La Nave de los Ángeles

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1 LA NAVE DE LOS ÁNGELES Jaime Reyes G. dosmiltrés

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Poema.

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  • 1LA NAVE DE LOS NGELES

    Jaime Reyes G.

    dosmiltrs

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    I Los Fantasmas. Primeras Apariciones.

    pues esto es distinto al marmol donde no se logra advertir la forma que ste guarda

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    No comprendimos entonces la venia silente que, sin embargo, cuando surca amagando en lo visible, entona melodas que en lo antiguo s conocemos. Pero es ms un recuerdo difuso, transido de sueos recientes y de evocaciones alteradas por los gritos frgiles de un medioda cualquiera. Esa tonada familiar atrapa tambin el secreto murmullo que se oculta en las rutas evidentes del destino y que nos cubre de sinuosas advertencias. Esa venia es una cancin presente. Ah se desviste la figura primordial que la produce. Su provocacin ceida contenta al residuo fantstico de la sorpresa; su transparencia lvida reduce la luz lunar de su extensa incgnita; y su desaparicin final y veloz promueve el rigor ansioso de las respuestas. Es la figura pasmosa de bordes candentes, de perfiles filosos que brillan de a miles. Como las ondas del agua en el contorno de las lgrimas. Es la figura anterior a la figura, que se mueve desplegndose; despertndose de todos nuestros sueos mansos para amanecer an envuelta en las sbanas prohibidas de la delicia. Es la figura cuyo nombre propio siempre olvidamos porque cambia, se desdobla y hasta se desdice. Es una figura preparada en los albores de la imaginacin, que recurre apenas un momento a la realidad para presentarnos un lapsus de

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    su existencia. Es una figura dbil cuando se suma agazapada al tropel bullicioso de las visiones. Ella siempre se demora (es como el baile de las musas, como el perfume de las rticas flores, como la sed nuestra ante el vuelo de la mariposa hacia su estrella). Y aqu llega y manda; se aparece. Es la aparecida que rompe el brindis con que, ingenuos, festejamos los puntos del calendario e incluso el supuesto azar de los hallazgos. Ella es un mandato inviolable para los elementos naturales mientras se transforman, es una codicia verde echada a los vientos.

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    IIEl Canto de una Sirena.

    las aves son diurnas por arriba y nocturnas por abajo

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    Acaso hemos hablado? Ha habido voces o conversacin? Estando abandonado sobre la roca de cimientos humanos, vestido con premios ancestrales, los das parecan slo quietos. Lo mismo la noche. Entonces la esperanza se situaba como recuerdo y la desaparicin prendi sus anales. Entonces tambin los murmullos, los rumores y los leves ruidos fueron desvanecindose sin rastros ni ecos. All sobrevino por primera vez el espantoso silencio. Como una tiniebla del tiempo. All perdimos los rostros y las figuras. As el gesto del hombre se reflej en la nada.

    La noche fra abundaba en aquel parque donde paseaba y la multitud recorra las sendas iluminadas. De pronto escuch mi nombre llamado desde un fondo perdido; una voz dulce, maravillosa y conocida que me deca:

    -T y yo hemos estado en los recodos oscuros; el bosque se extiende encerrando nuestras voces, aislndonos en la quietud silenciosa e ntima de los amantes. Tenemos ambas confesiones; la duda mortal. Pero el mundo no puede arruinarnos porque en el sueo bravo de mis ojos no caben los clculos del tiempo. Slo est el presente, el abrazo, los besos. Es como si fusemos

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    otros, durante un instante y desde siempre. A pesar del llanto, a pesar de la risa. Ahora que los siglos besaron a los puentes y que los hijos nos cambiaron la sangre, nuestras noches retornan danzando en las olas y el horizonte recupera el color de mi cuerpo. La melancola no abruma este paseo porque lo bien amado jams es fiebre maldita. La nostalgia no domina este pulso porque mi fantasma ha sido manso. En vez, la claridad feliz me hace mujer y vuela el horizonte, en mi ciudad, hasta esta noche perdida en los deberes de tu canto.-

    As somos siempre expuestos en tentadas propuestas.

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    IIIExpansin de las Nieblas

    "Yo soy Gabriel, el que tiene entrada al Consejo de Dios y he sido enviado para hablar contigo..."

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    Saludamos la llegada de los siglos hasta el alma inclume de nuestros abusados sentidos. Es la antigua y conocida aurora cambiando el azul fro que da inicio a las jornadas; abriendo una vez ms ciertos cerrojos del mundo para que tus aromas retornen a agolparse entre el roco inocente de las maanas y la crepuscular residencia de la familia. Entonces la naturaleza prxima se asemeja a la lejana y toda ella se desnuda, elevando un pudor tan eterno como presente, para lavarnos y limpiarnos el rostro antes de comenzar. As el da y la noche rompen la cuerda de los ciclos y se derraman y funden con las manos, con el sudor del trabajo, con las andanzas de los hijos.

    No abandonaramos tan fcilmente los recuerdos ni el ardor de una mente labrada en las sentencias irremediablemente incompletas de la historia; el poder ha sido una institucin eficiente que nos ense los lmites exactos de la verdad. Sin embargo aprendimos la dulzura de los puentes, el abrazo unificador de la fiesta, el universo enteramente residente en la multitud, la criatura mansa nacida y crecida en los besos. Ahora tendremos algunas horas prendidos en una realidad nica y propicia que es tambin la casa del hombre. Somos tanto ms que cantidades. Horas de misterio.

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    IVLa Invasin

    en la caencia del ritmo las corcheas se supenden para que la redonda tome cuerpo en su tiempo

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    Andbamos con anhelos de puerto vagando la inspirada retahla de advertencias cuando supimos que sera todo un acontecimiento marino. Pura suerte o calces astrales o destino o azares, pero realmente comenzaba la cancin cuando tuvimos la estrofa inicial; la que nosotros cremos, por magnitud, definitiva. Lo que supusimos un momento portuario acab siendo lo que acaba.

    Arrib una nave cargada de fantasmas que bajaron en tropa, armados con el humo mortal del pasado. Aquel pasado, que buscbamos tan ansiosos indagando armonas, ahora llegaba pudriendo las bases de nuestros caminos. Anduvimos entonces sobre capas y capas de experiencia destruida, sobre los pensamientos de los genios convertidos en deshechos intiles, sobre las mquinas vitales que explotaron como ruinas espantosas. El paisaje fue alterado en confusiones y tornado en la ilusin nefasta de la civilizacin, por la cual los ojos ya slo vean los infinitos detalles -a veces preciosos- de un tiempo falso.

    Los fantasmas avanzaron sobre las ciudades inundndolas de reflejos evanescentes e inatrapables, corrompieron las seales en smbolos ligeros para que se extraviaran los usos simples, las categoras tiles, las rutas adecuadas. Destrozaron los monumentos que

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    haban acumulado el conocimiento y quemaron los libros en hogueras arrogantes y soberbias de vanidad.

    Yo me comuniqu con ellos mientras marchaban en sus animales de esqueletos nveos, carcomidos y portentosos. No haba palabras entre nosotros; apenas resonancias difciles y reverberaciones lejanas, pero pude ver a travs de sus transparencias mutiladas. All estaba el espectculo terrible de los hombres vivos hundidos entre sus organismos inmviles. Estaban los soles negros volviendo a caer sobre la marisma del dinero y la incredulidad. Estaban los hielos agrestes petrificando todas las cosas que el alma consume.

    Estos fantasmas venan con el mandato de una glaciacin, y para suerte de los sueos seramos finalmente extinguidos.

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    V. La Ocupacin

    Ese hombro que se mete en la cara es el brazo que sale de la boca.

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    Dnde estuvimos todos esos aos? Aprendiendo. Tal era la estpida respuesta de mi tiempo. Pero gracias a los fantasmas, que irradiaron brillos aparentemente fraternales, tuve libre otro camino espectral. Y marchando sobre ste nos ensearon a penetrar en las espesas y metalizadas pginas adorando la disciplina marcada en el pensamiento, a comprender la verdad fundada en los inventos y el orden de las preguntas esenciales. Nos abrieron ojos para recibir demostraciones en el paisaje edificado por la sabidura y odos para admitir vibraciones en los aires y estratos del sistema. Nos dieron el tacto para medir el peso de las herramientas y las manos precoces para elaborarlas. Nos dispusieron un cuerpo tierno para retirarlo y as obtener el conocimiento. Nos ensearon la efectividad implacable del razonamiento y lentamente acumulamos y acrecentamos certidumbres de proceso. Progresamos. Y cremos en la belleza armnica treinta siglos tarde; en el curso riguroso de la historia cuando las lneas desaparecan; en una tradicin diurna cuando la noche se regalaba. Ya no necesitamos a los dioses creadores: nosotros podamos crearlos. Asimilamos la gloria lgica de los procedimientos; el objetivo rostro del universo; la medida inmutable de las eras; la composicin

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    infalible de la inteligencia. Captamos que la familia se reduce como el espacio habitable en las ciudades porque la velocidad castiga cuando falta y la soledad se encierra en dominios resguardados. Hoy una casa es un recinto privado. Los fantasmas dispersaron a los compaeros sobre espesuras y plazas encadenadas dentro de un mismo laberinto y nunca la vida en comn volvi a relucir en sus dificultades hermosas. Vivimos junto a ellos hasta la desesperacin sin conocer a los vecinos, mucho menos probamos el aire libre de las comarcas. Nos hicieron aos slo de preparacin y entrenamiento; slo das de sudor que se apuesta al futuro en la pretensin de una recompensa, sin saber que la muerte no la respeta.

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    VILa Sombra.

    en el despertar la vocacin narrativa de los objetos.

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    Comenz la paciencia del alambique entre la piedra y sus hedores, la sombra amenazando a lo real, el sbito dominio de los claustros y el dogma fehaciente. Los milenios se plegaron en el cielo sumidos en la marisma de los prisa y dominados por la musa de los miedos. El mar haca otros universos, tan brillantes, como la hondura de los ojos. Las maldiciones resbalaban por la perla de las manos sin dudas, sin equvocos. Las personas nos olvidaron mansamente prendiendo fuegos azules en la base del futuro. Danzaban como nubes selvticas entornadas y despiertas en la calma sublime del xtasis. Nos legaron sus ruinas secretas ocultando algo ms que la verdad en la inefable senda del mundo. Desenterraron otro ritmo como rumbo; la morada exquisita y una naturaleza rendida. Fue donada para el husped la voz indeleble de los sueos donde se derram la fiebre tutelar. Tvimos sangre libertaria y la luz de los maestros esparcida a travs de almas dormidas. Una sombra ms ntima que corprea penetr en el total de la mirada y en los gestos que saben la piel. Sombra que se peg en el sabor de los libros como la mentira ahogada en ceniza y el humo negro de fantasma.

    Luego lleg el momento de enfrentarse a una nueva seleccin natural. Pero antes haba

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    que huir de los fantasmas de la evolucin.

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    VII. La Esperanza.

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    VIILa Esperanza.

    el cuello es pura expresin as como la mandbula es puro ojo

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    Huyendo surge la libertad a pesar de la blancura, como las iluminaciones que nos cantaran hace slo cien aos. No bastaba el arrepentimiento, sin embargo hubo pasos increbles que marcaron algo ms que huellas. Volvimos antes de tiempo, es cierto, pero volvimos. Como si durante un alba extraa la luz se derramase sobre unas siluetas aparentemente encontradas, para acabar descubriendo que amaneci sobre el mundo. Era una maana que barri con la historia alumbrando las selvas vrgenes, los ocanos reservados y las montaas juveniles an hmedas y salinas. Conclua el aparecer de todos los animales. No haba hombres, no haba mujeres, slo abundaban las rondas de los nios. Era una maana regida por un ambiente blanco; no haba identidades. Esta maana-isla no fue el despunte de ninguna jornada, no fue la partida de los trabajos. Estbamos perplejos frente al reflejo inhumano e ntimo de nuestros propios semblantes, danzando de piedra en piedra, bebiendo de aguas castas, conversando con los bosques y oyendo a los cielos. Era la maana repleta del primer encargo. Slo nos debamos a los nombres; era casi la maana del poeta.

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    VIIIEse Habitar.

    Siempre ha sido ese el debate; arrebatarle la expresin dormida al papel.

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    Primero fueron atacadas las casas. Los pasos ausentes medan la hondura de los vacos. Nos radicamos en las habitaciones tristes y en las esquinas solas. Las ventanas permanecieron cerradas y oscuras, restringiendo los alegatos que el viento siempre sigue trayendo. Sentamos todas las ausencias ms que nuestras propias presencias. Buscbamos las risas infantes que todo lo abrazan y ocupan, sin hallar ms que recuerdos. Incluso buscbamos aquel llanto; el siempre dulce que inventa a la ternura. Slo hallamos ecos sin comienzo. La memoria era apenas un rostro desolado deambulando en la penumbra de los hogares, pidindole a sus hijas lejana y abandono mientras las verdaderas mujeres no volvieran a casa. Y nosotros tambin deambulbamos sumidos en el insomnio, errantes en las propias estancias, perdidos y helados sin el roce de las pieles. Supimos entonces que la conversacin es ms que los dilogos: es la libertad recreada en el cuerpo de la familia. Tuvimos que huir nuevamente, ya sin raices.

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    IXLas Catacumbas.

    "vengan ac, reunanse para el gran banquete de Dios..."

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    Nos escondimos en el sueo del mar. Ningn otro alivio puede ms que ste y su gracia lquida baaba tambin el fondo de las tumbas de la poesa. Como si la voz de voces fuese un cuerpo desnudo y acariciado quedamente en medio de las olas. Como si fuera posible nadar en un mundo de vientos razantes y de aguas heladas. Era el mundo Pacfico recibiendo a sus seres.

    Levemente sorprendimos al reflejo de todos los astros brillando sobre las ondas cautivas; era el rostro estelar configurado como la espuma pisando el ritmo de las playas. All donde las arenas mudas rigen los testimonios terrestres; donde hay el beso como el mayor de los festejos. Pasebamos andando sinuosos sobre el filo de la marea despreciando todo poder; incluso aquel legtimo que entreg la leyenda. ramos inocentes. Como una buena ofrenda.

    Entonces los fantasmas nuevamente asomaron y dominaron la faz de la existencia con los vestigios parlantes de las naves que se haban posado en cada siglo virgen. Traan emblemas gozosos y tembladores para esparcir por el mundo. Eran la figura de la distancia trocada en el fantasma ambiguo de la lejana. Pero seguamos ocultos, y finalmente los hombres anhelamos la unidad de la especie

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    en un mar que an pliega el herosmo fabuloso de semejante empresa. Un mar infinito como la vastedad del reino de la palabra. Por eso las naves abundan sobre derroteros y no sobre caminos; porque una derrota de aguas es el rumbo que no conduce a lugares; es el rumbo por el rumbo, partir por partir, perderse en pos de los propios pasos.

    Los fantasmas nos rondaban dominando sobre las terrenas escenas de la luz que se abatan sobre la llovizna, delirando sus propios nombres. Caminaban sobre los senderos y sobre las orillas indecisas, incursionando tambin en los pequeos esteros, en los riachos intermitentes. Nos buscaban sabiendo que all los recodos se vuelven ms secretos, ms voluptuosos y ms sagrados. Igual que ellos nosotros tambin nos hicimos vagabundos y ya no pudimos transar el aroma de las playas, el viento definitivamente fro, las arenas; las virtuosas y desconsoladas arenas. Aguardbamos de pie con la frente incrustada en el horizonte.

    Luego el dao fue sumido en las cuevas ancianas mientras la tormenta marcaba los territorios humanos. An as viajbamos; acometiendo las partidas a travs del eco magistral que rebotaba cantando desde los remotos confines. Por eso la andada prefera

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    las canciones para orientarse, para cultivar sus extravos, para entronar sus sendas. Pura lengua adosada en el equipaje, pura lengua prendida en los mares. Intentamos una conversacin con aquellos hombres milenarios que no fueron hallados por los fantasmas, los que an hoy transitan entre nosotros venciendo al silencio que cubre nuestras costas secretas y estremecidas. Ellos nos contaron de las cruces en la violencia como rfagas submarinas que de tan invisibles no hablan, pero que de todas formas afloran sus marcas en la faz de la roca, partiendo cristales ptreos para servir los centelleos que alimentan a los ocasos. Por eso la vista nublada penetr ms all de los azules lisos y fue acariciada por un manto salobre cuando la brisa arras el fondo de los continentes. Incluso la nieve tuvo a sus hijos oyendo al aire de los volcanes cuando el fuego nadaba en las profundidades del ocano en penumbra. Aquella clausura libre de las lluvias comprendi sus alturas mientras algunos fantasmas que no respiraban dominaban el mundo. Aquel mundo de superficies tensadas por tormentas eternas. En cambio aqu todo era marino, todo.

    Mares de la luz en noches cerradas por los cubrimientos coagulados de la lejana donde perecen los horizontes. Mares slo de vistas

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    entregados como espumarajos sobre los pies que andan las playas. An hoy existen esos reyes gobernantes del borde, alucinados con el dominio feble de una palabra, con la inclemencia terrorfica del inmundo. Pero nosotros ya nos habamos transformado en los peregrinos de la orilla, habituados slo a ver, no a navegar.

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    XLas Alas

    Quis ut Deus!!!

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    Entonces nos borramos las splicas y nos hundimos; perdimos el rostro cndido y as, casi libres, traicionamos a la ira divina. Nos deben el castigo y una cuota de sangre fra. Entonces se abri el tiempo sobre un punto nico de la morada terrena y omos por primera vez una unsona multitud de ngeles que venci nuestro regreso. Eso que omos fue una promesa, una indicacin, una profeca que puli con manos los vrtices de nuestras piedras recogiendo la suma del polvo, con manos incoloras que esculpieron la noche. Y hablaron en ceniza ilustrando dolores para grabar maravillas.

    Nos anunciaron alas en rumor batiendo el pulso de los cuentos para que nazcan tus nombres, tus hijos. Alas lentas embriagndose de albas y de promesas que mandaran sobre el hlito que hirvi las pieles; que rodaran sobre el curso de la lengua para que el viento cante sus leyendas. Alas hablantes. Brindamos como un coro de mesas huyendo de la miseria entre las risas de los humildes, entre la calma embestida por la brisa dulce, sin apuro. Alas que seran anhelos, que seran el jardn secreto de la memoria agolpado como una traza difana en la frente donde pendan signos y guas y testimonios; donde nuestros huesos se haran la triza de un milenio lento.

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    Los ngeles seran la insignia del beso como un triunfo sobre los pantanos fantasmales y tambin sobre los humanos. Seran un anillo bendito por uniones imposibles y a su vez la borrasca y el temblor horrsono del futuro.

    Tal fue la visin ciega que nos impuso una urgencia violenta, como el insomnio de una madre.

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    XILas Profecas.

    "Yo soy uno de los siete que tiene entrada a la Gloria del Seor"

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    Las profecas del advenimiento haban abundado desde siempre rondando en cada nacimiento, en la msica muda que an hay dentro del tiempo, en el itinerario ligero de los ros, en la risa de las montaas. Tambin se leyeron a viva voz en medio de las ciudades durante la tolerancia de los siglos y los siglos. Ni la peste pudo evitarlo. Se leyeron en cada una de las civilizaciones que habitaron y ocuparon la historia; incluso en aquellos pueblos inciertos que no escriban sus leyendas. Se dijeron en los interminables caminos que atravesaban los desiertos y los valles, entre las caravanas y los vagabundos de toda especie; desde los mstiles y las cubiertas que erraban sobre la derrota sin patria de los ocanos. Las supieron y las comprendieron en cada portal y muralla, en los feudos miserables, en los alambiques mgicos, en los campos dbiles, en las hondas y oscuras minas, en las habitaciones de fbulas bajo la sombra de las catedrales. Y a pesar de los cantos, de los libros, de los bautizos y de las representaciones, nadie estaba preparado.

    Aqu estaban ahora las seales resplandeciendo en su puro respiro sin agitar los aires. Rodeadas de cnticos solemnes y alegres, pero silentes como la cada de la nieve.

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    XIIEl Advenimiento.

    "...and he dreamed and behold a ladder set upon the earth, and the top of it reached to heaven."

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    Hasta que de pronto la playa dormitaba en el abrazo de una marea quieta. La espuma y sus olas bajaban tan gradualmente como el avance de una jornada. Las aves cruzaban en crculos sin graznidos, sin mover las alas. El sol de invierno se traicion a s mismo comenzando a descongelar la superficie destellante de las arenas. Ni una muestra de bruma, ni una rasgadura en los cielos. As, sin viento, con la humedad ms tenaz que el mismo borde, la maana se hizo corriente como un da de labor. Pero tena un sabor de encuentros y ese slo gusto esparca la alerta sobre una esfera supuestamente en calma. Una vista reducida alojando en el perfil de la mirada prevena hacia el atrs de las cosas, como si una dimensin extraa transitara encima de la costumbre. La playa vaca ya no era como la plaza de los puertos ni como el fin de los balnearios. Tampoco era la frontera conocida como el cabo final de la tierra que principia a las aguas. Se estaba produciendo un vrtice de tiempo inhumano; naciendo all mismo sin mayores ceremonias, inexplicablemente, casi como una sinuosidad propia del olvido como un costado atravesado por una sencillez anodina que no demuestra sino el mpetu indiferente de tal lance. Era como un espejo sin planos en cuyas irradiaciones la voluntad de las

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    grandes gestas se golpea contra la evidencia de lo ordinario, al punto que sucumbe en su propia pasin. El espacio matinal alejaba el horizonte hasta su absurdo, gobernando por la omisin de distingos excepcionales. Nos quedamos un instante contemplando la risa de los ms pequeos esparcirse sobre las dunas baanadas por los abrigos de la calma; nos quedamos un instante quietos para recibir sin interrupciones el saludo que viaja sobre el tumulto loco de la brisa; nos quedamos sumidos en la dulce espera para que toda amargura se desvaneciera sola, embestida por sus propios apuros. Esparbamos anhelos vencedores del clculo; manos estrechando el uso de las pasiones; y palabras inculcando el porvenir a la memoria.

    Entonces, en medio de esta maana cualquiera, surgi el mundo nuevo: arrib la Nave de los ngeles.

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    XIIILa Nave de los ngeles

    "El Dragn grande, la antigua serpiente fue arrojado a la Tierra y sus ngeles con l"

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    Los primeros en posarse sobre nuestras landas fueron los ngeles antiguos, que usaban desnudas las manos y con ojos de un solo color que fulguraban el lustre profundo de los cielos. No traan estandartes ni emblemas ni escudos, sino el mobiliario sencillo para servir una primera mesa. Ellos eran la invitacin de las plazas. Y bebimos la naturaleza reunidos sin hablar, pero no en silencio. Estaba as iniciada la llegada y la redencin. Poco a poco levantaron un sitio hasta convertirlo en lugar por el saludo. Ellos eran el saludo. Pero estaban retirados en las cobijas pobres que regalaron a los forasteros de todos los caminos y se quedaron en mil esquinas marcando el permetro de una estancia, como si luego fuesen a servir de matriz para el alzamiento de las ciudades del mundo.

    Despus bajaron los ngeles nios en un tropel tumultuoso y silbante. Esa algaraba era la inocencia. Inundaron la mesa, el permetro y el derredor decretando juegos. Nos llamaban uno a uno en voz cumbre, pronuncindonos con esos nombres que creamos olvidados; esos nombres santos que recibimos en la hora del nacimiento. Ellos eran el nacimiento. Armadores de ruedas, cantaban y cantaban abatiendo la solemnidad y apabullando al rigor ceremonioso. En ese desorden entendimos

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    que ya no seramos anulados por la muerte, porque todo reino les perteneca.

    Bajaron luego los ngeles fantasmas y nuestro rostro se replet de horror al ver la novedad transfigurada en antiguo rgimen, pero eran rostros conocidos, como si sus cuerpos fuesen la figura perfecta de los espejos. Tradujeron el alivio hablando dialectos incomprensibles. Sus pies no tocaban nunca el suelo, pero no podan volar, como si una fuerza exquisita los jalara hacia abajo sin alcanzar a hundirlos. stos traan cofres, arcas, cuevas y laberintos repletos con los ms inslitos tesoros. No eran joyas ni oro, sino los detalles incontables de la vida; aquellos que recordbamos y tambin los que habamos pagado al olvido. Ellos eran la suma del tiempo y derogaron las mutilaciones con que estbamos acostumbrados a sobrevivir -indiferentes- entre pasado, presente y futuro. No se quedaron en la playa; prosiguieron -traspasndonos- y se adentraron hacia los valles y las montaas y los desiertos. Una estela fragante s permaneci fluyendo como un aroma visible; bailando y silbando sobre nuestros regalos.

    Entonces comparecieron los ngeles albos. Vestidos de pobreza celeste; la que ha renunciado incluso a los colores. Demostraron,

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    sin embargo y de un solo trazo, que basta una reverencia hacia lo alto para que el aire y el viento se vistan con la fastuosidad inenarrable de los milagros. Ellos eran los lirios del campo. Se movan sutilmente, humildes, pero con la mirada fina franqueando nuestras frentes. No nos pidieron nada, no hablaron demasiado, pero uno a uno fueron ubicndose detrs de cada uno de nosotros, tocndonos las espaldas como el sol en los campos, como la sal en los desiertos. Girando suavemente sobre los hombros alcanzamos a advertir un sudor, quieto como el hielo eterno de las cumbres, que se verta desde sus bocas: era la historia del trabajo transmutada en una exhalacin slida, palpable, tersa. Y verdadera. Nunca habamos visto semejante testimonio. Cuando nos animbamos a hablarles cuando cruji un estrpito delicado sobre los mstiles; caan las velas serenas sobre las jarcias y los aparejos. El velamen bruido se congregaba entre los cordajes. Se estableci entonces la ndole divina de estos arribos: llegaban para quedarse.

    Hubo unos instantes de suspenso. Algunos botes regresaron a los barcos como si fuese el momento de una fase puramente terrestre. Pero regresaron stos y otros miles. All venan los ngeles de la guardia. Veloces,

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    prestos, con ojos tan grandes que se les salan las almas batindose en luz, en fuego, en extensin. Ellos eran los vigilantes, los prncipes del comienzo, los que cultivan el nacimiento del tiempo. Se apostaron sobre nuestras cabezas como un cetro imborrable e innegable. Nadie pudo evadirlos ni consentirlos; simplemente se quedaron ah arriba, al alcance de un salto, viendo hacia todo el derredor, estremecindose ante cualquier cruce de palabras, ante cualquier sueo, ante cualquier indicio de hallazgo o de encuentro. Los que se posaron sobre nuestros nios eran los ms luminosos, los ms atentos, los ms hermosos. Como si aquellas vigilias infantiles urgieran odos distintos, gracias nuevas y murmullos felices. Es cierto, murmuraban una extraa y til meloda para impedir que la maldicin fantasmal del silencio recayera sobre los espritus de los pequeos. Estaban ms all de la mera compaa, justo en la condicin humana.

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    Colofn

    Esta edicin fue realizada por el taller de ediciones de la Escuela de Arquitectura y Diseo de la P. Universidad

    Catlica de Valparaso.

    Las ilustraciones se realizaron digitalmente sobre fotografas tomadas a las maquetas de ngeles y fan-tasmas, realizadas en papel, por el diseador industrial

    Gustavo Orellana.

    Se termin de imprimir en _____ de 2004Valparaso

    Chile