La Rebelión de Las Víctimas

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La rebelión de las víctimas Por Marta Dillon Tres horas después de terminado el acto, la plaza estaba llena. Sonaban los bombos, la avenida Rivadavia era territorio de pequeñas fogatas, corazón de rituales inventados a la luz del fuego y de la luna llena. Sobre Callao, se oían risas, se oían pasos, hasta el rumor de brazos que se encastran con otros podía escucharse mientras se andaba desde el Congreso y hasta Corrientes, tomándose el tiempo para leer los carteles que mujeres muy jóvenes sostenían en alto, escritos en marcador sobre cartón, en estencil sobre tela, en el cuerpo mismo: “Esta es la que soy y me tocás sólo si quiero”, “Con short o pantalón, respetame cagón”, “Somos las nietas de las brujas que no pudiste quemar”. La noche estaba dulce, una corriente de poder circulaba sobre el asfalto, no era posible irse porque ayer la calle era el mejor refugio, era el sitio en el que el deseo se acomodaba como una gata sobre su almohadón, reconociendo la superficie, husmeando, llegando al fin al punto justo en el cual echarse y disfrutar. Que se moje la cara después por darse cuenta de que este 3 de junio iba a ser marcado en el calendario con el mismo color violeta con el que estaba teñido el Congreso Nacional. Una marca como una cicatriz que no señala una herida sino el punto por donde circuló el alimento. Ayer fuimos testigas de ese día en el que las voces de las mujeres fueron las privilegiadas, el día en el que las víctimas se rebelaron y se quitaron como polvo caído sobre el hombro esa categoría de la que no se reniega pero a la que se ha sobrevivido y entonces quiere decir que también algo se aprendió. Voces de mujeres que circularon con más fluidez que los pasos y que tenían mucho para decir, para gritar, para cargarse de rabia y a la vez estar dispuestas al consuelo, a alojarse en otro oído como quien entrega una chispa a una arquitectura de hojas y ramas secas y enciende así la llama que quema y también abriga. Bastaba acercarse a cualquiera, bastaba esperar el momento correcto, todas tenían algo que contar, una experiencia propia, un dolor que había que quitarse como una espina o una historia cuyo relato había sobrevivido atravesando generaciones. No era compulsión, no era un coro lastimero, era la constatación de que lo que cada una tenía para decir contaba, como contaba su cuerpo, porque estaba en la calle con otros, porque lo que convocaba era la necesidad urgente de poner en valor esos mismos cuerpos, jerarquizar esas vidas y las decisiones que las construyen. Cada una contaba pero juntas, las cientas de miles, el millón que se reunió en todo el país,

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La rebelin de las vctimas

PorMarta DillonTres horas despus de terminado el acto, la plaza estaba llena. Sonaban los bombos, la avenida Rivadavia era territorio de pequeas fogatas, corazn de rituales inventados a la luz del fuego y de la luna llena. Sobre Callao, se oan risas, se oan pasos, hasta el rumor de brazos que se encastran con otros poda escucharse mientras se andaba desde el Congreso y hasta Corrientes, tomndose el tiempo para leer los carteles que mujeres muy jvenes sostenan en alto, escritos en marcador sobre cartn, en estencil sobre tela, en el cuerpo mismo: Esta es la que soy y me tocs slo si quiero, Con short o pantaln, respetame cagn, Somos las nietas de las brujas que no pudiste quemar. La noche estaba dulce, una corriente de poder circulaba sobre el asfalto, no era posible irse porque ayer la calle era el mejor refugio, era el sitio en el que el deseo se acomodaba como una gata sobre su almohadn, reconociendo la superficie, husmeando, llegando al fin al punto justo en el cual echarse y disfrutar. Que se moje la cara despus por darse cuenta de que este 3 de junio iba a ser marcado en el calendario con el mismo color violeta con el que estaba teido el Congreso Nacional. Una marca como una cicatriz que no seala una herida sino el punto por donde circul el alimento. Ayer fuimos testigas de ese da en el que las voces de las mujeres fueron las privilegiadas, el da en el que las vctimas se rebelaron y se quitaron como polvo cado sobre el hombro esa categora de la que no se reniega pero a la que se ha sobrevivido y entonces quiere decir que tambin algo se aprendi. Voces de mujeres que circularon con ms fluidez que los pasos y que tenan mucho para decir, para gritar, para cargarse de rabia y a la vez estar dispuestas al consuelo, a alojarse en otro odo como quien entrega una chispa a una arquitectura de hojas y ramas secas y enciende as la llama que quema y tambin abriga. Bastaba acercarse a cualquiera, bastaba esperar el momento correcto, todas tenan algo que contar, una experiencia propia, un dolor que haba que quitarse como una espina o una historia cuyo relato haba sobrevivido atravesando generaciones. No era compulsin, no era un coro lastimero, era la constatacin de que lo que cada una tena para decir contaba, como contaba su cuerpo, porque estaba en la calle con otros, porque lo que convocaba era la necesidad urgente de poner en valor esos mismos cuerpos, jerarquizar esas vidas y las decisiones que las construyen. Cada una contaba pero juntas, las cientas de miles, el milln que se reuni en todo el pas, compartimos el poder de una ola que golpe sobre los muros del patriarcado como un tsunami. Y haber tenido esa potencia, haber entrevisto de lo que fuimos capaces es promesa y desafo. No estamos solas, nuestras voces valen, que nadie espere que nos quedemos calladas, que no se vuelva a creer que tenemos vergenza de decir S cuando queremos y No cuando no.Ya no seremos las mismas. Los varones que estuvieron en la plaza, ayer a la tarde y hasta que la luna se instal bien alto como si se jactara con su luz de la sombra de la noche, asistieron a esa transformacin y tal vez se dejaron arrasar por ella. No hay magia en esto y puede ser que apenas se note esta maana qu fue eso que cambi, que el acoso de un masturbador compulsivo vuelva a hundir la cabeza entre los hombros de una adolescente que no sabe cmo esconderse de la agresin y que la violencia vuelva a imprimirse en la historia de vida de tantas como sucede ahora mismo, mientras se leen estas lneas. Pero algo, de todos modos, se habr modificado, la pa sobre el disco no har sonar la misma cancin porque ah estar la memoria del chirrido, ese que se escuch ayer, ese que deca basta. Basta de vidas a medias, basta de vidas juzgadas, sospechadas, recortadas. Basta dicho de mil maneras, en innumerables carteles, buscando responsables aqu o all pero siempre convergiendo en el mismo punto: ese donde ancla la libertad de cada una, la propia autonoma, la soberana sobre nuestros cuerpos.No es fcil escribir mientras todava se escuchan en la calle los ltimos coros, mientras la traspiracin baa los cuerpos que aun bailan en una noche de primavera en pleno otoo porque las palabras se atropellan, porque la emocin no es ajena a estas letras y el temor de que sea ese sentimiento hmedo el que empuja las palabras sienta la duda en la conciencia de la cronista. Pero igual que en la Plaza, son las conversaciones con otras las que reponen las certezas y dejan fluir a la alegra de haber estado ah, en ese lugar como un caldero donde la alquimia fue posible y ah donde haba dolor hubo un estallido de poder, fugaz como un orgasmo, puede ser, pero as de inolvidable. Ah querremos volver.Desde que empez a gestarse esta convocatoria que ayer llen las plazas pblicas de ms de ochenta ciudades del pas se tejieron muchas hiptesis sobre cmo sera, para qu, a quin se reclama, quin es el enemigo, cul es la denuncia. Sobre cada una de estas cosas se pusieron palabras que podrn revisarse en documentos escritos y testimonios tomados en la va pblica. Pero lo mejor sucedi donde tena que suceder, fue en la calle, ah donde cada cuerpo contaba, ah donde se opuso la resistencia de estar juntas, porque as es como s podemos.