La Manifestación
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7/25/2019 La Manifestacin
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8 LA MANIFESTACIN
La estructura y la dinmica de las
manifestaciones 6
Los sondeos en las manifestaciones 2
Efectos socializado res de la participacin 26
5. La manifestacin en el espacio pblico
29
Lgicas de la informacin periodstica
sobre las manifestaciones
133
Hacerse comprender 4
La manifestacin de papel 42
El mantenimiento del orden y la esfera pblica
46
Cuando hacer es decir 151
Conclusin 157
Anexo. Sobre la manifestacin
y
los otros modos
de protesta poltica 183
Bibliografa 99
Nuevas herramientas
para pensar la protesta
El libro. o puedo ms que celebrar la publicacin,
en castellano, de un gran-pequeo libro como es
La manifesta-
cin
escrito por Olivier Fillieule yDanielle Tartakowsky, y que
aparece ahora -no nos sorprende- en la excelente serie Rum-
bos tericos que dirige Gabriel Kessler en la Editorial Siglo
XXI.
Tanto el autor como la editorial nos han acostumbrado
ya a ttulos de primer nivel, imprescindibles en este caso.
Este libro, que presenta una perspectiva novedosa acerca
de la accin colectiva, resultado de la conjuncin de las dis-
ciplinas histricas y politolgicas, resulta especialmente til
h.oyen da, luego de largas dcadas de recurrentes protestas
cIUdadanas, en los confines ms diversos del planeta. Acumu-
lamos ya muchos aos de movilizaciones ciudadanas de un
~uevo tipo: protestas que muestran componentes democra-
tI.zadores notables, que tienden a tomar por escenario prin-
cpal la calle, que pueden incluir, desprejuiciadamente, ele-
mentos de violencia, entre los muy diferentes recursos a los
que apelan. Que aparecen como respuesta directa e inmedia-
ta frente a las causas que las provocan. Sin embargo ya pesar
del tie . .. '
mpo transcurndo, no conseguimos analizarlas todo a
o largo del e . di
scenano mun a, prestar especial atencin a
os proce .
. sos
mismos
de su desarrollo. Por ello, el aporte que
reahza esta b .
. o ra es inmenso, en su esfuerzo analtico compa-
ratIvo y su id
t ba consi eracion de los detalles. Motivado por estera ~o .
n - ,presento algunas reflexiones sobre el nuevo/viejo fe-
omeno q Fll
P
ue
ieule y Tartakowsky abordan de manera tan
rovechos
a
.
-
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10 LA MA IFESTACIN
Lo que no era .
Cuando en torno al crtico ao 2001 estalla-
ron protestas populares, en las calles de toda la Argentina,
muchos de quienes nos interesamos por ellas quedamos algo
perplejos (Auyero, 2004, Gargarella, 2006). Las protestas no
parecan tener mucho que ver con aquellas qu~ ac~stu~-
brbamos presenciar o analizar, a partir de una nca historia
nacional de movilizaciones sindicales. Las viejas protestas
haban marcado definitivamente al pas durante ms de cin-
cuenta aos, desde mediados del siglo XX. Por lo general,
haban consistido en procesos de activacin ymovilizacin
sindical, seguidos por negociaciones tripartitas en las que par-
ticipaban representantes del Estado y del empresariado local.
En cambio, las protestas de 2001 (llammoslas as, por el mo-
mento) aparecan protagonizadas por grupos diversos, co-
mnmente no sindicalizados (muchos de estos nos referan
a individuos que haban perdido su trabajo o se ocupaban en
trabajos precarios); a veces poco politizados; y en algunos ca-
sos -no inhabituales- vinculados con sectores y clases sociales
diversas, en apariencia poco afines entre s,
Curiosamente, las nuevas protestas tampoco se asemeja-
ban a otras prcticas de movilizacin poltica que habamos
conocido y estudiado como propias del perodo de posgue-
rra. Me refiero a la
desobedi en cia c iv il
y la
ob jec in de conciencia .
Por lo general, definimos estas ltimas a partir de rasgos tales
como la no violencia, o la disposicin de sus miembros a so-
portar el peso de la ley a cambio del derecho a mantener
sus quejas (Bedau, 1961). As, eran actividades cuyos rasgo.
s
distintivos no reconocamos presentes en esos nuevos mov-
mientos de protesta.
Las protestas de 2001 tampoco mostraban el carcter de
los levantamientos anticolonialistas que haban concitado la
atencin de la sociologa y las
teoras de la dep end encia,
dca-
das atrs; ni la radicalidad de las insurrecciones que haban
interesado a Karl Marx a mediados del siglo XIX, ni los pro-
psitos de las luchas independentistas de comienzos de e~e
mismo siglo, ni tampoco la impronta revolucionaria propIa
NUEVAS HERRAMIENTAS PARA PENSAR LA PROTESTA 11
de las revoluciones que haban preocupado aJohn Locke, a
Irnrn
anuel
Kant o a Edmund Burke, a finales del siglo XVIII.
La s nu e va s p ro te st as.
Las protestas que se daban en la Argen-
tina a comienzos de este siglo mostraban, s, un perfil dis-
tinto de las conocidas, pero reconocible, sin dudas, en otros
pases de la regin. En efecto, en Amrica Latina, y desde
finales del siglo XX, los levantamientos y manifestaciones
populares, y la toma de las calles por parte de poblaciones
afectadas, se convirtieron en prcticas cada vez ms comu-
nes.' En pocos aos, de hecho, se sucedieron en la regin mo-
vilizacionespopulares de signo diferente, pero tambin unidas
por ciertos hilos conductores caractersticos. Asistimos enton-
ces con los notables procesos conocidos como la Guerra del
Agua (2000) y la Guerra del Gas (2003) en Bolivia,dirigidas
contra la privatizacin de sectores bsicos de la economa local;
las crecientes ocupaciones de tierra en Brasil, efectuadas por
el Movimiento Sin Tierra (MST); las tomas llevadas a cabo
por pobladores pobres, en Santiago de Chile; las invasiones
producidas en Lima, por desamparados en busca de vivienda;
o los levantamientos indgenas en las zonas mineras en Per
(Svampa, 2008, Svampa, Stefanoni y Fornillo, 2010).
Sucesos como los sealados estaban lejos de quedar con-
finados a la Argentina, o a Amrica Latina. Supimos de pro-
cesos de intensa protesta y raz popular que se propagaban
-impensablemente- aun en losEstados Unidos (por ejemplo,
Conel movimiento Occupy Wall Street); en Espaa o en Gre-
cia (en protesta ante la crisis financiera, o contra los modos
1 Esos estal lidos haban tenido un aviso peculiar y temprano con el
alzamiento del llamado Ejrcito Zapatista de Liberacin acional
(EZLN), encabezado por el Subcomandante Marcos , ello de enero
de 1994 (ao de entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio
de Amrica del orte), en el estado de Chiapas, en el sur de Mxico.
El EZLN, retornando las viejas banderas del zapatismo mexicano,
exiga democracia, libertad, tierra, pan y justicia para los postergados
grupos indgenas de ese pas.
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12 LA MANIFESTACIN
en que las economas desarrolladas comenzaban a repartir
los costos de las nuevas crisis); o aun en Medio Oriente (mi-
ramos con asombro, entonces, las masivas manifestaciones
populares en Tnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen o Bahrein).
Algo nuevo pasaba: algo que no entendamos bien, pero que
queramos y necesitbamos entender.
Re se rv as c v ic as . Un elemento comn, que se destaca a partir
de sucesos como los anteriores, se relaciona con las reservas
cvicas intactas, mostradas por sociedades tan dismiles como
las citadas. Este aspecto no esmenor sirecordamos la habitua-
lidad con que, desde las ciencias sociales o el sentido comn,
hablamos de la apa t a po l ti ca distintiva de la sociedad estadou-
nidense. No es menor, insisto, si recordamos las referencias
constantes a los
pasotas
espaoles -la juventud hispana, a la
cual sola considerarse indiferente y distante respecto de la
poltica, y sin embargo tan activamente movilizada aos des-
pus-. No es menor si recordamos el sojuzgamiento , que
pareca rasgo inmodificable de la vida en los pases rabes, y
lo contrastamos con el nmero e intensidad de las manifesta-
ciones que se dieron en los ltimos tiempos, en todos ellos.
No es menor sirecordamos el modo algo despectivo con que
algunos se refirieron durante tanto tiempo a la ciudadana
de Brasil o Chile, sociedades que parecan desmovilizadas,
ajenas a la poltica. Quin habra podido anticipar, frente
a una sociedad chilena que considerbamos anestesiada
por los terrorficos efectos de la dictadura, las movilizaciones
lideradas por grupos de jvenes estudiantes (casi nios: los
pinginos) que veramos despus? Quin habra predicho
que en Brasil, el pas del ftbol, y durante el transcurso mis-
mo del Mundial, decenas de miles de personas saldran a las
calles, dando la espalda, si no repudiando directamente, a
un campeonato millonario que se organizaba con evidente
desinters por el malvivir de millones? En definitiva, empeza-
mos a reconocer, en los sitios ms diversos, sociedades resis-
tentes, con vitalidad cvica, con activistas dispuestos a asumir
NUEVAS HERRAMIENTAS PARA PENSAR LA PROTESTA 13
costos importantes (incluido el de su propia vida), para mani-
festar quejas profundas debidas a derechos que consideraban
agraviados.
El lenguaje de l os d e re cho s. As, aparece un nuevo factor que
me interesa destacar en cuanto es comn a estos renovados
sucesos: el relativo a la recurrente apelacin al lenguaje de
los derechos por parte de grupos en apariencia tan dismi-
les entre s. Este tipo de apelaciones resultan notables, en
particular, si tomamos en cuenta los modos en que nuestros
antecesores se haban acostumbrado a repudiar ese mismo
lenguaje, que consideraban superficial, antes que sustantivo;
o superestructural , antes que vinculado con la realidad
material de nuestras sociedades. Sin embargo, inesperada-
mente quizs, el lenguaje de los derechos recuper fuerza y
centralidad absolutas en las ltimas dcadas. Pero tiene sus
anteceden teso
En el perodo de posguerra, hubo presiones a favor de ga-
rantas individuales, arrasadas durante los aos blicos. Dicho
perodo trgico dej enseanzas fundamentales a la humani-
dad, muchas de ellas relacionadas con los riesgos de enfoques
tanto formalistas como totalizadores en tomo a la demo-
cracia; o vinculados con la atencin especial que merecan
los derechos y garantas legales, particularmente a la luz de
acciones opresivas que parecan contar con respaldo mayori-
tario (Ferrajoli, 1997, Pogge, 2003). De modo similar, el largo
ciclo de dictaduras que en Amrica Latina tuvo su centro des-
de mediados de la dcada de 1960 tambin ayud a revivir, en
toda la regin, adormecidas preocupaciones por los derechos
humanos. Desde entonces -comienzo de los aos ochenta-la
causa de los derechos humanos se convirti en eje fundante
de las nuevas democracias de la regin. Al respecto, convie-
ne recordar que hasta el momento del renacimiento de la
democracia, y por una diversidad de causas (la Revolucin
Cubana, entre ellas), el discurso de los derechos pareca pro-
pio de burguesas que haban quedado desacomodadas o in-
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14 LA MANIFESTACIN
cmodas frente a los logros materiales de los movimientos
revolucionarios.
Respaldados por esos antecedentes, en las ltimas dcadas
result cada vez ms comn que los sectores socialmente ms
afectados abrazaran con conviccin el lenguaje de los dere-
chos (adoptado por Constituciones y tratados internacionales
ampliamente ratificados), seguros de que as fortalecan sus
reclamos y obtenan un fundamento apropiado. Se habl en-
tonces, de manera habitual, del derecho al agua, a la vivien-
da digna, al descanso, entre tantos otros: ese fue tambin el
idioma en que hablaron los marginados del mundo. Grupos
amenazados por los impulsos neodesarrollistas de los nuevos
gobiernos latinoamericanos comenzaron a bregar, de forma
indita, por un derecho a la consulta (jurdicamente bien res-
paldado, por ejemplo, en el Convenio 169de laOIT), llamado
a adquirir relevancia extraordinaria dentro de las luchas po-
lticas de la poca (Svampa y Antonelli, 2009). Manifestantes
de aqu y de all invocaron su derecho a la libre expresin
frente a regmenes poco dispuestos a escuchar sus reclamos
en plena calle. Los derechos sociales volvieron a encontrar su
lugar en los tribunales, pero tambin en la calle, en respaldo
de procesos de judicializacin que aos atrs habran resul-
tado impensables (Angell, Schjolden y Sieder, 2009).
Memoria y aprendizaje. Otro dato de inters relacionado con
las nuevas protestas tiene que ver con el modo en que ellas
se difundieron y escalonaron, en el mbito local o internacio-
nal, gracias a la realidad de un mundo mucho ms y mejor
comunicado; o a partir de ejercicios de memoria poltica, que
permitieron que las distintas sociedades ampliaran o perfec-
cionaran su repertorio de protestas a la luz de sus prcticas
anteriores. Pinsese, para tomar un caso cercano, en el proce-
so argentino, caracterizado por medio siglo de intensa gim-
nasia de movilizaciones y protestas de raz sindical. Cuando
luego de los ajustes econmicos de los aos noventa una por-
cin importante de la poblacin perdi su ocupacin formal
NUEVAS HERRAMIENTAS PARA PENSAR LA PROTESTA 15
(y por ende, su afiliacin sindical), muchos tal vez pensaron
que se terminaba una poca marcada por las movilizaciones
callejeras o sugirieron la imposibilidad de que los nuevos
pobres -para entonces desperdigados o atomizados en un
amplio abanico de subgrupos, que daban la sensacin de es-
tar desconectados entre s- pudieran organizarse y deman-
dar cambios de manera conjunta. Ysin embargo ... los nuevos
desahuciados de la poltica se comunicaron, se vincularon en-
tre s y marcharon juntos, en diversos mbitos, recurriendo a
metodologas diferentes (tpicamente, los
piquetes
o cortes de
ruta) y manteniendo al pas con altsimos ndices de conflicti-
vidad social. Esa memoria, que implicaba una escucha atenta
a las prcticas del pasado, se tradujo en otros casos en una
memoria del presente, que implic mirar a los costados (an-
tes que atrs) para reconocer lo que ocurra en localidades o
pases vecinos, de cuyas experiencias poda aprenderse. Fue
lo que sucedi en la primavera rabe, cuando estallaron
enormes protestas en demanda de la democratizacin de las
anquilosadas organizaciones polticas reinantes. Esasextensas
protestas en el mundo rabe parecieron dispararse a partir de
un hecho aislado y circunstancial -un joven se inmola a lo
bonza en Tnez, en protesta por el desempleo-, pero afin de
cuentas fueron sntoma de que sociedades distantes entre s
-sociedades que, por lo dems, aparecan radicalmente afec-
tadas por problemas de libertad de expresin afines- tenan
en comn no slo necesidades ypadecimientos, sino tambin
un proceso de difusin, imitacin, contagio, inspiracin -lue-
go, aprendizaje-o
Capacidad de resistencia.
Pese a todo, la historia de estas nue-
vas protestas no resulta una que haya encontrado todava un
desenlace feliz o -de modo ms sencillo y abarcativo- su pun-
to final. Encaramos un fenmeno nuevo -un proceso social
indito, en ltima instancia- que lleva ya dcadas, que ha cru-
zado mares y continentes, que ha provocado cambios, que
nos obliga a reflexionar de nuevo sobre temas viejos, pero
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que permanece abierto. Sobre todo, esto sucede frente a go-
biernos, regmenes y estructuras de poder poltico y econ-
mico con gran disposicin y capacidad de resistir los embates
de una ciudadana activay movilizada. As, podemos advertir
hoy que el capitalismo estadounidense se muestra herido y
manchado en su orgullo, pero an fundamentalmente inmu-
ne frente a los movimientos de protesta global. Leemos que
la clase poltica espaola, tal como la griega, se ha renovado
en parte, aunque sabemos tambin que las viejas estructu-
ras subsisten intactas, y con enorme capacidad de reaccin
frente a sus crticos. Muchos pases rabes -lo hemos dicho
ya- pasaron por perodos de movilizaciones democratizado-
ras extraordinarias -inimaginables apenas das atrs-, pero
tambin es cierto que en la actualidad la opresin del poder
no deja de estar vigente en la enorme mayora de los casos.
Por lo dems, luego de un desconcierto inicial,jueces de aqu
y de all han sabido renovar sus doctrinas para seguir crimi-
nalizando a quienes protestan. Ygobiernos de la ms diversa
ndole -desde los tradicionalistas y conservadores, como en
Inglaterra, hasta aquellos de retrica encendida y prcticas
apagadas, como en muchos pases de Amrica Latina- han
recurrido sin pudor alguno al dictado de nuevas legislaciones
represivas ( antiterroristas ) frente a la aparicin de las nue-
vas protestas. Este resulta el incierto, esperanzador y trgico
lugar en que nos situamos.
E l c r cu lo s e c ie rr a.
Vuelvo al libro que nos ocupa. El trabajo de
Fillieule y Tartakowsky nos ayuda a entender el mundo de la
protesta, desde sus modos y repertorios diversos, en diferen-
tes regiones del planeta, hasta sus componentes individuales,
sus modos de circulacin -de una regin a otra, de un pas a
los vecinos-, pasando por su impacto sobre la sociedad en la
que se inscribe. Tambin indaga su efecto sobre la esfera p-
blica, sobre aquellos mismos que protestan y sus identidades,
a la vez que los modos usuales de recepcin por parte de los
dems ciudadanos y por losmedios de comunicacin. De ah
NUEVAS HERRAMIENTAS PARA PENSAR LA PROTESTA 17
en ms, considera el desafo que suele implicar para el orden
establecido y el modo en que los distintos factores ayudan
a reconfigurarlo. Los autores -grandes conocedores de los
estudios acerca de los movimientos sociales y protagonistas
de una profunda renovacin metodolgica que sigue abrin-
dose camino- hacen un aporte excepcional en la materia, y
ayudan a que todos nosotros, los interesados en el fenmeno
de la protesta -fenmeno que se ha visto revitalizado durante
las ltimas dcadas en Occidente u Oriente, en el Sur o el
orte- podamos pensarla mejor. La historia, segn vemos,
sigue abierta, ypor tanto elfinal-tambin el de este prlogo-
todava est por escribirse.
ROBERTO GARGARELLA
BmLIOGRAFA
Angell, A, L. Schjolden y R. Sieder (2009),
The judicia lization of
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pec tivas de un proye cto de descoloniz acin,
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Una hermosa maana dejulio, el despertador
son tan pronto como sali el sol,
yyo le dije a mi mueca: Sacdete
Que es hoy, que hoy va a pasar;
llegamos sin demora al bulevar,
para ver desfilar al rey de Zanzbar;
pero en eso llega la represin de los agentes;
entonces dije:
vinimos a que nos v
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gradecimientos
Por falta de espacio, la bibliografa utilizada en este
libro no poda mencionar todos los trabajos de un campo de
investigacin que ha sido particularmente prolfico en los
ltimos aos. Tengan a bien nuestros colegas, as como los
lectores, disculparnos.
El estado final de este trabajo debe mucho al espritu cr-
tico y a la lectura atenta de Nonna Mayer y Pierre Favre, as
como a Alain Clmence por sus valiosas indicaciones sobre la
bibliografa del rea de la psicosociologa, ya Philippe Blan-
chard por el cotejo de los datos estadsticos utilizados en el
captulo 2.
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Introduccin
A finales de 2011, la revista Time eligi como perso-
nalidad del ao al manifestante . Desde hace ocho dcadas,
se supone que esta distincin recae sobre el hombre o la mu-
jer (a veces el grupo o la idea) que mayor impacto tuvo du-
rante el ao que concluye. Cuando un vendedor de frutas
tunecino se inmol prendindose fuego, nadie habra podi-
do prever que eso detonara la cada de dictadores e iniciara
una ola global de protestas, escribe la revista. En 2011, los
manifestantes no slo expresaron su descontento, sino que
cambiaron el mundo. De hecho, a partir de 2011, el mani-
festante se expres contra numerosos regmenes autoritarios,
en primer trmino el de Tnez, y luego los de Egipto, Libia,
Siria, Yemen y Bahrein. Los manifestantes se alzaron contra
las causas y los efectos de la crisis econmica en Grecia y en
Espaa, en NuevaYork y en Tel Aviv.Se expresaron con fuer-
za contra las elecciones fraudulentas en pases tan diversos
como Rusia, Senegal y la Repblica Democrtica del Congo.
Digmoslo de otro modo: hoy en da la manifestacin ca-
llejera es una forma de accin poltica reconocida tanto por
quienes recurren a ella como por aquellos a quienes est di-
rigida, los actores polticos, los patrones y la opinin pbli-
ca. En cuanto forma de expresin poltica, remite a un uni-
verso de prcticas, mltiples pero no infinitas, codificadas y
rutinizadas pero pasibles de transformacin, histricamente
constituidas y culturalmente delimitadas, pero siempre en
evolucin. Ycomo en toda modalidad de accin poltica, su
historia no puede ser separada de las coyunturas que la pro-
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24 LA MANIFESTACIN
dujeron y que acompaaron su gradual institucionalizacin.
Por eso, en este libro de sntesis, que aspira a proponer al-
gunos elementos de comprensin y algunas claves de lectura
de la prctica manifestante, optamos por un enfoque a la vez
histrico y sociolgico. Dicho enfoque nos permite dar cuen-
ta de la paulatina autonomizacin de la manifestacin, de las
condiciones estructurales y coyunturales de esa autonomiza-
cin, y de la lenta cristalizacin de todo lo que especficamen-
te entra en juego en ella.
La manifestacin callejera, entendida como ocupacin
momentnea, por varias personas, de un lugar abierto, p-
blico o privado, y que directa o indirectamente conlleva la
expresin de opiniones polticas (Fillieule, 1997: 44), se
despliega en el mismo espacio que los cortejos procesiona-
les, religiosos, corporativos o festivos, que es tam?in el de
las insurrecciones, los levantamientos y las concentraciones.
Aveces comparte caractersticas con los primeros, pero se dis-
tingue de forma bastante clara de los segundos. Segn Char-
les Tilly (1986), pertenece al repertorio de accin colectiva
que se consolida a mediados del siglo
XIX,
en una sociedad
de mercado producto del triunfo de la revolucin industrial:
las acciones locales y enmarcadas por las elites tradicionales,
prevalentes hasta entonces, ceden el paso a acciones naciona-
les y autnomas; la manifestacin, por ende, se afianza una
vez dejadas atrs las revueltas y las revoluciones.
Las insurrecciones, los levantamientos o las concentracio-
nes se caracterizaban por su relacin de inmediatez con sus
causas o sus objetivos (que se fusionaban tanto en el espa-
cio como en el tiempo) y solan desplegarse en el lugar mis-
mo de la injusticia denunciada o cerca de la residencia de
sus autores, y a menudo conllevaban violencia. En cambio,
la manifestacin, que expresa demandas y a la vez afirma la
identidad del grupo que las porta, introduce una relacin
distanciada con el tiempo de la poltica, que deja de ser el
de la inmediatez y de la urgencia para volverse el del desvo
posible, e intenta demostrar su fuerza para as evitar la vio-
INTRODUCCIN
25
. R quiere organizaciones dotadas, si no de una estrate-
len
cla
. e .' 1 1
. 1 enos de una capaCidad relativa para contro ar o que
ala, a m . d di
,,- deia de ser una multitu ,y reglmenes ispuestos a
entonces
:J
.' u especificidad o al menos la existencia de una esfera
adm
lurs
.' .
'ibli Privilegia las inmediaciones de los lugares de poder
tea. ., ,
d Otro sitio adecuado para llamar la atencion. AsI, en
oto
O
..'
E
tados Unidos, Occupy Wisconsin se afianzo, en febrero
los s d 1C . l'
de 2011, durante la manifestacin en la plaza e apito 10
y su posterior ocupacin, m~entras que. ~ccupy ~all Street,
desalojado del barrio finanCler~, orga~lzo en nOVl~m~=ede
ese mismo ao una marcha hacia Washmgton. Le siguio una
nueva manifestacin apoyada por las organizaciones sindica-
les y los movimientos de desempleados, con el eslogan Re-
cuperemos el Capitolio .' ,
Por otra parte, la manifestacin es esencialmente un feno-
meno urbano ligado a la invencin de la calle como espa-
cio concreto de la protesta poltica. En efecto, si la calle es
tan antigua como la ciudad, su configuracin contempor-
nea surge en el ltimo siglo, por obra de una transformacin
funcional y morfolgica. A comienzos del siglo
XIX,
la calle
segua siendo el hbitat, el lugar -en cierto modo, privado-,
el mundo propio de las clases populares opuesto al espacio
cerrado de la residencia burguesa. Sin embargo, poco a poco
este espacio se volvi pblico y se compartiment: el desa-
rrollo de la circulacin vial desplaz a los peatones hacia las
aceras, instaurando un espacio para los transentes. La calle
era tambin un lugar eminentemente poltico: all era donde
la gente se concentraba para leer los peridicos murales. All
fue donde apareci, a partir de la dcada de
1890,
el afiche
1 Los rtulos Occupy o Indignados abarcan gran variedad de
movimientos de oposicin a la f inancierizacin de la economa y a
los perjuicios de la globalizacin, con la prctica de la ocupacin de
lugares pblicos abiertos y la reivindicacin de un funcionamiento
horizontal como denominadores comunes. Una resea de la biblio-
grafa al respecto consta en ez (2013).
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26 LA MANIFESTACI
poltico, muy pronto ilustrado; pero sobre todo fue all dond
. e
q~Ienes no tenan voz, quienes no disponan de un acceso ha-
bitual a las autoridades, comenzaron a hacerse or ocupando
y bloqueando los espacios reservados a la circulacin.
Tambi~n en ese momento se fijan, en funcin de los gru-
pos ~anifestantes y de las cuestiones en juego, los espacios
propios de la marcha. Primero, las manifestaciones entran en
la ciudad. O bien, como sugiere Vincent Robert a propsito
de Lyon,
se hace una entrada solemne o agresiva en la ciu-
dad, por alguna de las escasas Vasde acceso (puente
o puerta); o bien se sale de ella, hacia los campos
(ad?nde se va a destruir los gremios competidores),
hacia otra ciudad (cortejos gremiales) o hacia otro
mundo (cortejos fnebres); o bien, por ltimo, se
recorre la ciudad, o un barrio (Robert, 1996: 372).
~espus, cada vez ms a menudo, los lugares de poder se vol-
Vieron el blanco de las concentraciones y el punto de llegada
de l~ marchas (sedes de ministerios, prefecturas, alcaldas,
embaJadas), lo que dise as una geografa simblica del
poder.
. La etimologa francesa del verbo mani fester deja en eviden-
CIalos lazo.squ.e,la manifestacin sostiene con el surgimiento
y.la consoh~acIOn de este espacio pblico, a la vez espacio f-
SICO
Y
espacio para el debate. Formada en el siglo
XIII
a partir
de la raz del verbo latino deJ endere, defender, impedir, y de
m~nus, la mano , la palabra expresa desde su origen a la vez
l~Idea de defensa, de reivindicacin, y la de una presencia f-
sica. En su acepcin originaria, ese manifestar (se) significa
por una ~arte dar a conocer, expresar, promulgar, y por otra
parte deSIgna en el vocabulario teolgico la revelacin' es de-
cir, la epifana. Ya en 1759 hay testimonios del sustantivo en
el sentido de expresin pblica de un sentimiento o de una
opinin, antes de designar una concentracin colectiva, en el
INTRODUCCIN 27
'do de contramanifestacin, a partir del perodo entre
senu 1 . .. d b
45 1848. Por su parte, e uso mtransiuvo e ese ver o
18 y d s d h bi
ncs' se extiende veinte anos espues e que se u iera
fra .. ,
t
ifest
t
n
tivado su paruCIpIO presente: manz estan, manz es an e
sus
ta
.
(1849, en Proudhon). En ese momento la palabra adquiere
el sentido moderno de participacin en una expresin ca-
llejera colectiva y pblica; aparece sobre todo en la prensa,
ero es tanto menos usual en la lengua literaria. Sin ernbar-
: su acepcin ~oderna no se fija en forma definitiva h~ta
comienzos del SIglo XX En efecto, el verbo o el sustantivo,
siempre polismicos, coexisten perdurablemente con otros
vocablos, entre ellos moniimes (desfiles de estudiantes), cor-
tejos, concentraciones, marchas, procesiones, lo cual significa
que se trata de un objeto vago que obliga a preguntarse ince-
santemente aquello que, ms all de las palabras, hace mani-
festacin o aquello que es considerado como tal, y no aquello
que es manifestacin.
EL HE HO
MANIFESTANTE
De todos modos, en su mnima expresin la manifestacin
remite siempre a cuatro elementos bsicos.
En primer trmino, la ocupacin m omentnea de lugares fsi-
cos abier tos, ya sean pblicos (la calle) o privados (una galera
comercial, el hall de un hotel), lo cual excluye numerosas
formas de reunin y de congregacin. Los mtines polticos,
cuando se llevan a cabo en salas o en un espacio cerrado, las
marchas de taller en taller dentro de una empresa en huelga,
etc., no son, formalmente, manifestaciones (Cossart, 2010).
Equivalente al uso pronominal en castellano: manifestarse. [N. de E.]
Trmino del argot de escolar, tomado en prstamo al lgebra
y
combinado con etimologas burlescas, para designar formas de
marcha en fila india . [N. de T.]
-
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28
LA MANIFESTACIN
En segundo trmino, la expresividad. Toda manifestacin
tiene como dimensin primordial la expresividad, tanto para
sus participantes como para los distintos pblicos, mediante
la afirmacin visible de un grupo preexistente o no, y me-
diante la presentacin explcita de demandas sociales ms
o menos precisas. Este segundo criterio permite excluir las
aglomeraciones de muchedumbres heterogneas sin prin-
cipio unificador (una multitud de consumidores en da de
mercado, o el fenmeno de los
flashmobs
pero tambin las
acciones polticas que buscan la discrecin, incluso el secre-
to. Este criterio est estrechamente ligado al primero, en la
medida en que el lugar abierto condiciona la expresin hacia
el exterior.
La cantidad departicipantes. La manifestacin, colectiva por
naturaleza, requiere una cantidad mnima de actores. Dado
que desde una perspectiva sociolgica no existe manera al-
guna de determinar a partir de qu nmero una reunin de
individuos est en condiciones de actuar colectivamente, no
tiene sentido
fijar
un umbral arbitrario. Esta observacin no
pretende sino llamar la atencin sobre la necesaria distincin
que se trazar respecto de la gama de modos individuales de
accin poltica, aunque sin dejar de reconocer la porosidad
de las fronteras (Bennani-Chrabi y Fillieule, 2003).2
La naturaleza poltica de la demostracin. Este ltimo criterio
es a la vez delicado y central. Existe un criterio sociolgi-
camente pertinente o hay que aceptar, ms bien, el sentido
que los participantes dan a su accin? Varios acontecimien-
tos a primera vista no polticos pueden ser seal de una cri-
2 La secuencia de protestas que han recorrido Medio Oriente y frica
del Norte durante estos ltimos tres aos ha mezclado indisoluble-
mente acciones individuales aisladas
y
acciones colectivas, las cuales
encuentran asimismo su explicacin en las formas ms o menos
discretas
y
atomsticas de resistencia
y
de protesta sobrevenidas desde
mediados de la dcada de 2000. Vanse Reuue ranfaise de Science
Politique;
62(5-6), 2012 (en especial los aportes de Choukri Hmed
y
de
Amin A1lal) , as como A1lal y Pierret (2013).
INTRODUCCIN 29
sis sociopoltica
O
la ocasin de su expresin, como lo han
demostrado mltiples trabajos sobre el hooliganismo o las
revueltas de los suburbios (Waddington, Jobard y King,
2009), pero tambin, de manera ms inesperada, sobre la
politizacin de marchas festivas. Por eso, y por el momento,
consideremos que la manifestacin debe
traducirse
o
desem-
bocaren la expresin de reivindicaciones de naturaleza pol-
tica o social. Desde este punto de vista, la naturaleza poltica
de la demostracin puede ser tanto intencional como deri-
vada, es decir, no perceptible directamente por parte de los
protagonistas.
Precisemos, adems, que sera difcil sostener, como en
ocasiones ocurre, un criterio morfolgico, que equivaldra a
acotar la manifestacin nicamente a la marcha callejera. En
primer lugar, porque suvariante contempornea es producto
de un largo aprendizaje, el punto de llegada de una habilidad
consolidada poco a poco, y es precisamente eso lo que nos
interesa aqu. En segundo lugar, si bien la marcha callejera
constituye la matriz de la manifestacin, a menudo no es ms
que un factor en las secuencias de accin que abarcan, espe-
cficamente, la concentracin esttica, la barricada, la barrera
que bloquea o que filtra, los sit-in die in y otros kiss in. Por l-
timo, los modos de accin se entremezclan, se suceden unos
a otros en un mismo impulso. A menudo es difcil distinguir
la marcha de la concentracin. Las marchas suelen terminar
en concentraciones y, por lo general, en ese momento todo
se precipita ys ep roducen los incidentes.
UN ESP IO DE LUH
Msall de estos elementos definitorios, lo que a fin de cuen-
tas hace a la manifestacin es la interaccin, concreta y sim-
blica a la vez, entre diversos tipos de actores, ya sea direc-
tamente presentes, ya implicados a distancia: eso que Pierre
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30
LA MANIFESTACIN
LA CALLE
El o los grupo/s
potenciaVes
s o rg n iz c io n es
~ \os~os
\ y
/\
Los pblicos
La opinin pblica
Las organizaciones
LA PRENSA competidoras
tas rretas
especi1icas
funcionarios
poIticoadministrativos
Favre, en su introduccin a un libro pionero acerca de la ma-
nifestacin, llama momento manifestante (Favre, 1990). En
el espacio fsico que los rene, los primeros actores en que
uno piensa son los propios manifestantes, a quienes evitare-
mos considerar una entidad indivisa.
Para retomar una esclarecedora afirmacin de Tilly (1986), si
en lo que atae a las manifestaciones se acostumbra
presentarlas como expresin de la voluntad de un
grupo bastante bien definido -manifestaciones de
ex combatientes, de alumnos de secundaria, de ha-
bitantes, etc.-, [... ] esta presentacin falsea la reali-
dad de dos maneras fundamentales: en primer lugar,
porque (como bien sabe todo aquel que promueve
una manifestacin) la accin de los manifestantes es
resultado de una labor (a menudo penosa) de cons-
truccin que suele implicar una larga negociacin;
en segundo lugar, porque cada manifestacin abarca
al menos cuatro dimensiones: la gente en la calle, el
INTRODUCCIN 31
objeto (por lo comn, un smbolo, ~n org~nismo o
una personalidad), los espectadores inmediatos y la
base social cuyos sentimientos los manifestantes pre-
tenden enunciar.
Ms precisamente, distinguiremos .de los.~imples participan-
tes a los organizadores de la manifestacin, presentes o no
en el lugar, Ya aquellos que la encauzan (las fuerzas del or-
den); los diferentes..grupos a veces hostiles los unos hacia los
otrOS,ms all de la causa que parece unirlos puntualmente;
la eventual llegada de contramanifestantes, tan heterog~eos
como sus adversarios. Estos manifestantes y contramanifes-
tantes, en funcin de a quien apuntan y de los lugares que
ocupan, pueden estar fsicamente en presencia de aquellos a
quienes interpelan, empresarios, polticos, funcionarios, gru-
pos a los cuales se enfrentan. Sin embargo, en la ~ayora de
los casos, la interaccin en el lugar entre los manifestantes y
aquellos a quienes la movilizacin apunta est destinada a ser
regulada, segn modalidades siempre variables en funcin
de las circunstancias, por los representantes de la fuerza p-
blica: policas urbanos y de trnsito, a veces policas munici-
pales, policas de parques en Washington en los alrededores
de la Casa Blanca, fuerzas especiales de mantenimiento del
orden (carabineros, guardia de infantera, polica de trnsi-
to), guardia civil o ejrcito regular, pero tambin bomberos,
miliciasprivadas y agentes de los servicios de inteligencia. Por
lo general, estas fuerzas de mantenimiento del orden estn
bajo la supervisin de las autoridades civiles y polticas. Sin
embargo, en situacin de crisis aguda, en especial cuando la
legitimidad del poder civilya no resulta del todo asegurada,
puede suceder que el ejrcito o las milicias privadas acten
de manera ms o menos autnoma, por su propia cuenta. La
actitud cambiante de las fuerzas armadas en las revoluciones
tunecina y egipcia es prueba de esto.
Por ltimo, la manifestacin se desarrolla en presencia de
pblicos y para pblicos a quienes se intenta influir en ms de
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32
LA MANIFESTACI
un sentido: por una parte, darse a conocer y, por otra, con-
vencer. Estos pblicos se componen de curiosos y espectado-
res llegados para asistir a la manifestacin pero tambin -por
obra de la presencia de los reporteros de las agencias perio-
dsticas, de la prensa escrita, la radio y la televisin, los poten-
ciales destinatarios de estos medios- expuestos a la manifes-
tacin de papel (Champagne, 1990). Esta realiza su descrip-
cin de los hechos, recopila, retraduce, en especial mediante
un trabajo de seleccin, las posturas y las interpretaciones de
los diferentes actores presentes, as como las de otros actores,
que suelen estar autorizados a emitir una opinin: intelectua-
les, cientficos, autoridades polticas o religiosas, nacionales
o internacionales, actores econmicos, grupos de presin, y
hasta encuestadores, que se apoyan en la opinin pblica
recabada antes o despus del acontecimiento, o incluso du-
rante su desarrollo, en el caso de encuestas realizadas en el
transcurso de las marchas. A esto hay que aadir, desde hace
algunos aos, el papel creciente de las nuevas tecnologas de
informacin y de comunicacin (NTIC) , como internet y las
redes sociales Facebook y Twitter. Un fenmeno de gran im-
portancia, que trataremos con ms detalle en el captulo 5 de
este libro, y que sin duda encuentra una de sus primeras ex-
presiones en las movilizaciones zapatistas en Chiapas en 1994.
Subrayar la multiplicidad de actores presentes y la comple-
jidad de las luchas por el sentido -que se libran en diversos
niveles en la interacciu- y su interpretacin no debe hacer
olvidar que todo esto slo es posible a partir de que existe
un acuerdo ms o menos general respecto del sentido de la
situacin. Este sentido compartido es el mejor indicador de la
fij ac i n r el at iv a de esta forma de lucha poltica y, por lo tanto,
de reglas de juego explcitas e implcitas (marco legal, usos),
nutridas de manera particular por una historia manifestante y
por culturas de protesta, con sus gestos esperados, sus golpes
previsibles y sus siempre posibles sorpresas y extravos. As, el
recurso a la manifestacin, con igual derecho que otras for-
mas de accin poltica, como la huelga o el boicot, equivale a
F L A C SO B : b l i o t e o
1 TRaDUCCIN 33
entrar en eso que rik Neveu llama laarena de los conflictos
sociales , es decir,
un sistema organizado de in sti tuciones, procedim ie ntos
y acto re s cuya caracterstica es la de funcionar como
un espacio de apelacin, en el doble sentido de re-
clamar una respuesta a un problema y en el sentido
judicial de recurso
(Neveu,
2000; el destacado nos
pertenece) .
En este libro nos ocuparemos precisamente de este sistema
de instituciones, procedimientos y actores, tal como funciona
en la interaccin manifestante, y lo haremos prestando espe-
cial atencin a dos elementos esenciales que se olvidan dema-
siado a menudo.
Tendremos presente que de hecho la manifestacin, como
cualquier forma de accin de protesta, no deja de ser una
relacin no contractual. Basta con que a uno de los actores
se le ocurra modificar unilateralmente las reglas de juego y
la manifestacin se ver privada de su estatuto o de su legiti-
midad, incluso si esta o ese parecan afianzados. Fue lo que
ocurri el 17 de octubre de 1961 en Francia, cuando el Esta-
do decret que una manifestacin, aunque desarrollada se-
gn los patrones habituales, era una operacin de guerra de
la federacin del Frente de Liberacin acional argelino en
Francia , y la trat en consecuencia ... Esto que sucede con el
Estado tambin vale para los manifestantes cuando ya dejan
de imponerse restricciones. As sucedi en 1952, durante una
manifestacin organizada por el PCF contra el general esta-
dounidense Ridgway, en visita de Estado, cuando surgieron
los alborotadores ; o, a partir de la dcada de 1970, fue el
caso de aquellas situaciones en que los manifestantes apela-
ron a cdigos exteriores al sistema consensual. Por contra-
partida, hay manifestaciones prohibidas por la Constitucin
qu~ pueden ser autorizadas por los poderes pblicos que las
cahfican de manera diferente. As, en Cuba, el ministro de
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34
LAMA IFESTACIN
Cultura autoriz en 2009 la manifestacin de un colectivo de
artistas calificada de happening artstico a favor de la ecolo-
ga , tolerando as un despliegue en el espacio pblico que
usualmente est prohibido (Geoffray, 2011). Dicho de otro
modo, en la arena de los conflictos sociales, las estrategias
desplegadas por las instituciones y las reglas de juego, tanto
las explcitas como las implcitas, son ms lbiles y estn insti-
tuidas ms dbilmente que en la mayora de las otras arenas
polticas (judicial, meditica, etc.).
Sibien desde una perspectiva histrica la manifestacin re-
mite sobre todo a un registro de accin dominado -es decir,
que implica a actores situados del lado menos favorecido de
las relaciones de fuerza-, en el perodo contemporneo ya no
es tan fcil afirmarlo, en particular si uno adopta un enfoque
comparativo. Este es sin duda el efecto ms claro de la gra-
dual institucionalizacin del recurso a la calle, as como de
la diseminacin y de la diversificacin de los repertorios de
accin: haber tomado legtimamente disponible este modo
de accin -desde luego, de manera variable segn los reg-
menes polticos- para un conjunto de grupos que no habran
querido o podido recurrir a l en el pasado. Si la cantidad y
la calidad de los recursos producidos en la arena de los con-
flictos sociales demuestran ser tiles, incluso necesarios para
los distintos actores, entonces estos recurren a ellos, ms all
de su posicin en otras arenas y de su grado de acceso a otros
recursos. Obviamente, eso sucede cuando los gobernantes
abusan de la movilizacin de masas para tomar visible el res-
paldo popular del cual pretenden beneficiarse, frente a una
desautorizacin de las urnas, a elecciones fraudulentas o en
las cuales no tienen competidores, o incluso en ausencia de
elecciones.
Eso tambin sucede, pero esta vez conforme a una lgica
diferente, cuando unos actores, que por lo dems no carecen
de acceso a los mbitos institucionales, se ven confrontados
con xito por grupos que se expresan en la arena de los con-
flictos sociales, apoyndose particularmente en el recurso del
INTRODUCCIN 35
nmero o del escndalo. Por ende, a veces los primeros se
ven obligados a salir a luchar en ese mismo terreno. As es
como los defensores del derecho al aborto, despus de ob-
tener en el mundo desarrollado una legislacin que les era
favorable, debieron salir nuevamente a la calle y encarar a los
adversarios de la libertad de eleccin. En Francia, frente a la
oposicin a los matrimonios de parejas del mismo sexo, coor-
dinada con innegable xito por un conjunto de redes conser-
vadoras, los defensores de la ley debieron oponer sus propias
concentraciones y marchas, aunque fuesen mnimas las po-
sibilidades de un retroceso del gobierno en relacin con ese
asunto. Notamos esa misma lgica en un contexto totalmente
diferente, el de las manifestaciones de fraternizacin franco-
musulmanas de mayo de 1958 en Argel, que reunieron por la
fuerza a millares de musulmanes para participar en cadenas
de la amistad frente a la fuerza creciente de las manifesta-
ciones callejeras del FLN, que iba en camino de convertirse,
por esa razn, en el nico interlocutor vlido para el poder
parisino.
De modo ms general, en un clima poltico en que preva-
lece el discurso sobre la crisis de representacin y el fracaso
de las elites (pinsese en el final de la dcada de 1960 y en
la temtica de la despolitizacin o en el perodo inmedia-
tamente contemporneo), la fuerza del nmero as como la
puesta en escena de la participacin horizontal de todos en el
de~tino de cada cual constituyen indudablemente armas muy
~l~~sasque los actores mejor provistos de recursos tienen po-
sIbIlIdadde apropiarse.
_Todos estos elementos son primordiales para comprender
Como y por qu la manifestacin callejera est en el centro
de numerosos conflictos polticos contemporneos en diver-
sas regiones del mundo. Veamos tres ejemplos tan diversos
~omo ~estacables. El 1~ de septiembre de 2006, lajunta mi-
~r tallandesa, conducida por el general Sonthi Boonyarat-
ghn, fomenta un golpe de Estado contra el premier Thaksin
Sh'
lOawatra.Respaldado por el rey, el golpe desemboca en la
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36 LA MANIFESTACI
redaccin de una nueva Constitucin que, segn se supone,
deber asegurar el retorno a la democracia. Un referndum
aprueba esta nueva Constitucin el 19 de agosto de 2007,
pero, en el invierno de ese mismo ao, las elecciones legis-
lativas llevan al poder a los antiguos partidarios de Thak.sin
Shinawatra. Comienza un perodo de disturbios, con lajunta
empeada en desacreditar a los sucesivos primeros ministros,
hasta que el 15 de diciembre de 2008 la Asamblea, bajo la
presin de manifestaciones organizadas y financiadas por la
Alianza del Pueblo para laDemocracia (PAD), elige a un opo-
sitor a Thaksin como primer ministro. Los disturbios recrude-
cen y se intensifican. En las calles se enfrentan los defensores
de lajunta (los camisas amarillas de la PAD) y los partida-
rios de Thaksin (los camisas rojas del Frente Nacional Unido
por la Democracia y contra la Dictadura). Despus de una
gigantesca manifestacin en Bangkok, el14 de marzo de 2010
se inicia una ocupacin del centro de la capital (Plaza Siam,
Trade Center) que rpidamente se transforma en un campo
atrincherado. Esta ocupacin dura hasta el 19 de mayo de
2010, fecha en que el ejrcito toma por asalto la zona ocupa-
da y provoca unas quince muertes. La sucesin de marchas
callejeras, de ocupaciones y de tumultos en Bangkok y en di-
versas ciudades de provincia se salda con 85 muertos y ms de
2000 heridos. Las elecciones legislativas de julio de 2011, tras
la disolucin de la Asamblea por mandato del rey, marcan el
triunfo del Puea Thai (Partido para los Tailandeses), dirigido
por la hermana de Thak.sin Shinawatra.
En Senegal, el presidente Abdoulaye Wade, en el poder
desde 2000, intenta que en junio de 2002 se apruebe una re-
forma constitucional que le permitir ser reelecto por tercera
vez y colocar a su hijo, un personaje impopular, a la cabeza
del Estado a partir de las siguientes elecciones de 2012. Fren-
te a este golpe de fuerza, se organiza una manifestacin gi-
gantesca en Dakar, convocada por el colectivo Y'en amarre
(Estamos hartos), formado por periodistas militantes y un
grupo de rap de la regin de Kaolack. El movimiento, que
: : U \ C S O B ; b l i o tm
INTRODUCCIN
37
inicialmente se dio a conocer durante el Foro Social Mundial
de Dakar en febrero de 2011, inspirar la creacin del Movi-
miento del 23 de Junio (M23), que aglutinar las numerosas
reivindicaciones de la poblacin frente a la corrupcin gene-
ralizada, los cortes de electricidad cada vez ms frecuentes y
las inundaciones. Wade retira su proyecto de reforma de la
Constitucin. Meses ms tarde, vuelve a la carga con la de-
cisin de presentarse-a las elecciones presidenciales para un
tercer mandato pese a la prohibicin constitucional. Las ma-
nifestaciones recrudecen, pese a la severa represin, en par-
ticular en los suburbios de Dakar. Era frecuente or, en boca
de algunos actores tanto como de los comentaristas, la refe-
rencia al movimiento de los Indignados de Europa y al de
los Estados Unidos, a la situacin griega y, desde luego, a las
revoluciones rabes, y por cierto, el eslogan Estamos hartos
resonaba con el [Fuera [Erhal.~ tunecino y egipcio. El M23
se inspir a su vez en el Movimiento del 20 de Febrero (M20)
en Marruecos. Entre finales de febrero y comienzos de marzo
de 2012, los comicios se saldan con la derrota del presidente
saliente en beneficio de uno de sus antiguos aliados y ponen
trmino a la agitacin callejera, a pesar de un masivo fraude.
En Rusia, tambin en el contexto de una eleccin marcada
por el fraude y por la corrupcin, vemos imponerse el recur-
so a la manifestacin callejera como el arma ms eficaz para
los opositores. Tres semanas despus de las legislativas del 4
de diciembre de 2011, que aseguraron al partido de Putin
una modesta victoria, y con la perspectiva de movilizar a la
oposicin en vista de las presidenciales de marzo de 2012, los
moscovitassalen de a miles a la calle para expresar su rechazo
a Un retorno al poder de Putin y exigir elecciones regulares.
El 24de diciembre de 2012, cerca de 100000 personas se re-
nen en las calles de Mosc (120000 segn los organizadores,
30 000 segn la polica).
. Semejante concentracin contestataria fue lo suficientemente
I~dita como para que incluso la prensa ms timorata recono-
CIeraSuimportancia, como hizo el diario Moskovski Komsomolets
-
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40 LA MANIFESTACIN
Sommier, 1996). Otros ms se interesaron muy de cerca en la
manera en que los Estados y las fuerzas de polica elaboraron
histricamente doctrinas, reglas prcticas y formas de proce-
der que contribuyeron a la co-construccin de este modo de
accin.
En cuanto a los trabajos monogrficos, estos autorizan pre-
guntas y respuestas de u-1andole muy diferente. La inscrip-
cin de la manifestacin en la ciudad y sus evoluciones per-
miten analizarla como un modo de construccin del espacio
social e indagar sus relaciones con la simbologa o su capaci-
dad para transformar los lugares en espacio, en elsentido que
le atribuye Michel de Certeau; es decir, un lugar practicado,
indisociable de una direccin de la existencia yespecificado
por la accin de sujetos histricos , ya que un movimiento
siempre parece condicionar la produccin de un espacio y
asociarlo a una historia (De Certeau, 1990: 172-175). Nos re-
ferimos aqu a monografas dedicadas al6 de febrero de 1934
(Berstein, 1975), la manifestacin Ridgway (Pigenet, 1992),
el17 de octubre de 1961 (Brunet, 1999, House y MacMaster,
2006) o el 8 de febrero de 1962 (Dewerpe, 2006), que son
un aporte importante a la historia del Estado y de los grupos
polticos. Los estudios monogrficos son tambin los nicos
que autorizan un estudio antropolgico de la manifestacin,
enfoque abandonado si los hay, en beneficio de escasas tenta-
tivasde anlisis etnogrfico de los emblemas y de las puestas
en escena.
Por ltimo, desde la perspectiva de los estudios de partici-
pacin poltica, hay numerosas investigaciones, fundadas por
lo general en encuestas y, hace ya algunos aos, en mtodos
ms sofisticados de recopilacin de opiniones en las mani-
festaciones mismas, que procuraron conocer mejor la socio-
grafa de las poblaciones manifestantes, sus motivaciones y su
3 Vase una sntesis de estas investigaciones en Fillieule y Della Porta
(2006) y Della Porta y Fillieule (2004: 217-241).
INTRODUCCIN 41
relacin con lo poltico, as como verificar si las prcticas de
participacin directa eran exclusivas o, por el contrario, ve-
nan a afianzar formas ms clsicas de participacin, como
el voto o la militancia sindical y partidaria (Favre, Fillieule y
Mayer, 1997: 3-28).
Si bien resulta imposible, en el breve itinerario que este
libro ofrece, dar cuenta de todos estos enfoques de manera
profunda o siquiera completa, intentamos presentar un pa-
norama significativo, vinculando un enfoque a partir de los
acontecimientos y a partir de las prcticas con un enfoque a
partir de los actores.
-
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-
l
La
afirmacin
de un nuevo
repertorio de accin
Charles Ti11ypostula que la manifestacin en su sen-
tido contemporneo surge en
1850;
es una estilizacin teri-
ca. Cualquier estudio histrico de los casos nacionales incita
a relativizarla. Para el Nuevo Mundo, la cuestin de la transi-
cin entre el repertorio de acciones del Antiguo Rgimen yel
repertorio moderno no tiene siquiera la menor pertinencia.
En Europa, las guerras napolenicas y luego las revoluciones
francesas del temprano siglo XIX provocaron una conmo-
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44
LAMANIFESTACIN
L M TRIZ RITNIC
Las primeras marchas, documentadas en los Estados Unidos
y en Gran Bretaa desde el primer tercio del siglo XIX, no
cumplen esas mismas funciones. Durante las primeras dca-
das del siglo XIX, en los Estados Unidos, las ciudades son
habitadas por una poblacin heterognea de recin llegados
de orgenes diversos. Numerosas ceremonias cvicasorganiza-
das en esas ciudades recurren a marchas en que se renen los
grupos de personas que estructuran los gremios, los grupos
sociales, polticos o tnicos. Estas marchas, que se multipli-
can en las dcadas de 1830 a 1850, no slo permiten a la po-
blacin presentar y representar pblicamente su diversidad,
sino tambin asignar un lugar a cada grupo. La Repblica
democrtica se encarna en innumerables fiestas cvicas, du-
rante acontecimientos a los cuales se considera dignos de ce-
lebracin (tal como la conclusin del canal de Erie en 1825)
o en ocasin de aniversarios regionales o locales, o incluso
fiestas nacionales (el Admission Day en San Francisco, el
St Patrick's Day en Nueva York, el 4 de julio, aniversario del
nacimiento de Washington, etc.; Ryan, 1997). Fenmenos de
ndole similar se encuentran a lo largo del tiempo en diver-
sos pases de Amrica Latina, como Mxico (Abrassart, 2000:
247-264).
En Europa, lasmanifestaciones emergentes son, en primer
lugar, de protesta. En Bohemia, el movimiento nacional en
1848 califica las concentraciones al aire libre organizadas en
el norte de Praga, durante la primavera de los pueblos, de
mee tingki, antes que recurrir al trmino tbory, para ancladas
en la cultura nacional, ya que se refieren a los tdbor (campos
militares, smbolos de la historia nacional checa). En 1883, en
Pars, la Comisin Ejecutiva de los obreros sin trabajo, que
intenta movilizar a las vctimas de la crisis econmica, utiliza
tambin las formas y el vocabulario britnico cuando llama a
un
mee tinge n
la plaza pblica . Estos prstamos lingsticos,
tal vez ms numerosos de lo que estos ejemplos atestiguan,
LAAFIRMACIN DE U NUEVO REPERTORIO DE ACCIN
45
demuestran la fuerza del modelo ingls e incitan a interrogar-
se sobre el lugar de la manifestacin en la Gran Bretaa del
temprano siglo XIX.
Alparecer, esen Gran Bretaa donde primero se desarrolla
la manifestacin, comprendida como un cortejo autnomo,
ordenado
Y
que goza de una tolerancia definida, aunque no
ilimitada (Tilly, 1995). En
Conten tious Performa nces,
Tilly iden-
tifica tres momentos clave en la historia de la manifestacin
en Gran Bretaa. Primeramente, las manifestaciones de los
seguidores de Wilkes en 1768 y 1769
incorporan elementos de las antiguas celebraciones
pblicas (coronaciones, festejos de victorias milita-
res, participacin de no electores en comicios obje-
tados ymarchas de trabajadores en defensa de dere-
chos amenazados). Sin embargo, el apego de quienes
protestaban a un programa de derechos populares y
su identificacin con un formidable impulso popu-
lar distinguen a estas manifestaciones como nuevos
tipos de realizaciones (Tilly, 2008: 75).
Esta ltima y sutil observacin sugiere que lo que cambia no
es la forma de las protestas, sino su sentido y su interpreta-
cin, los cuales, como contrapartida, contribuyen a transfor-
mar la morfologa de esas protestas. El aporte de nuevos sig-
nificados a una forma previa induce otros modos de reaccin
de los actores implicados, ya sean la gente en el poder, aque-
llosa quienes apunta laprotesta o los pblicos (vase tambin
Traugott, 1995, y Pchu, 2006).
En segundo lugar, la masacre de Peterloo del 16de agosto
de 1819 tiene como efecto especfico tomar ms legtimo el
acto de manifestar y, sobre todo, tornar ms costoso el de
reprimido:
Por contrapartida, eso afianz el derecho de los ciu-
dadanos a marchar y a congregarse pacficamente
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7/25/2019 La Manifestacin
19/93
46 LA MANIFESTACIN
en nombre de la reforma parlamentaria. La man-
fe tacin se volva un medio disponible para una am-
plia gama de reivindicacione pblicas (Tilly, 2008:
76-77).4
Por ltimo, Tilly evoca las grande manifestaciones polticas
de 1820 a favor de la reina Carolina de Brunswick y dirigidas
contra el rey, que culminan con lo funerales polticos de la
reina en agosto de 1821. Los modos de accin utilizados se
inspiran en los camp mee ti ng s metodistas y primitivos, en su
retrica milenarista, en el ceremonial de las guildas o gremios
medievales, en la cultura ms reciente de los ex combatientes
de las guerras antinapolenicas o la de los sindicatos o socie-
dades de socorro mutuo, segn combinaciones complejas. A
menudo se inscriben en una perspectiva de mutacin radi-
cal, incluso escatolgica. Aspiran tambin a la construccin
de una opinin pblica nacional (Thompson, 1988), como
lo atestiguan las marchas hacia Londres a partir de 1816, que
renen, repetidas veces, ms de 100000 manifestantes.
Durante la dcada de 1820, los trabajadores en huelga, por
su parte, recurren cada vez ms a menudo a la manifestacin
(Steinberg, 1995 y 1999). En la dcada siguiente, esta ocupa
ya un lugar central en el repertorio britnico de la protesta.
Esta transformacin que, segn Tilly, inicia en Gran Bretaa
alrededor del perodo 1801-1820 para consumarse en la d-
cada de 1830, ocurre de una manera un poco ms tarda en
Francia: en L a F ra nce con tes te (Tilly, 1986), la sita hacia 1850.
En
Contentious Per formances,
a partir de los trabajos de Vincent
Robert (1996), subraya que 1848 marca sin duda el nacimien-
to de la manifestacin moderna en Francia, pero que debido
al parntesis autoritario del segundo Imperio (1850-1860)
4 Una observacin idntica figura en Waddington (1998).
5 Acerca del caso estadounidense, vanse Young (2002a, 2002b).
LAAFIRMACI DE U
UEVO REPERTORIO DE ACCIN 47
se fija recin a partir de 1890. Ms precisamente, egn Ro-
bert, existen protomanifestaciones a partir de 1831 en Lyon,
que desaparecen bajo el peso de la represin y reaparecen a
partir de 1870, aunque limitadas a formas antiguas (funerales
anticlericales, celebraciones locale de la toma de la Bastilla
,
ceremonias oficiales, procesiones religiosas, delegaciones de
trabajadores ante las autoridades municipales o estatales). A
partir de la expansin de las asociaciones voluntarias, a fina-
les de la dcada de 1880, las manifestaciones adquieren cierta
prominencia en la vida pblica lionesa. A esto hay que aadir
el rol-en cierto modo, similar al de Peterloo en Gran Bretaa-
de la masacre de Fourmies en 1891 (Pierrard y Chappat, 1991).
MOVIMIENTOS O REROS Y M NIFEST CIONES
La huelga y la marcha suelen ir a la par (Perrot, 1984). Los
cortejos son, en efecto, indispensables para la conduccin de
algunas huelgas y por eso se convierten en sus apndices obli-
gados. Responden, entonces, a objetivos que pueden diferir
de un grupo a otro: columnas destinadas a incitar a los otros
obreros a parar la produccin (minas, astilleros), marchas for-
zosas a consecuencia del cierre de una empresa por el patrn
(lcck out ,
cortejos destinados a afirmar la cohesin del grupo
obrero (en particular en las ciudades medianas monoindus-
triales), la solidaridad o la fuerza perpetuada de movimientos
que se eternizan como en la industria textil corteios festivos
d ;}
e fin de huelga ... En ueva Inglaterra, obreras en huelga de
la industria textil y del calzado organizan parades desde el pri-
mer tercio del siglo. En Europa, en la segunda mitad del siglo
XIX, estas manifestaciones se desarrollan al ritmo de conflic-
tos locales. No corresponden a ningn principio unificador
pero contribuyen a constituir precozmente la manifestacin
o, al menos, el cortejo como el momento esencial de la huel-
ga (pinsese en
Germina l
de mile Zola). La depresin econ-
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7/25/2019 La Manifestacin
20/93
48 LA MANIFESTACIN
mica que azota a Europa y culmina en 1885-1886 constituye
la primera ocasin de convergencias desde 1848, que aun as
son de alcance limitado. Vaacompaada por manifestaciones
de sin trabajo en diversos pases de Europa.
En Gran Bretaa, el reflujo del cartismo' en beneficio de
las
trade-unions
signific la afirmacin de estrategias que des-
confiaban de la movilizacin colectiva globalizante en las for-
mas que esta adopt en el temprano siglo XIX. La Social De-
mocrat Federation organiz potentes manifestaciones de sin
trabajo . En Londres, estas se convierten en levantamientos
(1886) y se topan con una violenta represin (Bloody Sunday,
noviembre de 1887), que resulta en un trato menos liberal y
una desconfianza mayor de las
trade-unions.
Por ende, la ma-
nifestacin callejera retrocede en Gran Bretaa en el preciso
momento en que comienza a afirmarse en diversos pases de
Europa occidental.
Por el contrario, en Francia o en Blgica, estos mismos
movimientos de la dcada de 1880 constituyen el momento
de un giro del movimiento obrero hacia el nuevo reperto-
rio de accin. En Pars, los
meetings,
que vanamente intent
organizar la Comisin Ejecutiva de los obreros sin trabajo,
y las relaciones peligrosas que las manifestaciones blanquis-
tas mantienen con las de los boulangistas resucitan durante
cierto tiempo algunos fantasmas de 1848 pero, en realidad,
constituyen un adis a las barricadas (Pigenet, 1997): En
Blgica, alrededor de Lieja y de Charleroi, la revuelta indus-
trial de marzo de 1886, que se salda con la muerte de veintio-
cho obreros, es la ltima en su gnero. Su desaparicin coin-
cide con la afirmacin de nuevos modos de manifestacin, en
Francia, a iniciativa de los guesdistas? y en Blgica, del Par-
El movimiento cartista se desarroll a partir de 1838 por iniciativa de
la Asociacin de Trabajadores Londinenses. En un primer momento
reclam el sufragio universal masculino, contra el sistema electoral
restrictivo vigente. [N. de E.]
Los guesdistas, seguidores deJules Guesde, formaron una fraccin
marxista ortodoxa que se escindi del Congreso del Partido de los
LAAFIRMACIN DE UN NUEVO REPERTORIO DE ACCIN
49
tido Obrero Belga. Fenmenos similares afectan a Finlandia.
E n los Estados Unidos, ejrcitos de desempleados realizan
grandes marchas que dividen al pas en 1893 y 1894 (bajo la
direccin de los improvisados generales Kelly,Fry, Coxeyo
Galvin;vase McMurry, 1929).
La decisin de organizar, el 1
de mayo de 1890, una jor-
nada internacional de lucha por la obtencin de la jornada
laboral de ocho horas, tomada un ao antes por el congre-
sosocialista de Pars, constituy un momento importante de
unificacin simblica de prcticas obreras que hasta entonces
haban sido dispares. El llamado, que apost ante todo a la
simultaneidad de la accin, se abstuvo de especificar sus for-
mas. Las marchas que dicho llamamiento suscit fueron de
una diversidad extrema.
Durante tres aos, Londres debe a la presin de la Social
Democrat Federation, ya un liberalismo poltico notoriamen-
tems extendido que en otros lugares de Europa, el hecho de
albergar poderosas manifestaciones que se convierten en for-
masde amparo para los refugiados polticos de toda Europa.
En Francia, los guesdistas intentan, sin xito, intimaciones
ante los poderes pblicos, que constituyen lamatriz de lasma-
nifestaciones peticionarias contemporneas. En Alemania, en
Austria-Hungra, en Italia o en Blgica, despus de 1890, se
multiplican los cortejos ritualistas yfestivos, que a menudo se
despliegan por el espacio campestre para evitar cualquier tipo
de conflicto. En su mayora, estos cortejos son mejor tolera-
dos que bajo otras circunstancias, excepto en Europa central
Y o
nental. Tanto para los manifestantes como para las fuerzas
del orden, estas manifestaciones sevuelven una ocasin posi-
ble y frecuente de aprendizaje de la marcha ordenada. Pero
eso.no puede ser lo esencial. Los grabados que aparecen en
C a s i tod 1 1 d
os os paIses mvo ucra os para documentar este mito
rab~adores Socialistas de Francia en 1882, para luego formar el
Partido Obrero Francs. [N. de E.]
-
7/25/2019 La Manifestacin
21/93
50 LA MA IFESTACI
del 1 0 de Mayo erigen la marcha como smbolo del pro.greso
hacia un devenir mejor. Contribuyen a dotar a la manifes~-
cin de un alcance simblico capaz de acrecentar sus capaCI-
dades movilizadoras (Dommanget, 2006, Tartakowsky, 1995,
Rodriguez, 2013). El fenmeno no tiene la misma v~li.d~z:n
los Estados Unidos, donde la apropiacin de esta nciauva
sigue siendo marginal si se exceptan ello de mayo de 1933
en NuevaYork y ello de mayo de 1936 en Chicago.
El mundo obrero estaba lejos de ser el actor exclusivo de
una prctica que se afirmaba como plur.iclasista: ~ iniciativa
de fuerzas polticas de todas las tendenCIas -soCIahs~, per,o
tambin catlicos, liberales o nacionalistas-, yque se impona
en numerosos Estados de Europa occidental como una moda-
lidad de la lucha poltica.
SUFRAGIO UNIVERSAL Y MANIFESTACIONES
La manifestacin callejera slo se autonomiza y se afirma
como modalidad de accin poltica con el surgimiento de
una esfera pblica y con la consolidacin de las democra.cias
parlamentarias. De ah el evidente desfase entre tres ~onJun-
tos geopolticos: el continente americano, Europa oCCI~ental
y Australia, donde el fenmeno es pre~oz; Europa .one~tal,
donde es claramente ms tardo; yAsia,Africa yMedIOOrien-
te, donde constituye una importacin paradjica de lacoloni-
zacin o de la occidentalizacin y de las resistencias que estas
suscitan.
El primer conjunto est surcado por importantes diferen-
cias, que radican en la desigual legitimidad que el sisterna
poltico entonces dominante permite o prohbe reconocer
a este modo de accin. La manifestacin goza de una tole-
rancia temprana en Gran Bretaa y en los Estados Unidos,
donde cualquier movilizacin de la opinin pblica es con-
siderada un barmetro de la legitimidad poltica. Esto vale
LA AFIRMACIN DE UN UEVO REPERTORIO DE ACCIN 51
tarnbin para Blgica, en virtud de la Constitucin de 1830,
y
para algunos Estados alemanes, ya que abarca nicamente
a lasmarchas con dimensin cvica. Todos estos pases sirven
de modelos, a menudo idealizados, para quien los compara
con aquellos otros pases, mayoritarios, que por ese entonces
irnponen prohibiciones.
Esta tolerancia relativa permite que la manifestacin se im-
ponga como un instrumento de conquista del sufragio uni-
versal en diversos pases de Europa occidental, tal como en
algn momento sucedi en Gran Bretaa. Las manifestacio-
nes que movilizan entonces a las elites, y se extienden a veces
a los medios populares, aspiran a afirmar que quienes mar-
chan poseen capacidad plena y total de convertirse en ciuda-
danos. Sus organizadores se esmeran en dar una imagen de
orden yde respetabilidad. As, los manifestantes marchan por
todas partes en un orden estricto, vestidos con sus ropas de
domingo (Albrecht yWarneken, 1986, Lindenberger, 1995).
En Blgica, liberales y catlicos se movilizan conforme a esta
modalidad a partir de 1884.Tambin los socialistas inscriben
sus movimientos en el calendario religioso (15 de agosto de
1880, Pentecosts de 1886), no sin hacer un aporte impor-
tante al giro del mundo obrero hacia el nuevo repertorio de
accin. Manifestaciones similares se desarrollan en Finlandia
y en Suecia entre 1904 y 1906, en Sajonia, en Hamburgo y en
Austria en 1905 y 1906, en Prusia de 1908 a 1910, anotando
puntos cuando no alcanzando victorias.
Las manifestaciones de las suffragettes constituyen una fa-
ceta especfica de este mismo combate. En los Estados Uni-
dos se organizan marchas de mujeres a partir del 8 de mar-
~ de ~908 con motivo del Women's Day (Tickner, 1988).6
extienden a algunos pases de Europa a partir de 1911,
6 Ms infonnacin sobre las manifestaciones de Londres y, ms en
general, sobre el movimiento de las su ffragette s consta en Liddington
y Norrs (2000).
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22/93
52 LAMANIFESTACIN
convocadas por la Segunda Internacional, y definen am-
plios objetivos que incluyen la mejora de las condici~nes de
trabajo. En Gran Bretaa, e in criben de manera mas ~ pe-
cfica en el combate por el sufragio universal. En un pnmer
momento, las suf fr agettes e cogen reunirse en Hyde Park,
pero luego toman la senda de las manifestaciones especta-
culares, a menudo violentamente reprimidas entre 1906 y
1911, antes de replegar e a manifestaciones ms locales. La
concentracin que organizan en Londres en vsperas de la
coronacin de Jorge V, en presencia de numerosas delega-
ciones internacionales, incluida la de India, se extiende a
nuevos territorios; por ejemplo, Austria o Mnich (Evans,
1976, Strom, 1987: 370-392). En los Estados Unidos, recin
a partir de 1910 se organizan en Nueva York marchas anua-
les en favor del sufragio, como la marcha de las antorchas
de mayo de 1912 en que las mujeres reivindican un nuevo
estatuto. Si bien dichas manifestaciones gradualmente se
extienden a otros Estados, slo relevamos una manifesta-
cin nacional en los Estados Unidos, el 3 de marzo de 1913,
por la avenida Pennsylvannia de Washington, bajo la batuta
de Alice Paul, dirigente de la ational American Woman
Suffrage Association s ( AWSA) Congressional Union. La
marcha reprodujo el modelo britnico: fue encabezada por
Inez Milholland, a caballo y envuelta en una capa blanca,
seguida por entre 5000 y 8000 mujeres, con delegaciones
por Estados, asociaciones de hombres y grupos de m icos.
Segn Bader Zaar,
los carros estaban adornados con los colores de las
militantes britnicas -blanco, violeta y verde- y con
el amarillo de la NAWSA, con una rplica de la cam-
pana de la libertad de Filadelfia y una representa-
cin de la primera convencin de las
suffrage ttes
es-
tadounidenses, celebrada en Seneca Falls en 1848.
[ ... ] La procesin terminaba en un grupo de cien
LAAFIRMACINEUNNUEVOREPERTORIOEACCI
53
mujeres blancas? y nios, ubicados sobre las escali-
natas del edificio del Tesoro frente a la Casa Blanca
y repre entando alegoras evocadoras de las virtudes
con titucionales: Columbia, la Justicia, la Libertad,
la aridad, la Paz y la Esperanza (Bader-Zaar, 2007:
114-115).
Las muy violentas reacciones de los espectadores, que impi-
dieron a los manifestantes desplazarse por el espacio urbano,
y la actitud expectante de las fuerzas del orden provocaron
un verdadero motn y motivaron el abandono de la estrategia
de la manifestacin por parte del movimiento.
En los pases mencionados, la manifestacin, que fue uno
de los instrumentos de conquista del sufragio universal, no
aparece en competencia con l. Una vez obtenido el sufragio
(masculino), la manifestacin perdi cualquier centralidad
poltica, a menos que se afirmara como una modalidad de la
fiesta de la soberana; en primer lugar, en los Estados Unidos.
La situacin es radicalmente diferente en Francia, donde el
sufragio universal masculino, proclamado en 1848 pero muy
pronto recortado antes de ser restaurado con todas sus pre-
rrogativas en 1875, es anterior -y por mucho- al surgimien-
to de la manife tacin en su acepcin contempornea. Esta
cronologa particular contribuye a conferir a la manifestacin
~a ilegitimidad que durante un tiempo prolongado seguir
Siendo la norma.
. Has~ 1831, los usos del espacio pblico son regidos por el
~~SltIVO legislativo instaurado durante la Revolucin (ley
17~lal del 21 d.e.oC~,bre de 1789, leyes del 23 de febrero de
d sobre la utilizacin de la fuerza pblica y del 27 de julio
17~1.sobre la requisa y la accin de la fuerza pblica). Este
POSItIvOapuntaba a hechos de extrema gravedad y volva
7 Bla.ncas, en efecto, ya que la manifestacin respeta una separacin
racial de los manifestantes.
-
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23/93
54
LA MA IFESTACIN
a los contraventores pasibles de sanciones que llegaban a la
pena capital. Pronto se mostr inadecuado para las concen-
traciones a las cuales se vean confrontadas las autoridades,
como los
chariva ris
[manifestaciones ruidosas] o las moviliza-
ciones contra los recaudadores de impuestos o los patrones.
En laprctica, este proceso desemboca en un vacojurdico
que viene a llenar la ley del 10 de abril de 1831, destinada a
regular levantamientos ms que manifestaciones. Segn los
trminos de esta ley, la ms pacfica de las reuniones poda
ser calificada de movilizacin, en cuanto un representante del
Estado ordenara su dispersin. Las personas que la prolonga-
ran despus del primer requerimiento podan ser arrestadas y
llevadas ante los tribunales de contravenciones menores. Con
todo, slo eran pasibles de penas leves.La Segunda Repblica
modificar esta legislacin. La ley del 7 dejunio de 1848 ope-
ra una distincin entre las movilizaciones armadas, comple-
tamente prohibidas, y las no armadas, prohibidas en caso de
que pudieran perturbar la tranquilidad pblica . Preserva el
principio del requerimiento previo, agrava las penas previstas
por la ley de 1831 y prev eljuicio de las infracciones por los
tribunales penales.
Los republicanos de la dcada de 1880 deben a su indivi-
dualismo filosfico el considerar a los cuerpos intermedios
como fuerzas que obran a modo de pantalla entre el ciudada-
no elector y los elegidos, nica expresin legtima del pueblo
soberano. Esta desconfianza hacia cualquier expresin colec-
tivade intereses particulares se extenda, naturalmente, a los
movimientos callejeros que, a partir de 1789, han erigido
y derribado regmenes. El nuevo rgimen consideraba el su-
fragio universal combinado con las conquistas democrticas
de la dcada de 1880 como el nico marco legal que per-
mita a cada uno expresar y, por ende, manifestar indivi-
dualmente -diferencia notoria- su pensamiento. As, negaba
toda legitimidad a movimientos destinados a hacerse or por
los poderes pblicos por otras vas. Adems, no inclua a la
manifestacin entre las libertades democrticas que en ese
LA AFIRMACIN DE UN NUEVO REPERTORIO DE ACCIN
55
momento garantizaba. Limitaba la expresin del derecho de
peticin al Parlamento, y para todo lo dems se atena al cor-
pusjurdico existente, agravado por la ley del 30 de junio de
1881, que prohiba realizar reuniones en la va pblica. Las
Constituciones republicanas ulteriores reconocern al ciuda-
dano el derecho de manifestar su pensamiento sin formular
la existencia de un derecho a lamanifestacin en su acepcin
contempornea. En virtud de la ley municipal de 1884, su
eventual tolerancia quedaba a discrecin de los alcaldes. En
Pars, estaba sometida a la buena voluntad de la prefectura
de polica.
Estasorientaciones polticas no significan en absoluto la au-
sencia de manifestaciones. Las crisis que marcan las primeras
dcadas de la Repblica ven a los movimientos de la calle
ceder el paso a manifestaciones de los boulangistas y, ms
tarde, de los antidreyfusistas que amenazan repetidamente,
si no al poder, al menos sus smbolos, e inscriben la mani-
festacin en el repertorio de accin de la derecha nacional.
Estemodo de expresin, al cual los estudiantes nacionalistas
recurren con especial frecuencia en Pars, se afirma con el
surgimiento de los partidos modernos, una vez concluido el
c.asoDreyfus. La legitimidad que entonces se reconoce paula-
tmamente a los partidos y a los grupos parlamentarios no se
extiende, en cambio, a la manifestacin callejera, a la cual se
considera una expresin del desorden poltico yun potencial
factor de violencia. La gradual intervencin reguladora del
POder central obedeca a consideraciones de orden pblico,
no de legitimidad poltica.
.Enun rgimen en el cual la manifestacin pertenece a la
rn~srnacategora jurdica que la concentracin , el manteni-
rnlento del orden pblico corresponde, desde luego al
eirci-
~e ~
l . n sus cuerpos urbanos y rurales (la gendarmera ). Pero
a I~stauracin del serviciomilitar obligatorio en 1872y la or-
ganIzacin regional de las tropas, luego de la derrota de 1870
en laguer
f ..
ra ranco-prusiana, llenen como consecuencia acer-
car el ejrcito a la sociedad civily volver delicado un eventual
-
7/25/2019 La Manifestacin
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56 LA MANIFESTACIN
cara a cara entre manifestantes y fuerzas del orden, en espe-
cial durante las huelgas. Ello de mayo de 1891, en Fourmies,
la muerte de nueve manifestantes, entre ellos cuatro mujeres
y un nio, da prueba de esto. Sin embargo, la situacin no
evoluciona en todas partes al mismo ritmo. En Pars, el pre-
fecto de polica Lpine concibe mtodos innovadores que
permiten a la polica municipal asegurar la calle (Berli~re,
1993). En las provincias, la utilizacin de la gendarmena y
del ejrcito seguir siendo la regla. Nuevas man.ife~taciones
sangrientas se producen en Narbona, en Dra~eIl-Vl~neaux,
en Villeneuve-Saint-Georges, mientras que la VIOlenCIadesa-
parece (o casi) de las calles de la capital, hasta la gu~rra:
A esta modalidad de accin recurren las orgamzaCIones
obreras, los catlicos en lucha contra los inventarios de bie-
nes de la Iglesia, los viticultores de la regin de Champagne
o del Medioda, los estudiantes nacionalistas y, desde luego,
la Accin Francesa. Gradualmente, va a imponerse a los po-
deres pblicos. En 1907, Clemenceau admite que puede~ to-
lerarse ciertas demostraciones, en funcin de la personalidad
de sus organizadores y de su capacidad de enmarcarlas, en
concordancia con los poderes pblicos. La primera de esas
demostraciones es la gran protesta contra la ejecucin
de Francisco Ferrer, el 17 de octubre de 1909; tambin es la
primera vez en la historia que el orden es asegurado por inte-
grantes de la propia manifestacin, lo que en francs se llama
servicio de orden (Cardon yHeurtin, 1990).
En 1921 se crea un cuerpo de gendarmes motorizados es-
pecializados en el mantenimiento del orden. El23 de octubre
de 1935, un decreto-ley estipula: Los cortejos, las marchas,
las concentraciones de personas y cualquier manifestacin
en la va pblica estn sometidos a la obligacin de una de-
claracin previa ante el prefecto de polica. Concebido para
controlar mejor los usos polticos de la calle luego de las ma-
nifestaciones sangrientas que se sucedieron entre febrero de
1934 y agosto de 1935, confiere as a la manifestacin el es-
tatuto del cual careca hasta ese momento; pese a su carcter
LA AFIRMACIN DE UN NUEVO REPERTORIO DE ACCIN 57
provisorio y a la ausencia de ratificacin legislativa ulterior,
permanecer en vigor hasta la actualidad.
Las relaciones complejas entre la manifestacin y la prc-
ca electoral son distintas en otros lugares. En la Argentina,
las condiciones problemticas en las cuales se efectan los co-
micios dan mayor legitimidad a la manifestacin. En Buenos
Aires, donde el derecho a voto irrestricto existe desde 1821,
son pocos aquellos que lo ejercen en la prctica: slo una mi-
nora de extranjeros elige naturalizarse y los ciudadanos nati-
vos no demuestran demasiado inters en la actividad electo-
ral. Adems, el voto es ocasin frecuente de enfrentamientos
colectivosyviolentos entre facciones partidarias encuadradas
por caudillos. El ejercicio del derecho de voto estaba lejos de
verse asociado a la nocin de representacin poltica. Pareca
dar pie a una serie de manipulaciones.
Los habitantes de Buenos Aires que no son indiferentes a la
vidapblica recurren a diversas acciones colectivasy desarro-
llan una verdadera cultura de la movilizacin. Lasmanifesta-
ciones y concentraciones en las plazas pblicas son considera-
das, incluso por las elites, mecanismos de intervencin poltica
adecuados para influir sobre el gobierno. Este modo de repre-
sentacin de los intereses colectivosdel pueblo parece un com-
plemento, incluso un sustituto del voto, una prctica benfica
para lasinstituciones democrticas (Sabato, 1998). Este uso le-
gitimador de la manifestacin probablemente sea vlido tam-
bin para otros pases de Latinoamrica, incluso hasta fechas
muycontemporneas. Eso sucede en Venezuela a partir de la
crisisde 1989 (Lpez, 2003:211-228,Lpez yLander, 2006).
SIS'I'EMASNACIONALES Y MOVIMIENTOS TRANSNACIONALES
l)esde el cambio de siglo se afirman sistemas nacionales con
reglas
y
ritos propios, que a menudo han quedado tcitos.
Estos sistemas deben su especificidad al derecho, a las mo-
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58 LA MANIFESTACIN
dalidades del mantenimiento del orden, a las matrices his-
tricas y culturales, distintasde un Estado a otro, as como a
las relaciones que lacultura poltica dominante mantiene en
cada uno de ellos con laIglesiay