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    'Une tenebreuse affaire' (1841); 'Ursule Mirouet' (1841). En octubre de 1841 firm uncontrato para la publicacin global de su obra, y surgi el ttulo que debaabarcarla, 'La comdie humaine' (1842). En este mismo ao apareci otra de lasgrandes novelas: 'La Rabouilleuse'. A partir de 1843 se publican las ltimas

    grandes novelas de Balzac: el final de 'Les illusions perdues' (1843), 'Splendeurs etmisres des courtisanes' (1844), 'Les paysans' (1845), 'La cousine Bette' (1846), 'Lecousin Pons' (1847), entre otras de menor importancia.

    'La comedia humana', que, de acuerdo con el plan primitivo deba constar de137 novelas, qued inacabada (slo 85 se terminaron, quedando otras 50 en estadofragmentario). Dos de estas obras incompletas se publicaron pstumamente: 'Lespetits bourgeois' (1854), y 'Los campesinos' (1855). A su produccin novelstica hayque aadir los 'Contes drolatiques' (1832-1837); el teatro, 'Vautrin' (1840), 'Lesressources de Quinola' (1842), etc., diversas obras de temas muy variados y unacopiossima correspondencia de gran inters.

    Comentario

    La prosa de Balzac hace revivir ante el lector toda la sociedad francesa dela primera mitad del siglo XIX; haciendo, segn su propia expresin "lacompetencia al registro civil"; la grandeza de esta novelstica, una de las de mayoralcance y profundidad de la literatura moderna, reside en la conjuncin de unamaestra en el arte de narrar y de una extraordinaria hondura en el anlisis de losresortes psicolgicos y sociales de sus personajes. Plenamente inmerso en laatmsfera moral de la monarqua de julio, el mundo de Balzac es una lcidaimagen de las paradojas y contradicciones en que se debate el hombre y lasociedad modernos, en un momento en que las estructuras tradicionales habanhecho crisis. Sus convicciones religiosas, polticas y sociales distan mucho de

    comprender a las que impregnan y dan sentido a sus novelas, pero su inconscientefidelidad a la poca en que vivi, la del franco declive de la aristocracia y el augede la escala de valores de la burguesa triunfante, proporciona al lector de hoy unpanorama de actitudes y problemas que no ha perdido su validez con el paso deltiempo.

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    austriacos, que ocupaban la orilla derecha del ro.

    El cuartel general de la divisin republicana estaba en Coblenza, y una de lasmedias brigadas pertenecientes al cuerpo de ejrcito de Augereau encontrbaseacantonada en Andernach. Ambos viajeros eran franceses, y por los uniformesazules y blancos que vestan, con visos de terciopelo rojo en sus sables, y sobretodo por sus sombreros envueltos en sendas fundas de hule verde y adornados deplumeros tricolores, los campesinos alemanes comprendieron que los dos mozoseran cirujanos militares, hombres de saber y mrito, generalmente apreciados, noslo en el ejrcito, sino tambin en las tierras invadidas por nuestros soldados. Poraquel entonces, muchos hijos de familia, arrancados de las aulas de medicina envirtud de la reciente ley de quintas formulada por el general Jourdn, habannaturalmente preferido continuar sus estudios en los campos de batalla a verseobligados al servicio militar, poco en armona con su educacin primera y su

    tranquila existencia. Hombres de ciencia, pacficos y serviciales, aquellos jvenessembraban algn bien en medio de tantas desdichas, y simpatizaban con loseruditos de las diversas regiones por donde pasaba la cruel civilizacin de laRepblica. Provistos de hojas de ruta y de comisiones de 'subayudante' firmadaspor Coste y Bernadotte, aquellos dos mozos iban al encuentro de la media brigadaa la que estaban incorporados. Ambos pertenecan a familias menestrales deBeauvais medianamente acomodadas, pero en las que las costumbres pacficas y lalealtad provinciana transmitanse como parte de la herencia. Llevados al teatro dela guerra antes de la fecha sealada para entrar en el ejrcito de su cargo, y

    movidos por una curiosidad muy propia en la juventud, haban viajado endiligencia hasta Estrasburgo; y es que, a pesar de que sus respectivas madres,instigadas por la prudencia, no les entregaron ms que una cantidad de dineroinsignificante, tenanse por ricos con la posesin de algunos luises, verdaderotesoro en una poca en que los asignados andaban por los suelos y el oro por lasnubes. Los dos subayudantes, que apenas tenan veinte aos, se entregaron a lapoesa de su situacin con todo el entusiasmo de la juventud. En el trayecto deEstrasburgo a Bonn, recorrieron el Electorado y las orillas del Rhin como artistas,filsofos y observadores. Cuando estamos destinados a cumplir un fin cientfico, a

    esa edad somos realmente mltiples. Aun galanteando o viajando, un subayudanteha de atesorar los rudimentos de su fortuna o de su gloria venideras. Ambos

    jvenes habanse entregado, pues, a esa honda admiracin que los hombresinstruidos experimentan al contemplar las orillas del Rhin y el paisaje de Suabia,entre Mayen y Colonia, terreno vivaz, fecundo, variadsimo, poblado de recuerdosfeudales, verdeante, pero que en todas partes conserva las huellas del hierro y elfuego.

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    franceses, cuyas espuelas y sables resonaban incesantemente al dar en las baldosas.Unos jugaban a los naipes, otros disputaban, guardaban silencio, coman, beban ose paseaban. Una mujer pequea y rechoncha, tocada con el clsico gorro deterciopelo negro, peto azul bordado de plata, el acerico, el llavero, el broche de

    plata y los cabellos trenzados, seales distintivas de todas las posaderas alemanas,cuyo traje est, por otra parte, tan exactamente pintado en multitud de estampasque no hay necesidad de describirlo, la mujer del posadero, decimos, hizo esperary desesperar a los dos amigos con habilidad notable. Poco a poco fuedisminuyendo el ruido, retirronse los viajeros y se disip la nube de humo.Cuando pusieron en la mesa los cubiertos para los dos subayudantes y lessirvieron a stos la clsica carpa del Rhin, daban las once y el comedor estabadesierto.

    El silencio de la noche permita or vagamente el ruido que hacan loscaballos al comer su pienso o al piafar, el murmurio de las aguas del Rhin y losdems rumores indefinibles que animan una posada concurrida cuando seacuestan sus huspedes. Oase abrir y cerrar de puertas y ventanas, y resonabanvoces que pronunciaban palabras ininteligibles, y, en los cuartos, algunasinterpelaciones.

    En aquel instante de silencio y de bullicio, los dos franceses y el posadero,

    ocupado en ponderarles las excelencias de Andernach, la cena, el vino del Rhin, elejrcito republicano y su mujer, oyeron, con cierto inters, los roncos gritos dealgunos marineros y el zumbar de un buque que llegaba al puerto.

    El dueo de la posada, familiarizado sin duda con las guturalesinterrogaciones de aquellos barqueros, sali precipitadamente y volvi a pocoacompaando a un hombrecillo seguido de dos marineros portadores de unapesada maleta y tres o cuatro bultos. Los marineros dejaron su carga en elcomedor, y el hombrecillo cogi su maleta y la puso a sus pies, sentndose sincumplido a la mesa enfrente de los subayudantes.

    --"Vyanse ustedes a dormir a bordo, -dijo el recin llegado a los marineros;la posada est llena. Bien mirado, es lo mejor que pueden ustedes hacer.

    --Seor -dijo el posadero al hombrecillo, mostrndole la cena servida a losdos franceses-, no me quedan ms provisiones que sas. No hay en casa ni un

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    alegre arroyo que serpentea al travs de aquellos prados! Pero el pobre muri sinhaber podido adquirirlos, Qu de veces he jugado en ellos!

    --Seor Walhenfer, pregunt Guillermo, no tiene usted tambin su 'hoc eratin votis'?

    --S, seor, lo tuve, pero ahora... El buen hombre se call sin terminar la frase.

    --Yo, dijo el posadero, cuyo rostro estaba ligeramente encendido, el aopasado compr una via tras la cual se me iban los ojos ya haca diez." Los

    bebedores continuaron charlando como hombres a quienes el vino haba desatadola lengua y contrajeron los unos para con los otros esa amistad pasajera de que nosomos muy avaros en viaje, de suerte que cuando se levantaron para ir a descansar,Guillermo ofreci su cama al comerciante.

    "--Puede usted aceptarla con tanta ms franqueza, le dijo, cuanto puedodormir con Prspero, en cuya compaa no ser sta la primera ni la ltima vez quelo haga.

    Usted es nuestro decano, y es un deber honrar las canas.

    --Bah!, observ el posadero, la cama de mi mujer tiene muchos colchones;echarn ustedes uno en el suelo." Dichas estas palabras, el posadero cerr laventana, sin hacer ms ruido que el inevitable en esta prudente operacin.

    "--Acepto, dijo el comerciante. Y en voz baja y mirando a los dos amigos,agreg:

    --Y aun confieso que lo deseaba. Mis barqueros no me inspiran confianza.Por esta noche no lamento hallarme en compaa de dos jvenes y bizarrosmilitares franceses. Llevo en mi

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    detuvo, segn el mismo me dijo.Las palpitaciones de su corazn eran tan violentas, tan profundas y tan

    sonoras, que lo asustaron; por otra parte, Prspero tema no poder obrar conserenidad; temblbanle las manos y las plantas como si las tuviese apoyadas en

    carbones encendidos; sin embargo, la ejecucin de su designio iba acompaada detanta dicha, que en aquel favor del azar vio una especie de predestinacin. Abri laventana, volvi al dormitorio, cogi su estuche y busc el instrumento msadecuado para realizar el crimen. Al llegar al pie de la cama, segn tambin medijo l mismo, se encomend maquinalmente a Dios, y en el momento en que,llamando a s todas sus fuerzas levant el brazo, oy en su interior como una voz, yle pareci ver una luz. Entonces el subayudante tir su instrumento sobre su lecho,pas, volando, a la pieza contigua y se asom a la ventana. All se horroriz de smismo, y sintiendo, no obstante, flaquear su virtud, y temeroso an de sucumbir ala fascinacin que se posesionara de l, salt rpidamente al camino y se pase a lolargo del Rhin, haciendo, por decirlo as, centinela delante de la posada. En suprecipitado paseo, Prspero llegaba repetidas veces a Andernach, y repetidas vecestambin sus pasos lo conducan a la vertiente por la cual descendiera para llegar ala posada; pero el silencio de la noche era tan profundo, y el joven fiaba tanto en losperros de guarda, que ms de una vez perdi de vista la ventana que dejara abierta.Prspero no tena ms propsito que el de cansarse y llamar al sueo. Sin embargo,gracias a su paseo bajo un cielo despejado, que le permita admirar lasesplendorosas estrellas, y tal vez reaccionado por la pureza del aire de la noche ypor el melanclico murmullo de las olas, cay en una divagacin que poco a poco

    lo restituy a las sanas ideas de la moral. La razn acab por disipar del todo sumomentneo frenes. Las enseanzas de su educacin, los preceptos religiosos, yespecialmente el recuerdo de su hasta entonces modesta existencia bajo el techopaterno, triunfaron de sus malos pensamientos. Cuando, tras larga meditacin, alhechizo de la cual habase abandonado en la margen del Rhin, con el codo en unpedrusco, tom nuevamente el camino de la posada, habra podido, no dormir,sino velar junto a mil millones en oro. En el momento en que su probidad se realzaltiva y fortalecida por aquella lucha, en un impulso de xtasis y contento como enel da de su comunin primera, en el que se tuvo por digno de los ngeles, porque

    lo haba pasado entero sin pecar de palabra, obra ni pensamiento. Prspero regresa la posada, cerr la ventana sin cuidarse de si haca o no haca ruido, y se acostinmediatamente. Su cansancio moral y fsico lo entreg sin defensa al sueo. Pocodespus de haber reclinado la cabeza en el colchn, cay en ese estado desoolencia fantstica que indefectiblemente precede a un sueo profundo. Lossentidos se embotan, entonces, y la vida se anula por grados; los pensamientos setruncan, y los postreros estremecimientos de nuestros sentidos simulan como una

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    --"Este maldito estudiante merece dos veces la muerte.

    Anda, con tres mil de a caballo!, dijeron los dos soldados que le daban elbrazo para sostenerlo.

    --Oh! Miren el cobarde!, es l!, es l!, helo aqu!, helo aqu!" Estaspalabras a Prspero parecanle pronunciadas por una sola voz, la voz tumultuosade la muchedumbre que lo acompaaba injurindolo, y que cada paso se haca msformidable. Durante el trayecto de la hostera a la crcel, el alboroto que elpopulacho y los soldados promovan al andar, el murmullo de las mil voces, lavista del cielo y la frescura del aire, el aspecto de Andernach y el estremecimientode las aguas del Rhin, constituan otras tantas impresiones que llegaban al alma dePrspero vagas, incoherentes, turbias, como todas las sensaciones que desde sudespertar experimentaba.

    "--Ms de una vez, me dijo, me pareci no existir."

    ***

    --Entonces yo estaba preso -agreg Hermann abriendo un parntesis al

    relato-. Apasionados como lo somos todos a los veinte aos, me haba echado alcampo, en defensa de mi patria, al frente de una compaa de voluntariosorganizada por m en las cercanas de Andernach; pero tres o cuatro das antes deque ocurrieron los sucesos relatados ca de noche en medio de una columna deochocientos franceses. Nosotros apenas ramos doscientos. Mis espas me habanvendido. Encerrado en la crcel de Andernach, los invasores resolvieron fusilarmepara hacer un escarmiento que atemorizase a los nuestros. Los franceses hablabantambin de represalias, mas el asesinato que los republicanos queran vengar en mno se haba cometido en el Electorado. Mi padre, gracias a habrsele concedido un

    plazo de tres das, pudo trasladarse donde estaba el general Augereau, y pedirle milibertad, que le fue concedida. Vi, pues, a Prspero Magnn al entrar ste en lacrcel de Andernach, y dir que me inspir la compasin ms profunda. Aunque el

    joven estaba plido y descompuesto e iba cubierto de sangre, su fisonomarespiraba un candor y una inocencia que me interesaron grandemente. Para m,Alemania palpitaba en sus largos y rubios cabellos y en sus azules ojos. Verdaderaimagen de mi desfallecida patria, vi en l una vctima, no un criminal. Al pasar al

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    pie de mi ventana, Prspero dirigi, no s adnde, la sonrisa amarga y melanclicade un loco que recobra por un segundo la luz de la razn. Aquella sonrisa no era lade un asesino. Cuando vi al carcelero le interrogu acerca de su nuevo preso, y merespondi:

    "--Desde que est en su calabozo, no ha despegado los labios. Se ha sentado,y con la cabeza en las palmas de las manos, se ha quedado dormido o meditandoen lo que le ocurre.

    De dar crdito a los franceses, ser sentenciado maana por la maana, yveinticuatro horas despus lo fusilarn."

    Por la tarde pase debajo de la ventana de Prspero todo el tiempo de quepoda disponer para pasearme por el patio, y entablada conversacin con l,

    refirime con la mayor sencillez lo que le sucediera, y respondi, no sin acierto, acuantas preguntas le hice. Despus de aquella primera conversacin no me quedninguna duda respecto de la inocencia de Magnn. Solicit y obtuve el permiso depasar algunas horas en compaa del joven, lo cual quiere decir que lo vi confrecuencia. Prspero me inici ingenuamente en todos sus pensamientos. El pobrese tena simultneamente por inocente y por

    culpable. Recordando la horrible tentacin a que haba tenido

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    esta interrogacin sbita, se encerraba todo el siglo XVIII.

    Prspero se qued meditabundo.

    "--Pero, bueno, qu ha declarado usted? Qu le han preguntado? Haexplicado usted el caso con la misma sencillez que a m?"

    Magnn me mir largo rato de hito en hito, y tras esta espantosa pausa, merespondi con febril vivacidad:

    "--Lo primero que me han preguntado es si sal de noche de la posada, a locual he contestado afirmativamente.

    "--Por dnde sali usted?, ha proseguido mi juez.

    --Por la ventana.

    --Luego la haba usted abierto?

    --S, seor.

    --Muy cuidadosamente la abri usted; el posadero nada oy".

    Yo he quedado estupefacto. Los marineros han declarado haberme visto

    pasar unas veces hacia Andernach y otras en direccin del bosque. Dicen que heido y venido repetidamente, y que he enterrado el dinero y los diamantes; porqueha de saber usted que la maleta ha desaparecido. Por otra parte, en lucha con misremordimientos, cada vez que me decida a hablar, una voz implacable me deca:

    "Tu voluntad era cometer el crimen!" Todo hablaba contra m, hasta yo... Mehan interrogado acerca de mi compaero, y lo he defendido a todo trance. Entoncesme han dicho: "O usted es el culpable, o lo es su compaero, el posadero o laposadera. Esta maana, puertas y ventanas estaban cerradas." Al escuchar talobservacin, me he quedado sin voz, sin fuerzas y sin aliento, prosigui Magnn. Yluego agreg:

    "--Ms seguro de mi amigo que de m mismo, no poda acusarlo. Entonces, ycomprendiendo que a ambos nos tenan por igualmente cmplices del asesinato, yque yo pasaba por el ms torpe, he intentado explicar el crimen por elsonambulismo, y justificar a Guillermo; pero no he hecho ms que divagar. No hay

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    --No lo niego -exclam-; pero vaya usted y pregntele si ha guerreado enAlemania.

    --Por qu no?

    Y con la audacia de que rara vez carecen las mujeres, cuando les halaga loque van a hacer, o cuando las domina la curiosidad, mi vecina se acerc alproveedor y le pregunt si haba estado en Alemania.

    --Yo? No, seora -contest Taillefer, temblndole el plato en la mano.

    --Qu dices, Taillefer? -replicle el banquero atajndole-. ?No tenas a tucargo el abastecimiento de vveres en la campaa de Wagram?

    --Ah!, !es verdad! -contest el proveedor-. Estuve, efectivamente, en

    Alemania.

    --Se engaa usted; es un hombre de bien -me dijo mi vecina volviendo a milado.

    --Pues yo garantizo a usted -repuse-, que antes de haber terminado latertulia har salir del cieno en que se oculta al asesino.

    Todos los das pasa a nuestra vista un fenmeno moral de profundidadasombrosa, y sin embargo, sobradamente sencillo para llamar la atencin. Si en

    una reunin se encuentran dos

    individuos, uno de los cuales tiene el derecho de menospreciar o de odiar alotro, sea por el conocimiento de un acto ntimo y latente de que est inficcionado,sea por una sospecha, o bien por una venganza futura, aquellos dos hombres seadivinan, y presienten el abismo que los separa o va a separarlos. Se observaninvoluntaria y mutuamente; se preocupan consigo mismos; sus miradas, susademanes traspiran la indefinible emanacin de sus pensamientos; hay entre ellosun imn. No s cul de los dos se atrae con ms fuerza, si la venganza o el crimen,

    el odio o el insulto. Semejantes al sacerdote que no poda consagrar la hostia enpresencia del espritu maligno, ambos estn como en ascuas, recelosos: el uno escorts; el

    otro, no s cual, est sombro; el uno se pone encendido o plido; el otrotiembla. Con frecuencia el verdugo es tan cobarde como la vctima, porque pocostienen el valor de causar un

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    Qu extraa es la naturaleza! Un mdico alemn le dijo que lo que tena enla cabeza era una especie de gota; lo que concordara, hasta cierto punto, con elparecer de Broussn.

    Me separ del grupo que circundaba a la duea de la casa, y sal con laseorita Taillefer, por la cual vino un criado...

    --Oh! Dios mo! Dios mo! -exclam la joven, echndose a llorar-. En quos ha ofendido mi padre para hacerse acreedor de tales martirios?... Un hombretan bondadoso!

    Baj la escalera con la hija de Taillefer, y, al ayudarla a subir al coche, vi en l

    al proveedor, como replegado sobre s mismo. La seorita Taillefer trat de ahogarlos ayes de su padre tapndole la boca con un pauelo. Desgraciadamente elproveedor me vio, y, al verme, se le crisp an ms el rostro, lanz un gritoconvulsivo y me dirigi una mirada terrible a tiempo que el coche arrancaba.

    Aquella comida y aquella tertulia ejercieron un cruel influjo en mi vida yen mi modo de sentir. Me haba enamorado de la seorita Taillefer, justamentequiz porque la honra y la delicadeza me vedaban aliarme con un asesino, auncuando fuese este modelo de padres y esposos.

    Una fatalidad increble me arrastraba a hacerme presentar

    en las casas donde saba que poda encontrar a Victorina.

    A menudo, despus de haberme jurado a m mismo renunciar a verla, por lanoche me hallaba a su lado. Lo que yo gozaba era indecible. Mi legtimo amor,henchido de quimricos remordimientos, tena todas las apariencias de una pasincriminal.

    A m mismo me causaba asco el saludar a Taillefer, cuando, por casualidad,se hallaba con su hija; pero lo saludaba. Por desgracia, Victorina es, no solamentehermosa, sino instruida, de claro entendimiento y llena de gracias, sin pizca depedantera, sin presuncin. Es circunspecta en el hablar, y su carcter es uncompuesto de gracias melanclicas irresistibles.

    Me ama, o por lo menos as me lo da a entender, pues nicamente reserva

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    --Comprendo -exclam-. Resistirse ustedes a darme su dictamen, equivale adecirme claramente lo que he de hacer.

    Los reunidos se miraron unos a otros, y un propietario que se

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    Un doctrinario al cual nicamente haban faltado ciento cincuenta votos,sobre ciento cincuenta y cinco votantes, para ser elegido, se levant y dijo:

    --Seores, este portentoso accidente de la naturaleza intelectual es uno de

    los que con ms viveza arrancan del estado normal a que la sociedad se hallasometida. As, la decisin que tomemos ha de constituir un acto extemporneo denuestra conciencia, un concepto repentino, un juicio instructivo, un viso fugaz denuestra aprensin ntima bastante semejante a la vivacidad de sensaciones queintegran el gusto. Votemos.

    --Votemos! -exclamaron a una mis convidados.

    Hice repartir entre ellos sendos pares de bolas, una blanca y otra roja. El

    blanco, emblema de la virginidad, proscriba el matrimonio, y la bola roja loaprobaba. Yo, por delicadeza, me abstuve de votar.

    Mis amigos eran diecisiete; por lo tanto, el nmero nueve formaba mayoraabsoluta. Cada cual fue a echar su bola en la cesta de mimbre y cuello estrecho enque se agitan las bolas numeradas cuando los jugadores toman vez. Realmente nodej de despertrsenos la curiosidad, pues aquel escrutinio de moral depurada nocareca de originalidad.

    Al extraer las bolas, hall nueve blancas. Este resultado no me sorprendi;pero, al contar los jvenes de mi edad que figuraban entre mis jueces, not que erannueve; y todos haban coincidido en el mismo pensamiento.

    --Oh!, oh! -dije entre m-. Hay unanimidad secreta en pro del matrimonio,y unanimidad en contra. Cmo salir del atolladero?

    --Dnde vive el suegro? -pregunt atolondradamente uno

    de mis compaeros de colegio, menos disimulador que los dems.

    --Qu suegro ni qu nio muerto? -exclam-. Antes mi conciencia hablabacon bastante claridad para hacerme superfluo vuestro fallo. Y si hoy su voz sedebilit, aqu est la causa de mi cobarda. Hace dos meses recib esta seductoracarta.

    Dije, y mostr a la concurrencia la invitacin siguiente,

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