La Palabra Del Silencio

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La palabra del silencio Por: Carlos E. Ruiz Brillo de hojas al caer de árboles transidos, sobrepasados en el espacio por la brisa de memorias intrascendentes. Brillo en la oscuridad de los emblemas y las canciones, ajeno a las tempestades y al ruido de las cosas al pasar. En los días, las noches borran las fronteras del nombre en las pasiones acorraladas por las sensaciones de la dicha. Largo es el asombro de las hojas al mirar el mundo arrastrado por la negligencia del viento. Solemne encuentro de nubes en el apogeo de constelaciones, hace del momento el agrado con expresiones leves en los rostros de quienes arriesgan algo de fuego en la pasión. Dimensiones sin concebirse amedrentan la actitud favorable a lo desconocido y en la lluvia de meteoros la sorpresa hace banal las miradas en lo insular del condominio. Conciencia de las cosas en el paisaje cuantioso de los improperios, hace de lo natural un privilegio cansado, cuando ruge la alta montaña. Las cosas regurgitan pasiones de quietud bajo la sombra de plantíos insomnes. Quebrantos del paisaje miran la esperanza de los cautelosos seguidores de horizontes, hasta enderezar las líneas del umbral que separa el atisbo de dos infinitos. La conciencia revierte en claroscuro la esperanza. Subrepticia mirada en los contornos de suburbios, desplaza lo ideal para ver entre montones de ripio, mientras ruedan nubes en los espacios de promesas y deseos, con el condominio de las bienandanzas. Expectativas en diálogo abren compuertas para el mejor desarrollo, entendido en los supuestos de la esperanza, y al rodar el tiempo se configuran las territorialidades. Humus en el riego de las pasiones consume el dolor de los cactus, cada mañana a la salida del Sol. Y en la puesta del día el resumen del quehacer de las horas hace de las coyunturas un martirio. Miradas al aire con pesquisa al infinito, logran del momento una salutación a los deseos de infructuosa procedencia. El entramado se da con los colosos desgarradores de fortuna.

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La palabra del silencio

Por: Carlos E. Ruiz

Brillo de hojas al caer de árboles transidos, sobrepasados en el espacio por la brisa de memorias intrascendentes. Brillo en la oscuridad de los emblemas y las canciones, ajeno a las tempestades y al ruido de las cosas al pasar. En los días, las noches borran las fronteras del nombre en las pasiones acorraladas por las sensaciones de la dicha. Largo es el asombro de las hojas al mirar el mundo arrastrado por la negligencia del viento.

Solemne encuentro de nubes en el apogeo de constelaciones, hace del momento el agrado con expresiones leves en los rostros de quienes arriesgan algo de fuego en la pasión. Dimensiones sin concebirse amedrentan la actitud favorable a lo desconocido y en la lluvia de meteoros la sorpresa hace banal las miradas en lo insular del condominio.

Conciencia de las cosas en el paisaje cuantioso de los improperios, hace de lo natural un privilegio cansado, cuando ruge la alta montaña. Las cosas regurgitan pasiones de quietud bajo la sombra de plantíos insomnes. Quebrantos del paisaje miran la esperanza de los cautelosos seguidores de horizontes, hasta enderezar las líneas del umbral que separa el atisbo de dos infinitos. La conciencia revierte en claroscuro la esperanza.

Subrepticia mirada en los contornos de suburbios, desplaza lo ideal para ver entre montones de ripio, mientras ruedan nubes en los espacios de promesas y deseos, con el condominio de las bienandanzas. Expectativas en diálogo abren compuertas para el mejor desarrollo, entendido en los supuestos de la esperanza, y al rodar el tiempo se configuran las territorialidades.

Humus en el riego de las pasiones consume el dolor de los cactus, cada mañana a la salida del Sol. Y en la puesta del día el resumen del quehacer de las horas hace de las coyunturas un martirio. Miradas al aire con pesquisa al infinito, logran del momento una salutación a los deseos de infructuosa procedencia. El entramado se da con los colosos desgarradores de fortuna.

Circunstancias de la crueldad en encrucijadas y laberintos, al amparo de una historia de sandeces inenarrables. Acontecimientos del devenir se curten en el desprecio de los sinsabores y asimilan destinos con rumbo incierto. La vida arrecia en las contiendas y se dispone siempre a la derrota, con palabras de consuelo en la alquimia de los deseos. Fortuito es el decir de los volcanes, en borrascas de aire y agua.

Frialdad en los cuerpos de por medio, la candente imaginación y a la sombra la fuga de colosos rebuscadores de sueños. Hilo fósil en la corona de los montes deshace su consistencia para penuria de las fuentes. Caudales de encanto encumbran el sonido tenue a la hora de las sentencias y las provisiones. Huellas en la huida hacen del recato un pilar de avanzada.

La simiente de los bosques es la semilla de la historia, en círculos elásticos y estimaciones flexibles. Rosaledas circundan la vida con pormenores de alegría, en la vecindad de bosques con palabras de

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contenido entre aire y niebla. Simiente de colores abre en cogollos de luz, rodeada de lo febril por la parsimonia de las deidades, al desencadenar el regocijo del mundo.

El sentido de los indultos y las clemencias contrapone el silencio al discreto movimiento de nubes y merodea en busca de conjeturas o realidades. Detrás de las voces se encamina el sonido de los cántaros, en juego con golondrinas y alcatraces. Infamia a la manera de cortesía frente a los muros de piedra, representa el jolgorio de peregrinos en el exilio, sin aposento para las huellas. El destino está en lo terso de la mirada.

Las palabras desbordan las ilusiones, con el resguardo de cantos en lejanía, al cruce de vertientes que provienen de nubes, en la placidez de los remansos. Y en las noches se proclama la ínsula del ayer, entre asomos de estrellas y una Luna apegada a cielos sumidos en la incógnita del infinito. El sonido de las palabras es refugio de los murmullos en el sentimiento de la conquista, o pérdida.

Thoreau lo dijo: “Hay una senda ascendente en el alma del peregrino”.

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