La población
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TEMA 6: LA POBLACIÓN ESPAÑOLA
1. Distribución de la población
2. Los movimientos naturales de la población
3. La movilidad espacial de la población
4. La estructura demográfica española y perspectivas
1. DISTRIBUCIÓN DE LA POBLACIÓN
En la actualidad, con una densidad de población de 93,51 habs./km2, la población
española se encuentra muy desigualmente repartida en el conjunto del territorio estatal.
Desde la segunda mitad del siglo XIX hasta hoy se observa una clara tendencia a la
concentración en determinados espacios a costa de grandes vacíos en amplias áreas que
pierden progresivamente peso relativo en el conjunto nacional. Concretando, la periferia,
urbana e industrial, ha aumentado su población a costa de las pérdidas del interior rural, con la
excepción de algunos oasis como Madrid y, en menor medida, Zaragoza y Valladolid. De este
modo, la población española es eminentemente urbana (77,6%).
Por otro lado, si en la primera mitad del siglo XX se desarrolló la población, sobre todo,
en el triángulo Madrid-Barcelona-Vizcaya, en los primeros años del siglo XXI lo que crece es el
triángulo meridional Madrid-Valencia-Málaga, además de los archipiélagos. Se está
produciendo, por tanto, un movimiento que podríamos denominar “heliotrópico”, por el que
los habitantes se dirigen cada vez más hacia los lugares soleados, que son también,
paradójicamente, aquellos en los que escasea el agua dulce. Tal tendencia heliotrópica tiene su
paralelo en el declive de la industria pesada y de la economía ganadera del norte peninsular
frente al correspondiente auge de la industria turística y de la agricultura de regadío, que son
modelos de expansión demográfica en relación con los ciclos de la coyuntura económica.
Las provincias de la cornisa cantábrica, que vieron crecer su censo en el ciclo expansivo
desarrollista (1960-1975), redujeron considerablemente su crecimiento demográfico a partir
de 1975, debido a la reconversión y desmantelamiento industrial. En cambio, las provincias del
arco mediterráneo contuvieron el crecimiento demográfico en el ciclo desarrollista, mientras
que presenciaron un renovado auge en la fase posterior. Las provincias que se han defendido
mejor de la pasada crisis económica de la década de 1970 han sido las que se han apoyado en
la actividad de los servicios. Las que han padecido más esos efectos de la crisis han sido
algunas provincias agrarias interiores y las que se asentaban en la industria pesada o básica,
que desde entonces han ido perdiendo población progresivamente hasta la actualidad.
2. LOS MOVIMIENTOS NATURALES DE LA POBLACIÓN
A. REGÍMENES DEMOGRÁFICOS ANTIGUO, DE TRANSICIÓN Y ACTUAL
La población española ha experimentado lo que se conoce como transición
demográfica en la modalidad pionera típica de las sociedades encuadradas en el ámbito de la
civilización europea. No obstante, en España, la transición empezó tarde y de forma algo
diferente al modelo avanzado de los países atlánticos o del noroeste, padeciendo de un
modelo atrasado, característico de los países mediterráneos, con una cronología propia y
ciertas peculiaridades. Si en aquéllos la transición se prolongó durante dos siglos, en éstos se
completó en apenas algo más de uno. En cualquier caso, se pasó de una situación llamada
pretransicional, correspondiente a una etapa multisecular, iniciada en el remoto Neolítico y
que empieza a cambiar en Europa a finales del siglo XVIII (casi un siglo más tarde en España), a
una situación llamada postransicional, que empezó a insinuarse en la segunda mitad del siglo
XX. De este modo, a fines del siglo XX, casi todas las poblaciones europeas, entre ellas la
española, habían llegado, al menos en términos demográficos, a la misma meta, a la
postransición.
El modelo inicial (régimen demográfico antiguo) se caracterizaba por una modesta
densidad de población, de neto predominio rural, una fuerte proporción de jóvenes y un débil
o nulo crecimiento numérico a causa de una alta mortalidad (30-40%0), provocada por diversas
plagas (hambrunas, guerras y epidemias), difícilmente superada por una también alta
natalidad (30%0).
El modelo final (régimen demográfico moderno) presenta también un crecimiento
débil, o incluso negativo, pero en un contexto radicalmente distinto caracterizado por altas
densidades con neto predominio urbano y una débil proporción de jóvenes, debida a un nuevo
empate de la natalidad y la mortalidad, pero ahora en niveles muy bajos.
De lo dicho se desprende que entre ambos estadios hubo de haber un fuerte
crecimiento poblacional (se pasó de bajas a altas densidades), y este crecimiento fue debido a
un insólito, por persistente, superávit de los nacimientos sobre las defunciones. No obstante,
esta ventaja persistente de la vida sobre la muerte presentó dos fases muy diferenciadas. En la
primera, la mortalidad descendió de modo sostenido (aunque comienza a esbozarse en el siglo
XVIII no culmina hasta 1900), mientras la natalidad se mantenía elevada (hasta 1900), pero a
partir de cierto momento (1950) la divergencia se trocó en convergencia: la natalidad empezó
a descender (salvo el paréntesis del boom demográfico de los años sesenta) y a mayor ritmo
que la mortalidad, con lo cual, ambas curvas tendieron a la baja ahora por caminos
convergentes. En la primera fase de la transición, se dio un crecimiento cada vez mayor,
acelerado, y al revés sucedió en la segunda fase.
Los factores sociales y económicos que hicieron posible en Europa la transición al
lograr, de modo sostenido, unas tasas de crecimiento económico más altas que las
demográficas, se centraron en lo que se denomina genéricamente revolución industrial, pero
que también fue agrícola, mercantil, científica, cultural, etc. Sin embargo, la calamitosa
situación política y económica sufrida a lo largo de gran parte del siglo XIX dificultó la
sintonización de la sociedad española con la prodigiosa dinámica modernizadora de algunos
países como Gran Bretaña y Francia. En la mayor parte de las regiones ibéricas se conservaron
casi intactas las viejas estructuras agrarias y sólo en unos pocos lugares soplaron aires de
modernidad (Cataluña y Baleares). Por consiguiente, el crecimiento demográfico (se pasó de 9
millones de españoles en 1750 a 18 millones en 1900) se debió a otros factores coyunturales
que no resultaron en ningún caso de una verdadera transformación social y económica.
Será a finales del siglo XIX y durante el siglo XX, cuando los avances socioeconómicos,
modestos hasta ese momento, consoliden la transición demográfica, cuyo saldo más
significativo ha sido el gran crecimiento demográfico experimentado en el periodo
comprendido entre 1900 y 1975, cuando la población se duplicó (de 18 millones de españoles
hasta 36 millones), lo que se tradujo en importantes movimientos espaciales, tanto interiores
como exteriores. A partir de 1975 España entra de lleno en la etapa postransicional.
En los albores del tercer milenio la pirámide de edades de la población española diste
de ser una imagen de solidez. Las barras basales, correspondientes a los nacidos en las dos
últimas décadas, forman una encogida peana sobre la que reposan unos grupos opulentos de
adultos jóvenes. Casi 2/3 de los españoles tienen entre 20 y 64 años. A tantos adultos
corresponden una débil carga de seres dependientes: niños y jóvenes (0-19 años) y ancianos
(65 y más años). Los primeros representan algo menos de 1/4 de la población y los segundos
menos de 1/5, aunque aquéllos siguen retrocediendo mientras éstos van aumentando. En
resumen, estamos en presencia de una estructura funcional hoy y también a medio plazo. No
obstante, el descenso de la oferta de nuevos activos es ineluctable, cada año entran en edad
laboral contingentes más mermados. Este es un viejo problema que ha tenido siempre una
solución: la inmigración. Por tanto, la población española, como la de muchos otros países
europeos, tiende a la pluralidad étnica. Que estas gentes, tan necesarias, se incorporen y
convivan en paz con los autóctonos es el gran reto del tercer milenio.
B. NATALIDAD, MORTALIDAD, ESPERANZA DE VIDA
Para comprender el comportamiento demográfico de la población española es
necesario remontarse, al menos, a las primeras décadas del siglo XX, ya que los efectivos
poblacionales actuales son, en buena medida, el resultado de la evolución seguida a lo largo de
él, que viene marcada por distintos hitos que difieren cronológicamente de los seguidos por
los países europeos vecinos.
Desde comienzos del siglo XX hasta la actualidad, la tasa bruta de natalidad ha
decrecido ininterrumpidamente (con baches como el de la guerra civil y la posguerra), a
excepción de la década de 1960 en la que se produce un aumento. Luego volvió a descender,
al principio de un modo lento, pero a partir de 1975 de forma acelerada hasta llegar a ser una
de las más bajas de Europa, alcanzando su mínimo en 2003 (9,3%0). En los años siguientes la
natalidad aumentó ligeramente hasta rozar el 11%0 en 2008 debido a la inmigración
extranjera. Sin embargo, con el inicio de la crisis en 2008 la tasa comenzó a descender y en la
actualidad se sitúa en un 10,15 %0.
El descenso de la fecundidad en España ha registrado una evolución particular durante
la segunda mitad del siglo XX, en comparación a la de la mayoría de los países europeos.
Después de la caída como consecuencia de la guerra civil, el índice sintético de fecundidad se
recuperó en 1940, y con altibajos su recuperación se prolongó hasta principios de los años
sesenta, cuando se produce el boom demográfico que elevó a casi 3 la media de hijos por
mujer. Este índice se mantuvo hasta 1975, lo que constituye una evolución particular dentro
de la experiencia europea. En los quince años siguientes la fecundidad española se redujo más
de un 50%, ritmo atenuado durante la década de 1990, para situarse al final de siglo en 1,15, el
más bajo de los países de Europa occidental. No obstante, el aumento de la proporción de
mujeres en edad fecunda en el conjunto de la población suplió en parte el descenso del índice
sintético de fecundidad, puesto que la tasa bruta de natalidad desde 1975 ha descendido un
40%. Sin embargo, el efecto de la estructura está disminuyendo en estos años, iniciándose una
inversión a medida que las generaciones menos numerosas van llegando a la edad de tener
hijos. Este descenso se ha compensado con la llegada de la inmigración extranjera, que en la
práctica ha subido a 1,4 actual el número medio de hijos por mujer.
El descenso de la fecundidad ha ido acompañado también de un cambio en la
estructura de las tasas de fecundidad específicas por grupos de edad. Como respuesta al
retraso en la formación de las parejas y el consiguiente aumento de la edad al primer
matrimonio, el descenso de la fecundidad de las mujeres más jóvenes ha sido más intenso,
situándose la edad media a la maternidad en 31 años. En ello ha influido también el cambio de
las pautas de comportamiento en la maternidad, siendo necesario asegurar antes ciertos
aspectos de la economía familiar (estabilidad laboral, proyección profesional, compra de un
piso, etc.). Por otra parte, también han variado los factores subjetivos como la menor presión
social para la maternidad en la mujer.
Por lo que respecta a la mortalidad, el descenso de la tasa bruta se retrasó en España
con respecto a los países europeos (28%0 en 1900). Sin embargo, en la década de 1980 esta
tasa descendió por debajo del 7,5%0, situándose entre las más bajas de Europa y el mundo,
gracias, en parte, a la composición por edades de la población. En los años noventa aumentó
hasta llegar en la actualidad a un 9,3%0, a causa del envejecimiento progresivo.
La tasa específica de mortalidad infantil también descendió durante todo el siglo XX,
siendo destacable el hecho de que España es hoy uno de los países europeos que presenta
menor tasa de mortalidad infantil (3,5%0 en 2006).
Otro factor importante que hay que tener en cuenta es la esperanza de vida al nacer,
que ha aumentado considerablemente a lo largo del siglo XX. Así, en 1900 era de 34,7 años,
mientras que en la actualidad llega a 82 años, tan sólo superada, en todo el mundo, por Japón.
A este respecto, hay que añadir que dicho indicador presenta valores diferenciales para cada
uno de los sexos, siendo claramente favorable para las mujeres. De este modo, la esperanza de
vida para el sexo masculino es de 79 años, mientras que para el femenino es de 85 años.
En cuanto a las causas médicas por las que muere la población española, la estructura
de la mortalidad está dominada por las enfermedades del cáncer, seguidas a cierta distancia
de las enfermedades del aparato circulatorio.
En consecuencia, el comportamiento demográfico de la población española es el típico
de un modelo envejecido, caracterizado por una población anciana superior al 10% y una
población joven inferior al 25%. Por tanto, el crecimiento vegetativo es débil, inferior al 1%
anual (0,2% en 2008), consecuencia de bajas tasas de natalidad y tasas de mortalidad en
ascenso. No obstante, este modelo presenta tanto ventajas como inconvenientes. Las ventajas
derivan del poco esfuerzo que las generaciones medias tienen que realizar para el
sostenimiento de la base de la pirámide, así como de la presencia de recursos sobrantes. Entre
los inconvenientes destaca el exceso de ancianos, con cargas pasivas, y el aumento de la
inmigración externa, para alimentar puestos de trabajo de tipo inferior, aumentando el
problema del racismo y la xenofobia.
3. LA MOVILIDAD ESPACIAL DE LA POBLACIÓN
A. LAS MIGRACIONES INTERIORES
El movimiento de la población en el interior de nuestro espacio geográfico es el que
más ha afectado en la redistribución espacial de ésta. Las causas de estos movimientos
demográficos se encuentran en los desequilibrios socioeconómicos sectoriales y espaciales
(campo-ciudad e interregionales), suscitados por la industrialización, la urbanización, la
mecanización del campo, la terciarización metropolitana y turística hasta la crisis de los años
setenta.
Tomando como criterio clasificador estas características, podemos diferenciar varias
etapas en la dinámica poblacional con respecto a las migraciones interiores.
El último tercio del siglo XIX está caracterizado por un éxodo rural que se intensificará
y acelerará hasta la década de 1970, dirigido a ciudades y regiones industriales, consecuencia
del excedente laboral del sector primario. Las corrientes internas se dirigen principalmente a
Madrid, Barcelona y País Vasco, atrayendo la siderurgia vasca a castellanos viejos y la industria
textil y química catalana a aragoneses y levantinos. La capital estatal se nutre de contingentes
del interior peninsular.
Hasta los años treinta del siglo XX se incrementa el flujo migratorio interno,
consecuencia de la mecanización de las zonas cerealísticas y de la filoxera en zonas
vitivinícolas, siendo las provincias de destino las mencionadas en la etapa anterior. A partir de
1930 decayeron las migraciones interiores de origen económico por varios motivos: crisis
económica mundial (que produce sus efectos tardíamente en España) y avatares de la
República y guerra civil con sus secuelas. Durante los años cuarenta sólo existe cierta
emigración hacia la actividad terciaria de las grandes ciudades. Los años cincuenta ven renacer
las tradicionales corrientes hacia la industria catalana y vasca o la nueva industria madrileña.
Entre 1960 y 1975 se intensifica el éxodo rural directo hacia las grandes ciudades. Es a
partir de la desarrollista década de 1960 cuando, junto con los destinos tradicionales (Madrid,
Barcelona y País Vasco), merced a los Polos de Desarrollo Industrial de carácter estatal
(Zaragoza, Valladolid, Oviedo, Vigo, La Coruña, etc.) y a los forales (Navarra y Álava), y gracias
también al turismo del litoral mediterráneo e insular, se multiplican los destinos de los
campesinos que salen del interior rural.
A partir de 1975 la crisis económica mundial, que tuvo manifestaciones algo tardías en
España, se hizo sentir en los movimientos interiores: el paro, especialmente en las zonas
industriales, provocaría la falta de atracción de las regiones tradicionalmente inmigracionales.
Desde entonces el retorno al campo de los jubilados y recientemente de todos los estratos
biológicos ha superado en número a la salida hacia las grandes ciudades de los jóvenes
solteros.
Por lo que respecta a las consecuencias de las migraciones interiores, éstas son muy
variadas. La primera de ellas son los desequilibrios demográficos, con el vaciamiento del
interior y la centrifugación de las grandes densidades a la periferia, con excepción de algunos
oasis como Madrid, Valladolid y Zaragoza.
En el orden demográfico-estructural las migraciones campo-ciudad han supuesto en el
lugar de origen el envejecimiento de la población, baja natalidad, desequilibrio entre sexos y
aumento de la tasa bruta de mortalidad. Por el contrario, en las áreas receptoras se ha
producido un rejuvenecimiento y crecimiento de la población, aumento de la natalidad,
aunque también tensiones y conflictos sociales.
En el plano económico en el lugar de origen se ha producido una pérdida de
inversiones y de capitales familiares, mientras que en el lugar de destino también ha tenido
sus inconvenientes, como la congestión de las áreas urbanas y el encarecimiento de la
vivienda.
Por último, en el orden ecológico también se han suscitado problemas en ambos
extremos del salto migratorio. En las áreas emisoras la creación de desiertos demográficos
deja abandonados ecosistemas antrópicos milenarios en los que la conservación del medio
exige como primera medida la repoblación humana. En las grandes metrópolis la
contaminación atmosférica, la escasez y falta de calidad del abastecimiento hídrico, los ruidos,
el deterioro de los cascos históricos son otras tantas consecuencias de la inmigración y el
crecimiento acelerado y desmesurado.
B. LAS MIGRACIONES EXTERIORES
La distinta participación regional en las migraciones exteriores ha contribuido, junto
con los movimientos interiores, a los desequilibrios demográficos regionales.
Las últimas décadas del siglo XIX conocen un progresivo incremento de la emigración
exterior, que alcanzó su cenit en vísperas de la I Guerra Mundial. Después del paréntesis del
conflicto internacional, se reanudan las migraciones exteriores en los años veinte, pero ya en
clara competencia con las interiores. La crisis económica mundial, seguida de la II República, la
guerra civil y el bloqueo internacional, reducen o detienen las salidas por motivos económicos
durante los decenios de 1930 y 1940. En 1946 se restablece la ley que autoriza la libre salida
de España, pero la emigración sólo cobrará fuerza a partir de 1949, con la superación del
bloqueo de la ONU. En la década siguiente, se supera el volumen emigracional del primer
decenio del siglo XX, y durante los años sesenta se mantiene alto, facilitando el desarrollo
económico del país. Una nueva crisis económica mundial, en 1973, pone fin a las corrientes
migratorias exteriores españolas. El quinquenio 1970-1975 es el de los retornados, lo que
engrosa el paro durante los años ochenta, ya de por sí elevado por la propia crisis española. A
pesar de que la emigración exterior se volvió insignificante, a partir de los años ochenta, hoy
todavía residen fuera de España unos dos millones de personas nacidas aquí.
Respecto a las principales zonas de acogida, han sido, por orden cronológico, las
siguientes: Argelia, América y Europa.
La emigración desde el Levante español a Argelia se inició con la colonización francesa
(1830) y duró hasta 1881. La procedencia y destino de los emigrantes españoles a Argelia
estaban condicionados por la proximidad geográfica: mallorquines y valencianos se dirigían a
Argel, mientras que murcianos, alicantinos y almerienses preferían el oranesado.
La corriente emigratoria a las Américas, iniciada en 1853, se intensificó durante la
segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, hasta alcanzar su paroxismo en vísperas de la I
Guerra Mundial. Desde 1919 se reanuda, pero con menos fuerza que antes, produciéndose a
partir de 1931 muchos más retornos que salidas. En esta primera fase las direcciones
predominantes apuntaban a las Antillas, Río de la Plata (Argentina y Uruguay), Brasil, México y
Venezuela, por la necesidad de mano de obra para sus colonizaciones agrarias. Esta emigración
era definitiva, estimulada por las afinidades lingüísticas y culturales, y atrajo a un gran número
de españoles: medias anuales de 50.000 en el último tercio del siglo XIX, 150.000 en la primera
década del siglo XX, 35.000 en el decenio de 1930 y 25.000 en el quinquenio de 1950-1955.
Éstas son medias que suponen un movimiento absoluto de 2.150.000 emigrantes registrados
entre 1905 y 1955. por otro lado, la corriente americana se nutrió fundamentalmente de
gallegos, asturianos y canarios.
El carácter de la emigración española a los países iberoamericanos al reanudarse en los
años cuarenta es diferente, al impulsarse desde las Repúblicas sudamericanas una migración
selectiva (agricultores preparados, obreros y técnicos industriales). España, que había
aportado con ocasión de la guerra civil una emigración forzada de cuadros de alta cualificación
a México y Argentina, no estaba en condiciones de suministrar grandes contingentes de
población con estas cualidades. Esta reducción numérica de la corriente española se justifica
también al orientarse el movimiento migratorio a partir de 1960 hacia los países europeos.
La atracción inmigracional de Europa noroccidental se dio desde el momento en el que
madura su transición demográfica y la industrialización exige para los puestos de trabajo más
duros mano de obra extranjera, ya que la nacional, disminuida por el control de la natalidad,
ocupa los puestos más altos. España durante los años cincuenta y sesenta, en pleno éxodo
rural, con una industrialización interior insuficiente para enjugar el crecimiento vegetativo alto
provocado por la natalidad sostenida, y sin las ventajas anteriores en la migración ultramarina,
aporta fuertes contingentes a la corriente europea. Esta corriente se intensificó desde 1956 y
sobre todo desde la Plan de estabilización (1959) hasta la gran crisis de 1973. La mayor parte
de nuestra emigración europea ha ido a Francia, Alemania y Suiza, mientras que la procedencia
de los emigrados a escala regional da los valores máximos para Andalucía, Galicia y la región
central. En cuanto al volumen, este movimiento se inició con números de cierta importancia en
el quinquenio de 1955-1959, en un promedio de 25.000 emigrantes anuales, para llegar a la
cifra de los 62.000 de media en los años sesenta, alcanzando un total absoluto de 2.600.000 en
el periodo de 1955 a 1975.
La emigración a Europa contribuyó junto con el turismo a facilitar el desarrollo
económico de España de 1959 a 1973. Las remesas de los emigrantes permitieron equilibrar la
balanza de pagos. Por otra parte, la salida de excedentes laborales redujo notablemente el
paro en los años del desarrollismo. Sin embargo, cuando la economía europeo entró en crisis,
mucho de los sobrantes fueron reenviados (de modo más o menos forzado) a engrosar el
porcentaje de paro de nuestro país. Por último hay que señalar, a diferencia de la emigración a
América, el desarraigo de una población sociológica y culturalmente mal preparada para
instalarse en las grandes ciudades extranjeras, con la barrera del idioma.
C. LA INMIGRACIÓN ACTUAL
Desde mediados de los años ochenta los flujos de inmigración extranjera han tomado
el relevo en las corrientes migratorias que afectan a España, superando ya el millón y medio
(los “sin papales” quedan al margen). La procedencia es muy diversa: países europeos (Unión
Europea y países del este), norteafricanos (Marruecos y Argelia), iberoamericanos (Ecuador,
Colombia, Perú, República Dominicana, Cuba, Argentina) y asiáticos (China y Filipinas). Las
Comunidades donde residen mayoritariamente son Madrid, Cataluña, Andalucía, Comunidad
Valenciana y Canarias.
La heterogénea composición del flujo inmigratorio refleja la suma de diversos factores
que coinciden en su paulatino crecimiento, como son: el proceso de envejecimiento de los
países del centro y norte de Europa, con muchos jubilados atraídos por las condiciones
climáticas del litoral mediterráneo o canario; la migración de cuadros técnicos y directivos,
procedentes también de países europeos, que han llegado a España relacionados con la
inversión internacional de capitales en la década de los ochenta; y la crisis socioeconómica que
ha provocado el endeudamiento de los países iberoamericanos y norteafricanos, unida a una
situación de excedente de población en edad activa, fruto a su vez de la fase de mayor
crecimiento que están atravesando estos países en su correspondiente proceso de transición
demográfica. Esto mismo está ocurriendo también, pero con tintes más dramáticos, en los
países subsaharianos, donde la crisis es mucho más profunda y la salida más desesperada. Los
extracomunitarios suelen trabajar principalmente en agricultura, pesca, construcción y servicio
doméstico. Por último, tampoco faltan los inmigrantes políticos, con falta de derechos civiles
en su país.
Ha sido esta inmigración extracomunitaria la que ha frenado el descenso de la
natalidad española y la que ha permitido superar la cota de los 40 millones de habitantes en
nuestro país (2000), algo impensable durante la última década del siglo pasado. A fecha de 1
de enero de 2012 el total de la población española ascendía ya a 47.212.990 personas. Sin
embargo, el Instituto Nacional de Estadística (INE) ha proyectado para 2013 un descenso de la
población (sería el primero desde 1981) debido a la paralización de la inmigración, que ha sido
superado por la emigración, el aumento de las defunciones, la caída de la natalidad y la
reducción de mujeres en edad fértil.
4. LA ESTRUCTURA DEMOGRÁFICA ESPAÑOLA Y PERSPECTIVAS
A. DISTRIBUCIÓN POR GRUPOS DE EDAD Y SEXO
Para el estudio de la edad hay que considerar la situación de principios del siglo XX y el
impacto de las migraciones a partir de 1960. En 1900 los contrastes no son tan acusados y las
provincias más envejecidas son las que iniciaron antes la transición demográfica (en general la
mitad sur cuenta con una población más joven que la mitad norte). A partir de 1960 se
producen importantes distorsiones, produciéndose un envejecimiento por fuerte emigración
en las áreas de salida y un rejuvenecimiento por inmigración en las áreas de llegada. En todo
caso, la tendencia general ha sido hacia el envejecimiento, de modo que hoy la población de
menos de 15 años tan sólo representa el 14,6% del total, contra el 16,8% de más de 65 años.
En los últimos años la inmigración extracomunitaria ha producido un ligero rejuvenecimiento
de la población española.
Por lo general, a medida que una población envejece se produce un descenso en la
tasa de masculinidad, puesto que la mortalidad tiene mayor incidencia entre los hombres que
entre las mujeres. Por otro lado, en el caso español ha incidido mucho en este aspecto la
inmigración, que en muchos casos ha sido esencialmente masculina, y la guerra civil. De ahí
que las mujeres superen en casi un millón a los hombres. Ya hemos comentado anteriormente
que la esperanza de vida es también mayor en el sexo femenino que en el masculino.
B. POBLACIÓN ACTIVA: OCUPADA Y PARADA
Los factores que influyen en la tasa de actividad son varios. Por un lado demográficos,
como el porcentaje de jóvenes y de ancianos o el predominio de la emigración o la
inmigración. Por otro lado económicos, como el nivel de desarrollo. Y por último
socioculturales, como la duración de la escolarización, el trabajo de la mujer fuera del hogar y
la edad de jubilación.
Desde comienzos del s. XX hasta la década de 1990 la tasa de actividad descendió
debido a la emigración y al aumento de la tasa de dependencia. Desde 1991 la tasa de
actividad ha experimentado un fuerte crecimiento por varias razones: la implantación de un
nuevo sistema de medición (la EPA), la progresiva incorporación de la mujer al mercado
laboral, la prosperidad económica y la inmigración.
Por lo que respecta a la población parada, la tasa de paro ha pasado por diferentes
etapas. Hasta 1973 no superaba el 3% debido a la emigración y la escasa incorporación de la
mujer al mercado laboral. En los años siguientes el paro se incrementó por la crisis industrial,
los emigrantes retornados, la progresiva incorporación de la mujer al mercado laboral y un
mayor porcentaje de población adulta-joven, fruto de la generación del baby boom. Hasta
1995 la tasa de paro fluctuaba en consonancia con los ciclos económicos (mejora económica
entre 1985-1990 y empeoramiento económico entre 1990-1995). A partir de 1995 el paro
descendió notablemente debido a la buena coyuntura económica, la incorporación al mercado
laboral de generaciones menos numerosas y las reformas legislativas que flexibilizaron el
empleo. Desde 2007 la tasa de paro se ha disparado, pasando del 8% al 25% actual, debido a la
crisis actual que ha destruido la mayor parte del empleo que se había creado en la etapa
anterior, sobre todo en el sector de construcción y derivados.
C. COMPOSICIÓN POR SECTORES ECONÓMICOS
La estructura socioeconómica ha conocido importantes modificaciones en las últimas
décadas. Desde 1960 se ha producido una doble evolución estrechamente relacionada con los
procesos de industrialización y terciarización. Por un lado se produce un fuerte descenso del
personal dedicado a las tareas del sector primario, y por otro, un incremento de todas aquellas
profesiones vinculadas a los sectores secundario y terciario. Junto a estas modificaciones se da
otra, no menos importante, consistente en el aumento de la población asalariada.
En las dos últimas décadas se ha elevado el grado de terciarización del mercado de
trabajo en todas las Comunidades, en algunos casos no por el dinamismo del sector, sino por el
retroceso de los otros. Así, el 68% de la población activa española está empleada en el sector
servicios, mientras que el secundario se ha reducido hasta un 28%. El sector primario ya sólo
representa un 4% de la población activa. Estos porcentajes demuestran que el sector terciario
es el motor de la economía española.
D. FUTURO DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA
http://www.ine.es/prensa/np744.pdf