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1 La obra Cuando escuchamos a nuestro alrededor eso tan- tas veces repetido de “yo paso de cine español” uno recuerda el pensamiento de nuestros poetas cuando opinaban que “España desprecia lo que ignora.” Viridiana (1961) no sólo es una de las obras cinemato- gráficas más importantes del cine español, con permiso de nuestros amigos mexicanos, lo es también de la histo- ria del cine internacional. Reconocida con la máxima dis- tinción por el Festival de Cine de Cannes (Palma de Oro, 1961), amén de una colección de reconocimientos y galar- dones, y admirada por genios del cine como Alfred Hitch- cock, Jean-Claude Carrière, George Cukor, William Wyler, Billy Wilder y otros ilustres invitados que protagonizaron un histórico almuerzo en noviembre de 1972, El banque- LA OBRA

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La obra

Cuando escuchamos a nuestro alrededor eso tan-tas veces repetido de “yo paso de cine español” uno recuerda el pensamiento de nuestros poetas

cuando opinaban que “España desprecia lo que ignora.” Viridiana (1961) no sólo es una de las obras cinemato-gráficas más importantes del cine español, con permiso de nuestros amigos mexicanos, lo es también de la histo-ria del cine internacional. Reconocida con la máxima dis-tinción por el Festival de Cine de Cannes (Palma de Oro, 1961), amén de una colección de reconocimientos y galar-dones, y admirada por genios del cine como Alfred Hitch-cock, Jean-Claude Carrière, George Cukor, William Wyler, Billy Wilder y otros ilustres invitados que protagonizaron un histórico almuerzo en noviembre de 1972, El banque-

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BRA te de los genios. Manuel Hidalgo escribe una detallada y

deliciosa crónica biográfica de ese curioso evento y años antes el Festival de Cine de San Sebastián montó un ciclo apasionante con películas de los chicos de la foto, aludien-do a este encuentro de cineastas y en el que se habló es-pecialmente de El discreto encanto de la burguesía (1972), de Tristana (1970) y de Viridiana. Acercarse a esta película es toparse o encontrarse con el más puro Buñuel; sobre todo, con un Luis Buñuel que regresaba a España para llorar por sus calles, para des-empolvar la razón de su distancia y de su exilio. Un país baldío, estéril y tan seco como los campos abandonados que señala Viridiana (Silvia Pinal) a su tío Jaime (Fernando Rey). Se ha hablado y escrito mucho de la simbología o del imperio de los símbolos en Viridiana, tanto que Buñuel llegó a tener que responder a los teóricos realizadores de la Nouvelle vague, a propósito de Viridiana:

“Les aseguro que sería mejor para todos que us-tedes psicoanalizaran a Viridiana y no a mí.”

Aquellos que alegre y frívolamente censuran al cine espa-ñol y exhiben como una especie de posmodernismo snob eso que decíamos “yo no veo cine español”, deberían sa-ber que detrás de esa exhibición tan española lo que real-mente se esconde es bastante ignorancia. Viridiana está urdida por todo el cine Buñuelesco que le precedió, desde Las Hurdes (1933) a Nazarín (1958) y pasando por la etapa mexicana que le aportó el nombre de Viridiana, la libertad para hacerla, y la protagonista, Silvia Pinal, de la que Bu-ñuel siempre dijo que era:

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“de pureza escondida con una cierta indecencia a la vez.”

Fue el productor mexicano Gustavo Alatriste –personaje al que podríamos dedicarle varias páginas ya que cuenta con una biografía de mucho interés– el que le dio carta blanca para que hiciera con Viridiana, su película, sin restriccio-nes. Y Buñuel le respondería con la que es, para muchos, su mejor película. Una Viridiana basada en Halma, de Be-nito Pérez Galdós y que toma el nombre de una santa ita-liana, cuyo retrato puede verse en uno de los museos de México DF.

Ya hemos aludido a las razones de porqué Buñuel eligió a Silvia Pinal, como protagonista, pero también habría que recordar que era la esposa del productor, una actriz que ja-más pisaría las alturas interpretativas de lo que representó Viridiana y de lo que significó para ella ser escoltada por dos actores como Fernando Rey y Paco Rabal.

Es importante recordar lo que significó para el director aragonés esta película, lo más destacado fue el regreso,

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BRA significaba regresar a la España de Franco, a la dictadura

y este regreso fue muy censurado por los paisanos y co-legas del exilio, algo que quedaría en el olvido cuando el órgano oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, calificó a Viridiana, con la Palma de Oro debajo del brazo, de blas-fema y de moral decadente. Algo que desencadenó el cese fulminante del director general de Cinematografía y Teatro, por seleccionar la película para el festival francés y la dicta-dura no se anduvo con chiquitas, decretó la destrucción y quema de todas las copias de Viridiana. Misión imposible porque para entonces ya había suficientes copias, a buen recaudo, tanto en Francia como en México. No extraña a nadie que Viridiana fuera censurada y que la iglesia católica amenazara con la excomunión a quien, de-liberadamente, fuera a verla. Ya que la protagonista es una novicia a quien, justo en vísperas de los votos definitivos de su entrega a Dios, la propia superiora del convento la envía a ver a su tío contra su voluntad y haciéndole ver que su familiar, es un caballero especialmente generoso con su orden religiosa. Ese viaje para ver a su tío será el que apro-veche Buñuel para traducirlo como el viaje del desengaño religioso, una peregrinación a través del inconsciente de cada uno de los personajes y un desmoronamiento de la fe de Viridiana desde algo tan freudiano como es el deseo y el goce.

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El contexto

Cuando se anuncia la vuelta de Luis Buñuel a Espa-ña el régimen franquista se las prometía muy felices y los órganos de propaganda lo vendieron como la

vuelta a casa del hijo pródigo, un cineasta con prestigio in-ternacional que venía a rodar a una España con sus planes de desarrollo y que deseaba venderse y transmitir al mun-do signos aperturistas que, por otra parte, vendrían muy bien para lavarse la cara ante los organismos internacio-nales. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Buñuel regresaba a casa con una producción internacional y con todo el pasado de España para restregarlo, mostrarlo y por

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TOsi fuera poco para denunciar un régimen que no sólo aca-ba y aplasta la libertad sino para dejar claro que desde la beatería y la caridad no hay lugar para la evolución del ser humano. Y que no valen medias tintas, que o se combate o se combate.

Y en Viridiana, efectivamente, está toda la clásica repre-sión española, desde los viejos tiempos, desde los más antiguos regímenes: una aristocracia trasnochada y anqui-losada en sus privilegios, una moral cristiana como cola-boradora de la ideología conservadora y una exhibición de la pobreza como un viejo desfile de los monstruos en la casa de los horrores, porque los mendigos no son los bon-dadosos mendigos que vende la propaganda. Más suavi-zado lo vemos en Plácido (1961, Luis García Berlanga) y más desgarradores, violentos, ásperos y profanadores en un Buñuel que cuando construye o contextualiza la pobre-za sabe mirar de nuevo a Galdós, a Goya y a Quevedo: son pobres pero también tullidos, ciegos, jorobados, leprosos, gente fustigada por la historia, abandonada por la margina-ción y por la desigualdad. Una población olvidada por Dios y por la historia que nada tiene que perder y que también cuenta con un inconsciente por donde se desliza su deseo no organizado de cambio.

Comienza Viridiana en un convento. En pocos minutos pasará el personaje interpretado por la mexicana Silvia Pi-nal de verla con los hábitos religiosos a verla sentada en la cama, quitándose los zapatos, las medias y subiéndose los hábitos hasta lo más prohibido para una religiosa y lo más íntimo y privado para cualquier mujer. No hay apenas transición y entiendo que tuvo que ser explosivo para la