La mañana del robot

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  • 7/27/2019 La maana del robot

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    La maana del robot

    El olor a cable quemado se le meti en sueos y lo llev de vuelta a la piecita del City Orleans.Un cubo oscuro que se pona fosforescente cada vez que la estufa elctrica daba el peridicocloc y los tubitos viraban a un naranja solar. Entonces Erman poda ver lo que lo rodeaba yverificar que las cosas en su vida no haban salido segn lo planeado. Una silla chueca como

    nico ropero, una valija destripada, manuales de mecnica fina y paquetes vacos de galletitassurtidas.

    Necesitaba un robot. Pero el contrabandista peruano (importador, se corrigi para susadentros) que se lo haba prometido era imprevisible: poda estar cosechando repollos en laribera balda de Costanera Sur, desayunando hamburguesas con queso en la cafetera dealguna YPF o bailando huaynos en el tugurio de la calle Moreno.

    Erman trat de estirar el campo magntico del sueo y hundirse en las partes mullidas delcolchn, las que todava no llegaban a licuarse entre los listones de la cama. Haca fro y erademasiado temprano para un hombre sin empleo. Flot durante algunos minutos en esa zona

    difusa del entendimiento, una semi-vigilia blanda, pero incluso ese estado, para l, haba dejadode ser un espacio de confort. Los signos de malestar se entrometan a cada rato. Se habatomado dos fernet en el bingo y, al bostezar, una especie de marea agridulce y espumosa lesubi desde la boca del estmago.

    Se levant de a poco, aplazando el momento de tocar el piso helado. Se puso las medias y lospantalones y se acerc a la ventana. Se colaban hilos de un resplandor gris. La persiana estabatorcida y era riesgoso bajarla antes de ir a dormir, porque muchas veces el rollo se atascaba yera imposible remontarla. Pero esta vez la correa cedi dcilmente y Erman tuvo que parpadearunas cuantas veces hasta acostumbrar la vista a ese principio de claridad. La ciudad ya sehaba puesto en marcha y apenas terminaba de amanecer: una luz turbia flotaba sobre el

    mausoleo de Rivadavia, una especie de halo de plomo. Envuelta en una frazada, la gordaFanny asaba chorizos verdosos y descuartizaba una paloma sobre una parrilla montada a veintecentmetros del suelo. Tres o cuatro albailes se arrimaban para hacerse de la vianda de mediamaana. Una caterva de colectivos tronaba por las calles perimetrales.

    Haba vendedores de chip y oficinistas soolientos. Peones de matarife que descargabanreses de camiones frigorficos. Dominicanas imponentes taconeando de vuelta a las pensiones.Predicadores que voceaban apocalipsis ultragalcticos. Pungas escurridizos, inspectorestruchos, mucamas, curas, promotoras. Todos bullan en el espeso caldo de Plaza Miserere, enese prodigio anmalo de vrtigo y armona.

    Erman tom un par de vasos de agua de la canilla, se cepill los dientes, se calz los guantes ybaj las escaleras soplando vapor. Esquiv el trfico hasta la plaza. Los autos ya habanapagado las luces, pero un par de faroles municipales proyectaban un brillo tardo y aguachentosobre el asfalto.

    Si hubiera tenido que hacer una seleccin trgica del ltimo mes, Erman habra destacado treshitos dispares pero complementarios en la tarea de devastarle el nimo: el solitario entierro desu padre en Quilmes, el momento en que el laboratorio rechaz su prototipo de un nuevovaporizador, y el minuto y medio durante el cual su ex mujer le dijo cuatro veces pelotudodelante de Caleb.

    Finalmente haba asumido su existencia como una derrota completa, y desde esa asuncin, poralgn motivo, comenz a captar con mayor minucia e intensidad las pequeas seales deeuforia que le daba el mundo. Le gustaban los cachetazos de viento fro, le gustaba meterse enlos vestuarios de algn complejo de ftbol 5 para darse una ducha caliente a mitad de la tarde yatender la evolucin cromtica de la flora callejera. Se haba vuelto un detallista. Clasificaba los

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    Por la puerta del fondo asom el Inca Adriel, que hizo un ademn invitndolo a pasar.

    El pasillo se caa a pedazos, pero el aguantadero era un departamento bastante pulcro y bienequipado. Haba demasiada gente y varias mquinas ruidosas funcionando al unsono. El llantode un beb le daba un toque orgnico al batifondo.

    El anfitrin lo gui a travs de un par de ambientes donde se apilaban cajas, bolsas de semillasy rollos de goma eva fajados en cintas estampadas con ideogramas. Llegaron a un depsito en

    penumbras y el Inca se meti en un claro que se abra en medio de una muralla deencomiendas. Revolvi algunas cosas y sac un paquete azul metalizado en el que se ergua,espectacular, el robot que tena reservado para Caleb.

    Entrecerrando un ojo por el humo del pucho que se acortaba entre sus labios, el importadormaniobr elpackagingcon criterio y dej el robot a la intemperie. Un silbido seductor, unaespecie de shif, musicaliz la apertura. Era un chiche de una belleza poco frecuente: la corazagris, los puos y las botas cromados, un escudo ninja dorndole el pecho y una carga de misilesa la altura de los omplatos. Tena unos cuantos detalles de diseo. Pareca de un plsticobastante slido.

    Es perfecto dijo Erman.

    Ha visto, mi seor.

    Veinte pesos habamos quedado, no?

    Veinticinco.

    Habamos quedado veinte

    Ya lo s, pero al final me lleg esta partida y, como habrs de ver, es otra calidad. Esto no esun simple juguete, mi seor, es una mquina. Sabidura china y tecnologa de punta. Fjate enesto.

    El Inca presion un botn en la parte trasera del artefacto, ah donde ira el culo, y los ojos deacrlico centellearon y baaron el ambiente de rojo. El efecto fue acompaado de un zumbidoelctrico, como el rumor de una colmena androide, y de un lento vaivn de los brazos del robot.Luego el peruano activ una palanquita lateral y los misiles amagaron salir disparados con unchasquido, pero estaban encastrados y slo generaban una ilusin de ataque. Bastanteconvincente, por cierto.

    El Inca retir las pilas que le haba insertado al comienzo de la demostracin y se las guard enel bolsillo.

    Erman se estaba quedando seco, pero esa cosa vala la pena. Se imagin la cara de felicidadde Caleb y desembols los dos belgranos y un san martn. Eran las nueve y veinte de lamaana y tena un poco de hambre.

    Le quedaban siete pesos, y todava tena que comprar las pilas. Pens que poda conseguir uncortado y una medialuna de grasa por dos pesos y monedas y quedarse con un resto para pasarla maana. Le haba encargado un choripn a Fanny, pero en cualquier caso poda cancelarlo.En Tucumn dobl a la derecha. Estaba a apenas tres cuadras de la casa de su hi jo y esacercana le propici un temblor en las rodillas y una taquicardia benigna. Temi que fuerademasiado temprano. Un desayuno le vena justo para matar el tiempo.

    Al llegar a Pasteur se encontr con una oferta de tres bares: El Viejo Henry, en la esquina,pareca una opcin segura. Haba uno recin inaugurado el Catriel, donde unos operariosinstalaban un telfono pblico y otro de nombre Caoba, una pequea confitera atendida pormeseras maquilladas y de tetas grandes. Entr en este ltimo y se sent junto a la ventana. Una

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    chica de blusa blanca y moo bord le tom el pedido y le entreg el diario. No era un granconsumidor de noticias. Ley solamente la tapa: Brasil gan el Mundial por penales, israeles ypalestinos chocan en Gaza, comienza la veda de trnsito en el macrocentro y un fragmento delcometa Shoemaker-Levy 9 se desintegra tras ser atrado por la fuerza de gravedad de Jpiter.Una foto cedida por la NASA documentaba la colisin: una mancha blanca contra la sombraatmsfera del planeta.

    Erman record que el pastor Policarpio haba comentado algo al respecto en su atronador salmo

    matutino. Trataba de entender los fundamentos astronmicos del incidente cuando la mesera ledej el cortado en vaso y una medialuna desgajada. Le ech azcar al caf y sumergi la puntacrocante de la factura hasta casi desintegrarla. Mastic y trag con voracidad. Consult el relojde pared. Faltaban nueve minutos para las diez.

    Afuera la gente corra del fro. Las balizas de una furgoneta de Sacaan guiaban en doble fila. Elveterano que estaba al volante descarg algunas cajas en una galletitera. El acompaante, quepareca ser su hijo, fue hasta el quiosco de la esquina. Erman evoc los bigotes y la pelada delpadrino de la panificacin, su sonrisa ladina en el eplogo de una publicidad anacrnica.

    Yo, Carlos Sacaan, lo garantizo.

    Detrs del camioncito haba un Renault 20, a pocos metros un volquete con escombros y unbarrendero de Manliba que peinaba con parsimonia las bocas de tormenta. Un comerciante sebaj de un auto para intercambiar paquetes en un local de bagatelas importadas que sedespachaban a un promedio de dos pesos. Por lo dems, Erman not que haba dejado atrs elhormigueo medular de Once. Un tempo casi suburbano dominaba la cuadra. Por el balcn de unprimer piso se asomaba una seora abrigada de entrecasa; un deshabill con arabescos leembuta las carnes violceas. El trnsito pareca suspendido en una especie de limbo. Nocirculaban autos. Un patrullero vaco dorma contra el cordn.

    Erman dej treinta centavos de propina y, con el robot a upa, se aboton la campera para volver

    a la calle.

    Al salir ya no sinti fro. Un viento elctrico lo zarande como a una mariposa y qued aleteandoen una especie de nube prpura. Una nube densa que vir a rosa y luego a blanco y finalmentese deshizo en un remolino de holln. Hubo una turbulencia, una descarga abrasiva y una bolsade truenos vacindose en su cabeza. Al cabo de unos segundos el paisaje se recompuso, perolo nico que vio Erman fueron las baldosas acanaladas de la vereda, el acero doblado de unatapa de alcantarilla y una cascada de cenizas que se le vino encima en ralenti. Cuando ese velooscuro se corri, la fachada del edificio de enfrente se derram en un alud de piedras y vidrios ymetales y papeles. Todo decantaba a su tiempo, sin apuro. Entonces escuch una serie degritos, la alarma de un coche y despus hubo silencio, como si lo hubieran envasado al vaco.

    Intent pararse, pero algo muy filoso se le clavaba en la palma derecha cada vez que seapoyaba para hacer fuerza. No saba cmo resolver ese intrngulis. Un charco de sangre sediseminaba a su alrededor, pero supuso que era de otro, tal vez de algn animal degollado o deun tiroteo nocturno. Se culp por circular en una zona de demoliciones. Cunta imprudencia, porDios.

    Segua lloviendo polvo y campeaba la estela tornasolada del primer fulgor. Logr ponerse depie. Camin entre la neblina y tosi unas cuantas veces. Apestaba a amonaco. Se top con unamujer que lo agarr de una manga y mova la boca, desencajada. Una varilla blanca, algn tipode antena sea, le brotaba de la piel rasgada del antebrazo. Pareca una zombi.

    Tena que salir de ese lugar. Haba algo que le molestaba en la nuca. Con los dedos ndice ymayor palp un pequeo rectngulo metlico que se le haba incrustado en el msculo, cerca dela base del crneo, un implante binico del tamao de un beldent. Pens en extirprselo en elacto, pero por alguna razn crey que eso siempre haba estado ah y que su desconexin

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    implicaba un peligro. Dio algunos pasos temblorosos y descans en el esqueleto de un cochecarbonizado. Su campera se prendi fuego, de modo que se la sac y la tendi prolijamente enel pavimento. No escuchaba casi nada. Slo un zumbido abombado, una esttica, o ms bienalgo similar al hormigueo galvnico que profera su robot chino. Pens en el juguete como enuna posesin eterna, algo que lo haba acompaado toda la vida. Dnde estar ahora, sepregunt. Record que lo llevaba consigo cuando ocurri la explosin, pero se tranquilizsuponiendo que el robotito poda volver solo a casa. El esbozo de una sonrisa le arque lascomisuras.

    Respir hondo y trat de dar algunos pasos ms. Haba bastante revuelo. Un gordo de buzo rojolevantaba de los sobacos a un herido, tal vez el conductor del Renault. La mujer del balcn semeti en su departamento a los gritos. Un par de personas yacan en el suelo, personas dediferentes edades y aspectos, y Erman pens en lo mal que funcionaba a veces el sistema desealizacin.

    Un tipo le sac una foto y l levant una mano, como saludndolo. Ahora estaba mareado enserio. Vio un brazo asomando de un cmulo de piedras, vio un perro tieso baado en sangre y aun chico destrozado con los ojos abiertos al cielo. Todo eso se le present como una sucesinde flashes de un espaciotiempo que no le competa. Lo que necesitaba era caminar. Pero le

    dola el cuerpo y las piernas le pesaban como un par de bolsas de arena. Se abri paso entrelos escombros y esquiv un tumulto que se haba formado a la altura de la imprenta. Sigui endireccin a Viamonte, molesto por el bramido y el calor que le entumeca los msculos. Dobl ala izquierda, sin considerar rumbo especfico. Todo se difuminaba. Poda fijar la vista en lascosas que estaban a cierta distancia, pero a medida que se acercaba perdan nitidez.

    Un perro descontrolado le salt encima. Tena los ojos en blanco y la boca llena deespumarajos. Erman lo alej con una patada. Haba manchas y caras diluidas flotando en unabruma radiante, pasando a gran velocidad. Comenz a captar algunas voces en segundo plano;alguien le pregunt si haba estado en la explosin. Erman se alej trastabillando y despuscorri unos cincuenta metros en zigzag. Qued agotado y trat de recuperar el resuello.

    Volvi a tantear la plaqueta metlica. Segua ah, pero ahora estaba cubierta de una ptinauntuosa. Un lquido caliente le drenaba por debajo de la ropa hasta tocar el huesito dulce. Losprpados y la boca llenos de polvo, como revocados. Not que la gente por lo general loignoraba, lo cual le provoc un cierto alivio. Tendra que explicar algo sobre el incidente?Haba cometido un error?

    Cuando las rfagas de calor internas remitieron, empez a tener fro. Trot aparatosamente a lolargo de varias cuadras. Se cruz con sirenas y hombres uniformados. No saba si estabacerrando el circuito que haba inaugurado en algn momento de la maana o si derivaba a unbarrio remoto y desconocido. Lleg a una calle mansa, ajena al fragor en el que haba quedado

    atrapado antes. Se sent a descansar en el zagun de un viejo PH. Empez a cabecear y cerrlos ojos. Un pequeo apagn. Tal vez fue menos de un minuto, pero al despertar una anciana leestaba estrujando un hombro. Tena aliento a caldo de gallina.

    Roberto, Roberto...

    Me llamo Erman susurr l, un poco para autoconvencerse.

    Roberto... volvi a decir la mujer.

    Un viejo apareci por el pasillo.

    Qu pasa?

    Mir este muchacho. Est herido.

    Roberto lo examin desde la puerta:

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    Ven, traelo...

    A Erman se le cruzaron varias cosas por la cabeza. Todas malas. Lo primero que temi fue quele robaran los rganos. Se palp las costillas y sinti un puntazo. No le quedaba otra que confiaren esa gente. No tena idea de cmo enfrentarlos.

    La casa ola a viejo. Pens en sus abuelos muertos, en el tufo que acumulaba el tapizado radode los sillones, la humedad del tarro de azcar y los antibiticos vencidos en el botiqun delbao. Eran objetos que se estaban secando, que ganaban tiempo en su proceso dedegradacin y olvido antes de la muerte de sus propietarios.

    El tipo le sirvi t negro en un vaso esmerilado y la anciana trajo unas vendas, tela adhesiva yuna botella de agua oxigenada. Le pregunt qu le haba pasado.

    Nada. Me ca.

    Hombre acot el viejo, parece que viene de la guerra.

    Erman sorbi un poco de t y contuvo el vmito. El lquido caliente barriendo los restos de polvo

    le provoc una fuerte nusea, como si un riacho de lodo y pedregullo le bajara por la garganta.

    Al intentar una curacin, la mujer identific la esquirla rectangular que le perforaba la nuca,rodeada de algunas huellas dactilares impresas en sangre. Se llev una mano a la boca.

    Qu es esto, Dios mo.

    Erman no se dio por aludido.

    Mir, Roberto, este muchacho tiene un balazo, o algo as.

    A ver.

    Roberto aguz la vista pero no alcanz a ver nada.

    No lo toques le dijo. Llam a una ambulancia.

    La mujer levant el tubo.Tiene familia usted? pregunt el viejo. Pareca estar perdiendo la paciencia.

    Erman pens en Caleb por primera vez desde la rfaga de viento elctrico y el banco de nieblaprpura. La imagen del robot le volvi a la cabeza en una escala menor, casi como un

    muequito de Jack. La cara de Caleb apareca y se borroneaba, los ojos verdes de unaintensidad irreal. Enseguida la casa entera comenz a titilar y los adornitos de los estantes sepusieron de cabeza y esta vez el vmito fue incontenible. Un menjunje de caf, bilissanguinolienta y ceniza. Erman sali corriendo y lleg a la esquina mascando plvora.

    Se fij dnde estaba. Zelaya y Jean Jaures, no muy lejos de la escuela de su hijo.

    Antes de ponerse en marcha volvi a palpar el injerto nucal. Lo tranquiliz comprobar quesegua ah. Ejerci una ligera presin para que no se saliera. Le provoc un dolor espantoso,pero la idea de perder la plaqueta y dejar la herida al descubierto le daba pnico. Hizo esfuerzospor erguirse y deambul como si alguien hubiera programado su recorrido. Un hombre de barba

    y sombrero lo tom del brazo.

    Kappore solloz. Main libe Nujen

    Erman se lo sac de encima de un empujn. Volvi a meterse en una zona de caos, pero habadado con una frecuencia perceptiva propia, casi inmune a los agentes externos, y visto desde

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    lejos su paso luca firme y premeditado.

    Cuando lleg al colegio, sobre Sarmiento, una mujer en delantal rosa barra el vestbulo. Nohaba nadie ms. Tal vez lo hayan desalojado por la niebla, pens.

    Usted da clases ac?

    Soy la portera.

    La mujer descans sobre la escoba y lo mir sin reprimir una mueca.

    Qu viene, de la explosin?

    No dijo Erman, estuve en la casa de mis abuelos. Estoy buscando a mi hijo.

    Su hijo?

    S. Estudia ac.

    Estamos de vacaciones de invierno, seor.

    De pronto Erman tuvo un miedo primitivo, el terror de un nene al despertar de una pesadilla aoscuras. La voz le temblaba.

    No sabe dnde puede estar mi hijo?

    La verdad que no, seor. Cmo se llama el chico?

    Caleb.

    Caleb? No me suena. En qu grado est?

    En segundo. Puede figurar como Claudio. Claudio Dunkel.

    Djeme ver.

    La mujer fue a buscar una carpeta y volvi meneando la cabeza.

    No, seor dijo sin levantar los ojos de una lista. No figura ningn Dunkel en segundo grado.

    Erman tambale y se dej caer. El aliento a vmito y amonaco comenz a asfixiarlo. Sudaba ytena las manos heladas.

    La puta madre dijo la portera y se meti otra vez en la escuela. A travs de la ventana,Erman escuch que peda una ambulancia. Se arrastr hasta la pared y apoy la espaldavrtebra por vrtebra, envuelto en una incongruente sensacin de bienestar.

    Dnde estaba Caleb? Se lo haba inventado? Imposible. Congel la imagen del chico y laadmir en una resaca mental de manchones. En qu grado estaba? Cunto tiempo habapasado desde la ltima vez que estuvo con l? Le vino el recuerdo del robot del Incahundindose en la tormenta de polvo, volvindose invisible, pero crey que era otra pista de unavida ajena, la memoria de alguien alojado en otro cuerpo. Se ley las palmas para mitigar laconfusin. Parecan las manos de un viejo.

    No se estaba muriendo, de eso estaba seguro. El dolor era demasiado punzante y lo mantenaen una especie de alerta narctica. Trat de enfocar lo que tena ms a mano, las cosas que semovan frente a l. De pronto eran borrones y al rato cobraban una claridad fantstica. Estaba enplena posesin de sus sentidos. Y la cuadra le ofreca una realidad amplificada. Una cadenciaperfecta.

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    Por la vereda de enfrente pas una chica en calzas y pulver hamacando una bolsa de pan; lascaderas acataban el ritmo sordo de un par de auriculares flo. En la entrada de una merceraarmenia, un pajarito rebotaba contra las paredes de su jaula. Una mujer de mirada nerviosa bajla persiana de una casa de pelucas. Las nubes se espesaban entre las ramas negras de losrboles y el rastro lvido de la niebla se dispers silenciosamente por las terrazas del barrio.