La Química Agrícola y el estudio de los suelos ... · Cada contendiente intentaba imponer su...

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Quipu, Revista Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología, vol. 15, núm. 1, enero-abril de 2013, pp. 27-45. La Química Agrícola y el estudio de los suelos cultivables en México en el siglo XIX * Estudiante de doctorado en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México. ** Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México. [ 27 ] Summary During the 19th Century, the agricultural education was promoted in Mexico as part of the construction of the national State. This educational project, which aim was to introduce the modern technology in the agriculture enabled the institutionalization of agricultural emergent sciences. The article discusses the local conditions of the first Agricultural Chemistry courses that were given at the National School of Agriculture. It also reviews the adaptation of an imported model for agricultural education in a geographical and cultural diverse context, which admitted the teaching of new sciences in the country. Introducción L a Independencia de México en 1821 fue el rompimiento con el régimen colonial impuesto por la Corona española, situación que obligó a la definición de proyectos para el futuro del naciente país. En este escenario de construcción de la nación, los intelectuales se dieron a la tarea de imaginar los rumbos económicos que se debían tomar y los caminos para hacerlo, de ahí que se pensara en una nueva agricultura, cimentada en el uso de la ciencia. El establecimiento de la Escuela Nacional de Agricultura (ENA) a mediados del siglo representó una de las estrategias políticas para ejecutar la modernización del campo, puesto que fue considerada como el lugar para la formación profesional GUADALUPE URBÁN MARTÍNEZ* JUAN JOSÉ SALDAÑA** http://www.revistaquipu.com

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Quipu, Revista Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología,vol. 15, núm. 1, enero-abril de 2013, pp. 27-45.

La Química Agrícola y el estudio de los suelos cultivables

en México en el siglo XIX

* Estudiante de doctorado en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.

** Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.

[ 27 ]

Summary

During the 19th Century, the agricultural education was promoted in Mexico as part of the construction of the national State. This educational project, which aim was to introduce the modern technology in the agriculture enabled the institutionalization of agricultural emergent sciences. The article discusses the local conditions of the first Agricultural Chemistry courses that were given at the National School of Agriculture. It also reviews the adaptation of an imported model for agricultural education in a geographical and cultural diverse context, which admitted the teaching of new sciences in the country.

Introducción

La Independencia de México en 1821 fue el rompimiento con el régimen colonial impuesto por la Corona española, situación que obligó a la

definición de proyectos para el futuro del naciente país. En este escenario de construcción de la nación, los intelectuales se dieron a la tarea de imaginar los rumbos económicos que se debían tomar y los caminos para hacerlo, de ahí que se pensara en una nueva agricultura, cimentada en el uso de la ciencia. El establecimiento de la Escuela Nacional de Agricultura (ena) a mediados del siglo representó una de las estrategias políticas para ejecutar la modernización del campo, puesto que fue considerada como el lugar para la formación profesional

GUADALUPE URBÁN MARTÍNEZ*JUAN JOSÉ SALDAÑA**

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de los sujetos que llevarían la ciencia a los terrenos de la producción agrícola. Fue en las aulas de esta institución donde se abrieron espacios para la enseñanza de disciplinas científicas emergentes vinculadas a la innovación tecnológica, como fue la Química Agrícola.

En este trabajo se analizará la enseñanza de esta disciplina en el México independiente, tomando en cuenta el proceso de institucionalización y la relación entre ciencia y poder, para mostrar la adaptación de un modelo de educación tecnológica importado al contexto geográfico y cultural del país importador.

La temporalidad que se abarca en este artículo cubre el periodo decimonónico hasta el advenimiento del gobierno de Porfirio Díaz, en el último tercio del mismo siglo; dedicándonos a los primeros años de funcionamiento de la ena para examinar cómo la Química Agrícola ocupó un lugar primordial en la formación de los proto-agrónomos, ya que el título de Agronomía y la carrera de Ingeniero agrónomo se establecieron en el Porfiriato.

Las fuentes primarias que sirvieron de consulta para este trabajo fueron, en primer lugar, los documentos del archivo de la propia ena que se encuentran resguardados en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia “Dr. Eusebio Dávalos Hurtado” (bnah), y que ofrecen información sobre los cursos que se impartían. Asimismo, se recuperó documentación en el Archivo General de la Nación (agn), en el ramo de Justicia e Instrucción Pública, que sirvió para seguir los planes de creación de la institución. Por último, y a pesar de su escasez, se revisaron publicaciones agrícolas aparecidas entre 1850 y 1880, que hacen referencia a los primeros intentos por divulgar la Química Agrícola.

El establecimiento de la Escuela Nacional de Agricultura

La agricultura del México independiente mantuvo las unidades de producción formadas bajo el dominio español (haciendas, ranchos y comunidades

campesinas) que servían para satisfacer redes comerciales regionales. Las técnicas agrícolas fueron otra herencia colonial, ya que prevaleció el empleo de implementos, máquinas, sistemas de riego y cultivo rudimentarios, al mismo tiempo que se conservó el sistema de peonaje en el rubro de las relaciones laborales. A estas condiciones se sumó la falta de instituciones crediticias que estimularan la introducción de nuevos implementos y facilitaran la circulación monetaria.

Este panorama de atraso contrasta con el paisaje que imperaba en algunos países desde el siglo XVIII, encabezados por la Gran Bretaña, en los que se vivía la Revolución agrícola, caracterizada por la incorporación de maquinaria en los procesos de siembra y cosecha. El incremento de la producción como consecuencia de la mecanización provocó la movilización de la mano de obra asalariada, e incidió en el desarrollo de otras industrias proveedoras de insumos para la fabricación de maquinaria, como fue la siderúrgica. Este cambio tecnológico, replicado en otros países industrializados (por ejemplo, Francia

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y los Estados Unidos) provocó la creación de sociedades, clases y escuelas de agricultura que debían servir para la circulación del conocimiento tecnológico. El proceso de profesionalización de la enseñanza agrícola corresponde con lo que Jean Jacques Salomon calificó como el tránsito de la “paleotecnología” a la tecnología, en el que aparecieron nuevos actores, los ingenieros, cuyo entrenamiento científico y el conocimiento de las aplicaciones industriales los facultó para actuar en la producción a gran escala.1

En materia de agricultura, aquellos países industrializados se convirtieron en el modelo que los intelectuales mexicanos intentaban imitar. Sin embargo, la planeación de una agricultura moderna se vio entorpecida por la inestabilidad política que experimentó el país durante su primer medio siglo de independencia como consecuencia de la disputa por el poder que sostuvieron liberales y conservadores. Cada contendiente intentaba imponer su modelo de régimen político (federalismo y centralismo respectivamente), pero también tenían visiones distintas sobre el futuro económico del país, lo que influyó en sus proyectos científicos y de enseñanza técnica.

Los liberales abanderaron el librecambio y una economía exportadora, asignando al Estado la promoción de una ciencia pública sostenida con fondos del erario, y el establecimiento de escuelas técnicas para la promoción de actividades económicas estratégicas, como la agricultura y la industria.2 En cambio, los conservadores sostuvieron una política proteccionista para beneficiar la industria local, al mismo tiempo que favorecieron el control de las corporaciones civiles y religiosas en materia política. En lo que se refiere a la actividad científica y la enseñanza técnica, su visión sostuvo una política gremial para organizar a los actores económicos, principalmente a los industriales, para que asumieran la responsabilidad de la educación.3

En materia de agricultura, ambas facciones coincidían en que se debían transformar las técnicas de producción, pero cada una sugería fines distintos. Para los liberales, el campo debía proporcionar materias primas a la industria extranjera, es decir, se enfocaba hacia la exportación. Por su parte, el ala conservadora insistió en defender una agricultura proveedora de materias para la incipiente industria local.

No obstante sus diferencias sobre el destino de los productos agrícolas, los dos grupos compartían la idea de establecer cátedras y escuelas para generar

1. Jean-Jacques Salomon, “What is technology? The issue of its origins and definitions”, History and Technology, vol. 1, 1984, pp. 113-156, pp. 142-143.

2. En el discurso liberal se enfatizó que la ciencia era un asunto de utilidad pública porque convenía a los intereses de la sociedad en general para el conocimiento y desarrollo de la nación y, por lo tanto, no podía quedar bajo el monopolio de ningún grupo económico.

3. Juan José Saldaña, “La ciencia y la política en México (1850-1911)”, Ruy Pérez Tamayo [coord.], Historia de la ciencia en México, México, Fondo de Cultura Económica/Conaculta, 2009 (Biblioteca Mexicana, Serie Historia y Antropología), p. 142.

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el cambio tecnológico en la agricultura. A pesar de ello, el debate sobre una enseñanza pública o privada no fue ajeno a la historia de la escuela de agricultura.

En octubre de 1833, bajo el gobierno liberal de Valentín Gómez Farías, se decretó la creación de una cátedra de Agricultura práctica en el hospicio y huerta de Santo Tomás.4 Esta propuesta se incluyó dentro del plan de reforma de los estudios superiores, con lo que se pretendió formalizar los estudios agrícolas con un edificio propio asignado por el gobierno, reconociendo que tenían un carácter distinto al aprendizaje artesanal. Asimismo, en este ideario liberal, la cátedra de agricultura quedó comprendida dentro de los asuntos de interés público, y por ello contaría con el respaldo jurídico y económico del Estado.5

Este proyecto no logró materializarse debido a que los conservadores tomaron el poder, y con ello impusieron su proyecto de enseñanza agrícola. En 1841, Lucas Alamán, connotado conservador y que entonces presidía la Junta de Fomento de la Industria, llamó a los agricultores para que se encargaran de la enseñanza del ramo y sugirió la formación de juntas aplicadas a las artes sostenidas con fondos provenientes de la industria, que protegieran la enseñanza y promovieran la creación de escuelas de agricultura, artes y oficios.6

La invitación no surtió el efecto esperado porque no se tienen noticias de la formación de alguna escuela particular de agricultura. En 1842, Alamán quedó a cargo de la Dirección General de Industria, que decretó el 2 de octubre del año siguiente la fundación de una escuela de agricultura que sirviera para introducir y procurar el adelanto de “los buenos métodos de cultivo, el uso de todos los instrumentos aratorios en su mayor perfeccion [sic], el cultivo de todas las plan-tas útiles, y la mejora de las diversas razas de animales”.7

Para este momento, se vislumbran acuerdos políticos entre liberales y conservadores sobre la existencia de una escuela de agricultura. Un signo de ello fue que, en cumplimiento del decreto anterior, en 1845 se nombró como

4. “Erección de establecimientos de instrucción pública en el Distrito Federal y prevenciones relativas”, Valentín Gómez Farías. Informes y disposiciones legislativas, selección de textos y estudio introductorio de Enrique Álvarez del Castillo, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1981, p. 149.

5. Sobre la viabilidad de las instituciones científicas públicas durante el siglo XIX, vid. Juan José Saldaña, “De lo privado a lo público en la ciencia: la primera institucionalización de la ciencia en México”, Juan José Saldaña [coord.], La Casa de Salomón en México. Estudios sobre la institucionalización de la docencia y la investigación científicas, México, Facultad de Filosofía y Letras-UNAM, 2005, pp. 34-82.

6. “Circular de Lucas Alamán como presidente de la Junta de Fomento de la Industria, llamando a la formación de juntas en el país, México, 5 de mayo de 1841”, Lucas Alamán Papers/Archivo de Lucas Alamán, 1598-1853, Austin, Benson Latin American Collection-University of Texas/Secretaría de Relaciones Exteriores de México, 2002, documento 231 [libro en disco compacto].

7. “Decreto de 2 de octubre de 1843 que establece dos escuelas, una de agricultura y otra de artes”, El observador judicial y de legislación, México, Imp. de Vicente García Torres, 1843, p. 323.

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director del colegio a Melchor Ocampo, destacado liberal y promotor de la Ley del Registro Civil, que también contaba con prestigio como estudioso de la Física, la Química y las ciencias naturales.8 La escuela tampoco abrió en esta ocasión, probablemente debido a la invasión norteamericana que afectó al país hasta principios de 1848.

El grupo ausente en estos intentos fue el de los científicos, cuya organización aún era precaria como para poder encabezar la constitución de la escuela de agricultura. Esta situación cambió cuando Joaquín Velázquez de León, al frente de la Junta General de Estudios, convocó a científicos como Leopoldo Río de la Loza (químico), Benigno Bustamante (naturalista) y Miguel Velázquez de León (profesor de metalurgia), quienes habían destacado como profesores en las escuelas de medicina y minería. El motivo fue la apertura de clases de agricultura en el Colegio de San Gregorio, en 1850, proyecto al que fueron invitados para formar el programa de estudios e impartir clases.9 La Junta del Colegio justificó la creación de estas clases bajo el siguiente argumento: “Como la mas importante de estas materias que deben someterse al estudio, por su inmediata relación con la prosperidad pública, ha sido considerada por la Junta, la agricultura, que hasta hoy ha caminado entre nosotros sin guía ni dirección científica, siendo uno de lo primeros elementos con que la República cuenta para su futuro bienestar”.10

Las clases de agricultura se impartieron en San Gregorio hasta que un gobierno de corte liberal, a cargo de Antonio López de Santa Anna, creó el Ministerio de Fomento, Industria y Comercio, siendo una de sus primeras encomiendas la creación del Colegio Nacional de Agricultura con una escuela de veterinaria agregada, por decreto del 17 de agosto de 1853. Para su manutención dispuso del patrimonio del Colegio de San Gregorio y del Hospital de Naturales, y de otros recursos entre los cuales estaban los impuestos a todos los frutos y efectos extranjeros que se introdujeran en la capital.11 El 4 de enero de 1856, se expidió el reglamento para la enseñanza agrícola, y en adelante la institución tomaría el nombre de Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria.

8. “Lucas Alamán a Melchor Ocampo nombrándolo director de la escuela de agricultura”, Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH), Fondo Manuscritos, 16 de mayo de 1845, Leg. 50-A-13-2. Melchor Ocampo (1813-1861) fue propietario de la Hacienda de Pateo, situada en el estado de Michoacán, en la que destinó su tiempo a la dirección de las tareas agrícolas y a la lectura científica antes de viajar a Europa en 1840. A su regreso, se dedicó a la vida política aunque continuó su afición por la ciencia.

9. “Circular avisando a los Estados y Territorios que en el Colegio de San Gregorio van á abrirse cátedras para enseñar la carrera agrícola”, Archivo General de la Nación (AGN), Fondo Justicia e Instrucción Pública (JIP), 17 de abril de 1850, vol. 3, exp. 19, f. 107.

10. “Colegio de San Gregorio: la Junta Directiva sobre haber acordado el establecimiento de cátedras de Agricultura”, AGN, JIP, 1850, vol. 3, exp. 22, f. 163.

11. Mílada Bazant, “La enseñanza agrícola en México: prioridad gubernamental e indiferencia social (1853-1910)”, Historia mexicana, vol. 32, núm. 3, enero-marzo de 1983, pp. 349-388, p. 351.

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A partir de este momento, el Estado liberal se responsabilizó de la educación agrícola, reconociendo su utilidad pública. Al mismo tiempo, confirió espacios para la institucionalización de disciplinas dirigidas al conocimiento y explotación industrial del campo, entre las que destacó la Química Agrícola.

Las clases de Química y Agricultura

A partir del concepto de Tecnología como ciencia de la producción, es factible comprender que la ena tuvo un cometido tecnológico que era el de enseñar

a hacer producir al campo de manera científica. La enseñanza de la Química Agrícola se integró a los planes de estudio porque formaba parte del paradigma tecnológico de la Revolución agrícola, compuesto por la maquinaria, los sistemas de irrigación, la administración del trabajo, la selección y perfeccionamiento de especies animales y vegetales, el empleo de insecticidas y funguicidas, y el mejoramiento de los suelos.12 En el caso de la Química Agrícola que se enseñó en el México decimonónico, la atención se centró en el conocimiento de los suelos para optimizar la fertilización y en torno a ello se planearon los cursos escolares.

Los descubrimientos del alemán Justus von Liebig (1803-1873) en el área de la Química Orgánica, especialmente los que se refieren a la nutrición vegetal y que fueron publicados bajo el título La Química aplicada a la agricultura (1840), impulsaron el desarrollo de los fertilizantes artificiales en Europa, cuyos efectos se percibieron en el incremento de la productividad agrícola, lo que se convirtió en una imagen exitosa que se quiso imitar en México. Esta convicción sobre los beneficios de la Química se hizo presente en los medios impresos de la época, como lo muestra la siguiente cita:

Es preciso confesar que á los descubrimientos de la química se deben en gran parte los rápidos progresos que ha tenido el arte de cultivar la tierra. Por medio de los conocimientos químicos se saben las sustancias de que se componen los diferentes abonos, vemos desembarazados sus elementos y demostrados sus principios: en una palabra, la química ha patentizado la importancia de los diversos abonos, y ha decidido sobre sus ventajas en la vegetación.13

Con estas ideas en mente se comprende que la enseñanza de la Química Agrícola se enfocara en el estudio de los abonos, y esto fue lo que se enseñó en la ena.

12. La aplicación de métodos de cultivo y el uso de instrumentos agrícolas novedosos implicó el desarrollo de otros aspectos del paradigma tecnológico, como fueron las escuelas, los libros y las teorías científicas.

13. “De los abonos ó beneficio artificiales”, Semanario de Agricultura y de las Artes que tienen relación con ella, tomo I, México, Imprenta de Juan R. Navarro, 1850, p. 65.

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Entre los alumnos del científico alemán estuvo José Vicente Ortigosa y de los Ríos, oriundo del actual estado de Nayarit, un oficial de la Escuela de Artillería que fue comisionado y apoyado con una beca para realizar estudios de química en Europa, en 1839. Ortigosa colaboró con estudios de análisis cualitativo de productos orgánicos y, bajo la dirección de su profesor, realizó el trabajo “Procedimiento de análisis cuantitativo de compuestos orgánicos conocidos de la nicotina y la cocaína”, que se publicó en alemán en los Annalen der Chemie und Pharmacie.14

En 1842, Ortigosa regresó a México, pero no se tiene detectada su par-ticipación como vocero de Liebig en el país, ni se sabe que haya intervenido en la elaboración de algún plan de enseñanza agrícola. Tampoco hay rastro de que algún otro científico, como el químico Leopoldo Río de la Loza que fue miembro de la Junta Directiva General de Estudios en 1843, contribuyera a la diseminación de los estudios de Liebig. Sin embargo, en el proyecto para instalar una escuela de agricultura de ese año quedó señalada la apertura de una clase experimental dedicada al estudio y análisis de los terrenos (formación, composición y descomposición) que incluía la teoría de las mejoras y de los abonos artificiales: “con la aplicación de los medios artificiales y la producción o formación, por medio de ellos, de las sales de potasa”.15 Desde entonces, la Química siempre ocupó un lugar relevante en la enseñanza agrícola.

Lo primero que se observa al revisar los planes de estudio de la ena del siglo XIX es su falta de continuidad. Entre 1853 y 1868 (año de publicación del último plan previo al Porfiriato), hubo cinco planes, entre los que se incluyen los del Proyecto de la Escuela Imperial de Agricultura y Veterinaria (1864).16 Esto significa que en menos de veinte años se experimentaron diversas propuestas tratando de encontrar la mejor organización de las materias de acuerdo a un programa científico y a las condiciones locales. Los mismos profesores, como el ya mencionado Río de la Loza, hablaron de la “aclimatación” del programa de estudios de la escuela francesa de Grignon, que es el que se había tratado de implantar:

14. Humberto Estrada Ocampo,“Vicente Ortigosa: el primer mexicano doctorado en Química Orgánica en Europa”, Quipu, Revista Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología, vol. 1, núm. 3, septiembre-diciembre de 1984, pp. 401-405; y Federico de la Torre, “Ciencia, industrialización y utopía social: notas sobre Vicente Ortigosa de los Ríos, 1817-1877”, Letras históricas, núm. 5, otoño 2011-invierno 2012, pp. 53-79.

15. “Decreto de 2 de octubre de 1843...”, pp. 323-325.16. De 1864 a 1867 se estableció en México un imperio apoyado por el ejército francés y los

conservadores mexicanos, que estuvo a cargo del príncipe austriaco Maximiliano de Habsburgo, quien mostró interés por el desarrollo de las ciencias en el país, y como producto de ese interés se le encargó a Leopoldo Río de la Loza que hiciera una evaluación de la enseñanza agrícola para reformarla. Después del fusilamiento del emperador, en junio de 1867, los liberales, encabezados por Benito Juárez, restablecieron su gobierno en la ciudad de México.

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se convendrá en que no es conveniente adoptar sin examen, en el orden agronómico, todos los métodos, instituciones y usos de otros países... Pretender trasplantar á México la enseñanza europea tal como allí se da, equivale á retroceder: las ciencias necesitan aclimatarse y la enseñanza relacionarse con las costumbres, con la constitución individual y con las capacidades relativas: sin esto no hay que aguardar buenos frutos.17

La principal falla al aplicar el modelo francés en México consistía, a juicio del autor de la cita, en que aquí no se habían realizado estudios –como ya había ocurrido en Francia– sobre los terrenos, cultivos locales, aguas, climas, necesidades industriales y condiciones de trabajo. En resumen, antes se tenía que hacer investigación para que el modelo pudiera ser evaluado sobre su pertinencia en una situación local.

Las críticas se suscitaron desde el primer plan de 1853, que contemplaba la carrera de Agricultor teórico-práctico en siete años. De acuerdo a su organización, el alumno debía adquirir conocimientos de Matemáticas, Dibujo, Idiomas, Mecánica, Física, Botánica, Zoología, Química y Geología. A este plan se le criticó que hacía una carrera larga y con muchas materias, aunque sus defensores, como Río de la Loza, argumentaron que éstas eran útiles para la industria agrícola y otros ramos. De hecho, este profesor, que fuera también el segundo director de la escuela, sugirió que se conservara el programa hasta tener resultados y dar a conocer la carrera en la República.18

No obstante, en 1856 ocurrieron los primeros cambios al dividirse los estudios en tres niveles: 1) común, para formar Mayordomos inteligentes; 2) superior, para preparar Administradores instruidos de fincas rústicas; y 3) profesional, para titularse como Profesor de agricultura. Más tarde, en 1861 se formó un nuevo plan de la carrera que ahora llevaría el nombre de Agricultor-topógrafo, mismo que desapareció en el proyecto imperial que dio cabida, nuevamente, a las carreras de Agricultor teórico-práctico y de Profesor de agricultura. Finalmente, en el proyecto de 1868, elaborado luego del triunfo de los liberales sobre el Imperio, sólo se conservó una carrera denominada Agricultor. El sólo nombre de las carreras denota que sólo se pensaba formar un agricultor capacitado científicamente, pero aún no se reconocía el campo del conocimiento de la Agronomía como una ciencia de la producción agrícola, lo cual ocurrió hasta 1879, cuando se instituyó la profesión de Agrónomo.

Pese a la inestabilidad en los planes de estudio, la enseñanza de la Química y su experimentación en las labores de cultivo siempre estuvo presente a través de dos cátedras: la de Química y la de Agricultura.

17. Leopoldo Río de la Loza, “La Agricultura y la Veterinaria en la nación mexicana (5 de mayo de 1864)”, Juan Manuel Noriega [comp.], Escritos de Leopoldo Río de la Loza, México, Imp. de Ignacio Escalante, 1911, pp. 297-298.

18. Ibid., p. 304.

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En 1853, en el cuarto año de la carrera de Agricultor teórico-práctico estaba la materia “Elementos de química general y aplicada a la agricultura”, para estudiarse diariamente, complementada con un curso de “Manipulaciones químicas”.19 En 1856, sólo se comprendió su estudio para los alumnos de las carreras de Administrador instruido y Profesor de agricultura, quienes aprenderían “Nociones generales de química, estudio de los cuerpos simples y compuestos de aplicación agrícola, de los abonos, de las aguas y el análisis de las tierras de labor”.20

La clase de Química adoleció del mismo mal que toda la ena: el bajo número de alumnos inscritos, que apenas llegaba a los seis en 1856. Además, comenzó a ser impartida con las más indispensables condiciones porque no estaba concluida la instalación del laboratorio, ni se contaba con instrumentos, sustancias y aparatos, por lo cual el profesor titular, Río de la Loza, solicitó al ministro de Fomento que autorizara fondos para que se concluyeran estas labores.21 Finalmente, en el mismo año de 1856 se encargaron a Francia los primeros artículos y sustancias para la experimentación, que tendrían un costo de 1400 pesos, según el precio de catálogo.22 En estos años la enseñanza de la Química se vio supeditada a las posibilidades de importación de materiales, pues en México no existían fabricantes de instrumentos para laboratorio. El desabasto prevaleció varios años, pues todavía en 1861 el mismo profesor hizo hincapié en que enseñaba en un laboratorio inconcluso y mal provisto de sustancias y aparatos.

El programa de la clase pretendía incluir el conocimiento de los abonos, aguas y análisis de los terrenos, pero por las listas de calificaciones, que incluyen un breve resumen de las materias revisadas, se observa que el alumno se ocupaba en conocer los reactivos, el uso de aparatos del laboratorio y el estudio de los metales.23

Al final se evaluaba su capacidad para realizar las manipulaciones químicas que había aprendido durante más de la mitad del año escolar. En palabras del catedrático encargado, se esperaba que el alumno desarrollara habilidades para aplicar los conocimientos científicos: “[elige] la tierra, la analiza, y conocidas

19. “Decreto sobre el establecimiento del Colegio Nacional de Agricultura”, AGN, JIP, 17 de agosto de 1853, vol. 3, exp. 52, f. 483.

20. “Programa de estudios de la Escuela Nacional de Agricultura”, BNAH, Fondo Escuela Nacional de Agricultura (ENA), 1856, vol. 284, f. 317.

21. “Informe de Leopoldo Río de la Loza al asumir la dirección de la Escuela Nacional de Agricultura”, BNAH, ENA, 22 de enero de 1856, vol. 273, f. 54-59.

22. Además de material para la clase de Química, se pidió para las de Geografía, Agrimensura, Botánica y Zoología, y libros para la biblioteca. “Carta de Leopoldo Río de la Loza sobre factura de instrumentos de Europa”, BNAH, ENA, 28 de enero de 1856, vol. 273, f. 90.

23. “Lista de asistencias de la clase de química”, BNAH, ENA, mayo de 1856, vol. 273, f. 471; y “Clase de química”, BNAH, ENA, junio de 1856, vol. 273, f. 312.

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las partes de que se compone agrega las sustancias que le faltan, neutraliza ó quita los excedentes y preparado de este modo, entonces deposita la semilla [...]”.24

Río de la Loza fue comisionado, en mayo de 1861, para formar un nuevo plan de estudios que contempló la organización de tres carreras: Mayordomo, Agricultor-topógrafo y Profesor de agricultura. Sólo para las dos últimas contempló, en el quinto grado, la enseñanza de la Química General y Agrícola, para impartirse diariamente alternando la teoría y la práctica, siendo esta la primera vez que apareció la especialidad agrícola.

En el proyecto de la Escuela Imperial de Agricultura y Veterinaria, formado también por Río de la Loza, se destaca la definición autónoma de la clase de Química Agrícola, desprendida de la general. La materia aparece en el segundo año de la carrera de Agricultor teórico-práctico y en el cuarto del correspondiente a la de Profesor de agricultura.

En 1868, un año después del derrocamiento del emperador Maximiliano de Habsburgo, nuevamente hubo cambios. Se elaboró el programa de estudios para la carrera de Agricultor, en cuyo primer año se incluyó un curso inicial de Agricultura que incluía la Química aplicada, junto con la Botánica aplicada y la Meteorología, lo que muestra que la reunión de estas ciencias era indispensable para los conocimientos básicos de la agricultura.

En estos primeros años de existencia de la clase de Química en la ena destaca la enseñanza de las generalidades porque los mismos profesores habían detectado que los alumnos carecían de conocimientos básicos que hubiesen sido adquiridos en etapas escolares previas, lo cual impedía abordar directamente los principios agrícolas. Este problema comenzó a subsanarse con la creación de la Escuela Nacional Preparatoria en 1867, que incluyó la enseñanza de la Química general en los estudios preparatorios, y con este antecedente era posible que el alumno pasara a la parte aplicada al comenzar sus estudios profesionales.

Además de la clase de Química existía otra asignatura que permitía la experimentación en los terrenos de la ena, que fue la de Agricultura. Las instalaciones se encontraban en la periferia de la ciudad de México, rodeadas de ranchos y haciendas, como lo fue el mismo edificio que ocupaba la institución, que había pertenecido a la Hacienda de San Jacinto, cuyos terrenos se ocuparon para las prácticas de agricultura y para los ejercicios de nivelación y topografía.25

24. “Discurso del profesor del acto de química”, BNAH, ENA, 6 de noviembre de 1857, vol. 274, f. 247.

25. La Hacienda de San Jacinto se encontraba al Poniente de la ciudad, en la zona rural que la circundaba. El lugar fue elegido por su relativa cercanía con la capital ya que permitía el traslado de los profesores desde sus domicilios, sin tener que obligarlos a mudarse. En la época se dijo que la proximidad era favorable para que la ena pudiera contar con los mejores profesores de la capital en su planta docente.

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Desde el primer plan de estudios quedó asentado que los alumnos debían realizar, en el tercer año, prácticas de agricultura para conocer los instrumentos agrícolas más comunes, mientras que los dos últimos años debían dedicarse a la “Agricultura propiamente dicha, teórico-práctica, en la hacienda que se designará en el reglamento”, lo que representó un intento por llevar el aprendizaje teórico a la realidad rural y someter su experiencia a las condiciones geográficas locales.

Los contenidos de la clase de Agricultura abordaron la Química para el aná-lisis de los suelos y el estudio de los abonos de todo tipo, enfatizando el empleo de materias fertilizantes que se podían recolectar en una hacienda convencional, especialmente el estiércol.26

En 1861, el profesor titular de Agricultura lamentó el estado en que debía impartir sus cursos, pues todo faltaba, incluso un local exclusivo. En cuanto al contenido temático, sugirió que el primer año de agricultura se dedicara a la parte científica y sirviera de conexión entre la Química básica y la aplicada: “[que] sea cuando se eche química, y por consiguiente, que los demás estudios estén concluidos ó al concluir”.27 Fue en esta clase donde se avizoraron signos de un trabajo de investigación propio del contexto mexicano, ya que las generalidades del estudio de las tierras, el manejo de la maquinaria y el estudio de los drenajes se incorporó a la experimentación de un cultivo de importancia local, que fue el maíz.

Años más tarde, en 1869, comenzó a consolidarse el proyecto de acercar al alumno con la realidad rural en las haciendas mexicanas, lo que también significó un intento más por “aclimatar” la ciencia a las condiciones locales. Los alumnos realizaron un viaje de prácticas visitando fincas michoacanas y del Bajío, en las que pudieron comparar terrenos y cultivos.28

Mantener abastecido el laboratorio de química y contar con los instrumentos para la práctica agrícola implicaba muchos gastos. En los reportes de egresos mensuales de la ena, en el rubro de los consumos de las cátedras, siempre aparecían compras destinadas a la enseñanza de las materias señaladas. La estrechez material se dejó sentir en el funcionamiento de la escuela, y la clase de Agricultura no estuvo exenta de ello, pues a pesar de contar con algunas máquinas y aperos para las prácticas (por ejemplo, palas, azadones, rastrillos y un par de máquinas desgranadoras), su inventario se registró en sólo una hoja.29

26. “Clase de agricultura”, BNAH, ENA, octubre de 1857, vol. 275, f. 314.27. “Informe de la cátedra de primer y tercer año de agricultura”, BNAH, ENA, 15 de marzo

de 1861, vol. 282, f. 255-260.28. Mílada Bazant, “Agricultura y Veterinaria”, Francisco Arce Gurza et al., Historia de

las profesiones en México, introd. de Josefina Zoraida Vázquez, México, SEP-SESIC/COLMEX, 1982, p. 187.

29. “Lista de los instrumentos, utensilios, etc., de labranza, que con esta fecha recibe el Sr. Lic. José Guadalupe Arriola, rector del Colegio Nacional de Agricultura”, BNAH, ENA, 1861, vol. 272, f. 409.

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En suma, la clase de Química, con sus distintas modificaciones, fue el espacio en que el alumno aprendía el lenguaje químico general, para luego adentrarse en la clase de Agricultura, en la que articulaba el conocimiento de la primera ciencia con otros elementos tecnológicos como fueron las máquinas y la irrigación, que debían hacer producir a la tierra con mejores rendimientos. Estos espacios académicos fueron los primeros en que se dio la institucionalización de la Química Agrícola en México, en los que se observa a la ciencia en situación, no sólo por ser una ciencia generada en condiciones especiales (particularmente limitada en los aspectos económico y material), sino porque se pensó en la resolución de problemas locales, de ahí que se experimentara con cultivos característicamente mexicanos, o en estrategias didácticas para incorporar el conocimiento a la cotidianidad de las haciendas del país.30

Los profesores de Química y Agricultura

Para que la Química Agrícola pudiera impartirse y experimentarse en México se requería de un profesorado capacitado en tal lenguaje. En las décadas

iniciales de vida de la ena se observa un proceso de especialización de los catedráticos, la cual se reflejó en la reflexión sobre los contenidos de la clase y en la selección de los libros de texto más adecuados para la enseñanza.

Asimismo, la revisión de los personajes que pertenecieron a la planta docente y que se hicieron cargo de las clases de Química y Agricultura ha permitido identificar dos historias distintas. La primera cátedra estuvo siempre a cargo de profesores mexicanos, mientras que en la segunda se pretendió realizar la transferencia tecnológica “importando” profesores preparados en escuelas ex-tranjeras, lo que derivó en un debate al interior de la ena sobre si ésta era la mejor opción o era preferible capacitar en la materia a profesores mexicanos. Se recurrió a la tradición europea en áreas en las que aparentemente no existía capacidad local para la enseñanza, sin evaluar antes algunos obstáculos como el idioma y las prácticas agrícolas distintas, lo que cuestionó la contratación de extranjeros y abrió las puertas a la preparación de profesores mexicanos.

La presencia de profesores mexicanos en la clase de Química se explica por los antecedentes de esta ciencia en México. Desde la fundación del Real Seminario de Minería en la ciudad de México (1792), se abrió la primera cátedra dedicada a esta ciencia en el país, en la que se prepararon, principalmente, quienes deseaban instruirse en las artes modernas de la minería y la metalurgia. Entre sus alumnos también se cuentan naturalistas, médicos y boticarios,

30. Para una revisión detallada de las dos cátedras, vid. Guadalupe Araceli Urbán Martínez, Fertilizantes químicos en México (1843-1914), Tesis de Maestría en Historia, Asesor: Juan José Saldaña, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2005, pp. 39-97.

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La Química Agrícola y el estudio de los suelos en México, siglo XIX 39

quienes conformaron un grupo de egresados que, si bien no tenían identidad ni cohesión profesional como químicos, dieron continuidad a los trabajos de investigación científica en sus respectivas áreas de trabajo, situación que condujo a la integración de un cuadro de expertos en Química Inorgánica que podían ocuparse en diversas instituciones de enseñanza, como la de minería y la de medicina, o bien en actividades industriales propias de la metalurgia y el apartado de metales, por sólo mencionar unos ejemplos.

El primer profesor de Química de la ena, y quizás el más reconocido, fue Leopoldo Río de la Loza, que para entonces era un farmacéutico y químico con prestigio entre la comunidad científica, y que lo mismo aportó conocimientos que críticas sobre el funcionamiento de la ena. Él es un claro representante de los que tuvieron su primer acercamiento a la Química en las clases del Colegio de Minería, pero que se dedicó a la farmacia y la medicina.31 En 1843 instauró la cátedra de Química Médica en la Escuela de Medicina, la que dejó para ocuparse de las clases en la ena. Fue formador de los primeros profesores de Química Agrícola, de tal suerte que desde 1860 alternó como titular de la cátedra con uno de sus alumnos, Sebastián Reyes, quien había comenzado sus estudios de agricultura en el Colegio de San Gregorio.

Posteriormente aparecieron como profesores Patricio Murphy, egresado del Colegio de Minería, donde también actuó como director de la institución al mismo tiempo que enseñaba en la ena, en 1865. Otro de los profesores fue Gumesindo Mendoza, farmacéutico que fue alumno de Río de la Loza en la Escuela de Medicina. Finalmente, en la lista aparece Joaquín Varela Salcedo, ingeniero también egresado de Minería.

Los antecedentes profesionales de cuatro de los cinco profesores que impartieron las clases de Química Agrícola confirman que la experiencia previa en investigación y enseñanza químicas provenía de otros ramos, como fueron la minería y la farmacia. Sólo uno de ellos, Reyes, indica el comienzo de un proceso que se acentuaría en el Porfiriato: la formación en la ena de sus propios cuadros de profesores.

La situación de la cátedra de Agricultura fue distinta ya que allí se observa un proceso de mexicanización en su profesorado. Mientras que se reconocía la existencia de expertos químicos en el país, en la otra materia se partió del supuesto que el modelo se tuviera que copiar “importando” profesores.

El primer catedrático de Agricultura fue Julio Laverrière, contratado en París, capital del país donde también se encontraba la Escuela de Grignon. El francés ostentaba un título de Profesor de Agricultura, un grado académico

31. Guadalupe Urbán Martínez, La obra científica del doctor Leopoldo Río de la Loza, pról. de Carlos Viesca, edición de Patricia Aceves Pastrana, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco/Instituto Politécnico Nacional/Colegio Nacional de Farmacia, 2000, 277 p. (Biblioteca de la Historia de la Farmacia, 1).

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Quipu, septiembre-diciembre de 2012

desconocido en México, y que empezó a ejercer en 1854, y entonces comenzaron los problemas con su contratación. Se le calificó negativamente por ausentarse frecuentemente de sus clases, por impartir lecciones de pobreza académica, ya que sólo enseñaba el uso de instrumentos agrícolas, y de no saber hablar correctamente el español.32

Laverrière fue destituido y se eligió como sucesor a Santiago Motte, con quien se repitió una historia similar. Motte también contaba con título expedido en Europa, y se le criticó porque carecía de conocimientos sobre los climas, la aptitud del trabajador, y los usos y costumbres mexicanas.33 No obstante, este profesor si mostró interés por enseñar a sus alumnos los usos de la Química en el análisis de los suelos.

Después de estas fallidas experiencias para lograr la transferencia tecnológica con profesores europeos, se opinó que este no era el camino para adoptar el modelo francés, así que se recurrió a los servicios de un profesor mexicano para encargarse del curso en 1860. El nombramiento recayó en Francisco de León y Collantes que contaba con conocimientos sobre la agricultura del país y la de los Estados Unidos, donde había estudiado.34

A partir de este momento la experimentación de la química en los terrenos de la ena quedó a cargo de profesores mexicanos, quienes descalificaron la presencia de los extranjeros y con su crítica propusieron los contenidos del curso de Agricultura pertinentes a las condiciones locales. En 1861, la asignatura quedó a cargo de Río de la Loza hasta el final del periodo que se está revisando.

Estos profesores prepararon a sus sucesores en el cuerpo de docentes de la ena y a los futuros autores de textos agrícolas, que desde la década de 1880 produjeron sus tesis para obtener el grado académico, las cuales fueron un ejercicio de escritura pero también de un proceso de definición de la ciencia local, ya que los temas comenzaron a ser relativos a los cultivos del país.35

Los textos de la enseñanza

La literatura química fue esencial para la castellanización del lenguaje científico, que empezó con la lectura de textos importados. La adquisición

de libros escritos en lenguas distintas al español provocó que la enseñanza de

32. “Informe presentado a la junta protectora relativo al comportamiento del Sr. Laverrière”, BNAH, ENA, 1858, vol. 277, f. 147-149.

33. “Lista de los señores profesores de la Escuela Nacional de Agricultura”, BNAH, ENA, 1857, vol. 274, f. 289; y también Leopoldo Río de la Loza, “La Agricultura y la Veterinaria...”, p. 293.

34. Leopoldo Río de la Loza, “La Agricultura y la Veterinaria...”, p. 294.35. El listado de las tesis fundacionales se puede consultar en: Adolfo Barreiro, Reseña

histórica de la enseñanza agrícola y veterinaria en México, México, Tipografía El libro del Comercio, 1906, pp. 94-105.

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francés, inglés y alemán estuviera presente en los planes de estudio del siglo XIX, pues sólo así el alumno podría aprender ya que aún no existía bibliografía científica escrita en español.

El único texto de Química Agrícola publicado en español en México du-rante el siglo XIX es el libro de Liebig, publicado en 1840 en alemán y que fue traducido con rapidez al francés (1841) y al inglés (1842). Esta última traducción llegó a nuestro país como consta en el listado de los libros científicos que pertenecieron a Melchor Ocampo, quien ostentó una preparación científica que lo llevó a ser considerado para ocupar un lugar relevante en la creación de la escuela como se mencionó anteriormente. En España, el libro de Liebig fue traducido del francés por la Sociedad de la Revista Médica en 1845, y antecedió a la versión mexicana de 1850, que fue una traducción del inglés, lo que pone en evidencia que este tipo de primicias editoriales circulaba internacionalmente y que México no se encontraba aislado de este movimiento, la élite científica del país estaba informada de las novedades del mundo.

Esta edición apareció antes de que se estableciera la ena, es decir, no fue pensada como un libro de texto para los alumnos de las carreras agrícolas.36 Como encargado de la traducción y publicación aparece el Semanario de Agricultura, una revista cuyo redactor se desconoce. De manera visible, la traducción no contó con fondos del erario para publicarse, compartiendo la misma historia que la mayor parte de las publicaciones científicas y técnicas de la época que aparecieron con recursos privados.

La edición mexicana de la obra de Liebig debía cimentar el establecimiento de una terminología científico-agrícola en español, y era información que se pensó para los agricultores, ya que el encargado de la traducción editaba una revista de divulgación. Las traducciones de textos científicos representan un acto patriótico porque son una estrategia de apropiación social del conocimiento para su aplicación en contextos particulares, y aquí reside la importancia de la publicación que se hizo en México.

Sin embargo, este título de Liebig no aparece en los listados de libros de texto de la ena, y ni siquiera formando parte de las adquisiciones de la biblioteca de la institución. La enseñanza de la Química se basaba en obras francesas, entre las que destacan por su mayor empleo el Compendio de Química y Química agrícola (los dos en versión francesa), de Pelouze y Fremy; Química de F. Girardin; y Química de Lassaigne. El mismo panorama se repitió en la clase Agricultura, para la que se ocuparon los libros en su edición francesa, entre los que están: Curso de agricultura del conde de Gasparin; Curso elemental de agricultura de Girardin y las obras de Jean Baptiste Boussingault.

36. Justus Liebig, Química aplicada a la agricultura, trad. de la última edición inglesa para el Semanario de Agricultura, México, Imp. de Juan R. Navarro, 1850, 248 pp., tablas.

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El afrancesamiento también apareció en los materiales contenidos en la biblioteca escolar, ya que en distintos inventarios se encontraron los libros anteriores y otras obras de autores de aquella nación. Además, se registraron colecciones de publicaciones periódicas como Memoires d’Agriculture, Annales de chimie et physique, Annales des Sciences naturelles, y Journal de Pharmacie et Chimie. Incluso Liebig apareció en una edición francesa, con sus Lettres sur la chimie.

El predominio de las obras francesas puede estar relacionado con factores didácticos porque este idioma presentaba menos dificultades de lectura para el alumno hispano parlante. También deben considerarse los criterios pedagógicos propios del conocimiento técnico sistematizado ya que se había formado una tradición editorial francesa en el rubro de los libros de texto y manuales técnicos, lo que facilitaba la comprensión de estos materiales.

Tanto en los listados de los libros de texto como en los inventarios bibliotecarios, llama la atención la ausencia de escritos en idioma español, aunque se tratara de trabajos producidos en España. La excepción fue la inclusión del libro de Leopoldo Río de la Loza, Introducción al estudio de la Química, que se empleó a la par de los textos franceses en el curso de Química.

La escasez de libros agrícolas mexicanos había tratado de ser subsanada mo-tivando la creatividad local con concursos, como se dio a conocer en 1843, en el mismo decreto que ordenaba la fundación de una escuela de agricultura. En ese momento se invitó a escribir un Manual de agricultura mexicana ilustrado para “una instruccion [sic] fácil y sólida, y hacer que se conozcan los buenos métodos y los mejores instrumentos, para que el cultivo pueda progresar”.37

En 1857, en el reglamento de la ena se estipuló que el director del plantel podría encargar a los profesores que no tuvieran alumnos inscritos durante el año escolar a que escribieran el texto de su asignatura.38 Esta iniciativa consideraba que la redacción científica era “uno de los medios de uniformar el idioma científico castellano, cada día más vacilante é impropio, y el único de nacionalizar las ciencias, que hasta ahora bien han podido llamarse europeas”.39

No existen registros de trabajos elaborados gracias a esta disposición, ni de que se aprovecharan las pocas publicaciones agrícolas que circulaban en el mercado editorial de la ciudad de México. Algunos impresores particulares ya habían emprendido la tarea de publicar libros y revistas agrícolas para dirigirse al analfabeto científico. En la decena de impresos identificados que se comercializaban en esa época se encuentran traducciones, re-ediciones de libros españoles (en particular los textos de Antonio Sandalio de Arias), y

37. “Decreto de 2 de octubre de 1843...”, pp. 323-325.38. Reglamento de la Escuela Nacional de Agricultura, México, Imp. de J. M. Andrade y F.

Escalante, 1857, p. 7.39. “Carta del director a Leopoldo Río de la Loza”, BNAH, ENA, 12 de julio de 1864, vol.

285, f. 303.

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algunos ejemplos mexicanos.40 En lo que se refiere a la Química Agrícola, el tema fue abordado en el Manual de agricultura y ganadería mejicanas de Pérez Gallardo, que incluyó secciones dedicadas a enseñarle al lector cómo realizar el análisis químico de distintos tipos de tierras para distinguir los fertilizantes más adecuados, a pesar de que el autor señaló que los terrenos del país en general tenían una buena combinación de nutrimentos para los cultivos.41

Otro caso de divulgación de la Química Agrícola fue el citado Semanario de Agricultura, que sólo apareció en 1850. En sus primeras páginas se dio a conocer el sistema de Liebig sobre la relación de la anatomía vegetal con la composición química de las tierras, exponiendo en subsecuentes entregas la clasificación de suelos y la mejora y abono de las tierras.42

Como se puede apreciar, el ámbito académico de la ena se dedicó a la preparación de profesionales en agricultura científica, pero fuera de sus aulas pasaron otros eventos que también forman parte de la ciencia local, como fue la divulgación del conocimiento a través de libros y revistas agrícolas, que sirvió para dar a conocer al analfabeto científico las teorías agronómicas.

Conclusiones

La enseñanza de la Química Agrícola en México durante el siglo XIX formó parte de los proyectos tecnológicos que pretendían transformar la agricultura

local. El análisis que se ha hecho del tema puso en evidencia la relación entre ciencia y poder, ya que la formación de una institución como la Escuela Nacional de Agricultura ocurrió por la convergencia de intereses entre gobiernos y quienes se dedicaban a la ciencia, generando acuerdos que devinieron en un

40. Los impresores mexicanos que dieron a conocer estos materiales agrícolas fueron Juan R. Navarro (Justus Liebig, Química aplicada a la agricultura, 1850); Vicente García Torres (Antonio Sandalio de Arias, Cartilla elemental de Agricultura, 1850); Ignacio Cumplido (Noticias sobre la Historia Natural y el cultivo del algodonal, 1854); Andrade y Escalante (Agapito Fontecilla, Breve tratado sobre el cultivo y beneficio de la vainilla, 1861; y Tomás Gardida, Breves instrucciones sobre el cultivo del tabaco por su antiguo cultivador, 1870); y Sandoval y Vázquez (Antenor Lescano, Curso elemental de agricultura, 1875). La Librería de Bouret, fundada en México pero de propietarios franceses, dio a conocer tres títulos en ese momento: D. I. Pérez Gallardo, Manual de agricultura y ganadería mejicanas (1857); D. A. de Burgos, Manual de Agrología (1860); y Julio Rossignon, Manual del cultivo de la caña de azúcar (1867). Otras editoriales que también intervinieron en este precario trabajo de divulgación agrícola fueron la Tipografía del Ferrocarril (Orizaba), con José María Dau, Manual del veguero ó cultivador del tabaco (1870); la Tipografía Veracruzana de A. Ruiz (Xalapa), con Álvaro Reynoso, Ensayo sobre el cultivo de la caña de azúcar (1871); y la Imprenta y Litografía de J. Rivera Hijo y Compañía (México), con una re-edición más de la Cartilla elemental de agricultura de Antonio Sandalio de Arias (1874).

41. D. I. Pérez Gallardo, Manual de agricultura y ganadería mejicanas, París, Librería de Rosa Bouret y Cía., 1857, VI+280 pp.

42. Semanario de Agricultura y de las Artes que tienen relación con ella, tomo I, México, Imp. de Juan R. Navarro, 1850, 232 pp.

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marco jurídico-político para el reconocimiento público del gremio y su saber científico. La normalización de la actividad científica, en particular en el caso de la enseñanza agrícola, se tradujo en la obtención de recursos públicos para el funcionamiento institucional, mismos que fueron destinados para el pago de sueldos del personal, mantenimiento del inmueble y, escasamente, para el abastecimiento de los laboratorios y la biblioteca.

Por otra parte, esta historia de la Química Agrícola mostró que la articulación de la voluntad política con los intereses científicos definió los planes de estudio para el estudiantado mexicano, la preparación de un profesorado experto en la materia y la pretensión de castellanizar el lenguaje científico mediante la publicación de textos especializados.

Para la adaptación de un modelo tecnológico se requieren factores contextuales que lo hagan viable en una determinada situación. Así, a los proyectos políticos y económicos que condicionaron la existencia de instituciones se suman las tradiciones científicas locales que influyen en la aceptación de un modelo y su “aclimatación”, no se trata de una simple copia, ya que el contexto influye hasta en la toma de decisión de lo que se desea imitar para resolver problemas locales.

En el proyecto mexicano de una agricultura moderna, la presencia de las tradiciones locales, representadas por instituciones y científicos, intervino en el diseño de la Escuela Nacional de Agricultura y en su ulterior funcionamiento. Asimismo, estas tradiciones se hicieron notar en el proceso de institucionalización de la Química Agrícola, pues la comunidad científica fue la primera en avalar su importancia y contribuir a su difusión.

Las políticas gubernamentales promovieron la enseñanza agrícola como un asunto de utilidad pública, lo que abarcó todas las ciencias agronómicas, incluyendo la Química Agrícola. Aunque la enseñanza teórica no actuó como un estimulante de la industrialización de la agricultura, el espacio escolar sirvió como escenario para la experimentación de estrategias que orientaran esta ciencia a la solución de problemas mexicanos, como era la aplicación en cultivos propios y el reconocimiento de las cualidades químicas de las tierras del país. Además, fue en la misma institución educativa donde se consolidó un profesorado autóctono especializado en dicha disciplina científica, lo que contribuyó a la castellanización del lenguaje de manera oral, ya que en esta época no alcanzó a reflejarse en el lenguaje impreso.

Para finalizar, en el siglo XIX no se puede hablar de una comunidad agronómica que incidiera en la gestión de políticas públicas dirigidas al diseño del paisaje rural. La herencia colonial sobre la cultura agrícola fue controlada por los hacendados latifundistas, un sector que poseía gran influencia política y que contribuyó a la fragmentación del territorio nacional, debilitando al Estado y sus proyectos de modernización, y cerrando las puertas a la comunidad científica para modificar este escenario. A pesar de que los liberales pudieron triunfar en 1867, derrotando a los imperialistas y conservadores, su política educativa fue incapaz de atraer y convencer a los latifundistas para que la comunidad científica pudiera

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intervenir en la modernización. Sin embargo, entre los logros que se observan en aquel momento está la relación que los científicos establecieron con el poder político y que funcionó para la creación de una institución en la que tuvo lugar la domiciliación de ramas del saber tecnológico novedosas, como la Química Agrícola, aunque todavía con un perfil ilustrado que privilegió la adquisición de conocimientos teóricos sin pensar en sus aplicaciones industriales.

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