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LA LEY NATURAL CONFIGURADA POR LA INTELIGENCIA Juan Cruz Cruz 1. Orden especulativo y orden práctico a) Praxis y razón práctica 1. Por claridad metodológica sigo adoptando el vocablo “inteligencia” para referirme a la facultad cognoscitiva que trasciende por encima de lo sensible. Otras expresiones ya han quedado precisadas dentro de una explicación general del orden de la inteligencia. Así, “intelecto” designa la función intelectual de conocer inmediata e intuitivamente los primeros principios del orden teórico y práctico. En cambio, “razón” se emplea para la función mediata y discursiva de sacar conclusiones, la cual puede ser también tanto especulativa como práctica. Para trazar con precisión el límite que hay entre lo especulativo y lo no especulativo, conviene advertir que la inteligencia es especulativa cuando tiene por objeto la verdad de las cosas en sí mismas consideradas; la verdad especulativa es la conformidad del pensamiento con la realidad, con las cosas efectivas: en este caso la inteligencia se limita a “aprehender” los objetos. Mas cuando la inteligencia tiene por objeto la verdad referida a la voluntad y a las obras es práctica; su misión no es ya aprehender los objetos, sino “dirigirlos para realizarlos”. La verdad práctica es la verdad de las obras en orden a un bien; no es un reflejo de la cosa que nos incita externamente, sino la regla y la norma de lo que tiene que realizarse ex- ternamente. Ni hay dos facultades, sino la extensión de una sola inteligencia a la operatividad humana 1 . 2. Dado que “práctica” trae su significación de “praxis”, conviene preguntar qué es la praxis. Solían estar de acuerdo los maestros de la Escuela de Salamanca en que la praxis tiene tres notas: primera, que es un acto posterior a la intelección; se- gunda, que es un acto propio de una potencia distinta de la razón; y tercera, que para ser recto, ese acto ha de ser emitido conforme a la recta razón 2 . La operación que de manera primaria y esencial se llama “praxis” –y a partir de la cual se llaman prácticas otras operacionesno es la operación de la razón, sino la de otras potencias distintas, a saber, la voluntad en las operaciones humanas llamadas agibles, y las potencias exteriores y tansitivas en las operaciones naturales llamadas factibles. No obstante, los actos de la razón misma pueden llamarse prácticos, mas no por el hecho de ser operaciones intelectuales, sino porque o bien caen, retrospectivamente, bajo la elección libre de la voluntad o bien se ordenan, 1 Cfr. L. E., Palacios, La prudencia política, Madrid, 1946, 49-52.

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LA LEY NATURAL CONFIGURADA POR LA INTELIGENCIA

Juan Cruz Cruz

1. Orden especulativo y orden práctico

a) Praxis y razón práctica

1. Por claridad metodológica sigo adoptando el vocablo “inteligencia” para

referirme a la facultad cognoscitiva que trasciende por encima de lo sensible. Otras

expresiones ya han quedado precisadas dentro de una explicación general del orden

de la inteligencia. Así, “intelecto” designa la función intelectual de conocer

inmediata e intuitivamente los primeros principios del orden teórico y práctico. En

cambio, “razón” se emplea para la función mediata y discursiva de sacar

conclusiones, la cual puede ser también tanto especulativa como práctica.

Para trazar con precisión el límite que hay entre lo especulativo y lo no

especulativo, conviene advertir que la inteligencia es especulativa cuando tiene por

objeto la verdad de las cosas en sí mismas consideradas; la verdad especulativa es

la conformidad del pensamiento con la realidad, con las cosas efectivas: en este

caso la inteligencia se limita a “aprehender” los objetos. Mas cuando la inteligencia

tiene por objeto la verdad referida a la voluntad y a las obras es práctica; su

misión no es ya aprehender los objetos, sino “dirigirlos para realizarlos”. La verdad

práctica es la verdad de las obras en orden a un bien; no es un reflejo de la cosa que

nos incita externamente, sino la regla y la norma de lo que tiene que realizarse ex-

ternamente. Ni hay dos facultades, sino la extensión de una sola inteligencia a la

operatividad humana1.

2. Dado que “práctica” trae su significación de “praxis”, conviene preguntar qué

es la praxis. Solían estar de acuerdo los maestros de la Escuela de Salamanca en

que la praxis tiene tres notas: primera, que es un acto posterior a la intelección; se-

gunda, que es un acto propio de una potencia distinta de la razón; y tercera, que

para ser recto, ese acto ha de ser emitido conforme a la recta razón2. La operación

que de manera primaria y esencial se llama “praxis” –y a partir de la cual se llaman

prácticas otras operaciones– no es la operación de la razón, sino la de otras

potencias distintas, a saber, la voluntad en las operaciones humanas llamadas

agibles, y las potencias exteriores y tansitivas en las operaciones naturales llamadas

factibles. No obstante, los actos de la razón misma pueden llamarse prácticos, mas

no por el hecho de ser operaciones intelectuales, sino porque o bien caen,

retrospectivamente, bajo la elección libre de la voluntad o bien se ordenan,

1 Cfr. L. E., Palacios, La prudencia política, Madrid, 1946, 49-52.

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2 Juan Cruz Cruz

prospectivamente, a la operación de otra potencia distinta, participando así de lo

práctico. Esto último es lo que le ocurre a la razón práctica.

Estos maestros invocaban la autoridad de Aristóteles3 y de Santo Tomás

4,

quienes habían enseñado que la razón práctica versa sobre la praxis o dirige las

acciones de otra potencia distinta de la razón; en cambio, la razón especulativa no

sale fuera de la misma inteligencia. Porque la razón especulativa no se refiere a la

cosa para hacerla, sino para saber de ella: no dirige para hacer, sino para saber y

para eliminar la ignorancia. A su vez, la razón práctica no se refiere a la cosa sólo

para conocerla, sino para que sea hecha: no considera las causas en sí mismas, sino

en orden a la obra. Por tanto, para que la razón sea práctica no sólo se requiere que

verse sobre una cosa susceptible de hacerse, sino también que su conocimiento

mismo se ordene a la obra. Pero el acto racional es especulativo no sólo cuando su

materia no es un objeto susceptible de hacerse –como la esencia del hombre–, sino

también cuando su objeto, siendo susceptible de hacerse, es considerado tan sólo

como cognoscible científicamente y bajo el aspecto de su verdad. Además, el

principio de la razón especulativa está en las cosas mismas y de ellas tomamos el

conocimiento: este conocimiento se conforma con las cosas, siendo perfecto

cuando es adecuado a ellas. Por eso, respecto a la razón especulativa, el objeto es

un principio y una regla. Pero respecto a la razón práctica, ocurre lo contrario,

porque el principio está en el sujeto: éste es la causa de las cosas y su conocimiento

es la medida de las cosas mismas, de modo que las cosas son perfectas cuando se

adecuan y se conforman al conocimiento del sujeto.

Por tanto, aunque de una manera general se diga que la razón práctica se

propone hacer y poner en obra la verdad, mientras que la razón especulativa se

dirige a la verdad para conocerla, en realidad no debe llamarse práctico cualquier

acto racional emitido, sino el acto que dirige la efectuación de una obra y la ordena

mediante reglas, de modo que no sólo haya una operación emitida, sino también un

objeto que, tanto en su preparación operativa como en su ejecución, necesita de

reglas directivas para hacerse, y no sólo reglas orientadas a ser conocido científi-

camente5.

2 Francisco de Araújo, Commentaria in universam Aristotelis metaphysicam tomus primus, quinque

libros complectens, Burgos & Salamanca, Juan Bautista Varesio & Antonia Ramirez, 1617; l. II q 3

a2.

3 En efecto, Aristóteles enseñaba que la razón práctica es principio del obrar, y por eso difiere de la

razón contemplativa; pero ese obrar es una acción extraintelectual, propia de otra potencia, porque la

razón especulativa también es, en su propio interior, principio de obrar. Aristóteles, De anima III cap.

10; Metaphys. II, cap. 2.

4 Santo Tomás había dicho que “lo práctico u operativo se diferencia de lo especulativo por la obra

exterior; y por eso, el hábito especulativo no se ordena a esta, sino sólo a la obra interior de la

inteligencia” (STh I-II q57 a1 ad 1). Por “obra exterior” entiende el Aquinate no sólo la acción

transitiva, sino también la acción inmanente que no es intelectual, sino de otra potencia.

5 Desde hace varias décadas se reivindica en varios sentidos el papel de la razón práctica, prestando

especial atención al caso de Aristóteles. Cfr. Manfred Riedel (ed): Rehabilitierung der praktischen

Philosophie, 2 Bde, Freiburg, 1972, 1974. También: Willi Oelmüller (ed): Materialien zur

Normendikussion, Bd. 2: Transzendetalphilosophische Normenbegründung, Paderborn, 1978; Bd. 2:

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La ley natural configurada por la inteligencia 3

b) Funciones y principios: intelecto práctico y razón práctica

1. En el orden práctico puede establecerse cierta analogía entre las actividades

internas de la inteligencia y las actividades externas: si en las obras externas existe

la acción misma (la construcción de un barco) y su producto (el barco mismo

hecho), también en las obras interiores de la inteligencia –tanto de la especulativa

como de la práctica– existe el acto mismo de entender y su producto o resultado,

que es el concepto, llamado por los medievales “verbo mental”. Ese verbo mental

puede ser simple, en forma de mero término o definición, correspondiente a la

simple aprehensión intelectual; y puede ser también compuesto, ya sea en forma de

enunciación o de proposición intelectual, correspondiente al juicio inmediato, ya

sea en forma de silogismo o de argumentación, correspondiente al juicio mediato o

discurso. “Así como en los actos exteriores podemos distinguir la operación y la

obra, por ejemplo, la edificación y el edificio, así en las operaciones de la

inteligencia cabe distinguir también su acto, que consiste en inteligir y discurrir, y

lo producido por este acto. Hablando de la inteligencia especulativa, este producto

es triple: primero, la definición; segundo, la enunciación; tercero, el silogismo o

argumentación. Ahora bien, como la inteligencia práctica emplea, a su vez, una

especie de silogismo ordenado a la operación [...] debemos encontrar en la misma

inteligencia práctica algo que sea respecto de la operación lo que en la razón

especulativa son las proposiciones respecto de la conclusión. Y estas proposiciones

universales de la inteligencia práctica, ordenadas a la operación, son precisamente

la ley, bien que sean consideradas por la inteligencia de manera actual, bien que

sólo se encuentren en ella de manera habitual”6. Por eso dice Santo Tomás que la

ley es un producto, a saber “un producto de la inteligencia práctica, como en el

orden especulativo lo es también la proposición”7.

La norma, el precepto, la ley son también un “verbo mental”, un concepto

compuesto que surge de la inteligencia práctica, en forma de enunciación o de

proposición imperativa.

Pero antes de proseguir, es necesario explicar brevemente, pero con precisión, la

diferencia que existe entre el “intelecto práctico” y la “razón práctica”.

2. Sobre la diferencia entre intelecto y razón ya ha quedado indicado que ambas

instancias son las coordenadas gnoseológicas del pensamiento, según el Aquinate,

tanto en el orden especulativo, como en el orden práctico.

La inteligencia humana encierra dos órdenes de actualidad. La primera y

fundamental es la del intelecto, cuyo contenido está formado, en el orden

especulativo, por los primeros principios teóricos; y en el orden práctico, por los

primeros principios prácticos. La segunda y derivada es la de la razón, cuyos

Normenbegründung-Normendurchsetzung, Paderborn, 1979; Bd. 3: Normen und Geschichte,

Paderborn, 1979.

6 STh I-II q 90 a1 ad2.

7 STh I-II q 94 a1.

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4 Juan Cruz Cruz

contenidos, en el orden especulativo, son las proposiciones científicas y, en el

orden práctico, las proposiciones prudenciales.

¿De dónde surge la necesidad de poner un “intelecto” junto a la “razón? He aquí

una respuesta sintética, de la que los capítulos anteriores son un extenso

comentario: “Es preciso que en la naturaleza humana exista, acerca de la verdad,

un conocimiento sin inquisición, tanto en el orden especulativo, como en el orden

práctico; y es preciso que este conocimiento sea principio de todo conocimiento

ulterior, tanto en el orden especulativo como en el orden práctico, porque los

principios han de ser necesariamente más estables y ciertos. Consiguientemente es

preciso que este conocimiento sea naturalmente congénito al hombre, pues

contiene ciertamente una especie de semillero de todo conocimiento ulterior: al

igual que preexisten ciertos gérmenes naturales en todas las naturalezas de las que

se siguen operaciones y efectos. Y es preciso también que ese conocimiento sea

habitual, para que de inmediato pueda ser utilizado cuando fuese necesario”8.

La configuración del intelecto humano como tal tiene su preciso puesto

ontológico dentro de una jerarquía de seres: “La perfección de la naturaleza

espiritual consiste en el conocimiento de la verdad. De ahí que existan unas

sustancias espirituales superiores que sin ningún movimiento o discurso obtienen

inmediatamente un conocimiento de la verdad, o sea, con una captación primera y

repentina o simple, como ocurre en los ángeles, por cuya causa decimos que tienen

un intelecto deiforme. Pero hay otras sustancias inferiores que no pueden llegar al

conocimiento perfecto de la verdad si no es mediante cierto movimiento, por el que

discurren de una cosa a otra, de modo que partiendo de cosas conocidas llegan a

tener noticia de las desconocidas, lo cual es propio de las almas humanas. Y por eso

llamamos a los ángeles sustancias intelectuales; pero a las almas las llamamos

racionales. Pues el intelecto designa un conocimiento simple y absoluto; por eso

decimos que alguien tiene intelección cuando de algún modo lee interiormente la

verdad en la misma esencia de la cosa. Pero la razón designa un cierto discurso, por

el que el alma humana llega o logra conocer pasando de una cosa a otra: de ahí que

Isaac en el libro De definitionibus dijera que el raciocinio es un curso de la causa a

lo causado. Ahora bien, cualquier movimiento procede de algo inmóvil, como dice

San Agustín (en VIII Super Genesim ad litteram, cap. 20 y 24). El fin del

movimiento es la quietud, el reposo, como dice Aristóteles (V Physic.). Y al igual

que el movimiento se compara con el reposo como con un principio y con un

término, así la razón se compara con el intelecto como el movimiento con el reposo

y la generación con el ser”9.

No deben ser confundidos, pues, el intelecto y la razón, de la misma manera que

tampoco deben ser confundidos lo “inmediato” y lo “mediato”. “La razón implica

cierto discurso de una cosa a otra; en cambio, el intelecto implica una aprehensión

instantánea de alguna cosa: por eso el intelecto versa propiamente sobre los

principios que se ofrecen inmediatamente al conocimiento, a partir de los cuales

emite la razón conclusiones que se llegan a conocer mediante inquisición. Por

tanto, al igual que en el orden especulativo no puede haber error en el intelecto,

8 Ver q16 a1 ad2.

9 De Ver q15 a1.

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La ley natural configurada por la inteligencia 5

sino en la deducciones de las conclusiones a partir de los principios, así también en

el orden práctico el intelecto es siempre recto, pero la razón es recta y no recta”10

.

Esta distinción de intelecto y razón no es de facultades. Hay una sola facultad

cognoscitiva espiritual, la inteligencia, que encierra una diferencia de funciones o

de procedicimientos. “No hay en el hombre una potencia especial por la que de

modo simple y absoluto, y sin discurso, obtenga el conocimiento de la verdad, sino

que la adquisición de la verdad ocurre en él por cierto hábito natural que se llama

intelecto teórico; o intelecto práctico, si se trata de verdades morales y jurídicas”11

.

3. En correspondencia con esa diversidad de funciones, existe también una

diversidad de principios. De un lado, los principios primeros y comunes; de otro

lado, los principios propios y más determinados, que son a la vez conclusiones de

aquéllos y principios inmediatos de otras conclusiones más remotas. “Los primeros

principios por los que la razón se dirige en el orden práctico son evidentes de suyo;

y acerca de ellos no es posible el error, como tampoco es posible el error en quien

se pone a demostrar acerca de los primeros principios. Esos principios del orden

operativo conocidos naturalmente pertenecen al intelecto práctico, como „hay que

obedecer a Dios‟, y semejantes. Pero al igual que en las ciencias demostrativas que

parten de principios comunes no son deducidas las conclusiones si no es mediante

los principios propios y determinados a ese género –principios que contienen la

fuerza de los primeros principios– así en el orden prácico, donde la razón se pone a

pensar usando un cierto silogismo para encontrar cuál sea el bien, parte de

principios comunes y llega, mediante ciertos principios propios y determinados, a

la conclusión de esta operación determinada. Ahora bien, estos principios propios

no son naturalmente evidentes de suyo como los principios comunes, pero llegan a

ser conocidos mediante la inquisición de la razón. Y como la razón que se pone a

relacionar a veces se equivoca, por eso acontece que yerra acerca de estos

principios”12

.

A diferencia de un espíritu puro o “intelectual”, el hombre es propiamente

“racional” porque alcanza el conocimiento de la verdad con esfuerzo, pasando o

discurriendo de una cosa a otra, o sea, razonando. Aunque por su “intelecto” el

hombre llega, por simple inteligencia y sin discurso, a conocer los primeros

principios especulativos y prácticos, lo cierto es que lo específico del hombre es

razonar o discurrir: es animal racional.

En síntesis, el conocimiento intelectual propiamente dicho versa sobre los

principios evidentes por sí mismos, no sobre las conclusiones como tales; su modo

es sencillo, no complejo ni complicado; su cualidad es absoluta, no referencial,

porque no necesita de la comparación con un tercer término, que es el término

medio, para hacer presente la verdad. En cambio, el conocimiento racional versa

propiamente sobre las conclusiones como tales, no sobre los principios evidentes

por sí mismos; su modo es complejo y complicado, no solamente de un término

con otro, sino también de una o varias proposiciones con otra o muchas; y su

10 In II Sent d24 q3 a3 ad2.

11 De Ver q15 a1.

12 In II Sent d39 q3 a2.

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6 Juan Cruz Cruz

cualidad es esencialmente referencial, no absoluta, porque no llega a conocer la

verdad sino después de comparar el término mayor y menor del razonamiento con

el medio. “El movimiento de la razón que llega al conocimiento de lo desconocido

en un proceso inquisitivo se desarrolla aplicando principios comunes evidentes de

suyo a determinadas materias, y de ahí procede a sacar algunas conclusiones

particulares, y de estas otras”13

.

El “intelecto práctico” es un hábito –una cualidad permanente– que contiene

los primeros principios universales de la ley natural: “En el intelecto práctico

están los principios universales del derecho natural; por eso es preciso que rechace

todo aquello que se hace contra el derecho natural”14

.

De esos principios del “intelecto práctico” no cabe ignorancia ni error alguno;

en cambio, puede haber error en las conclusiones, al igual que ocurre con el

intelecto y la razón en el orden especulativo.

2. Inteligencia y voluntad en la fundación del orden práctico

a) La prioridad noética de la simple aprehensión

1. Desde la función aprehensiva de la inteligencia se origina la bifurcación de

los órdenes “especulativo” y “práctico”.

La inteligencia, con sus funciones originales (intelecto y razón), emite tres tipos

de actos: la aprehensión, el juicio y el raciocinio. La diferencia entre la inteligencia

“especulativa” y la “práctica” no reside propiamente en ella misma como facultad,

sino en sus actos. ¿Cuál de ellos? El de la simple aprehensión es un acto primero:

no hay otro que le preceda. Tal acto se da con anterioridad a la división de la

inteligencia en especulativa y práctica; pertenece a la inteligencia absolutamente

como primer acto suyo. No es, pues, preciso que haya una simple aprehensión

práctica, distinta de la simple aprehensión absolutamente dicha. Basta que los

primeros términos de ésta, como el ente y el no-ente, queden referidos a la

voluntad, revestidos del carácter de “bueno” o “malo”, para provocar así el primer

juicio del intelecto práctico, juicio que fue llamado “sindéresis”15

.

13 De Ver q11 a1.

14 In II Sent d7 q1 a2 ad3. 15

“Sicut igitur humanae animae est quidam habitus naturalis quo principia speculativarum

scientiarum cognoscit, quem vocamus intellectum principiorum; ita etiam in ea est quidam habitus

naturalis primorum principiorum operabilium, quae sunt universalia principia iuris naturalis; qui

quidem habitus ad synderesim pertinet. Hic autem habitus non in alia potentia existit, quam ratio; nisi

forte ponamus intellectum esse potentiam a ratione distinctam, cuius contrarium supra, dictum est.

Restat igitur ut hoc nomen synderesis vel nominet absolute habitum naturalem similem habitui

principiorum, vel nominet ipsam potentiam rationis cum tali habitu. Et quodcumque horum fuerit, non

multum differt; quia hoc non facit dubitationem nisi circa nominis significationem. Quod autem ipsa

potentia rationis, prout naturaliter cognoscit, synderesis dicatur, absque omni habitu esse non potest;

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La ley natural configurada por la inteligencia 7

Pues bien, en la sinergia existente entre la voluntad y la inteligencia, la voluntad

no es excitada, en la especificación de su primer acto, por una inteligencia práctica

que emitiera ella misma un acto de simple aprehensión, sino por la inteligencia

práctica que emite un juicio primario. Esta es la que le presenta a la voluntad el

objeto bajo la índole propia de bien. Sólo la inteligencia que juzga presenta a la

voluntad el objeto bajo la índole propia y formal del bien, cosa que no hace la

inteligencia que emite un acto de simple aprehensión.

En realidad, la índole formal del bien es posterior –tanto en sí misma como en

referencia a nosotros– a la índole formal de la verdad. Y resulta –repito– que la

índole formal de la verdad no se halla en la simple aprehensión intelectual, sino

solamente en el juicio. Luego la índole formal del bien no se puede encontrar en

una plausible simple aprehensión práctica, sino en el juicio práctico.

Así pues, aunque es importante comprender que la inteligencia práctica es

naturalmente posterior a la inteligencia especulativa, más importante si cabe es

comprender que la la inteligencia práctica no emite propiamente actos de simple

aprehensión, sino de juicios, apoyándose siempre en una simple aprehensión

previa y no realizada por ella.

2. Se ha dicho que la inteligencia meramente especulativa aprehende el ente y la

verdad de manera absoluta, en sí, sin relación al apetito, abstrayendo o

prescindiendo de la bondad y de la maldad, de lo apetecible y de lo inapetecible; y

que, en cambio, la inteligencia práctica considera la verdad en orden al bien o en

cuanto se manifiesta como apetecible o inapetecible. Pero esto acontece mediando

el juicio.

Precisamente desde el juicio hay que entender la tesis de que la verdad y la

bondad se identifican realmente con el ente, aunque difieran en sus aspectos

formales: de modo que en su más profundo sentido se incluyen la una a la otra

mutuamente. Decía Santo Tomás: “La verdad es un cierto bien, pues de otro modo

no sería apetecible. También el objeto del apetito puede ser la verdad en cuanto

tiene índole de bien, como cuando alguien apetece conocer la verdad, entonces el

objeto de la inteligencia práctica es el bien ordenable a las obras, pero bajo la razón

de verdad; en efecto, también la inteligencia práctica conoce la verdad, al igual que

la inteligencia especulativa, pero ordena la verdad conocida a las obras”16

.

La “simple aprehensión” de una cosa buena no exhibe todavía perfectamente la

cualidad de su bien, aunque en cierto modo la inicie; y por eso, no excita

perfectamente a la voluntad, sino sólo de manera incoativa e imperfecta; y eso no

basta para un puro querer perfecto o completo.

Sólo en cuanto la inteligencia práctica primariamente juzga, también excita a la

voluntad en la especificación de su primer acto; y esto es decir que mueve por el

intelecto práctico, o sea, por la sindéresis, cuyo primer acto y primer principio es:

hay que hacer el bien y evitar el mal.

quia naturalis cognitio rationi convenit secundum habitum aliquem naturalem, ut de intellectu

principiorum patet”. De Ver q16 a1.

16 STh I q79 a11 ad1.

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8 Juan Cruz Cruz

Así la inteligencia práctica es, como tal, estrictamente judicativa y supone la

aprehensión. A esta inteligencia, determinada ya como práctica, se le llama pro-

piamente “intelecto práctico”, cuyo primer acto y principio es: “hay que seguir el

bien y evitar el mal”. Entonces, en cuanto “práctica” la inteligencia es algo más que

aprehensiva, a saber, judicativa. Queda así mostrado que mediante un juicio

inmediato e intuitivo se constituye el intelecto práctico “moral”. En cambio,

mediante un juicio discursivo se constituye la “razón práctica”.

Queda también aclarado que el acto del intelecto moral que especifica el primer

acto de la voluntad humana no es una simple aprehensión, sino un juicio primero.

Ello se explica porque el carácter “formal” del bien es de suyo posterior al carácter

“formal” de la verdad. Y ésta no se da en la simple aprehensión, sino en el juicio.

Sólo en el juicio moral se encuentra el carácter formal de bien, requerido para

especificar el acto de la voluntad. Aunque antes de que se exprese formalmente la

verdad y la bondad de una cosa en el juicio, es preciso que tal verdad y bondad se

den incoativamente en la aprehensión.

De manera que el primer acto de la voluntad debe ser especificado por el acto

del intelecto. Los actos de la voluntad acerca del fin corresponden al orden de la

intención. Después la razón práctica, en cuanto discursiva y posterior al acto por el

que la voluntad tiende a su fin, se orienta a la ejecución de las obras.

b) Correlación entre inteligencia y voluntad

1. Si en el aspecto cognoscitivo teórico los principios y las conclusiones se

reparten respectivamente el orden objetivo del intelecto y de la razón, en el aspecto

conativo, los fines y los medios se reparten respectivamente el orden objetivo de la

voluntad natural y de la voluntad deliberativa. Y al igual que la inteligencia es una,

pero con dos funciones, también la voluntad es una, asimismo con dos funciones:

la que mira al fin y la que mira a los medios. “La voluntad, en cuanto naturaleza y

en cuanto deliberativa no difieren por la esencia de la facultad, porque lo natural y

lo deliberativo no son diferencias de la voluntad en sí misma, sino en tanto que ella

sigue al juicio de la inteligencia. Porque en la inteligencia hay algo naturalmente

conocido, como un principio indemostrable en el orden de las operaciones, el cual

se comporta como un fin, porque en el orden operativo el fin viene a ser un

principio. Consiguientemente lo que es fin del hombre es conocido por la

inteligencia como bueno y apetecible, por lo que la voluntad que sigue a este

conocimiento se llama voluntad como naturaleza. Ahora bien, hay cosas que son

conocidas por la razón mediante inquisición, tanto en el orden práctico como en el

teórico; y en ambos casos, a saber, tanto en lo operativo como en lo especulativo,

ocurre que la razón investigadora yerra; de ahí que la voluntad que sigue a ese

conocimiento de la razón se llame deliberativa, pudiendo tender hacia el bien y

hacia el mal”17

.

De modo que el “intelecto práctico” versa sobre los fines –especialmente sobre

el fin último– y la “razón práctica” versa sobre los medios. A su vez, y de la misma

17 In II Sent d39 q2 a2 ad2.

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La ley natural configurada por la inteligencia 9

manera, la voluntad se inclina naturalmente al fin último y, mediante hábitos

adquiridos o virtudes, a los medios conducentes a dicho fin. “Al igual que en la

voluntad no puede haber virtud moral en lo concerniente al fin, debido a que hacia

él existe inclinación natural, tampoco puede haberla en la inteligencia en lo

concerniente al fin, porque el fin es principio en el orden práctico. Por tanto, al

igual que en el intelecto especulativo hay principios congénitos de las

demostraciones, así en el intelecto práctico hay fines propios connaturales al

hombre: por lo tanto, acerca de ellos no hay un hábito adquirido ni infuso, sino

natural, como el concerniente al intelecto práctico. En conclusión, la inteligencia

práctica es del orden operativo en tanto que trata de aquellas cosas que están

dirigidas al fin”18

.

2. Y lo mismo ocurre proporcionalmente con la voluntad de fines y de medios, o

sea, con la «voluntad natural» y con la «voluntad deliberativa». “La voluntad versa

acerca del fin y acerca de los medios para alcanzarlo; y tiende a ambas cosas de

modo diferente. Efectivamente, al fin se encamina de manera simple y absoluta,

como a algo bueno por naturaleza; en cambio, a los medios se dirige por una cierta

relación comparativa, en cuanto que resultan buenos en orden al fin. Y por eso el

acto de la voluntad orientado a un objeto querido por sí mismo, v. gr. la salud,

llamado por el Damasceno thelesis, esto es, simple voluntad, y denominado por los

Maestros voluntad como naturaleza, es de distinta índole que el acto de la voluntad

que se dirige a un objeto querido en orden a otro, como es tomar una medicina,

denominado por el Damasceno bulesis, es decir, voluntad consultiva, y llamado por

los Maestros voluntad como razón. Pero esta diversidad de actos no diversifica las

potencias, porque ambos actos se fijan en una sola razón común del objeto, que es

la bondad”19

.

De modo que respecto a los fines está la voluntad telética; respecto a los

medios, la voluntad bulética. “Porque la voluntad se refiere a una cosa de dos

modos. De un modo, principalmente; de otro modo, secundariamente. Princi-

palmente la voluntad se dirige al fin, que es el motivo por el que queremos todo lo

demás. Secundariamente se refiere a los medios, cosas que se enderezan al fin y

que queremos por el fin. Pero la relación que la voluntad tiene a lo querido que es

secundario no es como a una causa, sino solamente es tal a lo querido principal que

es el fin”20

.

En consecuencia, el orden de la acción se rige por unos principios primarios (la

ley natural primaria) que corresponden al intelecto práctico y a la voluntad natural;

y se rige también por unos principios secundarios (ley natural secundaria)

correspondientes a la razón práctica y a la voluntad deliberativa. Lo primero es

conocido por el intelecto intuitivamente y apetecido naturalmente por la voluntad;

lo segundo es conocido por discurso de la razón y elegido por el libre albedrío. “El

intelecto conoce los principios naturalmente, y este conocimiento causa la ciencia

de las conclusiones, que el hombre no conoce de modo natural, sino por hallazgo o

18 In III Sent d 33 q2 a4 qla 4.

19 STh III q18 a3.

20 De Ver q23 a1 ad3.

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10 Juan Cruz Cruz

por doctrina. Tratándose de la voluntad, el fin es, respecto a ella, lo que son los

principios con respecto al intelecto, como se dice en II Physicorum. Por eso la

voluntad tiende naturalmente al fin último; pues, por naturaleza, todo hombre

quiere la felicidad. De esta voluntad natural proceden, como de su causa, todas las

demás acciones de la voluntad, ya que todo cuanto el hombre quiere lo quiere por

el fin. Ahora bien, el amor del bien que el hombre quiere naturalmente como un fin

es el amor natural; pero el amor que se deriva de él, que es del bien que se ama por

el fin, es un amor electivo”21

.

Teniendo en cuenta las relaciones recíprocas entre inteligencia y voluntad,

podría establecerse el siguiente cuadro sinóptico, referente a la constitución de los

principios (especialmente los prácticos, los de la ley natural):

Primeros principios Teórico

Intelecto

Natural: Fines Primeros principios Práctico

Voluntad Inteligencia

Proposiciones segundas Teórica

Razón

Deliberativa: Medios Proposiciones segundas Práctica

En el nivel conativo, el hombre manifiesta una apetencia de la voluntad telética,

proporcionada a los juicios inmediatos de nuestra razón; y manifiesta una voluntad

deliberativa, proporcionada a los juicios prácticos mediatos de nuestra razón.

Lo cual significa que en el orden práctico hay entre la inteligencia y la voluntad

la siguiente correlación de funciones: el “intelecto práctico” establece los fines que

la voluntad como tal apetece; la “razón práctica” dispone los medios a ellos

conducentes y que elige el libre albedrío como tal. Como en el orden práctico los

fines tienen índole de principios y los medios índole de conclusiones, el “intelecto

práctico” y la “voluntad natural” connotan los primeros principios de la ley y del

derecho natural, mientras que la “razón práctica” y el “libre albedrío” connotan sus

conclusiones22

.

c) Ámbito de los principios prácticos: la ley natural como principio

1. Con lo dicho queda apuntado que la ley natural expresa, de un lado, un

ajustamiento correlativo al juicio inmediato y a la simple inclinación del hombre en

cuanto intelectual; y de otro lado, expresa un ajustamiento comparativo y

consecutivo, deducido por la razón, a partir de los primeros principios absolutos del

“intelecto práctico”, y correlativo al juicio mediato y a la inclinación de la

“voluntad deliberativa”. Por tanto, la ley natural abarca, en el orden práctico, tanto

21 STh I q60 a2.

22 De Ver q5 a1.

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La ley natural configurada por la inteligencia 11

lo referente al intelecto como a la razón: de un lado, el orden de los principios

(inmediatos e intuitivos) y los fines; de otro lado, el orden de las conclusiones y los

medios. A su vez, en cuanto a los medios, unos serán generales y otros particulares,

de la misma manera que unas conclusiones son próximas y fáciles, y otras son

remotas y difíciles.

El conocimiento y el juicio del “intelecto práctico”, lo mismo que la inclinación

de la “voluntad natural”, son absolutos y sin comparaciones con un término

medio, precisamente por referirse a lo verdadero y a lo bueno por sí mismos;

porque los primeros principios son verdaderos y evidentes por si solos, y el fin

último es igualmente bueno y apetecible por si mismo. Por el contrario, el juicio de

la “razón práctica” y la elección del libre albedrío son esencialmente comparativos

con un término medio para deducir o determinar el justo medio de la virtud moral y

para elegir el medio mejor o más conducente al fin.

Dicho de otro modo: el intelecto práctico posee unos juicios que son inmediatos

y absolutos: contienen la ley puramente natural o primaria; la razón práctica posee

unos juicios que son mediatos, comparativos y propios de la razón como tal:

contienen la ley secundaria o derivada, bien sea por deducción o conclusión

inmediata de la ley natural primaria; bien sea por simple determinación de la ley

natural primaria o secundaria, lo cual forma el derecho puramente positivo23

. “A la

ley natural pertenecen, en primer lugar, ciertos preceptos comunísimos que son

conocidos de todos, y luego, ciertos preceptos secundarios y menos comunes que

son como conclusiones muy próximas a aquellos principios”24

. Y si bien la ley

natural es completamente inmutable en lo que se refiere a los primeros principios

de la misma, en cambio, “en lo tocante a los preceptos secundarios –que, según

dijimos, son como conclusiones más determinadas derivadas inmediatamente de

los primeros principios–, también es inmutable en cuanto mantiene su validez en la

mayoría de los casos, pero puede cambiar en algunos casos particulares y

minoritarios por motivos especiales, que impiden la observancia de tales

preceptos”25

.

En síntesis, el “intelecto práctico” no es una facultad, sino el hábito de una

facultad intelectual, cuyo contenido son los primeros principios del orden moral y

jurídico; y la “voluntad natural”, en correspondencia con ese conocimiento, es un

acto emanado de la misma naturaleza de la voluntad, o sea, pertenece a la voluntad

como naturaleza volitiva. Mas el conocimiento de las conclusiones –o principios

secundarios deducidos de los primarios–, es obra de la razón práctica, discursiva.

“El fin de las virtudes morales es el bien humano; y el bien del alma humana

consiste en estar regulada por la razón, como demuestra Dionisio (en el c. 4 De div.

nom.). Es, por lo tanto, necesario que se dé previamente en la razón el fin de las

virtudes morales. Y así como en la razón especulativa hay cosas conocidas

naturalmente de las que se ocupa el intelecto, y cosas conocidas a través de ellas, o

sea, las conclusiones que pertenecen a la ciencia, así en la razón práctica preexisten

ciertas cosas como principios naturales, y son los fines de las virtudes morales,

23 STh I q58 a3; q60 a1; STh I-II q1 a5; q10 a1-2; q51 a1; q91 a2; q94; STh II-II q57, a 2-3.

24 STh I-II, q94 a6.

25 STh I-II q94 a5.

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12 Juan Cruz Cruz

porque, como ya hemos expuesto, el fin en el orden de la acción es como el

principio en el orden del conocimiento. Hay, a su vez, en la razón práctica algunas

cosas como conclusiones, que son los medios, a los cuales llegamos por los

mismos fines. De éstos se ocupa la razón práctica prudencial que aplica los

principios universales a las conclusiones particulares del orden de la acción. Por

eso no incumbe a la razón práctica prudencial imponer el fin a las virtudes morales,

sino sólo disponer de los medios”26

.

2. La ley natural contiene, en primer lugar, los primeros principios del orden

moral, verdaderos y evidentes por sí mismos a todo hombre que tenga uso de

razón; son proposiciones o enunciados del “intelecto práctico”, por los que se

manda seguir lo interna y manifiestamente bueno, y se prohíbe apetecer y ejecutar

lo intrínseca y evidentemente malo: por ejemplo, “se debe hacer el bien y evitar el

mal”, “no se debe hacer a los demás lo que no queremos que ellos hagan a

nosotros”, “se debe obrar siempre conforme a la recta razón”, “no se debe atentar

contra la vida”. “En la inteligencia humana hay un hábito natural de los primeros

principios del orden operativo que son los primeros principios del derecho natural;

ese hábito pertenece al intelecto práctico”27

.

También el derecho natural consiste, primariamente, en el contenido de esos

mismos principios o enunciados del “intelecto práctico”.

La ley natural significa o expresa algo intrínseco, una propiedad necesaria de

la esencia humana, no algo contingente o advenedizo; de suerte que, en sentido

primario, es de ley natural lo intrínseca y necesariamente bueno y justo28

, el

contenido de los primeros principios de orden moral, que nos son naturalmente

conocidos sin esfuerzo alguno. Tales principios primeros del orden práctico se

corresponden, en su estatuto genoseológico, con los primeros principios del orden

especulativo: “El primer principio del intelecto especulativo, que es el principio de

contradicción, debe ser de tal manera que no sea obtenido por demostración o por

otro procedimiento similar, sino que se presente como si la naturaleza lo poseyera,

como si fuese conocido naturalmente y no por adquisición. Los primeros principios

se hacen conocidos por la misma luz natural del intelecto agente, pero no se logran

por raciocinio, sino solamente por ser conocidos los términos que tienen”29

.

Su conocimiento se cumple, por lo tanto, en todos los hombres dotados del uso

de razón. En el orden práctico, dichos principios expresan los fines primarios de la

naturaleza humana, a los cuales está naturalmente ella ordenada e inclinada; pues

“toda naturaleza obra por algún fin, al cual se inclina y ordena según su propia

esencia o naturaleza. Por cuya razón decimos que el fin es la causa de las causas”30

.

De esos primeros principios no hay ignorancia ni error alguno, así como

tampoco cabe desviación ni falta moral en las inclinaciones naturales de la

26 II-II q47 a6.

27 Ver 16 1c.

28 STh I-II q71 6 ad4.

29 In IV Metaph lect. 4, n. 599.

30 In II Physic lect. 5, n. 13.

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La ley natural configurada por la inteligencia 13

voluntad reguladas por ellos: “Hay en la razón algo naturalmente conocido que,

como principio indemostrable en el orden operativo, se comporta como un fin,

porque en el orden operativo el fin cumple la función de principio […]

Consiguientemente, aquello que es fin del hombre se conoce en la razón como

bueno y apetecible, y la voluntad que sigue a este conocimiento se llama voluntad

natural”31

.

d) Grados de la ley natural en la razón práctica

1. También son de ley natural las conclusiones que sin mucho esfuerzo racional

son deducidas directamente de aquellos principios, y su cualidad gnoseológica está

también investida de universalidad y necesidad. Estas conclusiones se ordenan en

grados, cosa que no ocurre con el primer principio. Soto advierte que “los primeros

principios que se conocen por sí mismos con certeza no constituyen grado, sino

que son raíz y fuente. Porque grado es lo mismo que peldaño. Y por tanto, así

como en la línea de consanguinidad el tronco y la raíz no constituyen grado, sino

que el primer grado se forma con los hermanos que de allí inmediatamente nacen,

así también en el derecho natural los primeros principios no constituyen grado, sino

lo que de ellos seguidamente procede. Y los demás grados se clasifican por su

distancia de los mismos principios”32

.

De modo que, aparte del principio supremo y universalísimo, hay otros menos

universales que se derivan de aquel, al cual se refieren y se reducen. El contenido

de estos principios secundarios no es de inferior calidad, pues responde a las partes

31 In II Sent d39 q2 a2 ad2.

32 Hay, por tanto, dos ámbitos del derecho natural: el originante y el originado. El originante se

constituye por los primeros principios prácticos evidentes de suyo, o sea, propios del intelecto

intuitivo. El originado contiene los preceptos deducidos por la razón discursiva; y sólo en este ámbito

se dan grados. Enfocado el ámbito originado/racional desde un punto de vista natural, indica Soto que

hay dos grados distintos, según dos maneras en que se derivan de los principios. Unos son

conclusiones que cualquiera, sin ninguna dificultad, inmediatamente, aprueba o reprueba, a la luz de

una sencilla consideración de los principios universales. Y éstos constituyen el primer grado. “Tales

son: Honra a tu padre y a tu madre; no matarás, no robarás, y otros semejantes. Porque de aquel

principio: Haz a otros lo que quieres que ellos hagan contigo, deducido que quieres ser honrado por

tus hijos, cosa que no necesita demostración, se sigue que tú también debes de honrar a tus padres [...]

Y de la misma manera, deduciendo inmediatamente del principio: No hagas a otro lo que no quieres

que te hagan a ti, y que tú no quieres ser perjudicado ni en tu persona, ni en tus bienes, se colige: No

matarás, no robarás, no adulterarás”.

Pero hay otros preceptos que no todos pueden deducir de los mismos primeros principios, si no

son ayudados de los entendidos, que penetran más íntimamente las cosas; como: honra la persona del

anciano. Esto, efectivamente no es tan claro como el deber de honrar a los padres.

Y por último, hay preceptos que pueden emanar del derecho natural, pero no como consecuencias

o ilaciones naturales, o sea, no son estrictamente unas conclusiones derivadas de sus principios, sino

que son como una determinación específica del género hecha por la voluntad del legislador. Y por

esto se colocan en un orden lateral, distinto del de la ley natural, más bien que en su línea recta

(Domingo de Soto, De iustitia et iure, In STh I-II q100 a1).

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14 Juan Cruz Cruz

de la naturaleza humana o, también, a las inclinaciones naturales que son objeto de

las proposiciones imperativas –prácticas– de la inteligencia. En cualquier caso, el

orden moral y jurídico no está constituido por las formas ontológicas, sino por las

formas aprehendidas intelectualmente.

La ley natural comparece así referida a un organismo, sobre el cual recae tanto

una valoración general como unas valoraciones de menos universalidad referentes

a cada una de las partes potenciales de dicho organismo, pero no por eso menos

evidentes y necesarias. Si bien estas valoraciones no incumben al “intelecto

práctico”, sí son competencia de la “razón práctica”, siendo también palmarias su

evidencia y su necesidad. Esas valoraciones se insertan en la dirección al fin último

exhibida por cada una de las referidas partes potenciales. Y serán valoraciones de

ley natural en la medida en que se reducen al primer principio intelectual orientado

a dicho organismo.

2. Acerca de este organismo es preciso resaltar, de un lado, la unidad tensional;

de otro lado, la unidad valorativa que recae sobre aquélla.

En primer lugar, su unidad tensional polarizada por la naturalidad del intelecto:

“Se llama naturaleza a cualquier sustancia o incluso a cualquier ente. Según esto,

se dice que es natural a una cosa lo que le corresponde según su sustancia, y esto es

lo que, de suyo, es congénito a la cosa. Ahora bien, en todas las cosas, lo que de

suyo no es congénito se reduce, como a su principio, a algo que es congénito. Por

eso, es necesario que el principio de lo que pertenece a una cosa sea natural, si se

entiende la naturaleza de este segundo modo. Esto se ve claramente en el intelecto,

pues los principios del conocimiento intelectual son conocidos por naturaleza. Lo

mismo, también, el principio de los movimientos voluntarios debe ser algo querido

naturalmente. Ahora bien, a lo que tiende por naturaleza la voluntad, lo mismo que

cualquier potencia a su objeto, es al bien en común, y también al fin último, que se

comporta en lo apetecible como los primeros principios de las demostraciones en lo

inteligible; y, en general, a todo lo que conviene a quien tiene voluntad según su

naturaleza. Pues, mediante la voluntad, deseamos no sólo lo que pertenece a la

potencia de la voluntad, sino también lo perteneciente a cada una de las potencias y

a todo el hombre. Por tanto, el hombre naturalmente quiere no sólo el objeto de la

voluntad, sino también lo que conviene a las otras potencias: como el conocimiento

de lo verdadero, que corresponde al intelecto; o el ser, el vivir y otras cosas

semejantes, que se refieren a la consistencia natural. Todas estas cosas están

comprendidas en el objeto de la voluntad como bienes particulares”33

.

3. En segundo lugar, está la unidad valorativa que recae sobre aquella unidad

tensional. “Así como el ente es la noción absolutamente primera del conocimiento,

así el bien es lo primero que se alcanza por la aprehensión de la razón práctica,

ordenada a la operación; porque todo agente obra por un fin, y el fin tiene razón de

bien. De ahí que el primer principio de la razón práctica es el que se funda sobre la

noción de bien, y se formula así: „el bien es lo que todos apetecen‟. En

33 STh I-II q10 a1.

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La ley natural configurada por la inteligencia 15

consecuencia, el primer precepto de la ley es éste: „El bien ha de hacerse y

buscarse; el mal ha de evitarse‟. Y sobre éste se fundan todos los demás preceptos

de la ley natural, de suerte que cuanto se ha de hacer o evitar caerá bajo los

preceptos de esta ley en la medida en que la razón práctica lo capte naturalmente

como bien humano. Por otra parte, como el bien tiene razón de fin, y el mal, de lo

contrario, síguese que todo aquello a lo que el hombre se siente naturalmente

inclinado lo aprehende la razón como bueno y, por ende, como algo que debe ser

procurado, mientras que su contrario lo aprehende como mal y como vitando. De

aquí que el orden de los preceptos de la ley natural sea correlativo al orden de las

inclinaciones naturales. Y así encontramos, primeramente, en el hombre una

inclinación que le es común con todas las sustancias, consistente en que toda

sustancia tiende por naturaleza a conservar su propio ser. Y de acuerdo con esta

inclinación pertenece a la ley natural todo aquello que ayuda a la conservación de

la vida humana e impide su destrucción. En segundo lugar, encontramos en el

hombre una inclinación hacia bienes más determinados, según la naturaleza que

tiene en común con los demás animales. Y a tenor de esta inclinación se consideran

de ley natural las cosas que la naturaleza ha enseñado a todos los animales, tales

como la conjunción de los sexos, la educación de los hijos y otras cosas

semejantes. En tercer lugar, hay en el hombre una inclinación al bien

correspondiente a la naturaleza racional, que es la suya propia, como es, por

ejemplo, la inclinación natural a buscar la verdad acerca de Dios y a vivir en

sociedad. Y, según esto, pertenece a la ley natural todo lo que atañe a esta

inclinación, como evitar la ignorancia, respetar a los conciudadanos y todo lo

demás relacionado con esto”34

.

4. Así quedan expresados los objetos de la ley natural, es decir, las partes del

objeto o derecho objetivo total contenido en el primer principio del “intelecto

práctico” y en el primer movimiento de la voluntad hacia el bien total del hombre.

De modo que “todos estos preceptos de la ley natural, en cuanto se refieren a un

primer precepto, configuran una sola ley natural”35

. A su vez, “todas las

inclinaciones de cualquiera de las partes de la naturaleza humana, como la

concupiscible y la irascible, en la medida en que se someten al orden de la razón,

pertenecen a la ley natural y se reducen a un único primer precepto, como

acabamos de decir. Y así, los preceptos de la ley natural, considerados en sí

mismos, son muchos, pero todos ellos coinciden en la misma raíz”36

. En cierto

modo, no escapa nada, en el hombre, al organismo de la ley natural, pues “aunque

la razón es una en sí misma, ha de poner orden en todos los asuntos que atañen al

hombre. Y en este sentido caen bajo la ley de la razón todas las cosas que son

susceptibles de una ordenación racional” 37

.

En fin, cabe hacer una observación final sobre el grado de certeza que conlleva

la razón en cada uno de los ámbitos de la ley natural: “En lo tocante a los

34 STh I-II q94 a2.

35 STh I-II q94 a2 ad1.

36 STh I-II q94 a2 ad2.

37 STh I-II q94 a2 ad3.

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16 Juan Cruz Cruz

principios comunes de la razón, tanto especulativa como práctica, la verdad o

rectitud es la misma en todos, e igualmente conocida por todos. Mas, si hablamos

de las conclusiones particulares de la razón especulativa, la verdad es la misma

para todos los hombres, pero no todos la conocen igualmente. Así, por ejemplo,

que los ángulos del triángulo son iguales a dos rectos es verdadero para todos por

igual; pero es una verdad que no todos conocen. Ahora bien, tratándose de las

conclusiones particulares de la razón práctica, la verdad o rectitud ni es la misma

en todos ni en aquellos en que es la misma queda igualmente conocida. Así, todos

consideran como recto y verdadero el obrar de acuerdo con la razón. Mas de este

principio se sigue como conclusión particular que un depósito debe ser devuelto a

su dueño. Lo cual es, ciertamente, verdadero en la mayoría de los casos; pero en

alguna ocasión puede suceder que sea perjudicial y, por consiguiente, contrario a la

razón devolver el depósito; por ejemplo, a quien lo reclama para atacar a la

patria”38

.

3. La razón práctica derivada: conclusiva y determinativa

1. Las demás leyes y derechos no puramente naturales se fundan en éstos, como

todo lo adventicio debe fundarse en lo natural y todo lo variable en lo fijo e

inmutable. “La ley positiva humana en tanto tiene índole de ley en cuanto deriva de

la ley natural. Y si en algo está en desacuerdo con la ley natural, ya no es ley, sino

corrupción de la ley”39

.

Todo lo que moral y jurídicamente debe hacerse está contenido, como en su

principio, en la ley natural: “Si algo por sí mismo connota oposición al derecho

natural, no puede hacerse justo por voluntad humana; por ejemplo, si se

estableciera que es lícito robar o adulterar”40

.

Santo Tomás divide la ley en natural y humana o positiva. Pero entre las leyes

positivas establecidas por el hombre están todas las leyes derivadas de la natural,

ya por modo de conclusiones41

, ya por modo de simples determinaciones42

o

aplicaciones: “Una norma puede derivarse de la ley natural de dos maneras: bien

como una conclusión de sus principios, bien como una determinación de algo

indeterminado o común. El primer procedimiento es semejante al de las

38 STh I-II q94 a4.

39 STh I-II q95 a2.

40 STh II-II q57 a2 ad2.

41 La derivación en forma de conclusiones universales próximas o remotas, fáciles o difíciles,

depende de los principios universalísimos propios del “intelecto práctico”, que son los primarios; por

ejemplo, del principio universalísimo „no debe hacerse mal a nadie‟ se deriva el principio „no debe

matarse a nadie‟.

42 Se trata de la derivación en forma de simple determinación concreta de los principios

universalísimos o de las conclusiones universales; por ejemplo, del principio „todo malhechor debe

castigarse‟, se deriva como simple determinación la cantidad y el modo de la pena que debe

imponerse al homicida o al ladrón, es decir, tal indemnización, encarcelamiento, pena capital u otras.

STh I-II q95 a2.

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La ley natural configurada por la inteligencia 17

conclusiones demostrativas que en las ciencias se infieren de los principios; el

segundo se asemeja a lo que pasa en las artes, donde las formas comunes reciben

una determinación al ser aplicadas a realizaciones especiales, y así vemos que el

constructor tiene que determinar unos planos comunes reduciéndolos a la figura de

esta o aquella casa. Pues bien, hay normas que se derivan de los principios

comunes de la ley natural por vía de conclusión; y así, el precepto „no matarás‟

puede derivarse a manera de conclusión de aquel otro que manda „no hacer mal a

nadie‟. Y hay otras normas que se derivan por vía de determinación; y así, la ley

natural establece que el que peca sea castigado, pero que se le castigue con tal o

cual pena es ya una determinación añadida a la ley natural. Por ambos caminos se

originan las leyes humanas positivas. Mas las del primer procedimiento no

pertenecen a la ley humana únicamente como leyes positivas, sino que en parte

mantienen fuerza de ley natural. Las del segundo, en cambio, no tienen más fuerza

que la de la ley humana”43

.

De manera que el derecho derivado de la ley natural a modo de conclusiones,

aparte de ser positivo, tiene también algo de natural, porque participa de la ley

natural su moralidad intrínseca y su fuerza obligatoria. “Por lo tanto, lo que se

sigue de lo naturalmente justo como una conclusión ha de ser necesariamente

naturalmente justo, al igual que de la proposición de que „no se debe dañar

injustamente a nadie‟ se sigue que „no se debe robar‟; y esto pertenece ciertamente

a lo natural” 44

.

Sin embargo, es “natural” reductivamente, siendo formalmente un derecho

positivo, por el esfuerzo y el trabajo de la razón que deduce y promulga las leyes,

aunque sea partiendo de la ley natural, que no necesita promulgación humana.

2. El derecho derivado por simple determinación de la ley natural o de sus

conclusiones necesarias es el puramente positivo. Su materia propia es de suyo

indiferente: “El derecho positivo es aplicable cuando, ante el derecho natural, es

indiferente el que una cosa sea hecha de uno u otro modo”45

.

De modo que toda su bondad o malicia y toda su licitud o ilicitud dependen de la

ley puesta por la autoridad competente: entonces algo es bueno o malo porque está

respectivamente mandado o prohibido; lo “justo” en este caso depende de la libre

voluntad del legislador o de los hombres en sus convenios privados: “Cuando algo

ya es puesto, o sea, cuando es establecido por la ley, entonces no es indiferente,

porque hacer eso es justo y omitirlo es injusto”46

.

Por su carácter derivado, “la ley escrita [positiva] contiene el derecho natural,

mas no lo instituye, ya que éste no toma fuerza de la ley, sino de la naturaleza; pero

la escritura de la ley contiene e instituye el derecho positivo, dándole la fuerza de

autoridad”47

. En definitiva: “Las normas que se derivan de la ley natural a manera

43 STh I-II q95 a2.

44 In V Eth, lect 12, n. 1.023.

45 STh II-II q60 a5 ad1.

46 In V Eth lect. 12, n. 1.020

47 STh II-II q60 a5.

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18 Juan Cruz Cruz

de determinaciones particulares pertenecen al derecho civil, dentro del cual cada

Estado establece las normas que considera más apropiadas”48

.

3. Por lo dicho se puede advertir que se dan dos clases de conclusiones derivadas

del derecho puramente natural: las que se configuran directamente en el organismo

tensional, antes explicado; y las que se derivan, con cierto esfuerzo mental, de

dicho organismo tensional. Las primeras son claras y fáciles de comprender por

todos los hombres, tan pronto como reflexionan debidamente. Las segundas, más

remotas y lejanas, no muestran su bondad moral inmediatamente, sino después de

una diligente consideración.

Ocurre algo parecido en el orden especulativo, donde se pueden conocer

fácilmente las conclusiones que están próximas a los primeros principios, mientras

que el conocimiento de las conclusiones más alejadas exige mucha reflexión y

conocimientos previos. “Como todo juicio de la razón especulativa se funda en el

conocimiento natural de los primeros principios, así todo juicio de la razón

práctica se funda en ciertos principios naturalmente conocidos, como dijimos, de

los cuales se procede de diferente modo en la formación de los diversos juicios.

Porque en los actos humanos hay cosas tan claras que con una pequeña

consideración se pueden aprobar o reprobar, mediante la aplicación de aquellos

primeros y universales principios. Otras hay cuyo juicio requiere mucha

consideración de las diversas circunstancias, que no todos alcanzan, sino sólo los

sabios, como la consideración de las conclusiones particulares de las ciencias no es

de todos, sino de sólo los filósofos”49

.

En resumen. En el orden de la voluntad los fines son como los principios en el

orden del intelecto; de ahí resulta que los primeros principios del “intelecto

práctico” –los que versan acerca de los fines primarios o últimos de nuestra

naturaleza– son primariamente ley natural; asimismo las conclusiones (racionales)

que manifiestan, junto con el intelecto, el organismo tensional del hombre

constituyen, con aquellos principios inmediatos del intelecto, el orden completo de

la ley natural. Y es claro que las conclusiones manifestativas del organismo

tensional del hombre son también “principios” de las conclusiones ulteriores. Por

eso, todo lo que a partir de ahí pueda derivarse racionalmente configura el orden de

la ley positiva, bien sea por conclusión, bien sea por determinación. Es claro que la

parte puesta por la razón humana para deducir el organismo tensional de ley natural

es, en general, más fácil; la puesta para deducir el orden positivo es, también en

general, más difícil, por lo que es necesario que las derivaciones racionales se

traduzcan en leyes escritas, para evitar su incomprensión o su indebida

interpretación50

.

48 STh I-II q95 a4.

49 STh I-II q100 a1.

50 STh I-II q94 a4, a6; q100 a11; STh II-II q60 a5.

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La ley natural configurada por la inteligencia 19

4. Razón práctica: de la ética a la prudencia, y vuelta

a) Lo necesario y lo contingente

1. Ha quedado indicado que la razón práctica se divide en función de la diver-

sidad del objeto practicable en cuanto tal.

En una primera aproximación, podría decirse que si se trata de lo practicable u

operable mediante un obrar inmanente, estamos ante lo “agible”, objeto de la razón

práctica llamada prudencia; pero si se trata de lo practicable u operable mediante

un hacer transeúnte, entonces estamos ante lo “factible”, objeto de la razón práctica

llamada arte. La razón práctica puede ser así activa o factiva51

: por la razón activa

regimos nuestras tendencias y nuestras acciones; mas por la razón factiva

producimos o fabricamos las obras del arte.

Pero en este asunto las matizaciones son importantes; pues, por ejemplo,

también la imaginación y la memoria, como actividades inmanentes, son suscep-

tibles de cierta tecnificación: la nemotecnia o las técnicas de relajación psicológica

no son precisamente operaciones transeúntes. Por lo tanto, para diferenciar ambos

campos –lo práctico-técnico y lo práctico-moral–, además de la índole de la

actividad hay que contar con la de su objeto y la de su fin. Lo veremos un poco

después.

Por ahora basta indicar que la prudencia está en la sola razón práctica como en

su propio sujeto: la razón rige inmediatamente las acciones y los afectos del

hombre. En cambio, el arte está no sólo en la razón como directiva principal, sino

también en los miembros como instrumentos que completan la obra artificial.

Es claro que el orden de lo “agible” y de lo “factible” es, por su peculiar

constitución, extremadamente contingente.

Puede decirse que el objeto formal hacia el que se tensa la filosofía real

especulativa es el “ente necesario”, porque no depende de nuestro libre arbitrio; y a

51 “Ordo autem quadrupliciter ad rationem comparatur. Est enim quidam ordo quem ratio non facit,

sed solum considerat, sicut est ordo rerum naturalium. Alius autem est ordo, quem ratio considerando

facit in proprio actu, puta cum ordinat conceptus suos adinvicem, et signa conceptuum, quae sunt

voces significativae; tertius autem est ordo quem ratio considerando facit in operationibus voluntatis.

Quartus autem est ordo quem ratio considerando facit in exterioribus rebus, quarum ipsa est causa,

sicut in arca et domo. Et quia consideratio rationis per habitum scientiae perficitur, secundum hos

diversos ordines quos proprie ratio considerat, sunt diversae scientiae. Nam ad philosophiam

naturalem pertinet considerare ordinem rerum quem ratio humana considerat sed non facit; ita quod

sub naturali philosophia comprehendamus et mathematicam et metaphysicam. Ordo autem quem ratio

considerando facit in proprio actu, pertinet ad rationalem philosophiam, cuius est considerare

ordinem partium orationis adinvicem, et ordinem principiorum in conclusions. Ordo autem actionum

voluntariarum pertinet ad considerationem moralis philosophiae. Ordo autem quem ratio

considerando facit in rebus exterioribus constitutis per rationem humanam, pertinet ad artes

mechanicas. Sic igitur moralis philosophiae, circa quam versatur praesens intentio, proprium est

considerare operationes humanas, secundum quod sunt ordinatae adinvicem et ad finem. (In I Ethic.,

lect 1, nn. 1-2).

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20 Juan Cruz Cruz

la inversa, el objeto formal hacia el que se tensa la filosofía real práctica es el “ente

contingente”, en cuanto depende de nuestro libre arbitrio o se refiere a él en cierto

modo. El ámbito entitativo de lo libre por excelencia es la propia vida humana,

susceptible de ser dirigida por reglas, normas o leyes a su fin último: fue llamado

“ente agible humano”, el ente máximamente contingente, por ser un “contingente

libre”, que está abierto a varias opciones52

. Pero además la razón práctica no se

refiere a ese objeto para conocerlo, sino para dirigirlo, o sea, dirige la operación

humana, la cual versa sobre lo contingente. Puede incluso decirse que, de haber una

“ciencia práctica” –como en parte lo es la Ética–, ésta sería tanto más perfecta

cuanto más se acercara a lo particular: el conocimiento de los objetos morales se

perfeccionaría en la medida en que se conocieran los hechos particulares. Pero

considerar los objetos particulares de la vida humana no es propio de la ética, sino

de la prudencia.

La ética conviene, en cierto modo, con la forma especulativa de la filosofía:

ciertamente por su objeto formal no conviene unívocamente con las demás partes

especulativas de la filosofía real, pero sí conviene con ellas analógicamente: se

diferencia de ellas por el género, y participa de modo imperfecto de la índole de

ciencia o filosofía, porque tiene en su punto de mira siempre un objeto contingente

y complejo53

. Lo cual no quita que, en su teoreticidad analógica, conlleve la verdad

que le corresponde.

Porque si el ente se divide en necesario y contingente –como dos géneros

propios que convienen en la índole común de ente–, resulta que la certeza de ambas

partes de la filosofía real es proporcional ya a la necesidad ya a la contingencia de

sus objetos propios.

No se olvide que la tarea propia de esa forma de razón práctica que es la

prudencia no es conocer por conocer, sino dirigir inteligentemente para operar o

para perfeccionar lo operado; y por lo tanto su proceso resolutivo no llega a la

esencia misma de las cosas –que es inmóvil, firme y necesaria–; ni puede generar

una certeza plena y absoluta en la inteligencia del cognoscente; le es suficiente la

certeza probable e imperfecta, apta para dirigir de manera prudente y razonable. El

problema está en saber hasta qué punto la ética –no la prudencia– es totalmente un

saber práctico.

2. Decían los autores de la Escuela de Salamanca que, en cuanto saber cien-

tífico, la ética o filosofía moral está subalternada (sujeta o supeditada) a la psi-

cología, pero no en cuanto al fin, sino en cuanto a los principios propios y al

objeto. La ética recibe de la psicología sus principios propios, pues las conclu-

siones de la psicología son principios de la ética; y además su objeto propio está

bajo el objeto de la psicología, aunque no es una mera parte material suya, sino una

materia adjunta o sobreañadida, manteniendo una diferencia accidental, por sus

propios atributos y su propio nivel de cognoscibilidad especial.

52 “Solum scientiae practicae sunt circa contingentia in quantum contingentia sunt, scilicet in

particulari; scientiae autem speculativae non sunt circa contingentia nisi secundum rationes

universales, quae sunt ex necesítate et semper” (In IV Ethic. lect. 3, n. 1.152, 1,146).

53 Cfr S. Ramírez, De ipsa philosophia in universum (2 tomos), Madrid C.S.I.C., 1970, 248-260.

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La ley natural configurada por la inteligencia 21

Ahora bien, la ética no define ni demuestra nada por la causa formal –eso lo

hace, por ejemplo, la lógica–, porque su tarea propia no es conocer las naturalezas

de las cosas, sino dirigir las acciones humanas a sus fines debidos: por eso se centra

en definir y demostrar apelando a la causa final. Y aunque la física realice sus

demostraciones por la causa eficiente y final, su gravitación científica está en la

causa formal, porque la forma es aquello a lo que primaria y esencialmente

conviene la razón de naturaleza, objeto propio de la física. Es más, cuando la física

apela a la causa final, considera sobre todo el fin de la obra –el fin de la obra

natural es la forma de lo generado–; mientras que la ética considera también el fin

del operante –un fin añadido a la obra–.

Se debe tener en cuenta, además, que la inteligencia humana, en cuanto tal, es

antes especulativa que práctica; o sea, sólo secundariamente es práctica. Puede

decirse que la inteligencia especulativa se hace por extensión práctica: en este caso,

el conocimiento de la verdad se extiende o aplica a la dirección de la obra.

Por eso aquellos autores salmantinos afirmaban que la parte primera de la

filosofía especulativa es la que versa sobre los objetos más teóricos, los más

independientes de nuestro obrar. A su vez, la parte primera de la filosofía práctica

es aquella que trata de la obra más noble y universal: tal es la ética, que versa sobre

todo lo agible humano; la segunda parte es la tecnología, que se ocupa de lo

factible humano. Siempre se dijo que lo agible –asentado en el alma– es más noble

que lo factible –asentado también en el cuerpo–; y es también más universal, pues

se extiende a toda la vida humana, incluso la de todos los hombres, mientras que lo

factible se limita a una u otra porción de lo humano.

3. Teniendo en cuenta la “teoricidad analógica” de la ética, puede decirse que

esta se comporta con la psicología –de la que recibe algunos principios– de la

misma manera que la medicina con la somatología54

. Esta comparación la aduce el

mismo Aristóteles en varios sitios55

. En la somatología habría que incluir hoy la

anatomía, la histología, la neurología, la fisiología, la endocrinología, etc. La

medicina, que trata de la enfermedad, queda subalternada a la somatología, la cual

incluye un perfecto conocimiento del cuerpo humano. La salud y la enfermedad

son afecciones y propiedades del cuerpo vivo humano, siendo imposible conocerlas

si se ignora lo que es el cuerpo mismo animado y cómo funciona. Ni es posible

aplicar un remedio oportuno si no se conoce perfectamente la enfermedad. Por eso,

el buen médico tiene previamente conocimiento de la naturaleza concreta y de las

propiedades del cuerpo humano.

Pues bien, de la misma manera que la medicina se refiere al cuerpo, la ética se

refiere al alma. Y si la medicina trata del bien y del mal corporal –de la salud y de

la enfermedad–, la ética trata del bien y del mal del alma –de las virtudes y de los

vicios, pues la virtud viene a ser la salud y vigor del alma, mientras el vicio es su

enfermedad y debilidad.

54 Cfr. S. Ramírez, De ipsa philosophia in universum (2 tomos), Madrid C.S.I.C., 1970, 260-263.

55 Ethic. Nicom. I, cap. 13, n. 7-8 (II, 13, 16-25); De sensu et sensato, cap. 1 (III, 476, 18-24);

también en De respiratione, cap. 21 (III, 551, 15-24).

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22 Juan Cruz Cruz

Y al igual que la medicina no es la somatología, tampoco la ética es la

psicología. El somatólogo halla los principios primeros y universales de la salud y

de la enfermedad, mientras que los principios particulares son considerados por el

médico, que es el artífice activo de la curación: bajo su propósito considera lo

singular, puesto que las acciones existen en los singulares. Es cierto que la salud es

causada a veces por la misma naturaleza y, en tal sentido, pertenece a la

consideración del somatólogo, a quien compete estudiar las obras de la naturaleza;

pero otras veces la salud es causada por el arte, y en tal sentido es considerada por

el médico. Ahora bien, el arte no causa “por principio” la salud, sino que coadyuva

a la naturaleza, la sirve; y en tal sentido, el médico toma del somatólogo –que es el

principal– los principios de su ciencia.

4. Lo que la ética considera en verdad son la relaciones de los actos humanos a

los principios (normas, leyes) que los rigen. A esa relación se llamó “moralidad”, la

cual es una propiedad del acto voluntario libre: “el género de lo moral comienza

allí donde primeramente se encuentra el dominio de la voluntad”56

. En tal sentido,

un acto es bueno o malo, o sea, concuerda con el orden y la dirección que la recta

razón determina hacia el fin último del hombre, o se separa de él. La moralidad es

el orden que la razón, con su propia actividad, hace en las operaciones de la

voluntad57

. De modo que el objeto propio de la ética es la operación humana

ordenada al fin último; o sea, el acto humano libre en cuanto regulable por la razón

en orden al fin último del hombre.

De un lado, el acto libre es considerado propiamente por la psicología como

acto vital, o sea, oriundo de la voluntad deliberada, procedente del hombre que

obra con el dominio de la voluntad, de suerte que en su poder está ponerlo u

omitirlo, sin que en esta faena contemple su regulabilidad o su ordenación al fin

último de toda la vida humana. De otro lado, la ordenabilidad o regulabilidad –

conforme a la cual surge la bondad o la malicia, o sea, la moralidad de los actos–

comparece como un accidente propio de los actos humanos, puesto que le conviene

al acto humano de modo único, completo y permanente; pero no en cuanto ese acto

es precisamente vital y psíquico –que es emitido o imperado por la voluntad y que

permanece en ella o en las facultades imperadas–, sino en cuanto se refiere u

ordena al fin último de toda la vida humana. Pero mirado formalmente, no es un

accidente psicológico ni pertenece a la pura psicología, sino un accidente moral, o

sea, de otro género, aunque necesariamente ligado a la entidad psíquica del acto

libre.

Esto significa que la ética no está contenida en la psicología como parte de ésta;

ni su objeto propio es parte del objeto psíquico –como, por ejemplo, la planta es

parte del cuerpo natural, y la botánica es parte de la biología–.

Justo por eso se decía, de una manera sumamente exacta y sutil, que la ética

sólo está subalternada a la psicología, lo cual significa que en la psicología tienen

explicación causal (propter quid) aquellos elementos que en la ética son sólo

designados fácticamente (quia). Tampoco el objeto de la medicina es parte del

56 In II Sent, d.24, q.3, a.2 c.

57 In I Eth. lect. 1, n.1.

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La ley natural configurada por la inteligencia 23

objeto la somatología. Y si bien el cuerpo sanable es el cuerpo natural, no es objeto

de la medicina en cuanto es sanable por la naturaleza, sino por el arte. En la

sanación médica, el arte ayuda a la naturaleza, porque, teniendo como presupuesto

las fuerzas naturales, la salud es perfeccionada con el auxilio del arte. A su vez, el

conocimiento causal (propter quid) de la operación técnica se basa en las

propiedades de las cosas naturales58

.

Por la peculiar índole del accidente moral –que al acto humano le es

materialmente propio y, a la vez, formalmente extraño– surge la conexión y

dependencia necesaria de la ética respecto a la psicología; tal accidente incluye un

grado especial de conocimiento y, correspondientemente, un modo especial de

definición, predicación y demostración.

En resumen, lo que hay de psíquico y vital en el acto libre –como lo intelectual

y lo afectivo– es un presupuesto respecto a lo formalmente moral; esto segundo no

se refiere a lo primero como una parte, sino como un accidente que le sobreviene,

un anexo de otra índole.

5. Se puede entender ahora la índole de la “teoricidad analógica” de la ética:

pues las conclusiones de la psicología se comportan como principios propios o

apropiados de la ética. Por ejemplo, las conclusiones psicológicas acerca de las

facultades psíquicas, de los hábitos operativos, de los actos humanos vitales, de los

sentimientos, etc., son los principios de la ética que trata de las virtudes y de los

actos humanos morales, en cuanto buenos o malos. Y de la misma manera que las

facultades y los hábitos operativos se especifican por los propios actos vitales en

orden a sus objetos propios físicos, así las virtudes morales se especifican por los

propios actos morales en orden a sus propios objetos morales, o sea, como

sometidos a las reglas y leyes morales. Así es como la ética recibe de la psicología

sus principios primeros.

El primer principio de la ética determina el verdadero fin último objetivo de

toda la vida humana; porque el fin en los asuntos de la vida práctica se comporta lo

mismo que el principio en los asuntos especulativos. Pero es la psicología la que

demuestra el verdadero fin último de toda la vida humana: por ejemplo, que el

alma es esencialmente espiritual e inmortal, y por tanto no es generable ni

corruptible, o sea, sacada de la potencia material, sino únicamente creable de la

nada. Y así se lo muestra la psicología a la ética.

Conviene insistir en que los atributos o predicados que tiene el acto humano en

cuanto moral no son los mismos que tiene en cuanto psíquico: en aquél hay otro

nivel de conocimiento. En cuanto psíquico, el acto queda referido al principio del

que se origina, a la causa eficiente; pero en cuanto moral, queda referido al fin

respecto al cual se ordena. Se puede entonces hablar de un bien y de un mal

psíquico y de un bien y de un mal moral. Por el simple bien psíquico –por ejemplo,

la salud mental– nadie es alabado o premiado; esto último ocurre cuando

comparece en un orden moral; tampoco es nadie vituperado o castigado por un

mero defecto psíquico –una depresión–. En cambio alabamos al hombre

58 Cfr. S. Ramírez, De ipsa philosophia in universum (2 tomos), Madrid C.S.I.C., 1970, 263-265.

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24 Juan Cruz Cruz

moralmente bueno y vituperamos al inmoral o malo. Porque los bienes y los males

morales dependen de nuestra voluntad; pero los males físicos y psíquicos son

independientes de ella. Un acto psicológicamente perfecto –consciente y

voluntario– puede ser moralmente pésimo. En cualquier caso, no hay un acto

verdaderamente moral si no es antes verdaderamente psicológico.

Por lo dicho se entiende suficientemente la tesis clásica de que la ética, en

cuanto es propia y estrictamente ciencia, está subalternada a la psicología59

. Nadie

puede llamarse “filósofo moral” si carece de un conocimiento amplio de la

psicología, disciplina en la que ha de hundir sus raíces científicas.

Quizás nunca como en el pensamiento contemporáneo se ha llegado al extremo

de confundir la ética con la psicología. Desde Hume y Locke, pasando por Stuart

Mill, no han dejado de aparecer intentos “psicologistas”, seriamente denunciados

por Husserl60

.

Ahora bien, aunque la ética se mueve en un nivel de conocimiento que está

subalternado al de la psicología, no está contenida en esta como una especie bajo

un género: en realidad la ética no es una especie, sino un cierto género, bajo el cual

se contiene la moral individual, la moral familiar y la moral social o política. Sólo

de una manera impropia y reductiva podría decirse que la ética es una especie

contenida bajo la psicología; porque en sentido propio posee un nivel de

conocimiento especial.

6. Es preciso aclarar que tanto la psicología como la ética tratan de entidades

móviles y contingentes, pero no en cuanto son móviles y contingentes en

particular: sólo consideran los aspectos universales que abstraen de lo particular

material; y son esos aspectos lo que de inmóvil y necesario hay en lo mutable.

Hay aspectos de las cosas mutables –decía Aristóteles– que son inmutables, por

ejemplo, que el hombre es animal. Y todo lo que se sigue de la naturaleza, como las

disposiciones, las acciones y los movimientos, sufren mutación en muy pocos

casos. Por eso, de las cosas móviles puede haber ciencia de aquello inmóvil que en

ellas se expresa. De ahí que la psicología, como filosofía natural, sea “ciencia” de

las cosas móviles –generables y corruptibles–, pero no en tanto que son particulares

y sometidas a la generación y corrupción; sólo considera los aspectos universales

que tienen alguna necesidad y permanecen siempre. Y porque los aspectos

universales de las cosas contingentes son inmutables, pueden darse demostraciones

de ellas. También los aspectos universales de los actos humanos morales son

inmutables y necesarios; y conforme a ellos se hacen las demostraciones de la

ética. Al igual que ocurre en la psicología, la ética posee principios evidentes e

inmutables, de los que se deducen conclusiones necesarias y universales; por

ejemplo, el juicio universal acerca de nuestras obras: “no hay que robar”, “no hay

59 Cosmas Alamannus, Summa Philosophiae, Logica, q. 35, a3 ad4 (ed. Felchlin et Beringer, t. I, p.

372, París, 1885). Joannes a Sancto Thoma, Cursus Philosophicus, Logica, q 27, a.1, ad 1m (ed.

Reiser, t. I, p. 826-827).

60 E. Husserl, Investigaciones lógicas, trad. J. Gaos, 2 ed. Madrid 1967, vol. 1, pp. 82-83. W.

Scjuppe, “Psychologismus und Normcharakter”, Archiv für systematische Philosophie, VII (1901) 1-

22. H. Pfeil, Der Psychologismus im englischen Empirismus, Paderborn 1934.

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La ley natural configurada por la inteligencia 25

que mentir”, “no hay que hacer injusticia”. Y así es inmutable y necesario todo lo

que pertenece a la ley natural, tanto los principios como las conclusiones que se

deducen de ellos por demostración.

Se entiende así que la ética es ciencia, y no prudencia –una virtud moral–, su

proceder es especulativo acerca de las cosas morales, como son la esencia del acto

y el hábito bueno o malo; y lo hace definiendo, dividiendo y argumentando,

conforme a sus razones verdaderamente necesarias e inmutables; y de modo

semejante se comporta la psicología acerca de las facultades, los hábitos y los actos

en cuanto son vitales.

7. Pero sería erróneo hacer de la ética una ciencia puramente especulativa, como

la psicología: porque se ordena naturalmente a establecer las reglas que dirigen los

actos humanos; por eso debe descender a considerar los asuntos morales también

en particular, pues la ciencia práctica se perfecciona en lo particular. Y en este

extremo es donde los autores salmantinos encontraban dificultad para extablecer un

límite preciso, bajo tres consideraciones61

.

Primera, el descenso que la ética realiza hacia lo existente no llega hasta los

objetos particulares y singulares para dirigir lo concreto y personal: esto lo hace esa

forma de razón práctico-moral que es la prudencia.

Segunda, si la prudencia llega hasta los singulares determinados, la ética como

ciencia, por mucho que descienda, se detiene en los singulares “vagos”, o sea,

aquellos que presentan cierta generalidad o indeterminación: “La ética desciende,

como mucho, hasta los singulares vagos (vaga). Pues se requiere la prudencia para

dirigirse a los singulares determinados y para actuar aquí y ahora, conforme a las

circunstancias individuales. Pero este punto no es alcanzado por la ética, porque

llegar hasta la acción que hay que ejercer aquí y ahora lo hace la razón práctica en

forma de prudencia. La ética evidentemente pertenece a la razón especulativa,

aunque se llame hábito práctico sólo desde el punto de vista de la especificación y

por su inserción en el sujeto. Ciertamente puede llamarse práctica, pero no actúa

de modo práctico, sino especulativo. En realidad puede ocurrir que haya un

filósofo moral muy entendido, pero perverso y depravado en sus acciones”62

.

Este “singular vago”, como límite inferior de la ética, fue afanosamente tratado

por la tan denostada “casuística” del Siglo de Oro. Como una plausible

manifestación epocal de la ética surgió la casuística, a cuyas virtualidades y

competencias apenas se ha acercado con justicia todavía un estudio serio. Los

modernos no quisieron ver en ese tratamiento de la “generalidad en los casos” un

excelente modo fenomenológico –y una oportunidad– de aproximar la ética a su

objeto propio.

Cuanto más se desciende a lo particular tanto menor es la necesidad e

inmovilidad, menor la abstracción y menor la certeza. Si las proposiciones morales,

incluso las universales, se comparan con las matemáticas y metafísicas, son

61 Cfr. S. Ramírez, De ipsa philosophia in universum (2 tomos), Madrid C.S.I.C., 1970, 267-270.

62 Gregorio Martínez, Commentaria super I-II Divi Thomae (Toledo 1622), q. 57, a. 5, dub. 2, ad

ultimam obiectionem, p. 214b-215a.

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26 Juan Cruz Cruz

inciertas y variables; pero todavía hay más incertidumbre si se desciende más para

conseguir hacer una doctrina de los singulares en especial. Vista desde esta

perspectiva, la ética es menos abstracta y menos cierta que la psicología, a la que

está subalternada. Pero también es incuestionable que tiene más complejidad que la

psicología.

El nivel cognoscitivo de la ética, tomada en toda su amplitud, aunque es

semejante y proporcionado al de la psicología, posee una índole peculiar, en razón

de que se ordena a la praxis de la vida moral para dirigirla y regularla. De un lado,

enfoca un extremo inferior al que ni siquiera llega la psicología; de otro lado,

enfoca un extremo superior, más íntimo y sapiencial –el de la virtud, el de la vida

esforzada–, que también escapa a la psicología. En razón del enfoque práctico, de

una parte, y del enfoque contemplativo, de otra parte, el nivel cognoscitivo de la

ética difiere del que es propio de la psicología.

b) Dos especies de intelecto en el acto prudencial

1. Suele ocurrir que quienes no poseen una ciencia universal son más expertos

acerca de algunas cosas particulares que aquellos que la tienen. Por ejemplo, si un

médico conoce teóricamente que un tipo de carnes son muy digestibles y sanas,

pero no sabe identificarlas concretamente, no podrá traer la salud. Pero el que sabe,

por ejemplo, que las adecuadas son las carnes de volátiles, podrá provocar la

salud. Con este ejemplo me estoy refiriendo a la razón práctico-moral, la

prudencia, la cual no sólo recibe los universales, sino que conoce los singulares,

justo por ser principio directivo del obrar concreto. Ahora bien, como la prudencia

es una “razón práctica” es preciso que el hombre prudente tenga una y otra noticia,

a saber, la universal y la particular; y muy especialmente, la noticia de los

particulares63

.

2. Si la “sabiduría” (sapientia) es la virtud intelectual más principal en el orden

especulativo, la “prudencia” (prudentia) lo es en el orden práctico. Y si la sabiduría

lleva entrañado al intelecto de los principios universales, la prudencia incluye el

intelecto de los principios particulares.

En realidad la prudencia encierra algo así como dos tipos de “intelecto”: uno

más alto, en cuyos primeros y universales principios ha de apoyarse para concluir

los modos de obrar humano moralmente correctos. Estos principios primeros han

de acompañar en su discurso a la premisa mayor. El otro intelecto está en un nivel

más bajo, y mira a lo singular que, compareciendo como término de referencia del

acto prudencial, se presenta en la premisa menor.

A los dos les llama Santo Tomás “intelecto”; porque el intelecto versa sobre

“extremos”, entendiendo por extremo aquello primario de lo que se deriva otra

cosa. En tal sentido el intelecto versa sobre los primeros extremos que comparecen

en el conocimiento especulativo y en el práctico. Habría así un doble intelecto. Uno

63 In VI Ethic, lect. 6, n. 11.

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La ley natural configurada por la inteligencia 27

dirigido a términos primeros e inmóviles presentes en las demostraciones que

proceden de los términos primeros o principios indemostrables, que son lo inmóvil

y primeramente conocido: el conocimiento que se tiene de ellos no puede ser

eliminado del hombre. Otro intelecto, el del orden práctico, versa sobre unos

extremos distintos, a saber, singulares y contingentes, y se expresa en una

proposición que no es universal como la premisa mayor de un silogismo, sino

singular, la cual actúa como la premisa menor en el silogismo práctico64

.

Por estar volcado a lo concreto, el intelecto que versa sobre los principios

operables se apoya en la experiencia y la edad, perfeccionándose por la prudencia;

de ahí resulta necesario atender a lo que opinan e indican, acerca de las cosas

operables, los hombres expertos, los ancianos y los prudentes, los cuales, aunque

no hagan demostraciones, aportarán mucho más que las demostraciones.

Semejantes personas, que están cargadas de experiencia y por tanto de juicios

rectos sobre las cosas operables, ven los principios de las cosas operables. Y los

principios son más ciertos que las conclusiones de las demostraciones65

.

3. En la psicología del Aquinate, la facultad cognoscitiva que, en el proceso

prudencial, es capaz de llevar lo singular al ámbito cognoscible, o sea, a acoger en

el límite de lo sensible lo singular, se llama “cogitativa”, la cual funciona, para la

prudencia, como un “intelecto”, pero un intelecto práctico.

El motivo por el que a la “cogitativa” se le llama de esa manera es porque el

intelecto versa sobre los principios. Y no se debe olvidar que los singulares, a los

que se refiere el intelecto, son principios que actúan como causas finales. También

se podría decir que los singulares tienen índole de principios porque de ellos se

saca lo universal. Pues del hecho de que una hierba provoca tal tipo de salud, se

concluye que esa especie de hierba vale para sanar. Como los singulares se conocen

propiamente mediante los sentidos, es preciso que el hombre tenga sensación no

sólo exterior, sino también una percepción interior más integradora y con más

fuerza de elevación cognoscitiva. A ella corresponde la prudencia, a través de esa

forma de sentido interior que se llama cogitativa o estimativa. Y por tal motivo ese

64 “Intellectus sit circa extrema. Et dicit [Philosophus] quod intellectus in utraque cognitione,

scilicet tam speculativa quam practica, est extremorum, quia primorum terminorum et extremorum, a

quibus scilicet ratio procedere incipit, est intellectus et non ratio. Est autem duplex intellectus.

Quorum hic quidem est circa immobiles terminos et primos, qui sunt secundum demonstrationes,

quae procedunt ab immobilibus et primis terminis, idest a principiis indemonstrabilibus, quae sunt

prima cognita et immobilia, quia scilicet eorum cognitio ab homine removeri non potest. Sed

intellectus qui est in practicis, est alterius modi extremi, scilicet singularis, et contingentis et alterius

propositionis, idest non universalis quae est quasi maior, sed singularis quae est minor in syllogismo

operativo”. (In VI Ethic, lect. 9, n. 13).

65 “Intellectus, qui est principiorum operabilium, consequitur experientiam et aetates et perficitur per

prudentiam; inde est, quod oportet attendere his quae opinantur et enuntiant circa operabilia homines

experti et senes et prudentes, quamvis non inducant demonstrationes, non minus quasi ipsis

demonstrationibus, sed etiam magis. Huiusmodi enim homines, propter hoc quod habent ex

experientia visum, idest rectum iudicium de operabilibus, vident principia operabilium. Principia

autem sunt certiora conclusionibus demonstrationum” (In VI Ethic, lect. 9, n. 20).

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28 Juan Cruz Cruz

sentido se llama intelecto, que versa en este caso sobre objetos sensibles o

singulares66

.

Ese intelecto que discrimina perfectamente los singulares en el orden práctico

no sólo se comporta como un principio –al igual que ocurre en el orden

especulativo–, sino también como un fin. Pues en el orden especulativo las

demostraciones proceden de los principios captados por el intelecto; pero de tales

principios no se dan demostraciones. Ahora bien, en el orden práctico, las

demostraciones no sólo proceden de aquellos principios que son los singulares,

sino que se dan peculiares demostraciones de ellos. Por lo tanto es necesario que en

el silogismo práctico, conforme al cual la razón mueve a obrar, sea singular la

premisa menor y también la conclusión que hace derivar el mismo operable, que es

singular67

.

4. En fin, también la “ciencia” y la “prudencia” guardan cierta coherencia con el

intelecto, que es el hábito de los principios. Pues el intelecto versa sobre ciertos

términos o extremos, es decir, principios indemostrables, de los que no cabe dar

razón, porque no pueden ser probados racionalmente, sino que se conocen de

inmediato. Pero la prudencia versa sobre un extremo, a saber, el singular operable,

que necesariamente ha de ser tomado como principio en el orden práctico; y de ese

extremo no hay ciencia, porque no se prueba racionalmente. Más bien, sobre él

recae el sentido: es percibido por un sentido, no ciertamente por aquel que percibe

las especies de los sensibles propios –como el color, el sonido y semejantes– que es

un sentido propio; sino un sentido interior que percibe los objetos expuestos en la

imaginación: la cogitativa. La prudencia, pues, conviene con el intelecto en versar

sobre un extremo68

.

66 “Quare autem huiusmodi extremi dicatur intellectus, patet per hoc, quod intellectus est

principiorum; haec autem singularia, quorum dicimus esse intellectum huiusmodi, principia eius sunt

quod est cuius gratia, id est sunt principia ad modum causae finalis. Et quod singularia habeant

rationem principiorum, patet, quia ex singularibus accipitur universale. Ex hoc enim, quod haec herba

fecit huic sanitatem, acceptum est, quod haec species herbae valet ad sanandum. Et quia singularia

proprie cognoscuntur per sensum, oportet quod homo horum singularium, quae dicimus esse principia

et extrema, habeat sensum non solum exteriorem sed etiam interiorem, cuius supra dixit esse

prudentiam, scilicet vim cogitativam sive aestimativam, quae dicitur ratio particularis. Unde hic

sensus vocatur intellectus qui est circa singularia” (In VI Ethic. lect. 9, nn. 14-15).

67 “Intellectus, qui est bene discretivus singularium in practicis, non solum se habet sicut principium,

sicut in speculativis, sed etiam sicut finis. In speculativis enim demonstrationes procedunt ex

principiis quorum est intellectus; non tamen demonstrationes dantur de eis. Sed in operativis,

demonstrationes et procedunt ex his scilicet singularibus, et dantur de his scilicet singularibus.

Oportet enim in syllogismo operativo, secundum quem ratio movet ad agendum, esse minorem

singularem, et etiam conclusionem quae concludit ipsum operabile, quod est singulare” (In VI Ethic.

lect. 9, nn. 19-20).

68 Dicit ergo primo, quod tam scientia quam prudentia sunt susceptibiles, vel attingibiles (secundum

aliam litteram) intellectui, idest habent aliquam cohaerentiam cum intellectu, qui est habitus

principiorum. Dictum est enim supra; quod intellectus est quorumdam terminorum sive extremorum,

idest principiorum indemonstrabilium, quorum non est ratio, quia non possunt per rationem probari,

sed statim per se innotescunt. Haec autem, scilicet prudentia, est extremi, scilicet singularis operabilis,

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La ley natural configurada por la inteligencia 29

No obstante, existe una diferencia clara entre el intelecto y la prudencia: el

intelecto no es indagador, inquisitivo; en cambio, la prudencia inquiere e investiga,

pues depende del consejo: aconsejar e indagar difieren entre sí como lo propio y lo

común69

.

3. De todo lo dicho se comprende que esta facultad “cogitativa” se llame a la

vez, en el orden práctico, “sentido”, “intelecto” y “razón”.

Se llama “sentido”, porque versa sobre lo singular sensible; y se llama

“intelecto”, porque eso singular, en tanto que estimado y comparado o juzgado,

queda ciertamente en la premisa menor de la conclusión práctica. La estimación

que se refiere a un fin particular se llama, de un lado, intelecto, en cuanto se refiere

a un principio; y, de otro lado, sentido, en cuanto se refiere a lo particular70

.

Asimismo, al igual que en el orden de lo universal el intelecto hace un juicio

absoluto de los primeros principios, y la razón discurre de los principios a las

conclusiones, también acerca de los singulares la facultad “cogitativa” del hombre

se llama intelecto por hacer un juicio absoluto de los singulares; y se llama razón

particular porque discurre de una cosa a otra71

.

quod oportet accipere ut principium in agendis: cuius quidem extremi non est scientia, quia non

probatur ratione, sed est eius sensus, quia aliquo sensu percipitur, non quidem illo quo sentimus

species propriorum sensibilium, puta coloris, soni et huiusmodi, qui est sensus proprius; sed sensu

interiori, quo percipimus imaginabilia, sicut in mathematicis cognoscimus extremum trigonum, idest

singularem triangulum imaginatum, quia etiam illic, idest in mathematicis statur ad aliquod singulare

imaginabile, sicut etiam in naturalibus statur ad aliquod singulare sensibile. Et ad istum sensum, idest

interiorem, magis pertinet prudentia, per quam perficitur ratio particularis ad recte aestimandum de

singularibus intentionibus operabilium. Unde et animalia bruta, quae habent bonam aestimativam

naturalem dicuntur participare prudentia. Sed illius sensus, qui est circa propria sensibilia, est

quaedam alia species perfectiva, puta industria quaedam discernendi colores et sapores et alia

huiusmodi. Et ita prudentia convenit cum intellectu in hoc, quod est esse alicuius extremi” (In VI

Ethic. lect. 7, nn. 20-21).

69 “Deinde cum dicit: quaerere autem etc., ostendit differentiam inter prudentiam et intellectum.

Intellectus enim non est inquisitivus; prudentia autem est inquisitiva: est enim consiliativa. Consiliari

autem et quaerere differunt sicut proprium et commune. Nam consiliari est quoddam quaerere, ut in

tertio dictum est” (In VI Ethic. lect. 7, n. 22).

70 “Ipsa recta aestimatio de fine particulari et intellectus dicitur, inquantum est alicuius principii; et

sensus, inquantum est particularis. Et hoc est quod philosophus dicit, in VI Ethic., horum, scilicet

singularium, oportet habere sensum, hic autem est intellectus. Non autem hoc est intelligendum de

sensu particulari quo cognoscimus propria sensibilia, sed de sensu interiori quo de particulari

iudicamus” (STh II-II, q .49. a-2 ad 3).

71 “Sicut pertinet ad intellectum absolutum in universalibus iudicium de primis principiis, ad

rationem autem pertinet discursus a principiis in conclusiones, ita etiam circa singularia vis cogitativa

hominis vocatur intellectus secundum quod habet absolutum iudicium de singularibus. Unde ad

intellectum dicit pertinere prudentiam et synesim et gnomen. Dicitur autem ratio particularis,

secundum quod discurrit ab uno in aliud” (In VI Ethic. lect. 9, n. 21).