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Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2007 La persona humana, corazón de la paz Mensaje del Papa Benedicto XVI y Materiales para la reflexión

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1Justicia y Paz

Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2007

La persona humana,

corazón de la paz

Mensaje del Papa Benedicto XVI y Materiales para la reflexión

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2Justicia y Paz

1.ª edición: febrero, 2007.Maquetación: Servicio de Publicaciones del Obispado.Imprime: Gráficas Hispania. Campos Vassallo, 20. 03004 Alicante.

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Índice

1. Presentación del Sr. Obispo .............................................5

2. Mensaje de S. S. Benedicto XVI para la celebraciónde la Jornada Mundial de la Paz 2007 ............................ 11

3. Cuestionario .....................................................................21

3. Compendio de la doctrina social de la Iglesia.CAPÍTULO III, 3 y 4 ...........................................................23

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1 Presentación

PERSONA HUMANA, PAZ Y HUMANISMO

La publicación del Mensaje del Papa Benedicto XVI para la cele-bración de la Jornada Mundial de la Paz, preparada por la Co-misión Diocesana de Justicia y Paz, nos invita a recordar, con

alegría desbordada, lo que hemos celebrado en la Noche Santa de laNavidad. Así nos lo anunciaba el profeta Isaías: «Un niño nos ha naci-do, un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros descansa el poder, ysu nombre es: Consejero prudente, Padre eterno, Príncipe de la paz»(Is 9,5).

El Santo Padre en el Mensaje de este año nos invita a reflexionarsobre la Persona humana, corazón de la paz, pues está convencido«de que respetando a la persona humana se promueve la paz, y cons-truyendo la paz se ponen las bases para un humanismo integral» (1).A partir de esta intuición básica, el contenido de Mensaje se puedeestructurar en tres partes y una conclusión. Os las ofrezco como su-gerencias que pueden facilitaros su lectura.

1. La verdad del hombreTanto la violencia como la guerra son un problema del hombre y

sólo desde la antropología tiene sentido abordarlo, porque las iniciati-vas que se adopten para promover la paz dependerán de la visiónque se tenga del hombre. De aquí que el Papa señale en su Mensajecomo cuestión básica «una visión de la persona no viciada por prejui-cios ideológicos y culturales, o intereses políticos y económicos queinciten al odio y a la violencia» (10).

En efecto, la paz no puede brotar desde «concepciones antropoló-gicas que conlleven el germen de la contraposición y la violencia»(10). Pues, continúa diciendo el Papa, «una consideración débil de lapersona, que dé pie a cualquier concepción, incluso excéntrica, sóloen apariencia favorece la paz» (11). Es necesario, por tanto, contestar

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a la pregunta sobre el hombre para diseñar las iniciativas eficacesque nos conduzcan a la paz.

A la pregunta ¿qué es el hombre? Gaudium et spes, recurriendo ala enseñanza de la Escritura, contesta: «El hombre ha sido creado aimagen y semejanza de Dios, capaz de conocer y amar a su Creador,siendo constituido por Él señor de todas las criaturas visibles paraque las gobernase e hiciera uso de ellas, dando gloria a Dios (GS 12c;cfr. 34 a). Afirmar la verdad del hombre siempre será el presupuestobásico de la paz.

2. Fundamento antropológico de la pazAfirmado este presupuesto, el Papa indica el fundamento

antropológico en el que gravita una paz sólida y estable enraizada enla persona: la dignidad del hombre, la esencial igualdad de todas laspersonas y el señorío del hombre sobre la creación.

a. La dignidad del hombre se fundamenta en el hecho de ser crea-do a imagen de Dios y en su vocación, es decir, en lo que el hombrees y en lo que está llamado a ser. La conciencia, cada día mayor, de ladignidad de la persona está demandando que se llegue a una situa-ción social más humana y más justa que posibilite la instauración dela paz. Se ha de caminar, en consecuencia, hacia «un orden político,económico y social que esté más al servicio del hombre y permita acada uno y a cada grupo a firmar y cultivar su propia dignidad» (GS 9a). Se atenta contra la paz cuando se ofende a la dignidad humana ytambién cuando se es indiferente «ante lo que constituye la verdade-ra naturaleza del hombre» (11).

b. De la dignidad del hombre se sigue la igualdad. Como nos re-cuerda el Papa, «un elemento de importancia primordial para la cons-trucción de la paz es el reconocimiento de la igualdad esencial de laspersonas, que nace de su misma dignidad trascendente» (6). Lasdesigualdades económicas y sociales «son contrarias a la justicia so-cial, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y a la paz sociale internacional» (GS 21 a).

c. Este hombre ha recibido de manos de Dios la creación para darvida a un mundo de paz. El hombre es señor de la creación salida de

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las manos de Dios. Es responsable del mundo ante Dios y ante sushermanos. La creación entera es afectada, en positivo o en negativo,por el comportamiento del hombre. «La experiencia demuestra, diceel Papa, que toda actitud irrespetuosa con el medio ambiente conlle-va daños a la convivencia humana, y viceversa» (8).

3. Aplicaciones prácticasDesde estos fundamentos antropológicos, Benedicto XVI hace en

su Mensaje algunas aplicaciones prácticas.

a. La verdad última del hombre es normativa para su actuar. ElPapa habla de una «gramática trascendente, es decir, el conjunto dereglas de actuación individual y de relación entre las personas en jus-ticia y solidaridad, inscrita en las conciencias, en la que se refleja elsabio proyecto de Dios» (3). La paz, por tanto, exige «una respuestapersonal coherente con el plan divino» (3). El criterio que inspira di-cha respuesta es «el respeto de la gramática escrita en el corazón delhombre por su divino creador» (3). En esta perspectiva las normasdel derecho natural «deben ser acogidas como una llamada a llevar acabo fielmente el proyecto divino universal inscrito en la naturalezadel ser humano» (3).

b. El hombre concreto y singular, es un valor absoluto porque Dioslo ha creado y lo quiere por sí mismo (cfr. GS 24), como fin y no comomedio. Por esta razón, no puede ser puesto en función de nada, ni dela producción, ni del Estado o clase, ni de la sociedad. La ordenacióndel hombre a Dios, advertía Santo Tomás de Aquino, no es la de unmedio a un fin, sino la de un fin a un fin superior (cfr. CG 3,112).Siguiendo esta línea de reflexión, el Papa es tajante: «no se puededisponer libremente de la persona humana» (4). Denuncia los atenta-dos contra el derecho a la vida, que manifiestan «una negación direc-ta de la actitud de acogida del otro, indispensable para establecerrelaciones de paz duraderas» (5), y los atentados contra la libre ex-presión de la propia fe «síntoma preocupante de falta de paz en elmundo» (5). Este tipo de atentados promueven «una mentalidad yuna cultura negativa para la paz» (5).

c. Las desigualdades en el acceso a los bienes esenciales y entre

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el hombre y la mujer atentan contra la igualdad esencial de todas laspersonas. La igualdad es un bien «que no se puede desatender nidespreciar sin provocar graves consecuencias que ponen en peligrola paz» (6). Las desigualdades económicas y las carencias de bienesesenciales para el hombre «especialmente en el Continente africano,están en el origen de reivindicaciones violentas y son por tanto unatremenda herida infligida a la paz» (6). Respecto a la desigualdadesentre el hombre y la mujer, el Papa, concluye: «No se puede caer enla ilusión de que la paz está asegurada mientras no se superen estasformas de discriminación, que laceran la dignidad personal inscritapor el Creador en cada ser humano» (7).

d. «El respeto a la naturaleza está vinculado estrechamente con lanecesidad de establecer entre los hombres y las naciones relacionesatentas a la dignidad de la personas y capaces de satisfacer sus ne-cesidades» (9). En este contexto en Mensaje aborda el grave proble-ma del abastecimiento energético que, en unas regiones provocacompetitividad ante los recursos disponibles y, en otras, bloquea eldesarrollo de los pueblos. El Papa propone un desarrollo integral queabarque la dimensión moral y religiosa (9). El verdadero desarrollo,decía Pablo VI, «es el paso, para cada uno y para todos, de condicio-nes de vida menos humanas, a condiciones de vida más humanas»(PP 20). «La destrucción del ambiente, su uso impropio o egoísta y elacaparamiento violento de los recursos de la tierra, generan friccio-nes, conflictos y guerras, precisamente porque son fruto de un con-cepto inhumano de desarrollo» (9).

e. El respeto a los Derechos del hombre es condición de posibili-dad para una paz estable y verdadera. Pero una concepción relativistade la persona es insuficiente para justificar y defender los derechosfundamentales de la persona porque «la aporía es patente en estecaso: los derechos se proponen como absolutos, pero el fundamentoque se aduce para ellos es sólo relativo»(12). La Declaración Univer-sal de 1948 es considerada como «una forma de compromiso moralde la humanidad entera» (13) siempre que se entiendan «no simple-mente fundados en la decisión de la Asamblea que los ha aprobado,sino en la naturaleza misma del hombre y en su dignidad inalienablede persona creada por Dios»(13). El olvido de este fundamento último

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y una interpretación positivista de los mismos conculcarían la autori-dad de los Organismos Internacionales en su empeño de aparecercomo los defensores de los derechos del hombre (13). El Papa termi-na estas aplicaciones prácticas denunciando que el derecho interna-cional humanitario «no se ha aplicado coherentemente en algunassituaciones bélicas recientes» (14), la amenaza terrorista «con susformas inéditas de violencia» (14) y la inquietud que suscita de lavoluntad manifestada por algunos Estados de poseer armas nuclea-res (15).

4. Conclusión: la paz, don y tareaEl Príncipe de la paz nacido en Belén es don para todos nosotros,

gracia de un Dios cuya misericordia es eterna. Su tarea es ofrecerse así mismo en el altar de la cruz para consumar el misterio de la reden-ción humana y entregar a Dios Padre un reino de justicia, amor y paz.Si el Príncipe de la paz es don y tiene una tarea que realizar, la paztambién es don y tarea para todos nosotros.

Con el Papa quiero hacer un llamamiento a todos los católicos dela Diócesis para que intensifiquemos nuestras oraciones pidiendo alPadre el don de la paz y para que «todo cristiano se sienta compro-metido a ser un trabajador incansable a favor de la paz y un valientedefensor de la persona humana y sus derechos inalienables» (16).«La paz es una característica del obrar divino» (3) y «en Cristo pode-mos encontrar las razones supremas para hacernos firmes defenso-res de la dignidad humana y audaces constructores de la paz» (16).

Sinceramente y con mi bendición y mi palabra de aliento.

+ Rafael Palmero Ramos

Obispo de Orihuela-Alicante

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2 Mensaje deS. S. Benedicto XVI

para la celebración dela Jornada Mundial de la Paz

1 DE ENERO DE 2007

«La persona humana, corazón de la paz»

1Al comienzo del nuevo año, quiero hacer llegar a los gobernantes y alos responsables de las naciones, así como a todos los hombres y

mujeres de buena voluntad, mis deseos de paz. Los dirijo en particular atodos los que están probados por el dolor y el sufrimiento, a los que vivenbajo la amenaza de la violencia y la fuerza de las armas o que, agravia-dos en su dignidad, esperan en su rescate humano y social. Los dirijo alos niños, que con su inocencia enriquecen de bondad y esperanza a lahumanidad y, con su dolor, nos impulsan a todos trabajar por la justicia yla paz.

Pensando precisamente en los niños, especialmente en los que tie-nen su futuro comprometido por la explotación y la maldad de adultos sinescrúpulos, he querido que, con ocasión del Día Mundial de la Paz, laatención de todos se centre en el tema: La persona humana, corazón dela paz. En efecto, estoy convencido de que respetando a la persona sepromueve la paz, y que construyendo la paz se ponen las bases para unauténtico humanismo integral. Así es como se prepara un futuro serenopara las nuevas generaciones.

La persona humana y la paz: don y tarea

2La Sagrada Escritura dice: «Dios creó el hombre a su imagen; a ima-gen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). Por haber

sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de perso-

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na; no es solamente algo, sino alguien, capaz de conocerse, de poseerse,de entregarse libremente y de entrar en comunión con otras personas. Almismo tiempo, por la gracia, está llamado a una alianza con su Creador,a ofrecerle una respuesta de fe y amor que nadie más puede dar en sulugar.[1] En esta perspectiva admirable, se comprende la tarea que seha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y dehacer progresar el mundo, renovándolo en la justicia y en la paz. SanAgustín enseña con una elocuente síntesis: «Dios, que nos ha creadosin nosotros, no ha querido salvarnos sin nosotros».[2] Por tanto, es pre-ciso que todos los seres humanos cultiven la conciencia de los dos as-pectos, del don y de la tarea.

3También la paz es al mismo tiempo un don y una tarea. Si bien esverdad que la paz entre los individuos y los pueblos, la capacidad de

vivir unos con otros, estableciendo relaciones de justicia y solidaridad,supone un compromiso permanente, también es verdad, y lo es másaún, que la paz es un don de Dios. En efecto, la paz es una ca-racterísticadel obrar divino, que se manifiesta tanto en la creación de un universoordenado y armonioso como en la redención de la humanidad, que ne-cesita ser rescatada del desorden del pecado. Creación y Redenciónmuestran, pues, la clave de lectura que introduce a la comprensión delsentido de nuestra existencia sobre la tierra. Mi venerado predecesorJuan Pablo II, dirigiéndose a la Asamblea General de las Naciones Uni-das el 5 de octubre de 1995, dijo que nosotros «no vivimos en un mundoirracional o sin sentido [...], hay una lógica moral que ilumina la existen-cia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pue-blos».[3] La «gramática» trascendente, es decir, el conjunto de reglas deactuación individual y de relación entre las personas en justicia y solida-ridad, está inscrita en las conciencias, en las que se refleja el sabio pro-yecto de Dios. Como he querido reafirmar recientemente, «creemos queen el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad».[4] Portanto, la paz es también una tarea que a cada uno exige una respuestapersonal coherente con el plan divino. El criterio en el que debe inspirar-se dicha respuesta no puede ser otro que el respeto de la «gramática»escrita en el corazón del hombre por su divino Creador.

En esta perspectiva, las normas del derecho natural no han de consi-derarse como directrices que se imponen desde fuera, como si coarta-

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ran la libertad del hombre. Por el contrario, deben ser acogidas comouna llamada a llevar a cabo fielmente el proyecto divino universal inscritoen la naturaleza del ser humano. Guiados por estas normas, los pueblos—en sus respectivas culturas— pueden acercarse así al misterio másgrande, que es el misterio de Dios. Por tanto, el reconocimiento y elrespeto de la ley natural son también hoy la gran base para el diálogoentre los creyentes de las diversas religiones, así como entre los creyen-tes e incluso los no creyentes. Éste es un gran punto de encuentro y, portanto, un presupuesto fundamental para una paz auténtica.

El derecho a la vida y a la libertad religiosa

4El deber de respetar la dignidad de cada ser humano, en el cual serefleja la imagen del Creador, comporta como consecuencia que no

se puede disponer libremente de la persona. Quien tiene mayor poderpolítico, tecnológico o económico, no puede aprovecharlo para violar losderechos de los otros menos afortunados. En efecto, la paz se basa enel respeto de todos. Consciente de ello, la Iglesia se hace pregonera delos derechos fundamentales de cada persona. En particular, reivindica elrespeto de la vida y la libertad religiosa de todos. El respeto del derechoa la vida en todas sus fases establece un punto firme de importanciadecisiva: la vida es un don que el sujeto no tiene a su entera disposición.Igualmente, la afirmación del derecho a la libertad religiosa pone de ma-nifiesto la relación del ser humano con un Principio trascendente, que losustrae a la arbitrariedad del hombre mismo. El derecho a la vida y a lalibre expresión de la propia fe en Dios no están sometidos al poder delhombre. La paz necesita que se establezca un límite claro entre lo quees y no es disponible: así se evitarán intromisiones inaceptables en esepatrimonio de valores que es propio del hombre como tal.

5Por lo que se refiere al derecho a la vida, es preciso denunciar elestrago que se hace de ella en nuestra sociedad: además de las

víctimas de los conflictos armados, del terrorismo y de diversas formasde violencia, hay muertes silenciosas provocadas por el hambre, el abor-to, la experimentación sobre los embriones y la eutanasia. ¿Cómo no veren todo esto un atentado a la paz? El aborto y la experimentación sobrelos embriones son una negación directa de la actitud de acogida del otro,indispensable para establecer relaciones de paz duraderas. Respecto a

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la libre expresión de la propia fe, hay un síntoma preocupante de falta depaz en el mundo, que se manifiesta en las dificultades que tanto loscristianos como los seguidores de otras religiones encuentran a menudopara profesar pública y libremente sus propias convicciones religiosas.

Hablando en particular de los cristianos, debo notar con dolor que aveces no sólo se ven impedidos, sino que en algunos Estados son inclu-so perseguidos, y recientemente se han debido constatar también trági-cos episodios de feroz violencia. Hay regímenes que imponen a todosuna única religión, mientras que otros regímenes indiferentes alimentanno tanto una persecución violenta, sino un escarnio cultural sistemáticorespecto a las creencias religiosas. En todo caso, no se respeta un dere-cho humano fundamental, con graves repercusiones para la convivenciapacífica. Esto promueve necesariamente una mentalidad y una culturanegativa para la paz.

La igualdad de naturaleza de todas las personas

6En el origen de frecuentes tensiones que amenazan la paz se en-cuentran seguramente muchas desigualdades injustas que, trágica-

mente, hay todavía en el mundo. Entre ellas son particularmente insidio-sas, por un lado, las desigualdades en el acceso a bienes esencialescomo la comida, el agua, la casa o la salud; por otro, las persistentesdesigualdades entre hombre y mujer en el ejercicio de los derechos hu-manos fundamentales.

Un elemento de importancia primordial para la construcción de la pazes el reconocimiento de la igualdad esencial entre las personas huma-nas, que nace de su misma dignidad trascendente. En este sentido, laigualdad es, pues, un bien de todos, inscrito en esa «gramática» naturalque se desprende del proyecto divino de la creación; un bien que no sepuede desatender ni despreciar sin provocar graves consecuencias queponen en peligro la paz. Las gravísimas carencias que sufren muchaspoblaciones, especialmente del Continente africano, están en el origende reivindicaciones violentas y son por tanto una tremenda herida infligi-da a la paz.

7La insuficiente consideración de la condición femenina provoca tam-bién factores de inestabilidad en el orden social. Pienso en la explo-

tación de mujeres tratadas como objetos y en tantas formas de falta de

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respeto a su dignidad; pienso igualmente —en un contexto diverso— enlas concepciones antropológicas persistentes en algunas culturas, quetodavía asignan a la mujer un papel de gran sumisión al arbitrio del hom-bre, con consecuencias ofensivas a su dignidad de persona y al ejerciciode las libertades fundamentales mismas. No se puede caer en la ilusiónde que la paz está asegurada mientras no se superen también estasformas de discriminación, que laceran la dignidad personal inscrita por elCreador en cada ser humano.[5]

La ecología de la paz

8Juan Pablo II, en su Carta encíclica Centesimus annus, escribe: «Nosólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla

respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le hasido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, portanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dota-do».[6] Respondiendo a este don que el Creador le ha confiado, el hom-bre, junto con sus semejantes, puede dar vida a un mundo de paz. Así,pues, además de la ecología de la naturaleza hay una ecología que po-demos llamar «humana», y que a su vez requiere una «ecología social».Esto comporta que la humanidad, si tiene verdadero interés por la paz,debe tener siempre presente la interrelación entre la ecología natural, esdecir el respeto por la naturaleza, y la ecología humana. La experienciademuestra que toda actitud irrespetuosa con el medio ambiente conllevadaños a la convivencia humana, y viceversa. Cada vez se ve más clara-mente un nexo inseparable entre la paz con la creación y la paz entre loshombres. Una y otra presuponen la paz con Dios. La poética oración deSan Francisco conocida como el «Cántico del Hermano Sol», es un ad-mirable ejemplo, siempre actual, de esta multiforme ecología de la paz.

9El problema cada día más grave del abastecimiento energético nosayuda a comprender la fuerte relación entre una y otra ecología. En

estos años, nuevas naciones han entrado con pujanza en la producciónindustrial, incrementando las necesidades energéticas. Eso está provo-cando una competitividad ante los recursos disponibles sin parangóncon situaciones precedentes. Mientras tanto, en algunas regiones delplaneta se viven aún condiciones de gran atraso, en las que el desarrolloestá prácticamente bloqueado, motivado también por la subida de los

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precios de la energía. ¿Qué será de esas poblaciones? ¿Qué género dedesarrollo, o de no desarrollo, les impondrá la escasez de abastecimien-to energético? ¿Qué injusticias y antagonismos provocará la carrera alas fuentes de energía? Y ¿cómo reaccionarán los excluidos de estacompetición? Son preguntas que evidencian cómo el respeto por la na-turaleza está vinculado estrechamente con la necesidad de establecerentre los hombres y las naciones relaciones atentas a la dignidad de lapersona y capaces de satisfacer sus auténticas necesidades. La des-trucción del ambiente, su uso impropio o egoísta y el acaparamiento vio-lento de los recursos de la tierra, generan fricciones, conflictos y guerras,precisamente porque son fruto de un concepto inhumano de desarrollo.En efecto, un desarrollo que se limitara al aspecto técnico y económico,descuidando la dimensión moral y religiosa, no sería un desarrollo hu-mano integral y, al ser unilateral, terminaría fomentando la capacidaddestructiva del hombre.

Concepciones restrictivas del hombreEs apremiante, pues, incluso en el marco de las dificultades y ten-siones internacionales actuales, el esfuerzo por abrir paso a una

ecología humana que favorezca el crecimiento del «árbol de la paz».Para acometer una empresa como ésta, es preciso dejarse guiar por unavisión de la persona no viciada por prejuicios ideológicos y culturales, ointereses políticos y económicos, que inciten al odio y a la violencia. Escomprensible que la visión del hombre varíe en las diversas culturas. Loque no es admisible es que se promuevan concepciones antropológicasque conlleven el germen de la contraposición y la violencia. Son igual-mente inaceptables las concepciones de Dios que impulsen a la intole-rancia ante nuestros semejantes y el recurso a la violencia contra ellos.Éste es un punto que se ha de reafirmar con claridad: nunca es acepta-ble una guerra en nombre de Dios. Cuando una cierta concepción deDios da origen a hechos criminales, es señal de que dicha concepciónse ha convertido ya en ideología.

Pero hoy la paz peligra no sólo por el conflicto entre las concepcio-nes restrictivas del hombre, o sea, entre las ideologías. Peligra tam-

bién por la indiferencia ante lo que constituye la verdadera naturalezadel hombre. En efecto, son muchos en nuestros tiempos los que niegan

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la existencia de una naturaleza humana específica, haciendo así posiblelas más extravagantes interpretaciones de las dimensiones constitutivasesenciales del ser humano. También en esto se necesita claridad: unaconsideración «débil» de la persona, que dé pie a cualquier concepción,incluso excéntrica, sólo en apariencia favorece la paz. En realidad, impi-de el diálogo auténtico y abre las puertas a la intervención de imposicio-nes autoritarias, terminando así por dejar indefensa a la persona mismay, en consecuencia, presa fácil de la opresión y la violencia.

Derechos humanos y Organizaciones internacionalesUna paz estable y verdadera presupone el respeto de los dere-chos del hombre. Pero si éstos se basan en una concepción débil

de la persona, ¿cómo evitar que se debiliten también ellos mismos? Sepone así de manifiesto la profunda insuficiencia de una concepciónrelativista de la persona cuando se trata de justificar y defender sus de-rechos. La aporía es patente en este caso: los derechos se proponencomo absolutos, pero el fundamento que se aduce para ello es sólo rela-tivo. ¿Por qué sorprenderse cuando, ante las exigencias «incómodas»que impone uno u otro derecho, alguien se atreviera a negarlo o deciderarelegarlo? Sólo si están arraigados en bases objetivas de la naturalezaque el Creador ha dado al hombre, los derechos que se le han atribuidopueden ser afirmados sin temor de ser desmentidos. Por lo demás, espatente que los derechos del hombre implican a su vez deberes. A esterespecto, bien decía el mahatma Gandhi: «El Ganges de los derechosdesciende del Himalaya de los deberes». Únicamente aclarando estospresupuestos de fondo, los derechos humanos, sometidos hoy a conti-nuos ataques, pueden ser defendidos adecuadamente. Sin esta aclara-ción, se termina por usar la expresión misma de «derechos humanos»,sobrentendiendo sujetos muy diversos entre sí: para algunos, será lapersona humana caracterizada por una dignidad permanente y por dere-chos siempre válidos, para todos y en cualquier lugar; para otros, unapersona con dignidad versátil y con derechos siempre negociables, tantoen los contenidos como en el tiempo y en el espacio.

Los Organismos internacionales se refieren continuamente a latutela de los derechos humanos y, en particular, lo hace la Organi-

zación de las Naciones Unidas que, con la Declaración Universal de 1948,

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se ha propuesto como tarea fundamental la promoción de los derechosdel hombre. Se considera dicha Declaración como una forma de com-promiso moral asumido por la humanidad entera. Esto manifiesta unaprofunda verdad sobre todo si se entienden los derechos descritos en laDeclaración no simplemente como fundados en la decisión de la asam-blea que los ha aprobado, sino en la naturaleza misma del hombre y ensu dignidad inalienable de persona creada por Dios. Por tanto, es impor-tante que los Organismos internacionales no pierdan de vista el funda-mento natural de los derechos del hombre. Eso los pondría a salvo delriesgo, por desgracia siempre al acecho, de ir cayendo hacia una inter-pretación meramente positivista de los mismos. Si esto ocurriera, losOrganismos internacionales perderían la autoridad necesaria para des-empeñar el papel de defensores de los derechos fundamentales de lapersona y de los pueblos, que es la justificación principal de su propiaexistencia y actuación.

Derecho internacional humanitario y derecho interno de los

EstadosA partir de la convicción de que existen derechos humanosinalienables vinculados a la naturaleza común de los hombres, se

ha elaborado un derecho internacional humanitario, a cuya observanciase han comprometido los Estados, incluso en caso de guerra. Lamenta-blemente, y dejando aparte el pasado, este derecho no ha sido aplicadocoherentemente en algunas situaciones bélicas recientes. Así ha ocurri-do, por ejemplo, en el conflicto que hace meses ha tenido como escena-rio el Sur del Líbano, en el que se ha desatendido en buena parte laobligación de proteger y ayudar a las víctimas inocentes, y de no implicara la población civil. El doloroso caso del Líbano y la nueva configuraciónde los conflictos, sobre todo desde que la amenaza terrorista ha actuadocon formas inéditas de violencia, exigen que la comunidad internacionalcorrobore el derecho internacional humanitario y lo aplique en todas lassituaciones actuales de conflicto armado, incluidas las que no están pre-vistas por el derecho internacional vigente. Además, la plaga del terroris-mo reclama una reflexión profunda sobre los límites éticos implicados enel uso de los instrumentos modernos de la seguridad nacional. En efec-to, cada vez más frecuentemente los conflictos no son declarados, sobretodo cuando los desencadenan grupos terroristas decididos a alcanzar

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por cualquier medio sus objetivos. Ante los hechos sobrecogedores deestos últimos años, los Estados deben percibir la necesidad de estable-cer reglas más claras, capaces de contrastar eficazmente la dramáticadesorientación que se está dando. La guerra es siempre un fracaso parala comunidad internacional y una gran pérdida para la humanidad. Y cuan-do, a pesar de todo, se llega a ella, hay que salvaguardar al menos losprincipios esenciales de humanidad y los valores que fundamentan todaconvivencia civil, estableciendo normas de comportamiento que limitenlo más posible sus daños y ayuden a aliviar el sufrimiento de los civiles yde todas las víctimas de los conflictos.[7]

Otro elemento que suscita gran inquietud es la voluntad, manifes-tada recientemente por algunos Estados, de poseer armas nu-

cleares. Esto ha acentuado ulteriormente el clima difuso de incertidum-bre y de temor ante una posible catástrofe atómica. Es algo que hacepensar de nuevo en los tiempos pasados, en las ansias abrumadoras delperíodo de la llamada «guerra fría». Se esperaba que, después de ella,el peligro atómico habría pasado definitivamente y que la humanidadpodría por fin dar un suspiro de sosiego duradero. A este respecto, quéactual parece la exhortación del Concilio Ecuménico Vaticano II: «Todaacción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciuda-des enteras o de amplias regiones con sus habitantes es un crimen con-tra Dios y contra el hombre mismo que hay que condenar con firmeza ysin vacilaciones».[8] Lamentablemente, en el horizonte de la humanidadsiguen formándose nubes amenazadoras. La vía para asegurar un futu-ro de paz para todos consiste no sólo en los acuerdos internacionalespara la no proliferación de armas nucleares, sino también en el compro-miso de intentar con determinación su disminución y desmantelamientodefinitivo. Ninguna tentativa puede dejarse de lado para lograr estos ob-jetivos mediante la negociación. ¡Está en juego la suerte de toda la fami-lia humana!

La Iglesia, tutela de la trascendencia de la persona humanaDeseo, por fin, dirigir un llamamiento apremiante al Pueblo deDios, para que todo cristiano se sienta comprometido a ser un

trabajador incansable en favor de la paz y un valiente defensor de ladignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables. El cris-

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tiano, dando gracias a Dios por haberlo llamado a pertenecer a su Igle-sia, que es «signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona hu-mana» [9] en el mundo, no se cansará de implorarle el bien fundamentalde la paz, tan importante en la vida de cada uno. Sentirá también lasatisfacción de servir con generosa dedicación a la causa de la paz,ayudando a los hermanos, especialmente a aquéllos que, además desufrir privaciones y pobreza, carecen también de este precioso bien. Je-sús nos ha revelado que «Dios es amor» (1 Jn4,8), y que la vocaciónmás grande de cada persona es el amor. En Cristo podemos encontrarlas razones supremas para hacernos firmes defensores de la dignidadhumana y audaces constructores de la paz.

Así pues, que nunca falte la aportación de todo creyente a la pro-moción de un verdadero humanismo integral, según las enseñan-

zas de las Cartas encíclicas Populorum progressio y Sollicitudo rei socialis,de las que nos preparamos a celebrar este año precisamente el 40 y el20 aniversario. Al comienzo del año 2007, al que nos asomamos —aunentre peligros y problemas— con el corazón lleno de esperanza, confíomi constante oración por toda la humanidad a la Reina de la Paz, Madrede Jesucristo, «nuestra paz» (Ef 2,14). Que María nos enseñe en su Hijoel camino de la paz, e ilumine nuestros ojos para que sepan reconocersu Rostro en el rostro de cada persona humana, corazón de la paz.

Vaticano, 8 de diciembre de 2006.BENEDICTUS PP XVI

Notas[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 357.[2] Sermo 169, 11, 13: PL 38, 923.[3] N. 3.[4] Homilía en la explanada de Isling de Ratisbona(12 septiembre 2006).[5] Cf. Congr. para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia católica

sobre la colaboración del hombre y de la mujer en la Iglesia y en el mundo (31mayo 2004), 15-16.

[6] N. 38.[7] A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica ha impartido unos criterios

muy severos y precisos: cf. nn. 2307-2317.[8] Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 80.[9] Ibíd., 76.

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21Justicia y Paz

3 Cuestionario(para el trabajo comunitario del

Mensaje)

1. Ora y reflexiona personalmente y comenta en grupo las siguientesfrases del mensaje:• Respetando a la persona se promueve la paz, y construyendo la

paz se ponen las bases para un auténtico humanismo integral.Así es como se prepara un futuro sereno para las nuevas gene-raciones.

• Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene ladignidad de persona.

• La paz es también una tarea que a cada uno exige una respuestapersonal coherente con el plan divino.

• La vida es un don que el sujeto (el hombre) no tiene a su enteradisposición.

• En el origen de frecuentes tensiones que amenazan la paz seencuentran seguramente muchas desigualdades injustas que, trá-gicamente, hay todavía en el mundo.

• Además de la ecología de la naturaleza hay una ecología quepodemos llamar «humana», y que a su vez requiere una «ecologíasocial».

• La paz peligra no sólo por el conflicto entre las concepcionesrestrictivas del hombre, o sea, entre las ideologías. Peligra tam-bién por la indiferencia ante lo que constituye la verdadera natu-raleza del hombre.

• Es patente que los derechos del hombre implican a su vez debe-res. A este respecto, bien decía el mahatma Gandhi: «El Gangesde los derechos desciende del Himalaya de los deberes».

• La guerra es siempre un fracaso para la comunidad internacionaly una gran pérdida para la humanidad.

• Que nunca falte la aportación de todo creyente a la promoción deun verdadero humanismo integral.

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2. Interrogantes para seguir avanzando.• El Papa nos invita a reflexionar acerca de la persona humana

como corazón de la paz. ¿Cómo participo en el fomento de ladignidad de la persona y en el respeto a los derechos que le soninherentes? ¿Cuáles son estos derechos? ¿Me rebelo cuandoéstos se vulneran, sobre todo a las personas más frágiles?

• ¿Qué situaciones injustas concretas conoces que atentan contrala paz? ¿Cómo crees que podrían evitarse?

• ¿Está justificada la violencia en determinadas ocasiones?• ¿Eres consciente de que cualquier actitud irrespetuosa con el

medio ambiente conlleva daños a la misma convivencia y natura-leza humana? Enumera actitudes y posibles cambios personalesconcretos.

• ¿Estás comprometido con la exigencia a los gobernantes acercadel respeto al derecho internacional y humanitario? ¿Crees queéste se cumple? ¿Podríamos hacer mayor presión para su cum-plimiento efectivo en aras de la paz? ¿Cómo?

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23Justicia y Paz

4 Compendio de la

doctrina social de la

Iglesia

124 Iluminada por el admirable mensaje bíblico, la doctrina socialde la Iglesia se detiene, ante todo, en los aspectos principales e inse-parables de la persona humana para captar las facetas más impor-tantes de su misterio y de su dignidad. En efecto, no han faltado en elpasado, y aún se asoman dramáticamente a la escena de la historiaactual, múltiples concepciones reductivas, de carácter ideológico osimplemente debidas a formas difusas de costumbres y pensamiento,que se refieren al hombre, a su vida y su destino. Estas concepcionestienen en común el hecho de ofuscar la imagen del hombre acentuan-do sólo alguna de sus características, con perjuicio de todas las de-más.233

125 La persona no debe ser considerada únicamente como indivi-dualidad absoluta, edificada por sí misma y sobre sí misma, como sisus características propias no dependieran más que de sí misma.Tampoco debe ser considerada como mera célula de un organismodispuesto a reconocerle, a lo sumo, un papel funcional dentro de unsistema. Las concepciones que tergiversan la plena verdad del hom-bre han sido objeto, en repetidas ocasiones, de la solicitud social de laIglesia, que no ha dejado de alzar su voz frente a estas y otras visio-

(Capítulo III. La persona humana y sus derechos)

3. LA PERSONA HUMANA Y SUSMÚLTIPLES DIMENSIONES

233 Cf. Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 26-39: AAS 63 (1971) 420-428.

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nes, drásticamente reductivas. En cambio, se ha preocupado por anun-ciar que los hombres «no se nos muestran desligados entre sí, comogranos de arena, sino más bien unidos entre sí en un conjuntoorgánicamente ordenado, con relaciones variadas según la diversi-dad de los tiempos» 234 y que el hombre no puede ser comprendidocomo «un simple elemento y una molécula del organismo social»,235

cuidando, a la vez, que la afirmación del primado de la persona, noconllevase una visión individualista o masificada.

126 La fe cristiana, que invita a buscar en todas partes cuanto hayade bueno y digno del hombre (cf. 1 Ts 5,21), «es muy superior a estasideologías y queda situada a veces en posición totalmente contraria aellas, en la medida en que reconoce a Dios, trascendente y creador,que interpela, a través de todos los niveles de lo creado, al hombrecomo libertad responsable».236

La doctrina social se hace cargo de las diferentes dimensiones delmisterio del hombre, que exige ser considerado «en la plena verdadde su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario ysocial»,237 con una atención específica, de modo que le pueda con-sentir la valoración más exacta.

A) LA UNIDAD DE LA PERSONA

127 El hombre ha sido creado por Dios como unidad de alma ycuerpo: 238 «El alma espiritual e inmortal es el principio de unidad delser humano, es aquello por lo cual éste existe como un todo —“corporeet anima unus”— en cuanto persona. Estas definiciones no indican

234 Pío XII, Carta enc. Summi Pontificatus: AAS 31 (1939) 463.235 Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 13: AAS 83 (1991) 809.236 Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 27: AAS 63 (1971) 421.237 Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 14: AAS 71 (1979) 284.238 Cf. Concilio Lateranense IV, Cap. 1, De fide catholica: DS 800, p. 259;

Concilio Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius, c. 1: De Deo rerum omniumCreatore: DS 3002, p. 587; Id., Ibídem, cánones 2. 5: DS 3022. 3025, pp.592.593.

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solamente que el cuerpo, para el cual ha sido prometida la resurrec-ción, participará de la gloria; recuerdan igualmente el vínculo de larazón y de la libre voluntad con todas las facultades corpóreas y sen-sibles. La persona —incluido el cuerpo— está confiada enteramentea sí misma, y es en la unidad de alma y cuerpo donde ella es el sujetode sus propios actos morales».239

128 Mediante su corporeidad, el hombre unifica en sí mismo loselementos del mundo material, «el cual alcanza por medio del hom-bre su más alta cima y alza la voz para la libre alabanza del Crea-dor».240 Esta dimensión le permite al hombre su inserción en el mundomaterial, lugar de su realización y de su libertad, no como en unaprisión o en un exilio. No es lícito despreciar la vida corporal; el hom-bre, al contrario, «debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo,como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día».241 Ladimensión corporal, sin embargo, a causa de la herida del pecado,hace experimentar al hombre las rebeliones del cuerpo y las inclina-ciones perversas del corazón, sobre las que debe siempre vigilar parano dejarse esclavizar y para no permanecer víctima de una visiónpuramente terrena de su vida.

Por su espiritualidad el hombre supera a la totalidad de las cosas ypenetra en la estructura más profunda de la realidad. Cuando seadentra en su corazón, es decir, cuando reflexiona sobre su propiodestino, el hombre se descubre superior al mundo material, por sudignidad única de interlocutor de Dios, bajo cuya mirada decide suvida. Él, en su vida interior, reconoce tener en «sí mismo la espiritua-lidad y la inmortalidad de su alma» y no se percibe a sí mismo «comopartícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad hu-mana».242

239 Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 48: AAS 85 (1993) 1172.240 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 14: AAS 58 (1966)

1035; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 364.241 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 14: AAS 58 (1966)

1035.242 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 14: AAS 58 (1966)

1036; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 363. 1703.

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129 El hombre, por tanto, tiene dos características diversas: es unser material, vinculado a este mundo mediante su cuerpo, y un serespiritual, abierto a la trascendencia y al descubrimiento de «una ver-dad más profunda», a causa de su inteligencia, que lo hace «partici-pante de la luz de la inteligencia divina».243 La Iglesia afirma: «La uni-dad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar alalma como la “forma” del cuerpo, es decir, gracias al alma espiritual,la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en elhombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sinoque su unión constituye una única naturaleza».244 Ni el espiritualismoque desprecia la realidad del cuerpo, ni el materialismo que considerael espíritu una mera manifestación de la materia, dan razón de la com-plejidad, de la totalidad y de la unidad del ser humano.

B) APERTURA A LA TRASCENDENCIA Y UNICIDAD DELA PERSONA

a) Abierta a la trascendencia

130 A la persona humana pertenece la apertura a la trascenden-cia: el hombre está abierto al infinito y a todos los seres creados. Estáabierto sobre todo al infinito, es decir a Dios, porque con su inteligen-cia y su voluntad se eleva por encima de todo lo creado y de sí mismo,se hace independiente de las criaturas, es libre frente a todas las co-sas creadas y se dirige hacia la verdad y el bien absolutos. Está abier-to también hacia el otro, a los demás hombres y al mundo, porquesólo en cuanto se comprende en referencia a un tú puede decir yo.Sale de sí, de la conservación egoísta de la propia vida, para entraren una relación de diálogo y de comunión con el otro.

La persona está abierta a la totalidad del ser, al horizonte ilimitadodel ser. Tiene en sí la capacidad de trascender los objetos particula-

243 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 15: AAS 58 (1966)1036.

244 Catecismo de la Iglesia Católica, 365.

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res que conoce, gracias a su apertura al ser sin fronteras. El almahumana es en un cierto sentido, por su dimensión cognoscitiva, todaslas cosas: «todas las cosas inmateriales gozan de una cierta infini-dad, en cuanto abrazan todo, o porque se trata de la esencia de unarealidad espiritual que funge de modelo y semejanza de todo, comoes en el caso de Dios, o bien porque posee la semejanza de todacosa o en acto como en los Ángeles o en potencia como en las al-mas».245

b) Única e irrepetible

131 El hombre existe como ser único e irrepetible, existe como un«yo», capaz de autocomprenderse, autoposeerse y autodeterminarse.La persona humana es un ser inteligente y consciente, capaz de re-flexionar sobre sí mismo y, por tanto, de tener conciencia de sí y desus propios actos. Sin embargo, no son la inteligencia, la conciencia yla libertad las que definen a la persona, sino que es la persona quienestá en la base de los actos de inteligencia, de conciencia y de liber-tad. Estos actos pueden faltar, sin que por ello el hombre deje de serpersona.

La persona humana debe ser comprendida siempre en su irrepeti-ble e insuprimible singularidad. En efecto, el hombre existe ante todocomo subjetividad, como centro de conciencia y de libertad, cuya his-toria única y distinta de las demás expresa su irreductibilidad antecualquier intento de circunscribirlo a esquemas de pensamiento o sis-temas de poder, ideológicos o no. Esto impone, ante todo, no sólo laexigencia del simple respeto por parte de todos, y especialmente delas instituciones políticas y sociales y de sus responsables, en rela-ción a cada hombre de este mundo, sino que además, y en mayor

245 Sto. Tomás de Aquino, Commentum in tertium librum Sententiarum, d. 27,q. 1, a. 4: «Ex utraque autem parte res immateriales infinitatem habentquodammodo, quia sunt quodammodo omnia, sive inquantum essentiarei immaterialis est exemplar et similitudo omnium, sicut in Deo accidit,sive quia habet similitudinem omnium vel actu vel potentia, sicut accidit inAngelis et in animabus»; cf. Id., Summa theologiae, I, q. 75, a. 5: Ed.Leon. 5, 201-203.

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medida, comporta que el primer compromiso de cada uno hacia elotro, y sobre todo de estas mismas instituciones, se debe situar en lapromoción del desarrollo integral de la persona.

c) El respeto de la dignidad humana

132 Una sociedad justa puede ser realizada solamente en el res-peto de la dignidad trascendente de la persona humana. Ésta repre-senta el fin último de la sociedad, que está a ella ordenada: «El ordensocial, pues, y su progresivo desarrollo deben en todo momento su-bordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterseal orden personal, y no al contrario».246 El respeto de la dignidad hu-mana no puede absolutamente prescindir de la obediencia al principiode «considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar desu vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente».247 Espreciso que todos los programas sociales, científicos y culturales, es-tén presididos por la conciencia del primado de cada ser humano.248

133 En ningún caso la persona humana puede ser instrumentalizadapara fines ajenos a su mismo desarrollo, que puede realizar plena ydefinitivamente sólo en Dios y en su proyecto salvífico: el hombre, enefecto, en su interioridad, trasciende el universo y es la única criaturaque Dios ha amado por sí misma.249 Por esta razón, ni su vida, ni eldesarrollo de su pensamiento, ni sus bienes, ni cuantos compartensus vicisitudes personales y familiares pueden ser sometidos a injus-tas restricciones en el ejercicio de sus derechos y de su libertad.

La persona no puede estar finalizada a proyectos de carácter eco-nómico, social o político, impuestos por autoridad alguna, ni siquieraen nombre del presunto progreso de la comunidad civil en su conjunto

246 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 26: AAS 58 (1966)1046- 1047.

247 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 27: AAS 58 (1966)1047.

248 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2235.249 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 24: AAS 58 (1966)

1045; Catecismo de la Iglesia Católica, 27, 356 y 358.

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o de otras personas, en el presente o en el futuro. Es necesario, portanto, que las autoridades públicas vigilen con atención para que unarestricción de la libertad o cualquier otra carga impuesta a la actua-ción de las personas no lesione jamás la dignidad personal y garanti-ce el efectivo ejercicio de los derechos humanos. Todo esto, una vezmás, se funda sobre la visión del hombre como persona, es decir,como sujeto activo y responsable del propio proceso de crecimiento,junto con la comunidad de la que forma parte.

134 Los auténticos cambios sociales son efectivos y duraderos solosi están fundados sobre un cambio decidido de la conducta personal.No será posible jamás una auténtica moralización de la vida social sino es a partir de las personas y en referencia a ellas: en efecto, «elejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona huma-na».250 A las personas compete, evidentemente, el desarrollo de lasactitudes morales, fundamentales en toda convivencia verdaderamentehumana (justicia, honradez, veracidad, etc.), que de ninguna manerase puede esperar de otros o delegar en las instituciones. A todos,particularmente a quienes de diversas maneras están investidos deresponsabilidad política, jurídica o profesional frente a los demás, co-rresponde ser conciencia vigilante de la sociedad y primeros testigosde una convivencia civil y digna del hombre.

C) LA LIBERTAD DE LA PERSONA

a) Valor y límites de la libertad

135 El hombre puede dirigirse hacia el bien sólo en la libertad, queDios le ha dado como signo eminente de su imagen: 251 «Dios haquerido dejar al hombre en manos de su propia decisión (cf. Si 15,14),para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndoselibremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección. La

250 Catecismo de la Iglesia Católica, 1706.251 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1705.

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dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según suconciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por conviccióninterna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o dela mera coacción externa».252

El hombre justamente aprecia la libertad y la busca con pasión:justamente quiere —y debe—, formar y guiar por su libre iniciativa suvida personal y social, asumiendo personalmente su responsabilidad.253

La libertad, en efecto, no sólo permite al hombre cambiar convenien-temente el estado de las cosas exterior a él, sino que determina sucrecimiento como persona, mediante opciones conformes al bien ver-dadero: 254 de este modo, el hombre se genera a sí mismo, es padrede su propio ser 255 y construye el orden social.256

136 La libertad no se opone a la dependencia creatural del hombrerespecto a Dios.257 La Revelación enseña que el poder de determinarel bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios (cf. Gn 2,16-17). ´ El hombre es ciertamente libre, desde el momento en que pue-de comprender y acoger los mandamientos de Dios. Y posee unalibertad muy amplia, porque puede comer “de cualquier árbol del jar-dín”. Pero esta libertad no es ilimitada: el hombre debe detenerse anteel “árbol de la ciencia del bien y del mal”, por estar llamado a aceptarla ley moral que Dios le da. En realidad, la libertad del hombre en-cuentra su verdadera y plena realización en esta aceptación».258

252 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 17: AAS 58 (1966)1037; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1730-1732.

253 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 34: AAS 85 (1993) 1160-1161; Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 17: AAS 58 (1966)1038.

254 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1733.255 Cf. San Gregorio de Nisa, De vita Moysis, 2, 2-3: PG 44, 327B-328B:

«…unde fit, ut nos ipsi patres quodammodo simus nostri… vitii ac virtutisratione fingentes».

256 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 13: AAS 83 (1991) 809-810.

257 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1706.258 Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 35: AAS 85 (1993) 1161-1162.

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137 El recto ejercicio de la libertad personal exige unas determina-das condiciones de orden económico, social, jurídico, político y cultu-ral que son, «con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas.Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral ycolocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecarcontra la caridad. Al apartarse de la ley moral, el hombre atenta contrasu propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad consus semejantes y se rebela contra la verdad divina».259 La liberaciónde las injusticias promueve la libertad y la dignidad humana: no obs-tante, «ante todo, hay que apelar a las capacidades espirituales ymorales de la persona y a la exigencia permanente de la conversióninterior si se quieren obtener cambios económicos y sociales que es-tén verdaderamente al servicio del hombre».260

b) El vínculo de la libertad con la verdad y la ley natural

138 En el ejercicio de la libertad, el hombre realiza actos moral-mente buenos, que edifican su persona y la sociedad, cuando obede-ce a la verdad, es decir, cuando no pretende ser creador y dueñoabsoluto de ésta y de las normas éticas.261 La libertad, en efecto, «notiene su origen absoluto e incondicionado en sí misma, sino en laexistencia en la que se encuentra y para la cual representa, al mismotiempo, un límite y una posibilidad. Es la libertad de una criatura, osea, una libertad donada, que se ha de acoger como un germen yhacer madurar con responsabilidad».262 En caso contrario, muere comolibertad y destruye al hombre y a la sociedad.263

139 La verdad sobre el bien y el mal se reconoce en modo prácticoy concreto en el juicio de la conciencia, que lleva a asumir la res-

259 Catecismo de la Iglesia Católica, 1740.260 Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 75:

AAS 79 (1987) 587.261 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1749-1756.262 Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 86: AAS 85 (1993) 1201.263 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 44. 99: AAS 85 (1993)

1168- 1169. 1210-1211.

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ponsabilidad del bien cumplido o del mal cometido. «Así, en el juiciopráctico de la conciencia, que impone a la persona la obligación derealizar un determinado acto, se manifiesta el vínculo de la libertadcon la verdad. Precisamente por esto la conciencia se expresa conactos de “juicio”, que reflejan la verdad sobre el bien, y no como “deci-siones” arbitrarias. La madurez y responsabilidad de estos juicios —y,en definitiva, del hombre, que es su sujeto— se demuestran no con laliberación de la conciencia de la verdad objetiva, en favor de una pre-sunta autonomía de las propias decisiones, sino, al contrario, con unaapremiante búsqueda de la verdad y con dejarse guiar por ella en elobrar».264

140 El ejercicio de la libertad implica la referencia a una ley moralnatural, de carácter universal, que precede y aúna todos los derechosy deberes.265 La ley natural «no es otra cosa que la luz de la inteligen-cia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo quese debe hacer y lo que se debe evitar. Esta luz o esta ley Dios la hadonado a la creación» 266 y consiste en la participación en su ley eter-na, la cual se identifica con Dios mismo.267 Esta ley se llama naturalporque la razón que la promulga es propia de la naturaleza humana.Es universal, se extiende a todos los hombres en cuanto establecidapor la razón. En sus preceptos principales, la ley divina y natural estáexpuesta en el Decálogo e indica las normas primeras y esenciales

264 Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 61: AAS 85 (1993) 1181-1182.265 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 50 : AAS 85 (1993) 1173-

1174.266 Sto. Tomás de Aquino, In duo praecepta caritatis et in decem Legis

praecepta expositio, c. 1: «Nunc autem de scientia operandorumintendimus: ad quam tractandam quadruplex lex invenitur. Prima diciturlex naturae; et haec nihil aliud est nisi lumen intellectus insitum nobis aDeo, per quod cognoscimus quid agendum et quid vitandum. Hoc lumenet hanc legem dedit Deus homini in creatione»: Divi Thomae Aquinatis,Doctoris Angelici, Opuscula Theologica, v. II: De re spirituali, cura et studioP. Fr. Raymundi Spiazzi O.P., Marietti ed., Taurini-Romae 1954, p. 245.

267 Cf. Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q.91, a.2, c: Ed. Leon.7,154: «…participatio legis aeternae in rationali creatura lex naturalisdicitur».

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que regulan la vida moral.268 Se sustenta en la tendencia y la sumisióna Dios, fuente y juez de todo bien, y en el sentido de igualdad de losseres humanos entre sí. La ley natural expresa la dignidad de la per-sona y pone la base de sus derechos y de sus deberes fundamenta-les.269

141 En la diversidad de las culturas, la ley natural une a los hom-bres entre sí, imponiendo principios comunes. Aunque su aplicaciónrequiera adaptaciones a la multiplicidad de las condiciones de vida,según los lugares, las épocas y las circunstancias,270 la ley natural esinmutable, «subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres y sostiene suprogreso... Incluso cuando se llega a renegar de sus principios, no sela puede destruir ni arrancar del corazón del hombre. Resurge siem-pre en la vida de individuos y sociedades».271

Sus preceptos, sin embargo, no son percibidos por todos con clari-dad e inmediatez. Las verdades religiosas y morales pueden ser co-nocidas «de todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin mezclade error»,272 sólo con la ayuda de la Gracia y de la Revelación. La leynatural ofrece un fundamento preparado por Dios a la ley revelada y ala Gracia, en plena armonía con la obra del Espíritu.273

142 La ley natural, que es ley de Dios, no puede ser cancelada porla maldad humana.274 Esta Ley es el fundamento moral indispensablepara edificar la comunidad de los hombres y para elaborar la ley civil,que infiere las consecuencias de carácter concreto y contingente apartir de los principios de la ley natural.275 Si se oscurece la percep-

268 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1955.269 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1956.270 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1957.271 Catecismo de la Iglesia Católica, 1958.272 Concilio Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius, c.2: DS 3005, p. 588; cf. Pío

XII, Carta enc. Humani generis: AAS 42 (1950) 562.273 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica,1960.274 Cf. San Agustín, Confesiones, 2,4,9: PL 32, 678: «Furtum certe punit lex

tua, Domine, et lex scripta in cordibus hominum, quam ne ipsa quidemdelet iniquitas».

275 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1959.

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ción de la universalidad de la ley moral natural, no se puede edificaruna comunión real y duradera con el otro, porque cuando falta la con-vergencia hacia la verdad y el bien, «cuando nuestros actos descono-cen o ignoran la ley, de manera imputable o no, perjudican la comu-nión de las personas, causando daño».276 En efecto, sólo una libertadque radica en la naturaleza común puede hacer a todos los hombresresponsables y es capaz de justificar la moral pública. Quien seautoproclama medida única de las cosas y de la verdad no puedeconvivir pacíficamente ni colaborar con sus semejantes.277

143 La libertad está misteriosamente inclinada a traicionar la aper-tura a la verdad y al bien humano y con demasiada frecuencia prefiereel mal y la cerrazón egoísta, elevándose a divinidad creadora del bieny del mal: «Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, porinstigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó desu libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su pro-pio fin al margen de Dios […]. Al negarse con frecuencia a reconocera Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación asu fin último, y también toda su ordenación tanto por lo que toca a supropia persona como a las relaciones con los demás y con el resto dela creación».278 La libertad del hombre, por tanto, necesita ser libera-da. Cristo, con la fuerza de su misterio pascual, libera al hombre delamor desordenado de sí mismo,279 que es fuente del desprecio al pró-jimo y de las relaciones caracterizadas por el dominio sobre el otro; Élrevela que la libertad se realiza en el don de sí mismo.280 Con su sacri-ficio en la cruz, Jesús reintegra el hombre a la comunión con Dios ycon sus semejantes.

276 Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 51: AAS 85 (1993) 1175.277 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae, 19-20: AAS 87 (1995)

421-424.278 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 13: AAS 58 (1966)

1034- 1035.279 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1741.280 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 87: AAS 85 (1993) 1202-

1203.

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D) LA IGUAL DIGNIDAD DE TODAS LAS PERSONAS

144 «Dios no hace acepción de personas» (Hch 10,34; cf. Rm 2,11;Ga 2,6; Ef 6,9), porque todos los hombres tienen la misma dignidadde criaturas a su imagen y semejanza.281 La Encarnación del Hijo deDios manifiesta la igualdad de todas las personas en cuanto a digni-dad: «Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer,ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3,28; cf. Rm10,12; 1 Co 12,13; Col 3,11).

Puesto que en el rostro de cada hombre resplandece algo de lagloria de Dios, la dignidad de todo hombre ante Dios es el fundamentode la dignidad del hombre ante los demás hombres.282 Esto es, ade-más, el fundamento último de la radical igualdad y fraternidad entrelos hombres, independientemente de su raza, Nación, sexo, origen,cultura y clase.

145 Sólo el reconocimiento de la dignidad humana hace posible elcrecimiento común y personal de todos (cf. St 2,19). Para favorecerun crecimiento semejante es necesario, en particular, apoyar a losúltimos, asegurar efectivamente condiciones de igualdad de oportuni-dades entre el hombre y la mujer, garantizar una igualdad objetivaentre las diversas clases sociales ante la ley.283

También en las relaciones entre pueblos y Estados, las condicio-nes de equidad y paridad son el presupuesto para un progreso autén-tico de la comunidad internacional.284 No obstante los avances en esta

281 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1934.282 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 29: AAS 58 (1966)

1048-1049.283 Cf. Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 16: AAS 63 (1971) 413.284 Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris, 47-48: AAS 55 (1963) 279-281;

Pablo VI, Discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas (4de octubre de 1965), 5: AAS 57 (1965) 881; Juan Pablo II, Discurso a laQuincuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas (5 de octubrede 1995), 13, Tipografía Vaticana, p. 16.

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dirección, es necesario no olvidar que aún existen demasiadas des-igualdades y formas de dependencia.285

A la igualdad en el reconocimiento de la dignidad de cada hombrey de cada pueblo, debe corresponder la conciencia de que la dignidadhumana sólo podrá ser custodiada y promovida de forma comunitaria,por parte de toda la humanidad. Sólo con la acción concorde de loshombres y de los pueblos sinceramente interesados en el bien detodos los demás, se puede alcanzar una auténtica fraternidad univer-sal; 286 por el contrario, la permanencia de condiciones de gravísimadisparidad y desigualdad empobrece a todos.

146 «Masculino» y «femenino» diferencian a dos individuos de igualdignidad, que, sin embargo, no poseen una igualdad estática, porquelo específico femenino es diverso de lo específico masculino. Estadiversidad en la igualdad es enriquecedora e indispensable para unaarmoniosa convivencia humana: «La condición para asegurar la justapresencia de la mujer en la Iglesia y en la sociedad es una más pene-trante y cuidadosa consideración de los fundamentos antropológicosde la condición masculina y femenina, destinada a precisar la identi-dad personal propia de la mujer en su relación de diversidad y derecíproca complementariedad con el hombre, no sólo por lo que serefiere a los papeles a asumir y las funciones a desempeñar, sinotambién y más profundamente, por lo que se refiere a su significadopersonal».287

147 La mujer es el complemento del hombre, como el hombre lo esde la mujer: mujer y hombre se completan mutuamente, no sólo des-de el punto de vista físico y psíquico, sino también ontológico. Sólogracias a la dualidad de lo «masculino» y lo «femenino» se realiza

285 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 84: AAS 58 (1966)1107-1108.

286 Cf. Pablo VI, Discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas(4 de octubre de 1965), 5: AAS 57 (1965) 881; Id., Carta enc. Populorumprogressio, 43-44: AAS 59 (1967) 278-279.

287 Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 50: AAS 81 (1989) 489.

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plenamente lo «humano». Es la «unidad de los dos»,288 es decir, una«unidualidad» relacional, que permite a cada uno experimentar la re-lación interpersonal y recíproca como un don que es, al mismo tiem-po, una misión: «A esta “unidad de los dos” Dios les confía no sólo laopera de la procreación y la vida de la familia, sino la construcciónmisma de la historia».289 «La mujer es “ayuda” para el hombre, comoel hombre es “ayuda” para la mujer»: 290 en su encuentro se realizauna concepción unitaria de la persona humana, basada no en la lógi-ca del egocentrismo y de la autoafirmación, sino en la del amor y lasolidaridad.

148 Las personas minusválidas son sujetos plenamente humanos,titulares de derechos y deberes: «A pesar de las limitaciones y lossufrimientos grabados en sus cuerpos y en sus facultades, ponen másde relieve la dignidad y grandeza del hombre».291 Puesto que la per-sona minusválida es un sujeto con todos sus derechos, ha de serayudada a participar en la vida familiar y social en todas las dimensio-nes y en todos los niveles accesibles a sus posibilidades.

Es necesario promover con medidas eficaces y apropiadas los de-rechos de la persona minusválida. «Sería radicalmente indigno delhombre y negación de la común humanidad admitir en la vida de lasociedad, y, por consiguiente, en el trabajo, únicamente a los miem-bros plenamente funcionales, porque obrando así se caería en unagrave forma de discriminación: la de los fuertes y sanos contra losdébiles y enfermos».292 Se debe prestar gran atención no sólo a lascondiciones de trabajo físicas y psicológicas, a la justa remuneración,

288 Juan Pablo II, Carta ap. Mulieris dignitatem, 11: AAS 80 (1988) 1678.289 Juan Pablo II, Carta a las mujeres, 8: AAS 87 (1995) 808.290 Juan Pablo II, Angelus Domini (9 de julio de 1995), 1: L’Osservatore Ro-

mano, edición española, 14 de julio de 1995, p. 1; Congregación para laDoctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia católica sobre la cola-boración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo (31 de mayo de2004): L’Osservatore Romano, edición española, 6 de agosto de 2004,pp. 3-6.

291 Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 22: AAS 73 (1981) 634.292 Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 22: AAS 73 (1981) 634.

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a la posibilidad de promoción y a la eliminación de los diversos obstá-culos, sino también a las dimensiones afectivas y sexuales de la per-sona minusválida: «También ella necesita amar y ser amada; necesi-ta ternura, cercanía, intimidad»,293 según sus propias posibilidades yen el respeto del orden moral que es el mismo, tanto para los sanos,como para aquellos que tienen alguna discapacidad.

E) LA SOCIABILIDAD HUMANA

149 La persona es constitutivamente un ser social,294 porque así laha querido Dios que la ha creado.295 La naturaleza del hombre semanifiesta, en efecto, como naturaleza de un ser que responde a suspropias necesidades sobre la base de una subjetividad relacional, esdecir, como un ser libre y responsable, que reconoce la necesidad deintegrarse y de colaborar con sus semejantes y que es capaz de co-munión con ellos en el orden del conocimiento y del amor: «Una so-ciedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica porun principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a lavez visible y espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoge elpasado y prepara el porvenir».296

Es necesario, por tanto, destacar que la vida comunitaria es unacaracterística natural que distingue al hombre del resto de las criatu-ras terrenas. La actuación social comporta de suyo un signo particulardel hombre y de la humanidad, el de una persona que obra en unacomunidad de personas: este signo determina su calificación interior

293 Juan Pablo II, Mensaje al Simposio internacional «Dignidad y derechosde la persona con discapacidad mental» (5 de enero de 2004):L’Osservatore Romano, edición española, 16 de enero de 2004, p. 5.

294 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 12: AAS 58 (1966)1034; Catecismo de la Iglesia Católica, 1879.

295 Cf. Pío XII, Radiomensaje de Navidad (24 de diciembre de 1942), 6: AAS35 (1943) 11-12; Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963)264-165.

296 Catecismo de la Iglesia Católica, 1880.

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y constituye, en cierto sentido, su misma naturaleza.297 Esta caracte-rística relacional adquiere, a la luz de la fe, un sentido más profundo yestable. Creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), y cons-tituida en el universo visible para vivir en sociedad (cf. Gn 2,20.23) ydominar la tierra (cf. Gn 1,26.28-30), la persona humana está llamadadesde el comienzo a la vida social: «Dios no ha creado al hombrecomo un “ser solitario”, sino que lo ha querido como “ser social”. Lavida social no es, por tanto, exterior al hombre, el cual no puede cre-cer y realizar su vocación si no es en relación con los otros».298

150 La sociabilidad humana no comporta automáticamente la co-munión de las personas, el don de sí. A causa de la soberbia y delegoísmo, el hombre descubre en sí mismo gérmenes de insociabili-dad, de cerrazón individualista y de vejación del otro.299 Toda socie-dad digna de este nombre, puede considerarse en la verdad cuandocada uno de sus miembros, gracias a la propia capacidad de conocerel bien, lo busca para sí y para los demás. Es por amor al bien propioy al de los demás que el hombre se une en grupos estables, quetienen como fin la consecución de un bien común. También las diver-sas sociedades deben entrar en relaciones de solidaridad, de comu-nicación y de colaboración, al servicio del hombre y del bien común.300

297 La natural sociabilidad del hombre hace descubrir también que el origende la sociedad no se halla en un «contrato» o «pacto» convencional, sinoen la misma naturaleza humana. De ella deriva la posibilidad de realizarlibremente diversos pactos de asociación. No puede olvidarse que lasideologías del contrato social se sustentan sobre una antropología falsa;consecuentemente, sus resultados no pueden ser Ñde hecho no lo hansidoÑ ventajosos para la sociedad y las personas. El Magisterio ha tacha-do tales opiniones como abiertamente absurdas y sumamente funestas.cf. León XIII, Carta enc. Libertas praestantissimum: Acta Leonis XIII, 8(1889) 226-227.

298 Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 32:AAS 79 (1987) 567.

299 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 25: AAS 58 (1966)1045-1046.

300 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 26: AAS 80 (1988)544-547; Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 76: AAS 58(1966) 1099-1100.

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301 Catecismo de la Iglesia Católica, 1882.302 Cf. Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 1: AAS 58 (1966) 929-

930.

151 La sociabilidad humana no es uniforme, sino que reviste múlti-ples expresiones. El bien común depende, en efecto, de un sano plu-ralismo social. Las diversas sociedades están llamadas a constituirun tejido unitario y armónico, en cuyo seno sea posible a cada unaconservar y desarrollar su propia fisonomía y autonomía. Algunas so-ciedades, como la familia, la comunidad civil y la comunidad religiosa,corresponden más inmediatamente a la íntima naturaleza del hom-bre, otras proceden más bien de la libre voluntad: «Con el fin de favo-recer la participación del mayor número de personas en la vida social,es preciso impulsar, alentar la creación de asociaciones e institucio-nes de libre iniciativa “para fines económicos, sociales, culturales, re-creativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de cadauna de las Naciones como en el plano mundial”. Esta “socialización”expresa igualmente la tendencia natural que impulsa a los seres hu-manos a asociarse con el fin de alcanzar objetivos que exceden lascapacidades individuales. Desarrolla las cualidades de la persona, enparticular, su sentido de iniciativa y de responsabilidad. Ayuda a ga-rantizar sus derechos».301

4. LOS DERECHOS HUMANOS

A) EL VALOR DE LOS DERECHOS HUMANOS

152 El movimiento hacia la identificación y la proclamación de losderechos del hombre es uno de los esfuerzos más relevantes pararesponder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la digni-dad humana.302 La Iglesia ve en estos derechos la extraordinaria oca-sión que nuestro tiempo ofrece para que, mediante su consolidación,la dignidad humana sea reconocida más eficazmente y promovidauniversalmente como característica impresa por Dios Creador en su

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303 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 41: AAS 58 (1966)1059-1060; Congregación para la Educación Católica, Orientaciones parael estudio y enseñanza de la doctrina social de la Iglesia en la formaciónsacerdotal, 32, Tipografía Políglota Vaticana 1988, pp. 36-37.

304 Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas (2de octubre de 1979), 7: AAS 71 (1979) 1147-1148; para Juan Pablo II talDeclaración «continúa siendo en nuestro tiempo una de las más altasexpresiones de la conciencia humana»: Discurso a la QuincuagésimaAsamblea General de las Naciones Unidas (5 de octubre de 1995), 2,Tipografía Vaticana, p. 6.

305 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 27: AAS 58 (1966)1047-1048; Catecismo de la Iglesia Católica, 1930.

306 Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 259; ConcilioVaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 22: AAS 58 (1966) 1079.

307 Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 278-279.308 Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 259.

criatura.303 El Magisterio de la Iglesia no ha dejado de evaluar positi-vamente la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, pro-clamada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, queJuan Pablo II ha definido «una piedra miliar en el camino del progresomoral de la humanidad».304

153 La raíz de los derechos del hombre se debe buscar en la dig-nidad que pertenece a todo ser humano.305 Esta dignidad, connaturala la vida humana e igual en toda persona, se descubre y se compren-de, ante todo, con la razón. El fundamento natural de los derechosaparece aún más sólido si, a la luz de la fe, se considera que la digni-dad humana, después de haber sido otorgada por Dios y herida pro-fundamente por el pecado, fue asumida y redimida por Jesucristomediante su encarnación, muerte y resurrección.306

La fuente última de los derechos humanos no se encuentra en lamera voluntad de los seres humanos,307 en la realidad del Estado o enlos poderes públicos, sino en el hombre mismo y en Dios su Creador.Estos derechos son «universales e inviolables y no pueden renunciarsepor ningún concepto».308 Universales, porque están presentes en to-dos los seres humanos, sin excepción alguna de tiempo, de lugar o de

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sujeto. Inviolables, en cuanto «inherentes a la persona humana y a sudignidad» 309 y porque «sería vano proclamar los derechos, si al mis-mo tiempo no se realizase todo esfuerzo para que sea debidamenteasegurado su respeto por parte de todos, en todas partes y con refe-rencia a quien sea».310 Inalienables, porque «nadie puede privar legí-timamente de estos derechos a uno sólo de sus semejantes, sea quiensea, porque sería ir contra su propia naturaleza».311

154 Los derechos del hombre exigen ser tutelados no sólo singu-larmente, sino en su conjunto: una protección parcial de ellos equival-dría a una especie de falta de reconocimiento. Estos derechos corres-ponden a las exigencias de la dignidad humana y comportan, en pri-mer lugar, la satisfacción de las necesidades esenciales —materialesy espirituales— de la persona: «Tales derechos se refieren a todas lasfases de la vida y en cualquier contexto político, social, económico ocultural. Son un conjunto unitario, orientado decididamente a la pro-moción de cada uno de los aspectos del bien de la persona y de lasociedad... La promoción integral de todas las categorías de los dere-chos humanos es la verdadera garantía del pleno respeto por cadauno de los derechos».312 Universalidad e indivisibilidad son las líneasdistintivas de los derechos humanos: «Son dos principios guía queexigen siempre la necesidad de arraigar los derechos humanos en lasdiversas culturas, así como de profundizar en su dimensión jurídicacon el fin de asegurar su pleno respeto».313

309 Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 3: AAS91 (1999) 379.

310 Pablo VI, Mensaje a la Conferencia Internacional sobre los Derechos delHombre (15 de abril de 1968): AAS 60 (1968) 285.

311 Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 3: AAS91 (1999) 379.

312 Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 3: AAS91 (1999) 379.

313 Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1998, 2: AAS90 (1998) 149.

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B) LA ESPECIFICACIÓN DE LOS DERECHOS

155 Las enseñanzas de Juan XXIII,314 del Concilio Vaticano II,315 dePablo VI 316 han ofrecido amplias indicaciones acerca de la concep-ción de los derechos humanos delineada por el Magisterio. Juan Pa-blo II ha trazado una lista de ellos en la encíclica «Centesimus annus»:«El derecho a la vida, del que forma parte integrante el derecho delhijo a crecer bajo el corazón de la madre después de haber sido con-cebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral,favorable al desarrollo de la propia personalidad; el derecho a madu-rar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda yel conocimiento de la verdad; el derecho a participar en el trabajo paravalorar los bienes de la tierra y recabar del mismo el sustento propio yde los seres queridos; el derecho a fundar libremente una familia, aacoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propiasexualidad. Fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido,la libertad religiosa, entendida como derecho a vivir en la verdad de lapropia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propiapersona».317

El primer derecho enunciado en este elenco es el derecho a lavida, desde su concepción hasta su conclusión natural,318 que condi-ciona el ejercicio de cualquier otro derecho y comporta, en particular,la ilicitud de toda forma de aborto provocado y de eutanasia.319 Se

314 Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 259-264.315 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 26: AAS 58 (1966)

1046-1047.316 Cf. Pablo VI, Discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas

(4 de octubre de 1965), 6: AAS 57 (1965) 883-884; Id., Mensaje a losObispos reunidos para el Sínodo (23 de octubre de 1974): AAS 66 (1974)631-639.

317 Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 47: AAS 83 (1991) 851-852;cf. también Id., Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas(2 de octubre de 1979), 13: AAS 71 (1979) 1152-1153.

318 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae, 2: AAS 87 (1995) 402.319 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 27: AAS 58 (1966)

1047-1048; Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 80: AAS 85 (1993)

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subraya el valor eminente del derecho a la libertad religiosa: «Todoslos hombres deben estar inmunes de coacción, tanto por parte depersonas particulares como de grupos sociales y de cualquier potes-tad humana, y ello de tal manera, que en materia religiosa ni se obli-gue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúeconforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros,dentro de los límites debidos».320 El respeto de este derecho es unsigno emblemático «del auténtico progreso del hombre en todo régi-men, en toda sociedad, sistema o ambiente».321

C) DERECHOS Y DEBERES

156 Inseparablemente unido al tema de los derechos se encuentrael relativo a los deberes del hombre, que halla en las intervencionesdel Magisterio una acentuación adecuada. Frecuentemente se recuer-da la recíproca complementariedad entre derechos y deberes,indisolublemente unidos, en primer lugar en la persona humana quees su sujeto titular.322 Este vínculo presenta también una dimensiónsocial: «En la sociedad humana, a un determinado derecho natural decada hombre corresponde en los demás el deber de reconocerlo yrespetarlo».323 El Magisterio subraya la contradicción existente en unaafirmación de los derechos que no prevea una correlativa responsabi-lidad: «Por tanto, quienes, al reivindicar sus derechos, olvidan porcompleto sus deberes o no les dan la importancia debida, se aseme-jan a los que derriban con una mano lo que con la otra construyen».324

1197-1198; Id., Carta enc. Evangelium vitae, 7-28: AAS 87 (1995) 408-433.

320 Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 2: AAS 58 (1966) 930-931.321 Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 17: AAS 71 (1979) 300.322 Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 259-264; Conci-

lio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 26: AAS 58 (1966) 1046-1047.

323 Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 264.324 Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 264.

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D) DERECHOS DE LOS PUEBLOS Y DE LAS NACIONES

157 El campo de los derechos del hombre se ha extendido a losderechos de los pueblos y de las Naciones,325 pues «lo que es verdadpara el hombre lo es también para los pueblos».326 El Magisterio re-cuerda que el derecho internacional «se basa sobre el principio deligual respeto, por parte de los Estados, del derecho a la autodetermi-nación de cada pueblo y de su libre cooperación en vista del biencomún superior de la humanidad».327 La paz se funda no sólo en elrespeto de los derechos del hombre, sino también en el de los dere-chos de los pueblos, particularmente el derecho a la independencia.328

Los derechos de las Naciones no son sino «los “derechos huma-nos” considerados a este específico nivel de la vida comunitaria».329

La Nación tiene «un derecho fundamental a la existencia»; a la «pro-pia lengua y cultura, mediante las cuales un pueblo expresa y pro-mueve su “soberanía” espiritual»; a «modelar su vida según las pro-pias tradiciones, excluyendo, naturalmente, toda violación de los de-rechos humanos fundamentales y, en particular, la opresión de lasminorías»; a «construir el propio futuro proporcionando a las genera-ciones más jóvenes una educación adecuada».330 El orden interna-cional exige un equilibrio entre particularidad y universalidad, a cuyarealización están llamadas todas las Naciones, para las cuales el pri-mer deber sigue siendo el de vivir en paz, respeto y solidaridad conlas demás Naciones.

325Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 33: AAS 80 (1988) 557-559; Id., Carta enc. Centesimus annus, 21: AAS 83 (1991) 818-819.

326Juan Pablo II, Carta con ocasión del 50º aniversario del comienzo de laSegunda Guerra mundial, 8: AAS 82 (1990) 56.

327Juan Pablo II, Carta con ocasión del 50º aniversario del comienzo de laSegunda Guerra mundial, 8: AAS 82 (1990) 56.

328Cf. Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo Diplomático (9 de enero de 1988), 7-8: AAS 80 (1988) 1139.

329Juan Pablo II, Discurso a la Quincuagésima Asamblea General de las Na-ciones Unidas (5 de octubre de 1995), 8, Tipografía Vaticana, p. 11.

330Juan Pablo II, Discurso a la Quincuagésima Asamblea General de las Na-ciones Unidas (5 de octubre de 1995), 8, Tipografía Vaticana, p. 12.

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331 Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 47: AAS 83 (1991) 852.332 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 17: AAS 71 (1979) 295-

300.333 Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 23: AAS 63 (1971) 418.334 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 54: AAS 83 (1991) 859-

860.335 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 41: AAS 58 (1966)

1060.336 Cf. Juan Pablo II, Discurso al Tribunal de la Sacra Rota Romana (17 de

febrero de 1979), 4: L’Osservatore Romano, edición española, 1º de abrilde 1979, p. 9.

E) COLMAR LA DISTANCIA ENTRE LA LETRA Y ELESPÍRITU

158 La solemne proclamación de los derechos del hombre se vecontradicha por una dolorosa realidad de violaciones, guerras y vio-lencias de todo tipo: en primer lugar los genocidios y las deportacio-nes en masa; la difusión por doquier de nuevas formas de esclavitud,como el tráfico de seres humanos, los niños soldados, la explotaciónde los trabajadores, el tráfico de drogas, la prostitución: «También enlos países donde están vigentes formas de gobierno democrático nosiempre son respetados totalmente estos derechos».331

Existe desgraciadamente una distancia entre la «letra» y el «espí-ritu» de los derechos del hombre332 a los que se ha tributado frecuen-temente un respeto puramente formal. La doctrina social, consideran-do el privilegio que el Evangelio concede a los pobres, no cesa deconfirmar que «los más favorecidos deben renunciar a algunos desus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al serviciode los demás» y que una afirmación excesiva de igualdad «puede darlugar a un individualismo donde cada uno reivindique sus derechossin querer hacerse responsable del bien común».333

159 La Iglesia, consciente de que su misión, esencialmente religio-sa, incluye la defensa y la promoción de los derechos fundamentalesdel hombre,334 «estima en mucho el dinamismo de la época actual,que está promoviendo por todas partes tales derechos».335 La Iglesia

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337 Cf. CIC, cánones 208-223.338 Cf. Pontificia Comisión «Iustitia et Pax», La Iglesia y los derechos del

hombre, 70-90, Tipografía Políglota Vaticana, Ciudad del Vaticano 1975,pp. 49-57.

339 Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41: AAS 80 (1988) 572.340 Pablo VI, Motu propio Iustitiam et Pacem (10 de diciembre de 1976): AAS

68 (1976) 700.

advierte profundamente la exigencia de respetar en su interno mismola justicia 336 y los derechos del hombre.337

El compromiso pastoral se desarrolla en una doble dirección: deanuncio del fundamento cristiano de los derechos del hombre y dedenuncia de las violaciones de estos derechos.338 En todo caso, «elanuncio es siempre más importante que la denuncia, y esta no puedeprescindir de aquél, que le brinda su verdadera consistencia y la fuer-za de su motivación más alta».339 Para ser más eficaz, este esfuerzodebe abrirse a la colaboración ecuménica, al diálogo con las demásreligiones, a los contactos oportunos con los organismos, gubernati-vos y no gubernativos, a nivel nacional e internacional. La Iglesia con-fía sobre todo en la ayuda del Señor y de su Espíritu que, derramadoen los corazones, es la garantía más segura para el respeto de lajusticia y de los derechos humanos y, por tanto, para contribuir a lapaz: «promover la justicia y la paz, hacer penetrar la luz y el fermentoevangélico en todos los campos de la vida social; a ello se ha dedica-do constantemente la Iglesia siguiendo el mandato de su Señor».340