La Nao De China

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Las Filipinas El Comercio Con China

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Introducción

• La mayor fuerza económica de un país proviene de su comercio con el exterior. Durante el siglo XVI esta premisa le dio gran poderío al imperio español, el cual controlaba las rutas marítimas más importantes del mundo. En esta época, España estableció una ruta marítima que iba de China al puerto de Manila en las Filipinas, y de ahí al Puerto de Acapulco por medio de una flota de 250 galeones, o "naos".

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Por fin, después de tanto desearlo, el joven Gonzalo haría su viaje a Filipinas. Don Álvaro, su padre, le dio la autorización, aunque doña Francisca, su madre, se opuso. Como el padre se dedicaba al comercio de libros, le encargó a su hijo el cuidado de un pedido que debería entregar en el puerto de Manila. Allá lo recibiría un librero español, amigo de don Álvaro.Ya hacía una docena de años que había concluido el siglo XVI y la Nueva España se encontraba en su apogeo.

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• Una mañana muy luminosa, formando parte de un gran grupo, partió hacia el puerto de Acapulco, donde debía abordar el galeón. Iba al cuidado de seis mulas: cinco sobrecargadas de libros y una para montar él. Lo esperaban varias semanas de duro camino antes de hacerse a la mar. Se sentía temeroso, confundido, indefenso, pero también ansioso, inquieto y, sobre todo, decidido. Para él estaba claro: no podía dejar pasar esta oportunidad.

• Ya muy noche, varios kilómetros antes de Cuernavaca, los viajeros acamparon. Entre bromas, pláticas y cantos, prendieron fogatas y cenaron. Poco antes de dormir, Gonzalo recordó algunas escenas previas a su partida.

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Supo que al galeón de Manila le decían la Nao de la China; no porque fuera y viniera de China, sino porque muchas de las mercaderías que transportaba provenían de allá. Tan no era chino que algunos galeones se construían en los puertos de Zihuatanejo, La Navidad y hasta en el de Acapulco. Otros los hacían en los astilleros de los puertos filipinos de Manila y Cavite.

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• Una tarde, al pie de unos gigantescos y hermosos cocoteros, se tomaron de la mano y se comunicaron pensamientos que solamente ellos conocerían. Siguieron dos semanas de felicidad para Alma y Gonzalo, quienes deseaban que el tiempo se alargara. Sin embargo, el día de la partida de Gonzalo estaba cada vez más próximo. Su última noche en Filipinas, la familia le ofreció una cena. La señora guisó varios platillos especiales; en torno a la mesa platicaron animadamente. Al comentar sobre el viaje de regreso, don Fermín explicó:

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—No creas que vas a llegar directamente a Acapulco. El galeón se detiene antes en San José del Cabo, Baja California. Allí existe una misión jesuita que recoge a los enfermos y proporciona víveres a los viajeros. A los afectados por el escorbuto les reparten limones y naranjas.

Durante la sobremesa, la familia entregó al muchacho regalos para que se los llevara a sus padres.

—Estuve muy contento con ustedes, —dijo Gonzalo— les agradezco todas sus atenciones. Me voy, pero les hago una promesa...

Por un momento guardó silencio y dirigió su mirada hacia Alma:—Con la próxima carga de libros que mande mi padre, regresaré.La muchacha se sonrojó y jugó nerviosamente con la servilleta.Antes de que la cena llegara a su fin, la señora le regaló a Gonzalo una

bolsa de limones. Después, todos se fueron a descansar.A la mañana siguiente, al despedirse de Alma, el muchacho le dio una

carta.—Me gustaría —dijo él— que la leyeras cuando yo me encuentre ya en

alta mar. No quiero que llores... pronto regresaré.

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