La mujer y el angel cronica de un poema julia galemire digitalizado por graciela leguizamón
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Digitalizado por Graciela Leguizamón – Autorizada por su autora.
Todo verdor permanecerá
Prólogo de Lauro Marauda
Como conciliar la Mujer con el Ángel? Como concebir la Mujer sin el
Ángel, ese desprendimiento purificado de ella misma, ese apareamiento
de sinónimos en el más amplio sentido de la premonición?
Por supuesto, no asistimos a un tratado de angiología ni a una profunda
incursión típica en el resobado tema. Se trata sobre todo de la más
profunda búsqueda en ambos sentidos, con señalamientos y poemas
alternados hasta un final que une y sintetiza, explora con decantada
intuición en una de las aguas más metafísicas que la poesía puede
navegar pero sin los consuelos o las beatitudes habituales.
Porque tanto la Mujer como el Ángel participan de la incomunicación y
de la helada presencia de la muchedumbre masculina alrededor.
La Mujer puede relatar” los días en que el terror/o la simple
casualidad/penetra las vidas”, puede ser rodeada de angustia “en su
increíble aventura” o escuchar “las plurales voces que se elevan/ sobre
los vanos pudores/sobre la incomprensión… en el país donde todo el
verdor perecerá” en la enigmática formula melleana. El Ángel, a su
vez, puede tejer “su bello destino” pero también “su propio martirio”; su
cuerpo es su “propia celda” y lo que posee de inextinguible lo condena,
como si también viviera para el desvanecimiento y el olvido.
De modo que la mujer se yergue de lo perecedero1mientras el serafín
padece su condición, instalando la ambivalencia en pleno reino de lo
metafísico.
Sin embargo, no hay ondonadas celestiales sin ternura ni odios sin
consuelo. La paz “es una larga espera” y como bien señala la Lic.
Daniela Hernández, en la poesía de Galemire: “La vida se renueva pero
culmina fatalmente integrada a lo cíclico”. Si bien la fragmentación y el
dolor terrenal se transfigura y desemboca en dos valores fundamentales:
“La amistad tiene el rostro de Dios/ la memoria abierta de lo eterno”, ha
otras asunciones y meditaciones en torno a la finito y lo infinito que
enriquecen estas palabras propiciatorias. Como un rayo mediunico,
como un vertiginoso ahondamiento en lo mejor de nosotros mismos y no
en el puro simbolismo de formas abstractas e inalcanzables, la madurez
de estos poemas se expande en significados que superan lo dicotómico e
intertextual. En la trayectoria de Galemire, estos temas de lo femenino y
lo transustancial se incubaban ya en los anteriores “fabulares”, en los
poemas “para Elena” y en toda su producción poética. Sin embargo, la
plasmación actual la encuentra en la madurez de sus herramientas
expresivas en una tendencia sugerida y alcanzada hacia la perfección de
un alma que provoca textos y no a la inversa. Diferencia sustancial entre
poetas y escribidores de versos; o de entre quien hace el amor y quien
merodea el sexo.
La más elevada propensión de la Mujer se registra aquí. Clásicamente.
Lauro Marauda
1 Va a morir en su celaje la tarde,
una tarde incontable
entre todas las tardes del tiempo.
Y aquella Mujer
que camina hacia el olvido
avanza indiferente
a cuanto no sea el prodigio de esperar
- la lógica de los signos –
el goce iluminado de lo apacible.
Es el término de un viaje que inicio
en el instante en que el árbol
empezaba a respirar el aire amanecido
y crecía sin silabas
En amor de los seres extraños
en el instante en que el árbol
empezaba a respirar el aire amanecido
y crecía sin silabas
el amor de los seres extraños.
2 El Ángel, entretanto,
teje su bello destino
y su propio martirio
en una iluminada despedida.
Su sombra transita
encerrada por la persistente lluvia
revelada en lirios y palabras.
Busca sin pensarlo
un horizonte
o tal vez la resurrección de las horas,
el placer de la lumbre,
el jugar a las increíbles hazañas
o a la metafísica sinrazón
de las estrellas.
3 Retorna la Mujer al relato
de los días en que el terror
o la simple casualidad
penetra en las vidas,
en los turbios jergones
donde duermen su sueño
los que no tienen sino su propia sangre,
el latir del corazón.
Suceden entonces raros enamoramientos,
mientras espíritus malignos,
trazan las calumnias de la destrucción
condenando al exilio
a los pájaros y al mar.
4 El Ángel mira su reloj de nubes,
cumple su total vigilancia de la tierra,
crece en su ánimo
la certidumbre de los deberes,
el trazado de las avenidas
por donde vagan las leyes
de la eternidad.
El cuerpo del Ángel
En su propia celda
habitada desde remotos proyectos
por el saber que no se extinguirá
la luz celestial de sus labios,
el canto de sus pupilas.
5 La Mujer piensa en los arrepentimientos,
en ver como se fraguan los diálogos,
en los odios que nacen entre papeles
y corrosivas ideas,
minúsculos enemigos que van y vienen,
en las hiedras solitarias
que se deslizan por muros de miedo,
en misterios y leyendas
que fingen ser historias.
La paz que de a ratos
es una larga espera
donde la libertad apenas se insinúa
es un emisario
que aguarda su memoria
y su marcha hacia la luz.
6 El Ángel retorna a su verdad
bíblica,
sobrevive a los silencios
en su vuelo de piedra y casualidad.
Piensa en su naturaleza
-separación del cuerpo ritual-
Como esencia de lo divino
Y lo profano,
sacrificio de lo que muere
en esa comunión.
Los golpes de la Razón
le acercan imágenes simples,
lo íntimo de una eternidad
que no pensaba ni conocía.
7 La angustia rodea a la Mujer
en su increíble aventura.
Oye de canticos,
las plurales voces que se elevan
sobre los vanos pudores,
sobre la incomprensión
que se repite en cada sombra
o en cada vereda
en el país donde todo verdor perecerá.
Allí donde toda vestimenta preanuncia
La desnudez de las frías estaciones,
o las puertas que se cerraran
a la esperanza.
8 El Ángel es el último reducto del crepúsculo
o quizás la gris ojiva
de un templo abandonado.
Su rostro no tiene contornos. Su piel,
su piel se expanden en un milenio
de otros rostros
que le acercan su piedad,
su joven palidez.
El Ángel es el encantador
de tinieblas
que trae en su báculo
la parte más sutil
del llanto.
9 La Mujer se viste de un temblor,
de la memoria que creía perdida,
de algo que dormía en los íntimos recodos
de lo no sucedido
pero acaso pensado.
Esa calle de límites definidos,
el grito que resuena como un timbre
en su garganta,
el problemático farol que enciende
su haz de color
hacia la aridez visible
del firmamento.
10 El Ángel en su perezosa morada
de azules orillas
espera en silencio
que sus ojos encuentren
las primeras hojas,
el temblor de la mañana
hecha cristal,
la invisible nota musical
que atraviesa las alas
y los miedos de la vida.
El Ángel intuye en su sabiduría
que no puede morir
que solo podrá desvanecerse
en un reflejo misterioso,
en la palabra del cielo.
11 La Mujer se envuelve en su manto
de ternura
y vuelve a dialogar
con los mismos espectros de su voz.
Con aquellos fantasmas distraídos
que pueblan sus pavores,
la sensación de ir borrándose
de los abismos donde habita
con ojos hostiles,
con sobresaltos,
o junto a la noche que avanza
en un lento trajinar
hacia la madrugada.
12 El Ángel
como el mar que se aleja
pero retorna hacia su territorio de algas,
también puede emprender
una travesía
a la isla que habita.
Ha cumplido ya su misión terrena,
su adoración por los seres,
su celosa custodia del Espíritu celeste
y nada lo une
a la naturaleza universal.
Queda su adiós en el gozo de todos
los misterios de la nube.
13 La Mujer recuerda del amor los donaires
y los desencuentros,
la vida transcurrida en un minuto,
el sentirse por instantes
ajena a su ceguera,
apegada ahora a la ciudad
que recogió todos sus pasos
y el dulcísimo sentimiento en la mirada
en la conquistadora
resurrección de la ceniza.
El Ángel acompaño a la Mujer
en su corazón hecho de lumbre.
14 El Ángel no regresara
de sus sonidos huesos,
de su retablo de maderas,
de su ir creciendo en un temporal
de silencios.
La Mujer piensa en el Ángel,
en un mar de plomo,
y la postrer palabra
es una elegía
que despide a los dos.
La amistad tiene el rostro de Dios.
La memoria abierta de lo eterno.