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N.° 42 MAZZINI. LA REFORMA INTELECTUAL Y MORAL. 373 Desde el modesto musgo pegado á las rocas; desde as elegantes plantas de nuestros jardines, hasta los árboles gigantescos de los bosques, toda planta es un laboratorio de síntesis orgánica, una actividad especial que el sol anima con sus rayos y que en vano el arte intenta imitar. Es en vano que el botánico y el químico esfuercen su ingenio y obliguen á los mismos elementos á com- binarse de mil modos: nunca saldrá de su fábrica la planta sin el germen preexistente que posee la verda- dera función y actividad. Así fabrica con ella las diversas materias albumino- sas: albúmina, fibrina, casenia vegetales, glutina, le- gúmina, amandina, cafeína, theina, etc.; y las infini- tas no azoadas, desde la celulosa, féculas, azúcares y gomas, etc., hasta las grasas y ceras vegetales. El animal está sometido á condiciones de existencia y desarrollo distintos, y tomando del aire el oxígeno que se mezcla con su sangre, y apropiándose las ma- terias orgánicas acumuladas en los vegetales y otros albuminóideos del reino animal, las modifica y digie- re, las absorbe y envia á los vasos, donde en presen- cia del oxígeno, unas se asimilan á los tejidos, otras se someten á lenta combustión, y finalmente son eli- minadas al mundo exterior, bajo forma de agua, áci- do carbónico, ázoe y materias azoadas de más simple composición. Allí se forman los infinitos principios albuminóideos, grasos y azucarados: los primeros sirven para incor- porarse al organismo y sufrir combustión incompleta para eliminarse por la piel y riñones. Los segundos, más combustionados, se retienen en parte, y la mayor sirve á la calorificación. Los terceros, casi combustio- nados en totalidad, sólo sirven en parte mínima, y des- pués de grandes trasformaciones, para entrar en la constitución de las células orgánicas. Así se establece en la vida ese movimiento continuo y el círculo perpetuo de la materia desde los mine- rales al vegetal, desde éste á los animales; y al fin por eliminación ó por muerte, de nuevo al mundo inorgá- nico, atmósfera y tierra. Ahora bien: ¿qué resulta de todas estas considera- ciones 1 ? Impotencia actual de síntesis orgánica fuera del laboratorio viviente, y diferencia cardinal en la fuerza ó actividad de la célula vegetal ó animal, com- parada con el átomo del más celebrado mineral. La célula del proto-organismo más simple entra en comercio con el medio que le rodea; cambia sus ma- teriales y esto revela una actividad que es la vida de la célula. En vano se busca, aun en medio de la albú- mina, que se forme espontáneamente un proto-orga- nismo ó una célula activa, y menos todavía en el seno de una materia mineral. Pouchet y Pasteur luchan, pero con ventaja y creencia generalizada en el segundo. El germen se halla diseminado por el mundo con su ac- tividad especial que le lleva en alas de su fuerza ha- cia una dirección típica, y es preciso considerar las actividades propias de los elementos histológicos como irradiaciones de esa fuerza representativa de la unidad del ser. El espíritu humano verá siempre como teniendo existencia real el resultado de las nociones abstractas que produce; y ante las manifestaciones vitales tan múltiples como caracterizadas, crea, por facultad su- perior del entendimiento, la noción abstracta del prin- cipio vital: idea general de las fuerzas vivas ó activi- dades vitales diseminadas en los elementos histológi- cos constitutivos del ser. lias disputas serán tal vez eternas por lo inherente ó sobrepuesto de este principio vital á la materia; pero como nosotros no conocemos, ni podemos conocer más que la materia activa, y en esta cuestión del mundo orgánico é inorgánico la actividad de la una tiene caracteres gráficos que le distinguen de la otra, la disputa entre lo inherente ó sobrepuesto me pare- ce estéril, toda vez que nuestro entendimiento limi- tado no alcanza á resolverla experimentalmente, y sí sólo por ingeniosas hipótesis. Admítase la diferencia entre ambas actividades: y toda vez que la física aspira á realizar la unidad de las fuerzas físicas, á cuya uni- dad, una vez realizada, la llamará principio ó ley, haya tolerancia para los biologistas que llamen prin- cipio, ley ó fuerza vitad á la unidad que preside al mundo organizado. DR. CALVO Y MARTIN. LA REFORMA INTELECTUAL Y MORAL. Lleno de buen deseo y de esperanza por lo im- portante del asunto y por el nombre del autor, he abierto el libro de M. Renán titulado La reforme intellectuelle et morde de la Frunce, libro que sólo na producido enmi ánimo desaliento y tristeza (1). Que Francia necesita una reforma moral es indu- dable. Una nación que en 1871 ha contemplado con inerte indiferencia la desmembración de su suelo y pasado de esto á un vandalismo que tras- formaba la santidad de la fé republicana en orgía de odio y de venganza; una nación que ha tomado por ideal la idolatría de los sentidos y de la mate- ria , está irrevocablemente perdida , á menos que no se intente supremo esfuerzo para traerla de nuevo á la esfera de los pensamientos elevados, á la adoración del ideal, á la religión del deber y del sacrificio. A. las grandes inteligencias de Francia incumbe ( i) Este es el último estudio que ha escrito Mazzini. Lo terminó el 3 de Marzo de 1872, ocho días antes de su muerte.

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N.° 42 MAZZINI. LA REFORMA INTELECTUAL Y MORAL. 373

Desde el modesto musgo pegado á las rocas; desdeas elegantes plantas de nuestros jardines, hasta losárboles gigantescos de los bosques, toda planta es unlaboratorio de síntesis orgánica, una actividad especialque el sol anima con sus rayos y que en vano el arteintenta imitar.

Es en vano que el botánico y el químico esfuercensu ingenio y obliguen á los mismos elementos á com-binarse de mil modos: nunca saldrá de su fábrica laplanta sin el germen preexistente que posee la verda-dera función y actividad.

Así fabrica con ella las diversas materias albumino-sas: albúmina, fibrina, casenia vegetales, glutina, le-gúmina, amandina, cafeína, theina, etc.; y las infini-tas no azoadas, desde la celulosa, féculas, azúcares ygomas, etc., hasta las grasas y ceras vegetales.

El animal está sometido á condiciones de existenciay desarrollo distintos, y tomando del aire el oxígenoque se mezcla con su sangre, y apropiándose las ma-terias orgánicas acumuladas en los vegetales y otrosalbuminóideos del reino animal, las modifica y digie-re, las absorbe y envia á los vasos, donde en presen-cia del oxígeno, unas se asimilan á los tejidos, otrasse someten á lenta combustión, y finalmente son eli-minadas al mundo exterior, bajo forma de agua, áci-do carbónico, ázoe y materias azoadas de más simplecomposición.

Allí se forman los infinitos principios albuminóideos,grasos y azucarados: los primeros sirven para incor-porarse al organismo y sufrir combustión incompletapara eliminarse por la piel y riñones. Los segundos,más combustionados, se retienen en parte, y la mayorsirve á la calorificación. Los terceros, casi combustio-nados en totalidad, sólo sirven en parte mínima, y des-pués de grandes trasformaciones, para entrar en laconstitución de las células orgánicas.

Así se establece en la vida ese movimiento continuoy el círculo perpetuo de la materia desde los mine-rales al vegetal, desde éste á los animales; y al fin poreliminación ó por muerte, de nuevo al mundo inorgá-nico, atmósfera y tierra.

Ahora bien: ¿qué resulta de todas estas considera-ciones1? Impotencia actual de síntesis orgánica fueradel laboratorio viviente, y diferencia cardinal en lafuerza ó actividad de la célula vegetal ó animal, com-parada con el átomo del más celebrado mineral.

La célula del proto-organismo más simple entra encomercio con el medio que le rodea; cambia sus ma-teriales y esto revela una actividad que es la vida dela célula. En vano se busca, aun en medio de la albú-mina, que se forme espontáneamente un proto-orga-nismo ó una célula activa, y menos todavía en el senode una materia mineral. Pouchet y Pasteur luchan, perocon ventaja y creencia generalizada en el segundo. Elgermen se halla diseminado por el mundo con su ac-tividad especial que le lleva en alas de su fuerza ha-

cia una dirección típica, y es preciso considerar lasactividades propias de los elementos histológicos comoirradiaciones de esa fuerza representativa de la unidaddel ser.

El espíritu humano verá siempre como teniendoexistencia real el resultado de las nociones abstractasque produce; y ante las manifestaciones vitales tanmúltiples como caracterizadas, crea, por facultad su-perior del entendimiento, la noción abstracta del prin-cipio vital: idea general de las fuerzas vivas ó activi-dades vitales diseminadas en los elementos histológi-cos constitutivos del ser.

lias disputas serán tal vez eternas por lo inherente ósobrepuesto de este principio vital á la materia; perocomo nosotros no conocemos, ni podemos conocermás que la materia activa, y en esta cuestión delmundo orgánico é inorgánico la actividad de la unatiene caracteres gráficos que le distinguen de la otra,la disputa entre lo inherente ó sobrepuesto me pare-ce estéril, toda vez que nuestro entendimiento limi-tado no alcanza á resolverla experimentalmente, y sísólo por ingeniosas hipótesis. Admítase la diferenciaentre ambas actividades: y toda vez que la física aspiraá realizar la unidad de las fuerzas físicas, á cuya uni-dad, una vez realizada, la llamará principio ó ley,haya tolerancia para los biologistas que llamen prin-cipio, ley ó fuerza vitad á la unidad que preside almundo organizado.

DR. CALVO Y MARTIN.

LA REFORMA INTELECTUAL Y MORAL.

Lleno de buen deseo y de esperanza por lo im-portante del asunto y por el nombre del autor, heabierto el libro de M. Renán titulado La reformeintellectuelle et mor de de la Frunce, libro que sólona producido en mi ánimo desaliento y tristeza (1).Que Francia necesita una reforma moral es indu-dable. Una nación que en 1871 ha contempladocon inerte indiferencia la desmembración de susuelo y pasado de esto á un vandalismo que tras-formaba la santidad de la fé republicana en orgíade odio y de venganza; una nación que ha tomadopor ideal la idolatría de los sentidos y de la mate-ria , está irrevocablemente perdida , á menos queno se intente supremo esfuerzo para traerla denuevo á la esfera de los pensamientos elevados, ála adoración del ideal, á la religión del deber y delsacrificio.

A. las grandes inteligencias de Francia incumbe

( i) Este es el último estudio que ha escrito Mazzini. Lo terminó el

3 de Marzo de 1872, ocho días antes de su muerte.

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el cuidado de dar este impulso fecundo, de tomaresta generosa iniciativa; la empresa correspondeá los escritores capaces de comprender las causasdel mal y de encontrar los remedios que indicanla tradición nacional y las aspiraciones de la Eirropa moderna. Estos escritores son numerosos enFrancia, y M. Renán se encuentra en primera fila;teníamos, por tanto, derecho á esperar que sulibro sobre la Reforma intelectual y moral conten-dría poderoso análisis de las causas que han détenido el progreso de Francia desde 1815, algunaindicación de los métodos por los cuales se podriadar nueva vida al organismo nacional y un llama-miento á los espíritus que trabajan por la mismacausa, aconsejándoles que formen con él una cru-zada moral. Estas esperanzas se han visto frus-tradas.

No es la primera decepción de igual clase. Lainercia y, en cierto modo, la abdicación de lasgrandes inteligencias ha sido general en Franciadurante las últimas tempestades, y es uno de lossíntomas graves de la decadencia que deploro.

En la esfera de acción admira y duele ver hom-bres como Ledru-Rollin, Luis Blanc, EdgardoQuinet, Schoelcher, Arago y otros permanecertestigos pasivos de la insurrección de París , quehubieran podido dirigir con su intervención á unfin más noble, y vacilar entre una Asamblea quecreian funesta y un movimiento que, abandonadoala dirección de materialistas incapaces, habiade acumular desastres sobre desastres.

En la esfera de las ideas, los talentos más gran-des permanecen mudos y desanimados , comoQuinet; ó persisten, á despecho de todo, en glori-ficar la grandeza y la omnipotencia de Francia,como Hugo; ó buscan remedio á los males presen-tes en la vuelta á lo pasado, como hace M. Renán.No hay uno solo que tenga el valor de denunciará su patria las faltas y los errores que la han re-ducido á tal estado; que se atreva, sin espíritu departido, pero con confianza en el porvenir, á ense-ñarle que encontrará su fuerza y su grandeza enel olvido de un pasado, muchas veces glorioso ymuchas más impuro.

Este fue el valor que tuvo Dante y este el ser-vicio que prestó á Italia.

La costumbre muy generalizada, y particular-mente en Francia, de buscar un individuo ó ungrupo de individuos para hacerles responsablesde las faltas ó de las desgracias de un pueblo en-tero es deplorable, porque conduce á la adulacióny á la inercia. El primer Napoleón, su sobrinodespués, miserable parodia de aquel, el supersti-cioso respeto que á lo pasado profesaban los par-tidarios de los Borbones, el egoísmo mezquino deLuis Felipe, son incidentes, vulgares ó heroicos,

de la historia de la nación: no son causas, sinoconsecuencias. No trato de paliar las faltas de losindividuos ni de aligerar la responsabilidad ter-rible que pesa sobre los que, en provecho suyo,explotan los vicios del pueblo; pero las fuentes delmal están más profundas y el tentador penetra poruna brecha que estaba ya abierta. Cuando unanación cambia de soberano y de gobierno cadaquince ó veinte años, y durante tres cuartos desiglo alterna entre pasajeros impulsos de libertady profundas caidas, sin salir de un círculo fatal,aspirando siempre al progreso é incapaz de avan-zar un solo paso, bien se advierte que el mal hallegado hasta las fuentes de la vida. Necesario esentonces buscarle, definirle, atacarle en sus raices,sin prevención de ninguna clase, y no veo queFrancia intente ningún esfuerzo en este sentido.

Treinta y siete años hace que publiqué por pri-mera vez mi opinión sobre el carácter y los pro-gresos del movimiento democrático en Francia yen Europa. Decia entonces que este movimientose desvia y detiene á causa de dos errores funda-mentales; la opinión arraigada en Europa, y par-ticularmente en mi patria, de que la iniciativa delmovimiento civilizador es misión propia de Fran-cia, y la cereencia, ciegamente aceptada por elpartido de acción francés, de que la revolución del89 ha inaugurado nueva era, y que la obra porrealizar consiste sencillamente en llevar á lapráctica los principios de esta revolución. Confrecuencia he hablado del primero de estos erro-res. El segundo nos explica el estado actual deFrancia, y el libro de M. Renán me induce á es-tudiarlo más de cerca.

La teoría política que domina las obras esen-ciales de esta revolución es la teoría de los dere-chos, y la doctrina moral de donde ha salido esla materialista, para quien la vida es la investi-gación de la felicidad. Esta doctrina inaugura lasoberanía del Yo, y la teoría que de ella nace inau-gura la soberanía de los intereses. Poco importanlos rayos de luz proyectados sobre las vias delporvenir por hombres que han muerto, profetasó mártires de otras ideas y de otras aspiracio-nes: el carácter fundamental de la revolución esel que acabo de indicar. Francia se ha apropiadoeste carácter, sin modificarlo en nada absoluta-mente, cuando el despotismo ha sucedido á laviolencia, á las agitaciones revolucionarias, sinvariarlo tampoco después de sus últimas der-rotas.

Quien conoce la lógica de la historia deduce fá-cilmente las consecuencias. Los derechos de di-ferentes individuos ó de distintas clases sociales,cuando no están santificados por la realización deun sacrificio, ni atemperados por una fe común

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en alguna ley moral, producen, más ó menospronto, un conflicto, y á toda reivindicación quese haga mezclaráse la pasión y el odio. La falta deuna ley moral, superior á los derechos, y á la cualtodos los partidos pudieran apelar, conduce in-sensiblemente á los hombres á aceptar los hechosconsumados: el éxito se convierte en signo y sím-bolo de la legitimidad, y se sustituye el culto delo verdadero absoluto por el culto á lo que exis-te, disposición de ánimo que acaba pronto por laadoración de la fuerza. Poco á poco buscan lafuerza hasta los que invocan los nombres sagra-dos de justicia y de verdad, y la buscan como elmejor medio de alcanzar el triunfo. La defensade la libertad se confia á las armas de la tiranía;la revolución se encarna en Saint-Just y en Ro-bespierre, y el terror, elevado á sistema, se erigeen apostolado.

Cuando á la revolución, ahogada por un solda-do de fortuna ó por el maquiavelismo, sustituyeun nuevo estado de cosas, las naciones educadasen estas doctrinas políticas permanecen ñeles áellas hasta en la nueva organización; la fuerza seconvierte en centralización administrativa, y lavida pública queda entregada al monopolio delEstado; quien entonces trata de salir de la iner-cia es implacablemente reprimido. El egoísmo seinsinúa al mismo tiempo en el corazón de los hom-bres por la falsa definición de la vida que la con-vierte en aspiración á la felicidad: los impulsosgenerosos que, en la fuerza de la juventud ó en elmovimiento espontáneo de una revolución, hacensoñar con la felicidad universal, armonía entrelos intereses individuales y los de la humanidad,quedan ahogados, gracias á la ausencia de fe yde deber, por los frios cálculos de la edad maduraó las realidades de la hora presente.

Los que han logrado, fraternizando un mo-mento con el pueblo, obtener lo que deseaban,olvidadizos de sus promesas y del pacto de soli-daridad que han jurado, conténtanse con gozarde sus propios derechos, y en cambio dejan alpueblo adquirir otros por todos lo medios. Los in-tereses materiales se convierten en única medidade todas las cosas; riqueza y poder son sinónimosde grandeza á los ojos de la nación. La políticanacional es una política de desconfianza, de celos,entre los que gozan y los que sufren, entre losque tienen el uso de la libertad y aquellos paraquienes la libertad es una palabra sin sentido. Lapolítica internacional pierde de vista toda reglade justicia, todo sentimiento de derecho, y seconvierte en política de egoísmo y de engrandeci-miento, á veces de degradación, á veces de gloriaadquirida á costa de otro. El sofisma y el espíri-tu sistemático ennoblecen los crímenes y los er-

rores, ensenan la indiferencia ó la muda contem-plación, el culto de la forma en el arte, la sumi-sión ciega ó la salvaje, rebelión en política, la sus-titución del problema de la producción económicaal problema humano; ó bien, volviendo los ojosal pasado, se renuncia á la acción y se escribe lahistoria.

La expiación sigue al crimen, más ó menos rá-pida, más ó menos rigurosa, pero inevitable, in-placable. Hé aquí, pues, el estado á que ha venidoá parar Francia por adoptar la teoría de los de-rechos y de la felicidad como fin de la vida. Laexpiación, que empezó por la imposibilidad deromper el círculo fatal de lo presente y avanzaren la via de lo porvenir, ha entrado en segundoperíodo, más decisivo. Se agravará todavía si lospensadores de Francia, los hombres capaces deun patriotismo viril, no se ponen de acuerdopara hacer oir resueltamente la verdad á suscompatriotas, pues la verdad, dicha por pensa-dores extranjeros, provoca la resistencia del or-gullo nacional que sobrevive á los desastres.

En vez de reparar los pensadores del pueblo,que es lo que hacen con frecuencia M. Renán,M, Montegut, y otros, todos los franceses quetienen influencia y sincero amor á su patria debenunirse para ejercer continuo apostolado de laverdad.

Y voy á decir la verdad.La teoría de los derechos puede ocasionar la

destrucción de una forma social tiránica ó en de-cadencia, pero es incapaz de fundar sobre baseduradera una nueva sociedad. La doctrina de lasoberanía del yo no puede crear más que el des-potismo, ó la anarquía. La libertad es un medio dellegar al bien, pero no es su objeto. La igualdad,comprendida en su sentido material, es una ne-gación absurda de la naturaleza, y, si pudierarealizarse, conduciría á la inmovilidad. El secretode una organización social armoniosa no saldrádel sufragio, de un hombre, de una oligarquía óde un pueblo entero, á menos que este voto nodescanse en la aceptación previa de algún prin-cipio moral, principio que ponga en armonía latradición religiosa é histórica del país y las in-tuiciones de la conciencia individual, viniendo áser el alma de una época. El pueblo no es unaficción, es el conjunto da personas y de clases,asociadas para formar una nación, animadas deuna fe común, fieles á un pacto común, encami-nadas al mismo fin: este fin es el soberano ver-dadero.

La revolución sólo es sagrada y legítimacuando se ha emprendido á nombre del progresoy es capaz de verificar una reforma moral, inte-lectual y material en el pueblo entero. Las re

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voluciones emprendidas para la supremacía exclu-siva de una fracción del pueblo sobre las demássólo son rebeliones, tan peligrosas como estériles.

La revolución verdadera consiste en sustituirun nuevo problema de educación al precedente.El verdadero gobierno es la inteligencia, es el sen-timiento del pueblo, consagrado á convertir enhechos el nuevo principio de educación. Debe,pues, organizarse el gobierno de tal manera quesea capaz y esté obligado á ser fiel intérprete deeste principio, y que no tenga ni la tentación ni elpoder de alterarlo. Todas las teorías de gobiernofundadas en la desconfianza, la sospecha, la re-sistencia, la libertad por sí misma, el antago-nismo entre el gobierno y el gobernado, cual sifueran una idea orgánica, caracterizan períodos detransición, siendo protesta generosa y temporalcontra un orden de cosas anormal y sistemático,pero estériles é incapaces de imprimir á la na-ción un impulso serio y eficaz.

La autoridad es sagrada; no cuando es el cadá-ver de una autoridad muerta ó una mentira, sinocuando está dotada de la fuerza y de la capaci-dad necesarias para desempeñar su misión, queconsiste en representar y desarrollar el principiomoral de la época. El eterno problema de la hu-manidad consiste, no en destruir la autoridad,sino en sustituir, á las autoridades facticias, unaautoridad legítima. No se destruye nada ni se creanada, pero todo se trasforma conforme al gradode educación á que hemos llegado ó somos capa-ces de llegar.

La educación, la familia, la libertad, la asocia-ción, la propiedad, la religión son los eternos ele-mentos de la naturaleza humana. No se les puedeseparar, pero cada época tiene el derecho y eldeber de modificar su desarrollo, conforme á lainteligencia del tiempo, á los progresos de laciencia y á las condiciones sucesivas de las re-laciones humana-. Ilustrada por estas ideas, lademocracia debe abandonar la via de las nego-ciaciones. Útiles y oportunas cuando se tratabade romper los anillos que encadenaban la huma-nidad á lo pasado, son peligrosas hoy que nuestraempresa consiste en la conquista de lo porvenir.Si la democracia no abandona esta via se con-dena á perecer, como toda reacción, por la anar-quía y la impotencia.

La vida no consiste en la investigación de lafelicidad, de una felicidad que es imposible eneste mundo. O la vida es una misión, ó no tienevalor ni sentido. La vida no nos pertenece, es deDios, y por ello tiene un fin y una ley. Nuestraempresa consiste en descubrir esta ley, encon-trar este fin y conformar á él nuestro pensa-miento y nuestras acciones. Es indispensable que

áesta empresa presida la fórmula sagrada deldeber. El hombre no tiene derechos naturales,salvo el de librarse por sí mismo de los obstáculosque le impidan cumplir libremente sus deberes'

Los demás derechos son únicamente consecuen-cia de nuestras acciones, realización de nuestrosdeberes. La propiedad material y la intelectualson únicamente medios de realizarlos, instru-mentos que nos permiten desempeñar nuestramisión, nuestro fin, y no son sagrados sino conrelación á este fin. Considerándolas objeto de lavida lograremos acaso trasportar el egoísmo deuna clase á otra, pero no que el egoísmo se sa-crifique al bien general. Cualquiera que sea laley, cualquiera que sea el fin que nos esté asig-nado, y á cada edad que pase, con mayor claridadse nos revela; no podemos avanzar en el descu-brimiento de la primera, ni en la realización delsegundo, sin poner en ejercicio todas las fuerzasde la humanidad. Nuestra unión íntima connuestros semejantes, es por tanto un deber. Cadacual d3 nosotros vive, no para sí mismo, sinopara la humanidad entera, y, fuera del generalprogreso, no podemos realizar ninguno indivi-dual. La virtud suprema es el sacrificio y con-siste en pensar, obrar, y, si necesario fuese, su-frir, no por nosotros mismos, sino por los demás,por el triunfo del bien sobre el mal. Las condi-ciones del problema no han variado; nuestramisión, hoy como antes, consiste en realizar lafelicidad de todos; pero el espíritu no es igual,se ha modificado la intención con que la empresase acomete, el camino que se emprende es nuevo,y esta diferencia producirá resultados diversos:educaremos la humanidad para el amor y la vir-tud, no para ese egoísmo odioso que es hoy laplaga del mundo.

Francia ha olvidado estas reglas, entregandoal materialismo sus nobles instintos; su amor ála humanidad se ha trasformado en idolatría na-cional; en vez del ideal á que rendia culto, lo quebusca es el placer; sus aspiraciones á lo porvenirlas ha sustituido con adoración ciega y vana áuna revolución, cuyo único objeto fue poner tér-mino á una época pasada. Su adhesión á las na-ciones hermanas y su creencia en la igualdad, lasha reemplazado con no sé qué ensueño de domi-nación, moral. Merecidas son las pruebas por queha tenido que pasar recientemente, expiación desu falta de fidelidad á las promesas con que habíaengañado á los pueblos, de su conducta respectoá Polonia, de su invasión en España en 1823, deeste odio de clases que ha sustituido á la frater-nidad republicana, de la cobardía que ha come-tido, aceptan/lo el segundo imperio, Roma, Mé-jico, Niza y la última guerra.

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Para renovarse y recuperar su grandeza es pre-ciso que Francia repudie los últimos setenta ycinco años, y que entre por distinto camino.

II.

El franco y viril lenguaje que yo esperaba diri-giesen los pensadores franceses á sus compatrio-tas, no lo he encontrado en el libro de M. Renán.Para el renacimiento de Francia" evoca su pasado,el pasado al cual puso fin el 89. M. Renán es mo-nárquico. Estudiando la historia de Francia, en-cuentra que la monarquía ha fundado la unidadterritorial; y de este hecho, que por cierto exa-gera, deduce que su patria debe continuar siendolo que era, monárquica; habiendo consistido elerror de la revolución en decapitar la monarquía.Es muy cierto que las instituciones duraderas nose pueden crear a priori, ni por la imitación deun tipo ideal que presente un pueblo extranjero,ni por la intuición solitaria de un individuo. Eneste error, que M. Renán combate, han incurridocasi todos los socialistas modernos, y yo tam-bién. Las instituciones no se crean; son conse-cuencias, resultado de las tendencias de las fa-cultades especiales de un pueblo, de la organiza-ción social y de las costumbres que por largotiempo se han formado en él, de la tradición his-tórica que nos revela la ley de su existencia. Perosi el estudio de esas tendencias, de esas faculta-des, de esas tradiciones, puede y debe guiarnos enel descubrimiento del principio que debería presi-dir á las leyes de ese pueblo y á sus instituciones,no bastaría para indicarnos el mejor método depracticar el principio. El error de M. Kenan, errorcasi increíble en un pensador, consiste precisa-mente en confundir el principio y el método quedebe aplicársele. La monarquía no es un principio,es un método de gobierno, un instrumento queha realizado ya su misión.

Lo que nos revela la tradición histórica de unpueblo es su misión en el mundo, y á ella apro-piamos la educación y las leyes; pero ¿de qué for-ma y manera se realizará esta misión entre lasnaciones? Este es el problema que varía en cadaedad.

Roma tuvo, más que ningún otro pueblo, lamisión de civilizar á Europa y de formar el mun-do latino-germánico. Esta misión la realizó pormedio de diferentes métodos, por la espada dela república y del imperio, durante el gran pe-ríodo romano, por la palabra pontificia en se-guida, y en fin, durante el segundo gran período,por el ejemplo de nuestras municipalidades.

Un principio atraviesa largos siglos hasta que,como antes he dicho, cuanto en él hay de fuerzay de vida se identifica con la humanidad y se

encarna en ella; pero los instrumentos que estánal servicio de este principio cambian con frecuen-cia, según la educación progresiva de las na-ciones.

Es cierto, aunque no tan en absoluto comoM. Renán cree (1), que la monarquía, por sus lu-chas contra el feudalismo, contribuyó á formarla unidad nacional de Francia, del mismo modoque la aristocracia inglesa, oponiéndose á lastendencias despóticas de la monarquía, contribu-yó á desarrollar el rasgo característico del genionacional. También es cierto que Francia debe áesa unidad interesada que le dio la monarquía sutendencia á la centralización política y adminis-trativa, y de aquí su inclinación á someterse átodo individuo coronado del prestigio que pro-duce la victoria ó la tradición dinástica, y á im-plantar la libertad por la violencia, á sustituir lagloria militar á la obra de fraternidad y deafecto: de aquí también su ardiente deseo deigualdad, con tanta frecuencia mal entendida.

En Inglaterra, al contrario, la larga lucha delpatriciado contra el poder absoluto del rey en-gendró la tendencia á la descentralización , elgusto á la libertad individual, que predomina so-bre todos los demás, y el respeto á la aristocracia,uno de los elementos históricos de la nación (2).

Pero porque la educación del pueblo la hayadirigido en un principio una institución domi-nante ¿debe deducirse que continuará dominandoal través de todas las fases? El elemento históricoes importante en la vida de un pueblo; pero ¿pue-de negarse que la intuición, la espontaneidad, elpresentimiento de un nuevo porvenir existen tam-bién en̂ %l pueblo? Nuestros municipios han te-nido incontestable grandeza, pero ¿es razón bas-tante para volver á lo pasado y permanecer in-móviles entre las tumbas de nuestros anteceso-res? ¿Deben confundirse con la misma vida ciertas

(1) Las municipalidades francesas, aunque inferiores por su origen,

carácter y forma * las de Italia, son, sin embargo, un elemento importan-

te en la historia de Frauda, y por la regularidad de su desarrollo en los

siglos xt y XII prepararon las vías de la unidad nacional. M. Renán no

hace alusión alguna á esta influencia, ni á los nobles esfuerzos de Este-

ban Marcel y de Roberto Lecoq en el siglo xiv, ni 4 Juana de Arco, ni á

las audaces peticiones de los Estados Generales en 1601, nt a ninguna

otra manifestación popular ó de la burguesía. Felipe Augusto, San Luis,

Felipe el Bello y los siguientes reyes, conocieron bien la importancia de

este movimiento, pero, sirviéndose de él contra la feudalidad, hicieron

cuanto les fue posible por desviarte. La monarquía ha hecho la unidad

territorial de Francia; la unidad moral, el alma de la nación, ha salido

allí, como en todas partes, de los instintos populares.

(2) Nosotros, los italianos, no debemos nuestras tendencias nacio-

nales á ningún principio monárquico ni aristocrático cuya historia esté

íntimamente unida á la nuestra. La vitalidad entre nosotros ha tenido

el principio aristocrático; descansa en algunas grandes familias, no en la

fuerza de un partido. No es i la monarquía, sino únicamente al pueblo

á quien pertenece la iniciativa de toda empresa en favor de ta unidad ó la.

libertad nacionales.

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378 REVISTA EUROPEA .—17 DE MAYO DE 1874. N.°12

manifestaciones de la vida que estamos presen-ciando, y convertir el porvenir en un mosaico desustancias desenterradas de las ruinas?

La vida es inmortal; sucesivamente revistenuevas formas, según los objetos inmediatos ó se-cundarios á que aspira en su camino hacia el Unsupremo. La teoría de M. Renán es- contraria ála sana concepción de la historia, contradice laley del progreso que se impone al hombre cuandoestudia los sucesos de la historia.

El error de la revolución francesa no ha sido laabolición de la monarquía, sino la tentativa quehizo de edificar una república basada en la teo-ría de los derechos que, aislada, conduce fatal-mente á reconocer el hecho consumado, fundadoen la soberanía del yo, y ésta, más ó menos pron-to, lleva á la soberanía del yo más fuerte; basadatambién en el método, esencialmente monárqui-co, de la centralización, de la intolerancia y de lafuerza; basada, por último, en esa falsa definiciónde la vida de que antes he hablado, definicióndada por los hombres de la monarquía, por losmaterialistas que, habiendo suprimido á Dios,debian caer en el culto de la fuerza. Cuando elyo más poderoso de este período, Napoleón, se le-vantó, apoyándose en la fuerza, y dijo: i prostér-nate», la Revolución se prosternó delante de él, y(con rarísimas excepciones) cuantos habían ju-rado vivir ó morir como hombres libres se incli-naron y tomaron asiento en el Instituto ó en elSenado conservador. La verdadera causa de la im-potencia que hace languidecer á Francia consisteen esa contradicción entre el método y el fin, enesa educación inmoral con la cual la monarquíaha pervertido los buenos instintos de Francia, ycontra la que no han luchado bastante las inteli-gencias más preclaras.

La monarquía, que ha largo tiempo cumplió lamisión asignada por las circunstancias; la mo-narquía, derribada por una revolución que reasu-me todos los movimientos populares precedentes;la monarquía, reanimada un momento, como cuer-po galvanizado, por las bayonetas extranjerasdespués de la dictadura de Napoleón, puesta entiela de juicio cada veinte años por nuevas revo-luciones, culpable de haber ocasionado dos vecesla invasión extranjera, desprovista de la confianzade sus mismos partidarios; la monarquía, que sesostiene por viles complacencias, que carece defuerza vital, que sólo tiene apariencia de vida,gracias á compromisos denigrantes, á forzadasconcesiones, á hipocresías demasiado deshonro-sas para ser de buenefecto; la monarquía, repito,llámese Chambord, Orleans ó Bonaparte, podráañadir á las demás nueva capa de corrupción,pero no devolverá la vida á la Francia,

Es aflictivo que un hombre del mérito de M. Re-nán la proponga como remedio, y admira verle,arrastrado por las consecuencias de su primer er-ror, caminar de ruinas en ruinas en busca de ele-mentos de una vida nueva, de un recalentamientode instituciones esencialmente malas, y, por aho-ra, imposibles.

Las instituciones religiosas y políticas que laobra del tiempo destruye no pueden ser restaura-das, y la grande inteligencia de Machiavelo in-currió en un error al asegurar que de vez encuando era preciso remontar la corriente de losacontecimientos. Las tentativas hechas para queel cristianismo tenga sus primitivas virtudes,para reconciliar el Pontificado con la vida eman-cipada de los pueblos modernos, para renovar lamonarquía en Europa, son ensueños de espíritusenfermos de ceguera intelectual é incapaces decomprender los destinos reservados á Europa.

El arte mismo no puede rejuvenecerse en lasfuentes de lo pasado. Las tentativas de Owerbecky de su escuela en Alemania, las imitaciones de laescuela umbriana, los esfuerzos religiosos de al-gunos pintores ingleses han fracasado y fracasa-rán siempre. Estos artistas reproducirán las for-mas antiguas, pero no harán revivir el alma delos pintores que han tomado por modelo. FraAngélico se arrodillaba, rogando en éxtasis antesde ponerse á pintar, y los artistas á que antesaludo no rezan. La fe en los dogmas cristianos seapaga en el corazón de los hombres.

M. Renán propone crear una nueva aristocra-cia. «No hay monarquía sin nobleza, dice. En elfondo ambas instituciones descansan en el mismoprincipio (pág. 77).» Esto es verdad, pero es unargumento más en apoyo de nuestra fe republi-cana. ¿Puede crearse una aristocracia? Napoleónlo intentó, y su tentativa produjo miserable pa-rodia.

«La base de la vida provincial debia ser unhonrado y leal caballero de pueblo y un buenpárroco de aldea, completamente dedicado á laeducación moral del pueblo (pág. 78).»

¿Dónde encontrareis ese honrado caballero dealdea y ese párroco exclusivamente dedicado á laeducación moral del pueblo? ¿Dónde está esa aris-tocracia ilustrada de que habláis en otros párra-fos, que se eleva sobre el nivel de las demás cla-ses, y que es depositaría de la conciencia nacional?No se puede crear una aristocracia. O nace de laconquista, implantándose por medio de la espadaen las naciones que el despotismo ha corrrompido>ó de una superioridad individual incontestable, óde largos servicios que á la patria han prestadoalgunas familias privilegiadas. Las antiguas fa-milias nobles se han extinguido ó han degene-

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rado. Las deudas contraidas por indignos descen-dientes, las hipotecas, han hecho desaparecer lamás sólida parte de su fortuna: sus bienes in-muebles están en manos de plebeyos prestamis-tas, y la navegación, los progresos de la indus-tria y del comercio y su infatigable perseverancia,han hecho de la clase media una nueva fuerzasocial. La instrucción más generalizada, la prensa,el espíritu público han abolido las castas intelec-tuales, y la ciencia y la inspiración encuéntransehoy en todas las clases sociales. Es raro en estostiempos ver unido un nombre aristocrático á al-guna obra importante de la ciencia, de la filosofía,de la literatura, de la política, en una palabra,del progreso. La aristocracia hereditaria, la no-bleza de sangre, no existe en Francia más que denombre. El fabricante ha reemplazado al caba-llero. La única aristocracia hoy dia es la de lafortuna, y la única en lo porvenir será la del ge-nio; pero ésta, como cuanto de Dios proviene, sal-drá del pueblo y trabajará para él.

Los Estados no pueden descansar sino en ele-mentos vivos que comuniquen la vida, y la vidaes el progreso, es la iniciativa. La monarquía yla aristocracia no viven, y por lo tanto no puedencomunicar la vida. La monarquía resiste, vejetapor medio de concesiones. La aristocracia mueredel lento siicidio de la holganza. ¿Basta abrir unatumba para reanimar lo que en ella duerme?

«La victoria de Prusia ha sido la victoria de lamonarquía del derecho casi divino, del derechohistórico.»

No, la monarquía prusiana es la más joven deEuropa; el verdadero vencedor es la nacionalidadalemana. Amenazar el Rhin era preparar Sedan.Esta amenaza es la que ha vuelto contra Napo-león III á la Alemania del Sur, k la Alemaniacatólica, con las cuales contaba. El rey de dere-cho casi divino no ha triunfado sino porque enar-bolaba la bandera de la unidad.

La monarquía, la aristocracia, las dos cámarascon sesiones secretas, Paris privado del derechode elegir alcalde y ayuntamiento, la China colo-nizada por la conquista, todos estos remediosque M. Renán propone para los males presentesson ineficaces. El verdadero remedio está en otraparte, y M. Renán se ha engañado grandementeen el problema que quiere resolver. La siguientefrase prueba que no ha comprendido toda la gran-deza del asunto.

«Si es cierto, como parece, que la monarquía yla organización nobiliaria del ejército están per-didas en los pueblos latinos, preciso es decir quelos pueblos latinos llaman una nueva invasióngermánica, y la sufrirán.»

La invasión germánica que subyugó á las razas

latinas en el siglo V, no triunfó porque á estasrazas faltasen monarcas y patricios, sino porquela monarquía, convertida en despotismo, no rea-lizaba ninguna misión, y el patriciado, sombrade sí mismo, no tuvo la energía de identificar sudestino con el de la patria; porque la riqueza ha-bia sustituido el materialismo á la antigua fe enel porvenir de Roma; porque el porvenir pertene-cía al cristianismo, y esto no lo comprendieronlos señores de las razas latinas; porque los escri-tores eran escépticos; las clases ricas, focos decorrupción; el pueblo (exceptuando los cristianos)un monstruo de brutalidad, de superstición, deservidumbre.

El problema que se propone á Francia es t r i -ple, político, social y religioso. Trátase de asegu-rar la mejor organización para colocarla nueva-mente en vias del progreso, resolver la cuestióndel trabajo, formar la educación moral, intelec-tual, económica de esta numerosa clase que eltiempo ha hecho entrar en la razón social. Trá-tase de establecer por medio del sentimiento reli-gioso la noción de un deber común y el deseo decumplirlo.

En cuanto al problema político, ya he dichoque M. Renán busca la solución en la vuelta álo pasado. Del problema social nada dics. Encuanto al religioso cree resolverlo por medio delcompromiso más extraño, y añadiré, más inmoralque pensador alguno ha imaginado. Dirigiéndoseá la iglesia, la dice:

«En cierto grado de cultura intelectual, es paramuchos imposible la creencia en lo sobrenatural.No les obliguéis á que carguen con una losa deplomo. No os mezcléis en lo que nosotros enseña-mos ó escribimos, y no os disputaremos el pueblo;no nos disputeis nuestro puesto en la Universi-dad, en la Academia, y os abandonaremos por com-pleto la enseñanza de los campesinos.

Libro que contiene tal frase ¿cómo puede titu-larse Reforma intelectual y morali Libro que pro-clama de tal suerte una moral doble que dice:«concedednos á nosotros los sabios la verdad,dejad al pueblo en el error»; libro que admite fra-ternidad activa entre hombres creyentes en ladoctrina de Jesucristo y hombres adictos á ladoctrina del progreso; entre los que esperan en lagracia y los que creen en la justa retribución delas acciones humanas; entre los que consideranla tierra teatro fatal del pecado y los que ven enella una etapa en el camino del eterno ideal; queeste libro lleve semejante título es para mí in-comprensible. Podrá ser esta la doctrina monár-quica, pero nunca será la nuestra.

Continuemos siendo republicanos y apóstolesde nuestra fe para el pueblo y con el pueblo. Res.-

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petemos el genio, pero á condición de que, como elsol, esparza su luz, su calor y su vida sobre lasmasas. La verdad es la sombra de Dios en estemundo, y quien procura monopolizarla es tanmatador del alma como quien, oyendo los gritosde un moribundo á quien podría socorrer pasaadelante, es matador del cuerpo. La inteligencia,como todos los dones de Dios, ha sido dada alhombre para el bien general; quien ha recibidodoble parte, ha recibido también doble obligaciónde contribuir á él. Nuestra vida debería ser unapostolado incesante de palabras, obras y ejem-plos en pro de lo que creemos ser la verdad. Quienno ejerce este apostolado, niega la unidad deDios y de la humanidad. Quien desespera de la in-teligencia del pueblo, falta a la historia, en la cualvemos que siempre el ignorante acoge con la lógi-ca del corazón las nuevas verdades de la religión.

Verdad es que el pueblo en Francia y en otrospuntos está hoy extraviado y pervertido por losdemagogos que especulan con la credulidad deunos y la ignorancia de otros, por los apetitosmaterialistas, por la exageración de principiosverdaderos en sí mismos, y por las ideas domi-nantes de la antigua revolución, legítima en sutiempo respecto á las injusticias que combatía yque para Francia continúa siendo promesa denueva era.

Pero ¿no estamos acaso en un período de tran-sición? ¿No se encuentran los mismos errores enotros períodos análogos? ¿No se disiparán prontoestos errores, permitiendo á la idea á cuyo alre-dedor se habían amontonado, brillar con el puroresplandor de una luz bienhechora? La hora queprecede al alba, ¿no es acaso siempre la más os-cura, lo mismo en el cielo de los espíritus que enel cielo físico? ¿Es conveniente, por despechocontra los vapores que lo envuelven, maldecir delastro del dia? Permanezcamos fieles á nuestra ferepublicana; luchemos por ella, con la concienciaserena aunque entristecida, rechazando á la vezla calumnia y el menosprecio, la exageración y laingratitud, el er:.*or j el mal. No abandonemos laverdadera fe bajo pretexto de herejía. Respete-mos las ruinas de cuanto ha sido grande en lopasado; pero sin que este respeto nos detenga ennuestro camino. Símbolo son de la vida de la hu-manidad nuestra madre, pero el porvenir estámás allá. Las pirámides son imponentes, pero in-móviles; son tumbas. Para nosotros, viajeros «enel vasto océano del ser», la consigna es el deber,la condición de la existencia el movimiento.

III.

Y basta ya en respecto á los errores que contie-ne el libro de M. Renán. Siendo á veces tan'pene-

trante y audaz en sus miras ¿cómo ha podido co-meterlos? Familiarizado con la historia, debiahaber aprendido en ella la ley del progreso y cómose realiza. ¿En qué consiste que el hombre quedeclara extinguida la fe en lo sobrenatural creeen el principio monárquico, muerto desde liacetanto tiempo? ¿Por qué esta desanimación? ¿Porqué aconsejará Francia el culto de lo pasado,cuando en todo lo demás las miras de M. Renánse dirigen á lo porvenir? El movimiento ascen-dente de la democracia es tan cierto para los quelo temen como para los que lo aplauden; es unhecho europeo que preside las manifestaciones dela vida moderna; la represión es impotente por-que, reprimido en un punto , estalla en otro conmás fuerza. Cien años de continuo desarrollo re-velan una vitalidad imperecedera. ¿Cómo quiereM. Eenan que Francia vuelva á los reyes de laEdad Media, al noble de pueblo y al cura de aldea?

El campo de la democracia está surcado de erro-res. Le desfiguran y alteran algunas ideas queconducen á inmorales consecuencias y algunasexageraciones tan salvajes como peligrosas, ¿Porqué no atacarlas? Todos los errores de la demo-cracia contemporánea nacen de la misma fuente,de una falsa dirección impresa á la idea democrá-tica, de una concepción imperfecta de la vida ydel mundo. Importa, pues, indicar esta fuente,examinar esta concepción. Otros escritores políti-cos siguen la misma tendencia de M. Eenan;pero las anteriores obras de éste le dan una im-portancia considerable y mis observaciones seaplican con más utilidad á él que á cualquierotro.

j La forma, el lenguaje y algunas ideas secun-darias tomadas de nuestra escuela, inducen á al-gunos lectores superficiales á atribuirle tenden-cias espiritualistas, y, sin embargo, su doctrinaes una emanación, una variante de ese materia-lismo que impide reconocer la idea del progreso;idea destinada á ser síntesis y ley religiosa en losnuevos tiempos. El materialismo de M. Renán noes ciertamente el materialismo grosero del si-glo XVIII, ni el de los alemanes degensrados dehoy dia; es el materialismo dulce, velado y unpoco jesuítico de la escuela hegeliana. Para lossectarios de esta escuela, la verdad existe, peroes relativa, refleja, resulta de la duración y ex-tensión, cualquiera que sea la forma que revista;es legítima en cuanto es la manifestación del yo.

i El mundo existe, pero sólo como una sucesión defenómenos, siendo nuestra misión estudiarlos ycomprenderlos. El ideal existe, pero en nosotros yno fuera de nosotros, y es la forma más elevadade nuestras'nociones de lo bello, de lo justo, de loútil; es una concepción, no un fin.

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Todas las cosas existen porque deben existir; elhecho sólo de su existencia es su razón de ser.Toda evolución, todo fenómeno, es á la vez causay efecto. El bien no existe en si, ó al menos esinútil é imposible descubrir si existe ó no; peroel hombre lo crea, y habiendo hecho de él la tra-dicion un elemento histórico considerable, es útilpreservar el símbolo y el nombre. Estas son lasconsecuencias de la concepción materialista, quesólo ve en el mundo una serie de fenómenos pro-ducidos por la fuerza de la materia, encadena-dos por un lazo fatal, y constituyendo un movi-miento circular, no progresivo.

El efecto de estas ideas en el método históricosalta á la vista, y explica las miras de M. Renánsobre Francia. Habiendo eliminado todo ideal ab-soluto y supremo, toda ley providencial, sólo lequeda el hecho, el fenómeno, para juzgar á losnombres y las cosas. La realidad móvil, contin-gente, relativa, toma el lugar de la verdad eterna.Toda concepción de vida colectiva es imposible.Es el triunfo del análisis, pero del análisis inca-paz de ascender al origen de los fenómenos, deagruparlos en clases, de estimar su verdadero va-lor. La tradición es el único criterio, el únicomedio de formar idea del pasado de los pueblos,y este criterio se detiene necesariamente ante losmisterios de lo porvenir. La tendencia innata delespíritu humano á ascender de fenómeno en fe-nómeno, le conduce á reunir las tradiciones y áaleccionarse en lo pasado. Una nación es, para laescuela materialista, la expansión necesaria deun germen primario (ó hecho) que engendra largaserie de consecuencias fatales, y de la mismasuerte que la semilla contiene la serie de mani-festaciones que constituyen el árbol, serie queforma un círculo, de la misma manera la nación,cuando las consecuencias del primer impulso devida que la ha formado están agotadas, no puederenovar su existencia sino volviendo á la fuentede donde ha sacado su primera vitalidad. Si, pues,la tradición revela que tal ó cual nación, en suprimera vida, ha tenido la forma monárquica, lamonarquía llega á ser una necesidad para losdiscípulos de esta escuela. Si se puede probar quela libertad ha llegado á cierto grado de desarrollobajo el régimen monárquico, resulta para ellosprobado que la monarquía es la salvaguardia dela libertad; y si queda establecido que la noblezase ha opuesto en los tiempos pasados á las usur-paciones de los reyes, señal es de la necesidad dela nobleza para el mantenimiento del equilibrio na-cional. El ideal del gobierno de un pueblo consisteen preservar todos los elementos que han contri-buido á su existencia en lo pasado y en hacer quevivan uno junto á otro en la mejor armonía.

Fundándose en esta doctrina, M. Guizot ha pro-clamado la eternidad, la eterna legitimidad de loacuatro elementos, la teocracia, la monarquía, laaristocracia, la democracia, cuyo sucesivo des-arrollo al través de la vida política de los pueblosha descrito. Por ello también Oousin proclamaba

que el secreto de la Filosofía consiste en la unión,la fusión de los cuatro elementos, el idealismo, elmaterialismo, el escepticismo y el misticismo,porque sucesivamente los encontró en lo pasado.

Hegel decia que las instituciones de Prusia ha-bían llegado á los últimos límites del progreso, yde igual suerte Cousin y Guizot proclamaban lainviolabilidad de la Constitución concedida á Fran-cia por Luis XVIII, donde se encuentran en efectorepresentados, más ó menos imperfectamente, loscuatro elementos del pasado.

El fatalismo—optimista ó pesimista, poco im-porta—es resultado inevitable de las enseñanzasde esta escuela, y las consecuencias del fatalismoson la justificación del mal, la contemplación sus-tituida á la acción. ¿Quién condenará el mal, enefecto, si todos los hechos están inevitablementeencadenados por una serie de fenómenos, á la vezefectos y causas, en virtud de ciertas fuerzas dela materia, inmutables porque son ininteligentes?¿A. qué luchar contra acontecimientos que lesbasta serlo, para ser legítimost

¡Cuántos escritores franceses, ingleses, alema-nes hemos visto en estos últimos años hacersabiamente la apología del mal y profanar laaustera moral de la historia con la rehabilitaciónde César, de Sila, de Nerón, de Caligula!

Un espíritu de contemplación muda é inerte,que se."»contenta con comprender y admirar, hareemplazado en la mayoría de los pensadores alespíritu de acción que deduce, prevé, tranfor-ma. El estudio del pasado absorbe casi todas lasinteligencias del siglo. El carácter de casi todaslas obras que la imprenta ha producido en nuestraedad es la crítica, y parece que la conciencia de loporvenir se ha extinguido entre nosotros. El artese lamenta, maldice ó imita. No conozco ningunapoesía, excepto la de Polonia, que demuestre elsentido de su verdadera misión, el cual consisteen excitar al hombre á la acción.

«El sabio se propone un objeto especulativo,sin aplicación directa al orden de los hechos con-temporáneos... El pensador se cree con escasoderecho á la dirección de los asuntos de su pla-neta, y, satisfecho de esta participación que lecabe en suerte, acepta la impotencia sin pesar.Espectador en el universo, sabe que el mundo nole pertenece sino como objeto de estudio.»

Estas líneas, escritas por M. Renán en el pró-logo de sus Estudios de historia religiosa, reasu-

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men perfectamente la situación del espíritu detodos los pensadores contemporáneos. En estaescuela ha adquirido M. Renán, no sólo sus gus-tos á la contemplación estéril, sino también suinclinación hacia el extraño remedio que proponeá la Francia enferma, el escepticismo que respi-ran las mejores páginas de su obra, la tendenciaá aislar aljhombre que piensa, del hombre del pue-blo, del vulgo, y ese espíritu de indiferencia re i-giosa que tan poco se parece á la tolerancia. Lascuestiones que se ha dedicado á tratar con una se-renidad impasible, son cuestiones que han costadoy costarán todavía á la humanidad lágrimas desangre. El pensador no tiene derecho á conver-tirlas en objeto de análisis, de gimnasia intelec-tual, á permanecer indiferente á su soluciónpráctica, ó faltar, por gustos de estética, al debermás sagrado que al hombre incumbe, al deberde propaganda, al apostolado de lo que consideraverdad.

La inteligencia es el tesoro, el depósito sagradoque Dios confia al pensador, á fin de que lo dis-tribuya entre sus semejantes. Aristófanes y Só-crates, el acusador y la víctima, tienen respecti-vamente su razón de ser (esta frase es de M. Re-nán), pero á condición de que condenemos lamemoria del primero, y elevemos un altar ennuestros corazones en honor de Sócrates mártir.La tiranía tiene también á vecer su razón, de seren la concepción de un pueblo, en la sustitucióndel egoísmo á la religión del deber; pero lasalmas honradas están obligadas á encender lallama de la virtud, á excitar á la resistencia, áesgrimir la pluma y la espada contra la tiranía ylos tiranos; el mal es el instrumento ciego, in-consciente del progreso en el mundo, pero sólo ácondición de ser combatido, acosado, eliminadopoco á poco. Estamos en esta tierra, no paracontemplar, sino para trasformar la criatura,para fundar, en cuanto de nosotros dependa, «elreino de Dios en este mundo,» no para admirarlos contrastes del universo. Bajo la contempla-ción, lo que frecuentemente se oculta es elegoismo. Nuestro mundo no es un espectáculo, esun campo de batalla donde todos aquellos queaman lo justo, lo bello, están obligados á ocuparsu puesto, como capitanes ó como soldados,como conquistadores ó como mártires.

Tengo gran necesidad de consignar estos prin-cipios en mi patria, donde los espíritus recien sa-lidos de las tinieblas, del silencio y de la inmovili-dad, tienen, más que en ninguna otra parte, sed denuevas doctrinas, son poco capaces de compren-der los peligros, forman juicios precipitados yestán muy dispuestos á prendarse de cuanto tieneun exterior bello ó apariencias de audacia.

La escuela á que pertenece M. Renán ha des-viado desde M. Guizot los estudios históricos ypervertido la inteligencia de lo pasado, contri-buyendo poderosamente á entorpecer el sentidomoral y á debilitar el espíritu de acción, que esel único lazo entre el pensador y el hombre delpueblo. Esta escuela confunde la historia de laciencia política y de la filosofía con la ciencia y lafilosofía en sí misma, la vida con alguna de suspasajeras manifestaciones; las ideas con los ins-trumentos destinados á hacerlas prevalecer en larealidad. Es la negación del progreso, porque e!progreso es una revelación continua de la libertadhumana, que es la elección responsable entre elbien y mal; de la moral que absuelve ó condena;de la historia que trascribe y conserva los jui-cios de la moral.

A esta escuela, nuestra escuela italiana, si te-nemos alguna, opondrá las sencillas pero fecun-das afirmaciones siguientes: Toda existencia tieneun fin. La vida humana, con la conciencia delsuyo, tiene la misión de cumplirlo y marchar sincesar hacia adelante, librando eterno combate álos obstáculos que obstruyen su camino. El idealno está en nosotros, sino fuera de nosotros, nosiendo creación del hombre y descubriéndolopoco á poco la inteligencia. La ley que presideeste descubrimiento se llama progreso. El mé-todo, por el cual se realiza este progreso, es laasociación, asociación de todas las fuerzas y detodas las facultades humanas. La Providencia nosha dado tiempo y espacio para realizar este ideal,y en él está el campo de la libertad y de la res-ponsabilidad para cada uno de nosotros. Tenemosque elegir entre el mal, que es el egoismo, y elbien, que es el amor, el sacrificio. Habiéndonosconcedido Dios la facultad de escoger, de descu-brir el camino del progreso, las instituciones so-ciales tan sólo son medios por los cuales traafor-mamos nuestro pensamiento en acción, para reali-zar los designios de la Providencia.

Las obras colectivas exigen la división del tra-bajo. La diversidad de naciones es una conse-cuencia de esta necesidad. Cada nación tienemisión especial y actitud particular que la induceá realizarla. Este es el signo. Cada nación es unode los obreros de la humanidad que para el biengeneral trabaja. Las naciones que descuidan elcumplimiento de su misión propia, que se aban-donan al egoismo, caen y entran en un período deexpiación proporcionada á su error, á sus equivo-caciones. Lo mismo para las naciones que parala humanidad, las fases de la educación sucesivase llaman épocas. Cada época revela una partedel ideal, un rasgo de la divina idea. La filosofíaprepara las vias de este descubrimiento; la reli-

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N.° 12 GUILLERMO KAULBACH. 383

gion santifica después é impone como deber lanueva idea, la política la traduce en hechos en lavida práctica y el arte la simboliza.

La iniciación de una nueva época ó proclama-ción de un nuevo principio se verifica por mediode una revolución. El desarrollo pacífico de esteprincipio constituye la época que comienza.

Durante la evolución adoptan y emplean las na-ciones diversos instrumentos, distintas herra-mientas. La monarquía, la nobleza, la teocracia,son otros tantos instrumentos que se cambian se-gún los tiempos, según los mayores ó menoresservicios que pueden prestar, hasta que el puebloentero, llegando á comprender completamente elprincipio y asimilándose á él, se convierte en suintérprete ilustrado y progresivo.

Las revoluciones son á los pueblos y á la hu-manidad lo que la instrucción es al individuo.

De esta suerte se divide la tradición de un pue-blo en períodos, señalado cada uno de ellos poruna revolución que crea un instrumento, en lu-gar del antiguo usado ya. Esta tradición no sepuede conocer á fondo sino por el estudio de unoó dos períodos. El período nuevo debe en efecto to-mar del pasado los elementos que le han sido úti-les y no están en desuso. Gracias únicamente áeste estudio de toda la tradición podremos esco-ger con provecho los materiales del porvenir.

JOSÉ MAZZINI.

(FortnigMly Reviem.)

GUILLERMO KAULBACH.

En la mañana del 7 de Abril ha fallecido enMunich este célebre artista, víctima de un ataquede cólera.

Kaulbach nació en 1805, siendo su padre artí-fice joyero en Arolsen, en el principado de "Wal-deck. Aprendió primero el oficio de su padre,más tarde se dedicó á la agricultura, pero aban-donó ambas ocupaciones para cultivar el arte,hacia el cual había mostrado decidida vocacióndesde su edad temprana. En 1823 entró de alum-no en la Academia de Dürseldorf, que entoncesestaba dirigida por Cornelius, y á los veinte añosya le empleó este maestro en la Gylptoteca: estofue en 1825. Pintó algunos frescos en la arcada deljardín, y ejecutó otras obras que mostraron gran-des dotes para seguir el nuevo movimiento que yahabían iniciado en el arte Cornelius, Schnorr vonCarolsfeld, Schadow, y otros, cuyo propósito fue,no ya la regeneración del arte en Alemania, sinosu formación, según propios conocimientos. Elgenio de Kaulbach probó ser de más rica vena que

el de aquellos didácticos, quasi grandes maestros,sus predecesores. En efecto, en 1828 ya se des-hizo de casi todas las trabas creadas por un exa-gerado eclecticismo, y produjo la obra conocidapor el nombre de la Casa de locos, cuya composi-ción habia meditado hacia largo tiempo, pues seafirma que los estudios que para ella le sirvieronfueron ejecutados durante la permanencia del ar-tista en Dürseldorf. Esta obra ha sido grabadamás de una vez en Alemania y también en Fran-cia. Produjo numerosa sensación por su fidelidaden la representación de la naturaleza, cosa tan raraentonces, siendo esta cualidad la que más consi-deración le dio. Hoy, según la crítica del dia, juz-gamos de distinto modo esta, en verdad, nota-ble producción. El genio alemán que acogió siem-pre afablemente á Hogarth, no habia vuelto á vernada tan realista desde que los dibujos de este granartista inglés mostraron á los alemanes la re-lación del arte con la vida humana. Esto pruebaen cierto modo el agrado con que fue recibida laCasa de locos, obra cuya inspiración es de lamisma especie que la que guiara á Hogarth en laejecución de las suyas; aunque, por otra parte, esinnecesario decir que la ejecución de esta pin-tura difiere totalmente de las de Hogarth. Kaul-bach confesaba las relaciones que sus obras te-nian con las del pintor inglés, á cuyo estudio sededicaba abiertamente.

La naturaleza del talento que pudo á un tiempoaunar el estilo de Hogarth con el de Cornelius,sin dejar por eso de obrar bajo su propia inspira-ción, es, sin duda alguna, un asunto muy intere-sante y digno de estudio. Este propósito de armo-nía ful característico del genio del hombre queprodujo los admirables dibujos del Zorro (Rei-neke Fnchs), de Goethe, y la grandiosa compo-sición de la Batalla de los Hunos (Hunens-chlacht.) También se ocupó con no menor éxitoen pintar diversos «.bonitos eclecticismos» y ale-gorías déla pretensiosaescuela moderna alemana.Tuvo Kaulbach la suerte de que Luis, el rey deBaviera, le encargara, mucho antes de que fueseconocida La batalla, la pintura al fresco y al en-causte de diversas obras en Munich, las cualescreernos son hoy miradas con bastante indiferen-cia. Los asuntos de éstas están enumerados en va-rias guias de viajeros, y están tomados de Wieland,Goethe, Klopstock, etc. La batalla le ocupó porintervalos durante mucho tiempo, y no fue ter-minada hasta 1837, en cuya fecha obtuvo su tras-cendental éxito. Ha sido grabada diferentes veces.Lo que más llama la atención en esta obra es que,mientras los cuerpos de los guerreros muertosyacen en tierra, sus aún enfurecidas almas re-nuevan la lucha en los aires sobre el campo de