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La profecía de la Shalforen: La niña del plato 1 LA PROFECÍA DE LA SHALFOREN: LA NIÑA DEL PLATO AUTORA: Marta A Dunphy-Moriel ILUSTRADOR: David Peña Iglesias

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La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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LA PROFECÍA DE LA SHALFOREN:

LA NIÑA DEL PLATO

AUTORA: Marta A Dunphy-Moriel

ILUSTRADOR: David Peña Iglesias

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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A mi familia, que siempre ha creído en mí y ha soportado cada cambio, relectura

y decisión sobre las aventuras de Anna.

A los mellizos, Peter y Molly, que siempre han tenido ese mundo secreto de los

dos que fui tan afortunada de disfrutar en la infancia casi olvidada.

A mi madre, que siempre creyó en cada paso que di por el camino.

Os quiero muchísimo.

Copyright M. A. Dunphy-Moriel TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

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La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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LA NIÑA DEL PLATO

Una fría noche de otoño, en la que la luna llena inundaba el cielo oscuro, una

melodía monótona, que sugería un ritual, marcada por lentos tambores, flautas y cantos

litúrgicos, se escuchaba por todo el lugar.

Entre los viejos castaños, se encontraba una inmensa roca iluminada por la

tenebrosa luz azul de una hoguera a pocos metros de ella. Un grupo de mujeres vestidas

con túnicas de seda de color azafrán danzaban, como en trance, alrededor de la hoguera.

De pronto, se hizo el silencio. Una figura femenina enmascarada, alta y

esbelta, surgió de entre las sombras; La rodeaban cuatro concubinas morenas, de ojos

azules, que portaban faroles. La dama enmascarada llevaba entre sus brazos un bebé

dormido. Se detuvo bruscamente ante la roca y lentamente alzó a la criatura sobre las

llamas, susurrando un escalofriante maleficio…

***

La campanilla de la puerta sonó al mismo tiempo que el Sr. Spencerford entraba

en una joyería pequeña y anticuada, escondida en una de las esquinas del casco antiguo

de Brighton. En la tienda parecía que habían metido las vitrinas con un calzador. Era un

lugar claustrofóbico. Además, dentro de cada una había amontonadas cientos de

antigüedades relucientes; pendientes, pulseras y trastos de los todos tipos, tamaños y

colores.

Una puerta, escondida entre las sombras, chirrió y apareció una señora decrépita

vestida con un traje horrible de flores rosas. La anciana llevaba el pelo recogido en un

moño marañado y su piel, arrugada y curtida, recordaba a una máscara de carnaval. Su

una mirada fría e inexpresiva analizaba al caballero que acababa de entrar.

“¿Puedo ayudarle?”-parecía croar más que hablar.

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“Si; estoy buscando un regalo para mi hija.”

“¿Busca algo en concreto, señor? Unos pendientes, un colgante...”

“La verdad es que había pensado comprarle una pulsera o un colgante. Pero

tiene que ser de plata; a mi niña no le gustan las cosas de oro.”

“Tengo exactamente lo que anda buscando.”- rebuscó en un cajón y sacó un

amuleto pequeño de plata.-“Es plata de la mejor calidad y además está muy de moda

entre las jovencitas.”

El Sr. Spencerford lo examinó cuidadosamente.

“Es una pieza interesante. Obviamente se trata de un diseño pre-romano.

Curioso, hacia mucho que no veía un diseño parecido, el caballito de mar sobre la luna

creciente y rodeado por una serpiente, no es muy común; puede que sea cartaginense.” -

lo giró sobre la palma de su mano-“Pero no reconozco el idioma de la inscripción.”

“Le puedo garantizar a usted que es una joya de muy buena calidad. Además,

tiene un precio muy razonable.”

“Estupendo, me lo llevo.”-se lo devolvió a la joyera-“A mi hija le gustan este

tipo de cosas.”

“¿Quiere que se lo envuelva para regalo?”

“Si, por favor.”-sacó su cartera-“Muchas gracias.”

El Sr. Spencerford se fue de la tienda, paquete en mano. La anciana le miró hasta

perderlo de vista; mientras que en su rostro se dibujaba una sonrisa cruel y despiadada.

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Capítulo 1:

Si alguna vez te cruzaras con Anna por la calle, lo más probable es que no le

echases ninguna cuenta. Anna no era ni alta, ni guapa, ni particularmente brillante, era

simplemente una niña morenita del montón. A sus once años, pasaba la mayor parte del

tiempo en vaqueros y sudadera, sus ojos azules brillando con picardía mientras les

tomaba el pelo a sus dos hermanos pequeños, Alex y Dick, que, como suele pasar en las

mejores familias, estaban como una cabra. Sus padres, Alfred y Penélope, eran una

pareja muy excéntrica. Como restauradores de arte, arrastraban a sus hijos y a su gato

Ginger por toda Europa realizando proyectos en lugares inhóspitos y ciudades perdidas.

Por ese motivo, y como tantas otras veces, se dirigían hacia lo desconocido, sin

saber que la mansión que les esperaba era la casa más extraña e inhóspita de escocia.

Cuando el Sr. y la Sra. Spencerford comunicaron a sus hijos la noticia de que se

dirigían hacia una mansión de piedra en la región escocesa de Dumfries, edificada en el

centro de un valle arbolado, Dick se apresuró a buscarla en el mapa. Sus hermanos no

se sorprendieron cuando murmuró muy triste: “En medio de la nada. ¿Como no…?”

Mientras tanto, Jenny Appleton se estaba dedicando a informar a toda a la gente del

pueblo que unos londinenses habían venido a ocupar la mansión del castaño caduco.

“Esa casa da mal yuyu,”- Gruñó el granjero Hart- “En esos pasillos es como si

alguien te estuviese mirando cada segundo.”

“No lo sabes tu bien Wilfred,”-afirmó la anciana Bowers- “Mi bisabuelo siempre

decía que entre los cimientos del edificio se encuentra una antigua roca ritual maldita…

la roca de Baal.”

“Pobres”- el granjero Hart se sentó en su decrépita mecedora de madera- “No

saben lo que les espera.”

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Capítulo 2

Una tarde tormentosa de otoño, bajo las aguas del diluvio universal, un Ford

Escort rojo, abollado y cubierto de fango, trepaba por el camino de cabras que conducía

a la “Mansión del castaño caduco”. En el asiento de detrás del coche, los tres niños

Spencerford se peleaban con uñas y dientes por conseguir ver la casa por la ventanilla.

Mientras tanto, en los asientos delanteros, su padre estaba intentando no matarlos a

todos, haciendo todo lo posible por evitar el mar de charcos que inundaban la peligrosa

senda cubierta de hojas mojadas. Su mujer se quedaba ronca riñendo a sus hijos para

que dejaran de hacer el tonto.

El coche se detuvo en seco salpicando barro y patinando ligeramente hacia el

portal de la mansión. Los pasajeros se bajaron apresuradamente de la tartana en la

cortina incesante de lluvia. Cargados con sus maletas y demás pertenencias, corrieron

hacia la casa, poniéndose chorreando por el camino.

“Cariño, las llaves.”- la Sra. Spencerford protestó bajo la lluvia.

“¡Las llaves!”- El joven empezó a buscar el manojo antiguo en los bolsillo de su

abrigo y, tras caérseles la mitad de sus pertenencias al barro, abrió las enormes puertas

de castaño, que crujían y chirriaban protestando por haber sido perturbadas. Los

llamadores en forma de grifón retumbaron al chocar las puertas con la pared.

El calor del hogar les dio la bienvenida a casa;

“¡Qué maravilla de sitio! ¿Te gusta, Penny?”

“Si cariño, es una preciosidad. ¿A que si, niños?”

“¡Qué guay!”-dijeron Alex y Dick boquiabiertos.

La mansión de piedra del siglo XVII pertenecía al Profesor Douglas, un botánico

un tanto excéntrico. El extravagante lord había contratado a los Spencerford para que

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arreglaran su capilla familiar en el pueblo, con la intención de potenciar el turismo rural

de la minúscula aldea. Siendo un poco incongruente, el profesor pensó que sería una

idea genial dejarles al mando de su situación de “lord” mientras él se embarcaba en una

expedición científica al otro lado del globo.

Mientras sus padres intentaban buscarle sentido y orden a sus pertenencias, los

niños se dedicaron a examinar fascinados la entrada. Alex miraba la majestuosa escalera

de madera al final del vestíbulo, planeando como poder tirarse por la barandilla sin que

le descubriesen sus padres. Dick se metió dentro de la chimenea enorme de piedra que

había cerca de la entrada, preguntándose si habrían quemado alguna vez a alguien

dentro. Mientras los chicos se hacían sus planteamientos macabros, Anna se paseaba por

el hall examinando los cuadros polvorientos que cubrían las paredes de madera.

De todos los cuadros de épocas pasadas, a Anna le llamó la atención el retrato de

un caballero de aire deprimido, con unos ojos azules preocupados, “¡Qué nombre más

estúpido!”-pensó Anna-“¡Qué mala uva tuvo que tener su madre para llamarle Ilarious

Speldoh! ¡El pobre!”

Su padre, maravillado por la historia y majestuosidad del edificio, estaba eufórico.

“Tenemos 16 dormitorios… la casa está repleta de obras arte y antigüedades…

contamos con hectáreas parque... ¡Penny, esto es el cielo en la tierra!”

“A mi también me encanta cariño.”- La Sra. Spencerford sonrió, tras años de

vivir en lugares decrépitos restaurando obras perdidas de la memoria histórica, por fin

les había tocado el gordo-“Además, no se puede negar que nuestra casera es un cielo.

¡La Sra. Maxwell lo ha dejado todo tan acogedor! ¡Qué encanto de señora!”

“Niños, el profesor nos ha dejado hacer lo que nos de la gana en la casa, así que,

¡el último que encuentre su habitación es un huevo podrido!”- Les incitó su padre

mientras abrazaba cariñosamente a su esposa.

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Negándose a que les ganaran sus hermanos y no poder elegir primero, Anna,

Dick, Alex subieron por la majestuosa escalera como las hordas vikingas y corrieron

pegándose codazos por los oscuros pasillos de la primera planta. Los pasadizos

conducían a habitaciones de todos los tamaños y colores; teniendo sólo en común las

ventanas pequeñas de plomo y las paredes de madera características de la zona. Los

niños se apropiaron una pequeña habitación doble, con una escalera de caracol que no

conducía a ninguna parte.

“¡Ah, se siente! El que se fue a Sevilla…” – Alex rió mientras su hermano y él

empezaban a deslizarse por la estrecha barandilla.

Mofándose de la insensatez crónica de sus hermanos pequeños, Anna siguió

buscando y a la vuelta de la esquina encontró una habitación hecha a medida para ella.

El dormitorio era grande y espacioso. Al fondo a la izquierda se erguía una chimenea

enorme, junto a la cual había un buró carcomido y una lámpara de pie polvorienta. A la

izquierda de la habitación, había una cama imperial con sabanas azules entre el pequeño

balcón y un armario empotrado. Ginger saltó a la cama y, acurrucándose sobre las

sábanas, se quedó roque. Anna se asomó al balcón, había dejado de diluviar y se veía

una vista espectacular del valle arbolado. Mientras examinaba cada centímetro de su

nueva habitación, le llamó la atención un plato de porcelana colgado en la pared. La

imagen que representaba era un retrato muy detallado de un dormitorio de época.

Acomodándose sobre la alfombra persa que cubría la mayor parte del suelo, empezó a

desempaquetar sus trastos. Tiró su ropa en el armario empotrado y apiló sin orden sus

libros sobre el escritorio. Tras tantos años de cambios de casa, el orden era algo que

carecía de sentido en la familia Spencerford, dando siempre la sensación de que acaban

de mudarse. Mientras realizaba todo ese desastroso proceso, su madre apareció:

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“Oye, que cuarto más mono, ¿No? Aunque la verdad es que es un poco frío.”-le

dio un escalofrío-“Dile a tu padre que te encienda la chimenea, que le gustan esas cosas;

¿Vale, cariño?”

“Si...claro.”-sonrió pensando en el desastre que montaría su padre para encender

la chimenea.

Su madre se fue enseguida, pues le urgía asegurarse que sus hijos pequeños no

se estaban matando uno a otro y Anna agradeció el poder quedarse tranquilamente en su

pompa, dando rienda suelta a su imaginación motivada por el ambiente histórico.

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Capítulo 3

“¿Puedo ayudarle?”-La dueña del antro infernal se fijó en el hombre que estaba de

pie ante ella le preguntó.

“Busco al padre Petters.”-respondió en una voz ronca.

La mujer de aspecto enfermo se le quedó mirando dudosa. Se apartaba el pelo

grasiento de la cara mientras pensaba que responderle al desconocido.

“¿Por qué le busca?”- quería saber la dueña.

“Tengo que hacerle una pregunta urgente.”-soltó una pequeña bolsa de cuero

encima de la mesa, las monedas sonaron al chocar contra la madera.

La mujer cogió la bolsa y miró su contenido con curiosidad.

“Sígame.”- guardó el dinero en el bolsillo de su delantal.

El lugar olía a vómito y heces, los gritos desolados retumbaban por las paredes

negras de los pasillos interminables.

“¡Sáqueme de aquí!”-Un anciano moribundo le suplicó al visitante, cogiéndole de

la mano.

“¡Suéltele viejo chiflado!”-la mujer le amenazó con su bastón-“No querrá que mi

marido venga a hacerle una visita.”

“No, por favor, no.”-El viejo imploraba, escondiéndose en el hueco de la escalera.

Al final de los escalones, la mujer sacó un manojo de llaves oxidadas de su

delantal.

“Tiene usted diez minutos.”- La patrona abrió la puerta reforzada- “Si tiene algún

problema tendrá que apañárselas usted sólo.”- cerró la puerta, dejando al caballero

encerrado.-“No podré oírle entre los gritos de nuestros huéspedes.”- añadió hablando

desde detrás de los barrotes de la ventana

“Gracias.”- El caballero se adentró en la penumbra.

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Recostado sobre una tabla de madera, el viejo párroco no se inmutó por la

presencia de su visita.

“John.”-tomó asiento en un taburete mugriento-“Necesito saber la verdad.”

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Capítulo 4

Inexorablemente, Dick y Alex aparecieron al cabo del rato para darle la lata a

Anna. Pero lo peor no fue batallar con los dos traviesos mientras se escondían por la

habitación y tocaban todas sus cosas, el colmo fue tener que recoger el desastre que su

padre había formado en su amago de encender la chimenea. Tras el zafarrancho que se

había formado en la primera planta de la mansión, Anna cerró la puerta de un portazo

aislándose del caos exterior. , Agradeciendo enormemente el poder terminar de recoger

tranquilamente su propio caos, tardó escasos minutos en dejar la habitación habitable y

se tiró sobre la alfombra a leer delante del fuego. Acurrucada delante del hogar, con

Ginger sobre su regazo y escuchando música, se adentró en las páginas de una novela

mientras fuera seguía diluviando.

Un enorme arco iris anunció el fin de la tormenta. Anna asomó la cabeza por el

balcón, cayéndole gotas del tejado y produciéndole escalofríos. A lo lejos, se veían las

cumbres de las montañas cubiertas de nubes grises, amenazando volver durante el

transcurso de la tarde. El valle estaba absorto en un silencio casi artificial.

Resguardándose del frío, cerró apresuradamente el cierro. Incluso con el calor de

la habitación no podía dejar de temblar, un escalofrío le recorría todo el cuerpo.

“El plato…”- pensaba mientras se acercaba lentamente hacia el retrato-“Es tan

triste…”

De pronto los niños berrearon desde el pasillo.

“¡Oye, pava ¿te vienes a explorar?!”

“¡Voy!”-contestó sin pensar y mirando por última vez la imagen antes de

marchar, presionada por los gritos de sus hermanos pequeños, se fue a explorar su

nuevo hogar.

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Cada centímetro de la casa fue examinado por los Spencerford, cada pasillo, cada

habitación…al final de la tarde los niños sabían donde estaba hasta el último detalle de

la mansión. Tras inspeccionar cada dormitorio y baño de la primera planta,

descendieron a la planta baja, donde quedaron maravillados por la enorme biblioteca, la

sala de juegos y el elegante salón. La última sala de la planta baja, a la izquierda de la

escalera, era el comedor. Una mesa enorme llenaba la sala y un viejo tapiz desvanecido

por el sol presidía la mesa. Alex y Dick lo miraban boquiabiertos:

“Parece la mesa del rey Arturo”-Dick dijo.

“La mesa del rey Arturo era redonda.”- Alex contestó.

“¿Y que listillo…?”

Viendo que la pequeña discusión podía terminar en bofetones, Anna llamó a sus

hermanos a merendar, posponiendo su examen de la majestuosa estancia para otro

momento.

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Capítulo 5

“Señora.”-el paje entró en la sala de estar, la dama vestida de azul estaba sentada

en el sofá leyendo.

“Pase Fergusson.”-respondió sin alterar su mustio rostro.

“Una carta de su marido.”-el criado le entregó el sobre cerrado con un sello de

cera roja.

“Gracias.”-la dama cogió la carta y la abrió de inmediato, mientras el empleado

esperaba un nuevo mandato.

Las campanas del viejo reloj de pie anunciaron la una de la tarde en el silencio

sepulcral de la sala.

Una lágrima rodó por el rostro de porcelana de la mujer.

“Por favor, dígale a mi hija que la estoy esperando.”-le solicitó a su criado y, una

vez que éste había abandonado la sala, suspiró-“Esto complica las cosas.”

***

Cuando entraron en la cocina sus padres estaban haciendo la cena.

“Que, ¿Habéis encontrado un agujero negro por ahí escondido?”-Su madre

preguntó mientras hacía una de sus ensaladas exóticas.

“Pues mira, hay miles de habitaciones. Creo que tardarías dos vidas en leer todos

los libros de la biblioteca, en el salón se puede jugar al tenis, y tenemos un comedor

como para un colegio…”-contestó Anna.

“Estupendo; a ver si invitamos a los vecinos a cenar un día de estos. Bueno

señores, a poner la mesa, por favor.”- Su padre sonrió pelando patatas.

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Capítulo 6

Un día la Sra. Spencerford andaba quejándose en la cocina. Anna se asomó

disimuladamente y vio a su madre enterrada en una montaña de trastos que tenía

apilados por el suelo. Sonrió al ver que a su madre le había dado su ataque bimensual

de histeria, donde desmontaba la cocina harta del desorden para dejarla aún peor al final

del proceso. En esos momentos el resto de los Spencerford sabían que lo más

inteligente era quitarse de en medio, y esperar que la tormenta del orden compulsivo

pasara sin intervenir, a riesgo de acabar desmontando toda la casa.

El motivo que había desencadenado el humor de la Sra. Spencerford era la cena de

final de la cosecha. Esta era una de las muchas tradiciones que este pequeño pueblo

perdido de la mano de Dios mantenía viva. Normalmente se celebraba el banquete en el

salón multiusos del pueblo, pero, como se estaba usando como taller de restauración,

pues la pequeña aldea no contaba con locales de alquiler, estaba repleto de trastos que

imposibilitaba su uso. Por eso, el profesor había ofrecido la mansión para la cena hacía

meses. Comprometiendo a los Spencerford como anfitriones, y consecuentemente

provocando el ataque de histeria correspondiente de la Sra. Spencerford al saber que

tendría a la mayor parte de los habitantes de la localidad entrando por la puerta en

apenas unas horas. Afortunadamente, la mitad del pueblo estaba ya allí, encendiendo

fuegos, solucionando la comida y poniendo la mesa, y aunque esa tarde en la casa se

estaba que no se cabía, los Spencerford no sufrieron en solitario todo el proceso de

elaboración del festín.

La otra mitad de la población llegó a las seis, trayendo regalos de bienvenida para

la familia, y tras tomar un piscolabis en el salón, se sentaron todos en el comedor y

empezaron a devorar pasteles de carne, caza, carne fría y postres, la conversación y las

bromas fluyendo más a medida que avanzaba la tarde.

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Terminado el ágape, y tras recoger las vajillas, todos los invitados se sentaron

alrededor del fuego a tomar un café. El señor Maxwell, único profesor en aquel pequeño

pueblo, empezó a cantar canciones típicas de la zona. Al instante, el gran salón estaba

inundado por las voces y carcajadas de los invitados mientras se contaban batallitas y

chistes. Grandes y pequeños estaban muy a gusto en casa de sus novatos anfitriones. La

Sra. Maxwell, la cotilla de pueblo conocida y renombrada, además de jefa de la WI

(Institución de amas de casa), le susurró a la anfitriona:

“Debo decir que aunque seáis sureños sois buena gente; si necesitáis cualquier

cosa, sabéis donde estamos.”

Penny estaba encantada. Unos vinos más tarde, el estrés se le estaba pasando y

agradecía la aceptación y el cariño con el que les habían acogido los habitantes de aquel

lugar inhóspito. Lo cierto era que, siendo una mujer muy sociable, Penélope estaba

disfrutando mucho la atención que estaba recibiendo.

“Gracias; igualmente.”-Sonrió y fue a bailar con su marido junto a los demás

bailarines en una esquina de la sala.

Aunque todos los visitantes estaban disfrutando muchísimo de la velada,

cantando, bailando, charlando y comiendo y bebiendo delicias de todo tipo imaginable,

el que mejor se lo estaba pasando era Ginger: se estaba hartando de comer sardinas,

pasaba de mano en mano pues todos querían rascarle y además estaba siempre cerca de

la chimenea. ¿Qué más podría pedir un gato?

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Capítulo 7

Esa noche, cuando todos los invitados se habían marchado a casa por el empinado

camino de cabras., los Spencerford estaban cenando sobras en el comedor. La tormenta

que había estado amenazando toda la tarde azotó con fuerza a la hora de cenar. Sentados

alrededor de la mesa, todos los miembros de la familia estaban muertos de sueño. Pero

encantadísimos con la velada que acababa de terminar y con sus nuevos amigos.

Mientras analizaban y se relataban los sucesos del día se escuchó un ruido estridente y,

de pronto, se fue la luz.

“¿Qué ha sido eso?”-el ruido era cada vez más fuerte.

“Ni idea.”-Penny cogió el cuchillo del pan.

“Más vale que vayamos a ver que pasa.”-Alfred cogió una linterna.

A la luz de la linterna, encontraron en poco tiempo la caja de fusibles. Vuelta la

luz la mansión, registraron toda la casa buscando el origen del ruido, pero tras más de

una hora de registro no encontraron nada.

“Se acabó lo que se daba. ¡A la cama señores!”- Les dijo su padre tras terminar

de analizar el contenido de la pequeña habitación bajo las escaleras.

Cuando Anna llegó a su cuarto se encontró el fuego se había apagado y solo

quedando las ascuas. Encendiendo la lámpara de pie miró de reojo al plato, medio

esperando encontrar algo extraño; cuan fue su sorpresa cuando se dio cuenta de algo

peculiar.

“Qué raro… juraría que antes no estaba así…”

Anna estaba convencida de que esa mañana la niña había estado de pie junto a la

cama, pero ahora estaba acostada en la cama, dormida.

“Definitivamente me falta un cable.”-se tiró en plancha sobre su cama y sin darle

mayor importancia a lo que acababa de ver, se quedó dormida.

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En el silencio de la noche un asustado búho gritó desde las profundidades más

oscuras del bosque. La luna se ocultó tras la tormenta y la mansión del castaño caduco

se quedó completamente a oscuras.

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Capítulo 8

Le despertó Ginger maullándole desconfiadamente al plato de cerámica.

“¿Qué te pasa gato?”- Anna se quejó malhumorada. Intentó coger al gato de los

pies de su cama pero este salió corriendo despavorido al otro lado de la habitación.

“Gato tonto…”-refunfuñó mientras se levantaba. Poniéndose su bata celeste se

acercó desconfiadamente al plato y lo examinó cuidadosamente.

“Estaba soñando.”-Bostezó.

Sacándolo de debajo del buró, Anna cogió a Ginger en brazos.

“Buenos días gordito. A desayunar.”

Ginger maulló mientras bajaban por los oscuros pasillos de camino a la cocina.

El resto de la tropa ya estaba sentada alrededor de la mesa, hartándose de

tostadas y té.

“Buenos días, cariño ¿Has dormido bien?”

Pues, tu sabes… he tenido un sueño muy raro.”

“Cuenta, cuenta.”

“¿Has visto el plato de porcelana de mi cuarto? Pues soñé que había cambiado…

no sé es algo complicado de explicar.”

“No te preocupes por eso, cariño mío; se llama síndrome del nuevo hogar. Eso se

pasa pronto.”

“Supongo”-sonrió no muy convencida-“¿Quedan tostadas?”

“Que va; tus hermanos se las han comido todas.”

Miró a los dos cerditos que reían mientras se tragaban sus tostadas con

mermelada.

-“Gracias generosos.”

“¡Te jorobas!”

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“Te pasa por dormir hasta las tantas.”

Después de desayunar se fueron a pasar el día de compras a Castle Douglas.

Llegaron reventados al anochecer, habiendo visitado hasta la última tienda, museo y

monumento de la ciudad. El número de bolsas se había ido multiplicado a lo largo del

día y al llegar a casa tenían miles. Estaban tan cansados que no fueron capaces ni de

cenar, dejaron las bolsas en la entrada y se fueron a dormir.

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Capítulo 9

El mes de Octubre era de los momentos del año favoritos de Anna: le

encantaban los colores de otoño, las peleas de castañas con Dick y Alex, hacer grandes

fogatas y, sobre todo, Halloween.

El Profesor Douglas era el anfitrión de una renombrada fiesta anual de

Halloween, pero en su ausencia, los Spencerford tenían, una vez más, la obligación

moral de mantener la tradición.

El viento soplaba como un huracán, levantando todas las hojas secas del suelo

enfangado, silbando por las ventanas de la vieja mansión y creando así el escenario

perfecto para la noche de los difuntos.

Entre la lluvia de hojas secas, los niños del colegio, que eran poco más de dos

docenas, se escaparon de clase ese día para recoger castañas bajo el manto de árboles

del valle. Los niños, como era natural, no tuvieron mejor idea que dedicarse a tirarse las

castañas unos a otros como si fuesen bombas. La leve pelea, que como en la mayoría de

los casos empezó como una simple broma, acabó pareciéndose a la 3º Guerra Mundial.

Los niños cansados de la pelea estaban siendo masacrados a castañazos por aquellos con

espíritu más peleón. Por el bien de la paz y la seguridad de los menores de la aldea, la

Sra. Spencerford les llamó a la cocina y les dio de merendar chocolate caliente y bollitos

de leche. Los niños se estrujaron todos alrededor de la mesa de la cocina, pegándose

codazos para poder acaramelar sus manzanas y cortar, con la ayuda del artístico Sr.

Spencerford, las calabazas. La situación se les escapaba un poco de las manos a niños y

adultos, pues por un lado, la Sra. Spencerford procuraba que los niños no se saltasen un

ojo con las herramientas, por otro, el Sr. Spencerford hacia su mejor esfuerzo para

potenciar la creatividad de los pequeños y los pobres escolares estaban completamente

mermados sin tener la más mínima idea de a que se refería cuando les repetía sin cesar

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“No hagas la escultura, deja que nazca de la calabaza-” mientras que, poseído por

un ataque de creatividad escultórica, dejaba la calabaza sin forma ni sentido aparente.

Si bien la madre de las criaturas dominaba el arte de la cocina a la perfección, la

costura no era su gran fuerte. Por eso, los niños decidieron que antes de que su madre

sufriese el proceso de confección de los disfraces se los harían ellos mismos con ropa

vieja. Aunque el bienestar de su madre era uno de los motivos principales para no

estresarla con el trabajo de confección de los tres disfraces, los niños no podían negar

que parte del motivo de esta iniciativa era porque siempre que su madre cosía una

prenda se deshacía a las dos horas. El efecto era parecido al deseo de la cenicienta pero

muchísimo más embarazoso para el o la pobre que llevara puesto el disfraz a una fiesta.

Aún siendo improvisados en el último momento, Alex y Dick estaban muy

convincentes vestidos de fantasmas, pegándoles sustos a todos los invitados que se

paseaban por los oscuros pasillos. Mientras tanto, Anna, disfrazada de bruja del norte,

devoraba patatas fritas y bebía refrescos con sus amigas mientras se burlaban, con un

aire de superioridad, de los pequeños diablillos que correteaban por toda la casa. El Sr.

Spencerford, al que le encantaba estar con los pequeños, reunió a todos al rededor del

fuego de la biblioteca y empezó a contarles historias de miedo. Disfrutando del inocente

terror de los pequeños y sintiéndose treinta años más joven por momento, les contó

cuentos escalofriantes hasta que llegaron los padres a buscarlos.

Cargados con manzanas de caramelo, los invitados se adentraron como sombras

encapuchadas en la incesante tormenta que cubría el valle.

La mansión del castaño caduco se sumió en el silencio de la noche, solo roto por

las estridentes campanadas del reloj de pie que anunciaba majestuosamente las ocho de

la tarde.

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“Me muero...”- Suspiró la Sra. Spencerford tirándose en el sillón de oreja junto

al fuego.

“Ha sido muy divertido... que asustados estaban los pobres pequeños.”- El Sr.

Spencerford se reía mientras le pasaba una taza de té a su esposa y se sentando con los

pies en alto al lado suya.

“Por favor...”- Alex dijo con desesperación mientras sus padres se abrazaban

cariñosamente. Mientras tanto, Dick se reía nerviosamente cantando una rima tonta.

“Creced un poco...”- Anna suspiraba pasando las páginas de un libro sin orden ni

sentido.

Acurrucados delante del fuego, se quedaron charlando tranquilamente hasta que

solo quedaron las ascuas.

***

Apenas había comenzado a amanecer, Anna se despertó temblando de un susto.

“Anna…. Anna… ayúdame…. ayúdame…”-susurraba una voz rota en el

silencio.

La niebla cubría el oscuro valle, se escondía tras cada árbol, bajo cada piedra. La

humedad inundaba el oscuro valle, asomándose cautelosamente la luna entre las nubes.

Una respiración rasgada rompió el silencio de la noche.

“¿Quién hay ahí?... Dick, Alex, dejad de hacer el tonto... no me hace ninguna

gracia.”

De entre las sombras apareció sigilosamente una figura casi transparente, su largo

vestido de encaje moviéndose al son de una brisa inexistente. Los pequeños zapatos de

charol se deslizaban sobre el parquet sin hacer ruido alguno y la niña, triste y silente, la

miraba fijamente.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

24

Los latidos de su corazón le retumbaban a Anna en los oídos. Paralizada y

aterrorizada, no era capaz ni de parpadear.

“Ayúdame…”- repetía in crescendo el espectro, hasta gritar en la oscuridad-

“Ayúdame, atrapada…Ilarious...Ilarious...”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 10

En una habitación lúgubre de un viejo mesón, un hombre llevaba horas leyendo.

Pasaba las páginas de cada libro, analizando tomo tras tomo con constancia, en busca de

algo que ni él estaba seguro de lo que era.

Bajo la luz de la vela, realizaba de vez en cuando pequeñas anotaciones con una

pluma de oca.

Alguien tocó la puerta de los viejos aposentos.

“Pase.”-El hombre gruñó sin levantar los ojos de su trabajo.

“El vino que pidió.”-El mesonero le sirvió una copa a su cliente.

“Gracias, Dawson.”-el hombre sentado delante del escritorio cubierto de viejos

tomos respondió.

“¿Necesita algo más?”-Preguntó el hombre sudoroso, recogiendo las jarras vacías

amontonadas en la mesa.

“No, muchas gracias, Dawson.”-El caballero siguió buscando por los gruesos

tomos sin levantar la vista.

“Buenas noches.”-El mesonero salió de la habitación aguantando una vela.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 11

Casi le dio a Anna un infarto cuando tocaron a la puerta.

“¡Anna! ¡A desayunar!”

No hubo respuesta.

“¡Anna, venga que es tarde!”

“Voy mamá.”-consiguió vocear.

“¡Venga cariño desayuna que necesito que me eches una mano!”

“Voy.”

“¡Anna! Ahora, no dentro de una semana.”-La Sra. Spencerford, desesperándose

de su hija que seguía sin moverse, y que amenazaba con volver a dormirse, se abalanzó

sobre ella quitándole el edredón y, tirándolo al suelo, salió de la habitación en busca de

los demás niños de la familia.

Anna se estaba volviendo paranoica, cada vez más a lo largo del día.

Escuchaba ruidos extraños por toda la casa, y una voz aguda parecía susurrarle de entre

las sombras.

“Ilarious...Ilarious...”

“Ese nombre ridículo me va a volver loca.”-Anna se repetía malhumorada por la

mala pasada que le estaba jugando su imaginación, mientras un escalofrío le recorría

todo el cuerpo.

Halloween había dejado un vestigio tenebroso en la casa pues los difuntos

habían sido desvelados y entre las sombras de los viejos muros, buscaban ayuda y

venganza de los que ahora poblaban la tierra.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

27

Capítulo 12

La pequeña aldea vivía para y por sus tradiciones. Cada una de las estaciones

era única y especial en aquella minúscula población, pues eran vividas por todos con

ilusión, preparando cada decoración, ceremonia y comida con semanas de antelación.

“¡Cuidado con esa caja! ¡No las dejes cerca de la chimenea!”- El viejo Gilbertson

refunfuñó agitando ferozmente su bastón mientras los mozos descargaban el camión en

la puerta del ayuntamiento.

“Buenas tardes Angus”- El Sr. Spencerford sonrió, cargado con bolsas de material

nuevo que le habían traído. Dejando las bolsas sobre el banco de piedra que había en

medio de la plaza del pueblo, cogió al viejo Angus por el brazo y le ayudó a cruzar la

calle hasta el Pub de O'Donahue.

“¿Un té Angus?”- le preguntó mientras ojeaba la carta grasienta.

“Gracias.”- murmuró quitándose su chaqueta verde de tweed.- “Es de los pocos

jóvenes decentes que queda, Alfred.”

“No me llamaría exactamente joven Angus, soy padre de familia.”- Reía mientras

le pasaba la taza a su contertulio.

“¡Pamplinas!”- Protestó el anciano, sorbiendo lentamente su taza de té- “Es usted

mil veces más decente que el payaso de Halliday, quien es sin duda el peor alcalde de la

historia.”

“Vamos Angus, no es cierto, ha echo muchas cosas buenas por el pueblo. Además,

sin sus propuestas no le habría conocido nunca a usted, Angus.”

“Brindemos que es la única cosa positiva que ha hecho en su vida ese joven

bastardo.”

El Sr. Spencerford alzó su cerveza siguiéndole la corriente al viejo gruñón.

“Por la jubilación del alcalde tras veinte años de leal servicio.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

28

En ese momento, Dick y Alex aparecieron en uniforme corriendo como locos con

sus compañeros de clase.

“¡Papá! ¿Nos das dinero para petardos?”

“Sois muy pequeños para esas cosas.”

“¡Pero papá, es el día de Guy Fawkes! ¿Como vamos a no comprar petardos?”-

Dick protestó.

“Si y además nos han dicho nuestros amigos que el alcalde a comprado un montón

de fuegos artificiales.”

Alfred suspiró y sacó su cartera.

“Si vuestra madre os coge yo no se nada.”

“¡Gracias papá eres el mejor!”- Le abrazaron y salieron corriendo con sus

compañeros a aprovisionarse de cohetes y a recoger ramas para construir una enorme

fogata en medio de la plaza del pueblo.

***

“¡Mamá!”- Alex berreaba desde la puerta de la mansión - “¡Vamos que llegamos

tarde!

“¡Eso, que no vamos a llegar a la fogata! Que quiero ver el Guy que ha hecho el

profesor Maxwell.”

“Es un colegial.”- Anna predijo mientras se abrochaba la chaqueta.

“¿Cómo lo sabes tu listilla?”

“Porque me ha dicho Jenny que lleva diez años haciendo el mismo. Además, esta

mañana lo hemos estado paseando en un carrito para recaudar fondos.”

“¡Que cara! Yo quería ir...”

“Vámonos, que llegamos tarde.”- Su madre les echó por la puerta. “De verdad que

no hay quien salga de esta casa.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

29

***

No se cabía en la plaza del pueblo. Todos estaban fuera, charlando, cantando y

comiendo el gran surtido de pasteles caseros que estaban vendiendo las señoras del W.I.

El Sr. Halliday encendió ceremonialmente la fogata, el calor y la luz del fuego

reflejándose en las caras de todos los habitantes del lugar.

“Los Spencerford, que de tiempo.”- La Sra. Appleton sonrió ofreciéndoles dulces

caseros.

“Riquísimo.”- Comentó la Sra. Spencerford, probando un dulce pegajoso- “¿Me

pasará la receta?”

“Me temo que es la receta secreta de mi suegra... no la pasará hasta su lecho de

muerte.”

Harta de las conversaciones banales de los adultos, Anna fue en busca de sus

amigas, Mary y Jenny, que estaban al lado del fuego asando patatas y mirando a los dos

chicos de último curso mientras golpeaban un saco de boxeo.

“Sureña.”- Mary sonrió mientras le pasaba una patata caliente- “¿Qué tal estas?”

“Con mucho frío.”- Temblaba, calculando la distancia exacta a la que podía

aproximarse a la enorme fogata sin quemarse las pestañas.

“¿Frío? Esto no es nada... ya verás cuando llegue Navidad.”

“Mirad le toca a Johnnie Elliot.”- Jenny rió nerviosamente mientras el adolescente

más guapo del pueblo presumía de su fuerza delante de todas las cinco niñas del lugar.

Los fuegos artificiales iluminaron como estrellas el sombrío cielo de otoño.

Retumbando los silbidos y las explosiones por todo el valle, atormentaban a los pobres

perros que no cesaban de ladrar.

La fogata se apagó y los jóvenes del pueblo empezaron a brincar sobre las ascuas.

“¡Ni se te ocurra, Alexander!”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“¡Pero mamá, es la tradición!”

“¿Qué tradición ni tradición? Alfred, dile algo a tu hijo... ¿Pero qué haces? ¿No

eres muy viejo para hacer estas cosas?”- Su esposa suspiraba mientras que el Sr.

Spencerford saltaba felizmente con los demás machos de la zona.

Acabado el ritual y con la ropa un tanto chamuscada, la familia volvió a casa.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 13

Pocas semanas más tarde, un manto de nieve cubría cada centímetro del valle

extraviado de los mapas. La tormenta ataco apenas cuatro días antes de Navidad,

bloqueando la carretera que comunicaba el pueblo con el mundo exterior.

La mansión del castaño caduco, iluminada por la luz de la luna reflejada en la

nieve que revestía cada árbol y seto del valle, era testigo silencioso de la vida de la

familia en el centro del lugar inhóspito.

La mañana antes de nochebuena, el Sr. Spencerford estaba corriendo como alma

que persigue el diablo por la casa.

“¡Vamos! ¡Que ha venido la quitanieves! ¡Moveos! Que el del tiempo dice que

va a haber otra tormenta esta noche.”

“Voy cariño, ve sacando el coche que ahora mismo estoy contigo.”

Abrochándose le chaqueta de esquí, el esquimal salió al frió invernal y se

adentró en la amenazante tormenta.

“¿Venís?”- Les preguntó a los pequeños, aunque no tenía ni la más remota gana

de que les acompañasen, pues tenía regalos que comprar.

“No gracias mamá, estamos jugando a la play”- los niños berrearon desde el

salón.

“¡Qué nos matan!”

“Fascinante...”-Murmuró su madre, sin comprender como les resultaba tan

interesantes a los niños los dibujos esos horribles.

“¿Anna, te vienes?”

Su marido reapareció cubierto de nieve.

“Vámonos cariño,”- la arrastró hacia la puerta.

“Anna, ¿Vas a venir?”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“No gracias mamá. Me voy a quedar aquí calentita leyendo.”

“¡Aja!”-dijo su padre malévolamente- “Tengo exactamennte lo que necesitas”-

afirmó desapareciendo de su vista:

“¿A dónde va ahora este hombre?”-suspiró la madre de la familia.

Volvió en pocos minutos acarreando un libro enorme forrado en cuero.

“Algo ligerito para que te leas: “Historia de la mansión del castaño caduco” -

seguro que es fascinante.”

“Genial...Gracias papá.”-Respondió sin ilusión alguna mientras se colapsaba

bajo el peso del bártulo.

“De nada nena.”

“¡Alfred vámonos!”- Penélope suspiró impacientemente.

La tormenta se amainó y el viejo Ford Escort desapareció entre las montañas

blancas de nieve impoluta.

Recostada en un sillón de oreja de cuero en la biblioteca, Anna se tiró frente al

fuego. Mientras disfrutaba de una taza de té y tostadas con mantequilla, pasaba las

páginas del polvoriento tomo.

Estaba lleno de curiosidades, planos originales y sin ningún sentido aparente de la

mansión, el número de referencia del registro, fotografías de la casa en blanco y negro y

la enumeración detallada de cada dueño de la casa durante los siglos. (Desde

1480):“Milden, Marcus; Percy, Ian; Speldoh, Ilarious; MacDilling... Ilarious, ¡¡No me lo

puedo creer, ese nombre estúpido!!”-chilló-“¡La niña del plato!”-Salió corriendo de la

sala, sin sentido aparente, acarreando con el pesado tomo. Se chocó en el pasillo con

Dick.

“¿Qué te ocurre hermanita? Parece que has visto un fantasma...”

“Nada,”- resopló y subió las escaleras alocadamente tropezando por el camino.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“Que rarita es la pobre... Histérica...”- murmuró masticando su bocadillo de

miel y mostaza.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 14

“Creo que esto surtirá efecto”-El doctor le dijo a su paciente.

“¿Se irán?”-dijo la joven, intentando incorporarse de la cama.

“Descanse unos días.”-el médico le ordenó, dejando un frasco de cristal encima de

la mesilla-“Si vuelven, no dude en mandar a uno de los criados a buscarme.”

“Gracias doctor.”-respondió la enferma.

“Y recuerde, no se levante de la cama bajo ningún concepto si la cefalea

persiste.”- el doctor cerró su maletín de cuero y se marchó de la habitación.-“Buenas

tardes.”

Recostada sobre la cama imperial, la enferma miró por la ventana. Estaba

lloviendo, siempre estaba lloviendo. La joven estaba harta de vivir en el norte, cansada

del frío, la soledad y, sobre todo, del silencio.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 15

Precipitándose a su habitación, Anna arrojó el tomo sobre su buró y pasó las

páginas rápidamente.

“Aquí estás.”-murmuró-“Ilarious, 1636-1684.”

Se quedó paralizada al ver que la figura fantasmal de la niña estaba flotando

como humo a su lado. Una voz dulce susurraba;

“Ilarious?”-Anna estaba invadida por el pavor.

“Ilarious...asesino...”

“¡Anna! ¡Ya estamos de vuelta! ¡Jenny y Mary están aquí!”- La Sra.

Spencerford la llamó desde las escaleras.

“Voy...”- Anna contestó dudando y sin mirar atrás salió corriendo de su

dormitorio sin ver que la pequeña había desaparecido como el rocío de la mañana.

Las colegialas estaban esperando en la entrada. Jenny estaba jugando con su

largo pelo rubio mientras curioseaba por el pasillo.

“¿Dónde te habías metido?”- La pelirroja le preguntó, levantándose de la

escalera enmoquetada.

“Arriba. Venid, pasa algo súper raro.”

“¿Qué?”- Preguntaban mientras corrían detrás de su amiga.

Falta de aliento mientras se apresuraban por los pasillos, Anna les contaba lo

que había ocurrido con el fantasma.

“¡Venga ya, Anna!”

“¡Deja de tomarnos el pelo!”

Irrumpieron en la habitación, donde la niña estaba flotando, su rostro

deprimido, junto a la chimenea. Anna la señaló.

“¡Veis como es verdad!”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Durante unos minutos hubo un silencio muy incómodo.

“Anna, aquí no hay nada...”

No se podía creer lo que estaba pasando. La niña estaba indiscutiblemente ahí,

podía verla frente a ella y sin embargo sus amigas la miraban como a una loca.

“¿Estás bien?”- Mary le pregunto preocupada.

“Déjala... estos sureños están chalados.”

Sonrojándose paulatinamente, sentía tanta rabia por el hecho de que era la única

que podía ver al espectro, como se sentía ridícula al ver la reacción de sus amigas.

Los niños irrumpieron en la habitación, creando un desconcierto agradecido por

todas las partes.

“Mamá dice que bajéis a merendar.”

Ignorando los acontecimientos anteriores, todos bajaron a la cocina.

“¿Qué tal todo en el pueblo mamá?”- Preguntó Alex sirviéndose un crumpet con

mermelada.

“Muy bien, vuestro padre se ha quedado trabajando.”

“¿Y cómo va a volver, mamá, si tu tienes el coche?”-Dick preguntó preocupado,

imaginándose a su pobre padre durmiendo en la capilla dilapidada.

“Gordo, que torpe eres, de la misma manera que han venido Jenny y Mary.

Cuando vengan a buscar a las dos feas estas traerán a papá.”

“No le hables así a tu hermano, Alex.”- Su madre le riñó mientras se servía un

trozo de tarta batternberg y le ofrecía un pedazo a sus invitadas.

Cuando Malcolm Maxwell, el padre de Mary llegó a buscar a las chicas,

acompañado por el Sr. Spencerford, se encontró que estaban todos reunidos alrededor de

la mesa de la cocina jugando al Trivial. Los niños, que eran muy malos perdedores,

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

37

estaban en cólera por la paliza que les acababan de dar las chicas, habiendo sufrido una

derrota humillante incluso habiendo recurrido a hacer trampas.

“¿Qué está pasando aquí?”- Sonó la voz profunda del profesor, poniendo a los

pequeños derechos como velas.

“Malcom.”- La Sra. Spencerford le saludó cordialmente- “Por favor siéntate, ¿Te

apetece una tacita de té?”

“Gracias Penny, muy amable.”- Contestó haciéndose un sitio al lado de su hija. -

“¿Qué tal todo? ¿Listos para la fiesta de Navidad?”

Otra ocasión para los Spencerford de ser anfitriones forzosos.

“Por supuesto.”-Sonrió la Sra. Spencerford- “A las doce os espero a todos.”

“Espero que estéis motivados, seremos unos cuarenta.”

“Por supuesto, siempre es estupendo tener invitados en casa.”

“Si queréis mi mujer y yo podemos venir con las niñas antes para echaros una

mano.”- ofreció.

“No te preocupes Malcom, ya vienen las señoras del W.I. A las diez, pero gracias

de todas formas.”

“Suerte.”- respondió con picardía y levantándose de su silla, se despidió de la

familia, agradeciendo la taza de té, y se marcharon los tres en su viejo 4x4 de vuelta al

pueblo perdido.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 16

“Anna.”- un susurro rompió el silencio.

Anna pego un brinco del susto, la niña estaba a los pies de su cama. Armándose

de valentía, se acercó lentamente a la niña. Alargando su brazo, intentó tocarla, pero no

fue capaz de palparla, retirando rápidamente su mano con desconfianza.

“¿Quien eres?”-preguntó recelosamente.

“El plato...”- contestó sin expresión de emoción alguna.

Sin encontrarle ningún sentido a la respuesta, no pudo evitar preguntar irritada.

“¿Por que solo te puedo ver yo y no mis amigas?”

“Atrapada...Ayúdame...”

Sin más se desvaneció. La puerta se abrió violentamente entrando los niños

provocando un gran estruendo.

“¿Con quién hablas loca?”

“Yo y mis momentos de locura momentánea. ¿Sabéis lo que es llamar la

puerta?”

“No. Dice mamá que bajes, vamos a montar el árbol de Navidad.”

“Voy.”

En la planta baja, sus padres estaban disfrutando de una copa de vino tinto junto

al fuego.

“¡Mis niños! Feliz navidad”- Les dio un beso a su madre- “Vamos a encender las

luces del árbol.”

Abrazando a su esposa cariñosamente, el Sr. Spencerford empezó a cantar

villancicos.

Disfrutaron de una velada en familia muy entretenida, comiendo pasteles de

navidad y cantando. Algunas copas de vino más tarde, los niños decidieron que era hora

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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de ir a dormir cuando sus padres empezaban a arrastrarse, como colegiales sonrojados,

uno al otro bajo el muérdago para darse un beso.

“¡Oh, los enamorados!”-Dick canturreaba.

“¡Por favor, en público no!”-Alex se quejaba escondiéndose detrás el sofá.

Fingiendo estar vomitando, los niños fueron acarreados fuera del salón por Anna,

la cual se reía por dentro viendo las reacciones de unos y otros.

A media noche colgaron sus calcetines al final de la cama para que papá Noel les

dejase caramelos y se fueron a dormir con la música Frank Sinatra de fondo, a la que

estaban bailando los dos enamorados en el piso de abajo.

***

La capa negra de la noche envolvió el valle, quedando la mansión en completo

silencio. Solo el grito de un búho rompió la calma inhumana del bosque, anunciando la

muerte de un pobre ratón de campo. Hecate, la diosa de la magia de la noche, tomó las

riendas del valle bajo la frígida luz de la luna.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 17

“Aquí dentro, padre.”-La anciana le indicó al clérigo, abriendo una trampilla

escondida en el suelo.

Escuchando como llamaban insistentemente a la puerta principal, el viejo hombre

bajo al túnel escondido bajo las planchas de madera.

“Siga el camino hasta la casa, allí le ayudaran a escapar.”-le indicó, mirando

nerviosa a la puerta de la cabaña-“Corra.”

Cerrando la trampilla lo más silenciosamente que pudo e intentando calmarse,

abrió la puerta de la entrada.

“Señora Logan, buscamos al padre Maxwell.”-El soldado de las largas barbas

oscuras dijo en un tono dictatorial.

“No le he visto.”-le respondió nerviosa a los dos hombres armados que estaban

delante de la puerta de su humilde morada.

“Huyó en esta dirección.”-El soldado insistió.

“Le aseguro que no le he visto, capitán.”

“¿Es usted consciente de que se le aplicará pena capital a los que acojan a un

fugitivo?”-el capitán la miraba de arriba abajo.

“Soy perfectamente consciente de ello.”-La mujer respondió, delatando más

nerviosismo del que hubiese deseado.

“Entonces no le importará que echemos un vistazo.”-Puso el pie en el umbral de

la puerta.

“Si insiste.”-abrió la puerta de madera.

Los dos soldados se adentraron en la cabaña y empezaron a revolver las

posesiones de la viuda.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“Dios quiera que el señor le haya encontrado.”-pensó, viendo a los dos hombres

destruir su hogar delante de sus propias narices.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 18

A la mañana siguiente, Anna encontró un calcetín de Navidad lleno a rebosar de

chocolatinas y regalos. Con ilusión, lo volcó y empezó a dividirlos en montañitas.

“¿Por qué me habrán regalado este mapa tan viejo?”-lo ojeó perpleja.

Los niños entraron de improvisto en la habitación.

“¡Feliz Navidad!”-Gritaron abalanzándose sobre ella.

Tuvo que recurrir a pegarles almohadazos a los niños para defender sus caramelos,

que los muy sinvergüenzas intentaban quitarle sin que se diese cuenta.

“¡Mamá, papá!”-Los dos niños entraron corriendo en el dormitorio de sus padres-

“Es Navidad.”

“Viva…”-bostezó el Sr. Spencerford, dándose la vuelta en la cama.

“¡Papá!”-Dick tiró de la manta.

“Son las seis de la mañana, ¡Queréis dejarnos dormir!”- su padre gruñó.

“Id desayunando que ahora vamos…”-ordenó su madre y viendo que no

obtendrían resultado alguno bajaron a desayunar.

“Creo que lo mío es un coche teledirigido.”-Alex examinó uno de los regalos

intentando no rasgar el papel.

“Esto son unas zapatillas para mamá, eso o ropa interior para ti Anna”-Dick dijo

con recochineo.

“¿Queréis estaros quitecitos?”-Anna les riñó.

Tras media hora de amagos de apertura de regalos, los niños decidieron que

querían abrirlos de una vez.

“Papá, mamá. Los regalos.”-Alex tiró de ellos para sacarles de la cama mientras

Dick les ponía una taza de té en las manos.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Zombies, los adultos consiguieron bajar con la ayuda de los niños eufóricos al

salón.

“¡Yo primero!”-Dick se abalanzó sobre su primer regalo, abriéndolo con ansias-

“Venga ya.”

Enseñó una pequeña tarjeta navideña con tres frases escritas dentro en una letra

de caligrafía:

“Para Richard,

Te debo un regalo de Navidad.

La abuela.”

“No me lo puedo creer.”-suspiró Dick con desilusión.

“No sé de que te extraña.”-Rió Alex-“Todos los años es lo mismo.”

“Será para ti”-Anna enseñó la ropa interior de flores y encajes del siglo pasado-

“Mis regalos son cada vez más raros.”

“Prefiero el dinero.”-Rió Alex.

“¿Cómo sabrá la abuela mi talla?”-Anna echó el regalo a un lado.

“Mira, este tiene buena pinta.”-su madre les pasó un regalo grande a los niños,

haciéndose la inocente.

“¡La tía Charlotte es la mejor!”- Dick estaba encantado con el medio kilo de

chocolatinas que les había mandado su tía excéntrica.

“Mira, esto es de la bisabuela.”-Alex abrió una caja de cartón enorme. De ella

sacaron zapatos viejos, diarios de años anteriores, bisutería barata, caramelos, bombones

y medio kilo de naranjas. Los niños estaban muertos de la risa con la caja sorpresa que

habían recibido.

“Tu abuela manda los regalos más raros del mundo.”-Penélope le murmuró a su

marido, observando como sus hijos jugaban con el contenido del bazar.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“¡Papá, para ti también hay algo!”-Alex le dio una caja de pinceles usados.

“¡Y para ti, mamá!”-Dick le dio una barra de labios color rojo chillón.

Mirándose uno al otro, la pareja tuvo que morirse de la risa al ver los regalos que

les habían hecho.

“Están como una cabra.”-Dick le murmuró a Alex.

“Déjalos, nosotros vamos a seguir con nuestros regalos.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 19

“Feliz Navidad.”-La madre entró en la habitación con un regalo en las manos.

“Feliz Navidad madre.”- La niña respondió sin dejar de mirar por la ventana.

La dama tomó asiento al lado de la joven. No podía creerse lo rápido que pasaba

el tiempo, hacía tan poco que había sido su pequeña y, sin embargo, ya había crecido.

La niña estaba inquieta y necesitaba ver cosas nuevas y, por mucho que su madre

intentaba negárselo a si misma cada día, al no poder pensar en vivir en aquella casa

solitaria sin su querida hija, el hecho seguía ahí. Se hacía mayor y pronto querría

abandonar el hogar para hacer su propia vida.

“¿No lo va a abrir?”-Su madre le preguntó al ver que la joven había puesto el

pequeño paquete a un lado.

“Estoy esperando a que vuelva padre.”-explicó.

“No sabemos si volverá hoy.”

“Aún así prefiero esperar.”-insistió.

“Como quiera.”-Su madre se levanto del banco y besó a su hija en la frente.

“Gracias.”

La dama del vestido azul se paró en el umbral de la puerta.

“¿Cómo está de su cefalea?”

“Sabe perfectamente como estoy.”-La niña respondió con ira contenida.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 20

A las doce en punto llegaron los invitados a la fiesta del día después de Navidad.

Muy contentos de verse unos a otros, los comensales se sentaron a la larga mesa del

comedor a disfrutar de un almuerzo de comida fría, como dictaba la costumbre.

“¿Por qué no podemos comer comida caliente?”-Dick preguntó al ver que sólo las

salsas estaban por encima de la temperatura ambiente.

“Según marca la tradición, joven Dick.”-El profesor Maxwell le explicó,

sirviéndose pavo frío-“El día después de Navidad se les daban los regalos a los criados.

Además, se les daba el día libre, por lo que la familia tenía que comer las sobras del día

de Navidad.”

Tras un copioso almuerzo de carnes asadas frías, verduras hervidas, patatas

asadas, salsas y condimentos, sacaron los pasteles de Navidad. Algunos de los dulces

eran azucarados, otros flambeados y otros cubiertos de mazapán, pero todos fueron

engullidos por los invitados, acompañados por varios vasos de zumo y vino.

Cuando terminaron todos de comer, el Sr. Spencerford se levantó de su asiento al

fondo de la sala, y propuso un brindis.

“Queridos amigos, muchas gracias por venir.”-el público aplaudió

“Mi familia y yo queríamos agradeceros cuanto nos habéis acogido en la

comunidad.”- hubieron algunos comentarios jocosos

“Sólo decirlos que apreciamos muchísimo todo lo que habéis hecho por nosotros

y que estamos, mi familia y yo, encantados de estar aquí con vosotros.”

“Corta el royo, Spencerford y vamos a beber.”-gritó una de sus compañeros, los

comensales rieron y miraban atentos a Alfred.

“Por todos nosotros.”-el Sr. Spencerford levantó su copa.

“¡Por todos nosotros!”-repitieron los huéspedes al unísono.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Cuando los mayores iban a pasar a tomar una copa al salón, la Sra. Spencerford

llamó a todos los niños al pie de la escalera.

“Chicas y chicos.”-anunció desde el tercer escalón, observando a los niños que se

estaban reuniendo a su alrededor.

“Os hemos preparado una pequeña caza del tesoro.”-Los niños hablaron entre

ellos excitados, sus padres reían mientras dejaban a sus pequeños en buenas manos.

“Hay una figurita de papá Noel escondida por la casa y pistas por todos lados que

os conducirán hasta ella.”-explicó, mostrando uno de los papeles.

“El primer equipo de tres que vuelva al salón con el papá Noel recibirá un premio.

Así que, sin hacer trampas, a la de tres podéis empezar a buscar…UNA…DOS…y….”

"DOS Y CUARTO...”-Los niños se preparaban impacientes

“DOS Y MEDIA”-Dick y Alex complotaban para ganar el premio.

“DOS Y TRES CUARTOS.”-Anna se compinchó con Mary y Jenny para salir a

buscar la figurita para ganar el codiciado premio.

“¡TRES!”-la masa de niños salió corriendo por los pasillos.

“Anna, ¿A dónde vamos?”-Mary preguntaba, esquivando a los demás niños.

“A la biblioteca.”-Anna ordenó viendo que los chicos avanzaban a toda prisa hacia

la cocina.

Buscando en cada estantería y por debajo de los sillones, las niñas no habían

avanzado gran cosa al cabo de veinte minutos.

“Aquí no hay nada Anna.”-Mary se reunió con ella frente a la puerta.

“Vamos a probar arriba.”-sugirió cuando les sobresaltó un grito de su amiga.

“¡Chicas mirad esto!”-Jenny las llamó.

Jenny estaba al lado de la chimenea, masajeándose la frente, donde tenía un

chichón enorme.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“¿Qué te ha pasado?”-Preguntó Mary al verla.

“Nada, un coscorrón. Pero mira.”-señaló al agujero que había en el muro de piedra

de la chimenea.

“Vamos a ver a donde conduce.”-Mary dijo excitada, tirándose al suelo para pasar

por el hueco.

“No creo que sea buena idea.”-Jenny murmuró.

“No seáis cobardes y venid aquí.”-la voz de Mary se escuchó con eco.

“Siempre podemos darnos la vuelta.”-encogiéndose de hombros, Anna gateó por

el agujero detrás de su amiga.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 21

“Esto huele a muertos.”-Jenny gimoteó, gateando por el oscuro pasadizo.

“¿Pero te quieres callar ya quejica?”

“¿A que nadie ha tenido la brillante idea de traerse una linterna?”-Preguntó Anna,

palpando el camino.

“Si claro, lo guardo con mi traje de Superwoman y el machete.”-Jenny respondió

con sarcasmo.

“Espera, yo si que tengo una.”-Mary sacó una lamparilla minúscula de su bolsillo.

“¿De dónde has sacado eso?”-Anna cogió la linterna del tamaño de un bolígrafo.

“Las cosas que aparecen en el calcetín de Navidad.”-su amiga explicó.

“¡Arg!”-el grito de Jenny retumbó por el pasillo

“¿Qué pasa?”-preguntaron sus amigas, alarmadas.

“¡Una tela de araña…Qué asco!”-gimoteó.

“Venga ya, Jenny.”

El pasadizo estrecho estaba lleno de telarañas. Anna se movía casi a ciegas, con la

pequeña linterna entre los dientes, intentando palpar una forma de salir del estrecho

pasillo. Al rato sus dedos tocaron una trampilla de madera delante de ella. Empujándola,

las chicas se sintieron aliviadas al poder ponerse al fin de pie.

En la débil luz de la linterna, las niñas se percataron que estaban en una sala con

los muros muy altos, como una iglesia.

“Creo que allí hay una escalera.”-la voz de Anna se repetía con mucho eco.

Acercándose al final de la oscura sala, las niñas se toparon con unas escaleras de

caracol talladas en piedra. Cautelosamente, subieron pasito a pasito a oscuras por ellas.

Al final de los innumerables escalones, se toparon con un panel de madera. Palpándolo,

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

50

Anna casi perdió el pie cuando accionó accidentalmente un resorte y la tabla se abrió a

sus pies.

“Otra vez al suelo.”-Jenny se quejó.

En cuclillas pasaron por la abertura y se sorprendieron de encontrarse en un

espacio claustrofóbico lleno de ropa. Apartando las vestimentas, abrieron la puerta con

la que se toparon.

“Anna, te has quedado con nosotras.”-Jenny murmuró, viendo que habían salido al

dormitorio de su amiga.

“No me lo puedo creer.”

Sus dos amigas se le habían quedado mirando, incrédulas.

“Os juro que no sabía nada.”-les aseguró.

“¡LO HE ECONTRADO!”-el grito de la victoria retumbó desde la planta baja.

Las niñas salieron de la habitación de Anna, recorriendo los pasillos en silencio,

fueron en busca del vencedor.

“… y el premio va para el equipo de Alan.”-la Sra. Spencerford estaba anunciando

en la escalera, dándole un gran aplauso a los vencedores mientras los vencidos miraban

con recelo los monopatines nuevos que habían recibido como premio a su hazaña.

“¿Qué Jenny, te gusta?”-Alex le preguntó, enseñándole su regalo.

“¿Me lo prestas?”

“Ni de broma.”-rió el niño con picardía.

Viendo que la pelea era inminente, Anna quitó del medio a su hermanito pequeño,

riñéndole por su falta de cortesía hacia su amiga.

“¡Ni se os ocurra usar eso en la casa!”-su madre les advirtió, previendo el

estropicio que los niños causarían con los monopatines.

“¡Mamá, papá, está nevando!”- Los niños avisaron cubiertos de nieve.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

51

El Sr. Maxwell se asomó a la ventana.

“El camino está cubierto, hay que avisar a la quitanieves.”

El viento silbaba con fuerza, y la tormenta de nieve empeoraba por el minuto,

amenazando cubrir los coches de los huéspedes. De pronto, se fue la luz y un ruido

estridente empezó a golpear con fuerza desde la primera planta.

“¿Qué demonios?”-el Sr. Spencerford murmuró.

Las luces se volvieron a encender.

“¡Un fantasma!”-alguien en la sala rió y un sonido más fuerte golpeó contra el

techo de la habitación. Las luces de la mansión se apagaron definitivamente y empezó a

sembrarse el pánico.

“¡Calma por favor!”-vociferó el anfitrión.

Mary sacó su linternita e iluminó un punto en la negrura.

“Aquí hay un candelabro, ¿alguien tiene cerillas?”-la niña preguntó al resto de los

presentes.

Minutos más tarde, habían encendido todas las velas que habían ido encontrando.

“La policía dice que están bloqueadas todas las carreteras de la zona y no pueden

mandar a la quitanieves hasta que acabe la tormenta.”-la Sra. Spencerford colgó el

teléfono.

La sala se llenó de murmullos inquietos. Manteniendo la cabeza fría, la Sra.

Spencerford habló con sus invitados.

“No hay otra opción que todo el mundo se quede aquí.”-estableció, hubo un

murmullo de acuerdo.

“Familia, por favor, ayudadme a acomodar a nuestros invitados.”-Penélope les

pidió a su marido e hijos.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

52

Los huéspedes se repartieron por toda la casa y al poco tiempo estaban

acomodados y listos para dormir. La mansión del Castaño Caduco quedó sumida en el

silencio de la noche, sólo el crujir del parquet y los ronquidos de algún que otro invitado

rompió la quietud de la casa concurrida.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

53

Capítulo 22

Acostada en su cama y mirando al techo, Anna no podía dejar de pensar en el

ruido que les había pegado un susto solo minutos antes. De pronto, el pomo de su puerta

empezó a girar lentamente y un ser encapuchado entró sigilosamente en la habitación.

Anna empezó a gritar pidiendo ayuda mientras el encapuchado se acercaba

hacía a ella gruñendo.

El Sr. Spencerford irrumpió en el dormitorio.

“¿Qué demonios está pasando aquí?”

El extraño ser se dio la vuelta de golpe intentando huir hacia la puerta.

Desafortunadamente para él, se tropezó con Ginger que había salido disparado de

debajo de la cama, intentando escapar de tan siniestro personaje. El Sr. Spencerford

aprovechó el desconcierto para hacerle un placaje al encapuchado, inmovilizándolo en

el suelo. Al tirar de la capa negra que cubría al sujeto, el Sr. Spencerford casi mató a sus

hijos cuando les descubrió escondidos bajo ella mientras que los Maxwell, que

acababan de llegar para ver de qué iba todo el jaleo, se morían de la risa en la puerta.

“¡A la cama que no os quiero ver!”-El Sr. Spencerford ordenó, poniéndose

colorado.

Rompieron murmullos y risas disimuladas a medida que los dos delincuentes

marchaban cabizbajos de vuelta a su habitación.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

54

Capítulo 23

“¿Cómo estas hoy, mi niña?”

“Aléjate de mi vieja bruja”-la enferma escupió.

“Estas delirando, aun tienes mucha fiebre.”-su madre le tomó la temperatura con

la mano-“Voy a avisar al doctor.”

“¡Sabes perfectamente que no me pasa nada!”-La joven balbuceo, vomitando en

un urinal de porcelana que había al lado de su cama.

“¡Hija!”-su madre fue a ayudarla pero su hija la apartó de un manotazo.

“Aléjate de mi vieja bruja.”-sollozó la enferma.

Desde los pies de la cama imperial, su madre la miraba preocupada.

“¿Por qué me has hecho esto?”- Lloraba la enferma, intentando aguantar los

contenidos dentro su estomago mientras le reprochaba a gritos a su madre.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 24

A las ocho en punto Anna se despertó de golpe, como si un electroshock le

hubiese recorrido todo el cuerpo. Se despegó la página del libro sobre la cual se había

quedado dormida la noche anterior y, viendo que era aún muy temprano para bajar a

desayunar, decidió seguir batallando con él como había estado haciendo durante las

últimas dos semanas.

“¡Estas son las mañanitas que cantaba el rey David…!”-Anna se pegó un susto de

muerte al oír las inesperadas y muy desafinadas voces de sus hermanos pequeños

cantando en su oreja.

“¡Iros a la mierda!”- Anna dijo molesta.

“Te pareces a mamá.”-rieron y siguieron cantando un par de estrofas más -“¿Qué

lees?”

“El sujeto nº 1,”

“¿Y de qué va?”

“De gente en un colegio secreto que tiene poderes mágicos.”-Rió Alex, leyendo la

contraportada.

“¿Pero eso no era Harry Potter?”-Preguntó Dick, quitándole a Anna el libro de

entre las manos.

“Pero que incultos sois, enanos.”-Anna cogió de vuelta su libro por la fuerza-“No

sabríais apreciar un buen libro ni si…”

Los niños tiraron a Anna de su cama de golpe antes de que terminase la frase y

huyeron por el pasillo antes de que le diese tiempo a levantarse a perseguirlos.

Cuando por fin pudo alcanzar a los dos monstruitos, les encontró en la entrada

observando estupefactos el retrato de Ilarious.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

56

“Tenía que ser genial vivir en esa época.”-Alex dijo con ilusión-“Ojala fuese un

caballero y luchase a capa y espada.”

“Seguro. ¿Sabías que en esa época le cortaban la mano a los niños que robaban

caramelos de los quioscos?”-Anna rió.

Los dos hermanos la miraban, no sabiendo si creerla o no.

“¡Eso es mentira! Pero lo que si es verdad es que tu estarías casada ya...”-Los

niños cerraron los ojos para ayudarles a imaginar mejor la situación-“Piensa, ¿Quién

sería el pobre desgraciado al que papá y mamá le tendrían que pagar una fortuna para

deshacerse de la cosa esta?”- salieron corriendo para evitar la inminente bofetada que su

hermana quería darles.

Cuando Anna entró en la cocina se encontró que estaba llena a más no poder de

gente con cara de recién levantados tomando el desayuno. La enorme mesa de la cocina

estaba cubierta de platos con tostadas, cajas de cereales, montañas de bacón y huevos,

jarras de zumos y tazas de té amontonadas por todas partes.

“Buenos días,”- su madre les recibió muy contenta, añadiendo media docena de

huevos fritos a una bandeja que estaba ya para rebosar.

“Servíos lo que os apetezca, chicos, que estoy un poco liada ahora mismo.”

“Vale… ¿Mamá, no huele a quemado?”

“¿A quemado?”-olió-“¡Las tortitas!”- Gimió apresurándose hacia los

quemadores.

Entre todos consiguieron cargar y recoger los seis lavados que hizo el

lavaplatos sobrecargado, y, poco más tarde, los invitados se dispersaron en pequeños

grupos. Anna, Jenny y Mary desaparecieron a explorar en el momento en el que

terminaron su parte del trabajo.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

57

“¿Qué os parece ir a la parte de la casa que está cerrada?”-Anna sugirió-“Se que

está pared con pared con mi dormitorio, pero la verdad es que aún no he entrado.”

“Y si no has entrado, ¿Cómo es que lo sabes?”-Preguntó Mary, subiendo las

escaleras a la segunda planta.

“Lo leí en un libro que me prestó mi padre.”-Anna dijo con orgullo-

“Aparentemente es la parte original y más antigua de la casa, pero fue reformada en

1637 por Ilarious Speldoh después de que un fuego destruyese la capilla original el año

anterior.”

“Empollona.”-Jenny murmuró, examinando la escalera de caracol que acababan

de subir.

El pasillo al que habían llegado solo tenía dos puertas minúsculas. Eran tan

pequeñas que parecían haberse hecho más para enanos que para adultos. La sala de la

derecha conducía a un aseo descuidado mientras que la de en frente ocultaba un trastero

en el que, por el nivel de polvo y telarañas que había sobre los trastos amontonados

dentro, no había entrado nadie en años. Ni siquiera la luz del día podía penetrar tan

sombrío lugar por el sucio ventanal al fondo de la sala.

“¡Qué asco más grande! Aquí no ha limpiado nadie en siglos…”

“Da gracias que no esté aquí tu madre o nos pone a limpiar a las tres sin la más

minima consideración.”-Mary se partía de risa viendo a su amiga intentando no tocar

nada.

“Oye, ¿no notáis nada raro sobre este sitio?”-Anna preguntó, examinando las

paredes cubiertas con papel descolorido.

“¿Aparte de que puedo dar gracias al cielo de no ser asmática?”-Jenny sugirió

con sarcasmo.

“No tonta, que las habitaciones son demasiado pequeñas.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Sus dos amigas se le quedaron mirando perplejas.

“A ver, yo no soy arquitecta, pero las habitaciones no pueden ser más estrechas

que el pasillo.”-explicó.

“A ver, rebobina. ¿Qué?”- Mary dijo sin entender que les estaba intentando decir.

“Pues, que o el muro que separa las habitaciones es de tres metros o hay una sala

oculta.”-Jenny interrumpió en un repentino momento de inspiración.

“Exacto.”-Anna empezó a golpear con los nudillos las paredes.

“¿Se puede saber que haces ahora?”-Mary preguntó perpleja.

“Comprobar si está hueco.”

“¿Para que exactamente? ¿Para ver si hay una supuesta sala? ¿Y como se supone

que vamos a entrar ahí, si es que la hay?”

“Tu calla y busca, que eso es problema de más tarde.”-Jenny le contestó con la

oreja pegada a la pared.

“Vaya solemne… ¡Espera, aqui suena hueco!”-Mary dijo emocionada.

“Vale. Y ahora, ¿Cómo entramos?”

“Ves cómo tenía yo razón.”-Mary murmuró.

Después de una mañana buscando una puerta inexistente, las tres chicas bajaron

desilusionadas al jardín, donde los demás estaban inmersos en una importante hazaña

bélica.

“¡Atacad a las niñas pavas!”-Gritó el Capitán Alex y un bombardeo de bolas de

nieve sacudió a las tres semi-adolescentes antes de que pudiesen si quiera pestañear.

“¡Ahora si que os vais a enterar, enanos!”-Anna aulló, cogiendo un montón de

nieve y preparándose para un contra ataque que provocaría la más intensa batalla de

bolas de nieve de la historia.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 25

“Que Dios le bendiga, hijo mió.”-el monje le dio la mano por última vez al joven.

“Tenga cuidado padre.”-Harold susurró, abriéndole la puerta. Dos hombres

estaban esperando en la oscuridad al sacerdote en una carreta-“Y buena suerte.”

Escondiéndose entre los montones de paja, el anciano volvió a darle las gracias a

su joven salvador y la carreta partió sin una palabra de los chóferes.

“¿Cuándo pretende acabar con esta farsa?”-una voz femenina preguntó a la par

que Harold cerró la puerta.

“Cuando acabe.”-El joven respondió con orgullo.

La dama de la casa bajó las escaleras de la entrada y se acercó al chico.

“¿Usted no ve que todas nuestras vidas están en riesgo por sus necedades?” -La

mujer dijo exasperada, señalando con un dedo acusador.

Harold quedó en silencio e hizo caso omiso de las palabras de su madrastra.

“¡Le prohíbo que continúe haciendo estas locuras en mi casa!”

El joven se dio la vuelta y miró a la mujer con desprecio.

“Es casa de mi padre y mi futura propiedad. Nada ni nadie me dirá que puedo o no

puedo hacer en ella.”-sentenció.

“Se equivoca. Esta es MI casa.”-la mujer escupió con rabia-“O cesa estas

actividades o le sugiero que se marche de aquí.”

“No puede echarme, mi padre no lo permitirá.”-respondió a la defensiva.

“Mi marido tiene tanto poder en esta casa como yo lo tengo sobre las inclemencias

del tiempo.”-Rió.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 26

Al final de la mañana, la batalla de bolas de nieve seguía sin amnisticio

aparente. Aunque hubo una breve tregua durante la cual aprovecharon los más jóvenes

para hacer hombres de nieve, tanto el bando de Anna como el de sus hermanos

aprovecharon este alto al fuego para rearmarse con bolas de nieve mejores, más grandes

y eficaces. El equipo de las chicas salió de entre los árboles bombardeando a los pobres

niños que aún no habían terminado de prepararse y debieron huir a su campamento. El

contra ataque fue una masacre. Los niños lanzaban las bombas de nieve con tanta fuerza

y maldad que las madres salieron de la cocina antes de que la situación se crispara.

“¡Venga, dejaos de nievecita y todos a la mesa!”- Llamó la Sra. Spencerford,

asegurándose de que ninguno de ellos entrase en la casa cubierto de nieve.

La mesa había sido puesta en la cocina y los padres se estaban encargando de

servir platos de cocido y restos de la cena del día anterior a los niños hambrientos.

“¡Un punto para el equipo de los chicos!”-Ovacionó al público Alex, con una

cuchara en la mano.

“¿Qué dices? ¡Si os hemos aplastado como a hormigas!”-respondió Mary

indignada.

“No os lo creéis ni vosotras…”-Dick rió y los niños empezaron a golpear la

mesa cantando el himno de la victoria.

“Déjalos Mary, son unos malos perdedores.”-Anna sonrió, mirando a sus

hermanos con desden.

“¿Tramposos? ¿Nosotros?”-preguntaron indignados-“Ahora si que os vais a

enterar…”

La guerra de guisantes estalló sin preaviso al final de la larga mesa y en pocos

minutos los padres habían enviado a su arma más efectiva para solucionar el conflicto.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

61

“¡O dejáis de hacer el tonto u os prometo que vais todos derechitos a la cama!”-

Ordenó el Profesor Maxwell.

“¡Es culpa suya!”

“¡Eso es mentira, ha sido ella!”

“¿Mía? ¡Pero serás mentiroso, ha empezado él!”

“¡Me importa un comino de quien haya sido la culpa! Os quiero a todos

quietecitos inmediatamente o estáis todos castigados sin postre.”

“Pero…”

“Basta de peros… silencio he dicho. Hay que comportarse como seres humanos y

no como chimpancés.”

Alex aprovechó el momento en que el profesor Maxwell se dio la vuelta para

lanzarle un último guisante a Anna.

“¡Eso te incluye Alexander!”-El niño pegó un bote en el aire del sobresalto.

Después de almorzar había comenzado a anochecer, por lo que los adultos

aprovecharon para tomarse una copa y discutir de política mientras que los niños del

pueblo decidieron enseñarles a los nuevos sus bailes tradicionales. A Anna le costó

mucho contener la risa mientras observaba a grandes y pequeños bailar pegando saltitos,

dando vueltas y ver como la gente se inventaba los pasos que no se sabían.

“¡Venga Anna! ¡No seas tan aburrida! ¡Sal a bailar! ”-su hermano pequeño le

tiraba del brazo.

“¡Ya te he dicho que no me la se!”-se quejaba la joven, intentando volver a su sitio

en el sofá.

“Bueno, ¿y qué? ¿Te crees que nosotros nos sabemos los pasos?”-Alex ayudó a su

hermano a sacar a Anna a la pista-“Tú pega saltitos y sonríe.”

Sintiéndose completamente ridícula, intentó seguir el ritmo del resto de bailarines.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

62

“¡Ay, que me pisas!”

“Perdona… ¡gira hacia el otro lado Dick!”

Pero la advertencia fue en vano y Dick se chocó contra Jenny.

“¡Cuidado!”

La música paró y los bailarines aprovecharon para tomarse un respiro.

“Voy a ir y buscar algo de beber...”

“¿Pero qué dices?”-Alex y Alan la sujetaron de los brazos-“¡Qué empieza ya el

siguiente!”

Sin más opción que seguir bailando, Anna se resignó a quedarse dentro de la jaula

humana que sus hermanos habían ideado para evitar que se escapase de la pista.

“¿Pero por qué tienes tanto sentido del ridículo?”-Dick reía mientras se dejaba

arrastrar en círculos por los demás bailarines, sus pies suspendidos en el aire al ser

muchísimo más bajito de todos los danzantes.

“¡No tengo sentido del ridículo, enano, solo no me sé los pasos!”-Anna respondió

ofendida.

“¡Lo que tu digas!”-Y cogiéndola de las muñecas, le pasó el turno a Ian-“Tu copia

lo que los demás van haciendo y solucionado.”

Mientras tanto, Mary y Jenny se estaban mofando de la situación de la pobre Anna

en el otro lado de la pista, y cuando vieron que Anna iba a bailar con Ian, el chico que

Anna les había confiado bajo juramento de amigas que le gustaba, no pudieron evitar

reírse a carcajadas.

Anna se moría de la vergüenza mientras bailaba con el galán, no siendo capaz de

mirarle a la cara durante más de tres segundos seguidos.

“No lo haces tan mal.”-sonrió el joven.

Anna se sonrojó y siguió concentrada en no pisarle los pies a su pareja.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

63

“Te la secuestramos.”-sus hermanos la apartaron de los brazos de Ian justo en el

momento en el que se había armado de valor para decirle algo.

“Gracias por aguantarla.”-Dick le dio la mano, mientras Ian sonreía siguiendo los

pasos de su compañera.

“Os odio.”-Anna murmuró en entre los dientes, saltando con los pequeños

bailarines.

“Es por tu bien.”-Alex sonrió y luego dijo muy serio-“Tu vales mucho más.”

Anna no sabía si reírse o enfadarse con los dos renacuajos, pero lo cierto era que

fue mucho más divertido inventarse los pasos de baile con sus hermanitos pequeños que

sufrir el mal trago de no mostrar que no los conocía con los más mayores.

Alfred y Penélope Spencerford estaban en un lado de la pista, bailando una mezcla

extraña entre el vals y el tango. Dándoles completamente igual el hecho de que iban a su

propio ritmo, disfrutaron más que nadie la pequeña fiesta improvisada.

Cansados de tanto saltar y brincar, y en el caso de Alex y Dick de que su hermana

les pisase los pies por equivocación, los niños se acoplaron en uno de los sillones frente

al fuego del majestuoso hogar a escuchar los cuentos Lara, la hermana mayor de Mary.

“Érase una vez, en un lejano reino bañado por los dorados rayos del sol y las

aguas del tormentoso mar, había un pequeño castillo en forma de tetera.”-Empezó a

contar la adolescente- “En la torre más alta de aquel castillo estaba sentada una bella

princesa de ojos oscuros como el roble y cabellos suaves como la seda, su mirada

perdida el vacío mientras escribía un mensaje en su cereza negra…”

Al finalizar el cuento, los más pequeños habían disfrutado tanto que suplicaban un

bis.

“Otro cuento de hadas no…”-se quejaban los semi-adolescentes-“Cuéntanos uno

de miedo.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

64

“¿De miedo?”-Lara pregunto y viendo que todos asentían ansiosamente decidió

complacerles.- “Hace ya unos años, mi primo hippie, Bill, me contó una historia real

que le habían contado unos señores en una tasca, durante uno de sus numerosos viajes

como mochilero por Europa.”-Los pequeños la miraban atentamente.

“En un pueblo costero del sur de España, vivía una niña, Carmen. La niña vivía en

el barrido de los marineros con sus padres y su hermano, que era mucho mayor que ella.

Un día, su hermano salió a pescar temprano por la mañana. Cuando llegó la noche

y el joven no había vuelto, sus padres llamaron preocupados a todos sus amigos.

Empezaron a inquietarse de verdad cuando estos les dijeron que no le habían visto desde

el día anterior por lo que decidieron llamar a la policía. La familia se llevó toda la noche

en vela, esperando cualquier noticia e imaginando lo peor.

A la mañana siguiente, una llamada de teléfono les despertó. La policía pidió a la

familia que bajasen a la playa lo antes posible. Carmen se adelantó a sus padres,

corriendo hacia el sitio que le habían indicado. Cuando llegó, se sorprendió de ver a un

círculo de personas que no dejaban de murmurar y mirar con curiosidad. La policía los

apartaba con insistencia. Llegaron los padres de Carmen, y al ver el espectáculo su

madre se echó a llorar sin que Carmen entendiese por qué. No fue hasta que la masa de

gente les dejó acercarse al centro del círculo que Carmen lo vio. Su querido hermano

estaba recostado en la arena, su ropa empapada y sus ojos sin vida miraban perdidos a

un punto indefinido del universo.”

“Oh”-Mary susurró- “¿Qué le había pasado?”

“Ah,”-continuó Lara-“nadie lo sabía.”

“A la mañana siguiente, mientras un limpiador recogía las latas y otras basuras

que los veraneantes habían dejado en la playa impoluta, se extrañó mucho de encontrar

una pila de basura tan grande en medio de la arena dorada. Amontonándola en su

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

65

carrillo, casi le dio un infarto al encontrar el cadáver de Carmen enterrado en el fondo

de la montaña de residuos.”

La luz de las ascuas se reflejó en las caras horrorizadas de los niños.

“¿Quién le había hecho eso a Carmen?”

“No se sabe. Lo único que se descubrió cuando llegó la policía fue una zodiac

hundida cerca de la costa y que uno de los hombres más ricos del pueblo se había

mudado a Perú sin despedirse de nadie.”-Lara respondió misteriosamente.

“Ojala pudiésemos saber que le pasó a la pobre chica.”-Dijo Anna.

“Cuéntanos otro cuento Lara, porfa.”-suplicó Dick.

“Bueno, vale. Pero es el ultimo.”-la joven hizo una pausa dramática para

asegurarse de que todos le prestaban atención-“¿Habéis oído hablar de Miles

McSween?”

“No,”-respondieron los niños, atentos al cuento.

“Pues me temo que os enteraréis en otro momento,”- interrumpió la Sra.

Spencerford.

“Es la hora del té.”

“¡Venga ya mamá!”-Dick se quejó.

“Quiero escuchar el cuento de Lara.”

“Anda tira, puedes escucharlo después del té”-anduvo hacia la puerta-“O

quedarte sin pastelitos, más para los demás.”

Al oír la palabra pasteles los niños salieron corriendo detrás de la anfitriona.

Mientras disfrutaban de los dulces de Navidad, los niños no dejaban de

bombardear a Lara con preguntas sobre el cuento y suplicarle que siguiera contándoles.

“…Los niños se morían del miedo en ese Viejo túnel y no veían escapatoria

de las zarpas del fantasma que se acercaba a ellos riendo a carcajadas…”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

66

“Venga ya,”-Alan interrumpió, viendo la cara horrorizada de sus hermanos

pequeños-“No me digas que crees en fantasmas.”

“Ah,”-Lara contestó con un tono misterioso-“no existe lo imposible,” – y

continuó contando su cuento.

A las ocho en punto llegó la quitanieves. Los invitados de la Mansión del Castaño

Caduco agradecieron a sus anfitriones la velada tan entretenida que habían pasado y se

marcharon valle abajo, una hilera interminable de coches formándose detrás de la

máquina.

La Mansión del Castaño Caduco quedó en un silencio sepulcral.

Cuando Anna observó que el plan del resto de la familia para lo que quedaba

de tarde era ver los resúmenes del partido, decidió irse a su cuarto a leer.

Una media hora más tarde pensó escribirle una carta a su mejor amiga, Mildred,

que hacía siglos que no sabía nada de ella.

“Anna, ¿Puedo entrar?”-la voz de su madre sonó del otro lado de la puerta.

“Claro, mamá, pasa.”- contestó.

“Te quería comentar que mañana viene el ama de llaves de los Douglas, una tal

Berta.”- se sentó sobre la cama- “Aparentemente no ha venido antes porque ha estado

cuidando de su hermana, así que mañana vendrá para que la conozcamos.”

“¿Un ama de llaves? Qué cosa más pija, ¿No?”-Anna sonrió sin poder creérselo.

“Los sitios donde nos mete tu padre, hija mía, ¿Pero qué te voy a contar qué tu no

sepas ya?”- Su madre sonrió, saliendo del dormitorio.

En el momento que su madre abandonó la habitación, Anna se puso a buscar el

mapa que había encontrado en su calcetín de Navidad. Llevaba pensando en él desde

que había descubierto con sus amigas las habitaciones sin sentido del ala norte.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Riñéndose a si misma por no guardar nunca nada en su sitio, no se dio cuenta que había

alguien detrás de ella.

“¿Se puede saber que hace usted?”-susurró una voz dulce.

Paralizada, Anna tardó unos segundos en dares la vuelta.

“No existes.”-Anna dijo convencida al ver a la niña justo delante suya-“El mapa.”-

Y siguió buscando por todos sus papeles.

“Lo cierto es que quería saber por que usted está haciendo una redada a su

propia habitación”-la niña continuó, pero al ver que Anna le hacía caso omiso sugirió-

“¿Has mirado en los cajones secretos del buró?”

No pudiendo negar la incansable voz que la atormentaba, Anna decidió

seguirle el juego.

“No puedo guardar algo en un sitio que no se donde está”

“Cierto.”-La niña reflexionó-“Pero si usted quiere se lo enseño igualmente.”

Dándose la vuelta, Anna se dio cuenta que le había estado dando la espalda a

la niña todo ese tiempo. La miró fijamente, no sabiendo si era real o un simple juego de

su imaginación. Pero al no poder llegar a una respuesta satisfactoria, y como siempre le

había hecho ilusión tener una cómplice, aunque fuese imaginaria, decidió seguirle el

juego.

“¿Dónde?”

“Si te lo cuento no puedes contárselo a nadie.”-respondió muy seria-“¿Me lo

prometes?”

“Te lo juro,”- Anna prometió sin seriedad alguna.

“De acuerdo,”- La niña flotó hacia el buró. Anna la observó mientras intentaba

abrir el primer cajón de la izquierda, y no se sorprendió cuando la niña no pudo abrirlo.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“Se me olvidaba,”-la niña dijo con mucha pena-“No puedo coger las cosas

sólidas. Voy a tener que explicarte como encontrarlo.”

Con cierta desconfianza Anna siguió las instrucciones que la niña le iba dando y

no se pudo creer cuando efectivamente encontró un cajón falso, que tras un pequeño

esfuerzo se abrió sin mayor problema. Desde luego, el cajón era secreto, de eso no cabía

duda.

“Está vació.”-Anna murmuró decepcionada-“Pero para que los dos diablillos no

puedan encontrar mis cosas es perfecto.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 27

“¿Qué esconde?”

La niña cerró el cajón del buró apresuradamente.

“Nada madre, sólo buscaba un colgante que parezco haber perdido.”-sonrió la

joven de aire angelical.

“¿El presente de tu abuelo?”-su madre le preguntó sin creerla.

“Pues si, hace días que no lo veo.”- la joven sonrió nerviosa.

“Pregúntale a Sarah, en esta casa están siempre desapareciendo cosas.”-suspiró.

“¿Por qué dice eso?”-La niña se alejó del buró sin quitarle ojo.

“La cocinera dice que ha perdido parte de la vajilla.”

“Esa vieja loca no sabe ni donde tiene la cabeza.”-la joven respondió con

desprecio.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 28

Una noche en la que Anna estaba eternamente agradecida a la chimenea que

tenía en su habitación que la protegía del frío glacial del mes de diciembre, estaba

sentada en su escritorio. Tras días de adaptación y de sustos, Anna se había habituado a

la presencia de la niña, y aunque no podía comprender exactamente que era, decidió no

darle mayor importancia.

“¿Puedo hacerte una pregunta?”-Le dijo a la niña, que estaba sentada en la

alfombra, la luz del fuego se reflejaba sobre su piel como las luces de los coches en la

niebla.

“Claro.”- respondió.

“Si estas atrapada dentro del plato, ¿Cómo es que puedes salir?”

“Si le soy sincera, no tengo ni la más remota idea.”-suspiró-“Ya le he explicado

que no tengo ningún conocimiento sobre el hechizo que me mantiene prisionera.”

La respuesta no sirvió de mucho, por lo que Anna continuó.

“¿Puedes moverte por otras partes de la casa?”

“A esa pregunta tengo respuesta.”-sonrió-“Tras varios intentos durante los

años he descubierto que no puedo salir de esta habitación.”

“Qué pena,”- Anna suspiró.

“Pero,”- la niña continuó-“Supongo que si usted moviese el plato, yo me

tendría que desplazar con él.”

“¿Qué quieres decir?”

“Bueno, es bastante simple. Estoy atrapada en el plato, por tanto, donde vaya

el plato voy yo. Es como estar atada a una cadena invisible, solo puedo desplazarme a

una distancia determinada del plato en sí.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

71

“Puede que tengas razón, pero tenemos que pensar una forma de sacarte de

ahí.”

“Bueno, si las musas la inspiran por favor no dude en comunicármelo”-se fue

flotando hacia el plato.

“Lo haré,”- Anna sonrió mientras la miraba. La niña se había introducido en el

dibujo de porcelana y estaba ocupada preparándose para irse a dormir.

Siguiendo su ejemplo, Anna se metió en su cama sin poder dejar de preguntarse

dónde había metido el dichoso mapa que llevaba buscando casi una semana.

“Como lo tengan los niños los mato.”-bostezó, apagando la luz de la mesilla de

noche.

El silencio que hechizaba al valle cada noche quedó roto por los incesantes

aullidos de un perro que le cantaba a la luna llena.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

72

Capítulo 29

A la mañana siguiente, Anna se levantó de golpe, motivada por los puñales que

le parecían clavar los rayos de sol sobre su piel congelada. Poniéndose la bata, recorrió

los pasillos con los ojos entreabiertos y bajó hasta la cocina. Tanto sus padres como sus

hermanos ya allí, disfrutando de sus tostadas con huevos y beicon. Se sentó entre a la

mesa, y mientras se servía una taza de té de la vieja tetera marrón se calentaba los pies

en la chimenea. Sus padres estaban listos para irse a trabajar, vestidos en sus horribles

monos azules cubiertos de tierra y pintura.

“Niños, recordad que la ama de llaves llega hoy. Por favor os pido que seáis

amables con ella…”-miró específicamente a sus dos hijos pequeños-“Así que ni quiero

ver ni bromas, ni trastadas ni jugarretas de ningún tipo, ¿Entendido?”

“Vale mama…”-respondieron con tanta pena como si les acabase de informar de

que había mudado sus camas al establo.

“Daos prisa en vestiros, por favor.”-su madre les insistió cuando terminaron el

desayuno-“Que os quiero a todos listos para recibirla cuando llegue.”

Mientras llegaban a sus dormitorios sonó el timbre de la entrada. Anna se puso los

primeros vaqueros y sudadera que encontró, se peinó y bajó lo más rápido que pudo.

“Siento haber tardado.”-se disculpaba mientras entraba en el salón.

Inexplicablemente, Dick y Alex habían llegado antes que ella y estaban sentados muy

correctamente sobre dos de los sillones.

“Que cosa más extraña.”-pensó Anna, tomando asiento a su lado.

Entonces fue cuando vio a Berta. La señora no podía medir más de un metro

cincuenta, pero su corpulencia y sobre todo sus vivos ojos azules le daban una autoridad

incuestionable, sin necesidad de decir ni media palabra.

“Chicos,”- su madre les presentó- “Esta es Berta.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

73

“Hola…”- dijeron en un fallido intento de sonreír.

“Berta, este es Alex,”- La Sra. Spencerford le señaló-“Esta jovencita es mi hija

mayor, Anna, y aquel chiquitín es Dick.”

Berta los observó uno a uno detenidamente, provocando en los niños un deseo de

huir de su lado lo antes posible.

“Son encantadores señora,”- comentó con una voz muy grave.

“Mujer no hay necesidad para tanto formalismo. Llámame Penny.”-La Sra.

Spencerford sonrió con cortesía y comenzaron a hablar temas de trabajo.

Anna empezó a temblar, le resbalaban gotas de sudor frío por la espalda. Berta

parecía haberse dado cuenta de la reacción de Anna y la analizaba con una curiosidad

desconcertante.

“Bueno, ya que hemos organizado todo, ¿alguna pregunta?”- La Sra.

Spencerford preguntó muy contenta con Berta. Aliviada de que Berta le hubiese quitado

el ojo de encima, Anna aprovechó para excusarse y marcharse lo más lejos posible de

esa mujer que hacía que le pusieran los vellos de punta.

“Estupendo,”- las oyó marchar hacia la entrada.

“Hasta mañana,”- Berta se despidió.

“Hasta pronto.”

Los chicos no dijeron nada, estaban bastante aliviados de que se hubiese

marchado la señora estricta.

Aunque a los niños no les había caído bien Berta, la sensación no era comparable

al completo pavor que Anna había sentido en un momento. Por otro lado, la Sra.

Spencerford estaba encantada.

“Chicos,”- anunció-“Me allegro muchísimo de que Berta esté aquí para

ayudarnos. Es una señora simpatiquísima.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

74

Sin poder creer lo que estaban escuchando, los niños se miraron entre ellos.

“Y,”- añadió- “Estoy segura de que le tendréis cariño en poco tiempo.”

Sus hijos no estaban nada de acuerdo con ella, pero no osaban sacarla de su feliz

mundo de la piruleta.

“Ni la niña del plato es tan rara como esta mujer.”-Anna pensó, andando por el

pasillo con sus hermanos.

“Vamos a la biblioteca, que tenemos que hablar.”- Anna les susurró a Alex y

Dick sin que su madre les oyese.

Tras alimentar el fuego de la chimenea los niños se acomodaron en el sofá.

“Bueno,”- Anna les confió en voz baja- “Yo no se que os ha parecido Berta,

pero a mi no me gusta nada.”

“Estoy de acuerdo ¡Esa gorda aburrida nos va a chafar todos nuestros

juegos!”

“Shhhh, Dick. ¡Me alegro de que estemos de acuerdo pero si no dejas de

gritar, mama va a aparecer!” –susurró Anna tapándole la boca con la mano.

“Lo siento.”-se disculpó soltándose.

“En serio… esta tía ha trabajado para la GESTAPO seguro. Vaya cara con la que

nos miraba.”-Alex puso mala cara.

“Pues por eso creo que deberíamos trazar un plan.”

Los niños la escuchaban atentamente, moviéndose en sus asientos.

“Buena idea…”-Alex sonrió con maldad.

“Espero que sepa hacer unos buenos bizcochos.”-Dick se dijo a si mismo.

“¿Piensas en algo más que en comer?”-Alex le miró con desesperación.-“¿Y cual

es el plan?”

“Pues…”-Anna pensó-“No tengo ni idea… pero ya se me ocurrirá algo.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

75

Dándose por satisfechos, los niños abandonaron a biblioteca. Su madre no estaba

a la vista y podían oír a su padre trabajar en la sala de al lado.

“¡Este tío es tonto!”-refunfuñaba mientras rebuscaba dentro de unas cajas de

cartón le acababan de entregar-“¿Cómo pretende que restaure un fresco con

ACUARELAS? ¡Y en AZUL ELECTRICO encima! ¡Esto es el colmo!”

Dick y Alex pasaron de largo e, ignorando el monólogo de su padre, se

dirigieron a la puerta principal de la mansión.

“¿A dónde os creéis que vais exactamente?”-preguntó Anna mientras se ponían los

abrigos.

“Por ahí.”-Contestó Alex sin darle mayor importancia.

“¿Dónde?”-les miró con curiosidad, sospechando que estaban tramando una de las

suyas.

“¿Y a ti que te importa?”

“A mi nada en absoluto,”-contestó con desdén-“Pero estoy segura que a papá le

importa muchísimo. ¿Le pregunto?”

“¿Me estás chantajeando?”-Alex se indignó.

“Vale, vale…”-Dick confesó, impidiendo que la pregunta desembocase en una

pelea-“Vamos a explorar por el valle, ¿Contenta?”

“Mucho.”-Sonrió Anna poniéndose su abrigo.

“¿A dónde crees que vas?”-Preguntó Alex.

“Con vosotros, que me aburro.”

“¡Pero si no vamos a un sitio para niñas!”-Dick se quejó.

“Entonces tendremos que preguntarle a papá si le parece bien que salgáis los dos

solos sin supervisión adulta… tal vez se quiera apuntar a la expedición…”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“Vale, tu ganas.”-Alex la interrumpió-“Pero si te da miedo te aguantas, que te lo

hemos advertido.”

“Probadme.”- Sonrió la joven siguiendo a sus hermanos. Se cerró la puerta de un

portazo y la casa quedó en silencio.

Bajo el frío sol de diciembre los niños se adentraron a las profundidades del

oscuro bosque que rodeaba su casa.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 30

Dentro del valle del Castaño había un enorme bosque ancestral donde las leyendas

susurraban que tras cada piedra y cada árbol se escondían troles y duendes, listos para

abalanzarse sobre cualquier necio desconocido que osase adentrarse en su territorio.

La gente del pueblo solo se acercaba al lugar en época de caza, cuando los

conejos, ciervos y pajarillos disfrutaban del cobijo del viejo bosque.

Adentrándose en las entrañas de este tenebroso lugar, los Spencerford iban

acercándose más unos a otros a medida que recorrían la irregular senda cubierta de

zarzas y ortigas.

“¿Qué ha sido eso?”-Dick saltó un palmo en el aire, buscando de donde había

salido el ruido que le había asustado.

Alex mantenía la calma, fiándose de la brújula que le habían regalado por

Navidad. Antes de marchar en la necia cruzada, había tenido la precaución de apuntar

la posición de la casa para poder volver. Pero por mucho que seguía las indicaciones de

la brújula no conseguía averiguar cómo salir del oscuro bosque.

“Ser boy-scout para esto…”-se repetía a si mismo, revisando constantemente su

posición, pero sólo se encontraban con más y más árboles.

Las hojas se mecían con la brisa de la tarde, haciendo que la nieve cállese sin

piedad alguna sobre los niños. El silencio del inhóspito lugar sólo se interrumpía por la

respiración nerviosa de los pequeños y el vuelo de algún ave que siempre asustaba a los

pobres niños.

De pronto, una avalancha de nieve le cayó a Dick sobre la cabeza, dejándole una

peluca parecida a la de los jueces británicos.

“Orden… orden en la sala.”-Bromeó mientras se sacudía el agua congelada del

pelo.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“Deja de hacer el tonto,”- Alex dijo irritado.

“Tengo hambre.”-Dick suspiró-“¿No es ya la hora de comer?”

“Tienes razón, voy a comprobar por donde vamos...”- Fue a sacar la brújula

del bolsillo de su chaqueta, pero había desaparecido.

“No me digas que la has perdido…”-Anna no sabía si reír o llorar.

“Bueno… ¿Y ahora que hacemos?”- Dick suspiró.

“Creo que lo mejor es que sigamos para adelante.”- Anna sugirió-“Antes o

después llegaremos al pueblo y podremos llamar a mamá para que nos venga a buscar.” -

y tomando la iniciativa razonó-“No puede ser muy lejos, al fin y al cabo llevamos

andando toda la mañana.”

“Un pequeño detalle que se te ha olvidado hermanita.”-Alex dijo

preocupado-“¿Y si solo nos estamos dedicando a dar vueltas sin sentido?”

“Eso es pensar en positivo, gracias Alex.”-Anna respondió con sarcasmo

mientras intentaba eliminar esa misma duda de su mente-“No nos queda otra opción, así

que para adelante como los de Alicante.”

Resignados y con un dolor de pies terrible, los niños recorrieron la oscura

senda en silencio sin saber donde les conduciría.

“¿Me puedes explicar cómo has perdido la brújula, inútil?”- Dick le preguntó a

su hermano por la enésima vez.

“¿Te quieres callar de una vez, enano?”-Alex le gritó en desesperación.

“¡A mi no me chilles!”-Dick le respondió berreando.

Alex se paró enfurecido en mitad del camino.

“¡O te callas o te callo!”-le amenazó con el puño.

“¿Quieres pelea?”-Dick se enfrentó.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“¿Queréis parar los dos ya, por favor? ¡Ni que tuvieseis dos años!”-Anna les

separó mientras intentaban zurrarse-“Como me deis os prometo que la que se lía a

bofetones soy yo…”

Los niños enfurecidos tardaron unos minutos en calmarse.

“Así me gusta.”-Anna les dio una reprimenda-“Peleándoos no ayudáis nada, así

que disculpaos y vámonos que ya son horas.”

Sin mirarse uno al otro, los dos pequeños se disculparon y comenzaron a andar

detrás de su hermana mayor. Minutos más tarde, ya se les había olvidado todo y

volvieron a sus travesuras de siempre.

Al ver que unas nubes amenazantes se posaban peligrosamente por encima de sus

cabezas, los tres pequeños aceleraron el paso, sin prestar atención alguna a donde se

dirigían. Se quedaron estupefactos cuando de pronto aparecieron en un claro del

bosque, donde una casita blanca con una pequeña chimenea humeante estaba

resguardada de los peligros del bosque.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 31

“¡Berta, que de tiempo!”-La Sra. Hart saludó al ama de llaves cuando entró en el

Pub-“¿Cómo está tu hermana?”

Berta se quitó el abrigo cubierto de nieve y se sentó en uno de los taburetes de

madera al lado de la barra.

“Anda bien.”-sonrió, y tras mirar la carta pegajosa pidió lo de siempre.

Minutos más tarde, la Sra. Hart le trajo un trozo de carne asada con patatas y

verduras además de una pinta de cerveza negra.

“La neumonía es algo muy malo, pero afortunadamente en los tiempos que

vivimos se cura bastante bien.”-Comentó, tras pegarle un generoso buche a su cerveza.

“De algo tienen que servir los matasanos.”-Rió la señora Hart, limpiando la barra

con un trapo.-“Me han dicho que vas a trabajar con los sureños, ¿Es cierto?”

“Técnicamente no, sigo siendo la ama de llaves del profesor.”-Olisqueó las

verduras-“Pero supongo que mientras el viejo chalado se esté paseando por el mundo

trabajo para los nuevos.”

“Son buena gente.”-La mesonera empezó a fregar vasos-“Seguro que te tratan

bien.”

“No lo dudo.”-Rebañó el plato con un trozo de pan-“Esta mañana estuve allí.

Penélope parece bastante maja, aunque tiene tres mocosos a cual más extraño. ¿Cuanto

te debo?”

“Anda, a esta te invito yo como regalo de bienvenida.”-La Sra. Hart retiró el plato

de su barra impoluta-“Ya verás como después les coges cariño y todo.”

“Lo dudo.”-Berta rió, colocándose su abrigo-“Pero nunca digas nunca.”

Se despidió de la mesonera y se adentró al frío invernal escocés.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 32

Armándose de valor Anna se acercó a la puerta y llamó con insistencia. Después

de unos segundos de silencio tenso, se escuchó alguien toser en el interior y sonaron los

pasos del sujeto que se acercaba a abrir la puerta. Mientras esperaban a que la puerta

verde fuese abierta, Anna se dio cuenta de que no habían barajado todas las opciones.

En su desesperación por encontrar cobijo habían llamado sin dudar y sin plantearse que

clase de persona podía vivir en una cabaña en medio del bosque. Tendría que haberse

acordado de la historia de Hansel y Gretel antes de arriesgar la seguridad de ella y sus

hermanos, ¿Qué sabía si quien vivía ahí era un psicópata apartado de la sociedad?

Mientras ideas cada vez más catastrofistas inundaban la mente de Anna, la puerta

se abrió. Los niños se pegaron un susto de muerte cuando vieron que la dueña de aquel

raro hogar era la última persona que se esperaban: Berta.

Sin poder moverse del susto, los niños balbuceaban mientras Berta les preguntaba

sorprendida.

“¿Pero se puede saber qué hacéis vosotros aquí?”

“Pues…pues…”-tartamudeaban sin poder dar una respuesta coherente.

“Nos hemos perdido.”-Anna consiguió vocalizar, controlando el tembleque que le

producía la siniestra señora.

“Ah”- Murmuró Berta-“¡No tendrías que estar andando por el bosque solos!

¿Vuestros padres saben que estáis aquí?”

Los tres niños bajaron la cabeza eludiendo la pregunta.

“Lo imaginaba… tienen que estar muy preocupados.”-Entró en la casita y

segundos más tarde salió con un abrigo verde puesto, cerrando la puerta detrás suya

con una llave antigua- “Os acompaño a casa. Vamos.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Sin rechistar, los tres niños siguieron a Berta por las sendas del bosque donde se

había criado. Se sentían completamente humillados aunque su agradecimiento por

haberles sacado del bosque y su temor por la bronca que les esperaba cuando llegaran a

casa les preocupaba más que su desprecio por la cuarentona.

La nieve crujía monótonamente bajo sus pies mientras anochecía, al parecer más

rápido que de costumbre, pues el acecho de la tormenta de nieve era cada vez más

inminente.

Empezó a nevar justo cuando cambiaron a un camino más ancho, aunque todo les

parecía exactamente igual, cubierto por una gruesa capa de nieve impoluta. Tras

arrastrar los pies durante lo que parecían horas llegaron al final del bosque, topándose

con la fuente apagada del jardín.

“Vamos.”-Berta dirigió a los niños en fila india hasta la puerta. Sacudió con fuerza

el llamador e inmediatamente apareció una madre histérica abrazando a sus niños.

“Socorro.”-Tosió Alex, intentando liberarse del abrazo asfixiante de su madre.

“¡Mis niños!”-sollozó-“¿Pero dónde os habíais metido?”

“Me los encontré en mi puerta, Sra. Spencerford, así que pensé que tal vez los

querría de vuelta antes de que se los comiesen los lobos.”-Berta sonrió.

Percatándose de la presencia de su ama de llaves, que hasta ese momento había

ignorado accidentalmente, soltó a sus hijos y le dio la mano a Berta.

“Muchísimas gracias de verdad.”-le dio dos besos-“No sabes cómo de

preocupados estábamos.”

“Me lo imagino. De veras que no hay de que”-se metió las manos en los bolsillos-

“¡Ahora me temo que tengo que dejarles, sino a quien van a comer los lobos va a ser a

mi!”-bromeó sacudiéndole el pelo a Dick, el cual estaba poniendo mala cara.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“¿Qué te marchas? ¿Ahora?”-la cogió por el brazo-“Insisto que te quedes a tomar

el té.”

“Señora, de veras que es usted muy amable pero…”

“Ni peras, ni peros. Insisto.”- Le obligó educadamente a entrar en la casa-“Encima

de que me traes a mis hijos sanos y salvos… ¡Qué menos!”

“De verdad Penélope, es una invitación estupenda, pero se me hará tarde para

volver a casa.”-Berta se excusó mientras se resistía a quitarse el abrigo.

“No te preocupes por eso.”-La invitó a pasar al salón-“mi marido te acerca con

el coche en un momento y ya está.”

“Bueno, pues muchas gracias.”-Berta se rindió ante la insistencia de la

anfitriona, poniéndose cómoda en el sofá.

“Niños, ¿Queréis dejar de hacer el tonto y entrar de una vez?”-Asomando la

cabeza por la puerta del salón, llamó a sus hijos, que estaban resignados en la entrada.

“Genial.”-Alex murmuró, cerrando la puerta detrás de él.

En el comedor les esperaba una merienda al puro estilo inglés. Las bandejas

amontonadas con pasteles pequeñitos, sándwiches de pepino, jarras de mermelada y

mantequilla tentaban a los niños a llenar el ojo antes que la panza.

En el centro de la mesa estaba la merienda favorita de los dos chicos, natillas

con gelatina que le provocaban a Anna arqueadas con solo olerlas.

Disfrutaron del té en silencio, pues los padres y Berta tuvieron largos y continuos

debates sobre todo tipo de cuestiones. Aburridos de temas que ni les interesaban ni

comprendían, los niños se marcharon al salón a jugar a los videojuegos hasta que su

madre les mandó a la cama, mientras que los adultos se sentaron a tomar un brandy y a

seguir discutiendo de temas sin sentido aparente.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Anna estaba tan cansada cuando llegó a su habitación que ignoró por completo a

la niña, que la miró cuando entró. Exhausta, se puso el pijama y se acurruco en su cama.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 33

Anna llevaba convencida durante sus once años de vida que el hecho de haber

nacido el 31 de Diciembre era la peor suerte que podía haber tenido, por eso, le

correspondía tener suerte en los demás efectos de su vida o, al menos, eso creía. Lo

cierto es que con el hecho de tener Navidad a la vuelta de la esquina, casi nunca recibía

un regalo decente por su cumpleaños siempre justificado con la excusa de que obtenía

regalos más grandes en Noche Buena. Sin embargo, algo positivo tenía haber nacido en

noche vieja. La fiesta de cumpleaños de Anna siempre era la más espectacular, no había

conocido esas meriendas de sándwiches y gominolas, sino que siempre había disfrutado

de una noche con champán buena cena y alegría además de entrar cada año con buen

pie.

Eran las nueve de la mañana y hacía un frío glacial. Anna se levantó de un susto,

como venía haciendo en los últimos meses. Mientras se ponía la bata, que había dejado

tirada a los pies de la cama la noche anterior, observó que la niña estaba durmiendo en

el plato tan contenta. Hacía mucho que no se planteaba nada sobre ella, la tomaba como

un miembro más de la familia, aunque fuese solo ella quien pudiese verla. Bostezando,

recorrió los oscuros pasillos y bajó a la cocina a desayunar.

“CUMPLEAÑOS FELIZ, CUMPLEAÑOS FELIZ, TE DESEAMOS TODOS,

QUERIDA ANNA (“Que eres una pesada y te odiamos”-Añadieron sus hermanos,

llevándose un pisotón inesperado de su padre) CUMPLEAÑOS FELIZ.”

Sonriendo de oreja a oreja, la homenajeada repartió besos y abrazos a todos,

incluso los niños, que no se dejaban besar, se llevaron una buena dosis de besos babosos

en el cachete que se llevaron media hora limpiando cuando la cursi de su hermana había

terminado de torturarles.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“Ojo-meneada,”-Dick protestó-“Qué sea tu cumpleaños no quiere decir que

tengas derecho divino a martirizarnos.”

“Calla niño tonto.”-le plantó otro beso en la mejilla.

“Atención, atención.”-Anunció su madre sacando una bolsa preciosa de debajo de

la mesa-“Llega el momento más esperado del día.”

“¿La tarta de chocolate?”-Alex preguntó con ansia.

“No, eso cuando lleguen los invitados.”-Le dio a Anna la bolsa con un “Tachan.”

“Feliz cumpleaños hija.”-sus padres sonrieron.

“Gracias.”-empezó a sacudir el regalo antes de abrirlo-“¿Qué será, qué será?”

Empezó a abrir lentamente el papel.

“¿Será una pulsera?”-se detuvo y lo volvió a sacudir.

“Venga ábrelo.”-Alex la incitó.

“¿Serán unos pendientes?”-se volvió a parar para examinar su regalo aún cerrado.

“Si lo abres lo veras.”-Dick intentó abrir una esquinita del regalo y se llevó una

mirada asesina de la cumpleañera.

“Pues no sé lo que es, ¿Será un colgante?”-Anna intentaba impacientar a sus

hermanos.

“¿Quieres abrirlo ya pesada?”-Los niños gritaron a unísono.

“Vale, vale, no hace falta ponerse así.”-Rió Anna contenta de haberles tocado, por

una vez, la moral a los dos burlones.

Abriendo la pequeña caja de joyería antigua ojeó su contenido con curiosidad

antes de enseñárselo a los presentes.

“Gracias.”- Le dio un abrazo a sus padres colocándose el regalo-“Ya hacia tiempo

que iba necesitando un reloj, que siempre voy tarde a todos sitios.”

“Me alegro que te guste cariño, pero mira en la bolsa que aún no has visto todo.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

87

Buscando en el fondo de la bolsa de papel encontró dos paquetes rectangulares.

“Ya me extrañaba a mi que no cayesen este año.”-Anna pensó mientras los abría

rápidamente, decidiendo de no abusar de la paciencia de sus hermanitos.

“Poco a poco vas a tener una biblioteca muy respetable.”-Su padre sonrió al ver

las portadas de los libros. Este año, como tantos otros, habían caído dos tomos, en este

caso fue uno de los libros de Harry Potter (de la autora J. K. Rowling) y Sabriel (del

autor Garth Nix.)

“Gracias.”-Anna los ojeaba ilusionada, deseando tirarse en un sofá a leer lo antes

posible.

“Qué despistada es esta niña,”-Su padre dijo incrédulo-“Vuelve a mirar que te

faltan cosas.”

En el fondo de la bolsa, que Anna estaba convencida de que era un pozo sin fondo,

sacó un regalo sin envolver. Asegurándose de que no quedaba nada más antes de tirar la

bolsa a un lado, miró su último regalo.

“Son de los buenos.”-Su padre dijo con orgullo mientras ella ojeaba sin mucho

interés los pinceles que le había regalado-“Estoy seguro de que serás una gran artista

algún día.”

Dudándolo mucho, pues sabía perfectamente de que no era capaz ni de dibujar una

o con un canuto, asintió sonriendo, no queriendo quitarle a su padre la ilusión. Al fin y

al cabo, le quedaban muchos años colegio por delante como para plantearse esas cosas

ahora.

“Jolines, a ver si la tonta esta se nos va a volver loca con tanto libro de brujas y

magia.”-Alex insinuó examinando los dos libros que estaban sobre la mesa de la cocina.

“Que de tonterías dices a lo largo de un día…”-Suspiró su hermana, guardando los

regalos en la bolsa.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“¿Quién quiere desayunar?”-Preguntó su padre, poniendo a cocer huevos pasados

por agua-“Dick sácate el dedo de la nariz o no vas a tener más hambre.”

Cuando acabaron el desayuno, Penélope echó a todo el mundo y se encerró a

hacer su obra maestra, una muerte por chocolate. No fue hasta que Anna escuchó los

gritos de auxilio que emanaban de la cocina que fue a echarle una mano para hacer la

enorme tarta de cumpleaños.

“Anna, dale con el trapito por la esquina de ahí que aún quedan manchas.”-su

madre le pidió mientras fregaba las ollas pegadas con chocolate.

Contra toda expectativa y sin que Anna se lo pudiese creer habiendo visto la

cocina en su peor estado, estaba para hacerle una foto de muestrario cuando el reloj de

pie sonó las cuatro de la tarde.

Los niños se habían dedicado con su padre a decorar la planta baja con carteles y

papelillos que recordaban a todos los invitados que Anna cumplía doce años.

“Os quiero a todos listos en diez minutos, que llegan nuestros invitados.”-su

madre les obligó a subir a cambiarse, asegurándose de que todos estaban peinados y

perfumados antes de que sonase el timbre por primera vez en el día.

La homenajeada bajó la última a recibir a los invitados, que consistían en todos

los alumnos del minúsculo colegio al que asistían. Luciendo un vestido azul que su

madre le había comprado, al que había objetado ponerse Anna pues estaba en su fase

rebelde en la que no llevaba otra cosa que no fuesen vaqueros, entró en el salón. Todos

los invitados se le quedaron mirando y, tras medio segundo de silencio, empezaron a

cantar a coro el cumpleaños feliz.

Sonrojada, Anna les dio a todos las gracias por venir mientras le daban sus

regalos.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“¡Qué mona vas!”-Jenny la halagó, luciendo un vestido de florecitas

completamente inapropiado para el frío invernal.

“¿Pero qué dices? Mi madre que me ha obligado a ponerme la cosa esta…”-

murmuró la cumpleañera.

“Pues a Ian parece que le gusta.”-Su amiga le guiñó un ojo y se fue a pelearse un

rato con los hermanos de Anna, que estaban intentando escabullirse con sus amigos para

tirarse todos por la barandilla de la escalera.

Rodeada por una montaña de regalos, Anna tardó un rato en abrirlos todos

escuchando los comentarios de unos y otros sobre cada paquete que iba abriendo.

“Otro libro.”-Sonrió, amontonando un tomo de Narnia sobre la pila de libros que

ya había recibido. Sospechando que su madre había ido soltando el rumor de que era

una lectora empedernida, Anna hizo el recuento de los títulos cuando abrió todos los

regalos y agradeció dos veces a cada persona que se lo había ofrecido. Sin duda el

regalo que más ilusión le hizo fue la recopilación de cuentos escritos a mano y

dedicados de Lara.

“Entonces, añado a mi colección”-Enunció, guardándolos en una caja de cartón

que su padre le había provisto para poder subirlos todos a la primera planta-“La

colección completa de Harry Potter, la de Narnia, los materiales oscuros de Philip

Pullman y Alicia en el país de las Maravillas. No está nada mal.”-sonrió ojeando con

ilusión las dedicatorias de sus amigos en cada tomo.

“No se te olviden tus tarjetas y tu jersey nuevo.”-Mary le pasó una montaña de

postales de cumpleaños y un jersey horrible de lana lila que le había cosido la señora

Appleton, la abuela de Johnny.

A las cinco y media la Sra. Spercerford llamó a todos los niños a merendar. Se

sentaron a la mesa en el comedor, rugiéndoles el estómago mientras esperaban para

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

90

poder devorar los manjares y pasteles que les había preparado la madre de la

cumpleañera. Cuando ya habían acabado con la mayor parte del contenido de la mesa, el

Sr. Spercerford trajo la tarta cantando cumpleaños feliz desde la cocina.

“¡No se te olvide el deseo!”-Dick le recordó desde el otro lado de la enorme mesa.

Anna no se tuvo que pensar dos veces su deseo, cerró los ojos y sopló con fuerza.

“Deseo sacar a la niña del plato.”-Pensó mientras las velas se apagaban.

Atiborrados de tarta de chocolate, los niños se arrastraron hasta el salón para

tirarse delante de la chimenea y escuchar uno de los muchos cuentos de Lara mientras

jugaban a las cartas.

A las ocho y media empezaron a llegar los padres de las criaturas y empezó el

Hogmanay. En noche vieja, en todos los pueblos del norte de las Islas Británicas, los

vecinos se paseaban casa por casa para tomar una tapa y una copa con sus amigos. Por

lo que el pueblo peregrinaba en masa de un portal a otro en busca de algo que comer y

beber. Este año, les había tocado a los Spercerford comenzar la ruta.

No mucho más tarde, todos se pusieron unos buenos abrigos y se montaron en sus

vehículos para bajar hasta el pueblo perdido de la mano de Dios.

Aparcando donde buenamente pudieron, los ciudadanos empezaron la ruta en casa

de los Bell, cantando y charlando por el camino.

“¡Bienvenidos!”- La dueña de los únicos ultramarinos de la minúscula localidad

les recibió-“Pasad, pasad, hay pastel de carne y cerveza para todos.”-sonrió acercándose

a chismorrear con la Sra. Appleton, que acababa de llegar.

“Berta, ¿Qué tal estás?”-Penélope Spencerford se acercó a su ama de llaves que

estaba bebiéndose una cerveza negra en casa de los Bell.

“Penélope, feliz año. ¿Qué tal las vacaciones de Navidad?”-sonrió, observando lo

contentilla que iba su jefa.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

91

“Estupendas, estupendas…”-Penélope respondió con exagerado entusiasmo y

comenzó a chismorrear con su conocida.

“¿Nos podemos mover ya?”-Alex preguntó, viendo que los adultos sacaban otra

botella de vino.

“El niño tiene razón.”-Dijo el alcalde, sujetando su copa con alguna dificultad-

“Adelante, a casa de los Bell.”

“Cállate Halliday, que ya estamos en casa de los Bells!”-El viejo Gilbertson gruñó

desde su sillón de oreja.

“Cierto.”-contestó el alcalde un tanto perplejo-“Pues a casa de los Halliday.”-Se

paró en medio de la puerta-“Bueno, a mi casa. ¡Vamos amigos!”

Después de haber recorrido cada casa de aquel minúsculo pueblo, donde no había

más el ayuntamiento, la iglesia que los Spencerford estaban restaurando, un viejo

colegio victoriano con un pequeño salón de actos que hacía las veces de salón

polivalente y taller además del Pub y, por supuesto, la tienda de ultramarinos. Todos los

locales se situaban en la plaza central del pueblecito y las casas rodeaban el perímetro.

En las afueras del pueblo, a tan solo cinco minutos a pie para cualquiera con menos de

ochenta años y un reuma serio, había un campo de rugby improvisado donde los niños

batallaban tras las clases y donde se hacían las fogatas y otros espectáculos ocasionales.

“Son las doce menos diez”-Advirtió Alan, el mejor amigo de los hermanos

Spencerford.

“¿Queréis dejar de comer ya? Vamos que nos lo perdemos”-Arrastrando con los

adultos que habían ido recogiendo por el tour del pueblo, los niños se apresuraron a la

plaza, donde el reloj del ayuntamiento marcaba peligrosamente minutos antes de la

media noche.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

92

“Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¡FELIZ AÑO

NUEVO!”-Berrearon todos los habitantes de la localidad, dándose besos unos a otros,

se agarraron con los brazos cruzados y formaron un círculo para cantar a voz en grito

“Auld Lang’s Sine”.

Dick tuvo el honor de ser el chico moreno que, según marcaba la tradición, debía

cruzar el umbral de cada casa del pueblo para traer suerte al año nuevo. Después de

entrar en cada casa, Dick salía con orgullo a saludar al público expectante que le

aplaudía con entusiasmo. Cada vez que entraba, la familia agradecida le daba un trozo

de carbón, una moneda “de plata y bombón o un caramelo y, al final de la noche, el

pobre niño tenía un dolor de estómago insoportable.

“Te pasa por glotón.”-se ría su hermano mientras le ayudaba a montarse en el

coche mientras sus padres se despedían de sus amigos-“Haber guardado alguno para

mañana… o haberme dado la mitad.”

“Si hombre.”-Gimió el enfermo.

Las chicas no rondaban lejos, chismorreando tan contentas e ignorando el frío de

la gélida noche de enero.

“… mis primos viven en España.”-Anna les estaba explicando.

“¿Y vais mucho a verlos?”-Preguntó Mary, sentada en el capó del coche de sus

padres.

“Depende del trabajo de mis padres.”-Anna respondió con sinceridad-“Si les

hacen un encargo por allí si…”

“No os aburriréis nunca con tanto viajar.”-Jenny sonrió.

“Si bueno…”-Anna dudaba en si contar lo solitario que era no mantener amigos

durante mucho tiempo, pero no quería admitir que antes o después se tendría que

marchar y dejar a Mary y a Jenny atrás.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

93

“¡Anna, nos vamos!”-su padre la llamó, interrumpiendo la conversación que

estaba teniendo con sus amigas.

“Nos vemos mañana.”- se despidió montándose en el Ford Escort rojo.

“¡Feliz cumpleaños y feliz año!”-sus amigas gritaron detrás del coche.

La noche oscura no permitía ver nada, solo los faros del coche iluminaban lo

suficiente el camino de cabras para no despeñarse.

“Bueno homenajeada, ¿Qué te ha parecido tu cumpleaños?”-Su padre preguntó

encendiendo la radio.

“El mejor hasta el día de hoy.”-Anna respondió satisfecha, jugando con su

colgante.

“Y que sean muchos más.”-su padre sonrió, dirigiendo a la tartana por buen

camino de vuelta a la Mansión del Castaño Caduco.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

94

Capítulo 34

Acaba de empezar el trimestre y después de la vacaciones de Navidad lo niños

no tenían ningunas ganas de volver al colegio, pero con lo aburrida que estaba la

mansión sin visitas, los pequeños prefirieron ir a ver a sus amigos a la escuela que

aburrirse en casa. La niña seguía en cuarto de Anna, apareciendo y desapareciendo

cuando le venía buenamente en gana, los Spencerford seguían con sus proyectos y los

pequeños disfrutaban de su niñez con sus amigos. La vida seguía, no había cambiado

nada.

“¿Oh si ha cambiando algo?”-Anna se planteada mientras jugueteaba con el

colgante que le había regalado su padre. La casa no parecía la misma. Seguía habiendo

los mismos ruidos y las mismas cosas extrañas pero Anna pasaba por completo de ellos.

Se sentía tan a gusto en su nuevo hogar después de tres meses que no sentía necesidad

de ir a resolver misterios.

La nieve desapareció y la sustituyó una cortina de lluvia que no daba tregua,

dándole al valle un aspecto deprimente y completamente empapado. Después de un

tiempo, la tranquilidad empezó a incomodar a los habitantes de la Mansión del Castaño

caduco.

“¿Ha dejado de llover?”-Alex preguntó con esperanza.

“Ojala.”-respondió Dick deprimido, volviendo a sentarse en el sofá.

“Vaya rollo.”-Alex se tapó la cabeza con una manta y se echó a dormir.

Sus padres pasaban más tiempo en casa que en el trabajo, ya que la iglesia que

estaban restaurando estaba comida de humedad y, habiéndose desbordado el río con la

lluvia interminable, el camión de los materiales no había podido subir al pueblo a hacer

la entrega, ni podían bajar a los niños al colegio. En conclusión, todos estaban atrapados

en la mansión hasta nueva orden.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

95

Una mañana, el sol apareció tímidamente entre los nubarrones y la Sra.

Spencerford no dudó en secuestrar a los niños y llevárselos de compra con Berta.

“¿Y Anna por qué no viene?”-se quejaban mientras se ponían los cinturones.

“Porque a vuestra hermana no le llegan las mangas de los jerséis por los codos.” -

Les explicó-“No es mi culpa que hayáis pegado un estirón.”

Bajo la promesa de su madre de comprarles un bollo durante la excursión, los

niños aceptaron el trato y se marcharon sin rechistar, dejando a Anna tranquila para

prepararse un examen que tenía a la vuelta al colegio.

Siguiendo el recorrido de una mosca, Anna no podía estar más aburrida.

“El rey Enrique VII se casó seis veces…”-Leyó en alto.

En la chimenea de la biblioteca solo quedaban las ascuas, por lo que Anna se

levantó a poner otro tronco en el fuego.

“Divorciada, decapitada y muerta.”-Cantaba una vieja cancioncilla para recordar

los matrimonios del voluptuoso rey-“Divorciada, decapitada y viva.”

Cuando fue a desplomarse sin ganas otra vez sobre su silla escucho un golpe

retumbante.

“¿Eso que ha sido?”-Saltó de su silla poniéndose en pie.

Andando sigilosamente, fue en busca de la fuente del ruido que acababa de oír.

Fue al salir a la entrada que se dio cuenta de que uno de los enormes retratos que había

colgado en las paredes se había desplomado y estaba tirado en la alfombra de la entrada.

Levantándolo con cuidado, consiguió poner el pesado cuadro de lado. Le

sorprendió ver que se trataba del cuadro que le había llamado la atención el día que se

mudaron a la mansión, el retrato de de un caballero de aire deprimido, con unos ojos

azules preocupados.

“Genial.”-Se dijo a sí misma, sin poder levantar el cuadro-“¿Y ahora qué hago?”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

96

Mientras estaba ocupada pensando cómo les iba a explicar a sus padres que una

pieza de valor incalculable estaba tirada en el suelo de su casa y de como se había hecho

un agujero en la pared, se dio cuenta de algo que se le había pasado por completo.

“¿Qué hace eso ahí?”-Se preguntó, fascinada por las interminables

excentricidades de la mansión. Examinando el trozo de pared donde había estado

colgado el retrato, observó que el agujero del tamaño de una manzana no había sido

causado por el colapso del cuadro, sino que había sido cortado con algún tipo de

herramienta.

Poseída por la curiosidad, Anna introdujo los dedos dentro del agujero, intentando

no pensar en las miles de películas de terror que había visto y que le advertían que no

era una buena idea. Tocando el muro de carga que había tras los paneles de madera con

la punta de los dedos, notó que al lado del húmedo muro había un objeto de metal.

Palpando con mucho cuidado, tiró el objeto grasiento y lo sacó de su escondite.

“Una llave…”- miró sorprendida a la cosa de bronce que había sacado del hueco.

La cerradura de la entrada chirrió y su madre entró por la puerta con el resto de la

familia cargando con cientos de bolsas.

“Hola cariño, ¿Qué tal el estudio?”-la Sra. Spencerford se paró en seco cuando vio

el estropicio, mirando a Anna y al cuadro tumbado en el suelo, esperando una buena

explicación.

“¿Se puede saber que ha pasado aquí?”-Penélope preguntó cansada de esperar una

respuesta que su hija no parecía querer dar voluntariamente.

“Se ha caído.”-Contestó sin más, pero al ver que su madre no quedaba conforme

le explicó con detalle lo que había ocurrido. Excepto la parte de la llave que tenía ahora

en el bolsillo del pantalón, claro. Investigaría más tarde.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

97

“Penny, no te alteres que lo colgamos en un minuto.”-Su marido le aseguró-“Es

una casa antigua y estas cosas pasan.”

“Claro.”-Respondió no muy convencida, dejando pasar a las tropas que cargaban

con muchas bolsas.

“¿Y Berta? ¿La habéis despeñado por ahí?”-preguntó Anna con falsa esperanza.

“Ojala. Nos ha dado una tarde…”-Suspiró su hermano pequeño, amontonando las

bolsas al lado de la puerta de la cocina-“La hemos dejado en su casa.”

“¿Te hace una partida?”-Alex le preguntó, depositando más bolsas sobre la

montaña de compras. Y sin decir nada más desaparecieron al salón.

Después de cenar seguía lloviendo, así que Anna, harta de estudiar historia,

decidió tirarse en el sillón de la biblioteca a leer uno de los libros que le habían

regalado hacía unos meses y que aún no había conseguido terminar.

Su madre la despertó, obligándole a irse a la cama e ignorando todas las protestas

de su hija, a la que no le importaba dormir en el sillón. Tardó un buen rato en llegar a su

habitación y sin si quiera cambiarse cayó en la cama rendida.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 35

La lluvia no cesaba de martillear contra las ventanas de la habitación de Anna,

pareciendo no terminar nunca. Los días y las noches eran iguales e indistinguibles,

cubiertos por un cielo gris enfermizo y atormentado por el viento que no daba tregua.

La luz se fue una tarde de sábado, cuando el poste de la luz no pudo aguantar más

a las insistencias del viento, dejando a la Mansión del Castaño Caduco sumida en la más

profunda oscuridad.

“Ves como las velas tienen su utilidad, Alfred.”-Penélope sonrió triunfante,

encendiendo una de las miles de velas terapéuticas que había repartido por toda la casa.

“Si claro.”-se puso su abrigo-“Vamos chicos, que nos están esperando.”

“¿A dónde vais en este vendaval?”-La Sra. Spencerford les preguntó preocupada.

“Me ha llamado el señor Bell hace un momento preguntando si podíamos bajar a

ayudar a desbloquear la carretera del pueblo, que se ha vuelto a desbordar el río.” -cogió

las llaves del coche.

“¿Otra vez? Ya va por la séptima vez en lo que llevamos de año.” –Y

despidiéndose de sus hombrecitos se marchó a la cocina a hacerse un té.

La lluvia no cesaba de martillear contra las ventanas, pareciendo no terminar

nunca. Los días y las noches eran iguales e indistinguibles, cubiertos por un cielo gris

enfermizo y atormentado por el viento que no daba tregua. La Mansión del Castaño

caduco se erguía en silencio en medio de la tormenta, sin que el tiempo pasara por ella.

***

El martes de las Tortitas, el día antes del miércoles de ceniza, aún no había parado

de llover. En la única clase del colegio, los niños no dejaban de cantarle a cocinera, una

tal Srta. Grey de la que solo veían las ollas a la hora de almorzar:

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

99

“Martes de tortitas para merendar, si nos das una nos vamos a escapar.”- cantaban

al unísono los alumnos de la pequeña escuela.

Viendo que el uso práctico de escaparse era mínimo con el diluvio que estaba

cayendo, decidieron conformarse con las montañas de tortitas que la misteriosa cocinera

les había dejado sobre la mesa del comedor.

Aun no había dejado de llover cuando los niños volvieron del colegio.

“Alfred, ¿Crees que tendremos que volvernos antes de que acaben los niños el

colegio?”- conversaba la pareja en la cocina.

“No creo, al revés me temo lo contrario.”-suspiró el Sr. Spencerford-“Con tanta

lluvia no se puede hacer nada.”

Los niños irrumpieron en la cocina cortando la conversación de los adultos.

“¿Nos mudamos? ¿Otra vez?”-Dick preguntó con las lágrimas saltadas.

“Claro que no cariño.”-su madre le aseguró-“Por ahora seguimos aquí.”

“Por ahora.”-Repitió Anna en voz baja, sirviéndose una taza de té.

El ambiente familiar se estaba volviendo paulatinamente más deprimente y la

lluvia no estaba ayudando nada. El Sr. Spencerford se pasaba la mayor parte del tiempo

en su despacho, haciendo cálculos y trabajando en los pocos detalles que se podía traer a

casa, mientras que su esposa disfrutaba del tiempo libre con su afición favorita, la

repostería. Al principio, los niños estaban encantados con la variedad de pasteles y

bollos que su madre les preparaba cada día, pero al cabo de un par de semanas, querían

vomitar con la mera idea de probar otro pastel.

Anna se pasaba las horas en el sillón de la biblioteca, leyendo un libro tras otro

con la esperanza de que pronto dejase de llover y pudiese disfrutar de vivir en medio del

campo. Mirando embobada al fuego, vio como las llamas danzaban contentas y una

pequeña nube de humo flotaba lentamente hacia la chimenea. Fijándose en los grabados

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

100

de la repisa de encima de la chimenea, vio como las figuras de caza parecían cobrar vida

bajo la tenue luz del fuego. Los árboles parecían danzar al ritmo de una brisa inexistente

mientras los cazadores, armados con arcos y flechas, perseguían a los animales salvajes

por el bosque. Incluso el agua del río inerte parecía moverse al son del viento.

“No será por falta de imaginación…”-la niña se dijo a sí misma, al observar que

las figuras volvían ser piedra.

Anna estaba cansada. Cansada de la lluvia incesante, cansa de estar sola y cansada

de estar en una casa extraña que le producía la sensación de estar volviéndose loca. Los

párpados le pesaban, necesitaba dormir. Se levantó del sillón y se arrastró lentamente

por las escaleras hasta su cuarto, agarrándose a cada esquina y barandilla que veía.

“Me muero.”-Pensó, batallando para llegar a su dormitorio.

Al pasar por la puerta de una de las habitaciones vacías de la casa, Anna decidió

que su cuerpo no le permitía dar un paso más. Se adentró en la polvorienta habitación y

se desplomó sobre el somier de la cama imperial.

El suelo de parquet crujió y la puerta de la habitación se cerró de golpe con la

corriente del pasillo de la vieja mansión, haciendo que el tapiz de la escena de caza se

sacudiese ligeramente contra el muro de madera.

***

“Mamá, ¿Has visto a Anna?”-Dick preguntó, asomando la cabeza por la puerta de

la cocina.

Su madre estaba sacando una tanda de bollitos de leche del horno.

“Buenos días a ti también, Richard.”-Le dijo sin mirarle-“¿Has mirado en su

cuarto?”

“No ha dormido en su cama.”-contestó preocupado.

Dándose la vuelta, Penélope intentó no alterarse.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

101

“Vamos a buscarla por la casa, ya conoces a tu hermana, seguro que está leyendo

en algún rincón escondido.”-No obstante apagó el horno y siguió a su hijo fuera de la

cocina.

***

Por fin había dejado de llover. Anna andaba por el bosque tan contenta cuando

de se encontró con Berta. La mujer, vestida con una túnica negra y un gorro de época

blanco, no la saludó, solo la miraba sin pestañear.

“Hola Berta, ¿Qué es eso?”-señaló al pergamino que llevaba la mujer en la mano.

Berta no le respondía, la seguía mirando sin moverse. Al ver que era una

conversación sin sentido, Anna se dio la vuelta.

“Bueno, hasta luego.”

Mientras se marchaba Berta empezó a balbucear en una voz profunda.

“El poder que está escondido y domina esa casa es peligroso, Anna Spencerford.

Una vez que estés bajo su hechizo no podrás escapar nunca.”

Dándose la vuelta, Anna no sabía si creerse las palabras del ama de llaves.

“¿Qué estás diciendo, Berta?”- preguntó.

No hubo respuesta. Las hojas de los árboles se movían con el viento y la lluvia

amenazaba con volver. Berta había desaparecido.

Perpleja, Anna volvió a casa.

“¿Hay alguien?”-Preguntó buscando a su familia. Nadie respondía.

“Habrán salido.”-se dijo y, echándose sobre el sofá del salón, poco tiempo más

tarde se quedó dormida.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

102

Capítulo 36

Anna se despertó, sorprendida de encontrarse en la habitación del tapiz de caza.

No podía creer sus ojos cuando vio que había dejado de llover y la luz del sol estaba

inundando la pequeña habitación. Levantándose de un salto, se dio cuenta de que había

dormido toda la noche con la misma ropa que el día anterior.

“Qué pelos.”-Se miró al espejo de pie que había al fondo de la habitación y abrió

la puerta del dormitorio.

“¡Mi niña!”-Anna se pegó un susto de muerte cuando su madre se abalanzó sobre

ella-“¿Dónde te habías metido?”

“Aquí mamá, ¿Dónde si no?”-Intento escapar del abrazo asfixiante de su madre

histérica.

“De verdad que eres un caso, hija mía.”-sacudió la cabeza mientras bajaban a

desayunar.

“Mamá, ye te he dicho que me encontraba mal, tampoco pasa nada.”-se excusaba.

“¡Pues llámame!”-le repetía-“¡Qué soy tu madre!”

La Sra. Spencerford no dejó a Anna tranquila durante todo el desayuno.

“Anna, no tienes buena cara ¿Qué te pasa?”-Su madre le preguntó tras una larga

retahíla.

“Nada mamá.”-Respondió por enésima vez, comiéndose su tostada con

mermelada de fresa.

“Papá, ¿Podemos ir a pescar?”-preguntó Dick con ilusión.

“La verdad es que hace un día estupendo.”-La Sra. Spencerford miró por la

ventana-“Deberíamos disfrutar dando un paseo todos juntos.”

“Y que lo digas.”-sonrió el Sr. Spencerford.-”Necesito salir de esta casa ya.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

103

“Vamos a explorar el bosque.”-Alex le sugirió a Dick.

“De eso nada.”-Su padre les interrumpió-“Venís de paseo con nosotros.”

“Pero papá…”

“No hay nada más que decir, ale, chaquetas y nos vamos.”-Se levantó de la mesa.

“¿A dónde creéis que vais sin guantes ni bufandas?”-su madre les persiguió

intentando que se metiesen las prendas.

“¡Mamá, que hace sol!”-se quejaban.

“¿Y qué? ¡Hacen dos grados!”-les apretó las bufandas.

Los cinco Spencerford paseaban tranquilamente por el bosque, disfrutando de la

quietud del campo. Los pajarillos cantaban felizmente, regocijándose del día soleado

después de la tormenta.

Anna estaba encantada con el paseo. El aire fresco le había hecho olvidar sus

paranoias y disfrutaba del olor que más le gustaba del mundo, el campo después de una

tormenta, recordando por que se había alegrado tanto cuando se mudaron.

Su paseo les había conducido al lado del río, que fluía tranquilo por el medio del

valle.

“Mira, ¡una trucha!”-Dick señaló al pez que nadaba contra corriente.

“¿Dónde?”-Preguntó Anna, acercándose a la orilla.

“Si, mira, cegata, allí al lado de la piedra.”- Alex le explicó.

“¡Papá mira!”-Los niños llamaron-“Te dijimos que deberíamos haber traído la

caña de pescar…”

“¡Por dios, buscaros una habitación!”-Los niños se quejaron cuando miraron a sus

padres, que llevaban actuando como dos quinceañeros enamorados durante todo el día,

andando de la mano y riendo con complicidad mientras sus hijos intentaban

desesperadamente llamar su atención.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

104

El paseo habría sido muy relajante si los niños no hubiesen hecho una de las

suyas, para variar. A la mitad del paseo, decidieron que sería una broma muy graciosa

intentar tirar a Anna al río. Cuan fue su sorpresa después de todo el tiempo que

estuvieron planificando la treta, que su hermana les cogiese infraganti y les hizo caer en

el río por accidente.

“¡Os mato!”-su madre les gritaba mientras se los llevaba corriendo a casa para

quitarles la ropa mojada y darles una ducha caliente.

“Que drama griego.”-Anna se dijo a sí misma, viendo como su madre se

preocupaba por sus hermanitos después de haberles echado la bronca del siglo. Los

niños disfrutaban de la atención que les estaba prestando, poniéndose a toser como si

estuvieran tuberculosos.

La niña la estaba esperando cuando llegó a la habitación, mirando a fascinada los

grabados sobre la chimenea.

“Hola.”- Saludó Anna sin pensar, cerrando la puerta detrás de ella.

La niña no respondió y solo reaccionó cuando Anna la cruzó para poder sentarse

en su escritorio.

“Me has asustado.”-protestó irritada.

“Lo siento, pero es imposible.” -Anna sonrió.- “Te recuerdo que solo eres

producto de mi imaginación.”

“¿Estás diciendo que no soy real?”-La niña pregunto indignada.

“Pues no.”-Buscó un papel para escribir.

“¿Qué te hace pensar eso?”- se levantó y se puso al lado de Anna, intentando

tirarle los papeles.

“¿Ves?”-Anna sonrió triunfante.

“Claro que te veo. ¡Qué pregunta más tonta!”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“No, digo que si no te das cuenta de que no eres real…Pero que tonterías estoy

diciendo, estoy hablando conmigo misma…”-Se puso a escribir unos apuntes.

“Anna Spencerford, te aseguro que soy real…mírame.”-La niña dijo enfada-“me

paseo, hablo, duermo… ¿Cómo osas decir que no soy real?”

“¿Duermes? ¿En serio?”-Anna preguntó extrañada, decidiendo eludir la discusión

sobre su cordura.

“¡Claro que duermo, que pregunta más tonta!”

“Pues no es tan tonta, ¿Los fantasmas no se suponen que son almas condenadas a

vagar por la tierra sin dormir?”-rió.

“¿Pero quién ha sido el listillo que te ha dicho eso?”-la niña preguntó incrédula.

“Eso es lo que todo el mundo dice sobre los fantasmas.”

“¿En serio?”-preguntó extrañada-“Bueno, de todas formas no viene al caso porque

te recuerdo que no soy un fantasma.”

“Cierto, eres producto de mi imaginación.”-sonrió.

“¡Te he dicho que soy real!”-gritó la niña-“¡Y si quieres que te deje tranquila

busca una forma de sacarme de aquí!”- Harta de la actitud incrédula de Anna, se marchó

al plato.

Ignorando a la niña, Anna reflexionó sobre las palabras que había escuchado en

sus sueños. No tenía que dejar que la casa le encantase, ¿Qué habría querido decirle su

subconsciente con eso?

“Me voy a volver loca…”-suspiró recogiendo un papel del suelo y metiéndolo en

el cajón del buró.

Viendo que no había nada mejor que hacer, cogió el libro que le había prestado su

padre y se puso a leer tirada encima de la cama.

“Anna,”-Berta llamó a la puerta-“¿Se puede?”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“Adelante.”-Respondió sin entusiasmo.

La señora entró en la habitación y le dejó una pila de ropa limpia en los pies de la

cama.

“Dice tu madre que bajes a almorzar.”-le dijo, cogiendo la aspiradora que había

dejado en el pasillo-“¿te importa quitar tus trastos de debajo de la cama, que tengo que

limpiar?”

Poniéndole mala cara, Anna amontonó sus libros, zapatos y demás bártulos. No le

hacía ninguna gracia que le dijese que tenía que hacer.

De pronto Anna empezó a temblar. Mirando a Berta se dio cuenta de que esta

estaba observando el plato con la aspiradora encendida. Anna tosió y Berta alejó la

mano del plato.

“Tu madre te está esperando. Mejor que bajes.”- le mandó, saliendo de la

habitación en busca de un plumero.

Remedándola, Anna espero unos segundos para asegurarse que no se encontraría

con Berta por el pasillo y fue en busca de los sándwiches que les había preparado

su madre para almorzar.

“Chicos, esta tarde nos vamos de compras.”-Su madre les anunció mientras

comían el postre.

“Otra vez…”-se quejó Alex-“Pero si es Domingo…”

“Si, pero hay que hacer la compra y me hacen falta cosas para el taller.”-Su padre

insistió, recogiendo la mesa.

“Bueno, pues dejadnos en casa e iros de compras.”-Dick sugirió.

“Eso mismo estaba pensando yo.”-Contestó su padre con sarcasmo-“voy a dejar a

los dos cafres de mis hijos pequeños solos en casa para que cuando vuelva la hayan

quemado o algo peor.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Llamaron a la puerta y Anna se levantó a abrir.

“¡Voy!”-gritó mientras recorría la entrada-“Hola, ¿Qué hacéis vosotras aquí?”

“Venimos a hacer el trabajo de geología.”-Mary sonrió, con una pila de cartulinas

en las manos.

Anna las miró extrañadas, dejándolas pasar.

“Anna, vives en tu mundo.”-Jenny suspiró desesperada con el despiste de su

amiga-“Te recuerdo que el viernes quedamos en venir para hacer el trabajo que hay que

entregar esta semana.”

“Pasad.”-Anna dijo sin recordar cuando habían tenido esa conversación. Tenía

demasiadas lagunas mentales últimamente.

Las tres amigas se sentaron a trabajar en la mesa del comedor, pringando todo de

tiras de papel y cola blanca mientras hacían un volcán en miniatura.

“¡Qué aburrimiento más grande!”-Mary se recostó sobre la mesa-“¿Para qué

quiere este hombre que hagamos un volcán?”

“Tú sabrás, es tu padre.”-Jenny rió.

“Anda, deja de quejarte que ya casi hemos acabado.”-Anna pegó otra tira de papel

mojando en cola al volcán.

“Terminado por hoy.”-decretó Jenny, recogiendo el material.

“Ya era hora…”-Mary aplaudió-“¿Qué hora es?”

“Las ocho.”-Respondió, mirando su reloj.

“¿Ya? Como pasa el tiempo cuando estas ocupada.”

“Será para ti guapa, que a mí se me ha hecho la tarde eterna.”-bostezó.

“Que buena actitud para ser hija de maestro.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“Razón de más, yo no descanso ni en casa. Mi padre no deja de hacerme

preguntas, darme lecciones y dar por supuesto de que soy la futura ganadora de un

premio Nobel…”-se justificó.

“¿A qué hora vienen a buscarnos, Mary?”-Jenny cambió de tema.

“Ya tiene que llegar.”

Se quedaron en silencio durante un minuto.

“Oye, ¿os habéis enterado que el señor Boyd ha fallecido?”-Mary dijo muy triste.

“¿El lechero? Pobre hombre… ¿qué le pasó?”

“Pues que tenía 94 años y aún hacía los repartos todas las mañanas…Mi madre

fue a visitarle esta tarde.”-Mary explicó a sus dos amigas.

“¿Pero cuando ha sido?”-Anna preguntó extrañada.

“Falleció hace tres días.”

“Entonces habrá ido a ver a la pobre viuda, la señora Boyd ¿no?”

“Que va, ha ido a ver al señor Boyd.”-le aseguró.

“¿Pero no estaba muerto?”

“Claro que si, le entierran mañana por la mañana.”

“¿Me estás diciendo que ese pobre hombre lleva fiambre tres días y no lo han

enterrado y, además, la gente va verlo como si siguiese vivo?”-Anna preguntó sin poder

creer lo que estaba escuchando.

“Claro, hay que ir a despedirse, es la costumbre.”-Jenny le aseguró sin darle

mayor importancia.

Pensando que las costumbres de aquel pueblo no eran todo pitos y flautas, sino

que también tenían tradiciones macabras que no podían comprender más que aquellos

que se habían criado con ellas desde pequeños, Anna terminó de recoger los materiales

de trabajo.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“¿Queréis tomar algo?”-preguntó la anfitriona, pero antes de poder levantarse de

la sillas sonó el timbre.

“Chicas, os han venido a buscar.”-Berta les informó asomándose a la puerta.

Despidiéndose de sus amigas, Anna se tiró en el sofá a ver una película mientras

esperaba que su familia volviese de las compras.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 37

El Domingo de Pascua los niños se pusieron a hervir huevos envueltos en trapos

con granos de café. Su padre preparó un asado riquísimo, una de las pocas cosas que

sabía cocinar sin incidentes y, tras disfrutar de una comida familiar muy tranquila, se

fueron al pueblo a las carreras de huevos hervidos.

“Y el premio para el huevo más resistente es para la Srta. Anna Spencerford”-El

alcalde anunció por el megáfono-“Por favor sube a recoger tu premio.”

Sus amigas la empujaron al estrado donde, muy avergonzada, le dio la mano al

alcalde que le entregó su rosetón.

“¡Bravo!”-Gritaron sus amigas aplaudiendo con fuerza.

Después de hacerle pasar a Anna un mal rato delante de todo el pueblo, se fueron

a comer unos pasteles en la carpa del W.I hasta que empezó a llover.

“Ya me extrañaba a mí que hiciese tan buen tiempo.”-Anna suspiró, corriendo

hacia el coche con sus hermanos.

***

A la mañana siguiente Anna se levantó con un dolor de cabeza. Estaba convencida

de que le iba a explotar, como si alguien estuviese taladrándole un agujero en cerebro.

Se vistió lentamente y, cuando por fin consiguió llegar a la cocina, sus hermanos habían

terminado de desayunar.

“Buenos días cariño.”-su madre le dio un beso en la frente-“Dios mío, estás

hirviendo.”-Rebuscó por los cajones en busca de un termómetro-“Hoy te quedas en

casa”

“De verdad mamá, estoy bien.”-Anna dijo sin fuerzas.

“A la cama señorita.”-su madre le ordenó.

“Solo es un dolor de cabeza.”-le aseguró intentando sonreír.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

111

“¿Qué le ocurre a mi niña?”-Preguntó el Sr. Spencerford dándole un abrazo de oso

a su hija-“¿Y ese termómetro?”

Anna se encogió de hombros con el termómetro en la boca.

“Tal vez debería quedarme en casa con Anna, cariño.”-su madre miró el

termómetro-“No tienes fiebre. Cariño, ¿Te importaría trabajar solo y me quedo con

ella?”

El Sr. Spencerford dobló tranquilamente su periódico.

“Penélope, no creo que haga falta montar un numerito por un dolor de cabeza. No

tiene fiebre e insiste que está bien.”-sorbió su té-“Anna se puede quedar en casa hoy, de

todas formas Berta llegará dentro de poco. Sola no va a estar.”

“Bueno.”-Respondió su mujer, no muy convencida.

Después de recoger los trastos del desayuno, los Spencerford se dirigieron a la

puerta. Un día más, la lluvia amenazaba con acechar. El Sr. Spencerford se había ido ya

para el coche con Dick y Alex, pero la Sra. Spencerford no estaba del todo convencida

de dejar a su hija enferma sola durante unas horas.

“¿Estás bien tapada?”-le preguntó su madre, arropándola con una tercera manta de

lana.

“Mamá, estoy bien, vete que no llegáis.”-Anna intentó respirar bajo el peso de los

cobertores.

“¿Seguro que no prefieres irte a la cama, cariño?”-Le preguntó su madre por

enésima vez.

La idea de pasar toda la mañana en su habitación con la niña atormentando sus

pensamientos no le provocaba ningún entusiasmo, por lo que le pidió a su madre

quedarse en el salón sin, por supuesto, darle un motivo claro de por qué.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

112

Cuando su madre se había asegurado de que estaba completamente tapada, le dio

un beso en la frente y se marchó, pero justo antes de salir del salón se dio la vuelta y

volvió a preguntar preocupada.

“Cariño, ¿Seguro que no quieres que me quede contigo?”

Se escucho el claxon sonar.

“De verdad, mamá, no te preocupes.”-Volvió a sonar el claxon-“Berta vendrá en

breve y de veras que estoy bien.”

“Bueno, pero no te levantes al menos que sea absolutamente necesario.”-Con el

último ruido del claxon su madre se impacientó-“¡Voy! Llámame si te encuentras

peor.”-Le dio un beso en la frente y con gran pesar se marchó de la mansión del Castaño

Caduco.

“Paz y tranquilidad, por fin.”-Anna suspiró, se dio la vuelta en el sofá y se echó a

dormir.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

113

Capítulo 38

Anna se despertó de golpe. Le dolía todo.

“¿Quién me manda dormir en el sofá?”-gruñó maldiciendo su cabezonería.

No se le había pasado el dolor de cabeza, pero con lo incómoda que estaba en el

sofá, decidió gatear hasta su cama. Medio dormida y mareada por la fiebre, Anna

anduvo lentamente hasta las escaleras, arrastrando los pies mientras subía los escalones

interminables.

“Anna, ¿Puedes venir un momentito, por favor?”-Dick la llamó desde su

habitación.-“Tenemos que enseñarte algo.”

“Voy.”-Anna contestó con un susurro ronco.

Entró en la habitación de sus hermanos. La cabeza le iba a explotar del dolor, las

sienes le palpitaban.

“Ahí estas.”-Dick la recibió muy contento. Cogió a su hermana por el brazo y la

llevó a donde estaba Alex.

“Tenemos que enseñarte algo.”-Alex señaló a un espejo enorme que había colgado

de la pared.

“¿Qué le ocurre?”-Anna preguntó mirándolo. Parecía un espejo como cualquier

otro.

“Mira bien.”-le contestaron a unísono.

Lo observó con atención. Sólo podía ver su reflejo, tan normal y tan corriente. Su

larga melena castaña estaba recogida en una cola y sus ojos azules brillaban contra su

piel blanca. Al espejo no le pasaba nada. Estaba a punto de explicarle a sus hermanos

que no veía de que hablaban cuando de pronto cayó en un pequeño detalle, en el fondo

del espejo había otro reflejo y no era de ninguno de sus hermanos.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

114

“¿Qué demonios es eso?”-murmuró, intentando descifrar a que pertenecía esa

sombra negra.

“¿Qué has visto?”-Le preguntó Dick.

“Nada.”-Anna mintió y siguió observando el reflejo. La sombra seguía flotando en

el fondo del espejo.

“¿Dónde lo habéis encontrado?”-Preguntó desconfiada.

“Detrás del tapiz.”-Contestó Alex en una voz un tanto extraña-“se cayó mientras

nos estábamos peleando.”

“¿Por qué os estabais peleando esta vez?”-su hermana preguntó exasperada.

“Sobre cuál de nosotros va a matarte.”-respondió una voz profunda.

“Ja. Ja. Que graciosos.”-Dijo aun mirando el espejo-“Y dejad de poner esas voces

falsas que me estáis empezando a dar mal yuyu.”

Al darse la vuelta, Anna se quedó de piedra. Sus hermanitos pequeños no estaban

ahí, solo había una sombra negra flotando a unos centímetros de ella.

Sin poder moverse, Anna empezó a gritar en desesperación. Su cuerpo frágil por

la fiebre se cayó al suelo y, llorando, sólo sentía ganas de vomitar. Las piernas no le

reaccionaban y la sombra se acercaba peligrosamente hacia ella, carcajeando como una

enferma.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

115

Capítulo 39

Anna se levantó de golpe, muerta de calor y pegajosa de sudor. No podía ver

nada, todo estaba completamente a oscuras en la casa. Muerta de miedo, pegó un grito

de pavor al sonar un trueno y comprendió que la luz se había ido a causa de la tormenta.

Preguntándose cuanto tiempo llevaba durmiendo, miró a su alrededor y, tras

comprobar en el reloj de pie que eran las tres, concluyó que su familia llevaba toda la

mañana fuera.

Levantándose del sofá, cogió uno de los hachones que su madre había repartido

por la casa para este tipo de emergencias y buscó la caja de cerillas que su padre

guardaba en la estantería sobre la chimenea. Encendiendo la vela, apreció el silencio

que reinaba sobre la casa. Estaba sola. Su dolor de cabeza había disminuido y

lentamente subió a su habitación en busca de un libro que estaba leyendo. La luz de la

vela brillaba cálidamente en medio de las tenebrosas tinieblas del pasillo. Acababa de

pasar la habitación del tapiz de caza cuando se apagó la vela. Perpleja, Anna no

comprendía como la llama se había podido extinguir si no había corriente alguna. Un

escalofrío le recorrió todo el cuerpo, como si le hubiesen tirado un cubo de agua helada

por la espalda. Empezó a temblar incontrolablemente, cayéndole gotas de sudor frío por

la espalda. Detrás de ella había algo, saliendo de la habitación que acababa de pasar. Se

dio la vuelta lentamente, los latidos del corazón le retumbaban en los oídos.

Fue en ese instante en el que vio a la sombra negra delante de ella. El espectro

flotaba silenciosamente, sin haberse percatado de la presencia de Anna, se alejó de ella

dirigiéndose hacia las escaleras.

Dudando de lo que acababa de ver, su voluntad febril decidió a seguir a ese

extraño ser, su cefalea le atormentaba sin cesar. Los latidos de su corazón parecían

retumbar por toda la casa mientras seguía de puntillas a la sombra misteriosa. En poco

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

116

tiempo llegó al final de la escalera. Consciente de que si bajaba los viejos escalones uno

de ellos chirriaría y sería descubierta, decidió deslizarse por la barandilla. La sombra no

la oyó o, al menos, no le prestó atención alguna. Anna la seguía con la vista,

manteniendo una buena distancia para poder huir en un momento dado.

La sombra cruzó el pasillo, las puertas se cerraban de un portazo como en un

vendaval. El espectro ignoró el sonido y continuó su camino. Sin poder resistir la

curiosidad, Anna se acercó un poco más a ella, las sienes le palpitaban mientras andaba

de puntillas.

Segundos más tarde Anna se quedó horrorizada cuando vio que la sombra se

detuvo delante del retrato de Ilarious. El cuadro cayó como por arte de magia al suelo

con un gran estruendo, descubriendo el muro donde había estado colgado.

Semanas antes, el Sr. Spencerford había hecho una chapuza para tapar el agujero.

“Listo.”-Dijo muy orgulloso, una vez se había secado el cemento con el que había

rellenado el agujero-“Como nuevo.”

A la sombra parecía no haberle gustado nada el arreglo. Escondida al lado de la

puerta de la cocina, Anna respiró demasiado fuerte.

La sombra se dio la vuelta de golpe y voló hacia Anna. No tuvo tiempo de

reaccionar, se levantó como pudo y empezó a correr por el pasillo. Vio que la única

puerta que había quedado abierta era la de la biblioteca y se apresuró dentro, cerrando

la puerta de golpe y escondiéndose detrás de una de las estanterías.

No podía ni oír ni ver a la sombra agachada detrás de los libros. La puerta no se

abrió en ningún momento, pero Anna sintió su presencia cuando el extraño ente se

adentró en la biblioteca.

Disimulada detrás de los tomos polvorientos, Anna se sentía la persona más

desgraciada del mundo entero. La sombra la iba a encontrar y no sabía que haría con

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

117

ella, pero temía lo peor. ¿Por qué se había quedado sola en casa? ¿Por qué había

permitido que un estúpido dolor de cabeza le hubiese metido en ese lío? ¿Dónde estaban

sus padres? ¿Y Berta? Tendrían que haber vuelto ya… La cabeza la estaba matando…

Aguantando la respiración cuando la sombra pasó justo al lado de su escondite,

Anna intentó calmarse e idear una forma de salir de ahí. Gateando hacía la puerta, se

escondió sigilosamente detrás del busto de Peter Dimpling, un antiguo dueño de la casa,

en ese momento vio a la sombra acercarse demasiado a ella. Notó algo pincharle la

espalda.

“No.”-Anna pensó cerrando los ojos. Esperaba que no fuese muy doloroso.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

118

Capítulo 40

Sentada en una banqueta de trabajo en el altar mayor de la pequeña iglesia, a

Penélope Spencerford le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo.

“Alfred, creo que deberíamos volver a casa.”-dijo preocupada a su marido, que

estaba tumbado sobre un andamio, arreglando la cúpula.

“¿Por qué, te han llamado?”-su voz es escuchó con eco.

“No, pero tengo un mal presentimiento.”

“No digas bobadas mujer.”-Alfred le contestó-“Seguro que la niña está bien, sino

habría llamado.”

Penélope no estaba muy convencida.

“La voy a llamar por si acaso.”

“Déjala tranquila mujer, que seguro que está durmiendo.”-Cambió de pincel-

“Además Berta tiene que estar ya allí.”

Buscando entre sus cosas, la Sra. Spencerford no encontraba su móvil.

“¿Alfred tienes tu móvil por ahí? No encuentro el mío.”-Preguntó.

“Estoy sin batería, cariño.”-respondió, concentrado en su trabajo.

“Pues voy a casa a ver a Anna.”-afirmó.

“Penélope, cálmate. Seguro que la niña está bien.”-Dijo convencido, sacándose el

pincel de la boca-“De todos modos, vamos a terminar con esto y nos vamos ahora para

casa, así te quedas más tranquila.”

“Gracias.”-sonrió su esposa, sentándose a terminar su trabajo-“Es una tontería,

pero tengo un mal presentimiento.”

“Tranquila, que Anna es mayorcita y se puede cuidar sola.”-rió.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

119

Capítulo 41

Después de unos segundos con los ojos cerrados, se extrañó que no pasase nada y

abrió un ojo dudoso para comprobar que ocurría. La sombra no la había encontrado.

Aún.

Se palpó la zona que le molestaba y quedó completamente sorprendida cuando

encontró en su bolsillo la llave que había sacado del agujero de detrás del retrato.

“¿Y esto como ha llegado aquí?”-Murmuró.

La sombra pasó al lado del busto. Anna se pegó lo más posible a la pared,

tapándose la boca para que no se le oyese respirar. La jaqueca le martilleaba las sienes.

El extraño ser parecía haber desaparecido. Sentada, sin osar calmarse, se aseguró de que

era imposible de que la sombra la viese y se recostó sobre la estantería.

“¡Auch!”-gimió cuando un volumen de las obras completas de Shakespeare le

cayeron sobre la cabeza y retumbaron contra el suelo con un horrible estruendo. Anna

estaba aturdida por el golpe, la cabeza le daba vueltas y se moría del miedo al darse

cuenta de que la sombra la había descubierto y en un abrir y cerrar de ojos estaría ahí

para atraparla. Instintivamente sacó la llave del bolsillo.

“¿Qué narices piensas hacer con eso, tonta?”-se desesperó consigo misma.

Mientras intentaba desesperadamente subirse a la estantería de madera, se dio

cuenta de que, en la pared detrás del hueco que había dejado el tomo caído, había una

cerradura. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y antes de atreverse a mirar atrás,

presintiendo los horrores que le esperaban detrás de ella, probó sin esperanza la vieja

llave que, milagrosamente, entró en la cerradura.

La estantería giró sobre si misma justo antes de que la sombra pudiese alcanzar a

la niña aterrorizada que estaba agarrada instintivamente a las estanterías repletas de

libros.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

120

Anna se encontró en sola en medio de la oscuridad.

“¿Dónde estoy?”-murmuró, palpando el aire que la rodeaba.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

121

Capítulo 42

En la negrura, los latidos de Anna retumbaban en el silencio sepulcral.

Intentando calmarse, la chica agarraba con fuerza el talismán que su padre le había

regalado. Respirando profundamente, se intentó convencer a si misma de que la sombra

seguía en la biblioteca y que, por el momento, estaba a salvo.

Palpando a ciegas, buscaba las paredes del cubículo pero, notando que la cuarta

pared no aparecía, dedujo que se encontraba en algún tipo de túnel. Después de un

instante de duda, Anna siguió por el pasadizo con cautela, no despegando los dedos de

ambas manos de las frías paredes de piedra.

“No puedes volver atrás.”-Se repetía a sí misma, recordando que incluso si

consiguiese abrir la trampilla a oscuras, lo único que le esperaba al otro lado de la

estantería falsa de la biblioteca era una sombra tétrica que la cazaba como a un animal.

Se chocó contra algo sólido.

“¡Auch!”- se frotó la frente y palpó el obstáculo que había delante de ella.

Anna se sorprendió al notar que se trataba de una escalera de caracol, ¡Se había

chocado contra el eje! Pasito a pasito, subió con cautela los escalones de piedra,

agarrándose a la pared por temor de que la construcción se desplomara bajo sus pies.

Recordando lo que había leído en el libro que le había prestado su padre, supuso

que se trataba de las escalinatas de la antigua iglesia que había desaparecido con el

misterioso incendio.

Tras una larga subida, llegó al final de la escalera, donde la luz tenue que entraba

por una ventana mugrienta la dejó ciega durante unos segundos. La habitación

abandonada estaba amueblada con antiguos artefactos: una mesa carcomida ocupaba la

esquina de la pequeña hacienda sobre la cual colgaba un crucifijo de madera. Las

mantas que estaban amontonadas sobre la cama de hierro oxidada apestaban a

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

122

humedad. A la derecha de la ventana había una de las chimeneas de piedra que se

erguían en todas las habitaciones de la casa.

“Genial, no hay puerta.”-Anna hizo el amago de sentarse en la silla polvorienta

pero el mueble carcomido se colapso con su peso.

“¿Y ahora que hago yo?”-suspiró, la jaqueca no le dejaba abrir los ojos.

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Capítulo 43

“¡Berta!”-la señora Bell le dio la bienvenida a los ultramarinos-“¿Qué puedo hacer

hoy por ti?”

“Vengo en busca de un par de litros de leche, que me ha dado la inspiración

culinaria y quiero hacerles natillas a los mocosos.”-sonrió.

“¿A los de los sureños?”-buscó en una de las neveras industriales los litros de

leche fresca.

“Si, la verdad es que me están cayendo simpáticos. Incluso a la malaje de la

preadolescente le estoy empezado a coger la gracia.”-pagó la cuenta.

“Pues me alegro mucho Berta.”-La señora Bell le dio el cambio- “Ya me contarás

si les gustan las natillas.”

“¿Esa hora es ya?”-Berta se inquietó viendo la hora que marcaba el reloj colgado

detrás del mostrador-“Me voy para la mansión, que es muy tarde y tengo muchas cosas

que hacer.”

“Hasta luego guapa.”-La señora Bell se despidió, ordenado los productos de la

enorme estantería de metal.

“Adiós.”- Berta abrió el paraguas y se marchó de la tienda.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

124

Capítulo 44

Sentada en el somier decrépito, que crujía cada vez que Anna se movía lo más

mínimo, intentaba buscar una solución a su situación inverosímil. Estaba convencida de

que antes o después la sombra conseguiría atravesar la trampilla y no tardaría en

alcanzarla. No había manera alguna de escapar.

Justo antes de que se le cayese el mundo encima, las musas la inspiraron.

Examinando la habitación en detalle, se paró delante de la chimenea de piedra. Como

todas sus gemelas que había por toda la casa, tenía un grabado de una escena caza.

Cuando se estaba agachando para ver mejor la imagen, escuchó un golpe vibrante

retumbar por el pasadizo.

“Viene para acá.”- la joven enferma se angustió, dándole vueltas para resolver el

puzle que había delante de sus ojos.

Palpó el grabado con la punta de los dedos, deseando que algo ocurriese. Fue

entonces cuando notó que, al contrario del resto de las figuras, el arco de uno de los

cazadores estaba en relieve. Con cuidado empujó el realce y un ladrillo del tamaño de

una caja de cartón se apartó hacia un lado, revelando una salida de la sala perdida.

“No me lo puedo creer.”-se decía a si misma mientras gateaba por un pasillo que,

deduciendo por el olor a cerrado, no había sido usado durante siglos. Tocó las paredes

con los nudillos. El pasadizo estaba hecho de Madera, no de piedra como el túnel

anterior. De repente, se vio obligada a parar en seco. Tentando el muro con el que se

había topado, buscó una abertura que le dejase continuar.

Sus frágiles dedos se toparon con el frío de una anilla de hierro. Intentó tirar de

ella pero no ocurría nada, procedió a girarla pero tampoco produjo ningún efecto.

“Genial.”- se apoyó sobre ella y se quedó pasmada cuando la puerta se abrió de

golpe.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Asomando la cabeza, se quedó fascinada al darse cuenta de que había aparecido

en el baño del ala norte de la mansión, aquel que había estado explorando con sus

amigas, Mary y Jenny, unos meses antes.

Comprobando que estaba de una pieza, salió sigilosamente del baño e intento

llegar a su habitación por una ruta alternativa de donde sospechaba que la sombra le

estaba esperando.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 45

“Oye Dick,”-Mary llamó al niño en el patio del colegio.

“Dime fea.”-Respondió el caradura, haciéndose el machote delante de sus amigos.

“Feo tú.”- Respondió la niña muy seria-“¿Y tu hermana?”

“En casa haciéndose la enferma.”-se mofó.

“Pobrecilla, ¿Está bien?”-Mary miró con desaprobación al pequeño que

continuaba burlándose de los males de su hermana mayor.

“Tiene un dolor de cabeza, creo que sobrevivirá.”-respondió el pequeño-“Seguro

que la muy cara dura está tirada en el sofá viendo la tele y comiendo chucherías.”

“Lo dudo mucho.”-Mary suspiró y se despidió de los traviesos.

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Capítulo 46

La jaqueca no dejaba de torturarla mientras recorría cautelosamente los pasillos

hacía su habitación, las sienes le palpitaban tan fuerte que sentía una necesidad urgente

de vomitar. Entrando en el baño del mismo pasillo que su dormitorio, Anna se plantó

delante de la taza del váter y esperó pacientemente a que se le pasase el mareo y las

nauseas, suplicándole al destino que la sombra no la encontrase.

Cuando había expulsado hasta el último contenido de su débil estómago, se mojó

la cara en lavabo, no atreviéndose a mirarse al espejo por miedo a que la sombra

estuviese detrás de ella.

Angustiada, se asomó al pasillo y, viendo que no había moros en la costa, avanzó

hasta su habitación.

La puerta de su dormitorio estaba entreabierta.

“¿Cómo que la has pedido?”- la niña estaba gritando enfurecida-“¿Y ahora que

pretendes que hagamos?”

Parándose en seco frente al umbral de la puerta entreabierta, Anna apoyó

suavemente la oreja, agudizando sus sentidos trastornados por la fiebre. Intentaba

descubrir con quien estaba hablando la niña del plato.

“Tendremos esperar a que regrese.”-respondió una voz fría e inhumana-“Antes o

después volverá.”

Anna no se podía creer lo que veían sus ojos por la rendija de la puerta. La voz

inhumana con la que la niña estaba conversando pertenecía a la sombra.

“Estoy soñando.”-se convenció- “Debo tener una fiebre altísima y estoy

delirando.”

Volvió a mirar por la abertura, la niña y la sombra seguían discutiendo.

“O eso o me estoy volviendo completamente loca.”-suspiró.

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Capítulo 47

“Cariño, hemos tenido suerte en nuestra vida.”-Penélope Spencerford afirmó

mientras le pegaba un mordisco a su bocadillo de huevo hervido, berro y mayonesa.

“¿Por qué en concreto?”-Su marido le sonrió, apartando unos listones de madera y

sentándose al lado de su esposa.

“Por esto.”-sonrió, señalando a las obras de arte en proceso de restauración-

“¿Cuánta gente conoces en el mundo que pueda decir, me estoy comiendo un bocata en

el una iglesia del siglo SXVII con el hombre de mi vida mientras mis hijos, a los que

adoro, están disfrutando como pocos pueden presumir de su niñez en pueblo idílico?”

“Bueno, no siempre hemos tenido tanta suerte.”-tras darle un abrazo, Alfred le

recordó-“y puede que no la volvamos a tener.”

“Puede ser,”-suspiró-“Pasaremos muchas penurias, Alfred, pero no cambiaría ni

nuestra vida ni nuestra familia por la de nadie.”

“En eso estoy de acuerdo, cariño.”-Le dio un achuchón cariñoso-“No seremos ni

los más ricos, ni los más cultos, ni los más sanos, pero nos tenemos unos a los otros y

eso es lo único que importa.”

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Capítulo 48

Después de escuchar la interminable y ridícula pelea entre la sombra y la niña,

Anna decidió que, de hecho, estaba soñando. Se armó de valor y se adentró en la

habitación. La niña y la sombra quedaron en silencio y la miraban sorprendidas de su

presencia.

“¿Se puede saber que está pasando aquí?”-Anna preguntó indignada.

La niña tardó unos segundos en reaccionar.

“Anna,”-dijo con una voz muy dulce-“Precisamente te estábamos buscando.”

“No has respondido a mi pregunta.”- insistió.

“Hemos descubierto un modo de sacarme del plato.”-sonrió contenta-“Pero

necesitamos tu ayuda.”

“Y eso, ¿Qué es?”- preguntó señalando a la sombra. No se iba a mover de ahí

hasta que alguien le diese una buena explicación de lo que estaba pasando.

“Anna, te presento a Aisla.”-dijo la niña con cortesía. La sombra no dijo nada.

“¿Esla? Y ¿Qué o quién se supone que es?”-Anna exigió saber con desconfianza a

la cosa que la había estado persiguiendo.

“Aisla es mi criada.”-le explicó la niña-“En vida era mi niñera, Rebeca, que murió

días antes que yo de la fiebre escarlata. La acompañé en su lecho de muerto y le

supliqué que no me dejase sola, así que desde entonces me acompaña.”

“¿Y por qué la llamas Esla y no Rebeca?”-Anna no sabía como podía preguntar

una cosa tan insignificante con la que se le venía encima, pero al fin y al cabo era sólo

un sueño ¿no?

“Mi abuela siempre llamaba a los difuntos que rondaban la tierra Aisla y,

técnicamente, ya no es Rebeca.”-Respondió impacientemente-“¿Nos vas a ayudar o

no?”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Mirando a Aisla con recelo, se pensó que hacer mientras agarraba el regalo de su

padre con fuerza.

“De acuerdo.”-contestó con desconfianza.

“Estupendo.”-La niña se alegró-“Vayamos a la habitación de los grabados, allí es

donde encontraremos la respuesta a este enigma.”

“¿Y eso dónde está?”

“Al final del pasillo escondido detrás de la trampilla de tu armario.”-explicó

señalando el ropero.

“Se debe referir a la capilla”-pensó Anna, recordando su pequeña expedición con

Mary y Jenny durante las vacaciones.

“¿Y cómo se supone que vas a venir, tu no puedes moverte de esta habitación?”

“¿Recuerdas lo que te expliqué sobre el plato?”-la niña cuestionó irritada.

“Dijiste que como estas atada al plato, si alguien lo movía probablemente tu iras a

donde lo llevasen.”-recordó la conversación que parecía haber tenido en sueños.

“Exacto.”-sonrió-“Coge el plato y llévame contigo.”

Sin cuestionar la orden, Anna descolgó el plato de porcelana de la pared. Pesaba

mucho más de lo que esperaba, como un grillete más que como una pieza de cerámica.

“Excelente.”-La niña murmuró-“Vamos.”

Sobre la mesilla de noche, Anna encontró que su madre había dejado uno de los

famosos hachones con una pequeña caja de cerillas para los apagones tan frecuentes en

la tormenta. Se metió la cajetilla en el bolsillo del pantalón vaquero y, dejando la vela

sobre la cama mientras abría la puerta del armario empotrado, Anna apartó su ropa y

busco una palanca de algún tipo en el fondo del armario. No le topó por sorpresa

encontrarse el mismo gravado que parecía estar presente por toda la casa. Palpando

cuidadosamente el muro con la mano izquierda, pues en la derecha llevaba el plato

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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firmemente sujeto, encontró el relieve del arco. Lo empujó y esperó a que la parte

inferior del muro se desplazase para introducirse en las tenebrosas entrañas del pasillo

secreto.

Recuperando la vela, empujó los objetos por la abertura y se adentró oscuro

pasillo. A tientas, consiguió encender la lamparilla, su luz se reflejaba con color

enfermizo sobre la niña y el espectro. Conociendo el camino en sentido inverso, Anna

no dudó en recorrer el pasadizo hasta las escaleras de caracol que conducían a la capilla

enterrada bajo la casa. Apenas podía ver los muros de la sala cuando llegó al último

peldaño de la escalinata. La débil luz que daba la vela brillaba como un rayo de

esperanza en medio de la opacidad del recinto. El suave destello de la pequeña llama se

reflejaba en el agua de la pila que se erguía en el centro de la estancia.

La niña se paró delante de Anna y, mirándola a los ojos fijamente, le pidió.

“Por favor, sumerge el plato en el agua.”

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Capítulo 49

“Ilarious, ¿Qué haces?”- una joven con tirabuzones preguntaba medio dormida

desde los pies de la escalera.

“Vete a la cama Rebeca.”-le ordenó mirando embobado la antorcha que tenía entre

las manos.

“Pero, ¿Qué piensa hacer con eso?”-Preguntó atemorizada, cuando vio que el

hombre empezaba a hacer trizas los bancos de madera de la capilla.

“¡Te he dicho que te marches Rebeca!”-gritó enfurecido, lanzando la antorcha al

montón de madera que prendió en cuestión de segundos

El hombre de los ojos azules se quedó mirando atentamente la lumbre de la

hoguera que acababa de encender, su respiración cada vez más fuerte a medida que la

sala se llenaba de humo.

“Lo que sospechaba.”-murmuró contemplando las llamas azules-“¿Rebeca?”-se

dio la vuelta. La joven huyó despavorida de la sala.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 50

El momento en el que el agua rozó el plato empezó a burbujear y a hacer espuma.

Cegada por una potente luz azul que parecía emanar de la pila misma, Anna soltó el

plato dentro del agua para poder cubrirse el rostro y proteger sus ojos del resplandor.

Cuando por fin se acostumbraron sus ojos a la repentina luminosidad, Anna se dio

cuenta de que los muros estaban cubiertos con paneles de oro grabados con escenas de

caza y feroces animales mitológicos. Los bordes de cada plancha tenían una cenefa de

plata con forma de viñas entrelazadas con serpientes doradas con ojos de zafiro. Entre la

decoración rococó se erguía, en el fondo de la estancia, una estatua tan alta como la

sala misma, de un bello hombre con el torso descubierto. Sus cabellos se posaban sobre

su frente cuadrada como rayos de sol y su barba dorada estaba trenzada en dos conos

puntiagudos. Le coronaba una guirnalda de hojas y flores silvestres que descansaba

sobre los tres pequeños cuernos que le brotaban de entre sus cabellos dorados. A su

lado se alzaban dos antorchas en forma de ninfas con otras serpientes doradas rodeando

sus cuerpos semidesnudos, sus bocas abiertas sobre las cabezas de piedra sujetaban

cada una un pozo de llamas.

Al analizar el rostro de tan bella escultura, Anna se dio cuenta de que la luz no

procedía, como sospechaba hasta entonces, de la pila sino que emergía de la boca del

gigantesco hombre de oro.

Al girarse para preguntarle a la niña que se suponía que tenía que hacer ahora, se

sorprendió al ver que la sombra había cambiado de forma. Ya no era el espectro negro

que tanto había atormentado a Anna, se había transformado en un ser sólido, casi

humano. Sin embargo, la mujer morena que acababa de aparecer ante ella tenía algo

sobrenatural. La belleza perfecta de la mujer vestida en una túnica de seda color azafrán

estaba rota por la mirada fría y calculadora de sus ojos azules.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

134

“¿Quién eres tú?”-Preguntó Anna, desconfiando de la sonrisa de la recién

aparecida.

“Anna, ¿No me reconoces?”-la dama respondió en una voz hipnótica.

Luchando contra su instinto de relajarse al oír tan melodiosa voz, Anna seguía

mirando desconfiada a la extraña.

“Te tengo que dar las gracias, jovencita.”- la doncella seguía sonriendo sin

perderle el ojo a Anna-“Sin ti no habría sido posible nada de esto. Pero me temo que te

voy a tener que pedir un último favor.”

Anna la observaba aprehensiva.

“¿Qué quieres de mi?”

“Vamos Anna, no me mires así.”-Rió-“No te pido un favor, te ofrezco un

privilegio.”- se acercó a la estatua flameante-“Mi maestro, el poderoso Baal, necesita

una nueva esposa. Y tú, Anna Spencerford, has sido elegida para reinar a su lado.”

“¿Por qué?”-Anna preguntó incrédula.

“Es una historia muy larga y en la que no merece la pena entrar en este

momento.”-rió-“Pero en resumen, estas destinada a ser la mujer más bella y poderosa

del universo. La humanidad te adorará como a una diosa y tendrás todo lo que desees,

todo el poder y las riquezas que puedas imaginar.”

“Y qué tengo que hacer?”-Anna preguntó tentada por la oferta.

“Algo muy simple, una tontería, solo tienes que dejar que te posea.”

“¿Qué? ¿Quién eres tu?”-Anna preguntó horrorizada con la idea de que esta

extraña mujer se acercara a ella.

“¿Qué quién soy yo?”-repitió ofendida-“Soy la Shalforen, reina de los siervos de

Baal, emperador de los mundos.”-se inclinó con respeto ante la estatua del fondo de la

sala- “Ahora dejémonos de formalismos y pasemos a lo importante.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

135

Sin poder terminar de creer lo que la Shalforen le había explicado, Anna se sentía

fuertemente tentada con su oferta.

“Lo siento. Pero no puedo hacerlo.”-Anunció, tras haber reflexionado seriamente

lo que sacrificaría para convertirse en esta horrible tirana para la humanidad que la

Shalforen le proponía.

“No digas tonterías.”-La Shalforen rió a carcajadas-“Todas las personas quieren

ser bellas y poderosas, amadas y temidas por cada ser que habita el universo.”

“Puede ser.”-Anna respondió con seguridad-“Pero yo quiero ser yo y nadie más.”

“¿Qué?”-contestó indignada-“¿Prefieres ser una niña fea e ignorante que no

llegará a nada importante en este mundo? No me hagas reír.”

Dolida por la afirmación de la Shalforen, Anna pensó en su familia y amigos y en

como sufrirían si se transformase en un ser tan abominable como la mujer que estaba

frente a ella.

“No me puedes obligar a hacerlo.”-Anna insistió convencida-“No te tengo

miedo.”

“Claro que tienes miedo, Anna Spencerford.”-Escupió la damisela, sus ojos llenos

de rabia-“Te he observado, te he perseguido, te he visto correr y esconderte de mí. Estas

muerta del miedo. Eres una cobarde y sabes que harás lo que te ordene.”

“¡No!”-Respondió con más valentía y determinación de la que realmente sentía.

“¡Si que lo harás!”-Chilló-“¡Aisla, atrápala!”

La niña del plato, que había estado escondida en un rincón de la sala todo este

tiempo, se abalanzó sobre ella pero Anna se tiró al suelo y rodó hasta la otra esquina

antes de que el extraño ser pudiese alcanzarla.

“Solo es una pesadilla.”-se repetía desesperada mientras corría en busca de una

salida-“Me voy a despertar en cualquier momento.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

136

Pellizcándose, gemía más de la impotencia de ver la realidad de la situación que

del dolor.

“Es un sueño, Anna despiértate.”-gimoteaba cuando la Shalforen la agarró del

pelo y, arrastrando a la niña, cruzó el templo hasta la pila del centro.

La boca de Baal no dejaba de escupir llamas azules. La luz se reflejaba en los

paneles dorados impidiendo a Anna ver con claridad mientras arañaba y pegaba patadas

sin éxito a la Shalforen que la tenía agarrada con fuerza de la melena.

“Despídete, Anna Spencerford.”-soltó una carcajada.

Desesperada, Anna buscaba cualquier cosa con la que golpear a la mujer, cuando

vio el plato sumergido bajo el agua de la pila. Sin pensárselo dos veces, sumergió la

mano en el agua helada y sacó el plato. Perdiendo un mechón de pelo en el brusco

movimiento, Anna se lo tiró con todas sus fuerzas a la Shalforen en la cabeza. Su

mísera puntería impidió que acertase a darle.

“¡Lees demasiados libros de aventuras!”-La bruja se mofó e inesperadamente

soltó un aullido de dolor.

Una lengua de fuego azul había brotado de la boca de Baal y, atrapando el plato

cuando este voló delante de la terrorífica estatua, lo arrastró a sus adentros donde la

pieza de porcelana se estaba consumiendo entre las llamas azules de sus entrañas.

“¡Morirás!”- La Shalforen gritó.

Liberándose, Anna se tiró al suelo y se cubrió los ojos al mismo tiempo que la

habitación comenzó a fundirse entre rayos y gritos de angustia.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

137

Capítulo 51

“¡Hola! ¿Hay alguien en casa?”-Berta preguntó entrando por la puerta de la

cocina.

Dejando su paraguas a un lado, sobre el suelo de piedra, cargó con las bolsas de

leche a la mesa. Tras quitarse su abrigo empapado, empezó a sacar los utensilios que

necesitaba para preparar las natillas.

“¿Dónde habrá metido esta mujer el medidor?”-murmuraba mientras buscaba en

los armarios recién organizados por la Sra. Spencerford.

Llamaron a la puerta de la cocina justo cuando estaba midiendo el azúcar.

“Vaya don de la oportunidad tiene siempre esta chica.”- Refunfuño recogiendo el

azúcar desparramado por la encimera- “¡Voy!”

“Hola Berta.”-Helen, la chica que se encargaba de la limpieza, entró en la cocina,

empapada de pies a cabeza.

“Ten cuidado mujer que mira cómo estas poniendo todo.”-La señora sacudió la

cabeza.

“Perdona.”-la chica rubia se secó los pies con la alfombra del gato y se acercó a

los quemadores-“¿Qué es?”-metió el dedo en la mezcla.

“Natillas. Estate quietecita y ponte a trabajar.”-Le riñó su superior.

“Aguafiestas.”-bostezó-“¿Un té antes de empezar?”

“¡Vaya con los jóvenes de hoy! Hacéis cualquier cosa menos trabajar.”-gruñó

Berta poniendo la tetera.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 52

Minutos más tarde, todo volvió a estar en el más absoluto silencio. Anna tardó en

atreverse a abrir los ojos pero, cuando lo consiguió, volvió a encontrarse en la negrura.

A tientas buscó la vela y las cerillas que había dejado al lado de la pila antes del

altercado y, encendiendo el hachón, se dio cuenta que a su alrededor estaba el plato

hecho añicos.

“La imagen a desaparecido.”-Murmuró con voz temblorosa a la par que

examinaba los trozos a la luz de la vela.

Comprobando que la pila estaba vacía, subió las escaleras de caracol que

conducían de vuelta a su dormitorio. Temblando sin poder parar, agarraba con fuerza el

talismán que su padre le había regalado.

Le pareció mentira cuando por fin gateo por la trampilla del fondo del ropero y

apartó su ropa a un lado.

“¿Anna?”-Berta preguntó extrañada al abrir la puerta del armario empotrado

sujetando una montaña de ropa limpia entre los brazos.

Sin poder reaccionar, Anna sintió como lo que le quedaba de fuerzas abandonaba

su cuerpo y cayó redonda al suelo de madera.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 53

Anna se levantó de golpe. La primera cosa que vio cuando abrió los ojos fue a

Berta, que estaba sentada doblando ropa al lado de su cama.

“¿Dónde estoy?”-preguntó Anna desconcertada.

“Anda, acuéstate que te va a dar algo malo.”- la señora la obligó a recostarse sobre

las almohadas de su cama.

“¿Qué ha pasado?”

“Pues eso querría saber yo.”-Sonrió el ama de llaves, metiendo una montaña de

ropa en el armario-“Cuéntame, ¿Qué ha ocurrido en el templo?”

Incrédula, Anna se quedó mirando fijamente a la mujer, hasta que esta terminó de

hacer sus labores y volvió a sentarse a su lado.

“¿Cómo sabes tú eso?”-susurró Anna desconcertada.

“Querida niña, mi familia lleva cuidando de esta casa desde hace más de veinte

generaciones.”-rió, dándole a la niña una taza de té-“Cuéntame lo que te ha pasado y

prometo responder a todas las preguntas que tengas cuando acabes.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 54

“¿Qué tal el colegio?”-el Sr. Spencerford les preguntó a sus hijos mientras se

montaban en el coche.

“Bien.”-Alex sonrió, buscando los caramelos que su padre siempre guardaba junto

al freno de mano.

“Hoy hemos hecho una redacción sobre las vacaciones de verano.”-Dick sonrió.

“¿Hacéis redacciones? ¿Ya? ¿A vuestra edad?”-Preguntó su madre maravillada.

“Mamá que somos niños mayores.”- respondieron ofendidos.

“¿Y qué habéis puesto?”-preguntó su madre intentando no reírse de la cara que

habían puesto sus hijos cuando hicieron semejante declaración.

“Pues yo me lo he inventado.”- explicó Alex.

“Y yo.”- Dick añadió.

Hubo unos minutos de silencio mientras dejaban la carretera principal y se metían

en el camino de cabras que conducía a la Mansión del Castaño Caduco.

“Papá.”-Preguntó Alex después de un rato-“¿Dónde vamos a estar en verano?”

Eludiendo la explicación y evitando expresar la incertidumbre que les aguardaba,

su padre simplemente sonrió.

“Pues en un sitio donde haya mucho sol.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

141

Capítulo 55

Sentada al lado de la cama imperial, Berta parecía muy impresionada con la

hazaña que Anna le había detallado.

“Tomaste a un león por un cordero.”-Sentenció cuando Anna terminó de relatar su

épica-“La verdad es que has sido muy valiente Anna.”- sorbiendo su taza de té frío

continuó-“Como te prometí, ahora me toca darte una explicación.”

Anna se puso cómoda mientras Berta empezó a narrar.

“Hace siglos, mi tatarabuelo, Ilarious Speldoh, vivía en esta casa. Era un hombre

trabajador, un mercader y en pocos años se hizo muy rico. Su primera mujer y el amor

de su vida, Jane, una dama noble y de gran talento, murió al dar a luz a su hijo Harold.

Fue ella la que pintó el retrato de la entrada.”-Berta miró por la ventana-“Se sentía solo,

por lo que volvió a casarse con una viuda de Bath diez años más joven que él. Josephine

ya tenía una hija, Rebeca. El matrimonio no fue feliz desde el primer día, la nueva Sra.

Speldoh era una persona antisocial y permanecía la mayor parte del tiempo en la casa

con su hija. Harold se marchó a trabajar a Londres poco más tarde e Ilarious se iba

convirtiendo paulatinamente en un extraño en su propia casa.” –Berta suspiró.

“En sus viajes, Ilarious fue investigando sobre los antecedentes de su excéntrica

esposa, horrorizándose de lo que fue descubriendo. Por cada lugar que la mujer había

ido pasando quedaban una serie de asesinatos no resueltos. Tenía tres condenas a muerte

de las que había escapado sin explicación aparente y la habían acusado de bruja en

varias ocasiones.

Después de mucho investigar, decidió volver a casa y descubrirla por lo que era,

una bruja asesina.

Sin embargo, cuando llegó a su hogar se llevó una gran sorpresa. Al entrar en la

cocina se encontró a Josephine ahorcada de una biga. Su carne había sido queda como la

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

142

un cerdo al lado del cuello con una marca diabólica. Atemorizado, fue en busca de

Rebeca, temiendo lo peor. Cuando fue su sorpresa al encortar a la joven en la capilla

vestida en una túnica de color azafrán y realizando un ritual oscuro. Atemorizado,

forcejó con ella y consiguió arrastrar a la bruja hasta su dormitorio, donde la encerró

para ir a buscar a las autoridades.”

“¿Esta habitación?”´-preguntó Anna atemorizada.

“Si”-continuó sin hacer caso a la interrupción-“Ilarious volvió a la casa con el

alcalde y el párroco del pueblo. Los tres hombres entraron en la habitación justo cuando

la hechicera estaba terminando el maleficio. Mirándoles a los ojos, se clavó un puñal y

su espíritu quedo atrapado en el plato.”-Cambió el tono intenso en el que estaba

relatando la historia-“y desde entonces la hemos custodiado, hasta que llegaste tú, Anna

Spencerford y nos has librado de ella para siempre.”-finalizó con admiración.

Anna se quedó en la cama unos minutos reflexionando sobre la explicación que

Berta le acababa de dar. Todo cuadraba o, al menos, la mayor parte.

“Jovencita, me encantaría quedarme contigo charlando todo el día pero tengo

trabajo que hacer”-Berta se levantó de su asiento-“Deberías descansar.”

“No quiero quedarme sola en la habitación”-Afirmó Anna saltando de brinco de su

cama-“Me voy al salón.”

Andando por el pasillo, las dos siguieron hablando sobre lo sucedido.

“Creo que le voy a pedir a mis padres cambiarme de dormitorio, me da mal yuyu

pensar que tengo que dormir allí.”-Anna dijo convencida.

“No seas tonta.”-Rió Berta bajando los escalones de madera-“Llevas meses

durmiendo con la niña ahí, ¿ahora que se ha marchado te va a entrar el miedo?”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

143

“También es verdad.”-razonó Anna, sentándose en el sofá frente a la chimenea y

tapándose con las mantas que había dejado antes del altercado le hizo a la ama de llaves

una última pregunta-“Berta, entonces, ¿No estoy loca, verdad?”

Muerta de la risa con la pregunta, Berta se marchó de la habitación y Anna

escuchó como pasaba la aspiradora en la sala contigua. Agotada, se echó a dormir.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

144

Capítulo 56

“Esta niña me tiene preocupada.”-La Sra. Spencerford le tocó la frente a su hija

dormida en el sofá del salón-“Tiene una fiebre de espanto.”

“Seguro que no es para tanto, Penny.”-suspiró su marido, sentándose sobre el

sillón de oreja-“¿Le has puesto el termómetro?”

“¡Alfred tiene casi 40ºC de fiebre!”-su mujer le respondió alterada, enseñándole el

termómetro que acababa de sonar.

Alfred lo cogió sin darle mayor importancia y, al ver la cifra que marcaba el

artilugio, se inquietó por la salud de su hija.

“Hay que llamar al doctor Elwood.”-se vació los bolsillos en busca de su teléfono-

“La niña va a convulsionar.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 57

“Claro que tienes miedo, Anna Spencerford.”-Escupió la damisela, sus ojos llenos

de rabia-“Te he observado, te he perseguido, te he visto correr y esconderte de mí. Estas

muerta del miedo. Eres una cobarde y sabes que harás lo que te ordene.”

La luz azul no le permitía ver nada, Anna se tiró al suelo desesperada y suplicaba

que acabase pronto.

“Despierta, Anna, despierta.”-se repetía mientras los muros de la capilla caían

formando un estruendo a su alrededor. Se pellizcaba los brazos hasta sangrar mientras

los muros dorados de la sala se derretían. Agarrando el talismán con fuerza, deseaba que

fuese lo más rápido e indoloro posible.

Anna se despertó de golpe. No veía nada en la oscuridad de la noche, pero sabía

que no estaba sola.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

146

Capítulo 58

El primero de mayo la familia bajó al completo en su viejo Ford Escort rojo a la

plaza del pueblo.

En el centro habían erguido un palo de madera enorme del cual colgaban cintas de

todos los colores y algunos de los pueblerinos estaban vestidos en la ropa blanca y

sombreros de paja tradicionales de la zona, bailaban alrededor del palo. Los danzantes

sujetaban una cinta de color cada uno y con los complicados movimientos que

realizaban, los trenzaron de arriba abajo del mástil

“Anna, ¿Cómo te encuentras?”- Mary la recibió en el Pub-“Siéntate, que ahora

viene el resto de la gente.”

Un poco aturdida, Anna se sentó al lado de su amiga.

“Todavía no estoy acostumbrada a estar fuera de casa.”-Confesó, jugando con los

salvamanteles.

“Bueno, es normal mujer, te has llevado casi una semana con fiebre”-Mary la

animó.

“¡Hola chicas!”-Jenny saludó, sentándose en frente de sus dos amigas-“¿Algo

nuevo bajo el sol?”

“Anna está viva.”-Mary sonrió, señalando lo obvio.

“¡Por fin!”-Su amiga le dio un abrazo-“Temíamos que te hubiese atrapado el

famoso fantasma de la familia Douglas.”

“¿De qué hablas?”-Anna preguntó, haciéndose la inocente.

“¡No me puedo creer que no lo sepas!”-Jenny respondió asombrada-“Vives en una

mansión embrujada, ¿No lo sabías?”

“¿Sí? Pues no tenía ni idea.”-Anna mintió, llamando a la camarera para que le

trajese algo decente de comer.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 59

Pasaron las semanas y las nubes huyeron despavoridas ante la amenaza del sol

veraniego. Los árboles empezaron a florecer y la naturaleza, que parecía haber muerto

con el frío de invierno y las incesantes aguas primavera.

La vida en el pueblo era apacible y todos disfrutaban la mayor parte del día del

buen tiempo, haciendo deporte o simplemente tirados en el césped del jardín. A finales

de Junio, no mucho antes de que acabase el colegio, los Spencerford habían terminado

las obras de restauración de la capilla.

“¿Profesor?”-El señor Spencerford estaba hablando por teléfono en su estudio-

“No le oigo bien…si… está terminada.”-daba vueltas por la habitación-“¿Viene?

¿Cuándo?”

“¿Quién era?”-su esposa entró en el estudio al escuchar que había terminado de

hablar.

“El profesor Douglas.”-Alfred se sentó sobre un taburete de madera-

“Aparentemente viene la semana que viene.”

Penélope se quedó pensativa.

“¿Qué vamos a hacer ahora Alfred?”-preguntó muy seria.

“El profesor no ha insinuado nada sobre marcharnos, pero es obvio que nos

tendremos que ir cuando se reinstale.”-se levantó de su asiento y dio vueltas por la

habitación.

“¿Tenemos otro encargo?”

“Es posible.”-se volvió a sentar-“Pero no es seguro aún, no me han confirmado

nada.”

“Sino siempre podemos volver al museo.”-Penélope suspiró-“Hablé con Caroline

hace poco y dice que podemos reincorporarnos cuando queramos.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

148

“Lo se.”-Alfred se volvió a levantar impaciente.

“¡Alfred deja de dar vueltas ya, que me estás mareado!”

“¿Por el amor de Dios, mujer, quieres dejar de agobiarme?”- se irritó.

“A mi no chilles Alfred Spencerford.”- replicó muy seria.

“Lo siento cariño.”- se disculpó abrazándola-“Siempre me pone nervioso esta

incertidumbre sobre nuestro futuro.”-suspiró-“Tal vez deberíamos dejarnos de tonterías

y volver al museo.”

“Alfred, no digas bobadas.”-su mujer rebatió-“Siempre salimos de todos nuestros

apuros, esta vez no tiene por que ser diferente.”-miró por la ventana, Dick y Alex

estaban intentando coger las manzanas del árbol que había en el jardín de detrás de la

casa.-“Esperemos a que acabe el colegio y ya veremos que hacemos.”

“Me parece lo más sensato.”-su marido corroboró- “Me va a dar mucha pena

cuando nos marchemos de esta casa.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 60

“Mamá, ¡Qué me haces daño!”-Dick se quejaba mientras su madre le volvía a

peinar por cuarta vez.

Guardándose el peine en el bolsillo, volvió a recolocar todas las tazas

perfectamente alineadas sobre la mesa de la cocina.

“¿Cuándo se supone que llega este hombre?”-Anna bostezó, recostada

cómodamente sobre la silla de madera.

“Siéntate bien Anna.”-su madre le dio una palmetada en la pierna-“¿Esas que

formas son de sentarse para una señorita?”

Colocándose de forma correcta, Anna empezó a jugar con su hermano pequeño a

la guerra de pulgares.

“¿Nos podemos ir ya?”-Alex suplicó por milésima vez.

“No, el profesor Douglas llegará de un momento a otro.”-sonó el timbre-

“Hablando del rey de Roma.”

Los niños se levantaron de la mesa y siguieron a su madre, que había abierto la

puerta de la entrada y estaba saludando a un hombre calvo con barbas canosas.

“Y estos deben ser Anna, Alex y Dick.”-el anciano sonrió con simpatía, dándole la

mano cortésmente a cada uno-“Sois famosos en el pueblo.”

“Solo por cosas buenas, espero.”-rió su madre.

“Por supuesto,”-el anciano aseguró.

“Profesor, ¿Es verdad que usted ha estado explorando el mundo?”-preguntó Dick

con curiosidad.

“Pues si, en este año he estado en los cinco continentes y congelándome con los

pingüinos, ¿No está nada mal, eh?”-Le guiño un ojo y dirigió la palabra a la Sra.

Spencerford- “La Sra. Maxwell manda sus más sinceras disculpas, pero días antes de

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

150

que llegasen tuvo que ir a quedarse con su hermana en Brighton. Al parecer la anciana

está demasiado mayor para atender sola los va y vienes de su tienda.”

“Es una pena no haberla conocido.”-lamentó y luego cayó en la cuenta que

seguían de pie en la entrada-“¿No quiere pasar y tomarse un té, profesor?”

“No, gracias, de verdad.”-el anciano no se movió del sitio-“Quisiera hablar con

usted y su marido de negocios, si fuese posible.”

“Alfred está en su estudio… ya sabe como es, profesional hasta la médula…”

Se escucho una frase mal sonante emergiendo del estudio. Penélope intentaba

justificarla con una mirada que suplicaba disculpas.

“¡Penélope!”-la voz sonó antes de que apareciera su dueño corriendo por el

pasillo-“¡No la han dado! ¡Nos han dado la maldita comisión!”

El hombre eufórico se paró en seco al ver a su familia y al visitante mirándole

como si estuviese loco.

“Alfred Spencerford, encantado de conocerle profesor.”-Le dio la mano,

controlando la embarazosa situación.

“Ya tenía yo ganas de conocerle.”-sonrió el profesor-“¿Qué clases de estropicios

ha hecho estos meses con mi casa?”

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Capítulo 61

Una vez más y como tantas otras veces, Anna hizo sus maletas y recogió sus

pertenencias, guardándolas sin sentido en las cajas de cantón que Berta le había traído

de los ultramarinos.

De pronto, escucho un estruendo que procedía de la entrada de la casa.

“Otra vez no…”-suspiró, poniéndose en lo peor.

Bajando las escaleras, Anna soltó una carcajada cuando vio que el estruendo lo

habían montado sus padres, quienes habían quedado enterrados bajo una montaña de

cajas de mudanza.

“¡Socorro!”

“¡Espera cariño, que te ayudo!”-su marido gritaba desde debajo del montón.

“¿Se supone que todo esto es sólo vuestro material de trabajo?”-Anna preguntó,

apartando cajas a un lado.

“Anna, ¿Eres tú?”-la voz de su madre sonaba de entre el montón-“Por favor,

sácanos a tu padre y a mí de aquí.”

“Digas lo que digas, la próxima vez contratamos a un equipo de mudanza, aunque

nos llevemos un mes sin comer.”- su madre sentenció, levantándose del suelo.

“Papá, ¿Me vas a decir donde nos mudamos?”-sus padres no habían dado ni una

sola pista desde la inauguración de la capilla.

“Sabes que eso es información privilegiada.”-bromeó-“Lo sabrás cuando

lleguemos al aeropuerto.”

“Entonces, ¿Vamos en avión?”-Anna intentó deducir que paraje les aguardaba.

“Anna deja de intentar sacarle información a tu padre.”-su madre le riño de

broma- “Lo sabrás cuando lleguemos y punto.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“Anda, échanos una mano, que los del camión están al llegar.”-su padre acercó

unas cajas a la puerta de entrada.

A la hora de cenar, la mayor parte de las pertenencias de los Spencerford ya no

estaban en la casa sino de camino a su misterioso nuevo hogar. Cenaron duelos y

quebrantos y, muertos de cansancio, se marcharon pronto a la cama.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 62

La última noche en su habitación, Anna se asomó al balcón y, respirando profundo

para poder grabar en su mente el olor veraniego del valle, se quedó disfrutando del

silencio de la noche. Reflexionando sobre el año que había vivido en la mansión

Castaño del Caduco, los amigos que había hecho, las cosas que habían vivido… nació

en ella un sentimiento contradictorio. Por un lado, echaría de menos su vida en Escocia,

sin embargo, no podía evitar el repeluco que le impulsaba a querer salir corriendo de ahí

lo más rápido posible.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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Capítulo 63

Anna se despertó de golpe, miró a su alrededor y se quedó tranquila. Ya no había

nada ni nadie con ella en el dormitorio. Se levantó de la cama y, tras recoger sus últimas

pertenencias, salió al pasillo y cerró la puerta de la habitación para siempre.

“Buenos días cariño”-su madre la saludo, tirándose debajo de los muebles para

asegurarse de que no se dejaban nada atrás-“¿Tienes todo?”

“Hola mamá.”-Saludó recogiendo los pequeños objetos que el brazo de su madre

le iba lanzando-“Esto es lo último, ¿Desayunamos?”

“Vamos a terminar aquí y bajamos al Pub, que no quiero tener que ensuciar la

cocina”-Le contestó con la cabeza debajo del sofá.

Metiéndose en las manos en los bolsillos, Anna se percató que había algo dentro.

“¿El mapa?”- miró con sorpresa el papel que acaba de encontrar.

Sin abrirlo, decidió dejar el plano doblado dentro del tomo que su padre le había

prestado hace tanto tiempo. Colocándolo el libro entre los innumerables volúmenes de

la biblioteca, Anna suspiró:

“Que miedo de casa… menos mal que nos vamos.” –de repente una figura

pequeña, rechoncha y peluda se le acercó-“Ginger, ¿Dónde te habías metido?”

Media hora más tarde, cuando estuvieron seguros de que habían vaciado sus

últimas pertenencias de la casa, los Spencerford salieron por última vez de la Mansión

del Castaño Caduco.

El Sr. Spencerford cerró las enormes puertas de castaño, que crujían y chirriaban

protestando por haber sido perturbadas. Los llamadores en forma de grifón retumbaron

al chocar las puertas.

Sin mirar atrás, la familia se montó en su tartana y bajó el camino de cabras hasta

el minúsculo pueblo.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“Vamos rapidito chicos, que no queremos que nos cojan todos los atascos”-su

padre les incitó, cerrando la puerta del coche de un portazo.

“¿No nos vamos a despedir de la gente papá?”-Dick preguntó apenado.

“Dick, tuvimos el almuerzo de despedida ayer.”-su madre le sonrió-“¿Cuántas

veces te vas a despedir de la gente?”

“Además, es día laborable, todos están trabajando o en el cole.”-su padre añadió

abriendo las puertas del viejo Pub.

“¡OS ECHAREMOS DE MENOS SUREÑOS!”-El grito les pillo a todos por

sorpresa.

Todos los habitantes de la pequeña localidad estaban estrujados dentro del Pub,

esperando a sus amigos con tartas y carteles.

“¿De verdad creíais que os íbamos a dejar marchar sin despedirnos?”-Pregunto el

alcalde con ironía.

Pasaron la mañana con todos sus amigos, comiendo delicias y relatando batallitas.

Después de tres amagos de partida, los Sres. Spencerford insistieron que debían

marcharse y, tras lágrimas, abrazos y promesas de estar en contacto, la familia sureña

dejó atrás el pequeño pueblo que tan bien les había acogido.

Empezó a llover en cuanto llegaron a la autovía. Anna miraba por la ventana, el

mero hecho de pensar la cantidad de kilómetros que les quedaban por recorrer le

cansaba. Los niños se habían echado a dormir y sus padres escuchaban la radio en

silencio.

“Tomaste un león por un cordero.”-una voz le repetía en su cabeza.

“¡Mira papá el castillo del Conde Drácula!”-Alex gritó con ilusión, pegándole un

susto a su hermana.

“¿Pero tú no estabas durmiendo?”-Anna pregunto sobresaltada.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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“Miradlo bien chicos, porque no vamos a ver ni castillos ni lluvia hasta dentro de

mucho tiempo…”-interrumpió su madre-“¡Nos vamos a la playa!”

“¿A dónde?”- Anna preguntó sorprendida mientras Alex despertaba a su hermano.

“Dick, despierta, ¡Nos mudamos a la playa!”

“¿No es un poco cutre?”-preguntó el pequeño entre bostezos-“¿No podemos

permitirnos vivir en una casa?”

“Anda deja a tu hermano dormir, Alexander, ¿No ves que el pobre sólo dice

tonterías cuando está medio dormido?”-su padre sonrió.

“Bueno, ¿Y a dónde vamos?”-Anna quería saber.

“Es una sorpresa.”-su madre insistió-“Cuando lleguemos al aeropuerto lo sabréis.”

“¿Salimos del país?”-Alex preguntó con ilusión.

“Puede ser, pero no preguntéis más porque no os lo pensamos decir.”-Su padre rió.

“Eso cariño, no estropeemos la sorpresa.”-Penny sacó el mapa de la guantera-

“Además, estoy segura de que vuestros primos estarán tan sorprendidos de veros como

vosotros.”

Encantados con la revelación, no dejaron de hablar de su nuevo destino durante el

largo viaje por el bellísimo paisaje británico.

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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EPÍLOGO:

Un rayo de luz azul emanaba de la boca de la horripilante estatua de oro,

iluminando el claro oscuro del bosque. Unas damiselas vestidas en túnicas de color

azafrán tocaban flautas y tambores en el borde del claro. La melodía monótona y ritual

era acompañada por los cantos litúrgicos del resto de las participantes del rito, que

rodeaban en semicírculo la estatua dorada.

La sacerdotisa estaba en el centro, a los pies de la estatua. La mujer enmascarada

se movía en espasmos, sumida en un trance. Se levantó temblando y, con la ayuda de

dos fieles, se situó delante de una pila que se erguía a pocos metros de ella.

“Traedlo.”-ordenó con una voz débil pero muy firme.

Una de las jóvenes desapareció del corro y marchó entre los árboles, mientras que

sus compañeras seguían el canto hipnótico.

Reapareció la joven de entre los árboles con un objeto pequeño envuelto en una

tela blanca de seda. Sin decir una palabra, le dio el objeto a la sacerdotisa, inclinándose

solemnemente ante ella.

Desenvolviendo el objeto, lo guardó unos minutos en sus manos susurrando a toda

prisa en una lengua desconocida. Llamó al silencio a las fieles con un gesto brusco y,

acercándose a la pila, lo sumergió gritando un espeluznante maleficio. La luz azul

inundó todo el bosque y la sacerdotisa empezó a chillar de dolor. Ninguna de las

concubinas reaccionó al desplomarse la mujer enmascarada al suelo. La luz azul

desapareció al mismo tiempo que la dama enmascarada soltó su último aliento.

Sumidas en la oscuridad, las damiselas encendieron las antorchas y empezaron a

cantar en voz monótona:

“S-H-A-L-F-O-R-E-N…S-H-A-L-F-O-R-E-N.”

La profecía de la Shalforen: La niña del plato

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El cuerpo sin vida recostado en el centro del claro se puso en pie, sus ojos

desprendían una luz azul tétrica. El canto se acalló y las fieles observaban atentamente

al cadáver iluminado. El ser sin vida abrió mecánicamente la boca y, con una voz fría e

inhumana, empezó a susurrar una escalofriante profecía.

***

Anna se despertó de golpe. Apenas habían recorrido doscientos kilómetros y ya

estaban en un atasco interminable. Sentados en el asiento de detrás, sus hermanos

estaban jugando a las cartas mientras sus padres cantaban canciones antiguas que

estaban sonando en la radio.

Agarrando su amuleto con fuerza, Anna se acomodó en el sillón del coche y

volvió a echarse a dormir. Durante menos de un segundo, brilló con una pálida luz azul.

El Ford Escort rojo bajaba en medio de la lluvia, perdido entre los millones de

coches del atasco, llevando a los Spencerford a su nuevo hogar.