La Reacción Antioriental de Los Nacionalistas Católicos Argentinos a Fines de Los Años 20

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Martín Bergel* “Los bárbaros están otra vez sobre Roma”. Acerca de la reacción antioriental del pensamiento nacionalista católico argentino de los años 1920 Resumen: Este artículo reconstruye una dimensión no explorada del espacio de intelec- tuales nacionalistas católicos que emerge en Argentina a fines de los años 1920: el de la reacción antioriental y la concomitante “defensa del Occidente” que surge como respues- ta a las valoraciones positivas del Oriente que se desarrollan en una importante porción del campo intelectual. Palabras clave: Orientalismo; Defensa de Occidente; Nacionalismo católico; Argentina; Siglo XX. Abstract: This article reconstructs an unexplored dimension in the area of Catholic nationalist intellectuals emerged in Argentina in the late 1920s: the anti-oriental reaction and the concomitant “defense of the West” that arises in response to positive assessments of the East that were developed in a significant part of the intellectual field. Keywords: Orientalism; Defense of the West; Catholic Nationalism; Argentina; 20th Century. Introducción En los últimos años, en Argentina y América Latina ha florecido un conjunto de estu- dios que se ha propuesto abordar la elusiva problemática de las imágenes y representa- ciones de esa vasta zona del mundo que, desde tiempos inmemoriales, se agrupa impre- cisamente bajo el nombre de “Oriente”. Ciertamente no es nuevo el interés de los estudiosos latinoamericanos por aspectos de las culturas orientales. Pero desde que Edward Said publicara en 1978 su clásico libro Orientalismo –convertido en uno de los textos más influyentes en las humanidades en las últimas décadas– pareciera que todo abordaje de las relaciones culturales con el Oriente debe necesariamente tomar en consi- deración su enfoque. Así, los trabajos inspirados tanto en la crítica literaria como aque- llos surgidos a partir de las herramientas de la nueva historia intelectual y cultural, inclu- so cuando critican o simplemente ignoran la perspectiva de Said, de algún modo se ven * Profesor de Historia Social Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Miembro del Programa de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes y del Consejo Asesor del Cen- tro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina (CEDINCI). Ha colaborado en la Historia de los Intelectuales en América Latina (dirigida por Carlos Altamirano, 2008/2010). Contac- to: [email protected]. Iberoamericana, X, 40 (2010), 7-26 Rev40-01 15/12/10 21:33 Página 7

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Transcript of La Reacción Antioriental de Los Nacionalistas Católicos Argentinos a Fines de Los Años 20

  • Martn Bergel*

    Los brbaros estn otra vez sobre Roma. Acerca de la reaccin antioriental del pensamientonacionalista catlico argentino de los aos 1920

    Resumen: Este artculo reconstruye una dimensin no explorada del espacio de intelec-tuales nacionalistas catlicos que emerge en Argentina a fines de los aos 1920: el de lareaccin antioriental y la concomitante defensa del Occidente que surge como respues-ta a las valoraciones positivas del Oriente que se desarrollan en una importante porcindel campo intelectual.Palabras clave: Orientalismo; Defensa de Occidente; Nacionalismo catlico; Argentina;Siglo XX.

    Abstract: This article reconstructs an unexplored dimension in the area of Catholicnationalist intellectuals emerged in Argentina in the late 1920s: the anti-oriental reactionand the concomitant defense of the West that arises in response to positive assessmentsof the East that were developed in a significant part of the intellectual field.Keywords: Orientalism; Defense of the West; Catholic Nationalism; Argentina; 20thCentury.

    Introduccin

    En los ltimos aos, en Argentina y Amrica Latina ha florecido un conjunto de estu-dios que se ha propuesto abordar la elusiva problemtica de las imgenes y representa-ciones de esa vasta zona del mundo que, desde tiempos inmemoriales, se agrupa impre-cisamente bajo el nombre de Oriente. Ciertamente no es nuevo el inters de losestudiosos latinoamericanos por aspectos de las culturas orientales. Pero desde queEdward Said publicara en 1978 su clsico libro Orientalismo convertido en uno de lostextos ms influyentes en las humanidades en las ltimas dcadas pareciera que todoabordaje de las relaciones culturales con el Oriente debe necesariamente tomar en consi-deracin su enfoque. As, los trabajos inspirados tanto en la crtica literaria como aque-llos surgidos a partir de las herramientas de la nueva historia intelectual y cultural, inclu-so cuando critican o simplemente ignoran la perspectiva de Said, de algn modo se ven

    * Profesor de Historia Social Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Miembrodel Programa de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes y del Consejo Asesor del Cen-tro de Documentacin e Investigacin de la Cultura de Izquierdas en Argentina (CEDINCI). Ha colaboradoen la Historia de los Intelectuales en Amrica Latina (dirigida por Carlos Altamirano, 2008/2010). Contac-to: [email protected]. Ib

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  • integrados al arborescente campo de indagacin inaugurado por el clebre libro. Puededecirse, en ese sentido, que la reciente aparicin de la serie de trabajos recin menciona-dos, que ha dado origen a un creciente corpus de estudios sobre el orientalismo latinoa-mericano, es, al menos parcialmente, una suerte de resultado diferido de la problemticainstalada hace 30 aos por Said.1

    Ahora bien, el carcter perifrico de las representaciones latinoamericanas sobre elOriente respecto a los espacios cartografiados por Said, conlleva una serie de problemasespecficos. Tal es el caso del grado de autonoma, respecto a una Europa que fue siem-pre centro de irradiacin y faro intelectual para las elites culturales latinoamericanas, delas ideas orientalistas prohijadas en el continente, lo cual seala que, junto a la cuestindel estatuto del Oriente, es la propia relacin cultural y poltica de Amrica Latina conEuropa la que es puesta en juego en el acto de representacin del tema oriental. En defi-nitiva, todo ello nos indica cmo el estudio de las representaciones del Oriente constitu-ye un momento privilegiado para el anlisis de la direccionalidad de los flujos culturales,un tema caro no solamente a la historia intelectual y cultural sino tambin a la historiageopoltica.

    El caso sobre el que nos vamos a ocupar en este trabajo se ve atravesado por esosinterrogantes. En la dcada de 1920, en el seno de segmentos significativos de la culturaintelectual argentina y latinoamericana tiene lugar una relectura del Oriente que inviertealgunos de los tpicos negativos y subalternizadores con que se lo haba evocado en elsiglo XIX. Al respecto, y ms all de las virtudes de los recientes trabajos que han aborda-do el orientalismo latinoamericano, cabe sealarles un dficit: en muchos de ellos, laatencin indiferenciada por diversas representaciones del Oriente desarrolladas en elcontinente ha dificultado el establecimiento de una periodizacin que distinga momentosen que el tema oriental alcanz particular densidad y pregnancia en la cultura latinoame-ricana, de otros en que fue objeto apenas de algunas figuras relativamente aisladas (en talsentido, la historia intelectual y cultural aparece como un campo ms favorable que el dela crtica literaria para precisar una cronologa que pondere esos momentos). Comointentaremos mostrar aqu, los aos 20 fueron en efecto prdigos en cuanto a la exten-sin y el alcance de las referencias a la cuestin del Oriente.

    En efecto, invirtiendo las aproximaciones decimonnicas tpicas que, ejemplarmenteen Sarmiento, hacan uso de referencias orientales para ilustrar modelos civilizatorios nodeseables (asociados a la barbarie, el despotismo o el fanatismo guerrero o religioso), enesos aos una mirada de espacios de enunciacin y de intelectuales evocarn repetida-mente un despertar del Oriente. Figuras tan reconocidas y dismiles como Jos Vas-concelos, Victoria Ocampo, Jos Carlos Maritegui, Ernesto Quesada y Jos Ingenieros,entre muchas otras, abonarn por diversas vas ese tpico. Nos hemos referido a lascaractersticas de ese discurso, que llamamos orientalismo invertido, en un trabajo ante-rior (Bergel: 2006),2 por lo que aqu se ofrecer de l apenas una sntesis. El foco de an-

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    1 Una lista no exhaustiva de esos trabajos comprende a Altamirano (1997); Taboada (1998 y 2008);Devs Valdez/Melgar Bao (1999); Tinajero (2003); Bergel (2006); Gasquet (2007) y Nagy-Zemki (2008).

    2 La nocin de orientalismo invertido refiere a un proceso de significacin por el cual Oriente siguesiendo, como para Said, esencialmente un producto de la imaginacin occidental (en este caso, de intelectua-les argentinos, es decir, de la periferia occidental); pero, a diferencia del orientalismo latinoamericano delsiglo XIX, el componente negativo y subalternizador ha sido neutralizado e invertido.

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  • lisis principal de este artculo es otro aunque complementario: en esos aos veintetiene lugar, desde algunas de las principales figuras del pensamiento catlico y naciona-lista argentino, una reaccin ante ese extendido fenmeno de revalorizacin del Oriente.Esa franja poltico-cultural, entonces en ascenso, percibir efectivamente que el nuevolugar otorgado al Oriente resultaba peligroso y potencialmente desestabilizador, y es poreso que decide atrincherarse en una defensa de Occidente. Esa perspectiva, que partede Europa pero que encuentra inmediatas resonancias y elaboraciones propias en figurasintelectuales argentinas, resulta relevante de analizar al menos por dos motivos: de unlado, porque ofrece testimonio del alcance de las nuevas valoraciones positivas delOriente; que ellas sean percibidas como una invasin y una angustiosa amenaza(tales los juicios que en 1927 profera el muy popular escritor nacionalista Manuel Gl-vez) no habla solamente del sesgo alarmista del pensamiento catlico, sino que da efecti-vamente cuenta, al menos en algn grado, de cun extendidas se hallaban las renovadasconsideraciones sobre tema oriental. De otro, la cuestin del Oriente ofrece una va deaproximacin a una de las ms significativas e influyentes reelaboraciones del conceptode Occidente la proveniente del pensamiento tomista catlico, en momentos en que lacrisis civilizatoria sin precedentes provocada por la Primera Guerra Mundial haba abier-to un campo de debate en torno a las bases poltico-culturales desde las cuales imaginarel mundo de posguerra.

    Este texto, entonces, consta de dos partes. En la primera, ofreceremos un bosquejode las principales avenidas por las cuales pudo mentarse desde Amrica Latina un des-pertar de Oriente que invitaba a estrechar lazos con ese mundo hasta entonces lejano.En la segunda, en cambio, consideraremos las reacciones que ese proceso gener enalgunas figuras especialmente representativas del pensamiento nacionalista catlicoargentino de los aos veinte, haciendo referencia a las principales fuentes europeas de lasque se sirvieron (especialmente a la influyente obra Defensa de Occidente, del francsHenri Massis).

    El orientalismo invertido latinoamericano de los aos veinte

    Las primeras dcadas del siglo XX, y sobre todo los aos que siguen a la PrimeraGuerra Mundial, son testigos de un intenso proceso de trastocamiento y complejizacinde las dinmicas mundiales de circulacin de las ideas y los bienes culturales. Ese proce-so tiene una doble faz, material y poltico-cultural. De un lado, como ha sealado RenatoOrtiz (1997), en la segunda mitad del siglo XIX se asisti a un conjunto de cambios tec-nolgicos que tuvieron obvio impacto en una primera oleada de mundializacin de lacultura. Se trata de un fenmeno conocido; no obstante, no es habitual que se tengan encuenta sus poderosos efectos sobre el flujo de informaciones y representaciones sobre lasdiversas regiones del mundo que entonces tuvieron lugar, ni suele repararse tampoco enel impacto que esas transformaciones suscitaron en la propia imaginacin geogrfico-cultural de los contemporneos.

    Pero para que esos cambios se operaran no bastaba la presencia casi cotidiana denoticias acerca de la actualidad de esas realidades lejanas. Si se produjeron, fue porqueesa nueva trama material que tornaba tanto ms accesible el acontecer del Oriente fuesobredeterminada por cambios poltico-culturales. En efecto, ya desde comienzos de

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  • siglo, y sobre todo como resultado de la patente realidad del podero norteamericanoluego de la guerra con Espaa de 1898, despunt un movimiento de ideas que scarTern supo sintetizar bajo el nombre de primer antiimperialismo latinoamericano(Tern 1986a: 85-97). De l participaron escritores enrolados en el llamado modernismolatinoamericano. Y algunos de ellos, munidos de una nueva sensibilidad ante el fenme-no colonial, pudieron ofrecer miradas de simpata con el Oriente que tomaban distanciarespecto a la actitud tpica de las elites letradas decimonnicas (Tinajero: 2003).

    Con todo, ese fenmeno de novedosa empata con los asuntos del Oriente, slo alcan-z a consolidarse y a proliferar una vez producido ese acontecimiento de tan hondas con-secuencias poltico-culturales que fue la Primera Guerra Mundial. Sea en los trminos deuna crisis del espritu enunciada en 1919 por Paul Valry, sea en la sentencia de ladecadencia de Occidente diagnosticada por Oswald Spengler un ao antes en el famo-so libro que portaba ese nombre (y eso slo para citar dos de las referencias de mayorresonancia en el mundo intelectual), la guerra haba trado consigo la nocin de una pro-funda catstrofe civilizatoria. Y en directa relacin con ello, ese desfondamiento delOccidente tena como correlato la recolocacin del Oriente. As, una figura tan influyen-te y tan atenta a los fenmenos de su contemporaneidad como Ortega y Gasset podaescribir lo siguiente en 1923 en su Revista de Occidente:

    Tal vez, andando el tiempo, se diga con verdad que la realidad histrica ms profunda denuestros das, en parangn con la cual todo el resto es slo ancdota, consiste en la iniciacinde un gigantesco enfrentamiento entre Occidente y Oriente (Ortega y Gasset 1957: 61).

    La sentencia de Ortega puede resultar llamativa a nuestros ojos. Y sin embargo,numerosas evidencias parecan darle razn acerca del peculiar espesor que ese tema asu-ma entonces. Baste mencionar aqu un nmero especial de la revista parisina LesCahiers du Mois de comienzos de 1925 que, bajo el ttulo Les Apels de lOrient, agru-paba las opiniones de parte importante de la intelectualidad francesa sobre el nuevo lugardel Oriente (escriban all, en artculos y en una extensa encuesta propiciada por la publi-cacin, Andr Breton, Romain Rolland, Sylvain Lvi, Paul Claudel, Henri Barbusse,Paul Valry, Andr Maurois, Andr Gide, Henri Massis y Ren Gunon, entre muchosotros).3 Como veremos, no todos de quienes all participaban (empezando por Massis)compartan el entusiasmo ante esos llamados del Oriente. Pero ese sintagma que dabattulo al nmero especial de la revista, condensaba la idea cardinal sostenida por quieness estaban convencidos de los beneficios del nuevo posicionamiento del Oriente, a saber:que ante la descomposicin de la cultura europea evidenciada por la guerra, el despertardel Oriente ofreca, con los materiales polticos, culturales y sobre todo espirituales quetraa consigo, un acervo difcil de despreciar para apuntalar el necesario proceso de rege-neracin civilizatoria.

    Nos hemos detenido un momento en el mundo intelectual europeo de los primerosaos veinte sencillamente porque de l surge parte sustancial de los incentivos que ali-mentaran la relectura del Oriente que entonces se daba, tambin intensamente, en Am-rica Latina. Baste sealar al respecto el notable impacto del clsico libro de Spengler, o

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    3 Les Cahiers du Mois, 9/10 (febrero-marzo de 1925).

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  • la asimismo profusa presencia de Ortega y Gasset en el continente, para no hablar deintervenciones ms directas que prescriban la recepcin entusiasta del mensaje deOriente, como la propiciada por Romain Rolland. Su biografa de Gandhi, editada enfrancs en 1924, es traducida inmediatamente al espaol, adems de al ruso, al alemn yal ingls ese mismo ao, y al portugus, al polaco y al japons en 1925 (Fischer 2004:126).4 En esos mismos aos tiene trato epistolar con numerosos intelectuales vinculadosal movimiento reformista universitario, y escribe en muchas de sus revistas. En una delas ms importantes, la platense Valoraciones, publica un texto bajo el ttulo de El men-saje de la India en el que poda leerse lo siguiente:

    Existimos en Europa un cierto nmero de personas para quienes ya no basta la civiliza-cin europea. Hijos insatisfechos del espritu de Occidente, que se encuentra en estrechez enla casa paterna y que, sin desconocer la finura, el brillo y la energa heroica de un pensamien-to que ha conquistado y dominado el mundo durante ms de dos mil aos, han debido confe-sar, ha pesar de todo, su insuficiencia. Nosotros somos de los que miran al Asia. El Asia, lagran tierra de la que Europa no es ms que una pennsula, la guardia avanzada del ejrcito, elespoln del pesado navo cargado de sabidura milenaria [.]. Hoy las razas de Occidente seencuentran arrinconadas en el fondo de un callejn sin salida, y se destrozan de un modoferoz. Arranquemos nuestro espritu a la batahola sangrienta! Tratemos de ganar otra vez laencrucijada de los caminos desde la cual se han abierto a los cuatro rumbos del horizonte losros del genio humano. Remontmonos a las altas planicies del Asia! (Rolland 1925: 157).

    Y sin embargo, contemporneamente al arribo de tan influyentes referencias, y en unproceso que se le yuxtapone, ese orientalismo invertido latinoamericano parece habersurgido, al menos parcialmente, por vas autnomas. As, en una fecha tan tempranacomo agosto de 1914, en un breve y fulgurante texto publicado en una revista de ampliacirculacin bajo el ttulo de El suicidio de los brbaros, Jos Ingenieros (a la sazn,uno de los intelectuales ms reconocidos del continente) tomaba nota del significado dela gran contienda blica que acababa de iniciarse. Ante una Europa que ha resuelto sui-cidarse, arrojndose al abismo de la guerra, Ingenieros no solamente no dudaba en asig-narle el rtulo de naciones brbaras a aquellas que como Francia haban sido siempretenidas por vanguardia de la civilizacin, sino que se permita precozmente, en el mismomovimiento, ubicarlas en un pasado pronto a superar (Ingenieros 1990: 11). Ciertamen-te, como supo precisar scar Tern, en el pensamiento occidentalista de Ingenieros estono es ms que una fisura, y esta deriva nunca lleg a cristalizar los trminos de un deci-dido antieuropesmo (Tern 1986b: 73-78). Pero puede decirse que su texto inaugura elmovimiento de ideas que estamos analizando, en tanto funda la posibilidad de, a un tiem-po, desestabilizar las referencias culturales hegemnicas, e imaginar la emergencia deotras nuevas que acudan a relevarlas.

    Esas referencias alternativas se ramificaron y alcanzaron mayor densidad ante elcomienzo de la guerra. Una de ellas, el americanismo declinado en diversas variantes,

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    4 Seala Fischer que antes que el escritor francs popularizara su imagen Gandhi era un oscuro aboga-do ingls, desconocido en Europa continental y en Amrica (2004: 112). Por lo dems, el hecho de que ellibro de Rolland se transformara en un autntico best-seller slo en Francia vende en el ao de su publica-cin cien mil ejemplares (Lardinois: 2008: 836), brinda testimonio del inters no slo intelectual por lasnovedades provenientes del Oriente.

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  • lleg a ocupar un muy significativo sitial en los espacios intelectuales y en la opininpblica del continente, y varios estudios se han ocupado ya de abordarlo. Mucho menosconocido es en cambio ese orientalismo de nuevo tipo que despliegan numerosas figuras.Es el caso de Jos Vasconcelos, uno de los intelectuales de mayor renombre de esos aosen todo el continente. La publicacin de sus Estudios Indostnicos ofrece inocultable evi-dencia de su inters por los fenmenos del Oriente. En el prlogo de ese libro, que vena acoronar un largo perodo de salpicadas lecturas sobre teosofa, yoga o budismo en un ase-dio prolongado que haba hecho que Alfonso Reyes le adjudicase el mote de zapoteca-asitico, Vasconcelos resuma que sus propsitos consistan en ofrecer un Manual parael estudio del pensamiento indostnico. Esa investigacin fascinante, prosegua, quehaba procurado volcar en una exposicin sinttica [] habr de ser muy til a todas laspersonas cuyo nmero aumenta a diario que se interesan en estos asuntos. A continua-cin, remita ese inters a los aos del Ateneo de la Juventud que haba sabido compartircon Reyes, Antonio Caso y Pedro Henrquez Urea, entre otros, cuando disgustados denuestro medio y decepcionados de Europa, que atravesaba por ese perodo de corrupcinmaterialista que precedi a la guerra, nos deleitbamos algunas veces con las pginasindostnicas que leamos con mezcla de asombro y de curiosidad confusa. Vasconcelosconclua ese prlogo, fechado en California en julio de 1919, con la siguiente aseveracin:

    Nuestra especulacin metafsica hllase fatigada y necesita el renuevo de las ideas hind-es; cierto que muchas de ellas se han filtrado desde hace siglos en el alma europea; mas ahoracomienzan a llegarnos en su imponente totalidad, y es indudable que el vasto aporte ha deproducir un renacimiento de todas las cuestiones del espritu. Y en ninguna parte ese renaci-miento ser ms fecundo que en la Amrica Latina [] Todo el pensamiento contemporneoha de ir a la India en busca de las ideas esenciales que all han elaborado grandes espritus. Lacrtica de todas esas doctrinas y la asimilacin a nuestras creencias, de todo aquello que seavlido, habr de ir constituyendo una filosofa que todos anhelamos: una filosofa que ya nosea expresin de una sola raza, ni obra de una sola poca, sino resumen y triunfo de toda laexperiencia humana: una filosofa mundial (Vasconcelos 1921: 9-10 y 18).

    En parte, ese novedoso inters por el Oriente desarrollado en el continente respondaa inquietudes espirituales ligadas a la reaccin antipositivista y antimaterialista queembargaba a las nuevas generaciones americanas, y no es de extraar entonces que fen-menos de inspiracin oriental como la teosofa circularan precisamente en las redes con-tinentales tejidas primero por el modernismo y luego por la Reforma Universitaria(Devs Valds/Melgar Bao 1999). Tambin la espiritualidad que se presenta en el Orien-te llev a Victoria Ocampo futura directora de la clebre revista Sur a dedicar dos desus primeras colaboraciones en el prestigioso suplemento literario semanal del diario LaNacin, en 1924, a las figuras de Tagore y de Gandhi (y, posteriormente, hacia fin de eseao, a hospedar al poeta hind y tejer una estrecha relacin con l en los meses que pasen Buenos Aires). Pero junto a esa impronta espiritualista, la lente propiciada por elantiimperialismo, bandera de fe cada vez ms extendida tambin en las redes americanis-tas, ser la otra gran avenida de ingreso de las nuevas simpatas conquistadas por elOriente. Las luchas anticoloniales del Kuo-Min-Tang en China y la comandada por Abd-el-Krim en Marruecos, entre otras, sern ledas inevitablemente en esa clave.

    As, en el campo intelectual argentino figuras de ubicaciones tan dismiles como lasde quienes lideraban la Revista de Oriente, surgida en 1925 en crculos cercanos al Parti-

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  • do Comunista con el fin inicial de divulgar los logros de la Rusia sovitica, y la de Ernes-to Quesada, uno de los profesores universitarios de mayor renombre en Amrica Latinareconocido en esos aos por ser el principal divulgador y comentador de la obra deSpengler en el continente, podan saludar en similares trminos el despertar del Orien-te que se manifestaba desde el fin de la guerra.5 As, tambin, Ingenieros (1925) pocoantes de morir poda saludar al lder de la revuelta marroqu y equipararlo a San Martn oBolvar. As, finalmente, el Maritegui que en ese mismo 1925 fijaba un problema clavede su tiempo al decir que la civilizacin burguesa sufre de la falta de un mito, parecaen cambio encontrarlo en los pueblos del Oriente que amanecan de su letargo.6

    El renacimiento intelectual catlico argentino y la Defensa de Occidente

    Hemos avistado entonces, y no en toda su extensin sino a travs de algunos ejem-plos relevantes, el fenmeno de arborescente recepcin positiva en la Argentina de ladcada de 1920 de referencias provenientes de esa zona cultural consignada bajo el nom-bre de Oriente. Esa insistente presencia, originada tanto en fuentes locales como a travsde los complejos circuitos culturales que permitan la circulacin internacional de lasideas relativas a temas orientales, sean ellas originadas en Europa o en otros pases deAmrica Latina (y las referencias en estas pginas a autores como Ortega, Rolland, Vas-concelos o Maritegui slo se justifican porque alimentaban el debate cultural rioplaten-se), no pas desapercibida en el campo intelectual argentino, sobre todo en la franja delacendrado nacionalismo catlico que se desplegar en la segunda mitad de la dcada. Aanalizar las caractersticas de la reaccin antioriental de ese espectro del pensamientoargentino est dedicado el resto del presente artculo.

    Mucho se ha avanzado en el ltimo tiempo en el esclarecimiento de las modalidadesque asumi el renacimiento catlico que tuvo lugar en Occidente en las primeras dca-das del siglo XX, y que encontr en Argentina un escenario privilegiado. Tras el vendavalsecularizador que advino luego de la Revolucin Francesa, desde fines del siglo XIX laIglesia ensay diferentes tentativas de negociacin con los procesos de modernizacinde las sociedades que entonces tenan curso, fruto de las cuales pudo reposicionarse ycontinuar ejerciendo un rol de primer orden. Ese proceso de renovacin ciertamente tuvouno de sus espacios de dinamismo y de accin en el frente intelectual. En Francia, porcaso, fue en esas dcadas iniciales del siglo cuando emergi un significativo campo deintelectuales catlicos (Serry 2004).

    Tal fue el caso tambin en Argentina. Y como en otros sitios, ese proceso se vio nti-mamente vinculado a una defensa de la identidad nacional que, si trascenda ampliamen-te a la intelectualidad catlica, encontr en ella una de sus ms tenaces sostenedoras.Catolicismo y nacionalismo coincidieron entonces en esa franja de intelectuales que enlos aos veinte cobrar creciente importancia y visibilidad, hasta apoyar cuando no ser

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    5 Cfr. Propsitos, en Revista de Oriente, 1 (Buenos Aires, junio de 1925), p. 1; y Quesada (1926).6 La somnolienta laguna, la quieta palude, acaba por agitarse y desbordarse. La vida recupera entonces

    su energa y su impulso. La India, la China, la Turqua contemporneas son un ejemplo vivo y actual de estosrenacimientos. El mito revolucionario ha sacudido y ha reanimado, potentemente, estos pueblos en colapso.El Oriente se despierta para la accin. La ilusin ha renacido en su alma milenaria (Maritegui 1925: 191).

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  • parte activa del golpe militar de 1930 y contribuir luego al clima autoritario y claramen-te de derechas que ti el perodo que entonces se inauguraba.

    Se ha sealado cmo el momento del Centenario de 1910 represent tanto un hito enla condensacin de un fervor patritico que embarg a buena parte de los intelectuales,como una instancia relevante en el mencionado proceso de renacimiento catlico. Al res-pecto, a menudo se ha indicado en la figura de Manuel Glvez la emergencia de un pri-mer nacionalismo cultural. Este escritor catlico, habitual colaborador de los principalesrevistas y suplementos literarios, y animador por varias dcadas de la escena intelectualargentina, expres en efecto tempranamente los rasgos caractersticos del nacionalismoxenfobo y crecientemente antiliberal que salan al cruce de la tradicin republicanarepresentada por figuras cumbre como Alberdi y Sarmiento (sobre todo en El Diario deGabriel Quiroga, el libro que publica en coincidencia al Centenario). Con todo, comoobserva Fernando Devoto (2006: 53-57) y a pesar de que figuras como la de Juan Emi-liano Carulla, uno de los primeros animadores de ese nacionalismo catlico emergenteen la tercera dcada del siglo, otorgaran retrospectivamente a ese Glvez de 1910 ellugar de precursor de su movimiento, no corresponde ver anticipadamente en El Diariode Gabriel Quiroga al nacionalismo integral que su autor defender, haciendo el elo-gio pblico de Mussolini, sobre el final de los veinte (Glvez 1928). Y ello tanto porquelas notas anticosmopolitas ante el aluvin inmigratorio que haba transformado al pas noeran hacia 1910 en absoluto patrimonio exclusivo de Glvez, como porque, adems, elescritor supo cultivar un realismo literario social y hasta socializante que culmin en elapoyo al caudillo popular radical Hiplito Yrigoyen (en un hecho que lo distingua de lamayor parte de los estratos sociales de origen conservador a los que perteneca).

    La corriente intelectual que desplegar un nacional catolicismo para adoptar eltrmino de Loris Zanatta (1996: 11) se constituir plenamente recin en la segundamitad de los aos veinte. Un hito en ese proceso fue la creacin de los Cursos de CulturaCatlica (CCC), fundados en 1922 por iniciativa de tres jvenes: Atilio DellOro Maini,Csar Pico y Toms Casares. Este espacio de ambiciosos propsitos adquiri paulatina-mente prestigio, constituyndose en laboratorio de la revancha catlica y al mismotiempo en cenculo de los jvenes nacionalistas (Zanatta 1996: 45). De particularimportancia para la formacin doctrinaria result el llamado Convivio, animado en esosaos por Pico (quien se haba graduado como mdico pero posea una considerable cul-tura filosfica). Numerosos testimonios coinciden en destacar su impronta en los msjvenes. Fue l quien medi en la conversin al catolicismo de Ernesto Palacio, quienhaba pasado primero por el anarquismo (en un rasgo que comparta con Carulla) y luegopor Martn Fierro, la ms clebre revista de la vanguardia esttica argentina, y que pron-to, dueo de una filosa pluma y desplegando un acendrado reaccionarismo, se constitui-ra en uno de los ms notorios intelectuales nacionalistas. En suma, para la joven genera-cin enrolada en el nacional-catolicismo, de inclinaciones tanto literarias comofilosficas y polticas, los Cursos de Cultura Catlica fueron a la vez una instancia cru-cial de formacin intelectual y un espacio de sociabilidad en el que se tejieron lazos queen muchos casos se prolongaron por dcadas y a partir de los cuales se prohijaron nume-rosos proyectos intelectuales y polticos.

    Esas caractersticas de los Cursos los convirtieron en el natural vehculo de actuali-zacin doctrinaria para los grupos que se congregaban en su seno. Paradoja muchasveces sealada aquella evocada en el aforismo segn el cual el nacionalismo es el ms

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  • cosmopolita de los fenmenos, en el momento en que la crisis de posguerra colocabacuanto menos un manto de dudas sobre la salud de la cultura europea, la franja de nacio-nalistas que estudiamos perseguir con ahnco las novedades internacionales afines consu perspectiva ideolgica, participando incluso, desde la periferia argentina y comoveremos enseguida, del debate sobre las tradiciones culturales sobre las que una nuevaEuropa debera reconstruirse. Y ello menos por el natural carcter universal y con centroen Roma de la religin catlica, que por la ansiedad de estos movedizos y ambiciososjvenes por hacerse de un conjunto de armas filosficas y polticas capaces tanto deapuntalar el genrico renacimiento catlico, como, ms especficamente, de llenar desentido y dotar de legitimidad a la propia nocin de intelectual nacionalista que preten-dan encarnar. Pues bien, en esos aos veinte las dos influencias principales provenientesde Europa, confluyentes pero de diversa naturaleza, las provean LAction Francaise,liderada por Charles Maurras, y el renovado pensamiento tomista que tena entonces enJacques Maritain a una de sus principales referencias. Ese contacto pudo darse tanto atravs del viaje a Europa de algunos de los jvenes nacionalistas tal el caso de Carulla yde los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, otras figuras claves de esta franja intelectual,como a travs de la recepcin de libros en lengua francesa y de la correspondencia. Esprecisamente a travs del contacto epistolar como Maritain entra en relacin con lasrevistas de los catlicos argentinos y comienza a publicar en ellas, en lo que constituye elinicio del prolongado vnculo del filsofo francs con Amrica Latina.7

    La existencia de esa generacin de nacionalistas catlicos pudo apreciarse con niti-dez a partir de la casi coincidente aparicin de dos importantes publicaciones que le dar-an cauce en el campo intelectual y la opinin pblica ms vasta: La Nueva Repblica yCriterio.8 A pesar de su diverso origen y caractersticas, ambas publicaciones compartanno slo a sus ms habituales colaboradores, sino, y aun con matices, un horizonte ideol-gico comn que remita a ese emergente nacionalismo catlico. La Nueva Repblica fuefundada a fines de 1927 por iniciativa de Carulla, Palacio, Julio Irazusta y su hermanoRodolfo (a la sazn, su director), con quienes colaboraban tambin Csar Pico y TomsCasares. Casi desde su inicio, debi soportar dificultades financieras que la llevaron ainterrumpir su aparicin por dos perodos hasta dejar de existir en 1932. Criterio, encambio, nacida en marzo de 1928, era el resultado natural del perodo de maduracinintelectual de los jvenes ms directamente enrolados en los Cursos de Cultura Catlica.Aunque cont desde el inicio con el apoyo econmico de la curia eclesistica, una estruc-tura inherentemente jerrquica como la de la Iglesia no hubo de tolerar fcilmente laarrogancia y la pretensin de autonoma de las iniciativas desarrolladas, en nombre de loms avanzado del pensamiento catlico, por ese grupo de jvenes laicos. Adicionalmen-te, como ha advertido Devoto, los puntos de contacto que vinculaban an a la revista conlas vanguardias estticas (alimentados ante todo por Palacio, y a travs de los cuales elmismo Borges lleg a colaborar en ella) resultaban ajenos por completo al cultivo de latradicin y al rechazo de las veleidades literarias que eran consustanciales a la institucin

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    7 Compagnon (2003: 28-32). Como seala este autor, ya a mediados de los aos veinte DellOro Maini,muy activo en el proceso de renovacin intelectual catlica, propuso a Maritain una visita a la Argentina,hecho que slo se consum ms de diez aos despus.

    8 La mejor reconstruccin de las caractersticas de estas publicaciones en los aos veinte (sobre todo deLa Nueva Repblica) puede hallarse en Devoto (2006).

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  • eclesistica. De all que, apenas un ao y medio despus de aparecida Criterio, esa ten-sin dio lugar a un abierto conflicto, fruto del cual DellOro Maini se vio obligado aabandonar el cargo de director de la publicacin (y con ello se vio tambin restringida laintensa participacin que hasta entonces prestaban algunas figuras de La Nueva Rep-blica).

    Fue a travs de estas revistas como pudo consumarse el acercamiento entre la franjaque venimos considerando y esa figura ya consagrada y perteneciente a una generacinanterior que era Manuel Glvez. Para ello fue necesario limar dos zonas de interferenciaque lo haban hecho ajeno a, y aun objeto de burla de, algunas figuras jvenes: de unlado, stas debieron hacer abstraccin del realismo social que presida la literatura deGlvez, y que lo haba colocado en el lugar de enemigo para las vanguardias estticas(entre las que, como hemos sealado ya, supo ocupar un importante lugar Ernesto Pala-cio); de otro, ese mismo estilo literario le haba granjeado al escritor relaciones con algu-nas figuras pertenecientes al socialismo (al punto que su novela social-realista por exce-lencia, Nacha Regules, apareci publicada originalmente por entregas en el popularperidico del Partido Socialista La Vanguardia). A fines de la dcada, en cambio, el anti-guo nacionalismo catlico de Glvez (tenido ahora, como mencionamos antes, por pre-cursor) y la curva ideolgica hacia el reaccionarismo ideolgico que experimentaba, per-mitiran un amplio campo de coincidencias con los jvenes nacionalistas que se dejabatraslucir inequvocamente en la mirada ahora elogiosa con que la pluma habitualmentemordaz de Ernesto Palacio reciba su novela Los Caminos de la Muerte. All, tras anali-zar las virtudes del libro, el comentarista saludaba el retorno de Glvez a la buena sendade La maestra normal y La Sombra del convento, de la cual se apartara temporalmen-te (como muchos altos espritus) cuando fue atacado por la epidemia humanitaria; fla-gelo sobre el cual, conclua, no vala la pena insistir, puesto que el propio autor hahecho ya, con una minuciosidad y un valor que lo honra, confesin pblica y solemne detodos sus pecados ideolgicos (Palacio 1928: 409).

    Precisamente, una de las ms resonantes ocasiones en que Glvez abjura pblica-mente de sus pecados ideolgicos, nos sita finalmente en el ncleo principal que que-remos abordar en este artculo. El domingo 5 de junio de 1927, en el prestigioso suple-mento cultural de La Nacin, el escritor publicaba un extenso artculo a pgina enterabajo el ttulo de La Defensa de Occidente. El texto comenzaba as:

    La civilizacin greco-latina y cristiana, vale decir, la nica civilizacin verdadera quehaya existido, encuntrase hoy frente a un problema que, por su trascendencia y gravedad,implica una angustiosa amenaza. La invasin del Oriente en la filosofa occidental no es unhecho nuevo []. Pero, despus de la guerra y del bolcheviquismo, la penetracin espiritualdel Oriente ha cobrado el carcter de una irrupcin. Las ideas orientales, o mejor dicho, susadaptaciones europeas, influyen la filosofa, la religin, el arte y la literatura de Occidente. Ylo que es ms grave an: el Oriente, en plena conciencia de su poder, preprase, no slo alibertarse de las naciones que lo dominan, sino tambin a invadir a Europa, con sus ejrcitos,en un da no lejano []. Maeterlinck, Romain Rolland, Keyserling han difundido principiosdel Oriente, y alguno de ellos ha afirmado que la salvacin del mundo occidental est enseguir los consejos del Mahatma Gandhi. Pero, quin no ha prestado ayuda, directa o indi-rectamente, a la propagacin del espritu oriental? Los tesofos, los militantes y los indefini-dos; los artistas y escritores enrolados en ciertas nuevas orientaciones patticas basadas en elsubconsciente; los simpatizantes con el bolcheviquismo, asitico y antioccidental; los disc-

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  • pulos de Bergson, los de Freud y an los de Spengler; todos estos son propagadores, an sinadvertirlo, de las ideas orientales. Todos son enemigos de la Inteligencia, como son enemigosde la Iglesia Catlica y de la tradicin greco-latina (Glvez 1927: 7).

    Recordemos que quien esto escriba era uno de los ms conocidos y populares escri-tores argentinos, y lo haca en el suplemento literario del ms importante diario; valedecir, entonces, que estas alarmadas palabras provenan del centro del campo intelectual.No obstante, continuaba Glvez, haba por fortuna quienes defendan la causa de nues-tra civilizacin. Y enumeraba all a Maurras, a Barrs y a Chesterton. Pero todo el art-culo estaba inspirado en verdad en un libro aparecido apenas ese ao en Francia, quehaba tenido inmediata traduccin espaola, y que acaparara amplia atencin: su autorera Henri Massis y su ttulo, precisamente, Defensa del Occidente.

    Hemos ya aludido a este insidioso polemista del pensamiento reaccionario catlicoque formaba parte del crculo intelectual vinculado a LAction Francaise. Sobre l puedeagregarse que su nombre comenz a cobrar fama al publicar, junto a Alfred de Tarde(hijo del reputado socilogo), y bajo el seudnimo de Agathn, dos encuestas destinadasa sealar cmo, entrados los aos diez, un nuevo espritu nacionalista embargaba a lajuventud estudiantil francesa. A partir de all, un modo de describir la trayectoria subsi-guiente de Massis es presentndolo como la figura que encarna por excelencia el antirro-llandismo. En efecto, aunque su pluma acometi la crtica lapidaria de otras varias figu-ras de la escena intelectual francesa (por caso, la de Andr Gide), Rolland estuvoreiteradamente en la mira del escritor nacionalista. Ya en 1915, ante la emblemtica posi-cin antinacionalista del autor de Jean Cristophe apenas desatada la guerra, Massis estu-vo a la vanguardia del lote de feroces crticos que lo obligaron a su cuasi exilio suizo,publicando un panfleto titulado Romain Rolland contre la France. Posteriormente fue lquien orquest una respuesta colectiva firmada entre otros por Maritain al clebremanifiesto pacifista Declaracin de Independencia del Espritu impulsado por Rollanden 1919. As las cosas, puede entenderse entonces que en la ya citada encuesta propicia-da por Les Cahiers du Mois en 1925 sobre Les appels de lOrient, Rolland se excusede participar valindose de una sola frase: Donde est Henri Massis, Romain Rollandno puede estar.9

    La Defensa del Occidente es un abultado libro pleno de reiteraciones y de citas arbi-trariamente entrelazadas en el que su autor denuncia la fiebre de los pueblos asiticosy postula la necesidad de la urgente defensa de la civilizacin europea-occidental, quepara Massis no es otra que la greco-latina-francesa.10 En efecto, dentro del profusodebate intelectual sobre el porvenir de la civilizacin que sobrevino a la guerra, el nacio-nalista francs participaba tambin de las discusiones sobre el estado de Europa:

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    9 Les Cahiers du Mois, 9/10 (1925), p. 322.10 Seala Massis (1927: 15): Todos los viajeros, todos los extranjeros que viven desde mucho tiempo

    en el Extremo-Oriente nos lo afirman: en diez aos, los espritus han cambiado ms profundamente que endiez siglos. A la antigua y fcil sumisin ha sucedido una hostilidad sorda, y a veces un verdadero odio queno espera ms que el momento propicio para pasar a la accin. Desde Calcuta a Shangai, desde las estepasmogolas a las llanuras de Anatolia, toda la Asia est trabajada por un sordo deseo de liberacin. La suprema-ca a que el Occidente estaba acostumbrado [] no se reconoce ya por los asiticos.

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  • La Europa querr salvarse, o continuar resbalando por la pendiente de un general aban-dono que favorece las doctrinas negativas de su ser? Se cree ella inmunizada contra intelec-tuales, polticas, msticas, de los propagandistas del Oriente que aprovechan el estado demenor resistencia en que ellos la han sorprendido para adormecer su voluntad, corromper losltimos grmenes de unidad que en ella subsisten? Porque el Asia no busca solamente susci-tar la rebelin de sus indgenas []. Es el alma del Occidente lo que ella quiere alcanzar, esealma dividida, incierta en sus principios [] y tanto ms pronta a perderse cuanto que ellamisma se ha separado de su orden civilizador histrico y de su tradicin (Massis 1927: 17).

    Ahora bien, esa Europa cristiana en la que Massis llamaba a atrincherarse a partir deoponer el ideal de la Edad Media al ideal moderno, el ideal de la perfeccin y la unidadal del progreso y la fuerza divisoria (1927: 212), tena una geografa particular. Y esque Defensa del Occidente hallaba culpable de la invasin orientalista a dos zonas cultu-rales muy precisas, cada una de las cuales era merecedora de largas pginas de feroz dia-triba. De un lado, la Rusia bolchevique; de otro, Alemania. En el caso de la primera, larevolucin del 17 haba servido para descorrer la tenue capa occidentalista con la quehaba querido artificialmente revestirse: Rusia deca Massis, que despus de dossiglos de una forzada europeizacin, vuelve a sus orgenes asiticos, se levanta y levantaa todos los pueblos del Este contra una civilizacin que ella no ha soportado ms que porviolencia (1927: 60). Coincidiendo en esa visin con la Revista de Oriente de BuenosAires y con otros muchos admiradores del experimento bolchevique (pero invirtiendoradicalmente su valoracin), para Massis, Rusia era la vanguardia de un movimientorevolucionario que si haba nacido en los soviets de Mosc y San Petesburgo se conti-nuaba en las profundidades recnditas del Asia. As, segn su parecer y anticipando laretrica antisovitica que, bajo otros ropajes, hara fortuna en la Guerra Fra, Rusiarevelaba su verdadero rostro antioccidental.11

    Pero si la vinculacin rusa con el fenmeno que desde comienzos de los aos veinteocupaba un significativo rengln en la estrategia de la misma Internacional Comunistabajo el nombre de cuestin del Oriente no resulta sorprendente, ms llamativo pareceser el lugar que en esa avalancha orientalista Massis le atribuye a Alemania, en especial asus intelectuales: Spengler, Keyserling, Hermann Hesse, Ernst Robert Curtius e inclusoThomas Mann, entre otros, haban decretado, primero, la bancarrota de la razn occiden-tal, y luego, la necesaria apertura a fenmenos inditos que, como los provenientes delOriente, podan abonar la necesaria regeneracin:

    Obsesionada por el sentimiento de su desastre, la Alemania de la derrota se pone en con-tacto con el Oriente natal, que presenta con su propio pensamiento afinidades singulares. Unaespecie de instinto la hizo volver la vista hacia la confusa Asia, y, soando arrastrar en sucada al resto del universo, se puso a profetizar, en sombras apocalipsis, la bancarrota defini-tiva de un mundo cuyo dominio le haba escapado. Era necesario que este pueblo de laaccin, de la jerarqua, de la organizacin, y que se vanagloriaba de realizar todos los progre-

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    11 En lugar de llamarla, como en los tiempos de Romanoff, la vanguardia de la Europa en el Asia, laRusia bolchevique vuelve a ser, como en la poca de los grandes khans mogoles y trtaros, la vanguardia delAsia en Europa [] [Ella quiere] destruir todos los valores que han hecho de nosotros lo que somos. La cul-tura helnica, el mundo latino, la civilizacin cristiana no han encontrado jams enemigo ms lcido, msimplacable, que el que se apoya en los contrafuertes del Ural (Massis 1927: 63-64).

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  • sos del gnero humano, haya sido quebrantado en su fe para que renuncie as a las prerrogati-vas de su cultura y no espere ya ms que una novedad irracional? (Massis 1927: 20-21).

    Esta cita no es ms que un ejemplo, y la acusacin a Alemania de ser una de las vasprivilegiadas de ingreso de la avalancha oriental se extenda en decenas de pginas dellibro. En cambio, Massis no hallaba (o no quera hallar) semejantes afinidades con elOriente en la cultura francesa. En uno de los apndices del libro titulado A propsito deRabindranath Tagore, poda incluso citar esta vez en su favor al Romain Rolland que sequejaba porque en ninguna parte, en Europa, el paso de Tagore y su llamamiento parauna obra comn de cultura europeo-asitica han resultado ms desapercibidos que enFrancia (1927: 232-233).

    El libro y las ideas de Massis alcanzarn importante repercusin en el mundo intelec-tual europeo e hispanoamericano de entreguerras. El Leitmotiv de la defensa del Occi-dente, asociado a su nombre, se desparramar en numerosas direcciones (el autor nacio-nalista francs, por lo dems, no se privar de usarlo casi hasta el fin de sus das).12

    Ahora bien, resulta curioso que en Argentina haya sido Glvez quien le diera inicial yestentrea acogida, puesto que apenas unos aos antes haba entablado relacin epistolarcon Rolland, y haba conseguido incluso que el escritor francs le cediera la posibilidadde traducir su Clerambault.13 Conciente de que esa labor de traduccin era conocida, en1927 declaraba en cambio hallarse arrepentido por ella:

    No faltar quien, al leer este artculo, como otros ya publicados y que definen mi posi-cin espiritual, me arguya de contradiccin con mi propia ideologa de otros aos [] Meapresuro a declarar que es as. Yo tambin he hecho algo por la propagacin de las ideas ene-migas. Traductor y editor de Romain Rolland, precisamente de Clerambault, el libro en queel gran escritor concret sus simpatas por los principios esenciales del Oriente; [] he servi-do durante aos a los enemigos de mi raza y de los principios esenciales de la cultura greco-latina, a que pertenecemos (Glvez 1927: 7).

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    12 Invitado en 1961, a los 75 aos, a brindar una conferencia en el Ateneo de Madrid en conmemora-cin del cuarto de siglo del alzamiento de las tropas franquistas en la Guerra Civil espaola, colocar a eseacontecimiento, ya desde el ttulo, dentro del mismo espritu de cruzada de defensa de la cristiandad occi-dental (Massis 1962).

    13 Las cartas de Glvez a Rolland revelan transparentemente que al entrar en contacto y ofrecer sus ser-vicios a quien era capaz de congregar atencin como pocos en el mundo intelectual de posguerra, lo que elescritor argentino ante todo procuraba era proyectar internacionalmente su nombre. En una de ellas escriba:Antes de terminar mi carta deseo enviarle mi adhesin a la Declaracin de Independencia del Espritu. Creoque mi nombre es literariamente importante como para aparecer, sino al costado de los ms eminentesRomain Rolland, Benedetto Croce, Henri Barbusse, Eugenio dOrs, Upton Sinclair, Israel Zangwill y Tago-re al menos junto aquellos otros de menor importancia. A pesar de que yo no soy conocido fuera de Amri-ca (y de Espaa, donde los ms distinguidos escritores han hablado de mis libros: Alomar, Unamuno, Ricar-do Len, Cejador, Diez-Canedo, etc.) tengo mucho prestigio en mi pas. De Nacha Regules se han tirado12.000 ejemplares: xito fabuloso en un pas como el nuestro que no tiene ms que nueve millones de habi-tantes. La bibliografa sobre mi obra es considerable. [] Justo, hombre de gran valor, jefe del PartidoSocialista, autor de obras muy importantes [] declara su preferencia por m sobre todos los escritoresargentinos [] Yo no le digo estas cosas por vanidad, Romain Rolland. Soy un hombre modesto. Pero estoyobligado a hablar as con el fin de justificar el pedido que le hago de aceptar mi adhesin. Carta de M. Gl-vez a R. Rolland, Buenos Aires, 26 de noviembre de 1920 (Archivo Romain Rolland, Biblioteca Nacional deFrancia; la traduccin nos pertenece).

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  • En contrapartida, Glvez saludaba calurosamente la aparicin del volumen que habamotivado la escritura de su artculo, cuyos argumentos y hasta su tono exasperado glo-saba:

    El libro de Massis no ha podido aparecer en un momento ms oportuno. El problema deOriente, que ha ido agravndose en los ltimos ocho aos con la poltica sovietista, con elsurgimiento de Mustaf Kemal, con la difusin del taosmo, de los libros de Keyserling y suEscuela de la Sabidura, y con el xito extraordinario de Spengler, ha alcanzado su perodolgido con los recientes triunfos de las tropas cantonesas en China [] El Oriente es nuestroenemigo, y quienes adoptan sus ideas, aunque modificadas, son trnsfugas de nuestra cultura,traidores a la civilizacin. Un fuerte movimiento ideolgico, capaz de llegar hasta los gobier-nos y dirigir la poltica internacional, podra ser la salvacin del mundo occidental [] Acr-case una nueva Cruzada, una Cruzada espiritual contra el Este, y es menester que nosotros losargentinos, hijos de Espaa y de Italia y formados por el espritu de Francia y por los princi-pios fundamentales de la civilizacin greco-latina y cristiana, la conozcamos y tomemosparte en ella [] Los brbaros estn nuevamente a las puertas de Roma. Pero en vez de lan-zas traen por ahora libros y doctrinas (Glvez 1927: 7).

    La intervencin de Glvez fue suficientemente contundente como para generar unabanico de reacciones. Algunas de ellas, provenientes de la izquierda, salieron vehemen-temente al cruce de su texto reiterando posiciones de un internacionalismo humanistacercano al de Rolland. Pero aqu nos interesa mostrar cmo la de Glvez no era una posi-cin aislada, sino que vena a expresar una preocupacin ms general de aquellas figurasdel emergente nacionalismo catlico ms empapadas en los debates intelectuales de pos-guerra.

    En rigor, juicios antiorientales podan hacerse presentes en las descripciones de lavituperada escena poltica local. As, otro hombre que se haba visto cautivado honda-mente por Maurras y sus seguidores, Alfonso de Laferrre (impulsor inicial del proyectode La Nueva Repblica), poda referir con desprecio que las muestras de manifestacinpopular que acompaaban al presidente Yrigoyen le remedaban la imagen de una turbade beduinos (cit. en Devoto 2006: 123). Pero, ms ntidamente, en el mismo artculo deGlvez se haca referencia a un conjunto de textos de Juan Emiliano Carulla aparecidosmayormente en La Nacin y que apareceran compilados, tambin en 1927, en un librotitulado Problemas de la Cultura. Defensa de Occidente y otros temas. Su autor acla-raba en el prlogo, fechado en septiembre de aquel ao, que se haba decidido a publicaresos artculos, viejos de un lustro y ms, puesto que ellos alcanzan hoy los vrtices deuna actualidad inesperada en la poca en que fueron escritos. Y ms especficamente,deca all que con posterioridad a su Defensa del Occidente, publicado tambin en LaNacin un ao antes del libro de Massis y los folletos de Berdiaeff, se ha suscitado entrenosotros y en las capitales americanas un prurito de reevaluacin de los aportes espiri-tuales y culturales que integran nuestra existencia como pueblos (Carulla 1927: 7 y 9).

    En efecto, el artculo que porta ese ttulo no remite al nacionalista francs, sino quepretenda discutir la ubicacin de la cultura americana en el concierto del mundo de pos-guerra. Para Carulla,

    Es indudable que la tendencia a recusar lo europeo, a segregar a Amrica de la civiliza-cin occidental, gana terreno en ciertos medios intelectuales y universitarios. La anarqua

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  • ideolgica de Europa ha venido as a complicarse o, mejor dicho, a conjugarse entre nosotroscon un movimiento neo-americanista, cuya importancia sera ocioso negar (1927: 14).

    A la cabeza de esa corriente, Carulla ubicaba el ideario grandilocuente y confusodel profesor Vasconcelos hombre de moda en el continente, que ocupaba el lugar debiblia de la nueva religin americana (1927: 14). Ese movimiento era indudablementeel que se expanda en todo el continente embanderado en las insignias de la ReformaUniversitaria. Por ello, frente a ese nacionalismo continental que se nutra de los apor-tes de la arqueologa y de las tendencias indigenistas en boga, y que tendiendo la manopor encima de Europa a la tenebrosa Rusia, convertida, despus del advenimiento delbolchevismo, en vanguardia del Asia renaciente, slo caba reafirmar el carcter inequ-vocamente occidental y an europeo de los pases del continente:

    En realidad, no existen sino dos civilizaciones: una europea u occidental y la otra asiticau oriental [] Pertenecemos por razones de raza y, sobre todo, de cultura, a la civilizacinoccidental. He aqu una verdad sobre la que conviene martillar. Debera estar inscripta en ladivisa de los intelectuales y an de las personas dotadas de buen sentido [] Bien est, pues,remontarse al pasado. Pero el pasado de Amrica no est constituido por los cementeriosindgenas. El pasado de Amrica se llama Espaa, se llama Europa, se llama Roma, se llamael Cristianismo (Carulla 1927: 16-17 y 19).

    La defensa de Occidente de Carulla era entonces, ms que el inventario de elemen-tos perturbadores que provenan del Oriente esa era la tarea de Massis y, en su senda, lade Glvez, la afirmacin de la pertenencia americana a una tradicin occidental que eranecesario reconstruir y preservar (y as poda culminar otro de los textos del libro cla-mando por una vuelta a la europeidad de nuestros mayores, que evocaba en las figurasde Alberdi y Sarmiento). Ahora bien, que esa orientacin tan distante de la recusacinantiintelectualista de Europa que ira hegemonizando progresivamente el campo de lasideas nacionalistas no era patrimonio exclusivo de Carulla, lo muestra el encolumna-miento de todo su crculo intelectual detrs de su libro. No solamente ste apareci publi-citado por varios meses en sueltos de La Nueva Repblica, sino que en las pginas deesta revista fue objeto tanto de una resea elogiosa de Julio Irazusta, como de una defen-sa publicada sin firma ante una crtica del ensayista (entonces socialista, luego tam-bin nacionalista) Ramn Doll, adems de que se dedicara en otro nmero de la publica-cin espacio a la crnica del banquete literario que se haba realizado en honor a laaparicin del volumen.14

    Pero dentro de ese mismo grupo fue Csar Pico quien, en ese momento de intensaspugnas ideolgicas en el que todo el mapa cultural del mundo estaba bajo examen, seentreg de un modo ms afinado a reconstruir una idea de Europa y de Occidente tras lacual embanderarse, en una extensa serie de artculos publicados en Criterio. Este recono-

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    14 Cfr. Julio Irazusta, Problemas de la Cultura, por Juan E. Carulla, La Nueva Repblica, n 1, 1 dediciembre de 1927, p. 3; Problemas de la Cultura (sin firma), La Nueva Repblica, n 11, 21 de abril de1928, p. 2. En la resea del banquete literario, se puntualizaba que fueron numerosas las personas que sereunieron alrededor de la mesa servida en honor de nuestro amigo, con motivo de la publicacin de su exce-lente Problemas de la Cultura (seccin Ecos de La Nueva Repblica, n. 3, 1 de enero de 1928, p. 2).

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  • cido filsofo tomista no acusaba recibo tanto de las obras de Massis, como de otros auto-res europeos catlicos: adems de Maritain, del Hilaire Belloc de Europe and the Faith,del Ren Gunon de La crise du monde moderne, del Landsbergs de La Edad Media ynosotros (traducido al castellano por Revista de Occidente en 1925) y sobre todo del Ber-daieff de Una nueva Edad Media.15 Pico tambin asuma como un problema acuciante ycrucial de su tiempo el de la defensa del Occidente (1928a), pero pretenda acometerlode modo menos llano y a travs de un ms prolongado rodeo filosfico que permitieseiluminar el verdadero significado de esa posicin:

    Hay espritus superficiales que consideran una moda intelectual del momento la querellaentre Oriente y Occidente. Y es natural que ello ocurra cuando se carece de una visin objeti-va y profunda de este problema [] Ni la geografa, ni los factores raciales, ni el carcter psi-colgico predominante, ni siquiera las influencias pasadas que determinaron los dos tiposexistentes de ambas culturas, permiten comprender la ndole superior, la esencia espiritual, dela cuestin [] Es, en cambio, la justificacin de la excelencia de aquellos valores de culturagreco-latina que ha vivificado y asumido la Iglesia y que representan el elemento especfico ydistintivo de la cultura europea, el sello de su unidad y de su continuidad a travs de todas lasperipecias de la historia. En tanto dicha cultura representa valores ontolgicos o reales pode-mos considerarla capaz de una extensin universal (Pico 1928b: 199).

    Ese punto de vista, que escapaba a quienes esgriman consideraciones totalmenteajenas a la ndole filosfica de la cuestin y aqu Pico citaba tanto a Alfredo de laGuardia, discpulo de Ricardo Rojas, como a doa Victoria Ocampo (1928e: 370),obligaba a precisar un concepto de Europa de raz poltico-cultural en el que no podasino incluir a la Argentina y a Amrica Latina (y ese concepto, insista, no hallaba sumaterialidad a partir de delimitaciones geogrficas o raciales, puesto que en la tradicingreco-latino-catlica radica su principio constitutivo; y para mostrar que ese principiopoda continuarse en otras partes del orbe y no restringirse al viejo continente, hastaalcanzar su plena vocacin universal, citaba a continuacin al Valry que haba senten-ciado que en todo lugar donde los nombres de Csar, de Gayo, de Trajano y de Virgilio;en todo lugar donde los nombres de Moiss y de San Pablo; en todo lugar donde losnombres de Aristteles, de Platn y de Euclides han tenido una significacin y una auto-ridad simultneas, all est Europa. Toda raza y toda tierra que ha sido sucesivamenteromanizada, cristianizada y sometida, en cuanto al espritu, a la disciplina de los griegos,es absolutamente europea (1928c: 235).

    Ahora bien, si Pico poda de este modo coincidir con Carulla en la relevancia de dis-cutir desde Argentina acerca de la crisis cultural europea (puesto que involucraba a unaLatinoamrica que no era sino parte de ella), la cuestin de Oriente y Occidente le servapara remontarse hasta el origen de la perversin de esa cultura greco-latina-cristiana que,ciertamente, no se haba desatado con la gran guerra. Y aqu desplegaba el antimodernis-mo sostenido en esos aos por Maritain y por el conjunto de autores europeos que eran

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    15 Estos libros de la dcada de 1920 son parte central de la bibliografa que cita casi una dcada despusen la clebre crtica que dirige a Maritain, luego de que el paso por Buenos Aires del afamado filsofo tomis-ta francs mostrara con inequvoca nitidez su viraje a posiciones democrticas que rechazaban lo que Picosolicitaba: la colaboracin de los catlicos con movimientos de tipo fascista (Pico 1937).

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  • sus principales referencias. En esa depuracin de una idea de Europa como horizontedeseable, no dudaba en afirmar que la civilizacin moderna no integra propiamente elcuadro de la cultura europea. De lo que se segua, entonces, que la defensa del Occi-dente debe comenzar por una defensa contra el virus antitradicional, subjetivista, tcnicoy material inoculado por el Renacimiento y la Reforma (1928c: 235).

    Ante ese subjetivismo corrosivo y desestabilizador, Pico opona una razn catlicaque se presentaba como slido principio de restauracin de un orden antimoderno (y queserva tambin como plataforma para la crtica del antiintelectualismo de las izquier-das).16 La cultura europea as salvada y la empresa de defensa de Occidente que involu-craba ciertamente tambin a Amrica Latina encontraban su verdad ontolgica: aquellaque se cifraba en la perspectiva de una nueva Edad Media. Y de ese horizonte, Picodeca percibir, en ese agitado mundo de posguerra, seales esperanzadoras:

    Una nueva edad media denomina Berdaieff a la poca que comienza a entreverse en elfuturo. Son signos precursores la expansin del catolicismo en los pases protestantes y en lastierras de misin, el resurgimiento tomista, los movimientos adversos a la democracia mayo-ritaria, la reaccin antirromntica en las artes. En todo ello vemos afianzarse la verdad tras-cendente al sujeto: religin verdadera, realismo aristotlico-tomista, bien pblico indepen-diente del asentimiento caprichoso de las mayoras, belleza objetiva determinante delsentimiento especficamente esttico (1928d: 271).

    Con los matices que hemos visto, entonces, Glvez, Carulla y Pico, esas tres impor-tantes figuras intelectuales del renacimiento nacionalista catlico argentino, coincidanen la necesidad de una defensa del Occidente fundada en la revivificacin de la tradi-cin grecolatina-catlica como antdoto a la modernidad y como basamento de un nuevoorden poltico y social cristiano.

    A modo de conclusin

    El culto argentino del color local es un reciente culto europeoque los nacionalistas deberan rechazar por forneo

    Jorge L. Borges

    Las resonancias de las posiciones esgrimidas por el nacionalismo catlico argentinoen los aos subsiguientes no dejaran de hacerse ver. As, en uno de los textos de mayorrepercusin en esa franja intelectual, Defensa de la Hispanidad de Ramiro de Maeztu,encontramos replicados los argumentos que hemos visto desplegarse en ella:

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    16 Pico (1928e). En este aspecto, Pico coincida con el movimiento filosfico auspiciado por Massis.En efecto, en un importante artculo aparecido tambin en Criterio (en un hecho significativo: se trataba delprimer pensador catlico francs que era publicado en la revista, an antes que Maritain), el autor naciona-lista galo trazaba un balance del bergsonismo segn el cual, tras los preciosos beneficios que haba trado enla tarea de despegue del positivismo y en la ms genrica reespiritualizacin de los intelectuales, era necesa-rio un nuevo tournant que colocara una barrera a los excesos del libre albedro que eran inherentes a su filo-sofa (Massis 1928).

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  • Por la necesidad de ese universalismo no se habla ahora en los libros de mayor importan-cia, sino de la vuelta a la Edad Media, a una nueva Edad Media, como dira Berdiaeff. Noes solamente Massis quien lo propone al trmino de su Defensa de Occidente, sino que loshechos nos muestran la necesidad de que vuelva a rehacerse la unidad de la Cristiandad, siqueremos salvar la civilizacin frente a las muchedumbres del Oriente, que viven realmenteuna vida animal de hambre continua e insaciada, que necesitan de la levadura de espirituali-dad del Occidente para poder levantar los ojos de la tierra, pero que producen aspavientos depoeta, como Rabindranath Tagore, y fantasmas de profeta, como Gandhi, para ponerse a creerque se remediar su situacin el da en que se lancen contra los pueblos decadentes de Amri-ca y Europa (De Maeztu 1935: 188-189).

    Todo ello nos muestra la singular densidad del debate sobre este tema en los aosveinte, un momento en que las definiciones acerca del Oriente (y del Occidente) no com-portaban meramente aproximaciones estticas sino una inmersin en las tradiciones y losmateriales poltico-culturales sobre los que habra de relanzarse la civilizacin. Cierta-mente, el escenario de los aos treinta, en el que disminuira la efervescencia de algunasluchas anticoloniales, y sobre todo el ascenso de los fascismos y la concomitante Segun-da Guerra Mundial, habran de soterrar estas discusiones a favor de realinamientos quela hora tornaba ms urgente. Con todo, si las posiciones del debate que hemos intentadoreconstruir son relevantes, es porque en ellas se ensayaban tentativas de construccin dereferencias culturales que volvern a desplegarse luego de la Segunda Guerra Mundial.As, el tercermundismo que entonces nace vigorosamente podr recuperar para s lascomplicidades entre experiencias y figuras americanas y asiticas y africanas que hemosentrevisto; pero tambin la reafirmacin de la civilizacin occidental y cristiana podrser reivindicada contra viejos y nuevos enemigos, en un discurso que mostrar sus deu-das con esas tempranas elaboraciones de los aos veinte.

    En otro orden, ese momento de intenso debate sobre el Oriente, da cuenta de la emer-gencia de una nueva topografa de las referencias poltico-culturales. Emergencia que,como hemos visto, no estar exenta de paradojas. Puesto que, si de un lado el prototer-cermundismo esto es, los lazos que se tienden entonces entre americanismo y orienta-lismo esbozar una distancia (nunca completa ni uniforme) respecto a la cultura euro-pea que pudo producirse por vas autnomas pero que a menudo se legitim a travs dela autoridad de algunas de sus figuras, de otro, como pudo sugerir irnicamente Borges,el nacionalismo argentino naci reivindicando una tradicin universal que, en el mismomovimiento de desprecio del Oriente, cifraba en el nombre de Europa.

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