, resultado de esos choques, han hecho lossacrificios causados por las guerras entre los gruposmucho más considerables que los sacrificios resultan-tes de la defensa, contra, los animales inferiores.

Es indudable para la raza humana, como para lasrazas inferiores, que la destrucción del grupo é de la,variedad no implica la de la especie , de donde resulta

Page 35: La Justicia

POR H. SPENCER 35

que la obligación derivada de la subordinación de símismo á los intereses del grupo o de la variedad , esuna obligación de orden inferior á la de proporcionará la prole los cuidados , sin los cuales la especie des-aparecería , y a la de reprimir los actos en los limitesimpuestos por las condiciones sociales: realmente, elincumplimiento total ó parcial de estas últimas obli-gaciones acarrearía la disolución del grupo. Sin em-bargo, debe considerárselas como obligaciones en lamedida en que la existencia de cada uno de los gruposcontribuye á asegurar la duración de la especie.

Pero la subordinación de tal modo justificada yconceptuada en un cierto sentido obligatoria se limitaá las necesidades de la guerra defensiva. Sólo encuanto la preservación del grupo, corno conjunto, ase-gura la conservación de la vida de sus miembros y suaptitud para perseguir el fin de la vida, existe unarazón para que se sacrifiquen algunos de ellos; estarazón deja de serlo cuando no se trata de una guerradefensiva , sino de una guerra ofensiva.

Podría objetarse que toda vez que las guerrasofensivas inician las luchas que terminan con la des-trucción de los grupos más débiles, contribuyen ápoblar la tierra de los más vigorosos y sirven á losintereses de la raza. Pero aun suponiendo que losgrupos vencidos es-ten siempre compuestos de los hom-bres menos aptos para la guerra (lo que no sucede,puesto que el número desempeña un papel decisivo ylos grupos menos numerosos pueden estar formadospor los guerreros más hábiles) , no por ello dejaríamosde tener una respuesta adecuada que oponer á laobjeción. Sólo en los primeros estados del progreso

Page 36: La Justicia

LA JUSTICIA

humano tienen una importancia primordial el des--envolvimiento de la fuerza, del valor y de la astucia.Después que se han formado sociedades numerosasy se ha producido la subordinación necesaria peraorganizarlas, adquieren importancia primordial otrasfacultades más elevadas, á la vez que las luchas vio-lentas por la existencia, cesan de asegurar la supervi-vencia de los más aptos. Los persas no llegaron d con-quistar la Grecia, ni las hordas tártaras á destruir lacivilización europea: asi, ruede afirmarse oue unaguerra ofensiva no servirá á los intereses de la razamás que d falta de la aptitud para una vida social ele-vada; y á medida que ésta se desenvuelve, la guerraofensiva, lejos de asegurar el progreso humano , loque hace esretardarlo. En suma: podemos decir que elestado en el cual comienzan á admitirse las conside-raciones éticas , es aquel mismo en el cual la guerraofensiva cesa de ser justificable, por cuanto es yadudoso que asegure el predominio de las razas aptaspara una vida social Inds elevada, siendo en cambioseguro que excitará reacciones morales perjudicialesá la vez á los vencedores y d los vencidos. La únicaguerra que desde entonces conserva su justificacióncasi ética es la defensiva.

Y aquí conviene observar que la subordinación desi mismo y la necesidad abstracta cte justicia queimplica la guerra defensiva, corresponden al periodotransitorio , que hace necesario el conflicto fisico delasrazas. Deberán, pues, desaparecer inmediatamenteque la humanidad alcance el estado pacífico , lo queequivale á decir que todas las cuestiones relativas á laextensión de esas restricciones son del doïninio de

36

Page 37: La Justicia

POR H. SPENCER 37

lo que hemos considerado como ética relativa; noson, en verdad, del dominio de la ética absoluta, queno trata más que de los principios de la conducta jus-ta en el seno de una sociedad de hombres perfecta-mente adaptados á la vida social.

Insisto sobre esta distinción , porque en todos loscapítulos siguientes nos ayudará á aclarar los intrin-cados problemas de la ética política.

^

Page 38: La Justicia

CAPÍTULO I V

ISl sEntizn.iento de la. j1asticia.._

§ 16. La aceptación de la doctrina de la evolu-ción orgánica implica ciertos conceptos éticos ; im-plica, en primer término, que los numerosos órganosde cada una de las especies animales se han mol-

deado y adaptado á las exigencias de la vida, á con-secuencia de un comercio incesante con las necesida-des de la misma. Simultáneamente, las modificacio-nes nerviosas han producido el desenvolvimiento deinstintos, de emociones y de aptitudes intelectualesnecesarios para el uso apropiado de esos órganos.Así, vemos los roedores encerrados en una jaulaejercitar sus músculos maxilares y sus incisivos, yroer sin fin determinado el primer objeto que encuen-tran, los animales sociales entregarse á sus penas porno poder unirse á sus compañeros, y á los castorescautivos demostrar su afición á la construcción dediques , reuniendo en pilas las ramas y piedras qu`encuentran á su alcance.

Este proceso de adaptación mental , se detuvoen el hombre primitivo ? Los seres humanos, z son

Page 39: La Justicia

POR H. SPENCER 39

capaces de adaptar progresivamente sus sentimientosy sus ideas á los modos de existencia que les imponeel estado social que alcancen? á Debemos admitir quesu naturaleza, que se ha adaptado á las exigencias delestado salvaje, no cambiará ya, ni sufrirá el influjode las exigencias de la vida civilizada? ¿ Debemosadmitir que el desenvolvimiento de ciertos rasgos yla supresión de otros acercaran más y más su natura-leza originaria á una naturaleza que encontrará sumedio propio en una sociedad desenvuelta, en la cuallas actividades exigidas por ese medio lleguen á serlas normales?

Muchos partidarios de la doctrina de la evoluciónparecen no creer en la adaptabilidad continua dela especie humana. A la vez que miran distraida-

^^ mente los testimonios proporcionados por las compa-úr.raciones establ'eecidas entre la raza humana y entredi,los estados sucesivos de la misma raza , no tieneno, en cuenta la inducción sacada de los fenómenos de

la vicia en general. Se abusa del mRodo inductivocorno se ha abusado del deductivo. Z \To conceptua-riamos como amor exagerado por la inducción , eldel hombre que , despreciando las observacioneshechas, se negara á creer que son necesarios catorcedías á la luna nueva para mostrarse llena y entrarinmediatamente en su decrecimiento , hasta tantoque pudiera formar por si mismo conciencia, ob-servando las fases sucesivas de este astro? Al lactode él , podríamos colocar las personas que , desde-ñando la prueba inductiva de la adaptabilidad ilimi-

tada, tanto física como mental, que nos ofrece elconjunto del mundo animal , no admiten la adapta-

Page 40: La Justicia

40 JUSTICIt.

bilidad de la naturaleza humana á la vida socialsino hasta después que la adaptación este terminada,y que llegan á negar los testimonios que prueban quetal adaptación continCia produciéndose á nuestro alre-dedor.

Por nuestra parte, considerando corno una deduc-ción inevitable de la doctrina de la evolución orgá-nica que los tipos más elevados de los seres vivos,como los tipos inferiores, se moldean sin cesar, seg(inlas necesidades que imponen las circunstancias , com-prenderemos los cambios morales entre las evolucio-des de tal modo elaboradas.

§ 17. La indigestión producida por haber abusa-do de un manjar favorito, determina una aversiónhacia el mismo; lo cual demuestra cómo en el campode las sensaciones , la experiencia crea asociacionesque influyen sobre la conducta. El hecho de que lacasa en la que liemos perdido nuestra esposa, un hijo,ó sufrido una larga enfermedad, queda tan íntima-mente asociada con un estado mental doloroso queprocuramos evitar, aclara de un modo suficiente elmodo cómo, en el campo emocional, los actos sonsusceptibles de ser determinados por las conexionesmentales que se forman en el curso de la vida. Si lascircunstancias ambientes acostumbran á una especieá ciertas relaciones entre su conducta y las conse-cuencias de la misma, los sentimientos apropiadosque se refieren á ella pueden llegar á caracterizardicha especie. Ya sea nor la transmisión heredita.ri;i,de las modificaciones engendradas por el hábito , vapor la supervivencia más numerosa de los individuos,cuya estructura nerviosa se hubiera modificado en un

Page 41: La Justicia

POR, H. SPENCER 41

sentido dado , fórmanse gradualmente tendenciasdirectrices que determinan una conducta apropiaday evitan la conducta impropia. Como ejemplo de esasadaptaciones , citaremos el contraste observado entrelos pájaros, que viven en las islas que el hombre noha visitado nunca; no manifiestan temor algunocuando alguien se les aproxima, mientras los pájarosde nuestros países temen al hombre inmediatamenteque dejan el nido materno.

En virtud de este proceso , es como se han produ-cido en cierta medida en los seres inferiores, y con-tin tan produciéndose en el hombre, los sentimientosapropiados á la vida social. Los actos agresivos, da-ñosos habitualmente para el grupo, en el seno delcual se verifican, lo son también á menudo para losindividuos que los cometen, pues á pesar de los pla-ceres que puedan procurarles, no es raro que impli-quen sufrimientos superiores á los placeres. Por elcontrario , una conducta que se restringe á lostes requeridos y que no provoca pasión alguna anta-gónica, favorece la armonía de la cooperación másprovechosa para el grupo , y por lo mismo es benefi-ciosa para la mayoría de los individuos que la, com-ponen. En el supuesto de que las condiciones todassean iguales, resultará siempre una tendencia á lasupervivencia y á la expansión de los grupos forma-dos de miembros dotados de esta adaptación natural.

Entre los sentimientos sociales que de ese modoelabora la evolución, el sentimiento de la j usticia esde una importancia capital. Examinemos más decerca su naturaleza.

18. Coged por las narices á un animal: hará

Page 42: La Justicia

42

LA JUST] CIA

todo género de esfuerzos para tener libre la cabeza;atadle los miembros : se defenderá con rabia pararecobrar su libertad; sujetadle con una cadena elcuello ó la pierna , y pasará algún tiempo antes deque renuncie á escaparse; encerradle en una jaula, y

experimentará, durante largo rato , una incesanteagitación. Generalizando esos ejemplos , apareceráevidente que cuanto más violentas son las restriccio-nes impuestas á los actos que aseguran la vida, másviolenta será la resistencia que suscitan. Por el con-trario , la rapidez con la cual el pájaro aprovecha laocasión de volar y el gozo que experimenta el perroque se deja suelto, muestran el valor que dan á lalibertad de sus movimientos.

El hombre manifiesta análogos sentimientos, perode una manera, más extensa y variada. Las trabasinvisibles le irritan tanto como las visieles , y ámedida que su evolución se eleva, aféctanle más lascircunstancias y los actos que, por vías turtuosas, fa-vorecen ó contrarían la persecución de sus fines.

Un paralelo evidenciará esta verdad. En los esta-dos primitivos, el amor á la propiedad se satisface sólocon la posesión de los alimentos, de un abrigo, y másadelante, de los vestidos ; después aprecia, sucesiva-mente, la satisfacción de poseer las armas y los úti-les, con ayuda de los cuales se procura la monedacon que las compra, así como compra otros objetos,las promesas de pago reembolsables en moneda, y,por fin, el cheque pagadero en casa de un banquero.En suma; lo que se ve es un goce que poco á pocose une á la propiedad cada vez más abstracta y máslejana de la mera satisfacción material.

Page 43: La Justicia

^r.

POR H. SPENCER -13

Lo mismo ocurre con el sentimiento de la justicia.Empieza por el contento que el hombre experimentaal hacer uso cle su fuerza física y al recoger las ven-tajas que esto le procura; por otra parte, asociándoseá la irritación que producen los obstáculos directos,llega gradualmente á corresponderse con las rela-ciones más extensas y á excitarse con los incidentes,ya (le la servidumbre personal, ya de la servidumbre.política , ya de los privilegios de clase , ya, en fin , delos pequeños movimientos políticos. Al fin este senti-miento , que tan poco desenvuelto se halla, por ejem-plo, en el negro, que hasta se burla de su compañero

emancipado porque ha perdido la protección de suamo, se desenvuelve en el inglés hasta el extremode que protesta éste con vehemencia contra la másligera infracción del procedimiento en el Parlamento,ó en una reunión pública, y eso que esta infracciónno le atañe directamente , pero basta que pueda de unmodo indirecto conferir un poder claro á cualquierautoridad, que acaso un dia, mediante él , llegue áimponerle cargas ó restricciones imprevistas.

Es evidente, pues, que el sentimiento egoísta dela justicia es un atributo subjetivo , el cual corres-ponde á las exigencias objetivas que constituyen lajusticia y que piden que cada adulto recoja los resul-tados de su propia naturaleza y de los actos consi-guientes. En efecto , si las facultades de todo génerono pueden manifestarse libremente , sus resultadosno serán ni recogidos , ni sufridos : no existiendo sen-timiento que impulse al mantenimiento de la esferadonde esas facultades puedan desplegarse con libertad,su ejercicio se verá dificultado y comprometido.

v

Page 44: La Justicia

L :1 .II'ST1CI.1

19. Mientras llegarnos de ese modo á ver eldesenvolvimiento del sentimiento egoista de la justi-cia, es dificil seguir el desenvolvimiento de su senti-miento altruista. De un lado observamos que esteúltimo no puede nacer sino en el curso de la adapta-ción á la vida social, y ciel otro que la vida social nopuede realizarse sino mediante relaciones equitativasque impliquen árala existencia del sentimiento altruistade la justicia. ¿ Cómo , pues , han podido encontrarsatisfacción esas exigencias reciprocas?

Nuestra respuesta es que el sentimiento altruistade la justicia no puede empezar existir más que conla ayuda de un sentimiento que temporalmente lo hasuplido y que ha reprimirlo los actos instigados por elegoísmo puro, sentimiento éste que llamaremos pro-altruista de la justicia , y el cual se descompone envarios elementos que examinaremos sucesivamente.

El primer obstáculo que impide la agresión. yaentre los animales es el temor de las represalias. Eltemor de la venganza, que seguirá al acto de apode-rarse de alguna cosa, como los alimentos de otro,basta para disuadir á la mayoría de los seres de unamisma especie de hacerlo. Entre los hombres , espe-cialmente en los estados remotos ele la vida social,este temor es el que principalmente asegura amplialibertad á las actividades individuales y el goce exclu-sivo de los bienes que proporcionan.

Otro freno resulta del temor á la reprobación pro-bable de los miembros desinteresados del grupo. Aun-que la expulsión, del eleFante malo, del rebaño, y laejecución del miembro culpable de un bando de cuer-vos ó de cigüeñas nos permiten suponer que hasta

14

Page 45: La Justicia

POR H. SPENCER 45

entre los mismos animales inferiores los individuostienen que sufrir la sentencia de la opinión pdblica,no es probable que la previsión de la censura bastepara prevenir sus actos perturbadores. Pero en elhombre , más apto para el recuerdo y para prever elpensamiento del desprecio social, constituye un frenomás contra los atentados de hombre á hombre.

A estos sentimientos que obran anteriormente átoda organización social , vienen luego á juntarse lossentimientos que nacen después del establecimientode la autoridad política. Cuando un jefe vencedor queen la guerra ha adquirido la soberanía permanente,toma d pecho el mantener su poder, comienza á expe-rimentar el deseo de prevenir los atentados de sus su-bordinados unos contra otros , porque tales disenti-mientos debilitarán la tribu. De ahí la restricción delderecho de venganza personal, y en la época feudal,la de las guerras privadas , al mismo tiempo que laprohibición de los actos que las suscitan. El miedo álas penas que siguen á tales infracciones , viene á

constituir un freno adicional.El culto de los antepasados, en general , que el

desenvolvimiento de la sociedad tranforma en cultopropiciatorio especial de los manes del jefe difunto, y,por consecuencia, del rey muerto, confiere el caráctersagrado á los mandatos que éste hubiese dictado envida. Cuando el establecimiento del culto lo eleva alrango de Dios , sus mandatos se convierten en órde-nes divinas revestidas con la sanción de castigos te-mibles impuestos á quien las violase.

Estas cuatro es pecies de temores obran concu-rrentemente. El temor de las represalias , el temor

Page 46: La Justicia

46

L.^ JtISTIG[A

de la reprobación social, el temor de los castigos lega-

les y el temor de la venganza divina, forman uncuerpo de sentimientos que se opone á la tendencia áapoderarse de los objetos deseados sin tener en cuentalos intereses de otro. Ese sentimiento proaltruista dela justicia, sirve temporalmente para inculcar elrespeto de los derechos de otro, y para hacer la coo-

peración social posible , sin necesidad de contener niuna mínima parte del sentimiento altruista de la j us-

ticia propiamente dicho.20. Los seres que tienden hacia la vida en co-

man , se hacen fáciles A la simpatía en razón del des-envolvimiento de su inteligencia. No porque la ten-dencia á la simpatía que de esto resulte entre ex-clusivamente, ni en una parte considerable., en lacategoría de los sentimientos que de ordinario impli-ca esta palabra ; de hecho no observamos más que lasimpatía por el miedo en los unos, y la simpatía enla ferocidad en los otros. Lo que queremos decir estan sólo , que en los seres que viven vida en común,es . probable que el sentimiento manifestado por unode ellos excite sentimientos análogos en sus -compa-ñeros , y que los excitará precisamente en la propor-ción en que el grado de su inteligencia les permita,apreciar la manifestación. En clos capítulos de losPrincipios de psicolori a, Sociabilidad J simpatía vSentimientos altruistas, me he esforzado por mostrarcómo nace la simpatía en general, y cómo se oriinri,la simpatía altruista.

De lo expuesto podemos afirmar que , al mante-nerse el estado social entre los hombres, gracias alapoyo (tel sentimiento proaltruista de la justicia, las

r;.

Page 47: La Justicia

POR H. SPENCER 47

condiciones que permiten al sentimiento de la justi-cia altruista desenvolverse hállanse también igual-mente mantenidas. En todo grupo permanente se pro-ducen , de generación en generación , sucesos quedeterminan de parte de sus miembros la manifestaciónsimultánea de emociones análogas ; por ejemplo : re-gocijos á causa de las victorias, desgracias evitadas,capturas hechas en común, descubrimiento de ali-mentos naturales, así como también lamentacionesmotivadas por las derrotas , hambres , terremotos,tormentas , etc. A esos grandes goces y á esos gran-des dolores sentidos en común por todos y expresa-dos de modo que cada cual reconoce en los demás lossignos de sentimientos análogos á los que él mismoexperimenta, vienen á juntarse los goces y las penassecundarias inseparables de la vida al día, de las co-midas comunes, de las diversiones, de los juegos, y delos accidentes desgraciados y frecuentes que afectaná varios miembros á la vez. De ese modo crece lasimpatía que hace posible el sentimiento altruista dela justicia.

Pero ese sentimiento toma una forma elevada conmucha lentitud , en parte porque el desenvolvimientoacentuado de su elemento primordial, coincide conuna fase tardía del progreso , y en parte porque,siendo relativamente complejo, implica una contex-túra imaginativa que no es propia de las inteligenciasinferiores. Examinemos ahora cada una de esas ra-zones.

Todo sentimiento altruista presupone la experien-cia del sentimiento egoísta correspondiente. La sim-patía por el dolor de otro no puede aparecer más

Page 48: La Justicia

48 L. JúSTIC3A

que en aquel que ha experimentado el dolor, deigual modo que es preciso el oído musical para sen-tir el placer que procura la música. De la propiamanera, el sentimiento altruista de la justicia nopuede nacer sino despu és del sentimiento egoísta.Así resulta, que en el caso en que éste no haya al-,

canzadto un grado de desenvolvimiento notable, ohaya sido contrariado por una vida social de -tenden-cias opuestas, el sentimiento altruista de la justiciapermanecerá en el estado rudimentario.

La complejidad de ese sentimiento resulta biende manifiesto si se considera que abraza , no sólo losgoces y las penas concretos, sino que se extiende so-bre todo A las circunstancias que hacen aquéllos ac-cesibles y permiten evitar éstas. Como el sentimientocíe la justicia reverdece bajo la acción del respeto álas condiciones favorables á la libre satisfacción denuestras necesidades y se irrita por la violación delas mismas, resulta que, para despertar el senti-miento altruista de la justicia, no basta la idea deesas satisfacciones, sino que debe juntarse á ella laidea de esas condiciones que, ó bien se violan, ó biense respetan.

Por esto es evidente que para ser capaz de esesentimiento bajo una forma desenvuelta, la facultadde representación mental debe ser relativamente con-siderable. Si se trata de simpatía por los sentimien-tos de placer ó de dolor simples , los animales socia-les superiores pueden en cada caso manifestarla; aligual que los seres humanos sienten aquellos inter-valos de piedad y de generosidad. Pero la concepciónsimultánea , no sólo de los sentimientos producidos

Page 49: La Justicia

49i'l-bR, H. SPE'10EI:.

en otro, sino también del enlace de actos y de rela-ciones que concurren á la producción de esos senti-mientos, presupone un trabajo de ordenación mentalde un número demasiado elevado de elementos, paraque un animal inferior pueda abrazarlos de una vez.

cuando sellega á las formas más abstractas de la jus-t eia, las relativas al orden público, sin esfuerzo com-prendemos que únicamente las variedades humanassuperiores son suficientemente capaces de concebirla manera cómo las leyes y las instituciones, buenasó malas, podrán influir definitivamente en su esferade acción, para sentirse impulsados á defenderlas ó áatacarlas. Entre estas variedades nada más, surge enbuenas condiciones aquel sentimiento simpático de lajusticia, que les lleva á comprender los intereses po-líticos de sus conciudadanos.

Existe, en verdad, una relación estrecha entre elsentimientos de la justicia y el tipo social. El predo-minio del régimen militar implica una forma coerci-tiva de organización, tanto para el cuerpo de comba-tientes como para la sociedad que atiende á su subsis-tencia, que no deja campo alguno al sentimiento egoís-ta de la justicia, antes bien lo pisotea, al propio tiempoque el contacto de las actividades guerreras desecauniformemente las simpatías generadoras del senti-miento de la justicia. Por otra parte, á medida que el

régimen del contrato sustituye al del estatuto, 6, en

otros términos, á medida que la cooperación volun-taria qne caracteriza al tipo social industrial dominasobre la cooperación impuesta que caracteriza al tipomilitar, las actividades individuales están cada vez me-nos restringidas, y el sentimiento, que reverdece en el

4

Page 50: La Justicia

50

LA JUSTI(aIA

campo que á aquéllas se abre, siéntese más y más fuer-temen te impulsado. Al propio tiempo, las circunstan-cias en que es preciso reprimir esa simpatía resultná cada instante menos frecuentes. Siguese de aquíque el sentimiento de justicia se retrae, durante elcurso de las fases guerreras de la vida social , mien-tras progresa y se acentúa durante sus fases pacíficas,no pudiendo alcanzar su plenitud más que en un es-tado de paz perpetua (1) .

(1) El estado de paz permanente existe en algunas regiones, y

donde existe, el sentimiento de la justicia es excepcionalmente vivoy fuerte. Tengo un verdadero placer en indicar de nuevo que, entrelos hombres llamados no civilizados, los hay que se distinguen poruna ausencia completa de propensiones guerreras y de curas cos-tumbres pueden avergonzarse las naciones que se reputan civiliza-das. En mis Instituciones políticas § c§ 437 y 5?4) he citado ocho ejem-plos de esta conexión, tomados de :'izas de tipos diferentes.

Page 51: La Justicia

CAI'1TlTLO ^vT

],a idea de justicia._

§ 21. El estado del sostenimiento de la justiciaindica el camino para el estudio de la idea de la jus-ticia. Aunque entre ambos existe una relación inter-na, pueden, sin embargo. distinguirse claramente.

Un individuo cualquiera á quien se le ha caído sucartera, se indigna si el vecino que la ha recogidose niega á restituirsela. Nosotros protestamos contrala mala fe de un comerciante que nos envía artículosdiferentes de aquellos que le hemos comprado. Si,estando ausentes , alguien se apodera de nuestro sitioen el teatro , sentimos desde luego lo injusto de talconducta. Constituye causa para una queja el ruidoproducido muy de mañana en el gallinero del vecino.De igual modo simpatizamos con la indignación delamigo á quien informes engañosos han conducido áuna empresa desastrosa, ó á quien un vicio en el pro-cedimiento ha hecho perder un pleito. Sin embargo,aunque en estos casos nuestro sentimiento de la jus-ticia se encuentra herido, ocurre que no discernimos

Page 52: La Justicia

52 LA JUSTICIA

el rasgo esencial de lo que nos hiere en cada uno deellos. Y es que , si bien poseemos plenamente el sen-timiento de la justicia, nuestra idea permanece vagaé indecisa.

La existencia de una relación entre el sentimientoy la idea es , no obstante , indiscutible. Las manerascon que los hombres se relacionan unos con los otrosson cada vez más numerosas y se complican más y 1, ás

á medida que la sociedad es más compleja; es precisoque varias generaciones las hayan experimentadobajo sus formas múltiples, para que el análisis logrefijar la línea de demarcación esencial que separa losactos lícitos de los actos ilícitos.

La idea emerge, y se precisa en el curso de lasexperiencias que nos enseñan, que la acción puede,sin causar la cólera de otro , alcanzar ciertos limites,más allá de los cuales excitan el resentimiento. Lasexperiencias se acumulan , y , gradualmente , al ladode la repugnancia hacia los actos que provocan lasreacciones penosas , se acentúa la concepción de unlímite, fuera del cual cada categoría de actividadespuede desplegarse libremente. Pero como esas cate-goria.s son numerosas y se diversifican á medida quela vida social se desenvuelve , de ahí que haya todoun largo periodo antes de que sea posible concebir lanaturaleza general del límite común á todos los actosposibles (1) .

(1) La génesis de la idea de que los actos simples tieneu limitestambién simples, nos la muestran los animales inteligentes y sirvepara dilucidar sus progresos, cuandu se trata de acciones más com-plejas y de límites menos evidentes. Citaré los perros de Constanti-nopla, que reconocen el aserto tácito de derechos y penas impuestos

,1C.

Page 53: La Justicia

Y(iR H. sPEN(;,ER

Existe todavía otra razón de la lentitud con queesta concepción se desenvuelve. En general, lasideas, como los sentimientos, deben adaptarse al es-tado social. Ahora bien , corno la guerra ha reinadofrecuente ó habitual en casi todas las sociedodes , lasnecesidades contradictorias del estado de amistad enel interior, y de enemistad en el exterior, han man-tenido constantemente las ideas existentes de .justiciaen una verdadera confusión.

22. Hemos llegado á demostrar que la idea dela justicia, á lo menos la idea humana de la ,justicia,contiene dos elementos: uno, el positivo, que implicael reconocimiento del derecho de cada hombre á lasactividades libres de toda traba, así como á los be-neficios consiguientes; otro , el negativo, que impli-ca el sentimiento consciente de los limites que impo-nen la presencia de otros hombres que gozan de dere-chos análogos. Deben llamar preferentemente nues-tra atención dos caracteres opuestos que descúbrímosen esos clos elementos.

Ira desigualdad es la idea primordial que se pre-senta á la mente: porque si en principio cada cualdebe recoger los beneficios y los perjuicios debidos á

á su violación., si no entre individuos, al menos entre grupos de

individuos. Este hecho, muy conocido, nos lo señala una vez más de

una manera notable el mayor T. E. Johnson en su libro On the Track

of the Crescelat. «Una tarde, dice (págs. 58-59), me paseaba (en

Constantinopla) en compañía de un inglés, oficial de gendarmería,

cuando una perra vino hacia él y le lamió la mano... Nos siguió

algún tiempo, después se detuvo y corrió al medio de la calle. Me-

neó su cola y nos siguió con la vista, pero sin acercarse cuando lellamamos. Unos días después la perra me reconocía.,. y me siguió

hasta el límite de su barrio.»

Page 54: La Justicia

54 LA JUSTICIA

su propia naturaleza y conducta, la diferencia entrelas facultades de los hombres producirá diferenciasentre los resultados de la conducta respectiva. Aho-ra bien; la suma de beneficios recogidos será necesa-mente desigual.

La recíproca limitación de las acciones humanasnos sugiere la idea contraria. El espectáculo de losconflictos que estallan cuando cada cual persigue sulin sin cuidarse de los derechos de su vecino, provo-ca la conciencia de los limites que es preciso imponerá cada hombre si se quieren evitar tales conflictos. Laexperiencia nos enseña que el término medio de esoslímites es el mismo para todos , por lo que el pensa-miento de que todas esas esferas de acción se limitanlas unas á las otras, implica la concepción de laigualdad.

La diversidad de apreciaciones sobre el valor decada uno de esos dos factores de la justicia humana,es la causa de las teorías morales y sociales divergen-tes de que tenemos que tratar ahora.

§ 23. Las apreciaciones de algunos de los hom-bres más groseros no se elevan sobre el nivel de lasque encontramos en los animales sociales superiores.Ei más fuerte, entre los dogribes (1), se apodera, sinprovocar la reprobación general , de lo que le placeá costa del débil; por otra parte , entre los fuegia--nos , se aprueba (2) tácitamente algo así como el co-inunismo.

Donde el estado de guerra habitual es el que l2;

(1) J. Lubbock: Prehistoric Times. Londres, I869, pig. 509.(2) J. Weddell: ti'oyape towards the South Pole, páí •. 1 i ► .

Page 55: La Justicia

POR H. SPENCER

determinado el organismo politico , la idea de la des-igualdad predomina. Si no entre los vencidos reduci-dos á la esclavitud , por lo menos entre los vencedo-res que , naturalmente , dan un valor conveniente álo que esté de acuerdo con . sus intereses, se desen-vuelve el clemente , que en la concepción de la justi-cia implica que toda superioridad debe gozar de losfrutos provinientes de su cualidad preeminente.

Aun cuando los diálogos de Platón no dan la me-dida exacta de las opiniones de los griegos, podemos,sin embargo , encontrar en ellos la indicación de lasopiniones que entre los mismos estaban generaliza-das. Veamos cómo Glaucon expone una opinión co-rriente en su tiempo:

«He aquí cuáles son el origen y la naturaleza dela justicia: hay un término medio ó compromiso en-tre lo que se prefiere, á saber, no hacer y no sopor-tar la injusticia, y lo que se evita, á saber, la obliga-ción de soportarle sin poder vengarse. Como medioentre esos dos extremos , la justicia se tolera, no átítulo de bien supremo, sino de mal menor.» añadeluego que «la fuerza de la ley dirige á los hombreshacia el camino de la justicia».

Debemos insistir sobre algunos puntos de estepasaje significativo. E n primer lugar , el reconoci-miento de un hecho ya enunciado , según el cual, enuna época primitiva , la práctica de la justicia noproviene más que del temor á las represalias y de laconvicción fundada en la experiencia , de que, endefinitiva, vale más abstenerse y respetar el limiteque implica el compromiso contraído. Nadie pienseen la criminalidad intrínseca de la agresión : sólo se

Page 56: La Justicia

••

nth.

L A. JUST CIA

atiende á las consecuencias perniciosas que pudieratenor. Al decir más adelante que sólo la «fuerza dela ley» fija el limite impuesto á los actos de cadahombre, el diálogo describe la ley como «un términomedio ó un compromiso», y añade que sólo ella pres-cribe el respeto «al camino de la justicia». La ley nose considera como una expresión de la justicia yaconocida, sino como la fuente misma de la justicia,de donde resulta el sentido de la proposición anterior,según la que es justo obedecer á la ley. En tercerlugar, ese pasaje implica que , á no ser por las repre-salias y las penas legales, el más fuerte tendria dere-cho á oprimir al más débil. Vernos en esto casi expre-sada la creencia de que la superioridad debe obtenersus ventajas: la idea de desigualdad ocupa un lugarpreferente, mientras la de la igualdad queda oscu-

recida.

No es fácil descubrir cuál era la opinión de Pla-tón omás bien de Sócrates. En muchas materias , lasideas de los griegos no alcanzaron una forma defini-da; así en todos sus diálogos , el pensamiento tienecontornos poco marcados. Unas veces la justicia seexplica por la probidad; otras, corno puede verse enel sumario de Jowet (1), se la considera como «ordenuniversal, ó el bien del estado primero , y luego eldel individuo». Esta última frase, que contiene la con-clusión final, implica el predominio establecido cleuna clase gobernante y la sumisión del resto. La. j us-ticia consiste « en que cada una de las tres clases rea-lice la tarea que le incumba: que el carpintero , el

56

(1) Platón: Repübliea, traducción Jowet. Oxford, 1881, pág . 20

Page 57: La Justicia

POR H. SPENCER 57

sastre , etc., se dediquen á su oficio , con exclusiónde todos los demás», y que todos obedezcan á la claseque tiene por misión gobernar (1). Según esto, laidea de la justicia se fanda en la idea de desigualdad.Aunque percibimos una tendencia á reconocer l a.

igualdad de posiciones y de derechos entre miembrosde una misma clase, las leyes concernientes , porejemplo , á la comunidad de mujeres en la clase go-bernante, tenían por objeto reconocido establecer,aun en esta clase, previlegios desiguales en favor desus miembros más preeminentes.

Ese carácter de la noción de la justicia era gene-ral entre los griegos , puesto que lo encontramos enAristóteles, quien, en el capitulo v de su Política,concluye afirmando la justicia y la utilidad de la rela-ción de amos y esclavos.

Pero aunque la idea de la desigualdad predomineentre los griegos sobre la de la igualdad, debe notarseque esta desigualdad se refiere , no â la indicación

(1) En otra página encontramos un ejemplo típico del razona-

miento socrático. Se dice «que un principio justo exige que los indi-

viduos no se apoderen de los bienes de otro, sin que sean despoja-

dos de los suyos». De ese principio se saca la deducción de que la

justicia consiste en que «cada cual posea ó haga lo que le parezca»;

por tanto, es injusto, se añade luego, que un hombre tome el oficio

de otro y le «impulse la fuerza» de una clase á otra. Una misma

conclusión se saca, pues, del empleo de una misma expresión

para designar la relación que existe entre un hombre y sus bie-

nes ó su oficio. Hay ahí dos errores : uno, que se pueda «poseer»

un oficio como se posee un vestido ; otro, que un hombre debe

estar ligado á su oficio, porque no es lícito despojarle de su vestido.

Errores de ese género, causados por la confusión de las palabras y

de las cosas, entre la unidad de hombre y la de su naturaleza, vician

i cada paso los diálogos de Platón.

Page 58: La Justicia

)._L .T'S'r( 1 Ì

natural de recompensas superiores para los méritossuperiores , sino á su distribución artificial. Trátasede una desigualdad establecida principalmente por víade autoridad, y así los grados de la organización civilson de la misma naturaleza que los de la organizaciónmilitar. El espíritu de reglamentación penetra poruno y por otra, y la idea de la justicia se conformacon el carácter de la estructura social.

La historia de toda Europa viene á probar que tales también la idea de la justicia propia del tipo mili-tar en general , según lo testifican suficientemente elparalelismo entre las multas pagadas por la compo-sición de un crimen, y graduadas según la diferenciade rangos de la parte lesionada, y los privilegios di-versos conferidos por la ley, según las diferentesclases sociales. Comprenderemos hasta qué punto lanoción de las desigualdades de derecho determinanla noción de la justicia , con sólo ver los siervos re-fugiados en las ciudades, condenados por haberse sus-traído á la dominación de sus señores.

Como era de esperar, mientras la lucha por laexistencia entre las sociedades persista, el reconoci-miento del factor secundario de la justicia no res-tringe, sino muy imperfectamente, el reconocimientode su factor primario, el cual es común á toda la vidaen general, humana é infrahumana.

21. Todos los movimientos son rítmicos, inclusolos movimientos sociales y los de las doctrinas que áellos se refieren. Después del concepto de la justicia,en el cual predomina indebidamente la idea de la des-igualdad , surge un concepto en el cual predominaindebidamente la idea de la igualdad.

Page 59: La Justicia

130R H. tiI'E N Grü. 59

La teoría ética de I3enthani nos proporciona unejemplo reciente de semejantes reacciones. Seg(inpuede verse en el siguiente extracto del Utilitarismoele Mill (pág. 91), la idea de la desigualdad desapa-rece por completo.

« El principio de la mayor felicidad , dice, no essino un conj unto de palabras sin significación racional,si la felicidad de una persona que se supone de igualintensidad y habida cuenta de la cualidad, no es exac-tamente la felicidad de otra persona. Dadas estas con-diciones, el dicho de Bentham «cada cual debe con-»tarse por uno, y nadie debe contarse más que por»uno », podia inscribirse bajo el principio de la utili-dad, á titulo de comentario explicativo.»

Aunque por su afirmación de que la felicidad cons-tituye un fin inteligible para todos, mientras la jus-ticia es fin relativamente ininteligible, Bentham com-bate la proposición según la que es preciso tomar lajusticia por gula; sin embargo, afirma implicitamentela justicia de su principio: «Cada persona debe con-tarse como uno, y nada más que como uno », de locontrario estaria obligado á reconocer que su prin-cipio es injusto, y en modo alguno podemos suponeresto. Su doctrina , pues , implica que por justicia espreciso entender una igual distribución de las venta-jas materiales é inmateriales , debidas á la actividad.de los hombres. No admite que convenga el que hayaen las partes de felicidad humana desigualdades pro-vinientes de las desigualdades de las facultades y delos caracteres.

Tal es la doctrina que el comunismo quisiera 11e-

var á la práctica. Uno de los amigos del príncipe de

Page 60: La Justicia

60 L A JUSTIGIA

Kropotk_ine me ha dicho que éste censura á los so-cialistas ingleses por no obrar según la regla popularde un «reparto forzoso é igual». En un articulo re-ciente, E. de Laveleye resumía el principio del co-munismo como aquel según el cual , «trabajando elindividuo en beneficio del Estado, le confia el pro-ducto de su trabajo para repartirlo igualmente entretodos (1) .»

En la utopía comunista descrita por Bellamy (2)en su libro Looking Backward, se dice que todos«deberán hacer los mismos esfuerzos», y que si envirtud de estos uno produce el doble que otro , no setendrá en cuenta esta diferencia. Ice este modo losdébiles , física é intelectualmente, estarán tan bienprovistos como el resto , y el autor afirma ademásque el régimen actual, « al no atender á. las necesi-dades de las clases incapaces, se funda en la esDolia-ción del evidente derecho de éstas».

Corno se ve, esta escuela rechaza absolutamenteel principio de la desigualdad. Declara injusto queuna superioridad natural produzca resultados supe-riores, á lo menos resultados materiales superiores,y como no establece distinción entre las cualidadesfísicas y las morales ó intelectuales , se sobreentiendeque no sólo el fuerte y débil, sino también el loco yel cuerdo, el hombre honrado y el bribón, el hombrevil y el noble, serán tratados de la misma manera.Realmente, si dado este concepto de la justicia, nodeben tenerse en cuenta los defectos naturales, físicos

(1) Laveleye: (;ontemporary Reviera, Febrero,(2) PA g. 101.

Page 61: La Justicia

POR H. SPENCER 61

ó intelectuales, lo mismo debe ocurrir con los mora-les, ya que las dos tienen la herencia por origen pri-mero. Deliberadamente, queda abolida también enen esta teoría la distinción cardinal entre la moralde la familia y la del Estado, sobre la cual hemosinsistido al principio, abolición que, según hemosvisto, debe conducir la decadencia y á la desapari-ción de la especie ó variedad en cuyo seno se pro-dujere.

§ 25. Este estudio de las concepciones divergen-tes de la justicia, en las cuales las ideas de igualdad yde desigualdad se excluyen en todo ó en parte, nosencamina hacia el verdadero concepto de la misma.

En. ctras esferas del pensamiento he logra/lo de-mostrar que llegamos á la verdad por la coordina-ción de errores antagónicos. Así , la teoría de la aso-ciación, aplicada á los fenómenos de la inteligencia,se armoniza con la teoría trascendental desde elmomento en que ad vertimos que las dos teorias ha-cen una sola, si á los efectos de las experiencias indi-viduales unimos la de los efectos heredados de lasexperiencias de los antepasados. igualmente, despuésde haber reconocido que una naturaleza moral adap-tada tiene por causa la armonización de los senti-mientos con las necesidades sentidas de generaciónen generación, hemos podido ver la teoría empíricade la moral reconciliarse con su teoría intuitiva. (ionlo que nos encontramos aqui también ante una co-rrección mutua, análoga por completo, que se pro-duce bajo la influencia del elemento especial de lamoral en que nos ocupamos.

Si se considerase cada una de las concepciones

Page 62: La Justicia

G?

L JUSTICIA

opuestas de la justicia como verdadera, pero parcial-mente , por lo cual debe ser completada con la otra,su combinación , producirá la concepción de la ,j usti-cia que resulta ciel examen de las leyes de la vida,tal cual se manifiesta en el estado de sociedad. Laigualdad debe regir las esferas de acción mutuamentelimitadas é indispensables para que los hombres queviven en común puedan cooperar armónicamente.La desigualdad se aplica á los resultados que cadahombre puede obtener, respetando los límites supues-tos. No existe incompatibilidad alguna si las ideasde igualdad y de desigualdad se aplican, la una iba, loslimites, la otra á los resultados obtenidos. Más bienpueden y deben las dos ser afirmadas al mismo tiempo.

No tenemos por qué tratar ahora de otros man-damientos de la ética. Las exigencias y las limitacio-nes que la conducta privada se impone á si misma,entran en la gran división de la ética de que trata laparte tercera. Más tarde trataremos de las exigencias yrestricciones comprendidas bajo los títulos de «Benefi-cencia negativa» y «Beneficencia positiva», restriccio-nes que en parte se impone uno á sí propio, pero quetambién impone en cierta medida la opinión pública.Al presente nos importan sólo las exigencias v los li-mites que deben ser mantenidos como condición deuna cooperación armoniosa, y que sólopuec_le imponerla sociedad obrando en virtud de su capacidad cor-porativa.

26. No puede pretenderse que una idea de lajusticia así definida sea unánimemente aceptada. Noes apropiada más que para un estado social último, ynuestros estados sociales transitorios sólo pueden

Page 63: La Justicia

t

POR H. SPENCER 63

aceptarle en parte, puesto que, en definitiva, las ideasdominantes han de ser compatibles con las institu-ciones y actividades existentes.

Hemos visto que los dos tipos esencialmente dis-tintos de organización social, el tipo militar y el tipoindustrial, cuya base respectiva es el régimen delestatuto y el ciel contrato , tienen sentimientos ycreencias propias que se ajustan á cada tino muy es-pecialmente. Las creencias y los sentimientos mixtos

apropiados á los tipos intermedios tienen que modi-ficarse de un modo continuo , en razón del predomi-nio de uno ó del otro de esos tipos. Como he mos-trado en otro lugar (1), durante los treinta ó cuarentaaños de paz de que se ha gozado en el siglo y duranteel periodo de decaimiento de la organización militar

consiguiente, la idea de la justicia se había fortifi-cado. Los reglamentos coercitivos se habían relajado,dejando á cada hombre mayor libertad para obrar ásu antojo, según sus intereses. Pero el despertar delespíritu militar ha variado la dirección de esos cam-bios, y concediendo aumentos nominales á la libertad,de hecho la ha disminuido por restricciones y exac-ciones múltiples. El afán de reglamentación, propiodel tipo militar, ha invadido la administración civil.De una manera consciente ó inconsciente, el socia-lismo persigue el establecimiento de un ejército detrabajadores con su tarea impuesta, y los cuales reci-birán las partes reglamentarias del producto de sutrabajo, ó sea la introducción en la vida civil del ré-

^^

(1) Principe de Socio' vie §ÿ "!66-67. — In s tituciones ^)olifiC^ir,

§,§ 573, 74 y 559.

Page 64: La Justicia

64 JuSTrcI.i

gimen de un ejército de soldados que reciben sus ra-ciones fijas y que tienen una consigna ,:c que obedecer.Toda ley que se apodera del dinero ciel individuo conun fin de interés público y le resarce con ventajaspúblicas , tiende á asimilar las dos organizaciones.Alemania ofrece, en este respecto, el cuadro más nota-ble de esa relación intima. En ella el espíritu militarestá muy pronunciado, y la re lamentación de losciudadanos se lleva muy le=jos; por eso, sin duda, elsocialismo alcanza allí un desenvolvimiento conside-rable, y el jefe ciel sistema militar alemán proponereglamentar todas las clases obreras de Europa.

Hace veinte años, la simpatía tomaba la forma dela justicia; en nuestros días retrocede hacia la de lagenerosidad, y esta generosidad se manifiesta por lapráctica de la injusticia. La legislación al dia mu6s-trase poco deseosa de procurar que cada cual tengalo que le pertenece, y en cambio está deseosisima dedarle lo que pertenece á los demás. No hace esfuerzoalguno para reformar nuestra administración judicialy asegurar á cada hombre la totalidad de sus ganan-cias legitimas, pero en cambio d espliet ° a una energíaextrema para proporcionarle, á él y á los demás, lasventajas que no han ganado. ¡ Al lado del laissez-faire mezquino, que contempla impasible cómo loshombres se arruinan sin obtener de la ley el respeto

sus derechos , se desarrolla la actividad que les pro-cura gratis , y á costa de otro, el placer de leer no-velas!

Page 65: La Justicia

CAPITULO VI

La fórmula de la justicia..

27. Hemos seguido la evolución de la justicia ápartir de su forma simple, objetivamente como con-dición de la conservación de la vida. Así considerada,liemos reconocido que un nuevo factor viene á mo-dificarla en el paso á la vida en común, y la modificamás especialmente en la raza humana. Después dehaber observado sus productos subjetivos correspon-dientes — el sentimiento de la justicia y la idea de lajusticia—nacidos al contacto de esta condición nue-va, nos hallamos preparados para dar una forma de-finida á la conclusión á que hemos llegado. Sólo nosfalta por encontrar la expresión precisa ciel compro-miso descrito en el capítulo precedente.

La fórmula deberá comprender un elemento posi-tivo y un elemento negativo. Debe ser positiva encuanto afirma la libertad de cada hombre, porquedebe éste gozar y sufrir los resultados, buenos ó ma-los, de sus acciones. Debe ser negativa, en cuanto alafirmar esta libertad para todo hombre, implica que

5

Page 66: La Justicia

66

L.^ .IliSTICI.1

no podrá éste obrar libremente más que bajo la res-tricción que le impone la presencia de otros hombrescon derechos ó con libertad igual. Evidentemente, el

elemento positivo es el que expresa la condición pre-via de la vida en general; mientras el negativo esel que viene á modificar esta condición previa, cuando,en lugar de una vida aislada, se trata de varias vidasque están unas al lado de las otras. Tenernos, pues,(lue expresar con precisión que la libertad de cadauno está limitada, únicamente por las libertades aná-logas de todos. Y es lo que hacemos, al decir: todohombre es libre de obrar como bien le plazca, siem-pre que no perturbe la libertad Igual Cae, cualquierotro hombre.

28. Debemos evitar una mala interpretación_posible. El objeto que nuestra fórmula supone esexcluir ciertos actos de agresión que no parece ex-cluir. Se dirá acaso que si A. pega á B., y á B. no sle impide el pegar á, su vez á A. , ninguno se irrogauna libertad superior á la del otro; y podría decirsetambién que si A. se apodera de la propiedad de B.,la fórmula estará completa desde el momento en queB. puede á su vez apoderarse de la propiedad de A.Pero semejantes interpretaciones caen fuera del sen-tido esencial de la fórmula; lo comprenderemos des-de el momento en que nos remontemos á su origen.

La verdad que se debe expresar es que los actosele cada hombre que constituyan su vida desde el presente y aseguren su conservación en el. porvenir, nodeben ser limitados más que en cuanto esto es exigidopor e]. cumplimiento) de actos análogos que aseguranla vida á otros hombres. Esta verdad no admite que

Page 67: La Justicia

POR H. SPENCER 67

una ingerencia superflua en la vida de otro se excu-se por una ingerencia igual á guisa de compensación.Tal interpretación de la fórmula implicaría, para lavida de cada cual y de todos , desfalcos superiores álos que impone necesariamente la vida en común, locual pervertiría completamente su sentido.

Si recordamos que , si bien la mayor suma defelicidad no es e l. fin inmediato, es á lo menos el finremoto , veremos claramente que la esfera dentro dela cual cada uno puede procurar conseguirla, tieneun límite más allá ciel que se encuentra la esfera deacción igualmente limitada de sus vecinos , y vere-mos también que nadie puede penetrar en la esferade su vecino , alegando que éste tiene la misma fa-cultad de penetrar en la suya. Más que justificar laagresión y la contraagresión , la fórmula tiene porobjeto fijar un limite que nadie deberá traspasar nide un lado ni del otro.

29. Los fenómenos del progreso social propor-cionan un comentario instructivo á esa mala inter-pretación y á su rectificación; nos muestran que desdeel punto de vista particular de la justicia, la huma-nidad ha partido de la interpretación errónea parallegar á la interpretación exacta.

En los estados primitivos, el hábito de la agresióny de la contraagresión , ya entre sociedades, ya en-tre individuos, penetra en las costumbres. Las tri-bus vecinas se disputan con las armas los límites desus territorios violados, primero por los unos, luegopor los otros , y la necesidad de matar para vengarla muerte excita nuevas guerras. Un vago recono-cimiento de la igualdad se abre camino, sin embar-

Page 68: La Justicia

68

LA JliSTICIA

go , á través de esas venganzas y de esas revanchas,

y prepara el reconocimiento de limites definidos,tanto para el territorio como para la efusión de san-gre , hasta sostener en el fiel , en ciertos casos , la ba-lanza de las muertes de los dos lados. Esta concep-ción creciente de la justicia en las relaciones de tribu

á tribu, va acompañada de una concepción crecientede la justicia en las relaciones entre los miembros dela misma tribu. El temor de las represalias ha sidoen un principio el único' para mantener un ciertorespeto hacia las personas y los bienes de otro ; laidea de la justicia era entonces la de una compensa-ción de injusticias: «Ojo por ojo , diente por diente.»Esta idea persiste mientras duran los primeros esta-dos de la civilización. Después que la parte lesionadaha dejado de tornar la justicia por su mano , persis-te aún en la pretensión de hacerla imponer por laautoridad constituida. El grito que se eleva hacia elpoder justiciero , es un grito que reclama un castigoy la imposición de un daño por lo menos igual al

daño sufrido , ó , en su defecto , una compensaciónequivalente al daño. La petición de una reparación,en la medida de lo posible, de las violaciones de laigualdad, no se apoya aún más que en el aserto táci-to de la igualdad de derechos.

Es casi inútil explicar cómo la concepción. defini-tiva de la justicia tiende gradualmente á separarsede esta concepción grosera. La experiencia de losmales que engendra la idea falsa, engendra la ideaverdadera. La percepción de las restricciones jus-tas de la conducta llega á ser, naturalmente, másclara, á medida que el respeto de tales restricciones

Page 69: La Justicia

POR H. SPENCER 69

se impone â los hombres y se convierte en máshabitual y más general. Las incursiones mutuasde los hombres en las esferas de sus vecinos severifican mediante una especie de oscilación que,violenta al principio, disminuye gradualmente con elprogreso hacia un estado social relativamente paci-fico. A medida que las oscilaciones decrecen, el equi-librio se acerca, á medida que el equilibrio se acerca,aclárase la teoría exacta del equilibrio mismo.

Asi , aquella idea de la justicia en la cual laagresión debe ser compensada por la contraagresión,se desvanece en el pensamiento con la misma veloci-dad con que desaparecen en la práctica. Cede supuesto á la idea de la ,justicia que hemos formulado yque reconoce las limitaciones de la conducta queexcluyen en absoluto toda agresión.

N. B. Respecto de la opinión de Kant acerca del principio del

derecho, véase el Apéndice A.

Page 70: La Justicia

CAPÏTULO VII

Autoridad de la fórmula..

30. Antes de continuar , debernos detenernos áexaminar esta fórmula bajo todos los aspectos, á finde darnos clara cuenta, tanto de lo que puede oponér-sele, cuanto de lo que en su pro pueda decirse.

Los discípulos de la escuela política y moral ac-tual sólo desdén sienten hacia toda doctrina queponga un freno á las exigencias de la utilidad inme-diata ó aparente. No ocultan su desprecio por los«principios abstractos » y las generalizaciones , y encambio profesan una fe limitada en todo lo que ema-ne del conjunto abigarrado de los elegidos por lasbanderías (caucus) electorales y dominados por lospoliticastros ignorantes y fanáticos. Paréceles intole-rable subordinar de alguna manera los juicios de loslegisladores así elegidos á las deducciones de las ver-dades éticas.

Es bien extraño que en el mundo científico reinende igual modo esta aprobación ciel empirismo politicoy esta incredulidad en cualquier otra guía y direc

Page 71: La Justicia

3>0R SPENCER 71

ción. Aunque el espíritu científico tenga corno carác-ter propio reconocer la universalidad de la causali-dad, y admita, por consiguiente, que la causalidadse extiende á las acciones de los hombres constitui-dos en sociedad, en principio , no por eso quedamenos abandonado cono si fuera letra muerta. Sinembargo, es evidente que si los asuntos políticos ca-recen de causalidad , todas las políticas son iguales, yque á menos de admitir tal opinión, es preciso reco-nocer que existe una causa determinante de la bondadó de los peligros de tal ó cual política. A pesar detodo esto , no se realiza esfuerzo alguno para recono-cer las causas , sino que, por el contrario, se lanza elridículo sobre aquellos que intentan encontrar laexpresión definida del principio fundamental de la ar-monía en el orden social. Se insiste sobre las diferen-cias antes que sobre los puntos de contacto de lasopiniones políticas , de igual manera que los adeptosde las creencias religiosas corrientes se fijan más enlas divergencias que separan á los hombres de cienciaque en los esenciales en que convienen.

Es, pues , bien claro que , ante todo , deberemostratar de las objeciones más importantes dirigidascontra la fórmula enunciada en el capítulo anterior.

§ 31. Toda evolución va de lo indefinido á lo de-finido ; un concepto de la justicia no ha podido, pues,formarse sino de un modo gradual. Hemos sentado yaque el reconocimiento práctico de lo justo no implicauna marcha correspondiente hacia ese reconocimien-to teórico. Conviene que nos detengamos aquí paraobservar más de cerca la expresión del sentimientoconsciente de que las actividades particulares que

Page 72: La Justicia

LA JUSTICIA ,

tienen por objeto la conservación de si mismo , de-ben ser restringidas por las actividades análogas de

todos.Notaremos primeramente un hecho que hubiera

podido ser enunciado ya al fin del capitulo preceden-te , y es que , cuando los hombres no están sometidosmás que á la disciplina de la vida social pacífica, sinintervención de la disciplina que engendran las lu-chas de sociedad á sociedad, no tardan en tenerconciencia plena de esta necesidad. Algunas tribuscompletamente pacificas, aunque no civilizadas en elsentido vulgar de la palabra, atestiguan una per-cepción mucho más clara de lo que constituye la

equidad que aquellos pueblos civilizados en quien loshábitos de la vida militar restringen más ó menostodavía los hábitos de la vida industrial. El dulce yconcienzudo lepcha (1) que evita la muerte , y ála vez se niega á contribuir darla; el hos (2) ricoen virtudes sociales y á quien la sola sospecha de robollevaría al suicidio; el veddah (3) de los bosques, tran-quilo y sumiso, que apenas si concibe que un hombrepueda herir voluntariamente d otro , ó apoderarse delo que otro tiene..., todos esos hombres y otros mástodavía, dan fe de que la falta de una inteligenciasuficiente para la elaboración de un concepto de laley social fundamental , no impide la existencia de

(1) Campbell : Iour;aal of the Ethno1ogice Society. Londres, Ju-lio, H69,

(2) Dalton: Descriptive Pthno oogy of BengaL C lenta, 18'72, p-gina 206.

(3) Sir J. C. Tennant : Ceylan, an Accownt of the Island. Lon-dres, 1859, t. if , pág. 444.

72

Page 73: La Justicia

POR H. SPENCER 73

un sentimiento muy vivo que corresponde á esta leyy la comprensión de sus aplicaciones sociales. Cuan-do las condiciones no son tales que el respeto de losderechos de los miembros en el seno de la tribuexija violaciones frecuentes de los derechos extra-ños, vemos crecer en cada individuo de un modo si-multáneo la apreciación de sus propios derechos y lade los derechos de otro.

Sólo donde la Mica de la amistad se halla confun-dida con la de la enemistad , encontramos indetermi-nados los pensamientos relativos á la conducta. Loshábitos agresivos exteriores contrastan con los há-bitos agresivos interiores sociales y con el reconoci-miento de la ley que implica la no agresión. Un pue-blo que por eufemismo llama á sus soldados «defen-sores de la patria» y no sirven más que para invadirlos paises extranjeros ; un pueblo que en el interiorde sus fronteras aprecia el valor de la vida humanadesde el punto de vista de la prohibición de las luchasentre los boxeadores, mientras fuera de ellas supri-me á menudo miles de vidas para vengar una sola;un pueblo que dentro rechaza el pensamiento de quela inferioridad debe soportar los males que provoca,y que no siente escrúpulo al emplear, sin requisitoprevio alguno, las balas y las bayonetas en subyugará los pueblos no civilizados , invocando el pretextode que los seres superiores deben ocupar el lugar delos inferiores; un pueblo tal, repito , debe necesaria-mente tener opiniones incoherentes en punto á lojusto y á lo injusto. usto. Acogiéndose , ya al Código apro-piado á su política interior, ya al de su política exte-rior , es incapaz de abrazar un conj unto coherente de

Page 74: La Justicia

I,:1 Jï"sTICI3

ideas morales. En el curso de los conflictos de razasque , poblando la tierra con las mnás fuertes consti-tuyen el preliminar de una civilización elevada , ob-servamos la persistencia de esas actividades incohe-rentes, provocando corno necesaria la existencia desistemas , de creencias incoherentes , é impidiendo laformación del sistema coherente.

Sin embargo , cuando las condiciones lo han per-mitido , el concepto de justicia se ha desarrolladocon lentitud hasta cierto punto, llegando al cabo á en-contrar expresiones aproximadamente verdaderas. Enlos mandamientos hebraicos encontramos prohibi-ciones que, sin reconocer abiertamente el elementopositivo de la justicia, afirman en detalle su ele-mento negativo, especificando límites á las acciones,prescribiendo tales límites á los hebreos, y afirmandoque la vida, la propiedad, la reputación de todosdeben ser respetadas. Bajo una forma que no distin-gue entre la justicia y la generosidad , la máximacristiana «no desees á otro lo que no quieras para ti»,implica vagamente la igualdad de derechos entre loshombres. Y la implica hasta de un modo excesivo,por cuanto no reconoce razón alguna á la desigual-dad en la parte de los bienes respectivamente atri-buidos á los hombres. Al no reconocer directamenteel derecho que cada hombre tiene á los resultadosde su propia actividad, no entraña el reconocimientode ese derecho más que en la persona de los otroshombres y mediante la prescripción de los límitesque se han de observar. Sin detenernos en las formasintermedias de la concepción de la justicia, citaremos,entre las modernas, la que ha tomado en el espíritu

74

Page 75: La Justicia

POR H. SPENCER á J

de Kant (1). Su regla de conducta, <obrad de modoque vuestro acto sea de tal suerte, que pudieraisdesear que se convirtiera en ley universal» , no esmás que el precepto cristiano bajo una forma alotró-pica. Supone que puede imaginarse á todo hombrepronto A, obrar de la manera propuesta y admite quedebe abstenerse en cuanto haya de resultar cualquierdallo del acto proyectado. Aunque Kant está clasifi-cado entre los antiutilitarios, su regla supone irsdi-rectamente que el bienestar de cualquier otro hom-

bre en particular, debe ser considerado como de unvalor igual al de la persona que obra: hipótesis que,.no sólo comprende las exigencias de la justicia, sinoque las supera con mucho.

Dejaremos las ideas de los pensadores que han con-

siderado esta cuestión bajo su aspecto moral y reli-gioso , para examinar las opiniones de aquellos quela han considerado desde el punto de vista jurídico.

32. Se comprende muy bien que cuando losjurisconsultos enuncian é invocan los primeros prin-cipios de su ciencia, entiendan por éstos las bases dela justicia, aun cuando no empleen la palabra, todavez que los diferentes sistemas de hacer reinar lajusticia, considerados en general ó en detalle , for-man la materia propia de sus obras. Y dicho esto,

^^,^C <.♦ , veamos las doctrinas sucesivamente enunciadas.Aludiendo sir H. Maine á los peligros que pare-

clan amenazar el desenvolvimiento del derecho ro-

`. mano , escribe lo siguiente:

Dl

(1) Kant: Theory of Ethics (traducción inglesa de Abbott), 18'73,

páginas 54-55.

Page 76: La Justicia

76 LA .JUSTIGIA.

« De todas suertes, hubieran encontrado u.na ade-cuada protección en su teoría del derecho natural,porque los jurisconsultos concebían distintamente elderecho natural como un sistema llamado á absorbergradualmente las leyes civiles, sin sustituirlas entanto que tuvieran vigor. El valor de esta concep-ción y los servicios que ha prestado , nacían de quepresentaba á su espíritu un tipo de derecho perfectoy la esperanza de acercarse á él indefinidamente.»(Ancient Law, págs. 76-77 , 8.' edit.)

Fiel al espíritu de los juristas romanos, uno de

los antiguos jueces, el célebre Hob art , sostiene confuerza la afirmación siguiente :

«Un acto del Parlamento opuesto á la equidad na-tural, como el que decidiese que un hombre fuerajuez en causa propia, lleva en si su nulidad, porquejura naturae sunt irn2nutabilia, y constituyen laslepes legzcm.» (Hob.art's Reports. Londres, 1641,pág. 120.).)

He ahí, pues , cómo pensaba una autoridad pos-.terior los legistas romanos. Dominado por la creen-cia en que un poder sobrenatural rige las cosas natu-rales, Blakstone se expresa en estos términos:

«Ta,n antigua como la humanidad, y dictada porDios mismo, la ley natural es como obligación evi-dentemente superior á cualquiera otra. Ninguna leyhumana tiene validez si aquélla la contradice: las(micas leyes humanas válidas son aquellas cu ya fuer-za total y cuya autoridad mediata ó inmediata sederivan do esta fuente primera.» (Chittg's Black-stone, vol. I, pág. 37-38.)

Igual carácter tiene otra sentencia pronunciada

Page 77: La Justicia

POR H. SPENCER 77

por un autor que ha tratado de la legislación desdeel punto de vista filosófico, sir James Mackintosh,quien definía la ley natural de este modo:

«Es una regla de conducta suprema, invariable yobligatoria para todos los hombres. Es ley natural, por-que sus preceptos generales son esencialmente propiospara procurar la felicidad á los hombres... , porque larazón natural la descubre y porque conviene á nuestraconstitución natural. Lo es, además, porque su con-veniencia y su sabiduría están fundadas sobre la natu-raleza general de los seres humanos] no sobre lassituaciones temporales y accidentales en que puedenencontrarse colocados.» (Mackistonh: MiscellaneousWorks, vol. i, pág. 346.)

Por último , Austin (1) , el ídolo de nuestros legis-tas contemporáneos partidarios de la teoría del poderlegislativo ilimitado que su espíritu simpático al des-potismo elaborara , se ve obligado á reconocer quela justificación última del absolutismo gubernamen-tal que el defiende es de naturaleza moral. Tras todaautoridad monárquica, oligárquica ó parlamentariaque dicta leyes imaginadas como supremas, todosestán de acuerdo en reconocer una autoridad á quienaquélla está subordinada, autoridad suprema que,por tal motivo, no se deriva de la ley humana, sinoque le es superior , autoridad tácitamente derivada,si no de la voluntad divina, á lo menos de la natura-

1 .'t leza misma de las cosas.Manifestar cierto respeto á esas opiniones , á las

(1) John Austin: The Province of Jurisprudence determined. Lon-

dres, í86l, pág. 30.

Page 78: La Justicia

78

LA JUSTICIA

cuales podrían aáadirse la de los juristas alemanessobre el Naturrecht, no implica una credulidad norazonada. Podemos razonablemente suponer que suciencia es verdad , aunque su forma se preste á me-nudo A la crítica.

§ 33. Oigo ya la reflexión desdeñosa que haránayunos : «Todo eso, dirán , se reduce á creencias a

priori apoyadas en ese método vicioso que consiste enextraer verdades de las profundidades de nuestra con-ciencia.» lie ahí , sin duda, el argumento que em-plearán aquellos para quienes las verdades generalesno son accesibles mis que á consecuencia de unainducción consciente. Por una consecuencia muycuriosa de la ley, que declara que todo movimiento esrítmico , la fe absoluta del pasado en los razonamien-tos a priori ha dej ado amplio campo á una incredu-lidad tan absoluta; y así no se acepta ya más que laque se establece a posteriori. Quien haya observadola marcha ordinaria ciel progreso humano, tendrápor cierto que esta violenta reacción será seguida deuna segunda reacción, y aun se puede inferir que, ápesar del abuso que de ellos se ha hecho , esos dosmétodos de razonar antitéticos se prestan mutuosservicios.

Pero de dónde provienen las creencias a priori^ cómo nacen? No hablo, por supuesto , de las creen-cias particulares de ciertas personas, creencias quepueden ser el resultado de perversiones intelectuales;hablo ele las creencias generales , ya que no de lasuniversales, ele las creencias dile todos ó casi todostienen por ciertas, sin pretender fundarlas en testi-monio alguno cierto. El ori gen ele tales creencias es

Page 79: La Justicia

POR H. SPENCER79

o natural ó sobrenatural; si es sobrenatural, á no serque , corno los creyentes en el diablo , no pasen aque-llas por ser diabólicamente sugeridas para nuestraperdición, es preciso considerarlas como divinamenteimplantadas en nosotros á fin de servirnos de guía,y en ese caso tienen derecho á nuestra confianza. Sipor no estar convencidos de este origen sobrenaturalinvestigamos su origen natural, nuestra conclusiónserá que la apreciación de las relaciones de las cosas hadeterminado tales modos del pensamiento. Aquel quese adhiere á la creencia corriente entre las gentesacerca del bien y del mal, no deja de tener razón . plau-sible para denegar el valor de las doctrinas a priori,pero el evolucionista que aspira á ser consecuenteconsigo mismo , está obligado á admitir que las doc-trinas a priori de que participan los hombres en gene-ral, deben haber surgido, ya que no de las experienciasde cada hombre en particular, á lo menos de las ex-periencias comunes de la raza.

Tomemos un ejemplo de la geometría: dos lineasrectas , se dice , no pueden cerrar un espacio. Ahorabien , es preciso reconocer que esta verdad no puedeafirmarse a posteriori , porque yo no digo que envarios casos , sino que ni en un solo caso es posibleprolongar las líneas hasta el infinito, al efecto de ob-servar lo que ocurrirá en el espacio que queda dentrode ellas.. Es preciso , pues , admitir inevitablementeque la experiencia que los hombres tienen de las li-neas rectas (6 más bien de objetos casi rectos, parano prescindir de los tiempos primitivos) es tal, queno permite concebir un espacio cerrado por dos lineasrectas. Esta experiencia nos impone la, creencia de

Page 80: La Justicia

80 L1 JUSTICIA

ique a menos de torcer esas lineas no podrán encerrarese espacio. En la hipótesis de la evolución, esta res-, icción no ha podido fijarse más que á consecuenciadel comercio con las cosas exteriores, que durante unlapso de tiempo inmenso ha determinado directa óindirectamente la organización del sistema nerviosoy las necesidades resultantes del pensamiento. Lascreencias a priori determinadas por esas necesidades,difieren, pues, simplemente de las creencias a poste-

riori en lo siguiente: son el producto de experienciasde una innumerable sucesión de individuos en lugarde ser el de las experiencias de un individuo aislado.

Si desde el punto de vista de la evolución esto es

indudable respecto de los conocimientos simples con-cernientes al espacio , al tiempo y al n ainero , Z n o

debemos inferir que lo sea también en una gran me-dida tocante á los conocimientos complejos que tienenpor objeto las relaciones humanas? Y digo: «en unagran medida», en parte porque en esos casos las ex-periencias han sido a la vez mucho más confusas ysuperficialmente variadas , no pudiendo estar tan defi-nidos sus efectos solare la organización nerviosa, y en

parte porque en lugar de referirse á una serie innu-merable de antepasados, sólo se remontan á una partede la raza humana. Apenas perceptibles en las pri-meras épocas, tales experiencias no se acent(tan nlse hacen coherentes sino cuando una cooperaciónsocial benévola llega á ser un. factor importante dela vida social. Tales conocimientos, pues, tendrán queser relativamente indefinidos.

Siguese de aquí que las intuiciones morales de-ben ser sometidas á la prueba de una crítica mucho

rP

Page 81: La Justicia

POR H. SPENCER

más metódica que las intuiciones matemáticas. Losjuicios mismos, fundados sobre percepciones inme-diatas de líneas rectas, de curvas, de ángulos , etc.,podrán ser comprobados por medios elaborados porla razón consciente ; distinguimos bien si una línearecta es aproximadamente perpendicular á otra, perosólo un problema de geometría puede demostrar laperpendicularidad completa. Es, por tanto, evidenteque las percepciones internas y relativamente vagasque tenemos de la j usticia de las relaciones humanas,no deben aceptarse sino después de comparacionesreflexivas, de contrainformaciones rigurosas y depruebas minuciosas y variadas , conclusión esta rati-ficada pos los numerosos desacuerdos de detalle queacompañan al acuerdo fundamental que se haya es-tablecido.

Si, pues, las opiniones referidas más arriba, y conellas la ley de libertad igual que acabamos de for-mular, no tuviesen más que un origen a priori (lo queestá muy lejos de suceder) , sería todavía racionalconsiderarlas , si no como variedades literalmenteverdaderas, á lo menos corno esbozos de verdades.

§ 34. Al censurar un sistema por tener comopunto de partida una intuición a priori, se corre elriesgo de recibir la misma censura con más fuerzatodavía.

'panto en filosofía como en política ó en ciencia,la escuela inductiva ha llegado, por su reacción vio-lenta contra la escuela deductiva, hasta el extremode considerar como cosa adquirida que la inducciónconsciente basta para todo , y que nunca es necesarioadmitir nada con la validez de un axioma. El proce-

6

Page 82: La Justicia

82 LA JUSTICIA

dimiento de que se sirve para demostrar la verdad deuna proposición , consiste en probar que ésta estácomprendida en una verdad más extensa y ya reco-nocida, y si es discutida, en repetir el procedimientovara demostrar que esta Última entra á su vez en unaverdad todavía más amplia. Se sobreentiende que esemodo de razonar puede continuarse indefinidamente,sin alcanzar jamás la verdad más amplia, que ya nopuede comprenderse en ninguna otra, y que, por lotanto , es imposible de demostrar. El resultado deesta hipótesis irreflexiva es que se edifiquen teoríasque, á menos de tener por base nociones a priori, notienen absolutamente ninguna. Tal es el caso de lossistemas utilitarios de moral y de política (1) .

Porque, z cuál es, después de todo, el sentido ([1-timo del utilitarismo? Al no querer otro ;Lúa que elempirismo, zha,cia qué fin debemos dirigirnos ? Si ladirección que se haya de seguir debe estar determianada siempre por los méritos ciel caso , ) cómo podránestos méritos juzgarse? «Deben, se dice , conducir albienestar de la sociedad ó la felicidad de la comuili-

(1) Algunos se niegan <í a imitir, no sólo la existencia de las ver-dades necesarias, sino la existencia de la necesidad misma. No se

dan cuenta aparentemente que en todo razonamiento, cada paso

que va de las premisas €í la conclusión, no tiene otra garantía quela percepción de la necesidad de la relación de dependencia. Negar

la existencia de la necesidad, es, pues, 'legar la validez de todaargumentación, aun de aquella que se propone demostrar lit no exis-tencia de la necesidad. El otro día leía yo algunas consideraciones

acerca de la extraña resurrección de una teoría que se creía muertahice tiempo. Si es verdad, el hecho es absolutamente digno denota. ¡ Pero lo es todavía inAs ver cómo un sistema que se supone

ha acabado por el suicidio, logra apoderarse de muy conspicuas in--teligencias !

Page 83: La Justicia

1 ^^I:l

PoR H. SPENCER 83

dad. » Ciertamente , nuestros adversarios no puedenresponder que el mérito apreciable consista en au-mentar la miseria ó en mantenernos en un estado es-tacionario de indiferencia emocional y sensitiva; hande afirmar que tal mérito es el de aumentar la sumade felicidad. Con lo que vienen á declarar implícita-mente, que lo que deben perseguir aislada y sumultá-neainente la acción individual y la acción pública esla mayor suma de felicidad. Pero cuál es el origende este postulado? ¿Es una verdad inductiva? En esecaso, Zcle dónde viene esa inducción y quién la hatraído? ¿ Es una verdad de experiencia, fruto de ob-servaciones rigurosas? ¿ Dónde están éstas, y cuándose ha reunido la masa de observaciones generales,sobre las cuales debe descansar toda la ciencia de lapolítica y de la moral? No sólo no existen esas expe-riencias, esas observaciones y esta inducción, sinoque es Imposible mostrar rastro alguno de ellas. Aunsuponiendo que la intuición fuese universal (lo queno sucede, porque los ascetas de todos . los tiempos ylugares la rechazan, y una escuela de moralistas con-temporáneos se oponen admitirla), no tendría otrotítulo que ofrecernos que la de ser una afirmacióninmediata de la conciencia.

Pero aún hay más: la doctrina utilitaria implicatambién otra creencia a priori. He citado ya la reglade Bentham, «cada uno por uno , y nadie más quepor uno », y el comentario de Mill , según el cual elprincipio de « la mayor suma de felicidad» no tienesentido sino cuando «la felicidad de una persona secuenta exactamente como debiendo ser igual á la fe-licidad de cualquier otra». La teoría moral y política

Page 84: La Justicia

EA JUSTICIA

de Bentham pone, pues, esa proposición como unaverdad fundamental y evidente por si misma. Estahipótesis tácita . de que el título á la felicidad de unhombre cualquiera vale por el de otro , acaba de serpresentada en forma concreta por Bellamy, cuando

dice:«Pronto habrá de reconocerse que el mundo, como

cuanto en él se encierra, es la propiedad comían }e

todos, destinada á ser explotada y administrada en

beneficio igual de todos (1). »

Lo que equivale á, decir con Bentham mismo, ósu comentador Mill, ó su discipti.lo comunista, quienhabla, que todos los hombres tienen iguales dere-chos á la felicidad. Pero esta afirmación no tiene nipuede tener otro fundamento que la alegación de unapercención intuitiva, con la que se resuelve en unconocimiento a pilori.

uizá se diga por aquellos que , deseosos derechazar las con.socu.encias comunistas que implica,

Zentiendan , sin embargo, que no debe admitirseirse ni:n-b 11Ii razonamiento 'Y priori, «que no constituye un» conocimiento propiamente dicho». «Este supuestoconocimiento) no es mA.s que el producto de una ima-ginación enfermiza. Es imposible distribuir la feli-cidad por pastes iguales O desiguales, no pudiendo,además , obtenerse la más grande felicidad por la dis-tribución igual de los medios que á la felicidad con-ducen, O por la de los beneficios, segí>.n se quiera lla-marlos. Se cuenta con probabilid:1des de Ileg,Tr áella confinando una grau parte de esos medios á los

(1) Mill . Utilitarismo, pag. 93 (1664), y Bellamy, Conteirtparor •

R evie ►v, .I n liu 1890.

Page 85: La Justicia

,,.

POR H. SPENCER

hombres que son más capaces de felicidad. » Sinexaminar si este arreglo seria practicable , debe-mos preguntar tan sólo cuál es la sanción de esteaserto. z Es una sanción inductiva? ¿Se ha hecho poralguien el examen comparativo suficiente entre lassociedades que hayan adoptado el primer método yaquellas que hayan adoptado el segundo? No es pro-bable , toda vez que ninguna sociedad ha aceptadotales métodos. Esta hipótesis no tiene, pues, un fun-damento de hecho superior al de aquella que se re-chaza. A falta de una sanción a priori, no posee nin-guna otra.

Véase ahora en qué situación quedara colocadosnuestros adversarios. Rechazan hipótesis, porque,según ellos , no tienen otra sanción que la intuicióndirecta , y con su sistema empírico recurren á ma-yor 'lanero de hipótesis atacadas del mismo vicio^l cual se oponen. Una hipótesis de ese género sesupone en. el aserto de que la felicidad debe ser el finperseguible, y otra en cada uno de los clos asertosrelativos d que los hombres tienen ó no tienen dere-chos iguales d la felicidad. Nótese , por otra parte,que ninguna de esas intuiciones puede invocar un

tan extenso consentimiento como la intuición que serechaza por indigna de crédito. Sir H. Maine hace áeste propósito la observación siguiente:

«La literatura, tanto jurídica como ordinaria, deRoma, ha afirmado , sin duda, alguna vez, la felici-dad de los hombres como objeto de toda la legislaciónreformadora, pero es de notar cuán débiles y rarosson los testimonios favorables á ese principio compa-rados con los homenajes constantemente ofrecidos á

Page 86: La Justicia

I,:1 JliSTIf;I.1

las reivindicaciones triunfantes de la ley natural.»a

(Ar,r

e l ent Law, pág. , 9, 3. edic.)Apenas si hace falta decir , que , después de la época

romana, ha persistido la misma oposición al reconoci-miento restringido de la felicidad como fi n y la ampliareferencia de esta cualidad á la equidad natural.

35. Recordaremos , por último , que el princi-pio de la equidad natural, que prescribe, según he-mos dicho en el capitulo anterior , que la libertad decada hombre , tiene por único limite la libertad detodos los demás hombres, no es exclusivamente unanoción a priori. Aun cuando desde cierto punto de

vista sea el veredicto inmediato de la conciencia hu-mana disciplinada por el prolongado influjo de la

vida social, se presenta también, bajo el aspecto deuna opinión que puede deducirse de las condicionesnecesarias , primero , en la conservación de la vidaen general y luego en la duración de la vida social.

El examen de los hechos nos ha demostrado queal prescribir la ley fundamental á cada individuoadulto que sufra las consecuencias de su propia na-turaleza y acciones, asegura la supervivencia de losmás aptos, habiendo hecho evolucionar la vida desus formas inferiores hacia sus formas superiores.Implica, por modo necesario, la plena libertad deobrar, que constituye el elemento positivo de nues-tra fórmula de la justicia, porque, en defecto de estaplena libertad , no puede subsistir la relación entrela conducta y sus consecuencias. Ejemplos bien va-riados han venido á confirmar la conclusión, claraen teoria, según la que, en los seres sociales, estalibertad individual de obrar debe someterse á res-

86

Page 87: La Justicia

POR H. SPENCER 87

fricciones cuya falta provocaría choques tales entrelos actos que impedirían toda asociación. El hechode que , á pesar de su ininteligencia relativa, losanimales inferiores sociales imponen penas por lainfracción de las restricciones necesarias, muestracómo el respeto de tales restricciones se ha estable-cido inconscientemente como condición de la dura-ción de la vida social.

Aplicándose esas dos leyes, la primera á todoslos seres, la segunda á los seres sociales, y afirmán-dose más y más, á medida que la evolución se eleva,han encontrado en las sociedades humanas su supre-

mo y más vasto campo de manifestación. Hemoshecho constar antes que el desenvolvimiento de lacooperación pacifica coincide con la sumisión cre-ciente á esta ley compuesta , tanto bajo su aspectopositivo como bajo el negativo, y además con el des-envolvimiento simultáneo de su percepción intelec-tual y de su apreciación emocional.

Tenemos , por tanto , ya otras razones además delas enumeradas al principio para concluir que estacreencia a priori tiene su origen en las experienciasde la raza; pudiendo, además, referirla á la experien-cia de las criaturas vivas en general, y conven-cernos de que se trata tan sólo de una correspondenciaconsciente con las exigencias de ciertas relaciones queel orden natural hace necesarias.

No se podría imaginar una autoridad más eleva-da ; por lo que , aceptando la ley de la libertad igualcomo principio moral último apoyado en una auto-ridad superior á cualquier otra, debemos ahora con-tinuar el curso de nuestro estudio.

Page 88: La Justicia

f^,

CAPÍTULO V IIT

Corolarios de la fórroaila_

36. Las actividades humanas se dividen en ca-tegorias numerosas , y engendran relaciones socialescomplejas. Para que la fórmula general de la justiciapueda servir de guía constante , es preciso que susdeducciones se adapten á cada categoría especial ydistinta. La afirmación de que la libertad de cadacual tiene por límite las libertades análogas de todos,será letra muerta mientras se ignore cuáles son lasrestricciones particulares propias de las diversas se-ries de circunstancias.

Quienquiera que admita que todo hombre debegozar de una cierta suma de libertad así limitada,afirma que es justo que la tenga. Si se prueba, ya enun caso , ya en otro, que todo hombre es libre dobrar hasta cierto límite, pero no fuera de él, e îuimplica que es justo que goce de esa libertad especialasi definida. Es racional, por tanto, aplicar A las di-versas libertades particulares demostradas deductiva-

Page 89: La Justicia

POR H . SPENCER 89

mente, el nombre de derechos que de ordinario seles da.

37. El empleo abusivo de las palabras llega áhacerlas caer en profundo descrédito. Las ideas ver-(laderas que ellas indican se asocian tan íntimamenteâ la larga con las ideas falsas , que pierden no pocode su carácter. Y esto, sin duda, es lo que ocurre conla palabra derechos.

Torrentes de sangre se han vertido por defenderel «derecho» al trono de este ó aquel personaje.Nuestra antigua legislación de pobres se apoyaba ha-bitualmente en el «derecho» de aquéllos á ser man-tenidos á costa de la tierra donde nacieran. Ha poco,estábamos familiarizados con la idea del « derecho»al trabajo, divulgada entre los obreros franceses,como derecho que los tales tenían á obtenerle. Loscomunistas hoy se sirven de la palabra derecho, cam-biando por completo el sentido que el uso le habiadado, y hasta tal punto se ha tergiversado el empleode tal palabra, que los periodistas, que considerancomo ocupación de su oficio servir al público los es-cándalos relativos á la vida de los personajes másnotables, se defienden diciendo que el público tiene

derecho» á todo género de informes. Se ha produ-cido una reacción inevitable en muchas gentes ilus-tradas , que han decidido discutir obstinadamente ycon tesón la existencia de lo que se llama derechos.« No hay más derechos que los que la ley confiere »,dicen. Siguiendo á Bentham, afirman que el Estadoes la fuente única de los derechos , y que fuera de élnada existe.

Pero si la desmesurada extensión dada al sentido

Page 90: La Justicia

90

LA JUSTiCIA

de la palabra denota una falta de juicio , otra faltaconsiste en no discernir su sentido verdadero cuandose disfraza bajo sus acepciones abusivas.

§ 38. De lo que hemos visto resulta que los dere-chos propiamente dichos son corolarios de la ley delibertad igual, en cuanto es imposible deducir de és-tos los falsos derechos. Vamos á estudiar esos coro-larios, y afirmaremos en primer lugar que coincidentodos, sin excepción, con concepciones morales ordi-narias, y en segundo lugar, que corresponden todosá leyes positivas. Veremos, además, que, lejos de de-rivar de la ley escrita son los derechos propiamentedichos, los que confieren la autoridad á la misma.

to

Page 91: La Justicia

CAPITZFLO IX

Derecho á la integridad física_

§ 39. Como excusa por habernos servido de unnombre tan pedantesco , acluciré que no he encontra-do otro más á propósito. La integridad física á quetodos aspiramos y pretendemos, puede ser por unlado destruida por la violencia, y del otro molesta-da por la simple vecindad desagradable de cualquierlugar mal cuidado.

Sin ocuparnos por el momento en otras restric-ciones , la ley de la libertad igual tiene por corolario,evidente por si mismo, que los actos de todo hombredeben restringirse en el límite en que no causan di-rectamente a otro perjuicio alguno físico, ya grave,ya love. En primer lugar, los actos que no tienen encuenta este límite , implican, salvo el caso de re -presalias , el ejercicio de una libertad más extensade un lado que de otro ; y ya hemos visto que , co rn -prendida corno se debe nuestra ley, no autorizani agresión ni contraagresión. En segundo lugar,considerada como enunciación de una condición in-

Page 92: La Justicia

92 .1 UsTIf:I.I

dispensable para asegurar la mayor suma de felici-dad, esta ley prohibe todo acto que produzca un su-frimiento ó una perturbación fisica.

§ 40. Sólo por pura fórmula mencionamos en

este capítulo el derecho á, la vida y la prohibición delasesinato que de él se deriva. Ese crimen, conside-rado por las naciones civilizadas como el más negrode los delitos, no es mirado así inconsciente , sinoconscientemente, más que porque constituye la vio-lación extrema de la ley de la libertad igual, dadoque el asesino no se contenta con perturbar, vahasta aniquilar el poder de obrar de otro -. No hacefalta, pues, insistir sobre esta primera deducciónde la ley natural, declarando la vida cosa sagrada;sin embargo , será instructivo observar los progresoss ucesivos hacia el reconocimiento de ese carácter sa-grado.

Anotando como caso extremo el de los fidjia-nos (1) , entre quienes el asesinato pasa ó pasaba poruna acción honorable, llegamos á los numerososejemplos proporcionados por las tribus salvajes quematan á sus ancianos, á sus enfermos y á sus inváli-

dos. Varias poblaciones de la Europa primitiva ha-cían lo mismo. Grimm nos refiere que entre los oven-des (2) « los hijos mataban á sus parientes viejos , losmiembros ancianos de su familia y cuantos no teníanaptitud, ni para la guerra, ni para el trabajo, ha-.ciéndoles cocer y comiéndoselos, ó bien enterrándo-los vivos... «Los hérulos mataban igualmente á sus

(1) Williams :Ind Calvert: Fiji and , /rjians, 1858, t. I, pág. 112.(2) Grimm: Deutsche Rechtsaltarthiumer, p,íá. 488.

Page 93: La Justicia

POR. H. SPENCER 93

ancianos y enfermos...Encuéntranse, en épocas nomuy lejanas, en la Germania, rastros de tal cos-tumbre (1) . »

Al lado de esta destrucción deliberada de losmiembros inválidos de la tribu , destrucción que te-nia generalmente por excusa el ser necesaria para laconservación de los miembros válidos , sólo vemoslos grupos sociales primitivos que habitual y pú-blicamente conceptuaban el asesinato como un cri-men. Según Grote (2) , el asesino no tenia que te-mer entre los griegos homéricos « más que la ven-ganza personal de los parientes y amigos de la victi-ma». Estos podían aceptar una composición bajo laforma de un pago estipulado; en este caso, la misiónde los jefes limitábase å velar porque éste se hicieseefectivo. Las mismas ideas, sentimientos y prácti-cas prevalecieron en Europa hasta tiempos bien cer-canos á nosotros. Lo que constituía el mar, no eratanto la pérdida de la víctima como el perjuicio cau-sado á su familia ó á su clase, y esto era lo que de-

bía castigarse 6 compensarse. En tal. supuesto , era yacasi indiferente matar como venganza al asesinoen persona, ó á algún miembro inocente de su fami-lia. Tal consideración también es la que,. en parte álo menos , determina la gradación de las multas se-gún la calidad de la víctima , multas que, habiendoempezado por ser fijadas en los tiempos primitivospor transacción privada , se fijan luego por la ley.La concepción del carácter sagrado de la vida huma

(1) obra citada, pág. 487.

(2) e-rote: A History of Greece. Cuarta edición, t. TT, pág. 33.

Page 94: La Justicia

94

LA JUsTICI.1

na se hallaba tan poco desenvuelto , que la sangredel esclavo no tenía precio ; podía su dueño ma-tarlo cuando y como le placiese, y si alguna otrapersona lo mataba, exigíase sólo su valor cornomueble.

En virtud de un progreso insensible, al atribuiral rey una parte del precio de la sangre, el asesinatorevistió ya cierto carácter distinto del de un meroatentado al orden privado. Continuaban, sin embargo,en una gran parte , bajo el imperio de las antiguasideas, puesto que la destrucción de uno de los siEbdi-tos del rey equivalía á la destrucción de una partede su poder sobre los mismos, disminuyendo así elefectivo de su fuerza guerrera. El mantenimiento dela gradación de las multas seg(m la sangre , muestrala escasa importancia que se atribuía á la criminalidadintrínseca del asesinato, como lo muestra también ladistinción que se derivaba del privilegio del clero.Hasta los tiempos de los Plantagenets, «el asesinoque supiese leer se libraba casi de todo castigo (1)».La rep(tblica de Cromwel da un paso de gigante conla supresión ciel privilegio de la clerecía. Un actoespecial del Parlamento abolía el duelo judicial, y la.misma ley castigaba severamente el duelo. Esta legis-lación reconoció al fin la criminalidad intrínseca delasesinato , con lo que podemos abordar ya los tiemposmodernos , que no admiten ni las excusas fundadasen la distinción de las clases, ni forma alguna deinmunidad.

(1) Urintm: Deutsche alte thtimer, pig. 289, y Green:.1 ShortHistory of the ly,tylish People, pág. 13.

Page 95: La Justicia

POR H. SPENCER 95

Tres hechos significativos pueden señalarse enesta evolución. En las etapas primitivas, la conser-vación de la vicia es, como entre los animales, unacuestión de carácter privado ; no se enlaza la idea deculpabilidad con el acto de matar. A medida que laagregación y la organización sociales se desenvuel-ven, considérase esto, cada vez más, como un perjui-cio causado, primero, á la familia ó al clan, y luego ála sociedad. Castigase el homicidio como atentadocontra la sociedad más bien que contra el individuo.Poco á poco , sin desvanecer la concepción de su cri-minalidad como violación de la ley preservadora delorden social , la concepción de su criminalidad comoperjuicio inconmensurable é irreparable ocasionadoá la víctima, se llega á afirmar hasta el panto de serpreeminente. Este sentimiento consciente de culpa-bilidad intrínseca, implica un sentimiento del dere-cho intrínseco á la vida en el individuo : desde estemomento el derecho á la vida ocupa el primer puestoea el pensamiento humano.

41. La'relación entre el daño físico que causa lamuerte y el daño físico que produce una incapacidadmás ó menos completa del uso de las facultades paralas funciones de la vida , ha sido siempre demasiadoapreciable para que pudiera pasar inadvertida. Laafirmación tácita del derecho á la integridad física

ru h" que implica el castigo del homicidio , viene acompa-ñada de la afirmación tácita ulterior que suponen loscastigos por las mutilaciones, heridas, etc. Mani-fiéstase así un cierto paralelismo natural entre lasetapas sucesivas, en ambos casos , á partir de la má-xima: K Vida por vida, ojo por ojo...»

Page 96: La Justicia

LA .JTTsTICIA

Cuando al salir del estado primitivo, donde lasrepresalias son una cuestión puramente privada , sellega al estado en que son ya asunto de la familia ódel clan , vemos A éste vengarse , á costa riel clan, delofensor , tornando de él una vida con que compensarla que ha perdido , y si el daño sufrido no fuese mor-tal, exigiendo un equivalente por sustitución, en lugarde un equivalente actual. Demuéstrase esto especial-mente , cuando al aplicar el sistema de la compensa-ción con dinero , el precio , no sólo por una vida, sinotambién por una parte del cuerpo , lo tiene que pagarla familia del ofensor A la familia riel lesionado. Otrohecho posterior supone también el propio concepto.En las tribus germanas (1) y entre las inglesas pri-mitivas (2) la composición para el homicidio, gra-duada se gún la sane°e , completábase con una seriede composiciones calculadas de igual modo , según lasangre , y aplicables A los daños de menos entidad.De donde se sigue que , en ambos casos , la preocu-ción dominante era la del daño sufrido por la familiaó el clan más que el sufrido por el individuo. Idén-tica concepción se encuentra entre los rusos (3) .

A medida que la vida social de los clanes ó gru-pos limitados se funde en la vida social de gruposextensos ó naciones , la idea del perjuicio causadola nación suplanta A la del perjuicio causado al clan.

(1) Stchleen: A History of the criminal Law of Thzpland, 1883,piiginas 20^:-^09.

12) H. Mine: _ 1 ncien Law, edit., 1866, pdíg.:3;.(3) Holtzenrlorfr- Vietm.innsdorf: Ilandluc,zi des P. e ttschen. Stra/-

re,hts. Berlín, 1871.T, náginas 225-26.

Page 97: La Justicia

POR H. SPENCER. 97

Comienza entonces el astado á hacerse, primero conuna parte , después con la totalidad de la multa, pa-gada por el agresor, y esta costumbre es la que per-siste hasta nuestros olías. Aunque en los casos deviolencia personal la simpatía se despierta en la con-ciencia píiblica, principalmente en favor de la vícti-ma , y la pena recaiga sobre el culpable, el Estado seapropia la reparación del daño y abandona a la vic-tiina en su desgracia.

Las indemnizaciones de daños que se concedenen nuestros olías como reparación de un perjuiciocausado por negligencia, indican un concepto másalto de la justicia. Ya, desde hace algunos siglos , elderecho á la indemnización del ciudadano lesionadofísicamente y de un modo voluntario por uno desus conciudadanos, se extiende á los daños físicosprovinientes de imprudencia ó de incuria. En estosCdtimos años hanse visto más amplias aplicaciones deeste principio: así, las compañías de ferrocarriles seconsideran responsables de los perjuicios causadospor la imperfección de sü material ó la falta de aten-ción y cuidado de sus empleados, y los patronos par-ticulares responden de los accidentes ocasionados á

sus obreros por los aparatos defectuosos ó la falta delas precauciones , y del daño inherente á su trabajo.Este progreso legal entraña una apreciación más ele-vada del derecho del individuo á su integridadadfísica: la compañía, ó la persona responsable delperjuicio causado, está obligada á entregar la indem-nización, no al Estado , sino á la parte lesionada, locual prueba que en la conciencia social predomina laidea del detrimento sufrido por el individuo , sobre

7

Page 98: La Justicia

98 L:1 J i "STICLA

la idea del que sufra la sociedad, por el desconoci-miento del derecho A la integridad física.

Como prueba de lo mismo que venirnos exponien-do, no podemos menos de hacer notar también, queen nuestros tiempos las leyes amplían su acción yla, ejercen sobre aquello que podríamos llamar el ca-rActer sagrado de la persona, por cuanto considerancomo agresiones, no sólo aquellos actos de violenciaque producen daños leves , sino también cuantosresultan de movimientos intencionales, de cualquieracto coactivo físico y hasta de las amenazas, aunqueno se hayan traducido en jccioncs: un beso dacio sinconsentimiento es hoy un delito castigable.

4?. Otra transgresión que en nuestros tiemposse conceptúa atentado contra la integridad física,consiste en la propagación de una enfermedad.

Sin embargo, este delito, aunque grave y en parasí 1te considerado asi por la ley, no ocupa todavía en

nuestros códigos y en la conciencia g peral. el lu[ar(lue le corresponde, sin duda causa del carácterind.eilnido 0 incierto de sus consecuencias ernieio-sas. Ya se trata de un padre que va a recoger a suhijo, atacado de enfermedad con.tagiosa, y lo traeconsigo en un coche de ferrocarril sin cuidarse delos peligros de infección que supone la enfermedadpara los deiliAs viajeros; ya, de una madre que des-pués ele preguntar al módico, que ha curado ,í sushijos ele escarlatina, si est.dn su fleientemente curadospara ir ;1, l:1, escuela , los en vial, zL pesar de es`ar 're-venida de que pueden llevar d ella, el contagio. Actosde ese género son, sin duda, penables, pero pasan taugeneralmente inadvertidos y se comprende tan poco

Page 99: La Justicia

POR H. SPENCER 99

el mal que puedan causar, que la opinión no los con-sidera corno delitos, y, sin embargo , deberían repu-tarse, si no corno delitos actuales, al menos comodelitos potenciales.

En efecto, la ley y la conciencia pública han re-conocido al fin que se es culpable, no sólo haciendofísicamente sufrir 6, su prójimo, sino también expo-niendole d males físicos potenciales. Hemos llegado yaal estado en que se asimile la persona de cada hom-bre 6, un territorio que nadie debe violar, y conside-ramos como delito todo acto capaz de acarrear laviolación del mismo.

43. Es indiscutible que ese primer corolario dela fórmula de la justicia se ha afirmado de un modogradual durante el curso de la evolución social y dela evolución paralela de la naturaleza mental delhombre. Un comercio constante con las condicionesúnicas que permiten el cumplimiento armonioso dela vida social, ha formado lentamente los sentimien-tos, las ideas y las leyes conformes ú la verdad mo-ral primaria que se desprende de sus condiciones (1).

(1) Un abogado, cl ue estudia desde hace largo tiempo la evolu-

ción del Derecho, me ha prestado el servicio de comentar mi libro

en lo que se refiere á las le y es Positivas del pasado y del presente.

Al llegará este párrafo, ha añadido la siguiente nota:«En la sentencia del proceso sobre el rapto de Clitheroc, se ha

decidido que el marido no tiene derecho de retener á su mujer á la

fuerzo. Esta decisión .viene en apo yo de la doctrina defendida más

arriba; por primera vez se reconoce en el tribunal de apelaciónel derecho (le las mujeres á su libertad físiea, aun en contra de la

opinión de dos magistrados muy distinguidos, que en primera ins-

tancia interpretaron en sentido opuesto la ley antigua.»Las penas aplicadas por los jueces á los maestros de escuela que

Page 100: La Justicia

LA JL'STICIA

Lo que conviene observar especialmente es queel asesinato, el homicidio, las mutilaciones, agresio-

nes y todas las ofensas á la integridad física, aun lasmás leves, hanse convertido en transgresiones, noporque las leyes ó los mandatos reputados sobre-naturales las prohiban, sino porque se las ha consi-derado como violaciones de ciertas restricciones deorigen natural.

Réstanos por decir, que mientras la moral abso-luta deja intacta la autoridad del corolario que aca-bamos de sacar de la fórmul>l de la justicia , ésta en.un sistema de moral relativa, se mantiene sometidaá las restricciones impuestas por las necesidades dela autoconservación social. hemos visto ya que la leyprimaria, que pide que cada individuo recoja las ven-tajas y los inconvenientes nacidos de su propia natu-raleza y de su conducta fuera de los limites señaladospor la sociedad, debe, ante los daños extremos, sermodificada por la ley secundaria, que exige esos

sacrificios (le individuos bastantes para asegurar alagregado de los individuos la posibilidad de obrary recoger los resultados de sus actos. La guerradefensiva justifica, pues, el sacrificio eventual deintegridad física, que exige la defensa, efectiva de lasoc iedad en el supuesto, claro está, de que esta de-fensa efectiva sea realizable , ya que esta ley secun-daria parece implicar que el sacrificio de los indi--

fustigan con el litigo .í sus discípulos, constitu y en otra manifesta-

ción riel mismo sentimiento creciente que modifica la ley sin qncostensiblemente lo parezca.»

100

Page 101: La Justicia

POR H. SPENCER 101

viduos no se j ustiÍica más que si los invasores no jis-ponen de una superioridad preponderante.

Aquí, como en los capítulos precedentes, se veque sólo un estado de paz permanente puede asegurarla conformidad completa con las exigencias de lamoral absoluta, y que mientras existan sobre la tie-rra pueblos dedicados al bandidaje político, sólo po-drán ser satisfechas las exigencias de la moral re-lativa.

Page 102: La Justicia

CAPITULO X

El derecho á la libertad de movimien.tos_.

44. Es casi innecesario especificar, á titulo dededucciones directas de la fórmula de la justicia , elderecho de todo hombre á usar libremente de susmiembros y el de trasladarse según le plazca. Perci-be el pensamiento quizá mejor estos derechos, comocorolarios de la fórmula, que todos los demás. SaltaA la vista que quien ata con cuerdas á otro hombre,ó le encadena á un poste, ó le encierra en una cár-cel, se irroga una libertad de acción superior á la delcautivo; y no es menos claro que cuando por amena-zas le impide situarse según quiera, comete una vio-lación de la misma naturaleza, de la ley de la libertad.

Si un cierto número de hombres, y no tino solo,destruyen ó disminuyen la libertad de acción de otro,de cualquiera de esas maneras; si, por ejemplo, losreglamentos establecidos por las clases superioi.esdespojan en parte á cada miembro de las inferioresde su poder de moverse , resulta bien de manifiesto

Page 103: La Justicia

]. 03POR II. SPE\CEIt

que cada miembro de las clases superiores viola elprincipio Último de la equidad. Sólo su grado de cul-pabilidad resulta reducido.

45. piemos visto ya que el instinto que in-cita á huir y en su caso á escaparse de la prisión,denota, lo mismo en los seres inferiores que en loshumanos, la presencia del impulso que acaba porsurgir bajo la forma de reivindicación consciente dela libertad de movimientos. El elemento positivo delsentimiento profundamente arraigado que correspon-de á este derecho, se manifiesta pronto, pero el ele-mento negativo que corresponde á los limites im-puestos , no puede adquirir un desenvolvimientoconsiderable. sino después de haber sufrido el influjo odisciplinario de la sociabilidad.

Tenemos ejemplos suficientes, demostrativos deque la falta ó debilidad extrema de la intervencióngubernamental determina la reivindicación tácita,pero resuelta, de la libertad de movimientos , tantoen las razas de temperamento dulce corno en las denaturaleza espontáneamente salvaje. Podemos citarentre éstos á los abores (1) , tan celosos de su in-dependencia , que no pueden vivir en común , y losnagas (2) , para quien es extraña la coacción , hastatal punto, que toman como a broma la idea de tenerun jefe. Entre los otros, están los lepchas (3) , á queya aludimos, y los cuales, aunque muy dulces, pre-fieren refugiarse en los bosques y vivir de raíces á so-

(1) Dalton: Journal of the Asiatic Society. Bengala, xta, 426.

(2) Stewart: Journul of the A siatic Society. Bengala, xxiv, 608.

(3) Campbell: Journal of the Btnological Society. Londres, Julio,

1869.

Page 104: La Justicia

104 JUÙ"I'Ir,IA.

meterse á ningún poder, y los j alunes (1) , aprecia,rli-simos como domésticos por sus cualidades excelentes,pero que desaparecen inmediatamente si se los so-mete á una autoridad excesiva. Con un sentimientocorníin muy profundo de la libertad personal , esosdos tipos de hombres difieren, en cuanto los riel tipoguerrero no perciben más que el sentido egoísta, ylos del tipo pacifico perciben á la vez el sentido al-truista, y suman con el el respeto á la libertad per-sonal de los demás hombres.

El paso del estado de los grupos primitivos , pocoá nada organizados, al de grupos organizados y po-tentes, efectíiase por la guerra. Este procedimientoentraña escaso respeto hacia la vida y hacia la liber-tad ; de lo cual resulta que, durante el periodo deformación de las naciones, el reconocimiento delderecho á la libertad y del derecho á la vida se en-

cuentra en una situación subordinada, siendo el sen-timiento rechazado y apareciendo la idea vaga é inde-cisa. Sólo á consecuencia de los grandes progresos enla consolidación social, y cuando la organización se ha

hecho muy industrial, dejando el estado de guerrade ser constante, se acusan la idea y el sentimientode la libertad con un carácter más marcado y fijo.

Echemos si no una ojeada sobre alguna de lasetapas que ha seguido el establecimiento gradual delreconocimiento ético y legal debido á la libertad demovimientos.

46. Se lia hecho notar con razón quo la escla-

(l ) Favre (Rev. P.) : Jotarn!r, l of the Archipiélago,Singapoore.

Page 105: La Justicia

POR H. SI'E\T CER 105

vitud constituye, desde el punto de vista práctico, unalimitación del canibalismo , siendo en tal sentido unprogreso. Dejando a l. cautivo vivir y trabajaren lugarde matarle y comerle, ya no se desconocía por comepleto en su persona el principio fundamental de equi-dad, por cuanto la continuación de su existencia, aunen las condiciones en que se le imponía ésta, hacíanposible hasta cierto punto el mantenimiento de la rela-ción entre la conducta y sus consecuencias. A veces,los prisioneros esclavos y sus descendencias, alimen-tados y tratados como el ganado , y trabajando comoél, estaban , según antes ocurría en las islas Fidji i (1) ,expuestos á ser convertidos en cualquier momento enalimentos; en ese caso el canibalismo hállase tan sólomitigado. Pero en otros pueblos no civilizados tratanal esclavo casi como si fuese miembro de la familia;en ese caso , su libertad no está prácticamente sujetaá restricciones superiores á aquellas que se imponená los niños.

Sería difícil, ^, más de ser inútil para el asunto deque se trata, especificar las formas variadas y lasatenuaciones de la servidumbre en los diferentespueblos en las diferentes épocas de su historia, y enel curso del cambio de sus condiciones sociales. Sólocitaremos los hechos que permitan seguir el modocómo se ha efectuado el crecimiento de la concepciónmoral y jurídica de la libertad individual. Entre loshebreos (2) , mientras los esclavos de raza extranjera

(1) Ersckine (Capt. J. E.) : Jo?arrtzl of a Creaaze among tlae Island of

the Western Pacific, 1853, pág. 492.

(2) Exodo, xxi.—Deuteronomio, xv.—Levítico, xxiv, 45-4G.

Page 106: La Justicia

106 LA JUS'I'ICIA

podían ser comprados, y, al igual que sus hijos , trans-mitidos por herencia, los hombres de raza hebraicaque se vendían , ya á sus conciudadanos , ya á losresidentes extranjeros, estaban sometidos tan sólo áuna servidumbre templada en cuanto alrigory limita-da en cuanto al tiempo ; siervos de Dios , no se podíanenajenar título definitivo. Pero con todo esto, noexistía reconocimiento alguno de la injusticia inheren-te á la esclavitud, ni de un derecho correlativo de li-bertad. La falta de los sentimientos y de las ideas quetan gran imperio han alcanzado en nuestros tiempos,persistió hasta el nacimiento del cristianismo , y nofué cambiado por este Último. Ni Cristo, ni susApóstoles, denunciaron la esclavitud , y cuando , alhablar de la libertad , decían «valeos de ella antesque de la esclavitud (1) », tal advertencia no im pli-caba de un modo manifiesto el pensamiento relativoá derecho alguno inherente al individuo y de natura-leza adecuada para justificar la libertad sin trabas delos movimientos todos. Lo mismo puede afirmarserespecto de los griegos y de la mayoría de los pueblosen las etapas primitivas. Hacia los tiempos holnéri--cos (2) , los cautivos hechos en la guerra se los redu-cía á esclavitud y podían ser vendidos ó dados comorescate; durante la civilización griega, y coincidiendocon un estado de guerra que de hecho fu6 crónico,la esclavitud se consideró como si formara parte nor-Inalrnente del orden social. Se reputaba como unadesgracia caer esclavo á consecuencia de una captu-

(1) Epístola primera á los Corintios, vii, 21.(2) Grote: Hist. of Grece, ii, páginas 3'7, 468-(19.

Page 107: La Justicia

POR H. SPL+'NCER 107

ra, por deudas, ó de cualquier otro modo, pero nadiereprobaba el proceder del propietario de esclavos.La concepción de la libertad como derecho inaliena-ble ocupaba muy poco ó nada en el código mora] ójurídico. Era , por otra parte, inevitable negar lalibertad á los esclavos propiamente dichos en untiempo en que los hombres que eran libres de nom-bre eran, en realidad, los esclavos del Estado, y enque cada ciudadano pertenecía á la ciudad y no sepertenecía a sí propio. En el Estado griego más gue-rrero , en Esparta (1) , no sólo era la condición deilotas más abyecta que en cualquier otra parte , sinoque sus dueños mismos se veían privados más que en

cualquier otra parte del derecho de ir y venir segúnsu voluntad.

Debemos reconocer, pues , que, en general, en losEstados cuyas dimensiones y estructura se han des-

envuelto considerablemente, ha ocurrido de un modo

(16 natural que su crecimiento, á la vez que implica in-

variablemente la conquista y la agresión exterior,supone una represión tal de la individualidad , queapenas si ésta ha dejado rastro alguno ni en las leyesni en las costumbres.

47. Para esclarecer cómo se verifica el creci-miento, en las costumbres y en las leyes , de la con-cepción de la libertad humana hoy dominante entrelas primeras de las razas civilizadas, bastaránosgir una ojeada sobre algunos de los principales progr•e-

f sos en el curso de nuestra historia.Los enjambres sucesivos de invasores guerreros,

(1) Grote: Obra citada, pág. 309.

Page 108: La Justicia

108 L.4 J"ST(CIA.

que subyugando unas veces y rechazando otras á losposeedores anteriores del suelo, poblaron nuestrospaíses en tiempos muy lejanos (1), debían tener ne-cesariamente esclavos, clase esta que tiene la capturapor origen, y cuyo número se conmutaba periódica-mente en la suma de los deudores y de los criminalescon la expansión de la población y el desenvolvi-miento paralelo de la organización política: los habi-tantes que formaran una clase libre bajo el primitivosistema de la Mark, perdieron gradualmente una granparte de su libertad, á veces como consecuencia delos conflictos entre grupos, conflictos en virtud de loscuales adquiría á menudo un miembro la preponderan-cia, pero que siendo exteriores conducían por lo co-

mún á la servidumbre y al establecimiento de seño-ríos. Las gentes del campo acabaron por verse some-tidas á los thegn, y éstos los grandes nobles ; ya entiempo de Alfredo se afirmaba que nadie pudiesevivir sino sometido á algún señor, lo que era tantocomo privar de la libertad , no sólo á los miembrosde rango inferior (los esclavos que se vendían y com-praban) sino á los miembros de los rangos superio-res. A pesar de los cambios ocurridos con la con-quista normanda , esta limitación de la libertad per-sistió, corno consecuencia del juramento de fidelidad,agravándose quizá, salvo en lo que concierne á laabolición parcial del comercio de esclavos. Cuando enel siglo xi comenzaron á surgir las ciudades y se des-envolvieron ciertas instituciones industriales con ele amino que suponen el reemplazo de las relaciones

(1) Green: History of the English People, paginas 56.90-91-247.

Page 109: La Justicia

POR H. SPENCER 1 09

fundadas sobre el estatuto por las del contrato, severifica una como transacción del estado de servidum-bre hacia el de la libertad. Un siglo más tarde , laMagna Carta puso un freno al gobierno arbitrario yá las pérdidas de libertad que eran consiguientes. El

influjo creciente de las clases mercantiles setraduciapor la concesión de la libertad de circulación otor-gada á los comerciantes extranjeros ; y cuando cienaños después el lazo que unía al siervo á la tierra fuéroto (luego de haberse relajado), el trabajador se po-sesionó de la libertad plena, adquiriendo el derecho demoverse sin trabas. Realmente, todavía perdió unaparte de su derecho , cuando á consecuencia de la des-

población y la elevación considerable de los salarios,ocasionada por la gran peste, se promulgó el esta-tuto que imponía la tasa al trabajo y ataba al obreroá su parroquia; sin embargo, con la resistencia vio-lenta que estas restricciones provocaron, determinóseuna afirmación violenta de la, igualdad, que se ex--tendió á más derechos que el de locomoción. Al díasiguiente de la derrota de los campesinos, mientrasel rey proponía su emancipación y las clases gober-nantes no reconocían en la práctica sus derechos á.

la libertad, afirmando que sus siervos eran su pro-piedad, los propietarios de inmuebles declarabanque «aun cuando hubieran de morir todos el mismodia, jamás consentirían semejante emancipación».De la misma manera que el aumento de actividad y de

organización industrial produjeron un aumento de li-bertad, así los veinte años de actividad guerrera cono-ciclos bajo el nombre de guerra de las Dos Rosas, dis-minuyeron en una gran parte las libertades ya obteni-

Page 110: La Justicia

110 LA JUSTICIA

das. Sin embargo, no se ligó ya más al campesino a latierra, y conservó su libertad de trasladarse. El des-arreglo social, que siguió á la destrucción de la feu-dalidad, y el uso que de él hizo la clase obrera, con-duieron á una desorganización industrial, que se pro-curó remediar por un nuevo régimen de coacciónparcial y por un nuevo sistema de imposición deldomicilio, sin restringir por otro lado la libertad d.etrasladarse. La libertad obtenida de este modo care-cía de garantía, y así, hacia fines del siglo xvir elActa del Habeas Corpus vino á reforzar las precau-ciones tomadas ya contra la prisión arbitraria en laMagna Carta, pero que habían sido violadas. Desdeeste día, salvo los atentados poco profundos debidosá pánicos temporales, la libertad personal hase man-tenido intacta entre nosotros; aún más, las restric-ciones secundarias de la libertad de movimientos,provinientes de las leyes, y por las que se prohibia alobrero viajar en busca de trabajo, fueron formal-mente abolidas en 1824 (1),

Y aquí conviene notar que, á, la vez que el lentoreconocimiento legislativo de la libertad tad personal.,se desenvolvía el sentimiento correspondiente, y queá la afirmación altruista de la libertad se Juntó pocoá poco la afirmación egoísta. Los cambios que en elcurso de los siglos han hecho avanzar los arreglossociales, de una condición de esclavitud completapara los pequeños y atenuada para las clases superio-res, hasta un estado de libertad absoluta para todos,

(1) Martinau ;H): Ifisto •r, of 7'ng.and during the Thirthy Pears'Peace, 1849-50, pág. 343.

Page 111: La Justicia

POR H. SPENCER 1 1 1

han producido en la época de su realización, á la vezque el sentimiento , la ley que afirma esta libertad,nc sólo á favor de los ciudadanos ingleses, sino tam-bién A. favor de los extranjeros eros sometidos á l a. ley in-glesa. Comenzóse por emancipar los esclavos queponían su pie sobre suelo inglés, para llegar á eman-cipar á aquellos que habitaban las colonias inglesas, y

perseguir sin descanso la abolición universal de laesclavitud.

48. A menos de considerar la civilización cornoun movimiento retrógrado, es preciso admitir que lainducción. justifica la deducción sacada del principiofundamental. de la equidad. Algunos piensan que lassociedades antiguas eran de un tino superior á lasnuestras, y que, por tanto, garantizaban mejor el bien-estar humano. Para ellos, la organización feudal, consu vasallaje gradual y superpuesto á los villanos, pro-ducía una suma total de goces superior la de nues-tros goces, y, con M. Carlyle, claman por lostiempos semejantes á los del abate Sampron, y ablan-den la obediencia de los rusos hacia el czar. Sinser inconsecuentes, pueden discutir que el crecimien-to del sentimiento de la libertad y el establecimientolegal de la libertad personal, confirmen la deducciónabstracta que hemos hecho en este capitulo. Masquien prefiera el tiempo presente al de los nobles,encerrados en sus castillos y luciendo sus cötas denaa.11a; quien prefiera á un estado social fundado enel tormento, aquel donde la administración de justi-cia no distingue entre príncipe y pordiosero; quienestime que el régimen que engendraba las revolucio-nes agrarias no valía tanto como este otro , caracte-

Page 112: La Justicia

112 r^^ .I USTrci A

rizado por la. formación de asociaciones innumerablespara el progreso y el bienestar popular, reconoceráque la ley general sacada del conjunto de la expe-riencia humana concuerda con el corolario clue acabode establecer de la fórmula de la justicia.

Sin embargo , esta afirmación de la moral abso-luta debe ser modificada por las exigencias de la mo-ral relativa. Desde el comienzo hemos reconocido elprincipio de la conservación de la especie, ó de lavariedad de la especie constituida en sociedad: es unfin que debe sobreponerse al de la conservación delindividuo; resulta de esto, que el derecho á la libertadindividual corno el derecho á la vida individual, debetener en cuenta los temperamentos que entrañan lasmedidas necesarias para la seguridad nacional. Todainfracción de la libertad reclama que la conservaciónde la libertad se ofrezca sostenida por una sanción casiética. Sólo sometida á la condición d que todos losmiembros capaces de la comunidad están igualmentesometidos, la restricción de los derechos de la liber-tad de movimientos y circulación será legitima, te-niendo en cuenta, además, que el fin á que se tiendees la guerra defensiva, pues ya no seria lo mismo si setratase de una guerra ofensiva.

Page 113: La Justicia

CAPÍTULO X i

:Los derechos de usar de los agentesm..aturales_

49. Un hombre puede no ser lesionado fïsica-mente en nada por los actos de los demás hombres,quienes le dejan moverse con toda libertad, y, sinembargo , encontrarse impedido para desarrollar lasactividades necesarias al sostenimiento de su vida, siaquellos actos sirven de obstáculo á sus relacionescon el medio físico ambiente. De esas relaciones de-

pende, en efecto, su existencia, por lo que, sin duda,se ha pretendido que algunos tie los agentes naturalesno son susceptibles de ser sustraídos del estado deposesión común.

«Ciertas cosas, se dice , son, por su naturaleza.,incapaces de apropiación , de suerte que es imposiblesometerlas al poder de un individuo. El derecho ro-mano las llamaba res communes, definiéndolas comolas cosas cuya propiedad no pertenece á nadie y sonde uso de todos. Así, el aire, el agua corriente, etc.,se hallan (le tal modo adaptados al uso com('m

^5

Page 114: La Justicia

114 LA JUSTICIA

de la humanidad , que nadie puede adquirirlos cornopropios ni privará otros de su uso.» (An Institute ofthe Law of Scotland, por John Erskine. Ed. Macal-lan I. pág. 196.)

Pero aun cuando no puedan monopolizarse ni elaire ni la luz, un hombre puede interceptar su dis-tribución , hasta el punto de privar á otro de parte deellos , produciéndole así un perjuicio serio.

Ningún acto de ese género puede cumplirse sinatentar la ley de la libertad. La interceptación ha-bitual de la luz por una persona, hasta el punto deprivar habitualmente á otra de una parte igual de lamisma , implica el desconocimiento del principio deque la libertad de cada uno se halla limitada por laslibertades semejantes de otro. Tal desconocimientoresulta también del obstáculo opuesto al libre ac-ceso del aire.

En esta misma categoría general, á pesar de laextensión inusitada que le damos, no debemos com-prender una cosa susceptible de apropiación: la su-perficie de la tierra. Considerada ésta formando par-te del elemento habitable físico, parece al pronto quedebiera comprendérsela entre los medios de que to-dos pueden disponer, en virtud de la ley de libertadigual para todos. Es imposible privar á nadie abso-lutamente del uso de la superficie de la tierra, sindetener la manifestación de sus actividades paramantener la vida. Falto de terreno donde ponerse,no hay quien pueda hacer cosa alguna. Parecerá,pues, que la ley á que aludimos, interpretada es-trictamente , tiene por corolario que el suelo no debeser, en el sentido absoluto de la palabra, apropiado

ru

Page 115: La Justicia

POR H. SPENCER 115

por los individuos, y que no puede ser ocupado porellos , sino reconociendo los titulos de propiedad úl-tima de los demás hombres ; en otros términos , sóloel coniunto de la sociedad puede apropiárselo.

Aunque no nos detengamos mucho sobre el reco-nocimiento ético y legal de esos derechos al uso de losagentes naturales, y aunque el último por si solo re-clame una atención sostenida , vamos , sin embargo,á examinarlos sucesivamente.

50. En los periodos primitivos, cuando la vidaurbana no ha nacido aún , parece difícil obstruir se-riamente la luz de otro. En los cam pamentos salva-jes y las aldeas de las tribus agrícolas, la persecuciónde sus fines no lleva á nadie á dominar y oscurecerla habitación del vecino. La construcción y posiciónrelativa de las viviendas opónense á semejantesprácticas agresivas.

Más tarde , cuando las ciudades se elevaron , noes probable que sus habitantes se cuidasen con excesode los derechos de sus vecinos en materia de luz.Durante esa etapa de la evolución social en que serespetaban poco los derechos á la vida y á la libertad, no es de presumir que se tuviese gran cosa encuenta, ya como transgresión moral, ya como delitolegal , el daño relativamente mínimo que resultaríade la construcción de una casa más alta que la delvecino. La existencia de las calles estrechas y som-brias de las viejas ciudades del continente , así como

los paseos y avenidas que caracterizan los barriosantiguos de nuestras ciudades , implican que en laépoca en que fueron construidos no se creía hacerningún mal privando á uno de su parte de sol y de

Page 116: La Justicia

11G LA JUSTICIA

cielo. Se puede también admitir razonablemente quehubiera sido impracticable reconocer el carácter pu-

nible de este acto, toda vez que en las ciudades for-tificadas era necesario amontonar las casas unas so-bre otras.

Sin embargo, en los tiempos modernos las gen-tes han llegado á tener la percepción de que nadiedebe impedir la distribución natural de la luz. La leyque prohibe elevar los muros, las casas otros edi-licios sino á cierta distancia de las casas existentes,no prohibe en absoluto la interceptación de la luz,pero prohibe esto en cierta medida, y trata de con-ciliar en cuanto es posible los derechos de los pro-pietarios colindantes.

En realidad, la ley no sanciona todavía abierta-mente ese corolario de la libertad igual para todos,pero lo reconoce ya de un modo tácito.

51. Todo obstáculo puesto al paso de la luzentraña en cierto grado un impedimento á la circa-ïación del aire ; la prohibición del p rimero suponede alguna manera la prohibición del segundo. Perola ley inglesa, que reconocía el derecho al uso delaire en materia de molinos de viento, no lo establecióde un modo tari invariable y preciso en general , sinduda por los inconvenientes poco apreciables queocasiona ese género de obstrucción.

Sin embargo, esa ley ha reconocido el derecho derecibir el aire no viciado. Por más que los actos quedisminuyen la provisión del aire de otros no se re-puten distintamente como delitos, modernamente seha llegado á clasificar como agresiones los que vi-cian la calidad del aire; y si á veces son objeto de

i

C^

Page 117: La Justicia

POR H. SPENCER 117

una simple reprobación moral, otras veces lo son depenas fijadas por las mismas leyes. El hombre , sinduda, no puede menos de viciar, hasta cierto punto,el aire respirado por los demás hombres que á su al-rededor se encuentran. Basta reparar un fumador,para comprender hasta dónde se esparcen las exha-laciones de nuestros pulmones, y hasta qué punto laspersonas recluidas en las casas tienen que respiraraires ya respirados varias veces. Pero este modo deviciar el aire no constituye una agresión. La agre-sión se produce cuando el vicio proveniente de unoó varios individuos se soporta por la persona que no

contribuye á él igualmente. Tal es lo que ocurre enlos coches del ferrocarril, cuando aquellos que seconceptúan muy bien educados, fuman en los depar-tamentos que no son de fumadores. A menudo, esverdad que suelen obtener el consentimiento forzado,pero nunca se cuidan de la molestia desagradable,permanente, que imponen á las personas que viajaná su lado en carruajes impregnados del olor á taba-co. Una conciencia delicada mirará y considerará elhecho como altamente inconveniente , y, á titulo detal, lo impiden y prohiben, bajo multa, los reglamen -tos de ferrocarriles.

Pasando ya á ejemplos más graves , hemos dehacer notar la prohibición legal de otras cosas noci-vas, tales como los olores mefiticos de ciertas indus-trias, los vapores perniciosos de las fábricas de pro-

ductos químicos y el humo que despiden las chime-neas de las fábricas. Al prohibir los actos que causanesos efectos perniciosos, la legislación reconoce elderecho de cada ciudadano de respirar un aire puro.

Page 118: La Justicia

118 LA JtiSTICIA

Podemos colocar en la misma categoría otro gé-nero de transgresiones, respecto de las cuales el medio ambiente sirve de intermediario. Quiero referir-me á la producción de ruidos molestos. Esta clase ;rlacomprende transgresiones leves y graves. A falta deotra represión mejor, tenemos la reprobación que'alcanza en una mesa redonda á quien habla ruido- .,.samente y molesta á los demás, y á quien en unteatro ó en el concierto persiste durante el espec-táculo en conversar y en distraer al auditorio; con-denamos estos actos como contrarios á las buenasmaneras, esto es, á las buenas costumbres. Cuandoactos semejantes se hacen públicos ó continuos, comola música en las calles, sobre todo la música mala, elruido que producen ciertas fábricas ó las campanas,de la iglesia sonando á deshora , la ley ha llegado á ?^^'reconocer su carácter agresivo imponiendo penas.Sin embargo , no los considera así todavía por com-pleto , puesto que se permite á los silbatos de las lo-comotoras de las estaciones centrales perturbar sinnecesidad alguna el sueño de miles de personas du-

rante noches enteras, agravando por tal modo los.sufrimientos de los enfermos.

Para el uso de la atmósfera, pues, se ha llegado,.si no á imponer abiertamente, por lo menos á afirmarde un modo tácito la limitación de la libertad de cadauno por las libertades semejantes de los demás. L a

moral corriente reconoce ese principio de una maneraamplia, y la ley vela por él atentamente.

52. El estado de cosas producido por la civili-zación no contradice la aceptación de los corolariosque hasta aquí hemos deducido, antes al contrario.

Page 119: La Justicia

POR H. SPF:\C,F,R, 1 19

En los tiempos en que el canibalismo se practicabay en que se ofrecían frecuentes sacrificios a los dio-ses, los pueblos no debían mostrar sino muy escasointerés por afirmar el derecho á la vida ; pero ya lasideas y las prácticas de tales tiempos han desapare-ciclo, y no son obstáculo á la libertad de nuestros jui-cios. En los tiempos en que la esclavitud y la servi-dumbre se hallaban profundamente arraigadas en laorganización social, la afirmación ciel derecho á lalibertad habría suscitado una violenta oposición ; hoy,al menos entre nosotros, ninguna idea ni sentimientoalguno contradice el principio de que todo hombrees dueño de servirse de sus miembros y de moversesegún tenga por conveniente. Lo mismo puede de-cirse respecto al medio ambiente. Los atentados levesque se dirigen contra el abastecimiento de aire y deluz de otro, atentados legados por el modo de cons-trucción de las ciudades antiguas , ó que ocasionanlos humos de los hogares, no se oponen en nada á laproposición, según la que los hombres tienen igua-les títulos al uso de los medios en el seno de loscuales viven todos. Por el contrario , ciertas ideas yciertas instituciones que 'el pasado nos ha transmiti-do, levántense frente á la proposición según la que loshombres tienen iguales títulos al uso de la tierra,esta parte restante del medio, que cuesta gran trabajoconsiderar como tal. Esas ideas y esas institucionesque nacieron en una época en que las consideracionesde equidad no afectaban , ni al modo de tener latierra, ni al de la cualidad de los hombres como escla-vos ó siervos, suscitan hoy todavía no pocas dificul-tades á la aceptación de aquella proposición. Si nues-

Page 120: La Justicia

120 L4 JUSTICIA

tros contemporáneos, poseyendo los sentimientos éti-cos producidos por la disciplina social, se encontrasenante un territorio no repartido aún á titulo indi-vidual , no dudarían un momento en afirmar la igual-dad de sus derechos á ese territorio , como no dudande la igualdad de derechos al aire y á la luz. Perouna apropiación con cultivo continuo , con ventas ycompras repetidas, ha complicado la situación hastael punto de que la afirmación de la moral absolutaes incompatible con el estado de cosas producido , ycorre el riesgo de ser absolutamente rechazada. Antesde preguntarnos lo que las circunstancias nos orde-nan decidir, dirigiremos una ojeada sobre algunas delas fases por que la tenencia de la tierra ha pasado.

En las primeras edades de la agricultura, la ocu-pación de una tierra, prontamente agotada, cesabaluego de ser aprovechable , y , según las costumbresde los pueblos poco ó semicivilizados, los individuosla abandonaban para buscar otra , toda vez quetenían espacio franco suficiente. Esta causa ejercíasólo un influjo muy limitado, pero sean las q ue fuerenlas demás causas , el hecho es que en las edades pri-mitivas, la propiedad individual del suelo se desco-nocía ; el cultivador no poseía más que el fruto , latierra misma era propiedad de la tribu. Tal es, des-pues de todo, lo que hoy mismo se puede ver en Su-matra y en otros sitios, y lo propio ocurría entrenuestros antepasados: propietarios á título personalde los productos (le las Areas respectivas cultivadas,los miembros de la mark no tenían la propiedad delárea misma. Como eran miembros de la misma fa-milia, de la misma ,gens ó del mismo clan , podría en

^

Page 121: La Justicia

Á,

POR H. SPENCER 121

rigor sostenerse que la propiedad de cada parte erapropiedad privada, en tanto que la superficie perte-necía al grupo familiar; pero como el mismo modode tenencia de ]a tierra persistía después que la po-blación de la mark comenzó á comprender hombresá quien ningún lazo unía, puede decirse que el régi-men establecido era realmente el de la propiedadcoinimn y no individual ciel suelo. Comprenderemosmejor como serie esta condición primitiva, estudian--do lo que pasaba en Rusia, en virtud de un modo detenencia del que aún quedan rastros.

«Las tierras de una aldea pertenecían en común á1todos los miembros de la asociación (mir); el indivi-duo no poseía como propio más que su cosecha y eldvor ó recinto que rodea su casa. Este estado inferiorde la propiedad, que ha persistido en Rusia hastanuestros días , debió existir en el origen en todos lospueblos europeos.» (A. Rambaud: History of Russia,trad. de Lang. vol. i, pág. 45.)

Aún añadiré, tomándolos de Wallace, en su librosobre Rusia, algunos pasajes que nos pintan el estadode cosas originario y los estados que le han sucedi-do. Notando el hecho de que mientras los cosacosdel Don fueron puramente nómadas, «la agriculturaestaba prohibida bajo pena de muerte.» , sin duda por-que estorbaba á la caza y al cultivo del ganado, añade:

«Todo cosaco deseoso de obtener una cosecha,hacía sus labores y sus siembras donde mejor le pare-cía, y conservaba todo el tiempo que le convenía la tie-rra que de esta suerte se había apropiado ; cuando elsuelo comenzaba á dar signos de agotamiento, aban-donaba el campo y se iba á otro. El crecimiento del

Page 122: La Justicia

1 22 LA JUSTICIA

número de cultivadores hizo estallar frecuentes que-rellas. Pero todavía surgieron inconvenientes másserios á causa del establecimiento de mercados en lasproximidades. En algunas stanitzas (aldeas cosacas),las familias ricas se apropiaron inmensas superficiesde la tierra común y la cultivaron por medio de bue-yes y arrendando los servicios de los habitantes delas aldeas vecinas. En lugar de abandonar el campoconservaron su posesión aun después de la segunda ótercera cosecha; y de esta suerte, la totalidad de latierra de labor, ó al menos su parte más rica, seconvirtió de hecho , ya que no de derecho , en pro-piedad privada de algunas familias.» (II , 86.)

Explica luego el autor que, á consecuencia de unmovimiento casi revolucionario;

«La comunidad, reconociendo el derecho de cier-tas reivindicaciones de los miembros privados de latierra, confiscaba aquélla que estaba apropiada éintroducía un sistema de distribución periódica, envirtud del cual cada adulto varón poseía una partede la tierra.> (II , 87.)

«En la estepa , un mismo lote no se cultiva gene-ralmente más que durante tres ó cuatro arios segui-dos. Pasado este tiempo , se le abandona durante unperíodo doble A lo menos, y los cultivadores se trans-portan hacia otra parte del territorio común. Ese ré-gimen impide al principio de la propiedad inmuebleprivada echar raíces ; cada familia tieiie la posesiónde una cantidad determinada, más Lien que la de unlote determinado de tierra, y se satisface con un dere-cho de usufructo, mientras el derecho de propiedadcoresponde á la comunidad.» (II, 91.)

,14

Page 123: La Justicia

POR H. SPENCER 123

Sin embargo, los distritos más avanzados del cen-tro han abandonado esta antigua costumbre, sin lle-gar por eso á destruir el carácter esencial de esta te-nencia.

« Conforme á ese sistema (del cultivó trienal),los cultivadores no emigran periódicamente de unaparte ciel territorio comunal á otra, pero trabajanconstantemente el mismo campo y se obligan á abo-nar los lotes que ocupen. Aunque el sistema del cul-tivo trienal está en uso desde hace varias generacio-nes en las provincias centrales, el principio comunalde la distribución, periódica de los lotes hase mante-nido intacto.» (II , 92.)

Ese hecho y otros análogos numerosos ponenfuera de duda que antes del cambio introducido porel progreso de la organización social en la rela-ción de los individuos con el suelo, esa relación sefundaba sobre la propiedad colectiva , y no sobre lapropiedad individual.

,Cómo ha cambiado esa relación? ,Cuál es la uni-ca manera bajo que ha podido cambiar? No fué cier-tamente en virtud de un consentimiento librementemanifestado, porque es imposible suponer que todos,ni tampoco algunos de los miembros de la comunidad,hayan renunciado á sus derechos respectivos. Pudosin duda ocurrir, de tiempo en tiempo, que un cri-minal perdiese la parte de la propiedad común , perosemejante hecho no podía cambiar en nada las rela-ciones entre el suelo y el resto de los miembros. Unadeuda podría tener la misma consecuencia, si no fueraque para existir la deuda se requería antes el acree-dor. Ahora bien; no es dable admitir que la comuni-

Page 124: La Justicia

124 L_1 JUSTICIA

dad en junto fuera el acreedor; la deuda frente áotro miembro no confería, por tanto, al deudor, el po-der de reembolsarla por medio de la enajenación de

• una cosa que no poseía como propia, y que no erasusceptible de ser adquirida á título personal. Es,pues, probable que la misma causa que hemos vistoobrar en Rusia, haya obrado igualmente en otrosSitios.

Algunas gentes cultivaron superficies más vas-tas, acumulando así la riqueza con el poder que con-fiere, y adquiriendo posesiones de una extensión ex-traordinaria; sin embargo, su prosperidad debió serconsiderada coa agresiva e n Rusia, puesto que condujo á una revolución y al restablecimiento de las ins-tituciones originales. Según esto , la causa principalde todo, de seguro fué el ejercicio directo o indirectode la fuerza, á veces interior, pero principalmenteexterior. Las disputas y las luchas que estallaban enel seno de la comunidad, preparaban las preeminen-cias (aseguradas en ocasiones por la posesión de mo-radas fortificadas), y facilitaban las usurpaciones par-ciales. Los suanetcs (1) nos ofrecen hoy todavía elejemplo de aldeas donde cada familia posee su torrefortificada. Fácilmente se puede comprender que enel seno de las comunidades primitivas las lucha:,intestinas, debían llevar al establecimiento de supre-maeias individuales, y que en materia de propiedadde la tierra, éstas acabarian por subordinar los dere-chos colectivos á los derechos especiales.

(1) F reslified (1).) : Proceedings of /lie Royal C eo .7rap4 coil Society.Junio, 1853, pig. 335.

Page 125: La Justicia

POR H. SPENCER 1 ?5

Pero lo que más ha contribuido á la desposesiónde la propiedad comunal, fué la conquista exterior.En los tiempos en que los prisioneros de guerra eranreducidos á esclavitud y las mujeres apropiadas comobotin de guerra, no es de presumir que se profesaraun gran respeto hacia los títulos preexistentes de lapropiedad del suelo. Los antiguos ingleses piratas,que , al desembarcar en las costas, degollaban lossacerdotes en los altares , incendiaban las iglesiasy pasaban á cuchillo las gentes en ellas refugiadas,hubieran sido seres incomprensibles si á la vez sesintieran inclinados á respetar los derechos de pro-piedad inmueble de los supervivientes. Más tarde, lospiratas daneses que remontaban el curso de los ríos,asesinando los hombres, quemando á las mujeres, en-filando en sus picas los niños ó vendiéndolos comoesclavos, tenían que haber sufrido un influjo mila-groso si se les hubiera ocurrido preguntar por lospropietarios de la marra, para reconocer la validezde los títulos de sus víctimas. Igualmente, cuandolos conquistadores normandos arribaron después deun intervalo de dos siglos, durante el cual, las gue-rras intestinas, incesantes , habían hecho ya surgirjefes militares con sus derechos casi feudales sobrelos ocupantes del suelo, el derecho de conquista, tras-tornaba una vez más los modos de la posesión desen-vueltos, y disolvía la propiedad comunal en provechode la individual característica del feudalismo. Laafirmación de la expropiación universal , más ó me-nos atenuada por los consejos de la politica, siguió,plegándose á la naturaleza de la raza, los pasos de lavictoria que confiere un poder ilimitado sobre los ven-

Page 126: La Justicia

126 L A. JUSTICIA

cidos y sobre sus bienes. En algunos casos , como enel Dahomey (1), da al rey el monopolio absoluto, nosólo de la tierra, sino de cuanto en ella hubiese ; enotros casos, como en Inglaterra , confería al rey eldominio eminente, que no dejaba subsistir más quelos derechos de subpropiedad superpuestos de los no-bles y de los vasallos, los cuales tenían la tierra, losunos de los otros, bajo la condición del servicio mili-tar, 6 investía implícitamente á la corona del derechode propiedad suprema.

Semejante estado original y los subsiguientes, handejado no pocos rastros en nuestras leyes actuales.Varios derechos locales, por ejemplo, remóntanse á.

una época en que «la propiedad territorial, á títulode propiedad privada, tal como hoy la entendemos.era una novedad vivamente combatida (2)».

«Los habitantes de las aldeas que gozan de dere-chos comunales , los tienen en virtud de un título li-bre, cuyo origen, si nos fuera dable remontarnoshasta él, sería más antiguo que el del señor. Sus de-rechos son los mismos que correspondían á los miem-bros de la comunidad de aldea, y muy anteriores álos feudos y á los derechos de los señores de los feu-dos (3).»

Aun en nuestros días, los Dactosure Acts de lastierras comunales dan fe de los pocos miramientosdispensados á los derechos de los habitantes de loscomunes, por lo que se necesitaría una extrema cre-

(1) Burton (R. J.) : Mission to Gelele, hing of Daho;n4,w, 1. 260.(2) Pollock: The Land LcO,s, piig. 2.(3) Ibid, pig. 9.

Page 127: La Justicia

Il;

POR H. SPENCER 127

duliclad para pensar que en aquellos tiempos groserosla transformación de los derechos comunales en de-rechos individuales se pudo efectuar con equidad.Sin embargo , el derecho privado de propiedad semantenía de ordinario incompleto , y continuaba so-metido á los derechos del soberano inmediato y á losdel soberano supremo , todo lo que venia á entrañarla subordinación del derecho de propiedad al derechodel jefe de la colectividad.

«Nuestros libros legales no reconocían derechosde propiedad territorial absolutos , sino en provechode la corona. Todas las tierras se supone que esta-ban poseídas mediata ó inmediatamente por la coro-na, aun cuando no se la debiera servicio ni rentaalguna, y sin que en los archivos del reino constaseregistrado ningún titulo de concesión por la coro-na (1).»

Esta concepción de la propiedad territorial per-sistió en teoría y en la práctica, porque todos losaños autoriza el Estado la apropiación de partes delsuelo por utilidad pública, mediante indemnización álos tenedores existentes. Podrá objetarse que el de-recho de propiedad supremo del suelo que el Estadose atribuye, se encuentra comprendido en el derechode propiedad supremo y general, por el que se atri-buye al derecho de tomar todos los bienes medianteindemnización. Pero el uso hecho del primero deesos derechos , es frecuente y habitual , mientras elsegundo sólo existe sobre el papel. Por ejemplo, parala compra de cuadros hechos por cuenta de la na-

(1) Pollock: Obra citarla, pág. 12.

Page 128: La Justicia

128 LA JUSTIGIA

ción , el Estado entra en concurrencia con los corn-pradores particulares, y triunfa ó no en sus preten-siones.

Quédanos por demostrar cómo los cambios polí-ticos que lentamente han sustituido al poder supremodel monarca con el poder supremo tie la nación , hanreemplazado el derecho supremo de propiedad terri-torial del monarca por el derecho de propiedadterritorial de la nación. Así corno el cuerpo repre-sentativo ha heredado los poderes gubernamentalesde que en el pasado estaba investido el rey , ase vinod heredar el derecho de dominio eminente de que elrey estaba igualmente investido. No es sino el man-

datario de la colectividad, y ésta es hoy quien se en-

cuentra investida de ese derecho supremo. Ni losmismos propietarios territoriales lo discuten : comoprueba de ello, me bastare citar el informe publicadoen Diciembre de 1889 por el Consejo de la «Ligapara la defensa de la Libertad y de la Propiedad»:en este Consejo hacia varios pares del reino y dosjueces. Después de declarar que su asociación tienepor principio esencial, «fundado sobre la experienciadel pasado», la desconfianza hacia «el f ncionarismodel Estado ó municipal» , el Consejo prosigue de estamanera:

«Ese principio, aplicado á la posesión del suelo,es favorable al derecho de propiedad individual, so-metido d la soberanía del Estado... La tierra puede,en verdad, ser «tomada», mediante el pago de unacompleta indemnización, y administrada por el «pue-blo» , si tal fuera su voluntad. »

El informe no da, en substancia, otra razón en

Page 129: La Justicia

MR H. SI'E\GER 1 2

apoyo del sistema territorial existente, que los defec-tos del sistema de administración que se trata de sus-tituir, reconociendo abiertamente el derecho de pro-piedad supremo de la comunidad. Así , mientras enlas etapas primitivas veíamos coexistir la libertad in-dividual y la propiedad del suelo corra n, en el grupo,durante los períodos de consolidación de las pequeñascomunidades en grandes comunidades, vemos la acti-vidad militar, que es lo que efectúa esta consolida-ción , ser la causa de la pérdida simultánea de lalibertad individual y de la participación en la pro-piedad de la tierra. A la vez que al declinar del espí-ritu militar y al desenvolvimiento del industrialismo,asistimos en nuestros días á una doble readquisición:la de la libertad individual y la de la participaciónen la propiedad de la tierra, manifestándose esto en laparte que se toma en la elección del cuerpo repre-sentativo, de quien hoy depende la tierra misma.

Todo lo cual implica en favor de los miembrosde la comunidad que habitualmente ejercen el po-

der por las personas de sus representantes, el dere-cho de apropiarse con goda equidad las partes de la.tierra, y de usar de ellas como bien les plazca. Perola equidad y la costumbre suponen á su vez que lostenedores existentes no podrán ser desposeídos sin re-ci'^ir el valor equitativamente estimado de su tierra;de donde se sigue que para apoderarse con equidad de

toda la tierra, sería preciso comprarla toda. Si la co-munidad exigiese su compra, el ejercicio directo desu derecho de propiedad se apoderaría, á la vez que deuna cosa que le pertenece, de una suma inmensamen-te nids considerable de cosas que no le pertenecen.

9

Page 130: La Justicia

130 LA JUS'riCIA

Innumerables son las complicaciones que en estesiglo han perturbado de un modo inexplicable los de-rechos teóricos de los hombres: pero aun reducien-do la cuestión á su forma teórica más simple, nos ve-rnos obligados á admitir que todo lo que la comuni-dad tiene derecho á reclamar es la superficie del te--r iitorio en el estado inculto original. La colectividadrio tiene derecho alguno al valor que han dado al sue-lo las diferentes operaciones que implican el cultivoprolongado, el acotamiento, los riegos, la. construc-ción de caseríos, etc., etc. Tal valor es el producto detrabajos personales, de trabajos retribuidos, del tra-bajo de los antepasados, ó bien del dinero legítima-mente ganado por quien lo ha empleado. Ahora bien;todo ese valor, comunicado por el arte, encuéntrasecomo investido en los propietarios actuales ; así quedespojarles de él seria 'un 'a.cto de gigantesco bandi-

rdale. La violencia y el fraude, han presidido con ire-cuencia las operaciones quo han determinado el na-cimiento de los derechos existentes de propiedad te-rritorial; pero ¿que: decir de la violencia y el fraudede que se haría culpable la comunidad, si confiscarael valor que el arte y el trabajo de dos mil a rios ha.ndado á la tierra.?

:53. Volviendo sobre el asunto general del pre-sente capítulo: los derechos al uso de los agentes na,-txirales , nos importa notar que esos derechos hanobtenido gradualmente la sanción legislativa á me-dida que las sociedades se han acercado á un tiposuperior.

Al principio del capítulo hemos reconocido queel aserto legal de l a i!.maldad de derechos de los horn-

Page 131: La Justicia

POR H. SPENCER 131

bres al uso de la luz y del aire , ha nacido en los tiem-pos modernos; ninguna forma de organización socialó de intereses de clase se opone al reconocimientode ese corolario de la ley de la libertad igual paratodos. Acabamos de ver que en nuestros; días se ha de-ducido, quizá de una manera velada é inconsciente,el reconocimiento de la igualdad de derechos de todoslos electores á la propiedad suprema del lugar habi-tado; derechos que, aunque latentes, se hallan sobre-entendidos en cada Acto del Parlamento que enajenatierra. Por más que los reglamentos pongan cier-tas trabas á ese derecho al uso de la tierra inherenteen todo ciudadano, hasta el punto de suprimirla enla práctica, es, sin embargo, imposible negar la equi-dad de sus títulos, ni afirmar por ello que la expro-piación por el Estado sea contraria á la equidad. ElEstado no puede equitativamente anular el derechoactual de un propietario territorial, sino cuandoexista un derecho superior de la comunidad en gene-

ral; y este derecho superior de la comunidad en ge-

neral consiste en la suma de los derechos individua-les de sus miembros.

NOTA. He dejado para el Apéndice B el hacer diversas conside-raciones relativas A. la cuestión tsmn discutida de la propiedad deisuelo. Hubieran ocupado estas demasiado espacio en las paginasque preceden.

t'

Page 132: La Justicia

CAPITULO XII

derecho de propi.eclad_

§ 54, Supuesto que todos los objetos materiale íl;susceptibles de apropiación provienen, por un proce- ; ► ,dimiento 6 por otro, de la tierra, siguese que, por suorigen, el derecho de propiedad depende del derechode usar de la tierra. Esta conexión inevitable debió iií

ser indiscutible cuando no existían productos artificia- deles y los naturales eran los únicos que se podían apro-piar. En nuestra forma de sociedad ya desenvuelta,

,•'1101

hay innumerables objetos poseidos, tales como casas, •muebles, vestidos, obras de arte, billetes de Banco, p>1^

acciones de ferrocarriles, créditos hipotecarios, valo-res públicos, etc., cuyo origen no se refiere abiertay claramente al uso de la tierra. Sin embargo , como gires

son, ó productos del trabajo, ó signos representativosdel trabajo, y el_ trabajo seria imposible sin subsistir,y la subsistencia se alimenta del suelo , no podemos imsmenos de reconocer la existencia de esta conexión 1811scontinua, por lejana y embrollada que parezca. Lajustificación ética completa del derecho de propiedad

rc

Page 133: La Justicia

l

POR H. SPENrFR 133

tropieza, pues, con la misma dificultad que la del de-recho de usar la tierra.

El ensayo de justificación de Locke (1) no es satis-factorio. Declara éste «que aunque la tierra y todaslas criaturas inferiores sean comunes á todos, todohombre tiene derecho á la propiedad de su propiapersona», de lo cual infiere que «el trabajo de sucuerpo y la obra do sus manos» deben pertenecerlecomo suyas. «Incorpora el hombre, añade, su trabajoá toda cosa que haya sacado del estado de naturalezay le comunica algo que es muy suyo, convirtiéndoleasí en su propiedad.» Yodría oponerse á Locke quetoda vez que, según sus premisas, «la tierra y todaslas criaturas inferiores son comunes á todos los hom-bres», el consentimiento de todos es necesario paraque un objeto pueda equitativamente «ser sustraídodel estado de bien común en que la naturaleza lo hacolocado» o La cuestión esco plo sigue: el trabajo con-

sagrado á sacar este objeto del estado natural, 2 creapara el hombre que veri fica tal trabajo un derechosuperior al total de los derechos preexistentes de todos

los demás hombres? La cuestión no es, en verdad,insuperable. Según que nos supongamos, en presenciade condiciones salvajes, semicivilizadas Ocivilizadas,hay tres maneras diferentes de demostrar que losderechos personales de propiedad pueden establecersesin violar los derechos iguales de los demás hombres.

Los ocupantes de una región , que recogen ó cap-turan sus productos, pueden tácitamente, si no de modo

(1) Locke Two Treatises of Gover%ment 5. • edic. Londres 1728. Se-

gundo tratado, § 21.

Page 134: La Justicia

134 LA JUSTICIA

expreso, convenir en que habida cuenta de las proba -bilidades iguales que tienen de apropiárselas, el asen-timiento pasivo de todos los ocupantes sancionarátoda apropiación verificada por uno de ellos. Esteacuerdo general es el que observan los miembros delas tribus cazadoras. Conviene , sin embargo , notarque algunas de éstas afirman la restricción práctica,ya que no teó idea , que antes hemos enunciado ; lacostumbre reconoce á toda la tribu un derecho en elreparto de la caza ocupada por uno de sus miembrossin duda en virtud de la convicción de que antes dehaber sido la caza muerta pertenecía á todos.

«Los comanches, nos dice Schoolcrazt (1), no

aceptan la distinción entre lo silo y lo tuyo más quepara los bienes muebles; pretenden que el territorioque ocupan, asi como la caza que en él vive, y queno puede apropiarse más que por captura, son comu-nes ä toda la tribu. El comanche que ha muerto unapieza de caza guarda la piel, pero la carne se distri-buye s. gi n las necesidades del grupo y siempre sindebate. Cada individuo debe admitir á todos losmiembros die la tribu á participar de sus subsisten-cias.»

Iguales usos é ideas imperan entre los chipewa-yos (2) .

« Cuando una partida de cazadores ha ocupadola caza en un terreno cerrado , escribe Schoolcraft,.se divide entre todos aquellos que han tornado parteen la tarea: ocupada la caza en terrenos privados,

(1) Information respecting the Indian Tribus of the Unites' Sta-tes, cinco volúmenes, i, 232.

(2) .Ibid, V, 177.

^cc

Page 135: La Justicia

\

4`'

poll H. SP1+',P`Gr±:R. 135

considera propiedad particular; sin embargo , todocazador no afortunado, puede apoderarse de unciervo, á condición de abandonar la cabeza, la piel,

y el vientre al propietario.»El coasociado en un derecho de pesca, ó bien el

invitado mismo á una partida de pesca, apreciará lanaturaleza casi equitativa de esos arreglos, que si node un modo expreso, á lo menos de un modo tácito,tienen fuerza de ley. Recuérdese la irritación quoprovoca un compañero ó asociado z una pesca , quo

abusa de su derecho , irritación que a;'.al será m6sviva si se trata de una apropiación abusiva de ali-mentos, lugar de un simple atentado, poco deli-cado, contra el goce de los demás pescadores.

Pasando de la vida de los cazadores á la vida semi-sedentaria, nos encontramos con costumbres queimplican las mismas ideas generales. En lugar de serpuesto á disposición de todos para recoger y ocuparen él una parte igual de los productos que propor-cione , el territorio se pone á la disposición igual delos ocupantes para cultivar en él los alimentos; en elsegundo caso, corno en el primero, los productos sonadquiridos por los miembros que han efectuado eltrabajo. Los alimentos obtenidos sobre una porcióndel territorio que un miembro ha cultivado, son pro-piedad suya con el asentimiento de la tribu, asenti-miento que implica el reconocimiento de derechosanálogos de propiedad establecidos igualmente á favorde todos los demás miembros de la misma. Segúnhemos visto estudiando la tenencia de la tierra enRusia (capitulo precedente), el acuerdo indefinido ori-ginario, acaba por transformarse en un acuerdo defi-

Page 136: La Justicia

136 iLA TUSTIGia

nido ; se divide la tierra en lotes iguales, se atribuyeel derecho de cultivar cada lote reservado al posee-dor designado, y en su virtud, el derecho de propie-dad sobre el producto obtenido. Un acuerdo de estegénero regia en Irlanda (1), en tiempo de Enrique II,yT continuó rigiendo posteriormente á su reinado.«laos miembros de la tribu se repartían la tierra,pero una nueva distribución se verificaba pasadosalgunos años.» En virtud de este acuerdo general, elindividuo gozaba de un derecho exclusivo de propio-dad sobre todo lo que en tales condiciones proveníade su trabajo en la tierra. En este caso, como en elanterior, el derecho de propiedad nace conformán-dose con la ley de libertad igual para todos.

Aun cuando un derecho de propiedad nacido deese modo, no resulte, en verdad, de un contrato ex -plicito y concluido entre la comunidad de una partey cada uno de sus miembros de otra, sin embargo,nos encontramos ante una estipulación que parece uncontrato virtual y que hubiera podido transformarseen contrato formal, si una parte de la comunidad,entregada á otras ocupaciones, dejase al resto conti-nuar el cultivo, declarando, de comiin acuerdo, queuna parte del producto de este cultivo se reservaría,por el uso de los lotes de su tierra, á los miembrosque hubiesen dejado de ser cultivadores. Nada prue-ba, en verdad, que semejantes relaciones hayan exis-tido entre los ocupantes y la comunidad , sancionan.-do la propiedad del producto de la ocupación me-diante una decisión previa del valor equivalente á la

j) Green: Obra eitatja, xvti[. pig. 4:31..

Page 137: La Justicia

POR H. SPENCER 137

renta territorial. Según hemos visto además, la pro-piedad originaria de la comunidad fué con frecuen-cia trastornada por la acción de agresores extrañosé interiores , y el usurpador de ordinario ha exigidola renta bajo forma de una prestación en trabajo, ó

en servicio militar, antes que en especies naturales;este estado de cosas hacia tabla rasa de los derechosde propiedad, fundados sobre la equidad, y de todos losdemás derechos equitativos. Y, sin embargo , de esasusurpaciones se ha derivado el sistema de propiedaden virtud del cual el Estado confiere la tenencia dela tierra , sistema éste susceptible de provocar el na-cimiento de un derecho de propiedad equitativo enteoría. En China (1), «donde la tenencia total de latierra proviene directamente del Estado mediante elpago de una tasa anual y de una composición por elrescate del servicio personal debido al gobierno» , lahipótesis de que el emperador representa á la comu-nidad, basta para dar validez á la propiedad legitimadel superabit que queda disponible después del pagode la renta reservada á la comunidad. En Judea (2),el gobierno es el propietario supremo, y hasta eldía de la institución de los zentinsclares, percibiódirectamente la renta; se necesitaría una interpreta-ción forzada para referir allí el derecho de propiedadá un contrato entre la comunidad y el individuo. Lasexigencias de la moral no están mucho mejor res-petadas entre nosotros; dada la doctrina según la

(1) Willians (S-W.) : The Middle Kingdom, dos volúmenes, E, pá-

ginas 1-2.(2) Laveïeye : Primitive Property en la Contemporary Revienl-

1,ondres, 1.ßg , pig. 310 y siguientes.

Page 138: La Justicia

138 LA JUS'l'ICI.4

cual todo propietario territorial es tenedor de lacorona, sólo tiene un valor puramente teórico. Úni-camente en algunos raros paises, donde la propiedaddel Estado no está virtual , sino expresamente reco-nocida, y donde las rentas ordinarias se perciben porla corona (que en este caso se halla identificada conla comunidad), se ha establecido, corno consecuencia,a+-f uella especie de uso de la tierra que teóricamenteconfiere un fundamento válido al derecho de propie-dad privada.

Admitamos, pues, que desde el punto de vista éti-co, el establecimiento de un derecho completo depropiedad está rodeado de las mismas dificultadesque encuentra el establecimiento de un derecho corn-pleto al uso de la tierra. Sin embargo , el examen delos hechos comprobados en las sociedades primitivasnacientes, hechos que se encuentran en la historiaantigua de nuestras sociedades civilizadas, basta parapoder afirmar que, por su origen , ese derecho de pro-

piedad es susceptible de ser referido á. la ley de la li-bertad igual para todos, y que sólo la infracción de losdemás corolarios de esta ley es capaz de romper se-mejante relación.

55. A medida que la sociedad se ha. desenvueltoesta deducción fué elaborándose , alcanzando poco .ípoco un vigor mayor : la costumbre la reconoció muypronto, y muy pronto después la formuló el legislador.

En el origen, el derecho de propiedad, fué con-siderado como una reivindicación válida en virtudde un trabajo realizado , fuera de toda agresión.Los pueblos más groseros , aquellos en los cuales laconcepción del derecho de propiedad se ha desenvirel-

Page 139: La Justicia

POR H. SPL+'Nt;ER 139

to menos, admiten la propiedad de las armas, de losutensilios y de los ornamentos; el trabajo confiere

todos esos objetos un valor proporcional, notable-mente superior al de la materia primera con que estánformados. Las chozas son ya, en un grado menor, elproducto del trabajo individual, puesto que general-mente están combinadas con el socorro de auxiliares,teniendo en cuenta la reciprocidad del servicio. e-inos enumerado todos los objetos cuyo valor, enesta época, resulta mucho más del esfuerzo realizadoque del valor intrínseco de la materia de que pro-vienen; el valor intrínseco, por ejemplo, de los alimentes recogidos ó capturados en estado natural,supera al del esfuerzo hecho para p rocurarlos. tales, sin duda, la razón por la que las sociedadesmás groseras ha definido más claramente el derechode propiedad de los bienes muebles que el de los de-

más objetos.El reconocimiento del derecho de propiedad ha

sido, pues, en el origen, el reconocimiento de larelación que debe existir entre el esfuerzo realizadoy el resultado obtenido. Esto es precisamente lo quehace notar, en el curso de los tiempos, el régimendel grupo patriarcal y el de la comunidad familiar.Aunque, según H. Maine (1), el jefe del grupo hayasido al principio el señor nominal de todos los bienes,no obraba, sin embargo, más que en su calidad demandatario, y así, cada uno de los miembros quecontribuían con su parte al trabajo común, recibíasu parte del producto. Casi socialista, en el interior

(1) Anr.ierct Lam s tercera edic., 1866, pág. 184 (Londres).

Page 140: La Justicia

140 LA JUSTICIA

de la tribus, pero admitiendo la concurrencia exte-terior á ella, esta reglamentación no ofrece la expre-sión definida del derecho de propiedad individual,mas sí implica que el trabajo debe proporcionar altrabajador un equivalente aproximado de productos;aserto tácito éste que se transforma en aserto explí-cito cuando los miembros del grupo adquieren lapropiedad de ciertos bienes en virtud de un trabajoefectuado fuera del trabajo de los demás miembros.

Sería superfluo seguir el desenvolvimiento del de-recho de propiedad tal como los legisladores lo hanestablecido y tal como sus agentes lo han interpre-tado, remontándonos hasta los mandamientos de loshebreos para descender hasta los tiempos modernos,donde vemos á las leyes formular los derechos depropiedad más diversos con un detalle infinito y unagran precisión. Por el momento, bástanos notar queesta consecuencia del principio de la justicia ha sidoadvertida, quizá mejor que sus demás consecuenciassociales, desde el comienzo del progreso social, y queluego se la ha aceptado bajo una forma más y másdefinida, , al propio tiempo que se propagaba y tomabaun carácter más y más perentorio. Iloy, la violacióndel derecho de propiedad por la apropiación no auto-rizada de una legumbre ó de algtin trozo de made-ra, constituye un delito, y el derecho de reproduc-ción de una. novela , de un modelo, de una marca defábrica, constituye una propiedad.

56. Imaginando que un principio de moraljustifica sus actos y aun los obliga, muchos tratan deechar por tierra ese derecho. Conceptúan injusto quetodo hombre recoja los beneficios en relación con

Page 141: La Justicia

Í'0R H. SPENCER 141

sus fuerzas, y niegan que honradamente pueda guar-dar la totalidad del producto de su trabajo y forzar álos menos capaces á conformarse con la suma menorde bienes que su trabajo haya producido. Esta doc-trina podría resumirse de este modo: «El trabajo,distinto en calidad y cantidad, debe reportar unamisma parte del producto: procedamos á la distribu-ción igual de productos desiguales.»

Es cosa bien clara que el comunismo implica laviolación de la justicia tal como queda definida enlos capítulos precedentes. Afirmando que la libertadde cada cual no está limitada más que por la mismalibertad de todos, afirmamos que cada cual tiene de-recho de atribuirse todos los goces y todas las fuen-tes de goce que se procure, sin violar las esferas deacción de sus vecinos. Si, pues, un vigor superior,un espíritu de más inventiva ó una aplicación másintensa, procuran á un hombre una suma sobrantede goces á de fuentes de goce, siempre que no sea Acosta de las esferas de acción de otro, la ley de liber-tad igual para todos le confiere un titulo exclusivosobre todo ese producto sobrante.

Las instituciones del pasado permitían á algu-nas raras superioridades enriquecerse á costa de l a .muchedumbre de inferiores. Iloy se reclama de lasinstituciones que en riquezcan á la masa á costa de laminoría superior esclarecida. Los defensores del an-tiguo régimen social partían de la hipótesis de que sucarácter era equitativo; igualmente, los defensoresdel nuevo régimen propuesto , pretenden que estese funda sobre la equidad. Convencidos del funda-mento de su derecho, juzgan que la fuerza que sin

Page 142: La Justicia

i ,42 i4t JUSTICIA

saberlo emplean, podrá imponer equitativamenfe unadistribución nueva. Tal como la naturaleza humanaha existido siempre en el pasado y tal como existealrededor de nosotros, el hombre que por la superio-ridad de sus facultades físicas ó mentales, ó por unat.cailtad de trabajo superior, recoge ganancias quesuperan á las de los demás hombres, no les dejará debuena voluntad este excedente ; algunos raros indi-viduos consentirán quizá en ello , pero estarán lostales muy lejos de representar el término medio de lahumanidad. El hecho de que el término medio supe-

rior no cederá voluntariamente s u. excedente de be-neficios adquiridos por su superioridad, implica eluso de medios coercitivos y entraña el empleo nece-sario de la fuerza. Las dos partes lo saben: la muche-dumbre de los inferiores detenta un poder de coac-ción física superior, y los comunistas pretenden quela equidad justificará1_a coacción necesaria de lanoría afortunada por la mayoría hasta ahora menosbeneficiada.

Después de todo lo que hemos dicho en nuestrosprimeros capítulos , apenas si es necesario recordarque un sistema que en tal doctrina se inspirase , oca-sionaría la degeneración de los ciudadanos y la deca-dencia de la comunidad. La supresión de toda, disci_-ldina natural que mantenga á las criaturas en el es-t i do de adaptación a las actividades que exigen lascondiciones de, la vida, conduciría á la ineptitud parala misma, y á una desaparición lenta, ó rápida de 1a$razas que á ellas intentasen distraerse.

57. La moral a .voluta afirma, pites , el derechode propiedad, y, por parte, la moral relativa. que

Page 143: La Justicia

POR H. SPE]Nia R, 143

tiene en cuenta las necesidades transitorias no ad-niite; la violación que implican los proyectos de loscomunistas. Sin embargo, la moral relativa autorizala limitación del derecho de propiedad en la medidanecesaria para hacer frente á los gastos de protecciónnacional é individual.

1Ieros enunciado ya el principio de que la con-

servación de la especie ó de una variedad organizada.en nación constituye un fin superior á la conser-vación individual; hemos visto que este fin justifica.la subordinación del derecho á la vida que resulta delpeligro de muerte en caso de guerra defensiva. Jus-tifica además la subordinación del derecho á la li-bertad que el servicio y la sujeción militar exigen.E preciso que recordemos una vez más todavk eseprincipio , porque legitima la apropiación de la por-ción de bienes y rentas de los individuos necesariospara subvenir á las atenciones de una resistenciaadecuada contra el enemigo. 'podo atentado contrael derecho de propiedad impuesto en virtud de una

guerra defensiva, entraña una justificación casi ética,cosa que no sucede cuando se trata de infraccionescometidas en virtud de una guerra ofensiva.

También es legitima otra restriccion á que el de-recho de propiedad se encuentra sometido. La. pro-piedad debe contribuir al sostenimiento de las admi-nistraciones pAblicas encargadas de velar por elrespeto del derecho de propiedad y de todos los de-rechos en general. Esta infracción parcial del dere-cho de propiedad seria superfluo en una sociedadcompuesta toda por hombres que respetasen sus re-cíprocos derechos; pero en las sociedades tales como

Page 144: La Justicia

144 LA JUSTICI:L

son y tales como serán probablemente durante mu-cho tiempo todavía, el mejor medio de lograr elcumplimiento de la ley de libertad igual para todos,es sacrificar lo que de los derechos hasta aquí dedu-cidos se crea necesario para la conservación del res-to. La moral relativa sanciona, pues, una limitaciónequitativamente regulada y necesaria para el soste-nimiento del orden y para procurar la seguridad.

Page 145: La Justicia

CAPÍTULO XIII

^l der echo de ipropiedaci poral-

58. El perro no libra una batalla sólo por con-servar el hueso que ha encontrado; defiende el abrigoó cualquier otro objeto que su dueño le confia, y per-cibe el derecho A la propiedad de un objeto visible ytangible; basta, pues , una inteligencia mediocre paraconstruir con el pensamiento el derecho de propiedadmaterial. Mas para una propiedad que no es ni visi-ble ni tangible, es preciso acudir d una inteligenciade un alcance superior con mucho. La concepción dela existencia de un producto mental exige la intro-ducción de una imaginación constructiva, y una ima_ginación constructiva de un grado muy superior esindispensable para llegar d concebir que el productode un trabajo mental puede constituir una propiedadde modo igual y tan legítimamente como cualquierproducto del trabajo manual.

Tanto desde el punto de vista del elemento posi-ti vo como del negativo del derecho , es posible demos-trar que esas dos propiedades descansan en un mismo

1

Page 146: La Justicia

116 LA .JLiSTICIA

fundamento. Recordando que la justicia, bajo suaspecto positivo, exige que cada individuo recoja lisprovechos y los inconvenientes de su propia natura-leza y de la conducta subsiguiente , bien claro resultaque todo individuo en quien el trabajo mental pro-duce un resultado tiene el derecho de recoger la tota-lidad del beneficio que de él provenga naturalmente.Según la hemos de-finido, la justicia exige en ese caso,corno en todos los demás , que nada destruya la cone-xión entre la conducta y sus consecuencias; por tanto,el derecho al beneficio alcanzado es un derecho cuyavitalidad resulta indiscutible.

El elemento negativo de la justicia, que en todas lascriaturas asociadas restringe las actividades de cadauna con los límites impuestos por la misma actividadde todos los demás, prohibe igualmente la apropiacióndel producto mental de otro, ó más bien prohibe eluso de él, sin el asentimiento del productor , cuantasveces ese producto es (le aquellos que poden conferirun beneficio á cualquiera. Supongamos que B ., C.

y D. usan en su pro , y sin consentimiento de A. , deun producto mental elaborado por éste; violan la leyde libertad igual para todos, pues que cada uno seha beneficiado de la utilización del producto mentalde A, sin ofrecerle ocasión de aprovecharse de lautilización de algún producto equivalente, mental ómaterial, fruto (le sus propios trabajos. Al argumentosegún el cual, sirviéndose del producto mental de A.,no le despojan de él, yo debo replicar que el uso quecualquiera hace (le su producto mental ó materialpuede ser la fuente prevista de un beneficio. El cons-tructor de una casa destinada á ser alquilada , de un

i

I^

Page 147: La Justicia

l'OR H. srE\TC.Fr,, ] i7

carruaje para, viajeros , ? no seria víctima de un en-gaño de parte de aquellos que ocupen casa ó ca-rruaje sin pagarlos? En efecto ; el constructor noha trabajado para su uso propio, sino para el de otro,y es preciso que reciba la retribución cuyo logro leha determinado á e d ificar la casa ó á construir elcarruaje. Aun á falta de contrato en el cual se esti-pule expresamente el pago del arriendo ó alquiler,nadie dejare. (le reconocer que el propietario burladoha sufrido una injusticia. Y todavía más: en el casoen que el autor de un producto mental no es despo-jado por quienes se sirven de él, y esto sin un con-trato preciso , no puede negarse que se encuentralesionado cuando otros lo utilizan sin proporcionarleel beneficio en virtud del cual ha trabajado.

Los productores cuentan con los beneficios pro-venientes del uso O utilización por otro de dos cate-gorías de productos del espíritu: de aquellos que vanincorporados á los libros, composiciones musicales,obras del arte plástico, etc., etc., y de aquellos que seincorporan á las invenciones mecánicas a otras porel estilo. Estudiaremos por separado cada una de ellas.

59. Un hombre puede leer, escuchar, observarindefinidamente sin atentar á la libertad de otro quehaga otro tanto. Los conocimientos que de esta suerteha adquirido puede asimilárselos, reorganizarlos,formular conocimientos nuevos sin atentar tampocod los derechos de nadie. Nadie se creerá con derechoA pretender que éste se excede en los derechos de lalibertad individual si se reserva sus conclusiones vlos pensamientos elaborados, aunque pudieran tenerun valor como medio de dirección y aunque su belle-

Page 148: La Justicia

148 LA JUSTICIA

za pudiera darles igualmente una. Si en lugar de re-servárselas , se decide á publicarlas , debe ser muydueño de imponer condiciones ::in atentar por eso álos derechos de ninguna otra persona. Los demáshombres quedan en libertad de acerptarla.s ú no; eneste último caso quedan corno estaban. Pero si otroshombres pasan por las condiciones propuestas, y des-pués que les ha vendido ejemplares de su libro , ya.directamente, ya por el intermedio de sus gentes,.bajo el imperio de un acuerdo tácito por el que á ca.mmbio de una suma de dinero recibida, les cede , en elpapel impreso, el derecho de leer y de prestar su obra,pero no el de reproducirla; si, repito, en esas cir-cunstancias, se reproduce su libro, el que tal hagaviola las condiciones tácitamente aceptadas y cometeuna agresión. En pago del precio entregado, se apo-dera de un beneficio mucho más considerable que elque el productor entendía ofrecerle á cambio del pre-cio recibido.

Es verdaderamente extrafio que gentes ilustradassostengan que el hecho de la publicación hace de unlibro una propiedad Oblica., y que , en virtud de uncorolario de la libertad de trabajo , cualquiera puedeadquirir desde luego el derecho de reimprimir y de

vender para beneficiarse los ejemplares de la reim-presión. A ffirman que el derecho del autor constituyeun monopolio y no una forma de la propiedad priva.-da. Pero si lo que el reimpresor toma no es bien paranadie, ¿curio la cosa de que se apodera puede tenervalor alguno ? Si la cosa tomada no tuviese valor , elque (le ella se apodera nada perdería con que se leimpidiera hacerlo. Si pierde algo, es quo la cosa to-

Page 149: La Justicia

POR H. SPENCER 149

nada vale algo. Y puesto que esta cosa de algan va-lor no es Un pro(Iucto natural, es preciso que tal va-lor haya sido adquirido á costa de la persona que consu arte la ha producido. Mace ya algunos años for-mulaba gro á este propósi to . el argumento siguiente:

«Los miembros de la comisión de la propiedadliteraria y artística, ó los testigos por ella oídos, quequieren, si no abolir los derechos de autor, por loplenos rodearlos de restricciones que equivaldríancasi ;L la supresión , han alegado los intereses de lalibertad de comercio, y han intentado desacreditarlos derechos del autor, tal corro hoy se encuentranestablecidos, diciendo que son un monopolio. En elsentido económico, un monopolio es un arreglo porvirtud del cual la ley confiere á una persona ó á unacorporación el uso exclusivo de ciertos productos, deciertas facilidades ó de ciertos ajustes naturales, que,

no existir tal ley, estaría á disposición de todos. Eladversario de un monopolio es el que, no reclamandodel monopolizador ayuda ni directa ni indirecta , robala facultad de usar en las mismas condiciones deigualdad. de sus productos, ó facilidades, ó agentesnaturales; la naturaleza por si no ha puesto la indus-tria que él pretende ejercer bajo la dependencia delmonopolizador, y se siente capaz de ejercerla con unéxito igual ó superior al de quien monopoliza. Tome-mos la industria literaria, y comparemos el supuestopartidario de la libertad comercial con el supuestomonopolizador. Este (el autor) ¿prohibe al supuestopartidario de la libertad de comercio (al reproductor)servirse de ninguno de los procedimientos ó mediosempleados para producir libros? De ningún modo;

Page 150: La Justicia

150 LA dliSTiCIA

esos procedimientos continúan siendo accesibles á to-dos. Por su. lado , el supuesto partidario de la li-bertad comercial, i desea sólo, sin pedir nada a na-die prestado , hacer uso de esas facilidades accesibles

todos, al igual que si el supuesto monopolizadory su obra no existiesen? Muy por el contrario ; de-sea obrar á costa de este Último y obtener los be-neficios que le seria imposible obtener si el supuestomonopolizador y sus libros no existieran. En lu-gar de juntarse con el verdadero partidario de laverdadera libertad de comercio , para quejarse del.obstáculo que el monopolizador levanta en su camino,ese pseudo partidario de la libertad comercial quejasede no poder utilizar una asistencia que toma su ori-gen (le aquel á quien llama monopolizador. El ver-dadero partidario de la libertad no reclama niás quefacilidades naturales, y no combate sino los obstácu-los artificiales. El pseudo partidario de la libertadno se satisface con las facilidades naturales , quejasepor verse obligado á pagar el precio de una ayudaque debe al arte de otro.

Algunos adversarios de la propiedad literaria hanmanifestado ante la comisión su extrañeza de ver álos autores ciegos por el afán del lucro hasta el pun-to de no comprender que, defendiendo sus derechosactuales , se constituían en defensores de su monopo-lio. Los autores sí que tenían razón sobrada de ex-trañarse viendo d ciertos defensores reconocidos delos principios económicos, confundir el caso de un

hombre que, deseoso de ejercer una industria, no re-clama otras condiciones que las que serian precisas!aunque tal otra persona no existiese , con e.1 caso de

Page 151: La Justicia

rnR s pFNc.Elz 151 •

un hombre que desee ejercer una industria de unmodo que sólo es posible existiendo esta personamisma. Todo argumento contra la propiedad litera-ria descansa sobre una confusión entre dos cosas ra-dicalmente opuestas, y se desvanece A la luz (le ladistinción que es preciso establecer.» (Edi;nbu. rg Re-view, Octubre, 1878, páginas 329-330.)

Parece, pues, que considerado como deduccióndel principio fundamental de la justicia , el derecho:í, la propiedad literaria no puede ser puesto en dudani un instante.

60. Las costumbres primero y luego las leyes,ban reconocido el derecho de los productores inte-lectuales. En el origen , el auditorio O el patronatode los personajes ilustres, en cuya casa recitabanaquéllos sus obras, remuneraban a los autores, eramal visto y hasta deshonroso sustraerse á esta obli-gación. En Roma (1 ), ese derecho de propiedad ad-quirió un cierto valor mercantil. M. Copinger sefia-la diferentes autores antiguos que vendieron susobras ; por ejemplo: Terencio, que vendió El Eunuco,y la hecira y Estacio que vendió su Agava. Los co-pistas alcanzaron , si no A los ojos de la ley, en lapráctica, el derecho de reproducción exclusiva de losmanuscritos. En nuestro país, el equitativo derechodel autor está reconocido desde hace dos siglos (2).Un acto de Carlos II prohibió imprimir una obra sinel consentimiento del autor ; bajo el imperio de este

(1) Copinger (W. A.) : The Law of Copyright. Segunda edición,

pagina 2.(2)) Robertson: Art. Copyright. en la Encycl. Britannique. Novena

edicián.

Page 152: La Justicia

152 .JUSTICIA

acto, se pudo vender y comprar los derechos de au-autor. En 1794, decidióse que la ley común habíaconferido á perpetuidad al autor y sus derechoha-bientes , el derecho exclusivo de publicación , peroque un estatuto lo habla restringido á un períododeterminado. El artículo de M. Robertson muestraal detalle cómo ese principio se ha aplicado por ana-logía á otros productos de la inteligencia: á las obrasde arte bajo Jorge II (8 c. 13) ; bajo Jorge III (acto7 y 38 c. 38 y 71, éste para los modelos, moldes) ; álas producciones dramáticas y á los cursos y confe-rencias bajo Guillermo IV (actos 3 y. 4 , c. 15, 5 y6, c. 65) ; á las obras musicales (actos 5 y 6, c. 45),y á las litografías bajo Victoria (actos 15 y 16, c. 12) ,y por fin á los cuadros , en 1862.

El legislador y los pensadores que han estudiadola cuestión desde el punto de vista ético , han tenidoque preocuparse de la duración que conviene asignará este derecho de propiedad. El problema no es fácil,en verdad, de resolver ; 2 debe concederse durante lavida ciel autor y la de sus descendientes, sin limita-ción alguna durante la vida del autor y aumentadapor un cierto número de arios después de su . muerte,O durante su vida tan sólo? No hay razón especialque recomiende para ese género do propiedad un ré-gimen legal de propiedad y de transmisión testamen-taria diferente del que rige A las demás propiedades.Las lenguas, las ciencias y los demás productos de lacivilización anterior ele que el autor se ha servido,pertenecen, según se ha dicho, al conjunto social,pero esos productos intelectuales de la civilizaciónson accesibles á todos, y al utilizarlos , el artista ó el

Page 153: La Justicia

POR II. SPF10E P. 153

escritor no han disminuido el poder de otro para

servirse de ellos. Sin sustraer nada de la riqueza co-mún, lo que han hecho sencillamente es combinaralgunas partes con sus pensamientos, sus principios,sus sentimientos , su talento técnico, cosas éstas to-das que son exclusivas suyas y les pertenecen másaún que pertenecen á sus propietarios los objetosvisibles y tangibles que encierran materia primera,puesta fuera del uso potencial de los demás hombres.

En realidad , tin producto del trabajo mental es,de un modo más pleno y completo una propiedad, quelo puede ser cualquiera producto del trabajo corpo--ral, porque lo que constituye todo su valor es obraexclusiva del trabajador. z Cómo , pues , la duraciónde la posesión será, en ese caso, menor que en losdemás?

Dejemos en este punto la cuestión, haciendonotar que en los tiempos recientes y civilizadlos , laley ha sancionado el derecho de propiedad de estacategoría d.e productos intelectuales, derecho quehemos deducido , por nuestra parte , de la fórmula dela justicia, y que esta sanción legal se lia propagadoV especificado á medida que ha progresado el desen-volvimiento social.

61. Pastará un sencillo cambio en los términospara aplicar á los inventos lo que acabamos de decirde los libros y de las obras de arte. Imaginando unacombinación mecánica nueva ó parcialmente nuevacon carácter de utilización práctica, inventandocualquier procedimiento diferente ó mejor que losprocedimientos conocidos, el inventor hace de lasideas, de los útiles, de los materiales, de los proce-

Page 154: La Justicia

LA JUSTICI.4

dimientos conocidos, un USO que está al alcance cle

todo el mundo, y no restringe en nada la libertad deacción de nadie. Puede, por tanto, sin traspasar loslimites prescritos, pretender el goce exclusivo de suinvento ; y si divulga su secreto , no atenta contraningún semejante, imponiendo las condiciones bajoque permite utilizarlo. Por el contrario, quien no

haya aceptado esas condiciones, violará la ley de li-ber tad utilizando el invento ; en efecto : aprópiase unproducto del trabajo mental del inventor si per-mitir á éste apropiarse un producto equivalente alde su trabajo ó la posesión de otro equivalente cual-quiera.

Es cosa muy conforme con el sentir de la concien-cia respetar el equitativo derecho á los beneficios deun invento á quien ha consagrado varios años al es-tedio y á las experiencias que le han precedido , y enocasiones hecho adelantos de capital que se han suma_.do al trabajo cerebral y manual; negar semejante de-recho seria tanto más censurable cuanto que las pre-tensiones que no implican ni trabajo, ni beneficio, es-tán, no sólo autorizadas para producción, sino escru-pulosamente impuestas. El mundo está lleno de defe-rencias hacia los derechos convencionales del especu-lador afortunado en la Bolsa, del individuo que por nohacer nada se ve largamente retribuido ; llega hastainclinarse ante la pensión perpetua que recibe el des-

cendiente de la querida de un rey. Y en cambio obs-tinase en no reconocer ningíln derecho adquirido enel producto de la energía vital irrevocablemente gas-tada, por el obrero que, trabajando clia y noche, sa-crificando su salud Yy su fortuna , h :z logrado al fin

154

Page 155: La Justicia

POR II. sI'ENC:LR. 155

perfeccionar una máquina, dándole una potencia ma-ravillosa. Sus conciudadanos suelen burlarse de él ytratarle de visionario , mientras sacrifica su tiempo,su dinero y su salud, y cuando, con sorpresa suya, lo--gra lo que se propone, y los resultados beneficiosos desu esfuerzo son irrecusables, entonces se les oye gri-tar : « ¡ Ese reclama , exige un monopolio, y nosotrosno lo queremos!» El gobierno toma sus medidas paraprotegerle, permitiendo obtener un privilegio de in-vención á condición de pagar los gastos (1), pero noobra así por un sentimiento de equidad, sino por uncálculo de político previsor. «U n privile gio de inven-ción no puede reclamarse con pleno derecho», nosdicen los legistas: debe servir tan solo como « esti-mulante ciel trabajo y del talento». Así, á la vez que lamás pequeña sustracción de un objeto material, porejemplo, la de cinco céntimos tomados del cajón porun mancebo de un comercio , constituye un delitocastigable , ese capitalista puede, á falta de cualquierformalidad legal, apoderarse para su lucro , y sinriesgo ni deshonra de un producto mental, de un valorincomparable por inmenso que haya sido el esfuerzoque su elaboración haya costado.

Aun cuando el invento no fuese útil para la socie-dad mm má,s que á condición de ser gratuitamente utili-zable, no por eso habría motivos suficientes para pres-cindir de los títulos del inventor; nadie disputa losderechos del colono que cultiva su tierra mirando ásu propio provecho y sin preocuparse de los beneficios

(1) No hace tinto tiempo que el coste total de un privilegio de

invención se elevaba á algunos cientos de libras esterlinas.

Page 156: La Justicia

L.1 JUSTICIA

del público. En todo invento, además, la sociedadgana siempre más que el inventor. Para que éste sevea en situación de recoger losprovechos de su proce-dimiento ó de los aparatos nuevos, es preciso que con-ceda ventajas á los demás hombres, proporcionándo-les mercancías mejores á precio ordinario, ó mercan-cías iguales á más bajo precio. Si fracasa, su inventoes como si no existiera , si alcanza buen éxito , cedeal mundo la casi totalidad, de la nueva mina de ri-queza que ha abierto. Comparad los beneficios queWatt ha obtenido con sus privilegios de invención conlos beneficios que sus perfeccionamientos (le la máqui-na, de vapor han procurado á su país y á todas las de-más naciones; la parte del inventor es infinitesimal allacto de la que recoge el género humano. Y sin em-bargo, ¡ cuántos no querrían apoderarse hasta de esaparte infinitesimal!

La inseguridad de esta categoría de propiedadmental engendra resultados tan desastrosos comola inseguridad de la propiedad material. En una socie-dad donde el ahorro no tiene la seguridad de conser-var las riquezas que ha acumulado, la f Llta de capita-les engendra la miseria; en un pueblo que desconozcalos derechos (lel inventor, los perfeccionamientos sedetendrán , y la industria permanecerá estacionariay pobre. Porque, en general, los hombres ingenio-sos, ante la falta de remuneración de sus sacrificios,habrán de negarse á poner en tortura el cerebro.

Debemos, sin embargo, hacer notar que, movidapor consideraciones, ya que no de equidad , á lo me-nos politicas, la ley ha reconocido poco á poco losderechos del inventor. Entre nosotros, sólo el favor

156

Page 157: La Justicia

I'()R H. SPENCER. 157

otorgaba los primeros privilegios de invención, quedurante largo tieriapo tuvieron el carácter de verda-deros monopolios; pero cuando en 1623 un Acto delParlamento decidía la ilegalidad de éstos (1), distin-guía entre ellos y los derechos particulares y exclusi-vos de los inventores. Creyóse entonces útil animar álos inventores , á la vez que se empezaba á compren-der que en el caso de un monopolio propiamente di-cho las actividades de otros no contraen obligaciónalguna para con el monopolizador, por cuanto quese obtendrían sus beneficios y hasta se estaría mejorsin él que con él, mientras que el llamado monopoliodel inventor confiere sus ventajas á cuantos se sirvendel in T7ento, y sin la intervención del inventor nadiepodría hacer lo que se hace mediante él.

Sea de ello lo que quiera, el derecho del inven-tor, legalmente sancionado desde hace varios siglos,hallase rodeado en nuestros (lías de cuidados solici--tos cada vez más atentos; por su parte, la reducciónde los gastos que antes entrailaba la consecución delprivilegio , ha hecho desaparecer muchos de los obs-táculos que estorbaban los efectos de su reconoci-miento. Las leyes de los demás paises, las de Américaen particular, lame concedido un lugar cada vez m; spreeminente, asegurando así el progreso constantede los procedimientos que permiten economizar eltrabajo humano.

Réstame mencionar una restricción al derechoque acabamos de exponer y de justificar. La expe-riencia de los tiempos modernos lia demostrado que

(1) Haydn's Dictionary of Dates, edit. 1866, pág. 489.

Page 158: La Justicia

L À JUSTICIA

los descubrimientos y los inventos son en parte elfruto del genio individual, y en parte de las ideas yaplicaciones preexistentes. Así resulta , y repito quela experiencia moderna confirma el hecho, que en elmomento en que un hombre hace un descubrimientoó inventa una máquina , otro hombre , con los mismosconocimientos é impulsado por las mismas ideas, seencuentra por lo comen á punto de llevarlo á cabotambién , y es casi cierto que en un periodo relativa-mente corto, se repetirá en varios sitios á la vez. Underecho exclusivo al uso del inventor podría, segúnesto, oponerse á otros derechos, y he ahí por qué hasido preciso limitar el periodo durante el cual el in-ventor tiene derecho de aprovecharse de su invento.Cuestión es esta, por lo demás, que no permite másque una solución empírica, porque es imposible fijarel número exacto de años al cual debe extenderseesta protección. Para estimar la duración razonable,seria preciso conocer y tener en cuenta el términomedio de los intervalos observados entre los inven-tos idénticos ó análogos hechos por inventores dife-rentes. Convendría además tener presente la refle-xión prolongada y los esfuerzos perseverantes queha costado llevar feliz término el invento , lle-gando á una estimación, basada sobre la experiencia,del intervalo que será `probablemente necesario paraque el uso exclusivo del invento remunere de un modoadecuado al inventor por su trabajo y por los riesgoscorridos. La relación entre el inventor de una partey de otros miembros y la sociedad de otra , es tancompleja y vaga, que es preciso contentarse con unadecisión de una equidad aproximada.

Page 159: La Justicia

POR H. SPENCER 1159

ti G'. Tenemos que tratar aún (le otra categoríade propiedad que podemos hacer entrar en el cuadrode la propiedad incorporal. Difiere esta categoría delas precedentes, en que no asegura goce ningunotísico, sino un goce mental: la emoción agradableque procura la aprobación de otro.

Esta forma de la propiedad incorporal es real-mente inseparable de aquellas de sus formas á quelos trabajos intelectuales dan vida. El productor con-sidera el renombre que procura un poema, un librode historia , un tratado científico , una obra de arte ómusical, como una parte , á veces como la parte máspreciosa , de la recompensa de su trabajo. Al propiotiempo que la opinión le reconoce el derecho á laestima pública , condena al plagiario que trata detorcer en su provecho todo ó parte de semejante esti-ma. La ley no ha previsto ese género de robo , quela sociedad castiga con una pena social. Igual ocurrecon los inventos y los descubrimientos. La opiniónsanciona, no sólo el beneficio pecuniario que recogeel primer inventor , sino también los elogios debidosá su talento inventivo y á su previsión , á la vez quecensura á quien intenta impedir éstos haciéndosepasar por el autor del descubrimiento. Un acuerdotácito , ya que no explícito , reconoce el derecho algoce de la estima general y censura la usurpación.La reputación adquirida se conceptúa , por tanto,como una propiedad incorporal.

Pero todavía hay otra categoría de propiedad in-corporal más importante ; es aquella que consiste en elfruto, no de un éxito intelectual, sino de la conductamoral. Si conviene considerar como propiedad incor-

Page 160: La Justicia

JUSTICIA160

poral la reputación resultante de las acciones mentales .

que han tornado forma en la producción, convieneaún más hacer lo mismo con la reputación resultantede las acciones mentales que producen la rectitud,la sinceridad, la templanza, en una palabra, el con-junto de la conducta bien dirigida, fuente de lo quellamamos una buena reputación. Si se estima punibledestruir la primera , más debe estimarse despojar ácualquiera de la segunda. Fruto, como toda propie-dad , de la prudencia , de la abnegación y de la per-severancia, al facilitar á su propietario los mediosde alcanzar sus fines y de satisfacer sus deseos , laestima pública es un bien susceptible de posesión,al modo que lo son los bienes de naturaleza tangible.Como ellos, tiene hasta un valor comercial; el clienteen efecto, se dirige con preferencia encia al homb re cuyahonradez le consta, con quien puede tratar sin miedo:la pérdida de la reputación entraña la de la clientela.Muchos hombres, celosos de este género de ventajas,tienen en más la propiedad de un renombre estimadoflue la de una gran fortuna. bIay gentes para quiene l honor que recompensa una buena acción es unafuente de goces más abundante que la posesión demuchos valores financieros í. obligaciones de ferro-carriles. Aquellos hombres cuyos trabajos van acom-pañados de buenas acciones y que reciben á guisa deintereses el homenaje y la simpatía cordial ele la so-ciedad , tienen el mismo derecho á esas recompensasde la virtud que•otros á la recompensa de un trabajoindustrial. Y debe esto aplicarse á todos los hombres,no sólo á quienes se distingan por un punto extra-ordinario. En la proporción en que •el hombre liavz

Page 161: La Justicia

^ POR H. s prN(:r.tt 161

ganado sus títulos legítimos á una buena reputación,tiene derecho á ese bien que , sin repetir la frase yavulgar de Yago , supera quizá en precio á todos los

Îs,demás.

1+:1 producto de la buena conducta difiere en unpunto capital de todos los demás productos del espí-ri tu ; se puede arrebatar , pero el expoliador es impo-tente para apropiárselo. Quizá sea esta una razónpara clasificar la prohibición de despojar á otro desu buena reputación entre las prohibiciones que

emanan de la beneficencia negativa y no de la justi-cia : lo cual prueba que no siempre se puede respetarla clasificación de la moral en secciones independien-tes. Y, sin embargo , una buena reputación se ad-quiere por actos realizados dentro de los limites pres-critos á la acción, y resulta en parte hasta del mismorespeto á esos límites, puesto que destruyendo en todoó en parte una buena reputación así adquirida, el quetal haga obra sobre la vida de su prójimo de una ma-nera distinta de aquella con que éste obra sobre lasuya : ahora bien; dado esto , ,puede afirmarse que elderecho á la reputación es un corolario de la ley de lalibertad igual para todos? Si es cierto que el individuolesionado puede á veces , al modo de las gentes vul-gares, usar de represalias bajo forma de recrimina-

\%, ciones 6 de palabras fuertes, recordaremos que, según¡^u;,. hemos demostrado en el cap. vl, la ley citada, inter-`lP' pretada rectamente , no tolera cambio alguno de per-

juicios ; no tolera ni represalias físicas, ni represaliasmorales. Asi la destrucción de una buena reputación,aun cuando el calumniador sea incapaz de apropiár-sela, constituye una violación de la ley de la libertad

ll^ ] 1

Page 162: La Justicia

.TTZST i C[a

igual para todos, por la misma razón que la des-trucción de unos vestidos ó el incendio de la casa

de otro.El argumento hecho aplicase sólo á la buena re-

putación legítimamente adquirida, no debiendo apli-carse cuando la reputación se funda en el engañose mantiene sólo en virtud de la ignorancia de lasgentes. No se viola, pues , la ley perjudicando á otromediante la divulgación de hechos poco conocidosque no le son favorables ; ésto viene á quitar á unhombre lo que no tiene derecho de poseer, y j azgue •se como se quiera el acto, no debe ser asimilado á losque privan de una reputación legítimamente adqui-rida. En muchas ocasiones es hasta útil para la segu-guridad de otro , y puede ser promovido por el deseode prevenir los atentados que acaso amenazan á esteúltimo. Si ocurre que tal denuncia se tiene por puni-ble , al igual que los actos que privan de una repu-tación legitima, no parece que la moral pueda san-cionar el castigo que se la imponga.

Quedan por anotar los actos censurables de laspersonas que contribuyen á propagar la calumniarepitiendo las acusaciones injuriosas sin tomarse eltrabajo de comprobar la verdad. En nuestros días, elpúblico no concede gran importancia á la culpabili-dad de aquellos que propagan, sin previo informe,tales acusaciones; con el tiempo, acaso se llegue A des-cubrir que es imposible excusarles. La ley, por otraparte , las condena y no las excusa.

Como en los casos anteriores , ésta ha venidoá reconocer un valor A la exigencia ética que acaba-mos de deducir. De antiguo se prohibe emitir falsos

Page 163: La Justicia

n0ft H. SPENCER 16:3

testimonios contra su convecino. La ley romana cas-tigaba (1) la calumnia, aun contra los muertos. Enlos grados inferiores de la civilización, el castigo delos calumniadores protegía muy de veras la, repu-tación de los superiores; así, el código (?) budista, cas-tigaba con una, pena severa todo (11SCUrSO injuriosopara un miembro de la casta más elevada. En los

tiempos primitivos de Europa, se dejaba á los noblesel cuidado de defender coil las armas su renombre ybienes. Más tarde, la ley les protegió frente la calum-nia proferida por los de las clases inferiores, contraquienes no tenían el recurso del duelo. Los recursosde la ley fuéles concedida por primera vez bajoEduardo 1, siendo fijado de un modo más explicitobajo Ricardo Il (3). Por fin, al perder ese carácter deprivilegio en favor de una clase favorecida, la leysobre la calumnia pasó A ser una _ley á disposiciónde todos, y en nuestros días se la invoca constante-mente con gran éxito, excesivo quizá, toda vez quemenudo se asimila á la calumnia una crítica razonable.

Una vez más, según se ve , la conclusión que sedesprende del principio fundamental de la equidadse ha incorporado a la ley.

(1) Paterson (J): The Libcrty of tae Presse. Londres, pigiaa.154-155.

(2) Ibid., pág. 181, nota.(3) Ibid., pág. 53.

Page 164: La Justicia

CAPITULO XIV

derecho de dar y de testar_

63. El derecho de propiedad pleno implica elderecho de enajenar: en efecto, su prohibición par-cial ó total atribuiría implícitamente á la autori-dad de quien emana tal prohibición , un derechoparcial 6 total de propiedad que limitaría O aniquila-ría el derecho individual de propiedad. El derechode propiedad, pues, entraña el derecho de donar.

Y tiene este último raíces tan profundas como elprimero. Refiriéndonos á las condiciones de la sus-tentación del individuo y de la especie, de los cualesemanan los principios fundamentales de la ética,veíamos de un lado la conservación del individuo de-pendiente ciel sostenimiento habitual de las relacionesnaturales entre el esfuerzo y los productos del es-fuerzo, y del otro, la conservación de la especie de-

pender de la transferencia que los padres hacen enfavor ele los descendientes de una parte de sus pro-ductos, ya bajo su forma bruta, ya después de haber-los preparado. Lti vida de todas las especies, incluso

Page 165: La Justicia

Pllß. N. SPENGER 165

ar.

la especie humana, descansa sobre la facultad de darlo que se adquiere.

Ira razón que justifica la donación á los descen-dientes, no es aplicable á la donación A los extraños.Respecto do ésta, diremos quo es á la vez un corola-rio dol derecho de propiedad y un corolario del prin-cipio primario de la justicia. El acto doble de dar ydo recibir no interesa más que al donante y al dona-tario, y en nada obstruye la libertad de obrar de losdemás hombres. Aun cuando la enajenación en favorde B., de un bien poseído por A., pudiera afectar

C., D., E., etc., etc., conteniendo ciertas activida-des que se proponen cumplir, es preciso no confundirlas actividades contingentes, dependientes de un he-cho incierto, con las actividades cuya prevenciónconstituye una agresión. En el caso supuesto, las es-feras de acción de C., D., E., habrán permanecidointactas.

Si la experiencia hubiera de decidir por sí- soladel derecho de dar á otros que no sean los hijos , supodrían invocar razones muy poderosas para recha-zar el derecho ilimitado de dar. Si pesamos con cui-dado los testimonios ofrecidos poi la Sociedad de

Organización de la Caridad, y por el análisis de losresultados que entraña la prodigalidad de las limos-nas menudas, nos veríamos impulsados á creer quela caridad, así llamada equivocadamente, hace másdaño que todos los crímenes reunidos, y encontraria-r nos ventajoso prohibir la limosna. Pero la creenciaen la legitimidad del derecho de hacer limosnas estátan universalmente admitida, que nadie piensa endiscutirla invocando motivos de experienciaaparente.

F

Page 166: La Justicia

LA JUSTICIA

La legislación sanciona con claridad ese corola-rio de la ley de libertad igual para todos. Es probableque no exista ley alguna afirmando expresamenteel derecho de donar, pero, sin necesidad de bus-carlo bastará citar una ley de Isabel (1) que impli-ca su reconocimiento, pues mientras declara queun acto de donación puede hacerse valer por el be-neficiarlo contra el donante, declara inválido el actomismo en perjuicio de acreedores, lo cual significade hecho que si un individuo puede dar aquello quees suyo, no puede dar aquello que en realidad perte-nece á otros.

64. El derecho de dar implica el de testar,puesto que el testamento no es sino una donación di-rerida. Quien puede legítimamente enajenar sus bie-nes, puede fijar la época en que la tradición haya deefectuarse. Si enajena por testamento , realiza enparte la enajenación , pero estipulando que ésta noproducirá sus efectos completos hasta la expiraciónde su propio poder de poseer. El derecho de propie-dad comprende el de subordinar una donación á estncondición, si no seria incompleta.

La equidad no permite, pues , someter la distri-bución que une testador hace de sus bienes á restriceclones relativas á la designación de los legatarios ó ;

la fijación de la parte que les asigne. Si los hombres,obrando en virtud de su capacidad corporativa , de -ciden que deba aquél dar ó no dar á B., ó bien que

deba dará A. O B., etc., sea [In una proporción que seestal,lezca. , esos hombres se constituyen en copropie-d

166

(1) 1,. 13 Isabel: e. 5, y29 e 5.

Page 167: La Justicia

ti!'E\t.:ER, 167

tarios de sus bienes: afectan éstos <L destinos que ellosprefieren, A la vez que los desvían de los destinospreferidos por el testador. i.lasta en vida mismo, los

^F 41111i, bienes de éste vense sustraídos A su posesión, en la';a la

propia medida en que su poder de testar se encuen-tre circunscrito.^,1,

Admítese, por lo gEeneral, que el hombre^^^ zafio goza de un grado de libertad superior a la del

q111) hombre poco 6 nada civilizado; así vemos el derechoq111)de testar, admitido apenas en un principio, establecer-

.li^^^1`;

se poco a poco. Antes de que existiera la ley, la cos-tumbre, no menos perentoria que ésta, prescribía ha.-

t(sf r, bitnalmente los modos de transmisión hereditaria dela propiedad. Entre la mayoria de los polinesios (1)domina el derecho dé primogenitura; en. Suma-

,., sil? tra (2) impera la distribución igual entre los hijosr dilu:" varones. Los hotentotes (3) y los datnaras (4) impo-

R

nen la primogenitura mascaalina. En la Costa deOro (5) , y en algunas partes del Congo (6), los pa-

l orientes pueden heredar en línea femenina. Entre losi

eghas (7) y sus vecinos, la herencia del hijo mayorcomprende hasta las mujeres de su padre, A excep-ción (le su madre. En rpimbouctou (8), la parte del

(1) Ellis (R. W.) : Polynesian Researches, ii, pág. 34G, y Thomson(Dr. A. S.) : The Story ( f Yen, Zealand, 1859, r, pág. 96.

(2) Marsden: History of Sumatra, pág. 244.(3) Kulben (P.) : Present State of the Cape of Good hope, i, pági-

n a 300.(4) Andersson: Lake rgmi, pág. 228.(5) Journal of the Isthnoloyicat Society, 1856, iv, pig. 20.(G) Proyart (Ab.): History of Loaiiyo en Pinkerton's Collection xvi.

pág. 571.(7) Burton (R. J.) : Abeokuta and tiffe Cameroon 3lountains.(8) Shabeeny (El Hadj abcl. Salam.) : Acaount of T imboctou, pyjh .

v.r Jackson, 1420, pá.4. 18.

Page 168: La Justicia

138 LA .I i :STIGI:1

hijo es doble que la de la hija, mientras entre lomashantis (1), y casi siempre entre los fulahs, los es-clavos y los hijos adoptivos son aptos para suceder;esa raza africana superior goza, pues, de una ciertalibertad de testar. En Asia, las costumbres de losárabes (2), de los todas (:3), de los ghondos (I), dolos todos `' de los dllim ales (5), exigen ladistribuciónigual entre los hijos. Los hijos de una hermana pue--den heredar los bienes de un kasia (6) ; según lo quesabemos le los karens (7) y de los nishmis (S), elpadre es libre de disponer de sus bienes según suvoluntad. Las razas europeas primitivas nos ofrecenejemplos aïiälogos. Se ú_n Tácito (9), los antiguosgermanos no conocían los testamentos (10); I3ellogueta fi rma que ni la costumbre céltica, ni la germana,admiten el derecho de testar. según i' n i gs war-ter (11), lo mismo ocurria entre los frison as. Cuandoel régimen de la propiedad primitiva de la comuni-dad de aldea se transformó en régimen de propiedad

(1) Beechan: Ashanti and the G'r7d "oast, p6g. 117.(2) Burckhardt :. .trots om .Rcdoubas and TYafi-zlrr.s. Londres, 1637,:

.iáa.

(3) Nt:,rAen : History o/' Sumatra, pkg. 2(16.(4) 1[i.;lu ¡ ► (Itav. 5): Tribus of the Central l'rJoi:ace,s,

p:í[;. i•?.(:)) .lorrr-tal of' the:lsiqi^ Society. 13enY<tln, xFm, 1): ^ '713.((i) Ih,,ker (J. T).) Hymzi-7^/cL?L .lo>c;•n^al,s. 1^^)1. !i, ^?.í,^ 275,. .(î) Mason: Ell .lo,crit.cí o/ the Asiatic Society. I;enn:il:2., ts^vti,

::ehuuil i. 1).l, t^°, i,:k,. 142.(8) Griffith: .Iotrrnals of 7'rJarsls in. Assam. Calcuta, l8'7, 1Agi-

lla .i7.(9) 'Nei tu: Cern2'tnzfL, xx.

CIO) H.4. ,et: l''h;a )ye .11,

(ll) Kner ► i , ::sw,irter: IlistoirJ de l'r1 . 7,r,nL,zt-:oït de la `anilleFrance, 1857, l)ú i{111:1,-i lï;Ñ

Page 169: La Justicia

POR 1í. sPEN1IEiL 169

familiar, los hijos y demás parientes del difuntoadquirieron un derecho á los bienes dejados. ßajo losmerovingios (1) estaba permitido disponer por testa-mento de la riqueza mueble, pero la tierra no podíaser legada sino á falta de herederos. Recibiendo esosusos d imponiendo á cada feudo la obligación deproporcionar su contingente de hombres con venien-temente armados y dirigidos, el feudalismo se coloca-ha en este último punto de vista para regular el modode descendencia de la tierra y rechazaba el derechode testar hasta cierto punto. Pero al surgir el indus-trialismo con sus formas de relaciones más libres,nos ha dotado de mayor libertad en la disposición denuestros bienes, sobre todo en los países en que elespíritu militar lia tenido menos incremento, es de-cir, en Inglaterra y en Am6rica. En Francia (2), elEstado determina cómo deberá hacerse la distribu-ción entre los miembros de la familia del testador,cuyo poder se halla limitado como lo está en otrosEstados europeos. Entre nosotros, la partición testa-mentaria de los bienes muebles no está sometida árestricción alguna; pero en punto á los inmuebles,el derecho del propietario está limitado y sólo estáreconocido bajo ciertas condiciones. Sin embargo,manilestase ya una tendencia á librarla de estama traba.

65. El derecho de propiedad implica, pues, á lavez el de donar y el de testar, y así se debe reconoceral propietario de un bien el derecho de dejarlo en por-

(1) ITcenigswarter : Obra citada, páginas 158-6O.

(2) Código civil, artículos 967 y siguientes.19fy,

ll

Page 170: La Justicia

170

LA JlisTICIA

clones definidas á herederos especificados. Pero deesto no se sigue que la ética le autorice para prescri-bir el uso que los herederos deban hacer de su porciónrespectiva.

Presentada bajo su forma escueta, la proposiciónde que Un hombre pueda poseer una cosa después demuerto, es absurda; y, sin embargo, bajo una forme,:disimulada, el derecho de propiedad póstuma ha sidoampliamente reconocido y sancionado en el pasado,y lo está a ma de una manera considerable en nuestrosdía,, siempre ó en todos los casos en quo se respeta lavoluntad del testador, señalando el destino á que hand sujetarse los bienes por él dejados. La fijación deeste destino implica la continuación de un cierto po-der sobre sus bienes, y una prolongación del derechode propiedad que absorbe en todo ó en parte el dere-cho de los herederos. Pocos hombres discutirán, <s

pesar de esto , que la superficie de la tierra, así comocuanto en ella se halla, no deba ser la propiedad ple-na de la generación existente. interpretación delderecho de propiedad le hace perder su carácterequitativo desde el momento en que se permite á unageneración prescriba á las generaciones posterioreslos usos á quo deberán consagrar la superacie terres-tre con lo que en ella hubiere, asi corno las condicio-nes restrictivas á las que tendrán que someterse.

Esta conclusión se impone si nos elevarnos á l a .n.flnidad que existe entre el derecho de nroi iei.1d v

1 3

las leyes que rigen los fenómenos de la vida. Ya lohemos visto ; la condición previa de la conservaciónS "de la especie es que cada individuo recoja los bene-ficios y sU1'r.t los perjuicios de sit Propia conducta.; la

1 1

Page 171: La Justicia

POI;. H. SPENCER 171

condición de la continuidad de la sustentación esque cuantas veces haya esfuerzo, el producto del es-fuerzo no sea ni interceptado, ni torcido en su curso.Siendo esta necesidad biológica la que justifica fun-damentalmente la propiedad, se sigue de ella que lacondición de la, conservación de la vida desaparececon la, vida.

Interpretado estrictamente el derecho de dona--ción en su forma de disposición testamentaria , no seextiende más allá de la distribución de los bienes le--gados, y no comprende la especificación de los usosá los cuales los bienes se destinan.

66. En este punto ya, nos encontramos con lasrestricciones de ese derecho, resultantes de que en-tre los seres humanos, al lado de las relaciones entreciudadanos adultos haya relaciones entre padres éhijos. La moral del Estado y la doméstica, son, segi'lnhemos visto, de naturaleza opuesta; cuando esas dosmorales entran en competencia, por ejemplo , . . lamuerte de los padres, se hace necesario llegar áuna transacción.

Si la vida humana fuese normal, y si hubiésemossalido de las anomalías del estado transitorio, esta di-ficultad se presentaría acaso muy rara vez, puesto quelas muertes de los padres no ocurrirían sino despuésque los hijos hubieran llegado á la edad adulta; losbienes dejados entonces podían serlo en plena pose-sión y sin restricción alguna. Pero en las circuns-tancias actuales, la muerte de los padres deja á me-nudo á los hijos sin poder dirigirse á sí propios ; y áfin de asegurar su bienestar durante la menor edad,los padres cuidadosos que desean cumplir hasta donde

Page 172: La Justicia

I,_1 JLiS'l'I(rI3

sea posible sus deberes, vense obligados especificarel uso que haya de hacerse con los vienes. Siendo losproductos de los esfuerzos humanos poseídos, no sólopara la sustentación propia, sino también teniendoen cuenta la de la progenitura, síguese de ello que sila primera se acaba prematuramente , los productosadquiridos pueden con justicia legarse, A fin de aten-tier á, la segunda. Mas como los padres, ya fenecidos,`10 pueden dirigir este destino -jT uso, la gestión de losbienes tiene que ser confiada a otra persona; perola prolongación de la posesión de los padres, que esemandato implica, debe cesar, naturalmente, en cuan-to los hijos lleguen A la mayor edad.

Las disposiciones testamentarias dictadas con elfin de asegurar el bienestar de los hijos, hacen nece-sario fijar la edad en que se les juzga capaces de regir-se: las consideraciones morales no nos prestan aquíayuda alguna. Sólo nos aclaran un punto, saber,que la prolongación del derecho de propiedad de lospadres difuntos, que implica la fijación del empleoque deba darse bienes en beneficio de los hijos,no puede ir mAs allá, de la edad en que laexperiencia común, estos mos han salido del esta-do de menores. Esta edad es necesariamente indefi-nula; varía según el tipo humano, en los pueblosdel mismo tipo y hasta (fe individuo iulividuo.

67. Surge a!lora otra cuestión .11 í,s toda-vía. La ley últim de la justicia sl:1bllnulalla, y ele lahumana, se deriva de las condiciones necesarias de laconservación del individuo y de l: ►, esn cie ; de estascondiciones se derivan taiubi(^n el derecho (le posesióndurante s(1 vida, y (leSpUcs de la n. ucrte el de pose-

172

Page 173: La Justicia

d!

roll. H. sYE1C; E R 1 73

Sión restringida que implican las disposiciones testa-mentarias en pro de los hijos menores. Pero pareceimposible hacer derivar de esas mismas condicionesel derecho más amplio de fijar el uso al cual debandestinarse los bienes legados: sólo cabe una transac-ción empírica. De un lado , salvo en el caso preci-tado , el principio último de la justicia no sancionaningún derecho de propiedad póstuma; de otro , silos bienes han sido adquiridos merced á un trabajoincesante, á grandes talentos que han aprovechado áotro tanto como al sujeto mismo, ó gracias á uninvento que prestare permanentes servicios á lahumanidad, parece duro negar á su propietario enabsoluto el derecho de fijarles el destino después desu muerte, sobre todo si no tiene hijos, colocándoleen la alternativa de dejar los bienes sin hacer testa-mento ó de dejarlos á extraños.

Una distinción se impone. 'Podo tenedor de tie-rras sometidas al derecho de propiedad suprema dela colectividad que afirman á la vez la ética y la le-

gislación inglesa, no puede equitativamente prescri-birles un destino que entrañe la enajenación perma-nente del derecho de la colectividad. Pero la cuestiónvaria si se trata de la sucesión mobiliaria. Los bie-nes, qua son el producto de esfuerzos y el fruto desu aplicación sobre la materia bruta que imprime enésta un valor representativo de una suma de trabajoó de ahorros hechos con los salarios,. los bienes queson, por tanto , poseídos en virtud de la relación quela justicia reclama entre los actos y sus consecuen-cias, constituyen una categoría distinta de los bienesfundos. Representan la porción no consumida de lo

Page 174: La Justicia

1 74 LA JUsTiGlA

que la sociedad ha pagado á un individuo como re-

muneración de su trabajo ; si esteindividuo devuel-ve esta porción á la sociedad en la persona de algu-nos de sus miembros, ó de un grupo corporativo, esinuy razonable autorizarle para especificar las condi-ciones las cuales subordina la aceptación del lega-

,do. En realidad no dispone c e nada que pertenezca áotro; v en cambio los demás reciben una cosa á lacual no tenían derecho, y recogen su beneficio , aunbajo la, condición del destino prefijado á los bienes.Aparte de que si juzgan desventajoso este destino , lesqueda el recurso de no aceptar el legado. Sin einbar-gocomo los bienes muebles legados ele ese modo, habitualmente se colocan de alguna manera, el po-der ilimitado, en cuanto al tiempo , de prescribirsu empleo, podrá tener por resultado dejarlos so-metido á un destino útil por el momento , pero quedejará de serlo á consecuencia de los cambios socia-les. Impónese aquí una transacción elnpi rica; pare-ce natural conceder al testador una cierta amplituden la especificación del empleo de los bienes que nodeja á sus hijos, pero circunscribiendo esta amplituddentro de los limites que la experiencia aconseje.

G`. 'poda vez que la conservación social es supe-rior álain.divielual, debemos admitir la legitimidad dela, restricción del derecho de testar. ' ;ue resulta de lanecesidad en que la sociedad se encuentra ele hacerfrente al coste de su protección Frente á otras socie-dades, y de los individuos frente á otros individuos.En las actuales condicione , es relativamente justoque la comunidad, o? wando por medio de su gobier-no, se apropie, la parte proporcional. de los bienes de

Page 175: La Justicia

Pí^R H. Si'EN(:E IZ 175

;Iltïi^^'

cada ciudadano que reclame el cuidado de la defensanacional y del orden social : las circunstaneias deter-minarán de quá manera deberá efectuarse esta apro-piación necesaria. No hay razón alguna ática que seoponga á las razones de conveniencia que exige queuna parte de los ingresos públicos provengan de im-

puestos proporcionales sobre las sucesiones.Teniendo en cuenta esta restricción, afirmaremos

que las precedentes deducciones de la ley de libertadigual para todos se justifican por su correspon-dencia con la legislación existente , y porque estacorrespondencia, ante las prescripciones de la éticay las de la legislación, se acentúa de un. modo progre-sivo. El derecho de donar, que no estaba admitido uni-formemente en los primitivos tiempos, ha llegado •íobtener á la larga la sanción tácita de las leyes que lolimitan á los bienes legítimamente poseídos; conocidoapenas en las primitivas etapas sociales, el derecho detestar se ha implantado y propagado con la libertadcreciente del individuo; nuestras instituciones libres,y las americanas que de ellas provienen, son las quelo han sancionado legislativamente de un modo máscompleto. La ley ha auto L-izado la determinación deldestino de los bienes legados á los hijos menores,determinación que la ática sanciona, y ciertas leyes,como la ley sobre las manos muertas , que restrin-gen esta especificación respecto de bienes legados ápersonas distintas de los hijos , están también en ar-monía con las conclusiones de la ática.

Page 176: La Justicia

CAPITULO . XV

El derecho de cambiar y de contratazlibremente_

§ 69. TTn simple cambio en los términos nos per-mitirá repetir a.qui, con respecto al derecho de cam-biar , lo que al principio del capitulo precedentehemos dicho con relación al derecho de donar, por-que un cambio, al fin y al cabo, no es más que un«compensación mutua de donaciones. La mayoría de.los lectores acaso miren est a interpretación comofantástica, pero es sin duda la que impone el exa-men de los hechos. En efecto, si las poblaciones másgroseras no parecen comprender lo que es una per-muta, admiten sin excepción que se hagan presentes.y la repetición de éstos no tarda en desarrollar L.concepción de que conviene ofrecer por ellos equi-valentes en correspondencia. Numerosos libros deviajes nos proporcionan los ejemplos necesarios. Delcambio de regalos equivalentes nace sin esfuerzo lapráctica de los cambios constantes, de los cualesacaba por desvanecerse la idea del regalo.

1

Page 177: La Justicia

conta;

POR H. SPENCER 177

Pero sin que se haga del derecho de cambio uncorolario del derecho de donación, es evidente queambos son una consecuencia del de propiedad, yaque la propiedad de una cosa sería incompleta si estacosa no puede ser enajenada en lugar de otra cosarecibida.

El derecho de cambio puede también considerarsecomo una deducción directa de la ley de libertadigual para todos ; porque de dos hombres que verifi-can voluntariamente un cambio , ninguno de los dosasume una libertad de acción superior á la del otro;ambos respetan los derechos respectivos y dejan alresto de los hombres en posesión de la misma sumade libertad de acción. Aunque la realización de uncambio pueda excluir varias de estas operaciones quoacaso les fueran ventajosas, la facultad que teníande entregarse á ellas dependía por completo del con-

sentimiento de otro hombre, no formando, en modoalguno, parte de su esfera privativa normal de vida.Esta queda, además , tal y como sería si los dos con-tratantes no hubieran existido nunca.

Por evidente que sea la legitimidad del derechode cambio , la ley lo reconoce muy tardíamente yestá aún lejos de reconocerlo en todas las partes delmundo. Entre los polinesios (1), los jefes intervienenen los cambios de diversos modos: unos monopolizanel comercio exterior, otros fijan el precio , otros la

(1) Wilkes (Commander) : Narrative of the United States Explo-ring Expedition. Filadelfia, 1845, ill, 22.—Arigas: Sauvage Life andScenes in Australie and Nov-Zealand, rr, 50.—Ellis: Narrative ofTour through Haavai, 1527, pig. 390.—Saint John : Lip in the FarEast, ii, 269.

12

Page 178: La Justicia

178 A. JUSTií:i:l

duración de la jornada de trabajo. Lo mismo ocu-vre en Africa. Los jefes de los bechuanas (1) y delos negros del interior (2) , gozan del derecho deprelación en materia mercantil â ningún negocio esválido sin el consentimiento real. Entre los ashan--tis (3) , sólo el rey y los grandes tienen el derechode traficar; en Shoa (4) sólo el rey puede comprarciertos artículos de lujo. Los col galeses (5) , losdahomeyanos (6) y los fulahs (7) tienen jefes comer-ciales que regulan las compras y ventas. Análogasrestricciones existían entre los hebreos (8) y los feni-cios (9) , así como entre los antiguos mejicanos (10)y los habitantes de la América Central (11) . Hoy, losmiembros de algunas tribus suramericanas, talescomo las de la Patagonia (12) y los mundrucos (13),

(1) Burehell: Travels into the Interior of Southern A , Erica, lr, 395,(2) Lander : Journal of an Expedition to the Cours and Termination

of the Niger, i, 250.

(3) Beecham: Ashanti and (lie Gold's Coat, 148.(4) Harris (\V.): highlands of Ethiopia. Londres, 18 +.-4, rT, 26.(5) Proycrt: History of Loango en Pinkerston's Collection xvi,

W78.

(6) Burton (R. J.) : 1Iission to Gelele, King of Dahomey. Londres,11364, I , p`lg. Fit.

(7) Winterbottorn (T.) : Account of the Native Africans in the.'Teiglilourkood of Sierra Leona. Londres, 1803, :, n0.

(8) Deacterono2 nio, XX;T, 8.

(91 Moyers: Die .Phoenizien. Bonn, 1841 , I, 6; IT, 108-110.(10) Zurita (M. J.): Rapport sur les dif ferentes classes de chefs de lax

Aroueelle Issa-igne. Paris, 1840, p,íg. 223.(11) ximenez: La historia del orígen de los indios de Guatemala

(1721), publicada por t: claerzer. Viena, 1857, ¡Jag. 203.—Palacio:Nan, Salvador y Honduras.-- Squier: Nicaragua, n, 841.(I2) Fitzroy: Narrative of the Surveying T%ol/arges of the «Adventure»

and «Beagle». Londres, 1889-40, , 150.(13) Bates: The naturalista on the River Amazon, 2." edit. prig. 274.

Page 179: La Justicia

POR. H . SPENCER 179

necesitan el permiso de los jefes ira dedicarse alEr E ^^ comercio. Respecto de Europa, es inútil casi referir

los hechos análogos de la época en que .11ioclecia-1^,^^ no (1) fijaba los precios y los salarios; la única cir

ël constancia que conviene notar es la de que la regla-mentación de los cambios ha, cedido con el progresode la civilización. Las trabas fueron disminuyendoy en ocasiones desaparecieron con respecto a las re-laciones entre los miembros de una misma sociedad;mas tarde llegaron a suprimirse también en partepara las relaciones entre miembros de sociedades dis-

,«' tintas. Al contacto del tipo industrial más desenvuel-to y de las instituciones libres que de ordinario leacompañan , es decir, en nuestro propio pais , se haido reduciendo la ingerencia en este derecho, comose han ido reduciendo las ingerencias en los demás.

Bueno será recordar que en los diferentes cambiosque han llegado á establecer en Inglaterra una libertad

:'

comercial casi completa, se han invocado, con prefe-rencia á los motivos de equidad, los motivos politicos.La agitación contra las leyes de cereales invocabamuy poco el «derecho» del libre cambio ; hoy mismotodavía , lo que más se censura en los proteccionistas,tanto entre nosotros como en el extranjero, no es sufalta de equidad , sino el carácter ilusorio de su polí-fiea. No nos sorprende esto , toda vez que entre nos-otros la masa popular no admite aún la libertad decambiar en materia de trabajo y de salarios. Ciegospor niegan lo que conceptúan su interés los obreros , niegp q p ^tácitamente al patrono y al obrero el derecho de

^Br,

I'+

l

iIYU, !1) Levasseur: llistoire des classes ouvriers, I." y 2. a serie, i, 82.83.

Page 180: La Justicia

j SÜ LA JL`STIf.I.1.

discutir la suma de dinero que debe pagarse comoretribución de un trabajo determinado. En este punl ola ley va más allá que la opinión ; garantiza á cadaciudadano la libertad de concluir, según le parece,los negocios cuyo objeto está constituido por sus ser-vicios , mientras , por su parte , la masa de los ciu-dadanos protesta todavía contra esta libertad-

70. El derecho á la libertad de contratar se con-funde con el del libre cambio; un aplazamiento en elcumplimiento cle un cambio , ya implícito , ya esti-pulado , realiza la transformación del derecho decambiar en derecho de contratar.

Citaremos , á guisa de ejemplo , los contratos deservicios concluidos bajo condiciones ciertas, los con-tratos de uso de la tierra y de las habitaciones, loscontratos cuyo objeto sea la ejecución de trabajosespecificados , los contratos de préstamo. Todos estosson contratos por los cuales los hombres puedenligarse libremente sin cometer agresión alguna , yque, por tanto, tiene derecho á realizar.

En los tiempos primitivos, las ingerencias en clderecho de cambiar no se acusaban sin ingerencias Cil

el derecho de contratar; lo pone así de manifiestola multitud de reglamentos de salarios y precios, qu ede siglo en siglo aparecen en las recopilaciones lega-

,les c e las naciones civilizadas. Esas ingerencias fuerondesapareciendo al propio tiempo que se debilitó elgobierno coercitivo. Puede servir como de tipo , en-tre otros , la serie de cambios graduales ocurridosen las leyes de la usura. En muchos pueblos enque los progresos hacia las instituciones libres erandébiles , todo pago de intereses sobre un préstamo

Page 181: La Justicia

POR H. SPENCER 1 8

estaba prohibido; tal ocurría, por ejemplo, entre los

lt`Z^hebreos (1) , en Inglaterra, en un tiempo ya remoto,

.1)11 k. y entre los franceses en la época de mayor pujanza)1)q . de e la monarquía. Más adelante vernos surgir unaa6,1, :titenuación bajo la forma de la tasa del interés máxi-k 1, ' mo , introducida en las provincias romanas por Cice-itr* rón (?) , en Inglaterra (3) por Enrique VIII , quien

l,r la fija en un 10 por 100, fijándola Jacobo I en el 8;

licü{^,por Carlos II en el 6; la reina Ana , en el 6; en Fran-

lel cia (4) , Luis XV señaló como tasa máxima el .4 por

100. Por fin, nosotros mismos hemos presenciado ladesaparición de todas las barreras y nos toca ver áos prestamistas y prestatarios libres para entenderse

cie como mejor les parezca.La ley , pues, ha venido gradualmente confor-

!'ih mándose con la equidad. Hay, sin embargo, un caso11il. excepcional, en el que las dos se encuentran de acuer-

Itorir do para decidir una común prohibición; me refiero á

la prohibición , en nombre de la moral y de la ley,

lical'del contrato por el cual un hombre vendiese su per-sona como esclavo. Remontándonos al origen bioló-

ilDe. °ico de la justicia, comprobamos, en efecto, que lai0P1 servidumbre rompe la relación que debe existir entre

<sl ^`^ los esfuerzos y los productos de los esfuerzos realiza-

'iu^r^t^ dos, con el objeto (le garantir la continuación de la

copla`'.

(1) Deuteronomio , XXIII , 19-20.(2) Arnold (W. T.) : Roman Provincial Administration, 1879, pá-

gina 50.0^lc (3) Reevis (J) : History of the English Law, edit. Finlanson,

vol., IIi, 292.—Stephen: New Commentaries of the Laws of England,6 ed., n, 90.

010`

(4) Lecky (W. H.) : O n Rationalism in Europa, 2 vols., 1865,p,íginas 293-94.

Page 182: La Justicia

182 [,.1 JUS"i'IC[A

vicia; el hombre á quien la condición de recoger al-gún beneficio inmediato le determina á reducir supersona á la esclavitud , colócase por esto sólo en

oposición con el principio último de toda moralidadsocial. En el supuesto de que desde el punto de vistainmediato de la ética un contrato no se conformacon la ley de la libertad igual para todos, sino cuandocada una de las partes contratantes entrega equiva-lentes aproximados, es bien claro que no puede ha--hlarse propiamente de un contrato cuyas condicionessean inconmensurables; y esto es lo que ocurre pre-cisamente en el caso de un hombre que abandonapara siempre su existencia. Al desconocer la validezde tal contrato y al prohibirlo, la ley ha determinadouna excepción á la libertad de contratar que la mo-ral reclama igualmente. La ley y la ética aparecenahí una vez másen perfecta armonía.

71. Como los demás derechos, el de cambiar ycontratar deben aceptar la restricción que exige elcuidado de la conservación social expuesta á los ata-ques de los enemigos exteriores. Así, es legítimo sus-pender la libertad de cambio cuando pone en peligrola defensa nacional.

Esta limitación se impone evidentemente en lasetapas caracterizadas por el imperio del espíri u [llili-tar. Las sociedades que viven en un estado de anta-gonismo crónico de sociedad á sociedad , deben or-ganizar su sistema de trabajo de modo que puedanbastarse á sí propias. En Francia, en los primerostiempos riel feudalismo, ejercíanse los oficios más di-ferentes en un mismo dominio rural, y los castillosfabricaban casi todos los artículos que consumían. 1J:^

Page 183: La Justicia

POR H. SPENCER 1S3

dificultad de las comunicaciones , los riesgos insepa-rables de los transportes y de los viajes, los peligrosocasionados por las guerras incesantes, hacían indis-pensable el que en cada casa se fabricasen los objetode primera necesidad. Lo que pasaba en esos peque-ños grupos sociales tenía que pasar también en losgrupos más importantes ; y he ahi por qué se ven loscambios internacionales sometidos á restricciones ex-tremas. El grito de « seamos independientes» quetantas veces se profirió durante la agitación contralas leyes sobre cereales, no dejaba de tener su razón;sólo durante un período de paz firmemente aseguradopuede una nación , sin riesgos, en lugar de producirpor sí misma, comprar fuera una gran parte de loque necesita.

Pero la ética no sanciona más que esta única res-tricción á los derechos de cambiar y de contratar:sólo ella es válida, y así, cualquier otra ingerenciaen la libertad de comprar y de vender constituye unatentado , sea quienquiera el autor que lo corneta.El nombre de agresionistas cuadra muy bien á losque se han intitulado proteccionistas, porque la pro-hibición impuesta á A. de comprar á B. para obli-garle á comprar C., generalmente en condicionesgravosas, implica evidentemente un atentado al de-recho del libre cambio que hemos reconocido comocorolario de la ley de libertad.

El hecho capital digno de notarse es que , entrenosotros, las razones políticas, y no las morales, sonlas que invariablemente han obtenido la sanción le-gal para la deducción ética que de antemano la in-

ducción justificara.

Page 184: La Justicia

CAPÍTULO XVI

l derecho á la libertad de trabajo.a.

72. Los derechos á la libertad (le movimientos.implican, bajo uno de sus aspectos, la libertad de tra-bajo; bajo otro, implícanla también los derechos á lalibertad de cambiar y de contratar. Sin embargo,.queda uno que no entra expresamente en los prece-dentes, y que conviene especificar aquí. Su existen-cia es cierta, pero importa recordar hasta qué puntose ha desconocido, antes de que en nuestros días lle-gase á obtener una plena consagración.

Por derecho á la libertad de trabajo , entiendo e l .derecho de todo hombre (le dedicarse á una ocupacióncualquiera de la manera que prefiera y juzgue mejor,.siempre que no lesione á sus vecinos y que aceptelos beneficios ó inconvenientes que de todo ello pue-dan provenir. Ese derecho nos parece evidente é in-

contestable; pero no siempre ha sido esto así ; tuvoque ser discutido, como lo fueron otros derechos deuna evidencia superior.

Debe notarse, aunque sea de pasada, que en los

Page 185: La Justicia

POR H. SPENCER 185

tiempos primitivos el trabajo se hallaba sometido áreglas de un carácter religioso; asi, el Deuterono-mio (xxIi, 8, etc.) prescribía á los hebreos métodos(le construcción y (le agricultura. En Europa, lasrestricciones impuestas á la libertad de la industriahan sido grandes y persistieron mientras predomi-nó la organización militar , que empleaba todos losmedios adecuados para subordinar las voluntades in-dividuales. En la Inglaterra antigua (1), el señor ins-peccionaba los productos industriales , en la Court

Leet, y la monarquía, apenas se hubo establecido,promulgaba reglamentos acerca de las cosechas ysobre los procedimientos de cultivo. Después de laconquista reglamentóse la tintorería. Desde Eduar-do III á Jacobo I , hubo comisarios encargados deinspeccionar la buena calidad de los productos. Laadministración fijaba el número de obreros que lospatronos podían reunir é imponía el cultivo especialde algunas plantas; los curtidores estaban obligadosá dejar , durante un tiempo dado , las pieles en lospozos; ciertos funcionarios cuidaban de la exactitudde las tarifas del pan y de la cerveza. Estas restric-ciones han disminuido en número con el desenvolvi-miento de las instituciones propias del tipo indus-trial; de seis partes, cinco ya no existían al adveni-

(1) Cunningham: The Gromtli óf English Industr y/ and Commerce.

Cambridge, 1890, prig. 200.—Thorpe: Ancient Law and Institutions,tomo I, pág. 118.— Crai k : History of English Commerces, 1844, t. r,

páginas 108-9.—Rogers: History of Agriculture and Prices, t. i, pA-

gina 575. — Reeves: History of tice English Law. Ed. Finlan-son , 1869, t. in , páginas 262 y 590.— Pi%torial History of England.

Seis volúmenes, 1837-41, t. ir, pág. 809; t. Vi, pág. 635.

Page 186: La Justicia

LA .TUSTIC:IA

miento de Jorge III. Volvieron á adquirir algúnvigor durante el período de la guerra suscitada porla Revolución francesa , pero desaparecieron de nue-vo después de restablecida la paz, hasta el punto deque se acabó por suprimir la casi totalidad de las in-gerencias del Estado en materia de procedimientosde producción. Es muy significativo el que se hayaproducido una reacción favorable hacia la regla-mentación del trabajo , á la vez que se despertabaúltimamente el espíritu militar, despertar éste queentre nosotros es la consecuencia de su inmenso des-envolvimiento en el continente. La familia Bonapar-te es la que de nuevo ha sabido levantar esa plagade los tiempos modernos, gracias á la cual, desdehace treinta años , numerosas leyes han prescrito lascondiciones á las cuales debe someterse el ejerci-cio de ciertas profesiones ; estas leyes varían desdela prohibición de comer en una f<:tbrica de cerillas,salvo en los locales indicados, hasta las leyes que re-gulan la construcción y aseo de las casas de obreros,y la obligación de blanquear los hornos de pan , conMAS las que castigan á los colonos que emplean niñossin instrucción.

Debe observarse que , mientras tanto en Fran-cia (1) , donde las actividades militares , excitadas porlas circunstancias, impulsaron fuertemente el des-envolvimiento del tipo de estructura militar, losreglamentos eran aún m 'ts detallados , llegando éstoshacia el fin de la monarquía un extremo increíble.

(1) Tocqueville (A.): L'_1neiert Rénirnrrae et !a I^ca^oltctro:a.—Lf^v:LS-^

eur: Histoire des cl asses ouvriers , , p.i `Y. 286.

186

Page 187: La Justicia

POR H. SI'N;Nf:F.P., 187

Verdaderos «enjambres de funcionarios » aplicabanlas ordenanzas , complicadas incesantemente con or-denanzas nuevas destinadas á remediar la insuficien-cia de las antiguas; entre otras cosas, regulaban,por ejemplo, «la longitud que debían tener las piezasde los tejidos , los modelos que debían seguirse, losprocedimientos que habían de emplearse y los defec-tos que era preciso evitar.» La Revolución concedía.más libertad, pero las ingerencias oficiales se multi-

plicaron luego tanto, que en 1806 , según Levasseur,la administración fijaba la duración de la jornada detrabajo , las horas de comer , el comienzo y fin delas jornadas, según las diferentes estaciones. Es ins-tructivo notar que en Francia la libertad del trabajoindividual ha seguido la suerte de las otras libertades,y que nunca ha alcanzado el grado que en Inglaterra,donde la mera conquista de la gloria no fué nunca unfin predominante , ni la organización militar tan pro-nunciada. En Francia, la idea de libertad estuvosubordinada constantemente á la idea de igualdad;aunque bajo las apariencias de una forma de gobiernolibre, los ciudadanos inclináronse invariablementeen silencio ante una burocracia despótica : lo mismobajo la república que bajo la monarquía, siempreque se dibujaron tendencias á reproducir el tipo com-pleto de la estructura militar.

Sin detenernos en detalles , un examen generalde los hechos permite afirmar qua, durante la mar-cha del progreso , á partir de los estados primitivospoco respetuosos con la vida, la libertad y la propie-dad, hacia las etapas recientes que tienen éstas porsagradas, se ha avanzado, de un régimen autoritario

Page 188: La Justicia

188 LA JUSTICIA

de reglamentación de los procedimientos de produc-ción, hacia un régimen que deja al productor en li-bertad de elegirlos según mejor le parezca.

Las legislaciones más respetuosas con la libertadindividual en general , son precisamente aquéllos quele han dado mayor importancia desde el punto devista en el cual acabarnos de colocarnos.

Page 189: La Justicia

CAPÏTULO XVII

1 derecho á la libertad de creencias

y a. la libertad de cv.ltcos_

§ 73. Si nos atenemos al sentido literal de laspalabras, es ocioso afirmar la libertad de creencias,pues que ninguna autoridad exterior tiene poder paradestruirla. Afirmarla implica hasta un doble absur-do, porque la coacción exterior y la interior son igual-mente impotentes para restringir y aniquilar estalibertad. Las causas que obran sobre ella escápanseá toda ingerencia exterior y aun en gran parte á lainterior. El derecho, pues , que aqui debe ocuparnos,es el de profesar una creencia.

Este derecho es un corolario evidente del derechode libertad igual para todos. El hecho para una per-sona cualquiera de profesar una creencia, no implicaatentado alguno á la profesión de las creencias deotro ; cuantas veces otras personas le imponen laprofesión de una de sus creencias, tantas se arroganmanifiestamente una libertad de acción mayor quela suya.

Page 190: La Justicia

I S)t) I.:k J USTIüIA

Nadie discute la libertad de la creencia, mientrasse trate sólo de creencias que no atacan directa-mente las instituciones establecidas. Aparte algunassociedades no civilizadas , encontrarnos que las úni-cas creencias que siempre han sido prohibidas , sonaquellas cuya profesión parecía poner en peligro elorden social existente. En los lugares y en los tiem-pos donde el tipo de organización militar reina sinatenuaciones , se castiga á todo aquel que se distin-gue por creer que el sistema político ó la organiza-ción social vigentes deben ser reformados. Es natu-ral desconocer un derecho cuya importancia relativaes menor que la de aquellos que habitualmente se des-conocen. El hecho de que el derecho de disentir polioticamente se discuta, en todas partes donde la gene-ralidad de los derechos es desconocida, no basta paraponer en duda que tal derecho constituya una deduc-ción directa de la ley (le la libertad.

El derecho de profesar una creencia religiosa, tie-ne por derecho concomitante el de manifestar sucreencia por los actos del culto, cuando pueden rea-lizarse sin infracción de los derechos análogos de losdemás hombres y sin infracción del desenvolvimientode su.s ideas. La equidad se opone á toda interven-ción mientras los creyentes no perturben á, sus veci-nos, como ocurre con los toques de las campanasintempestivos y prolongados en algunos países cató-1 icor, y con las ruidosas procesiones del ejército dela salud que una vergonzosa debilidad tolera aún.Las personas que profesan creencias religiosas dife-rentes de las de la mayoría, así como las que no pro-fesan ninguna, deben tener libertad de tomar parte

Page 191: La Justicia

;phi.

U W.d^^ ,`{,^

^4 '^^^.

• G^rf^;i^.

fj ,,r,

1

)n Er e11 ^'1,

rEs r El1 ii,, .

mil;:

UFl f^il^ a •

1a^ p d ;,p,.,

rr^la(1Vs ^;^

riOrtdCC1:,;;

nitualw

l0 (1e dk.:

ilfJrd6 lâ.

JO flil^:

litua an^.4

vid"'

de lll^lqil^+^

111Ci

..,

POR H. SPI;\`GER 191

en el culto que mejor les plazca ó bien de no tomarparte en ninguno.

En nuestros días y entre nosotros, la enunciaciónde esos derechos. es necesaria para la simetría denuestra argumentación : de otra suerte, seria casisuperflua. Pero Inglaterra no es el mundo, y aun enInglaterra existen en la práctica algunas negacionesde esos derechos.

§ 74. Lejos de poseerla libertad con que lo dotabael sentimentalismo de los sofiadores de otros tiempos,el salvaj e tiene sus creencias dictadas por las costum-bres, que de una manera tan perentoria regulan losdemás actos de su vida. En Guinea (1) se estran-gula al hombre que sana contra de la prediccióncontraria del fetiche, para que no quede éste porembustero ; inútil parece decir que nadie se permiteprofesar un escepticismo tan peligroso. Los fidjia-nos (2), adoradores de dioses caníbales, sentían horrorhacia los habitantes de Samoa que no practicaban elmismo culto : en su irritación , al ver Jacksonque no hacía caso de una de sus prohibiciones re-ligiosas, lo llamaban K el blanco impío» ; así queno debe sorprendernos que no tolerasen en el seno desu población escepticismo religioso alguuno. Por otra,parte , no podían tampoco mostrarse más tolerantescon repecto al escepticismo politico , que de existirminaría la autoridad divina de sus jefes. No se des-

11) Bastian: Der Äfensch in dcr Geschichte iii, 225.(2) Lubbock: Prehistorie Times, 2.' edit., pág. 357.— Ersckine

cap. i): Journal of a Creuse a?nong the Islands of the Western Pacific,pág. 450. — Williams y Calvet : Fiji and the fijians, 1858, 2. a , pá-

ina 121.

Page 192: La Justicia

j 9? LA JUSTICIA

prende otra cosa del libro de Williams , cuando re-fiere cómo puso su vida en peligro un fidjiano iano que,al volver de América, se permitió decir que Amé-rica era más grande que Fidj i .

Las antiguas civilizaciones se oponían con fre-cuencia al derecho de libertad de creencias. Platón (1)

castigaba todo disentimiento de la religión griega;Sócrates fué condenado á muerte por haber comba-tido la opinión corriente acerca de la naturaleza delos dioses, y Anaxágoras fué perseguido por haberdicho que el sol no era el carro de Apolo. Pasandode la época en que se consideraba criminal profesarel cristianismo á aquellas otras en que el crimen con-sistía en profesar otra creencia que no fuese el cris-tianismo , sólo nos permitiremos hacer una obser-vación con respecto al proceder de los inquisidores yal martirio á que se condenaban recíprocamente pro-testantes y católicos, á saber: que la autoridad sóloexigía la sumisión exterior. Contentábase con laaceptación nominal de la creencia impuesta, y noexigía prueba alguna de aceptación real. Esas perse-cuciones religiosas antiguas negaban, por tal modo,tácitamente, el derecho á la libertad de creencias. Apartir del Acta de Tolerancia de 1 688, que imponía laaceptación de ciertos dogmas fundamentales, perotie remitía otras penas impuestas á otras disiden-

cias , se han suavizado sin cesar nuestras leves. Losdisidentes rio se concept(ia.n ya incapaces de desern-penar las funciones públicas: poco á poco , los católi-

(1) Platon: Las leyes, lita. x. — Smith: al-asica' Diclionary , 714.-Encycloprdúc ßritúnica, iii.

Page 193: La Justicia

POR H. SPENCER ] 93

cos primero , y luego los judíos, ban sido relevadosde su incapacidad, y más recientemente aún , me-diante la sustitución del juramento por una, promesase ha declarado implícitamente innecesaria la creen-

rü' cia en Dios , como condición indispensable para ejer-Íll cer ciertos empleos civiles. De hecho, cada cual es

ahora muy dueño de pertenecer á un culto ó de nood. pertenecer á ninguno ; no hay por ello que temer

pena legal alguna, y la social es mala O muy pocoOQP rigurosa.od^^ Urna serie análoga de cambios ha venido estable-

ciendo la libertad de las opiniones políticas. En efec-to, no se castiga ni. se maltrata ya á quien rechaza un

s- dogma politico, tal corno el derecho divino de losreyes , ó á quien disputa el derecho al trono de ésteó del otro personaje. Los partidarios del despotismo

lo,y los anarquistas reconocidos gozan de una misma

ïi1c libertad de pensamiento.§ 75. La libertad de las creencias y de las opinio-

nes , ó mejor, el derecho de profesarlas libremente,¿debe ó no estar sometido á alguna restricción ?, ák,ien, del postulado según el que las necesidades de laconservación social están por encima de todos los de-rechos de los individuos, ¿debemos inferir que con-venga en ciertas circunstancias limitar aquel derecho?

piro

La necesidad de esta limitación no puede invo-carse con apariencias de razón más que contra las

Lo. opiniones ó creencias que , abiertamente proclama-,0 das, tiendan de un modo directo á disminuir el poderobk de la sociedad para defenderse de sociedades hostiles.

El empleo eficaz de las fuerzas combinadas de la co-

lectividad, presupone la subordinación al gobierno ytri s

Page 194: La Justicia

UH LA JtrSTIGIA

los agentes que designa para dirigir la guerra: dadoesto, parece racional admitir que no debe permitirsela propagación de convicciones, que, una vez genera-lizadas, paralizarían la autoridad ejecutiva. El régi-men militar , que suprime ó suspende tantos dere-ehos individuales, se dirige igualmente contra el de-

recho de creer libremente.Sólo durante el paso gradual del sistema del es-

tatuto que engendran las hostilidades crónicas , al cielcontrato que lo reemplaza á medida que predomi-na la vida industrial , cesa de ser peligroso y llegaá ser posible permitir que los derechos en generalse afirmen. Y sólo en el curso de esta transformaciónllega á ser natural renunciar á la obligación de acep-tar las creencias impuestas por la autoridad, pare.afirmar el derecho ciel individuo á elegirlas por simismo.

Por otra parte, se ve que la historia del derecho á lalibertad de creencias, interpretado en la forma dicha,ha seguido un camino paralelo al de todos los demásderechos. Ignorado al principio , gradualmente reco-nocido luego, ese corolario de la ley de la libertadllegó al fin á ser plenamente implantado en nuestrasleyes.

Page 195: La Justicia

CAPÍTULO XVII!

El. derecho á. la libertad de la palabra

-y- de la imprelata_

§ 76. El asunto de este capitulo y el del anteriorson difíciles de separar. La creencia no es en sí mis--nia susceptible de coacción por un poder exterior;sólo puede cohibírsela en cuanto se permite ó prohibeprofesarla , de lo cual se sigue que la afirmación delderecho á la libertad de la creencia entraña la delderecho á la libertad de la palabra.; é implica ademásel derecho de servirse de la palabra para la propa-ganda de la creencia, dado que cada una de las pro-posiciones que constituyen uno de los argumentosdestinados á soportar ó á imponer una creencia,constituye por si misma una creencia ya , y el dere-cho de expresarla cae, naturalmente, dentro del de-recho de expresar la creencia que se trata de sos-tener.

Se infiere de suyo que ambos derechos son coro-larios inmediatos de la lev de la libertad. Al servirsede la palabra para exponer ó defender una creencia,

Page 196: La Justicia

196 LA JUSTICIA

nadie impide A otro hacer lo mismo , a no ser quecon sus gritos obstinados impo ibilite á ésfe parahacerse oir, en cuyo caso la parte de la libertadrespectiva sería desigual , violando así la ley indi-eada.

Es evidente que, con sólo cambiar los términos,puede aplicarse lo que precede al derecho de publi-cación, llamado también «derecho á la libertad ili-mitada de la prensa». Desde el punto de vista de susrelaciones €;ticas, no existe diferencia alguna esen-cial entre el acto de hablar , el acto de la palabra porsignos escritos, ó el de multiplicar los ejemplares delo que se ha escrito.

Los precedentes capítulos admiten , sin embargo,una restricción que es preciso notar. La libertad dela palabra hablada, escrita ó impresa, no comprendela libertad de servirse de la palabra para excitar laperpetración de atentados contra otro. Las limitacio-nes de la libertad individual , que hemos expuesto,'xciuyen , evidentemente , esos dos empleos de la

libertad.77. En nuestros días y en nuestro país, pare-

cerá acaso superfluo detenerse A defender esos dere-chos. Sin embargo, puede ser útil examinar los argu-mentos por los cuales se los combatía. antes entrenosotros y que aún se les opone en otros países.

Un gobierno, se dice, debe garantizar á sus síúb--ditos « la seguridad y el sentimiento de la seguridad»,de donde se infiere que el deber de los magistradosqu

en escuchar cuidadosamente las declamaciones• fe los oradores populares y hacer callar aquellos4ple provoquen alarmas. Pero tal aserto suscita una

Page 197: La Justicia

\ POR H. SPENC,F,R 197ilo ,^l;

"^tF T,d, una dificultad, pues siempre que se reclama un cam-^ a lil1 e,a,, liio profundo, político ó religioso, la mayoría, asus-

r

tada , experimenta un sentimiento de temor que apa--ga el de su seguridad: ahora bien; el gobierno, según

¡apr; ;. esto , estará obligado á contener la difusión de las^aál ^a reivindicaciones que se produzcan. Durante la agita-

;li^ra^ción que precedió a la reforma parlamentaria, unaporción de gente estuvo en un estado de alarmacrónica ; para calmarla hubiera sido preciso ordenar

llll t ,, ,

la supresión de la agitación. Otra porción de perso--d1l'i`" r nas, impresionadas por las terribles predicciones dellp'ar .Standart y por las lamentaciones del Herald, hubie-

ran, sin duda, aplastado la agitación librecambista.'°

llial'° Lo mismo ocurrió con el movimiento que llevó á la

oelrarldd abolición de las incapacidades de los católicos. Sólof^Ile se oían profecías respecto del renacimiento de las4AT

persecuciones católicas, con el cortejo de horroresque en el pasado las acompañaban. Si la obligación

z trp<<r de mantener el sentimiento de la seguridad fueseloos una obligación estricta, el gobierno se hubiera, visto

precisado á prohibir los discursos y los escritos quehicieron triunfar todas esas reformas.

La proposición de limitar la libertad de la pala-^^ `ira en materia política o religiosa, sólo podria def'en-

nlll. Torso en el supuesto de que las creencias religiosas opolíticas en vigor representasen la verdad absoluta.Como la historia del pasado demuestra quo some-

1,a1'° jante supuesto es generalmente erróneo , el respetofaso° l '' debido á la experiencia no permite á la razón admiti r$1110" .111 l` que las creencias corrientes sean enteramente verda-

011`` deras. Por el contrario , es preciso reconocer que l a.

palabra libre ha sido y es el instrumento que disipa

lo;"

Page 198: La Justicia

] 98 LA JLSTICIA

el error; sólo un Papa infalible podría tener facul-tad de impedir su uso.

Antes se consideraba universalmente corno nece-sario oponer una barrera A la enunciación públicade creencias religiosas y políticas contrarias á lasexistentes; igualmente á los ojos de la mayoría, toda-vía es indispensable imponer límites A las palabrasque traspasan el circulo de lo que se llama la decen-cia, c"ô que tienden á favorecer la inmoralidad en las .

relaciones sexuales. Es cuestión ésta delicada y nomuy susceptible de una solución satisfactoria. De unaparte , parece indudable que la licencia ilimitadatendrá por efecto minar las ideas, los sentimientos ylas instituciones cuyo sostenimiento es beneficiosopara la sociedad ; sean los que fueren los defectos de l .actual régimen conyugal , tenemos muy sólidas razo-nes para creer en su bondad general. Si es así , la.publicación de doctrinas que lo desacrediten , podráser sin duda peligrosa y debe ser reprimida. Por otraparte, no debemos olvidar que el pasado estaba con-.vencido de que los propagandistas de opiniones heré-ticas dëbian ser castigados, impidiéndoles convertirse en instrumentos de la pérdida v condenaciónciernas de sus auditorios ; hecho éste muy adecuadopara sugerirnos algunas dudas respecto del funda-mento inquebrantable de nuestras opiniones tocanteá las relaciónes sexuales. En todas partes y siempre,

los hombres se han conceptuado convencidos de 11.legitimidad de sus opiniones y de sus sentimientossobre ese punto, así como en lo tocante á la, política

y la religión; sin embargo , si tenemos razón nosotros, otros han debido qe(Wivocarsc. Aunque los in--^ 1

Page 199: La Justicia

M R H. SPENCER 199

,.;feces estén convencidos de la iniquidad de los ma-

trimonios de niños en la India, la mayor parte de losindios no participan de esta opinión; entre nosotros,la mayoría de las gentes no encuentra nada departicular en los matrimonios por dinero , cosa querepugnan no pocos. En el Tibet, no sólo han adop-tado los habitantes la poliandria , sino que muchosviajeros estiman que es el mejor sistema posible enaquellas comarcas desoladas. Ante diversidad tangrande de opiniones dominantes, aun en las mismasilaciones civilizadas , es difícil sostener que única-mente nuestras opiniones sean capaces de resistir áoda crítica, á menos de imaginarse que haya quienpueda garantizarnos que ese género de restricciones

la libertad de la palabra no constituye ningúnobstáculo al progreso hacia costumbres mejores ysuperiores á las actuales.

En esa esfera, corno en las de la política y lareligiosa, la libertad de palabra tiene de seguro sus in-convenientes; pero las reflexiones precedentes impli-can la conclusión de que tales inconvenientes debenser aceptados, pensando en las ventajas posibles. Porotra parte , la opinión pública tendrá siempre los in-convenientes á raya. La aprensión de que provocaráel ostracismo social lo que se diga ó escriba, es ámenudo un obstáculo más eficaz que cualquierrepresión legal.

78. Los derechos á la libertad de palabra y dela imprenta han seguido la misma marcha que losdemás derechos ; desconocidos , ó bien obteniendo enlos tiempos primitivos y en la mayoría de los paisesuna adhesión silenciosa , han logrado implantarse

Page 200: La Justicia

00 LA_ JLSTIC.IA

gradualmente. Parecerá superfluo insistir acerca c'eeste punto; sin embargo, algunos ejemplos confir-marán la verdad de nuestro aserto.

Era ocasión la presente para evidenciar varioshechos enumerados en el último capítulo, puesto quela supresión de una creencia implica la de la libertadde la palabra. Los ejemplos de una negación de la li-bertad de palabra en los tiempos remotos nos son muvfamiliares; la cólera de los sacerdotes judíos contra.las enseñanzas de Jesucristo y sus preceptos, contra-rios á su fe, condujeron á éste al Calvario; persegui-dor de crisLianos primero, Pablo tué perseguido porhaber querido persuadir á los hombres que seconvirtieran al cristianismo; en fin, varios empera-dores romanos enviaron los predicadores cristianosal martirio. Después del establecimiento del cristia-nismo, vemos prohibir la profesión de las opinionescontrarias á la secta ya entonces dominante ; se cas-tigaba sucesivamente á los que negaban la divinidadde Jesucristo y á los partidarios páblicos del dog-ma de la predestinación ó del maniqueísmo con susdos principios del bien y del mal. Más tarde :se perse-guía á Iluss y Lutero. Lo mismo ocurrió en Ingla-terra á partir de Enrique IV (1), que Imponía penasseveras contra los factores de herejías; en el si-glo ii elpuder se cebaba contra el clero no ‚onfe r

-rnista (2), quo so separaba de la doctrina de la. Iglesiaanglicana, y reducía a prisión á l3LInyarl, culpable dehaber predicado al aire ±ibre. Presento está aún e t.

(1) Gm2: ()bra rit,trl,i, p(tg.(2) Aid, 609-61;3.

Page 201: La Justicia

POR H. SPENCER 201

último proceso contra la propaganda del ateísmo. Sinembargo, en el curso de estos últimos siglos, el dere-cho Ala libertad de la palabra religiosa se afirma másy in^ís, y cada vez se le reconoce más claramente; hoyno existe ya restricción alguna al derecho de expre-sar públicamente una opinión religiosa cualquiera, Amenos quo sea gratuitamente insultante por la for-ma ó manera con que se exponga.

Un progreso paralelo ha instaurado el derecho ála libertad de los discursos politicos que en tiemposprimitivos se rechazaba. En la Atenas (1) de Solón,la pena de muerte era el castigo contra la oposición ála política imperante; entre los romanos (2), la ex-posición de opiniones prohibidas se asimilaba d latraición. hace algunos siglos, una crítica política,aunque fuese moderada, era objeto de penas riguro-sas. En épocas Inés cercanas hase visto imperar, orala expansión de la libertad de la palabra, ora la vigi-lancia de que era objeto; nuestras guerras contra laRevolución francesa marcaron una tendencia retró-grada para ese derecho como para los demás. En 1808un juez proclamaba « que no estaba permitido im-pulsar á los súbditos .hacia el descontento contra losgobiernos». Los primeros amos del período de paz queluego siguió vieron el decrecimiento de las restriccio-nes d que estaban sometidas todas las libertades pú-blicas, incluso la de discusión política. Es verdad quesir J. Burdett fue, reducido d prisiún por haber cen-surado los excesos inhumanos cometidos por las tro-

'1) Paterson: The Liberty of the Press, 1880, pág. 76.(2) Ibis?, pág. 77.

Page 202: La Justicia

20? LA JUSTICIA

pas, y Leigh Flung (1) por haber denunciado el abusodel látigo en el ej6rcito; pero desde entonces todaslas trabas impuestas a la expresión pública de lasideas políticas han ido desapareciendo. Siempre ycuando que se abstenga de impulsar al crimen, todociudadano es muy dueño de decirlo que piensa de nues-tras instituciones, tanto en general como en particular; hasta puede, si le parece, recomendar una forma

de gobierno completamente distinta de la nuestra ócondenar toda forma de gobierno, cualquiera queella, sea.

El reconocimiento creciente del derecho A1- , liber-tad de la palabra ha sido acompañado naturalmentepor el reconocimiento creciente del derecho A la liber-tad de publicación. Platon (2) juzgaba la censura comonecesaria para contener la difusión de doctrinas noautorizadas. En la Edad Media, el poder eclesiásticosuprimía los escritos que conceptuaba heréticos. Bajoel reino de Isabel (3), los libros debían ser oficialmenteautorizados, y el Parlamento Largo mismo puso envigor el sistema de la censura, contra la cual Miltondirigió su celebre protesta. Peo desde hace dos si-glos no hemos tenido censura oficial I3lalS que para elteatro, y las medidas numerosas á las cuales se harecurrirlo periódicamente para sujetar A la prensa, ohan sido derogadas ú han caído en desuso.

79. Urna prez más, en este caso como en los otrosya estudiados, la preeminencia de la conservación de

(1) Ntorso>>: Obra cit;ada. i,' !.(2) [hid, p íriiias 50-52.(3) Ió•í 3 , pti^,•in^^^ 50-,1.i ^

Page 203: La Justicia

203Pflh. H. SPENCER.

la sociedad sobre los derechos del individuo auto-riza la aplicación legítima la libertad de la palabray de la publicación, de aquellas restricciones que entiempo do guerra son necesarias para privar al ene-migo de las ventajas quo de la falta de las mismaspudiera sacar. Segím hemos visto, la ética justificala subordinación de los más importantes derechos delciudadano en la medida exigida por el buen éxito dela defensa nacional: ahora bien, es natural que, per-mita la subordinación de aquellos derechos que son deimportancia secundaria.

Y una vez más también , se nos ofrece ocasiónde reconocer la conexión directa que existe entreel estado de hostilidades internacionales y la repre-sión de la libertad individual. Bien claro resulta queen todo el curso de la civilización, la represión de lalibertad de palabra y de la publicidad aparecen rigu-rosamente en razón directa ciel predominio del régi-men militar ; hoy mismo se confirma esto con sólo ob-servar el contraste que presentan en este punto In-glaterra y Rusia.

Pero después de reconocer las limitaciones legi--timas de esos derechos, es preciso advertir que, comolos demás derechos deducidos de la ley de la libertad,han sido inscritos en las leyes tan pronto como la.

sociedad llegó A revestir una forma superior de ci-vilización.

Page 204: La Justicia

CAPÍTIJLO XIX

Ojeacl.a retrospectiva y nuevo arguncien.to

80. Doquiera que las instituciones están en con-

tradicción con la naturaleza humana se produceuna fuerza que determina un cambio. 0 bien la natu-raleza se amolda á las instituciones, ó bien éstas seamoldan á la naturaleza; á veces el influjo es recí-proco ; lo que al fin ocurre es que siempre acaba porasentarse un estado de mayor estabilidad.

En Inglaterra, las acciones y reacciones entre nues-tro carácter nacional, y las reglamentaciones socialeshan conducido á un resultado curioso. El espíritu deprudencia que ha presidido á éstas lia conquistadoel favor de aquél ; y ya, no sólo se le tolera , sino quese le prefiere. hemos acabado por desconfiar de losprincipios y por sentir aversión hacia todo sistema.Naturalmente, los estadistas y los ciudadanos que poruna parte están de acuerdo en afirmar la soieraniadel pueblo, y por otra redactan obsequiosos y muycomplacidos los discursos reales en los (males se tratade servidores A los Lores y Comunes, se habla. ;d

Page 205: La Justicia

l'OR 1 1. SPENCER. 207

pueblo. (iiciendole «mis súbditos» ; se irritan cuantasveces se les pide una política lógica y consecuenteconsigo mismos. Mientras afirman en materiareligiosael derecho del individuo, á juzgar por sí , autorizanal Parlamento á subvenir los gastos (le un culto ofi-cial; nada, pues, de extraño tiene que se sientan mo-lestados cuando se les pregunta cómo se las arreglanpara armonizar su teoría y su práctica. Por otra par-te, obligados con frecuencia á aceptar doctrinas con-tradi3torias, se convierten por necesidad en enemigosde todo razonamiento exacto, y se revuelven contratoda tentativa de someterlos á la lógica de las propo-siciones precisas, retirándose ante las aparienciasmismas de un principio abstracto , con el espanto queexperimenta un hombre que ha creído ver un fan-tasma.

Tales pensamientos y tales sentimientos, formadosbajo las condiciones sociales, radican tan profunda-mente en la conciencia humana, que no hay razona-miento capaz de variarlos ; aún. más , las creenciascontrarias son, desde luego, rechazadas. Los lectorescuyas opiniones no hayan sido modificadas por losargumentos expuestos uno á uno en los capítulosprecedentes , no cambiarán de seguro de opinión por-que agrupemos esos argumentos para demostrar queconvergen hacia una conclusión misma. Sin embar-

go, conviene, antes de continuar, insistir acerca dela armonía que reina entre esas proposiciones; toda-vía nos quedará para luego la tarea de deducir lasconsecuencias.

81. No tenemos ética alguna de la condensa-ción de la nebulosa , del movimiento sideral ó de la

Page 206: La Justicia

'90(; L:\ JUS'I'IGIA

evolución planetaria; las acciones inorgAnicas exce-den de nuestra concepción de la ética. De igual modo,si abordamos el estudio de los seres organizados, novemos que la ética tenga que ocuparse de los fenó-menos de la vida vegetal. Verdad es que asignamosá las plantas calidades de superioridad y de inferio-ridad las cuales atribuimos su éxito O su fracasoen la lucha por la existencia, pero no relacionarnoscon esto idea alguna de censura ni de aplauso. Sóloen el aparecer de la facultad d.e sentir, es decir, en elmundo animal, vernos nacer la materia propia de laética. De lo cual se sigue que desde el punto de vistade su naturaleza última, la ética, al presuponer lavida animal, y al no adquirir sentido apreciable sinoen la medida en que esta vicia reviste formas m<.scomplejas, debe poder expresarse en términos apli-cables á la vida animal. Y como estudia ciertos ras-gos en la conducta de la vida que considera comobuenos ó malos no puede fundar su juicio mientrasiínore los fenómenos esenciales de la vida.

El capitulo sobre la «Ética animal» nos ha revela-do esta conexión bajo su forma concreta. Hemos vistoque si lijamos nuestra atención sobre una especiecualquiera, cuya duración sería de desear, clasifica-mos como buenos respecto d.e esa especie, y los consi-derarnos mostrando una cierta aprobación , los actosque sirven para sostener al individuo y conservar laraza; por el contrario, reprobarnos aquellos actos quetienen tendencias inversas. En el capitulo siguiente,que trata de la «Justicia subliuinana», liemos recono-cido la condición previa necesaria para el cumpli-miento del. fin (lue se presume deseable, 21: saber: que

Page 207: La Justicia

POR H. SPENCER

cada individuo recoja los resultados, buenos ó malos,de set propia, naturaleza y conducta consiguiente. He-mos visto que en todo el reino animal inferior noexiste fuerza alguna, que sirva de obstáculo a estacondición previa, que lleva al triunfo de los másaptos. Demos visto también que toda vez que estaconexión entre la conducta, y su consecuencia setiene por justa, síguese de ello que en todo el reinoanimal lo que hemos llamado justicia, no es otra cosa,que el aspecto ético bajo el cual se presenta la leybiológica, en virtud de la que la vida en general semantiene y evoluciona hacia formas superiores: estaley, pues, está revestida de la más alta autoridadposible.

Una ley secundaria nace del establecimiento delas costumbres sociales. Si un cierto número de indi-viduos viven en una proximidad tal que están ex-puestos á estorbarse impidiendo con sus actos alcan-zar los resultados apetecidos, estos actos deben res-tringirse mutuamente de modo que se prevenga e]antagonismo y se corte la dispersión del grupo. Elcumplimiento de los actos de cada individuo debeestar sometido á una limitación tal, que no estorbená los de los demás en una medida superior á aquella enq ue ellos mismos se vean determinados. Ya hemosvisto cómo se observan esas restricciones en las di-versas razas sociales.

Por fin, en el capitulo sobre «La Justicia huma-na» hemos mostrado que esta ley secundaria, bosque-jada vagamente no más, en los seres sociales inferio-res , llegaba á tener en el hombre, el primero de losseres sociales, aplicaciones más acentuadas, definidas

Page 208: La Justicia

208 JUSTIC.I-1

y complejas. Sometido A las condiciones queimpone lavida social, y afirmándose en cada individuo, el prin-cipio primario de la justicia determina el nacimientodel secundario ó limitativo , el cual abraza á todoslos individuos existentes: las restricciones mutuas quenecesita en el estado de asociación., el cumplimientosimultáneo de sus actos, constituyen un elementonecesario de la justicia.

82. La adaptación producida directa ó indirec-tamente, y de ambas maneras á la vez, rige la estruc-tura cerebral, así como rige las estructuras del restodel cuerpo; como las funciones físicas, las mentales,tienden á adaptarse á las necesidades ambientes. Elsentimiento común á todos los seres que los impulsaá mantenerse en libertad de acción, se acentúa en losde una organización superior á éstos; además , expe-rimentan hasta un cierto punto el sentimiento corres_.pondiente á la necesidad que se impone á cada unode ellos de obrar respetando los límites impuestospor las acciones de otro.

Al propio tiempo que una facultad de K prever» yde « recordar» más amplia, presenta el hombre ma-

nifestaciones festaciones más elevadas de esos dos rasgos del ea--racter firmemente visibles en las sociedades ya desdealgún tiempo pacificas, quedan oscurecidas en aquellasen que el estado de guerra lia dominado durante unlargo período. Tanto para los derechos personalescomo para los derechos correlativos de otro, manifiés-tase una. conciencia clara de la justicia, doquieraque las costumbres no han estado sometidas al influjode una herencia de conflictos crónicos entre la moralde la amistad y la de la enemistad. Pero en aquellos

Page 209: La Justicia

Patt H. SPENCER 909

países en que los derechos de los hombres á l a vida,á la libertad y á la propiedad se encuentran incesan -temente subordinados, y en que el temor ha organiza-do la población en ejércitos destinados á aumentar elpoder gerrero : en aquellos países en que, por conse-cuencia de esto, los hombres se hallan acostumbradosL pisotear los derechos de los hombres que no habitanel mismo territorio que el suyo, bórranse las emo-ciones y las ideas que corresponden á los principio ,<

egoístas y altruistas de la justicia.Sin embargo, salvo esta restricción, la vida en el

estado de asociación desenvuelve el influjo predomi-nante de la simpatía, abriendo sin duda camino n l

sentimiento de la justicia egoísta; pero ofreciendotambién al de la justicia altruista la ocasión de ejer-citarse y provocando el nacimiento de las ideas corre-

, lativas. A la larga, al propio tiempo que los hombresadquieren una cierta conciencia moral de sus dere-

P chos personales y de los derechos de otro, su inteligen-cia se afina más ó menos para percibirlos. Por fin,

nacen las intuiciones que corresponden á las necesi -d.ades, cuya satisfacción permite á las actividades so-

ciales desplegarse armoniosamente, y esas intuicionesse expresan bajo su forma más abstracta, por el asertode que la libertad de cada uno no está limitada ImIsque por las libertades análogas de todos.

â^^' El principio fundamental tiene, pues, un doble ori-gen deductivo. En primer lugar, se deduce de lascondiciones anteriores á la vida completa en el estado

ui' de asociación; en se gundo lugar, se deduce de las for-mas del sentimiento consciente que crea la naturaleza,humana al acomodarse á esas condiciones.

Ole14

Page 210: La Justicia

21() Jt,sTl';! A

83. Esas conclusiones obtenidas por via de + e-t !ncción concuerdan con aquellas á las cuales las in-ducciones nos han conducido. Lis propias experien-cias acumuladas, han llevado, en efecto, A los hombresA establecer leyes en armonía con los diferentes coro-larios que se refieren al principio de la libertad igualpara todos.

La guerra no tiene en cuenta la vida humana;pero la paz le hace adquirir un carácter sagrado , ylos hombres han llegado á considerar sin excepcióncomo atentados todos los ataques, aun los más val-gares, que se dirigen contra la integridad física. .n

las etapas primitivas , la esclavitud se hallaba casiuniversalmente extendida; los progresos de la civili-zación la han mitigado poco á poco, y las restriccio-nes impuestas á la moción y locomoción han desapa-recido en las sociedades más avanzadas. Después dehaberlos desconocido en el origen_, la ley hace res-petar los derechos iguales de los hombres al goce nointerceptado del aire y de la luz. Aun cuando du-r'ante un periodo de predominio extremo de la acti-vidad militar la propiedad colectiva de la tierra haya(-sido en manos de los jefes de las tribus y de los re-yes hasta ser su propiedad personal , el desenvolvi--

ento del industrialismo 11a logrado hacer que sereconozca que el derecho de la propiedad privada dela tierra debe en principio subordinarse al de la pro-

piedad suprema ole la comunidad, y que cada ciuda-(!ano posee un titulo latente A, su uso posible. Violado

escrúpulo en los tiempos primitivos, que no res-petaban los derechos á la vida, y á la libertad , el dere-r•eCho de propiedad ha sido más y mejor garantido

Page 211: La Justicia

POR H. sI'1 N(Ei. 211

medida que las sociedades han acentuado su movi-miento de avance. Al aplicarse con éxito creciente ádefender el derecho la propiedad material, las leyesmodernas han acentuado su reconocimiento (le losderechos á la propiedad incorporal, fortificando pro-gresivamente las leyes sobre inventos y propiedadliteraria, y cuantas castiga la difamación y la ca-lumnia.

Mientras las sociedades no civilizadas , y en lasprimeras etapas de las civilizadas, el individuo, dejadoá sus propias fuerzas, sólo debe contar consigo mismopara defender su vida, su libertad y sus bienes, enlas etapas siguientes la comunidad se encarga, cadavez con mayor cuidado, cíe defenderlos, haciendoobrar al gobierno constituido para ello. A menos depretender que el desorden primitivo valía más que elorden comparativo que en nuestros días reina, es ne-

1 cesario admitir que la experiencia de los resultadosobtenidos ratifica la afirmación de todos esos dere-chos capitales, y confirma los argumentos en virtudde los cuales los hemos deducido.

84. Una nueva confirmación, de naturaleza ysignificación an'llogas, viene á sumarse con la de laexperiencia. Mientras, en virtud de su capacidad co-lectiva, la comunidad se ha ido gradualmente encar-Mando de garantir los derechos de cada hombrecontra las agresiones de otro, gradualmente tambien

11 '

ha cesado de violar por si misma esos derechos, cons-

tantemente desconocidos en el pasado.Los pueblos no civilizados y los pueblos civiliza-

dos primitivos negaban el derecho de testar, ya ennombre de las costumbres , ya en el de las leyes, 6

Page 212: La Justicia

;' 1? L A JUSTICIA

bien le restringían hasta el extremo ; pero al contactodel industrialismo creciente y de las formas quo l^

son propias, las restricciones del derecho de testarhan disminuido , para desaparecer casi por completoen las naciones cuya organización industrial es m.savanzada. En las sociedades groseras los gobernantesestorban habitualmente la libertad de los cambios, im-poniendo monopolios , restricciones y prohibiciones;pero las sociedades avanzadas se inspiran mucho me-nos en los cambios del mercado interior, y la de In-glaterra se abstiene en absoluto , por decirlo así,de intervenir en materia de cambios con el extran-jero. En Europa, el Estado, durante siglos ha regla-mentado la industria , dictando procedimientos parafabricar y los artículos que debían fabricarse; hoy,salvo los reglamentos destinados A proteger los obre-ros, cada cual es dueño de obrar según le parezca.En el origen, la autoridad regulaba las creenciasy los cultos , y lentamente ha renunciado la tal in-trusion, y en nuestros días las sociedadas avanzadasdejan libremente creer ó no creer , y practicar mculto ó no practicar ninguno. Lo mismo puede de -cirse de los derechos de libertad de la palabra y el deimprenta; desconocidos al principio, cuantos se atre -vían <c ejercerlos sufrían inmediato castigo ; poco ^í

poco tales derechos han llegado A obtener la sanciónle las leyes escritas.

Los gobiernos han cesado también de inmiscuirseen otras categorías de actos privados. Antes regla-mentaban el consumo y la calidad de los alimentos, yprescribían hasta el número de las comidas. Prob i-

hían el uso de vestidos de ciertos colores, los borda-

^

Page 213: La Justicia

^ 'POR 3-I. til'l^!\(^H^lt ,^,].

dos y encajes á aquellas gentes que se conceptuabanpor debajo de ciertas líneas divisorias; enumerabantambién las armas que se podían llevar y emplear,así como se fijaban las clases que podían servirse devajillas de plata ó usar cabellos largos. Hasta las di-versiones se hallaban reglamentadas ; ciertos juegosestaban prohibidos, ciertos ejercicios corporales con-denados. Los tiempos modernos no conocen ya esosatentados á la libertad individual, y admítese implíci-tamente el derecho de cada cual á adoptar la manerade vivir que más le convenga.

Es preciso, pues, ó reconocer una vez más quenuestras deducciones de la fórmulas de la justicia sehan visto progresivamente justificadas por la com-í , robaci ón • de los efectos perniciosos de su violación,6, de otra suerte, reclamar el restablecimiento de lasleyes suntuarias y otras análogas , con la, abolición.de la libertad de testar , de cambiar , de trabajo , deconciencia y de la palabra.

§ 85. La economía política nos ofrece toda unaserie de comprobaciones inductivas , de que no he-mos hablado hasta ahora.

Enseña que las ingerencias del Estado , bajoforma de prohibiciones y de primas mercantiles , sonperjudiciales; la ley de la libertad las condena de an-temano á nombre de la justicia. La economía políticademuestra las ventajas de la libertad de las especula-ciones mercantiles , aun respecto de las sustanciasalimenticias; el principio fundamental de la equidadjustifica este aserto. La economía política ha probadoque las penas contra la usura tienen efectos funestos;la lev de la libertad las había condenado por adelan-

Page 214: La Justicia

21 I L.1 .TCSTItáI.1 /

Lado , en cuant o implican obstáculos á los derechoLa economía política ha demostrado que, lejosperjudicar, las máquinas contribuyen al bienestar delconjunto de la población, y de acuerdo con ella, la levde la libertad reprueba las medidas encaminadas árestringir su empleo. La economía. política, sientacomo principio que es imposible y desventajoso re-cular artificialmente la tasa de los salarios y el cursa;del precio; en nombre de la ley de la libertad ig ua ipara todos, la moral prohibe esa reglamentación. ;o-bre muchos otros puntos todavía, por ejemplo , ecomercio de los bancos y la ineficacia de los esfuer-zos hechos para proteger una industria á costa deotras, llega la economia -política a conclusiones quepor su parte la ática ha deducido de antemano.

' godos esos casos citados, zqué vienen, en suma, Aprobar? Prueban que en el estado social, la confor-midad con la ley de la libertad igual para todos ga-rantiza de la mejor manera, no sólo la armonía, sinotambién la, eficacia de la cooperación social.

80. Convergen, pues, hacia una misma conclu-sión dos argumentos deductivos y tres argumentosinductivos. El estudio de las leyes de la vicia, tal co-mo ésta se realiza en las condiciones sociales , y la.prueba que nos ofrece la expresión del sentimientoconsciente de la moral, fruto de la disciplina continuaque impone la vida social, nos conducen rectamenteá reconocer que la ley de la libertad es la ley moralsuprema. Las conclusiones geny_.rales, Fundadas sobrela experiencia común del genero humano, que tinalegislación progresiva ha irlo recogiendo, nos condu-cen indirectamente al mismo reconocimiento , por

Page 215: La Justicia

l;.

POR II. SPENCER ?15

cuanto establecen que el progreso de la civilizaciónha tenido por efecto un aumento gradual de la protec-ción de los derechos del individuo por los gobiernos yun decrecimiento simultA,neo y gradual de las ingeren-cias de los gobiernos en esos derechos. El hecho , ergfin, de que la economía política, reconociendo lo quenuestra doctrina declara equitativo , viene A reforzar.grandemente ese acuerdo.

No me ilusiona la esperanza de haber facilitadola aceptación de un principio fundado en cinco orde-nes de argumentos, unos a posteriori proporcionadospor la historia, concordando con otros a priori toma-dos de la biología y de la psicología. Si hay pensadoresa priori que se obstinan en rechazar las conclusionesque están en desacuerdo con sus opiniones, hay tam-bién pensadores a posteriori que niegan tan obstina-damente el valor de las opiniones intuitivas. Tienenfe en los conocimientos que resultan de la experienciaacumulada del individuo, pero no conceden fe algu-na á los que resultan de la experiencia acumuladade la raza. Evitemos esa doble intolerancia. El acuer-do de la inducción y de la deducción proporcionasiempre una prueba de una solidez inexpugnable ; ycuando , como en el caso presente , ese acuerdo serealiza entre deducciones é inducciones numerosas,puede decirse que hemos logrado la certidumbre mássólida que imaginar se puede.

Page 216: La Justicia

CAPÍTULO XX

Los derechos de la mujer_

87. He pasado por alto una cuestión que natu-ralmente se nos presentaba en los capítulos que tra-tan del principio fundamental de la justicia : vuelvoahora sobre ella , porque me ofrece una introducciónapropiada al asunto que vamos á examinar.

«,Por qué, se hubiera podido preguntarme, losderechos de los hombres no han de ser proporciona-dos á sus facultades? z, Por qué la esfera de acción delindividuo superior no ha de ser más amplia que la delindividuo inferior? Ya que un hombre de estaturamás alta ocupa más espacio que un hombre de estaturamenor, y ya que tiene mayor suma de necesidades enla vida , sus energías precisan un campo más vastopara desplegarse. No es conforme á la razón que lasactividades de los grandes y de los pequeños, de losfuertes y de los débiles, de los superiores y de losinferiores, se vean confinadas en límites demasiadoestrechos para unos y excesivamente amplios paraotros.»

Page 217: La Justicia

PoR. tiPr+:\c:ER. 21 7

Debo responder, en pruner término, que corre-mos grave riesgo de equivocarnos, si interpretarnosliteralmente la metáfora de que antes nos hemos ser-vido. Por más que hayamos presentado las libertadesiguales de los hombres bajo la figura de espaciosque las comprenden y se limitan mutuamente, no sepresentan en la realidad de una manera tan sencilla.El hombre inferior que reclama su derecho á la inte-gridad física, no dirige ataque alguno á la integridadfísica del hombre superior. Al reclamar la mismalibertad de circulación y de trabajo, no impide á esteí^ltimo circular y trabajar por su parte. Al conser-var para si sólo la ganancia que le han procurado susactividades , no impide en ninguna manera al hom-bre superior apropiarse el producto, mayor sin duda,de sus actividades personales.

Debo añadir también que negar á, la facultadinferior una esfera de acción igual á la superior,equivaldría á superponer una enfermedad artificial áuna natural. Un cuerpo raquítico ó deforme , de senti-dos imperfectos, un temperamento pobre ó una inte-ligencia limitada, son motivos sobrados para inspirarpiedad. Si fuese posible acusar á la naturaleza de in-

justa , tendríamos derecho de decir que es injusto quealgunos estén dotados de facultades naturales inferio-res á las de otros, viéndose así entregados mal per-trechados á la lucha por la, vida. z Qué decir, pues,de la proposición que quiere que añadamos á la des-ventura del ser dotado de facultades menores la deno disponer sino de esferas más estrechas para ejer-cer en ellas sus menores facultades? La simpatía nosimpulsará, por el contrario, A compensar las incapa-

Page 218: La Justicia

218 L.^ JliSTIC.I1

cidades hereditarias por campos de acción más exten-sos. Evidentemente, lo único que podríamos hacer,es concederles la misma libertad de manifestarse hastadonde lo permitan sus medios.

Una tercera respuesta es que , aun cuando fueseequitativo proporcionar las libertades de los hombresá sus capacidades respectivas, seria imposible hacer -lo, puesto que no disponemos de ningún medio pare.medirlas. Por el contrario, en la mayoría de loscasos , no hay dificultad alguna en aplicar el princi-pio de la igualdad. Si sin agresión previa de ningúngénero A. mata á B., ó lo tiende á sus pies ó le encie-rra, es claro que esos dos hombres se han atribuidolibertades de acción diferentes. Si después de com-prar las mercancías á D., C. no paga el precio con--venido, es evidente que al ejecutarse el contrato sólopor una de las partes, han usado ambas de gradosde libertad desiguales. La atribución de libertadesproporcionadas á las capacidades necesitaría la deter-minación del quantum existente de cada facultadfísica y mental , y la distribución proporcional. de lasespecies particulares de libertades que les podríancorresponder. Pero esas dos operaciones son imposi-bles de verificar : prescindiendo, pues, de otras razo-nes, las consideraciones de carácter práctico exigen,pues, que tratemos como iguales las libertades de loshombres, sean las que fueren sus facultades.

88. Un cambio en los términos me permite apli-car mis argumentos á la relación que existe entre losderechos de los hombres y los derechos de las Hule-res. No vamos á entrar en el detalle (le la compara-ción de sus capacidades. No es este el lugar : por el

Page 219: La Justicia

POR H. SPENCER 91 9

momento, ene basta notar el hecho incuestionable dtque algunas mujeres gozan de una fuerza física supe-..rior á la de ciertos hombres, y que otras gozan defacultades mentales superiores aun á las de la gene-ralidad de los hombres. Si el quantum de libertad de-biese , pues, de regularse por la capacidad, la ope-ración, aunque fuese posible, no permitiría tener encuenta el sexo.

Pero la dificultad surgiría bajo otra forma, si,prescindiendo de los casos excepcionales, partiésemosde la proposición según la que el término medio de las_fuerzas mentales femeninas es, como el de las físicas,inferior al término medio de las masculinas. Impoten-tes seriamos para regularnos según ese principio,puesto que también sería imposible fijar la proporciónque existe entre los términos medios y calcular exac-tamente las partes proporcionales de las esferas deactividad que seria preciso atribuir cada uno.

Ya lo hemos dicho : de hecho la diferencia quese pudiera establecer, sería siempre en el sentido fa-vorable á compensar las facultades menores con facili-dades más grandes. La generosidad impulsa á ello.Mas , prescindiendo de esto , la equidad exige que siaventajamos artificialmente á las mujeres, no debemoshacer nada por rebajarlas artificialmente.

Si se consideran aislados los hombres y las muje-res , como miembros independientes de' una mismasociedad , donde cada uno ó cada una deba atender Asus necesidades como mejor pueda , síguese que noes equitativo someter á las mujeres á restriccionesrelativas á la ocupación , profesión ó carrera quedesean abrazar. Es preciso que gocen de la misma

Page 220: La Justicia

220 LA JUSTICIA

libertad que los hombres, de prepararse y de recogerel fruto de los conocimientos y de la habilidad quehubiesen adquirido.

Complicase la cuestión causa de las relacionesde las mujeres casadas con sus maridos y de las muje-res con el Estado.

ti 89. De los derechos iguales A, los de los hom-bres que las mujeres deben tener antes del matri-monio , la equidad ordena que conserven después de l .matrimonio todos aquellos que no ataquen necesaria-mente el estado conyugal, tales son los derechos á laintegridad física., la propiedad de los bienes adqui-ridos por el trabajo ú por sucesión, los derechos d lalibertad de conciencia y de discurso , etc., etc. Esosderechos no deben sufrir restricción , sino en cuanto

Nd

estén en contradicción con las cláusulas explicitas óimplicitas del contrato que voluntariamente han sus-crito, y como la condición de las mujeres casadasvaria segun los tiempos y los lugares, tales restriccio-nes deben variar (le igual manera. A falta de datosexplícitos , nos contentaremos con aproximaciones.

Respecto de los bienes, por ejemplo , no es con-trario ni d la razón ni á la justicia, asignar al marido

que tenga por si solo el cargo de sustentarla familia , cl usufructo ó la posesión de bienes queen otras circunstancias serian de la mujer; d falta de .:,,;^

tal facultad , seria posible que la mujer se reservasesus bienes y su producto para, su provecho personal yexclusivo, negándose â contribuir â los gastos comu-nes de la casa. Sólo en el caso en que soporte Tinaparte igual de la carga para sostener la familia, pa— ^1

rece justo conservarle su derecho de propiedad igual

Page 221: La Justicia

fo

PoF. SPE1TG E I.L

y entero. Sin embargo, no pretendernos que las car-gas deban ser absoluta y reciprocainente repartidas.A primera vista, parece que en el supuesto de dere-chos de propiedad reputados iguales, el sostenimien-to de los niños y de la pareja incumbe á ambosesposos; pero la existencia para una de las partes defunciones onerosas , de que la otra se ve libre , laincapacita grandemente para la vida activa y se opo-ne á semejante arreglo. Sólo una transacción, varia-ble como las circunstancias, parece posible; segúnesto, el cumplimiento por parte de la mujer de los de-beres maternales y domésticos constituirá ordinaria-mente el equivalente proporcional de los esfuerzosque haga el marido para procurar los recursos nece-sarios.

Aún es Inds dificil fijar los derechos de recí-proca inspección de los actos de cada cónyuge y de

los actos comunes. Conviene tener en cuenta las po-siciones relativas de cada uno de ellos, desde el puntode vista de lo que aportan en dinero y en servicios, yde la naturaleza de cada cual; estos factores del pro-blema varían hasta lo infinito. También es imposibleconformarse en cada caso particular á la ley de la li-

n,^r1, bertaci, cuando surjan entre las dos voluntades con-flictos que no puedan resolverse de comtin acuerdo, yen los cuales es preciso que uno de los dos decida;sólo puede hallarse la conformidad en el términomedio de los casos. Las circunstancias son las quadeberán decidir. Por lo demás, es preciso añadir quela balanza de la autoridad deberá inclinarse más bienhacia el lado del hombre, generalmente dotado deun juicio más ponderado que la mujer, mucho más

22 1

Page 222: La Justicia

222 L A JUSTICIA /

si se tiene presente que de ordinario es quien arbi-tra los medios para asegurar el cumplimiento delas decisiones de sus voluntades particulares ó comu-nes. Pero es esta cuestión en la que el razonamientotiene un campo muy limitado, y en el que habránde decidir los caracteres propios de las partes intere-sadas. Lo único que pueden hacer las consideracionesmorales es templar el ejercicio de la supremacía es-tablecida.

Quédanos por resolver una cuestión tan conlpli-cada, si no es más: aludo á la guarda y educaciónde los hijos. Diariamente es necesario decidir algorelativo á su educación; en el caso de separación delos conyuges, es preciso decidir cuál de los dos seráel encargado de la guarda. Pero z qué títulos relati-vos de cada esposo serán preferidos? Los títulos físi-cos directos parecen ser los mismos, por más que lanutrición prolongada anterior y posterior al naci-miento aumente los de la madre. Por otra parte , eltrabajo del padre en el orden normal proporciona losalimentos que han permitido á la madre nutrir alhijo. Que tales títulos contradictorios sean ó no váli-dos, lo que parece más claro es que el de la madreno es inferior al del padre. En punto á la educación,la ,justicia, pues, preséntase favorable á una transac-ción, cuyos términos razonables permiten formular-la diciendo que conviene que la autoridad de la madrel,rodomine en los primeros años y la del padre des-pués. La naturaleza maternal adáptase mejor que ladel padre á las necesidades de la primera y de lasegunda infancia , mientras que el padre , más expe-rimentado , es un guía más seguro para preparar los.

Page 223: La Justicia

H11t I1. SP-ENGER 223N.^.

hijos, y especialmentelos varones, para la lucha porla vida. Pero también parece contrario á la felicidaddel niño el que en un momento dado la autoridadde uno de los padres excluya por completo la del otro.El bienestar de los hijos sugiere además otras indi-caciones en caso de separación judicial y de conflic-tos de títulos á su posesión; debe efectuarse unadistribución igual, hasta donde sea posible, confiandolos más jóvenes á la madre y los primeros al padre.En definitiva, es preciso buscar siempre la transac-ción que dicten las circunstancias especiales de cadacaso.

Ile de añadir que no es urgente en Inglaterra, ymenos en América, conceder más derechos á lasmujeres desde el punto de vista de su unión domés-tica con el hombre. En algunos casos, la necesidadcontraria se deja sentir. Otras sociedades civilizadas,como Alemania, no los conceden sino con muchamayor parsimonia (1) .

90. Señalaremos, como anteriormente, las eta-pas que la costumbre y la ley pian atravesado parallegar conformarse con la ética.

El conjunto de las tribus no civilizadas no respeta?_ os derechos de la mujer mucho más que los de losanimales. No hay excepciones sino en favor dealgunas poblaciones primitivas, que sin predicar las

(1) Entre otras razones que me determinan á hacer esta reflexión,está el recuerdo de una conversación que oí cierto día á dos ale-

manes residentes en Inglaterra. Referían, riéndose con desdén,que habían visto muchas veces los domingos v otros días de fiesta

6 los obreros ingleses cargar con sus niños á fin de aliviar las fuerzasde sus mujeres. Al oir sus hurlas sentí cierta vergüenza , pero no

ciertamente por nue s tros obreros.

Page 224: La Justicia

)^i..t.^ l,:‘ .f USTIGIA

virtudes llamadas cristianas, se contentan con prac-ticarlas, y en favor también de las raras tribus abso-lutainente pacificas que se encuentran aquí y alla, ylas cuales, admirables por su conducta general, tra-tan á sus mujeres con tanta equidad como dulzura.Sin embargo, aun en los pueblos degradados, existeel respeto hacia los derechos de la mujer en la medi-da en que les permite sobrevivir y educar á sus hijos;de otro modo, la tribu se extinguiría. Con demasiadafrecuencia, su respeto se reduce al mínimum indis-pensable para prevenir esta extinción.

Los fidjianos (1) negaban á la mujer el primerode los derechos, pues podían matarla y comerla cuan-do bien les parecía; igualmente sucedía entre los fue-gianos (2) y los australianos (3) más salvajes, quesacrificaban las mujeres viejas para atender á su ali-mentación, y entre los numerosos pueblos que en-viaban á la viuda á unirse con su marido en el otromundo. En esos estados inferiores no se reconoceninguna libertad á las mujeres , así que llevan unavida de esclavos, pudiendo ser vendidas como tales;el matrimonio descansa en el rapto y en la compra.En todas partes donde las costumbres consideran ála aril.Ij er como un objeto poseído , apenas si puedeexistir un derecho de propiedad distinto para ella; la.

'[\rjliz eión , en sus comienzos, no reconocía, pues,sino muy vagamente á la mujer el segundo principioFundamental. Verdad es que en muchos casos La cues-

Williams vCa lvPrt : Fiji, a,nrt' the , 2 , 1858, r, 210.li'iztroy : () b ra citada, rt , 2.Trecwsdratioras of the .?th;aodrir»,;r11 !ÿoeic/,g, N. S., iri, 21:3-288..

(1)l2)

Page 225: La Justicia

POR 11. sPE\C•EIZ 995

^p cierto es que en las sociedades groseras, donde eltemor de las re presalias restrin ge tan sólo la agresiónentre los hombres , los derechos de la mujer están.habitualmente desconocidos.

No expondremos la filiación del estatuto de lamujer. Sin detenernos en las sociedades antiguas, enlas que, como en Egipto (1) , la descendencia porlínea femenina confería á las mujeres una posiciónrelativamente elevada, nos bastará notar que en lassociedades que se han formado por la agregación degrupos patriarcales , los derechos de las mujeres , queen los primeros tiempos apenas se reconocían demejor modo que entre los salvajes, han progresado

gradualmente en el curso de los dos mil últimos años.Limitándonos á los arios que han poblado á Europa,vemos las mujeresocupar una posición absolutamentesubordinada , excepto en los casos en que , como re-fiere Tácito (2) , adquirían una posición mejor, to-

mando parte en los peligros 'de la guerra; más de unpueblo nos ofrece ejemplos de semejante conexión.Los germanos (3) primitivos compraban sus mujeres,.y el marido tenía el derecho de vender y aun de ma-

'

tar la suya. La sociedad teutónica (4) primitiva y laromana primitiva, mantenían á la mujer en un esta-

) ii;.a cío de perpetua tutela, conceptuándola así incapaz de.,:.n .,

(]) Ebers: / gypten und die Bucher Aloses, 1862, i, 307-8.

(2) Tácito: Los germanos , xviii.

(3) Grimen (J.): Deutschen Rechtsalterthumer. Gotinga, 1.828, pá

, gina 450.1 (4) I13a'nc: Ancient Lana, pág. 153.

15

tión se complica y se modifica bajo el influjo del sis--tema de descendencia por línea femenina. Pero lo

Page 226: La Justicia

2?{5 L:1 JIISTICII

un derecho de propiedad distinto. El mismo estado de-cosas reinaba en la Inglaterra primitiva (1); los hom-

bres compraban sus esposas sin consultarlas á propó-sito del caso. Tal sistema dulcificóse luego paulatina-mente. En Roma (2) cayó poco â poco en desuso la leyque ordenaba que un cortejo iría â apoderarse de ladesposada para conducirla A casa de su esposo. Elderecho de vida muerte desapareció , mas parareaparecer alguna vez, como cuando el angevin.oFoulques el Negro (3) hizo quemar d su mujer. Laobservación general de los hechos nos hace ver quela sumisión de las mujeres se suavizad medida quela vida es menos belicosa. El declinar del sistema delestatuto con y el desenvolvimiento del sistema delcontrato que caracteriza al industrialismo, mejora lacondición de la mujer: las firmas femeninas que en-contramos al pie de los documentos de los guildasarrojan cierta luz sobre esta tendencia, aunque. la.condición de las mujeres, fuera de los guildas, que-dara casi lo mismo que en los tiempos anteriores. Lainfluencia del régimen social continúa. manifestán-dose de un modo general. En Inglaterra y en AmL-rica, donde el tipo industrial (le organización está._g ay desarrollado , el estatuto legal de la mujer esuperior al del continente europeo, donde el milita-

rismo ha conservado más su imperio. Entre nosotros,.solare todo con el predominio (le las institucioneslibres que caracteriza el in(lustrialislllo, la condi-

(1) Tngla id under the Saxon huts, por Lnppenberg, 1845,338-?9.

(2) IIunter: Introduction to Ronan Law, 32-33.'3) Green: Obra citada, pig. 95.

Page 227: La Justicia

POR H. SPENCER 2?i

ción de las mujeres se acerca más y más á la do loshombres.

Las deducciones áticas se armonizan , por tanto,una vez más con las inducciones históricas. Los capí_.tulos precedentes nos han mostrado cómo se afirmancada uno de los corolarios de la ley de libertad quellamamos derechos, á medida que los hombres alcan-&an una vida social más elevada; igualmente, vemosen el curso de la civilización á las mujeres adquirirun conjunto (le derechos que en el origen no tenían.

01. Réstanos comparar, desde el punto devista de la ética, la posición política de las mujerescon la de los hombres; pero nos es imposible hacerlemientras no tratemos á fondo de los derechos politi-cos de estos últimos. Cuando hayamos abordado e!examen de los que comúnmente se llaman K derechospoliticos» , veremos que hay necesidad de modificarradicalmente las concepciones corrientes, y hastahaberlo realizado no podemos tratar de una ma-

nera adecuada los derechos políticos de las mujeres.Sin embargo, puede ser dilucidado desde luego unode los aspectos de la cuestión.

Los derechos políticos , son los mismos para lamujer que para el hombre? En nuestros tiemposse tiende á contestar afirmativamente. Sostiénese queexiste una especie de paralelismo entre la identidadde los derechos expuestos, que resultan de la comannaturaleza de los dos sexos y la identidad de susderechos á la dirección de los negocios públicos.primera vista parece justificado el paralelismo, perola reflexión nos demuestra que no. La capacidadcívica no implica sólo el derecho de votar y de ejer-

Page 228: La Justicia

998 LA JLiSTi(:iA

cer ju pidicamente ciertas funciones representativas.-entraña , además, obligaciones onerosas , y siendoesto así, debe comprender una distribución de laventajas en relación con una participación en locargos. Es absurdo llamar igualdad á un estado decosas por el que se confiera gratuitamente a unocierto poder, en compensación del cual otros corre-rán los riesgos. Sea cual fuere la extensión de lesderechos politicos, la defensa nacional somete á todohombre en particular á la pérdida de su libertad,privaciones y al peligro eventual de muerte; el díaen que las mujeres obtuviesen los mismos derechospoliticos, sin someterse á idénticas obligaciones, s^j

posesión seria de superioridad y no de igualdad.A menos, pues, que las mujeres proporcionen un

contingente al ejército y A la marina análogo alcontingente masculino, la cuestión de la pseudo-gualdad de los desechos politicos de las mujeres no)odrá debatirse, sino cuando la humanidad hayaalcanzado un estado de paz permanente. Entoncessólo será posible (sea ö no deseable) que la posiciónpolítica de la mujer se iguale con la de los hombres.

Esta obligación, en verdad, no se refiere á laparticipación de las mujeres en el gobierno de la

administración local. Para. negárselo seria precisoinvocar otras razones.

Page 229: La Justicia

CAYi'l'ULO X X I

/os derechos de los hijos_61,6 k,..

f

92. Recordará el lector, sin duda , que ya a?jarincipio hemos reconocido la distinción fundamen-tal que existe entre la ética de la familia y la del Es-tado, consignando que el bien de la especie exige elmantenimiento de esos dos principios opuestos. Deellos resulta que los derechos de la niñez son de na-turaleza completamente diferente de la de los dere-chos de los adultos. Corno los niños se transformangradualmente en adultos , la relación entre ambascategorías de derechos cambia continuamente, y nopuede fijarse sino mediante transacciones que varia-ron á medida que se realice esta transformación.

La conservación de la raza implica la autosusten--tación de sus miembros y el sustento de la prole. En

el supuesto de que la conservación de la raza es unfin atendible , debemos decidir que es justo realizaresos dos sustentos. Si las condiciones fuera de lascuales esas operaciones no pueden cumplirse, son lasque suscitan lo que nosotros llamamos derechos, re-

Page 230: La Justicia

230 LA JUSTIGIA

sulta que los hijos tienen derechos—distintos de cier-tos otros títulos legítimos—á las cosas materiales queles permitan vivir y crecer, y que los padres tienenel deber de procurarles. Toda vez que para los adul-tos los derechos son las formas especiales y corres-pondientes que reviste la libertad de acción necesariapara procurarse la subsistencia, el vestido , el abri-go , etc., etc., la edad primera tendr.í títulos legíti-mos todo eso, pero cormas de la libertad quehacen la adquisición posible. El nido cuyas faculta-des no estAn todavía desenvueltas, es incapaz de ocu-par varios de los compartiiiL;n tos de la esfera de ac-tividad que ocupa el adulto. Durante esta incapacidad,es preciso proporciorarie gratuitamente las ventajasnecesarias que Iio se pueden recoger sino en las regio-nes de la actividad que le son inaccesibles. Sus títulosdedûcense de la misma necesidad primaria—la con-servación de la c specie — y tienen la misma validezque los derechos que la ley de la libertad confiere aladulto.

He aludido de propósito á esta distinción verbalentre los derechos y los títulos legít; aîo s de los hijos:la conciencia asocia de tal manera los derechos á. lasactividades y I los productos de leas actividades, quasi las afi'ibuydsemos A los ni _ .os incapaces die ejerc -ta.r aquellas actividades y ele obtener aquellos pro-ductos, provocaríamos no pequeña confusión.

03. Siendo el fin (,lti ino la conservación de la.especie, los 1ii jus tienen , sin duda. , en una ampliamedida, títulos legítimos ia, los productos de las <acti-vidades más Bien quo á la esfera de acción de esasactividades; sin enlbar' 'o. tienen ta rabien títulos S11-

Page 231: La Justicia

"j.,;1 111

PCzR iT. 'FiVE`;(:EiL

ffkcientes si la parte de las esferas de hl actividad de que.pueden usar Ventajosamente. Porque, en realidad, sila conservación de la especie constituye un desidera.-.tum, los padres deben, para que se cumpla éste, pro-porcionar á los menores de cada generación , no sólolos alimentos , vestido y abrigo necesarios, sino lasoocasiones indispensables para que puedan ejercitar susfacultades y preparar de ese modo su adaptación L la .vida de .adultos. Los mismos seres inferiores satisfa-cen esta necesidad en una cierta medida , aunque de•an modo inconsciente , excitando á sus pequeñuelosá servirse de sus miembros y de sus sentidos. Esta,preparación, necesaria ya en la ocia comparati-vamente sencilla de las aves y cuadrúpedos, es másindispensable todavía en la vida compleja de loshombres.

No es posible dar respuesta alguna á la cuestiónde saber hasta qué punto la vida de los padres debesubordinarse á la de los hijos al cumplir tales obli-gaciones. Innumerables especies de seres inferioressacrifican completamente una generación á otra; lospadres mueren después de poner sus huevos. No puedeocurrir lo mismo en los animales superiores que se-ven precisados á rodear á su prole de incesantes cuida-dos , durante el período de crecimiento, ó que atien-den á varios nacidos sucesivamente. El bien de laespecie exige, en ese caso, que los padres continúenviviendo con vigor y que cuiden á sus hijos mientrasson menores. Esto es lo que más especialmente ocu-rre en el hombre, á causa de la duración prolongadadel periodo en el cual los hijos piden asistencia. Asi

resulta q ue en la estimación de los derechos relativos.

9.31

Page 232: La Justicia

^.^ LA. .1TJSTf cLl

de hijos y padres, los sacrificios de éstos iltimos no

deben llevarse hasta el extremo de incapacitarlo:-;para cumplir plenamente sus deberes paternales. Lossacrificios excesivos acabarían por perjudicar á loshijos y á los esposos. El bien y la felicidad de los pa-dres constituye, en rigor, un fin que concurre al fingeneral; una razón moral prescribe, según esto , lalimitación moderada de su subordinación.

94. De los títulos legítimos de los hijos respec-to de sus padres, pasaremos á sus deberes correlati-vos para con estos ,'últimos. De nuevo será preciso quenos demos por satisfechos con una transacción, mo-dificable gradualmente según el curso de la evolu-ción de la infancia hacia la mayor edad.

El hijo tiene un título legítimo á la subsistencia.al vestido, al abrigo y á los demás auxiliares de sudesenvolvimiento, pero no tiene derecho á dirigirseen la propia sustentación. Dos razones se oponenello: tal ejercicio sería perjudicial en sí é implicaríael desconocimiento del derecho de los padres sobre elhijo, que consti ^ uve la recíproca del titulo de éste

de e esas ^.respecto cae aquéllos. La primera razones sal-ta á la vista, y apenas si hace falta entrar en detallesrespecto de la segunda. Realmente, no es posibl aproceder á la estimación de los títulos relativos enla forma en que la ley de Li libertad nos permitohacerlo respecto de los adultos, sin embargo, inspi -rá.ndonos en cuanto se pueda en esta última, encon-traremos que, á cambio de la subsistencia y demáscuidados, los padres deben recibir los equivalentesbajo forma de obediencia y de prestación de peque-ños servicios.

Page 233: La Justicia

POR II. SPENCER

Por lo demás, desde el punto de vista del fin í11-timo, A. saber, el bien de la especie, esas relacionesrecíprocas entre mayores y menores deben ir asimi-l-in ►lose á las relaciones entre adultos, á medida quoavanza la adquisición de facultades de autosustenta-ción y de dirección propia. El ejercicio de las activi-dades independientes ó autónomas es lo único queHiede hacer A los hombres capaces de esto ; y paraeste fin es preciso un aumento gradual de la liber-t ad. La equidad implica, por otro lado, la misma so-uición. El hijo que antes de la edad adulta logra en

;eran parte bastarse á si mismo, ¿ no adquiere ya unjusto título á una suma de libertad proporcionada?

Fácilmente se comprende que la discordancia esen-cial que subsiste entre la ética de la familia y la delEstado, provoca mil perplejidades al considerar elbaso de ta dirección por la familia á la dirección porl Estado. Todo lo que puede esperarse es que en

cada caso particular, y sin perder de vista el bien dela raza , la transacción compense equitativamente lostítulos de ambas partes y no sacrifique sin razón losderechos de que se trata.

95. Con respecto de los niños más aún que con

respecto de las mujeres, la evolución de los tipos so-ciales inferiores hacia. los superiores entraña un reco-nocimiento creciente de sus títulos legítimos ; seme-jante progreso se acusa igualmente con relación á suvida, á su libertad y á sus bienes.

En todas las partes del globo, entre todas las va-riedades humanas, la costumbre y la ley autorizan ó

luan autorizado el infanticidio, llegando á veces hasta.sacrificar la mitad de los recién nacidos. Esos sacrifi-

^'`33`,^^_

Page 234: La Justicia

234 LA JL'STICIA

cios son, sobre todo, frecuentes donde los medios desubsistencia son escasos, y se teme un exceso de ex-pansión num6rica de la tribu : en ese caso , la faltade valor guerrero hace que se inmole con preferenciaá las niñas. En Grecia y en la aoma primitiva (1) ,

donde el padre tenía derecho de vida y muerte sobresu hijo , la ley no protegía tampoco los derechos de ks.:tenores, aurlmlue la costtitnbre quizá los haya res-petado algo im s. Lo propio ocurría entre los celtasy entre los primeros teutones (2) : su costumbre deexponer los niños y de matarlos así indirectamente,persistió largo tiempo después de haber sido conde-nada por la Iglesia cristiana. Lar libertad de los niñosno se respetaba, naturalmente, lads que su vida. Suventa para la adopción y la esclavitud fué muy fre-cuente siempre. En nuestros días (3) , la permuta delos niños so practica entre los fuegianos , los natu-rales de Nueva Guinea ('4) y de Nueva Zelanda (5) , losdyaks (6), los Inalayasis (7) y en numerosos pueblosno civilizados , que no hacen sino imitar el ejemplode los antepasados de los civilizados. La costumbrehebraica (8) permitía vender los niños y embargar-los por deudas. Los romanos (9) vendieron hasta en

(1) Leckv : History of I,'uronPn,n •lorals . edit.. 1817, II, 26.

(2) Grimm (J.): Deutsche Rechtsalterthioïaer , 1828, pág. 455.(:3) I+itzroy : _7(zrrt.tir;e, etc., u, 171.(4) Koff: Poyages of the Dutch Brig <t The Dourg l. 1 titrounh. !Ire

Molzacca Archipelago, trad. Earl., 1830, IrLrr. 301.Cook: Jourx. of capt Coat's Larl Voyage, 1S 71, pág. 54.Brooke: Ten Years in Sarcamak, 1, '75.W;iiti : .9n;h.ropoloqsc,%x0ílo, XXI, '7; Reyes, Iv; Jol', X\PJ, 9.Lerl:y . 01)r,

(5)(6-)(7)

(8)(9)

Page 235: La Justicia

POR H. SPENCER.

tiempo de los emperadores y después de establecidoel cristianismo. Los celtas de la Galia (1) se entrega-ron al mismo tráfico hasta su supresiOn por los edic-tos de los emperadores romanos, y los germanos (9)hasta el reinado de Carlo Magno. Las libertades de loshijos, violadas hasta ese extremo , lo eran más deotras maneras secundarias. Fuese cual fuese su edad,un romano (3) no podia casarse sin el consentimientode su padre, . Al desconocimiento de los derechos á lavida y á la libertad , se unía el desconocimiento delderecho do propiedad. Nada podio, pertenecer al hijoque no se pertenecía á sí mismo , y así hubo necesi-dad de inventar sutilezas jurídicas para permitir álos hijos de los romanos la adquisición de derechospersonales respecto de ciertos bienes, tales como losdespojos tomados al enemigo ó los emolumentosprovinientes de empleos civiles.

No nos detendremos á describir las etapas por lascuales han pasado los títulos legítimos de los hijos,antes de ser ampliamente reconocidos en las socieda-des civilizadas contemporáneas. En virtud de cam-bios sucesivos se ha ido introduciendo gradualmenteuna amplia libertad en favor de la juventud, libertadque, en ciertos casos, como en los Estados Unidos,traspasa los límites de lo j usto. Lo que sobre todo debeinteres arnos es que el reconocimiento de los derechoscíe la infancia ha sido más vivo y ha llegado más allá

(1) Königswarter : Hisloire de G'oryanisa.tion de la cte.,

1857. pinas 8-7.(2) Grimm (J.): 01 r.a citada, 46:.

(3) Hunter: Iatroduct,:oa to Roman Law. – K_oni s«'arter: Obra

citada, 87.

Page 236: La Justicia

ti3C

I,1 J[is'I'ICIa

en los paises en que el tipo industrial se ha separadomás radicalmente del tipo militar. Hasta la Revo-lución, se trataba á los adultos en Francia (1) como6. esclavos. Los hijos , aun los adultos, que fueranobjeto de reprobación del padre, podían ser recluidos

petición del mismo, que usaba á veces tal poder ; serecluía d su pesar á las hijas en los conventos. Sólodespués de la Revolución, «los derechos de los hijosfueron proclamados y la libertad individual sustraídaA la arbitrariedad de padres injustos y crueles». EnInglaterra, aun cuando en los pasados siglos nuestrospadres se mostraron duros para con sus hijos, no te-nían el derecho de hacer aprisionar sin motivos. Sinembargo, hasta poco ha todavía, los hijos, aun sien-do mayores, cedían frecuentemente si sus padres seoponían á su matrimonio ; pero esta oposición no te-nía sanción legal alguna. En nuestros (lías , mientrasen el continente la autoridad de los padres, en mate-ria de matrimonio , desempeña un papel preponde-rante , entre nosotros es muy fácil casarse contra sudeseo. Sólo se incurre con una censura insignificante.

El contrasts es completo entre los Estados primi-ti vos, donde el hijo podía ser muerto impunementecomo un animal, y los Estados modernos, que asimi-lan el iniánticidio al asesinato, hacen del aborto uncrimen, castigan los malos tratamientos y la insufi-ciencia de la alimentación debida por los padres , ydeclaran al hijo sujeto á tutela capaz del derecho depropiedad.

(1) Bernard (P.): Hist. dcl'11utoeitefPatPrwe'ie eu Frauce. Montdi-

dier, 1863, páginas 189-9:3, y Goncourt (1+.. y J. de): La Femme

li.clticitiG':ne siècl,e, páginas 10 -1:'.

Page 237: La Justicia

POR 11. SPENCER

96. Debemos consignar una vez mas la concor-dancia de la teoría y de la práctica--la coincidenciade la moral y de la ley escrita—y la armonía entrelas deducciones de los principios fundamentales lasinducciones basadas en la experiencia.

Teniendo en cuenta a la vez la moral de la fami-lia y la del Estado, la necesidad de una transacciónentre esas dos morales, modificable en el curso de latransición de la infancia á la juventud, y sin perderde vista el bien del individuo ni. la conservación dela raza, hemos llegado, con respecto á los títulos le-gítimos de los hijos, á conclusiones de una precisiónaproximada. Los hechos confirman a posteriori lasconclusiones obtenidas a priori, y nos muestran laevolución de los tipos inferiores de las sociedades ha-cia los tipos superiores, aconipaflada de una áda.pta-ción creciente de las leyes y de las costumbres á lasexigencias de la moral.

Page 238: La Justicia

CAPfTULO XXII

Los derechos llamados -políticos_

97. Constantemente vemos á los hombres pre-ocuparse con lo que está próximo y abandonar lo queestá lejano. Por lo común, se atribuye la potencia deuna locomotora á la acción del vapor , siendo así queel vapor no sirve más que de intermediario sin tenerpoder alguno inicial ; el iniciador es el calor delLogar. No se comprende que la máquina de vapores en realidad una máquina de calor, que no difierede otras máquinas movidas por el calor, como losaparatos de gas, sino por el mecanismo de que se valepara transformar la moción molecular en moción de

masas.Esta limitación del conocimiento á las relaciones

directas y esta ignorancia, de las relaciones indirec-tas, vician (le ordinario los razonamientos concer-nientes á los asuntos sociales. Edifica cualquiera unacasa, traza una calle, rotura un campo... la impre-sión primera es que proporciona trabajo ; la ideamisma del tral)a)o rechaza la de la subsistencia que

Page 239: La Justicia

POR H. sPEN(',ER,

procura , y así el trabajo acaba por ser consideradoen sí como una ventaja ó beneficio. por este cami-no , se imagina que el aumento de los objetos ó me-dios para atender las necesidades humanas no cons-tituye un bien, sino que este bien lo constituyeel gasto de trabajo que se procura. De ahí tantoserrores como corren acredi±ados como verdades, elvulgo repite que un incendio destructor mueve elcomercio y que las máquinas perjudican á las clasespopulares. Evitarianse errores tales refiriéndose á lacosa última , el producto , en lugar de mirar sólo ála próxima, el trabajo. El espíritu humano asocia laidea de valor á las monedas, cuyo cambio propor-ciona los objetos deseados, pero prescinde de los oh-je`o,s que con ellas se compran , y, sin embargo, esosobjetos son los que tienen realmente el valor, porquesolo ellos sirven para satisfacer nuestros deseos. Laexperiencia diaria de su poder adquisitivo asocia detal modo la idea de valor á las promesas de pagoque por si mismas no tienen ninguno , que la opi-nión identifica su abundancia con la riqueza. Se ima-gina que basta emitir billetes de Banco con profusiónpara asegurar la prosperidad nacional. Todos esoserrores se evitarían si el razonamiento se formulaseen los términos de artículos de productos en lugarde formularse con símbolos de su valor. La edu-cación de la juventud nos ofrece un nuevo ejemplo

de esta usurpación de lo clue está próximo y de esta

expulsión de lo que está lejano; de este olvido delos fines y de esta preocupación absorbente de losmedios que los procuran. Perdida la ciencia de losantiguos, hubo un tiempo en que el conocimiento de

.`?39

Page 240: La Justicia

240

L_1 aL;srl{:I,i

las lenguas griega y latina, lenguas en las que estaciencia se había expresado, fué el la ico medio de ad--qu ►rirla; el conocimiento de esas lenguas no era en-tonces más que un instrumento. Sin embargo, hoyque esta ciencia antigua es desde hace ya tiempoaccesible en nuestra lengua, que hemos acumuladouna masa de conocimientos mucho más imponentes,se persiste todavía en enseñar el griego y el latín;en la práctica , se considera esta enseñanza como finen si , olvidando el fin á que en el origen respondiera.Los jóvenes familiarizados regularmente con esaslenguas antiguas., pasan por instruidos aunque igno-ren los conocimientos que ellas encierran, y aunqueignoren en absoluto el inmenso conjunto de conocí -mientos mucho más importantes debidos á tantossiglos de investigaciones.

98. Esta observación general , apoyada en tannumerosos ejemplos, nos abre el camino que ahoraqueremos á seguir. Semejante confusión de fines y me-dios y la persecución de los unos á costa de los otros,vicia profundamente la opinión pablica dominante yengendra los errores tan corrientes á propósito de losderechos políticos.

En realidad , hablando propiamente , no hay másderechos que los que hemos enunciado. No siendo losderechos, seg(in hemos visto, Iníís que las partes res-pectivas y distintas de la libertad general de perse-guir los objetos de la vida individual, sin que loshombres puedan ser sometidos á otra limitación queaquella que resulte de la presencia de los demáshombres que persiguen los mismos objetos por lasmismas vías, lógicamente se desprende que min ho rn-

Page 241: La Justicia

I `oK. H. SPL•'NGElt 2-11

i e está en posesión de sus derechos desde el mo-mento en que su libertad no está limitada por nin-guna otra restricción. Si nadie viene á mortificarleen su integridad física, si no se pone obstáculo algu-no á sus movimientos, si goza en plena propiedad detodo lo que ha ganado ó adquirido, si puede trabajar

su placer, concluir un contrato , realizar un cam-i formar y mantener pírblicamente una opinión,nada le queda en rigor que reclamar en punto á liber-tades verdaderas. Sus reivindicaciones ulteriores per-tenecen á una categoría diferente y no constituyenderechos propiamente dichos. Memos reconocido endiferentes sitios y por métodos diversos, que los de-rechos propiamente dichos tienen por origen las leyesde la vida en el estado de sociedad. Los reglamentossociales pueden reconocerlos en toda su extensiónó ignorarlos en más ó en menos, no los crean , solpueden conformarse ó no con ellos. Los engranajes delmecanismo social que constituyen lo que llamarnosobierno, son , en una medida variable, los instru-

mentos para el sostenimiento cíe esos derechos, pero.sea cual fuere el cambio que experimenten, sonsólo instrumentos, y cuando decirnos que se confer--nan con el derecho , debemos entender que no hay

I al conformidad, sino en cuanto son adecuados par:-)defender los derechos, propiamente dichos , con e i-eacia.

Sin embargo de esta tendencia del espíritu á nopreocuparse más que de los medios y á excluir losf i nes, resulta que la opinión ha llegado á considerarcorno derechos los medios gubernamentales destinados

mantenerlos . concediéndoles además un puesto pre-1 ^J

Page 242: La Justicia

IA .i UST ICIA

eminente. En las naciones más avanzadas, los ciuda-danos han llegado á poseer parte del poder político,habiendo demostrado la experiencia que esta posesiónofrece garantías para la defensa de la vida, de lalibertad y de la propiedad. Sin embargo, no existeninguna afinidad entre unos y otros. La emisión deun voto no contribuye en si á la realización de la vidadel-elector, como el ejercicio de las diferentes liber-tades que hemos llamado propiamente derechos. 'Podolo que puede afirnnarse, es que la concesión de lafranquicia electoral á todo ciudadano, da á los ciuda-danos en general el poder de reprimir los atentadosdirigidos contra sus derechos, poder de que puedenhacer un uso bueno ó "malo.

La confusión entre el fin y los medios era en elcaso presente poco menos que inevitable. La obser-vación de los contrastes que presentan los estados d e

las diferentes naciones, y los sucesivos de una misma,ha impreso fuertemente en el espíritu de los hombresla convicción de que cuando el poder gubernamen-tal está en manos de uno solo ó de una oligarquía.,éstos usarán de aquél en provecho propio y en per-juicio de la masa. Se terne que los ciudadanos quo notienen ese poder sometidos á restricciones y â carpsdesproporcionadas, y privados de la propia libertad,que la equidad reclama, y que no tiene otro límite quela libertad an_loa de todos. Habiendo enseñado la ex-periencia que una In:ls amplia distribución riel poderpolitico entra p ad una dituinucion de las violacio-nes, se ha identificado el mantenimiento de una formapopular de gobierno con el respeto A los derechos; elpoder de emitir el voto, instrument() de defensa de los

Page 243: La Justicia

1K,12 H. SPENCER

derechos, ha acabado por ser considerado como un de-recho, y la opinión general lo confunde con los dere-chos propiamente dichos.

Lo que decimos es admisible, además, porque -losderechos propiamente dichos se ven con frecuen-ciapisoteados y desconocidos, allí donde todos poseenlos llamados derechos políticos. En Francia, el des-potismo burocrático es tan grande bajo la repúblicacomo bajo el imperio. Las exacciones y las veja-ciones son tantas en número y tan perentorias; undelegado de los Trade- Unions ingleses en el Con-

greso de París declaraba que los atentados dirigidosen Francia á las libertades llegaban hasta un puntotal que constituían «una mancha y una anomalía enuna nación republicana». Lo mismo ocurre con losEstados Unidos. El sufragio universal no previene lacorrupción de las municipalidades, que imponen tas:tslocales elevadas y hacen poco bueno; no impide eldesenvolvimiento de organizaciones que fuerzan ;i

cada elector á abdicar en manos de los muñidoreselectorales , ni evita la reglamentación de la vi ! a

privada de los ciudadanos, á quien se prescribe abs-tenerse de beber ciertas bebidas, y permite que secargue fuertemente á la generalidad de los consumi-dores mediante una tarifa fa proteccionista establecidaen favor de una débil minoría de industriales y deobreros. El sufragio universal no ha logrado siquieragarantir la vida humana; en varios Estados toleraasesinatos que con trabajo reprimen los agentes de !aley , expuestos á ataques á mano armada si tratan decumplir su misión. La extensión reciente del sufragioentre nosotros nos ha llevado A resultados muy poco

Page 244: La Justicia

? , . JUSTICIA

diferentes de aquellos que acabo de enumerar. Lejosde haber asegurado el mantenimiento anís enérgicode los derechos humanos propiamente dichos, se luslea desconocido más frecuentemente, aumentando laingerencia y los gastos á costa de nuestro bolsillo.

Se sigue, pues, un camino equivocado , tanto en

Inglaterra como fuera de ella. No descubrimos ind -

cio alguno de esa supuesta identidad : no la descubri-mos siquiera, en el caso extremo en que los hombresusan de sus llamados derechos politicos para despo-jarse de los derechos propiamente dichos, como alelegir el plebiscito Napoleón III, ni cuando con-sienten recargar el cerebro de sus hijos con leccionesde gramática y noticias de reyes, muchas veces á costade una alimentación insuficiente y de una debilita-ción de su joven temperamento. Los llamados dere-chos politicos pueden servir para defender las verda-deras libertades, pero también para otras cosas, in-cluso para, el establecimiento de la tiranía.

9J. Adernzts de esta contusión de medios y fines,

existe también otra causa de error. La concepción deun derecho es doble, y estamos expuestos a creernosen presencia de sus dos factores, cuando sola; uno se•encuentra representado.

Lo hemos demostrado varias veces; la libertadconstituye el elemento positivo de nuestra concep-ción, mientras que la limitación que suponen las li-bertades iguales cale otros constituye el elemento ne-gativo. Es raro que esos dos elementos coexistan enla debida proporción ; d veces uno ele ellos falta poreomplet o. La libertad puede ejercerse sin restricciónalguna y engendrar así agresiones perpetuas y una

Page 245: La Justicia

I'0R ir. SPENCER 245

guerra universal. Por el contrario, las restriccionespueden ser iguales práctica mente, pero hasta el puntode destruir la libertad. El poder puede igualmentecohibir ;í todos los ciudadanos hasta relucirlos á laservidumbre; puede ocurrir que en la persecución deun fin filantrópico ú otro cualquiera despoje á cadauno en particular de muchas partes de la libertad quedebe subsistir desués de haber tenido en cuenta lasalibertades de los demás. La confusión en las ideas,de que hemos hablado, y que hace clasificar los su-puestos derechos politicos entre los derechos propia-mente dichos, es debida en parteála predilección por

igualdad, que es su carácter secundario , mientrasse olvida la libertad, que es el primario. Los pueblosse han habituado hasta tal punto á asociar el desen-volvimiento del uno al del otro, que han concluidopor considerarlos como íntimamente unidos y porcreer que la adquisición de la igualdad asegura la dela libertad.

IIe probado ya antes que esto no es así. Los hom-bres pueden usar de su libertad igual para someterseá, la servidumbre ; no comprenden que para dar satis-facción á la reivindicación aislada de la igualdad, bastala igualdad en el grado de opresión y en la suma delos sufrimientos. Olvidan que la adquisición de losllamados derechos politicos no equivale á la de losderechos propiamente dichos. La una sólo proporcio-na el instrumento que puede servir ó no para defen-der la otra, instrumento ese que servirá O no paracumplir el fin. La cuestión esencial es la siguiente:« Cómo es necesario proceder para garantir los dere-chos propiamente dichos y defenderlos de las agre-

^

Page 246: La Justicia

246 LA J USTICIA

siones extranjeras ó nacionales.» Un sistema degobierno no es, después de todo, más que un meca-nismo. El gobierno representativo es uno de esos me-.canismos y la elección de representantes , confiadavoto de todos los ciudadanos, uno de los numerososprocedimientos de formación de un . gobierno repre-sentativo. No siendo la elección sino un método paracrear un medio capaz de garantir los derechos , tra-tase en definitiva de saber si la posesión universal delsufragio procura el mejor. Ya hemos reconocido queno cumple tal fin con eficacia, y luego veremos quehay pocas probabilidades de que lo cumpla en las cir-cunstancias presentes.

Dejaremos para más adelante la continuación dela discusión á fin de abordar ante •todo un asunto l►.,^general, cual es el de la «Naturaleza del Estado».

Page 247: La Justicia

CAPÍTULO XXIII

Naturaleza del .Astado_

100. El estudio de la evolución general nos haaeiúv: amiliarizado con la proposición según la que la1dú; naturaleza de las cosas está muy lejos de ser inmuta-do), ble. Sin que cambie su identidad, ocurre que su n .-

turaleza se transforma. El contraste entre la nebu-losa esferoidal y el planeta sólido, producto definitivode la concentración, apenas si es más notable que loscontrastes que de todas partes nos rodean.

Realmente, esas transformaciones naturales rei-nan universalmente con el mundo orgánico. Ya esun pólipo que, después de una vida sedentaria, sesecciona en fragmentos que se separan uno á uno y

se convierten en medusas flotantes y distintas. Yauna pequeña larva, del tipo anélido, que después dehaber estado entregada durante algún tiempo á unacirculación activa en el agua, se fija sobre un pez,pierde sus órganos motores y vive de parásito , nopresenta más que bolsas ovarias y un estómago, otrasveces renuncia á los movimientos y cambia suexistencia primera para permanecer quieta en una

Page 248: La Justicia

?4 , f,.1 ; tüJTr1 ;TA

roca , transform:Indose en lo rliu ' vulgarmente sellama una glándula de mar; bien se trata un servermiforme , que, después de haberse nutrido en e

agua, huye de su cáscara y se lanza bajo forma de in-secto. De igual manera presenciamos las transforma-ciones ele las larvas en. moscas. Pero la más extrañaextrema de todas esas transformaciones , es la me-tamórfosis que sufren algunas de las algas acuáticasinferiores. Durante u'1 período bastante corto , se

mueven con agilidad y presentan todos los caracteresde un animal; después se fijan, retoñan y se convier-ten en vegetales.

El examen de esos hechos, d e una tan maravillo-sa variedad y demasiado numerosos para ser especi-ficados , debe hacer que nos pongamos en guardia,contra el error que tiende constantementedespren-derse de la hipótesis vulgar según la que la natura-leza de una cosa ha, sido, es, y será invariablemente la.misma. Tal examen, debe sin duda prepararnos paraprever los cambios de naturaleza que pueden serfu aldamentales.

101. La inmensa mayoria (le las gentes está con-vencida de que no hay mc:s que una sola concepciónexacta del Estado , mientras que , por nuestra parte.habiendo reconocido que las sociedades evolucionany recordando además 1<<.s lecciones que la evolucióngeneral nos da, nos sentimos inclinados á afirmar qi n

el Estado tien:, naturalez,is esencialmente diferentessegún el lugar y el tiempo. La conformidad entre estaafirmación y los hechos se va á manifestar muypronto.

No nos detendremos e n :tl.iinos tipo• soci.11":;

Page 249: La Justicia

POR IT. SPENCER 249

completamente primitivos, caracterizados por la des-cendencia en línea femenina. Ocupémonos primerodel grupo patriarcal, tipo de un carácter intermedioentre la familia y la sociedad. Fácil (le estudiar en lahorda nómada, ofrece el espectáculo de una sociedaddonde las relaciones de los individuos entre sí, asícomo las relaciones con el ;jefe común y con los bie-lies colectivos, confieren á la estructura y á las fun-ciones del cuerpo social una naturaleza que contrastacon la de los cuerpos politicos que alrededor nuestrovemos. Pero cuando un grupo , merced á su desen-volvimiento, se convierte en una comunidad de aldea,ifuo, como se ve en la India, puede poseer «un esta-do mayor completo destinado á cuidar del gobiernointerior», la mayoría, si no todas las relaciones quesubsisten entre los asociados, le imprimen una na-turaleza cooperativa, diferente de la de una sociedaddonde los lazos do la sangre han dejado de ser elfactor dominante.

Subamos hasta un Estado de una concepción su-perior, tal como el de las comunidades griegas for-madas por la unión de varias aglomeraciones de re-laciones. ï os miembros de las familias, de las gentesy de las fratrias mézclanse sin perder su identidad,y los grupos respectivos conservan sus intereses cor-porativos distintos y á menudo antagónicos. Verdades , que en su conjunto la naturaleza de esas comuni-dades difiere mucho de la de una comunidad moderna,en la cual la amalgama completa ha destruido laslíneas de demarcación primitiva, mientras el indivi-duo ha acabado por constituir la unidad política quoantes representaba el grupo doméstico.

^

Page 250: La Justicia

25{) LA JUSTICIA

Recordando el contraste señalado entre el regi--men del contrato y el. del estatuto, notaremos una vez

más una, desemejanza esencial entre las naturalezasde ambas categorías de cuerpos politicos así forma--dos. En varias sociedades antiguas, «la sanción re-ligiosa y política, unes veces combinadas, otras sepa--radas, asignaban á cada cual su modo de existencia,su creencia , sus obligaciones y su rango en la socie-dad, no dejando campo alguno á la voluntad y á larazón del individuo». Entre nosotros, la religión y lapolítica no gozan de ningún poder seme,jante; y asi,,ningún individuo ve hoy su posición ni su carreraimpuestas ó prescritas.

La comprobación de esos hechos impide á nuestrarazón admitir la hipótesis de la unidad de la natura-leza de todos los cuerpos politicos. Lejos de aceptarque la concepción general del Estado sugerida a À.ris-tüteles por el estudio de las sociedades que conocía,conserva su valor y puede servir de quia al presente,pensamos que en la actualidad debe ser, según todaslas probabilidades, inaplicable é impropia para de-terminar una dirección adecuada.

102. Y esta convicción se afirmará aún más ennuestro ánimo, si en lugar de comparar las naturale-zas de las sociedades las comparamos en sus manifes-taciones sucesivas. Observemos si no los g(ineros d^

vida á que las sociedades se entregan.Como la evolución transiciones gra lli,.IeS^

síguese de arlui que, Por diferentes que puedan llegará ser las corporaciones humanas, imposible seña-

divisiones absolutas. t uero a tin teniendo pre-sente esta restricción, puede, sin eniha.rgo, admitirse

Page 251: La Justicia

Poll. H. SPENCER 4,51

que tres móviles distintos han impulsado á los hom-bres, originalmente dispersos en familias errantes, áasociarse más estrechamente ; el deseo de salir delaislamiento, lea sido uno de esos móviles, pues pormás que no sea universal la sociabilidad, es un carác-ter general de los seres humanos que los impulsa áunirse. El segundo móvil es la necesidad de unaacción común contra enemigos humanos O animales,y la necesidad de l;:. cooperación para resistir á laagresión exterior O para practicarla. El tercer finperseguido es la facilitación del sustento por la asis-tencia mutua y por la cooperacion para lograr unasatisfacción mejor de las necesidades físicas y comoconsecuencia de las morales é intelectuales. Lo másfrecuente es que la asociación atienda simultánea-mente á esos tres fines. Sin embargo, no sólo es gene-ralmente posible á nuestra investigación distinguirlos,sino que tenemos ejemplos de la persecución aislada decada uno. Los esquimales (1) forman uno de los gru-pos sociales que sólo atienden á satisfacer el deseo desalir del aislamiento. Los miembros de cada uno deesos grupos son individualmente independientes. No

experimentan necesidad alguna de combinarse para ladefensa ó el ataque, no tienen jefes guerreros ni go-bierno politico; la opinión expresada por sus vecinosconstituye el único poder á que se hallan sometidos.No practican tampoco la división del trabajo, y lacooperación industrial se reduce entre ellos á la delmarido y la mujer en el seno mismo de la familia.

(1) Hearne `H.': Jourwy from Prince of Walfes's Fore. Dublin, 1ß96,pág. 161.

Page 252: La Justicia

LA. JUSTICIA

Su sociedad no ha sufrido otra operación de incor-poración que la que resulta de la yuxtaposición de suspartes, y €seas persisten en ser mutuamente indepen-dientes.

La clase de grupos jne han obedecido al segun-do de los móviles abunda, imicho. Bajo su forma pura,está representada por las tribus de cazadores cuyasactividades alternan entre la caza y la guerra: otrosejemplos los ofrecen las tribus de piratas ó las que,como los masai, viven del producto de las ra.zz zas quedirigen contra sus vecinos. En esas comunidades la di-visión del trabajo no existe, y cuando le hay, es en elestado rudimentario. La cooperación no se practica.n^:ís que para la defensa exterior ó el ataque; apenas isla hay para la sustentación material. No hay duda quese manifiesta cierta cooperación industrial, la cual ,si-gue el desenvolvimiento de las sociedades según au-mentan con la conquista.; pero confinada A los esclavosy á los siervos que trabajan bajo la vigilancia de susamos, no llega modificar de un modo profundo sucarácter esencial. Ese carácter persiste siendo el pro-

pio de un cuerpo adaptado A la acción común contraotros cuerpos análogos. La. vida. de las unidades quedasupeditada en la medida de las necesidades de la con-servación y á veces de la expansión de la vida rielconj unto. En el supuesto de que todas las condicionesfuesen iguales, las tribus y las naciones que no man-tuviesen este, subordinación, serían vencidas poi' las tri-bus y naciones que la. hubieran sostenido ; la super-

vivencia de los más aptos, les impone el carácter per-manente de semejante subordinación. La creenci;:,propia, do ese tipo, indiscutib>e para 61, de que i:t

Page 253: La Justicia

H. SI'F\(:ER

guerra es la única ocupación de la vida, se asocia Alla convicción ile que todo individuo debe ser el vasallode la comunidad: es lo mismo que los griegos mani-festaban diciendo (1) que el ciudadano no se perte-nece ni ._i sí mismo , ni A su familia, sino si la ciudad.Es natural que el individuo sufra entonces l a absor-ción de sus derechos por los derechos del todo, y lacoacción (le este (:tltiulo quo le domina , pues ha cíehallarse sometido â la disciplina , las leccionesA la dirección, consideradas como necesarias parahacer de él un buen soldado y un buen servidor delEstado.

No es posible citar ejemplos satisfactorios de laTercera categoría de sociedades, porque no existenaún plenamente desenvueltas. Las condiciones des-favorables de su medio , impiden d las raras tribusperfectamente pacificas que se encuentran en algunade las islas Papus, ó en las regiones febriles de laIndia, cuvas tribus belicosas diezma la malaria, des-desenvolverse en el trabajo. Viviendo del cultivo,reunidos en aldeas de diez A cuarenta casas , y tras-ladándose hacia territorios nuevos en cuanto hanagotado los antiguos, los bolos , los dhimales, loskoeches y otros pueblos aborigenes (2) practican solola división del trabajo entre los sexos , y no conocenotra cooperación que la que consiste en ayudarse paraconstruir sus moradas é instalarse en sus tierras. Engeneral, las circunstancias propicias para el desenvol-

(1 Grote: A fJistory of Grr'ece, . 46e.

(2' Hodgson (B. H.)—b'oeeh, Bodo and Dhirnal Ages. Calcuta,

1 ,:•= :5i, y Journal of ter Asiatic ,S'or.igg. Bengala, XVI'., 341.

^

^r•

Page 254: La Justicia

2.) t JUSTICIA.

vimiento de la dependencia mutua de los hombresentregados A las diferentes industrias , sólo nacen <i

consecuencia de las conquistas que han consolidado yy convertido las pequeñas comunidades en comuni-dades consideral)les. Supeditada durante largotiempo la organización industrial A la militar, apenassi logró desarrollarse. Pero hoy, las naciones moder-nas más adelantadas están organizadas según un prin-cipio fundamental diferente del de las grandes nacionesdel pasado. Prescindiendo de las tendencias retró-gradas predominantes en Europa, si comparamos lassociedades de la antigiiedad ó las de la Edad Mediacon las contemporáneas, particularmente con las deInglaterra y América, descubriremos entre ellas dife-rencias fundamen tales. En las primeras todos loshombres libres eran soldados y el trabajo estaba re-servado á los esclavos y A los siervos; en la segunda,la minoria de los hombres libres son soldados, mien-tras la mayoría se dedican al trabajo de la producción^- distribución de la riqueza.. En i.rna, los soldados,muy numerosos , lo eran á la Fuerza ; en la otra , lossoldados, comparativamente escasos, lo son en virtudde nn con.(ratt). Es , por tanto , evidente, que el con-traste esencial consiste en que en el primer caso el

agregado ejercía una acción coactiva poderosa sobresus unidades componentes, mientras que en el se-

undo la coacción tes dk hi.l y tiende á disnninuie eon eldeclinar del espí ri f n ^tii Iitar.

?,Q116 signifcaciún dolo atribuirse A ese contrastecircunscrito A sus términos inferiores? En ambos ca-sos, el bien de las Uni(lados constituye el fin quo ¡lebepers'agnir la sociedad on Au '''t''aeidad corporativa, Os

Page 255: La Justicia

`)7 r)POR I I . SPF,vCRIL

decir, el Estado ; porque la sociedad no está comoagregado , dotada ele sensibilidad, y su duración noconstitu ye un desideratum, sino en cuanto desarrollalas facultades de sentir de los individuos. ¿Cómo haceesto? En primer lugar , previniendo y evitando losobstáculos que se opongan á la vida individual. Enlas etapas primitivas, la sociedad incorporada tienepor objeto pr r incipal, cuando no único, prevenir lamuerte y los perjuicios ocasionados á sus miembrospor los enemigos exteriores, sancionando la ética, lacoacción á este fin ejercida sobre los primeros. En lasetapas superiores se tiende principal, ya que no úni-camente, á proteger á sus miembros contra la muertey los perjuicios provinientes del interior, no exten-Ii6ndose la sanción moral de la coacción más allá (lelo que es necesa. io para prevenirlos.

103. No es este el momento de examinar si pue-den sumarse á esa función otras funciones. Nuestropropósito presente no implica más que la naturalezadel Estado ; é impórtanos sólo observar la diferen-cia radical que separa á ambos tipos sociales. El prin-cipio sobre el cual es preciso insistir es como sigue:un cuerpo politico llamado á obrar sobre otros cuer-pos semejantes, y teniendo que disponer, á este efec-to, de las fuerzas combinadas ele sus unidades, es

esencialmente distinto de un cuerpo político que noestá llamado á obrar más que sobre las unidades quolo componen. Todo razonamiento , por tanto, quotome por punto de partida la hipótesis de quo el Es-

tado tiene siempre y en todas partes la misma natu-raleza, debe llevar forzosamente á conclusiones erró-neas por. completo.

Page 256: La Justicia

LA JLSTICI:1

Réstame hacer una última observación. DuranteJos largos períodos pasados , al presente y durante unporvenir indefinido, se han producido , se produceny se producirán cambios , ya progresivos ya retrú-grados , que acercan á las sociedades , ya á un tipo,ya al otro : tales tipos, pues, tienen que entremez-clarse ó confundirse y no pueden tener Emites pre-cisos. Es necesario, según esto, no sorprenderse por-que con relación á la naturaleza del Estado prevalez-can las opiniones más indefinidas y variables.

Page 257: La Justicia

CAPÍTULO YYIV

Constitución del Estado_

104. La diversidad de fines implica de ordinariola diversidad de medios; así que, no es probable quela estructura mejor apropiada para un fin determi-nado lo sea igualmente para otro distinto.

Para conservar la vida de sus unidades y soste-ner la libertad de perseguir los objetos que poseengeneralmente los pueblos no conquistados, una so--ciedad. debe usar de su acción corporativa' sobre lassociedades circundantes. Su organización, por tanto,tiene que ser tal, que pueda, en tiempo y lugar da-rlos, disponer eficazmente de la fuerza combinada de

sus unidades. Si estas fuerzas no obran de concierto,sus unidades serán conquistadas: el ejercicio de suacción concertada hace indispensable que estén some-tidas á una dirección. La coacción deberá aseguraresta sumisión, y para que haya consecuencia en lasórdenes de la autoridad que manda, las órdenes debe-rán emanar de una autoridad única. El estudio de lagénesis del tipo militar (V. los Principios de Sociolo-

17t

Page 258: La Justicia

?J8

Lk Ji-s"t'ICI.1

i/ía, § 547-561) conduce irresistiblemente á afirmarque la centralización se acentúa en razón del carácterhabitual de la acción exterior. No sólo el cuerpo decombatientes, sino también la comunidad que lo sos-tiene, deben someterse al poder despótico que go-bierne. Obrando por el intermedio del poder gober-nante, producto de su evolución, la voluntad ciel agre-gado vence y aniquila las voluntades de los miembros;individuales y no tolera más derechos que los queella les deje.

Mientras predomina el régimen militar, la consti-tución del Estado somete al ciudadano ordinario , yaá un autócrata, ya á una oligarquía de la cual tiendesiempre á surgir un autócrata. Hemos notado, desdeel principio de este libro, que este estado de sumisión,al igual que la pérdida de la libertad y ]a pérdida con-tingente de la vida que de ello resulta, gozan de unasanción casi ética , cuando es impuesto todo por laguerra defensiva: en efecto; la suspensión parcial delos derechos se justifica cuando se trata de impedir laaniquilación ó la sumisión total que resultan de lamuerte ó de la conquista de las unidades. Sin embargo,la guerra ofensiva, y no la defensiva, son las que des--envuelven el tipo de sociedad militar: pero en su caso,la, constitución no puede invocar sanción éticaalgTina.Por deseable que sea el que las razas superiores pre-

valezcan suplantando á las inferiores , y aunque erg

las etapas primitivas las guerras agresivas hayan fa-vorecido los intereses de la, humanidad, no por eso se

habrá de desconocer, según liemos visto , que tal pro-cedimiento evolutivo debe ser asimilado al que re--su lt.a en general de la 1 'zeH por la existencia entre

Page 259: La Justicia

POR }i. til'i:\CE1:.

lo^ seres inferiores, y que cae fuera de la jurisdicciónde la ética.

Ocurre ahora hacer notar que, cuando las condi-ciones del ambiente son tales que una sociedad estáamenazada materialmente por otra, necesita una cons-titución coercitiva, que, aun cuando esté muy lejosde la justicia absoluta, será, sin embargo, relativa-mente justa, ó , por lo menos, tan poco injusta comola circunstancias lo permitan.

105. Sin detenernos en las formas sociales in-termedias, pasaremos del tipo militar al industrialplenamente desenvuelto , que necesitaría una consti-tución del Estado completamente distinta. En amboscasos, el fin es el mismo: asegurar las condicionesque permitan el cumplimiento de la vida y la manifes-tación de sus actividades. Pero el mantenerse con-

tra los enemigos exteriores y contra los interioresconstituyen dos funciones absolutamente diferentes,

imponen, segun va á verse, procedimientos tam-

bién diferentes.En el primer caso, el peligro es directo para la

comunidad. considerada en conjunto, é indirecto paralos individuos; en el otro , es directo para éstos é in-

directo para aquélla. En el primer caso , el peligroes considerable, concentrado, y su primera inciden-cia será local ; en el segundo , los peligros son muulti-pies, difusos y poco graves aisladamente. En uno,todos los miembros de la comunidad se ven amena-zados ; en el otro , ya lo es un miembro , ya otro ; elciudadano lesionado hoy será mañana agresor. Y

mientras en el primer caso , una vez evitado el peli-gro considerable, ya no hay temor durante algún

Page 260: La Justicia

200

I..1 .iUsTI "I t

tiempo, en el segundo es preciso prevenir los perj uiciospara evitar su reproducción incesante. Llamados árealizar funciones tan diferentes , los instrumentospoliticos aplicables deberán ser, sin duda, distintos.

Para prevenir los asesinatos , los robos y las es-tafas, es inútil un ejército. La fuerza administrativarequerida para reprimirlas debe estar difundida comolo están los crimenes ó delitos que ha de evitar ó castie:ar; la acción deberá ser continua y no intermi-tente. La falta de fuerzas numerosas y combinadasque reclaman las empresas militares permiten pres-cindir de un gobierno coercitivo, único capaz de po-nerlas en movimiento ; será entonces, por el con-trario, preciso un gobierno adaptado á la necesidad demantener los derechos recíprocos de los ciudadanos yde respetar esos derechos en sus relaciones con ellos.

Cuál será, en ese caso , la constitución apropiada,para el Estado? Como cada ciudadano se reputa noagresor, y está interesado en la conservación de lavida y de la propiedad, así como en el cumplimientode los contratos y en el sostenimiento de todos los de-rechos secundarios, parece natural que la constitu-ción del Estado deberla dar á crm in, ciudadano unaparte de poder igual Ai, la de los d,-más. Parece indis-cutible c{iie si la ley de la libertad exige que todos loshombres esta en posesión de derechos iguales, tain-bián deben participar por igual en la elección delinstrumento encargado de garantirs derechos.

Sin embargo , el penúltimo capitulo ha demostra-do que esta reivindicación no es un corolario legiti-mo (le la ley- de la libertad , y los ejemplos han pro-barlo que no constituye el medio de alcanzar el fin

Page 261: La Justicia

^l'(1R I i. SPENCER. 261

deseado. Procuraremos descubrir las causas proba-dies de esta aparente contradicción.

10G. De todas las proposiciones concernientesla conducta humana, no hay ninguna tan seguracomo la que afirma que el término medio de los honi-

' bres se deja guiar por sus intereses , y , sobre todo,por sus intereses aparentes. Nuestro mismo gobiernotiene en cuenta esta tendencia general , y todos losactos del Parlamento estipulan cláusulas que tienenpor objeto evitar los efectos perniciosos de la misma.El acto más insignificante, un testamento, un contra-to, demuestra cuán universal, activa y reconocida es.

Semejante tendencia cleterinina inevitablementeel modo ele acción de todas las formas de gobierno;todos los Hombres, formen O no parte de los engrana-

, politicos , ó bien contribuyan directa é indirecta-,^^ mente á formarlos, se dejan llevar por sus intereses

aparentes. Las leyes de todos los paises proporcionande ello innumerables pruebas. Demostrando la histo-ria irrefutablemente que aquellos que ejercen el poderse sirven de él en provecho propio , los pueblos haninferido que el (Laico medio de garantir los beneficiosde todos es atribuir todos el poder; sin embargo,no es esto más que un error que empieza á com-prenderse ya.

IIace veinte años, cuando se producía, una agita-ción para lograr la extensión de los derechos políti-cos , los oradores y periodistas denunciaban á diario1. z (legislación de clases » de la aristocracia. Peronadie se fijaba en si, atribuido el poder de esta á otraclase, resultaría sólo una nueva legislación de clase.

110iLos hechos posteriores nos lo demuestran bien claro..

Page 262: La Justicia

LA JUSTICIA

Si es cosa averiguada que los propietarios de inmue-bles y los capitalistas de la generación precedente usa-ban de los poderes públicos que ejercían, recargandoindebidamente al resto de la sociedad , también lo esque hoy los artesanos y los obreros , obrando pormedio ele sus representantes, están en vias de refun-dir nuestro sistema social según un modelo que ase-gurará el triunfo de sus intereses en detrimento de

los de los demás ciudadanos. De año en año, el Parla-mento crea nuevas funciones públicas, destinadas áconferir ventajas gratuitas en apariencia , pero quepesan sobre el contribuyente general y local; los quegozan de esas ventajas sin costarles nada son lasmasas populares , las mismas que impulsan pare, quese lleve á efecto su aplicación.

No es, pues, exacto decir que laposesión del po-der politico por todos garantice la justicia á todos.Por el contrario, la experiencia demuestra, y estodebía haberse previsto, que la distribución universaldel sufragio confiere á la clase más numerosa venta-j as positivas , á costa de las menos numerosas. Si-guiendo tal camino , muy pronto ocurrirá que aque-llas ganancias más elevadas que la acción más eficazproporciona al individuo superior, no serán permiti-dos, sino en cuanto una gran parte de ellas se distri-buya de un modo indirecto para resarcir á los indi-viduos que obtienen con sus facultades gananciasi nferiores , violando de esta suerte, de manera inevi-table y proporcional , la ley de la libertad. Segúnesto, es evidente que la. constitución del Estado qu{'resultará más apropiada al tipo industrial lLunladorealizar plenamente la equidad , procurará establecer

Page 263: La Justicia

POR H. s P lr N l: E [Z. 26.3

la representación de los intereses en lugar de la de losindividuos. En efecto, el equilibrio de las funcioneses necesario para la salud del organismo social ypara el bienestar de sus miembros , y es imposiblemantenerlo dando á cada función un poder propor-cionado al nílinero de funcionarios que sostiene. Comola importancia relativa de las funciones diferentes nose mide por el níunero de las unidades que emplean,el bien general no está ase gurado con atribuir á lasdiversas partes del cuerpo politico poderes pr. opor-

1" cionados al espacio que ocupan.§ 107. Existirá acaso algún dia una forma de

sociedad en la cual se puedan conferir poderes poli-o ticos iguales á todos los individuos, sin que de este

modo las diferentes clases abusen en su provecho delque tengan? No es posible contestar á esta pregunta.

gracias al desenvolvimiento de las organiza-61„ ciones cooperativas, que hasta el presente no borran

la distinción entre patronos y obreros sino en teoría,el tipo industrial llegue á producir ordenacionessociales en las que los antagonismos sociales cesen,6, por lo menos, se suavicen, sin engendrar compli-caciones serias. Quizá venga 'un tiempo en que elrespeto reciproco de los intereses, refrene en loshombres la persecución inmoderada de los interesespersonales, hasta el punto de que la distribuciónigual del poder politico no determine en grado apre-ciable la legislación de clases. Pero lo indudable esque, en el seno de la humanidad tal como hoy existe,y tal como existirá aún mucho tiempo, la igualdad dederechos políticos no garantiza la igualdad de losderechos propiamente dichos.

Page 264: La Justicia

264 LA Jr'S'I'ICI.1

Además, toda constitución del Estado que la éticarelativa justifique, debe por otras razónes separarsegrandemente de aquella que pudiera ser justificadapor la ética absoluta. Las formas de gobierno, apropia-das á las sociedades civilizadas actuales , son forzosa-mente transitorias. Según resulta de toda nuestraargum entación, la constitución de un Estado pro-pia del régimen militar es fundamentalmente dis-tinta de lade un Estado industrial : durante las eta-pas de las evoluciones intermedias entre esas dosregiones , es preciso pasar sucesivamente por lasformas constitucionales mixtas y variables , adap-tadas según los acontecimientos , ya á una serie de

necesidades, ya á otra. En otra parte lo he demos-

trado (Principios de Socio1ogia ,§§ 547-575) : si ex-.cluimos los tipos humanos no progresivos, con una..organización social que no cambia, y si nos fijamos enlos tipos dotados de una plasticidad superior y envías aun de evolución individual y social , veremosque el aumento de uno ú otro género de actividad notarda en determinar un cambio correlativo de es-tructura.

Esas constituciones mixtas del Estado, apropia-das á las necesidades mixtas, son objeto de una san-ción casi ética. Siendo el fin supremo el sostenimien t opie las condiciones que permitan el cumplimiento (1.3

la vida individual y de sus actividades, puestas éstasen peligro, ya por masas enemigas exteriores, ya porenemigos interiores aislados, síguese de al-1i, que hayuna justificación casi ética, para la constitución l ►o-litica más adecuada al efecto de evitar ó reprimirlos peligros indicados. Es preciso, por tanto , aceptar

Page 265: La Justicia

t>^

POR ti. SPENCER 265

que el grado de inaptitud para uno de los fines, en-traña el de adaptación al otro.

108. El título ele este capítulo abraza otra cues-tión que no podemos pasar en silencio : la de los de-rechos politicos de la mujer. Ilemos reconocido yaque en las sociedades militares, ó parcialmente mili -tar, la posesión por la mujer del sufragio no esestrictamente conforme á la equidad; á menos quesoporten cargas iguales, no es justo que tengan pode-res iguales. Partiendo del supuesto de que un diadesaparezca este obstáculo como consecuencia de ladesaparición del r6gimen militar, podríamos pregun-tar si será entonces útil darles el derecho de sufra-gio. Me sirvo de la palabra «útil», porque ya liemosvisto que la cuestión no es cuestión de justicia pura ysimplemente. Trátase, en efecto, de discutir el influjoque la concesión del sufragio á las mujeres tendríasobre la defensa de los derechos propiamente dichos.Tenemos algunas razones que nos llevan á creer quela estabilidad de esos derechos seria menor.

La facilidad relativa con que las mujeres ceden :ísu impulsividad, hace del acrecentamiento de susinfluenc i as un factor peligroso en el trabajo legisla-tivo. Tal cual se hallan constituidos al presente los

seres humanos, sufren ya con demasiada fuerza el im-perio de sus emociones especiales , cuando se sientensobreexcitadas temporalmente y no están contenidaspor la suma de otras emociones. Ahora bien; el sen-timiento del momento tiene más fuerza aún en lasmujeres que en los hombres. Ese rasgo del carácterestá en contradicción con la impasibilidad de juicioque debiera presidir la elaboración de las leyes. La

Page 266: La Justicia

266 L A. JL:STIC,IA

condición previa y evidente para legislar bien, essobreponerse á las pasiones que excitan causas tempo-rales ú objetos particulares. Actualmente esta con-dición previa hállase muy imperfectamente asegu-rada; lo estaría menos si la posesión del derecho delsufragio se concediese á las mujeres.

A esta diferencia moral asóciase una diferenciaintelectual análoga. Pocos hombres , y mujeres me-nos aún, se forman opiniones en las que lo general yabstracto tengan el lugar que les corresponde. Loparticular y concreto obran exclusivamente en supensamiento. El 90 por 100 de los legisladores y de los.electores piensan sólo en los resultados inmediatos delas medidas que se discuten, y no sueñan siquiera enlos resultados indirectos, tales como en el precedenteque inician ó en lo que influyen sobre el carácter hu-mano. Si las mujeres votasen, estas preocupacionesde lo próximo y personal á costa de lo lejano é im-personal se acentuaría aún más, y los males inmen-sos que ya producen las condiciones presentes, aumen-tarian sin duda.

liemos demostrado que existe una oposición ra-dical entre la ética de la familia y la del Estado, ylue es perjudicial introducir la una en la esfera de laotra : el mal puede llegar ser mortal, si esta intro-

ducción se extiende y se perpetúa. Ahora bien; loque en definitiva determina la conducta es el carác-ter; su compañera la inteligencia, sírvele sólo de

instrumento para procurar satisfacción á los senti-mientos que en junto forman A carácter. Actual-mente esos sentimientos impulsan, lo mismo á loshombres que A I:Ls mujeres, á viciar la ática del Es-

Page 267: La Justicia

('i)R H. SPENCER 967

tado, introduciendo en ella la de la familia. Pero esnota especialísima de la naturaleza de la mujer, con-secuencia de sus funciones maternales, distribuir losbeneficios no en proporción del mérito, sino en pro-porción de la falta de mérito, dando más donde lacapacidad es menor. El amor hacia los seres inde-fensos, propio del instinto de los padres , y más fuerteen la mujer que en el hombre, llevaría á la primeracon más fuerza también á procurar el alivio de losdébiles en la vicia pública. La tendencia actual de losdos sexos consiste en considerar á los ciudadanoscomo poseídos de títulos al favor en razón de su faltade medios , siendo así que esta falta es comúnmentela consecuencia de su demérito. Ahora bien; si estatendencia, más acentuada en la mujer que en elhombre, se ejerciera en el dominio de la política,determinaría una solicitud más grande por los inca-paces en detrimento de los capaces. En lugar ciel res-peto hacia los derechos, que, según hemos visto,constituye la práctica efectiva del principio queUexige que cada cual recoja los resultados buenos ómalos de su conducta personal , veríamos los dere-chos ser objeto de los atentados más generales y másrepetidos. Los bienes ganados por los superiores lesserían aún más fácilmente arrebatadlos , con el fin deatender á los inferiores, y los males par éstos provo-cados serían también más frecuentes.

Otro rasgo distintivo de las mujeres despréndese,no de la relación maternal , sino de la conyugal.A la vez que sus sentimientos se han amoldado á laaptitud especial requerida por los cuidados de los hi-jos, esos sentimientos se han adaptado á la conve-

Page 268: La Justicia

268 LA JL'STIGI_k

riencia ciel esposo, en la medida de las circunstan-cias. El rasgo del carácter masculino que más atraeá las mujeres es el vigor físico ó mental, O la uniónde ambos: esta preferencia , por otra parte, ha con-tribuido á su multiplicación , porque dadas las mis-mas condiciones , las variedades en las que esta pre-gerencia instintiva era menos acentuada han sidovencidas por otras variedades. De ahí en la mujer elculto de la fuerza bajo todas sus formas, de ahí tam--bi^n su tendencia conservadora relativa. Sufriendo lasmujeres más que los hombres el ascendiente de la au-toridad , bajo cualquier forma que se manifieste—política, social ó eclesiástica,—esta tendencia obra en

todos los grados del desenvolvimiento social. Aun enlas circunstancias en que parece como que sus senti-mientos instintivos deben producir un efecto opuesto,las mujeres permanecen más fieles que los hombresá las costumbres santificadas por la opinión de losantepasados: así se explica que entre los juanges, lasmujeres contin ú rea llevando un vestido más rudimen-tario que los hombres, y un poco menos rudimentario

Eva.que el de Eva. La mujer ha sido siempre mdts imbuidaque cl hombre por el fanatismo religioso , que no esmás que la expresión de la extrema subordinación ^?

un poder que se reputa como sobrenatural. Los g rie-gos lían advertido esta diferencia entre los setos ; se

observado en el Japón; los indios nos ofrecen de.ella ejemplos, y se manifiesta, por fin, en toda Europa:si se coir(ir•iese el sufragio A las mujeres, ese senti-miento que en ellas despierta el poder y su aparatobajo todas sus formas, tomaría la defensa de todaslas autoridades políticas y eclesiásticas. Quizá en las

Page 269: La Justicia

POR Ii. SPE NCF.P., 2G9

condiciones Presentes fuese beneficiosa tina influen-cia conservadora de ese género; pero siempre habríaque teiller el rasgo de carácter que he descrito comoel primero. Por otra parte , juntando á la predilec-ción de la mujer por la generosidad á costa de la jus-ticia ese culto por la fuerza, contribuiría, si se le con-cede aún mayor libertad de manifestarse, á aumentarla potencia que tienen los poderes públicos parano tener en cuenta los derechos individuales cuan-tas veces persiguen aquellos fines que se reputanbenéficos.

La cuestión será muy distinta cuando hayan des-aparecido las complicaciones actuales , producto denuestro estado transitorio. Es muy posible que en-tcnces la posesión del derecho de voto por las muje-res tenga buenos efectos.

Los partidarios de su franquicia electoral inme-diata , invocan como razón la de que sin el voto seránimpotentes para obtener el reconocimiento legal desus derechos. La experiencia no ratifica esa defensa.Desde hace treinta años se han derogado muchasincapacidades femeninas sin gran resistencia porparte de los hombres. En los tiempos modernos, elsentimiento de la justicia ha regulado mejor la con-ducta de los hombres para con las mujeres que la delos hombres entre sí. Las clases de los hombres hantenido que luchar mucho más tiempo para arrancarciertas concesiones, que las mujeres, en cuanto clase,para obtener de aquéllos las libertades reclamadas.Las han conquistado sin hallarse investidas de los pode-res políticos, como conquistaran la extirpación de lainjusticia de que aún puedan quejarse, especialmente

Page 270: La Justicia

L.'1 .ILs1'I( _ :IA

en punto á la guarda de sus hijos, sin necesidad deexponernos al cataclismo politico que muchas de ellaspersiguen.

Y esta probabilidad se convierte en certidumbreconsiderando sus esperanzas en su más sencilla forma.Proclamar abiertamente que las muj eres necesitan delvoto para obtener sus justos derechos, equivale á sos-tener que los hombres concederán el sufragio á con-ciencia de que esta concesión entrañara la concesiónde los derechos á las mujeres, derechos que aquéllosse niegan á reconocerles. Suponiendo que A. sea elsufragio que implica la adquisición de B., los dere-chos, la proposición resultaría como sigue: los hom-bres están dispuestos á conceder A.+B., pero noconceder P. sólo.

109. Al tratar de la constitución del Estado, espreciso que hablemos de la distribución de sus cargas.Hay tantas razones para insistir sobre la equitativadistribución del coste del gobierno, corno sobre lo dela equitativ a distribución (le su dirección.

Desde el punto de vista abstracto, la cuestión noparece ofrecer dificultades serias. Las cotizaciones in1i viduales deben ser proporcionadas á los beneficios(ibtcnidos. Las cargas deben ser análogas en razónde la analogía de los beneficios , y diversas en razónde su diversidad. Resulta aquí una distinción quese debe fijar entre los gastos públicos, cuyo objeto es

protección de las personas y aquellos que son paraproteger los bienes. En general, puede decirse que loshombres conceden igual valor á, su vida y á su segu-ridad personal: los gastos públicos dedicados á pro-teger éstas, deben, pues, pesar igualmente sobre to(lo.

Page 271: La Justicia

P01t 11. ';PC\(,Eit

Por otra parte, como el valor de los bienes de unobrero asalariado, colocado en uno de los extremosde la escala social, difiere inmensamente del valorde los bienes del millonario, la participación en losgastos de la defensa (le la propiedad debe ser propor-cionada al valor de los bienes poseídos, y variar máso menos según su naturaleza. Estas consideracionesnos ofrecen los elementos aproximados para unaJusta distribución de las cargas, desde el punto devista de la protección interior. Es más dificil de for-mular la justa distribución desde el punto de vista dela protección interior. La invasión pone por igual enpeligro la persona y los bienes; el ciudadano está ex-puesto á ser despojado de estos últimos, á sufrir algúnperjuicio físico y á verse privado de sus libertades.La justicia de la distribución depende , pues , de laimportancia relativa que cada uno conceda á esosperjuicios, por lo que no parece posible formular elvalor general ó especial. Es preciso contentarse condecir que, mientras persista el régimen militar ó par-cialmente militar , sólo será realizable una lejanaaproximación de la justa incidencia de las cargas pú-blicas.

Impónese, á pesar de todo, una conclusión. Decualquier manera que las cargas del Estado se distri-buyan , todos deben soportarlas. Todo hombre queparticipe de los beneficios del gobierno, debe contri-buir directamente con su parte á los gastos del Es-tado.

Esta última condición es ele una importancia ca-pital. Los hombres políticos prefieren aquellos modosde recaudación ciel impuesto de tal suerte combina-

Page 272: La Justicia

27') L.i JL'STI(:I.n

dos, que todo ó parte del cobro sea apenas advertido.Defienden con frecuencia los derechos de aduanas ITotros, diciendo que permiten extraer de la nación unarenta superior á la que se obtendría si cada ciu-dadano entregase su parte en manos del cobrador.Pero precisamente por apoderarse ese sistema desumas que abiertamente no obtendría, es por lo queresulta condenable. La resistencia al impuesto se elu-de de ese modo; sin embargo, esa resistencia es sa-ludable, pues manifestada con libertad, pondría unfreno á los exagerados gastos públicos. Si cada ciu-dadano tuviese que pagar su cuota de impuestosbajo una forma visible y tangible , sería tan elevadala cantidad exigida, que todos se unirían para im-poner la economía en la realización de las funcio-nes necesarias, resistiéndose al establecimiento delas inútiles. Hoy, en que por el contrario, se ofreceal ciudadano ventajas que cree éste que nada le cues-tan , siéntese tentado á aplaudir el derroche y á de-jarse llevar, con una improbidad m ás ó menos cons-

ciente, por la tendencia á recoger beneficios á costade los de nAs.

Cuando la gran agitación en favor de la extensiónde la función electoral, se repetía continuamente estamáxima: «La tasa sin la representación es el robo.»Desde entonces, la experiencia nos ha enseñado q^2ela representación sin la tasa es madre de la expoliación.

Page 273: La Justicia

CAPITULO XXV

Punciones del stado_

110. Ya acepten, ya rechacen los principios éti-cos expuestos en los primeros capítulos , la tnayor i ade mis lectores estará de acuerdo con las aplicacio-nes prácticas contenidas en los capítulos sig uien -tes. Hay, sin embargo, personas tan refractarias almétodo deductivo, que las rechazarán. Pero respectode todos los resultados á que liemos llegado por nues-tras deducciones, hemos afirmado que el conjunto delos hombres civilizados los han adoptado empirica-mente uno á uno, y que la experiencia acumuladalos ha hecho inscribir en los leyes, revistiéndolas deun carácter de autoridad cada vez más acentuado.Hoy apenas si se piensa en contradecirlas.

Vamos ahora á abordar problemas acerca de loscuales reinan opiniones contradictorias. A fin de evi-tar prevenciones que provocarían mis conclusionespor usar un método no admitido, procederemos segúnun método que nadie condenará, y cuya autoridadhasta cierto punto admitirán tonos por insuficiente

18

Page 274: La Justicia

.JUsTI(.IA

que eIl si sea. Dicho esto, empezaremos nuestra inves-tigación inductiva relativa las funciones del Estado.

Si el famoso filósofo Hobbes, en vez de deducir ,_ u

teoría del Estado de una pura ficción, se hubiera cu-

dado ante todo de preparar su tarea reuniendo losdatos quo nos proporcionan los grupos de hombresprimitivos ó llegados á las primeras etapas de la vidasocial, no habría de seguro publicado su fórmula S i.hubiera visto lo que los salvajes son eu la realidad,no les habría atribuido, acerca ciel orden social y susbeneficios, las ideas que son el producto de una vidasocial desenvuelta, ni habría ignorado que en el ori-gen la subordinación un poder director , no estdictada por el móvil que él cree descubrir. En lugarde proceder como Hobbes, a priori , procedamos aposteriori é interroguemos los teshinki iios que po-seernos.

111. El primer pun to indiscutible es que , endefecto de guerra pa :.i la ó presente . los hombres

prescinden del gobierno. demos-firadoque entrelos esquimales , donde las guerras de tribu tribuson desconocidas, no surge nin;Tno de los conflictost j ne, seg(in -Hoi bes, deben necesariamente estallar en-

tro los hombres desprovistos de gobierno. Si ocurreque un esquimal (1) tanga que quejarse de otro esqui.mal, apela d la opinión por medio una c rnción sat,í ri-

ca. Los fuegianos (2), que viven en tribus de veinteá ochenta almas, no tienen jefe. «Parece, ,;ice \Ved-dell, que rio tienen necesidad al? una de garantir la

(i) 1^. Crai,tz: History q'Green?and. Londres, 1.820. t, 1C4-6‚ 0;2) Zv`cdclell: ['oy,Jfe torrar<'. !ice ,Sauth l'nlu, 1825, p>í J. 1 c.8.

Page 275: La Justicia

il

POR N. sPP;;1(:P R I tJ

p;iz interior de su sociedad.» hin sus bosques, los ved-(labs (1) trazan lineas de demarcación «(lue son siem-pre respetadas», y el jefe, es decir, el hombre másimportante de cada cantón, «no ejerce, dice 'I'ennant,otra autoridad que la de velar en ciertas épocas porla distribución de la miel recogida, por los miembrosde la población».

El segundo punto es, que si estallan guerras en-tre tribus de ordinario pacificas, inmediatamente sur-gen jefes guerreros que llegan á adquirir una influen-cia preponderante. En cada guerra aparece un hom-bre que se distingue por su fuerza, valor, habilidad ó

sagacidad: la tribu le oye y le reconoce como jefe. Lasprimeras veces , como entre los tasrnanianos (2) , el

hombre que ha adquirido predominio durante la gue-rra, lo pierde al restablecerse la paz; lo cual señalauna vuelta al estado de igualdad y : la ausencia degobierno. Sin embargo, como las guerras entre tribustienen una tendencia á convertirse en crónicas, enuna guerra ó en otra acaba aquel por adquirir unaautoridad permanente. La deferencia con que se ledistingue, se extiende de los períodos de guerra á losintervalos que los separan; y así la soberanía surge es-

pontáneamente. Tales relaciones de estructura socialse dibujan claramente en la tribu de shoshons ó ser-pientes de la América del Norte, tribu que se divideen tres secciones. Los de las montañas (3) no tienengobierno: viven en el estado de bandos errantes y

(1) Tennant: Ceylon: An Account of the Island, 1859, II, 4W.

2) Bonwiek: Daily Life and origin of the Tasmanians. Londres,

18'70, pág. 81.(3) Rc,^6: Fur Bunters of the for West, Londres, i. 250.

Page 276: La Justicia

LA JUSTICIA

dispersos, y no se juntan jamás para resistir los ata-ques de sus hermanos hostiles. Entre los WVar-are-arek-eas, ó comedores de peces (1) , no existe trazade organización social «más que durante la pesca delsalmón»: entonces se dirigen en masa á las orillas dlos ríos , y aceptan la dirección de uno de ellos quadmiten como « ,jefe temporal». La soberanía hállasemás acentuada entre los shirry-dikas (2), mejor ar-mados y dedicados á la caza de los bisontes: sin em-bargo, la autoridad, fácilmente transmisible, fúndasesólo «en el vigor personal del jefe». Entre los coman-ches (3) relativamente guerreros, los jefes tienen unpoder más amplio. Su oficio, sin ser hereditario,resulta de (una astucia superior de facultades ó cieléxito en la guerra». A partir de estos grados primiti-vos, podemos observar y seguir el desenvolvimien-to de la dignidad definida del jefe á medida que laguerra entre tribus se hace crónica.

El tercer punto, es que la supremacía del jefe seafirma á consecuencia de las guerras por virtud de lasque con su valor se han sometido las tribus vecinas,formando y consolidando por sus conquistas sucesivas una sociedad Inás extensa: el aumento de su po-der le permite imponer su voluntad ►ads allá de laacción militar. Cuando esta evolución ha constituidodas naciones y los jefes han llegado á ser reyes, el)oder giIberïuuueniaal, absoluto y.l, abraza toda la.

(1) Sclloolcra.ft ::C'lte Iradtictn, Tribe's of the United Stute,>. Lacl+lres,r, 207.

!2i Li-nvis Cla.rka : Travels to ehe ,Couree of the 7tPs.çl?cri. I..m-d res, 1.814, p,í g- . 311tI.

(3) Sclioolc,..ift : Obra citada, .I, pig. i'27.

Page 277: La Justicia

PciR H. sPENcER 277

vida social. Pero nótese, el rey es, ante todo, el jefeguerrero. Los anales de los egipcios y de los asiriosconcuerdan en esto con los de las naciones europeas.

Agrupando los diferentes hechos secundarios paraextraer un cuarto testimonio, sabemos que en las na-ciones modernas el jefe del Estado no manda yanunca á sus ejércitos en el campo de batalla, sinor ue delega el mando: sin embargo, permanece solda-do de nombre y recibe una educación militar ó naval.

Las magistraturas civiles supremas no se encuentranmás que en las repúblicas, y aun en ellas tienden á

revestir cierto carácter militar. Basta una guerraprolongada para dar al gobierno su tipo primitivode dictadura guerrera.

La inducción pone, pues, fuera de duda, que lasacciones ofensiva y defensiva de una sociedad contraotras , originan los gobiernos y favorecen su des-envolvimiento. La función primera del Estado óciel agente que centraliza sus poderes, es, por tanto,dirigir las actividades combinadas de los individuosincorporados para la guerra. El primer deber delagente que gobierna es la defensa nacional. Las me-didas tomadas con el objeto de mantener la justicia detribu á tribu, tienen un carácter más imperativo yson de origen más remoto que las medidas encami-nadas á sostener la justicia entre los individuos.

112. Por lo expuesto vernos que la subordi-nación de los súbditos al soberano no ha tenido alprincipio el objetivo que se imaginaba Hobbes, hahiendo transcurrido largo tiempo antes de que talobjetivo se persiguiese. Más de una sociedad ha vi-vido en el estado elemental , y más de una sociedad

Page 278: La Justicia

I ,?i J UST (l: ( 4

compleja ha existido durante largos períodos, sin queel soberano tomase medida alguna destinada á preve-nir las agresiones (le individuo á individuo.

La necesidad de la acción combinada contra los

enemigos de la tribu es evidente y perentoria : invi-tad, la obediencia al ,jefe, pero no existe ninguna nece-sidad evidente de defender miembro contra miembrode la tribu; sus querellas no parece que pongan en pe-ligro la prosperidad com in , ó á lo menos el peligroofr6cese demasiado insignificante para apelar 6. unaintervención. Mientras no haya habido soberanía, y

mientras la soberania fuese sólo para en tiempo deguerra, cada miembro de la tribu habrá mantenidosus derechos corno mejor haya podido ; de sufrir al-

gún perjuicio, se esforzaría por lesionar á su vez alagresor. En rigor, esta administración grosera de la.justicia entre los animales sociales, así como en lashordas humanas primitivas , ha pasado al estado decostumbre reconocida mucho aretes de imperar nin-guna regla política, habiéndose transmitido durantelargo tiempo por los descendientes, consagrándolaademás la tradición. La ley del talión, pues , rigió entodas las sociedades primitivas, ya fuera de la accióndel soberano , ya sancionada por ella.

En la Atn 'rica del Norte, entre los surpien.-Les (1), los creekes (2) y los dacotahs (3) , los indi-viduos lesionados O sus familias vengai •an en perso-na sus ofensas privadas; los comanches (4) practicaban

;1) Levis a nd Clark: Obra eitada, 306.( 2 ) : Obra c^itslrla , v 1=77.(3) Rid , I I , 183-185.(4) [bid, i ,2:31.

Page 279: La Justicia

poR H. SPENCER

de ordinario ese sistema de represalias, , por más quesus asambleas intervinieran en ellas algunas vecessin éxito , y los iroqueses , que poseían un gobiernorelativamente avanzado, autorizaban la represión pri-vada de las ofensas. En la América del Sur, los uau-pes (1) , los patagones (2) y los araucanos (3) , vivenen un estado de sumisión política más ó menos acen-tuada y coexistente con una administración primitivade la justicia por la que cada hombre obra por sucuenta, ó bien obra por él la familia. En Africa, suspoblaciones, de un nivel muy vario , nos ofrecen elespectáculo de la mezcla de esos diferentes siste-mas. A pesar de s u. poder, un rey ó jefe de los he-chuanas (4), no castiga más que los crímenes come-tidos contra su persona ó sus servidores. Entre losafricanos del Este (5) , el individuo lesionado se ven-ga por sí mismo ó acude al jefe. Entre los negros deCosta de Oro (6) , algunas tribus conocen las penasjudiciales , mientras que otras reservan la venganzaá la familia de la víctima; igual diversidad se ofreceen Abisinia (7). Pasando al Asia, observamos entrelos árabes (8) ambos modos de represión , prevale-

(1) Wallace: Travels on the Amazon and Rio Negro, 1853, 499.(2) Falkner: Description of Patagonie, 123.(3) Thompson: Alcedo's Geographical and Historical Dictionary

of America, 1812, I, 405.(4) Lichtenstein: Travels in Southern Africa in the Years 1803-6,

n , 329 (trad. ingl. )(5) Burton: The Lake Regions of Central Africa, 1860, ir, 365_(6) Journal of the Ethnol. Suc. Londres, 1848 y Winterbot-

tom: Account of the Native Africans of Sierra Leo-ae, 1803, t, 127.( i) Parkyns: Life in Abissinia, 1853, ri, 236-38.(8) Palgrave: Journal trough Central and Raster* Arabia. Lon-

dres, 1865, pág. 53, y Buckhardt: ¿Votes on Bedouins and Wahabys,1831,1,284.

Page 280: La Justicia

280 LA JL'S'TICIA

ciendo uno ú otro, según el grupo es nómada ó se-dentario ; entre los nómadas, el uso prescribe las re-presalias privadas y la restitución forzosa , mientras,que en las ciudades árabes el derecho de castigar lotiene el jefe de los mismos. Los bheelos (1) estable-cen entre la acción penal del jefe y la del individuotina proporción que varía según el poder de aquél;los kliondos (2) , poco respetuosos para con la auto-ridad, dejan d la acción privada el cuidado de impo-ner la justicia. La costumbre de los kareenes (3),deja d todos los hombres tomarse la justicia por SII

imtno , pero con la obligación de acomodarse al prin-cipio de la igualdad entre el daño sufrido y el.inferido.

Existía un estado de cosas análogo entre las tri-bus arias que invadieron la Europa en los tiemposprimitivos. La venganza privada y el castigo públicose asociaban en proporciones variables, disminuyen-do una y aumentando el otro, según se acercaban A..un estado de civilización más avanzado. «Toda la ci-vilización teutónica , escribe Kemble ( -1) , descansabasobre el derecho de guerra privada...; cada hombrelibre tenía la plena facultad de vengarse por 61, su fa-milia y amigos, y de vengar todos los perjuicios quehubiesen sufrido.» Sin embargo, en lugar de ser,como al principio, su propio juez, en cuanto á la ex_.

(1) Ma lcolm : Memoirs of Central .1si a. , 1823, 1, 5 G.(2) Macpherson : Report upon the Iihonds of ranjarra awl Ca,--

t.rh, 1812, pág. 44.(3) Mason, en el Iourral:ói" the A ssiVic .Society. Bengala, lxxv;19

2. 8 , pAtr2.. 142.( 4) Kemble: The saxons in lí 7za l a«rd .]8'l9 , 265 y 232, y Thorpe..

Ancient La te , i , 443.

Page 281: La Justicia

POR. H. SPENCER 281

tensión de las represalias que podía realizar, la cos-tumbre le sometía pronto ú ciertas restricciones,hasta fijar una tarifa de composiciones graduadas,según el rango. La creciente autoridad política co-menzaba por imponer multas establecidas por lascostumbres; en caso de no ser pagadas, permitía elprocedimiento á título privado : «Que la familia seaindemnizada ó que lleve la guerra contra su agre-sor.» Durante el período de transición que atravesa-ban algunas tribus germánicas en la época en quefueron descritas por primera vez, la compensaciónse concedía en parte ú la víctima ó su familia, y en .parte al soberano. Bajo el feudalismo, el sistema dela reparación privada dejó su puesto al sistema de rec-tificación pública, pero sólo después de fortificarsebien el poder central. En Inglaterra , el derecho deguerra privada persistió para los nobles hasta el si-glo xii y el XIII (1) ; en Francia duró más tiempoaún (2) . Hallábase hasta tal punto arraigado en lascostumbres, que á veces los señores feudales consi-deraban como una vergüenza sostener sus derechos.de otro modo que no fuera con las armas en la mano.Puede también señalarse la persistencia prolongadade los duelos judiciales y de los duelos privados.

Es preciso todavía estudiar esos hechos bajo otrosdos aspectos. La función primaria del gobierno con-siste en combinar las acciones de los individuos in-

corporados para la guerra, su función secundaria,que consiste en defender los miembros de la tribu

(1) Green: Obra citada, 197.

(2) Guerard: Carliclario de la A badea de San Pedro en Char--

tres, 1840, ccviii.

Page 282: La Justicia

282 LA JUSTIf:IA

unos de otros, no se establece sino poco á poco, y sólodiferenciándose (le la primaria ha podido surgir. Aunen las etapas más remotas , la reparación privada dela justicia, pertenecía en parte al individuo lesionado,ó á su familia ó parentela. La evolución progresivaquo produce á la vez el desenvolvimiento de la orga-nización doméstica y la agregación social de los gru-pos de familias ó clanes, engendró la doctrina dela responsabilidad familiar. Lo que equivale á decirqua las guerras entre los grupos de familias llegaroná ser de idéntica naturaleza que las públicas entre so-ciedades y que la actividad que impone la justicia detribu á tribu. De ahí esta idea, que nos parece extra-ña, de que en caso de asesinato de un miembro del.grupo, era preciso castigar á aun miembro del grupodel asesino, fuese este mismo a otro. Siempre que elgrupo sufriese un daño igual al recibido, la exigen-cia esencial quedaba satisfecha.

Otro aspecto de esos hechos debe notarse también.Esta grosera administración de la justicia por mediode la guerra privada , se transforma en administra-ción pública de la justicia, no A. causa de la solicitudcon que el soberano procediera, sino más bien <_z cau-

sa de su cuidado en prevenir la debilitación social quedebía resultar con las disensiones intestinas. Jefe deuna tribu primitiva ó capitán de bandoleros, el jefevese precisado, cortar polar lo sano las querellas de sushombres; hace en pequeño lo que los reyes feudaleshacían en grande, cuando en tiempo de guerra pro-lai^^ían las guerras privadas entre los nobles del rei-no. Es cosa bien clara quo el deseo de los reyes deasegurar la paz social , que sirve (le base Aí su poder

Page 283: La Justicia

PUR x. SPENCER 283

militar, los estimulaba á servir de árbitros en los con-flictos que estallaban por debajo de 61; es tambiénmuy claro que la apelación que le d irigia el ofendido,apelación á la cual respondía por la razón que acaba-mos de indicar, tendía á la vez á afirmar más y mássu autoridad de juez y de legislador.

Una vez establecida esta función secundaria delEstado , no cesó ya de desenvolverse y tomó unrango en el orden de la importancia, inmediatamentedespués de la función de protección contra los ene-migos exteriores. Notemos que mientras los demásgéneros de acción gubernamental se van restrin-giendo hoy ,esa otra va siempre en aumento. Las acti-vidades militares tienden fácilmente á disminuir de unmodo gradual, el poder politico renuncia poco á pocoé. las diversas acciones reguladoras que ejercía antes,y en cambio el progreso de la civilización amplía sincesar la esfera de la administración de justicia y lahace más eficaz al propio tiempo.

§ 113. Veamos si la deducción nos conduce á lasmismas conclusiones que la inducción, y si sep

des-prende ó no de la naturaleza de los hombres tal como1la sociedad los condiciona, que esas con funciones delEstado son sus funciones esenciales.

Hemos sentado que, para prosperar una especie,debe conformarse á dos principios opuestos y apro-piados respectivamente á sus retoños y á sus miem-bros adultos; la distribución de los beneficios deberealizarse para los primeros en razón inversa y paralos segundos en razón directa de sus méritos. Deten-gámonos en el segundo de los principios, que escon el que tenemos que ver por el momento. Es cosa

Page 284: La Justicia

284 L:k JUSTÍGIA

bien clara que, en una sociedad, el sostenimiento deLis condiciones que aseguran A cada cual la remune-ración de sus esfuerzos, es susceptible de ser obstruidoloor los enemigos exteriores y por los enemigos inte-riores. De donde resulta que para garantir la pros-peridad de una especie ó de una sociedad, deben sermantenidas sus condiciones por un ejercicio razona-no de la fuerza; la acción corporativa de la sociedad,indispensable en el ejercicio de esta fuerza, está re-clamada imperativamente en el primer caso y casiimperativamente en el segundo. La masa ole los ciu-dadanos , fuera de los criminales, encuentra muy-buenos argumentos para aplaudir este uso de la fuer-za. ZA qué móviles obedece, pues?

Todos sienten que la pérdida contingente de lavida, y la pérdida parcial de la libertad, á las cualesse someten los soldados, asi como las contribucionesimpuestas sobre las rentas de los ciudadanos y consa-gradas á sostener los soldados, se justifican porqueson el instrumento que permite á cada cual cumplirsu fin supremo, de ejercer sus actividades y recogersus frutos ; sacrifican una parte de éstos, sin duda,pero es para asegurarse el resto. Con ese objeto, cier-tamente, autorizan de un modo tácito la coacciónpor el Estado.

La necesidad de una tutela corporativa contra losenemigos interiores se siente menos vivamente. Sinembargo, la persecución de, sus fines, suscita encada cual el deseo de verla establecida,. En toda co-niun-id,ad, los miembros relativamente potentes es-casean , mientras que los miembros relativamentedébiles son numerosos: síguese de esto, que en la nia-

Page 285: La Justicia

t.,

YOR, H. SPENCER 285

yoria de los casos, la rectificación puramente pri-vada de la injusticia seria imposible. Si, aparte de laasistencia, con frecuencia ilusoria, de la familia óde los amigos, el ciudadano puede conseguir elapoyo de algún poderoso , este apoyo tiene su precio;

y así, lo compra por un presente, que más tarde seconvierte en tributo. A la larga , todos juzgan quemás vale pagar el precio de la seguridad , que no re-chazar personalmente las agresiones peligrosas.

Las necesidades fundamentales á las cuales se hallansometidos los hombres en sociedad, implican, pues,en el Estado, esas funciones primaria y secundaria.Cada hombre considerado Particularmente , deseavivir, ejercer sus actividades y recoger sus frutos.Todos están interesados en mantener contra el ene-migo exterior las condiciones que les permitan alcan-zar esos fines; todos , salvo los criminales , estáninteresados en mantenerlas contra los enemigos in-teriores. De ahí nacen las funciones y con ellas laautoridad del Estado.

A 114. Supuesto que tales funciones incumben alEstado, tiene éste la obligación de tomar aquellasmedidas que le conduzcan á realizarlas con éxito.

Nadie discute que debe proveerse del aparato de-fensivo necesario para vencer un peligro inminente.Aun cuando no sea probable un ataque extranjero, elEstado está precisado á sostener fuerza suficientepara rechazar una invasión : la falta de preparativosatraería el ataque. Por más que en la parte del mun-do en que estamos, y en nuestros días, no tengamosque temer injustificadas empresas de hordas dedicadasal pillaje, sin embargo, todavía basta la más ligera

Page 286: La Justicia

:›c; r^ ,.^ T_A JUSTICIA

provocación, para que los pueblos llamados civilizadoslancen unos contra otros innumerables ejércitos : lasmismas naciones más avanzadas tienen que temer Asus vecinos. Las circunstancias determinanla suma depotencia militar que exige esta salvaguardia, y asicada caso debe ser apreciado aisladamente.

Mientras la opinión reconoce plenamente la nece-sidad de mantener aquella organización, sin la cual elEstado no podría cumplir la primera de sus funcio-nes, no se da cuenta , ni con mucho, de la necesidadque hay de sostener la organización indispensablepara realizar la segunda. liemos visto que al princi-pio la protección de los ciudadanos contra las agre-iones de otros ciudadanos no incumbe al gobierno,

y que sólo llegó éste ä hacerse cargo de tal función deun modo gradual: en las mismas naciones más civili-zadas cumple tal tarea imperfectamente y aun se dis-cute que el gobierno tenga la mision de realizarla poreiornpleto. No pretendo suponer que la opinión corrien-te se oponga á la obligación, por parte del Estado, degarantir la seguridad personal contra los criminalesO que deje de hacerlo. Lo que quiero decir es que niel Estado, ni los ciudadanos, admiten que tenga aquélla obligación de defenderlas contra las agresiones enmateria civil. Los agentes del Estado atienden laqueja y la causa de una persona que ha experimen-tado un violento despojo, y castigan al culpable ; perosi el despojo se efectúa mediante maniobras dolosas,no prestarán atención alguna. La persona tiene queresignarse, ó bien correr los riesgos de un procesointerminable. No sólo los hombres de ley, sino que lamayoria de las gentes .i.prueba este estado de cosas:

Page 287: La Justicia

i

i'c: •R H. sl'Eï`LEI-t, 287

proposición de que el Estado debe administrar gratui-tamente lo mismo la justicia civil que la criminal,provoca la risa. Acogida ésta, después de todo, reser-vada siempre á cualquier arreglo que realice un

progreso hacia la equidad, porque la opinión sólo seconvierte el día en que el éxito viene á atesti-guar su razón de ser. Si el Estado, se dice , seencargase gratuitamente de dirimir las contiendasentre partes , los tribunales se verían concurridosde tal modo , que la tardanza en resolverlas anu-laría el fin deseado ; ó de otra suerte, el país tendríaque soportar los gastos. Esta objeción proviene delsupuesto erróneo de que la introducción de un cam-bio no ejercería influjo alguno en la marcha generalde los negocios. Se tiene por demostrado que si lajusticia fuese cierta y gratuita, el número de susviolaciones continuaría siendo el mismo que hoy, enque la justicia es incierta y costosa. La inmensa ma-yoría de las infracciones en materia civil , son , deseguro, la consecuencia de su administración defec-tuosa , y no se cometerían si la imposición de una penaestuviese asegurada siempre.

Esta objeción implica una proposición verdadera-mente increíble. TJna porción de ciudadanos deben,según lo dicho, elegir entre soportar callados los per-juicios sufridos ó correr el riesgo de una ruina, siintentan obtener la reparación, sólo porque el Estado,á quien pagan enormes impuestos, no se cuida de ellosy no quiere hacer frente al gasto que entrañaría suprotección. El desempeño de esta función seria á losojos de nuestros adversarios un mal pAblico tan grave,que prefieren dejar innumerables ciudadanos en la

Page 288: La Justicia

988 L A JUST WIN

miser i a é impulsar otros á la bancarrota. ¡ XT entretanto el Estado recomienda á las autoridades localesvelar con cuidado la canalización de los desagües delas poblaciones!

115. Rzstame mencionar otro deber del Esta-do, que cae indirectamente dentro de la última fun--ción, aunque sea susceptible de ser considerado aparteV de especificar sus consecuencia : me refiero á losdeberes riel Estado con relación al suelo mismo de lanación.

Son necesarias las autorizaciones riel Estado paratodos aquellos aprovechamientos de la superficieque no sean las que ya hemos enumerado, y que,por intermedio del gobierno, gozan de la autori-zación tácita de la comunidad. Corresponde al go-bierno, mandatario de la nación , decidir si unaempresa en proyecto — camino, canal , ferrocarril.dock, etc., etc.—la cual se aprovechará de un terrenohasta el punto de dejarlo por siempre impropio paralos usos ordinarios , presenta garantías de utilidadpública tales que justifiquen su enajenación. DebeFijar las condiciones á las cuales subordine la aproba-ción , y éstas deben ser equitativas para los capitalis-tas que comprometen sus fondos en la empresa, prote-ger los derechos de la comunidad existente, y tener

cuenta los intereses de las generaciones f atusas,que serán min día propietarias supremas del territorio.Parece que ni la enajenación permanente riel territo-rio reclamado, ni, como hoy ocurre, el derecho parael Estado de romper sin escrílpulo sus compromisos,son los medios equitativos más apropiados de lograresos diversos fines. Quedarían mejor garantidos por

Page 289: La Justicia

POR H. SPENCER 289

una enajenación por tiempo fijo, con reserva del de-recho del Estado á revisar las condiciones de la con-cesión al expirar el término.

En virtud de sus obligaciones como mandatario,el cuerpo gobernante tiene la de ejercer también unaintervención conexa, pero distinta. Por él mismo , ópor sus delegados , tiene la misión (le autorizar ó deprohibir los trabajos ejecutados en las calles, caminosy otros espacios públicos, al efecto de instalar ó dereparar el material de los servicios de aguas, de gas,de telégrafos, y otros análogos. Esta intervención esindispensable para la protección de los intereses par-ticulares y colectivos contra las agresiones de miem-bros ó grupos aislados de la comunidad.

No hace falta detenerse á afirmar que las mismasconsideraciones exigen que los ríos , los lagos , todasuperficie acuática interior, y el mar que baña el li-toral , estén sometidos á la vigilancia del Estado. Eslegitimo imponer, á quienes de ellos se sirvan, las res-tricciones que dejen á salvo los intereses de la colecti-vidad que tiene sobre todos ellos el dominio eminente..

§ 116. Ahora bien : ¿ cuáles son los deberes delEstado, considerados bajo su aspecto más general?¿Qué debe hacer una sociedad , obrando en su capaci-dad corporativa, para sus miembros , como capacida-des corporativas individuales que obran aisladamente?Hay varias maneras de responder á esta cuestión.

La prosperidad de una especie está mejor asegura-da cuando cada uno de sus miembros adultos recogelos buenos y los malos resultados de su propia natura-1 eza y consecuencias que de ella emanen. Para lasespecies sociales, la satisfacción de esta exigencia im-

.n

Page 290: La Justicia

9^^. ^_` } LA JliSTIGIA

plica que los individuos no se ingieren en los nego-cios de otro, no impiden á ninguno recoger los frutosnaturales de sus actos, y no le permiten descargarsobre otro sus malas consecuencias. La obligaciónque incumbe al agregado social, ó, de otro modo, á 1 amasa incorporada de los ciudadanos, es asegurar elfuncionamiento de esa ley última de la vida de la es-pecie, tal como la restringe la condición social.

Todos deben , en provecho propio , velar por elsostenimiento ele esta necesidad esencial, porque nin-gún individuo aislado se bastaría por sí para mante-nerle. Nadie, en efecto, lograría rechazar aisladamente á los invasores extranjeros, y en general, la resis-tencia de cada cual contra los invasores interioressolo, ó con el auxilio de algunos amigos, seria ineficazy peligrosa, y le costaría demasiado tiempo y dinero,Además, un estado universal de defensa propia, im-plica un estado de antagonismo crónico , que deten-dría, ó por lo menos dificultaría, la cooperación y lasfacilidades que procura casta en la vida. En la distin-ción que puede establecerse entre los atributos de laacción corporativa y los atributos de la acción indi-vidual, resulta claro que la acción corporativa, res-trínjase ó no á su dominio, puede en realidad serampliada para prevenir las ingerencias en la indi-vidual, que vendrían 6, sobreponerse 6, las que nece-sita el estado social.

Todo ciudadano desea vivir, y vivir una vida tanplena como lo permitan las circunstancias. De esedeseo de todos resulta que todos ejercerán una comúninspección, por estar interesados en que ninguno se-ra en su propia persona una ruptura de la relación

Page 291: La Justicia

POR H. SI'ENC;ER 291

entre los actos y los fines, y en que ninguno viole esarelación en la persona de otro. La masa de ciudada-nos incorporados está así obligada á mantener lascondiciones que permiten á cada cual vivir la vidamás plena que sea compatible con las vidas más ple-nas de sus conciudadanos.

Quédanos por discutir la cuestión de saber si elEstado tiene otras obligaciones que cumplir. Entresus funciones esenciales y las otras, existe una sepa-ración que no es posible ijar , pero cuyas lineas seseñalan á grandes rasgos. El sostenimiento intactode las condiciones que permitan el cumplimiento dela vida, es una empresa que difiere fundamental-mente de la que tiene por objeto la ingerencia en elcumplimiento mismo de la vida, ya que se trate deayudar, ya de dirigir ó de retener 4l individuo. Va-mos á investigar primeramente si la equidad permiteal Estado perseguir tal empresa, y luego si existenconsideraciones políticas que confirmen las conside-raciones que dicta la equidad.

Î

Page 292: La Justicia

CAPITULO XXVI

Límites de las funciones del testado..

117. La teoría del gobierno patriarcal debía,naturalmente, nacer en la época primitiva en que lafamilia y el Estado no estaban diferenciados y en quela obediencia común al ascendiente de más edad,padre, ó abuelo, ó bisabuelo, mantenía d los miem-bros del grupo reunidos. Dejando los grupos socia-les más antiguos, de que S. H. Maine prescinde (1),podremos suscribir su observación general de que enlos pueblos arios y semitas , el poder despótico rielpadre sobre los hijos se transmitió á medida que estosúltimos se hacían jefes de familia, imprimiendo uncarácter general A la acción ejercida sobre todos losmiembros del grupo. La idea ciel sistema de gobiernoque de ahí resultaba, reflej,íbase inevitablemente enel sistema que se estableció cuando las familias com-puestas se desenvolvieron en comunidades: persis-tiendo á través de la fusión en sociedades de varias

(1) Ancient Law, 3.' edit., 1866, prig. 133.

Page 293: La Justicia

POR IT. SPENCER 293

de esas comunidades poco numerosas, que no teníanentre si otra afinidad que la de raza , nula ó ligera .

La teoría del gobierno patriarcal, que de esemodo se afirma , afirma tácitamente la legitimidaddel gobierno ilimitado. La autoridad despótica delpadre referiase á todos los actos de los hijos , y el:gobierno patriarcal que de esto resultaba, llegó, natu-ralmente, á ejercerse sobre la vida entera de sus súb-ditos. En este estado , no conoció ni distinguió suslimitaciones ; mientras el grupo de origen comúnconservaba algo de su constitución originaria, mien-tras poseyó en común, de una manera absoluta óparcial, el territorio que habitaba y los productos deéste, la concepción de un gobierno con una autori-dad ilimitada era la que mejor se correspondía consus necesidades.

Como las ideas religiosas antiguas , esta ideasocial, antigua, persistió y reapareció continuamenteentre nosotros, en medio de condiciones absolutamentedistintas de aquellas que le eran propias. Un vagosentimentalismo aplaude todavía el gobierno patriar-ca].; no se detiene á concebir su sentido preciso , niadvierte, por consiguiente , su inaplicabilidad á lassociedades avanzadas. Realmente , ni uno de los ca-racteres originarios del gobierno patriarcal existe, nipuede existir hoy. Ahora bien; vale la pena observarqué condiciones se le oponen.

La paternidad implica de ordinario la propiedadde los medios de subsistencia de los hijos y de losservidores: un derecho análogo persistía baj o la formapatriarcal de gobierno. Pero en las naciones avanza-das ese carácter desaparece y cede su puesto á otro

Page 294: La Justicia

294 LA J USTICIA

opuesto. El aparato gubernamental no proporciona yalos alimentos á los hombres sometidos á su autoridad;son éstos por sí mismos los que atienden á satisfacersus necesidades. Bajo el gobierno patriarcal verdade-ro, el tenedor del poder era á la vez el tenedor detodos los bienes existentes, el bienhechor y el dueñode los hijos. Por el contrario, un gobierno modernorecibe la mayor parte de su poder de aquellos queocupan la posición relativa que ocupaban los hijos;no es, por tanto , posible que sea su bienhechor , en

el sentido en que liemos empleado la palabra, todavez que recibe de ellos los medios que le permiten.obrar en su nombre. Además, en los grupos de fami-lias, simples ó compuestos, los intereses de los gober-nantes y de los gobernados son casi idénticos , y loslazos de la sangre contribuyen A asegurar una acciónreguladora , propia para proveer al bien general.

Ninguna de las emociones que engendra el sentimien-to de la familia ó del parentesco penetra las relacio-nes políticas de las sociedades avanzadas, ni puedeservir para dominar el egoísmo del poder, sea de unrey, de una oligarquía ó de un cuerpo democráticocorno en los Estados Unidos. Ese supuesto paralelismt,:falta también desde el punto de vista de los conoci-mientos y de la cordura del gobierno. En el gobiernopatriarcal primitivo y en el que de él se derivaba, 1,¡autoridad se asociaba generalmente á una experien-cia más vasta y á una previsión más penetrante, quela de los descendientes por ella gobernados. Las so-ciedades desenvueltas no presentan ninguna oposi-ción (le ese género, entre la superioridad mental elelos miembros que se reputen como padres, y la infe

Page 295: La Justicia

POR H. sPENCER. 295

rioridad mental de los que ocupan la posición de.Por el contrario, entre éstos encuéntranse no

pocos provistos de conocimientos é inteligencias su-periores á los del soberano (mico ó múltiple. En lospaíses de soberano múltiple, si los supuestos hijostienen que elegir los miembros llamados al gobierno,generalmente dejan A un lado los más capaces. .menudo, la tontería, y no la sabiduría colectiva, esla que gobierna, lo cual constituye una nueva des-trucción de la relación paternal y filial.

La teoría de las funciones del Estado, fundada en

ese supuesto paralelismo, es falsa. La analogía que sepretende descubrir entre la relación de padre á hijosy la de gobernante ú gobernados, no descansa másque en una pueril apreciación.

§ 118. Otra concepción de las funciones del Es-tado se ha producido al mismo tiempo que la ante-rior, de la cual se ha ido separando gradualmente:engendróla la experiencia de las acciones guberna-mentales necesarias para dirigir la guerra , y , hastatiempos bien recientes, la acción gubernamental ma-

nifestóse festóse bajo esa misma forma.En los grupos sociales anteriores al tipo patriar-

cal, las guerras frecuentes fundan la soberanía; en elgrupo patriarcal , el jefe de los guerreros es de ordi-nario el jefe del Estado. Esta identidad persiste enlas etapas siguientes y determina la naturaleza ge-neral del gobierno. Para hacer buenos soldadosno basta subordinar los hombres de grado en gradoy adiestrarlos, es preciso regular también su vidadiaria de manera que se desenvuelva su capacidadguerrera. Pero no es eso todo ; el soldado-rey, habi-

Page 296: La Justicia

296 LA JUSTICIA

-tuado á no mirar la comunidad más que como unareserva destinada á proporcionarle soldados y losrecursos necesarios , vese arrastrado á extender suimperio sobre la vida entera de sus súbditos. Eserégimen militar ha predominado en general y predo-mina todavía al presente en varias naciones: de ahíla casi universalidad de esta idea del poder guberna-mental y de la idea concomitante que suele formarseele los deberes del Estado.

Esparta, el más militar de los Estados de Grecia,hacía de la preparación para la guerra el gran nego-cio de la vida, cuyo curso completo estaba reglamen-tado teniendo en cuenta tal preparación. AunqueAtenas no haya hecho esfuerzos tan extremos haciaese fin , teniasele todavía como predominante. Enla república ideal de Platón (1), la educación debíaformar los ciudadanos adaptándolos á las necesidadessociales, de las cuales la primera era la defensa na-cional ; el poder del cuerpo colectivo sobre sus uni-dades era llevado hasta el punto de que reglamen-taba la procreación por la elección de los padres,cuyas edades respectivas se determinaban. En suPoWica, Aristóteles (2) recomienda privar los pa-dres de la facultad de educar los hijos y educar dediferente manera las diferentes clases de ciudadanos,á fin de adaptar cada uno de ellos á las necesidadespúblicas; confería al legislador el mismo derecho deregular los matrimonios y la procreación. De estasuelte es cómo la concepción de las funciones guber-

(1) Platón: Lis Leyes, lib.ve y v • r, y República, lib. v.,(2) Polz[ia^, vu, 14-16.

Page 297: La Justicia

POR H. SPENCER 297

namentales, nacida del régimen militar y apropiadaá una nación guerrera, lia seguido siendo la concep-ción generalmente extendida.

Una vez más vemos las ideas , los sentimientos ylos usos apropiados á las edades primitivas del desen-volvimiento humano persistir en las edades superio-res, de las cuales ya no son propias, y pervertir lasopiniones y las actividades dominantes. Para muchagente , la concepción de las funciones del Estado queconvenía á las sociedades griegas conviene tambiéní las sociedades modernas. Sócrates imaginaba , yPlatón (1) aprobaba, una organización social reputadacomo la mejor, que sometía absolutamente las claseslaboriosas á las clases superiores. En su Política,Aristóteles (2) considera la familia como compuestanormalmente de hombres libres y de esclavos, y en-seña que en un Estado bien arreglado ningún traba-jador será ciudadano y que todos los cultivadoresde la tierra deben estar sometidos á servidumbre.Y sin embargo de esto, se pretende sostener que ha-ríamos muy bien en adoptar la teoría griega de lasfunciones del Estado. Aristóteles nos muestra su ideade lo justo y de lo injusto por la afirmación de quees imposible á un obrero ó á un servidor á sueldoel practicar la virtud. ¡ Y se nos dice que haríamosmuy bien inclinándonos ante semejante concepciónde lo bueno y de lo malo ! ¡ Las ideas apropiadas á

una sociedad organizada exclusivamente según lasrelaciones del Jstatuto, no pueden servir para una.

(1) República, iv, 19.(2) Política , libro vii , 9-10.

Page 298: La Justicia

298 LA JUSTICIA

sociedad cuya base consiste en relaciones de contra-

tos! Una moral política correspondiente á un sistemade cooperación obligatoria, ¿cómo, en efecto, apli-carla á un sistema de cooperación voluntaria?

§ 119. Los admiradores de ese sistema podían,en verdad, invocar la excusa de que , en cierto modo,entre nosotros, y aún más en el continente , la vidaIni Jitar. , en estado potencial , ya que no actual , des-empeña todavía un papel en la vida social tan impor-tante y á veces tan extremo , que amolda esas doc-trinas tradicionales á las circunstancias del presente.

La práctica obliga á la teoría á transaccionesconstantes entre lo que es nuevo y lo que es antiguo, y,en definitiva, la teoría está obligada á conformarse conla práctica. Así , no esperemos ver á la opinión ge-neral admitir que la acción gubernamental deba sersometida á restricciones imperativas. La doctrina deque la intervención del Estado no puede legítima-mente ejercerse más que dentro de una esfera limi-tada, no tiene su lugar propio sino en una sociedaddel tipo pacifico é industrial plenamente desenvuelto;no es natural, ni en el tipo militar, ni en los tiposde transición entre el régimen militar y el régimenindustrial. La existencia entre la colectividad y sasunidades de relaciones , basadas tan sólo en la justi-cia, es imposible mientras la colectividad y sus uni-dades se entregan conjunta o separadamente ; á laperpetración de la injusticia fuera. Hombres quealquilan sus servicios para obedecer al mandato (lehacer fuego sobre otros hombres , sin cuidarse de laequidad de la causa que defienden , son incapaces defundar reglamentaciones sociales equitativas. Mien-

Page 299: La Justicia

POR H. SPENCER 299

tras las naciones europeas persistan en distribuir con:una indiferencia cínica, respecto de los derechos delos inferiores, las partes de la tierra que éstos habi-tan, será insensato esperar que el gobierno de aqué-llas se preocupe demasiado por los derechos indi-viduales. Mientras la fuerza que hace la conquista e a .el extranjero confiera los derechos sobre los territo-rios conquistados , la opinión de la madre patria per-sistirá en la doctrina , según la que un acto del Par-lamento es omnipotente, y la voluntad del agregadotiene el derecho de imponerse sin limites á las vo-luntades individuales.

La razón permite , en verdad , alegar que , en lag

condiciones actuales, la fe en la autoridad absolutadel Estado es indispensable. Se puede defender la hi-pótesis tácita de que el instrumento director que unacomunidad ha elegido ó aceptado, no debe estar so-metido á restricción alguna, porque, fuera de esta hi-pótesis, seria imposible asegurar la unión combinadade las acciones individuales, unión que los aconteci-mientos á veces imponen como necesaria. En la gue-rra , la falta de confianza en el general en jefe puedeser una causa de derrota; igualmente el escepticismo,respecto de la autoridad gubernamental, puede en-trañar vacilaciones y disensiones fatales. La doctrina,pues , de la autoridad ilimitada del Estado, prevale-cerá en tanto que la religión de la enemistad influyatan poderosamente sobre la religión de la amistad.

§ 120. Después de habernos remontado al concep-to originario de las funciones corrientes del Estadoy de haber visto por qué causas persiste, en las con-diciones modernas, á pesar de hallarse sólo parcial-

Page 300: La Justicia

300 LA JUSTICIA

mente adaptado á las mismas , estamos sin duda me-jor preparados parra determinar el verdadero concep-to de aquellas funciones. Habiendo reconocido que esprobable, ya que no cierto, que la teoría relativa á

la esfera de acción del gobierno adaptable a las so-ciedades organizadas según el principio de la coope-ración obligatoria , no puede adaptarse á las socieda-des organizadas según el principio de la cooperación:voluntaria, podemos ahora continuar y preguntarno s

cuál es la teoría más apropiada á estas últimas.Cada nación constituye una variedad de la raza

humana. El bien general de la humanidad se realizapor la prosperidad y la expansión de sus variedadessuperiores. Al salir de la etapa de la evolución, ba-!sada en el pillaje, mientras la sociedad alcanza el esta-do en que la concurrencia entre sociedades se realicesin violencia, presenciará el espectáculo del predo-minio creciente (en la hipótesis de la igualdad de lasdemás condiciones) de aquellas sociedades que pro-duzcan mayor número de individuos superiores. Laproducción y el sostenimiento de esos individuos nopueden realizar se sino de conformidad con la ley, quequiere que cada cual recoja los resultados, buenos ó

malos , de su propia naturaleza y conducta consi-guiente: en el estado social, la conducta productivade esos resultados debe, con respecto á cada indivi-duo, confinarse en el límite que impone la presenciade otros individuos entregados á sus propias activi-dades, y recogiendo de ellas sus consecuencias. De locual resulta que, en el supuesto de una igualdad de

circunstancias, el máximum (le prosperidad ti- demultiplicación de los individuos eficientes se produci-

Page 301: La Justicia

rorti H. SPENCER 301

rá cuando cada uno de ellos esté constituido de ma-nera que pueda satisfacer las exigencias de su natu--raleza, sin impedir la satisfacción de las mismasexigencias en los otros.

Cuál será entonces el deber de la sociedad, to-rnada en su capacidad corporativa, es decir, como Es-tado ? No tendrá ya que cuidarse de los enemigos ex-teriores. Z Qué obligaciones le quedarán que cumplir?Si el desideratum, tanto para los individuos comopara la sociedad y la raza, es que los individuos, comotales, puedan realizar sus vidas particulares some-tiéndose á las condiciones precitadas, la sociedad, en

su capacidad corporativa, estará obligada á velar porel respeto de esas condiciones. Tenga ó no el Estado,sin guerras, otras obligaciones que cumplir, lo ciertoes que esa le incumbe. Y es igualmente cierto queesta obligación implica la interdicción de hacer nadaque se oponga á su cumplimiento.

La cuestión de los limites de las funciones delEstado se plantea, pues, en esta forma: ¿ El Estado,puede sin correr el riesgo de violar la justicia, acep-tar otra misión que la de asegurar el mantenimientode ésta? La reflexión va á demostrarnos que nopuede.

121. Si el Estado se sale del cumplimiento de lafunción que hemos especificado, dciherá, separada ósimultáneamente, adoptar uno de los dos métodos si-guientes, que separada ó simultáneamente se oponenal cumplimiento de la misma.

De las diferentes acciones ulteriores que empren-da, la primera categoría caerá bajo la definición deacciones que restringen la libertad de algunos indlvi-

Page 302: La Justicia

302 LA JLiSTIGIA

duos más allá de lo que exige el mantenimiento de lalibertad de otros, acciones que constituyen en síviolaciones de la ley de la libertad. Supuesto quela justicia afirma que la libertad ele cada uno no estálimitada más que por las libertades análogas de todos,es injusto imponerle otro limite nuevo, ya emane elpoder que impone los límites de un solo hombre, yade millones de hombres reunidos. f.o hemos recono-cido en todas las páginas de este libro: el principiogeneral formulado , y los derechos especiales ele éldeducidos no existen en virtud de la autoridad delEstado; el Estado es quien existe tan sólo como mediopara protegerlos y defenderlos; si los limita, cometeuna injusticia en vez de prevenirla. Nuestra sociedad,ya que no todas las sociedades , consideraría proba-blemente como un asesinato el hecho de matar losniños demasiado débiles, según aprecio de la autori-dad pública; su creencia no se modificaría porque enlugar de un individuo fuesen varios los que les dieranla muerte. A diferencia de lo que pasa en las épocasprimitivas , el hecho de ligar los hombres á la tierraen que han nacido, y de prohibirles otra profesión quequena que la ley les prescribe , pasaría en nuestros

I iempos como una intolerable agresión. Pero al ladode estos atentados extremos 1 os hay menos salientes.Sin embargo, unrobo es siempre un robo, sea elobjeto robado cinco céntimos ó una pieza de oro, éigualmente una agresión es siempre tal, bien sea gra-ve ó bien sea ligera.

En la otra categoría de acciones, la injusticia esindefinida é indirecta, en lugar de ser directa y espe-cial. Tomar el dinero de un ciudadano, no para pagar

Page 303: La Justicia

POR II, SPENCER 303

los gastos de protección de su persona, bienes ylibertad, sino para pagar los gastos de acciones á lascuales no ha dado su asentimiento, es inferirle unainjusticia en lugar de prevenirla. Los nombres bajolos cuales se la disimula y viste, velan de tal modo lanaturaleza de las cosas, que el impuesto no se consi-dera ya como una restricción de la libertad , y , sinembargo, lo es. El dinero exigido representa unacierta suma de trabajo; la exigencia y toma del pro-ducto de ese trabajo, ó bien deja al individuo despro-visto de las ventajas que de él hubiera sacado , ó bienle obliga á un aumento del mismo. La servidumbreparcial que de esto resulta se ofrecía clarísima en laépoca feudal , cuando, bajo el nombre de corveas,la clases sometidas debían á sus señores tributosespecificados como tiempo ó como trabajo ; la conmu-tación pecuniaria de esos servicios ha cambiado la

forma de esta carga, pero no su naturaleza (1) . Unacorvea del Estado es siempre tal, aunque, en lugarde exigirla en géneros especificados de trabajo, loscontribuyentes la paguen bajo forma de sumas demetálico equivalentes ; como la corvea en su formaoriginal y clara , la corvea moderna y disimuladaconstituye una privación de libertad. De hecho, lasautoridades dicen á los ciudadanos : «Emplearemostal parte de vuestro trabajo , según nos parezca , y nosegún os parezca á vosotros»; y los ciudadanos sonesclavos del gobierno proporcionalmente á la exten-sión sde us exigencias.

«Pero si es por su bien , se nos dirá. , por lo que son

(1) Bonnem^re: Pa7issnns, , 269.

Page 304: La Justicia

301 LA JUSTICIA

esclavos; el dinero que se les tome asegurará su bien-estar de una manera ó de otra.» Tal es, sin duda , lateoría , pero está contradicha por la masa enorme delegislación perniciosa que llena nuestras recopilacio-nes legales. Por otra parte , esta respuesta no lo es.La cuestión que discutimos es, ante todo, una cues-tión de justicia. Admitamos, lo que no es exacto, quelos beneficios pagados mediante los gastos públicosextraordinarios están equitativamente repartidos en-tre aquellos que contribuyen; no es menos cierto queesta manera de obrar está en contradicción con e l .principio fundamental de un orden social basado enla equidad. Desde el momento en que hay coacción,la libertad está violada; aun cuando los que cohibanse imaginen que obran por el bien del ciudadano cohi-bido. Imponiendo aquellos á la fuerza sus voluntadesá la de éste , violan la ley de la libertad igual para.todos en su. persona; el móvil es lo que menos im-porta. El número de los agresores no santifica 1

agresiún, que es tan criminal como si fuera cometi-da por uno solo.

Sin duda, la mayoría de mis lectores leerán consorpresa esta condenación del poder ilimitado del Es-tado y el aserto de que el gobierno es culpable cuan-tas veces traspase los límites que hemos prescrito. Entodas partes y siempre, las creencias que se asocian á.las instituciones y á las costumbres reinantes hanparecido irrefutables á sus adeptos. En todas partesel furor de la persecución religiosa se apoya en la con-vicción de que la disidencia implica la maldad preme-ditada ó la posesión demoniaca. En los tiempos en quecl Papa era el señor supremo de los reyes, pasaba por

Page 305: La Justicia

POR H. SPENCER 305

monstruoso dudar (le la autoridad de la Igesia; hoy,en ciertas regiones de Africa , parecería monstruososepararse de las creencias locales. «Esos hombresblancos son unos insensatos» , gritan los negros ha-blando de la incredulidad de los europeos. Lo mismoocurre en política. No ha mucho todavía, en Fidji,un hombre esperaba, en libertad, que se le diesemuerte , declarando que «la voluntad del rey debíaejecutarse (1) » ; nadie piensa allí poner en duda el de-recho del soberano. En Europa, mientras la doctrinadel derecho divino de los reyes fué universalmenteadmitida , la inmensa mayoría consideraba como elmás negro de los crímenes declarar que no se debíaobediencia por todos á uno solo. Hace un siglo ape-nas, el populacho hallábase dispuesto á lanzarse al.grito de « Viva la Iglesia y viva el rey» , contra un .predicador culpable de haber desaprobado pública-mente la forma política y eclesiástica reinantes (2).Todavía hoy pasa algo así , y la mayoría de los hum-fires tratar .n , de seguro , como loco ó fanático áquien rechace la autoridad . ilimitada del Estado.liemos reemplazado «la. aureola divina que ciñe lassienes de los reyes » por la que rodea al Parlamento.El gobierno de varios centenares de cabezas que eligela muchedumbre ignorante y el cual ha sucedido algobierno de uno solo que se creía designado por e l.z_^cié lo, reclama y obtiene los mismos poderes ilimita-

• dos que este Último. El derecho sagrado de la mayo-ría, generalmente estúpida é ignorante, á imponerse

1) Villiams and Calvert: Obra citada, I, 30.

j Hu.dley : Science and Culture. Londres , 1881, pág.103.

20

Page 306: La Justicia

300 JUSTIC:IA.

y someter á la minoría más inteligente y más instrui-da, se extienda á cuanto le place... , considerándosetal cosa como de una certeza y evidencia absolutas.

Al igual que no podemos pensar en que van a in-clinarse ante la prescripción del perdón de las inj u--rias, aquellos hombres que creen en el « deber sagra-do de la venganza» , asi no debemos esperar que lospoliticos que conquistan los sufragios mediante las

promesas de inmemorables subsidios riel Estado, lle-guen á conceder la menor atención á una doctrinade las funciones del Estado que aniquila la mayoríade sus proyectos favoritos. Pero á pesar de sus cen-suras y desdenes, no dejaremos de afirmar y repetirque esos proyectos están en contradicción flagrantecon el principio de una vida social de armonía.

122. Esta parte de los Principios de la Eticadebiera terminar aquí. Hemos enunciado el veredictode la moral absoluta relativo á las funciones riel Es-tado y reconocido las restricciones que admite la rela-tiva, teniendo en cuenta las necesidades que engendrala acometividad internacional. Hemos reconocido que,en el paso de la forma social militar la industrial,1.a concepción exagerada de la autoridad riel Esta,lo(natural y necesaria en gran parte) ha llevado áeste á cometer una, multitud de injusticias. Nada hay

^lue añadir á la sentencia, de la ética. Sin embar-go , es de desear desenvolver la prueba de que estasinjusticias teóricas son acciones impolíticas en lapráctica.

El asunto es vasto, y no se agotará en el espaciode que disponemos. Todo lo que podemos hacer será

indicar grandes rasgos nuestra argumentación, y

Page 307: La Justicia

POR H. SPENCER 307

añadir algunos ejemplos necesarios para apreciar su.alcance.

Trataremos primero ciel Estado en general , con-siderado como instrumento opuesto A, otros. Exami-naremos luego si su naturaleza es capaz de remediarotros males que aquellos que resultan de la agresiónexterior ó interior. Estudiaremos la validez de la:,razones que se invocan para asignarle el deber yatribuirle el poder de realizar beneficios positivos.Por fin, investigaremos si la extensión. de sus activi-dades será favorable ó no al fin último que se persi-gue, es decir, al desenvolvimiento progresivo de lanaturaleza humana.

NOTA. Para las conclusiones que expongo en los tres capítulos

siguielltes, serä bueno prevenir al lector que su validez no debe

Yínic zmente medirse según los testimonios que yo invoque y los ar-gumentos que yo emplee. Para su defensa completa y la lista de los

hechos en que se apoyan, remítole á los diferentes Ensayos que he

publicado sobre esta cuestión : los encontrará en una nueva edición

de mis Ensayos que se está publicando (Library edition). He aquí

sus títulos : Del exceso de leyes.— NI, gobierno representativo.—e Aqué viene esto? — Ingerencia del Bstado en lea moneda y e pa los Bancos.— La Sabiduría colectiva.— Fetichismo politico y la Administraciónespecializada.—Pueden añadirse varios capítulos que forman la úl-

tima parte de la Estática Social, obra que yo he retirado de la circu-

lación, pero de la que espero publicar pronto algunas partes (1).

(1) Véase Social Statics abridged and revised. Londres, 1892.-

(N. DEL T.)

i

Page 308: La Justicia

CAPÍTUL O XX V II

SAmltes de Las fuaicion_es ael

(fjt2NTINL'ACIüN)

123. Hemos reconocido en el cap. xxlil que unan

vez llegada á un grado superior de la evolución, unasociedad puede adquirir una naturaleza fundamental-mente distinta de aquella que tenia en los grados in-feriores. De esto deducirnos el corolario de que unateoría de las funciones del Estado apropiada á la pri-mera en fecha de sus naturalezas, debe dejar de serlo

su naturaleza posterior. Vamos á deducir ahoraotro corolario de lo antes consignado, y es que elcambio de naturaleza ocurrido, alivia al Estado devarias funciones de que empezara siendo el agcníemás capaz, y provoca la formación de nuevos agentesin AS aptos para. ejercerlas.

Mientras la guerra se haya ofrecido como elasunto principal de la vida, mientras la organización• niiitar se haya impuesto, nuentras una regla coerci-tiva haya sido indispensable para disciplinar loshombres imprevisores y para someter las naturalezasantisociales, las fuerzas Fuera del gobierno no llanpo-

Page 309: La Justicia

do,

114

POR Ii. SPENCER 309

dido desenvolverse. No tenían los ciudadanos, ni losmedios, ni la experiencia, ni los caracteres, ni las ideasque exige la cooperación privada organizada en granescala. 'bodas las grandes empresas corren entoncesá. cargo del Estarlo. El único instrumento capaz deconstruir canales, caminos, acueductos... era el podergubernamental dirigiendo legiones de esclavos.

La decadencia del régimen militar ó sistema del..statato, y el desarrollo del industrialismo ó sistemadel contrato, hicieron poco á poco posible y determi-naron. la formación gradual de una porción de aso-ciaciones de ciudadanos, constituidas al efecto derealizar funciones varias y numerosas. Tal resultado,una vez obtenido, ha sido la consecuencia de modifi-caciones en las costumbres, en las tendencias Ÿ en lamanera de pensar, producidas, en cada generaciónsucesiva, por el cambio diario de servicios librementediscutidos en sustitución de los servicios impuestos.Esta evolución permite realizar hoy, sin interven-ción ciel poder gubernamental , fines diversos que

sólo éste era capaz de prestar antes.Al discutir la esfera propia de la acción del Es-

tado, debemos penetrarnos, no sólo de ese hecho deprofundo alcance, sino también de una de sus conse--cuencias manifiestas : tal es que los cambios señala-dos están muy lejos de haberse cumplido, y que tene-mos derecho de afirmar que los nuevos progresosjustificarán el abandono ulterior por el Estado de

funciones que corrían á su cargo en los pasadostiempos.

124. Para quien esté al corriente de las leyesde la organización, este abandono por el Estado de

Page 310: La Justicia

310 LA JUSTICIA

ciertas funciones suyas y su desempeño por otros agen-tes constituyen un progreso manifiesto. Desgraciada-mente, esta verdad pasa al parecer inadvertida poraquellos que han empezado por hacer versos ridícu-los en los bancos escolares, y que ocupan su edadmadura en hacer leyes destinadas á conquistar lcconfianza de las masas. Para los organismos, tantoindividuales como sociales, es cosa averiguada, que elprogreso de un estado inferior hacia otro superior secaracteriza por la heterogeneidad creciente de la,estructura y la subdivisión creciente de las funcio-nes.nes. En ambos casos, la mutua dependencia de laspartes aumenta á medida que el tipo se eleva, au-

mento que implica, de un lado , la localización cre-ciente de cada función en la parte del organismoque le corresponde, y del otro, una aptitud crecien-te de la parte para la función.

Hace cincuenta años, Milne Edwards daba á eseprincipio del desenvolvimiento en los animales elnombre de «división fisiológica ciel trabajo», y reto_.noeia el paralelismo que existe entre la economíavital y la economía social. Por más que tal parale-lismo sea cada vez más admitido, la misma minoríailustrada no tiene de él atan sino una noción bastante_vaga. A pesar de que la división del trabajo se efectílaá la vista de todos en las partes industriales del organismo social; y á pesar de sus beneficios, que laeconomía política proclama, no parece que nadieadvierta que tal principio se aplica lo mismo á lap arte gobernante de la sociedad que sus relacionescon las demás partes del cuerpo social. Aun á lalt<ade ejemplos que pongan esto en claro, podemos estar

Page 311: La Justicia

POR H. sPF,NUER 3 11

seguros de que la especialización y la limitación quede la aplicación del principio resultan , se producennormad mente, en las estructuras reguladoras lo mis-inc que en todas las otras , y además que esta espe-c.,ializaciún y limitación son provechosas , y quetodo cambio en opuesta dirección constituye unretroceso.

Nuestra conclusión, pues, es la misma que antes.Un Estado con funciones universales es lo que carac-teriza el tipo social atrasado , y el abandono de fun-ciones por el Estado es caracteristico del progresohacia un tipo social superior.

125. La mayoría de mis lectores sólo tendránuna fe débil en esas conclusiones generales. Voy áesforzarme en confirmarlas con argumentos que pue-dan ser mejor apreciados. En el ' 5 he señalado elhecho de que la prosperidad de todo cuerpo vivo de-pende de cómo se afecta particularmente cada partepor su función, y además el de que la compensaciónnecesaria entre las facultades de cada parte se efec-túa en virtud de su concurrencia constante para sub-sistir, y de la afluencia hacia cada una de la cantidadde subsistencia que corresponda al trabajo realizado.Parece superfluo demostrar que en las partes indus-triales de la sociedad la concurrencia asegura una.compensación igual por medios análogos , y que elsostenimiento constante, hasta donde esto sea posible,de esa relación entre el esfuerzo y el resultado, favo-

rece con el máximum del éxito al conjunto de lasnecesidades sociales.

Verificase esta compensación espontáneamente entodas las cooperaciones no gubernamentales que cons-

i

Page 312: La Justicia

31 ?, L. JliS'TICIA

tituven la mayor parte de la vida social. No insistirásobre la acción de la ley de la oferta, y la demandaque rige toda, nuestra organización industrial: básta-me indicar de pasada que principio rige todas lasempresas no gubernamentales, tales corno las asocia-ciones voluntarias para la enseñanza religiosa , aso-ciaciones filantrópicas y uniones obreras. Todas sonactivas, y crecen , permanecen estacionarias y decli -n:an, segíín el grado de satisfacción que procuran álas necesidades existentes. Y no es esto todo. Noserá excesivo nunca repetir que, bajo la presión dela concurrencia, cada una de esas organizaciones veseobligada lograr el má runción posible de !_unción a:

cambio de una cantidad dada de subsistencias. Porotra parte, la concurrencia las impulsa á perfeccio-narse; á ese fin, no sólo recurren á los medios m<ísperfectos, sino que llaman á si 6, los hombres más in-teligentes y más devotos. 1.4-t relación directa que ligael esfuerzo 6: la prosperidad , obliga á todas esascooperaciones á trabajar á alta presión,

En lugar del espectáculo de la relación directaeatre la función y la nutrición, los cooperaciones im -puestas que efect.'tan las acciones gubernamentales,nos ofrecen el espectliculo de relaciones muy indi-rectas. Militarmente regimentados, sostenidos me-

diante impuestos forzosos, responsables :no más antejefes a menudo designados por razones de, partido,todos los departamentos p(tblicos depe'nde'n inmedia-tamente, pirra, los medios de subsistencia desenvolvi-miento, de los hombres mismos á quienes sirven. Noles impulsa á. cumplir su deber temor alguno do quie-bra; ning' n concurrente, colocado en condicion:os

Page 313: La Justicia

i

J.

PoR, H. sPF N(.F R, 3 1 3

mejores, puede arrebatarles la clientela; y, por fin,ningún beneficio les reporta el planteamiento, ni me-nos el estudio, de reformas progresivas. De estasuerte , resultan bien de manifiesto sus defectos. IIa-blando poco ha con un funcionario , y señalándole elabandono de uno de sus colegas : «¡Claro!, me decía,como está bien retribuido , no quiere que se le mo-leste. » La consecuencia de esta relación indirectaentre los resultados obtenidos y los emolumentospercibidos, es que las administraciones gubernamen-tales continúan viviendo, v subsisten durante años yaun generaciones , sin que presten servicio alguno.Para corregir su indolencia, su lentitud , su abando-no, no hay otro medio sino ejercer una fuerte presiónsobre la máquina gubernativa, esa máquina pesada ycomplicada, que sólo una presión fortísima y cons-tante puede hacer cambiar.

120. Diariamente nos comunican los periódicosejemplos en apoyo de esas verdades, aplicables tam-bién < las mismas funciones esenciales que no pue-den menos de atribuirse al Estado. El funcionar des-ordenado de los resortes de la protección nacional éindividual es una fuente ele interminables escándalos.

En la administración del ejército vemos el mandoen jefe reservado á un duque de la fainlij:, real, lacreación m ú'lltiple de generales, cuyo fin no es otroque la satisfacción de intereses de clase, y promocio-nes que sólo ami ele lejos se corresponden con losméritos. La ad mi nistraa.ción oculta á nuestros oficia.-les perfeccionamientos que muestra á los oficialesextranjeros , mientras los secretos de nuestros arse-nales son divulgados por las confidencias de los em-

Page 314: La Justicia

314

LA JUSTICIA

pleaclos. También podemos citar los sorprendentesdescubrimientos hechos con respecto á nuestros alma-cenes de; provisiones; las bayonetas que se tuercen,lus sables que se rompen, los cartuchos que no sirven,los proyectiles de dimensiones equivocadas , por todolo cual pudo la Comisión informadora de 1887 escri-hir que : «Nuestro sistema actual se dirige al azar,gin regla alguna; no toma medida de ningíln géneroregular y publica para la fabricación de nuestra re^

reserva de guerra, para exigir las responsabilidadesA los funcionarios, ni menos se toma el trabajo deinvestigar el abuso. »

^Tn concierto de quejas, de informes y de denun-cias prueba que la marina no anda mejor dirigida queel ejército. Todos recordamos la historia de las mani-obras navales destinadas A celebrar el jubileo ; sinhaber sufrido la prueba de un combate naval, mAs dedoce embarcaciones, grandes y pequeñas, resultaroncon averías . , consecuencia de colisiones , de explosio-nes y de otras causas. Poco después ocurrieron losaccidentes de menor importancia, pero no menos sig--ni ficativos, con ocasión del paso por la Mancha deveinticuatro ;de nuestros torpederos ; ocho de éstos sevieron inAs°'ólrnenos desamparados. Constantementese nos dan noticias de buques que no gobiernan , decañones que estallan , de navíos que se hunden. Un

buque de guerra de primera clase , Sultán, se abredespués de chocar contra una roca; el almirantazgolo conceptuaba perdido, precisamente cuando (con-traste significativo) acudía una compañía privada ^í

ponerlo A Mote y A salvarlo. M(:s aim ; el informesobre la ad ministración del almirantazgo , publicado

Page 315: La Justicia

POR H. SPENCER 315

en Marzo de 188 7 , declara que « la gestión de que dacuenta es tal, que en pocos meses conducirla á cual-quier casa de comercio á la bancarrota.»

Lo mismo pasa con el trabajo de legislación y deadministración de las leyes. La divulgación de la lo-cura y del desarreglo reinante es tal y tan continua,que la opinión pública ya ni se impresiona siquiera.El procedimiento parlamentario nos hace asistir ú losextremos de la precipitación y de la más tonta de lasincurias ; ya se lanza á escape un bill, pasando sin dis-cusión á través de las tres lecturas reglamentarias, óya, después de Labor sido detenido por un estudio mi-

nucioso, se le deja olvidado, debiendo pasar en otralegislatura nuevamente por todos los trámites. Con e l .afán de preverlo todo , se acumula enmienda sobreenmienda ; y , después de votado , va el acto á per-derse en el caos de las leyes anteriores , cuya confu-sión aumenta. Las quejas y las reclamaciones de nadasirven. En 1867, una comisión de legistas y de hom-bres de Estado—los Cranworth , los Westbury , losCairns y otros más—publicaba un informe cuya con-clusión establecía la necesidad de un digesto comopreliminar de un trabajo de codificación, declarandocon energía que es un deber nacional proporcionar álos ciudadanos los medios de conocer las leyes á las cua-les deben obedecer. Y , sin embargo , aunque la cues-tión ha sido aplazada en diversas ocasiones, nada se liahecho por el Estado , mientras los individuos aislada_mente la dan ejemplo: L'Equity Index de Chitty y el

Digest of the Criminal Law de sir James Stephen,han venido en cierto modo á ilustrar á nuestros legis-ladores acerca de la obra de sus predecesores. La cos-

Page 316: La Justicia

316 L. JUST I CIA_

Lumbre nos ciega impidiéndonos discernir el caráctermonstruoso de hechos como éste; mientras las dispo-siciones de una lev nueva no han servido á los j uece spara motivar sus juicios, hasta los mismos hombresde ley ignoran los casos á los cuales se aplicará. Porsu parte, los j ueces se levantan contra la, legislaciónclue se les impone para ser objeto de nueva interpre-tación. ¿No hemos oído decir á uno de ellos de unarticulo de una ley, que no creía «que su sentido hu-biera sido comprendido ni por quien lo había redac-tado, ni por el Parlamento que lo adoptara? » ¿No hadeclarado otro ‹<que no era posible que el in enio hu-mano encontrase términos más ambiguos ni más con-fusos ?» Como consecuencia natural de todo esto , ve-mos las apelaciones suceder á las apelaciones , losjuicios casados mu y á menudo, y los litigantes pobresobligados, dejar su puesto á los litigantes ricos quepueden arruinarlos , llevándolos de jurisdicción enjurisdicción. La desproporción increíble de las conde-nas es otro motivo de escándalo diario. En Favers-ham , un segador vese reducido á prisión por haberco'ni do el valor de cinco céntimos de habas; en cambio,un hombre rico , que ha usado procedimientos violen-to.;, se libra mediante el pago de una multa que apenasle molesta. El tratamiento de los procesados nueva-mente detenidos y de los procesados declarados des-pués de ciertos procedimientos inocentes , es a (inmás censurable ; los unos permanecen encerradosen s,u prisión durante meses hasta el dia en que elProceso aclara su inocencia; los otros, después de ha-

ber sufrido prolongado castigo, obtienen, en:Ind°inoccnei L Ces reconocida, ^l.i^ «sobreseimiento !il^^ • .^ ».

Page 317: La Justicia

:317POR. H. SPENCER

pero sin ninguna indemnización por sus sufrimientosy por el riesgo corrido.

Diariamente, el incidente más leve —pagar á uncochero, coniprar una corbata—nos hace verla tor-peza administrativa, ¿pero dónde se ofrece esto másclaro que en la fabricación de la moneda? Tenemosun sistema mixto de moneda decimal, duodecimal y deotro género indefinible. Recientemente aún, las piezasde tres y de cuatro peniques eran difíciles de distinguir;hace cuatro años, con ocasión del jubileo, se acuñaronpiezas de cuatro peniques, que fué necesario retirarde la circulación ; se parecían tanto á otras de oroque, con sólo dorarlas, se confundían por completo. Espreciso un examen minucioso para distinguir la nue-va pieza de cuatro chelines de la antigua de cinco. Lamayoría de las veces hace falta una explicación , puesla enunciación del valor oficial de la pieza brilla pors.0 ausencia. Ni aun en esto logra el Estado ajustarseá la ley de la oferta y la demanda , porque en todaspartes se clama por la moneda pequeña y se clama ervano.

En los tres departamentos públicos esenciales yen uno secundario , la inducción confirma, según loexpuesto con testimonios repetidos, la conclusión quehemos sacado de las leyes generales de la organiza-ción.

127. Tenemos todavía que notar dos deduccionescapitales de la proposición general que acabamos deexponer bajo una forma, abstracta y de apoyar con

ejemplos concretos.Si el público tolera la extravagancia, la estupidez,

l; incuria, la obstrucción, que se manifiestan á diario

Page 318: La Justicia

318 La JUSTiCIA

en nuestra administración ïnilitar, naval y legal, mués-trase más tolerante aún cuando esos vicios se revelanen departamentos que no tienen la misma importanciavital y que atraen menos su atención. Los vicios delfuncionarismo, que son inevitables en toda especie deorganización oficial, pulularán más en aquellos dondela necesidad de reprimirlos sea menos urgente. La ra-zón nos dice que si el Estado se encarga de funcionesno esenciales, que se yuxtaponen á las esenciales, nosólo lo hará tan mai , sino que lo liará de un modomás deplorable.

La segunda de esas deducciones es que el Estado,cuya atención y energía se vean distraídas haciafunciones ro esenciales, desempeñará todavía peor lasesenciales. La facultad de velar por un pequeño nú-mero de empresas encuéntrase forzosamente debili-tada cuando se añaden empresas nuevas; la crítico.del público será, además, menos eficaz, porque se

dirigirá á muchos más objetos. Si en lugar de dedi-car casi todo su tiempo á, mil asuntos diferentes , el

Parlamento se ocupase casi exclusivamente de lasadministraciones que tienen por objeto la protecciónRacional exterior 6 interior , no se negará que ésta sehallaría mejor atendida. De seguro se afirmará portodos que si las discusiones de la prensa y de las re-uniones electorales versaran casi exclusiv;..nle,ntesobre la gestión de esas administraciones especialesen lugar cíe gastarse en otras cuestiones, el públicono toleraría la incuria que hoy tolere..

Bien sea que tratemos de evitar la multiplicaciónde las funciones mal desempeñadas por el Estado,ó bien que tratemos no más que de asegurar el cum-

Page 319: La Justicia

POR H. SPENCER 319

plimiento más serio de sus funciones esenciales, litnecesidad de una limitación es evidente. La especia-lización de las funciones asegura directamente elcumplimiento de cada una por la adaptación de suórgano , é indirectamente el de las otras, en cuantopermite que todas adquieran su órgano apropiado.

128. La mayoría de las gentes no se fijará grancosa en las razones por las que se afirma que para laadministración de los negocios sociales es completoel acuerdo entre la justicia y la utilidad pública.Cuando se trata de los fenómenos vitales, el mismomundo científico no concede gran fe á la ley natural yit la universalidad de la causalidad; en el vulgo es éstamás débil todavía. Los argumentos que se apoyansobre hechos que se revelan diariamente son los úni-cos que tienen alguna probabilidad de vencer, peroaun las masas les negarán su valor.

Es, por tanto , necesario reforzarlos con otrosargumentos fundados sobre testimonios directos

y pertinentes. Consagrarémoslos , pues , capítuloaparte.

Page 320: La Justicia

CAPITULO XXVIII

I.Aíraaites de las fulaciorLes clel. Estacîo ^

(coNTIIi U.A citírv)

129. «En los problemas simples es preciso des-

confiar de la percepción directa; para llegar á con-clusiones ciertas es necesario adoptar alguna manera(le cowprobación que corrija las imperfecciones de lossentidos. Por el contrario, para los problemas com-plejos, la reflexión pura y simple basta; podemosadicionar y compensar adecuadamente las pruebas;in referirlas á ninguna verdad general.»

Esta proposición absurda ¿ place acaso sonreir á al-

',.;unos de mis lectores? ¿Por qué? Ilay diez probabili-(htdes contra una, que bajo una forma más o meno s.

disimulada la tiene, entre sus opiniones tácitas. Un.

obrero se ríe de los termómetros, sin perjuicio decreerse capaz de juzgar cae la temperatura de un li-quido metiendo en él la mano; el lector que , su-pongo, sabiendo que la sensación de calor y de fríovaria notablemente según la temperatura de la mano,( iscierne inmediatamente lo absurdo de esa preten-si41 bija (le la ignora.nci < . Pero no ve nada de

Page 321: La Justicia

^^.

Polt H. SPNNGLZL 321

absurdo en la tentativa de llegar, sin la direccionde principio alguno , A una conclusión exacta rela-tiva las consecuencias do un acto que afectar;lde mil maneras A millones de seres humanos ; enese caso , le parece superfluo tener ùn criterio cual-quiera destinado comprobar la corrección de suimpresión no directa. Supongamos que se tratade recomendar el sistema de la retribución de losmaestros de escuela por el Estado en razón de losresultados que hubiesen obtenido ; estará plenamenteconvencido de que ese estimulante ofrecido á losmaestros será beneficioso para los discipuios. No sele ocurre; preguntar si la presión que de esto resulteserá 6 no excesiva; no pensará en que acaso favorezca.una receptividad mecínica y que el exceso de lasvmaterias enseñadas determine una aversión firme ha--cia la instrucción; ni se dirá tampoco que los discípu-los mejores serán objeto de cuidados preferentes conperjuicio de los menos inteligentes ; que un sistemaque estima la instrucción por si misma sino comomedio de ganar dinero, no puede probablemente pro-ducir la salud de las inteligencias si bien acasoreduzca A los maestros â ser puras máquinas. Ima-ginándose percibir claramente los resultados inme-diatos y perdiendo de vista los mediatos ó abando-nándolos , no duda nuestro lector de la bondad delproyecto. Guando , después de veinte años d lo sumo,los efectos de éste se juzgan malos hasta el puntode abandonarlo , después que haya comprometidola salud de millones de niños y después de haberimpuesto infinitos sufrimientos físicos y mentales,su equivocación no ha enseñado aún nada A nuesj-

21

Page 322: La Justicia

322 LA JUSTICIA

tro hombre, que al dia siguiente estará dispuestojuzgar otro proyecto del mismo modo, es decir,contentándose con el examen superficial y con unasimple compensación de las probabilidades. Es pre-cisamente lo mismo que decíamos al empezar el ca-pitulo: la necesidad de recurrir á los principios ge-nerales se reputa indispensable para las cuestionessimples , pero se estima superflua para las cuestionesmás complejas.

Sin embargo , sólo un instante de reflexión haríaver que es probable, no sólo que esos juicios faltosde dirección sean erróneos, sino también que debeexistir una dirección capaz de asegurar la correc-ción de nuestros juicios. Porque i nada habrá máscontrario al buen sentido que imaginarse que los ne-gocios sociales se sustraen á la causalidad natural? Yzcómo rechazar la acusación de locura, cuando des-pués de promulgar la causalidad natural, se promul-gan leyes que no la tienen en cuenta? Lo hemos de-mostrado en el capitulo anterior : si la causalidad noexiste, todas las leyes son iguales , y legislar es unaocupación ridícula. Si todas las leyes no son de igualvalor , es preciso admitir que tal ley obra de una ma-nera más saludable que tal otra sobre los hombresreunidos en sociedad; en ese caso , esta operaciónmás saludable implica un cierto grado de adaptacióná la naturaleza de los hombres y á sus modos de co-operar. Con relación éstos, existen, Pues, princi-pios generales, uniformidades 111uy profundas, de-biendo depender el electo definitivo de una legisla-

ción de la medida en la cual se tienen en cuenta esasunirormidades, letra subordinarse A ellas. 1, Dónde hia-

Page 323: La Justicia

POR H. SPENCER

323

brá, según esto, nada mvís insensato que obrar antesde haberse enterado?

130. Es insensato, para las sociedades cornopara los individuos, dedicarse á buscar la felicidadsin tener en cuenta las condiciones que hacen su rea-lización posible. El error de las sociedades es aúnpeor que el de los individuos, porque el individuologra á veces eludir las consecuencias de su imprevi-sión , mientras que á causa de su distribución sobreun gran número de individuos, la sociedad no pue-da evitarlas.

El criminal tiene siempre por método estimarlas consecuencias probables de cada uno de susactos, haciendo abstracción de toda sanción generalque no sea la de la persecución de la felicidad. Se de-cide á obrar si la probabilidad se inclina del lado dela adquisición de un goce y si ve factible evitar unsufrimiento. Dejando á un lado las consideraciones deequidad que deberían contenerle, se fija en los resulta-dos próximos, con preferencia á los remotos, y ocurreque calcula exactamente en lo que concierne á aque-llos, y que logra recoger los goces que le procuran susganancias mal adquiridas, sustrayéndose ademcis alcastigo. Pero, á la larga; los perjuicios acaban porser mayores que los beneficios, en parte, porque nosiempre evita las penas, y en parte, porque el géne-ro de naturaleza que sus acciones desenvuelven enél, lo hacen incapaz para los goces elevados.

El politico empírico sigue con un designio al-truista la linea de conducta. que sigue el violador de

las leyes con un propósito egoista. No para su bienpersonal, á lo menos tal creo, sino para el bien de

Page 324: La Justicia

32-1 LA JUSTICIA

otros, calcula la probabilidad de los placeres y de los

sufrimientos, y cuidándose poco de los preceptos de

la, equidad pura , adopta métodos que , á su parecer,aseguran los primeros Ir evitan los segundos. Si se

trata de dotar de libros y de periódicos las llamadasbibliotecas populares, considera sólo los resultado c;

que conceptúa beneficiosos v no se pre, tirata si. en la

práctica, es justo tomar A la fuerza el dinero de A.,

de B., de C. á fin de procurar los goces á D., á E. y,

á. F. Si persigue la represión de la embriaguez y de

los males que engendra, rio ve más que ese fin. y re-suelto á imponer sus propias opiniones, se esfuerzapor restringir la liberta d. de los caminos y por supri-

mir las industrias donde los capitales se han compro-metido bajo la garantía del asentimiento legal y so-

cial. Como el agresor egoísta, el altruista toma porguía la. apreciación de los fines inmediatos sin que

baste á contenerle el pensar que sus actos violan el

primer principio de una vida social armoniosa.Salta á la vista que este utilitarismo empírico, que

hace de la felicidad el fin inmediato, está en flagrante

contradicción con el racional, chue atiende á las con-

diciones de la realización definitiva.

131. Los partidarios del empirisrno político no

podr An quejarse si sometemos su tnRodo A la pruebade su propio criterio. Ya que, desdeña ndo los princi-

pios abstractos, nos invitan á n.o considerar más que

los resultados, sea calculados pur adelantado, seaconfirmados por la experiencia, nada mejor que apli -

car su método método empirico mismo. Vamos,pues, á intentarlo.

El 19 de Mayo de 1890, pruvoeábase en la ániCara

Page 325: La Justicia

325POR H. s.PE1 0ER.

de los Lores un debate con ocasión de un proyectode ley de carácter socialista : el primer ministro seexpresaba de este modo:

«Antes de adoptar una proposición, no inquiri-mos su origen y su filiación filosófica, al igual queninguna persona sensata se informa al admitir uncamarero á su servicio, si su abuelo era un hombrede bien.»

Puesta en ridículo, en tal forma, la hipótesis deque existen leyes generales que rigen la vida social,ít las cuales la legislación debe conformarse, conti-nuaba afirmando «que conviene para cada caso regu-larse segun las circunstancias». El método abierta-mente preconizado por lord Salisbury, es, por lo demás,universalmente seguido por los hombres politicos quese tienen por prácticos y que se rien de los «princi-pios abstractos ».

Desgraciadamente para ellos, su método ha sido,durante miles de años, el de los legisladores cuyasleyes funestas han aumentado las formas r^1^'ilí;iples

de la miseria hasta un punto que excede toda ponde-ración.. apreciación de las circunstancias particu-lares «de cada caso », inspiró á Diocleciano cuandofijaba el precio de la mercancía y tasaba los salarios,habiendo tambidn guiado á los gobiernos europeosque de siglo en siglo y en ocasiones innumerables, handecidido que suma de dinero debía de darse por talcantidad de productos. En nuestro país, después dela peste negra, tal apreciación, inspiró el Estatuto (lelos trabajadores 6 hizo estallar la revolución de loscampesinos. La misma sumisión «á las circunstanciasde cada caso particular», ha. dictado tantísimas leyes

),^^F

(:1t;

J

r

i

Page 326: La Justicia

326 LA JUST[CIA

como en Inglaterra y en otras partes han prescrito lascualidades de los productos de fabricación, los proce-dimientos empleables para ello, y nombrado los comi-sarios encargados de vigilar la observancia de esasleyes y de remediar los inconvenientes señalados. Lasprescripciones dirigidas á los labradores relativas á ladivisión de sus tierras en pastos y en tierras de labor,sobre la época de esquilar los carneros, y tocantelas atalajes de sus carretas, las que imponían ciertoscultivos y prohibían otros, tenían siempre á la vistalas «circunstancias de cada caso particular». Lo mis-mo ocurría con las primas á la exportación de ciertosproductos y las restricciones que impedían la impor-tación de otros, con las penas impuestas á los acapa-radores y el tratamiento aplicado á los usureros asi-milados cori los criminales. Cada uno de esos innu-merables reglamentos era ejecutado por medio dt

funcionarios que, en Francia, lograron casi acabarcon la industria: esta reglamentación exagerada faeiuna de las causas de la Revolución francesa, y, sinembargo, todas ellas les parecían, á los hombres quelas dictaban, justificadas por «las circunstancias delcaso.» Igual necesidad se descubría en centenares deleyes suntuarias que los reyes y sus ministros soesforzaron por imponer las diferentes generaciones.Desde el Estatuto de Merton hasta 1872, nl ' is de ca-torce mil actos del Parlamento han sido derogados enInglaterra : los unos se han refundido en leyes gene-rales, otros parecieron superfluos, otros han caídoen desuso: ¿cuántos habrán sido derogados por sus ma-los efectos? ¿ La mitad ? LtTna cuart,i. parte? ¿`Menos?Supongamos que tres mil actos del Parlamento ha-

^

Page 327: La Justicia

^^.

=ic

POR H. SPENCER

yan sido derogados á consecuencia de haberse demos-tracio sus efectos perniciosos. ¡Qué decir (le esas tresmil leyes que han sido otros tintos obstáculos á lafelicidad humana, aumentando su miseria durantemuchos años, generaciones ó siglos!

Dado que debamos tomar por guía la observacióny la experiencia, )qué veredicto pronuncian éstassobre tal método de gobierno? ¡No prueban con toda.evidencia que este método ha sufrido fracaso tras defracaso? «Permitidnos, se dirá acaso; sin duda olvidáisque si han sido derogadas leyes numerosas después dehaber producido efectos perniciosos, otras han sidoreconocidas corno beneficiosas y no han sido deroga-das.» Esta respuesta no es, á mi ver, completamentefeliz. En efecto, )cuáles son las leyes beneficiosas?)Son aquellas que se conforman con los principiosfundamentales de que suelen burlarse los politicosprácticos? ¡Son las que aprueban la filosofia social, deque lord Salisbury habla con tanto desdén , ó aquellasque reconocen y sancionan los corolarios de la fór-mula de la justicia, ya que, según hemos visto envarios capítulos anteriores, la evolución social vaacompañada de la afirmación creciente de las leyesque la ética prescribe? Los hechos pronuncian, pues,una doble condenación del utilitarismo empírico , ydemuestran irrefutablemente el fracaso de este mé-

todo y el éxito ciel método opuesto.Notaremos también que ni lord Salisbury, ni nin-

guno de los partidarios de esta escuela, dan tan gran-des pruebas de su. consecuencia , que permanezcansiempre fieles al método que juzga «cada.caso en par-ticular». Muy al contrario; para las categorías más

327

Page 328: La Justicia

328 LA JUSTICIA

importantes adoptan el método que ridiculizan. Po-nedlos á prueba, y los veréis rechazar enérgicamentela dirección de las «circunstancias del caso», si seencuentran ante cuestiones cuya solución es simpley clara.

Investigando las causas de la facilidad con la cualse escapan los ladrones que infestan nuestras calles,el autor de una carta dirigida á un periódico (1) re-fiere que, habiendo presenciado un robo, preL untó áun transeunte por qué no había detenido al ladrónque al huir había pasado cerca de él v «2, Para qué de-tener á ese pobre diablo?, contestó el otro; tiene r^.;;s

necesidad de los objetos robados que el hombre áquien se los ha quitado. » Eso era , después cae todo,juzgar á su modo, según las «circunstancias del caso»,estimando los grados relativos cale felicidad. del ladróny del robado , y declarando que el resultado ele lacomparación justificaba el robo. «Pero el derecho de

propiedad debe ser defendido, respondería lord Salis-bury. La sociedad se disolvería si cada cual pudiera,apoderarse de los bienes de otro, excusándose con de-cir que los necesita más que éste. » Perfectamente:pero al hablar así, lord Salisbury no ,juzgaría ya se-gún las « circunstancias del caso», sino invocandoesos principios. La diferencia esencial entre los dosmétodos es ésta. Las lecciones legadas ,p or lilill_:_^ es

do nris atestiguan que la sociedad progresa, en ra; •e ndo su conformidad, cada vez más estricta, con loscorolarios de la fórmula cale la ,justicia, y quo serJ,por tanto, fully cuerdo tenerlos presentes en Lodos los

I) La Lelia de este rrtíonlo s e me ha olvidado.

Page 329: La Justicia

POR H. SPENCER 329

casos. Sin embargo , lord Salisbury estima que esin •átil con formarse á ellos si una mayoría piensa quo,«en aquel caso », las circunstancias exigen prescindirde los mismos.

132. Sorprende verdaderamente que, despudsdo haber leído los hechos que á diario refieren losperiódicos, se pueda aún imaginar que las consecuen-cias de las medidas tomadas con respecto á «cadacaso», se circunscribirán al mismo. La lectura coti-diana de los periódicos no hace á los hombres másavisados; Zcórno, si no , explicarse que después dehaber consignado que un cambio introducido en unaparte de la sociedad determina cambios imprevistosen otras partes, si cree que un acto del Parlamento noproducirá más que los efectos previstos?... En todoagregado de partes, mutuamente dependientes, espreciso tener en cuenta lo que he descrito en otro lugarbajo el nombre de causalidad fructificante. Los efec-tos de una causa se convierten á su vez en causas ámenudo más activas que los efectos que las han en-gendrado; y á su vez también, sus efectos se convier-ten en causas nuevas. Z Que ocurrió hace algunosaños, después de la gran alza del precio de los carbo-nes ? El gasto de cada casa sintió el influjo, y los po-bres sufrieron cruelmente. Todas las fábricas experi-mentaron los efectos; los salarios se redujeron, su-biendo los precios de venta. La fundición de hierroresultó más costosa, y el precio de todos los artícu-los, corno los ferrocarriles y las máquinas, donde elhierro entra en gran cantidad, tuvo que aumentar.Nuestra capacidad para concurrir con las industriasextranjeras debilitóse; los navíos fletáronse en menor

Page 330: La Justicia

330 L8 .JUSTICIA

ni"irnero para exportar los productos, y la industriade construcción naval se vió perjudicada, corno lasdemás industrias que con ella se relacionan. Lo mismoocurrió con otras industrias, demasiado numerosaspara ser enumeradas. Véase, si no, también los efec-tos de la última huelga de los Docks , ó mas bien dela simpatía inteligente con que, mirando las «cir-cunstancias del caso 0, contemplaron el público y lapolicía las violencias á que los huelguistas recurrie-ron para lograr sus fines. El empleo , coronado por eléxito, de las vías de hecho, de las amenazas, ha exci-tado además las huelgas, dirigidas con los mismosprocedimientos , que estallaron en Southampton, enTilbury, en Glasgow, en Nothingham. Los pintores,los albañiles, los ebanistas, los panaderos, los carpin-teros, los tipógrafos, los anunciadores, seguían el un -pulso recibido. En América y en Australia estallaronmovimientos mucho menos escrupulosos todavía. Porotra parte, como efectos secundarios de los paros, estánla perturbación producida en la industria, directamenteinteresada, en las que con ella están relacionadas , y ladiminución correspondiente en la demanda (le trabajo.Como resultados terciarios, podemos citar los impul-sos dados á la quimera de que basta á los obreros co-ligarse para obtener las condiciones que reclaman enciertas pretensiones quo implic a.rian la muerte deltrabajo. Y como resultados todavía más lejanos , allíestán las reclamaciones de una legislación aliinentwI:Lspor las ideas socialistas.

Los efectos indirectos quo se multiplican y se re-producen, engendran con frecuencia (t la larga. unestado de cosas completamente, contrario á aquel quo

Page 331: La Justicia

^

331POR H. tiP1+;NCER

se esperaba. En el pasado y en el presente encontra-mos ejemplos de esas desviaciones. 'Tomemos en elpasado un acto del año octavo de Isabel , destinado áproteger los habitantes de Shrewsbury contra laconcurrencia, y prohibiendo á todos , excepto á losburgueses, comerciar con los algodones del país deGales. Seis años después, los mismos habitantes deShrewsbury (1) solicitaron su derogación (á causadel empobrecimiento y la miseria de los pobres arte-sanos, en cuyo interés el acto se había dictado». Lostejedores de Spitalfields nos proporcionan otro ejem-plo paralelo. Del tiempo presente citaremos ciertasleyes dadas en los Estados del Oeste de América.1<Esas leyes han sido votadas á fin de favorecer el exter-minio de los lobos y aves de rapiña, según declarabael7de Enero de 1885 el gobernador Grant, en su men-saje á la legislatura del Colorado; pero lobos y aveshan pululado bajo las primas que contra ellas se haninstituido » ; á lo menos á juzgar por el total de pri-mas pagadas. Igual experiencia se ha hecho en laIndia.

Desde la época en que los mendigos se reunían á

las puertas de los conventos , hasta aquella en quenuestra ley de pobres inundó de éstos á ciertas parro-quias, la experiencia viene probando sin vacilaciónque las medidas dictadas , según (las circunstanciasaparentes del caso», han producido resultados exac-t naenle contrarios á aquellos que esperaban sus auto-res ; en rigor, han aumentado la miseria en vez deatenuarla. Proporcioná.nnos análogos testimonios

^1) Stanley Juvens: Ph' State tira R,elatioA to Labour, 1832, p. 37.

Page 332: La Justicia

832 tisTlt.iA

hechos muy recientes. Dirigiéndose al kS'pectator del19 de Abril de 18'30 , el presidente de la Unión deBradfelcl afirmaba que diez y siete años de una admi-nistración fundada sobre un principio, en lugar , deserlo sobre el sentimentalismo, ha reducido el númerode pobres en el interior de la TWVor°khouse, de 259 á1.00 , y en el exterior, de 999 á 42; concluye su cartaexpresando la convicción de que «los socorros distri-huidos fuera crean la mayoría de los indigentes».Mr. Arnold White, dirigiéndose .i, Tennyson Settle-ment, en la colonia del Cabo, insiste sobre la urgen-cia que hay de prevenirse contra las a ^ecesidacles apa-rentes. ( -15n plan de colonización, dice en s u. carta de10 de Enero de 18:)1 al Spectator, está llamado A un fr°a-.caso cierto si n prevé abiertamente la muerte para losperezosos que se nieguen á trabajar... La experiencia.repetida ha grabado en mi como con hierro candente,esta lección.-» En materia de caridad, si nos dejamosllevar por las circunstancias aparentes de «cada casoparticular», agravaremos el mal en vez de curarlo.

El juicio del legislador que prescinde de la fil:giso-fia. y no quiere ver más que los hechos que estánante él, no merece más respeto que el del obrero,r ue se junta A sus compañeros para vociferar y cla-mar por obras pdblicas, sólo porque le proporcio-narán que hacer. Este tampoco mira nazis que á iasconsecuencias inmediatas y previstas «en el caso»,sin cuidarse de las lejanas. Los efectos de una apii«a-ción de capital A una empresa que no proporc ionaproducto alguno correspondiente le tienen sin cui-dado ; no busca si en unas empresas , probablemente(leas remuneradoras, y por lo tanto in í.s útiles, ese

Page 333: La Justicia

POR H. SPENCER 333

capital hubiera podido emplearse, ni le importa laocupación que en ellas hubieran encontrado otrosindustriales y obreros. Nuestros legisladoresprevén los efectos un poco más lejanos; pero en reali-dad, hállanse tan distantes como el obrero de tenerla concepción clara de las ondas últimas del cambioque se propaga y repercuten en el seno de la sociedad.

133. z Qué es lo que nos lleva más directamenteal error, la fe que cree sin pruebas, ó la negativa ácreer ante testimonios irrecusables? La ft3 de quienpersiste en creer sin hechos en que apoyarse, es con-

traria á la razón ; pero lo es también quien se obstinaen no creer, á pesar de la acumulación de hechos quedeberían convencerle. Dudo, además, si esta clase deescepticismo es más pernicioso que la credulidad ex-cesiva.

Como el ciudadano ordinario, á pesar de los ejem-plos que lo afirman , el legislador ordinario no tienefe alguna en la acción benéfica de las fuerzas socia-les. Obstinase en figurarse una sociedad bajo la apa-riencia de una máquina, y no bajo la forma de uncrecimiento ; sus ojos ciérrense ante el hecho de que

el organismo vasto y complejo que permite vivir, esel producto de la cooperación espontánea de los hom-bres, dedicados á la consecución de sus fines par-ticulares. Sin embargo , si se pregunta cómo la su-perficie de la tierra ha sido cultivada y se ha hechofértil, cómo las ciudades han crecido , cómo las in-dustrias más variadas se han desenvuelto, cómo lasartes han surgido, cómo la ciencia se ha acumulado,cómo ha nacido la literatura, v eráse obligado á reco-nocer que todos esos progresos no son obra de los

Page 334: La Justicia

334 , LA JtiSTICIA

gobiernos, sino que varios hasta han tenido que su-f rir la misma obstrucción gubernamental. Y á pesarde eso , en su ignorancia, convocará al Parlamentocuantas veces se trate de realizar un bien ó de pre-venir un mal. Tiene una fe ciega en un agente queno cuenta sus derrotas; pero no tiene ninguna en la.fuerza que registra éxitos innumerables.

Cada categoría de sentimientos diversos que im-pulsan 6, los hombres á la acción, tienen su papelen la producción de las estructuras y funciones socia-les. Hemos reconocido que el primer efecto de lossentimientos egoístas, siempre activos y potentes, ha

sido desenvolver los arreglos relativos A la pro-ducción y distribución de las riquezas: cuantas vecesse abre una esfera, nueva, susceptible de ser ocupadacon ventaja, hállanse prontos á ampliar el circulo desu actividad. Ya se trate de abrir el canal de Suez óde edificar un puente sobre el Forth, de asegurar lacasa, la vida, las cosechas, ó las vitrinas de loscomercios, de explorar regiones desconocidas, orga-nizar excursiones de viajeros, instalar casetas condistribuidores automáticos en las estaciones... Lasempresas privadas tienen el don de ubicuidad y varíasus formas hasta el infinito: rechazadas por el Estadode un lado, toman muy pronto otra dirección dis-tinta. La energía de las empresas privadas y el espí-ritu de of}strucción ciel funcionarismo, estallan, desdela organización en Londres de un correo local á cincocéntimos bajo Carlos It (1), que el gobierno suprimió,hasta la tentativa reciente de supresión de la Boy

(1) I:neyelnl;edi^ 1hqlaniquP, -vl, ;-íß-r.

Page 335: La Justicia

i POR H. SPENCER

Messangers Company (1) . Y si hiciese falta, las Ame-rican Express Companies, nos ofrecen un ejemplomás de la superioridad de las empresas espontáneas.Una de ellas cuenta siete mil sucursales, organiza suspropios trenes expresos, transporta anualmente vein-ticinco millones de paquetes, la emplea el gobierno,tiene un sistema de giros postales que suplanta el dela administración de correos, y ha extendido laacción de sus negocios á Europa, la India, Africa,América del Sur y Polinesia.

Al lacto de los sentimientos egoístas cuyas fuerzascombinadas han desenvuelto el organismo social quehace subsistir las sociedades, manifiéstanse tambiénen los hombres el sentimiento egoaltruista y el al-

truista—el amor de la aprobación y la simpatía—quelos incitan á nuevas acciones aisladas ó combinadas ydan lugar á la formación de instituciones diversas yvariadas. Es inútil remontarse al pasado para seña-lar su acción bajo formas de donaciones <afectas á obrasde caridad y de educación. Nuestra época ofrece tes-timonios demostrativos de su poder. Entre nosotros,y más aún entre los americanos, diariamente se repi-ten los legados consagrados á fundar colegios, y más

á menudo á dotar cátedras ó pensiones de estudios:enormes sumas de dinero dedícanse á edificar y pro-

veer bibliotecas públicas ; por otra parte los particu-lares ofrecen parques y jardines municipales, y legancolecciones científicas á la nación. El Standard del 11

de Abril de 1890 publica un cuadro consignando queen 1889 los legados hechos á los hospitales, asilos,

(1) rTéause los l •ericídieus de IMiHa• zv de 1891.

335

Page 336: La Justicia

336 EA .IUSTIÚIA

misiones y sociedades de caridad, alcanzaron la sumade L080.000 libras esterlinas; á fin del primer tri-mestre de i8 %0 se elevaban ya á 300.000 libras. Enel _Nineteenth Century, de Febrero de 1890, Mr. Huish: demostrado que en el curso de estos últimos años,las donaciones cle particulares en favor de las artesllegaron á 347.000 libras en edificios y á 559.000 eracuadros ó dinero; á esto podríamos riamos añadir un dona-tivo reciente de 80.000 libras que el donador ha de-dicado á la creación de una galería de arte británico.

No debemos olvidar la actividad infatigable deuna muchedumbre de filántropos consagrados á unaó á otra propaganda beneficiosa en favor de sus con-ciudadanos. Hay innumerables asociaciones formadaspara fines desinteresados, con una renta colectivainmensa: todas estánconcebidas con un objeto benefi-cioso, aun cuando sus resultados de j en á veces bastanteque desear. Y lejos de debilitarse, los móviles, amplia.ya que no únicamente altruistas , ganan de continuoterreno.

Esas fuerzas dan pruebas de un poder creciente; asipodemos, sin duda, contar con su eficacia para el por-venir, y . es razonable prever quo lograrán realizargrandes cosas , cuya posibilidad ni siquiera entre-vemos.

134. Aun sin tenor en cuenta, las restriccionesdo la ética y las deducciones que puedan sacarse dela especialización progresiva que so manifiesta en lassociedades, no por eso dejamos de tener razones muysólidas, para estar convencidos de quo conviene res-tringir las funciones del Estado, más bien que ex-tenderlas.

Page 337: La Justicia

POR H. SPENCER 33 ¡

Su aplicación extensiva á la persecución de unbien esperado, ha resultado invariablemente desas-trosa. Las historias de todas las naciones nos revelanpor igual, los iiiales incalculables producidos por lasleyes guiadas sólo por « las circunstancias de cadacaso particular»; por el contrario, coinciden en pro-clamar el buen exito de las que se inspiraban en con-sideraciones de equidad.

Todas las mañanas tenemos ante nuestra vista la-;

pruebas de la acción que ejerce sobre el cuerpo poli-tico, una causalidad fructificante tan compleja, que la

más vasta inteligencia es incapaz de prever todossus resultados. El supuesto politico práctico, que seimagina que la influencia de una medida habrá de

detenerse en los límites del dominio que conoce, esen realidad el más quimérico de los teóricos.

Sus fracasos constantes al perseguir • los efectosesperados, y al evitar los inesperados, deberían que-brantar su fe en los medios artificiales que sin cesarpregona ; y, en cambio, se mantiene incrédulo ápropósito de las fuerzas naturales que tanto hanhecho en el pasado, quo todavía son más activas ennuestros días y que nos prometen un porvenir cadaprez más fecundo.

`^2

Page 338: La Justicia

CAPITULO XXIX

1.13.naltes de las fu.n.cionLes ciel TIlstc,da_.

(corgcLusioN )

1 1 lao Falta aún exponer la, más fuerte de las ira_

rones que exigen la restricción de la acción guber-namental. La formación del carácter es el fin que de-beria sobreponerse á todos los demás en el hombrede Estado: ahora bien; la concepción exacta de lo; j ue deberla ser, el carácter que se trata de formarmás los medios adecuados para formarlo, excluyen lasingerencias múltiples del Estado.

«Cómo, se dirá sin duda, el fin hacia el cual tíen-de la legislación toda que preconizamos no es precisa-mente la formación del carácter? ¿No sostenemos quela misión capital del Estado es hacer buenos ciudada-nos? ?, No es mirando por el mejoramiento de la, natu-raleza humana, como se conciben nuestros sistemasescolares , nuestras bibliotecas gratuitas, nuestrosgimnasios, nuestras instituciones universitarias?»

A esta réplica interrogante, enunciada en un tono

Page 339: La Justicia

Poll. li. SPENCER ;339

(le extrañeza y con la convicción tácita, de que tone-!nos que callarnos, responderemos que el buen éxitodepende de la bondad del ideal que se sustenta y dela elección de los medios para realizado. Ambas co-sas hállanse aquí atacadas por error radical.

Los dos párrafos anteriores indican suficiente-mente cuales son las opiniones rivales quo vamosdiscutir. Abordaremos sin más su discus i On Sistemá-

ti ca.§ 136. Tanto en las hordas salvajes, coino en las

naciones civilizadas, hay ejemplos sin ¡.lamero que de-muestran cuán necesaria es una preparación paraproducir un sólido guerrero. Desde la edad tem-prana, debe ejercitarse en el manejo de las armas;la ambición de su juventud es llegar .A sae un buentirador de Hecha, lanzar un venablo ó el boomerangton fuerza y precisión, y ser hábil en la defensa y enel ataque. Cultiva su rapidez en la caYr ra y su des-

treza y somete su valor á rudas pruebas. Además,romo cosa muy necesaria al fin que persigue, se in-efina ante una disciplina dura ; á veces llega hastasufrir la tortura. Naturalmente, la educación de todomiembro varón de la tribu, se dirige . adaptarlo

los fines de la comunidad y al concurso que :debe-r• , prestarla, ya en la defensa 6 en Ja conquista desus vecinos, ya en ambas empresas co3 _ri bi.►iadas..l+Estaeducación no constituye una educación por el Estado,en el sentido moderno de la palabra, pero no,por ellodeja de ser una educación dictada por la costumbreimpuesta por la . opinión pública, a.l. afirmar sinodirecta, tácitamente, que corresponde á la sociedadformar al individuo.

Page 340: La Justicia

:3 -10 LA JUSTICIA

Constituyendo comunidades más amplias y regu-larmente gobernadas, el progreso social desenvuelvemás y más la educación por el Estado. No contentoscon cultivar deliberadamente, el vigor, la destreza, lafuerza de resistencia necesaria, los pueblos quisieroncultivar la subordinación indispensable en la ejecució n.

de las operaciones militares, asi como la sumisión álos jefes y á los gobernantes, sin las cuales el empleode las fuerzas combinadas no podría efectuarse deuna manera satisfactoria. Grecia, y en Grecia Espar-ta particularmente, nos ofrece el ejemplo más propiode esta fase del progreso.

A estos usos ha venido á asociarse una teoríaapropiada. La creencia de que el individuo no se per-tenece ni á si mismo, ni á su familia, sino que perte-nece á la ciudad, ha engendrado naturalmente ladoctrina de que la ciudad, tiene el derecho de formarloy adaptarlo á sus fines; Platón y Aristóteles nos ex-ponen ambos planes detallados de la preparación de

los niños y de los jóvenes para los deberes del ciuda-dano, y afirman, sin vacilar , que en un Estado bienarreglado , la educación es una. cuestión de interéspúblico.

Evidentemente, mientras la guerra sea la prin-cipal ocupación de la vida, es nor mal que la educa-ción del individuo se haga según un modelo propiopara asegurarla victoriay que sea confiada á un agentegubernamental. En ese caso, la experiencia ofrece elideal aproximado que se persigue y dirige la elecciónde los métodos adecuados para realizarlo. Se tiendeentonces á transformar en cuanto es posible, todoslos hombres libres en máquinas militares obedientes

Page 341: La Justicia

POR H. SPENCER

ciegas á las órdenes que reciban; la disciplina es uni-ficante, como conviene á tal transformación. Por otraparte, al modo como en el tipo militar, el sistema decoacción á que se haya sometido, se extiende de los'combatientes al conjunto de las partes auxiliares,que le proporcionan los medios de subsistencia, asíse establece naturalmente la teoría de que el gobiernodebe formar y adaptar á. sus funciones, no sólo lossoldados, sino también los demás miembros de lacomunidad.

137. Partiendo del desconocimiento de la dis-tinción fundamental entre una sociedad, en la cual la'guerra es la ocupación capital que subordina la sus-tentación , y una sociedad que hace de ésta su ocu-pación más importante y subordina á ella la actividadguerrera, muchos están convencidos de que una clisci.-plina y una política apropiadas á la primera lo son demodo igual á la segunda. Mas las relaciones entre elindividuo y el Estado difieren absolutamente enambos casos. Diferente del griego que no se perte-nece, sino que pertenece á la ciudad, el inglés nopertenece á la nación de que forma parte , sino quese pertenece á. sí propio de una manera más acen-tuada. A la verdad, si alcanza la edad exigida, el go-bierno puede , en caso de peligro inminente, apode-rarse de su persona y obligarle á participar de ladefensa nacional; sin embargo, tal eventualidad sóloligeramente restringe su derecho á la posesión de su

persona y dirección de sus actos.En toda una serie de capítulos hemos consignado

que, estableciendo progresivamente los derechos de-ducidos por la ética, la ley escrita ha sancionado el

Page 342: La Justicia

LA JtiSTIGIA

libre uso di:, 4 rnisfo por el individuo , no sólo frenteá los dern.ás, sino en muchos respectos frente al Es-tado: sjn ren lanciar á defenderle contra las agresionesde otro, el Estado ha renunciado á varios de losmodos (I ; dirigir las agresiones contra él. En un es-tado de. p°-a2 corolario se impone—elcambio d e k. vel.ación seria, completa.

LQué i ift jo puede tener esta. conclusión sobre lacuestión n:oW ocupa? Implica. que mientras la so-ciedad oixo tiempo tenía que formar al individuoadaptán:dol'). : ,p us designios, ahora es el individuoquien forma la sociedad y r quien 1;i adapta al fin quepersigue. 1.;) 5r iedad no es ya un cuerpo político so-lidificadlo , impulsando d una acción dada toda b .masa de sus ,t.oidlades combinarlas; ha. perdido su or--ganiza,ci.aro coercitiva , y- no retiene sus unidadesirás qc3-^ lazos de la cooperación pacifica, porlo que sólo el medio en el cual se desplie-gan sus Lo repito, y lo repetiré, insis--tienda}ta ^-,.. anto : supuesto que la sociedad no esta1:

dotada en s^: capacidad corporativa de la facultad desentir, y tifl pti.esto gire esta facultad reside única,-mento ^. sra. ,1 anidados, la (laica razón justidcativa dela, subordisrión de las vidas ;'í las unidades sensibles,a, la vida. nc sensible de . la sociedad , no puede ser

invocas)¢} que bajo e] régimen mili tar, yr sóloporque Paso ofrece el mejor medio de prote-ger la i: idti d o aquéllas; tal razón debilitase con el de-clinar del y desaparece con el adve-nimiento cia.l r(,gimen industrial ilimitado. El derechode la sociedad .,. disciplin r.r S. los ciudadanos se desva-nece de propio y no queda autoridad alguna que pue-

Page 343: La Justicia

POI:, U. SPENCER 343

da prescribir la forma que debe revestir la vida indi-vidual.

«Pero, se nos dirá, al obrar la sociedad con su ca-pacidad corporativa, guiada por las inteligencias m.sdistinguidas, prestará seguramente, un servicio , porcuanto elabora la concepción de la naturaleza indivi-dual mejor adaptada á una vida industrial armoniosa,y la de la disciplina más propia para realizar aquellanaturaleza.» En esta defensa, se sobreentiende el de-recho de la comunidad á imponer sus designios por lamediación de sus agentes , derecho este supuesto , yque está en contradicción formal con las conclusionesdeducidas en algunos de los capítulos precedentes.Pero, sin detenernos en este punto, podríamos pre-guntarnos si la sociedad es apta para decidir del ca-rácter que conviene perseguir en el individuo, y paraelegir los medios propios para crearlo.

135. Sean buenos ó malos, el ideal elegido y elprocedimiento aceptado para realizarlos, el hecho sólode hacer tal elección, implica tres consecuencias in-evitables, cada una de las cuales basta para condenarese sistema.

Impulsa éste por de pronto necesariamente á launiformidad. Si las medidas adoptadas produjesen al-gún efecto, este efecto seria provocar una cierta se-mejanzaentre los individuos; negarlo sería tanto comonegar la acción de las medidas que se pretende tornar.Ahora bien; el progreso será retardado proporcional-mente al grado de uniformidad obtenido. Quien hayaestudiado el orden de la naturaleza, sabe que sin va-riedad no hay progreso posible, y que sólo ella ha.permitido á. la vida evolucionar. Conclusión inevi-

Page 344: La Justicia

344 a`_ s•r,c.tA

t;dale: ladetención de la génesis de la variedad, implica.la detención de todo progreso ulterior.

Ese sistema tiene también por consecuencia la.producción de una receptividad pasiva, de todas lasformas que al Estado plazca imprimir en el individuo,Propóngase ó no la sociedad incorporada dar susunidades como parte de su naturaleza el espíritude sumisión, lo seguro es que no logrará realizarsus proyectos más que si encuentra o crea ese es-píritu. De una manera franca. ó disimulada, el ca-7rácter deseado deberá comprender la disposición decag a. ciudadano a someterse o a, someter a sus hijos a la.disciplina que mejor les parezca á otros ciudadanosmás ó menos numerosos. Ciertas gentes consideraránquizá como un rasgo de humanidad entregar de esemodo la formación de la naturaleza, humana, á la vo-1 untad y querer de un agregado compuesto en granparte de unidades inferiores. No les haremos el honorele discutir con ellas.

El sistema aludido implica también este dilema.:

ó no existe procedimiento natural alguno en virtuddel que los ciudadanos están. en vías de adaptación, ca,conviene que ese procedimiento natural sea su-plantado por un procedimiento artificial. Afirmar

t i ne no existe ninguna adaptación natural. es afirmar(pie, al revés de lo que pasa en los demás seres , quinvariablemente tienden á adaptarse á, las circuns-tancias, el ser humano no tiende á adaptarse ni á su-frir las modificaciones que lo hagan capaz de vivir.según las circunstancias exigen. Lo cual vale tantocorno decir que las variedades del género humanason efeçtos sin causa, 6 que han tenido por causa la

Page 345: La Justicia

POR H. sPi+.IvcE x. :3 45

acción gubernamental. Si se rechaza esta proposición,es preciso admitir que los hombres se ajustan de con-tinuo y naturalmente á las exigencias de un estadosocial desenvuelto; ahora bien, supuesto esto, es du-doso que se pueda afirmar que una adaptación arti-fi cial sea preferible á una adaptación natural.

§ 139. Pasemos ya, de esos aspectos abstractos de;la cuestión, á sus aspectos concretos.

Supongamos que se haya decidido crear ciudada-nos con la forma requerida, por la vidade la sociedadde que forman parte. ¡De dónde debe derivarse la con-

cepción de esta forma? Los hombres no reciben. poT•herencia sólo las constituciones físicas y mentales desus antepasados, heredan también el conjunto de susideas y de sus creencias. La concepción corriente delo que debe ser un ciudadano , será , pues , el productodel pasado, ligeramente modificado por el presente:es decir, que el pasado y el presente impondrán laconcepción al porvenir. Quienquiera que considerela cuestión desde un punto de vista impersonal , nopodrá menos de advertir que se prepara á repetir, enotra esfera, las locuras cometidas en todo tiempo y

en todos los pueblos con respecto á las creencias reli-giosas. En todas partes y siempre el hombre ordina--rio se figura que la fe, en la cual ha sido educado, esla, única verdadera. Aunque se vea obligado á admi-tir como seguro que todas las creencias profesadas conuna confianza igual á la suya, deben , con excepción

de una sola, ser falsas , estará convencido, siguiendocl ejemplo de todos los hombres , de que su creenciaconstituye esta excepción. Las gentes que quierenimponer al porvenir su ideal del ciudadano, están

Page 346: La Justicia

246 I,A .JTJSTICIA

imbuidos por una presunción tan absurda corno esa.No dudan que el tipo que conciben, y que las necesi-dades del pasado y del presente han engendrado, seaun tipo apropiado para el porvenir. Mas los caracte-res que el pasado juzgaba, convenientes diferían de losque creemos ahora tales: para convencerse de ello bas-ta remontarse al pasado lejano, que despreciaba el tra-bajo. y para quien la virtud significaba tanto comovalentía, valor, bravura. En un tiempo menos apar-tado, un hombre de ciertas condiciones de nacimientose reputaba noble, y en cambio, trabajador y villanosignificaban lo mismo ; el primero de los deberes eral a sumisión abyecta de cada rango al rango inmedia-tamente superior, y el buen ciudadano, de cualquierclase , estaba obligado á aceptar las creencias que elEstado le prescribía. Todo lo cual no impide á losrepresentantes medianamente ilustrados, de electo-res casi todos ignorantes, prepararse con una arro-gancia, verdaderamente pontifical, A promulgar cuáles la forma de una naturaleza deseable y á moldear,según ella, la generación próxima.

Y son tan decididos al afirmar los medios emplea-bles, y el fin perseguible, que no piensan e n. el pasadoel cual nos demuestre el fracaso completo de los tué-todos adoptados de siglo en siglo. En el seno de unacristiandad abundante en iglesias , sacerdotes , librospiadosos, observaciones destinadas á inculcar una reli-gión de amor, alabanzas en pro de la misericordia ypredicaciones del perdón , imperó el espíritu agresivoy de venganza que encontrarnos en todas partes entrelos salvajes. Leyendo á diario la Biblia , asistiendo AIns oficios de la mañana. , consagrando semanas ente-

Page 347: La Justicia

i ?OR H. SPFY(:i R 347

ras á la: orn ción , ciertas gentes envían á las razasinferiores mensajeros de paz, sin perjuicio de hacerque detrás sigan expediciones ele filibusteros oficia-les que dispongan in continente de sus tierras. I,osnaturales que resisten son tratados como «rebel-des »; se llaman «asesinatos» las muettes que causanco p io represalias, y se denomina al sistema «pacifi-

cación». Tenernos, pues, sin duda, excelentes razonespara rechazar como erróneo, en su fin y en sus me-

dios, el método que pretenda formar los Hombres arti-ficialmente ; y las tenernos tan buenas también paracreer en el método natural de su adaptación espontá-nea á. la vicia. social.

140. Ofrece en conj unto el mundo orgánico ejem-plos infinitos en variedad y en número de e vol ucio-nes, directas é indirectas, por las cuales se adaptanlas facultades de todas las especies á las necesidadesde la vida , - de cómo el ejercicio de toda facultadadaptada se convierte en origen de goce. En elorden moral, no sólo se presenta, un agente para. cadafunción , sino que el sentimiento consciente se com-pone de sentimientos más ó menos agradables engen-drados por la actividad de sus agentes. Esta organi-zación implica también que después de una pertur-bación, la armonía se restablece gradualmente por símisma : si un cambio de circunstancias ha puesto endiscordancia, las facultades y las necesidades, vuelvenlentamente á ponerse bien , ya por la supervivenciade los más aptos , ya por la transmisión hereditariade los efectos de las costumbres y del desuso, ya, enfin , por el concurso simultáneo de ambas opera-ciones.

Page 348: La Justicia

314 L JUSTICIA

Esta ley, que rige también los seres humanos, su-pone que si no se oponen obstáculos, la naturalezaque nos ha transmitido un pasado no civilizado , elruai sólo parcialmente se adapta al presente imper-fectamente civilizado , se adaptaría por si misma y

de un modo lento á las necesidades de un porvenirplenamente civilizado. Supone, además, que á las fa-cultades, capacidades y gustos gradualmente estable-cidos, se asociarán las satisfacciones que procura elcumplimiento de las diferentes obligaciones que en-traña la vida social. Las sociedades civilizadas hanadquirido por de pronto sobre los salvajes la ventajade una mayor suma de aptitud para el trabajo ; ade-más, la facultad de cooperación, bien ordenada á con-secuencia de un acuerdo voluntario, se halla en ellasdesenvuelta; los hombres, por otra parte, son ya ca-paces de dominarse de modo que sus vidas se cum-plan sin grandes choques, y el interés altruista quelos ciudadanos poseen en los negocios sociales en ge-neral, determina la combinación espontánea de losesfuerzos individuales al objeto de realizar fines pú-blicos, á la vez que las simpatías d.e los hombres al-canzan la actividad necesaria para engendrar unamultitud quizá excesiva de empresas filantrópicas.Ilabiendo llegado la disciplina de la vida social á rea-lizar tan vastos resultados en algunos miles de años,¡no es insensato creer que está agotándose su esfuer-zo é imaginarse que no logrará con el tiempo lle-r;ar hasta el fin de su tarea?

Réstame aícn por enunciar otra verdad. La adap-tación artificial es impotente para obtener lo que ob-tiene la natural. En virtud de la esencia misma de la

Page 349: La Justicia

P(_)R H. sP E V(.h;.i`.,

adaptación espontánea, la aptitud de cada facultaden supropia función aumenta a medida que se ejer-cita. Si la función se cumple por un agente susti-tuto , faltará la ordenación natural, deformándose l anaturaleza por adaptarse á los arreglos artificialesque se realizan en lugar de los naturales. Más toda-vía: el sostenimiento de los agentes sustitutos arrui-nan y debilitan al ser. De todo lo cual ba de resultarno sólo una naturaleza empobrecida, atrofiada, pri-vada de los goces que procura la satisfacción de latarea cumplida, sino que, como la sustentación delos instrumentos directores se verifica á costa de lacosa dirigida, la existencia, de ésta se ve minada vsu adaptación sufre un nuevo retardo.

insisto, pues, una vez más , acerca de la disti ll -c _ión fundamental que es preciso no olvidar. Mientrasla guerra sea el rúnico negocio de la vida, la coope-ración impuesta que esta implica, supone que elagregado formará Ins unidades segai.n sus designiospropios, pero después del advenimiento y del predo-minio de la cooperación voluntaria que caracterizael industrialismo, la Formación indicada debe efec-tuarse por la adaptación espontánea propia de la vidade cooperación voluntaria. Y no hay otro procedi-miento capaz de asegurar una adaptación suficiente.

141. Henos ahora otra vez en el principio gene-

ral enunciado al comenzar. Iernos reconocido lo in-fundado de todas las razones invocadas contra la leyprimaria de la vida social; sólo conformándose conesta ley puede haber salvación.

Si lográsemos que uno de nuestros políticos entu-siastas por la ingerencia del Estado se diese cuenta

3'19

Page 350: La Justicia

3 )0 JUST/CIA

del alcance de sus proyectos, el sentimiento de supropia temeridad le contendría para siempre. Lo quequiere es suspender, de una manera y hasta un limitedados, la marcha según la cual toda vida evoluciona,y dictar el divorcio: entre la conducta y sus conse-

cuencias. Violando en parte la ley de la vida general,insiste sobre todo en violarla bajo su forma social:oponiendo su ingerencia al principio de justicia co-mún á todas las cosas vivientes , se dirige principal-mente contra el principio de la justicia humana, queexige que todo individuo goce de los beneficios quehaya obtenido, respetando los limites necesarios de laacción; además, se propone proceder á una nueva dis-tribución de dichos beneficios. Los resultados de la ex-periencia acumulados en toda sociedad civilizada, loscuales, consignados en las leyes, han establecido átravés del tiempo los derechos humanos con una cla-ridad siempre acentuada, nuestro legislador parececomo que los ignora hasta donde le parece y le haceCalca, para violar los derechos mismos. Mientras en elcurso de los siglos los poderes reguladores de las so-ciedades logran proteger cada vez con mayor efica-cia los derechos recíprocos de los hombres, abstenién-dose también de atentar contra ellos , el facedor de

leyes que imagino , pretende cambiar la corriente y¡a libertad de acción que se han ido ampliando pocopoco. Como no tiene en cuenta para nada el primerprincipio de la vida en general , ni en particular elde la vida social, su política ignora de propósito lasgeneralizaciones formuladas con las observacionesexperiencias de miles de años. Y ¿qué títulos invocapara hacer lo que hace? No tiene otros que ciertas

Page 351: La Justicia

POR. B. SI'I;NGER 351

razones de utilidad aparente , que, según hemos con-signado , no deben inspirarnos confianza.

Mas, ¡para qué detenernos A. refutarle? y, Qu6mayor absurdo que proponer mejorar la vidasocial, empezando por violar la ley fundamental quel< rige?

Page 352: La Justicia
Page 353: La Justicia

` ti

Page 354: La Justicia
Page 355: La Justicia

A P ÉN I) !C 14: A

La idea det derecho según Kant.

Son innumerables las personas que en el curso de los

siglos han abordado los diferentes caminos que se abren ale

pensamiento humano, y es preciso reconocer que casi todos

estos han sido seguidos, cuando no explorados á fondo. Noes, por tanto , probable , que una doctrina cualquiera sea

absolutamente nueva. Tal observación , me la sugiere mi

propia experiencia, . propósito de cierto supuesto por mí

admitido y que se ha encontrado erróneo.

En mi Pstd tica social ó ,Especi/icación de las Condicionespar-

ciales de la Felicidadh-unzana y Desenvolvimiento de laprirnera

de tales Condiciones, obra publicada por primera vez á fines del

año 1850 , había expuesto ya el principio fundamental enun-

ciado en el capítulo intitulado: «La fórmula de la justicias

(reía entonces yo, haber sido el primero en reconocer que la

justicia, tal como se infiere de los diferentes ejemplos inscri-

tos y tal como debe resumirse en términos abstractos, se

formula por la ley de la libertad igual para todos. Pero me

equivocaba. En el segundo de los artículos intitulados: (La

Teo.•ia de la Sociedad de M. Herbert SpencerD, que Mr. F. W.

Maitland . profesor hoy de Derecho en Cambridge, publicaba

Page 356: La Justicia

356

L_1 JiSTI(,IA

en la revista Hind, vol. viir, pág. 508 (1883), el autor sefia-

laba el hecho de que Kant había anunciado ya, en otros tér-

minos, una doctrina análoga. Imposibilitado de leer las citas

alemanas de Mr. Maitland, no podía darme cuenta del alcance

de su aserto. Cuando tuve que volver sobre el asunto, al

llegar al capítulo de La fórmela de la justicia, no he podido

menos de investigar cuáles eran las opiniones de Kant. Al

efecto, acudí á la traducción reciente (1887) de Mr. W. Hastie,

cuyo título es La Filosofía del derecho.—Exposición de los

principios fundamentales de la Jurisprudencia consideradacomo ciencia del Derecho, y en ella he encontrado la siguiente

frase:

«El derecho es, pues, el conjunto de condiciones, median-

te las cuales el arbitrio d.e cada uno puede armonizarse con

el de los demás, según una ley general de libertad.» Inme-

di atamente después, se dice lo que sigue:

« PRINCIPIO I:t NIVEIL w AL 1_ % EI. DERECHO

»Es justa toda acción que por sí misma ó por la máxima

de que proviene, es tal, que la libertad del querer de cada

uno puede coexistir con el (le todos los demás según una ley

universal.

»Si, pues, mi acción, ó, en general mi estado, puede coexis-

tir con la libertad de cada uno según una ley general, comete

injusticia respecto de mí quienquiera que se opone â mi

acción ó á mi estado; porque esa oposición no puede coexis-

tir con la libertad según leyes universales.

» Síguese también de esto , que no se puede exigir de . mi

que ese principio de todas las máximas , sea mi máxima, eg

decir, que yo haga de él la mdxima de mi conducta; porque,

Page 357: La Justicia

Fl. FI'E\(.ß1Z.

aun cuando la, libertad de los demás me fuese completamente

indiferente y aun cuando yo no estuviese dispuesto á respe-tarla, no son por eso menos libres desde el momento en queyo no atento contra ella por actos exteriores. Sólo la l ^:ti capuede exigirme que yo me imponga corno máxima de con-ducta obrar conforme al Derecho.

»Por lo tanto , la ley universal del derecho « Obra ex te-riorinente de modo que tu obra libre pueda armonizarse conla libertad de todos, segun una ley general», nos impone sin

duda una obligación, pero no llega, no exige que, en virtudde esta obligación, me imponga como deber someter mi liber-tad á restricciones; sólo la razón afirma que , segín la idea

que nos da de la libertad , ésta se halla sometida á la restric-

ción y que los demás pueden cohibirla para que en efecto se

someta; he ahí todo lo que proclama como un postulado que

no es susceptible de prueba alguna. Si , pues, no se propone

enseñar la virtud sino sólo exponer lo que es conforme al

derecho , se puede y aun se debe abstenerse de presentar esta

ley del derecho como un motivo de acción.»

Estos pasajes prueban que Kant había Llegado á una con-

clusión que, si no es completamente la mía, se parece, sin

embargo, no poco. Conviene, á pesar de esto, hacer notar

que aunque de la, misma naturaleza, difieren por el origen y

por la forma.En una página anterior, Kant nos enseria que ha llegado á

su conclusión después de haber «investigado el origen de

esta especie de juicios en el dominio de la razón pira». Porel contrario , en las páginas 67-70 de la edición primitiva de

la Estdtica social, la ley de la libertad , esbozada primero y

enunciada luego, se considera como la expresión de la condi-ción primaria que deben satisfacer los seres semejantes que

vivan juntos, para poder gozar la mayor suma de felicidad.

Kant enuncia una exigencia a priori y hace abstracción (le

todo fin benéfico, mientras que para mi, la conformidad con

Page 358: La Justicia

358 LA. JUSTIGIA.

esta exigencia a priori es la única que puede garantir la rea-

lización de sus fines en las condiciónes del estado social.

Esas dos formas de una misma concepción , difieren en lo

siguiente: Si bien declara que no existe más que un solo

derecho innato , la libertad , Kant reconoce ciertamente , el

elemento positivo de la concepción de la justicia; sin embar-

go, en los pasajes citados nos presenta el derecho á la liber-

tad individual corno un resultado implícito del carácter injusto

de los actos, que atentan contra la libertad. Para él el ele-

mento negativo, es decir, la obligación de respetar los lími-

tes constituye la idea dominante. • Por el contrario, para mí,

el elemento positivo— el derecho á la libertad de acción—es

el primario, y el negativo, resultado de las limitaciones im-

puestas á otro, es el secundario. Esta distinción tiene su

importancia. Es natural poner en evidencia la obligación, en

un estado social de restricción política rigurosa, pero en

cambio en un estado social en que la individualidad se afirma

con energía, lo natural parece poner de relieve los derechos.

Page 359: La Justicia

APÉNDICE B

La propiedad de la tierra.

El camino seguido en una esfera superior por la civiliza

ción está, corno el seguido por la Naturaleza, manchado por la

,angre. Con «la sangre y el hierro » se han consolidado las

debidas aglomeraciones de hombres, que poco á poco se han

hecho más considerables, hasta el día en que de aglomera-

ción en aglomeración han constituido las naciones. Ejecu-

tada siempre por la fuerza bruta , esta operación histórica ha

acumulado iniquidades sobre iniquidades; las tribus salvajes

hanse fusionado lentamente por medios bárbaros. Imposible

sería reconstituir la cadena completa de los actos de violencia

desenfrenada que millones de años han visto cometer; y aun

cuando lo lográsemos, seriamos impotentes para señalar sus

resultados.

El derecho de propiedad de la tierra se lia establecido en

el curso de esta transformación, y su génesis cuenta crime -

nes infinitos, cometidos, no sólo por los antepasados de una

clase dada de nuestros contemporáneos, sino por los ante -

pasados de cuantos hombres existen hoy. Los bisabuelos

de los ingleses contemporáneos eran bandidos, que robaron.

Page 360: La Justicia

360 LA JUSTICIA

la tierra ocupada por otros Landidos, los cuales habían des-

pojado a los bandidos precedentes. La usurpación aquí par-

cial, alla completa, de los normandos, ha englobadolas tierras

que en el pasado fueron confiscadas en parte por los piratas

daneses ó noruegos, y en parte, pero en época aún más re-

mota, por las hordas de invasores anglos ó frisones. En

cuanto á los propietarios celtas, expulsados ó reducidos a es-

clavitud por estos lSltimos, comenzaron A su vez por expropiar

las poblaciones trogloditas, de que de cuando en cuando en-

contramos rastros. 01 dónde llegaríamos si intentásemos res-

tituir las tierras tomadas en otros tiempos contra toda equidad,

si los normandos debieran devolvérselas á los daneses y no-

ruegos y frisones, éstos a los celtas, y éstos á los hombres de las

cavernas de la edad de piedra?No habría más que una salida:

restituir todo el territorio de la Gran Bretaña á los del País de

Gales y montañeses de Escocia, que no podría sustraerse á

una restitución análoga sino invocando como excusa que, no,

contentos con confiscar las tierras a los aborígenes, les habían

exterminado, legitimando así sus títulos de propiedad.

Nada hay más loable que el deseo de que el derecho depropiedad de la tierra acabe por conformarse a las exigencias

de la equidad pura: en algunos, tal deseo es un dictado de la

conciencia. Sin embargo, no estaría de más que imperase el

dictado en los territorios que nos disponemos a poblar. Entre

tanto, cometemos apropiaciones inicuas y reservamos nues-

tra indignación para las apropiaciones menos inicuas come-

tidas en nuestro país en el pasado. Sin duda, el pueblo en

masa, que detenta el predominio politico y proporciona el

efectivo no graduado del ejército, es responsable de las em-

presas nefastas que por el mundo entero se dirigen a confis-S

car nuevos territorios y expropiara sus habitantes. Nuevos

filibusteros, los ingleses contemporáneos reproducen en ma-

yor escala, las expediciones de sus antepasados, pero si con-

denan las usurpaciones antiguas, permanecen mudos ante

Page 361: La Justicia

POR til't;\i:El:. :361

las modernas, ó más bien, las aplauden v ayudan á perpe-trarlas.trarias. Ñu silencio pasivo propósito de esa expoliación de.tierras del universo, que con sus votos podría terminar, y suprisa por ofrecer soldados para el objeto , hacen q ue recaigasobre ellos la responsabilidad de cuanto ocurre. Cometenpor delegación injusticias más irritantes y mucho másmerosas que aquellas de que nuestros antepasarlos fueron víc--timas.

Es natural que la. mayoría, privada de la tierra, piense que

la propiedad inmueble, á título personal, ha sido fundada en

la injusticia; tiene, según hemos visto, algún derecho para

sostener tal opinión. Pero antes de examinar cremo debe aco-

gerse su demanda, nos vemos obligados á preguntar: l,()rlie-

nes son en realidad los expoliadores y quiénes los expoliados?

No nos detengamos en el hecho primario , de que en su tota-

lidad los antepasados de los ingleses actuales, propietarios ó

no, se han apoderado de la tierra por violencia expulsando á

los poseedores anteriores. No lleguemos ni siquiera al fraude

y á la fuerza, por los cuales algunos de esos antepasados han

arrebatado la tierra á otros antepasados, desposeídos asi;

siempre habrá que resolver la cuestión preliminar - siguiente:

«,Cuáles son los descendientes de los unos y cuáles los de los

otros?» Nuestros demócratas suponen implícitamente que los

propietarios actuales constituyen la posteridad de los 11S113''

padores, y los no propietarios la de las gentes usurpadas. Y

está muy lejos de ser esto así. Los títulos de algunos raros

miembros de la nobleza se remontan á la época de la ieltima

Usurpación , ninguno se remonta á la época de la primera,

y los nombres de varios propietarios denotan que descienden

de antepasados artesanos; no son, pues, descendientes de losexpoliadores. En cambio la gran mayoría de los no propietarios

llevan apellidos que indican que sus antepasarlos pertenecían

A la clase elevada; ese número, sería necesario doblarlo para

tener en cuenta los matrimonios con su descendencia feme=

Page 362: La Justicia

362 LA JUSTICIA

nina; entre ellos se encuentra más de uno por cuyas venas

corre la sangre de usurpadores. El sentimiento de amargura,

provocado por el estudio del pasado, con el cual una gran

parte de los no propietarios considera á los propietarios , no

está, pues, en su lugar. Ellos mismos son â mefiudo los des-

cendientes de los culpables, y aquellos á, quienes tan mal mi-

ran suelen ser los descendientes de las víctimas.

Pero concediendo todo cuanto queda dicho sobre la injus-

ticia pasada , y dejando á un lado los demás obstáculos que

impiden una equitativa reorganización , hay todavía otro

obstáculo de que suele prescindirse. Aun suponiendo que los

ingleses como raza hubieran adquirido justamente la pose-

sión de la tierra, lo que no es cierto, y que los propietarios

actuales fuesen la posteridad de los expoliadores , que tam-

poco es exacto , quedaría siempre por efectuar una operación

que impediría en gran manera la rectificación de las injusti-

cias cometidas, Si debemos volver hacia el pasado, es preciso

tenerlo todo en cuenta, no sólo lo que el conjunto de las cla-

ses populares haya perdido en la apropiación de la tierra á

título privado, sino también lo que han percibido bajo forma

de uua parte de sus productos; debemos, en suma, tener en

cuenta la asistencia que les ha sido prestada en virtud de la

ley de Pobres. Mr. T. Mackay, autor de un libro sobre Los

.fndiger tes en Inglaterra, se ha servido comunicarme la nota

siguiente que revela el total aproximado de esos auxilios en

Inglaterra y en el País de Gales â partir de 1601 ( Acto del

año 43 de Isabel):

«Sir G. Nicholls, en el apéndice del segundo volumen de su

Historia de la ley de Pobres, no se arriesga a hacer estima-

ción alguna relativa al período anterior á 1688.

Respecto de este ano , eva1ia el producto de la « Tasa depobres» en uu total de 700.000 libras esterlinas. Hasta princi-

pios de este siglo, los totales siguientes 8011 luíis ó menosexactos:

Page 363: La Justicia

POR H. SPENCER 363

Para 1601 ñ. 1630, Ios estimamos en. 3 millones.» 16'11 4 1700 (Nicholls supone ;00.000 para 1688). 30 »» 1701 ä. 1 720 (idem , 900.000, 1701) 20 »* 1721 A 1160 (ídem, 1 1 /4 mills., 1760). 40 »» 1 761 1335 (17'75 evaluado e i 1 1 /Y milis.) 22 »» 1 776 a. 1800 (1784, en 2 mills.) 50 »» 1801 4 1812 (1503, 4 mills.; 18 . 3, 6 mills.) 65 »

» 1813 á 1840 (cifra exacta de sir G. Nicholls) 170 »,? 1841 4 1590 (tomad« del i)icciomavio de Estadis-

tica de y del StatisticalAbstract ..................®.... 331 »

734 millones.

Este cuadro da el total de los gastos en favor de los indi-

gentes. Pero bajo la rúbrica general de la « Tasa de pobres

se han impuesto otras contribuciones aplicadas á otros usos:

tasas de los condados y burgos, de policía, etc. El cuadro

siguiente-da los totales anuales de los impuestos en relación

con los gastos anuales en favor de los indigentes :

Años.Ingresostotales.

Gastos paralos pobres.

Otrosdestinos.

i803.... 5.318.000 4.077. 000 1.2'71.000 L.?

G. Nicholls.... . ) 1813.. . . 8.646.84 6.656.7.06 1.990.735L.?

^ 1853.... 6.522.412 4.939.064 1.583.348 L.?

1875 .. . 12.694.208 7.48.481 5.205.72'7 L.:St2t -stical .4 Lst9^act.

1889.... 15.970.1^6 8.366.477 7.603.049 L.

Es preciso, pues, af adir h las surnás consignadas en nues-

tro primer cuadro, las sumas que en nuestro siglo se han ele-

vado anualmente de 1 '/^ á 7 ',?,, millones de libras esterlinas y

se hallan destinadas h «otros usos».111ulhall , de quien yo me serviré para el intervalo de

1853-1875, no menciona «otros gastos».Verdad es que las 731.000,000 libras esterlinas que desde

hace tres siglos han sido distribuidas entre los no propietarios

indigentes, han sido cobradas bajo la forma de impuestos sobre

las casas; conviene, pues, no comprender en el impuesto co-

Page 364: La Justicia

36 1 LA JUSTICIA

orado sobre la tierra, más que la tasa que gravaba la parte

de emplazamiento. Un propietario , que es á la vez una auto-

ridad en el foro y en materia de imposición local, me participa

que si la suma total cobrada en beneficio de los pobres, 500

millones de libras, se considera gravando sóbre la tierra,

la evaluación será inferior á la realidad. Si esta suma gra-

dualmente elevada, hubiera sido gradualmente colocada,

hubiera producido de segu ro, bajo cualquier forma, una suma

de bienes mucho mayor. Saa d' ' ello lo que quiera, lo cierto es.

que á las reivindicaciones de los no propietarios, podrán los

propietarios oponer una reconvención quizá superior.

Nótese además, que los no propietarios no tienen título

alguno válido á la tierra en su estado presente de tierra cul'

tivada, regada, cerrada, fertilizada y cubierta de edificios ó

colonias; sólo tendrían derecho á la tierra, en su estado pri-

mitivo de tierra pedregosa, lagunosa, cubierta de selvas, etc.;

la comunidad no es propietaria de otra cosa más. Por tan-

to, la cuestión que debe resolverse es la siguiente: ¿,Qué

relación existe entre el valor de la tierra inculta , corno las

praderas americanas, y las sumas que los más pobres de los no

propietarios han percibido desde hace tres siglos? Los propie-

tarios podrán sostener, sin dada, que 500 millones de libras

es un buen precio para la tierra en su estado primitivo é in-

culto, con animales y frutos salvajes tan sólo.

En mi Estática social publicada en 1850, he sacado ole

la ley de la libertad el corolario de que la comunidad no podía

equitativamente enajenar la tierra, sosteniendo también la

opinión de que después de haber indemnizado A los tenedores

actuales, la comunidad tiene que apropiársela otra vez de

nuevo; pero no tenía entonces presente las consideraciones

que preceden. Además , no me formaba en esa época exacta

idea de la cantidad á que asciende la indemnización que

habría que pagar en cambio del valor que un trabajo de va-

rios siglos ha dado á la tierra. Mantengo, si (véase el cap. xi),

Page 365: La Justicia

365POIL H. SPENCER

mi adhesión á la conclusión á que he llegado , segtín la queel agregado es el propietario supremo del suelo ; conclusión,por lo demás, muy en armonía ccii nuestra doctrina jurídica yque inspira diariamente nuestra legislación; pero un examen

más profundo me ha llevado á concluir también que es pre-

ciso mantener de, igual modo el derecho individual de pro-

piedad de la tierra, aunque sometida á la soberanía del

Estado.

Aunque fuese posible una reseña de los actos inicuos come-

tidos durante miles de años, y pudiera realizarse una nueva

organización equitativa (in abstracto) sobre la base de la corn-

pensación de los títulos y de las reivindicaciones, tanto del

presente , como del pasado , estoy convencido de que el estado

de cosas que resultase seria peor que el existente. Dejando á un

lado todas las objeciones financieras que se dirigen al pro-

yecto de nacionalización del suelo—y las cuales prueban que es

impracticable , porque la operación , si se realizase , ocasiona-

ria pérdidas—bastará recordar cuán inferior es la administra-

ción pública â la privada, para convencerse de que el sistema

de la propiedad del Estado sería deplorable. Con el actual,

aquellos que explotan la tierra están sometidos á la relación

directa entre el esfuerzo y el resultado: en el sistema de pro-

piedad del Estado , los explotadores estarían á cubierto de las

consecuencias de cesa relación directa. Los vicios inherentes al

funcionarismo acarrearían males inmensos é inevitables.

Page 366: La Justicia

APÉNDICE C

El motivo moral.

Pocos meses después de publicados en la Nineteenth Cen. .

tury los cinco primeros capítulos de este libro , el reverendo

Mr. J. Llewelyn Davies inserta una crítica en el Guardián del

• 16 de Julio de 1890. Prescindiré de la. parte de esta crítica re-

lativa varias cuestiones, para fijarme sólo en lo que se refiere

al sentimiento del deber y á la sanción de ese sentimiento. He

aquí lo que dice Mr. Davies :

K A pesar de haber sido Mr. Spencer invitado repetidas ve-

ces, no ha explicado jamás, que yo sepa, satisfactoriamente,

como lo permite su filosofía, servirse del lenguaje y partici-

par del sentir ordinario de los hombres cuando hablan del de-

ber... Mr. Spencer me parece como que sobreentiende lo que

profesa no reconocer. En su elaboración de la idea y del sen-

timiento de la justicia, sobreentiende la existencia de una ley

que rige al entendimiento y la conducta humana , es decir,

que implica que el bien de la especie es deseable en si, que el

entendimiento humano acepta esta ley y responde á ella sin

exigir otra justificación. Mientras Mr. Spencer se contente con

trazar la marcha de la evolución, no tendrá derecho á emplear

Page 367: La Justicia

POR I1. SPENCER

el término deber. r,Qu^' podrá añadir al veredicto de Kant , ni

cómo logrará refutarlo ?

»Para quienes tengan la vista fija en los fenómenos natu-rales, la palabra deber no tiene sentido. Así, es tan absurdopreguntar lo que la naturaleza debe ser , corno preguntar quépropiedades debe tener el círculo. La única cuestión posible esésta : z, Qué pasa en la naturaleza? corno podemos preguntar¡,Qué propiedades tiene el círculo?

»Cuando Mr. Spencer se eleva con una sincera vehemenciamoral contra la agresión y las demás formas del mal hacer,cuando, por ejemplo, protesta contra «ese lessez faire mez-quino que contempla impasible á los hombres arruinarse al

intentar el reconocimiento de sus derechos ante la ley», temenuestros truenos, y recoge el fuego celeste.»

Mr. Davies termina su carta y su argumentación invitan

-

dome á «justificar el empleo que yo hago de los términos éti-

cos, al propio tiempo que confieso que sólo describo un pro-

ceso natural y necesario».

Habiéndome enviado Mr. Davies el número del Guardian

que contenía su carta, mi respuesta tenía la forma de otra

carta que el mismo Guardian reprodujo el 6 de Agosto. A.

excepción de un pasaje que se refiere á un asunto de que

prescindo, estaba concebida en estos términos:

<<Fairileld Pewsey Wilts 24 Julio 1890.

» Querido Sr. Davies:

lAcabo de recibir el Guardián y he leído vuestra crítica

con vivo interés. ¡ Ah ! ¡ Por qué no ha de estar la critica

escrita siempre con semejante espíritu! .... .

»Al afirmar que hago un uso ilegitimo de las palabras

deber, justicia; obligación >,, me recordáis las críticas de

Page 368: La Justicia

368 LA JUSTICIA

Mr. Lilly. A pesar de las diferencias que os separan , ambos

presuponéis que el deber tiene un origen sobrenatural.

»Vuestrahipótesis implica, pues, que las acciones humanas

no están determinadas sino por el reconocimiento de sus con-

secuencias últimas, y que si tal reconocimiento es impotente

para hacerlas obrar en justicia, no pueden tener otro motivo

para conformarse á ella. Pero, fuera de toda previsión de los

resultados mediatos, sus preferencias determinan directa -

mente la mayoría de las acciones humanas, y éstas, así deter-

minadas, son á menudo productoras del bien de otros, y aun-

que la reflexión nos haga ver que sus acciones concuerdan

con fines que se reputan altos , no han sido determinadas por

la previsión de los mismos.

»Un ejemplo familiar hará comprender mejor la relación

entre los motivos directos y los indirectos. Los padres , en

general, que viven normalmente, consagran mucho tiempo y

cuidado al bienestar de sus hijos; durante altos enteros, esto

les absorbe. A pesar de todo, y aunque no sean guiados por

el móvil del deber, si les preguntáis el por qué de su sacrifi-

do responderán recordando su obligación; insistase en el

interrogatorio , y declararán que de no obrar así la raza

humana se extinguiría. Por más que el deber pueda servir

para sancionar y fortificar el impulso de esas tendencias

naturales, este basta por sí para la obra.

»Lo mismo pasa cola la idea de obligación que regula

nuestra conducta con el prójimo. Como vuestra experiencia.

p 'opia ha debido enseña.ros, esta conducta es susceptible de

ser imitada por una tendencia inmediata, sin atender á otras

consecuencias que los beneficios hechos. i' aunque éstos sean

el producto sólo de la tendencia á hacerlos, si insistís y pre-

guntáis su por qué, se os responderá que es nuestro deber

contril mir al bienestar humano.

»Pretendéis que una teoría de la dirección moral no meautoriza, para, indignarme ante una agresión ó delito, y aña-

Page 369: La Justicia

POR, l`i. SPENCER 3fí9

dis que al hacerlo temo vuestro rayo. Suponéis, pues, quesólo los hombres que acepten las creencias al uso tienen aquelderecho. Pero no puedo dejaros tal monopolio. Si me preg urr-tais qué me impulsa á denunciar el injusto proceder Con lasrazas inferiores, responderé que un sentimiento que se des-pierta sin la menor intervención del deber, ni de precel tosdivinos, ni de sanción ultraterrena. Tal sentimiento resulta

en parte de que ha sido producido un dolor, cuyo conoci-

miento determina un sentimiento de pena; resulta también

de la irritación que provoca en mi la violación de una leyá la cual he sujetado mi sentir y que estimo exigida por el

bien de la humanidad. Si objetáis que mi teoría no me pro-

porciona razón alguna para sentir así, os diré que no soy

dueño de no tener tal sentimiento, y os añadiré también que,quiera ó no, me tengo que interesar en él. Cuando el análisisviene posteriormente á demostrarnos que el respeto de ese

sentimiento y de su principio asegura el progreso humano,

comprendo que aunque mi acto no esté relacionado por la idea

de obligación, se armoniza muy bien con ella.

»Los motivos así producidos pueden obrar de una manera

adecuada. Para probároslo me bastará recordar ciertos movi-

mientos en que ambos participamos hace ocho a.iios. Recor-

daréis que muchos hombres, movidos por tales sentimientos

é insensibles A los motivos de las creencias corrientes, dieron

pruebas de una solicitud más viva que la de los cristianos

oara pedir que las relaciones con los pueblos extranjeros se

rigiesen según los principios llamados cristianos (1).

Pecibid, etc.

P. S. Si deseáis publicar mi carta, á guisa de respuesta,

t) En el proyecto de carta habla varias fras' no transerita por Un suscitir una

nueva controversia Helas aqui: «Tin diario religioso lia consignalo el sororen_

,lente co ltra.t; notable entre la energía de aquellos Tie no prof?san el

ni • mo y la apatía de los que lo profesan. Remnntandonos algunos año s, adver

.iréis Ull contraste aO.LlO:rO al. eonstlt,lirP° e! comité lió Jamaica.P

t

»H ER131?r;T SPENCER.)

24

Page 370: La Justicia

370 'LA JUSTICIA

podéis hacerlo. Sin embargo, otras ocupaciones me impedi-ir_

continuar la polémica.»

Mi carta fué inserta en .El Jzuirdián, donde Mr. Davies

publicó la réplica que reproduzco , omitiendo lo relativo

otra cuestión .

,Kirkby Lonsdaie 28 d e Ju lio de 1891/

»Querido señor Spencer: Os agradezco que hayáis respon •

dido en términos tan benévolos h mi invitación. No tomaréis

h mal si, h pesar de vuestro post scriplum , comunico al

público algunas reflexiones sugeridas por vuestra carta...

»Rindo, ante todo , homenaje entusiasta al generoso celo

por la hurnanidad y la indignación contra la opresión des-

plegados por vos y por otros que no reconocen sanción. alguna.

sobrenatural de la ley moral. El cristianismo contemporáneo

ha contraído gran deuda para con vuestro ardor y con las vi-

gorosas protestas de los discípulos de Comte. Espero que sabra

aprovecharlo. Lira cristiano debe obediencia, no â la opinión

cristiana, ni al cristianismo , sino h la ley de Cristo y á la vo-

luntad del Padre celestial; nada se opone A que confiese

cómo le han superado los agnósticos en sus sentimientos cris-

tianos al igual que el Samaritano avergonzaba al sacerdote

al lev s ta.

»Tampoco veo dificultad para reconocer que la simpatír,

y el goce de obrar bien pueden determinar actos benéficos.

Pero no comprendo por qué <<la hipótesis del origen sobrena-

tural de la idea del deber» implica que « los actos humanos

no están determinados mhs que por el reconocimiento de las

consecuencias últimas, que si este reconocimiento no los

hace obrar en justicia, no pueden tener otro motivo para

conformarse h ello». No he dudado nunca que los hombres, en

una gran parte de su conducta obran según los motivos qr't

Page 371: La Justicia

.^e

8)r

POR, H. sT r;NC E R. 37 1

suponéis. Lo que deseo saber es por qué cuando la idea. deldeber surge, se creerá el hombre obligadlo á hacer, quiéralo 6no, lo que tienda h la conservación de la especie.

»Concibo muy bien que no os sint;iis capaz de dejar de pro-teger s5, los demás hombres contaa la injusticia; lo que no veoclaro es cómo vuestra filosofia os autoriza para censurar a

quienes se sie?!ten capaces de obrar según les parezca. La na

turaleza, diréis, es la que inspira la solicitud de los padres y

el amor al prójimo. Pero la naturaleza hace también los padres

egoístas é indiferentes para con sus hijos y los criminales. Si

no son dueños de ser lo que son, ?,qué sentido tiene la. frase

de que no obran como deberían obrar? ¿Les parecerá que in-

vocziis su sentimiento del deber al decirles que, conforme alorden natural, la raza tendería á extinguirse si los demás

hombres obrasen como ellos? Según la filosofía de Mr. Huxley,

una buena tendencia. moral es como un buen oído musical;

se tiene Ú no se tiene : permitidme que os pregunte si es esta la

íïtima. palabra de vuestra moral. No puedo explicarme cómo

un hombre, á quien se ha enseñado que obra solo por impulso

natural. pueda con razón preguntarse si debe hacer una cosa

h abstenerse, ni veo cómo, sabiendo que obra sólo para sa-

tisfacer sus deseos , puede razonablemente sacrificarse por

nadie.»Corno no sé lo que la «creencia corriente >> enseña res-

pecto de nuestro asunto, me permito resumir la unía: «El Po-

der invisible va gradualmente creando el género humano por

procedimientos de .desenvolvimiento : la conciencia humana

está producida de modo que se corresponda con la autoridad

de ese Poder; la justicia es el orden progresivo que el Creador

estableció entre los seres humanos, y obliga al hombre en la

medida que adquiere sus nociones; y siente que le obliga,

porque es la criatura de su Autor.»

»Recibid, etc.»:f , p.,LLwELxN DAVlhti.r

Page 372: La Justicia

379 L 3. JUSTI(;i A

Antes de proseguir la discusión del punto especial que nos.

ocupa, he de notar que, respecto de la cuestión más general

á que se alude en el último párrafo, existe una afinidad cu-

riosa entre la opinión de Mr. Davies y la que yo he expuesto

más de una vez. Hablando en mis Primeros Principios (S 34)

de las vacilaciones del pensador, decía:

«No importa nada que tenga simpatía por ciertos princi-

pios y repugnancia por otros. Con todas sus facultades, aspi-

raciones, creen y ias, no es un accidente, es el producto del

tiempo. Y recuerde que si él es el hijo del pasado, es el padre.

del porvenir; que sus pensamientos son sus hijos, y que no

debe abandonarlos. Como cualquier otro hombre , puede con-

siderarse como una de las mil fuerzas por las cuales obra la.

causa desconocida; y cuando ésta produce en él una creen-

cia, gástale ese título para poder exponerla y propagarla.»

Y en los Principios de la Etica (ÿ 62) , A propósito de los

diferentes tipos de doctrina ética, como representativos de as-

pectos de la verdad , decía también:

La teoría teológica contiene otra parte de la verdad. Si it

la verdad divina, que se supone revelada de un modo sobre

natural, sustituimos el fin revelado naturalmente, y hacia el.

cual tiende el poder que se manifiesta en la evolución, enton-

ces, toda vez que ésta ha tendido y tiende, hacia la vida mk

elevada, conformarse ä los principios según los cuales se vive

esta vida, es favorecer la realización de aquel fin.»

Volvamos á nuestro asunto. Nótese primero que Mr. Davies

y sus partidarios afirman en principio que la concepción (lei

«deber es universal y fija, siendo así que es variable y de-

pende no poco de las necesidades sociales de la época. En un

artículo sobre la «Etica de Kaut», publicado en el número de

Julio de D.';SS de la Ifortuighily Review, é inserto luego en el

tercer volumen de mis ensa y os, he enumerado hasta siete

autoridades en pro de la conclusión, según la que « se puede

r.tirmar que las razas iaiferiures no tienen idea del derecho»,

Page 373: La Justicia

POR I-i. til'F.\CER 373

ni tienen tampoco el sentimiento del a deber », tan generali -zado entre nosotros; y si la tienen , toma generalmente uima

dirección distinta por completo. Algunos pueblos salvajespiensan que el deber (le la venganza por la sangre es el niíissagrado de todos. A Fidji , una tribu de esclavos declaraba

;pie era deber suyo ser alimento y victirna de los sacrificios

oi'recidos ú sus jefes». Jackson cita un jefe fidjiano , el cual

se puso frenético ante la convicción (le que su dios se hallaba

irritado por no haber matado bastantes enemigos. Y no sólo

en las razas inferiores encontramos ideas del «deber» distintas

de la que Mr. Davies conceptúa como universal. En las costas

de Marruecos, el ultraje mayor que se puede inferir un pi-

rata del Miff es decirle que su padre murió en el lecho y nocombatiendo en una expedición de piratería; el insulto supone

que debió morir de aquel modo. Lo mismo ocurre en Europacon los duelos. El insultado siéntese obligado á provocar alofensor, y el ofensor se siente obligado â aceptar la provoca-ción, y ambos, mas los testigos, se sienten obligados â hacer

lo que su religión condena. La aprobación dada recientemen-

te por el emperador de Alemania â los clubs de duelistas, que,

según él, imprimen «h la vida su verdadera dirección>>, es

una defensa formal de un uso contrario á los principios de

una conducta recta, tal como en teoría están admitidos.

Ea mi opinión, la concepción del «deber» proviene en parte

de los sentimientos dominantes en el individuo, y en parte de

los sentimientos y creencias depositadas en él por la educa-

ción, y en parte de las corrientes que imperan en la opinión

pública; todas esas partes se combinan en proporciones va-

riables. La verdad es que todo deseo persigue una satisfacción

•y entraña la idea de que f sta es conveniente ó justa; siempre

que el deseo es violento y la satisfacción es negada, surge la

idea de que la negativa es injusta. Y es esto tan cierto, que

un sentimiento propio para inspirar ese. acto malo, pero re-

primido con buen éxito, engendra A veces el pesar de . que la

Page 374: La Justicia

374 .1

acción mala no haya sido cometida ; y á la inversa , el re-

mordimiento seguirá á una acción buena cometida entre otras

habituales males: un avaro que realice un acto de liberalidad.

L)e igual manera, el sentimiento del «deber» tal cual existe en

los hombres pertenecientes •á, los tipos superiores , no es más

que el órgano de ciertos sentimientos directores desenvueltos

en las formas superiores de la vicia; las crencias heredadas y

tas opiniones corrientes los fortifican en el individuo y les dan

una sanción mucho más poderosa de aquella de que gozan los

•sentimientos inferiores.

En mis Principios de la Eti.,a, he dado en forma diferente

y con más detalles, respuesta á la cuestión propuesta por

Mr. Davies. La génesis del sentimiento de obligación puede

verse en el capítulo El Panto de vista .psicológico, especial -

mente § 42 al 46.

Quizá Mr. Davies insista en preguntar: z,Cómo teniendo el

hombre el sentimiento de la obligación obedece? La respuesta

será análoga á la que puede darse á esta otra cuestión: ¿Cómo

al sentir hambre, el hombre come? En el orden normal , un

hombre come para satisfacer el hambre y sine conciencia de-

finida de más lejano objeto. Sin embargo, si se le pide jus-

tificación, responderá que es necesario hacerlo para cuidar de

la salud y del vigor en la vida y trabajar. Igualmente, si pre-

guntáis á uno que acaba de realizar un acto aconsejado por

el deber, por qué obra así , dirá al pronto que obedece á sus

sentimientos, pero que además sabe que las consecuencias me-

diatas de su obra, son beneficiosas por lo común, no sólo para

los demás sino para él mismo. Permitaserne insistir sobre una

verdad que ya he expuesto otras veces. No es preciso tomar

alimentos sino para apagar el hambre; tomarlos sin sen-

tir inclinacion alguna implica. un estado anormal. Así, un acto

benéfico ó de obligación, no se cumple realmente con inten

ción recta, sino cuando es dictado por sentimiento inmediato;k;u c runplimientco mirando las consecuen cias última. sea en

Page 375: La Justicia

375POR H. tiPE N UER.

este mundo 6 en otro, implica, por el contrario, un estado mo

ral imperfecto...

NOTA. Después de publicada la primera edición de esta obra,hc recibido de Mr. Davies una carta que contiene, entre otras cosas,lo siguiente:

#Permitidme protestar contra cierta afirmación de vuestro apén-dice relalativo al motivo moral. Por mi parte no creo que la concep-ción del «deber» sea «tija». Estimo que las nociones humanas delderecho varían con las variaciones, y avanzan con el progreso delorden social.»

Parece, pues, que hasta en esto, las opiniones de Mr. Davies y lasmías difieren menos de lo que al pronto parece.

Page 376: La Justicia

APÉNDICE D

La conciencia co los animales..

Poco después de publicada en El Uuardirm la anterior co-

rrespondencia, recibí del Devonshire la siguiente carta.:

«Señor mío: Algunas observaciones relativas â animales

distintos del hombre, observaciones recogidas con gran cuida-

do, pueden acaso interesaron; vienen en apoyo de vuestra idea,

según la que la del deber ó de la obligación, no es quizá de ori-

gen sobrenatural. Empleo esta palabra en un sentido usual,

reservando mi opinión 6á este propósito.

»Mi perro siente horror de maltratar una carne viva ó un

objeto que tenga una forma dada. Es preciso provocarle hasta

el extremo, para que muerda á un animal cualquiera. Si apo-

yo la punta de un cuchillo sobre su lomo, coge mi mano en-

tre sus mandíbulas, pero por mucha presión que haga, nunca

llega á dejar señal en mi brazo. He repetido hasta el intiuito

esta y otras experiencias. Ignoro cómo la idea del deber se

habrá producido en él. No es hereditaria, porque su padre,

aunque no malo, se peleaba fácilmente y su madre era exce-

sivamente mala, verdad es que no permití á ésta aproximarse

á su hijo, A fin de evitar una imitación ó educación incons-

cientes.

Page 377: La Justicia

377POR II. SPENCER

»Hasta la edad de tres años, nunca oi á «Punch * gruñircon cólera. Un día, por casualidad, me sentó sobre su colaque recogió dando un pequeño gruñido distinto de aquellosque solía oirle. Lo más curioso es que, cuando me levan té , elperro me pedía perdón con sus gracias, de modo que no po-dïa dudarse de su intención. Reconocía, sin duda, H aber viola-do una « obligación » , cuya idea tenía (manifestación de laconciencia).

»Además, si le provoco con un bastón tosco, lo coge y lodestroza; pero si lo hago con mi muleta (estoy enfermo) ó

con mi mano, se contenta con cogerla, sin dejar nunca señal.

» La noción del «deber» puede afirmarse bajo la forma de

una obligación para con un superior, y ésto aun á pesar de las

excitaciones de los sentimientos más potentes de los animales.

»He tenido hace tiempo una perra que se mostraba muy

pronta d las provocaciones de los perros. La contenía sólo por

la voz. Las reprimendas fijaron de tal modo en ella la idea

de obligación—no puedo ponerlo en duda—que murió virgen

A la edad de trece años y medio. A los cuatro años, cualquier

provocación de un macho la irritaba, y á los siete era ya una

vieja gruñona que se encolerizaba con sólo oirlos.» Los perros son capaces de formar idea de la conducta con-

veniente que kan de seguir. Esta perra nadaba muy bien. Un

perro joven esco3és, de pelo liso , estuvo de huésped en la

casa; ambos se hicieron buenos amigos, jugando, cazando

juntos por toda la propiedad. Un día tornarnos la barca de

Princ's Street á Bristol. Según costumbre, ella se lanzó al

agua; el perro la siguió, pero empezó luego á ahogarse.

Viéndole en peligro la perra lo cogió por la nuca, y nadan-

, do lo sacó d tierra. Algunos instantes después lo sacudía con

violencia. Desde entonces , lo mordía y pegaba siempre que

intentaba jugar con ella.»Sin duda lo despreciaba, después de haber descubierto

que no tenía una aptitud que reputaba normal (Q)

Page 378: La Justicia

378 LA JUSTIGIA

»La facultad de «indignarse» no es especial de los hombres.Muchas veces me divertía haciendo como que pegaba a mi

hermana, la cual hacía como que lloraba. La perra se arroja-

ba sobre mi; si invertíamos los papeles, se arrojaba contra

ella. El experimento realizado con otros actores , tuvo siem-

pre el mismo resultado. A menos de una aversión anterior, la

simpatía del animal era favorable al atacado.»Habiendo observado á la larga que esos ataques eran fin-

gidos, intervino en ellos con gozo, pero fueron necesarias re-

petidas observaciones para llegar á ello.

»Perdonadme si esas notas y observaciones os parecen frí-

volas. Sólo conozco en parte vuestras obras, y acaso vuestro

campo de experiencias sea más amplio que el mío.

» Recibid, etc.

»T. MANN JONES.»

Nortkamn Deben 14 de Agosto de 9890.

Por mi parte respondí á Mr. Jones muy agradecido, y para

manifestarle mi aprecio por sus noticias. Dirigióme entonces

esta otra carta:

#Podéis hacer el uso que estiméis mejor de esta carta; creo.

sin embargo, oportuno preveniros que he comunicado algu-

nas de sus noticias á Mr. Romanes. Estad seguro de la exac-

titud de mis observaciones. Aprendí el arte de observar en la

escuela de los naturalistas de Belfast, Mrs. Pattison, Thomp-

son y otros, y enseñé á mi mujer, antes de su matrimonio.,

a no darse por satisfecha con simples impresiones.

»L,a idea del «deber», tiene un poder anormal sobre Punch,

el perro de que ya os hablé: sus gustos se salen también de

lo ordinario. Prefiere los terroncitos de azúcar á la carne.

Desde la edad de seis meses, me he convencido que distingue

el si del no. Infinitas veces le brindo un pedazo de azúcar;

cuando va a cogerle, digo ¡no! y se detiene. Si lo ha cogido,

un ino! en voz baja le obliga á tirarlo. Si le rodeo de terrones

Page 379: La Justicia

POR H. SPENCER

dF azúcar diciendo ¡no! no los toca hasta que digo ¡sí! Y, cosa

singular... raras veces le bastará el sí. primero aunque si obe-

eee siempre al primer ¡ no ! La experiencia le ha enseñado

que un ¡sí! puede ir seguido de un ¡no! y por ello espera

apresura á desligarse de una obligación valiéndose de la

primer excusa que se presente. ( Trátase sin duda de un caso

especial, no general entre los perros.) El espíritu de los pe--

rros sabe distinguir entre las grandes y las pequeZas excep-

ciones de su patrón de obligación. Si dejo caer un gran pedazo

de azúcar, ni Fanny (la perra), ni Punch, se consideran con de-

recho á cogerlo. Si el pedazo fuese muy pequeño, vacilarían, y

si mis ¡no: no se dejaran oir, acabarían por comérselo. He inten-

tado graduar el tamaño de los pedazos á fin de descubrir en

qué instante la idea del «deber» surge. 'Y he comprendido que

el perro tiene la conciencia más delicada que la perra. ¡No!

¡Oh! ¡So! ¡Go! son equivalentes para el perro, pero el silbido

debe parecerles muy dulce. Lo mismo ocurre con Yes, Bess,

Press; sin embargo, ambos reconocían la equivalencia de las

diferentes formas de expresión. Para Punch, Yes (ó sea sí) ó

You may have it (¡puedes cogerlo!) tienen igual valor. Para un

poney que tengo muy deseoso de cumplir con su deber, Woh!

hlt! Stop! tienen el mismo valor. Lo que sí me ha parecido,

es que el perro estudiaba el tono de voz menos que el pcney,

fijándose más en el sonido y en el volumen. Los actos de am-

bosme producían el efecto de verdaderos actos de «culto» bajo

su forma más sencilla: puedo citar, á guisa de ejemplo , el he-

cho á que creo haber aludido, del deseo manifestado por el

perro á los tres años de edad, con ocasión de su primer g ruñi-

do de cólera. En tal momento no había reconocido aún la no-

ción del «deber» en mi perro, y aún no lo había castigado.»

Mr. Jones remite con su carta una serie de notas muy ins-

tructivas que demuestran al propio tiempo su espíritu crítico

muy concienzudo, y la confianza que deben inspirar sus con-

clusiones. Las reproduzco, omitiendo algunos párrafos:

Page 380: La Justicia

380 LA JUSTICIA

l.° Noción del «deber» en una perra. Viola ésta delibera-damente el principio reconocido. Simula luego su indigmació;4.ante la violación del deber por un gato.

2.° Ciertos animales (prescindiendo del hombre) siguen,no sólo la noción de OBLIGACIÓN que tienen en su propio espíritu,sino que los actos de los más inteligentes , demuestran qveprocuran encontrarla en el espíritu de ciertos hombres.

3.° Ejemplos de animales ( prescindiendo del hombre) pee

toman la iniciativa de una cooperación moral. Las circunsta»-cias determinan el nacimiento espontáneo de la idea del debe;

Hay un sorprendente paralelismo entre las conclusiones

que llega Mr. Jones sobre los motivos que hacen obrar los

animales , y las relativas á los motivos humanos que yo he

enumerado en el cap. iv: «El sentimiento de la Justicia». S.0

distinción entre la moral recta y la convencional corresponde.

evidentemente á mi distinción entre el sentimiento altruista

y el proaltruista. E importa tanto más señalar esta correspon-

dencia, cuanto que en ambos casos tiende á justificar la creen-

cia en una b énesis n atural de un sentim iento moral, aun cuando

esté desenvuelto. Si la disciplina de la vida es capaz de produ-

cir la plena conciencia del deber en ciertos animales inferio-

res, a fortiori es capaz de producirla en el hombre.

Quizá algunos lectores hayan advertido que las anécdotas

de Mr. Jones hacen pensar en el dicho aquel de que «el hom-

bre es el dios (lei perro», y que prueban que el sentimiento

del deber nace de la relación personal del perro para con su

amo, de la misma manera que nace en el hombre de su rela-

ción eon el Creador. Tal interpretación es fundada respecto del

perro, en cuanto á las acciones que Mr. Jones clasifica como de

moral convencional; pero no en cuanto á las de moral recta.

Debe tenerse en cuenta que el sentimiento del deber para

con un superior no es el que habrá determinado , ciertamente.

Page 381: La Justicia

POR Ti. SPENCER

al perro que, mordido, se niega it morder, contentándose conimpedir á su adversario morder de nuevo; hay ahí algo delsentimiento puramente cristiano, que apenas si lo sienten el

tino por mil de los cristianos. Semejante caso extremo vieneA dar mayor fuerza á la deducción, ya hecha, de que su senti-

miento del deber es independiente del sentimiento de la su-bordinación.

Pero aunque fuese verdad que tal sentimiento del deber,

cuando existe en el espíritu poco desarrollado de los animalessuperiores, fuera engendrado tan sólo por su relación perso-

nal para con su superior, de ningázn modo se seguirla de esto

que en el espíritu harto más desarrollado de los hombres, el

sentimiento del deber no pudiera producirse fuera de las rela-

ciones personales de ese género. La experiencia nos enseña

que en la inteligencia más amplia del ser humano , al ladodel motivo que le impulsa á ser agradable â los ojos de Dios,

el deseo de hacer bien á los demás hombres puede intervenir

también á titulo de motivo; el sentimiento del deber es, sin

duda, susceptible de asociarse á este motivo último como al

primero. Es indiscutible que su naturaleza induce á muchos

hombres a dedicarse con energía á fines filantrópicos, sin

preocupación alguna de interés personal. Y los hay que hasta

se considerarían corno insultados si se les dijera que sólo se

dirigen á obtener el favor divino.

381

Page 382: La Justicia

^

Page 383: La Justicia

mp.ro .-P-1

^.:apituloa. Pigs.

PRÓrloGo DEr. AUTort......... e.,... > ..:.... , ... 51. —Erica animal„...... o .............. . ........ , 9

II,—La Justicia subhumana 1GIII. —La Justicia humana 28

TV.—El. Sentimiento de la Justicia....... •........... . 38V • --La, Idea de la J usticia................... l.. ...... 51

VI.—La Fórmula de la Justicia 65

VII.—A.utoridad de la. fórmula ".0

VIII.—Corolarics de la fórmula........... SS

IX.—Derecho ft, la integridad física... ....... .... .... 91X.--E1 Derecho á la libertad de movimientos.......... 102

XI.—Los Derechos de usar de los agentes naturales... 113

Xil .—E1 Derecho de _.ropiedad................ ....... . 132

XIII.—E1 Derecho de propiedad incorporal.............. I45

XIV,—I<,l Derecho de dar y de testar ...... ... . . • ...... 164

XV.—El Derecho de cambiar y de contratar libremente.. 176

XVI.—E1. Derecho 6.1a libertad de trabajo..... 18-1

XVII..—E1 Derecho rí, la libertad de creencias y á la 1i1;er-

tad de cultos 185

XVIII.—El Derecho á la libertad de la palabra y de la

imprenta ... INS

XIX.—Ojeada retrospectiva y nuevo argumento 4)4

XX.—Los Derechos de la mujer.. 216

XXI. —Los Derechos de los hijos .... 225

XVII.—f,oá Derechos llamados politicos ... 238

Page 384: La Justicia

384 INDICE

Capítulos. Yß2-x.

XX I II.—Naturaleza del Estado. 247

XXIV.—Oonstitucián del Estado 237

XXV .—Funciones del Estada.......... 273

XXVI.—Limites de las funciones del Estado 292

XXVII.—Limites €fe las funciones del Estado (continua-

ción) 308

XXVIII.—Límites de las funciones del Estado (continua-

ción) ....... 320

XXIX.—Límites de las funciones del Estado (conclusión) 338

APÉNDICES

Apén(l i .3e A.—La Idea de derecho según Kant ... 35:),

— I1.—La Propiedad de la tierra ...... 359

— C.—E1 Motivo moral... 366

— D.—La Conciencia en los animales 376

Page 385: La Justicia

Notas sobre la edición digital

Esta edición digital es una reproducción fotográfica facsimilar del original perteneciente al fondo bibliográfico de la Biblioteca de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla. Este título contiene un ocr automático bajo la imagen facsimil. Debido a la suciedad y mal estado de muchas tipografías antiguas, el texto incrustado bajo la capa de imagen puede contener errores. Téngalo en cuenta a la hora de realizar búsquedas y copiar párrafos de texto.

Puede consultar más obras históricas digitalizadas en nuestra Biblioteca Digital Jurídica.

Puede solicitar en préstamo una versión en CD-ROM de esta obra. Consulte disponibilidad en nuestro catálogo Fama .

Nota de copyright :

Usted es libre de copiar, distribuir y comunicar públicamente la obra bajo las siguientes condiciones :

1. Debe reconocer y citar al autor original.

2. No puede utilizar esta obra para fines comerciales.

3. Al reutilizar o distribuir la obra, tiene que dejar bien claro los términos de la licencia de esta obra.

Universidad de Sevilla. Biblioteca de la Facultad de Derecho. Servicio de Información Bibliográfica. [email protected]