La Pequeña Historia de mi Larga Historia- M. Lefebvre

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 La Pequeña Historia de mi  Larga Historia Vida de Monseñor Lefebvre Contada por él mismo Traducción: R. P. José María Mestre

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 La

Pequeña Historia

de mi

 Larga Historia

Vida de Monseñor Lefebvre

Contada por él mismo

Traducción: R. P. José María Mestre

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Estas conferencias fueron dadas por 

Su excelencia Monseñor Marcel Lefebvre

En la Abadía Saint-Michel

Los días 7,9 y 12 de Febrero de 1990

• Para conservar el carácter propio y personal de estas conferencias, seha conservado el estilo hablado, a excepción de algunas correcciones.

• Los títulos y subtítulos son de la redacción.

•  Agradecemos vivamente al Director del Seminario de Ecône que noshaya permitido completar las ilustraciones de este libro, sacandoalgunas de ellas de la colección del seminario. [Se omiten] 

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Prefacio

de su Excelencia Monseñor Bernard Fellay

Estimado lector,

Nuestras Hermanas aprovecharon una ocasión en que Monseñor Marcel Lefebvre, su fundador, estaba entre ellas, en la Abadía Saint-Michel, dondele gustaba retirarse para pasar algunos días, para pedirle algunasconferencias.

Como un buen padre que adivina los secretos deseos de sus hijos.Monseñor les entregó en algunas charlas un pequeño resumen de su vida.

Se admirará en él la simplicidad de su corazón, la humildad que supoconservar a pesar de sus altos cargos, la dulzura que supo irradiar siemprea través de las adversidades de tantos años de combate por la Iglesia. 

Puedan estas confidencias que siguen, cuyo sabor se ha tratado deconservar respetando su estilo hablado, ayudarnos a captar mejor el almamagnífica de este heraldo de la fe y defensor del Sacerdocio católico.

Sydney, 17 de octubre de 1995 

fiesta de Santa Margarita María

† Bernard Fellay 

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1990 — A Monseñor le gustaba pasar por la Abadía Saint-Michel,Casa Madre de las Hermanas de la Fraternidad San Pío X.

En el transcurso de una de esas visitas le hizo las conferencias quevienen a continuación.

 

Prólogo

Me han preguntado si daría conferencias a las hermanas. ¡Oh! si ellasme lo pidiesen, les contaría la  pequeña historia de mi larga historia.  Leshablaría un poco, con toda sencillez, de lo que Dios hizo por mí en eltranscurso de mi existencia.

Me he preguntado cómo titular estas conferencias, y he pensado:

«Los caminos de la Providencia en el curso de mi vida

y cómo es bueno remitirse totalmente a Ella

para agradar a Dios.»

  Ut placeat tibi Domine Deus

Es la oración que leemos en el Ofertorio: «Os ofrecemos este

sacrificio». Nuestro sacrificio en unión con en vuestro para que Os agrade.

  U t placeat tibi Domine Deus

Confieso que mis ochenta u ochenta y dos años de vida consciente

—pues no hablo demasiado de los años de infancia, de la primera infancia

— me han enseñado justamente a seguir la Providencia, a buscar en las

circunstancias y en los acontecimientos de la vida cuál es la voluntad de

Dios para tratar de seguirla.

*

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Capítulo 1

La infancia

Pasamos algunos años de vida apacible en familia con buenos padrescristianos, profundamente cristianos. Es cierto que la iglesia parroquial no

estaba lejos, cinco minutos a pie. Cada mañana mis padres acudían a ellamuy temprano para comulgar y asistir a Misa cuando podían. En aqueltiempo, en la parroquia, un sacerdote daba la comunión cada cuarto dehora, desde las cinco y cuarto de la mañana hasta las nueve, si mal norecuerdo.

Era costumbre en aquel tiempo, porque muchas personas acudían altrabajo y no disponían del tiempo a quedarse a la Misa.

Por eso, quien llegaba a la iglesia algunos minutos antes del cuarto dehora, estaba seguro de poder comulgar. Algunos minutos para prepararse,

algunos minutos para la acción de gracias después de haber comulgado, yse partía luego al trabajo. Mis padres tenían la costumbre de asistir a laSanta Misa, pero si no podían al menos comulgaban.

Observando las leyes de Dios, comenzaron por tener cinco hijos, uno por año, y luego otros tres algún tiempo más tarde. Tres en 1903, 1904, 1905,los tres primeros1; luego, en 1807, mi hermana Marie Gabriel, en 1907 mihermana Marie Christiane, y en 1914, justo antes del comienzo de la guerra,Joseph. Finalmente los otros dos después de la guerra.

Vivíamos felices durante esos años que precedieron a la guerra. Mis

padres se habían casado en 1902, yo nací en 1905. Por lo tanto, tenía yonueve años cuando se declaró la guerra.

El ambiente de vida en el Norte

  El ambiente de vida en el Norte era un ambiente de trabajo. El trabajo enla fábrica lo dominaba todo. Cada cual acude a la fábrica, patrón, empleado,obrero; uno a las seis de la mañana, otro a las siete y media.

1 René en 1903; Jeanne, en 1904, u Monseñor Marcel Lefebvre en 1905. (Nota del editor)

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El obrero se queda en su trabajo hasta el toque de campana, y el patrónalgunas veces hasta las nueve o diez de la noche. Y eso es así cada día.

Fábrica textil: a las cinco y media o seis de la mañana se oía cómo lostrabajos se ponían en marcha.

Las chimeneas comenzaban a humear, pues todo funcionaba concarbón; aún no había electricidad. La vida era regular, un poco monótona.El tiempo en esas regiones es generalmente nublado, un poco gris, lo cualno incita mucho a ir de paseo. Por eso a la gente le gusta el trabajo, y sesentiría desgraciada si no fuese a trabajar. Es un poco parecido a Suizaalemana: es lo mismo, no me podrán decir lo contrario. Cuando visité Ibachen la región de Schwitz, había una señora, la señora Elsener, muy buenapersona, que tenía una fábrica de cuchillos. Contaba nada menos que conmil obreros. No era empresa de poca monta. Como su marido había muerto,

ella misma era la patrona, y dirigía la fábrica con uno de sus hijos. Todossus hijos trabajaban: las mujeres en la oficina, los varones en la fábrica. Ellatambién trabajaba desde la mañana hasta la noche, y me decía en susencillez: «Mire usted, nuestros obreros están tristes el domingo, porqueno pueden venir a trabajar en la fábrica… Es su vida.»

   Así era la vida en el Norte en otro tiempo, una época que ya pasó. Hoyen día, prácticamente, la industria textil ha hecho quiebra, ha muerto acausa de la concurrencia extranjera, a causa de las nuevas condiciones.

Existía entonces esa cuenca minera que se extiende desde Bélgica, por 

el lado de Mons, hasta la Ruhr, en Alemania; inmensa cuenca minera queatraviesa toda Europa hasta Inglaterra. Era la fuente de energía, de dondese sacaba el carbón para poner en marcha las fábricas, etc. Las fábricas sesituaban cerca de esa fuente de energía, y no lejos de los puertos, paratraer el algodón y la lana desde Australia, Argentina, Egipto. Como era unazona poblada, industriosa y trabajadora, las fábricas florecieron en esemomento, contando con condiciones favorables.

Más tarde todo cambió, con la llegada de la electricidad y del petróleo,de las nuevas condiciones de vida, de los transportes y de otras cosas más.Vino entonces la concurrencia extranjera: Japón, los Estados Unidos,

 América del Sur, se pusieron a montar industrias, y eso acarreóprácticamente la quiebra en todas partes. Actualmente ya casi no quedanindustrias textiles en el Norte.

Como les decía, llevábamos una vida tranquila. Teníamos un buencolegio a cinco minutos de casa, y una buena institución, las Ursulinas, muycerca también. Las niñas iban a las Ursulinas, los niños iban al colegio: ypor ese lado llevábamos también una vida muy regular.

 A las ocho salíamos de casa; gracias a Dios, dos excelentes personasayudaban a mamá a ocuparse de los hijos. Antes de salir nos decían: «¿No te olvidas de nada, te has puesto el pañuelo en el bolsillo, no te olvidasla merienda, no te olvidas de esto o de aquello?»

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Y nos daban un beso añadiendo: «Bueno, hasta luego, ten cuidado, camina por la acera…» Nos sentíamos rodeados, podríamos decir del afecto detres madres. Éramos niños muy dichosos en ese tiempo.

Primera Guerra Mundial 

Viene entonces la terrible guerra. Una guerra como la de 1914 – 1918 esalgo espantoso.

Movilización, evidentemente: todos los hombres deben partir, y las madresse quedan solas con sus hijos, de la noche a la mañana. Es horrible cuandose piensa en cosas como estas, espantoso. ¿Cómo harán ellas para eltrabajo, cómo harán para conseguir el alimento? ¿Qué va a pasar cuandoya no haya más hombres en casa?

En las escuelas sucede lo mismo: los profesores debieron irse,movilizados. Quedan algunos, ya por ser de edad avanzada, ya por estar enfermos. En las parroquias, también los vicarios son movilizados; noquedan más que uno o dos sacerdotes donde antes había cinco o seis.

Y luego, rápidamente, empezaron los combates, la invasión, lasmuertes, los prisioneros, etc., las noticias del frente: tantos muertos,muchos prisioneros. Mucha gente del Norte fue apresada en Bélgica.

Mi padre, sin embargo, no se fue enseguida; no podía ser movilizadoporque tenía seis hijos. Por eso se quedó. Pero quiso ayudar a losprisioneros ingleses y franceses a huir de las líneas enemigas, de lascárceles, del campo donde se encontraban encerrados, para que pudiesenvolver a sus hogares. A partir de enero de 1915 se dio cuenta de que erabuscado por los alemanes y de que ciertamente sería fusilado si locapturaban. Así pues, debió huir. Dando un rodeo por Bélgica, Holanda eInglaterra, pudo llegar a la zona no ocupada de Francia, para evitar que lapolicía alemana lo abatiese.

Papá se había ido, mientras que nosotros permanecíamos ahí durante laguerra, cuatro años de ocupación. Los alemanes vinieron a ocupar la ciudad

dos meses más tarde. Vimos a húsares, lanceros, todavía a caballo en esemomento, desfilar por las calles, con casco, lanzas de tres metros de largo.Ocupaban la ciudad, movilizada esta vez por los alemanes; había quealbergar a los militares y hacerse cargo de ellos. Todos los que erancapaces, incluso los jóvenes y las mujeres de edad, eran movilizadas ydebían trabajar para el ejército alemán.

 Al mediodía la ciudad hacía distribuir sopas populares, e íbamos a tomar una sopa en las salas de la municipalidad, porque poco era lo que seencontraba para comer. Supuestamente, los americanos nos enviabanalimentos: pollos que desde allá llegaban completamente podridos, y harina.

 Aún me pregunto por dónde pasaba esa harina, porque cuando el pan nosllegaba era negro, completamente negro. No se secaba, estaba aún blando

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por dentro, y la miga se desprendía de la corteza, era como masilla; y eraeso lo que teníamos que comer. Probablemente era, no sé, harina de trigonegro o harina de papa, de legumbres. Era un pan… Se compraba eso enla panadería. ¡Qué le vamos a hacer, algo había que comer!

Reinaba verdaderamente la privación y la miseria, una gran miseria; yluego vinieron las requisas. Los alemanes descubrieron reservas de lana enla fábrica, ocultas en los sótanos, detrás de falsos muros para evitar que selas llevaran. Perforaron sistemáticamente todos los muros de todas lasfábricas, en todos los sótanos, cada tres o cuatro metros, para ver si noquedaban otros escondrijos con reservas de lana, etc. Descubrieronalgunas en nuestra casa, y mi madre fue encarcelada durante variassemanas. Yo no me acuerdo si fueron varias semanas o varios meses, peroen fin, fue encarcelada por esto.

Mi madre dejaba a sus hijos solos en manos de las criadas, que eran

muy buenas; pero, en fin, todo eso le provocaba muchas emociones. Fueentonces cuando contrajo una descalcificación de la columna vertebral, desuerte que al fin de la guerra debió ser enyesada. Durante años, aún la veo,debió quedarse acostada en el comedor de la casa, como consecuencia delos sufrimientos de la guerra, como resultado de las privaciones de laguerra.

Esta guerra causó verdaderamente sufrimientos penosos. Nosotros, queéramos niños, no nos dábamos tanta cuenta de lo que ocurría, menos quelos mayores ciertamente, pero a pesar de todo había cosas que no podíanpasar desapercibidas, porque estábamos muy cerca de la línea del frente, alsur de Bélgica, por el lado de Ypres y del famoso Monte Kemmel, dondehubo batallas terribles, Por la tarde y por la noche se veía el horizontecompletamente iluminado por los obuses que estallaban en gran número ysin cesar. Escuchábamos el redoble y retumbar de los obuses. A lo largo dela línea del frente, el cielo ardía. Era espantoso. Y por la mañana veíamosllegar al hospital, enfrente de nuestra casa, a todo el cortejo de heridos, por centenares, -sin contar los muertos-, tanto del bando aliado, del bandofrancés, como del bando alemán. Estábamos del lado ocupado por losalemanes; por eso veíamos sobre todo, a sus heridos, a todos esos pobresheridos…

Ya lo ven ustedes, esto dejó huella en nuestra infancia. Aunque setengan sólo nueve, diez u once años, las imágenes quedan grabadas en lamemoria… La guerra es realmente algo espantoso, y todas lasconsecuencias de esta guerra, todos los sufrimientos, las emocionescontinuas…

Un día, los alemanes anuncian una movilización de todos los que aúngozaban de salud, para ir a trabajar en los centros especiales paraseleccionar municiones, pedazos de cobre y otras cosas por el estilo,porque empezaba a escasear el cobre para los obuses, etc. Necesitaban

personal. Por eso ordenaron a toda la gente de todas las casas que sepusieran en la acera, listas para partir. Toda la gente mayor de dieciséis o

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diecisiete años (¡fíjense, diecisiete años!), toda la gente que aún gozaba desalud, debía estar preparada con su equipaje, sobre la acera, y losalemanes pasarían y tomaría a una u otra. No se sabía de antemanoquiénes partirían y quiénes no. Por eso debían estar todos afuera, meacuerdo muy bien. Nosotros éramos niños, por eso no nos tomaron, y

nuestras criadas tenían demasiada edad para partir. Pero, en fin, asistimosa este desfile que esperaban sobre la acera. Los alemanes pasaban concamiones, hacían subir a ellos a las personas requisadas y se las llevabansin que supieran qué iba a ser de ellas.

Evidentemente, todo eso provocó inquietudes, dolores, separaciones;era algo horroroso. Uno no se imagina lo que es, lo que puede ser la guerra.La crueldad, la brutalidad, las heridas, las separaciones, los sufrimientosmorales, todo eso es verdaderamente duro, muy duro. Eso dejó huella ennosotros, los hermanos mayores. Joseph no tenía más que un año, no sedaba cuenta; pero a nosotros cinco estos acontecimientos nos hicieron

mella, y pienso que, en parte al menos, les debemos nuestra vocación.Porque vimos que la vida humana era poco cosa, y que, a decir verdad,había que saber sufrir. Notemos también que en todo ese tiempo la piedadera grande. Cada tarde se rezaba el rosario y la iglesia se llenaba, sobretodo de mujeres, pero también de buen número de hombres de edad, los jóvenes ya no estaban. Cada tarde, pues, rezo del rosario, la última decenacon los brazos en cruz, y exposición del Santísimo Sacramento. Toda laparroquia llenaba la vasta iglesia. Se rezaba por todos los que habíanpartido, por los prisioneros, por los que se encontraban en el frente. Habíaun fervor evidentemente muy grande en ese momento. Todo esto, comoustedes ven, creaba una atmósfera particular.

Mi hermano René era el mayor de todos, cumplió los 15 años en 1918.Temíamos que los alemanes acabasen por requisar a todos los que erancapaces de trabajar un poco, fuese cual fuese su edad. Era posible evitar esto gracias a los trenes de la Cruz Roja que pasaban por Suiza, y queconducían a los jóvenes, hasta la edad de 15 años, a la zona libre deFrancia, si tenían allí familiares que pudiesen recibirlos. Sólo el Norte y elEste de Francia estaban ocupados.

Como mi padre se había ido y estaba en Versalles, mi hermano René

atravesó Suiza y se reunió con él. Y allí continuó sus estudios.

La vocación

Y así es como la Providencia condujo, diría yo, mi propia existencia, y lade mi hermano, a causa de la guerra. Si no se hubiese producido la guerra,es evidente que jamás habría ido a hacer sus estudios a Versalles, y que dehaber tenido una vocación misionera, habría entrado directamente en losPadres del Espíritu Santo o en los Padres Blancos. Pero, encontrándose enVersalles, preguntó a mi padre si podía ir al seminario de Grandchamp paracursar su filosofía y terminar sus estudios. Allí lo aceptaron, no porque hayadeclarado enseguida que tenía vocación (no se fue al seminario mayor por 

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eso), sino porque en ese momento se abría fácilmente las puertas sobretodo a los que venían de las regiones ocupadas.

 Así, pues, terminó sus estudios en el seminario de Grandchamp enVersalles, y su profesor de filosofía era, ni más ni menos, el Padre Colin. El

Padre Colin, autor de un libro de filosofía, era muy romano, muy apegado aRoma, y al Seminario Francés donde había hecho sus estudios. Cuando mipadre le hubo dicho que su hijo tal vez tenía vocación, se tomó la decisión,en conformidad con René, de que iría a hacer sus estudios a Roma, alSeminario francés, puesto que la zona de Lille estaba aún cerrada. Partióen 1919.

Vean cómo la providencia conduce las cosas. Cuando la guerra acabó,pudimos reunirnos de nuevo, reagruparnos. En 1919 nos encontramos denuevo en nuestra casa de familia, con mi padre. Mi hermano René, ya en elseminario, volvía para vacaciones.

Finalmente, en 1923, cuando yo mismo dije a mis padres que «querríaser sacerdote», mi idea era ser sacerdote en la diócesis, sacerdote, vicario,párroco… en un pueblito. En ese entonces pensaba en ir al seminario de ladiócesis de Lille; no me veía para nada en Roma, no era yo un granintelectual, y había que hacer los estudios en latín… Ir allí, seguir las clasesen la Universidad gregoriana, rendir exámenes difíciles… «No, yo quiero permanecer en la diócesis; no vale la pena que vaya allá.» Mi padre medijo: «De ninguna manera, tú te reunirás con tu hermano. Tu hermano estáen Roma, tú también irás a Roma, porque la diócesis… » Él ya desconfiabaun poco del ambiente progresista del seminario, y de la reputación de quieniba a llegar a ser el Cardenal Liénart 2

Mi padre no era progresista en absoluto, por eso dijo: «No, no, Romaserá mejor».

Insistió tanto que me fui también yo al Seminario francés, en 1923. Yaven cómo la Providencia conduce las cosas. Si no hubiese venido la guerra,mi hermano habría ido a una Congregación misionera, y yo mismo habríaentrado en la diócesis de Lille, en el seminario de Lille y no habría ido aRoma. Eso habría cambiado completamente mi existencia.

*

2 Aquiles Liénart, nacido en 1884, en Lille, había sido profesor del seminario mayor de Saint-Saulve de

1910 a 1919. A esta fecha, fue nombrado cura decano de Saint-Chistophe en Turcoing. Consagradoobispo de Lille en 1928 y hecho cardenal en 1930 será hasta el Concilio Vaticano II, una de las figuras de

vanguardia del progresismo francés. (Nota DEL EDITOR )

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Capítulo 2

Hacia el sacerdocio***

P ARTÍ, pues a Roma, al Seminario francés, y cada día doy gracias a Diosde que mi padre haya tenido esta voluntad y no haya seguido mis deseos.Eso fue para mí una revelación: El Padre Le Floch y los profesoresenseñaban cómo había que ver los acontecimientos de la historia actual;cómo habría que descubrir los errores, el liberalismo, el modernismo y otrostantos de que no estábamos muy enterados; cómo habría que buscar laverdad en las encíclicas de los papa, y particularmente en las encíclicas deSan Pío X, de León XIII y de todos los papas que los precedieron.

Esto es lo que estudiamos en el seminario. Para mi fue una revelacióntotal. Comenzó entonces, por decirlo así, a nacer suavemente en nosotros,en todos esos seminaristas (éramos doscientos veinte), un gran deseo deconformar nuestro juicio al de los papas. Nos preguntábamos: ¿cómo lospapas juzgaron los acontecimientos, las ideas, los hombres, las cosas de sutiempo, de su época? Y el Padre Le Floch nos mostraba bien cuáles habíansido las ideas directivas de esos diferentes papas, siempre las mismas entodas sus encíclicas. Eso nos iluminó verdaderamente, nos mostró cómohabía que juzgar la historia, cómo había que juzgar los acontecimientos,dónde estaban los errores, dónde estaba la verdad, cómo había quepensar… Fue para nosotros, sin lugar a dudas, una revelación, y eso hizoque se nos quedase grabada. Quedamos apegados a todas esasmagníficas encíclicas de los papas, que nos muestran lo que es malo en elmundo actual, las raíces del mal, las raíces de los errores, y que nos dicendónde está la verdad.

Como ustedes ven, esto fue una primera etapa en mi vida, que muestrabien cómo Dios me guía por medio de pequeños acontecimientos. Por 

ejemplo el hecho de que mi hermano hizo sus estudios con el Padre Colin,que era devotísimo de Roma, y que aconsejó a mi padre que enviara a mihermano a Roma. Si mi hermano no hubiese estado donde estaba esefamoso Padre Colina no nos habríamos orientado hacia Roma, y yo mehabía quedado en la diócesis. ¡Es increíble cómo la Providencia conducelas cosas!, ¿no es cierto?

 Así, pues, a pesar de mis aprensiones, fui conducido al Seminariofrancés, junto a mi hermano. Este seminario, confiado a la Congregación delos Padres del Espíritu Santo, se encontraba bajo la dirección delReverendo Padre Le Floch.

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Como ya les he dicho, para mí el Seminario francés fue una verdaderarevelación y una luz para toda mi vida sacerdotal y episcopal : ver losacontecimientos en el espíritu de los Sumos Pontífices que se sucedierondurante casi un siglo y medio, más particularmente los acontecimientosdesde la Revolución francesa y todos los errores que nacieron de todas

esas corrientes de ideas contrarias a la doctrina de la Iglesia. Los papas losdenunciaron, los papas los condenaron y por consiguiente también nosotrosdebíamos condenarlos.

Pero como suele suceder en esos casos, los defensores de la Iglesia,los defensores de la Verdad, los defensores de la Tradición de la Iglesia,atraen la ira contra sí. Atraen la ira de todos los que estiman que hay quehacer componendas con el mundo, que hay que adaptarse a su tiempo, queno hay que condenar los errores: «proclamemos la verdad, pero nocondenemos los errores», es un tipo de gente de doble cara. Es gentepeligrosa, que se llama católica, pero que al mismo tiempo pacta con los

enemigos de la Iglesia. Esa gente no puede soportar la Verdad integra yfirme. No puede soportar la Verdad, la Verdad íntegra y firme. No puedesoportar que se combatan los errores, que se combata al mundo y aSatanás, y a los enemigos de la Iglesia, y que siempre se esté en estado decruzada. Estamos en una cruzada, en un combate continuo. TambiénNuestro Señor proclamó la Verdad. ¡Pues bien! Le dieron muerte. Le dieronmuerte porque proclamaba la Verdad, porque decía que Él era Dios. ¡Sí!, loera. No podía decir que no lo era. Y todos los mártires prefirieron dar susangre y su vida antes que entrar en compromisos con los paganos.

Pasé seis años en Roma (más un año de servicio militar). Precisamentelos tres primeros años (1923-1924, 1924-1925, 1925-1926) tuve comodirector al Padre Le Floch. También estuve muy contento de tener laenseñanza que nos fue impartida por los Jesuitas en la Universidadgregoriana de Roma.

Llamado al servicio militar durante los años 1926 y 1927, tuve la suerte,en cierto modo, de no asistir a esa operación monstruosa que fue ladestitución del querido Padre Le Floch, director del Seminario francés. Meenteré de esto por cartas de mis compañeros, y cuando, en noviembre de1927, regresé del servicio militar para reanudar el seminario, me dieron

detalles, absolutamente escandalosos, de cómo el Padre Le Floch fueliquidado, podemos decir eliminado. ¿Por qué? Porque todos losfrancmasones que ya estaban en el gobierno francés y todos esos liberalesque los rodeaban, temían que los discípulos del Padre Le Floch, lossacerdotes formados por el Padre Le Floch en la Verdad, en el combatecontra el error y contra el mal, contra Satanás, llegasen a ser obispos. En elmundo entero la mayoría de los obispos hicieron estudios en Roma; eso escierto aún ahora, pero era cierto sobre todo entonces. En efecto, podríantemer que entre doscientos veinte seminaristas, de los cuales tal vez cientoochenta llegarían a ser sacerdotes y regresarían a Francia, algunos de ellosfuesen elegidos más tarde como obispos. De hecho fue lo que sucedió:

muchos de mis compañeros llegaron a ser obispos en Francia. Por desgracia, muchos no tuvieron la valentía de mantener la Fe y la enseñanza

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que habían recibido en el Seminario francés. El ambiente del mundo, elmedio del mundo, el medio liberal en que se vive de manera general, escomo un veneno lento pero seguro. Así, pues, me contaron cómo habíanpasado las cosas. Algunos emisarios del gobierno fueron al Vaticano, ydijeron: «No queremos que el Padre Le Floch siga a la cabeza del 

Seminario francés. Es un hombre peligroso, es un… » ¡Oh! Ustedes yaconocen los calificativos que se dan: «integrista, fascista, ultramontano» yotros parecidos. Es fácil encontrar términos despectivos para pintar másnegra la situación. «El Padre Le Floch es de la Acción Francesa, el PadreLe Floch es un discípulo de Marra, el Padre Le Floch es esto y aquello…»

El Papa Pío XI era un hombre dotado de bella inteligencia, una graninteligencia, una gran fe también, y que escribió encíclicas maravillosas,pero que, desgraciadamente, era débil, muy débil, en la práctica de sugobierno, y más bien inclinado a aliarse algún tanto con este mundo.Destituyó no solamente al Padre Le Floch, sino también al Cardenal Billot,

que era un profesor eminente de la Gregoriana, un profesor extraordinario.Sus libros de Teología son magníficos. Lo destituyó por la misma razón,porque el Cardenal Billot era el tipo de hombre recto: no hacía compromisoscon el error, sostenía la verdad firme y la lucha contra los errores, contra elliberalismo, contra el modernismo, como San Pío X. Y por eso el CardenalBillot, convertido en blanco del gobierno francés, fue destituido.

El pobre Papa Pío XI fue quien ocasionó la masacre de los Cristeros enMéxico, por pedido de los obispos americanos. Los católicos mexicanos sedefendían u querían luchar contra el gobierno masónico y anticristiano,anticatólico. Por eso tomaron las armas, como hicieron los Vandeanosdurante la Revolución francesa, para salvar la religión, para salvar la Fecatólica. El Papa los alentó al comienzo, mas luego el gobierno americanofrancmasón que sostenía a México –siempre la Francmasonería- insistió alos obispos americanos para que cesara este combate. ¡Oh! ¡Habría unacuerdo con los católicos, no se preocupen! Entonces los obispospresionaron al Papa Pío XI, y el Papa Pío XI ordenó a los Cristeros quedepusieran las armas y fueron todos masacrados. El gobierno los hizomasacrar en masa. Horrible, absolutamente horrible. Fue verdaderamenteuna traición para esa pobre gente.

Lo mismo sucedió a la Acción Francesa. Se empujó al Papa Pío XI acondenar la Acción Francesa, porque la Acción Francesa, aunque no era unmovimiento católico, era un movimiento de reacción contra el desorden quela Francmasonería introducía en el país. La Acción Francesa luchaba por una reacción sana, definitiva, una vuelta al orden, a la disciplina, a la moral,a la moral cristiana. Por eso el gobierno descontento de ver esemovimiento, insistió al Papa Pío XI para que condenase la Acción Francesa.Los que formaban parte de este movimiento eran los mejores católicos, quetrataban de enderezar a Francia. Sin embargo, el Papa Pío XI condenó la Acción Francesa. La mejor prueba de que su juicio no era justo es que,después de su muerte, el Papa Pío XII, su secretario de Estado, convertido

en sucesor suyo, levantó la condenación de la Acción Francesa. Pero ya

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era tarde. El mal ya estaba hecho. La acción Francesa estaba por lossuelos. Es terrible, porque eso tuvo consecuencias enormes.

Con el Padre Le Floch pasó lo mismo: se hizo una investigación para ver si se podían encontrar cosas que reprocharle en la dirección del seminario:

no era difícil, siempre se encontraría algo, y se haría comprender al PadreLe Floch que sería mejor que presentara su dimisión y que se fuese. Lainvestigación la llevó a cabo Dom Schuster, un eminente benedictino3

El resultado de la investigación fue enteramente favorable al Padre LeFloch. Dom Schuster hizo un elogio sin límites de la acción del Padre LeFloch, de la dirección, de su seminario, de la influencia que tenía sobre losseminaristas, de la fe que tenía, y así de todo lo demás…

Los adversarios del Padre Le Floch, furiosos por el resultado de estainvestigación, consiguieron convencer al Papa para que mandara hacer una

contra-investigación, y nombrara a alguien que se encargaseverdaderamente de decir algo que pudiese motivar la expulsión del PadreLe Floch. De este modo se acabó por encontrar a un profesor y a uno o dosalumnos del seminario que hicieron algunas observaciones: es demasiadode derecha, demasiado maurrasiano, demasiado antiliberal, demasiado…etc. Eso bastó. Fue condenado y obligado a dejar el seminario. Esabsolutamente odioso.

 Ahora bien, actualmente sufrimos el mismo combate. ¿Por qué somosperseguidos? ¿Por qué soy yo perseguido hoy? ¿Por qué lo son ustedes, losomos todos en la Tradición? Porque afirmamos la Verdad y condenamoslos errores, condenamos el liberalismo, condenamos el modernismo. Eso esinadmisible para la Iglesia conciliar. El Concilio cambió todo eso, ahora hayque estar bien con los liberales, con los modernistas, con los francmasones,con los comunistas, con todo el mundo. Se hace ecumenismo con todo elmundo. ¡Ustedes están en contra, por consiguiente están contra el Concilio,y por lo tanto contra el Papa! ¡Condenados pues!... ¡Que se los condene! Yalo ven ustedes, es lo mismo, los mismos motivos, el mismo combate.

Una vez más, eso fue providencial en mi existencia. Para mí fue unalección práctica considerable, porque ahí vi la malicia y la perversidad de

estos enemigos de la Verdad. Desde entonces, y sobre todo más tarde,cuando ya era obispo, siempre desconfié de toda esa gente que siempretrata de comprometer a la Iglesia, de comprometer al clero, de comprometer a los obispos con los errores modernos, con el mundo moderno. Eso meenseñó a ser vigilante cuando recibía a los sacerdotes, o cuando visitabalas diócesis y escuchaba informes de esto o aquello. Enseguida pensaba:¡ah!, tal vez se oponen unos a otros porque están los liberales y losconservadores, los tradicionalistas. Siempre… Se encuentra esto más omenos en todas partes.

3 Dom Ildefonso Schuster, abad del monasterio benedictino de San Pablo Extramuros, en Roma, había

sido nombrado visitador apostólico de los seminarios de la provincia eclesiástica de Lombardía (1926-1928). Se le encargó, además,una Visita apostólica al Seminario Francés de Roma. En 1929 será

nombrado Arzobispo de Milán y Cardenal. Fue beatificado en 1996. (NOTA DEL EDITOR).

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 Así, pues, el pobre Padre Le Floch se fue, y cuando volví en 1927habían nombrado director al Padre Berthet. Él sí que era un hombre dedoble cara, de apariencia tradicional, pero al mismo tiempo muyacomodaticio… Ya no hablaba de condenación, de lucha, de combate

contra los errores. Dejemos eso, seamos prudentes. Por este motivo losúltimos años fueron un poco penosos en el seminario. Además, hubo uncierto número de seminaristas que no supieron soportar esta condenacióndel Padre Le Floch y dejaron el seminario en ese momento.

Fui ordenado sacerdote en 1929 el Lille por Monseñor Liénart, pero eracostumbre hacer aún otro año de estudios como sacerdote en el seminario.Ya disponible en 1930, regresé a mi diócesis de Lille.

Mi hermano, después de entrar en 1924 en los Padres del EspírituSanto, había terminado sus estudios con ellos y había sido enviado al

Gabón en el mismo año de su ordenación, en 1927. Por lo que a mí serefiere, el Cardenal Liénart me nombró vicario en una pequeña ciudadbastante importante de las afueras de Lille, Marais de Lomme. Contaba conunos diez mil habitantes, casi todos obreros. Era una ciudad obrera. Esosobreros iban a trabajar en las fábricas de los alrededores, por supuesto queno había ni una sola en el territorio de la parroquia. Las calles eran largas, ytodas las casas estaban construidas según el mismo modelo. Mucha genteprocedía de la región de Boulogne, donde había bastante desempleo, yhabían migrado hacia el Norte para encontrar trabajo.

Había que conocer a toda esa gente. Había que visitarlos. Aún no sehabían puesto en contacto con la parroquia. Pero había un grupo, una vidaparroquial muy fervorosa y constante. Por desgracia, entre los diez milhabitantes, bastante pocos eran los que practicaban. Sin embargo, tal vezllegaban a dos mil los que asistían a Misa los domingos, contando a losniños.

Primer nombramiento: Vicario

 Así, pues, yo había recibido mi nombramiento, el párroco estaba

avisado. Ya tenía él un vicario. Me puse en contacto con él para decirle:

— Bueno, aquí me tiene. ¿Qué quiere usted hacer conmigo?

Yo era segundo vicario, y él tuvo una pequeña reflexión, bastantegraciosa. Me dijo amablemente, bromeando un poco, pero me dijo en fin:

— ¡Oh!, mire usted, yo no pedí un segundo vicario, no lo necesitaba. Me parecía bastante con uno.

— ¡Ah, bueno! 

Y prosiguió:

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— Para una parroquia como la nuestra no veía la necesidad de tener unsegundo vicario.

Yo repliqué:

— ¡Intentaré trabajar a pesar de todo! 

Él dijo entonces:

— Pero sea usted bienvenido, desde luego, está usted en su casa, etc.Vamos a darle una habitación…

Dos de sus sobrinas se encargaban de la casa parroquial, de la cocina,de la ropa, etc. Eran muy buenas personas. Y yo conocía ya al vicario, queera un antiguo alumno del Sagrado Corazón, en Tourcoing. Por lo tanto, ya

tenía algunos conocidos allí, pero evidentemente no conocía en absoluto laparroquia ni a toda la gente. Todo es era algo nuevo para mí. Pero confiesoque me apegué al ministerio de esas visitas, a esa gente. OH, como esevidente, había gente de todas clases…

Nos dividimos la parroquia por barrios. Tal barrio le toca al párroco, talbarrio al primer vicario, tal barrio al segundo vicario. Luego hubo que visitar a toda esa gente. Generalmente nos recibían bien, amablemente. Peroalgunas veces había comunistas que nos cerraban la puerta en la nariz…Entonces íbamos a ver a la vecina y le preguntábamos: 

— ¿Qué le pasa a este hombre? ¿Quién es? ¿Por qué se porta tan mal con nosotros?

Ella nos decía:

—Mire usted, es un comunista rabioso, por eso no ha querido recibirlo.Pero no es mala persona. Intentaré hablarle, trataré de arreglar las cosas y acabará por recibirlo.

Y finalmente, de hecho, cuando pasábamos por segunda vez, nos abría

la puerta a pesar de todo.Tratábamos de conocer cuál era la situación de la gente, y muy

frecuentemente, por desgracia, había gente divorciada, gente que vivía juntada sin estar casada. Sus hijos no iban al catecismo, etc. Teníamos,pues, que tratar de llevar todo este mundo a la parroquia. Evidentemente noera siempre fácil. Sin embargo, había resultados, porque el fondo de lagente no era malo, pero había que darle la oportunidad de conocer un pocomás la parroquia y los sacerdotes. Cuando se habían puesto en contactocon el sacerdote, las cosas iban mejor. Así conseguimos regularizar bastantes situaciones.

También teníamos que encargarnos de la visita a los enfermos, visitasregulares que eran interesantes; y de las confesiones, las predicaciones, el

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catecismo, el patronato de los niños, de los jóvenes, y otras cosas… Nofaltaba trabajo, y el contacto con una población sencilla, una poblaciónobrera no eran siempre gente culta, pero sí gente buena me resultabasimpático.

Pero allí la Providencia… La Providencia no quería que me quedara allí…

*

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Capítulo 3

Pronto religioso,

misionero

PROSÍGO, la historia… Yo era, pues, vicario en esta parroquia de lasafueras de Lille, en Marais de Lomme junto a un párroco y un primer vicario.En el transcurso de ese año que pasé allí, en 1930 – 1931, recibía cartasfrecuentes de mi hermano que era ya misionero en Gabón, en las que medescribía su trabajo y el trabajo de sus compañeros. Estaban agobiados detrabajo, no había bastantes misioneros. Por eso me insistía: « ¿Por qué novienes? Después de todo, ya hay bastantes sacerdotes en la diócesis deLille.» Esta frase correspondía un poco, evidentemente, a lo que me dijo elpárroco a mi llegada. Me había dicho: «Mire usted, lo recibo amablemente,hasta con gusto, pero no tenía necesidad de un segundo vicario.»

 A pesar de estas insistencias de mi hermano, no me sentía atraído por las misiones. No sé por qué… No, yo no estaba hecho para ser misionero, alo lejos; eso no me atraía. Habría preferido, como les decía, ser párroco ovicario en un pueblo, y conocer toda la gente, y hacerles bien. Pero recorrer la selva, vivir en medio de indígenas, aprender nuevas lenguas, endefinitiva, estar en un mundo completamente extraño y diferente al mío, medaba la impresión de que todo eso me superaba, no era para mí. No mesentía atraído en absoluto, pero a fuerzas de escuchar los llamados de mihermano… tuve una vocación misionera de razón. Pensé: «Bueno, puestoque aquí no soy absolutamente indispensable, y si realmente allí faltagente, ¿por qué no ir?»

Por eso, a finales del año, escribí al cardenal Liénart y luego a laCongregación de los Padres del Espíritu Santo diciendo que si el Cardenalme autorizaba a dejar la diócesis, entraría de buena gana en laCongregación de los Padres del Espíritu Santo para ser misionero. ElCardenal me contestó favorablemente y me dijo « ¡Oh! claro que siemprenos pesa ver partir a uno de nuestros sacerdotes, pero en fin, si verdaderamente usted piensa ser útil en las misiones, no podemos negarleeste pedido.»

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En el noviciado

Los Padres del Espíritu Santo, desde luego, estaban contentos de recibir a un sacerdote secular, porque no tenían que ocuparse de él para suformación. Yo había sido su alumno en el Seminario francés, es cierto, pero

no en beneficio suyo, sino de la diócesis de Lille. No habían contribuido demanera positiva a mi formación. Por eso, ciertamente, se pusieroncontentos de recibirme.

 Así pues entre en el noviciado de Orly, cerca del actual aeropuerto. Allílos Padres del Espíritu Santo tenían una propiedad para el noviciado.Éramos tres sacerdotes, todos antiguos alumnos del Seminario francés.Uno de ellos era el Padre Laurent. Habíamos sido amigos en el seminario,sin imaginarnos que la Providencia nos conduciría un día al noviciado. ¡Otravez la Providencia! Allí reanudamos una amistad aún más profunda, porquelos dos llegamos a ser Padres del Espíritu Santo. El otro era el Padre Wolf,que más tarde fue obispo de Madagascar, en la diócesis de Diego Suárez.Por lo tanto, éramos tres sacerdotes, y alrededor de ochenta novicios,solamente por lo que se refiere a Francia. Es mucho. Cuando se piensa encifras como estas, uno se pregunta si es posible, pues ahora ya no quedanada.

El maestro de novicios era el Padre Faure, y el confesor era el PadreDesmats: ambos muy buenos Padres del Espíritu Santo. Pasamos un añode noviciado, un año frío, ¡Dios mío, Dios mío! ¡Será posible hacer sufrir asía los novicios, increíble! Yo no sé si fue un año excepcionalmente frío,

pienso que sí. En todo caso, no teníamos calefacción en nuestrashabitaciones, sólo tenía calefacción la sala de comunidad, y no teníamosagua corriente es ese tiempo. Íbamos a buscar el agua en palanganas,había una canilla al fondo del pasillo. ¡El agua se congelaba en lapalangana! Por la mañana había que romper el hielo para poder lavarse unpoco… Nos poníamos cuatro, o cinco, o seis frazadas, que hacían pesopero no calentaban. Siempre se tenía el mismo frío. ¡OH, era algoespantoso! ¡No sé cómo no me morí de frío!

Y por añadidura, nos hacían leer el libro del Padre Rodríguez, un jesuita,en cuatro volúmenes: Ejercicio de perfección cristiana. ¡Debíamos leer a

Rodríguez unos detrás de otros, en el claustro, afuera! ¡Con el frío quehacía! Ya no sentíamos los dedos que llevaban el libro, y estábamos así,unos detrás de otros, para leer. ¡Ah, eso era el noviciado!

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Profesión y primer nombramiento

Finalmente, acabado el noviciado, hice profesión el 8 de septiembre de1932, en la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen. Luego fuinombrado a Gabón. Habría podido ser nombrado en otra parte, pero

evidentemente, como mi hermano era el que me había atraído… Monseñor Tardy, el obispo de Gabón, había venido ya a verme al noviciado y mehabía dicho:

— Usted se viene con nosotros, ¿sabe?

Yo le contesté:

— No sé nada, eso depende del Superior General.

— Sí, sí, sí, estoy seguro, estoy seguro… ¡Y usted no debe negarse aello! Su hermano está allí, debe seguir a su hermano.

Repliqué:

— Si el Superior General da su aprobación, me voy con Ustedes.

Entonces él añadió:

— Y como usted hizo sus estudios en Roma, será profesor en el seminario.

¡Oh!... ¡Esa sí que no me la esperaba!... Era lo que más me asustaba.¡OH, no, no era posible! Me gustaba mucho la pastoral, me gustaba muchoel ministerio, me sentía hecho para eso. Pero profesor, ¡ah, no, eso sí queno!, ¡profesor en el seminario, no!

Le dije:

— Mire usted, no soy más capaz que los demás. No crea que porque fui a Roma voy a ser mejor profesor 

Pero él insistió:

— ¡Ah! ¡Claro que sí! ¡Sí, sí! 

En Gabón: profesor y director 

   Así, pues, el Superior General me nombró en Gabón, adonde partí elmes de octubre. Como en ese momento no había aviones, viajé por barco,que tardaba quince días en llegar a Gabón. Me despedí de mis padres y mefui en octubre de l932. Ya no volvería a ver a mi madre, puesto que murióen 1938. No pude volver a verla, porque estaba todavía allá lejos.

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Fui nombrado en el seminario, cuyo director era el Padre Fauret.4 Dosaños más tarde, cuando el Padre Fauret fue designado como obispo deLoango, en Congo Medio, Monseñor Tardy me nombró director a mí. Tuvecomo ayudante al Padre Berger, que desgraciadamente ya murió. Así,pues, tuve que hacerme cargo de todos esos jóvenes seminaristas, y no era

poco trabajo asegurar todas las clases, porque junto a unos quinceseminaristas mayores, había también una quincena de seminaristasmenores. ¿Cómo programar todas esas clases? Para reducir el número dehoras de clase procedimos por ciclos, año por año, a fin de tener todos losseminaristas a la vez. Entre estos había algunos que hoy son obispos deGabón.

Uno es Monseñor Ndong, que era mi alumno y que se convirtió enobispo de Oyem, en Gabón. Otro es Monseñor Felicien Makouaka, que esahora obispo de Franceville, en el interior de Gabón5. Un tercero esMonseñor Cyriaque Obamba, que aún hoy es obispo de Mouila, y que

también fue mi alumno en Gabón6. En cambio, el arzobispo actual deLibreville, Monseñor Anguila, no fue alumno mío. Muchos sacerdotes queaún viven fueron también mis alumnos. Entre los seminaristas menores,varios dejaron el seminario, y ahora tienen más de sesenta años, sesenta ycinco, setenta. Algunos me conocieron bien, y eso gracias a Dios, facilitó laimplantación del Padre Groche en Gabón. Es muy cierto que si mi hermanoy yo no hubiésemos sido misioneros allí, nunca habríamos podidoimplantarnos: los obispos habrían hecho presión de tal manera que elgobierno nos habría prohibido hacer una fundación. Mientras que ahora,como esos obispos habían sido mis alumnos, les era difícil expulsarme yhacer en serio la guerra contra mí. Así, pues, fue ciertamente una graciaparticular de Dios que la Fraternidad San Pío X haya podido implantarse enGabón. Para mí es un gran consuelo pensar que ahora la llama vuelve aencenderse allí, en Gabón, gracias al Padre Groche, y a los padres queestán con él, que resucitan la Tradición, lo que nosotros dimos a esosobispos. Lo que yo hice por ellos, lo seguimos haciendo ahora, lo siguehaciendo el Padre Groche.

La enfermedad, y luego la misión de N’djolé

Estuve, pues, seis años en el seminario: dos años como profesor, ycuatro como director. El trabajo era muy duro y el clima terrible. Muchos jóvenes misioneros enviados a este país morían al cabo de dos años o tresaños. Cuando íbamos al cementerio, veíamos las tumbas de nuestrosmisioneros: fallecido a los veintiséis años, fallecido a los veintisiete, fallecidoa los veintiocho. El clima era difícilmente soportable. En ese momento nosdefendíamos mal contra todos los insectos y todas las enfermedades quehabía allí: el paludismo, la filaria, la amebiasis, los gusanos intestinales, la

4 El Padre Juan Baurista Fauret fue nombrado Superior de la misión Saint – François – Xavier deLambéréné. Será Vicario apostólico de Loango el 13 de febrero de 1947.

5 Monseñor Makouaka es ahora obispo emérito de Franceville. Monseñor Modibo-Nzockena lo sucedióen noviembre ve 1996. (NOTA DEL EDITOR)6 Monseñor Obamba falleció el 7 de julio de 1996. (NOTA DEL EDITOR)

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mosca tsé-tsé (la mosca del sueño); era espantoso. También estaba labiliosa hemática, es decir, hemorragias internas en un hígado que trabajabamal a causa de los alimentos y del calor. La biliosa hemática era muy grave,mortal. Mi hermano estuvo muy enfermo al cabo de su segundo año. Y yo,al cabo de mi sexto año, estaba prácticamente medio muerto, y no podía

continuar el trabajo; ya no tenía fuerza, y me encontraba completamenteextenuado.

 Ahora bien, en ese momento, en principio, no se debía regresar aFrancia sino cada diez años. Se me concedió poder volver en 1939. Perodejé el seminario antes, en 1938, y durante un año estuve en una misión enel interior.

 Allí me encontraba más a mi gusto, pero debía aprender el idioma, Eramuy feliz en esta misión de N’djolé, como vicario del Padre Ndong, el futuroMonseñor Ndong. Nos llevamos y nos entendimos muy bien. Cantábamos

con religiosas de Castres, de la Congregación de la InmaculadaConcepción, que estaban allí como misioneras. En todas nuestras misioneshabía siempre una escuela… En N’djolé teníamos ochenta niños y sesentao setenta niñas. Las hermanas se encargaban de las niñas, internas todasellas, y nosotros, los Padres, nos encargábamos de la escuela de los niños.También hacíamos, claro está, las giras por la selva.

La guerra de 1939 — Movilización

Regresé a Europa en 1939 en el momento en que comenzaba la guerra.La guerra nos sorprendió cuando estábamos frente a Guinea inglesa, enFreetown. El comandante nos avisó de ello al Padre Viril y a mí, que éramoscompañeros de infancia. Nos dijo: «Creo que esto es la guerra.» Y, enefecto, se declaró la guerra. Regresamos entonces al puerto Freetown paracamuflar todo el barco, para que no hubiese luz, y así no viniesen lossubmarinos a torpedearlo. Comenzamos el regreso a Europa. En Dakar esperamos algún tiempo, y desde allí fuimos conducidos en convoy. Dos otres barcos militares acompañaban a cinco o seis barcos de pasajeros paraprotegerlos eventualmente contra los ataques de los submarinos. Algunos

barcos de pasajeros habían sido hundidos ya frente a las costas deMauritania, después de la declaración de la guerra.

Llegamos sin tropiezo a Burdeos, pero como era la guerra, fuimosmovilizados. ¡Al cabo de un mes debía yo marchar de nuevo a África comosoldado! Tuve justo el tiempo de ver a mi padre algunos días, y luego a mishermanos y hermanas que estaban allí

Vuelta a África — Desmovilización

Y tuve que volver a Burdeos y embarcarme de nuevo en un barcoacompañado por barcos militares, hasta Dakar. Después el barco siguióhasta Libreville. Allí fui desmovilizado.

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Misión en Donguila

Fui nombrado en Donguila, en una misión de la selva, por Monseñor Tardy. Y allí, como a pesar de todo era la guerra, fui movilizado de nuevo,enviado al Chad, etc. ¡Viajes inútiles! Luego nos hicieron volver a Gabón.

Tuvimos mucho que sufrir, porque las tropas del General de Gaulle, asistidopor los ingleses invadieron Gabón, lo cual trajo a Gabón a muchospresidiarios y comunistas. Era lamentable; eso daba muy mal ejemplo a losindígenas, que veían a los franceses pelearse entre sí. Sí, era lamentable.Incluso se llegó a encerrar a Monseñor Tardy en un barco enviado por elGeneral De Gaulle. Encerrado a bordo durante algún tiempo. Fue precisoentrar en negociaciones para liberarlo, etc. Sucesos increíbles, queevidentemente escandalizaron a esos pobres negros. No fue una actitudejemplar y eso no facilitó nuestro ministerio.

Otras misiones

Fui nombrado en varias misiones: en Libreville durante algún tiempo,luego en Donguila, luego Monseñor Tardy me nombró en Lambaréné,donde estaba ese famoso doctor Schweitzer, del cual tanto se habló. Era ungran músico, un gran intérprete de Bach, médico, pastor protestante, yhabía sido profesor en la Universidad protestante de Estrasburgo. Estaba,pues, allí, en su hospital, que construía y desarrollaba. Mantenía muybuenas relaciones con la misión católica, razón por la cual tuve ocasión de

encontrarme con él varias veces.

Nuevo nombramiento

Un día estaba haciendo una gira en una pequeña embarcación conalgunos niños — una barquita con motor para visitar las aldeas — cuandoveo llegar una piragua desde bastante lejos. Los niños tienen buena vista,yo no la reconocía, Me dijeron:

— ¡Ah! Padre, es una de las piraguas de la misión. Es una piragua queviene de la misión.

Yo dije:

— ¿De la misión? ¿Para qué? ¿Qué sucede? ¿Qué vienen a hacer?¿Hay novedades?

En efecto, la piragua se dirigía a nosotros. Nos aborda…

— ¡Ah! Padre, llegó una carta urgente para usted, etc.

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¡Ay, ay, ay! Estábamos en 1945, hacia el fin de la guerra; lascomunicaciones se habían establecido de nuevo, y era ese famoso PadreLaurent (el Padre Laurent que estaba conmigo en el noviciado, y que sehabía convertido en Provincial de Francia), que pedía a toda costa aMonseñor Tardy que me soltara para ponerme como Superior del seminario

de filosofía de Mortain. ¡Ay, ay, ay! ¡Oh! ¡Era para llorar!... ¡Ah! Yo ya noquería regresar a Europa: mi madre había muerto, mi padre también en uncampo de concentración, y mis hermanos y hermanas estaban bienestablecidos. Yo quería quedarme allí, en Gabón, definitivamente, sin tener que regresar jamás a Francia. ¡Oh! Les aseguro que eso fue para mí unadura, durísima prueba: « ¡Heme aquí obligado ahora a irme de Gabón!»

Regreso a Europa

Cómo ven, siguen las etapas. La etapa de Gabón se termina: trece añosde misión en Gabón. Desde ahora es una pequeña permanencia en Europa. Así, pues, me fui de Gabón en 1945, al fin de la guerra. Los primerosaviones militares que venían a ponerse de nuevo en contacto con lascolonias, se llevaron en sus primeros viajes a las personas ya de edad, yaenfermas, o que tenían motivos particulares para irse. Las autoridades de laCongregación consiguieron que yo pudiera embarcarme en uno de losprimeros aviones que salían de Libreville rumbo a Francia. Ahora se tardaseis o siete horas para ir hasta Gabón, pero en esa ocasión, incluso enavión, tardamos tres días… Primera etapa hasta Douala; segunda etapa

hasta Kano, al norte de Nigeria; y tercera etapa hasta Argelia, y luego Argelia-París. Los aviones no viajaban de noche, y eran avioncitos quevolaban muy lentamente. Partí con uno de mis compañeros que estaba unpoco enfermo y regresamos a Francia.

Superior del seminario de Mortain

 Allí, evidentemente, me designaron para ser Superior del escolasticadode Mortain, que era un escolasticado de los Padres del Espíritu Santo.Mortain era un hermosísimo edificio, artístico al menos, correspondiente auna antigua abadía del siglo XI, parecida a la de Ruffec, un poco máspequeña, un poco más estrecha, pero muy hermosa también, con bonitoscruceros, totalmente reconstruida por Bellas Artes. Era absolutamentemagnífica, y estaba dotada de un edificio que había sido en otro tiempo elseminario menor de la diócesis, pero luego había quedado sin uso, y habíaservido durante la guerra para recoger a los heridos, a los enfermos. Luegofue devuelto lentamente a la Congregación de los Padres del Espíritu Santo,para convertirse en escolasticado de filosofía.

Contaba entonces con ciento diez alumnos, repartidos en dos años defilosofía: cincuenta y cinco alumnos por año. Lo cual era una cifra enorme,

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magnífica en esos tiempos. Ya nos gustaría ahora tener otro tanto. Había,desde luego, un cuerpo profesoral, profesores de filosofía y de todas lasmaterias accesorias. Yo mismo tenía la dirección y aseguraba, por lastardes, las conferencias espirituales. De estas conferencias salieron losfolletos que hice multicopiar. Pasé allí cos años, totalmente distintos de los

de Gabón, claro está, pero con buenos jóvenes que salían del noviciado,esperando ir al escolasticado de teología que se encontraba en Chevilly-Larue, muy cerca de Paris.

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Capítulo 4

Roma llama, el

Episcopado

AL final del segundo año, en el mes de junio, el director adjunto viene a miencuentro y me dice:

— El superior General está al teléfono y pide por usted.

Escuché entonces a Monseñor Le Hunsec decirme:

— ¡Padre, agárrese bien, usted ha sido… usted ha sido nombradoVicario apostólico de Dakar! 

¡Oh!... Vicario apostólico de Dakar, es decir, prácticamente, Obispo deDakar.

Si me hubiese dicho: “usted ha sido nombrado Vicario apostólico deGabón” — sea como sea, no tenía ningún deseo de ser Vicario apostólico ode ser obispo, verdaderamente no lo busqué—, lo habría comprendido.

De Gabón había salido no hacía mucho tiempo. Después de trece añosde misión, conocía a los Padres, conocía la lengua, conocía bastante gente.Habría estado enseguida en pleno contacto y sin dificultad son lossacerdotes y con toda la comunidad católica de Gabón.

¡En Dakar! Cuando se pasaba por Dakar, sólo se veían musulmanes opoco más o menos, no había muchos Padres, no había muchos centroscatólicos. ¡Ir así a una diócesis, donde no conozco a nadie, ni a los Padresque se encuentran allí, ni a las Congregaciones de religiosas: las Hermanasde Cluny y las Hermanas de la Inmaculada Concepción de Castres! Seríapreciso ponerse al tanto de todo, y encontrarse en pleno medio musulmán,muy mayoritario. De tres millones y medio de habitantes, había tres millonesde musulmanes, alrededor de cincuenta mil católicos, y el resto deanimistas. Pero, en fin, no tuve elección. Monseñor Le Hunsec me dijo: «¡Usted es religioso, ha de obedecer! No tiene elección, no puede responder 

que sí o que no. Ha de responder que sí.» Me dije: « ¿Qué puedo hacer?»

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 Así, pues, fui a Paris a ponerme en contacto con el Superior General, ydecidir quién me consagraría obispo. Para mí eso era todo un cambio. Medaba cuenta de que ser misionero, o incluso ser superior de seminario, estener contactos directos copla población, con los jóvenes, con los fieles.Pero siendo obispo, uno se encuentra en un plan superior, se tiene contacto

sólo con los misioneros, pero no ya contactos directos con la población. Yluego, el solo hecho de ser obispo pone distancias con la gente: « ¿Se dancuenta?... ¡Monseñor, Monseñor!... ¡Van a recibir al obispo!...» ¡Oh!Entonces uno es colocado enseguida como sobre un pedestal, ¿no escierto?, y ya no se tienen más contactos… y al mismo tiempo se tienen, sinlugar a dudas, mayores responsabilidades: el cuidado espiritual de toda unadiócesis no es poca cosa.

 

La Consagración episcopal 

Se pidió al Cardenal Liénart, por ser el obispo de Lille, el obispo que mehabía ordenado sacerdote, sí aceptaría realizar la Consagración. ElCardenal aceptó y se decidió que la Consagración tendría lugar el 18 deseptiembre en mi parroquia natal, en Nuestra Señora de Tourcoing. En eldiscurso de costumbre hice una alusión a la formación que había recibidodel Padre Le Floch en el Seminario francés: cuánto agradecía al Padre LeFloch haberme dado principios sólidos sobre la fe, el haberme apegado aNuestro Señor hasta la muerte, y el haberme hecho comprender los dramasque la Iglesia atravesaba, los errores contra la Verdad, contra Nuestro

Señor. ¡Bueno! Eso no pasó desapercibido. Es verdad que no me hicieronninguna observación en ese momento, pero el Cardenal había estadoescuchando y no pensó en nada mejor que en ir a contarle eso al Nuncio deParís, que era Monseñor Roncáis, el futuro Papa Juan XXIII.

Vicario Apostólico en Dakar 

Me fui, pues —creo que era el mes de octubre—, a Dakar, donde lasautoridades y los Padres me hacen una gran recepción. Y ahí me tienen

encargado de esta diócesis a la que, a fe mía, tenía intención de dedicarmecomo mejor podría, según mis medios. Una de las primeras realizacionesque quise hacer, porque realmente hacía falta, fue la fundación de uncolegio para varones. Había colegios de niñas que funcionaban muy biencon las Hermanas de San José de Cluny y las Hermanas de Castres. Ellastienen cuatro magníficas instituciones en Dakar para las jóvenes. Pero noexistía nada para varones. Por eso las familias vinieron a verme enseguida:

Monseñor, espero que usted hará algo para que podamos tener uncolegio para nuestros hijos. Ya tenemos lo que hace falta para nuestrashijas, pero no tenemos aún lo que hace falta para nuestros hijos.

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En efecto, les dije, es sorprendente que no haya colegio para losvarones.

Por esta razón me puse a buscar algo, y un año más tarde regresaba denuevo a Francia para ir a ver a los Padres Maristas, al Padre Thomas en

particular, Superior de ka Provincia de Francia, que se encontraba en Saint-Brieuc.

Delegado Apostólico

Cuando llegué a la Casa madre, en septiembre de 1948, el Superior General me aguardaba. Baja a la portería:

Venga, Monseñor, venga tengo algo que decirle.

¿Qué sucede?... ¿Qué quieren de mí ahora?

Venga, venga, vamos a un locutorio.

Me dijo:

— ¡Usted no dirá que no! Acaba de ser nombrado Delegado Apostólico por el Papa.

— ¿Qué significa todo ese cuento? Soy Vicario apostólico en Dakar, soy Obispo de la diócesis de Dakar. ¿Delegado Apostólico? ¿A quécorresponde eso?

— Usted estará al cargo, con el Papa, de todas las diócesis de hablafrancesa de África. Será necesario que tome contactos. Por otra parte, esmuy simple, el Papa lo espera el mes de octubre. Usted debe ir a Roma.Será recibido por el Papa, luego irá a los despachos de Roma: allí se le dirálo que debe hacer.

¡Ay Dios mío! No me pueden dejar tranquilo. ¡Partir, recorrer toda África!

¿Y las demás Congregaciones? Los Padres Blancos, Los Padres Jesuitas,los Padres de las Misiones Africanas de Lyon van a tener celos de que seaun Padre del Espíritu Santo, Delegado Apostólico, el que vaya a visitarlos.¡Ah, santo cielo!

— ¡Usted no va a negarse a eso! ¡Es un honor para la Congregación,nunca hemos tenido un Delegado Apostólico! 

Contesté:

— Bueno, acepto, no me queda otra… (¡Oh! Muy lindo todo esto… ¡Dios

mío, Dios mío!.. )

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Entonces me fui a ver al Santo Padre. El Santo Padre me recibió comoun verdadero padre, y enseguida sentí que había una comunión depensamientos una comunión de deseos de extender el Reino de NuestroSeñor y de vivir verdaderamente la vida cristiana y la vida sacerdotal…Verdaderamente, esta visita al Papa Pío XII me conmovió. Conversamos, y

me dijo que confiaba en mí para tratar de desarrollar la evangelización entodo ese territorio africano, que evidentemente no tendría que dirigir, sinosólo visitar.

Debería dar cuenta de lo que viese, de lo que oyese, dar sugerenciaspara el desarrollo de la evangelización, alentar a los obispos, y tambiénconstituir las conferencias episcopales en los diferentes territorios.«Finalmente, añadió, todo eso le será indicado por el Cardenal Prefecto dela Propaganda, a quien, evidentemente, ha de ir a ver; él le dará consignasmuy precisas sobre todo ese tema.» En todo caso, el Papa esperaba que lacolaboración sería muy eficaz, muy buena, muy fructuosa, y estaba

dispuesto también a ayudarme y a recibirme si necesitaba verlo. Luego mebendijo.

Me fui a ver al Cardenal Prefecto de la Propaganda, que me explicóexactamente cuál era la situación. «Mire, tiene que visitar cuarenta y seisdiócesis: ver si es preciso multiplicar o dividir esas diócesis, consagrar nuevos obispos… Cuando un obispo dé su dimisión o muera, usted seencargará de presentar los nombres en Roma para el nombramiento de losobispos, etc. Para eso deberá preparar los respectivos expedientes. Se pondrá en contacto con los Superiores generales de las Congregacionesreligiosas, puesto que esto depende también de las Congregacionesreligiosas, para saber cuáles son los candidatos más aptos para el episcopado, etc., etc., etc., »

¡Dios mío, Dios mío, Dios mío, yo que pensaba quedarme bien tranquiloen la diócesis de Dakar para ocuparme de mi diócesis,,,! «Usted tendrá unauxiliar», me dijeron. En efecto, tuve un auxiliar dos años después, en 1950,Monseñor Guibert, a quien consagré en la catedral de Dakar y que,evidentemente y que evidentemente, me ayudó un poco para la diócesis,porque yo estaba ausente de ella prácticamente siempre. Como ustedespueden comprender, yo tenía que viajar constantemente para ir a visitar las

diócesis, reunir los obispos —cuarenta y seis diócesis, no es poca cosa—,en lugares que estaban lejos: Madagascar, la isla de Reunión. Djibouit,Marruecos, toda el África ecuatorial francesa, toda el África occidentalfrancesa, Camerún. Para todas esas visitas hacían falta varias semanas,como bien pueden imaginar.

Desarrollo de las misiones

Luego, si debía nombrar a un obispo, debía ir a ver al Superior General

de la Congregación, y para eso viajar a Roma, que es donde generalmentese encontraban todos. Había que discutir la cosa, y sobre todo no olvidarse

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de consultar a la Congregación de la Propaganda. Se me pedía tambiénque estableciera la Delegación apostólica, que es algo distinto de ladiócesis: debía estar el Obispado por una parte, y la Delegación apostólicapor otra. También me esforzaba en contestar a los pedidos de los obisposque deseaban tener en su diócesis hermanos dedicados a la enseñanza o

religiosas. Trataba entonces de ponerme en contacto con las Superiorasgenerales de las Congregaciones religiosas, para alentarlas a que enviasenreligiosas al África, a los lugares donde me las habían pedido, y parahacerles las oportunas propuestas. Evidentemente fueron años muy, peromuy cargados… Pero, debo confesarlo, no me esperaba que fuerantambién años muy alentadores, diría incluso entusiasmadotes, porque pudever, en el territorio de todas esas diócesis, el desarrollo de las misionesdesde 1946, entre la guerra y el Concilio, por lo tanto en el espacio de másde diez, casi quince años.

Hubo entonces un desarrollo extraordinario de las misiones.

¡Extraordinario! Se construyeron seminarios, se multiplicaron lossacerdotes. Muchas Congregaciones religiosas vinieron al África y, si teníansacerdotes pudieron enviar misioneros. Se fundaban, se multiplicaban lasmisiones, los conventos, las instituciones de todo tipo. Se encontrabanreligiosas para los dispensarios y los hospitales. Hice venir a las HermanasFranciscanas misioneras de María para que se hicieran cargo de loshospitales. A las Hermanas de Santo Tomás de Villanueva, a las Hermanashospitalarias… Muchas religiosas dedicadas a la enseñanza vinieron al África para ayudar. Fue un desarrollo magnífico, extraordinario. Eraverdaderamente alentador. Fueron grandes años.

Cada año iba a ver al Papa Pío XII, lo cual, evidentemente, me ofrecía laocasión de ponerme en contacto con mucha gente de la Curia Romana. Meveía obligado a consultar, ya a la Congregación de los religiosos, ya a laCongregación de la Propaganda, ya al Santo Oficio, ya a la Secretaría deEstado. Siendo Delegado Apostólico, yo dependía, como los nuncios, de laSecretaría de Estado, para la cual me habían dado un código secreto decorrespondencia. Debía hacer informes, presentar la situación de lasdiócesis, y todo eso me ponía necesariamente en contacto con muchoscardenales, con muchos monsignori…, en fin, con todo ese mundo de laCuria Romana.

Sentía muy bien que había quienes me alentaban, quienes mesostenían, en particular el Papa, felizmente. El Papa me alentaba mucho.Eso fue un apoyo considerable, principal, es evidente. También tenía elapoyo del Cardenal Tardini, de la Secretaría de Estado. Pero había uncierto número, entre los que figuraban Monseñor Montini (el futuro PabloVI), Monseñor Martin, que en ese momento estaba en la Secretaría deEstado, y otros monsignori  de la Propaganda, que estimaban casi yo leshabía quitado supuestamente su hermoso puesto. ¡Delegado Apostólico!¡Era casi ser un nuncio! ¡Y eso sin haber pasado por la jerarquía normal desecretario de nunciatura, de secretario de esto, de secretario de aquello…

sin haber hecho carrera! ¡Usted no pasó por Roma, por la Academia de losnobles que forma a los futuros diplomáticos, a los nuncios!… ¡De golpe

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 Arzobispo de Dakar y luego, pum, Delegado Apostólico! ¡Usted es unintruso! ¡Usted viene a ocupar un puesto que también nosotros habíamospodido tener! Por eso había una especie de desconfianza…

Fin de la Delegación Apostólica, Arzobispo de Dakar 

En 1959 terminaba mi mandato como Delegado Apostólico. El Papa PíoXII había fallecido en 1958; ahora bien, Pío XII fue el Papa que me habíanombrado y, puedo decirlo, sostenido verdaderamente, porque lo vi casicada año. Iba a Roma y tuve ocasión de verlo; era para mí un gran aliento,evidentemente, un gran consuelo; era verdaderamente un hombre de Dios,de la Iglesia.

Cuando era Delegado Apostólico y tenía ocasión de ir a París, meencontré algunas veces con Monseñor Roncalli en la nunciatura7. Meinvitaba y quería verme a toda costa cada vez que pasaba. Ahora bien, mehabía hecho ya esta reflexión: «OH, yo no estoy totalmente de acuerdo enque arzobispos como usted, que tienen una diócesis, tengan además el cargo de Delegado Apostólico. Me parece que no es deseable, no estoy deacuerdo con el Papa Pío XII sobre este punto.» ¡Bah! Eso no era de miincumbencia, ¿no es cierto? Pero me había hecho esa reflexión.

Por eso, evidentemente, cuando fue elegido Papa en 1958, me dije:

«¡Bueno! Esto no durará mucho tiempo, seguramente recibiré de Roma unainvitación a abandonar uno u otro puesto. » Y así fue.

Menos de un año después recibía una carta de Roma, diciéndome queme dejaban elegir entre el Arzobispado de Dakar (por lo tanto de la diócesisde Dakar) y la Delegación apostólica, pero que desde ahora esos doscargos quedarían separados. Contesté: «No me toca a mí elegir, porque nosoy yo quien me nombré Arzobispo de Dakar, ni Delegado Apostólico. Por consiguiente, me remito a las autoridades que han hecho estosnombramientos; que ellas me digan si debo quedarme como Delegado Apostólico o como Arzobispo de Dakar.»

La respuesta es muy romana: «Puesto que usted eligió ser Arzobispode Dakar, seguirá siendo Arzobispo de Dakar, pero ya no será Delegado Apostólico.»  « ¡Qué osados son!», pensé, Tengo todavía la carta, larespuesta de Roma. No querían asumir la responsabilidad, y por eso, elmedio más simple era endosármela a mí, y decirme, «puesto que usted eligió el Arzobispado de Dakar»… ¡Bueno!...

Estaba claro, por lo tanto que conservaba el Arzobispado de Dakar, peroya no era Delegado Apostólico. Seguí siendo Arzobispo de Dakar desde1959 hasta l962, pero ya no tenía el cargo de todas esas diócesis y de

7 Monseñor Roncalli fue Nuncio Apostólico desde 1944 hasta 1953. Nombrado Patriarca de Venecia y

Cardenal en 1953, fue elegido Papa bajo el nombre de Juan XXIII. (NOTA DEL EDITOR)

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todas esas delegaciones apostólicas de antes. Mi auxiliar, Monseñor Guibert, como ya no era absolutamente necesario, puesto que ahora yotenía todo el tiempo para ocuparme de la Diócesis de Dakar, fue nombradoObispo en la isla de la Reunión.

La dimisión del Arzobispado de Dakar.

Los acontecimientos políticos se precisaban cada vez más después dela guerra. En las colonias soplaba el aire de independencia, venido deEstados Unidos generalmente, independencia favorecida incluso por muchos miembros del clero. Independencia de toda clase: independenciapolítica, económica, religiosa. Desde el punto de vista religioso,independencia significaba: reemplazar a los obispos europeos por obisposafricanos, así de simple.

Yo también sentía, en Dakar, como lo sentían los demás obispos, quepoco a poco nos hacíamos indeseable, nos convertíamos en un peso, y quedeberíamos dejar el lugar a los Africanos… No hay problema en ello siRoma está de acuerdo… y al parecer ese era también el deseo de Roma.En la Congregación de la Propaganda había oído decir a Monseñor Constantini esta frase que me pareció inverosímil y, a mi entender,completamente falsa. Dijo: «Si usted piensa que los obispos son los quevan a convertir verdaderamente al África y a esos países de misiones, seequivoca; hace falta que haya obispos africanos.» «Que haya obisposafricanos

»está bien, no estoy contra los obispos africanos, pero a condición

de que sean capaces, a condición de que cuenten con los medios paracontinuar este apostolado.

Pero en ese momento se ha querido precipitar las cosas; sentí eso… enel mes de enero de 1962. Como yo formaba parte de la comisiónpreparatoria del Concilio, debía ir a Roma con bastante frecuencia, variasveces por año. Aproveché la ocasión para escribir una carta a laPropaganda diciendo: «Si ustedes desean poner un obispo africano en mi lugar, estoy dispuesto a dar mi dimisión y regresar a Europa. No tengodificultades en ello.» Entonces me contestaron: «Está bien, aceptamos su

dimisión, regrese a Europa.»

 Al mismo tiempo pedí de viva voz que me dejaran esperar seis mesesantes de recibir un nuevo nombramiento, en caso de que desearannombrarme en alguna parte. La razón de ello era que iba a efectuarse, en laCongregación de los padres del Espíritu Santo, un Capítulo general, el 22de agosto de 1962; ahora bien, por las conversaciones que había tenidocon mis compañeros, era posible —yo no lo deseaba—, era inclusoprobable, que yo fuese elegido Superior General. Tenía la intención, siverdaderamente era elegido, de perfeccionar mi inglés, que conocía muypoco, porque teníamos en la Congregación inmensos territorios de habla

inglesa, y muchas parroquias en América, etc. En esos países teníamos un

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ministerio enorme. Como no hablaba inglés corrientemente, ese plazo mehabría facilitado el estudio.

«No, no, no, de ningún modo. Usted debe ser obispo de Francia.»¡Obispo en Francia…! ¡Ah, Dios mío! Yo ya sabía lo que los obispos de

Francia pensaban de mí… Me temían, en cierto modo, porque era el obisposupuestamente tradicionalista, integrista, ya en ese momento, porque habíaapoyado el Oficio de Jean Ousset.

Jean Ousset había fundado un movimiento, «la Ciudad Católica», unmovimiento de seglares, en Francia. Yo iba con frecuencia a la abadía deSolesmes, y un día el prior de Solesmes me dijo: «Monseñor — yo estabaaún en Dakar  —, usted debería apoyar a esta buena gente. Son muy valientes, y se esfuerzan por ponerse en contacto con los obispos, pero losobispos desconfían de ellos, y por eso no los apoyan. Usted les haría ungran favor si los va a ver y les dice que está de acuerdo con ellos, que los

ayudará en su movimiento por restaurar la Ciudad Católica.»

Por eso me puse en contacto con ellos. Luego ellos publicaron el libro«Para que Él reine» (su programa den cierto modo), un grueso volumen,muy buen libro, que vale la pena leer, aún ahora. Se lo lee a veces enEcône porque es un libro magnífico, un libro de fe en la cristiandad, enNuestro Señor, en el reino social de Nuestro Señor. Me pidieron si queríaredactarles el prefacio. Les envié una carta, les hice el prefacio. Eso suscitóel furor de los obispos de Francia que estaban contra este movimiento de«la Ciudad Católica»:

— ¡Ah, ya está! Sólo faltaba que Monseñor Lefebvre se entrometa ennuestros asuntos y que haga una carta para «la Ciudad Católica».

No era yo muy bien acogido. La mejor prueba de ellos es que, queriendoJuan XXIII que a toda costa recibiera una diócesis en Francia, me habríacorrespondido, por ser Arzobispo, tener un Arzobispado. Después de todo,eso habría sido lo normal. Ahora bien, había justamente un arzobispadolibre, el de Albi. Yo habría podido ser perfectamente Arzobispo de Albi, queno es tampoco una diócesis de las mejores.

¡Ah! Pero los obispos de Francia habían puesto una condición al Papa:«Si quiere a toda costa nombrar a Monseñor Lefebvre como obispo enFrancia, pedimos:

— Primeramente, que no forme parte de la Asamblea de los cardenalesy obispos.

En ese momento no existían las conferencias episcopales actuales, quereúnen a todos los obispos. Existía únicamente la Asamblea de loscardenales y obispos, que dirigía de algún modo al episcopado francés. Por eso, normalmente, siendo obispo, yo debería haber formado parte de esta

asamblea, está claro.

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— En segundo lugar, que no tenga un arzobispado, sino sólo una pequeña diócesis.

— Y en tercer lugar, que eso no cree un precedente.»

¡Tres condiciones! Tuve en mis manos la carta de los obispos dirigida alPapa. ¡Bonita manera de acoger a un compañero en el episcopado! ¡Bonitala caridad episcopal la de los obispos de Francia! ¡Bah! ¡Me escompletamente indiferente no formar parte de la Asamblea de loscardenales y arzobispos, no me importa! Por lo demás, tener una pequeñadiócesis está bien. A San Francisco de Sales se le atribuye una frase: «Unasola alma es una gran diócesis»… Entonces me dije: «Bueno, tengo a mi cargo ciento veinte mil almas; lo cual hasta es una gran diócesis.»

Por eso respondí a Roma: «Por mi parte estoy dispuesto a aceptar loque ustedes me den. Una vez más, preferiría más no ser nombrado,

 preferiría no quedar ligado a una diócesis, pero si ustedes me adjudicaranuna, bueno, está bien.»

Obispo de Tulle

 Así, pues, fui nombrado obispo de Tulle. Yo no conocía nada, realmentenada, de la diócesis de Tulle, es una diócesis perdida en el Macizo central.Ni siquiera sabía exactamente dónde se encontraba la ciudad de Tulle. ¡En

fin!... Me fue preciso, por tanto ir a ver a los vicarios generales paraponerme en contacto con ellos. Me encontré con el antiguo obispo,Monseñor Chassagne, para saber mínimamente cuál era la situación de ladiócesis. Había dado su dimisión. Era un obispo muy santo, un excelenteobispo, que me recibió muy amablemente. Los vicarios generales merecibieron también con mucha amabilidad. Todo iba bien.

No tuve muchas dificultades. Ya estaba bastante acostumbrado a dirigir una diócesis —como otras muchas diócesis en Francia— se encontraba enun estado de deterioro espiritual inverosímil, y se venía abajo en todos loscampos: ya no habían vocaciones, las religiosas se iban de los pueblos

donde estaban, dejaban los hospitales o cerraban las escuelas católicas:había cada vez menos sacerdote, y por lo tanto cada vez más parroquiaspara un solo sacerdote, casi ninguna vocación en el seminario, tres o cuatrovocaciones para toda la diócesis… Era una diócesis que se moría. Pero aúnse podía hacer algo. Me esforcé por reunir a los sacerdotes, por ir avisitarlos, para alentarlos y decirles: «No está todo perdido; tratemos defundar escuelas católicas, pues es ahí donde encontraremos niños para lasvocaciones; tratemos de sostener la única Congregación diocesana dereligiosas, fundada en la diócesis.» Ellas se encargaban en muchasparroquias —más o menos como lo hacen ustedes— de los dispensarios,de las escuelitas primarias, ayudando a los sacerdotes en las parroquias.

Prestaban un servicio increíble, y eran muy amadas por la población. Por eso yo alentaba a los sacerdotes, y les decía: «Habría que enviar 

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vocaciones, enviar jovencitas a esta Congregación.» pero no permanecímucho tiempo en esa diócesis, tan solo seis meses…

Superior General de la Congregación de los Padres del EspírituSanto

Llega el Capítulo general, el 22 de agosto y los días siguientes, enChevilly-Larue.

Primer escrutinio… Se requerían los dos tercios de los votos. Un obispono puede ser nombrado Superior General con la sola mayoría absoluta. Nobastaba tener solamente cincuenta y un por ciento de los votos, sino que serequería que yo consiguiera los dos tercios, por lo tanto el sesenta y sietepor ciento. Ahora bien, ya desde el primer escrutinio, fui elegido con unmargen de dos por ciento más del requerido. Entonces me levanté y dije:«Escuchen, por favor, déjenme en la diócesis de Tulle. Llegué apenas haceseis meses, comienzo ahora a conocer a los sacerdotes, a la gente, lasobras de la diócesis… Estuvieron sin obispo durante dos años; si tuvieranque quedarse de nuevo sin obispo… Déjenme en esta diócesis de Tulle, puesto que el Papa Juan XXIII me nombró en ella…»

Segundo Escrutinio… Setenta por ciento, setenta y dos… ¡Oh! ¿Qué levoy a hacer?

¡Miren ustedes cómo Dios me llevaba a cada paso! ¡Siempre contra misdeseos! ¡Bueno! Traté de tomar eso de buena gana y también con valentía,y creo que es una de las lecciones que quisiera que ustedes saquen de estosejemplos: Que cuando se hace la voluntad de Dios, y no la propia voluntad,

Dios bendice. Y uno acaba por querer el cargo que Dios nos ha dado. No hayque asustarse.

 Aún faltaba la aprobación del Papa. Como yo era obispo de Tulle, laCongregación no podía quitarme de la diócesis de Tulle así sin más, sin elpermiso del Papa, evidentemente… Hubo que telegrafiar al Secretariogeneral para que enviase este telegrama «Pide confirmación de la elección

de Monseñor Lefebvre como Superior General de los Padres del EspírituSanto. » El Papa Juan XXIII contestó: «Bendigo la elección de Monseñor Lefebvre, Superior General de los Padres del Espíritu Santo.»

¡Bueno! Se acabó Tulle. ¡Superior General de los Padres del EspírituSanto! ¡En el momento del comienzo del Concilio, miren ustedes! Agosto de1962, el Concilio comenzó en octubre de 1962. ¡Elegido, pues, en plenoalboroto! La tercera guerra, como suelo decir. Sufrí la guerra de 1914-1918,la guerra de 1939-1945, y la guerra de 1962-1965 del Concilio… ¡Y esta esla peor, a mi parecer! Es la peor, porque es la que mata las almas. No matasólo los cuerpos, sino que mata las almas.

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 Ahí me tienen, pues, convertido en Superior General de los Padres delEspíritu Santo. Con los Padres del Espíritu Santo había yo hecho todos misestudios en Roma. Pero el Seminario francés no era un seminario de laCongregación donde se formaban sus futuros miembros; una vez acabadoslos estudios los seminaristas volvían a sus diócesis. Si yo conocía bastante

bien la Congregación, no conocía a muchos Padres del Espíritu Santo, nohabiendo hecho, por otra parte, más que un año de noviciado, antes departir enseguida en misión.

Pero, en fin, poco importa, tenía yo muy buenos asistentes. Tenía seisasistentes, porque la Congregación contaba con cinco mil doscientosmiembros, y sesenta obispos. Sesenta obispos en la Congregación, quetenían diócesis en África, en América del Sur, en los Estados Unidos, enCanadá. Teníamos obispos más o menos en todas partes, aunque no en elmundo entero, porque la Congregación de los Padres del Espíritu Santoestaba destinada a la Evangelización de los Negros. Por eso era necesario

que hubiese un importante grupo de Negros para justificar nuestrapresencia. Así, por ejemplo, la Congregación tenía cincuenta y dosparroquias en los Estados Unidos, entre los Negros, particularmente enLouisiane. Teníamos incluso en el famoso barrio de Nueva Cork, el barriode Harlem, en el que los gendarmes no se atreven a entrar… Los taxis noentran. Cuando uno pide ir a este barrio, el taxi se detiene antes de llegar aél, y luego dice: «Ahora puede seguir a pie, porque nosotros no entramosen ese barrio.» Es espantoso. Pero teníamos una parroquia en ese barrio. Ahora parece que algunos sacerdotes (dos sacerdotes, creo) siguen yendopara acudir al hospital que se encuentra a quinientos metros de allí, cuandohay accidentes… y siempre hay accidentes. Los Negros en ese país sonsobre todo portorriqueños, gente venida de todas partes, algunos de ellosse matan entre sí, se hieren, se acuchillan, en el transcurso de peleas enlos cafés… Bueno, entonces se los lleva al hospital, y algunas veces,cuando dicen ser católicos, se va a buscar al Padre porque tal vez estén enpeligro de muerte, y hay que darles la Extremaunción. Para un trayecto dequinientos metros los Padres iban entonces a pie. Como eran sacerdotes yllevaban sotana, los respetaban todavía, no eran desvalijados ni atacados. Ahora se ven obligados a pedir un jeep de la policía para su protección.¡Increíble, realmente increíble! Bueno, eso era para decirles que laCongregación del Espíritu Santo era inmensa, estaba muy extendida.

 Al ocuparse sobre todo de los Negros, se encontraba extendida enbastantes países, en los Estados Unidos, como ya les he dicho, y enCanadá. Evidentemente, África era el capo de acción más importante parasus misioneros, en los países de habla francesa, de habla inglesa, de hablaportuguesa, África del Sur. También se encontraba en las Antillas,Martinico, Guadalupe, Trinidad, en la Guayana francesa, en América delSur, Amazonas, el sur de Brasil, el Estado de Santa Catalina, el Estado deRío, y también en otras partes… En fin, allí donde había Negros.

Evidentemente Europa —y también Canadá con América— era el lugar 

donde se podían reclutar vocaciones, tener igualmente casa, peroparticularmente en Francia, puesto que la Congregación fue fundada por el

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Padre Libermann, que era un Judío Alsaciano; es bastante curioso, pero esasí. Había también una provincia en Bélgica, una provincia en Inglaterra, enIrlanda, en Alemania, en Suiza. No había provincia en Italia, había algunositalianos, aunque no muchos. A los italianos les gusta mucho entrar enCongregaciones italianas. Son muy «de familia»… Cuando un italiano se

desplaza, para irse a Estados Unidos, o a China, o adonde sea, se lleva atodos los sobrinos, a las sobrinas, a los primos o a toda la familia. Notrabaja con la gente del país, sino que hace venir a toda la familia paratrabajar. Está muy apegado a su tierra… Por eso, a una Congregación queno ha sido fundada en Italia, le es muy difícil implantarse en ella. Tampocolográbamos tener Suizos alemanes. En Suiza francesa sí, pero en Suizaalemana era imposible implantarse. ¿Sucedería lo mismo con laFraternidad? Aunque yo no haya hecho nada especial, vinieron los suizosalemanes, luego suizas alemanas, y luego italianos. Tenemos italianos…tres más entraron este año en Flavigny, es maravilloso. ¡Gracias a Dios!

La Congregación del Espíritu Santo era, por lo tanto, muy importante,sobre todo con todos sus obispos, pero yo era elegido en el momentomismo en que comenzaba el Concilio, y eso era evidentemente unacontecimiento enorme en el interior de la vida de la Congregación. Y almismo tiempo, desde el comienzo, el Capítulo general me encargó trasladar la Casa madre. Ésta se encontraba aún en la calle Lhomond, en París, y enese momento estaba unida a la Casa provincial, lo cual provocaba a vecesalgunas dificultades. Por eso el Capítulo general insistió en que el nuevoSuperior General trasladara la Casa madre a Roma, como otras muchasCongregaciones religiosas. Así, en el transcurso de los dos primeros añosdejamos la Casa provincial y nos instalamos en París, en la calle de losPirineos, y de ahí, dos años más tarde, partimos para ir al Monte Mario enRoma, donde sigue estando la Casa madre. Todo eso, evidentemente, traíamuchas preocupaciones, más el Concilio, más las visitas. Porque, desdeluego, yo debía visitar todos esos países, todas esas regiones, todos esoslugares. Era, evidentemente, un trabajo bastante considerable.

Pues bien, durante el Concilio, los que habían estado contra mí, contrami nombramiento, aprovecharon la ocasión. Porque había un grupo que noestaba nada de acuerdo, que tenía miedo de mis posturas tradicionales, y apesar de todo yo había sido ampliamente elegido, pero ese pequeño grupo,

muy activo, estaba constituido sobre todo por profesores del seminario,como el Padre Lécuyer, que se encontraba en Roma. Formaban unpequeño grupo intelectual, yo diría progresista, modernista decidido.Entonces, como el Concilio en definitiva estaba a su favor, hay que decirlo,se sintieron reconfortados y se aprovecharon de ello para hacer unapropaganda en el interior de la Congregación, para promover la adaptación,el aggiornamiento de la Congregación y todo lo que le sigue…

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El Capítulo General Extraordinario y la dimisión

Después del Concilio, el Papa pidió a todas las Congregacionesreligiosas que convocaran un Capítulo general extraordinario para adaptar las constituciones

alConcilio, al espíritu del Concilio. Era algo muy vago,

para nada fácil, y peligroso, muy peligroso. En 1968 todas lasCongregaciones, comprendida la nuestra, debieron reunir este Capítulo.Habiendo sido elegidos por doce años, es decir de 1962 a 1974, nada meobligaba, en 1968 a dar mi dimisión; yo debía seguir siendo Superior General otros seis años. Pero me encontré delante de una verdaderapequeña revolución en el interior de la Congregación: algunos miembros delCapítulo general y sobre todo los holandeses, manifestaron su deseo deque no se siguieran aplicando las constituciones antes de ser cambiadas, yque el cambio fuese aprobado por la Congregación de los Religiosos. Aúncon este Capítulo general, las Congregaciones debían proponer el cambio

de de constituciones a la Congregación de los Religiosos, que aprobaría ono el cambio. ¡Pero aquí no! Sin tener siquiera ningún permiso de laCongregación de los Religiosos, quisieron que el Capítulo general fuesepresidido por un triunvirato. Yo mismo que era el Superior General, nopresidí el Capítulo, cuando en las constituciones está indicado claramenteque el Superior General es quien dirige los trabajos del Capítulo general.

Cuando vi esta voluntad, propuse hacer un voto, y si el voto erafavorable a este triunvirato, a este cambio radical en el Capítulo general,bueno… veríamos… Resultado: hubo mayoría a favor de este triunviratoque pedía prácticamente la supresión del Superior General: el triunvirato

presidiría el Capítulo, el cual debería elegir a tres Padres para conducir lareforma de la Congregación en conformidad con el espíritu del Concilio.Sentí perfectamente que todo quedaría trastornado, completamentecambiado, y que un nuevo espíritu se instalaría en la Congregación, espírituque no podía admitir, y contra el cual había luchado durante el Concilio. Ypensar que, como era todavía Superior General, habría debido firmar todasesas actas, que en el fondo, consagraron la demolición de la Congregación,y que en la historia de la Congregación se diría que Monseñor Lefebvre fuequien, prácticamente, por su firma, tuvo la responsabilidad de todo: eso nopodía aceptarlo.

Por eso, después del voto, como de todos modos ellos querían tomar mipuesto, me fui, subí a mi auto y volví a la Casa madre. Antes hice una visitaa la Congregación de los Religiosos para ver al Cardenal Prefecto y pedirlesi estaba de acuerdo con cosas como esta, si eso era algo admisible. ElCardenal Antoniutti estaba ausente, estaba de viaje por América del Sur enese momento, y me atendió el Secretario de la Congregación, el segundodespués del Cardenal. Le expuse el asunto: « ¿Está de acuerdo o no?» Medijo: «Mire usted, después del Concilio, hay que comprenderlo. De hecho el Superior de la Congregación de los Redentoristas vino a verme por el mismo tema, se quisieron hacer cambios… en fin… las personas quedirigen el Capítulo general… Entonces aconsejé a este Superior General que se fuera de viaje por América, y…» ¡Me aconsejaba que me fuera decómo él de viaje por América, que abandonase mi congregación! ¡Yo, el

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Superior General, abandonar el Capítulo General a sí mismo! ¡Pero es algoinsensato! Me dije: «No vale la pena, no voy a discutir siquiera con estesecretario. ¡Sí es así, es inútil!»

Volví a subir a mi auto. Me fui a la Casa madre y redacté una carta al

Papa diciendo que daba mi dimisión ante lo que se me pedía, dada lasituación que se había generado en la Congregación, y que no me sentíacapaz de asumir la responsabilidad de semejante transformación.

Mi dimisión fue aceptada. Ya no era Superior General, y no podíaquedarme en la Congregación en un medio revolucionario, me eraabsolutamente imposible. Entonces busque un lugar en Roma donde poder alojarme. Y me alojé en la casa de los sacerdotes lituanos, en la víaLituania. Esos sacerdotes lituanos tenían un seminario, y en frente delseminario, del otro lado de la calle, una especie de hospedería donde sealbergaban los sacerdotes de Lituania que estaban de paso, y algunos

sacerdotes que trabajaban en Roma y se alojaban allí permanentemente,Les pedí si aceptarían recibirme. Me acogieron muy amablemente.

 Así, pues, hice el traslado de mis efectos personales, y me instalé enesta hospedería de los sacerdotes lituanos, de la que se encargaban lasreligiosas alemanas de Santa Catalina. Estas religiosas tienen grandeshospitales en Friburgo y en otras partes. Son bastante numerosas, y habíanaceptado encargarse del servicio del seminario lituano y de esta hospederíapara los sacerdotes. Pude conocer a estas religiosas, muy amables yabnegadas. Entre ellas había un cierto número de brasileñas que venían delEstado de Santa Catalina.

 Allí me instalé; y durante este tiempo no me ocupé más de laCongregación, porque ya no tenía ningún cargo en ella. Guardé algunasrelaciones con los Padres que conocí bien en el Capítulo general y en elConsejo general. Pero todo había cambiado, evidentemente, después de mipartida.

La Congregación de la Propaganda me pidió que fuera a trabajar unpoco con ellos para ocuparme del trema del catecismo en África. Fui allí,pero no por mucho tiempo, porque luego… pero ustedes ya conocen los

acontecimientos, no sé si vale la pena que continúe estas conferencias,pues llegamos al final… 

*

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Capítulo 5

No adelantarse nunca a

La Providencia

LLEGAMOS al final… al final y al comienzo…

 Al final de mis andanzas… dentro de mi Congregación, y al comienzo dela fundación de la Fraternidad. Es entonces cuando algunos seminaristasque estaban en el Seminario francés de Roma, como los reverendos Aulagnier, Cottard y otros, al número de cinco o seis, vinieron a verme paradescribirme la situación del Seminario francés, que se agravaba cada vezmás: ya no había disciplina, los seminaristas salían por la noche, no sellevaba sotana, se cambiaba la liturgia cada semana. Había un equipolitúrgico encargado de inventar una nueva cada semana… Verdaderamentese había instalado un desorden increíble en ese Seminario francés que yohabía conocido cuando era tan próspero, y del que conservaba tan buenrecuerdo.

Por eso estos jóvenes seminaristas insistían en que yo hiciese algo por ellos, sabiendo que yo ya estaba libre. Personalmente no quería volver acomenzar ningún trabajo. Estábamos en 1969, y me parecía —yo tenía casisesenta y cinco años— que ya no me correspondía emprender aún otroproyecto. Muchas personas se jubilan a los sesenta y cinco años; por esoyo tal vez tenía derecho a tomarla también. Ante su insistencia, aceptéhacerme cardo de ellos, pero sin pensar jamás en fundar una nuevasociedad. ¡Lejos de mí tal idea!

Friburgo

Cuando yo era Superior General, había tenido contacto con Suiza, quetenía una casa para acoger a los estudiantes, a los que se enviaba a laUniversidad de Friburgo para que siguieran allí las clases. Yo conocía biena Monseñor Charrière, lo conocía personalmente, puesto que había venidoa Dakar cuando yo era Arzobispo allí. Con él habría forma de entenderse

para alojar a esos seminaristas en el seminario que los Padres del EspírituSanto tenían en Friburgo, para que pudiesen seguir sus estudios en la

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Universidad. Era la solución que me parecía más sencilla. Por eso envié allíenseguida a algunos de ellos para sacarlos del medio en que seencontraban. Y fui una o dos veces a Friburgo para verlos, para fijarmecómo andaban más o menos. Pero también allí se hacía aggiornamento.También allí se hacían cambios. Ya no se encontraban a gusto en la

comunidad de los Padres del Espíritu Santo, porque se estaba cambiandola liturgia, se vestía de civil, y no había tampoco disciplina. « ¡Oh!  medijeron, no vamos a quedarnos mucho tiempo, no tenemos formación, norecibimos nada, ni siquiera una conferencia espiritual, nada de nada. No podemos seguir así »

«¡Oh! qué situación tan desagradable!» , me dije.

Entonces fui a ver a Monseñor Charrière y le pregunté si, a pesar detodo, no habría en Friburgo algo mejor que esta casa de los Padres delEspíritu Santo, donde pudiesen encontrar alojamiento y formación los

seminaristas de que yo me encargaba. Me contestó: « Mire usted,Monseñor, la situación está muy mal actualmente, y va de mal en peor; yosoy muy pesimista sobre el futuro mismo de la diócesis y de la formaciónsacerdotal. Soy pesimista, no sé cómo van a seguir las cosas. Perotenemos, en todo caso, un seminario interdiocesano para todas las diócesisde Suiza, que recibe también a estudiantes seglares. Por consiguiente, podría recibir también a sus estudiantes. Vaya tal vez a ver ahí.»

Fui a ver el seminario interdiocesano. El Superior me recibió muyamablemente, y me dijo: «Monseñor, recibimos a estudiantes seglares,aceptaremos también a jóvenes seminaristas más que vayan a laUniversidad. ¡Sin ningún problema! Pero tenga en cuenta que aquí no se daninguna formación especial a los seminaristas. Aquí están en pensión,hacen lo que quieren, se organizan como quieren, nosotros no nosencargamos de ellos. Pero si quieren, pueden muy bien tener y seguir su propio reglamento; pueden también asegurar entre sí sus ejercicios de piedad, y hacerlos juntos en la capilla… ¡sin ningún problema! Pero nocuente con nada por parte nuestra. Nosotros los alojamos, los alimentamos, pero no hacemos nada más.»

Pensé: «Me encuentro en la misma situación que en los Padres del 

Espíritu Santo. La liturgia oficial será otra vez una liturgia nueva, y todo lodemás estará en continuo cambio… Si es así, no vale la pena que venganaquí. No hay disciplina, pueden salir cuando se les antoja. Incluso denoche. ¡No es posible! No puedo asumir la responsabilidad de la formaciónde seminaristas en semejantes condiciones.»

¿Qué hacer? Pues alguna solución tenía que haber. Sabiendo que yome encargaba de algunos seminaristas, el Padre Philippe, dominico, elseñor Bernard Faÿ, seglar, ambos profesores de universidad, el Padre Abadde Hauterive y otro seglar, también amigo nuestro, encargado de laenseñanza en Friburgo, vinieron a verme. Querían hablar un poco conmigo

de este tema de la formación de los seminaristas. Se interesaban por ello yse preguntaban si no habría forma de hacer algo…

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Por eso me hicieron ir a casa del señor Bernard Faÿ y me insistieronmucho. Me dijeron: «Monseñor, usted debe hacer algo, no puede dejar aesos seminaristas sin ayuda. Nosotros nos encargaremos de enviarle otros,eso no es difícil. Justamente conocemos a varios que desean recibir unaformación seria.»

Les contesté: « ¡Tengo sesenta y cinco años, para tener que comenzarlode nuevo!... Bueno, de acuerdo, me interesaré por esos seminaristas,buscaré dinero para pagarles pensión, los orientaré un poco hacia buenosestudios, los ayudaré. Que ellos se busquen un sacerdote, un capellán quese ocupe de ellos. Acepto hacerme cargo de algo así. Pero yo, por el momento, estoy en Roma, no tengo intención de irme de Roma. No querríavolver a emprender algo de nuevo.»

También aquí, ante este proyecto que no me atraía de ningún modo, laProvidencia me obligó, una vez más, a avanzar sin reparar en obstáculos.

Dije: « ¡Bueno! Miren, es muy sencillo, insistan y Monseñor Charrièredecidirá. Yo conozco a Monseñor Charrière, el Obispo de Friburgo, iré averlo. Si él me alienta, entonces veré si puedo organizar algo a favor deesos seminaristas.» Pero de ningún modo se trataba de fundar unaFraternidad. «Y si Monseñor Charrière no está de acuerdo, entonces noharé nada, o haré lo que él me diga.»

Fui a ver a Monseñor Charrière y le expuse el tema. Me dijo: « ¡Sí, sí, pero por supuesto! Mire usted, la situación es muy grave, y verá cómo lascosas van a empeorar. Haga, haga algo, se lo suplico. Busque algo aquí enla ciudad, alquile una casa, aloje allí a sus seminaristas, y encárguese deellos. Si usted no lo hace, no recibirán ninguna formación. Hay que hacer algo por ellos. No se los puede abandonar.» ¡Bueno!, contesté «Puesto queusted es la voz de la Providencia, veré qué se puede hacer. Voy a pensarlo,y luego trataré de encontrar un alojamiento»

Entonces, con nuestros amigos de Friburgo, nos pusimos a buscar unlocal en la ciudad para alojar a nuestros seminaristas, a fin de que pudiesencontar con conferencias espirituales, con un reglamento, una disciplina, etc.,un ambiente de seminario.

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Carretera de Marly 

Encontramos algo en los Padres de Don Bosco, en la carretera de Marly.Los Padres aceptaron alquilarme prácticamente todo un piso de la casa,donde había forma de instalar una capilla, con habitaciones donde se

podían alojar unas diez personas. También aceptaron darnos un comedor aparte. Alojaban estudiantes con la esperanza de que uno u otro tuviera talvez vocación de salesiano. Pero de hecho, no había apenas vocaciones.Era por decirlo así, como un hogar de jóvenes que salían a estudiar en laciudad; pero como el hogar no estaba lleno, el Padre salesiano que seencargaba de él estaba contento, en definitiva, de alquilar una parte delinmueble, porque eso le aportaba dinero para equilibrar el presupuesto. Nosrecibió amablemente, y siempre conservamos buenas relaciones con éldurante el año que pasamos allí.

Comenzamos esperando a ver quién vendría… los reverendos Auglanier, Tissier de Mallarais, Pellabeuf y otros seis, enviados por el PadrePhilippe y por otros amigos de Friburgo, de modo que al principio erannueve. Traté de encontrar a un sacerdote que me ayudara, porque aúnestaba ocupado en Roma con la Propaganda. Por otra parte, no pensabaentregarme completamente a esta obra. Estos seminaristas harían susestudios de filosofía y de Teología en la Universidad de Friburgo, notendrían clases propiamente dichas en esta casa de Don Bosco. Ella teníamás bien el fin de crear un ambiente espiritual que los ayudase a hacer susestudios y también a formarse espiritualmente, sacerdotalmente. Así,encontré al Padre Clero, que vino a ayudarme durante algún tiempo. El mesde octubre de 1968 fue, por lo tanto, el comienzo de este pequeño hogar…

La Providencia, una vez más, me llevaba por caminos por los que yo noquería mucho caminar. ¡Pero caminé!

 

Una extraña enfermedad 

Mas de pronto caigo enfermo, realmente enfermo, les aseguro, a partir del 8 de diciembre. Estaba en Roma, y tenía gripe, una gripe peligrosa, la

gripe de Hong Kong. No sabía qué enfermedad había atrapado, pero mesentía mal, me dolía el hígado, me dolía por todas partes, dormía condificultad. Tuve que hacerme atender, no podía de otro modo. Paradescansar un poco durante algunas semanas, me fui a la casa de losPadres del Espíritu Santo, contando con que el Padre Clero se encargaríade los seminaristas. Pero mi estado de salud empeoraba.

Finalmente tuve que ser internado en una clínica de Friburgo.¡Verdaderamente creía que me moría! No podía comer, tenía la lenguacompletamente seca, no podía tragar ningún tipo de alimento. ¡Losdoctores… los análisis…! Ya saben ustedes cómo es: análisis tras análisis.

Se analizaba todo: «Usted no tiene nada, no le encontramos nada, no tienenadas.» Usted no tiene nada, pero mientras tanto no podía comer,

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adelgazaba, me moría. Una vez, estando así, tuvieron por fin la idea dehacerme un sondeo de estómago y de hígado. No sé quién les dio estaidea, pero menos mal que la tuvieron. Supongo que es la Providencia; entodo caso se descubrió que yo tenía parásitos, parásitos que me estabanroyendo el hígado: estróngilos. Hicieron analizar algunas muestras por el

Instituto tropical de Basilea; y la respuesta fue: «Estróngilos, ha de tomar tal y cual medicamento para deshacerse de ellos, y después un poco deconvalecencia se encontrará mejor.»

¿Dónde había atrapado yo esos parásitos? No lo sé. ¡En África,ciertamente!, me decían. Pero ya hacía mucho tiempo que yo me había idode África, no era posible. ¡Entonces lo han envenenado! No sé nada. Perola explicación más graciosa fue la de mi hermana menor, Marie Thérèse,que vive en Colombia. ¡Pequeña pícara! Fue a buscar en el diccionariomédico Larousse la definición del término «estróngilo»: ¡parásito que seencuentra generalmente en los puercos, y que sólo se descubre después de

la autopsia! ¡Oh, estoy bien arreglado! Ella estaba muy contenta de haberlodescubierto en el Larousse médico. ¡Menos mal que no se descubrió estodespués de la autopsia, sino antes!... Así, seguí la debida medicación yafortunadamente me curé.

De este modo pude proseguir el trabajo con los seminaristas. Pero deveras creía que Dios no quería que llevase a cabo esta obra, porque en elestado en que me encontraba…

¡Y otra vez se presentan nuevas pruebas! Tres de los seminaristas sevan, luego un cuarto. Llegamos a fines de mayo y sólo quedan losreverendos Aulagnier, Tissier de Mallarais y Pellabeuf.

— «Queridos amigos, les dije, me parece que el año que viene van atener que instalarse en el seminario interdiocesano que visitamosúltimamente. Traten de organizarse por su cuenta para hacer juntos losejercicios de piedad y otros. Yo no voy a poder seguir así, no vale la pena, paramos aquí la experiencia.»

Entonces los reverendos Aulagnier, y sobre todo Tissier de Mallarais,dijeron:

— « ¡No! ¡Ah, no! No hay que parar nada, no queremos ir a esta casadonde no hay nada. ¡No queremos ser formados así, de ningún modo! Vamos a seguir, tal vez lleguen algunos más.»

 Así fue: durante el mes de junio recibo once pedidos. ¡Once pedidos!¡No es posible! Será preciso, pues, que siga adelante. No hay nada quehacer.

Y entonces nuestros amigos, los reverendos Aulagnier y Tissier deMallarais, me dicen:

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— «Monseñor, ¿qué va a ser de nosotros después? Cuando salgamosdel seminario, ¿dónde iremos? »

— «Bueno, volverán a sus diócesis y trabajarán en sus diócesis. »

— «Pero los obispos no nos aceptarán jamás si guardamos la Tradición,si guardamos la sotana, si queremos mantener todo esto: ¡no querránaceptarnos jamás! Nos van a echar de todas partes. Jamás podremostrabajar en nuestras diócesis. »

— «Pero entonces ¿qué hay que hacer? »

— «Deberíamos permanecer juntos, crear una sociedad que nos reúna,y tratar de conseguir que un obispo nos acepte y nos permita continuar laTradición trabajando juntos, no de otro modo.»

— « ¡Hombre!, dije yo, tal vez tengan razón… Tratemos de fundar unasociedad. Pero haría falta que esta sociedad sea aprobada. Ocupémonos primero de los estatutos.»

 Así, pues, redacté los estatutos de la sociedad, y al llevárselos aMonseñor Charrière yo me decía: «Si Monseñor Charrière acepta, estábien, pero mucho me extrañaría. Él sabe que estamos a favor de laTradición, pronto acabará su mandato, tiene ganas de presentar su dimisión para el próximo mes de enero; no se va a comprometer en un asunto comoeste. ¡En fin, vamos a ver!»

— «Bueno, voy a examinar esto, me dijo. Vuelva después de lasvacaciones y ahí veremos»

Mientras tanto, ¿qué íbamos a hacer con los once jóvenes esperados, ycon los tres seminaristas que habían quedado? Los Salesianos ya noquerían seguir alojándonos. Habían comprendido que estábamos a favor dela Tradición, puesto que no queríamos aceptar la nueva Misa. El Padre se lohabía dicho a su Provincial:

— «Mire usted, son tradicionalistas, no aceptan la nueva Misa, siguen

diciendo la antigua Misa, así no podemos seguir alojándolos en nuestracasa, no es posible.» Nos comunicaron, pues, que al final del año debíamosretirarnos. Por lo tanto, había que buscar otra casa una vez más.

La Vignettaz 

Fue entonces cuando Dios nos dio, en Friburgo, esta magnífica casita dela «Vignettaz». Allí transferimos, pues, todos nuestros efectos personalesa fines del mes de junio, y así nuestros seminaristas habrían podido

continuar allí, como habían comenzado en la casa de los Salesianos. Peropara los once nuevos había que proveer, antes del seminario, un año de

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preparación, de espiritualidad, una especie de noviciado. ¿Dónde alojarlos?Buscamos en los alrededores de Friburgo, en todas partes. Pero era difícilencontrar algo.

En ese momento me dicen, desde Francia: «Pero vaya a ver al Doctor 

Lovey. Él tiene en Valais una casa que tal vez podría poner a sudisposición, una casa que perteneció a los canónigos del Gran SanBernardo.» El Doctor Lovey vive en Fully… Yo no conocía personalmente alDoctor Lovey. Pero Fully me recuerda algo: conozco muy bien al párrocoBombin que se encuentra allí. Es uno de mis antiguos compañeros deseminario, estábamos juntos en el Seminario francés. Ya nos habíamosencontrado varias veces.

Fui, pues, a Fully para ver al párroco Bombin y le digo:

« ¿Conoce usted al Doctor Lovey?» 

«Claro que lo conozco. ¿Por qué?»

«Bueno, parece que tiene una casa que podría poner a nuestradisposición para hacer en ella una especie de noviciado, un año deespiritualidad. Querría saber si la cosa es verdaderamente posible»

«Es muy sencillo, lo invitamos, almorzamos juntos, y ya verá usted, ya loconversarán.»

El Doctor Lovey llegó. Era la primera vez que me encontraba con elDoctor Lovey, y me dijo:

« ¡Sí es verdad! Tenemos una casa en espera de que se le asigne algúnuso. Los Canónigos del Gran San Bernardo vendieron su casa en Ecône,que era su granja agrícola y al mismo tiempo un noviciado. También hacíanallí la cría de sus perros. Cuando nos enteramos que la querían vender, noquisimos que esa casa, que fue durante seiscientos años una casa dereligiosos del Gran San Bernardo, se convirtiese en una casa destinada acualquier cosa, tal vez hasta en casa de mala vida. Entonces nos reunimoscinco señores del Valais el señor Genou, el señor Rausis, el señor Marcel 

Pedroni, su hermano Alfonso Pedroni y yo mismo, y decidimos formar unaasociación y comprar esta casa del Gran San Bernardo… ¡Vamos! Ya leencontraremos algún uso. Se la hemos propuesto ya al Carmelo deMontelimar, que quería instalarse por allá, pero el edificio no les convenía. Ahora la ocupa un grupo de discapacitados, pero me da la impresión quetampoco van a quedarse en ella… En fin, podemos verlo… conversarlo conellos… si a usted le conviene esta casa, está bien. Y si no le conviene, yabuscará en otra parte.»

La idea era buena. Por eso fuimos a visitar la casa de losdiscapacitados. Era la primera vez que me encontraba con el párroco de

Riddes. El párroco de Riddes estaba muy contento de pensar que tal vezhabría seminaristas no lejos de su parroquia, de su pueblo. Visitamos la

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casa, y cantamos una « Salve Regina» en la capillita de Nuestra Señora delos Campos. Ya era casi una acción de gracias. ¡Todavía no estaba hechoel trato, pero bueno!

Todo se precipitaba, verdaderamente… porque la Providencia nos

conducía adelante. Había que seguir, continuar, y encontrar tambiénsacerdotes para encargarse de los jóvenes que vendrían allí. En efecto, losdiscapacitados no se quedaron, y el Doctor Lovey me dijo:

«Bueno, ahí tiene la casa, está a su disposición. Puede instalarse en ellacuando quiera. ¡Y luego ya verá usted!»

La aprobación

Sin embargo, había que saber si Monseñor Charrière estaba de acuerdopara aprobar esta famosa sociedad. ¡Sí o no! Fui a verlo con muchasdudas, y temiendo que no la aceptase. Era el 1 de noviembre, y me dijo:

«Sí, sí, estoy de acuerdo, estoy completamente de acuerdo. Sí, sí. Ahora mismo llamo al secretario.» Y dijo al secretario:

«Prepare una hoja, etc. Escriba a máquina mi aprobación canónica delos estatutos de la Fraternidad San Pío X, fundada por Monseñor Lefebvre,etc.»

Yo me decía:

«¡¡¡No es posible!!! ¡Estoy soñando! ¡No es posible!»  Aún me veo deregreso a la Vignettaz con los estatutos, la firma de Monseñor Charrière y lamía, en medio de los seminaristas, y diciéndoles:

«Bueno, ya está, los estatutos de la Fraternidad han sido aprobados»¡Oh! Tampoco ellos me creían. ¡Ah, esto es una señal de la Providencia!¡Aprobados por el obispo del lugar… es formidable! Porque tres meses lesucedía Monseñor Mamie, que ya estaba contra nosotros. Él no habría

querido que Monseñor Charrière, de quien era vicario general, diera sufirma para esta Fraternidad, No estaba de acuerdo, pero la cosa ya estabahecha.

 

*

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Capítulo 6

 Y luego… nacimiento de

la Congregación de las

Hermanas de la

Fraternidad San Pío X

ESTA es, pues, la historia de Ecône, ustedes ya la conocen. Luego vino lahistoria de las Hermanas.

La primera que se presentó para ser Hermana de la Fraternidad creíaque la Fraternidad existía ya. La Fraternidad de las hermanas aún no existíade hecho, pero existía en mi cabeza. Así, pues, ella se presentó: «Quieroformar parte de la Fraternidad.» ¡Estaba totalmente decidida, quería entrar en la Fraternidad, en las Hermanas de la Fraternidad! ¿Qué hacer? Yo nome sentía capaz de fundar una Congregación de Religiosas, pero me habríagustado mucho que haya una. Esa candidata llegó con otra joven, y luegoSor Marie Gabriel8, vino en su socorro, etc., etc.

8 La Madre Marie Gabriel era la propia hermana de Monseñor,Misionera del Espíritu Santo como él.

(NOTA DEL EDITOR)

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Epílogo

Realmente la providencia nos ha arrastrado. Yo me hacía el desentendido,les aseguro, trataba de poner frenos, pero me veía empujado, empujado,empujado, cada vez más, hasta quedar atrapado. Y ahora ustedes conocen lahistoria de la Fraternidad.

 Ya ven, pues, que no puedo decir que soy yo verdaderamente quien hadicho: «voy a hacer esto, será asi… y pienso que…» No fue así de ningúnmodo. Reconozco, y todas ustedes lo habrán podido observar, que en todami vida sucedió lo mismo. Cada vez la Providencia es siempre la que decide. Yo resisto más bien, no estoy tan de acuerdo, no estoy tan deseoso. PeroElla, a pesar de todo, me empuja: « ¡Ah, no, tiene que venir! » Y luego, debo

confesarlo, veo que en efecto, Dios Bendice, bendice las cosas, y que todova bien. ¡Deo gratias! Esperemos que todo siga como hasta ahora…

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Índice de materias

Prefacio, 3Prólogo, 4

Capítulo I La infancia, 5   El ambiente de vida en el Norte, 5  Primera Guerra Mundial, 7

La vocación, 9 Capítulo 2 Hacia el sacerdocio, 11  Primer nombramiento: Vicario, 15

Capítulo 3Pronto religioso, misionero,18 

En el noviciado, 19Profesión y primer nombramiento, 20En Gabón: profesor y director, 20La enfermedad, y luego la misión en N’djolé, 21La guerra de 1939 — Movilización, 22Vuelta a África — Desmovilización, 22Misión en Donguila, 23Otras misiones, 23Nuevo nombramiento, 23Regreso a Europa, 24

Superior del seminario de Mortain, 24 Capítulo 4Roma llama al episcopado, 26   La Consagración episcopal, 27

Vicario Apostólico de Dakar, 50Delegado Apostólico, 28Desarrollo de las misiones, 29Fin de la Delegación Apostólica, 31Arzobispo de Dakar, 31La dimisión del Arzobispado de Dakar, 32Obispo de Tulle, 34

Superior General de la Congregación de losPadres del Espíritu Santo, 35

El Capítulo General Extraordinario y la dimisión, 38

Capítulo 5 No adelantarse nunca a la Providencia,40   Friburgo, 40

Carretera de Marly, 43Una extraña enfermedad, 43La Vignettaz, 45La aprobación, 47

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Capítulo 6 Nacimiento de la Congregación de las Hermanasde la Fraternidad San Pío X, 48 

Epílogo, 49

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