la practica etnografica

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9 PRESENTACIÓN La práctica de la investigación etnográfica M. a Isabel JOCILES RUBIO y Ana M. a RIVAS RIVAS Revista de Antropología Social ISSN: 1132-558X 2000, 9: 9-16 Margaret Mead, en Experiencias personales y científicas de una antropólo- ga (1976), aprovecha las primeras páginas de uno de los capítulos, el décimo, para mostrar sus quejas sobre la formación metodológica que tanto ella como otros antropólogos de su época habían recibido antes de emprender su primer trabajo de campo, si bien es verdad que no deja de reconocer, al mismo tiem- po, el importante legado teórico que sus maestros les habían transmitido: «Cuando me embarqué para Samoa, sólo me di cuenta vagamente de lo que significaba el trabajo de campo y escribir sobre él.../En reali- dad no sabía mucho sobre el trabajo de campo. El curso de metodolo- gía del profesor Boas no trataba de eso. Era sobre teoría: de cómo se debe organizar el material para defender o cuestionar algún aspecto te- órico.../Hasta el día de hoy persiste la práctica de dar al estudiante una buena orientación teórica y enviarlo luego a que viva entre los pueblos primitivos con la esperanza de que elabore algo útil, estilo impuesto a principio de siglo.../La gente enseña hoy a sus alumnos del mismo modo como antes aprendía con sus profesores y si los jóvenes no re- nuncian por desesperación, enloquecen, arruinan su salud o mueren, podrán, eventualmente, llegar a ser antropólogos» (pp.133, 137-138). Sin duda, la situación ha variado bastante desde los años universitarios de la antropóloga norteamericana, tal vez debido a que críticas como la suya fue- ron tomadas en serio dentro de la disciplina. El caso es que, hoy en día, en las clases de metodología se habla de (y se practica a menudo) metodología y los estudiantes disponen, además, de una bibliografía abundante sobre el tema. De este modo, la mayoría de ellos consigue hacerse una idea más o menos ní-

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    PRESENTACIN

    La prctica de la investigacin etnogrfica

    M.a Isabel JOCILES RUBIO y Ana M.a RIVAS RIVAS

    Revista de Antropologa Social ISSN: 1132-558X2000, 9: 9-16

    Margaret Mead, en Experiencias personales y cientficas de una antroplo-ga (1976), aprovecha las primeras pginas de uno de los captulos, el dcimo,para mostrar sus quejas sobre la formacin metodolgica que tanto ella comootros antroplogos de su poca haban recibido antes de emprender su primertrabajo de campo, si bien es verdad que no deja de reconocer, al mismo tiem-po, el importante legado terico que sus maestros les haban transmitido:

    Cuando me embarqu para Samoa, slo me di cuenta vagamentede lo que significaba el trabajo de campo y escribir sobre l.../En reali-dad no saba mucho sobre el trabajo de campo. El curso de metodolo-ga del profesor Boas no trataba de eso. Era sobre teora: de cmo sedebe organizar el material para defender o cuestionar algn aspecto te-rico.../Hasta el da de hoy persiste la prctica de dar al estudiante unabuena orientacin terica y enviarlo luego a que viva entre los pueblosprimitivos con la esperanza de que elabore algo til, estilo impuesto aprincipio de siglo.../La gente ensea hoy a sus alumnos del mismomodo como antes aprenda con sus profesores y si los jvenes no re-nuncian por desesperacin, enloquecen, arruinan su salud o mueren,podrn, eventualmente, llegar a ser antroplogos (pp.133, 137-138).

    Sin duda, la situacin ha variado bastante desde los aos universitarios dela antroploga norteamericana, tal vez debido a que crticas como la suya fue-ron tomadas en serio dentro de la disciplina. El caso es que, hoy en da, en lasclases de metodologa se habla de (y se practica a menudo) metodologa y losestudiantes disponen, adems, de una bibliografa abundante sobre el tema.De este modo, la mayora de ellos consigue hacerse una idea ms o menos n-

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    tida de lo que significa el trabajo de campo y, por lo general, adquiere lashabilidades y los conocimientos necesarios para realizar una investigacin et-nogrfica, para llegar a ser antroplogos sin verse obligados a renunciarpor desesperanza, locura, ruina de la salud o muerte. Un cambio que ha sidofacilitado, en buen grado, por el hecho de que los antroplogos profesionales(acadmicos o no) hace tiempo que no se limitan a hacer etnografa, sino quecada vez ms se preocupan de decir (y de escribur acerca de) cmo lahan hecho, cmo se hace o cmo debera hacerse.

    Lo anterior no quiere decir, desde luego, que las obras generadas en el senode la antropologa hayan abordado en igual medida todos los aspectos relacio-nados con la metodologa de la investigacin etnogrfica. Al contrario; parececomo si hubiera una cierta tendencia a priorizar algunas temticas sobre otras.As, si se hace un recorrido aun rpido por la literatura ms relevante aeste respecto, no resulta difcil concluir que los antroplogos prefieren tratarcuestiones ligadas con la evolucin histrica o los rasgos definitorios de la et-nografa, con los modelos terico-conceptuales y las orientaciones epistemol-gicas que guan la investigacin, con las unidades de anlisis que se delimitan,con la denominada ecuacin personal, con los problemas de acceso a losescenarios o con la naturaleza de las relaciones entre etnogrfos y nativos.En cambio,dejan ms de lado las reflexiones acerca de asuntos vinculados es-trictamente a tcnicas concretas de investigacin, es decir, han tenido un me-nor inters (salvo excepciones, como las de Spradley, Spindler o Pelto y Pelto,v.g.) por definir qu tipo de datos produce potencialmente cada tcnica emple-ada, en qu circunstancias y para qu fin es ms adecuado utilizar unas u otras,cul es la validez ecolgica respectiva, qu controles hay que establecer encada caso segn sean los objetivos que se persiguen, o cules son los pasosms convenientes que hay que dar para producir o analizar determinada clasede informacin. Tanto es as que, si esta literatura se compara con la creadadentro de otras disciplinas, da la impresin de que se ha establecido una ciertadivisin del trabajo metodolgico entre ellas, aunque es cierto que no se puedehablar de una divisin con fronteras impermeables, sino ms bien de nfasisdiferenciales: la antropologa se habra centrado primordialmente en el estudiode los contactos interpersonales y de las estrategias generales de la investiga-cin etnogrfica, mientras que la sociologa o la psicologa, v.g., habran hechoms hincapi en aquellos pormenores mencionados ms arriba y, por tanto, re-feridos a tcnicas especficas de produccin y anlisis de la informacin, yasean la entrevista, el anlisis de redes, la escala de actitudes, la historia de vida,el grupo focalizado e, incluso, la observacin participante.

    Y ello es ms patente, si cabe, al trasladarnos hasta la antropologa espao-la. Claro est que si hay excepciones entre los antroplogos norteamericanos,britnicos o franceses, por nombrar tan slo a los pertenecientes a las llamadas

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    antropologas hegemnicas, tambin las podemos hallar entre los antroplo-gos espaoles; no obstante, tanto la tendencia como la divisin del trabajometodolgico a las que aludamos anteriomente se manifiestan entre nosotrosacaso con mayor intensidad. Para apreciarlo baste un ejemplo. Si hacemos unarevisin de los artculos, libros o captulos de libros escritos, esta vez, por cien-tficos sociales de nuestro pas durante los ltimos quince aos que versen para poner un caso sobre la observacin participante, nos encontraremos,entre otros, con nombres como los de M Teresa Anguera (1.995: 73-106),Manuel Garca Ferrando y Ricardo Sanmartn (1.989/87: 113:14), Juan Maes-tre (1.990: 37-66), Juan Manuel Delgado y Juan Gutirrez (1.994: 141-173),Miguel Valls (1.997: 142-176) y scar Guasch (1.997). Pues bien, de ellos,M Teresa Anguera es psicloga; Manuel Garca Ferrando, Miguel Valls,Juan Maestre y Juan Gutirrez son socilogos; Juan Manuel Delgado, en la re-sea biogrfica que acompaa a su artculo, confiesa haber hecho la especiali-dad de antropologa cuando cursaba la licenciatura de sociologa, pero tambinsu vinculacin actual con el departamento de Sociologa IV de la Compluten-se; y nicamente Ricardo Sanmartn y scar Guasch se declaran antroplogoso, como el segundo, antroplogo y socilogo simultneamente. Es ms, resultaasimismo sintomtico de lo que se est argumentando el hecho de que los tex-tos referidos de estos dos ltimos autores formen parte de obras compiladaspor socilogos o, cuando no, que hayan sido publicados en colecciones dirigi-das por ellos, tal como sucede, v.g., con El anlisis de la realidad, editadoconjuntamente por Garca Ferrando, Alvira e Ibez, o con los CuadernosMetodolgicos del CIS, bajo la direccin cientfica de Jess M de Miguel. Siesto acontece con la observacin participante, considerada con frecuenciacomo una tcnica ntimamente ligada a la antropologa social, huelga decir queel estado de la cuestin presenta las mismas caractersticas si se toman en con-sideracin otras tcnicas de investigacin, como la encuesta por cuestionario,los tests proyectivos, las escalas de actitudes o el gupo de discusin que, aun-que utilizadas igualmente por los antroplogos, es de rigor reconocer que obien se integran dentro de la tradicin disciplinar de esas otras ciencias socia-les, o bien ha sido en ellas donde se han puesto en prctica (y tambin en solfa,en ocasiones) de una forma ms amplia y generalizada.

    Qu es lo explica esta situacin?. Sin buscar una respuesta definitiva,aqu slo vamos a apuntar algunas de las razones posibles. Al menos en elcaso de Espaa, una de ellas estriba en la ms temprana y ms intensa institu-cionalizacin de la sociologa, que ha propiciado, por una parte, una mayorespecializacin de sus profesionales, y por otra, el desarrollo de Departamen-tos de Tcnicas de Investigacin Social, inexistentes hasta ahora en el mbitode la antropologa. Otra de las razones puede consistir en la resistencia queofrecen los antroplogos a separar las reflexiones terico-metodolgicas de la

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    presentacin de los resultados de sus investigaciones empricas, de tal formaque lo habitual es que aqullas se recojan en apndices metodolgicos o apa-rezcan intercaladas a lo largo del texto monogrfico. Si bien esta resistenciatiene un aspecto claramente positivo, puesto que permite conocer el contextoetnogrfico en el que se pone en prctica un determinado conjunto de tcni-cas, no deja de representar al mismo tiempo un obstculo, especialmentepara los estudiantes que se inician en el quehacer etnogrfico, al exigirles ungran trabajo de abstraccin y un excesivo volumen de lecturas.

    Con este nmero monogrfico de la Revista de Antropologa Social, he-mos querido abarcar tres objetivos principales: primero, facilitar a los estu-diantes el acceso, al menos, a una parte de la metodologa empleada por losantroplogos; segundo, contribuir al desarrollo y profundizacin del pensa-miento antropolgico en torno a las tcnicas de investigacin, en la lnea se-alada anteriormente; y tercero, ofrecer un conjunto de artculos en los cualesla teorizacin metodolgica tenga en cuenta la insercin de cada herramientadentro de un proceso etnogrfico. Consideramos que los que aqu se presentanrenen, en mayor o menor medida, estos requisitos y de hecho, la posibilidadde que se cumplieran fue la que nos orient a la hora de ponernos en contactocon cada uno de los colaboradores.

    El artculo de Carmelo Lisn se puede considerar dividido en dos grandespartes; una primera (apartados I y II), en la que expone su concepcin del tra-bajo etnogrfico y, una segunda (apartado III), que centra en el estudio deltipo de relaciones que el investigador mantiene con los informantes (y, sobretodo, con los que l llama los comisarios del misterio). Aqu es donde, ju-gando con el significado de la palabra, sustituye aquel trmino por el de in-formantes, puesto que desde su punto de vista este ltimo revela conms propiedad la naturaleza de esas relaciones: los comisarios del misteriono son tanto proveedores de informacin como proveedores de orientacionessignificativas, creadores de universos mentales.

    Davydd Greenwood nos habla de la observacin participante, y lo hacecomparando las diferentes modalidades que adopta segn est insertada en unproyecto etnogrfico (que l califica de convencional) o, por el contrario, enun proyecto de Investigacin-Accin-Participativa. La observacin participan-te ha demostrado sobradamente su fecundidad para fundamentar una compren-sin de la condicin humana y, sobre todo, para forzar la revisin de cual-quiera de las historias oficiales por medio de la residencia a largo plazo enlugares controvertidos y oprimidos. Manifiesta por ello su desacuerdo conlos crticas que se le han lanzado bien desde la restauracin conservadora, esdecir, desde la perspectiva de quienes supeditan la investigacin a los interesescomerciales y polticos, o bien desde ciertos posicionamientos de los culturalstudies, cuyos representantes segn dice se han apropiado del lenguaje

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    antropolgico pero divorciado de los contextos de trabajo de campo que gene-raron precisamente ese lenguaje. El autor no deja tampoco de sealar algunosde los problemas que en su opinin entraa la prctica de la observacinparticipante. Uno es el que apunta a algo ya bosquejado al principio de estaspginas: la inexistencia de una literatura antropolgica suficiente de carctermetodolgico; otro consiste en la relativa indefinicin en que se mantienen,dentro de la disciplina, las posiciones de observador y de participante; y eltercero estriba en los sesgos positivistas que Greenwood detecta en los casosen que la observacin participante forma parte de los proyectos convenciona-les mentados ms atrs. Tales sesgos son justamente los que le llevan a soste-ner la mayor validez epistemolgica y tica de la I-A-P; idea que va a defendercon apoyo de una amplia descripcin de sus trabajos en el Pas Vasco, Norue-ga y Castilla-La Mancha.

    Juan Jos Castillo se ocupa tambin de la importancia que ahora, como an-tao, tiene la investigacin sobre el terreno pero, esta vez, en el mbito de lasociologa del trabajo. Su artculo (tanto como su prctica docente, de la quenos informa en l) apuesta decididamente por no disociar la creacin de teorade los procesos concretos de indagacin emprica, puesto que como asegu-ra slo sobre la sociologa realmente existente, la que se hace, se puede re-flexionar con los pies (y la cabeza) en la tierra. Como en ocasiones anteriores,aqu vuelve a jugar una baza a favor de la interdisciplinariedad, negndose aestablecer lmites infranqueables entre la sociologa, la antropologa, la arqueo-loga industrial o la ergonoma, no slo porque arrojan luz desde puntos de vis-ta diferentes sobre un tema comn, la vida humana, sino tambin porque en to-das ellas es (o debera ser) central el trabajo de campo, que l concibe comouna manera tericamente fundada de trabajar in situ. Explorando las relacio-nes entre las ciencias sociales y la literatura, nos embarca para terminar enun interesante examen de Au bonheur des dames, de mile Zola, y de La jun-gla, la novela que Upton Sinclair escribi en 1906 para relatar las condicionesde vida y de trabajo de los obreros de los stockyards norteamericanos.

    Jos Luis Garca y Ricardo Sanmartn nos brindan, respectivamente, susreflexiones metodolgicas sobre el anlisis del discurso y sobre la entrevistaen profundidad. Ambos ponen exquisito cuidado, por un lado, en presentarlasde una forma que sean utilizables por el lector que, embarcado en una investi-gacin, tenga inters en aplicar esas tcnicas; por otro, en teorizar sobre ellasteniendo los pies (y la cabeza) en la tierra, esto es, basndose en su propiaexperiencia de campo y utilizando adems esta experiencia para ilustrary otorgar visibilidad a su teorizacin; y, por ltimo, en no olvidar que talestcnicas son empleadas habitualmente por los antroplogos dentro de un con-texto etnogrfico, y que ello supone entre otras cosas que su uso presentemodulaciones especficas as como resultados indisociables de ese contexto.

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    Jos Luis Garca empieza exponiendo las razones por las cuales estimaque es epistemolgicamente inconsistente la separacin estipulada a veces,como si fueran dos realidades socialmente distintas, entre las observacionesdel investigador y los discursos de los sujetos investigados; una inconsistenciaque se deriva, principalmente, del hecho de que el lenguaje constituye unaconducta envolvente, imbricada en cualquier accin humana, de modo quetoda observacin etnogrfia acontece siempre hilvanada en sus distintos ac-tos por los discursos de los participantes. A partir de ah nos delinea unapropuesta analtica que pide prestar atencin no slo a las estructuras y a loselementos internos de los relatos (contenido lo dicho y lo no dicho, es-quemas narrativos, esquemas y teoras culturales, etc.), sino igualmente a lascondiciones sociales en que dichos relatos han sido producidos, una de lascuales es, sin duda, la diferente posicin que puedan ocupar el etngrafo y elnarrador. El autor nos da la oportunidad de apreciar cmo funciona en laprctica su propuesta, toda vez que, a la par que teoriza sobre ella, la va apli-cando al anlisis de dos narraciones sobre un mismo acontecimiento que, aun-que debidas a una sola informante, exhiben algunas divergencias relevantespor cuanto fueron hechas en momentos diferentes del tiempo y, por tanto, ensituaciones tambin distintas.

    Ricardo Sanmartn hace hincapi como ya se coment en entender laentrevista en su ntima vinculacin con el trabajo de campo antropolgico.As, al hilo de una descripcin detallada de las sucesivas fases de realizacinde una entrevista, va extrayendo las consecuencias que se desprenden de suinsercin dentro de un espacio investigativo ms amplio; unas consecuenciasque dejan su impronta en cada una de aquellas fases: descubrimiento, prepara-cin, encuentro, transcripcin e interpretacin. Entendiendo la tcnica comoun encuentro humano integral entre el etngrafo y los entrevistados, va ainsistir como recalca en su abstract en que, para acceder a los conteni-dos humanos en torno a los cuales gravita la cultura de estos ltimos, son tancruciales la autenticidad y la actitud moral del primero como una adecuadaconstruccin de su rol de investigador. Se detiene igualmente en marcar lasdiferencias que, en la coaptacin de informantes y en la evolucin de las en-trevistas (ya sean stas individuales o grupales), introducen las circunstanciasparticulares en que se desarrolla la investigacin: la distancia social y/o cultu-ral recproca percibida por los protagonistas, el tema o los temas abordados, elque se trate de un estudio de comunidad o de rea o, finalmente, el que ste seenmarque en zonas rurales o urbanas.

    Juan Jos Pujadas, que nos introduce en el mtodo biogrfico, se muestrapartidario de recurrir a l de dos maneras complementarias: como recopila-cin de historias de vida de algunos miembros caractersticos de un determi-nado grupo social y como autobiografas de las trayectorias de los etngra-

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    fos. Esto ltimo lo considera especialmente importante, toda vez que el lec-tor de una obra etnogrfica necesita, para comprender las prcticas culturalesanalizadas en ella, que el etngrafo explicite el contexto en que stas han sidogeneradas o, expresado de otro modo, que aporte el mximo de evidenciasno slo sobre las condiciones de obtencin de la informacin, sino tambinsobre los criterios que le han llevado a considerar tales prcticas como perti-nentes. En cuanto a la otra forma de enfocar el mtodo biogrfico, Pujadas loencuadra dentro de las corrientes humansticas predominantes en las actualesciencias sociales, que invitan a profundizar en lo que las personas y los gru-pos hacen, piensan y dicen con la finalidad de ensayar interpretaciones de larealidad a partir de la subjetividad individual o grupal. Es precisamente esteenfoque subjetivista el que le sirve para argumentar, ya al final de su artculo,en contra de las objeciones que autores como Bourdieu dirigen a las biograf-as; no sin antes haber trazado la historia de las relaciones entre etnografa ymtodo biogrfico, as como las diversas modalidades en que puede ser utili-zado.

    El artculo de Beatriz Monc ofrece la posibilidad de ver los resultados deun anlisis documental efectuado desde una perspectiva antropolgica. La au-tora, como en obras suyas anteriores, acomete el estudio de un caso de pose-sin diablica, acaecido en el Madrid del siglo XVII, cuyas principales prota-gonistas son las religiosas del convento de San Plcido, pero esta vezcentrando su atencin en un documento histrico de caractersticas especiales:el memorial que Teresa Valle, priora del convento en el momento de losacontecimientos, escribe varios aos despus para dar cuenta de lo que habasucedido. Elaborado a peticin del marqus de Villanueva, el memorialconstituye una clara muestra de que no hay reconstruccin del pasado que noresponda a los intereses, o que no refleje los modelos culturales, del presente.Este documento, a travs del cual Teresa Valle se convierte en informanteprivilegiada narrando su propia historia de vida, proporciona informacinno tanto acerca de los sucesos en que estuvo involucrada, aunque tambin lohaga, como sobre su afn por contribuir a la rehabilitacin de las monjas(ella misma incluida), que haban sido condenadas por el tribunal del SantoOficio, o sobre la visin de posesin demonaca que est manejando, la cualcomo afirma Monc se ajusta a un esquema casi de manual.

    Tras ponderar la relevancia que tienen las experiencias iniciales en el tra-bajo de campo (porque, como se comprueba a posteriori, se puede aprendermucho de una primera apreciacin de la superficie de las cosas), GasparMairal nos habla de los diversos modos en que el etngrafo se construye suyo, su lugar, dependiendo de que trabaje en zonas rurales o, por el con-trario, urbanas. Esta diferente construccin estara en funcin de los rasgosdistintivos que exhiben los espacios pblicos de unas u otras reas. En el bar

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    o en la plaza de una pequea comunidad rural, el investigador contina di-ciendo el autor apenas puede ver y siente sobre todo que es visto intensa-mente, por lo cual necesita romper cuanto antes su no-lugar, su falta deidentidad, para empezar desde ah a observar, mientras que en las calles, lasoficinas o cualquier establecimiento de una ciudad no tiene, en cambio, quejustificar su presencia, al menos no de forma diferente a como lo debe hacercualquier otro ciudadano. No siendo objeto de todas las miradas, el investi-gador puede ver desde los momentos iniciales del trabajo de campo, dis-frutar del anonimato y explotarlo en su propio beneficio. Con todo, no lebasta con construirse un lugar o con observar los espacios pblicos, puestoque para el etngrafo urbano es asimismo fundamental escudriar losdocumentos de archivos y bibliotecas o, por ejemplo, formarse una red de in-formantes que le ayuden a penetrar en la vida citadina.

    En este nmero monogrfico hemos incluido, antes de las habituales Re-seas, una seccin que hemos denominado Notas metodolgicas, donde sepresentan textos que, si bien breves (pues comprenden de cuatro a ocho pgi-nas), abordan sin embargo aspectos importantes de la investigacin etno-grfica. Uno de ellos, el de Teresa San Romn, se enfrenta a un problemaque afecta a bastantes estudios sobre poblaciones marginales de nuestro pas:la no presencia sobre el terreno del investigador principal. Diseados frecuen-temente sin conviccin interdisciplinaria, estos estudios acerca de inmigranteso gitanos son abandonados a la captacin inexperta de los ayudantes decampo, que consiguen si acaso unos datos pobres sobre los cuales seensaa el utillaje cuantitativo o cualitativo que el investigador principal aplicacmodamente desde su despacho. Ello en opinin de San Romn provo-ca no slo un pobre conocimiento de los pobres, sino el hasto de stos y sudesconfianza ante unas preguntas que dejan traslucir todo menos un acerca-miento comprometido y eficaz a su problemtica. El texto de Martn Gmez-Ullate, por su parte, nos habla de lo que la imagen en movimiento recogidadurante el trabajo de campo, y su posterior revisin, pueden aportar al antro-plogo embarcado en una investigacin etnogrfica. Para profundizar en estasaportaciones, comparar las tres formas principales de registro de las queaqul se vale (memoria, diario de campo y cintas de video), sealando de estemodo las semejanzas y diferencias existentes entre ellas. Por ltimo, Secundi-no Valladares nos presenta una reflexin sobre el valor heurstico del habla, atravs de una tipologa de palabras con sus correspondientes modos de signi-ficacin (palabras verdaderas, palabras-schibolet, palabras divinas, eufemis-mos, disfemismos y otras palabras agnicas) que el antroplogo que se aden-tra en el trabajo de campo debe tener en cuenta si quiere aprehender lacosmovisin de la comunidad o grupo social que estudia.