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    8 LA MANIFESTACIN

    La estructura y la dinmica de las

    manifestaciones 6

    Los sondeos en las manifestaciones 2

    Efectos socializado res de la participacin 26

    5. La manifestacin en el espacio pblico

    29

    Lgicas de la informacin periodstica

    sobre las manifestaciones

    133

    Hacerse comprender 4

    La manifestacin de papel 42

    El mantenimiento del orden y la esfera pblica

    46

    Cuando hacer es decir 151

    Conclusin 157

    Anexo. Sobre la manifestacin

    y

    los otros modos

    de protesta poltica 183

    Bibliografa 99

    Nuevas herramientas

    para pensar la protesta

    El libro. o puedo ms que celebrar la publicacin,

    en castellano, de un gran-pequeo libro como es

    La manifesta-

    cin

    escrito por Olivier Fillieule yDanielle Tartakowsky, y que

    aparece ahora -no nos sorprende- en la excelente serie Rum-

    bos tericos que dirige Gabriel Kessler en la Editorial Siglo

    XXI.

    Tanto el autor como la editorial nos han acostumbrado

    ya a ttulos de primer nivel, imprescindibles en este caso.

    Este libro, que presenta una perspectiva novedosa acerca

    de la accin colectiva, resultado de la conjuncin de las dis-

    ciplinas histricas y politolgicas, resulta especialmente til

    h.oyen da, luego de largas dcadas de recurrentes protestas

    cIUdadanas, en los confines ms diversos del planeta. Acumu-

    lamos ya muchos aos de movilizaciones ciudadanas de un

    ~uevo tipo: protestas que muestran componentes democra-

    tI.zadores notables, que tienden a tomar por escenario prin-

    cpal la calle, que pueden incluir, desprejuiciadamente, ele-

    mentos de violencia, entre los muy diferentes recursos a los

    que apelan. Que aparecen como respuesta directa e inmedia-

    ta frente a las causas que las provocan. Sin embargo ya pesar

    del tie . .. '

    mpo transcurndo, no conseguimos analizarlas todo a

    o largo del e . di

    scenano mun a, prestar especial atencin a

    os proce .

    . sos

    mismos

    de su desarrollo. Por ello, el aporte que

    reahza esta b .

    . o ra es inmenso, en su esfuerzo analtico compa-

    ratIvo y su id

    t ba consi eracion de los detalles. Motivado por estera ~o .

    n - ,presento algunas reflexiones sobre el nuevo/viejo fe-

    omeno q Fll

    P

    ue

    ieule y Tartakowsky abordan de manera tan

    rovechos

    a

    .

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    10 LA MA IFESTACIN

    Lo que no era .

    Cuando en torno al crtico ao 2001 estalla-

    ron protestas populares, en las calles de toda la Argentina,

    muchos de quienes nos interesamos por ellas quedamos algo

    perplejos (Auyero, 2004, Gargarella, 2006). Las protestas no

    parecan tener mucho que ver con aquellas qu~ ac~stu~-

    brbamos presenciar o analizar, a partir de una nca historia

    nacional de movilizaciones sindicales. Las viejas protestas

    haban marcado definitivamente al pas durante ms de cin-

    cuenta aos, desde mediados del siglo XX. Por lo general,

    haban consistido en procesos de activacin ymovilizacin

    sindical, seguidos por negociaciones tripartitas en las que par-

    ticipaban representantes del Estado y del empresariado local.

    En cambio, las protestas de 2001 (llammoslas as, por el mo-

    mento) aparecan protagonizadas por grupos diversos, co-

    mnmente no sindicalizados (muchos de estos nos referan

    a individuos que haban perdido su trabajo o se ocupaban en

    trabajos precarios); a veces poco politizados; y en algunos ca-

    sos -no inhabituales- vinculados con sectores y clases sociales

    diversas, en apariencia poco afines entre s,

    Curiosamente, las nuevas protestas tampoco se asemeja-

    ban a otras prcticas de movilizacin poltica que habamos

    conocido y estudiado como propias del perodo de posgue-

    rra. Me refiero a la

    desobedi en cia c iv il

    y la

    ob jec in de conciencia .

    Por lo general, definimos estas ltimas a partir de rasgos tales

    como la no violencia, o la disposicin de sus miembros a so-

    portar el peso de la ley a cambio del derecho a mantener

    sus quejas (Bedau, 1961). As, eran actividades cuyos rasgo.

    s

    distintivos no reconocamos presentes en esos nuevos mov-

    mientos de protesta.

    Las protestas de 2001 tampoco mostraban el carcter de

    los levantamientos anticolonialistas que haban concitado la

    atencin de la sociologa y las

    teoras de la dep end encia,

    dca-

    das atrs; ni la radicalidad de las insurrecciones que haban

    interesado a Karl Marx a mediados del siglo XIX, ni los pro-

    psitos de las luchas independentistas de comienzos de e~e

    mismo siglo, ni tampoco la impronta revolucionaria propIa

    NUEVAS HERRAMIENTAS PARA PENSAR LA PROTESTA 11

    de las revoluciones que haban preocupado aJohn Locke, a

    Irnrn

    anuel

    Kant o a Edmund Burke, a finales del siglo XVIII.

    La s nu e va s p ro te st as.

    Las protestas que se daban en la Argen-

    tina a comienzos de este siglo mostraban, s, un perfil dis-

    tinto de las conocidas, pero reconocible, sin dudas, en otros

    pases de la regin. En efecto, en Amrica Latina, y desde

    finales del siglo XX, los levantamientos y manifestaciones

    populares, y la toma de las calles por parte de poblaciones

    afectadas, se convirtieron en prcticas cada vez ms comu-

    nes.' En pocos aos, de hecho, se sucedieron en la regin mo-

    vilizacionespopulares de signo diferente, pero tambin unidas

    por ciertos hilos conductores caractersticos. Asistimos enton-

    ces con los notables procesos conocidos como la Guerra del

    Agua (2000) y la Guerra del Gas (2003) en Bolivia,dirigidas

    contra la privatizacin de sectores bsicos de la economa local;

    las crecientes ocupaciones de tierra en Brasil, efectuadas por

    el Movimiento Sin Tierra (MST); las tomas llevadas a cabo

    por pobladores pobres, en Santiago de Chile; las invasiones

    producidas en Lima, por desamparados en busca de vivienda;

    o los levantamientos indgenas en las zonas mineras en Per

    (Svampa, 2008, Svampa, Stefanoni y Fornillo, 2010).

    Sucesos como los sealados estaban lejos de quedar con-

    finados a la Argentina, o a Amrica Latina. Supimos de pro-

    cesos de intensa protesta y raz popular que se propagaban

    -impensablemente- aun en losEstados Unidos (por ejemplo,

    Conel movimiento Occupy Wall Street); en Espaa o en Gre-

    cia (en protesta ante la crisis financiera, o contra los modos

    1 Esos estal lidos haban tenido un aviso peculiar y temprano con el

    alzamiento del llamado Ejrcito Zapatista de Liberacin acional

    (EZLN), encabezado por el Subcomandante Marcos , ello de enero

    de 1994 (ao de entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio

    de Amrica del orte), en el estado de Chiapas, en el sur de Mxico.

    El EZLN, retornando las viejas banderas del zapatismo mexicano,

    exiga democracia, libertad, tierra, pan y justicia para los postergados

    grupos indgenas de ese pas.

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    12 LA MANIFESTACIN

    en que las economas desarrolladas comenzaban a repartir

    los costos de las nuevas crisis); o aun en Medio Oriente (mi-

    ramos con asombro, entonces, las masivas manifestaciones

    populares en Tnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen o Bahrein).

    Algo nuevo pasaba: algo que no entendamos bien, pero que

    queramos y necesitbamos entender.

    Re se rv as c v ic as . Un elemento comn, que se destaca a partir

    de sucesos como los anteriores, se relaciona con las reservas

    cvicas intactas, mostradas por sociedades tan dismiles como

    las citadas. Este aspecto no esmenor sirecordamos la habitua-

    lidad con que, desde las ciencias sociales o el sentido comn,

    hablamos de la apa t a po l ti ca distintiva de la sociedad estadou-

    nidense. No es menor, insisto, si recordamos las referencias

    constantes a los

    pasotas

    espaoles -la juventud hispana, a la

    cual sola considerarse indiferente y distante respecto de la

    poltica, y sin embargo tan activamente movilizada aos des-

    pus-. No es menor si recordamos el sojuzgamiento , que

    pareca rasgo inmodificable de la vida en los pases rabes, y

    lo contrastamos con el nmero e intensidad de las manifesta-

    ciones que se dieron en los ltimos tiempos, en todos ellos.

    No es menor sirecordamos el modo algo despectivo con que

    algunos se refirieron durante tanto tiempo a la ciudadana

    de Brasil o Chile, sociedades que parecan desmovilizadas,

    ajenas a la poltica. Quin habra podido anticipar, frente

    a una sociedad chilena que considerbamos anestesiada

    por los terrorficos efectos de la dictadura, las movilizaciones

    lideradas por grupos de jvenes estudiantes (casi nios: los

    pinginos) que veramos despus? Quin habra predicho

    que en Brasil, el pas del ftbol, y durante el transcurso mis-

    mo del Mundial, decenas de miles de personas saldran a las

    calles, dando la espalda, si no repudiando directamente, a

    un campeonato millonario que se organizaba con evidente

    desinters por el malvivir de millones? En definitiva, empeza-

    mos a reconocer, en los sitios ms diversos, sociedades resis-

    tentes, con vitalidad cvica, con activistas dispuestos a asumir

    NUEVAS HERRAMIENTAS PARA PENSAR LA PROTESTA 13

    costos importantes (incluido el de su propia vida), para mani-

    festar quejas profundas debidas a derechos que consideraban

    agraviados.

    El lenguaje de l os d e re cho s. As, aparece un nuevo factor que

    me interesa destacar en cuanto es comn a estos renovados

    sucesos: el relativo a la recurrente apelacin al lenguaje de

    los derechos por parte de grupos en apariencia tan dismi-

    les entre s. Este tipo de apelaciones resultan notables, en

    particular, si tomamos en cuenta los modos en que nuestros

    antecesores se haban acostumbrado a repudiar ese mismo

    lenguaje, que consideraban superficial, antes que sustantivo;

    o superestructural , antes que vinculado con la realidad

    material de nuestras sociedades. Sin embargo, inesperada-

    mente quizs, el lenguaje de los derechos recuper fuerza y

    centralidad absolutas en las ltimas dcadas. Pero tiene sus

    anteceden teso

    En el perodo de posguerra, hubo presiones a favor de ga-

    rantas individuales, arrasadas durante los aos blicos. Dicho

    perodo trgico dej enseanzas fundamentales a la humani-

    dad, muchas de ellas relacionadas con los riesgos de enfoques

    tanto formalistas como totalizadores en tomo a la demo-

    cracia; o vinculados con la atencin especial que merecan

    los derechos y garantas legales, particularmente a la luz de

    acciones opresivas que parecan contar con respaldo mayori-

    tario (Ferrajoli, 1997, Pogge, 2003). De modo similar, el largo

    ciclo de dictaduras que en Amrica Latina tuvo su centro des-

    de mediados de la dcada de 1960 tambin ayud a revivir, en

    toda la regin, adormecidas preocupaciones por los derechos

    humanos. Desde entonces -comienzo de los aos ochenta-la

    causa de los derechos humanos se convirti en eje fundante

    de las nuevas democracias de la regin. Al respecto, convie-

    ne recordar que hasta el momento del renacimiento de la

    democracia, y por una diversidad de causas (la Revolucin

    Cubana, entre ellas), el discurso de los derechos pareca pro-

    pio de burguesas que haban quedado desacomodadas o in-

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    14 LA MANIFESTACIN

    cmodas frente a los logros materiales de los movimientos

    revolucionarios.

    Respaldados por esos antecedentes, en las ltimas dcadas

    result cada vez ms comn que los sectores socialmente ms

    afectados abrazaran con conviccin el lenguaje de los dere-

    chos (adoptado por Constituciones y tratados internacionales

    ampliamente ratificados), seguros de que as fortalecan sus

    reclamos y obtenan un fundamento apropiado. Se habl en-

    tonces, de manera habitual, del derecho al agua, a la vivien-

    da digna, al descanso, entre tantos otros: ese fue tambin el

    idioma en que hablaron los marginados del mundo. Grupos

    amenazados por los impulsos neodesarrollistas de los nuevos

    gobiernos latinoamericanos comenzaron a bregar, de forma

    indita, por un derecho a la consulta (jurdicamente bien res-

    paldado, por ejemplo, en el Convenio 169de laOIT), llamado

    a adquirir relevancia extraordinaria dentro de las luchas po-

    lticas de la poca (Svampa y Antonelli, 2009). Manifestantes

    de aqu y de all invocaron su derecho a la libre expresin

    frente a regmenes poco dispuestos a escuchar sus reclamos

    en plena calle. Los derechos sociales volvieron a encontrar su

    lugar en los tribunales, pero tambin en la calle, en respaldo

    de procesos de judicializacin que aos atrs habran resul-

    tado impensables (Angell, Schjolden y Sieder, 2009).

    Memoria y aprendizaje. Otro dato de inters relacionado con

    las nuevas protestas tiene que ver con el modo en que ellas

    se difundieron y escalonaron, en el mbito local o internacio-

    nal, gracias a la realidad de un mundo mucho ms y mejor

    comunicado; o a partir de ejercicios de memoria poltica, que

    permitieron que las distintas sociedades ampliaran o perfec-

    cionaran su repertorio de protestas a la luz de sus prcticas

    anteriores. Pinsese, para tomar un caso cercano, en el proce-

    so argentino, caracterizado por medio siglo de intensa gim-

    nasia de movilizaciones y protestas de raz sindical. Cuando

    luego de los ajustes econmicos de los aos noventa una por-

    cin importante de la poblacin perdi su ocupacin formal

    NUEVAS HERRAMIENTAS PARA PENSAR LA PROTESTA 15

    (y por ende, su afiliacin sindical), muchos tal vez pensaron

    que se terminaba una poca marcada por las movilizaciones

    callejeras o sugirieron la imposibilidad de que los nuevos

    pobres -para entonces desperdigados o atomizados en un

    amplio abanico de subgrupos, que daban la sensacin de es-

    tar desconectados entre s- pudieran organizarse y deman-

    dar cambios de manera conjunta. Ysin embargo ... los nuevos

    desahuciados de la poltica se comunicaron, se vincularon en-

    tre s y marcharon juntos, en diversos mbitos, recurriendo a

    metodologas diferentes (tpicamente, los

    piquetes

    o cortes de

    ruta) y manteniendo al pas con altsimos ndices de conflicti-

    vidad social. Esa memoria, que implicaba una escucha atenta

    a las prcticas del pasado, se tradujo en otros casos en una

    memoria del presente, que implic mirar a los costados (an-

    tes que atrs) para reconocer lo que ocurra en localidades o

    pases vecinos, de cuyas experiencias poda aprenderse. Fue

    lo que sucedi en la primavera rabe, cuando estallaron

    enormes protestas en demanda de la democratizacin de las

    anquilosadas organizaciones polticas reinantes. Esasextensas

    protestas en el mundo rabe parecieron dispararse a partir de

    un hecho aislado y circunstancial -un joven se inmola a lo

    bonza en Tnez, en protesta por el desempleo-, pero afin de

    cuentas fueron sntoma de que sociedades distantes entre s

    -sociedades que, por lo dems, aparecan radicalmente afec-

    tadas por problemas de libertad de expresin afines- tenan

    en comn no slo necesidades ypadecimientos, sino tambin

    un proceso de difusin, imitacin, contagio, inspiracin -lue-

    go, aprendizaje-o

    Capacidad de resistencia.

    Pese a todo, la historia de estas nue-

    vas protestas no resulta una que haya encontrado todava un

    desenlace feliz o -de modo ms sencillo y abarcativo- su pun-

    to final. Encaramos un fenmeno nuevo -un proceso social

    indito, en ltima instancia- que lleva ya dcadas, que ha cru-

    zado mares y continentes, que ha provocado cambios, que

    nos obliga a reflexionar de nuevo sobre temas viejos, pero

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    16 LA MANIFESTACIN

    que permanece abierto. Sobre todo, esto sucede frente a go-

    biernos, regmenes y estructuras de poder poltico y econ-

    mico con gran disposicin y capacidad de resistir los embates

    de una ciudadana activay movilizada. As, podemos advertir

    hoy que el capitalismo estadounidense se muestra herido y

    manchado en su orgullo, pero an fundamentalmente inmu-

    ne frente a los movimientos de protesta global. Leemos que

    la clase poltica espaola, tal como la griega, se ha renovado

    en parte, aunque sabemos tambin que las viejas estructu-

    ras subsisten intactas, y con enorme capacidad de reaccin

    frente a sus crticos. Muchos pases rabes -lo hemos dicho

    ya- pasaron por perodos de movilizaciones democratizado-

    ras extraordinarias -inimaginables apenas das atrs-, pero

    tambin es cierto que en la actualidad la opresin del poder

    no deja de estar vigente en la enorme mayora de los casos.

    Por lo dems, luego de un desconcierto inicial,jueces de aqu

    y de all han sabido renovar sus doctrinas para seguir crimi-

    nalizando a quienes protestan. Ygobiernos de la ms diversa

    ndole -desde los tradicionalistas y conservadores, como en

    Inglaterra, hasta aquellos de retrica encendida y prcticas

    apagadas, como en muchos pases de Amrica Latina- han

    recurrido sin pudor alguno al dictado de nuevas legislaciones

    represivas ( antiterroristas ) frente a la aparicin de las nue-

    vas protestas. Este resulta el incierto, esperanzador y trgico

    lugar en que nos situamos.

    E l c r cu lo s e c ie rr a.

    Vuelvo al libro que nos ocupa. El trabajo de

    Fillieule y Tartakowsky nos ayuda a entender el mundo de la

    protesta, desde sus modos y repertorios diversos, en diferen-

    tes regiones del planeta, hasta sus componentes individuales,

    sus modos de circulacin -de una regin a otra, de un pas a

    los vecinos-, pasando por su impacto sobre la sociedad en la

    que se inscribe. Tambin indaga su efecto sobre la esfera p-

    blica, sobre aquellos mismos que protestan y sus identidades,

    a la vez que los modos usuales de recepcin por parte de los

    dems ciudadanos y por losmedios de comunicacin. De ah

    NUEVAS HERRAMIENTAS PARA PENSAR LA PROTESTA 17

    en ms, considera el desafo que suele implicar para el orden

    establecido y el modo en que los distintos factores ayudan

    a reconfigurarlo. Los autores -grandes conocedores de los

    estudios acerca de los movimientos sociales y protagonistas

    de una profunda renovacin metodolgica que sigue abrin-

    dose camino- hacen un aporte excepcional en la materia, y

    ayudan a que todos nosotros, los interesados en el fenmeno

    de la protesta -fenmeno que se ha visto revitalizado durante

    las ltimas dcadas en Occidente u Oriente, en el Sur o el

    orte- podamos pensarla mejor. La historia, segn vemos,

    sigue abierta, ypor tanto elfinal-tambin el de este prlogo-

    todava est por escribirse.

    ROBERTO GARGARELLA

    BmLIOGRAFA

    Angell, A, L. Schjolden y R. Sieder (2009),

    The judicia lization of

    Politics in La tin A me rica,

    ueva York, Palgrave.

    Auyero,j. (2004),

    Vi das belige ran tes ,

    Buenos Aires, Universidad de

    Quilmes.

    Bedau, H. (1961), On Civil

    Deso bedi enc e ,joumal ofPh ilos op hy,

    58: 653-665.

    Ferrajoli, L. (1997),

    Derecho y razn,

    Madrid, Trotta.

    Gargarella, R. (2006), Ca rta a bier ta s ob re la intoler an cia , Buenos

    Aires, Siglo XXI, nueva edicin en prensa.

    Pogge, T. (2003),

    World Pove rt y and Human

    Rights Cambridge,

    Poli to Press.

    Svampa, M. (2008),

    Ca mbio de po ca . Movimientos soci al es y poder

    poltico,

    Buenos Aires, Siglo XXI.

    Svampa, M. y M.Antonelli (2009),

    Mine ra tra ns nacion al, na rra ti

    va s del desarr ollo y resiste nc ia s s oc ial es,

    Buenos Aires, Biblos.

    Svampa, M., P. Stefanoni yB. Fomillo (2010),

    Deba tir Bolivia. Pers-

    pec tivas de un proye cto de descoloniz acin,

    Montevideo, Taurus.

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    Una hermosa maana dejulio, el despertador

    son tan pronto como sali el sol,

    yyo le dije a mi mueca: Sacdete

    Que es hoy, que hoy va a pasar;

    llegamos sin demora al bulevar,

    para ver desfilar al rey de Zanzbar;

    pero en eso llega la represin de los agentes;

    entonces dije:

    vinimos a que nos v

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    gradecimientos

    Por falta de espacio, la bibliografa utilizada en este

    libro no poda mencionar todos los trabajos de un campo de

    investigacin que ha sido particularmente prolfico en los

    ltimos aos. Tengan a bien nuestros colegas, as como los

    lectores, disculparnos.

    El estado final de este trabajo debe mucho al espritu cr-

    tico y a la lectura atenta de Nonna Mayer y Pierre Favre, as

    como a Alain Clmence por sus valiosas indicaciones sobre la

    bibliografa del rea de la psicosociologa, ya Philippe Blan-

    chard por el cotejo de los datos estadsticos utilizados en el

    captulo 2.

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    Introduccin

    A finales de 2011, la revista Time eligi como perso-

    nalidad del ao al manifestante . Desde hace ocho dcadas,

    se supone que esta distincin recae sobre el hombre o la mu-

    jer (a veces el grupo o la idea) que mayor impacto tuvo du-

    rante el ao que concluye. Cuando un vendedor de frutas

    tunecino se inmol prendindose fuego, nadie habra podi-

    do prever que eso detonara la cada de dictadores e iniciara

    una ola global de protestas, escribe la revista. En 2011, los

    manifestantes no slo expresaron su descontento, sino que

    cambiaron el mundo. De hecho, a partir de 2011, el mani-

    festante se expres contra numerosos regmenes autoritarios,

    en primer trmino el de Tnez, y luego los de Egipto, Libia,

    Siria, Yemen y Bahrein. Los manifestantes se alzaron contra

    las causas y los efectos de la crisis econmica en Grecia y en

    Espaa, en NuevaYork y en Tel Aviv.Se expresaron con fuer-

    za contra las elecciones fraudulentas en pases tan diversos

    como Rusia, Senegal y la Repblica Democrtica del Congo.

    Digmoslo de otro modo: hoy en da la manifestacin ca-

    llejera es una forma de accin poltica reconocida tanto por

    quienes recurren a ella como por aquellos a quienes est di-

    rigida, los actores polticos, los patrones y la opinin pbli-

    ca. En cuanto forma de expresin poltica, remite a un uni-

    verso de prcticas, mltiples pero no infinitas, codificadas y

    rutinizadas pero pasibles de transformacin, histricamente

    constituidas y culturalmente delimitadas, pero siempre en

    evolucin. Ycomo en toda modalidad de accin poltica, su

    historia no puede ser separada de las coyunturas que la pro-

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    24 LA MANIFESTACIN

    dujeron y que acompaaron su gradual institucionalizacin.

    Por eso, en este libro de sntesis, que aspira a proponer al-

    gunos elementos de comprensin y algunas claves de lectura

    de la prctica manifestante, optamos por un enfoque a la vez

    histrico y sociolgico. Dicho enfoque nos permite dar cuen-

    ta de la paulatina autonomizacin de la manifestacin, de las

    condiciones estructurales y coyunturales de esa autonomiza-

    cin, y de la lenta cristalizacin de todo lo que especficamen-

    te entra en juego en ella.

    La manifestacin callejera, entendida como ocupacin

    momentnea, por varias personas, de un lugar abierto, p-

    blico o privado, y que directa o indirectamente conlleva la

    expresin de opiniones polticas (Fillieule, 1997: 44), se

    despliega en el mismo espacio que los cortejos procesiona-

    les, religiosos, corporativos o festivos, que es tam?in el de

    las insurrecciones, los levantamientos y las concentraciones.

    Aveces comparte caractersticas con los primeros, pero se dis-

    tingue de forma bastante clara de los segundos. Segn Char-

    les Tilly (1986), pertenece al repertorio de accin colectiva

    que se consolida a mediados del siglo

    XIX,

    en una sociedad

    de mercado producto del triunfo de la revolucin industrial:

    las acciones locales y enmarcadas por las elites tradicionales,

    prevalentes hasta entonces, ceden el paso a acciones naciona-

    les y autnomas; la manifestacin, por ende, se afianza una

    vez dejadas atrs las revueltas y las revoluciones.

    Las insurrecciones, los levantamientos o las concentracio-

    nes se caracterizaban por su relacin de inmediatez con sus

    causas o sus objetivos (que se fusionaban tanto en el espa-

    cio como en el tiempo) y solan desplegarse en el lugar mis-

    mo de la injusticia denunciada o cerca de la residencia de

    sus autores, y a menudo conllevaban violencia. En cambio,

    la manifestacin, que expresa demandas y a la vez afirma la

    identidad del grupo que las porta, introduce una relacin

    distanciada con el tiempo de la poltica, que deja de ser el

    de la inmediatez y de la urgencia para volverse el del desvo

    posible, e intenta demostrar su fuerza para as evitar la vio-

    INTRODUCCIN

    25

    . R quiere organizaciones dotadas, si no de una estrate-

    len

    cla

    . e .' 1 1

    . 1 enos de una capaCidad relativa para contro ar o que

    ala, a m . d di

    ,,- deia de ser una multitu ,y reglmenes ispuestos a

    entonces

    :J

    .' u especificidad o al menos la existencia de una esfera

    adm

    lurs

    .' .

    'ibli Privilegia las inmediaciones de los lugares de poder

    tea. ., ,

    d Otro sitio adecuado para llamar la atencion. AsI, en

    oto

    O

    ..'

    E

    tados Unidos, Occupy Wisconsin se afianzo, en febrero

    los s d 1C . l'

    de 2011, durante la manifestacin en la plaza e apito 10

    y su posterior ocupacin, m~entras que. ~ccupy ~all Street,

    desalojado del barrio finanCler~, orga~lzo en nOVl~m~=ede

    ese mismo ao una marcha hacia Washmgton. Le siguio una

    nueva manifestacin apoyada por las organizaciones sindica-

    les y los movimientos de desempleados, con el eslogan Re-

    cuperemos el Capitolio .' ,

    Por otra parte, la manifestacin es esencialmente un feno-

    meno urbano ligado a la invencin de la calle como espa-

    cio concreto de la protesta poltica. En efecto, si la calle es

    tan antigua como la ciudad, su configuracin contempor-

    nea surge en el ltimo siglo, por obra de una transformacin

    funcional y morfolgica. A comienzos del siglo

    XIX,

    la calle

    segua siendo el hbitat, el lugar -en cierto modo, privado-,

    el mundo propio de las clases populares opuesto al espacio

    cerrado de la residencia burguesa. Sin embargo, poco a poco

    este espacio se volvi pblico y se compartiment: el desa-

    rrollo de la circulacin vial desplaz a los peatones hacia las

    aceras, instaurando un espacio para los transentes. La calle

    era tambin un lugar eminentemente poltico: all era donde

    la gente se concentraba para leer los peridicos murales. All

    fue donde apareci, a partir de la dcada de

    1890,

    el afiche

    1 Los rtulos Occupy o Indignados abarcan gran variedad de

    movimientos de oposicin a la f inancierizacin de la economa y a

    los perjuicios de la globalizacin, con la prctica de la ocupacin de

    lugares pblicos abiertos y la reivindicacin de un funcionamiento

    horizontal como denominadores comunes. Una resea de la biblio-

    grafa al respecto consta en ez (2013).

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    10/93

    26 LA MANIFESTACI

    poltico, muy pronto ilustrado; pero sobre todo fue all dond

    . e

    q~Ienes no tenan voz, quienes no disponan de un acceso ha-

    bitual a las autoridades, comenzaron a hacerse or ocupando

    y bloqueando los espacios reservados a la circulacin.

    Tambi~n en ese momento se fijan, en funcin de los gru-

    pos ~anifestantes y de las cuestiones en juego, los espacios

    propios de la marcha. Primero, las manifestaciones entran en

    la ciudad. O bien, como sugiere Vincent Robert a propsito

    de Lyon,

    se hace una entrada solemne o agresiva en la ciu-

    dad, por alguna de las escasas Vasde acceso (puente

    o puerta); o bien se sale de ella, hacia los campos

    (ad?nde se va a destruir los gremios competidores),

    hacia otra ciudad (cortejos gremiales) o hacia otro

    mundo (cortejos fnebres); o bien, por ltimo, se

    recorre la ciudad, o un barrio (Robert, 1996: 372).

    ~espus, cada vez ms a menudo, los lugares de poder se vol-

    Vieron el blanco de las concentraciones y el punto de llegada

    de l~ marchas (sedes de ministerios, prefecturas, alcaldas,

    embaJadas), lo que dise as una geografa simblica del

    poder.

    . La etimologa francesa del verbo mani fester deja en eviden-

    CIalos lazo.squ.e,la manifestacin sostiene con el surgimiento

    y.la consoh~acIOn de este espacio pblico, a la vez espacio f-

    SICO

    Y

    espacio para el debate. Formada en el siglo

    XIII

    a partir

    de la raz del verbo latino deJ endere, defender, impedir, y de

    m~nus, la mano , la palabra expresa desde su origen a la vez

    l~Idea de defensa, de reivindicacin, y la de una presencia f-

    sica. En su acepcin originaria, ese manifestar (se) significa

    por una ~arte dar a conocer, expresar, promulgar, y por otra

    parte deSIgna en el vocabulario teolgico la revelacin' es de-

    cir, la epifana. Ya en 1759 hay testimonios del sustantivo en

    el sentido de expresin pblica de un sentimiento o de una

    opinin, antes de designar una concentracin colectiva, en el

    INTRODUCCIN 27

    'do de contramanifestacin, a partir del perodo entre

    senu 1 . .. d b

    45 1848. Por su parte, e uso mtransiuvo e ese ver o

    18 y d s d h bi

    ncs' se extiende veinte anos espues e que se u iera

    fra .. ,

    t

    ifest

    t

    n

    tivado su paruCIpIO presente: manz estan, manz es an e

    sus

    ta

    .

    (1849, en Proudhon). En ese momento la palabra adquiere

    el sentido moderno de participacin en una expresin ca-

    llejera colectiva y pblica; aparece sobre todo en la prensa,

    ero es tanto menos usual en la lengua literaria. Sin ernbar-

    : su acepcin ~oderna no se fija en forma definitiva h~ta

    comienzos del SIglo XX En efecto, el verbo o el sustantivo,

    siempre polismicos, coexisten perdurablemente con otros

    vocablos, entre ellos moniimes (desfiles de estudiantes), cor-

    tejos, concentraciones, marchas, procesiones, lo cual significa

    que se trata de un objeto vago que obliga a preguntarse ince-

    santemente aquello que, ms all de las palabras, hace mani-

    festacin o aquello que es considerado como tal, y no aquello

    que es manifestacin.

    EL HE HO

    MANIFESTANTE

    De todos modos, en su mnima expresin la manifestacin

    remite siempre a cuatro elementos bsicos.

    En primer trmino, la ocupacin m omentnea de lugares fsi-

    cos abier tos, ya sean pblicos (la calle) o privados (una galera

    comercial, el hall de un hotel), lo cual excluye numerosas

    formas de reunin y de congregacin. Los mtines polticos,

    cuando se llevan a cabo en salas o en un espacio cerrado, las

    marchas de taller en taller dentro de una empresa en huelga,

    etc., no son, formalmente, manifestaciones (Cossart, 2010).

    Equivalente al uso pronominal en castellano: manifestarse. [N. de E.]

    Trmino del argot de escolar, tomado en prstamo al lgebra

    y

    combinado con etimologas burlescas, para designar formas de

    marcha en fila india . [N. de T.]

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    11/93

    28

    LA MANIFESTACIN

    En segundo trmino, la expresividad. Toda manifestacin

    tiene como dimensin primordial la expresividad, tanto para

    sus participantes como para los distintos pblicos, mediante

    la afirmacin visible de un grupo preexistente o no, y me-

    diante la presentacin explcita de demandas sociales ms

    o menos precisas. Este segundo criterio permite excluir las

    aglomeraciones de muchedumbres heterogneas sin prin-

    cipio unificador (una multitud de consumidores en da de

    mercado, o el fenmeno de los

    flashmobs

    pero tambin las

    acciones polticas que buscan la discrecin, incluso el secre-

    to. Este criterio est estrechamente ligado al primero, en la

    medida en que el lugar abierto condiciona la expresin hacia

    el exterior.

    La cantidad departicipantes. La manifestacin, colectiva por

    naturaleza, requiere una cantidad mnima de actores. Dado

    que desde una perspectiva sociolgica no existe manera al-

    guna de determinar a partir de qu nmero una reunin de

    individuos est en condiciones de actuar colectivamente, no

    tiene sentido

    fijar

    un umbral arbitrario. Esta observacin no

    pretende sino llamar la atencin sobre la necesaria distincin

    que se trazar respecto de la gama de modos individuales de

    accin poltica, aunque sin dejar de reconocer la porosidad

    de las fronteras (Bennani-Chrabi y Fillieule, 2003).2

    La naturaleza poltica de la demostracin. Este ltimo criterio

    es a la vez delicado y central. Existe un criterio sociolgi-

    camente pertinente o hay que aceptar, ms bien, el sentido

    que los participantes dan a su accin? Varios acontecimien-

    tos a primera vista no polticos pueden ser seal de una cri-

    2 La secuencia de protestas que han recorrido Medio Oriente y frica

    del Norte durante estos ltimos tres aos ha mezclado indisoluble-

    mente acciones individuales aisladas

    y

    acciones colectivas, las cuales

    encuentran asimismo su explicacin en las formas ms o menos

    discretas

    y

    atomsticas de resistencia

    y

    de protesta sobrevenidas desde

    mediados de la dcada de 2000. Vanse Reuue ranfaise de Science

    Politique;

    62(5-6), 2012 (en especial los aportes de Choukri Hmed

    y

    de

    Amin A1lal) , as como A1lal y Pierret (2013).

    INTRODUCCIN 29

    sis sociopoltica

    O

    la ocasin de su expresin, como lo han

    demostrado mltiples trabajos sobre el hooliganismo o las

    revueltas de los suburbios (Waddington, Jobard y King,

    2009), pero tambin, de manera ms inesperada, sobre la

    politizacin de marchas festivas. Por eso, y por el momento,

    consideremos que la manifestacin debe

    traducirse

    o

    desem-

    bocaren la expresin de reivindicaciones de naturaleza pol-

    tica o social. Desde este punto de vista, la naturaleza poltica

    de la demostracin puede ser tanto intencional como deri-

    vada, es decir, no perceptible directamente por parte de los

    protagonistas.

    Precisemos, adems, que sera difcil sostener, como en

    ocasiones ocurre, un criterio morfolgico, que equivaldra a

    acotar la manifestacin nicamente a la marcha callejera. En

    primer lugar, porque suvariante contempornea es producto

    de un largo aprendizaje, el punto de llegada de una habilidad

    consolidada poco a poco, y es precisamente eso lo que nos

    interesa aqu. En segundo lugar, si bien la marcha callejera

    constituye la matriz de la manifestacin, a menudo no es ms

    que un factor en las secuencias de accin que abarcan, espe-

    cficamente, la concentracin esttica, la barricada, la barrera

    que bloquea o que filtra, los sit-in die in y otros kiss in. Por l-

    timo, los modos de accin se entremezclan, se suceden unos

    a otros en un mismo impulso. A menudo es difcil distinguir

    la marcha de la concentracin. Las marchas suelen terminar

    en concentraciones y, por lo general, en ese momento todo

    se precipita ys ep roducen los incidentes.

    UN ESP IO DE LUH

    Msall de estos elementos definitorios, lo que a fin de cuen-

    tas hace a la manifestacin es la interaccin, concreta y sim-

    blica a la vez, entre diversos tipos de actores, ya sea direc-

    tamente presentes, ya implicados a distancia: eso que Pierre

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    12/93

    30

    LA MANIFESTACIN

    LA CALLE

    El o los grupo/s

    potenciaVes

    s o rg n iz c io n es

    ~ \os~os

    \ y

    /\

    Los pblicos

    La opinin pblica

    Las organizaciones

    LA PRENSA competidoras

    tas rretas

    especi1icas

    funcionarios

    poIticoadministrativos

    Favre, en su introduccin a un libro pionero acerca de la ma-

    nifestacin, llama momento manifestante (Favre, 1990). En

    el espacio fsico que los rene, los primeros actores en que

    uno piensa son los propios manifestantes, a quienes evitare-

    mos considerar una entidad indivisa.

    Para retomar una esclarecedora afirmacin de Tilly (1986), si

    en lo que atae a las manifestaciones se acostumbra

    presentarlas como expresin de la voluntad de un

    grupo bastante bien definido -manifestaciones de

    ex combatientes, de alumnos de secundaria, de ha-

    bitantes, etc.-, [... ] esta presentacin falsea la reali-

    dad de dos maneras fundamentales: en primer lugar,

    porque (como bien sabe todo aquel que promueve

    una manifestacin) la accin de los manifestantes es

    resultado de una labor (a menudo penosa) de cons-

    truccin que suele implicar una larga negociacin;

    en segundo lugar, porque cada manifestacin abarca

    al menos cuatro dimensiones: la gente en la calle, el

    INTRODUCCIN 31

    objeto (por lo comn, un smbolo, ~n org~nismo o

    una personalidad), los espectadores inmediatos y la

    base social cuyos sentimientos los manifestantes pre-

    tenden enunciar.

    Ms precisamente, distinguiremos .de los.~imples participan-

    tes a los organizadores de la manifestacin, presentes o no

    en el lugar, Ya aquellos que la encauzan (las fuerzas del or-

    den); los diferentes..grupos a veces hostiles los unos hacia los

    otrOS,ms all de la causa que parece unirlos puntualmente;

    la eventual llegada de contramanifestantes, tan heterog~eos

    como sus adversarios. Estos manifestantes y contramanifes-

    tantes, en funcin de a quien apuntan y de los lugares que

    ocupan, pueden estar fsicamente en presencia de aquellos a

    quienes interpelan, empresarios, polticos, funcionarios, gru-

    pos a los cuales se enfrentan. Sin embargo, en la ~ayora de

    los casos, la interaccin en el lugar entre los manifestantes y

    aquellos a quienes la movilizacin apunta est destinada a ser

    regulada, segn modalidades siempre variables en funcin

    de las circunstancias, por los representantes de la fuerza p-

    blica: policas urbanos y de trnsito, a veces policas munici-

    pales, policas de parques en Washington en los alrededores

    de la Casa Blanca, fuerzas especiales de mantenimiento del

    orden (carabineros, guardia de infantera, polica de trnsi-

    to), guardia civil o ejrcito regular, pero tambin bomberos,

    miliciasprivadas y agentes de los servicios de inteligencia. Por

    lo general, estas fuerzas de mantenimiento del orden estn

    bajo la supervisin de las autoridades civiles y polticas. Sin

    embargo, en situacin de crisis aguda, en especial cuando la

    legitimidad del poder civilya no resulta del todo asegurada,

    puede suceder que el ejrcito o las milicias privadas acten

    de manera ms o menos autnoma, por su propia cuenta. La

    actitud cambiante de las fuerzas armadas en las revoluciones

    tunecina y egipcia es prueba de esto.

    Por ltimo, la manifestacin se desarrolla en presencia de

    pblicos y para pblicos a quienes se intenta influir en ms de

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    13/93

    32

    LA MANIFESTACI

    un sentido: por una parte, darse a conocer y, por otra, con-

    vencer. Estos pblicos se componen de curiosos y espectado-

    res llegados para asistir a la manifestacin pero tambin -por

    obra de la presencia de los reporteros de las agencias perio-

    dsticas, de la prensa escrita, la radio y la televisin, los poten-

    ciales destinatarios de estos medios- expuestos a la manifes-

    tacin de papel (Champagne, 1990). Esta realiza su descrip-

    cin de los hechos, recopila, retraduce, en especial mediante

    un trabajo de seleccin, las posturas y las interpretaciones de

    los diferentes actores presentes, as como las de otros actores,

    que suelen estar autorizados a emitir una opinin: intelectua-

    les, cientficos, autoridades polticas o religiosas, nacionales

    o internacionales, actores econmicos, grupos de presin, y

    hasta encuestadores, que se apoyan en la opinin pblica

    recabada antes o despus del acontecimiento, o incluso du-

    rante su desarrollo, en el caso de encuestas realizadas en el

    transcurso de las marchas. A esto hay que aadir, desde hace

    algunos aos, el papel creciente de las nuevas tecnologas de

    informacin y de comunicacin (NTIC) , como internet y las

    redes sociales Facebook y Twitter. Un fenmeno de gran im-

    portancia, que trataremos con ms detalle en el captulo 5 de

    este libro, y que sin duda encuentra una de sus primeras ex-

    presiones en las movilizaciones zapatistas en Chiapas en 1994.

    Subrayar la multiplicidad de actores presentes y la comple-

    jidad de las luchas por el sentido -que se libran en diversos

    niveles en la interacciu- y su interpretacin no debe hacer

    olvidar que todo esto slo es posible a partir de que existe

    un acuerdo ms o menos general respecto del sentido de la

    situacin. Este sentido compartido es el mejor indicador de la

    fij ac i n r el at iv a de esta forma de lucha poltica y, por lo tanto,

    de reglas de juego explcitas e implcitas (marco legal, usos),

    nutridas de manera particular por una historia manifestante y

    por culturas de protesta, con sus gestos esperados, sus golpes

    previsibles y sus siempre posibles sorpresas y extravos. As, el

    recurso a la manifestacin, con igual derecho que otras for-

    mas de accin poltica, como la huelga o el boicot, equivale a

    F L A C SO B : b l i o t e o

    1 TRaDUCCIN 33

    entrar en eso que rik Neveu llama laarena de los conflictos

    sociales , es decir,

    un sistema organizado de in sti tuciones, procedim ie ntos

    y acto re s cuya caracterstica es la de funcionar como

    un espacio de apelacin, en el doble sentido de re-

    clamar una respuesta a un problema y en el sentido

    judicial de recurso

    (Neveu,

    2000; el destacado nos

    pertenece) .

    En este libro nos ocuparemos precisamente de este sistema

    de instituciones, procedimientos y actores, tal como funciona

    en la interaccin manifestante, y lo haremos prestando espe-

    cial atencin a dos elementos esenciales que se olvidan dema-

    siado a menudo.

    Tendremos presente que de hecho la manifestacin, como

    cualquier forma de accin de protesta, no deja de ser una

    relacin no contractual. Basta con que a uno de los actores

    se le ocurra modificar unilateralmente las reglas de juego y

    la manifestacin se ver privada de su estatuto o de su legiti-

    midad, incluso si esta o ese parecan afianzados. Fue lo que

    ocurri el 17 de octubre de 1961 en Francia, cuando el Esta-

    do decret que una manifestacin, aunque desarrollada se-

    gn los patrones habituales, era una operacin de guerra de

    la federacin del Frente de Liberacin acional argelino en

    Francia , y la trat en consecuencia ... Esto que sucede con el

    Estado tambin vale para los manifestantes cuando ya dejan

    de imponerse restricciones. As sucedi en 1952, durante una

    manifestacin organizada por el PCF contra el general esta-

    dounidense Ridgway, en visita de Estado, cuando surgieron

    los alborotadores ; o, a partir de la dcada de 1970, fue el

    caso de aquellas situaciones en que los manifestantes apela-

    ron a cdigos exteriores al sistema consensual. Por contra-

    partida, hay manifestaciones prohibidas por la Constitucin

    qu~ pueden ser autorizadas por los poderes pblicos que las

    cahfican de manera diferente. As, en Cuba, el ministro de

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    14/93

    34

    LAMA IFESTACIN

    Cultura autoriz en 2009 la manifestacin de un colectivo de

    artistas calificada de happening artstico a favor de la ecolo-

    ga , tolerando as un despliegue en el espacio pblico que

    usualmente est prohibido (Geoffray, 2011). Dicho de otro

    modo, en la arena de los conflictos sociales, las estrategias

    desplegadas por las instituciones y las reglas de juego, tanto

    las explcitas como las implcitas, son ms lbiles y estn insti-

    tuidas ms dbilmente que en la mayora de las otras arenas

    polticas (judicial, meditica, etc.).

    Sibien desde una perspectiva histrica la manifestacin re-

    mite sobre todo a un registro de accin dominado -es decir,

    que implica a actores situados del lado menos favorecido de

    las relaciones de fuerza-, en el perodo contemporneo ya no

    es tan fcil afirmarlo, en particular si uno adopta un enfoque

    comparativo. Este es sin duda el efecto ms claro de la gra-

    dual institucionalizacin del recurso a la calle, as como de

    la diseminacin y de la diversificacin de los repertorios de

    accin: haber tomado legtimamente disponible este modo

    de accin -desde luego, de manera variable segn los reg-

    menes polticos- para un conjunto de grupos que no habran

    querido o podido recurrir a l en el pasado. Si la cantidad y

    la calidad de los recursos producidos en la arena de los con-

    flictos sociales demuestran ser tiles, incluso necesarios para

    los distintos actores, entonces estos recurren a ellos, ms all

    de su posicin en otras arenas y de su grado de acceso a otros

    recursos. Obviamente, eso sucede cuando los gobernantes

    abusan de la movilizacin de masas para tomar visible el res-

    paldo popular del cual pretenden beneficiarse, frente a una

    desautorizacin de las urnas, a elecciones fraudulentas o en

    las cuales no tienen competidores, o incluso en ausencia de

    elecciones.

    Eso tambin sucede, pero esta vez conforme a una lgica

    diferente, cuando unos actores, que por lo dems no carecen

    de acceso a los mbitos institucionales, se ven confrontados

    con xito por grupos que se expresan en la arena de los con-

    flictos sociales, apoyndose particularmente en el recurso del

    INTRODUCCIN 35

    nmero o del escndalo. Por ende, a veces los primeros se

    ven obligados a salir a luchar en ese mismo terreno. As es

    como los defensores del derecho al aborto, despus de ob-

    tener en el mundo desarrollado una legislacin que les era

    favorable, debieron salir nuevamente a la calle y encarar a los

    adversarios de la libertad de eleccin. En Francia, frente a la

    oposicin a los matrimonios de parejas del mismo sexo, coor-

    dinada con innegable xito por un conjunto de redes conser-

    vadoras, los defensores de la ley debieron oponer sus propias

    concentraciones y marchas, aunque fuesen mnimas las po-

    sibilidades de un retroceso del gobierno en relacin con ese

    asunto. Notamos esa misma lgica en un contexto totalmente

    diferente, el de las manifestaciones de fraternizacin franco-

    musulmanas de mayo de 1958 en Argel, que reunieron por la

    fuerza a millares de musulmanes para participar en cadenas

    de la amistad frente a la fuerza creciente de las manifesta-

    ciones callejeras del FLN, que iba en camino de convertirse,

    por esa razn, en el nico interlocutor vlido para el poder

    parisino.

    De modo ms general, en un clima poltico en que preva-

    lece el discurso sobre la crisis de representacin y el fracaso

    de las elites (pinsese en el final de la dcada de 1960 y en

    la temtica de la despolitizacin o en el perodo inmedia-

    tamente contemporneo), la fuerza del nmero as como la

    puesta en escena de la participacin horizontal de todos en el

    de~tino de cada cual constituyen indudablemente armas muy

    ~l~~sasque los actores mejor provistos de recursos tienen po-

    sIbIlIdadde apropiarse.

    _Todos estos elementos son primordiales para comprender

    Como y por qu la manifestacin callejera est en el centro

    de numerosos conflictos polticos contemporneos en diver-

    sas regiones del mundo. Veamos tres ejemplos tan diversos

    ~omo ~estacables. El 1~ de septiembre de 2006, lajunta mi-

    ~r tallandesa, conducida por el general Sonthi Boonyarat-

    ghn, fomenta un golpe de Estado contra el premier Thaksin

    Sh'

    lOawatra.Respaldado por el rey, el golpe desemboca en la

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    15/93

    36 LA MANIFESTACI

    redaccin de una nueva Constitucin que, segn se supone,

    deber asegurar el retorno a la democracia. Un referndum

    aprueba esta nueva Constitucin el 19 de agosto de 2007,

    pero, en el invierno de ese mismo ao, las elecciones legis-

    lativas llevan al poder a los antiguos partidarios de Thak.sin

    Shinawatra. Comienza un perodo de disturbios, con lajunta

    empeada en desacreditar a los sucesivos primeros ministros,

    hasta que el 15 de diciembre de 2008 la Asamblea, bajo la

    presin de manifestaciones organizadas y financiadas por la

    Alianza del Pueblo para laDemocracia (PAD), elige a un opo-

    sitor a Thaksin como primer ministro. Los disturbios recrude-

    cen y se intensifican. En las calles se enfrentan los defensores

    de lajunta (los camisas amarillas de la PAD) y los partida-

    rios de Thaksin (los camisas rojas del Frente Nacional Unido

    por la Democracia y contra la Dictadura). Despus de una

    gigantesca manifestacin en Bangkok, el14 de marzo de 2010

    se inicia una ocupacin del centro de la capital (Plaza Siam,

    Trade Center) que rpidamente se transforma en un campo

    atrincherado. Esta ocupacin dura hasta el 19 de mayo de

    2010, fecha en que el ejrcito toma por asalto la zona ocupa-

    da y provoca unas quince muertes. La sucesin de marchas

    callejeras, de ocupaciones y de tumultos en Bangkok y en di-

    versas ciudades de provincia se salda con 85 muertos y ms de

    2000 heridos. Las elecciones legislativas de julio de 2011, tras

    la disolucin de la Asamblea por mandato del rey, marcan el

    triunfo del Puea Thai (Partido para los Tailandeses), dirigido

    por la hermana de Thak.sin Shinawatra.

    En Senegal, el presidente Abdoulaye Wade, en el poder

    desde 2000, intenta que en junio de 2002 se apruebe una re-

    forma constitucional que le permitir ser reelecto por tercera

    vez y colocar a su hijo, un personaje impopular, a la cabeza

    del Estado a partir de las siguientes elecciones de 2012. Fren-

    te a este golpe de fuerza, se organiza una manifestacin gi-

    gantesca en Dakar, convocada por el colectivo Y'en amarre

    (Estamos hartos), formado por periodistas militantes y un

    grupo de rap de la regin de Kaolack. El movimiento, que

    : : U \ C S O B ; b l i o tm

    INTRODUCCIN

    37

    inicialmente se dio a conocer durante el Foro Social Mundial

    de Dakar en febrero de 2011, inspirar la creacin del Movi-

    miento del 23 de Junio (M23), que aglutinar las numerosas

    reivindicaciones de la poblacin frente a la corrupcin gene-

    ralizada, los cortes de electricidad cada vez ms frecuentes y

    las inundaciones. Wade retira su proyecto de reforma de la

    Constitucin. Meses ms tarde, vuelve a la carga con la de-

    cisin de presentarse-a las elecciones presidenciales para un

    tercer mandato pese a la prohibicin constitucional. Las ma-

    nifestaciones recrudecen, pese a la severa represin, en par-

    ticular en los suburbios de Dakar. Era frecuente or, en boca

    de algunos actores tanto como de los comentaristas, la refe-

    rencia al movimiento de los Indignados de Europa y al de

    los Estados Unidos, a la situacin griega y, desde luego, a las

    revoluciones rabes, y por cierto, el eslogan Estamos hartos

    resonaba con el [Fuera [Erhal.~ tunecino y egipcio. El M23

    se inspir a su vez en el Movimiento del 20 de Febrero (M20)

    en Marruecos. Entre finales de febrero y comienzos de marzo

    de 2012, los comicios se saldan con la derrota del presidente

    saliente en beneficio de uno de sus antiguos aliados y ponen

    trmino a la agitacin callejera, a pesar de un masivo fraude.

    En Rusia, tambin en el contexto de una eleccin marcada

    por el fraude y por la corrupcin, vemos imponerse el recur-

    so a la manifestacin callejera como el arma ms eficaz para

    los opositores. Tres semanas despus de las legislativas del 4

    de diciembre de 2011, que aseguraron al partido de Putin

    una modesta victoria, y con la perspectiva de movilizar a la

    oposicin en vista de las presidenciales de marzo de 2012, los

    moscovitassalen de a miles a la calle para expresar su rechazo

    a Un retorno al poder de Putin y exigir elecciones regulares.

    El 24de diciembre de 2012, cerca de 100000 personas se re-

    nen en las calles de Mosc (120000 segn los organizadores,

    30 000 segn la polica).

    . Semejante concentracin contestataria fue lo suficientemente

    I~dita como para que incluso la prensa ms timorata recono-

    CIeraSuimportancia, como hizo el diario Moskovski Komsomolets

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    16/93

    40 LA MANIFESTACIN

    Sommier, 1996). Otros ms se interesaron muy de cerca en la

    manera en que los Estados y las fuerzas de polica elaboraron

    histricamente doctrinas, reglas prcticas y formas de proce-

    der que contribuyeron a la co-construccin de este modo de

    accin.

    En cuanto a los trabajos monogrficos, estos autorizan pre-

    guntas y respuestas de u-1andole muy diferente. La inscrip-

    cin de la manifestacin en la ciudad y sus evoluciones per-

    miten analizarla como un modo de construccin del espacio

    social e indagar sus relaciones con la simbologa o su capaci-

    dad para transformar los lugares en espacio, en elsentido que

    le atribuye Michel de Certeau; es decir, un lugar practicado,

    indisociable de una direccin de la existencia yespecificado

    por la accin de sujetos histricos , ya que un movimiento

    siempre parece condicionar la produccin de un espacio y

    asociarlo a una historia (De Certeau, 1990: 172-175). Nos re-

    ferimos aqu a monografas dedicadas al6 de febrero de 1934

    (Berstein, 1975), la manifestacin Ridgway (Pigenet, 1992),

    el17 de octubre de 1961 (Brunet, 1999, House y MacMaster,

    2006) o el 8 de febrero de 1962 (Dewerpe, 2006), que son

    un aporte importante a la historia del Estado y de los grupos

    polticos. Los estudios monogrficos son tambin los nicos

    que autorizan un estudio antropolgico de la manifestacin,

    enfoque abandonado si los hay, en beneficio de escasas tenta-

    tivasde anlisis etnogrfico de los emblemas y de las puestas

    en escena.

    Por ltimo, desde la perspectiva de los estudios de partici-

    pacin poltica, hay numerosas investigaciones, fundadas por

    lo general en encuestas y, hace ya algunos aos, en mtodos

    ms sofisticados de recopilacin de opiniones en las mani-

    festaciones mismas, que procuraron conocer mejor la socio-

    grafa de las poblaciones manifestantes, sus motivaciones y su

    3 Vase una sntesis de estas investigaciones en Fillieule y Della Porta

    (2006) y Della Porta y Fillieule (2004: 217-241).

    INTRODUCCIN 41

    relacin con lo poltico, as como verificar si las prcticas de

    participacin directa eran exclusivas o, por el contrario, ve-

    nan a afianzar formas ms clsicas de participacin, como

    el voto o la militancia sindical y partidaria (Favre, Fillieule y

    Mayer, 1997: 3-28).

    Si bien resulta imposible, en el breve itinerario que este

    libro ofrece, dar cuenta de todos estos enfoques de manera

    profunda o siquiera completa, intentamos presentar un pa-

    norama significativo, vinculando un enfoque a partir de los

    acontecimientos y a partir de las prcticas con un enfoque a

    partir de los actores.

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    17/93

    -

    l

    La

    afirmacin

    de un nuevo

    repertorio de accin

    Charles Ti11ypostula que la manifestacin en su sen-

    tido contemporneo surge en

    1850;

    es una estilizacin teri-

    ca. Cualquier estudio histrico de los casos nacionales incita

    a relativizarla. Para el Nuevo Mundo, la cuestin de la transi-

    cin entre el repertorio de acciones del Antiguo Rgimen yel

    repertorio moderno no tiene siquiera la menor pertinencia.

    En Europa, las guerras napolenicas y luego las revoluciones

    francesas del temprano siglo XIX provocaron una conmo-

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    18/93

    44

    LAMANIFESTACIN

    L M TRIZ RITNIC

    Las primeras marchas, documentadas en los Estados Unidos

    y en Gran Bretaa desde el primer tercio del siglo XIX, no

    cumplen esas mismas funciones. Durante las primeras dca-

    das del siglo XIX, en los Estados Unidos, las ciudades son

    habitadas por una poblacin heterognea de recin llegados

    de orgenes diversos. Numerosas ceremonias cvicasorganiza-

    das en esas ciudades recurren a marchas en que se renen los

    grupos de personas que estructuran los gremios, los grupos

    sociales, polticos o tnicos. Estas marchas, que se multipli-

    can en las dcadas de 1830 a 1850, no slo permiten a la po-

    blacin presentar y representar pblicamente su diversidad,

    sino tambin asignar un lugar a cada grupo. La Repblica

    democrtica se encarna en innumerables fiestas cvicas, du-

    rante acontecimientos a los cuales se considera dignos de ce-

    lebracin (tal como la conclusin del canal de Erie en 1825)

    o en ocasin de aniversarios regionales o locales, o incluso

    fiestas nacionales (el Admission Day en San Francisco, el

    St Patrick's Day en Nueva York, el 4 de julio, aniversario del

    nacimiento de Washington, etc.; Ryan, 1997). Fenmenos de

    ndole similar se encuentran a lo largo del tiempo en diver-

    sos pases de Amrica Latina, como Mxico (Abrassart, 2000:

    247-264).

    En Europa, lasmanifestaciones emergentes son, en primer

    lugar, de protesta. En Bohemia, el movimiento nacional en

    1848 califica las concentraciones al aire libre organizadas en

    el norte de Praga, durante la primavera de los pueblos, de

    mee tingki, antes que recurrir al trmino tbory, para ancladas

    en la cultura nacional, ya que se refieren a los tdbor (campos

    militares, smbolos de la historia nacional checa). En 1883, en

    Pars, la Comisin Ejecutiva de los obreros sin trabajo, que

    intenta movilizar a las vctimas de la crisis econmica, utiliza

    tambin las formas y el vocabulario britnico cuando llama a

    un

    mee tinge n

    la plaza pblica . Estos prstamos lingsticos,

    tal vez ms numerosos de lo que estos ejemplos atestiguan,

    LAAFIRMACIN DE U NUEVO REPERTORIO DE ACCIN

    45

    demuestran la fuerza del modelo ingls e incitan a interrogar-

    se sobre el lugar de la manifestacin en la Gran Bretaa del

    temprano siglo XIX.

    Alparecer, esen Gran Bretaa donde primero se desarrolla

    la manifestacin, comprendida como un cortejo autnomo,

    ordenado

    Y

    que goza de una tolerancia definida, aunque no

    ilimitada (Tilly, 1995). En

    Conten tious Performa nces,

    Tilly iden-

    tifica tres momentos clave en la historia de la manifestacin

    en Gran Bretaa. Primeramente, las manifestaciones de los

    seguidores de Wilkes en 1768 y 1769

    incorporan elementos de las antiguas celebraciones

    pblicas (coronaciones, festejos de victorias milita-

    res, participacin de no electores en comicios obje-

    tados ymarchas de trabajadores en defensa de dere-

    chos amenazados). Sin embargo, el apego de quienes

    protestaban a un programa de derechos populares y

    su identificacin con un formidable impulso popu-

    lar distinguen a estas manifestaciones como nuevos

    tipos de realizaciones (Tilly, 2008: 75).

    Esta ltima y sutil observacin sugiere que lo que cambia no

    es la forma de las protestas, sino su sentido y su interpreta-

    cin, los cuales, como contrapartida, contribuyen a transfor-

    mar la morfologa de esas protestas. El aporte de nuevos sig-

    nificados a una forma previa induce otros modos de reaccin

    de los actores implicados, ya sean la gente en el poder, aque-

    llosa quienes apunta laprotesta o los pblicos (vase tambin

    Traugott, 1995, y Pchu, 2006).

    En segundo lugar, la masacre de Peterloo del 16de agosto

    de 1819 tiene como efecto especfico tomar ms legtimo el

    acto de manifestar y, sobre todo, tornar ms costoso el de

    reprimido:

    Por contrapartida, eso afianz el derecho de los ciu-

    dadanos a marchar y a congregarse pacficamente

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    19/93

    46 LA MANIFESTACIN

    en nombre de la reforma parlamentaria. La man-

    fe tacin se volva un medio disponible para una am-

    plia gama de reivindicacione pblicas (Tilly, 2008:

    76-77).4

    Por ltimo, Tilly evoca las grande manifestaciones polticas

    de 1820 a favor de la reina Carolina de Brunswick y dirigidas

    contra el rey, que culminan con lo funerales polticos de la

    reina en agosto de 1821. Los modos de accin utilizados se

    inspiran en los camp mee ti ng s metodistas y primitivos, en su

    retrica milenarista, en el ceremonial de las guildas o gremios

    medievales, en la cultura ms reciente de los ex combatientes

    de las guerras antinapolenicas o la de los sindicatos o socie-

    dades de socorro mutuo, segn combinaciones complejas. A

    menudo se inscriben en una perspectiva de mutacin radi-

    cal, incluso escatolgica. Aspiran tambin a la construccin

    de una opinin pblica nacional (Thompson, 1988), como

    lo atestiguan las marchas hacia Londres a partir de 1816, que

    renen, repetidas veces, ms de 100000 manifestantes.

    Durante la dcada de 1820, los trabajadores en huelga, por

    su parte, recurren cada vez ms a menudo a la manifestacin

    (Steinberg, 1995 y 1999). En la dcada siguiente, esta ocupa

    ya un lugar central en el repertorio britnico de la protesta.

    Esta transformacin que, segn Tilly, inicia en Gran Bretaa

    alrededor del perodo 1801-1820 para consumarse en la d-

    cada de 1830, ocurre de una manera un poco ms tarda en

    Francia: en L a F ra nce con tes te (Tilly, 1986), la sita hacia 1850.

    En

    Contentious Per formances,

    a partir de los trabajos de Vincent

    Robert (1996), subraya que 1848 marca sin duda el nacimien-

    to de la manifestacin moderna en Francia, pero que debido

    al parntesis autoritario del segundo Imperio (1850-1860)

    4 Una observacin idntica figura en Waddington (1998).

    5 Acerca del caso estadounidense, vanse Young (2002a, 2002b).

    LAAFIRMACI DE U

    UEVO REPERTORIO DE ACCIN 47

    se fija recin a partir de 1890. Ms precisamente, egn Ro-

    bert, existen protomanifestaciones a partir de 1831 en Lyon,

    que desaparecen bajo el peso de la represin y reaparecen a

    partir de 1870, aunque limitadas a formas antiguas (funerales

    anticlericales, celebraciones locale de la toma de la Bastilla

    ,

    ceremonias oficiales, procesiones religiosas, delegaciones de

    trabajadores ante las autoridades municipales o estatales). A

    partir de la expansin de las asociaciones voluntarias, a fina-

    les de la dcada de 1880, las manifestaciones adquieren cierta

    prominencia en la vida pblica lionesa. A esto hay que aadir

    el rol-en cierto modo, similar al de Peterloo en Gran Bretaa-

    de la masacre de Fourmies en 1891 (Pierrard y Chappat, 1991).

    MOVIMIENTOS O REROS Y M NIFEST CIONES

    La huelga y la marcha suelen ir a la par (Perrot, 1984). Los

    cortejos son, en efecto, indispensables para la conduccin de

    algunas huelgas y por eso se convierten en sus apndices obli-

    gados. Responden, entonces, a objetivos que pueden diferir

    de un grupo a otro: columnas destinadas a incitar a los otros

    obreros a parar la produccin (minas, astilleros), marchas for-

    zosas a consecuencia del cierre de una empresa por el patrn

    (lcck out ,

    cortejos destinados a afirmar la cohesin del grupo

    obrero (en particular en las ciudades medianas monoindus-

    triales), la solidaridad o la fuerza perpetuada de movimientos

    que se eternizan como en la industria textil corteios festivos

    d ;}

    e fin de huelga ... En ueva Inglaterra, obreras en huelga de

    la industria textil y del calzado organizan parades desde el pri-

    mer tercio del siglo. En Europa, en la segunda mitad del siglo

    XIX, estas manifestaciones se desarrollan al ritmo de conflic-

    tos locales. No corresponden a ningn principio unificador

    pero contribuyen a constituir precozmente la manifestacin

    o, al menos, el cortejo como el momento esencial de la huel-

    ga (pinsese en

    Germina l

    de mile Zola). La depresin econ-

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    20/93

    48 LA MANIFESTACIN

    mica que azota a Europa y culmina en 1885-1886 constituye

    la primera ocasin de convergencias desde 1848, que aun as

    son de alcance limitado. Vaacompaada por manifestaciones

    de sin trabajo en diversos pases de Europa.

    En Gran Bretaa, el reflujo del cartismo' en beneficio de

    las

    trade-unions

    signific la afirmacin de estrategias que des-

    confiaban de la movilizacin colectiva globalizante en las for-

    mas que esta adopt en el temprano siglo XIX. La Social De-

    mocrat Federation organiz potentes manifestaciones de sin

    trabajo . En Londres, estas se convierten en levantamientos

    (1886) y se topan con una violenta represin (Bloody Sunday,

    noviembre de 1887), que resulta en un trato menos liberal y

    una desconfianza mayor de las

    trade-unions.

    Por ende, la ma-

    nifestacin callejera retrocede en Gran Bretaa en el preciso

    momento en que comienza a afirmarse en diversos pases de

    Europa occidental.

    Por el contrario, en Francia o en Blgica, estos mismos

    movimientos de la dcada de 1880 constituyen el momento

    de un giro del movimiento obrero hacia el nuevo reperto-

    rio de accin. En Pars, los

    meetings,

    que vanamente intent

    organizar la Comisin Ejecutiva de los obreros sin trabajo,

    y las relaciones peligrosas que las manifestaciones blanquis-

    tas mantienen con las de los boulangistas resucitan durante

    cierto tiempo algunos fantasmas de 1848 pero, en realidad,

    constituyen un adis a las barricadas (Pigenet, 1997): En

    Blgica, alrededor de Lieja y de Charleroi, la revuelta indus-

    trial de marzo de 1886, que se salda con la muerte de veintio-

    cho obreros, es la ltima en su gnero. Su desaparicin coin-

    cide con la afirmacin de nuevos modos de manifestacin, en

    Francia, a iniciativa de los guesdistas? y en Blgica, del Par-

    El movimiento cartista se desarroll a partir de 1838 por iniciativa de

    la Asociacin de Trabajadores Londinenses. En un primer momento

    reclam el sufragio universal masculino, contra el sistema electoral

    restrictivo vigente. [N. de E.]

    Los guesdistas, seguidores deJules Guesde, formaron una fraccin

    marxista ortodoxa que se escindi del Congreso del Partido de los

    LAAFIRMACIN DE UN NUEVO REPERTORIO DE ACCIN

    49

    tido Obrero Belga. Fenmenos similares afectan a Finlandia.

    E n los Estados Unidos, ejrcitos de desempleados realizan

    grandes marchas que dividen al pas en 1893 y 1894 (bajo la

    direccin de los improvisados generales Kelly,Fry, Coxeyo

    Galvin;vase McMurry, 1929).

    La decisin de organizar, el 1

    de mayo de 1890, una jor-

    nada internacional de lucha por la obtencin de la jornada

    laboral de ocho horas, tomada un ao antes por el congre-

    sosocialista de Pars, constituy un momento importante de

    unificacin simblica de prcticas obreras que hasta entonces

    haban sido dispares. El llamado, que apost ante todo a la

    simultaneidad de la accin, se abstuvo de especificar sus for-

    mas. Las marchas que dicho llamamiento suscit fueron de

    una diversidad extrema.

    Durante tres aos, Londres debe a la presin de la Social

    Democrat Federation, ya un liberalismo poltico notoriamen-

    tems extendido que en otros lugares de Europa, el hecho de

    albergar poderosas manifestaciones que se convierten en for-

    masde amparo para los refugiados polticos de toda Europa.

    En Francia, los guesdistas intentan, sin xito, intimaciones

    ante los poderes pblicos, que constituyen lamatriz de lasma-

    nifestaciones peticionarias contemporneas. En Alemania, en

    Austria-Hungra, en Italia o en Blgica, despus de 1890, se

    multiplican los cortejos ritualistas yfestivos, que a menudo se

    despliegan por el espacio campestre para evitar cualquier tipo

    de conflicto. En su mayora, estos cortejos son mejor tolera-

    dos que bajo otras circunstancias, excepto en Europa central

    Y o

    nental. Tanto para los manifestantes como para las fuerzas

    del orden, estas manifestaciones sevuelven una ocasin posi-

    ble y frecuente de aprendizaje de la marcha ordenada. Pero

    eso.no puede ser lo esencial. Los grabados que aparecen en

    C a s i tod 1 1 d

    os os paIses mvo ucra os para documentar este mito

    rab~adores Socialistas de Francia en 1882, para luego formar el

    Partido Obrero Francs. [N. de E.]

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    21/93

    50 LA MA IFESTACI

    del 1 0 de Mayo erigen la marcha como smbolo del pro.greso

    hacia un devenir mejor. Contribuyen a dotar a la manifes~-

    cin de un alcance simblico capaz de acrecentar sus capaCI-

    dades movilizadoras (Dommanget, 2006, Tartakowsky, 1995,

    Rodriguez, 2013). El fenmeno no tiene la misma v~li.d~z:n

    los Estados Unidos, donde la apropiacin de esta nciauva

    sigue siendo marginal si se exceptan ello de mayo de 1933

    en NuevaYork y ello de mayo de 1936 en Chicago.

    El mundo obrero estaba lejos de ser el actor exclusivo de

    una prctica que se afirmaba como plur.iclasista: ~ iniciativa

    de fuerzas polticas de todas las tendenCIas -soCIahs~, per,o

    tambin catlicos, liberales o nacionalistas-, yque se impona

    en numerosos Estados de Europa occidental como una moda-

    lidad de la lucha poltica.

    SUFRAGIO UNIVERSAL Y MANIFESTACIONES

    La manifestacin callejera slo se autonomiza y se afirma

    como modalidad de accin poltica con el surgimiento de

    una esfera pblica y con la consolidacin de las democra.cias

    parlamentarias. De ah el evidente desfase entre tres ~onJun-

    tos geopolticos: el continente americano, Europa oCCI~ental

    y Australia, donde el fenmeno es pre~oz; Europa .one~tal,

    donde es claramente ms tardo; yAsia,Africa yMedIOOrien-

    te, donde constituye una importacin paradjica de lacoloni-

    zacin o de la occidentalizacin y de las resistencias que estas

    suscitan.

    El primer conjunto est surcado por importantes diferen-

    cias, que radican en la desigual legitimidad que el sisterna

    poltico entonces dominante permite o prohbe reconocer

    a este modo de accin. La manifestacin goza de una tole-

    rancia temprana en Gran Bretaa y en los Estados Unidos,

    donde cualquier movilizacin de la opinin pblica es con-

    siderada un barmetro de la legitimidad poltica. Esto vale

    LA AFIRMACIN DE UN UEVO REPERTORIO DE ACCIN 51

    tarnbin para Blgica, en virtud de la Constitucin de 1830,

    y

    para algunos Estados alemanes, ya que abarca nicamente

    a lasmarchas con dimensin cvica. Todos estos pases sirven

    de modelos, a menudo idealizados, para quien los compara

    con aquellos otros pases, mayoritarios, que por ese entonces

    irnponen prohibiciones.

    Esta tolerancia relativa permite que la manifestacin se im-

    ponga como un instrumento de conquista del sufragio uni-

    versal en diversos pases de Europa occidental, tal como en

    algn momento sucedi en Gran Bretaa. Las manifestacio-

    nes que movilizan entonces a las elites, y se extienden a veces

    a los medios populares, aspiran a afirmar que quienes mar-

    chan poseen capacidad plena y total de convertirse en ciuda-

    danos. Sus organizadores se esmeran en dar una imagen de

    orden yde respetabilidad. As, los manifestantes marchan por

    todas partes en un orden estricto, vestidos con sus ropas de

    domingo (Albrecht yWarneken, 1986, Lindenberger, 1995).

    En Blgica, liberales y catlicos se movilizan conforme a esta

    modalidad a partir de 1884.Tambin los socialistas inscriben

    sus movimientos en el calendario religioso (15 de agosto de

    1880, Pentecosts de 1886), no sin hacer un aporte impor-

    tante al giro del mundo obrero hacia el nuevo repertorio de

    accin. Manifestaciones similares se desarrollan en Finlandia

    y en Suecia entre 1904 y 1906, en Sajonia, en Hamburgo y en

    Austria en 1905 y 1906, en Prusia de 1908 a 1910, anotando

    puntos cuando no alcanzando victorias.

    Las manifestaciones de las suffragettes constituyen una fa-

    ceta especfica de este mismo combate. En los Estados Uni-

    dos se organizan marchas de mujeres a partir del 8 de mar-

    ~ de ~908 con motivo del Women's Day (Tickner, 1988).6

    extienden a algunos pases de Europa a partir de 1911,

    6 Ms infonnacin sobre las manifestaciones de Londres y, ms en

    general, sobre el movimiento de las su ffragette s consta en Liddington

    y Norrs (2000).

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    22/93

    52 LAMANIFESTACIN

    convocadas por la Segunda Internacional, y definen am-

    plios objetivos que incluyen la mejora de las condici~nes de

    trabajo. En Gran Bretaa, e in criben de manera mas ~ pe-

    cfica en el combate por el sufragio universal. En un pnmer

    momento, las suf fr agettes e cogen reunirse en Hyde Park,

    pero luego toman la senda de las manifestaciones especta-

    culares, a menudo violentamente reprimidas entre 1906 y

    1911, antes de replegar e a manifestaciones ms locales. La

    concentracin que organizan en Londres en vsperas de la

    coronacin de Jorge V, en presencia de numerosas delega-

    ciones internacionales, incluida la de India, se extiende a

    nuevos territorios; por ejemplo, Austria o Mnich (Evans,

    1976, Strom, 1987: 370-392). En los Estados Unidos, recin

    a partir de 1910 se organizan en Nueva York marchas anua-

    les en favor del sufragio, como la marcha de las antorchas

    de mayo de 1912 en que las mujeres reivindican un nuevo

    estatuto. Si bien dichas manifestaciones gradualmente se

    extienden a otros Estados, slo relevamos una manifesta-

    cin nacional en los Estados Unidos, el 3 de marzo de 1913,

    por la avenida Pennsylvannia de Washington, bajo la batuta

    de Alice Paul, dirigente de la ational American Woman

    Suffrage Association s ( AWSA) Congressional Union. La

    marcha reprodujo el modelo britnico: fue encabezada por

    Inez Milholland, a caballo y envuelta en una capa blanca,

    seguida por entre 5000 y 8000 mujeres, con delegaciones

    por Estados, asociaciones de hombres y grupos de m icos.

    Segn Bader Zaar,

    los carros estaban adornados con los colores de las

    militantes britnicas -blanco, violeta y verde- y con

    el amarillo de la NAWSA, con una rplica de la cam-

    pana de la libertad de Filadelfia y una representa-

    cin de la primera convencin de las

    suffrage ttes

    es-

    tadounidenses, celebrada en Seneca Falls en 1848.

    [ ... ] La procesin terminaba en un grupo de cien

    LAAFIRMACINEUNNUEVOREPERTORIOEACCI

    53

    mujeres blancas? y nios, ubicados sobre las escali-

    natas del edificio del Tesoro frente a la Casa Blanca

    y repre entando alegoras evocadoras de las virtudes

    con titucionales: Columbia, la Justicia, la Libertad,

    la aridad, la Paz y la Esperanza (Bader-Zaar, 2007:

    114-115).

    Las muy violentas reacciones de los espectadores, que impi-

    dieron a los manifestantes desplazarse por el espacio urbano,

    y la actitud expectante de las fuerzas del orden provocaron

    un verdadero motn y motivaron el abandono de la estrategia

    de la manifestacin por parte del movimiento.

    En los pases mencionados, la manifestacin, que fue uno

    de los instrumentos de conquista del sufragio universal, no

    aparece en competencia con l. Una vez obtenido el sufragio

    (masculino), la manifestacin perdi cualquier centralidad

    poltica, a menos que se afirmara como una modalidad de la

    fiesta de la soberana; en primer lugar, en los Estados Unidos.

    La situacin es radicalmente diferente en Francia, donde el

    sufragio universal masculino, proclamado en 1848 pero muy

    pronto recortado antes de ser restaurado con todas sus pre-

    rrogativas en 1875, es anterior -y por mucho- al surgimien-

    to de la manife tacin en su acepcin contempornea. Esta

    cronologa particular contribuye a conferir a la manifestacin

    ~a ilegitimidad que durante un tiempo prolongado seguir

    Siendo la norma.

    . Has~ 1831, los usos del espacio pblico son regidos por el

    ~~SltIVO legislativo instaurado durante la Revolucin (ley

    17~lal del 21 d.e.oC~,bre de 1789, leyes del 23 de febrero de

    d sobre la utilizacin de la fuerza pblica y del 27 de julio

    17~1.sobre la requisa y la accin de la fuerza pblica). Este

    POSItIvOapuntaba a hechos de extrema gravedad y volva

    7 Bla.ncas, en efecto, ya que la manifestacin respeta una separacin

    racial de los manifestantes.

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    23/93

    54

    LA MA IFESTACIN

    a los contraventores pasibles de sanciones que llegaban a la

    pena capital. Pronto se mostr inadecuado para las concen-

    traciones a las cuales se vean confrontadas las autoridades,

    como los

    chariva ris

    [manifestaciones ruidosas] o las moviliza-

    ciones contra los recaudadores de impuestos o los patrones.

    En laprctica, este proceso desemboca en un vacojurdico

    que viene a llenar la ley del 10 de abril de 1831, destinada a

    regular levantamientos ms que manifestaciones. Segn los

    trminos de esta ley, la ms pacfica de las reuniones poda

    ser calificada de movilizacin, en cuanto un representante del

    Estado ordenara su dispersin. Las personas que la prolonga-

    ran despus del primer requerimiento podan ser arrestadas y

    llevadas ante los tribunales de contravenciones menores. Con

    todo, slo eran pasibles de penas leves.La Segunda Repblica

    modificar esta legislacin. La ley del 7 dejunio de 1848 ope-

    ra una distincin entre las movilizaciones armadas, comple-

    tamente prohibidas, y las no armadas, prohibidas en caso de

    que pudieran perturbar la tranquilidad pblica . Preserva el

    principio del requerimiento previo, agrava las penas previstas

    por la ley de 1831 y prev eljuicio de las infracciones por los

    tribunales penales.

    Los republicanos de la dcada de 1880 deben a su indivi-

    dualismo filosfico el considerar a los cuerpos intermedios

    como fuerzas que obran a modo de pantalla entre el ciudada-

    no elector y los elegidos, nica expresin legtima del pueblo

    soberano. Esta desconfianza hacia cualquier expresin colec-

    tivade intereses particulares se extenda, naturalmente, a los

    movimientos callejeros que, a partir de 1789, han erigido

    y derribado regmenes. El nuevo rgimen consideraba el su-

    fragio universal combinado con las conquistas democrticas

    de la dcada de 1880 como el nico marco legal que per-

    mita a cada uno expresar y, por ende, manifestar indivi-

    dualmente -diferencia notoria- su pensamiento. As, negaba

    toda legitimidad a movimientos destinados a hacerse or por

    los poderes pblicos por otras vas. Adems, no inclua a la

    manifestacin entre las libertades democrticas que en ese

    LA AFIRMACIN DE UN NUEVO REPERTORIO DE ACCIN

    55

    momento garantizaba. Limitaba la expresin del derecho de

    peticin al Parlamento, y para todo lo dems se atena al cor-

    pusjurdico existente, agravado por la ley del 30 de junio de

    1881, que prohiba realizar reuniones en la va pblica. Las

    Constituciones republicanas ulteriores reconocern al ciuda-

    dano el derecho de manifestar su pensamiento sin formular

    la existencia de un derecho a lamanifestacin en su acepcin

    contempornea. En virtud de la ley municipal de 1884, su

    eventual tolerancia quedaba a discrecin de los alcaldes. En

    Pars, estaba sometida a la buena voluntad de la prefectura

    de polica.

    Estasorientaciones polticas no significan en absoluto la au-

    sencia de manifestaciones. Las crisis que marcan las primeras

    dcadas de la Repblica ven a los movimientos de la calle

    ceder el paso a manifestaciones de los boulangistas y, ms

    tarde, de los antidreyfusistas que amenazan repetidamente,

    si no al poder, al menos sus smbolos, e inscriben la mani-

    festacin en el repertorio de accin de la derecha nacional.

    Estemodo de expresin, al cual los estudiantes nacionalistas

    recurren con especial frecuencia en Pars, se afirma con el

    surgimiento de los partidos modernos, una vez concluido el

    c.asoDreyfus. La legitimidad que entonces se reconoce paula-

    tmamente a los partidos y a los grupos parlamentarios no se

    extiende, en cambio, a la manifestacin callejera, a la cual se

    considera una expresin del desorden poltico yun potencial

    factor de violencia. La gradual intervencin reguladora del

    POder central obedeca a consideraciones de orden pblico,

    no de legitimidad poltica.

    .Enun rgimen en el cual la manifestacin pertenece a la

    rn~srnacategora jurdica que la concentracin , el manteni-

    rnlento del orden pblico corresponde, desde luego al

    eirci-

    ~e ~

    l . n sus cuerpos urbanos y rurales (la gendarmera ). Pero

    a I~stauracin del serviciomilitar obligatorio en 1872y la or-

    ganIzacin regional de las tropas, luego de la derrota de 1870

    en laguer

    f ..

    ra ranco-prusiana, llenen como consecuencia acer-

    car el ejrcito a la sociedad civily volver delicado un eventual

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    24/93

    56 LA MANIFESTACIN

    cara a cara entre manifestantes y fuerzas del orden, en espe-

    cial durante las huelgas. Ello de mayo de 1891, en Fourmies,

    la muerte de nueve manifestantes, entre ellos cuatro mujeres

    y un nio, da prueba de esto. Sin embargo, la situacin no

    evoluciona en todas partes al mismo ritmo. En Pars, el pre-

    fecto de polica Lpine concibe mtodos innovadores que

    permiten a la polica municipal asegurar la calle (Berli~re,

    1993). En las provincias, la utilizacin de la gendarmena y

    del ejrcito seguir siendo la regla. Nuevas man.ife~taciones

    sangrientas se producen en Narbona, en Dra~eIl-Vl~neaux,

    en Villeneuve-Saint-Georges, mientras que la VIOlenCIadesa-

    parece (o casi) de las calles de la capital, hasta la gu~rra:

    A esta modalidad de accin recurren las orgamzaCIones

    obreras, los catlicos en lucha contra los inventarios de bie-

    nes de la Iglesia, los viticultores de la regin de Champagne

    o del Medioda, los estudiantes nacionalistas y, desde luego,

    la Accin Francesa. Gradualmente, va a imponerse a los po-

    deres pblicos. En 1907, Clemenceau admite que puede~ to-

    lerarse ciertas demostraciones, en funcin de la personalidad

    de sus organizadores y de su capacidad de enmarcarlas, en

    concordancia con los poderes pblicos. La primera de esas

    demostraciones es la gran protesta contra la ejecucin

    de Francisco Ferrer, el 17 de octubre de 1909; tambin es la

    primera vez en la historia que el orden es asegurado por inte-

    grantes de la propia manifestacin, lo que en francs se llama

    servicio de orden (Cardon yHeurtin, 1990).

    En 1921 se crea un cuerpo de gendarmes motorizados es-

    pecializados en el mantenimiento del orden. El23 de octubre

    de 1935, un decreto-ley estipula: Los cortejos, las marchas,

    las concentraciones de personas y cualquier manifestacin

    en la va pblica estn sometidos a la obligacin de una de-

    claracin previa ante el prefecto de polica. Concebido para

    controlar mejor los usos polticos de la calle luego de las ma-

    nifestaciones sangrientas que se sucedieron entre febrero de

    1934 y agosto de 1935, confiere as a la manifestacin el es-

    tatuto del cual careca hasta ese momento; pese a su carcter

    LA AFIRMACIN DE UN NUEVO REPERTORIO DE ACCIN 57

    provisorio y a la ausencia de ratificacin legislativa ulterior,

    permanecer en vigor hasta la actualidad.

    Las relaciones complejas entre la manifestacin y la prc-

    ca electoral son distintas en otros lugares. En la Argentina,

    las condiciones problemticas en las cuales se efectan los co-

    micios dan mayor legitimidad a la manifestacin. En Buenos

    Aires, donde el derecho a voto irrestricto existe desde 1821,

    son pocos aquellos que lo ejercen en la prctica: slo una mi-

    nora de extranjeros elige naturalizarse y los ciudadanos nati-

    vos no demuestran demasiado inters en la actividad electo-

    ral. Adems, el voto es ocasin frecuente de enfrentamientos

    colectivosyviolentos entre facciones partidarias encuadradas

    por caudillos. El ejercicio del derecho de voto estaba lejos de

    verse asociado a la nocin de representacin poltica. Pareca

    dar pie a una serie de manipulaciones.

    Los habitantes de Buenos Aires que no son indiferentes a la

    vidapblica recurren a diversas acciones colectivasy desarro-

    llan una verdadera cultura de la movilizacin. Lasmanifesta-

    ciones y concentraciones en las plazas pblicas son considera-

    das, incluso por las elites, mecanismos de intervencin poltica

    adecuados para influir sobre el gobierno. Este modo de repre-

    sentacin de los intereses colectivosdel pueblo parece un com-

    plemento, incluso un sustituto del voto, una prctica benfica

    para lasinstituciones democrticas (Sabato, 1998). Este uso le-

    gitimador de la manifestacin probablemente sea vlido tam-

    bin para otros pases de Latinoamrica, incluso hasta fechas

    muycontemporneas. Eso sucede en Venezuela a partir de la

    crisisde 1989 (Lpez, 2003:211-228,Lpez yLander, 2006).

    SIS'I'EMASNACIONALES Y MOVIMIENTOS TRANSNACIONALES

    l)esde el cambio de siglo se afirman sistemas nacionales con

    reglas

    y

    ritos propios, que a menudo han quedado tcitos.

    Estos sistemas deben su especificidad al derecho, a las mo-

  • 7/25/2019 La Manifestacin

    25/93

    58 LA MANIFESTACIN

    dalidades del mantenimiento del orden, a las matrices his-

    tricas y culturales, distintasde un Estado a otro, as como a

    las relaciones que lacultura poltica dominante mantiene en

    cada uno de ellos con laIglesiay