"La memoria y la literatura argentina para jóvenes" por Alicia Dieguez

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Mesa: Obras que abordan la construcción de la memoria en la literatura infantil y juvenil La memoria y la literatura argentina para jóvenes "Cada familia husihuilke conservaba un cofre, heredado por generaciones, que los mayores tenían consigo. Aunque tenía algo menos de dos palmos de altura, y un niño pequeño podía rodearlo con sus brazos, en él se guardaban recuerdos de todo lo importante que había ocurrido a la gente del linaje familiar a través del tiempo. Cuando llegaban las noches de contar historias, volteaban el cofre haciéndolo dar cuatro tumbos completos: primero hacia delante, después hacia atrás y, finalmente, hacia cada costado. Entonces, el más anciano sacaba del cofre lo primero que su mano tocaba, sin vacilar ni elegir. Y aquel objeto, evocador de un recuerdo, le señalaba la historia que ese año debía relatar. A veces se trataba de hechos que no habían presenciado porque eran mucho más viejos que ellos mismos. Sin embargo lo narraban con la nitidez del que estuvo allí. Y de la misma forma, se grababa en la memoria de quienes tendrían que contarlo, años después. Los husihuilkes decían que la Gran Sabiduría guiaba la mano del anciano para que su voz trajera desde la memoria aquello que era necesario volver a recordar. Algunas historias se repetían incansablemente. Algunas se relataban por única vez en el paso de una generación; y otras, quizá, nunca serían contadas.

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Mesa: Obras que abordan la construcción de la memoria en la literatura infantil y

juvenil

La memoria y la literatura argentina para jóvenes

"Cada familia husihuilke conservaba un cofre, heredado por generaciones, que los

mayores tenían consigo. Aunque tenía algo menos de dos palmos de altura, y un

niño pequeño podía rodearlo con sus brazos, en él se guardaban recuerdos de

todo lo importante que había ocurrido a la gente del linaje familiar a través del

tiempo. Cuando llegaban las noches de contar historias, volteaban el cofre

haciéndolo dar cuatro tumbos completos: primero hacia delante, después hacia

atrás y, finalmente, hacia cada costado. Entonces, el más anciano sacaba del

cofre lo primero que su mano tocaba, sin vacilar ni elegir. Y aquel objeto, evocador

de un recuerdo, le señalaba la historia que ese año debía relatar. A veces se

trataba de hechos que no habían presenciado porque eran mucho más viejos que

ellos mismos. Sin embargo lo narraban con la nitidez del que estuvo allí. Y de la

misma forma, se grababa en la memoria de quienes tendrían que contarlo, años

después.

Los husihuilkes decían que la Gran Sabiduría guiaba la mano del anciano para

que su voz trajera desde la memoria aquello que era necesario volver a recordar.

Algunas historias se repetían incansablemente.

Algunas se relataban por única vez en el paso de una generación; y otras, quizá,

nunca serían contadas.

–Pienso en las viejas historias que quedaron para siempre dentro del cofre –dijo

Thungür–. Si nadie las contó, nadie las oyó. Y si nadie las oyó...

–Nadie las recuerda –completó Kush, que llegaba con su vasija cargada de menta

dulce–. Siempre repites lo mismo y me obligas a repetir a mí.

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¡Tantas veces te lo he dicho! Cuando algo ciertamente grande ocurre suelen ser

muchos los ojos que lo están viendo. Y muchas las lenguas que saldrán a

contarlo. Entonces, recuerda esto, las viejas historias que jamás se cuenten

alrededor de un fuego, alrededor de otro se contarán. Y los recuerdos que un

linaje ha perdido viven en las casas de otro linaje."

Liliana Bodoc

“Los días del venado”

Este hermoso fragmento de “Los días del venado” nos habla de la

preocupación de Tunghur por el olvido. Preocupación que no solamente tiene el

personaje de la Saga de los confines sino que durante mucho tiempo en lo

personal me preocupó. Finalmente y, poco a poco, fueron apareciendo libros para

jóvenes que trataban el tema de la Dictadura Militar. Primeros fueron unos pocos,

que si bien estaban editados, circulaban por las aulas sólo porque docentes

interesados en ellos se los acercaban a sus alumnos, y ahora, con Día de la

Memoria y una política de derechos humanos que retomó los juicios contra los

genocidas de la dictadura, estas obras circulan con un poco más de fluidez por

las escuelas.

Nemosine fue la madre de las musas: conocía los secretos de la belleza, del

saber, de la justicia y la verdad. La memoria ha sido estudiada por la psicología, la

antropología, la historia de las culturas y las civilizaciones, la filosofia, la biología

molecular y la neurología. El hombre es memoria. El lenguaje del cual se sirve es

un ejercicio de su memoria. Desde muy pequeño incorpora la historia del universo

social y cultural a su cerebro: esta pertenencia a un grupo social determinado

marcará la vida del sujeto hasta su edad avanzada.

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La memoria es la huella y el rastro de la huella. Podemos hablar –de acuerdo a la

clasificación de Vernant y Ricoeur de tres tipos de memoria: la memoria individual,

la memoria colectiva y la memoria histórica. (No me detendré en las definiciones

porque creo que las tres son muy claras para todos nosotros).

Nos dice Jacques Le Goff en su libro “El orden de la memoria”

“La memoria, a la que atañe la historia, que a su vez la alimenta, apunta a

salvar el pasado sólo para servir al presente y al futuro. Se debe actuar de

modo que la memoria colectiva sirva a la liberación, y no a la servidumbre de

los hombres”.

Cabe aclarar que el autor habla en su libro de la memoria de los opresores y

de los oprimidos.

Memoria para la liberación. Este concepto me parece interesante. Porque la

literatura – sin adjetivos- también nos libera. Si retomamos la noción

barthesiana de “tejido” que atiende a la etimología latina del término,

podemos tomar la perspectiva de la semiótica y la semiología de la cultura,

que conciben la textualidad como una serie de operaciones que conforman el

proceso de producción de sentidos. Situado en una historia y una cultura

determinada, el texto puede ser definido como un complejo sígnico

coherente, inseparable en su dimensión cultural y social siendo lo literario

uno de los numerosos estratos que lo constituyen (Lotman y Uspenskij,

Bajtín, 1982)

“ El mar y la serpiente”, Paula Bombara. Nos dice desde su voz la

pequeña narradora:

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Mamá viene a mi pieza. Tiene el bolso verde. Abre los cajones y saca ropa.

¿Vamos a lo de los abuelos?

¡Dale, vamos!, dice mamá.

¿Y papá?, digo.

Cuando vuelva nos va a buscar a lo de los abuelos. Mamá está seria.

Apurada.

Mamá tiene los ojos con agua. Pero no llora.

Mentira.

Llora pero para adentro.

Mamá se ríe de mentira. Dice ¿por qué me mirás tanto?

Mamá guarda ropa y juguetes en el bolso verde.

………………….

Ayer y antes dormimos en la casa de unos tíos viejitos. Todos se ríen de

mentira. Papá no está. Se perdió. Me duele la panza y arriba de la panza.

Papá no está y no me hace upa y no me levanta por el aire y no me hace reír

y no me cuenta cuentos y no me canta canciones.

………………….

Nos dice la misma niña ya adolescente:

No puedo seguir diciendo que se murió de un paro. Además mejor que los

sepan todos desde ahora después es cada vez más difícil. Acá todavía nadie

me preguntó qué le pasó a mi viejo. Lo digo de entrada y chau.”

Memoria individual y memoria colectiva se unen y se retroalimentan en “El

año de la vaca”. Gracias a Juana, Nadia –Celeste recupera su identidad (es

una niña apropiada). Nos dice Celeste en el capítulo que le pertenece:

La primera vez que vi a Graciela con el juez, me agarró algo raro, como un

mareo. Me miré las manos y fue como si estuviera viendo mis manos de

bebé, en serio, regordetas, sin marcas. Y yo las miro y de pronto, ahí,

delante de mis ojos, se transformaron en mis manos de ahora.”

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“El año de la vaca”, Márgara Averbach

En el cuento “La buena sangre” su final nos dice:

“Se acurrucaron sobre la mancha abrazándose con toda la fuerza de sus

brazos y lloraron al fin sin vergüenza, sin freno, lloraron un llanto enorme que

habían esperado llorar durante veinticinco años, lloraron porque el doctor

Sebastián Valverde y la secretaria Alcira Miglio fueron alguna vez dos chicos

de quince años que se amaron en medio del fuego y un país lleno de dolor

les ordenó la distancia y les ordenó el olvido”.

La buena sangre en “Un desierto lleno de gente”, Esteban Valentino.

A partir de la biblioteca el saber humano fue unido, clasificado,

conservado, consultado y comentado, nos dice Ricoeur. Con las

“Confesiones” de San Agustín apareció la memoria individual: memoria

íntima, interior y privada. La invención de la imprenta produjo otro viraje y

uno nuevo se produjo en el mundo contemporáneo a partir de Internet.

Ricoeur nos propone en “La memoria, la historia y el olvido”, no sustituir la

memoria por la historia. La historia amplía la memoria. En lo personal, y

parafraseando al ensayista francés, me atrevo a afirmar que la literatura

también amplía la memoria y logra el pacto de confianza y de libertad, del

cual nos hablaba Jean Paul Sartre, pacto que se realiza entre el autor y sus

lectores. Pienso en la nouvelle “La soga” de Esteban Valentino, en esa

soga que atraviesa siglos hasta llegar a recuperar la identidad de Lorenzo,

su protagonista. Recuerdo a Camilo, el protagonista de “Los sapos de la

memoria” de Graciela Bialet, intentando recuperar la historia de sus padres

que es su historia.

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Y si de construir la memoria desde la literatura se trata, no podemos dejar

de nombrar a Mavi, y su viaje iniciático para recuperar la historia de su

padre muerto en Malvinas, que es su propia historia en la novela “Nadar de

pie” de Sandra Comino, por cierto, escrita con la prolijidad y la dedicación

de un orfebre.

También quiero mencionar “Las carpetas” de Márgara Averbach, novela

que acaba de salir hace muy poquito tiempo. Dice la voz narradora:

“Las guerras no terminan nunca.

No, mientras vivan los que respiraron en ellas y sus hijos y sus amigos y

sus nietos. No, mientras queden marcas en las paredes y en las calles para

que vean los que pasan junto a ellas. Por eso, en esta historia, no importa

demasiado el momento exacto en que se firmó la paz entre los que habían

decidido la lucha. La guerra no terminó con esa firma y por eso, hay un

Después, para empezar de nuevo.

Pero empezar de nuevo cuesta. El Después siempre es difícil.”

Si cada libro- al igual que cada obra de arte- es una recuperación de la

totalidad del ser, cada obra de arte presenta esta totalidad a la libertad a su

receptor. El objetivo del arte para Sartre es recuperar este mundo tal cual

es pero como si tuviera su fuente en la libertad humana. El escritor debería

revelar el mundo y proponerlo como una tarea a la generosidad del lector.

Cómo no proponerle a los jóvenes las lecturas mencionadas y otras

como “Piedra, papel o tijera” de Inés Garland, “La fábrica de cristal” de Lilia

Lardone (que recupera la dolorosa crisis del 2001) , “La charla” de Márgara

Averbach, “La saga de los confines” de Liliana Bodoc.

Cómo no abrir las puertas del aula a la discusión, a la mirada del mundo

que tienen los chicos del 2010, tan distinta en mucho a la nuestra y con

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tantos puntos de contacto. Como no abrir los oídos y escuchar a nuestros

jóvenes. Reitero lo que escribí hace algunos años, trabajar la memoria con

los chicos es apasionante. Y como todo lo apasionante, implica riesgos que

valen la pena. Valen la pena porque hoy tenemos novelas y cuentos que

iluminan el pasado reciente. “La memoria es un bien común, y una

necesidad jurídica, moral y política y el presente tiene la obligación de

operar sobre el pasado y construirlo”, decía Sarlo en “Tiempo pasado”. Y

vaya si en este presente necesitamos los ojos y los oídos bien abiertos, y

la cabeza y el corazón dispuesto a escuchar a nuestros jóvenes. Porque

somos docentes y ante todo, debemos formar ciudadanos, con toda la

responsabilidad que ello nos implica. Y cada vez, a medida que recorro el

país, estoy convencida de que la literatura es una de las mejores formas de

acercarse a la memoria colectiva y renovar, que no es poca cosa, ese pacto

de libertad entre el autor y el lector.

Y si de pactos renovados y de corazones alertas se trata, elijo estas

palabras de Liliana Bodoc para cerrar esta breve disertación, a propósito de

los destinatarios de su literatura:

“Termino pensando en el destinatario de este congreso. El joven.

Si estuviese aquí y pudiera pasar adelante el que baila sobre las teclas

como un demonio.

La que se pinta los labios usando la pantalla como espejo.

El que acepta la vida y la muerte con la lógica de los efectos especiales.

La que se asusta por la promesa de su pubis.

El que se muerde la punta de la lengua para escribir.

El que escarba hasta el fondo de los bolsillos para ver si su moneda tuvo

cría.

El del jeans desvalido.

La que sueña a la intemperie.

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La del hambre.

El que se dibuja por el lado de afuera porque quiere dibujarse por el lado de

adentro…

Si ellos estuvieran aquí, tal vez nos pedirían más coraje. Posiblemente nos dirían

que necesitan y agradecen que escribamos cada línea como si quisiésemos,

aunque no sea cierto, cambiar el mundo. Y dárselos como nuevo para que puedan

crecer.”

Bibliografía

Averbach, Márgara: “El año de la vaca”, Editorial Sudamericana, Buenos Aires,

2003.

Averbach, Márgara: “Las carpetas”, Editorial Edelvives, Buenos Aires, 2010.

AAVV, “Por qué recordar?”, Granica, Madrid, 1998.

Bodoc, Liliana: “Los días del venado”, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2000.

Bombara, Paula: “El mar y la serpiente”, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires,

2005.

Comino, Sandra: “Nadar de pie”, Libros del Náufrago, Buenos Aires, 2010.

Garland, Inés: “Piedra, papel o tijera” Inés Garland, Alfaguara, 2009.

Lardone, Lilia: “La fábrica de cristal”, Siete Vacas, Buenos Aires, 2007.

Le Goff, Jacques: “El orden de la memoria” Paidós, España, 1999.

Revista Etruria, Literatura y memoria, Nº1, Año 1, Otoño 2006.

Valentino, Esteban: “Un desierto lleno de gente”, Editorial Sudamericana, 2002.

Valentino, Esteban: “La soga”, Ediciones del Eclipse, 2006.