La princesa de Cléves

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L A

P R I N C E S A C L V E S M M E . D E L A F A Y E T T E

D E

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Traduccin de Mario 2000 Copyright www.elaleph.com Todos los Derechos Reservados

LA PRINCESA DE CLVES

PRIMERA PARTE La magnificencia y la galantera no alcanzaron jams en Francia tanto brillo como en los ltimos aos del reinado de Enrique II. Este prncipe era galante, de buen porte y enamorado. Aunque su pasin por Diana de Poitiers, duquesa de Valentinois, hubiera comenzado haca ms de veinte aos, no era por eso menos violenta y no daba de ella testimonios menos notorios. Siendo muy diestro en todos los ejercicios fsicos, stos eran una de sus ms grandes ocupaciones: todos los das haba caceras y partidos de pelota, bailes, corridas de sortija o parecidas distracciones. Los colores y las armas de la duquesa de Valentinois aparecan en todas partes, y ella misma se presentaba con las galas que poda ostentar la seorita de la Marck, su nieta, que era entonces casadera.3

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La presencia de la reina autorizaba la suya. Esta princesa era bella, aunque ya no fuera muy joven; amaba la grandeza, la magnificencia y los placeres. El rey haba casado con ella cuando era todava duque de Orlens y a la sazn era Delfn su hermano mayor, que muri en Tournn, prncipe que por su nacimiento y sus grandes cualidades, estaba destinado a llenar dignamente el sitio del rey Francisco I, su padre. El carcter ambicioso de la reina le haca encontrar muy grato el reinar. Pareca soportar sin pena el afecto del rey por la duquesa de Valentinois, y no demostraba tenerle celos; pero era tal su disimulo que difcilmente podanse penetrar sus sentimientos; y la poltica la obligaba a atraer cerca de ella a aquella duquesa, porque as tambin atraa al rey. Este prncipe gustaba del trato de las mujeres, an de aqullas de que no estaba enamorado. Permaneca todos los das en las estancias de la reina a la hora de reunin, a la que no dejaba de asistir todo lo ms hermoso y elegante de uno y otro sexo. Jams cont una Corte con tantas mujeres bellas y tantos hombres admirablemente bien hechos; pareca que la Naturaleza se hubiera complacido en colocar todo lo que da de ms bello en las ms4

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grandes princesas y en los ms grandes prncipes. Isabel de Francia, que fue despus reina de Espaa, comenzaba a demostrar un ingenio sorprendente y la incomparable belleza que le fue tan funesta. Mara Estuardo, reina de Escocia, que se acababa de casar con el Delfn, y a quien se llamaba, la Reina Delfina, era una persona perfecta de espritu y cuerpo; haba sido educada en la corte de Francia; tena todas las distinciones de sta y haba nacido con tantas aptitudes para las bellas cosas que, a pesar de ser muy joven, gustaba y entenda de ellas como nadie. La reina, su suegra y la Seora, hermana del rey, gustaban de los versos, la comedia y la msica. La aficin que el rey Francisco I haba tenido por la poesa y por las letras, reinaba todava en Francia, y amando el rey, su hijo, los ejercicios del cuerpo, todos los placeres se reunan en la Corte. Pero lo que haca a esta Corte bella y majestuosa era el nmero infinito de prncipes y de grandes seores de un mrito extraordinario. Los que voy a nombrar eran, por diferentes conceptos, el ornamento y la admiracin de su siglo. El rey de Navarra atraa el respeto de todos por la grandeza de su rango y por la que luca en su persona. Descollaba en la guerra, y el duque de Guisa5

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despertaba por tal modo su emulacin que ms del una vez haba dejado su puesto de general para ir a combatir junto a l, como un simple soldado, en los sitios de mayor peligro. Verdad es que el duque haba dado tales pruebas del valor admirable, y haba obtenido tan bellos xitos, que ningn gran capitn poda mirarle sin envidia. Su valor era realzado por todas las otras grandes cualidades: tena inteligencia vasta y profunda, alma noble y elevada y capacidad para la guerra y para los negocios. El cardenal de Lorena, su hermano, haba nacido, con una ambicin desmesurada, un espritu despierto, una elocuencia admirable, y haba adquirido una ciencia profunda, de la que se serva para hacerse importante defendiendo la religin catlica, que comenzaba a ser atacada. El caballero de Guisa, a quien se llam despus el Gran Prior, era un prncipe querido de todo el mundo, guapo mozo, lleno de ingenio, de destreza y del un valor clebre en toda Europa. El prncipe de Cond encerraba en un cuerpo pequeo, poco favorecido por la Naturaleza, un alma grande y altiva, y un ingenio que lo haca agradable an para los ojos de las ms bellas mujeres.6

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El duque de Nevers, cuya vida era gloriosa por sus hazaas en la guerra y por los grandes cargos que haba desempeado, aunque de edad algo avanzada, haca las delicias de la Corte. Tena tres hijos muy bien repartidos. El segundo, al que llamaban el prncipe de Cleves, era digno de soportar la gloria de su nombre; era valiente y magnfico, y tena una prudencia que no se encuentra en la juventud. El vidame de Chartres, descendiente de la antigua casa de Vendme, cuyo nombre no han desdeado llevar prncipes reales, era igualmente distinguido en la gracia y en la galantera; era hermoso, de buena presencia, valiente, audaz y liberal; todas estas buenas cualidades eran en l activas y notorias; en fin, era el nico digno de compararse con el duque de Nemours, si es que alguien poda comparrsele. Pero este prncipe era una obra maestra de la Naturaleza; lo que tena de menos admirable era el ser el hombre mejor hecho y ms bello del mundo. Lo que lo pona por sobre los dems era un valor incomparable y tena un encanto en el espritu, el rostro y las acciones que jams se vieron sino en l. Tena una amenidad que gustaba igualmente a los hombres y a las mujeres, una destreza extraordinaria en todos los ejercicios, un modo de vestir que en7ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE MADARA VALERIOUS ([email protected])

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seguida era copiado por todos, pero que resultaba inimitable, y en fin, un aire en toda su persona que haca que slo se lo mirara a l en los sitios en que se presentaba. No haba una dama en la Corte cuya gloria no fuera haberle agradado; pocas de las que le haban agradado podan jactarse de haberlo resistido, y hasta varias a quienes no haba amado haban estado apasionadas por l. Posea tal suavidad y tal disposicin a la galantera, que no poda dejar de tener algunas atenciones con aquellas que trataban de gustarle: de ah que tuviera varias amantes y que fuese difcil saber a cul amaba verdaderamente. Iba con frecuencia a casa de la Reina Delfina; la belleza de esta princesa, su dulzura, el empeo que pona en agradar a todos y la estimacin particular que demostraba a este prncipe, dieron a menudo motivo para creer que alzaba los ojos hasta ella. Los seores de Guisa, de quienes era sobrino, haban aumentado mucho su crdito y su consideracin con su casamiento; su ambicin los hacia aspirar a igualarse con les prncipes reales y a compartir el poder con el condestable de Montmorency. El rey descansaba en l de la mayor parte del manejo de los negocios, y trataba al duque de Guisa y al mariscal de Saint-Andr como sus favoritos. Pero aquellos que8

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el favor o los negocios ponan cerca de su persona, no podan mantenerse all sino sometindose a la duquesa de Valentinois, y bien que sta ya no fuera bella ni joven, gobernaba con un imperio tan absoluto, que se poda decir que era la seora de su persona y del Estado. El rey haba querido siempre al condestable, y as que comenz a reinar lo hizo volver del destierro a que el rey Francisco I lo haba enviado. La Corte estaba dividida entro los seores de Guisa y el condestable, que era sostenido por los prncipes reales. Uno y otro partido haban aspirado siempre a conquistar a la duquesa de Valentinois. El duque de Aumale, hermano del duque de Guisa, se haba casado con una de sus hijas. El condestable aspiraba a la misma alianza; no se contentaba con haber casado a su hijo mayor con Diana, hija del rey y de una dama del Piamonte, que se hizo religiosa cuando hubo dado a luz. Este casamiento luch con muchos obstculos a causa de las promesas que el seor de Montmorency le haba hecho a la seorita de Piennes, una de las doncellas de honor de la reina y bien que el rey los hubiera vencido con una paciencia y una bondad extremas, el condestable no se crea bastante apoyado si no pona de su lado a la9

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duquesa de Valentinois y si no la separaba de los Guisas, cuya grandeza comenzaba a inquietar a la duquesa. Haba retardado cuanto pudo el casamiento del Delfin con la reina de Escocia. La belleza y el espritu sagaz y avanzado de esta joven reina, y la elevacin que este casamiento daba a los seores de Guisa, le eran insoportables. Odiaba particularmente al cardenal de Lorena; ste le haba hablado con acritud y hasta con desprecio; y ella vea que se estaba vinculando con la reina, de modo que el condestable la encontr dispuesta a unirse con l, y a entrar en su alianza por medio del casamiento de la seorita de la Marck, su nieta, con el seor de Anville, su segundo hijo, que le sucedi despus en su puesto, bajo el reinado de Carlos IX. El condestable no crey encontrar obstculos en el espritu del seor de Anville para el casamiento, corno los haba encontrado en el espritu del seor de Montmorency; pero, aunque las razones le permanecieran ocultas, las dificultades no fueron menores. El seor de Anville estaba perdidamente enamorado de la Reina Delfina, y, por poca esperanza que tuviera en esa pasin, no se resolva a contraer un compromiso que dividira sus atenciones. El mariscal de SaintAndr era la nica persona10

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en la Corte que no se hubiera afiliado a su partido; era uno de los favoritos, y su favor no dependa ms que de su persona: el rey lo quera desde la poca en que era Delfn, y despus lo haba hecho mariscal de Francia a una edad en que no se acostumbra pretender las menores dignidades. Su favor le daba un rango que sostena con su mrito y con lo agradable, de su persona, con una gran delicadeza en su mesa y en sus muebles, y con la ms grande magnificencia que se hubiera visto nunca en un particular. La liberalidad del rey contribua a esos gastos. Este prncipe llegaba hasta la prodigalidad para con los que quera. No tena todas las grandes cualidades, pero tena varias, y sobre todo la de amar la guerra y ser entendido en ella: as es que haba conseguido felices xitos, y, si se exceptuaba la batalla de San Quintn, su reinado no haba sido ms que una serie de victorias: haba ganado en persona la batalla de Renty; el Piamonte haba sido conquistado, los ingleses haban sido expulsados de Francia y el emperador Carlos V haba visto terminar su buena suerte ante la ciudad de Metz, que haba sitiado intilmente con todas las fuerzas del Imperio de Espaa. Sin embargo, como la desgracia de San Quintn haba disminudo la esperanza de nuestras conquistas, y11

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despus la fortuna pareca haberse dividido entre los dos reyes, se encontraron insensiblemente dispuestos a la paz. La duquesa madre de Lorena haba comenzado a hacer proposiciones en la poca del casamiento del Delfn; despus siempre haba habido alguna negociacin secreta. Por ltimo se eligi a Cercamp, en el pas de Artois, como lugar en que deba celebrarse la reunin. El cardenal de Lorena, el condestable de Montmorency y el mariscal de Saint-Andr fueron en representacin del rey; el duque de Alba y el prncipe de Orange, por Felipe II, y el duque y la duquesa de Lorena, fueron los mediadores. Los principales artculos eran el casamiento de Isabel de Francia con don Carlos, infante de Espaa, y de la hermana del rey, con el seor de Saboya. El rey permaneci entretanto en la frontera y all recibi la noticia de la muerte de Mara, reina de Inglaterra. Se envi al conde de Randn a Isabel, para cumplimentarla por su advenimiento al trono. Esta lo recibi con alegra: sus derechos a la corona estaban tan mal establecidos, que le era ventajoso verse reconocida por el rey. El conde la encontr instruda de los intereses de la corte de Francia y del m12

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rito de los que la componan; pero sobre todo la encontr tan llena de la reputacin del duque de Nemours, le habl tantas veces de este prncipe y con tanto inters que, cuando el seor de Randn volvi y dio cuenta al rey de su viaje, le dijo que no haba nada que el seor de Nemours no pudiera pretender de aquella princesa, y que no dudaba que fuera capaz de casarse con l. El rey le habl al prncipe aquella misma noche; le hizo contar por el seor de Randn todas sus conversaciones con Isabel, y le aconsej que intentara aquel golpe de fortuna. El seor de Nemours crey en un principio que el rey no le hablaba en serio; pero al ver lo contrario le dijo: Por lo menos, Sire, si me embarco en una empresa quimrica, por consejo y para el servicio de Vuestra Majestad, os suplico me guardis el secreto hasta que el xito me justifique ante el pblico, y que os dignis no hacerme aparecer lleno de tan gran vanidad para pretender que una reina que no me ha visto nunca quiera casarse conmigo por amor. El rey le prometi que slo hablara de aquel asunto con el condestable, y juzg adems que el secreto era necesario para tener buen xito. El seor de Randn le aconsejaba al seor de Nemours que fuera a Inglaterra con el simple pretexto de viajar; pero13

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el prncipe no se resolvi a hacer esto. Mand a Lignerolles, su favorito, que era un mozo de ingenio, para explorar los sentimientos de la reina y tratar de establecer alguna relacin. Esperando que llegara la hora de emprender ese viaje, fue a ver al duque de Saboya, que estaba entonces en Bruselas con el rey de Espaa. La muerte de Mara de Inglaterra opuso grandes obstculos a la paz. La asamblea se deshizo a fines de noviembre y el rey volvi a Pars. Entonces apareci una belleza en la Corte que atrajo las miradas de todo el mundo, y hay que suponer que sera una belleza perfecta, puesto que caus admiracin en un sitio en que se estaba muy acostumbrado a ver hermosas mujeres. Era de la misma casa que el vidame de Chartres, y una de las ms grandes herederas de Francia. Su padre haba muerto joven y la haba dejado bajo la guarda de la seora condesa de Chartres, su mujer, cuya fortuna, virtud y mrito eran extraordinarios. Despus de haber perdido a su marido haba pasado varios aos sin ir a la Corte. Durante su ausencia se haba dedicado a la educacin de su hija; pero no se ocup slo en cultivar su espritu y su belleza, sino que tambin se preocup de inculcarle el amor a la vir14

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tud. La mayor parte de las madres se imaginan que basta no hablar jams de amores delante de las jvenes para apartarlas de ellos; la seora de Chartres tena una opinin opuesta: le haca a menudo a su hija pinturas del amor, le mostraba lo que tiene de agradable, para persuadirla ms fcilmente sobre lo que le enseaba que encierra de peligroso; le deca la poca sinceridad de los hombres, sus engaos y su infidelidad, las desgracias domsticas a que conducen los enredos, y le haca ver, por otra parte, qu felicidad acompaa la vida de una mujer honesta, y cunto brillo y elevacin da la virtud a una persona hermosa y bien nacida; pero tambin le haca ver cun difcil es conservar esta virtud mediante una extrema desconfianza de s misma y gracias al empeo de no desprenderse de lo nico que puede hacer la felicidad de una mujer, que es amar a su marido y ser amada por l. Aquella heredera era entonces uno de los grandes partidos que haba en Francia, y aunque fuese muy joven ya se le haban propuesto varios casamientos. La seora de Chartres, que estaba muy orgullosa de ella, no encontraba nada digno de su hija. Al verla cumplir los dieciseis aos quiso llevarla a la Corte. Cuando lleg, el vidame sali a recibirla;15

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qued sorprendido, y con razn, de la gran belleza de la seorita de Chartres: la blancura de su tez y sus cabellos rubios le daban un esplendor que nunca se haba visto en otra; todas sus facciones eran regulares, y su rostro y su persona estaban llenos de gracia y encanto. Al da siguiente de su llegada fue a escoger unas piedras finas a casa de un italiano que traficaba en ellas por todo el mundo. Aquel hombre haba venido de Florencia con la reina, y se haba enriquecido tanto, con su trfico, que su casa antes pareca la de un gran seor que la de un mercader. Mientras estaba en ella, lleg el prncipe de Cleves y causle tal sorpresa su belleza, que no le fue posible el disimulo; y la seorita de Chartres no pudo dejar de sonrojarse al ver la impresin que le haba causado; se rehizo, sin embargo, y no puso ms atencin en los actos de aquel prncipe que aqulla que la urbanidad impona para con un hombre tal como el que aparentaba ser. El seor de Cleves la miraba con admiracin, y no poda comprender quin era aquella hermosa joven a quien no conoca. Vea s, por su aire y por todo lo que la rodeaba, que deba ser de gran calidad. Su juventud le deca que era soltera; pero, como no la acompaara la madre y el italiano16

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la llamase seora, porque no la conoca, no saba qu pensar, y la miraba fijamente con sorpresa. Advirti que sus miradas la molestaban, cosa contraria a lo que ocurre generalmente con las jvenes, quienes se complacen siempre en el efecto que hace su belleza, y hasta le pareci que, a causa de su presencia, tena prisa en marcharse, y, en efecto, se retir con bastante prontitud. El seor de Cleves se consol con no perderla de vista, esperando que sabra quin era; pero qued muy sorprendido al decrsele que no la conocan. Prendse tanto de su belleza y del aire modesto que haba notado en sus maneras que, desde aquel momento, concibi por ella una pasin y una estima extraordinarias. A la noche fue a casa de la hermana del rey. Esta princesa gozaba de gran consideracin, a causa del ascendiente que ejerca sobre el rey su hermano; y este ascendiente era tan grande que el rey, al hacer la paz, consenta en devolver el Piamonte para que casara con el duque de Saboya. Aunque hubiera deseado toda su vida casarse, nunca habra querido hacerlo sino con un soberano, y no haba aceptado por esa razn al rey de Navarra, cuando era duque de Vendme, y siempre haba deseado al seor de Saboya; tena inclinacin por l17ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE MADARA VALERIOUS ([email protected])

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desde que lo viera en Niza en la entrevista con rey Francisco I y del papa Pablo III. Como tena mucho ingenio y gran discernimiento para las cosas bellas, atraa a todas las personas honestas y haba momentos en que toda la Corte estaba en su casa. El seor de Cleves fue a ella como de costumbre. Estaba tan preocupado con la gracia y la belleza de la seorita de Chartres, que no poda hablar de otra cosa. Cont en alta voz su aventura y no se cansaba de colmar de elogios a la joven desconocida que haba visto. La princesa le dijo que no haba ninguna persona como la que l describa y que, si hubiese alguna, sera conocida por todo el mundo. La seora de Dampierre, que era su dama de honor y amiga de la seora de Chartres, al or aquella conversacin se aproxim a la princesa y le dijo en voz baja que era sin duda a la seorita de Chartres a quien se refera el seor de Cleves. La princesa se volvi hacia l y le dijo que, si quera volver a su casa al da siguiente, le hara ver a la belleza de que estaba tan prendado. La seorita de Chartres apareci, en efecto, al da siguiente y fue recibida por las reinas con todos los agasajos que se puede imaginar, causando tal admiracin en todos, que no oa a su alrededor ms que elogios. Los reciba con una mo18

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destia tan noble que pareca que no los oyera o que al menos no la halagaran. En seguida pas a casa de la hermana del rey. Esta princesa, despus de ponderar su belleza, le cont la sorpresa que le haba causado al seor de Cleves. Este prncipe entr un momento despus: Venid -le dijo. -Venid; si no os cumplo mi palabra, y si al mostraros a la seorita de Chartres, no os hago ver a la belleza que buscabais, agradecedme al menos que le haya hecho saber la admiracin que ya sentais por ella. El seor de Cleves se alegr al saber que aquella joven que haba encontrado atrayente era de calidad proporcionada a su belleza; se aproxim a ella y le suplic recordara que haba sido el primero en admirarla y que, sin conocerla, haba sentido por ella toda la estimacin y el respeto que le eran debidos. El caballero de Guisa, y l, que eran amigos salieron juntos de casa de la princesa. Ponderaron a la seorita de Chartres, primero, sin reparo; les pareci, por ltimo, que la elogiaban demasiado, y los dos cesaron de decir lo que pensaban de la joven; pero no pudieron dejar de hablar de ella en todos los sitios que, en los das siguientes, se encontraron. Aquella nueva belleza fue durante muchos das el tema de todas las conversaciones. La reina le hizo19

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grandes elogios, y tuvo con ella extraordinaria consideracin; la Reina Delfina la hizo una de sus favoritas y le pidi a la seora de Chartres que la llevara a menudo a verla; las hijas del rey la mandaban a buscar para que participara de sus diversiones; en fin, era amada y estimada de toda la Corte, excepto de la seora de Valentinois. No era que aquella belleza le causara recelos; una experiencia demasiado larga la haba convencido de que no tena nada que temer respecto del rey; pero senta tanto odio por el vidame de Chartres, a quien haba deseado unir a ella mediante el casamiento de una de sus hijas, y que haba acabado por aliarse a la reina, que no poda mirar favorablemente a una persona que llevaba su nombre, y por quien l demostraba una gran amistad. El prncipe de Cleves se enamor apasionadamente de la seorita de Chartres, y deseaba ardientemente casarse con ella; pero tema que el orgullo de la seora de Chartres no consintiera darle su hija a un hombre que no era el mayorazgo de su casa. Sin embargo, aquella casa era tan grande, y el conde de Eu, que era el mayor, acababa de casarse con una persona tan allegada a la casa real, que era ms bien la timidez que causa el amor que verdade20

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ras razones lo que motivaba los temores del seor de Cleves. Tena gran nmero de rivales: el caballero de Guisa le pareca el ms temible de todos por su nacimiento, por su mrito y por el brillo que el favor daba a su casa; este prncipe se haba enamorado de la seorita de Chartres desde el primer da que la viera; se haba dado cuenta de la pasin del seor de Cleves, como el seor de Cleves haba echado de ver la suya. Aunque fuesen amigos, el apartamiento que causan las mismas pretensiones no les haba permitido explicarse juntos, y su amistad se haba enfriado sin que tuvieran el nimo necesario para poner las cosas en claro. La suerte que haba tenido el seor de Cleves en haber sido el primero en ver a la seorita de Chartres, le pareca un buen presagio, y crea tener alguna ventaja sobre sus rivales; pero prevea grandes obstculos por parte del duque de Nevers, su padre. Este duque tena estrechas vinculaciones con la duquesa de Valentinois; sta era enemiga del vidame y esta razn era bastante para impedir que el duque de Nevers consintiera en que su hijo pensara siquiera en su sobrina. La seora de Chartres, que tanto empeo haba puesto en inspirar la virtud a su hija, no ces de te21

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ner los mismos cuidados en un sitio en que eran tan necesarios, y en el que haba tantos ejemplos muy peligrosos. La ambicin y la galantera eran el alma de aquella Corte, y ocupaban igualmente a los hombres y a las mujeres. Haba tantos intereses y tantas camarillas diferentes, y los dems tomaban tanta parte en ellos, que el amor se mezclaba siempre a los negocios y los negocios al amor. Nadie viva tranquilo ni indiferente, se pensaba en ascender, en agradar, en servir o perjudicar; no se conoca ni el tedio ni la ociosidad, y se estaba siempre ocupado en divertirse o en intrigar. Las damas tenan vinculaciones particulares con la reina, con la Reina Delfina, con la reina de Navarra, con la hermana del rey, o con la duquesa de Valeritinois. Las inclinaciones, las razones del bien parecer, o las analogas de carcter formaban estas diferentes vinculaciones. Las que ya no eran muy jvenes y hacan profesin de una virtud ms austera, eran adictas a la reina. Las ms jvenes buscaban la alegra y la galantera, constituan la corte a la Reina Delfina. La reina de Navarra tena sus favoritas; era joven y ejerca influjo sobre el rey, su marido; estaba unida al condestable y esto le daba mucha influencia. La hermana del rey se conservaba an hermosa y atraa22

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a varias damas junto a ella. La duquesa de Valentinois contaba con todas las que se dignaba mirar; pero pocas mujeres le eran agradables, y, excepto algunas que contaban con su familiaridad y su confianza, cuyo humor era parecido al suyo, no las reciba en su casa sino los das en que le agradaba tener una corte como la de la reina. Todos estos grupos tenan emulacin y envidia los unos de los otros. Las damas que los componan tambin se celaban entre ellas, o a cansa del favor o a causa de los amantes; los intereses de grandeza y de elevacin se encontraban a menudo unidos a esos otros intereses menos importantes, pero no menos tangibles, as es que haba una cierta agitacin sin desorden en esta Corte, lo que la haca muy agradable, pero tambin muy peligrosa para una joven. La seora de Chartres vea este peligro, y no pensaba ms que en los medios de preservar de ellos a su hija. Le rog, como amiga y no como madre, que le confiara todas las galanteras que le dijeran, y le prometa ayudarla en las cosas en que con frecuencia no se sabe qu hacer cuando se es joven. El caballero de Guisa, demostr de tal manera sus sentimientos y propsitos respecto de la seorita de Chartres, que no haba quien los ignorara. Sin23

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embargo, le pareca un imposible lo que deseaba; saba bien que no era un partido que conviniera a la seorita de Chartres, a causa de la poca fortuna que posea para sostener su rango; y saba tambin que sus hermanos no aprobaran que se casara, a causa del rebajamiento que el matrimonio de los segundones acarrea por lo regular en las grandes casas. El cardenal de Lorena le hizo ver muy luego que no se equivocaba; conden el inters que demostraba por la seorita de Chartres con un calor extraordinario, pero no le dijo las verdaderas causas. Este cardenal odiaba al vidame, siendo esto un secreto que se revel ms tarde. Hubiera ms bien consentido en que su hermano contrajera cualquier otra alianza que la del vidame, y declar tan pblicamente su oposicin, que la seora de Chartres se sinti vivamente ofendida. Puso empeo en hacer ver que el cardenal de Lorena no tena nada que temer, declarando que no pensaba en aquel casamiento. El vidame adopt la misma conducta, y la del cardenal de Lorena le ofendi an ms que a la seora de Chartres, porque conoca mejor su causa. El prncipe de Cleves no haba dado menores muestras pblicas de su pasin que el caballero de Guisa. El duque de Nevers conoci aquel afecto con24

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pesar; crey, sin embargo, que le bastara hablarle a su hijo para hacerlo cambiar de conducta; pero qued muy sorprendido al ver que tena el propsito formal de casarse con la seorita de Chartres. Le censur su resolucin, se irrit y ocult tan poco la causa de su enojo, que la noticia se esparci en seguida en la Corte, y lleg hasta la seora de Chartres. Esta no haba dudado de que el seor de Nevers considerara el casamiento de su hija como ventajoso para su hijo; la sorprendi mucho que la casa de Cleves y la de Guisa temiesen su alianza en vez de buscarla. El despecho que esto le caus la hizo pensar en buscar para su hija un partido que la pusiera por encima de todos los que la crean inferior a ellos. Despus de haberle examinado todo se detuvo en el prncipe Delfn, hijo del duque de Montpensier. Se trataba entonces de casarle y era lo mejor que haba en la Corte. Como la seora de Chartres tena mucho ingenio, secundada por el vidame, que era muy considerado, y como en efecto su hija era un gran partido, procedi con tanta habilidad y xito, que el seor de Montpensier pareci desear aquel matrimonio, y se crea que no podra encontrar dificultades.25

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El vidame, que saba la adhesin del seor de Anville por la Reina Delfina, crey que deba emplear el poder que esta princesa tena sobre aqul para inducirlo a servir a la seorita de Chartres acerca del rey y acercar al prncipe de Montpensier, de quien era amigo ntimo. Le habl del caso a la reina, y sta entr con gusto en un asunto en el que se trataba de la elevacin de una persona a quien quera mucho; se lo atestigu al vidame y le asegur que, aunque estaba cierta de que iba a hacer algo desagradable al cardenal de Lorena, su to, pasara sin reparo por encima de esa consideracin, porque tena motivos para quejarse de l, pues todos los das defenda los intereses de la reina contra los de ella. Los enamorados siempre se huelgan de que algn pretexto les de motivo para hablar a aquellos que los aman. Cuando el vidame se hubo separado de la Delfina, sta le orden a Chastelard, que era favorito del seor de Anville, y que saba la pasin que ste tena por ella que fuese a decirle de su parte que a la tarde se encontrara en la recepcin de la reina. Chastelard recibi este encargo con mucha satisfaccin y respeto.26

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Este gentilhombre era del Delfinado, pero su mrito y su ingenio, le ponan por encima de su nacimiento. Era recibido y bien tratado por todos los grandes seores de la Corte, el favor de la casa de Montmorency le haba particularmente vinculado al seor de Anville. Era apuesto mozo, hbil en todos los ejercicios; cantaba agradablemente y haca versos, y tena un espritu galante y apasionado, tan del agrado del seor de Anville, que ste le hizo confidente del amor que senta por la Reina Delfina. Aquella confidencia lo aproximaba a esta princesa, y fue vindola con frecuencia como dio comienzo la desgraciada pasin que le quit la razn y le cost la vida. El seor de Anville no falt aquella tarde a la recepcin de la reina; qued muy contento de que la Delfina lo hubiera escogido para ocuparse en conseguir una cosa que ella deseaba, y le prometi obedecer exactamente sus rdenes. Pero la seora de Valentinois, que haba sido advertida de aquel proyecto de matrimonio, se le haba adelantado con mucho celo y haba prevenido de tal manera al rey que, cuando el seor de Anville le habl, le hizo ver que no lo aprobaba, y hasta le orden que se lo dijera al prncipe de Montpensier. Puede imaginarse la27ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE MADARA VALERIOUS ([email protected])

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impresin que le caus a la seora de Chartres la ruptura de un enlace que haba deseado tanto, y cuyo fracaso daba tanta ventaja a sus enemigos y haca tanto dao a su hija. La Reina Delfina le expres a la seorita de Chartres, junto con mucha amistad, el disgusto de no haberle podido ser til. Ya veis -le dijo, -que tengo mediocre poder; soy tan odiada por la reina y por la duquesa de Valentinois, que es difcil que ellas o los que estn bajo su dependencia, no se atraviesen en todas las cosas que deseo. Sin embargo -agreg, -yo nunca he pensado ms que en agradarlas; de manera que no me odian ms que a causa de la reina, mi madre, que en otros tiempos les dio inquietud y celos. El rey estuvo enamorado de ella antes que lo estuviera de la seora de Valentinois, y en los primeros aos de su casamiento, cuando aun no tena hijos, aunque amara a esa duquesa, pareci casi resuelto a divorciarse para casarse con la reina mi madre. La seora de Valentinois, que tema a una mujer que l haba amado tanto, y cuya belleza y talento podan aminorar su favor, se ali al condestable, que tampoco deseaba que el rey casara con una hermana de los seores de Guisa. Consiguieron la ayuda del finado rey, y aunque aqul odiara mortal28

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mente a la seora de Valentinois, como amaba a la reina, trabaj para impedir que el rey se divorciara; mas para quitarle por completo la idea de casar con mi madre, arreglaron su casamiento con el rey de Escocia, que era viudo de la seora Magdalena, hermana del rey, y lo hicieron porque era el ms rpido de concertar, faltando a los compromisos contrados con el rey de Inglaterra, que la deseaba ardientemente. En poco estuvo que aquella conducta no determinase una ruptura entre los dos reyes. Enrique VIII no poda consolarse de no haber tenido por esposa a la reina, mi madre, y cualquiera otra princesa que se le propusiera, deca que nunca reemplazara a la que le haban quitado. Es verdad tambin que la reina, mi madre, era una belleza perfecta, y que es cosa notable que, siendo viuda de un duque de Longueville, tres reyes desearan casar con ella; su desgracia hizo que se la diera al menos importante y que se la llevara a un reino donde slo tiene disgustos. Dicen que me parezco a ella; temo parecrmele tambin en su desgraciado destino, y, sean cuales fueren las felicidades que parecen prepararse para m, dudo que llegue a gozarlas. La seorita de Chartres dijo a la reina que esos tristes presentimientos estaban tan mal fundados29

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que no los conservara mucho tiempo, y que no deba dudar de que su felicidad correspondera a las apariencias. Nadie se atreva ya a pensar en la seorita de Chartres, por temor de disgustar al rey, o de fracasar al pretender una joven que haba esperado casar con un prncipe real. Ninguna de estas consideraciones contuvo al seor de Cleves. La muerte del duque de Nevers, su padre, que ocurri por entonces, lo dej en entera libertad de seguir su inclinacin, y as que el reparo del luto hubo pasado, no pens ms que en los medios de casarse con la seorita de Chartres. Se felicitaba de poder hacer la proposicin en un momento en que los sucesos ocurridos haban alejado los otros partidos, y en el que estaba casi seguro de que no se le rechazara. Lo que turbaba su contento era el temor de no serle agradable, y hubiera preferido la felicidad de gustarle a la certidumbre de casarse con ella sin ser amado. El caballero de Guisa le haba dado ciertos celos, pero como stos ms estaban fundados en el mrito de este prncipe que en ninguno de los actos de la seorita de Chartres, slo pens en tratar de descubrir si era bastante afortunado para que ella sintiera el mismo afecto que l tenla por la joven.30

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No la vea sino junto a las reinas y en las reuniones; era difcil mantener una conversacin particular. Encontr, sin embargo, el medio, y le habl de su propsito y de su pasin con todo el respeto imaginable; la inst para que le dijera qu sentimientos tena por l, y le dijo que los que ella le inspiraba eran de tal naturaleza que lo haran eternamente desgraciado si ella slo obedeciera por deber la voluntad de su seora madre. Como la seorita de Chartres tena un corazn muy noble y recto, la llen de gratitud la conducta del prncipe de Cleves. Esta gratitud dio a sus respuestas y a sus palabras un cierto aire de dulzura que bast para fomentar la esperanza en un hombre tan locamente enamorado como lo estaba el prncipe; de modo que dio por realizado, en parte lo que deseaba. Ella le dio cuenta a su madre de aquella conversacin, y la seora de Chartres le dijo que el seor de Cleves tena tanta grandeza y buenas cualidades, y que demostraba tal cordura para su edad que, si su hija se senta inclinada a casarse con l, ella consentira con gusto. La seorita de Chartres respondi que ella le encontraba las mismas buenas cualidades, que casara con l con menos repugnan31

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cia que con otro; pero que no senta ninguna inclinacin particular por su persona. Al da siguiente aquel prncipe hizo hablar a la seora de Chartres. Acept la proposicin que se le haca, y no temi darle a su hija un marido a quien no pudiera amar, casndola con el prncipe de Cleves. Se ajustaron las condiciones; se le habl al rey y aquel casamiento fue sabido por todos. El seor de Cleves estaba satisfecho, sin sentirse no obstante, enteramente feliz; vea con mucha pena que los sentimientos de la seorita de Chartres no pasaban de los de la estima y la gratitud, y no poda jactarse de que ocultara otros ms halagadores, porque el estado en que se hallaban le permita demostrarlos sin chocar su extremada modestia. No pasaba da sin que l le expresara sus quejas. Es posible -le deca, -que yo no pueda ser feliz al casarme con vos? Sin embargo, es cierto que no lo soy. No tenis para mi ms que una especie de bondad que no puede satisfacerme, no tenis ni impaciencia, ni inquietud, ni pena; mi pasin no os impresiona ms de lo que un afecto que no tuviera ms fundamento que las ventajas de vuestra fortuna, y no los encantos de vuestra persona. -Sois injusto al quejaros -le responda la joven; -no s qu podis32

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desear ms all de lo que hago, y creo que el bien parecer no permite que haga otra cosa. -Es cierto le replicaba l, -que me dais ciertas apariencias de las que estara contento si hubiese algo ms all; pero, en lugar de conteneros, el bien parecer es lo nico que os hace obrar como lo hacis. No observo vuestra inclinacin ni vuestro cario, y mi presencia no os causa ni placer ni turbacin. -No es posible que dudis -replicaba ella, -de que tengo placer en veros, y no podis tampoco dudar de que vuestra vista me turba. -No me engaa vuestro sonrojo -responda, el prncipe; -es un sentimiento de modestia y no un movimiento de vuestro corazn, y no deduzco de eso ms de lo que debo deducir. La seorita de Chartres no saba qu responder, pues esos distingos estaban por encima de sus conocimientos. El seor de Cleves vea muy claro qu lejos estaba ella de tener por l los sentimientos que podan satisfacerle, puesto que hasta le pareca que ella no los entenda. El caballero de Guisa regres de viaje pocos das antes de las bodas. Eran tantos los obstculos invencibles que haba encontrado a su propsito de casarse con la seorita de Chartres, que no le haba quedado esperanza de triunfar; pero, sin embargo, le33

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afect sensiblemente el verla casar con otro. Este dolor no apag su pasin, y sigui tan enamorado como antes. La seorita de Chartres no ignoraba los sentimientos que este prncipe abrigaba por ella. El le hizo saber, a su regreso, que ella era la causa de la extremada tristeza que se pintaba en su rostro; y tena tanto mrito y tantos atractivos que era difcil hacerle desgraciado sin tenerle alguna lstima. As es que ella no poda dejar de compadecerle; pero esa piedad no la arrastraba a tener otros sentimientos, y contaba su madre el pesar que le causaba la afeccin de aquel prncipe. La seora de Chartres admiraba la sinceridad de su hija, y la admiraba con razn, porque jams nadie la tuvo mayor y ms natural; pero no admiraba menos que su corazn no se conmoviera, tanto ms cuanto bien vea que el prncipe de Cleves tampoco le haba interesado ms que los otros. Esto fue causa de que se empeara en hacerle querer a su marido, y que comprendiera lo que deba a la inclinacin que haba sentido por ella antes de conocerla, y a la pasin que le haba demostrado prefirindola a todos los otros partidos, en una poca en que nadie se atreva a pensar en ella.34

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El casamiento se realiz; la ceremonia se hizo en el Louvre, y por la noche el rey y las reinas fueron a cenar en casa de la seora de Chartres con toda la Corte, siendo recibidos con una magnificencia admirable. El caballero de Guisa no se atrevi a distinguirse de los dems, no asistiendo a la ceremonia, pero fue tan poco dueo de su tristeza, que era fcil advertirla. El seor de Cleves no encontr que la seorita de Chartres cambiara de sentimientos al cambiar de nombre. La calidad de marido le dio los ms grandes privilegios, pero no le conquist otro sitio en el corazn de su mujer. De modo que, aun siendo su marido, no dej de ser su novio, porque siempre le quedaba que desear algo ms all de la posesin; y aunque ella viviera perfectamente con l, no se senta completamente feliz. Conservaba por ella pasin violenta e inquieta que turbaba toda su felicidad. Los celos no tenan parte en esa turbacin; jams marido los sinti menos, y jams mujer estuvo ms lejos de darlos. Ella estaba, sin embargo, expuesta, en medio de la Corte: iba todos los das a ver a las reinas y a la hermana del rey. Todos los hombres jvenes y galantes la vean en su casa, y en la del duque de Nevers, su cuado, cuya casa estaba abierta a35

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todo el mundo; pero tena un aire que inspiraba tal respeto y que pareca tan distante de la galantera, que el mariscal de Saint-Andr, aunque audaz y sostenido por el favor del rey, estaba prendado de su belleza y no se lo demostraba sino con sus cuidados y atenciones. Varios otros estaban en la misma condicin; y la seora de Chartres agregaba a la cordura de su hija una conducta tan estricta que acababa por hacerla parecer una persona a la que no se poda llegar. La duquesa de Lorena, al trabajar por la paz, haba tambin trabajado por el casamiento del duque de Lorena, su hijo; haba sido concertado con Claudia de Francia, segunda hija del rey. Los esponsales quedaron fijados para el mes de febrero. Entretanto, el duque de Nemours: haba permanecido en Bruselas, completamente lleno y ocupado de sus planes sobre Inglaterra. Reciba de all o enviaba continuamente correos. Sus esperanzas aumentaban todos los das, y por ltimo Lignerolles le escribi que era ya tiempo de que fuera personalmente a concluir lo que ya estaba comenzado. Recibi esta noticia con toda la alegra que puede tener un joven ambicioso, que se ve elevado al trono solamente por su reputacin. Su espritu se haba ido36

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acostumbrando insensiblemente a la grandeza de aquella fortuna, y, as como al principio la haba rechazado como una cosa que no poda conseguir, las dificultades se haban borrado de su imaginacin y ya no vea obstculos. Mand dar rdenes urgentes a Pars para hacer preparar su magnfico equipaje, a fin de aparecer en Inglaterra con un brillo proporcionado al objeto que all le llevaba, y l mismo se apresur para ir a la Corte con objeto de asistir al casamiento del seor de Lorena. Lleg la vspera de los esponsales, y, el mismo da de su llegada, fue a darle cuenta al rey del estado de su proyecto y recibir sus rdenes y consejos para lo que le restaba hacer. Fue despus a ver a las reinas. La seora de Cleves no estaba con ellas, de modo que no le vio ni supo siquiera su llegada. Ella haba odo hablar a todos de aquel prncipe como del ms hermoso y ms agradable de la Corte; y sobre todo la Delfina se lo haba pintado de tal modo y le haba hablado de l tantas veces, que le haba dado curiosidad y hasta impaciencia por verlo. Pas todo el da de los esponsales en su casa preparndose para asistir al baile y al festn regio que se hara en el Louvre. Cuando lleg causaron37ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE MADARA VALERIOUS ([email protected])

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admiracin su belleza y su tocado. Comenz el baile, y como ella deba bailar con el seor de Guisa, se produjo bastante ruido hacia la puerta de la sala, como si entrara alguien a quien se hiciera lugar. La seora de Cleves acab de bailar, y, mientras que buscaba con los ojos a alguien para tomarle de compaero, el rey le grit que eligiera al que acababa de llegar. Se volvi, y vio a un hombre, que crey desde un principio que deba ser el duque de Nemours, caminando por encima de unas sillas para llegar al sitio en que se bailaba. Aquel prncipe estaba de tal suerte hecho, que era difcil que una mujer no se sorprendiera al verle, por vez primera, sobre todo aquella noche, en que el cuidado con que se haba vestido aumentaba el brillo de su persona. Pero era tambin difcil ver a la seora de Cleves por primera vez sin sentir gran admiracin. El seor de Nemours qued tan sorprendido de su belleza que, cuando estuvo cerca de ella y le hizo la reverencia, no pudo dejar de dar muestras de su admiracin. Cuando comenzaron a bailar se produjo en la sala un murmullo de ponderaciones. El rey y las reinas recordaron que ambos no se conocan y les pareci cosa singular verlos bailar juntos sin conocerse. Los llamaron cuando hubieron con38

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cluido de danzar, y sin darles tiempo de hablar a nadie les preguntaron si no deseaban saber quines eran y si lo sospechaban. En cuanto a m, seor -dijo el seor de Nemours, -no tengo incertidumbre; pero, como la seora de Cleves no tiene las mismas razones para adivinar quin soy que las que yo tengo para saber quin es ella, deseara mucho que Vuestra Majestad le hiciera saber mi nombre.-Me imagino -dijo la Delfina, -que sabe tan bien vuestro nombre como vos el de ella. -Os aseguro, seora -repuso la seora de Cleves, que pareca algo confusa, -que no adivino tan bien como pensis. Lo adivinis muy bien -respondi la Delfina, -y hay hasta algo de halagador para el seor de Nemours, en el no querer confesar que le conocis sin haberle nunca visto. La reina los interrumpi para hacer seguir el baile. El seor de Nemours eligi a la Reina Delfina, -y hay hasta algo de halagador para el seor de Nemours, en no querer confesar antes de que fuera a Flandes; pero en toda la noche no pudo admirar ms que a la seora de Cleves. El caballero de Guisa, que no haba dejado de adorarla, estaba a sus pies, y lo que acababa de pasar le haba causado un dolor profundo. Aquello le pareci como un presagio de que la fortuna haba dis39

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puesto que el seor de Nemours se enamorara de la seora de Cleves; y, fuese que en efecto alguna turbacin se trasluciera en su rostro, o que los celos le hicieran ver al caballero de Guisa ms all de la realidad, le pareci que la vista de aquel prncipe le haba impresionado, y no pudo dejar de decirle que el seor de Nemours era muy afortunado en trabar conocimiento con ella por medio de una aventura que tena algo de galante y de extraordinario. La seora de Cleves volvi a su casa tan preocupada con lo que haba pasado en el baile que, aunque era muy tarde, fue a la alcoba de su madre para contrselo, y le ponder al seor de Nemours con cierto tono que le dio a la seora de Chartres la misma idea que tuvo el caballero de Guisa. Al da siguiente se verificaron las bodas. La seora de Cleves vio en ellas al seor de Nemours y le encontr un aspecto y una gracia tan admirables que qued ms sorprendida an. Los das siguientes, lo vio en las reuniones de la Reina Delfina; lo vio jugar a la pelota con el rey, lo vio correr la sortija, lo oy hablar; pero lo vio siempre sobrepasar de tan lejos a los dems y hacerse de tal modo dueo de la conversacin dondequiera que estuviese, por el aire de su persona, y por la ameni40

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dad de su espritu, que hizo en poco tiempo gran impresin sobre su corazn. Verdad es que, como el seor de Nemours senta por ella una inclinacin violenta que le daba esa suavidad y ese bro que prestan los primeros deseos de agradar, estaba ms amable an que de costumbre; de modo que, vindose tan a menudo, viendo una y otro que eran lo ms perfecto que haba en la Corte, era difcil que no se agradaran infinitamente. La duquesa de Valentinois estaba en todas las diversiones, y el rey tena para con ella la misma vivacidad y las mismas atenciones que en los comienzos de su pasin. La seora de Cleves, que estaba en esa edad en la que no se cree que una mujer puede ser amada cuando ha pasado los veinticinco aos, miraba con extremada sorpresa el afecto que el rey tena por aquella duquesa, que era abuela y que acababa de casar a su nieta. Le hablaba a menudo de esto a la seora de Chartres. Es posible, seora -le deca, -que haga tanto tiempo que el rey est enamorado de ella? Cmo pudo vincularse a una persona que era mucho mayor que l, que haba sido amante de su padre, y que lo es todava de muchos otros, segn he odo decir? -Es cierto -le responda aquella, -que no es ni el mrito ni la fidelidad de la seo41

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ra de Valentinois lo que hizo nacer la pasin del rey, ni lo que la ha conservado; y es por esto tambin que no es disculpable; porque si esa mujer hubiera sido joven y bella, como es elevada su cuna; si hubiera tenido el mrito de no haber amado nunca, si hubiera amado al rey con una fidelidad exacta, si lo hubiera amado slo por su persona, sin inters de grandeza ni de fortuna, y sin servirse de su poder ms que para cosas agradables al propio rey, hay que, confesar que hubiera costado esfuerzo el no ponderar el gran afecto que este prncipe tiene por ella. -Si yo no temiera -prosigui la seora de Chartres, que vos dijerais de m lo que se dice de todas las mujeres de mi edad, que les gusta contar las cosas de sus tiempos, os hara saber el comienzo de la pasin del rey por esa duquesa, y varias cosas de la corte del finado rey, que tienen mucha relacin con las que ocurren ahora. -Muy lejos de acusaros repuso la seora de Cleves, -de relatar las historias pasadas, deploro, seora, que no me hayis instruido de las presentes, respecto de los diversos intereses y las diversas vinculaciones de la Corte. Los ignoro de tal modo que crea, hasta hace pocos das, que el seor condestable estaba en muy buena relacin con la reina. -Tenais una opinin bien opuesta a la ver42

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dad -respondi la seora de Chartres. -La reina odia al condestable, y si llega a tener ella algn poder, demasiado lo notar l. Ella sabe que le ha dicho varias veces al rey que de todos sus hijos slo los naturales se le parecen. -Jams hubiera sospechado ese odio -interrumpi la seora de Cleves, -despus de haber visto la asiduidad con que la reina le escriba al condestable durante su prisin, la alegra que demostr a su vuelta, y oyndola llamarle siempre mi compadre, lo mismo que hace el rey. -Si vais a juzgar aqu por las apariencias -respondi la seora de Chartres, -os engaaris a menudo: lo que parece, no es casi nunca la verdad. Pero, volviendo a la seora de Valentinois, ya sabis que se llama Diana de Poitiers. Su casa es muy ilustre; desciende de los antiguos duques de Aquitania; su abuela era hija natural de Luis XI, y, en fin, todo es grande en su nacimiento. Saint-Valier, su padre, se encontr mezclado en el asunto del condestable de Borbn, de que habis odo hablar. Se le conden a ser decapitado y conducido al cadalso. Su hija, cuya belleza era admirable, y que ya haba agradado al finado rey, procedi tan hbilmente (valindose no s de qu medios) que obtuvo la vida de su padre. Se le comunic su gracia en el momento en que no esperaba43

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ms que el golpe de la muerte; pero el miedo le haba impresionado tanto, que perdi el conocimiento, y muri pocos das despus. Su hija apareci en la Corte como querida del rey. El viaje de Italia y la prisin de este prncipe interrumpi esta pasin. Cuando volvi de Espaa, y la regente se adelant a recibirle en Bayona, llev a todas sus hijas, entre las cuales iba la seorita de Pisseleu, que fue despus la duquesa de Etampes. El rey se enamor de ella. Era inferior en nacimiento, en ingenio y en belleza a la seora de Valentinois, y la nica ventaja que tena sobre ella era su fresca juventud. Yo le o decir varias veces que haba nacido el da en que Diana de Poitiers se haba casado. Se lo haca decir el odio y no la verdad, porque estara bien equivocada si la duquesa de Valentinois no cas con el seor de Brez, gran senescal de Normanda al mismo tiempo que el rey se enamor de la seora de Etampes. Jams hubo odio ms grande que entre esas dos mujeres. La duquesa de Valentinois no poda perdonarle a la seora de Etampes el haberle quitado el ttulo de querida del rey. La seora de Etampes tena violentos celos contra la seora de Valentinois, porque el rey mantena relaciones con ella. Este prncipe no tena una fidelidad exacta con sus que44

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ridas: haba siempre una que tena el ttulo y los honores, pero las que llamaban de la pequea banda, se lo repartan sucesivamente. La prdida del Delfn, su hijo, que muri en Tournn, y se le supuso envenenado, le caus una honda afliccin. No tena el mismo cario ni la misma aficin por su segundo hijo, que reina presentemente; no le encontraba bastante audacia ni bastante vivacidad. Se lament de esto un da hablando con la seora de Valentinois y ella le dijo que quera hacer que se enamorase de ella para tornarlo mas vivo y ms agradable. Lo consigui como lo veis. Hace ms de veinte aos que esa pasin dura, sin que hayan podido alterarla ni el tiempo ni los obstculos. El finado rey se opuso en un principio; y sea que an amara a la seora de Valentinois lo bastante para tener celos, o ya lo impulsara la duquesa de Etampes, que estaba desesperada de que el Delfn se vinculara con su enemiga, lo cierto es que vio esta pasin con una clera y con un pesar de que daba muestras todos los das. Su hijo no temi ni su clera ni su odio, y nada pudo obligarlo a disminuir su relacin ni a ocultarla: fue preciso que el rey se acostumbrara a soportarla. Esta oposicin a su voluntad le alej aun ms de l, y lo encari ms an45

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con el duque de Orlens, su tercer hijo. Era un prncipe apuesto, bello, lleno de bros y de ambicin, de una juventud fogosa, que requera ser moderada, pero que hubiera hecho de l un prncipe de gran elevacin si la edad hubiera madurado su espritu. El rango de hijo mayor que tena el Delfn, y el favor del rey de que gozaba el duque de Orlens, engendraron entre ellos una especie de emulacin que llegaba hasta el odio. Esa emulacin haba comenzado cuando eran nios, y se haba conservado siempre. Cuando el emperador vino a Francia, dio entera preferencia al duque de Orlens, sobre el Delfn, que se resinti tan vivamente, que, estando el emperador en Chantilly, quiso obligar al seor condestable a arrestarlo, sin esperar la orden del rey. El condestable no lo quiso hacer. El rey le censur despus no haber seguido el consejo de su hijo, y, cuando lo alej de la Corte, esta razn tuvo mucha parte en ello. La divisin de los dos hermanos le sugiri a la duquesa de Etampes la idea de apoyarse en el seor duque de Orlens para que la sostuviera junto al rey contra la seora de Valentinois. Lo consigui. Este prncipe, sin estar enamorado de ella, no se preocup menos de sus intenciones que el Delfn de las de46

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la seora de Valentinois. Esto form en la Corte dos camarillas, como ya os las podis imaginar. Pero estas intrigas no se limitaron solamente a enredos de mujeres. El emperador, que haba conservado su amistad con el duque de Orlens, le haba ofrecido varias veces entregarle el ducado de Miln. Las proposiciones que se hicieron despus para celebrar la paz, hacan esperar que le dara las diecisiete provincias y que lo casara con su hija. El Delfn no deseaba ni la paz ni ese casamiento. Se sirvi del condestable, a quien siempre quiso, para hacerle ver al rey qu importancia tena no dejarle a su sucesor un hermano tan poderoso como sera el duque de Orlens con la alianza del emperador y las diecisiete provincias. El condestable estuvo tanto ms de acuerdo con el Delfn cuanto que as se opona a los propsitos de la seora de Etampes, que era su enemiga declarada, y que deseaba ardientemente la elevacin del duque de Orlens. El Delfn comandaba entonces el ejrcito del rey en Champaa y haba reducido el del emperador a tal extremo, que hubiera perecido enteramente si la duquesa de Etampes, temiendo que una ventaja excesiva no nos hiciera negar la paz y la alianza del47ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE MADARA VALERIOUS ([email protected])

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emperador con el duque de Orlens, no hubiera hecho advertir secretamente a los enemigos de que sorprendieran a Epernay y Chateau-Thierry, que estaban llenos de vveres. Lo hicieron y salvaron de ese modo todo su ejrcito. Esta duquesa no goz mucho tiempo del xito de su traicin. Poco despus el duque de Orlens muri en Farmoutiers de una especie de enfermedad contagiosa. Amaba a una de las ms bellas mujeres de la Corte y era correspondido. No os la nombrar, porque ha vivido despus con tanta honestidad, y porque ocult con tanto empeo la pasin que tena por aquel prncipe, que ha merecido que se conserve su reputacin. La casualidad quiso que recibiera la noticia de la muerte de su marido el mismo da que supo la del duque de Orlens, de manera que tuvo afliccin, sin tener que darse el trabajo de contenerse. El rey no sobrevivi al prncipe su hijo; muri dos aos despus. Recomend al Delfn que se sirviera del cardenal de Tournn y del almirante de Annebault, y no habl del condestable, que estaba entonces relegado en Chantilly. Lo primero que hizo, sin embargo, el rey, su hijo, fue llamarlo y darle el gobierno de los negocios.48

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La seora de Etampes fue expulsada de la Corte y recibi todos los malos tratos que poda esperar de una enemiga omnipotente. La duquesa de Valentinois se veng entonces plenamente de su rival y de todos los que la haban desagradado. Su influjo pareci ms absoluto sobre el espritu del rey de lo que fuera mientras era Delfn. Desde hace doce aos que este prncipe reina, ella es duea absoluta de todas las cosas. Dispone de los cargos y de los negocios; hizo desterrar al cardenal de Tournn, al canciller Olivier y a Villeroy. Los que han querido informar al rey sobre su conducta han perecido en el empeo. El conde de Taix, gran maestre de la artillera, que no la quera, no pudo dejar de hablar de sus galanteras y sobre todo de la del conde de Brissac, de quien el rey haba estado ya muy celoso. Sin embargo, ella se arregl del modo que el conde de Taix cay en desgracia; se le quit el cargo, y, lo que es casi increble, se lo hizo dar al conde de Brissac; despus lo ha hecho mariscal de Francia. Los celos del rey aumentaron sin embargo de tal modo que no pudo tolerar que aquel mariscal permaneciera en la Corte. Pero los celos, que son agrios y violentos en los dems, son en l suaves y moderados a causa del extremado respeto que tiene por su querida, de mo49

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do que no se atrevi a alejar a su rival sino con el pretexto de darle el gobierno del Piamonte. Ha residido all varios aos y volvi el invierno pasado con el pretexto de pedir tropas y otras cosas necesarias para el ejrcito que comanda. El deseo de volver a ver a la seora de Valentinois, y el temor de ser olvidado por ella, tenan quizs mucha parte en este viaje. El rey lo recibi con gran frialdad. Los seores de Guisa, que no lo quieren, pero que no se atreven a demostrarlo a causa de la seora de Valentinois, se sirvieron del seor vidame, que es su enemigo declarado, para impedir que obtuviera ninguna de las cosas que haba ido a pedir. No era difcil perjudicarlo; el rey lo odiaba y su presencia le causaba inquietud; de manera que se vio obligado a volverse sin llevar ms fruto de su viaje que el haber, quizs, atizado en el corazn de la seora de Valentinois sentimientos que la ausencia comenzaba a apagar. El rey tiene muchos otros motivos de celos; pero no los ha sabido o no se ha atrevido a quejarse de ellos. Yo no s, hija ma -agreg la seora de Chartres, -si os parecer que os he hecho saber cosas que no deseabais conocer. -Estoy muy lejos, seora, de haceros tal reproche -respondi la seora de Cleves,50

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-y, si no fuera el miedo de importunaros, os preguntara todava diversas circunstancias que ignoro. La pasin del seor de Nemours por la seora de Cleves fue en un principio tan violenta, que le quit la aficin y hasta el recuerdo de todas las personas que haba amado, y con las que haba mantenido correspondencia durante su ausencia. No busc siquiera pretextos para romper con ellas; no tuvo paciencia para escuchar sus quejas y responder a sus reproches. La Delfina, por quien haba tenido sentimientos bastante apasionados, no pudo resistir en su corazn a la seora de Cleves. Hasta su impaciencia por el viaje a Inglaterra comenz a aminorar, y no urga ya su partida. Iba a menudo a ver a la Reina Delfina, porque la seora de Cleves acuda all con frecuencia, y no pareca disgustarle que se imaginaran lo que haban credo respecto de sus sentimientos por aquella reina. La seora de Cleves le interesaba de tal manera que antes habra resuelto no darle muestras de su pasin que arriesgarse a que la conociese el pblico. No le habl siquiera al vidame de Chartres, que era su amigo ntimo, y para el que no tena secretos. Observ una conducta tan discreta y se condujo de tal modo que nadie le sospech de estar enamorado de la seora de Cleves,51

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ms que el caballero de Guisa; y ella misma difcilmente lo hubiera notado si la inclinacin que senta por l no hubiera hecho que observara con atencin tan particular sus actos como para permitirle sospecharlo. No se encontr en la misma disposicin para decirle a su madre lo que pensaba de los sentimientos de aquel prncipe, como le haba hablado de sus otros festejantes: aunque no tena el propsito formado de ocultrselo, sin embargo no le habl. Pero la seora de Chartres demasiado lo vea, as como la inclinacin que su hija tena por l. El conocimiento de esto le caus un dolor muy terrible: comprenda muy bien el peligro que haba para aquella joven en que la amara un hombre como el seor de Nemours, por quien ella tena inclinacin. Sus sospechas respecto de esta inclinacin quedaron exteriormente confirmadas por algo que sucedi pocos das despus. El mariscal de Saint-Andr, que buscaba todas las ocasiones de lucir su magnificencia, suplic al rey, con el pretexto de hacerle ver su casa, que acababa de ser terminada, que le hiciera el honor de ir a cenar a ella con las reinas. El mariscal deseaba tam52

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bin lucir ante los ojos de la seora de Cleves aquel gasto fastuoso que llegaba hasta la profusin. Algunos das antes del fijado para aquella comida, el Delfn, cuya salud era bastante delicada, se haba sentido mal y no haba visto a nadie. La reina, su mujer, haba pasado todo el da a su lado. Por la noche, sintindose mejor, hizo entrar a todas las personas de calidad que estaban en la antecmara. La Reina Delfina pas a sus habitaciones; encontr en ellas a la seora de Cleves y algunas otras damas de su mayor intimidad. Como ya era bastante tarde y no estaba an vestida, no pas a saludar a la reina; hizo decir que no se la vera, y mand buscar sus joyas, a fin de escoger las que llevara al baile del mariscal de Saint-Andr, y para darle algunas a la seora de Cleves, a quien las haba prometido. Estando entregadas a esta ocupacin, lleg el prncipe de Cond. Su calidad le abra todas las puertas. La Reina Delfina le dijo que sin duda vena de las habitaciones de su marido y le pregunt qu hacan all. -Se disputan con el seor de Nemours, seora, y ste defiende con tanto calor la causa que sostiene, que es necesario que sea la suya. Creo que tiene alguna querida que lo inquieta cuando est en el baile, tan desagra53

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dable le parece para un amante el ver en la fiesta a aquella a quien ama. -Cmo! -repuso la Delfina. -El seor de Nemours no quiere que su querida vaya al baile? Yo me imaginaba que los maridos podan desear que sus mujeres no fueran; pero nunca se me haba ocurrido que los amantes pudieran ser de ese parecer. -El seor de Nemours encuentra -replic el prncipe de Cond, -que el baile es lo ms insoportable que existe para los amantes, ya sean amados o no lo sean. Dice que, si son amados, tienen el disgusto de serlo menos durante varios das que no hay mujer a quien el cuidado de sus trajes no le impida pensar en su amante, que eso las preocupa enteramente; que ese cuidado en acicalarse es para todo el mundo a la vez que para aquel a quien aman; que cuando estn en el baile quieren agradar a cuantos la miran; que, cuando estn contentas de su belleza sienten una alegra cuya mayor parte no la forma el amante. Dicen tambin que, cuando no se es amado, se sufre ms al ver a la mujer querida en una reunin; que cuanto ms la admira el pblico, ms desgraciado se siente uno de no ser amado; que se teme siempre que su belleza haga nacer algn otro amor ms feliz que el suyo; en fin, encuentra que no hay sufri54

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miento parecido al de ver a su amada en el baile como el saber que ella est en la fiesta, y no estar en ella. La seora de Cleves simulaba no or lo que deca el prncipe de Cond; pero lo escuchaba con atencin. Se daba cuenta fcilmente de la Parte que le corresponda en la opinin que sostena el seor de Nemours, y sobre todo en lo que deca del pesar de no asistir al baile en que estaba su amada, porque no deba ir al del mariscal de Saint-Andr, pues el rey lo mandaba a recibir al duque de Ferrara. La Reina Delfina rea con el prncipe de Cond, y no aprobaba la opinin del seor de Nemours. -No hay ms que una ocasin, seora- -dijo el prncipe, -en que el seor de Nemours consienta que su querida vaya al baile: es cuando l lo da; que el ao pasado, cuando le dio uno a Vuestra Majestad, le pareci que su querida le haca un favor en ir a l, aunque aparentemente slo os siguiera; porque es siempre hacerle un favor a un amante el ir a tomar parte en un placer que l da; que es tambin una cosa agradable para un amante, que su querida lo vea dueo de un sitio en que est toda la Corte, y que lo vea sabiendo hacer bien los honores. -El seor de Nemours tena razn -dijo la Reina Delfina son55

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riendo, -al aprobar que su querida fuera al baile; haba entonces tal cantidad de mujeres a quienes daba esa calidad, que, si no hubiesen ido, hubiera tenido poca concurrencia. Cuando el prncipe de Cond comenz a contar las opiniones del seor de Nemours sobre el baile, la seora de Cleves sinti gran deseo de no ir al del mariscal de Saint-Andr. Fcilmente se persuadi de que no se debe ir a casa de un hombre por quien se es amada, y mucho se holg de tener una razn de severidad para hacer una cosa que era un favor para el seor de Nemours. Llev sin embargo el aderezo que le haba dado la Reina Delfina; pero por la noche, cuando se lo mostr a su madre, le dijo que no pensaba ponrselo; que el mariscal de Saint-Andr pona tanto empeo en demostrar que estaba enamorado de ella, que no dudaba que querra tambin hacer creer que ella tomara parte en la fiesta que le iba a dar al rey, y que so pretexto de hacer los honores de su casa, le hara agasajos que quizs la iban a molestar. La seora de Chartres combati un poco la opinin de su hija, parecindole algo singular; pero, vindola que se obstinaba, la acept, y le dijo que era preciso que se fingiera enferma a fin de tener un56

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pretexto para no ir, porque las razones verdaderas no seran aprobadas, y que ms an era necesario que no se las sospecharan. La seora de Cleves consinti en pasar algunos das en su casa, para no ir a un sitio en que el seor de Nemours no estara, y ste parti sin tener el placer de saber que ella no ira. Volvi al da siguiente del baile; supo que ella no haba ido; pero, como no saba que hubiesen repetido delante de ella la conversacin en casa del Delfn, estaba muy lejos de creer que hubiera sido tan feliz como para haberle impedido que fuera. Al da siguiente, estando junto a la reina, y hallndose hablando con la Delfina, llegaron las seoras de Chartres y de Cleves y se aproximaron a aquella princesa. La seora de Cleves estaba vestida con algn descuido, como una persona que ha estado enferma, pero su rostro no estaba en armona, con aquel traje. Os encuentro tan bella -le dijo la Delfina, -que me cuesta creer que hayis estado enferma. Se me ocurre que el prncipe de Cond, al contaros la opinin del seor de Nemours sobre el baile, os persuadi de que le harais un favor al mariscal de Saint-Andr yendo a su casa, y que eso fue lo que os impidi asistir. La seora de Cleves se57ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE MADARA VALERIOUS ([email protected])

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sonroj al ver lo acertada que haba estado la Delfina y de que dijera delante del seor de Nemours lo que haba adivinado. La seora de Chartres comprendi en aquel momento por qu su hija no haba querido ir al baile, y para impedir que el seor de Nemours tambin lo descubriera, tom la palabra con un aire que pareca apoyarse en la verdad. Os aseguro, seora -le dijo a la Delfina, que Vuestra Majestad le hace ms honor a mi hija del que merece. Estaba realmente enferma, y creo que, si yo no se lo hubiera impedido, no hubiera dejado de acompaaros y de mostrarse tan descompuesta como estaba, para tener el gusto de ver todo lo que hubo de extraordinario en la fiesta de anoche. La Delfina crey lo que deca la seora de Chartres; el seor de Nemours sinti mucho que aquello pareciera cierto; sin embargo, el sonrojo de la seora de Cleves le hizo sospechar que lo que la Delfina haba dicho no estaba muy lejos de la verdad. La seora de Cleves se molest al pensar, en el primer momento, que el seor de Nemours pudiese creer que era l quien le haba impedido ir a casa del mariscal de Saint-Andr; pero despus sinti cierto pesar de que58

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su madre le hubiese quitado por completo esa opinin. Aunque la asamblea de Cercamp hubiese sido disuelta, las negociaciones de paz haban continuado sin interrupcin, y las cosas se dispusieron de tal modo que, al fin de febrero, aqulla se reuni de nuevo en Cateau-Cambrsis. Los mismos diputados se congregaron all, y la ausencia del mariscal de Saint-Andr libr al seor de Nemours de un gran peso, pues le tema ms por el cuidado que pona en observar a todos los que se acercaban a la seora de Cleves, que por los progresos que pudiese hacer junto a ella. La seora de Chartres no le haba querido dejar ver a su hija que conoca sus sentimientos por aquel prncipe, por temor de volverse sospechosa respecto de las cosas que deseaba decirle. Un da se puso a hablar de l; le ponder, y mezcl muchos elogios envenenados sobre su cordura al no enamorarse y al hacer una distraccin y no un afecto serio de la relacin con las mujeres. No es agreg -que no se lo haya sospechado de tener una gran pasin por la Reina Delfina; noto que va a verla muy a menudo, y os aconsejo que evitis hablarle cuanto os sea posible, sobre todo en particular, porque tratn59

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doos la Delfina como lo hace, pronto diran que sois su confidente, y ya sabis cun desagradable es esa reputacin. Soy de opinin que, si ese rumor contina, que vayis algo menos a casa de la Delfina, a fin de no veros mezclada en aventuras galantes. La seora de Cleves no habla odo nunca hablar del seor de Nemours y de la Delfina; qued muy sorprendida de lo que le dijo su madre, y de tal manera crey que estaba enterada de lo que haba pensado sobre los sentimientos de aquel prncipe, que cambi de expresin. La seora de Chartres lo not; en ese momento lleg gente; la seora de Cleves se dirigi a sus habitaciones y se encerr en su alcoba. No se puede expresar el dolor que sinti al saber, por lo que le acababa de decir su madre, el inters que le inspiraba el duque de Nemours; no se haba atrevido a confesrselo a s misma. Vio entonces que los sentimientos que tena por l eran los que el seor de Cleves le haba pedido tanto; y vio cun vergonzoso era sentirlos por otro que por un marido que los mereca. Se sinti ofendida y la cohibi el temor de que el seor de Nemours no la quisiera hacer servir de pretexto a la Delfina, y este60

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pensamiento la determin a contarle a la seora de Chartres lo que no le haba dicho todava. Al da siguiente, de maana, fue a su cuarto para ejecutar lo que haba resuelto; pero se encontr con que la seora de Chartres tena un poco de fiebre, de manera que no le quiso hablar. Aquel malestar pareca, sin embargo, tan leve que la seora de Cleves no dej de ir por la tarde a ver a la Delfina, que estaba en su gabinete con dos o tres damas que tenan mucha privanza. Estbamos hablando del seor de Nemours -le dijo la reina al verla, -Y nos admirbamos de cunto ha cambiado desde su regreso de Bruselas. Antes de ir all tena un nmero infinito de queridas, y hasta era un defecto en l, pues lo mismo atenda a las que tenan mrito como a las que no lo tenan; desde su regreso no conoce a unas ni a otras; jams se ha visto transformacin igual; hasta me parece que ha cambiado de humor y que est menos alegre que de costumbre. La seora de Cleves no respondi nada, y pensaba con vergenza que hubiera tomado todo lo que se deca del cambio del prncipe por muestras de su pasin si no hubiese sido desengaada. Senta alguna acritud contra la Delfina, al verla buscar razones y sorprenderse de una cosa que, sin duda, saba61

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mejor que nadie. No pudo dejar de hacerle sentir algo de esto, y cuando las otras seoras se alejaron se acerc a ella y le dijo con voz muy baja: Lo decais tambin por m, seora, cuando hablabais hace un instante y querais ocultarme que sois vos quien ha hecho cambiar la conducta del seor de Nemours? -Sois injusta -le dijo la Delfina; -bien sabis que no tengo secretos para con vos. Es cierto que antes de ir a Bruselas el seor de Nemours tuvo, segn creo, la intencin de hacerme comprender que no me odiaba; pero desde que ha regresado dirase que no se acuerda siquiera de las cosas que hizo, y confieso que tengo curiosidad de saber qu es lo que lo ha hecho cambiar. Ser muy difcil que no lo descubra -agreg: -el vidame de Chartres, que es su ntimo amigo, est enamorado de una persona sobre la que tengo cierto poder, y sabr por ese medio qu es lo que ha determinado este cambio. La Delfina habl con un acento que persuadi a la seora de Cleves, y a pesar suyo se encontr en un estado ms tranquilo y grato que aquel en que se encontraba antes. Cuando volvi a ver a su madre supo que sta estaba mucho peor que como la haba dejado. La fiebre era ms alta, y los das siguientes aument de62

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tal modo, que pareca que se trataba de una enfermedad grave. La seora de Cleves estaba profundamente afligida; no sala de la alcoba de su madre; el seor de Cleves pasaba all tambin todos los das, por el inters que le inspiraba la seora de Chartres, y por impedir que su mujer se entregara a la tristeza, y adems para tener el gusto de verla: su pasin no haba disminuido. El seor de Nemours, que siempre haba sido muy amigo suyo, no haba cesado de demostrrselo desde su regreso de Bruselas. Durante la enfermedad de la seora de Chartres, aquel prncipe encontr el medio de ver varias veces a la seora de Cleves, simulando visitas a su marido, o de ir a buscarle para salir de paseo. A veces se presentaba cuando estaba seguro de no encontrarle; y, con el pretexto de esperarle, permaneca en la antecmara de la seora de Chartres, en la que haba siempre algunas personas de calidad. La seora de Cleves iba all con frecuencia, y, aunque estuviese afligida, no le pareca por esto menos bella al seor de Nemours. Le haca ver cunto inters se tomaba por su afliccin, y le hablaba con un aire tan dulce y tan sumiso, que la persuada fcilmente que no era de la Delfina de quien estaba enamorado.63

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No poda evitar la turbacin al verle, ni tampoco un sentimiento de placer; pero, cuando no lo vea, y pensaba que ese encanto que senta al mirarle era el principio de las pasiones, poco faltaba para que creyera odiarlo, a causa del dolor que le causaba aquel pensamiento. La seora de Chartres empeor tan considerablemente que se comenz a desesperar de su vida; oy lo que los mdicos le dijeron del peligro en que estaba con un valor digno de su virtud y de su piedad. Despus que hubieron salido aquellos, hizo retirar a todos los presentes y llamar a la seora de Cleves. Es preciso que nos separemos, hija ma -le dijo, extendindole la mano; -el peligro en que os dejo y la necesidad que tenis de m aumentan el disgusto con que os voy a dejar. Tenis alguna inclinacin por el seor de Nemours; no os pido que me lo confesis; ya no estoy en estado de servirme de vuestra sinceridad para conduciros. Hace ya mucho tiempo que descubr esa inclinacin; pero no os quise hablar antes por temor de hacroslo notar a vos misma. Ahora, bastante lo conocis, estis en el borde del precipicio; sern necesarios grandes esfuerzos y grandes violencias para que os contengis.64

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Pensad en lo que debis a vuestro marido, pensad en lo que os debis a vos misma, y pensad que vais a perder esa reputacin que habis adquirido y que tanto os he deseado. Tened energa y valor, hija ma; retiraos de la Corte; obligad a vuestro marido a que os llevo lejos; no temis tomar resoluciones demasiado speras y demasiado difciles; por atroces que os parezcan al principio, sern ms suaves en sus consecuencias que las desgracias de una galantera. Si otras razones que las de la virtud y de vuestro deber pudieran obligaros a lo que deseo, os dira que, si algo ser capaz de turbar la felicidad que espero al salir de este mundo, sera veros caer como las dems mujeres; pero si esta desgracia tiene que sucederos, recibir la muerte con alegra, para no presenciarla. La seora de Cleves se deshaca en lgrimas sobre la mano de su madre, que tena oprimida entre las suyas; la seora de Chartres, sintindose enternecida ella misma: Adis, hija ma -le dijo, -terminemos una conversacin que nos conmueve demasiado a las dos, y acordaos, si podis, de todo lo que acabo de deciros. Se volvi sobre el otro costado al terminar estas palabras, y le orden a su hija que llamara a sus ca65

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mareras, sin querer escucharla ni decir nada ms. La seora de Cleves sali de la alcoba de su madre en el estado que se puede imaginar, y la seora de Chartres no pens ya ms que en prepararse para la muerte. Vivi an dos das, durante los cuales no quiso ver a su hija, que era la nica cosa a que se senta vinculada. La seora de Cleves estaba en una afliccin extrema; su marido no se separaba de su lado, y cuando la seora de Chartres hubo expirado, la llev consigo al campo, para alejarla de un sitio que no haca ms que agravar su dolor. Jams se vio otro igual. Si bien el cario y la gratitud entraban por mucho en ello, la necesidad que, segn se lo adverta su propio instinto, tena de su madre para defenderse contra el seor de Nemours contribua no poco a causar tan honda pena. Se senta desgraciada al verse abandonada a s misma, en un momento en que era tan poco duea de sus sentimientos, y en el que hubiera deseado tanto el contar con alguien que pudiera compadecerla y darle fuerzas. La manera como el seor de Cleves se conduca para con ella, la haca desear ms intensamente que nunca el no faltarle en nada de lo que le deba. Le demostraba tambin ms amistad y ms cario del que le de66

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mostraba antes; quera que no se separase de ella y se imaginaba que a fuerza de apegarse a l la defendera contra el seor de Nemours. Este prncipe fue a ver al seor de Cleves en el campo; pero fue intil su empeo por hacer una visita a la seora de Cleves, porque sta no quiso recibirlo, y comprendiendo muy bien que no podra verlo sin encontrarlo agradable, haba tomado la firme resolucin de no hacerlo y de evitar todas las ocasiones que dependieran de ella. El seor de Cleves vino a Pars para concurrir a la Corte, y le prometi a su mujer que regresara al da siguiente; no volvi, sin embargo, sino dos das despus. -Os esper ayer todo el da -le dijo la seora de Cleves, cuando lleg; -y tengo que reprocharos por no haber venido como me lo prometisteis. Ya sabis que si poda sentir una nueva afliccin en el estado en que estoy, era la muerte de la seora de Tournn, que he sabido esta maana. Me hubiera afectado aunque no la hubiese conocido: es siempre una cosa digna de piedad que una mujer joven y bella como era dicha seora haya muerto en el corto espacio de dos das; pero, adems, era una de las personas que ms me agradaban y que pareca tener tanto juicio como mrito.67ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE MADARA VALERIOUS ([email protected])

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-Sent mucho no poder regresar ayer -respondi el seor de Cleves; -pero era tan necesario para consolar a un desdichado, que me fue imposible dejarle. En cuanto a la seora de Tournn, os aconsejo que no os aflijis, si la deploris como a una mujer llena de juicio y digna de vuestra estima. -Me sorprendis -repuso la seora de Cleves, -pues os he odo decir varias veces que no haba mujer en la Corte a quien estimarais tanto. -Es cierto -le respondi, -pero las mujeres son incomprensibles, y cuando pienso en ellas, me considero tan dichoso con poseeros, que no puedo admirar lo bastante mi felicidad. -Me estimis en ms de lo que valgo -replic la seora de Cleves suspirando, -y todava no es hora de que me juzguis digna de vos. Decidme, os lo ruego, qu es lo que os ha desengaado respecto de la seora de Tournn. -Hace mucho tiempo que lo estaba -le contest, -y que s que amaba al conde de Sancerre, a quien daba esperanzas de que casara con ella. -Me cuesta creer -interrumpi la seora de Cleves, -que la seora de Tournn, despus de la adversin tan extraordinaria que ha demostrado por el matrimonio desde que enviud, y despus de las declaraciones pblicas que ha hecho de no volver a casarse jams, haya dado esperanzas a Sancerre. -Si no se68

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las hubiera dado ms que a l -replic el seor de Cleves, -no habra de qu sorprenderse; pero lo ms extrao es que se las daba tambin a Estouville al mismo tiempo, y voy a haceros conocer toda esta historia.

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SEGUNDA PARTE Ya sabis la amistad que nos une a Sancerre y a m; sin embargo, se enamor de la seora de Tournn hace dos aos, y me lo ocult con mucho cuidado, as como a todo el mundo; yo estaba muy lejos de sospecharlo. La seora de Tournn pareca an inconsolable de la muerte de su marido, y viva en un retiro austero. La hermana de Sancerre era casi la nica persona a quien ella viera y fue en casa de sta donde l se enamor. Una noche que deba darse una comedia en el Louvre, y que ya no se esperaba ms que al rey y a la seora de Valentinois para comenzar, vinieron a decir que sta se haba indispuesto y que el rey no vendra. A todos se les ocurri que la indisposicin de la duquesa deba ser algn disgusto con el rey; sabamos los celos que l haba tenido del mariscal70

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de Brissac mientras que aqul haba estado en la Corte, pero el mariscal se haba vuelto al Piamonte haca algunos das y no podamos imaginar la causa de este desagrado. Estando hablando yo de esto con Sancerre, el seor de Anville entr en la sala y me dijo en voz muy baja que el rey tena una afliccin y una clera que daba lstima; que en una reconciliacin habida entre l y la seora de Valentinois, haca pocos das, tras unas peleas que haba tenido por el mariscal de Brissac, el rey le haba dado un anillo, pidindole que lo usara; que mientras ella se vesta para ir a la comedia, not que no tena puesto el anillo, y le pregunt el por qu; que ella se mostr sorprendida de no tenerlo; que se lo haba pedido a sus doncellas y que stas, por desgracia o por no haber sido prevenidas, haban respondido que haca cuatro o cinco das que no lo haban visto. Ese tiempo es precisamente el de la partida del mariscal de Brissac, prosigui el seor de Anville; el Rey no dud que ella le haba dado el anillo al decirle adis. Esta idea despert de tal manera sus celos, todava mal apagados, que, contra su costumbre, se arrebat y le hizo mil reproches. Acaba de entrar en sus habitaciones muy afligido; pero no s si lo71

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est ms por la idea de que la seora de Valentinois ha sacrificado su anillo que por el temor de haberla disgustado con su enojo. En seguida que el seor de Anville hubo acabado de contarme esta noticia, me acerqu a Sancerre para decrselo; se lo refer como un secreto que acababan de confiarme y prohibindole que lo repitiera. Al da siguiente fue bastante temprano a casa de mi cuada; encontr a la seora de Tournn a la cabecera de su cama; ella no quera a la seora de Valentinois y saba que mi cuada no tena de qu estarle grata. Sancerre haba estado en su casa al salir de la comedia. Le haba contado la pelea del rey con la duquesa, y la seora de Tournn haba ido a contrsela a mi cuada, sin saber o sin pensar que era yo quien se la haba contado a su amante. Cuando me acerqu a mi cuada, sta le dijo a la seora de Tournn que se me poda confiar lo que ella acababa de decirle, y, sin esperar el permiso de la seora de Tournn, me cont palabra por palabra todo lo que yo le haba dicho a Sancerre, la noche precedente. Podis imaginaros lo que me sorprend. Mir a la seora de Tournn; ella me mir algo confusa.72

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Su turbacin me dio sospechas; yo no le haba contado aquello ms que a Sancerre; se haba separado de m al final de la comedia sin decirme el por qu; record haberle odo ponderar en extremo a la seora de Tournn; todos estos hechos me abrieron los ojos, y no me cost mayor esfuerzo comprender que existan relaciones galantes entre los dos, y que la haba visto despus que se separ de m. Me molest tanto ver que me ocultaba aquella aventura, que dijo varias cosas que hicieron comprender a la seora de Tournn la imprudencia que haba cometido; la acompa hasta su carruaje, y, al despedirme, le afirm que envidiaba la dicha de aquel que le haba contado el enojo del rey con la seora de Valentinois. En seguida fui a ver a Sancerre; le hice reproches y le dije que saba su pasin por la seora de Tournn, sin decirle cmo la haba descubierto: se vio obligado a confesrmela. Yo le cont entonces cmo la haba sabido, y l me cont el detalle de su aventura: me dijo que a pesar de ser l el menor de su familia y no poda pretender semejante partido, ella estaba resuelta a casarse con l. No poda ser mayor mi sorpresa. Le dije a Sancerre que apresurara la conclusin de aquel matrimonio, y que no73

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haba cosa que no tuviese que temer de una mujer que posea el artificio de sostener ante los ojos del pblico un personaje tan ajeno a la realidad. Me dijo que ella haba estado realmente afligida, pero que la inclinacin que haba sentido por l haba vencido aquella afliccin, y que no haba podido dejar advertir de golpe aquel cambio tan grande. Me dijo adems varias otras razones para disculparla, que me hicieron ver hasta qu punto estaba enamorado; me asegur que le hara consentir en que yo supiese la pasin que tena por ella, puesto que era ella misma quien me la haba hecho conocer. La oblig en efecto, aunque con mucho trabajo, y desde entonces estuve al cabo de sus confidencias. Nunca he visto a una mujer tener una conducta tan honesta y tan agradable para con su amante; sin embargo, siempre me chocaba su empeo en aparentar afliccin. Sancerre estaba tan enamorado y tan contento del modo como proceda con l, que casi no se atreva a pedirle que no retardase la celebracin del matrimonio por temor de que ella no creyese que la deseaba ms bien por inters que por verdadera pasin. Le habl, sin embargo, y ella pareci resuelta a casarse con l; hasta comenz a abandonar el retiro en que viva y a volver a fre74

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cuentar la sociedad; iba a casa de mi cuada a horas en que muchos personajes de la Corte se encontraban en ella. Sancerre slo iba raras veces, pero los que estaban all todas las noches y la vean con frecuencia la encontraban muy agradable. Poco tiempo despus que hubo comenzado a abandonar su soledad, Sancerre crey notar cierto enfriamiento en la pasin que tena por l. Me habl de esto varias veces sin que yo diera algn fundamento a sus quejas; pero, al fin, como me dijera que en vez de concertar el enlace lo aplazaba, comenc a creer que tena razn para estar inquieto. Le respond que si la pasin de la seora de Tournn disminua despus de dos aos, no haba de qu sorprenderse; que, an cuando sin haber disminuido, no fuera tan poderosa como para obligarla a casarse con l, no deba de quejarse; que ese casamiento le hara un gran dao ante el pblico, no solamente porque no era un partido bastante bueno para ella, cuanto por el perjuicio que causara a su reputacin; de manera que lo nico que l deba desear es que ella no lo engaara y le diera falsas esperanzas. Le dije, adems, que si ella no tena la resolucin de casarse con l o que si adems le confesaba que amaba a otro, no deba por eso arreba75

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tarse ni quejarse y que, por el contrario, deba conservar hacia ella estimacin y gratitud. Os doy, le dije, el consejo de lo que hara en vuestro caso, porque la sinceridad me domina de tal suerte, que creo que si mi querida, y hasta mi mujer, me confesara que amaba a alguien, me afligira sin enconarme y dejara el papel de amante o de marido para aconsejarla y compadecerla. Estas palabras hicieron sonrojar a la seora de Cleves, y estableci cierta relacin con el estado en que se encontraba, lo que la, sorprendi y caus una turbacin de que le cost reponerse. Sancerre le habl a la seora de Tournn prosigui el seor de Cleves; -le dijo todo lo que yo le haba aconsejado; pero ella lo tranquiliz con tanto empeo y pareci tan ofendida de mis sospechas, que lo convenci por completo. Aplaz sin embargo el casamiento para despus de un viaje bastante largo que l iba a hacer; pero ella se condujo tan bien hasta su partida, y pareca tan afligida, que cre, lo mismo que l, que lo amaba verdaderamente. Parti hace prximamente tres meses. Durante su ausencia vi poco a la seora de Tournn; me habis ocupado por completo, y respecto de