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1 La música sagrada en la liturgia (CURSILLO DE CANTO CORAL EN MERIDA) 27 Y 28 DE MAYO DE 2006 Manuel Domínguez Merino Preámbulo Hemos de felicitarnos por la realización de este excelente cursillo, ya que, gracias a él, ha llegado a conocimiento de muchos y a la consideración de los más la importancia del canto y la música coral en nuestras vidas. Hemos conocido cómo mejorar la técnica necesaria e indispensable, para alcanzar objetivos concretos en nuestras Todos aprendemos participamos de los conocimientos que tan necesarios nos han son en la interpretación de las obras de nuestros repertorios, ya de carácter profano, ya religioso en general. En todos estos llamados “talleres”, dirigidos por personas competentes y eficaces, sólo se pueden analizar de una manera sucinta y leve cada uno de los temas propuestos, ya que su estudio en profundidad requeriría cursos enteros. De cualquier modo hemos de felicitarnos por el fruto que de aquí hemos de sacar, que, sin dudas, enriquecerá nuestros conocimientos y redundará en eficacia y perfeccionamiento de nuestra vida coral. Todo ello, gracias a las personas que acariciaron la idea y llevaron a feliz realidad estas jornadas, a quienes debemos felicitar y dar nuestro caluroso aplauso. Antecedentes históricos de la música religiosa Ante todo vamos a hacer un brevísimo repaso histórico sobre la música religiosa, unas consideraciones sobre la manera de actuar en el desarrollo de la liturgia, o, incluso, la actitud que hemos de tener en la interpretación de la música, en el caso del concierto sacro como mero deleite, teniendo siempre como norma las disposiciones que la Iglesia tiene establecidas, sobre todo, a partir del Concilio Ecuménico Vaticano II. Hay muchas cosas que debemos recordar a los que las conocen y enseñar a los que nunca las supieron, sobre esta materia, que nos harán meditar en los grandes y solemnes misterios teológicos del año litúrgico y demás ceremonias religiosas. La música coral religiosa es una parcela, sin duda, la más noble dentro del ámbito general de la Música. Cristo es el Músico supremo, considerado como el alma de la más perfecta sinfonía que puede llegar hasta los oídos de Dios. Tomo de mi libro Cantamos algunas consideraciones, que están y estarán siempre vigentes, porque no son normas que yo quiera implantar, sino que son la doctrina de la Iglesia y forman parte de su historia más ancestral y entrañable. No es la

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La música sagrada en la liturgia

(CURSILLO DE CANTO CORAL EN MERIDA)

27 Y 28 DE MAYO DE 2006

Manuel Domínguez Merino

Preámbulo Hemos de felicitarnos por la realización de este excelente cursillo, ya que, gracias a él, ha llegado a conocimiento de muchos y a la consideración de los más la importancia del canto y la música coral en nuestras vidas. Hemos conocido cómo mejorar la técnica necesaria e indispensable, para alcanzar objetivos concretos en nuestras Todos aprendemos participamos de los conocimientos que tan necesarios nos han son en la interpretación de las obras de nuestros repertorios, ya de carácter profano, ya religioso en general. En todos estos llamados “talleres”, dirigidos por personas competentes y eficaces, sólo se pueden analizar de una manera sucinta y leve cada uno de los temas propuestos, ya que su estudio en profundidad requeriría cursos enteros. De cualquier modo hemos de felicitarnos por el fruto que de aquí hemos de sacar, que, sin dudas, enriquecerá nuestros conocimientos y redundará en eficacia y perfeccionamiento de nuestra vida coral. Todo ello, gracias a las personas que acariciaron la idea y llevaron a feliz realidad estas jornadas, a quienes debemos felicitar y dar nuestro caluroso aplauso. Antecedentes históricos de la música religiosa Ante todo vamos a hacer un brevísimo repaso histórico sobre la música religiosa, unas consideraciones sobre la manera de actuar en el desarrollo de la liturgia, o, incluso, la actitud que hemos de tener en la interpretación de la música, en el caso del concierto sacro como mero deleite, teniendo siempre como norma las disposiciones que la Iglesia tiene establecidas, sobre todo, a partir del Concilio Ecuménico Vaticano II. Hay muchas cosas que debemos recordar a los que las conocen y enseñar a los que nunca las supieron, sobre esta materia, que nos harán meditar en los grandes y solemnes misterios teológicos del año litúrgico y demás ceremonias religiosas. La música coral religiosa es una parcela, sin duda, la más noble dentro del ámbito general de la Música. Cristo es el Músico supremo, considerado como el alma de la más perfecta sinfonía que puede llegar hasta los oídos de Dios. Tomo de mi libro Cantamos algunas consideraciones, que están y estarán siempre vigentes, porque no son normas que yo quiera implantar, sino que son la doctrina de la Iglesia y forman parte de su historia más ancestral y entrañable. No es la

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Iglesia, la que haya “inventado” con el más fino ingenio estos mecanismos de atracción de fieles, sino que hasta los pueblos más primitivos creen en la trascendencia del canto, considerado como el hacedor de la luz –la Creación es un canto-, y el grito de la luz se atribuye al propio sol o al canto de un gallo divino, que, encendiéndolo todo, ilumina los ojos y los corazones de los hombres.

No hubo ni hay fiesta sin música, porque es el elemento que más ayuda a crear un clima festivo y jubiloso. Ella es la que devuelve la alegría a los corazones tristes, alivia el dolor y las penas y eleva hacia el cielo los pensamientos de los hombres. Por eso la agalliasis –palabra que significa júbilo y gozo- era una característica especial de las primitivas comunidades cristianas. Cantar es un ejercicio agradable que absorbe enteramente el espíritu del hombre, expresa sentimientos y emociones, refuerza actitudes íntimas y crea comunión y solidaridad con los demás. Por medio de la participación en cualquier celebración cristiana y sacramental, los valores humanos de la música se ennoblecen. Yo hablo desde el concepto sagrado de la música. Si los intérpretes y los directores son personas que carecen de los más elementales sentimientos religiosos o su fe es claudicante o débil y, además desconocen la liturgia, mal servicio podrán dar al culto, porque serán como la campana en el desierto de que habla san Pablo en su imponderable canto al Amor: “si no tengo amor, nada soy”. Si hoy no consideramos con seriedad el valor de estos conceptos y no los aplicamos a nuestra vida coral religiosa, habréis perdido el tiempo oyendo mis palabras, que son absolutamente eco y reflejo de la sabia doctrina de la Iglesia. Yo confío en que algo se ha de conseguir y no será poco. Sin dudarlo, el canto y la música en la acción litúrgica son el supremo lazo de comunicación entre el hombre y Dios, el lenguaje más bello de que puede hacer uso la creación para dialogar con su Creador. Todos sabemos de la importancia de la música en la sagrada liturgia y que de su aplicación correcta dependerá, sin duda, el fruto derivado de la acción litúrgica, en beneficio de la santificación de los fieles y el acercamiento de muchos que, estando alejados de la fe, pueden sentir la llamada de Dios, mediante la belleza de los cantos bien interpretados y hondamente sentidos. Ya sabemos que el canto es la palabra elevada a la máxima potencia. Definición de la música sagrada y religiosa

“Entendemos por música sagrada aquella que, creada para la celebración del culto divino, posee las cualidades de santidad y de perfección de formas”.

Con el nombre de música sagrada se designa aquí: el Canto Gregoriano y la

polifonía sagrada antigua y moderna en sus distintos géneros, la música sagrada para órgano y el Canto sagrado litúrgico y religioso”. El Canto Gregoriano Es el que a lo largo de los siglos viene usándose en la Iglesia y puede decirse que es como su patrimonio, por lo que tiene un lugar de privilegio en la historia y en la

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cultura universal. Está considerado como “modelo de la música sagrada y el propio de la Iglesia Romana” (San Pío X). Sabemos que el nombre de canto gregoriano se encuentra por primera vez en el tratado de Guillermo de Hirschau (+1091) y fue llamado así en honor a san Gregorio el Grande, sumo pontífice desde 590 a 604, contemporáneo de los grandes obispos emeritenses. San Gregorio se hizo religioso benedictino, fue nombrado papa, siendo el primer monje que alcanzó tal dignidad. Publicó la Regula pastorales, que fue el código por el que se rigieron todos los obispos durante la edad media y, entre otras muchas cosas importantes, creó el llamado canto gregoriano y aunó y unificó todos los cantos dispersos en una sola liturgia, con elementos de diversos ritos, excepto el ambrosiano y el mozárabe. El canto gregoriano también se denomina romano, por su origen en la ciudad de Roma, centro de la Iglesia Católica. La denominación de canto coral viene de aquellos tiempos en que los eclesiásticos, congregados en el coro o en el presbyterium, salmodiaban juntos o alternando los oficios divinos. Sus melodías se interpretan al unísono, sin acompañamiento preferentemente, cuidando del ritmo propio de la lengua latina, porque melodía sin ritmo es como un cuerpo sin alma. Sabemos de las dificultades con que tropieza su interpretación correcta, tanto por el desconocimiento generalizado del latín, lengua inseparable del gregoriano, como por la incursión de tanto profano seudo intérprete de este género, que llevado, sin duda, por el mejor deseo, es desconocedor de las más elementales nociones técnicas. El canto gregoriano no debería interpretarse en coros mixtos, por cantarse en octava, pero, alternando ordenadamente, tanto mujeres como niños deben participar en la liturgia con igual oportunidad. No se dirige midiendo compás alguno, sino con gestos quironómicos, que vendrán dados como resultado del ritmo interno del texto. Como regla general diremos que el ritmo está determinado por la mayor o menor duración del sonido, respecto a los otros que lo preceden o lo siguen y por la mayor o menor fuerza que este sonido recibe en la interpretación.

Se escribe sobre las cuatro líneas del tetragrama. Sus notas se denominan punto

cuadrado (punctum quadratum), inclinado (punctum inclinatum), “virgas”, si aparecen individualmente, o “neumas”, si aparecen agrupadas. Estos grupos, según sean ascendentes, horizontales, descendentes, reciben nombres, como “podatus”, “clivis”, “scandicus”, “porrectus”, “torculus”, y otros nombres curiosos, por ej. "climacus resupinus”, cada uno de los cuales tiene su significación, scandicus, para subir, o clivis, para bajar. Tienen las notas igual valor en cuanto a su duración, equivalente a la actual corchea, a excepción de las que tienen “episema” horizontal, la nota precedente al “quilisma” y la segunda nota del “sálicus”, cuya duración se prolonga ligeramente más, con un sentido expresivo, y las notas que llevan punto, el cual tiene la duración de una nota simple.

El gran músico, Guido de Arezzo, siglos X y XI, fue un monje benedictino y

teórico musical y es en cierto modo el iniciador del sistema de escritura musical y al que se debe principalmente la denominación monosilábica de los sonidos que integran las notas de la actual escala diatónica, o sea, de manera más clara, quien dio a las notas

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musicales los nombres actuales. Para aquellos que no lo sepan diré que estos nombres están tomados de la primera sílaba de cada verso del himno de Segundas Vísperas del oficio de san Juan Bautista.

“Ut queant laxis “Para que puedan resonar Resonare fibris en las solemnes cuerdas Mira gestorum las maravillas de tus hechos, Famuli tuorum, rompe, oh san Juan, Solve polluti las ataduras Labii reatum, de la boca de tu siervo”. Sancte Ioannes. En gregoriano hay ocho tonos, cada cual con sus peculiares características. Su

estructura se asienta en dos puntos: la nota "dominante” y la nota de la terminación. Las dominantes son: La, Fa. Do, La, Do, La, Re, Do. (La farola de Laredo) y las terminaciones correspondientes: re, re, mi, mi, fa, fa, sol, sol.

Las claves son dos: la de fa y la de do, que se colocan más o menos altas en el

tetragrama, según el ámbito del discurso melódico. Los directores, que, al cantar, han de dar el tono de las sucesivas obras a los

cantores gregorianistas, deberán hacer uso del llamado “pasacuerda”. Este procedimiento sirve para no cambiar la tesitura de los distintos tonos. Consiste en tomar un sonido fijo –La o Sol- y aplicarle la dominante correspondiente. Estos son “truquillos”, que hemos empleado con unos resultados estupendos.

Las melodías gregorianas han estado entregadas al abandono, estimadas como

una cosa mezquina e insulsa. Ahora, afortunadamente, no sucede lo mismo. Nos hemos dado cuenta de la belleza inigualable de los cantos eclesiásticos. Hay que convencerse de que los fieles necesitan ser instruidos suficientemente, para que puedan saborear la insondable e insospechada belleza de la liturgia y de los cantos sagrados que la potencian.

Para conocerlos no hay más que aplicarse con amor y constancia, hasta llegar a

comprender su lenguaje. A los poco expertos, al principio, puede parecerles monótono. La verdad que es algo desconcertante para nuestros oídos modernos., acostumbrados a otras músicas, quizás más espectaculares, pero, sin duda, menos profundas. En realidad el repertorio gregoriano es un mundo complejo, que reúne varios siglos de historia de la música. Es un mundo contrastado que va uniendo el entusiasmo casi delirante y la interioridad más delicada. Un mundo de paradojas, donde la música se dilata y llega a su perfección en el silencio.

In more puri argenti –decía Guido aretino-, “como sucede con la plata pura”, va

tomando cada vez más brillo, a medida que se usa… (“La mejor música –decía el gran poeta romántico alemán, Goethe, no necesita

de novedad, es tanto más eficaz cuanto más antigua y usada sea”.) Por eso los músicos sagrados tenemos conciencia de que no debe abandonarse

el canto gregoriano, a pesar de que muchos liturgistas y pastoralistas hacen todo lo posible por desterrarlo de todas las funciones religiosas y acciones litúrgicas.

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“Esperamos que esta confusión se disipe pronto y las aguas desbordadas vuelvan a su cauce natural”, en palabras del P. Tomás de Manzárraga.

Tomo literalmente unas palabras del P. Mauricio Vogt, cisterciense, que son un

verdadero y completo panegírico de lo que venimos hablando:

“Estas melodías gregorianas definidas, precisas, expresivas, sublimes, verdaderas, castas, pacíficas, amables y verdaderamente santas son compuestas por hombres santos. Este canto huye de las cortes de los príncipes y no entra en las tabernas o en los bodegones; él solo quiere penetrar en el Santo de los Santos (…) Con él se solemnizan santamente las noches y lo escuchan las santas legiones de los celestes coros, los ángeles, el mismo Dios. Lo detestan los demonios y lo ignora el mundo frívolo. Roma le ha dado gloria, él solo es cantado por pontífices y cardenales, por patriarcas y obispos, por prelados de la Iglesia y por el clero (…) Lo han aprobado los Concilios y ninguno ha intentado extirparlo de la Iglesia de Dios, sino quien estuviese fuera de ella”.

Verdad es que el canto gregoriano exige estudio y demanda atención, y muy seria; pero esto solo no basta a despertar el amor y a acrecentarlo hasta el entusiasmo. Y concluyo estas reflexiones sobre el Canto Gregoriano con las siguientes palabras que se leen en el coro de un monasterio: “Non vox, sed votum; Non tínnula cordula, sed cor; Non clamor, sed amor Psallit in aure Dei. Dirige cor sursum; Tene, profer, Respice sensum; In quo choro Ne sis corpore, Mente foro”.

(No es la voz, sino la intención; no los acordes instrumentos, sino el corazón; no el clamor, sino el amor es lo que canta a los oídos de Dios. Levanta tu corazón a lo alto; alcanza, descubre, considera el sentido; no estés en este coro con el cuerpo y estás fuera con la mente).

La música polifónica Sabemos que la polifonía, nacida en gran parte del canto gregoriano, ha estado, históricamente hablando, íntimamente ligada a la liturgia cristiana, para cuyo servicio se compusieron tantas obras maestras.

Generalmente la música coral, en infinitas obras, se canta “a capella”. Esta

palabra de origen italiano significa: ”según el estilo o el modo como se hace en una capilla”. Se cantaba polifónicamente sin acompañamiento instrumental en las ceremonias palaciegas. –No debe decirse “a capella”, cuando es uno solo el que canta

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sin acompañamiento instrumental-. Como la capilla era un recinto de dimensiones reducidas, no cabían muchos cantores. Lo mismo sucedía para la música profana, que se tocaba y cantaba en la cámara, o sea, “música de cámara”. Ya desde los siglos VI y VII, había capillas musicales en Roma, (Gregorio el Grande), Sevilla, Toledo, Zaragoza, etc. y en la liturgia visigoda.

Conocemos obras, como “El Canto de la Sibila” (s X), las “Cantigas de Santa

María”, el “Codex Calixtinus” (1135), el “Llivre Bermell” o el “Misteri” de Elche,, en donde aparece el “discantes” a varias voces. Con el “ars nova” se enriquece de forma espectacular la polifonía, practicada en palacios de reyes, nobles, monasterios, catedrales,etc., ya desde antes que vinieran los compositores flamencos que acompañaron a Carlos I y a los Absburgos posteriores. Se imprimen los grandes cancioneros –de Palacio, Uppsala, Medinaceli, la Sablonara, de la Colombina-, y otros.

Originariamente el cantus firmus o tenor sirvió de base a toda composición

polifónica. La melodía gregoriana iba acompañada, en forma paralela, por el duplum, (a una distancia de cuartas o quintas de la línea melódica,) apareciendo luego una nueva voz, el triplum, con lo que tiene su aparición la polifonía. El organum es una forma primitiva de armonía, (por sucesión ordenada de octavas, cuartas, quintas –“punctum contra punctum-, ejecutadas por el coro de hombres y niños). Ya en el siglo IX algunos escritores mencionan el uso polifónico del organum. Conviene también citar la “diafonía”, armonía primitiva de la misma época, paralela al organum, con el que a veces se confunde. Todo este movimiento de hallazgos sonoros se desarrolló en Francia, y luego Guido añade nuevas fórmulas, hasta que se llega al movimiento contrario de las partes. En el siglo XII el organum y la diafonía ceden su lugar al discantus, que realmente conserva las mismas leyes.

En los siglos XV y XVI los compositores contrapuntíticos construían sus

composiciones sobre un “cantus firmus”, movido y desarrollado con modificaciones rítmicas, pero conservando siempre la misma fórmula melódica.

En el Renacimiento se clasificaron las voces en Cantus o superius, Altus,

Contraltus, Tenor y Bassus, que cantaban, siguiendo la lectura de los grandes cantorales de facistol, en el centro del coro, o en libros de formato más pequeño.

El tipo ordinario es el coro a cuatro voces, compuesto de las partes de soprano,

contralto, tenor y bajo. El doble coro está formado por dos grupos distintos y completos en sí mismos, que se oponen o se funden. Es famosa la composición policoral Super flumina Babilonis de Tomás Luis de Victoria.

También se cantaba “al unísono”, que es la ejecución puramente homófona de

una melodía, esto es, que todos cantaban la misma voz. A veces los instrumentos doblaban las voces, tocando en octava. Esos instrumentos dieron color a las voces, por ej. las cornetas y flautas, hechas

de maderas claras o de marfil, eran voces blancas, mientras que las graves estaban forradas de cuero negro o eran de madera de ébano, como los fagotes.

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Hay que decir que el desarrollo de la música en occidente ocurrió en el ámbito de las iglesias. La importancia de la música dentro del cristianismo ha sido igual a la importancia del cristianismo dentro de la Música. Denominaciones de los coros. Me preguntan en ocasiones si es lo mismo “coro” que “coral”, o que “orfeón” o “schola cantorum”. Aclaro por partes: el nombre de “Schola cantorum”, en su origen, fue una agrupación de cantores o chantres litúrgicos, fundada en Roma por san Gregorio Magno, para enseñar y conservar los principios del canto litúrgico. A imitación de la romana, las grandes catedrales y abadías tuvieron también las suyas.

Lo mismo da decir Coral, Coro o llamarle Orfeón a cualquier agrupación de cantores, que se reúnen para hacer música vocal. También hay que aclarar que una coral no es lo mismo que un coral, palabra que en Alemania designa un canto litúrgico al unísono: (Choralgesang o Gregorianische Choral,) canto de la iglesia protestante tal como lo crearon Lutero y sus contemporáneos y que fue elevado por Juan S. Bach a su más alta expresión. La palabra “orfeón” viene derivada del mítico músico Orfeo y en España se designan con este nombre a las sociedades corales subvencionadas por Diputaciones, municipalidades o empresas comerciales.

No falta en Extremadura tradición musical ni falta la presencia y el testimonio de

compositores sin fronteras, como el pacense Juan Vásquez, gloria del madrigal renacentista, o Cristóbal Oudrid -también pacense- y otros muchos, incluidos los actuales. Constatamos la existencia de numerosos coros, la mayoría nacidos en el seno de las parroquias y dirigidos por personas formadas en el seminario, donde siempre se cultivó el canto –el inefable gregoriano y el gran canto coral- de donde se ha derivado, en los últimos años de la década de los 70, una proliferación de agrupaciones corales, aunque faltos de medios muchas veces, pero apoyados, sí, en el altruismo generoso, con el que van llevando el corazón repleto de Alegría y de Paz, de Arte y Cultura. Ya he dicho en otras ocasiones -y lo tengo por definición- que el canto es la expresión más profunda de la palabra emocionada. Es la vida y la esperanza. Como decía José Hernández en su gran poema gaucho: “Que no se trabe mi lengua ni me falte la palabra. El cantar mi gloria labra y, en poniéndome a cantar, cantando me han de encontrar, aunque la tierra se abra.

Mucho se podría decir de las bondades y trascendencia de la Música Sagrada.

Tendría que hacer estos comentarios durante muchas horas, hablando de sus características, del poder y la fuerza de su mensaje y, en fin, del ministerio que realiza. Nada menos que un ministerio.

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“La Música sagrada es tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, pues constituye una parte necesaria e integral de la liturgia solemne” (Constitución del Concilio Vaticano II, nº. 112).

“La Música religiosa, por su parte, es aquella que, tanto por la intención del

autor como por el contenido y fin de la obra, tiende a expresar y a suscitar sentimientos piadosos y religiosos” (Instrucción de la Sagrada Constitución de Ritos, 1958).

“El canto no es el resultado de la mera adición de una melodía a un texto.

Tampoco es el encuentro ocasional de la música pura y la poesía pura: es un gesto humano original en el que las palabras y los sonidos no son más que una sola cosa. En el canto el texto es portador de significaciones que la música toma de él, mientras la música , por su parte, prolonga el sentido de las palabras” (Universa Laus. La música en las liturgias cristianas, 1980, 5.5).

Yo digo que la música es voz del corazón, que suscita ideales de belleza y escapa a todo poder e influencias de fronteras. Las obras maestras que la música ha producido en todo tiempo y lugar son tesoros de la Humanidad, expresión de universales sentimientos humanos, y no pueden reducirse a propiedad exclusiva de un individuo o una nación. Ni de la Iglesia siquiera. Por eso hay que conservar y cuidar la interpretación de este tesoro heredado.

En el Antiguo Testamento Más de seiscientas referencias al canto y a la música han podido constatarse en los libros de las Sagradas Escrituras. Ya en el Génesis (4.21) se habla de Júbal, como “padre de los que tocan la cítara”. ………………………………………………………………………………………… (Se citan multitud y variedad de instrumentos músicos de cuerdas, de viento –cuernos, trompetas, cornetas, “guerem”- y de percusión con gran estruendo a veces, como recrimina Isaías, “porque impedía la contemplación de Dios” (5.12).) Sobresalen los llamados “cánticos”, especialmente el que compuso Moisés, en acción de gracias, después del paso del Mar Rojo: “Cantemos a Yahvé que se ha mostrado sobremanera victorioso: El arrojó al mar el carro, el caballo y el caballero. Yahvé es mi fortaleza y el objeto de mi canto; Él fue mi salvador. Él es mi Dios, yo lo alabaré; Es el Dios de mi padre y yo lo exaltaré. (Ex. 15.1 y sig.)

Entretanto María, la profetisa, hermana de Moisés, tomó un tímpano (toph) en sus manos y todas las mujeres seguían en pos de ella con panderos y danzando y María les respondía: “Cantad a Yahvé, que ha hecho resplandecer su gloria”. David, cura a Saúl de su melancolía, pulsando con el plectro las ocho cuerdas de su arpa: Luego, ya rey, compondrá salmos en alabanza de su Dios, y en ellos nos dará el

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elenco de los instrumentos acompañantes, ya utilizados en Babilonia en tiempos de Nabucodonosor:

“cuando oigáis el sonido de las trompetas, las cítaras, las arpas, los salterios, las gaitas y toda suerte de instrumentos…” (Dn. 3.8y 10)

……………………………………………………………………………………………

El pueblo israelita sintió en sus tradiciones y atávicas costumbres la influencia inevitable de otros ambientes, como el sumerio y egipcio, pueblos más adelantados y ricos, aunque politeístas de religión. En el Salterio o Libro de los Salmos, el rey David recopila cánticos y salmos, en los que se indica el título de las obras, el aire melódico, el tono musical y el compositor, a veces, de algunos salmos. Él mismo prepara el traslado del Arca de la Alianza a Jerusalén y organiza el coro y la orquesta “para que cantaran y tocaran música alegre”. Importantísimo el es protagonismo que la música desempeñaba en las celebraciones del templo. …………………………………………………………………………………………….

“Y mandó a los jefes de los levitas que dispusieran a los cantores, que hicieran resonar los instrumentos musicales y otros llevaban salterios temperados para las voces de las vírgenes con cítaras acordadas a la octava para dirigir el canto. David, bailando, iba vestido con un manto de biso, lo mismo que los cantores, y Quenanías, el jefe de los cantores, entre gritos de júbilo, al son de las bocinas, las trompetas, los címbalos, los salterios y las cítaras”.

…………………………………………………………………………………………….

No podemos pasar sin citarlo el canto por excelencia: el Cantar de los Cantares, que es la expresión poética lírico-epitalámica de las bodas de Dios con el alma de su pueblo. La más alta poesía mística de la lírica española –con san Juan de la Cruz y santa Teresa- han alimentado su verbo a lo divino con esta obra sin par. Y miles de almas han encontrado en las bellas imágenes de este libro todo un lenguaje íntimo para hablar con Dios. En el Nuevo Testamento

Con la venida de Cristo, el Reino de Dios se ha acercado a los hombres, el Esposo ha venido. La alegría de los tiempos últimos (agalliasis) se manifiesta ya desde las primeras asambleas cristianas, reunidas para conmemorar el acontecimiento más importante, que es la Resurrección del Cristo. Hay que cantar. Estamos de fiesta, la fiesta de la llegada, de la segunda venida –la parousía-, en que todos seremos liberados. Las Bodas del Cordero celeste, en el Apocalipsis, serán el momento de entonar con los coros arcangélicos el himno grandioso en una liturgia escatológica: “Sanctus, sanctus, sanctus, Deus fortis, inmortalis”. El canto es, una veces, anuncio de la palabra, otras, respuesta a la propia palabra, porque es palabra de Dios y hay que corresponderla, dialogando en la realidad viva de la intercomunicación litúrgica. El pueblo de Dios, redimido por la sangre y la resurrección de Cristo, se encontró con una preciosa herencia literaria y musical de multisecular

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tradición, que había que aplicar ineludiblemente a la praxis religiosa de la primitiva Iglesia. En los textos litúrgicos de los primeros tiempos se descubren las celebraciones de entonces, aprovechando el tesoro heredado, para que sirviera perfectamente al nuevo concepto del pueblo Dios. Urge san Pablo a las primitivas comunidades con unas normas básicas de conducta, llenas de profundo conocimiento doctrinal:

“La paz reine en vuestros corazones, con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y dando gracias a Dios”. (Efes. 5.19-20)

Desconocemos las formas musicales usadas en la naciente Iglesia, influenciadas, sin duda, por la tradición judaica, siria, egipcia, griega y romana. Los griegos sabían muy bien distinguir entre la buena música que eleva y la mala que corrompe. Por el mero hecho de que los primeros cristianos venían del paganismo, gustaban de relacionar a Cristo con Orfeo, a cuyo canto, según la mitología, acudían sumisas las fieras. Cristo era para ellos el ordenador de la inmensa simfonía del universo, que “resuena desde el oriente hasta el ocaso”, como decía san Agustín. (Enarrationes in Ps. 69). En el Sacrum Concilium se afirma que

“El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. Él mismo une a Sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza. (S. C. 83)

La oración íntima está más cerca del recogimiento y el silencio, ambientes más propicios para poder escuchar la voz interior de Dios. La Música desde el Medievo El Musicus, en el lenguaje medieval, era el “filósofo de la música”, un personaje excelso, sobre todo, si se compara con el simple cantor o el mero ejecutante. El musicus era una especie de teólogo, como el receptor de la palabra revelada, mientras que los otros no eran más que unos simples lectores que repetían el mensaje de su maestro. De esta suerte Cristo era el supremus Musicus. De Boecio (470-524) en adelante la música era un speculum, un espejo de orden divino, mientras que la música mundana era la música del macrocosmos, y la música humana era la del microcosmos. Entonces resultaba que la música instrumentalis –la de las voces humanas y la de los instrumentos- era hacer inteligible al oído humano la armonía inmanente del macrocosmos y el microcosmos. La Reforma luterana y la música Con la reforma luterana se produce bastante disconformidad y discrepancia de opiniones entre los reformistas, acerca de la parte que habría que reservar al arte musical dentro del culto. El propio Martín Lutero (1483-1546) fue un músico bastante aceptable, (que tocaba el órgano y otros instrumentos varios, diciéndose también que cantaba la parte del altus, en las interpretaciones de polifonía que se practicaban en su

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propia casa.) Estaba convencido de que la música poseía la facultad de elevar el pensamiento y conmover los corazones del pueblo. Él prefería que se cantase en la lengua vernácula para que todos pudiesen entender los cantos; pero tampoco se opuso a conservar el latín. Situó la música en el más alto grado después de la teología, subrayando su importancia en la educación y defendiendo los valores de la polifonía.

“Quisiera ver a todas la artes juntas, especialmente la música, puestas al servicio de Aquel que las creó y las entregó a los hombres. Desdeñar la música no me puede agradar, pues este arte es un don divino y no un regalo de los hombres. La música aleja al demonio y proporciona felicidad; induce a olvidar toda ira, incontinencia, arrogancia y demás pecados”.

En cambio la “extrema izquierda” del protestantismo, encabezada por Zwinglio (1484-1531), considera la música como una “vanidad impía”,……………. ordenando quemar los órganos de las iglesias e imponiendo la supresión del canto en los servicios religiosos…………………… Pero Calvino (1509-1564), llamado el papa de Ginebra, no sólo insistía en el valor de la música religiosa, sino que hacía hincapié en sus indisolubles nexos con la oración. Decía:

“Sabemos por experiencia que el canto mueve e inflama el corazón de los hombres. Hay que cuidar que los cánticos no sean ligeros ni frívolos, pensando que se trata de un don otorgado por Dios a los hombres para su uso. Por eso debe ser un incentivo para nosotros, una forma de alabanza a Dios”.

El Concilio de Trento y la Contrarreforma Por decretos promulgados en 1562, el Concilio reafirmaba la fidelidad a la tradición de la Iglesia, respecto al lugar que la música debía ocupar en las celebraciones litúrgicas.

“En las misas que se celebren con cantos y órgano, nada profano ha de entremezclase, sino tan sólo himnos y loores divinos. El canto debe estar dispuesto no para dar vana satisfacción al oído, sino para que los corazones de los que lo escuchan se sienta movido al deseo de la celestial armonía y a la contemplación del gozo de los bienaventurados”.

Se hizo mucho hincapié en que las palabras del texto se pronuncien con claridad y que los compositores pongan el mayor interés en la escritura. El ardoroso fervor expresado por la música de Palestrina (1526-1594) y Tomás Luis de Victoria (1547-1611) tuvo también reflejo en el entusiasmo suscitado por la Contrarreforma, interpretada por muchos como un renacimiento de la preocupación misionera de la Iglesia, y que no sólo purificó la vida espiritual de los que permanecieron fieles a la antigua fe. El deber del compositor católico es y será dirigir el pensamiento de los fieles hacia Dios, la Virgen y los Santos, poniendo la música al servicio de la liturgia. Llegados a este punto, ni quiero ni debo olvidar una cita referencial, que considero obligada: dedicar unas palabras a la música vocal de los grandes compositores polifonistas, encabezados por Juan S. Bach…………………………………………… Su magna obra es casi de todos conocida, al menos en lo que se refiere a esa parcela de la música cantada, como son las pasiones, misas, cantatas, corales, etc., independientemente de la música instrumental………………………………………..

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Naturalmente me refiero a las personas que andamos por estos mundos concretos de la música coral. El simbolismo de la obra bachiana es inagotable y todo lo llena. La forma del canon y el contrapunto estricto de su escritura musical representan, muy a menudo, las normas de la Ley del Antiguo Testamento, mientras que la polifonía libre alude a la gracia redentora de Cristo, en el N. T. En fin: el misticismo, la riqueza inagotable de emoción y la sorprendente belleza de su música son una interminable maravilla. Participación del pueblo en las asambleas Decimos que no hay fiesta sin cantos, ni celebraciones solemnes sin música. Este es un dato básico y fundamental en la liturgia cristiana y un sello evidente de distinción, toda vez que es el lenguaje propio de una comunidad viva y activa, sensible y carismática en el ámbito de lo inefable. Con el canto, como lenguaje musical emocionado, nos aproximamos a lo insondable del misterio, ampliando el sentido de la palabra hasta límites interiores inconmensurables. Así profundizamos en lo más íntimo de nuestros sentimientos, hasta traerlos a la boca, a los ojos, de manera perceptible y clara. El creyente pierde su mudez, rompe el silencio, para proclamar su amor, su agradecimiento, su oración de súplica o ruego, con la unción y el respeto debidos a Dios, a la Virgen y a los Santos. Por otra parte, rompemos con el canto la singularidad del discurso y de la idea, para hacer plural la palabra y el concepto, aun manteniendo nuestro propio lenguaje afectivo independiente. Es evidente que el canto establece nexos de confraternidad entre la diversidad y la variedad, en una sociedad tan compleja y plural como la humana. Es la música sagrada y religiosa como una forma de hacer oración y he de añadir que considero que el canto es una manera de hacer caridad con los otros, desprendiéndonos de nosotros mismos, abriéndonos a los demás, en “un solo corazón y en un alma sola”, como dice el Apóstol san Pablo (Hech. 4.32). El nexo de vinculación se hace más fuerte, reafirmando la consolidación comunitaria. Hoy, ya en el siglo XXI, estamos inmersos en la cultura de lo visual, de la cibernética, de lo increíble. Por eso debemos tomar conciencia del alto significado del canto, desde sus lejanas raíces, desde el hablar y el orar, cuyo desarrollo común es el canto. En todos los pueblos de la historia, ambas formas de expresión han caminado íntimamente ligadas, como comunicación de los sentimientos, expresados en la plegaria del corazón. “Desde lo hondo a ti grito, Señor”, en palabras de David. El coro del Señor es todo el pueblo cristiano reunido para cantar salmos e himnos, como se hizo con vital experiencia desde las primitivas asambleas cristianas. Por supuesto que el director de canto, los cantores y, evidentemente, el sacerdote deben tener conocimientos suficientes de liturgia, en lo que atañe a su parcela participativa. Algunas frases de autores célebres sobre la música religiosa Desde los tiempos más remotos, ha sido la música el vehiculo en que los hombres se han dirigido a las divinidades y númenes de su religión, elevando sus plegarias en formas cantadas. No sólo las autoridades de la Iglesia nos hablan de las excelencias y virtudes de la música religiosa, sino que también autores de todos los tiempos, filósofos y pensadores no olvidan su extraordinaria importancia en el contexto educacional y del desarrollo del hombre.

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Citando al filósofo griego Platón (427-347 a C.), que decía en su libro La República:

“La música es el arte de educar por excelencia, pues se insinúa en el alma

por medio de los sonidos y la forma en la virtud. La falta de gusto por la música es señal de un corazón mal formado, así como las cualidades contrarias son la imagen y la expresión del alma llena de sabiduría y de bondad”.

Aristóteles (384-322 a. C.), discípulo de Platón, en su tratado del Arte Poética, manifestaba:

“Es imposible no reconocer la potencia moral de la Música, que debe formar

parte en la educación del niño”. Antiguamente los santos Padres de la Iglesia lucharon contra la música profana de su tiempo, que ponía en peligro la pureza de un lenguaje musical adecuado para expresar “la contemplación y el amor a Dios” y cantarle alabanzas. San Clemente de Alejandría (+215) decía:

“Debe proscribirse la música artificial que ofende las almas y las atrae a

sentimientos impuros y sensuales. Dejemos esas armonías para los banquetes”. La oración y el canto siempre fueron unidos. Así lo comprendió san Eusebio de Cesarea (267-340), que llegó a escribir: “El mandato de cantar los salmos siempre fue obedecido por todos. La Iglesia entera canta himnos y salmos con voz fuerte”. En el mismo sentido escribía san Juan Crisóstomo (344-407), deseando eliminar de la iglesia cuanto recordase los cultos paganos y los cantos del teatro, porque

“cantando como se debe nada eleva el alma ni le da alas ni la libera de las cosas

terrenas tanto como el canto divino, en el cual el ritmo y la melodía forman una verdadera sinfonía”.

San Agustín (354-430) llegó a decir que hasta la misma música religiosa turbaba su espíritu, y se daba cuenta de que gozaba con la complacencia de la música con que se cantaba. Decía: “La música es oración, amor, guerra”… ……………………………………………………………………………………………………. La definición que da de la música es la más precisa, y la más concisa de su doctrina: “La música es el arte de mover bien” –sonidos y los ritmos-. …………………………………………………………………………………………………….. Pitágoras atribuía a la música carácter matemático, Platón y Aristóteles, ético,

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San Agustín y Santo Tomás, devocional, El filósofo Hegel, emocional, mientras que Kant afirmaba que es la más baja entre las artes.

Nuestro papa Benedicto XVI, siendo aún cardenal, escribía:

“Una Iglesia que se conforme sólo con hacer uso de la música “corriente” cae

en lo inútil y llega ella misma a la inutilidad. La Iglesia tiene la obligación de ser además “ciudad de la gloria”, después de haber llegado a los oídos de Dios las palabras más profundas de la humanidad. La Iglesia no puede contentarse solamente con lo ordinario y lo usual: debe repetir la voz del Cosmos, glorificando a su Creador y descubriendo su grandeza al Cosmos entero, transformándolo en algo bello, habitable y humano”. (Card, Joseph Ratzinger, 1985)

El Canto Gregoriano y la legua latina

Pongo este apartado bajo la denominación de “el canto gregoriano y la lengua latina”, porque son dos conceptos absolutamente inseparables.

…………………………………………………………………………………… Los que vivimos y sentimos estas vivencias, sembradas, enraizadas y florecidas

en nuestra alma, como algo inmanente e inseparable de ella, ……………………………………………………………………………………. no podemos ni siquiera imaginar otro emparejamiento que pueda dar resultados

aceptables. Al ser una oración cantada, la palabra es la razón de ser del canto gregoriano, que, por el contrario, jamás podrá entenderse sin el texto, que es el que verdaderamente da sentido a la melodía. Por eso el director y los cantores deben haber entendido muy bien el sentido textual, con buenas y fieles traducciones. Lo demás serán ficciones y entelequias, aunque sean los propios depositarios históricos o sea, los monjes, los que pretendan asomarlo a escenarios profanos, donde el frío deleite es un remedo del fervor necesariamente ausente. Sacar el canto litúrgico de su recinto natural, que es la iglesia, es profanar su esencia. Ya lo ha puntualizado la Iglesia, diciendo con toda precisión que la “función ministerial de la Música Sacra está en el servicio divino”. No cortemos la rosa, que está mejor sobre su gracioso tallo. Actitud de los Coros en su participación litúrgica

Para amar, hay que creer en la persona amada. PARA CANTAR A DIOS HAY QUE CREER EN EL. Esto es fundamental, aunque alguien pueda sentir dudas sobre Dios, la Virgen o la Iglesia, si es corta o nula su fe. De un corazón que no siente, que no se emociona con las palabras que cantan sus labios, no puede salir una oración sincera. Es como el loro de la fábula que rezaba el padreenuestro al que le dijo no sé qué otro animal: “Calle el bicho y no eche plantas, pues si cantas lo que sabes, nunca sabes lo que cantas.”

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“Prefiero equivocarme –decía Pascal-, creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que darle cuenta de mi actitud de rechazo. (Blais Pascal)

Porque “el hombre tiene ilusiones como el pájaro alas: eso es lo que lo sostiene”. (Blais Pascal) Desarrollo de la acción litúrgica, según las disposiciones de la Iglesia

1) Cantos litúrgicos

a) Misas b) Himnos c) Antífonas d) Salmos e) Responsorios

2) Cantos religiosos

a) Eucarísticos b) Marianos

Fueron los salmos la cantera principal de la que poetas y músicos de todos los

tiempos han ido extrayendo la mejor veta de su inspiración, vertiendo en los odres nuevos de la música de hoy el vino añejo de la palabra antigua. A partir del Concilio Vaticano II, fueron los salmos, sin duda, los primeros que saltaron las antiguas verjas del presbiterio de las iglesias, para volver a sonar en los bancos del pueblo, volviendo al lugar de donde salieron. Hay razones suficientes para explicar el éxito creciente de los salmos, entre le público en general, creyente o no. No son para leerlos, sino para rezarlos, para cantarlos, incluso para llorarlos. El hombre, a pesar de las conquista de la técnica, siente soledad, experimenta sed de Dios y vuelve sus ojos a lo alto. Formación de los músicos, directores y cantores Desgraciadamente hoy en los Seminarios no se prepara a los futuros pastores de la Iglesia con unos conocimientos básicos y elementales de música, con los que puedan desarrollar su futura labor con la mayor eficacia. Es, en mi opinión –respetando la de los señores responsables diocesanos-, un flaquísimo favor el que se dispensa al desarrollo de cualquier acción litúrgica, con la ausencia de una digna participación musical. Digo “digna”, óiganlo bien. Arma es la música eficacísima para la labor pastoral del sacerdote, que con ella, a veces, consigue más para ganar almas que con la más conspicua teología. En mis tiempos de estudiante, era la música una más de las muchas asignaturas, junto con las humanidades, la filosofía, la teología o la liturgia, que había que preparar y superar, adquiriendo los conocimientos básicos suficientes. De esta carencia –digo lo mismo de la falta de conocimientos elementales de la lengua latina- se ha derivado también que no haya sacerdotes preparados ni organistas formados suficientemente y, por tanto, el uso del órgano ha sido sustituido por guitarras y otras

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series de instrumentos poco o nada adecuados, y el canto gregoriano y el latín hayan sido suplantados por las misas folclóricas o cantos impropios del recinto sagrado, con el consentimiento irresponsable de los rectores parroquiales. A veces, los sagrados muros de las históricas catedrales, conventos, parroquias e iglesias en general se sonrojarán de vergüenza, al ser interpretadas dentro de sus recintos obras inadecuadas, ya por su contenido profano o por su ordinariez evidente. Siguiendo el pensamiento griego, hay que hacer distinción entre la buena música que eleva y la mala que corrompe. Por eso debe hacerse uso en el culto de una música que sea espiritual, noble, elevada y concordante con el texto al que sirve y, al mismo tiempo, esté revestida de digna sencillez.

“No basta con cantar, es preciso cantar mejor, elevar el nivel de calidad, a la hora de elegir repertorio. La liturgia es la que señala cuál es la música que necesita en cada circunstancia”. (Pastoral Litúrgica, Documentación e Información. Comisión Episcopal de Liturgia, núm. 209-210, pag. 38)

Mejor es que los cantos sean buenos a que sean cantos nuevos. Una buena composición puede durar siglos, mientras que una cancioncilla anodina es mejor que no se cante nunca (Pastoral Litúrgica, nº. 209-210).

“La música –en palabras de Juan Pablo II- desempeña, entre las manifestaciones

del espíritu humano, una función elevada, única e insustituible. Nos habla, aún más que todas las otras artes, de la bondad, de la virtud, de la paz, de las cosas santas y divinas. Por algo siempre ha sido y será parte esencial de la liturgia”.

El escenario natural de la música sagrada y religiosa en general está en el contexto de la acción litúrgica, puesto que nació para ser interpretado en ella. La misa Su Santidad Juan Pablo II aprobó en el año 2000 la revisión de la Institutio Generalis Missalis Romani, revisión de la Instrucción General del Misal Romano, edición que reemplaza la de 1975, manteniéndose, en general, igual, aunque existen algunos cambios importantes. En ella se especifican puntualmente cambios para aclarar el sentido de alguna sección en particular, en los apartados siguientes:

En la celebración de la Eucaristía existen dos grupos principales de piezas:

A) y B) El “Ordinario” o “Común” y el “Propio”. El “ordinario” está compuesto

por textos que se repiten en todas las misas, al lado de los cantos del “propio”, con textos que varían según las circunstancias. La misa se desarrolla como sigue:

a) Canto procesional de entrada, para abrir la celebración. “Canta y camina” –decía san Agustín. b) Kyrie eleison o Señor, ten piedad, es un canto litánico propuesto por el cantor o el coro y respondido por toda la asamblea. Cada una de las aclamaciones se repite, normalmente, dos veces. El Kyrie eleison –Señor, ten piedad- es una fórmula griega con el cual los fieles aclaman a su Señor, implorando su

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misericordia. Este canto, hoy situado al principio, como rito penitencial, prepara a los fieles a la celebración del misterio eucarístico. c) Gloria in excelsis Deo o Gloria a Dios en el cielo, es un himno de alabanza que deben cantar todos o alternar con el coro. Es un himno de origen oriental, que se remonta al siglo II. En la liturgia romana, fue el canto de entrada en la Misa de Navidad, puesto que conviene perfectamente con la inspiración original del texto. Progresivamente fue utilizado en las grandes fiestas del año y en los domingos. d) El salmo responsorial forma parte de la liturgia de la Palabra y tiene una gran importancia. Normalmente debe ser cantado por el salmista. Es un tipo de salmodia con estribillo. Al principio la asamblea respondía con una fórmula sencilla al canto del solista, que cantaba los versículos sucesivos del salmo. e) Aclamación al evangelio. El Aleluya o el versículo antes del Evangelio, según el tiempo, tienen por sí el valor de rito o acto y deben ser cantados, especialmente por todo el pueblo. La palabra “aleluya” es traducción de una palabra hebrea, que sería algo así como dad gracias al Señor. Originariamente se cantaba sólo el día de la Pascua, luego en todo el tiempo de pascua y después se extendió su práctica. f) Profesión de fe o Credo. Cuando se canta puede ser por todos a la vez o alternando. No hay otro canto religioso que pueda suplantar la fórmula o sustituirla. g) En el Ofertorio o procesión de las ofrendas puede intervenir el coro con algún canto de ofrendas o, simplemente, puede hacerse un solo de órgano. No se trata de un canto “funcional”, sino de un tipo de ofrenda musical suntuosa. h) El Santo es la aclamación por excelencia con que la asamblea alaba a Dios y debe ser cantada por el pueblo, alternando con el coro. Al comienzo de la plegaria eucarística, el canto del Sanctus introduce el gran recitativo del prefacio. Se llama el “himno de los serafines” que oyó en el templo de Jerusalén el profeta Isaías. Invita a la Iglesia de la tierra a unirse a la liturgia del cielo. i) La Doxología –por Cristo, con Él y en él… expresa la glorificación de Dios. El Amen debe resaltarse con el canto, dado que es el más importante de la misa. “Vuestro Amen es vuestra firma, es vuestro consentimiento y vuestro compromiso” (San Agustín).

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j) El Padre nuestro. Sabemos que es la oración que el mismo Cristo nos enseñó para que, como hijos de Dios, le alabemos y le pidamos en nuestras necesidades a nuestro Padre común. k) La Paz del Señor no debe nunca eclipsar ni relegar el “Cordero de Dios”. l) Agnus Dei o Cordero de Dios. Después del rito de la paz se canta el “Cordero de Dios”, durante la fracción del pan. Así los asistentes se aprovechan del espacio que hay entre la consagración y la comunión para “saludar con súplica humilde al Señor, que se ha hecho presente para nosotros bajo la apariencia de pan”. m) El Canto de comunión tiene lugar mientras el sacerdote y los fieles reciben el Sacramento. Es la unión espiritual con los que comulgan, demostrando, al mismo tiempo, la alegría del corazón y hacer más fraternal la procesión de los que van avanzando para recibir el Cuerpo de Cristo. Comienza cuando comulga el sacerdote, se prolonga mientras comulgan los fieles, hasta que parezca oportuno. El tema del canto de comunión está casi siempre en relación con el sacramento que se distribuye en ese momento. n) Canto de alabanza. Cuando se ha terminado de dar la comunión, se puede orar un rato o cantar por toda la asamblea un himno, un salmo, o algún otro canto de alabanza, por ej. el salmo 33, preferido en la antigüedad por el versículo gustad y ved qué bueno es el Seño. ñ) Saludo, bendición y despedida. Después del “Podéis ir en paz”, se disuelve la asamblea. Entretanto el coro puede iniciar algún canto de alegría, que contagie a los fieles o el órgano deje oír sus ecos de júbilo.

Hemos visto desarrollada la parte del llamado “común”. Ahora estudiaremos el “propio”.

El “propio” lo constituyen las piezas en que los textos varían, según las

fiestas y circunstancias. Las piezas principales del “propio” son:

El introito, el gradual, el aleluya, el canto del ofertorio el canto de comunión.

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Otros cultos eucarísticos fuera de la misa Hemos desarrollado los momentos de la misa relacionados con la música; pero también hay circunstancias y momentos, en los que se puede intervenir musicalmente. Me refiero, por ej. a la “Exposición del Santísimo”, en que los cánticos tienen una significación especialmente importante. Es el momento de cantar los himnos eucarísticos tradicionales: “Pange lingua”, “Tantum ergo” y otras obras apropiadas, de las que hay un repertorio extensísimo y muy valioso. También es buen momento en las procesiones eucarísticas, pero aquí especialmente hay que cantar obras conocidas, para que el pueblo participe con sus voces, dando testimonio público de fe y piedad religiosa hacia el Santísimo Sacramento, que, durante el recorrido, irá deteniéndose en diferentes altares, ordenando los cantos de manera que en ellos se cante y manifieste la fe en Cristo. Cantos en las Exequias

Durante el traslado del cuerpo , puede cantarse el salmo 113 –Aleluya, Al salir Israel de Egipto-, que hace la función de canto de entrada. Se propone también el Réquiem aeternam gregoriano o Qué alegría cuando me dijeron. El Ritual para las exequias tiene cantos apropiados, que se pueden utilizar. Cantos en las bodas En el Ordo celebrandi matrimonium (Roma 1991) aparece musicalizada la bendición nupcial. En muchos casos son los propios contrayentes los que sugieren los cantos, pero han de ser apropiados y siempre religiosos. No se dé el caso de cantar un responsorio de Semana Santa, como yo mismo he presenciado. A mi reprobación se me respondió que “como está en latín, no le entiende nadie” . -Hay que ser honrados-, les contesté. Canto y música en el año litúrgico Se solemnizarán con cantos las celebraciones, a las que la Liturgia concede relieve especial a lo largo del año. El domingo es fiesta primordial, día de alegría y liberación del trabajo. Es el fundamento y núcleo de todo el año. Tiempo de Adviento. Los domingos de Adviento tienen una rica eucología propia. Los cantos han de girar en torno a la ambientación de la espera del Señor. Los villancicos se reservarán para la Navidad. Se puede tocar el órgano con la moderación que conviene a este tiempo. Navidad y Epifanía. El “Gloria a Dios en el Cielo” es el gran canto de Navidad, que es el “magno y admirable misterio” del Dios hecho hombre. Es el momento en que cantar villancicos, especialmente el “Adeste, fideles”, y los cantos del Propio y del Ordinario.

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Cuaresma. Son tan ricos y tan característicos los textos de este tiempo, que difícilmente pueden ser sustituidos por otros. Lo importante es saber escogerlos con el mejor gusto. Son días claves los domingos y el miércoles de ceniza, con que se abre la Cuaresma. El Aleluya no se dice en Cuaresma. El “Attende, Domine” es típico y modélico como canto cuaresmal y olvidarlo sería una pérdida. Semana Santa y Triduo Pascual. Son días en que hay que solemnizar de manera especial los sagrados ritos.

a) El Domingo de Ramos se conmemora con una procesión, cantando el fervoroso “Hosanna” y las antífonas indicadas en el Misal Romano, también los salmos 23 y 46 y otros cantos apropiados.

b) El Triduo Pascual tiene una importancia especial, concorde con la solemnidad de estos días, y los textos adquieren toda su fuerza, precisamente cuando son cantados.

b.a) En la Misa vespertina del Jueves Santo se canta el “Gloria”, pero, terminado el “Gloria”, hasta la Vigilia Pascual, se prescinde del todo instrumento, excepto cuando se usa “para sostener los cantos”. Al llevar el Santísimo al lugar de la reserva, se canta el “Pange lingua” u otro canto eucarístico, terminando con el “Tantum ergo”, mientras se inciensa el Santísimo.

b.b) Viernes Santo. Se cantan el salmo responsorial y el canto

que precede al evangelio. En la ostensión de la Cruz se canta “Mirad el Árbol de la Cruz”, y, durante la adoración de la Cruz, las antífonas, los improperios y el himno, que evocan con lirismo especial la historia de la salvación. Son textos debidos a la pluma del gran Venancio Fortunato (530-609), obispo de Portier, que como ningún otro poeta supo cantar a la Cruz.

b.c) Sábado Santo y Domingo de Pascua de la Resurrección

del Señor. Vigilia Pascual. Se proclama la nueva Luz, la “Luz de Cristo”. Después de cada lectura se canta el salmo, que no puede ser sustituido por cualquier otra cancioncilla, y, terminadas las lecturas, el “Gloria a Dios en el Cielo”, y se hacen sonar las campanas y el órgano.

El día de Pascua debe celebrarse con la mayor solemnidad, en que se suele cantar la antífona “Vidi Aquam”, en gregoriano.

c) Cincuentena Pascual. El “Victimae Paschali Laudes”, el “Aleluya”

y “O filii” no deben olvidarse, pues son un signo de alegría durante la cincuentena, considerada como el “gran domingo” (P.F.P. -Preparación y Celebración de las Fiestas Pascuales”, 100).

d) Pentecostés. El “Veni, Creador Spiritus” y el “Veni, Sancte Spiritus” son cantos típicos.

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Conciertos en la iglesias La función del coro litúrgico es cantar en las ceremonias religiosas, como la manera especial y más solemne de hacer oración, cara al altar, con el pueblo y para el hecho litúrgico. En cambio, en el concierto, el coro canta de espaldas al altar, cara al pueblo, que, en este caso es el destinatario del hecho en sí. Desde antiguo se llamó “iglesia” el edificio en que la comunidad cristiana se reúne para escuchar la palabra de Dios, pera orar unida, pera recibir los sacramentos y celebrar la eucaristía. Por tanto, no puede ser considerada como un lugar público, disponible para cualquier reunión. “Mi casa es casa de oración” (Lc. 19, 46). Por tanto se prohíbe lo que no está en consonancia con la santidad del lugar. Las disposiciones generales –aparte de las que el obispo pueda dictar-, se basan en las siguientes normas:

a) Previamente se solicitará, en tiempo útil y por escrito, indicando la fecha, el horario y el programa con las obras musicales y el nombre de los autores. –Lo mismo hay que decir para cuando un coro externo a la iglesia pretende cantar en una boda o misa. Deberá siempre contar con el conocimiento y autorización previa del párroco o rector.

b) Después de recibida la autorización, el párroco y rectores podrán permitir el uso de la misma a los coros y orquestas que reúnan las condiciones indicadas.

c) Las entradas en la iglesia serán libres y gratuitas. d) Los intérpretes y los asistentes respetarán el carácter sagrado de la iglesia,

tanto en el modo de vestir como con su digno comportamiento. e) Los músicos y cantores evitarán ocupar el presbiterio. Se tratará con el

máximo respeto el altar, la sede del celebrante y el ambón. f) El concierto será presentado y, eventualmente, acompañado con comentarios

que no sean únicamente de carácter artístico o histórico, sino que también favorezcan una mejor comprensión y una participación interior de parte de los asistentes.

g) El organizador del concierto asegurará por escrito, si así se lo exigen, la responsabilidad civil, los gastos, la reorganización del edificio y muebles y los daños eventuales.

La Comisión Episcopal de Liturgia tiene también establecidas unas normas o

criterios en relación sobre fotografías y conciertos. Por no responder a los criterios y exigencias de las normas, no están permitidas

las Misas populares, como la “Misa Popular y Campestre Nicaragüense”, la “Misa Popular Salvadoreña, y tantas otras, ya sean “canarias, extremeñas o rocieras”, si no se ajustan a las normas.

Para admitir instrumentos se tendrán en cuenta las costumbres de cada pueblo,

ya que tales instrumentos son adecuados para la música profana. Por tanto, “serán excluidos de toda acción litúrgica” (Ver Institución de 1958, nº 70).

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Tales disposiciones no han de ser entendidas como una falta de interés hacia el arte musical. El tesoro de la música sagrada es un testimonio de cómo la fe cristiana puede promover la cultura humana. Los músicos cristianos y los beneméritos miembros de los coros religiosos han de sentirse animados a mantener viva la tradición, al servicio de la fe, de acuerdo con la invitación dada ya por el Concilio Vaticano II. Recomendaciones y consideraciones finales Respecto al repertorio de música litúrgica y religiosa, he de aconsejaros que uséis de las obras específicas y litúrgicas que se señalan en cada momento. En lo demás, cada coro escogerá las obras adecuadas a sus posibilidades técnicas y al material humano con que cuente, pero siempre han de dignas, sin que se olviden los cantos tradicionales, y las obras de autores consagrados, Perosi, por ej. No hay que mirar sólo el aspecto musical, también el literario, porque sabemos que hay textos muy flojos, que no profundizan en el alma.

Sobre todo, no olvidéis ser siempre humildes. La vanidad es el peor de los defectos, porque se apoya en la soberbia y hace que nos engañemos a nosotros mismos. Si eres muy sabio, siempre habrá alguien más sabio que tú.¿De qué te glorías? La vanidad nos quita el sentido de las proporciones y terminamos haciéndonos ridículos ante los que saben. El aplauso fácil engaña y ciega. Recordad aquellos versos de Lope de Vega: “Si el sabio no aprueba, malo; si el necio aplaude, peor”. Esto será aplicable en todas nuestras acciones de la vida, especialmente, cuando, cantando a Dios, no lo hacemos desde la humildad de nuestros corazones. No caigamos en extremismos. No exageremos ni en más ni en menos. Aprendamos a estar en el término medio. No os detengáis ni tampoco queráis correr demasiado. Hay que caminar firmes y decididos, sin prisa: no os detengáis jamás en el camino del progreso. Todos somos iguales delante de los ojos del Padre, que vive en el alma de cada uno de nosotros.

Siendo honrados con nosotros mismos, no podemos ni debemos traicionar a la

historia, maestra de la vida, que nos ha legado tesoros tan ricos y abundantes. No podemos ni debemos mixtificar o falsear la verdad, ocultándola en parte, para beneficio propio. Las verdades a medias son sucias mentiras, propias de gente mezquina y baja de condición. A mi edad, me permito deciros: Seamos generosos siempre, no traicionando nuestras conciencias.

Que nuestros actos y nuestras actuaciones respondan al dictado del corazón y de

la verdad, dando a cada cual lo suyo, que es la verdadera justicia. No descuidéis la preparación técnica, especialmente los que tenéis a vuestro

cargo la tarea de enseñar, para transmitirla eficientemente a los demás. Desde la altura de mis muchos años de experiencia puedo deciros que el coro y sus resultados están en proporción directa con los conocimientos y capacidad de su director. Nadie da lo que no tiene, según el principio filosófico,

Yo por mi parte digo, como el gaucho Martín Fierro: “Cantando me he de morir,

cantando me han de enterrar y cantando he de llegar

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al pie del Eterno Padre: desde el vientre de mi madre vine a este mundo a cantar”.

Y termino con las palabras del canónigo valenciano del siglo XVI, Francisco

Agustín Tárrega, que “quien de música no gusta no tiene parte en el cielo”. Gracias. Mérida, 25 de mayo de 2006