La República de Cicerón y las Leyes Catilinarias

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Cicerón dividió la república en nueve libros, correspondientes al número de las feria Latinas, durante las cuales suponían en el artificio de la composición se había tenido la conversación que forma la obra. Después redujo los nueve libros a seis, y a tres el número de los días. En el manuscrito de Vaticano se encontró la mayor parte del libro primero, un fragmento bastante extenso del Segundo, algunos bellos párrafos del tercero, y dos o tres páginas del cuarto y del quinto. El libro sexto queda reducido aun en el sueño de Escipión y algunas frases sin puesto fijo recogidas por los escritores antiguos que citan con frecuencia a Cicerón, pero alcanzan a dar idea bastante exacta a Cicerón y particularmente este tratado. El primer libro está dedicado a la discusión de las diferentes formas de gobierno: conversación puramente teórica, cuyo objeto es sentar los verdaderos principios de toda política, prescindiendo de las aplicaciones, y algo en el mundo ideal, como hizo Platón, pero con apreciación más exacta de la realidad y un buen sentido práctico que sobresale hasta en esta metafísica política. Cicerón Habla primeramente de las tres formas de constitución que todos los escritores políticos han estudiado, aplicando y aprobando. En el Segundo libro contenía la historia de la constitución de los romanos, desde los primeros ensayos de Rómulo Hasta el complete desarrollo de la Republica. Cicerón trata de probar que

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Reseña del libro de la República de Cicerón y las Leyes Catilinarias

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Cicerón dividió la república en nueve libros, correspondientes al número de las feria

Latinas, durante las cuales suponían en el artificio de la composición se había tenido la

conversación que forma la obra. Después redujo los nueve libros a seis, y a tres el

número de los días. En el manuscrito de Vaticano se encontró la mayor parte del libro

primero, un fragmento bastante extenso del Segundo, algunos bellos párrafos del

tercero, y dos o tres páginas del cuarto y del quinto. El libro sexto queda reducido aun

en el sueño de Escipión y algunas frases sin puesto fijo recogidas por los escritores

antiguos que citan con frecuencia a Cicerón, pero alcanzan a dar idea bastante exacta

a Cicerón y particularmente este tratado.

El primer libro está dedicado a la discusión de las diferentes formas de gobierno:

conversación puramente teórica, cuyo objeto es sentar los verdaderos principios de

toda política, prescindiendo de las aplicaciones, y algo en el mundo ideal, como hizo

Platón, pero con apreciación más exacta de la realidad y un buen sentido práctico que

sobresale hasta en esta metafísica política.

Cicerón Habla primeramente de las tres formas de constitución que todos los escritores

políticos han estudiado, aplicando y aprobando.

En el Segundo libro contenía la historia de la constitución de los romanos, desde los

primeros ensayos de Rómulo Hasta el complete desarrollo de la Republica. Cicerón

trata de probar que la superioridad de la constitución romana procede de que no era

obra de un hombre solo, un monumento de una sola generación, si no futuro de la

experiencia de muchos siglos y del genio de larga serie de grandes hombres.

El tercer libro se une la política a la moral: los repugnantes sofisma que querían quitar a

la justicia la dirección de los Estados, llegando hasta negar la justicia misma, atacando

el derecho y la santidad de las leyes en su mismo origen, toda esta doctrina, que no

había nacido en Roma, si no que se había recibido en la Grecia, queda refutada por

Lelio por color y elevada elocuencia. Filio e encarga al principio de defender la

injusticia; reproduce las argumentaciones más Fuertes de carneadas en contra de la

justicia y el derecho natural, objeciones que remontaba hasta Georgia y los sofistas.

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En tan poco lo que conserva de los libros cuarto y quinto, y tan escaza trabazón existe

entre sus aislados fragmentos que no es posible indicar con algún detalle el objeto de

estos diálogos. Puede suponerse que en el libro cuarto, habla de las costumbres, y en

el quinto de las reglas de gobierno y de los deberes del hombre político. En fin todo

lleva a creer que en el libro sexto se elevaba, de las leyes e instituciones humanas, a la

religión, el culto, a la saludable influencia del temo a Dios y a la creencia en otra vida.

Véase que en la composición de la Republica Cicerón se encuentra en terreno propio:

tiene naturalmente la elevación del filósofo y el tacto del grande hombre; desprecia

tanto las abstracciones sonoras como desdeñadas la realidad los espíritus quiméricos:

había recibido de la naturaleza el afortunado equilibrio de razón y prudencia, el raro

temperamento de espíritu que no excluye la nobleza, en fin, todas esa preciosas

cualidades, que valen más que la sublimidad de un genio divorciado con el mundo, y

que son las únicas que forman el moralista y al político.

PRIMER LIBRO

Paso en silencio los innumerables varones que han presentado a la patria esclarecidos

servicios, y desisto especialmente de nombrar a los que están cercanas a nuestra

época, para que nadie pueda quejare de mi silencio acerca de el mismo o de alguno de

los suyos.

No ha de poseerse la virtud a la manera de un arte cualquiera, sin practicarla. El arte

que no se practica puede poseerse como ciencia; pero la virtud consiste precisamente

en la práctica, su mejor empleo es el gobierno de los asuntos públicos y su complete

perfeccionamiento a la realización, no con palabras, si no con obras, de todas la

grandes cosas que se proclaman en las escuelas. Nada han dicho los filósofos, que

sea recto y honesto, que no haya descubierto y practicado los legisladores de los

pueblo.

No debemos ciertamente presentar oídos a las excusas de aquellos que quieren

saborear continuamente el ocio: dicen que ocupan los cargos de la Republica hombres

incapaces del bien, en cuya compañía fuera vergonzosa encontrarse, y con quienes

seria desagradable y peligroso luchar, sobre todo cuando se encuentra conmovida la

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multitud. Demencia es querer empuñar las riendas del gobierno, puesto que no pueden

dominarse los ciegos y los terribles arrebatos del vulgo, ni es honroso combatir con

adversarios inmuebles y culpables, pero no tienen otras armas que las injurias, los

ultrajes y las afrentas que el sabio no debe soportar; como si los hombres valerosos,

esforzados y de levantado animo pudiesen alguna vez ambicionar el gobierno con otro

objeto que el de rechazar el yugo de los malvados, no permitir que despedacen la

Republica, que algún día querrían inútilmente salvar los buenos.

ESCIPION. - Ciertamente, después de haber dicho lo que pienso sobre aquella forma

de gobierno que considero la mejor, me parece que debo ahora tratar más

detenidamente de los cambios en las formas de gobierno, aunque no sea fácil que

sucedan en aquella república. De la forma de gobierno de reyes sí que es natural y

muy cierto siguiente cambio: cuando el rey empieza a ser injusto, pronto perece aquella

forma, y el rey se convierte en tirano, forma pésima próxima a la mejor; entonces, si los

nobles suprimen al rey, lo que ordinariamente ocurre, la república pasa a la segunda de

las tres formas de gobierno: la que más se acerca al gobierno de reyes; o sea, el

gobierno paternal de unos jefes que dirigen bien a su pueblo. Ahora para volver a la

fuente de mi discurso, dice él que de este libertinaje, que ellos consideran como la

única libertad posible, surgen como de la misma raíz, y diríamos que nace, el tirano.

Porque, del mismo modo que del poder excesivo de los gobernantes nace su ruina, así

también la misma libertad somete a servidumbre a tal pueblo excesivamente libre. Por

lo tanto, de esta excesiva libertad se engendra el tirano y una servidumbre muy injusta

y dura. Un pueblo así sublevado, o mejor, salvaje, elige generalmente a un caudillo

contra aquellos jefes no respetados y desplazados; un caudillo audaz, deshonesto, que

persigue con saña a personas beneméritas de la república, y premia al pueblo con

bienes propios y ajenos; un caudillo al que, a causa del miedo que siente de convertirse

en simple particular, se confiere todo el poder, y un poder que se hace permanente,

amparándose incluso con la fuerza militar, y caudillos que se convierten en tiranos de

los mismos que les elevaron al poder. Cuando las personas de bien los superan, como

ocurre frecuentemente, vuelve a restablecerse la ciudad; pero, si lo hacen hombres

audaces, entonces surge una facción, otra forma de tiranía, en que degenera también

algunas veces la mejor forma de gobierno de los nobles, cuando algún vicio los desvía

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del recto camino. De esto modo vienen como a quitarse entre sí la pelota de la

república, los tiranos a los reyes, y a aquéllos los jefes o los pueblos, y a éstos las

facciones o los tiranos, y nunca dura mucho el mismo tipo de república.

SEGUNDO LIBRO

Catón, cuya oratoria nunca llegó a cansarme, pues tanta experiencia tenía aquel

hombre de la política, que ejerció en la paz y en la guerra, no sólo con gran acierto, si

no también por mucho tiempo; además del sentido de la medida, del gusto elevado por

aprender y enseñar, y de su vida del todo consecuente con su palabra. El solía decir

que la ventaja de nuestra república sobre las otras estaba en que éstas habían sido

casi siempre personas singulares las que las habían sido casi siempre personas

singulares las que habían constituido por la educación de sus leyes. También de los

otros reyes, tiene todo alrededor montes empinados y escarpados, con una sola

entrada, entre el monte Esquilan y el Quirinal, que estuviera ceñida por una enorme

fosa con su terraplén; con una fortaleza dotada de un círculo inaccesible y como

cortado en la roca, que incluso en la terrible ocasión del asalto de los galos pudiera

permanecer incólume e íntegra. Y eligió un lugar abundante en aguas, y salubre en

medio de una región pestilente, pues hay unas colinas que están batidas por todos los

vientos a la vez que dan sombra al valle. Y terminó Rómulo de hacer esto con gran

celeridad, pues estableció la ciudad que hizo llamar Roma, dándole un nombre tomado

del suyo propio, y, para asegurar la nueva ciudad, tuvo una idea algo primitiva, pero

digna de un gran hombre y de larga visión para asegurar la fuerza de su reino y de su

pueblo, al hacer raptar unas doncellas sabinas, de noble linaje, que habían venido a

Roma a causa de unas fiestas que Rómulo había instituido para celebrar anualmente

en el Circo, el día de los Consueles, y casarlas con los jóvenes de las mejores familias.

El fundamento de la prudencia política, a la que se refiere todo nuestro discurso, está

en ver los rumbos y cambios de las repúblicas, de modo que, al saber hacia dónde se

inclina cada una, podáis contenerla o poner antes remedio. Porque ese rey del que

estoy hablando, en primer lugar, no tenía la conciencia tranquila por haberse manchado

con la muerte de un rey óptimo, y como temía un grave castigo de su crimen, quería

que se le temiera a él; luego, abundó en insolencia, confiando en sus victorias y

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riquezas, y no pudo dominar ni sus propios instintos, ni las pasiones de los suyos. Así,

pues, cuando su hijo mayor violó a Lucrecia, hija de Tricipitino y esposa de Colatino, y

ella, mujer honrada y noble, se dio a sí misma la muerte a causa de tal afrenta, un

hombre que sobresalía por su ingenio y valor, Lucio Bruto, liberó a sus conciudadanos

de aquel injusto yugo de dura esclavitud; siendo un particular, se hizo cargo de toda la

república, y fue el primero que en esa ciudad demostró que, para defender la libertad

de los ciudadanos, nadie era un particular.

TERCER LIBRO

Se inventó también el número, cosa tan necesaria para la vida como única, inmutable y

eterna, que movió por primera vez a que contempláramos el cielo, y no viéramos en

balde los movimientos de los astros, así como para que contáramos los días y las

noches cuyos ánimos se elevaron hasta ser capaces de hacer o pensar algo digno,

como antes he dicho, de donde los dioses. Por lo que, cuantos disertan acerca del

orden de la vida deben ser considerados por nosotros, y efectivamente lo son, como

grandes hombres, sabios, maestros de verdad y de virtud, siempre que lo hallado por

personas versadas en los distintos asuntos de las repúblicas, o lo tratado en su ocio

literario, no sea algo despreciable, y no lo es, siendo la razón civil y cultura de los

pueblos, que produce en los ingenios superiores, como muy frecuentemente ocurre,

una sublime y divina virtud.

ESCIPION. -alcanzar. Por lo tanto, ¿quién dirá que hay cosa del pueblo, es decir,

república cuando todos están oprimidos por la crueldad de uno solo y no hay la

sujeción a un mismo derecho ni la unidad social del grupo, que es el pueblo? Así

ocurriría en Siracusa, aquella ciudad famosa, que dice Tineo era la mayor de las

griegas, la más bella de todas: ni la fortaleza digna de verse ni los puertos que

penetraban en la ciudad con sus muelles urbanos, ni las amplias avenidas, ni los

pórticos, templos y muros podían hacer de ella una república, mientras gobernaba

Dionisio, pues nada de eso pertenecía al pueblo, sino que el mismo pueblo pertenecía

a una sola persona. Así, pues, allí donde hay un tirano, hay que reconocer que no

existe una república defectuosa, como decía ayer, sino que como ahora la razón obliga

a decir, no existe república alguna.

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CUARTO LIBRO

ESCIPIÓN. - ... el favor, y qué convenientemente fueron distribuidas las clases sociales

por edades, por rango, por pertenecer a los caballeros, entre los que votan también los

senadores, aunque hay ahora mucha gente que neciamente desea alterar este orden y

pretende una nueva concesión del derecho de caballero mediante algún plebiscito.

Considerad ahora qué prudentemente está dispuesto lo demás en favor de la

comunidad de vida feliz y honrada de los ciudadanos, pues ésta es la causa principal

de la sociedad y lo que la república debe procurar a los hombres, en parte con la

educación, y en parte con leyes.

LELIO. - Comprendo bien, Escipión, que, al censurar estas formas de educación

griegas, prefiera atacar a pueblos famosos en vez de enfrentarte con tu admirado

Platón, al que no mencionas para nada, ni siquiera nuestro admirado Platón más aún

que Licurgo, dispone que todas las cosas sean comunes, y que ningún ciudadano

pueda decir que algo es de su propiedad o que le pertenece.

Jamás las comedias hubieran podido exhibir sus ignominias en los teatros si la moral

general no lo hubiese permitido... ¿a quién no afectó o, mejor, no escarneció?, ¿a

quién dejó incólume? Es verdad que censuró a demagogos sin honra, como Cleón,

Cleofonte e Hipérbolo, sediciosos de la república: pase, aunque mejor se-ría que tales

ciudadanos los censurase el censor y no un poeta; pero que fuese ultrajado en versos

un hombre como Pericles, que había sido el hombre principal de su ciudad durante

muchos años, tanto en la guerra como en la paz, y que lo sacaran en la escena, no es

más lícito que si nuestro Plauto o Nevio hubieran calumniado a Publio o a Gneo

Escipión, o Cecilio a Marco Catón... En cambio, nuestras Doce Tablas, aunque pocos

crímenes habían castigado con la pena capital, se la impusieron a los que habían

proferido afrentas públicas o compuesto cantos infamantes o injuriosos contra alguien,

y muy bien hecho, pues debemos someter nuestra conducta a los juicios de los

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magistrados y a los procedimientos legales, pero no al ingenio de los poetas, sin tener

que escuchar acusaciones a las que no se pueda rebatir legalmente y contestar en

juicio... no gustó a los antiguos romanos que en la escena se alabara ni vituperara a

nadie vivo. El muy elocuente ateniense Esquines, a pesar de haber representado

tragedias en su juventud, tuvo una actividad política; y los atenienses enviaron varias

veces como legado, para tratar importantes negocios de la paz y la guerra con Filipo, al

actor trágico Aristodemo.

QUINTO LIBRO

La república romana se funda en la moralidad tradicional e sus hombres. Verso éste

que me parece proferido como por oráculo, tanto por su brevedad como por su

veracidad. Porque ni los hombres sin tales costumbres ciudadanas, ni las costumbres

sin el gobierno de tales hombres, hubieran podido fundar ni mantener por tan largo

tiempo una república tan grande y que difunde tan extensamente su imperio. Así, pues,

desde tiempos inmemorables, la moralidad patria disponía de tan valiosos hombres, y

unos hombres excelentes conservaban la moral antigua y la tradición de los

antepasados. Nuestra época, en cambio, habiendo heredado como una imagen de la

república, pero ya empalidecida por el tiempo, no sólo dejé de renovarla con sus

auténticos colores, sino que ni siquiera cuidó de conservar su forma, al menos, y su

contorno. Pues, ¿qué queda de aquellas antiguas costumbres en las que decía Ennio

que se fundaba la república romana? Las vemos ya caídas en desuso por el olvido, y,

no sólo no se practican, sino que ni se conocen ya. Y ¿qué decir de los hombres?

Porque las mismas costumbres perecieron por la falta de hombres, un mal del que, no

sólo debemos rendir cuentas, sino incluso defendernos como reos de pena capital. No

por infortunio, sino por nuestras culpas, seguimos hablando de república cuando hace

ya mucho tiempo que la hemos perdido. MANILIO. (nada era tan) propio de un rey

como la declaración de la justicia, en la que se interpretaba el derecho, pues los

particulares solían pedir de los reyes que se declarara el derecho privado, y por ello se

ponían límites a los campos de cultivo, a los bosques y prados, extensos y fecundos,

para que, perteneciendo al rey, fueran cultivados sin trabajo y fatiga suya, y ninguna

ocupación de administración privada apartara a los reyes del gobierno público. Y no

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existía nadie para dirimir controversias como árbitro, sino que todas ellas concluían con

sentencias dadas por los reyes. Y me parece que nuestro querido Numa fue quien más

siguió esa costumbre antigua de los reyes de Grecia, pues los otros, aunque también

ejercieron esta función de jueces, se dedicaron en buena parte a hacer guerras y

observar el derecho de guerra. En cambio, la paz duradera de Numa fue para esta

ciudad de Roma la madre del derecho y de la religión; él, que fue autor de leyes que

sabéis que existen todavía, lo que sería propio de este ciudadano de que tratamos

(como modelo de gobernante).

ESCIP.- En las ciudades, en las que los hombres mejores aspiran a la fama y honra,

rehúyen el descrédito del deshonor, y no les intimida tanto la pena establecida en las

leyes cuanto la vergüenza que la naturaleza dio al hombre, como un temor de censura

no injusta. Aquel famoso organizador de repúblicas quiso acrecer ese sentimiento d

vergüenza con el respeto a la consideración social y fomentarlo con la educación, para

que el pundonor no menos que el temor apartara a los ciudadanos de cometer delitos.

Y esto se refiere también a la reputación, de la que podrían decirse largamente muchas

cosas más.

SEXTO LIBRO

Aun que la generación de los hombres venideros quisieron luego transmitir a la

posteridad la fama de cualquiera de nosotros que le transmitieron sus antepasados, sin

embargo, a consecuencia de las inundaciones e incendios de la Tierra que

necesariamente su-ceden en determinados momentos, no conseguiríamos una fama,

no ya eterna, pero ni siquiera duradera. ¿Qué importa que tu posteridad hable de ti, si

no lo hicieron los que te precedieron, que no fueron menos y fueron ciertamente

mejores, teniendo en cuenta sobre todo que incluso ninguno de aquellos que pueden

hablar de nosotros puede alcanzar el recuerdo de un año? En efecto, los hombres

miden corrientemente el año por el giro solar, es decir, el de un solo astro, pero, en

realidad, sólo se puede hablar de año verdaderamente completo cuando todos los

astros han vuelto al punto de donde partieron a la vez, y hayan vuelto a componer tras

largos intervalos la misma configuración del cielo entero, tiempo en el que no me

atrevería a decir cuántos siglos humanos pueden comprenderse, pues como en otro

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tiempo vieron los hombres que había desaparecido y se había extinguido el Sol al

entrar el alma de Rómulo en estos mismos templos en que estarnos, siempre que el

Sol se haya eclipsado en el mismo Punto y hora, entonces tened por completo el año,

con todas las constelaciones y estrellas colocadas de nuevo en su punto de partida;

pero de este año sabed que no ha transcurrido aún la vigésima parte. Por lo cual, si

llegaras a perder la esperanza de volver a este lugar en el que encuentran su plenitud

los hombres grandes y eminentes, ¿de qué valdría, después de todo, esa fama

humana que apenas puede llenar la mínima parte de un año? Así, si quieres mirar

arriba y ver esta sede y mansión eterna, no confíes en lo que dice el vulgo, ni pongas la

esperanza de tus acciones en los premios humanos; debe la rflisnia virtud con sus

atractivos conducirte a la verdadera gloria. Allá los otros con lo que digan de ti, pues

han de hablar; porque todo lo que digan quedará circunscrito también por este pequeño

espacio de las regiones que ves, desaparece con la muerte de los hombres y se

extingue con el olvido de la posteridad.

Porque lo que siempre se mueve es eterno, en tanto que lo que transmite a otro el

movimiento, siendo él mismo movido desde fuera, necesariamente deja de vivir cuando

termina aquel movimiento: sólo lo que se mueve a sí mismo, como no se separa de sí

mismo, nunca deja tampoco de moverse, y es, además, la fuente de todo lo demás que

se mueve, el principio del movimiento; y lo que es principio no tiene origen, pues todo

procede del principio y él no puede nacer de otra cosa alguna, pues no sería principio si

fuera engendrado por otro; si nunca nace tampoco puede morir jamás, y si el principio

se extingue, no puede renacer de otro, ni podrá crear nada por sí mismo, ya que

necesariamente todo procede de un principio. Así, pues, el principio del movimiento lo

es porque se mueve a sí mismo, y eso no puede ni nacer ni morir, o sería necesario

que el cielo entero se derrumbe y toda la naturaleza se pare, sin poder encontrar

principio alguno por el que ser movido.

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TRATADO DE LAS LEYES CATILINARIAS

Cuando hubo trazado de Platon el plano de la ciudad perfecta en el tratado de la moral

que llamo La Republica compuso los doce libros de las leyes obra menos brillante y

quisa mas solida. La Republica de Platon intervino e inspiro tanto como la reflexión: el

sabio ateniente extraño los negocios políticos, quisa busco en la libertad de la

especulación, perfeccion imaginaria, después de discutir los principios de la política

presentada como la aplicación mas exacta la antigua constitución de Roma. Muchos

jurisconsultos y publicistas han ignorado o al menos olvidado hasta entre los modernos.

Casi siempre ha sido necesario que se encargasen los filósofos de asentar la

jurispudencia sobre solida base. En el tiempo y en el país de Cicerone na una

innovación un verdadero descubrimiento establecer, sospechar solamente intima

dependencia necesario entre el derecho positivo y la cuestión de la natuyraleza misma

del derecho, toda doctrina que confunda la moral y por consiguiente la legislación y la

política, ora sea sobre la utilidad individual o común, ora sea sobre el temor del castigo

actual o venidero.

La razón suprema, la verdad no es distinta de la voluntad divina: es Dios mismo, según

el sentido de estas hermosas palabras atribuidas a Orfeo: ¨Existe un Dios, y la verdad

es coerterna con Dios¨. La razón o la ley es la reyna de las cosas creadas e increadas;

la virtud consiste en ajustarse ala naturaleza: tales son muchas de las innumerables

máximas que la ignoranciao la mala fe han desfiguradocon tanta frecuencia y que no

por eso dejan de formar la gloria del pórtico.

La ciencia del derecho natural había dicho, ¨explicada según los principios del

cristianismo y hasta según los de la verdadera filosofía, es harto sublime y harto

perfecta para medirlo por las verntajas de la vida presente… En la ciencia del derecho,

si quieredarse plena idea de la justicia humana, necesario es derivarla de la justicia

divina como de su manantial. La idea de lo justo, asi como lo verdadero y lo bueno,

convierte ciertamente a Dios y hasta le conviene más que a los hombres puesto que a

El es la regla de todo lo justo, verdadero y bueno.

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LIBRO PRIMERO.

Argumento.

Investigacion de las fuentes del derecho; definición de la ley general- que el origen del

derecho esta en la misma divinidad- que la razón es común a Dios y al hombre; que

existe relación y afinidadentre el uno y el otro, que el derecho tiene su fuente en la

naturaleza humana; pruebas, igualdad y semejanza de los hombres entre si-

Benevolencia mutua y natural, base de la sociedad que solamente existe el derecho,

que el derecho en genera, o lo justo existe por si mismo en la naturaleza y no en la

opinión. Pruebas tomadas en la conciencia, en el consentimiento de todos los hombres,

por que lo justo no es obra de las leyes, contra los ecipúreos. Demostracion semejante

relativamente a los honesto en general; pruebas que lo honesto es como la perfeccion

en todo genero; que lo honesto es tan real como el bien. Causas de la opinión

contraria. Nuevas pruebas del mismo principio tomadas en la nocion común del hombre

honrado, en la existencia de las virtudesparticulares en la excencia incontestable de la

virtud. Cuestion del bien supremo: extracto de la doctrina de los académicos y de los

estoicos acerca de esta cuestión.

Hemos aprendido desde pequeños a llamar leyes la que dice Si se cita a juicio, váyase

al instante, y otras de ese estilo. Pero es necesario verdaderamente que se entienda

así, que tanto éste como otros mandatos y prohibiciones de los pueblos no tienen la

fuerza de llamar hacia las cosas hechas rectamente y de desviar de los pecados;

fuerza que no sólo es más vieja que la edad de los pueblos y de las ciudades, sino

igual de la del Dios que conserva y rige el cielo y las tierras.

Porque ni la mente divina puede estar sin la razón, ni la razón divina no tener esta

fuerza en el sancionar las cosas rectas y las depravadas; ni porque en ninguna parte

estaba escrito que uno solo resistiera en un puente contra todas las fuerzas de los

enemigos, y mandase que fuera cortado el puente a su espalda, reputaremos por eso

menos haber realizado aquel Cocles una cosa tan grande por la ley e imperio de la

fortaleza; ni si, reinando Tarquinio, ninguna ley escrita había en Roma acerca de los

estupros, no por eso hizo menos Sexto Tarquinio fuerza a Lucrecia, hija de Tricipitino,

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contra aquella ley sempiterna. Porque había una razón emanada de la naturaleza de

las cosas, tanto impeliendo a obrar rectamente, como retrayendo del delito; la cual,

finalmente, comienza a ser ley, no luego que ha sido escrita, sino luego que ha nacido;

y ha nacido juntamente con la mente divina. Causa por la cual la ley verdadera y

primitiva, apta para mandar y para vedar, es la recta razón del sumo Júpiter.

LIBROII.

Argumento

Origen y necesidad de poder, texto y derechos de las diferentes magstraturas.

Importancia de esta distribución, o de la constitución del poder. Como han tratado del

poder real o soberano. Comentario de la ley, de la administración de las provinvias de

las legaciones libres y de los tributos del pueblo; discusión este el Quinto y Ciceron

acerca del tribunado. Auspicios y jurisdicción de los diferentes magistrados;

composición, autoridad y disgnidad del senado. De los sufragios; discusión sobre el

voto publico y secreto. Reglas de las deliberaciobes del Senado y para los del pueblo,

de los privilegios y de los juicios por causas caitales. Promulgacion de las leyes y de la

discusión de los negocios de la corrupción y del soborno y la custodia de las leyes.

CONTRA LUCIO CATALINA.

PRIMER DISCURSO: PRONUNCIADO ANTE EL SENADO.

Un ciudadano ilustre P. Escipión, pontífice máximo, sin ser magistrado hizo matar a

tiberio Graco por intentar novedades que alteraban, aunque no gravemente, la

constitución de la republica, y a Catilina, se presta a devastar con la muerte y el

incendio el mundo enterio, nosotros los consules.

En pasados tiempos decreto un dia el senado que el cónsul Opimio cuidara de la

salvación de la Republica, y antes de anochecer había sido muerto Cayo Graco por

sospechas de intentos sediciosos sin que valiese la fama de su padre, abuelo y

antecesores, y había muerto atambien el consular M. Fulvio con sus hijos. Identico

decreto confio a los cónsules C. Mario y L. Valerio, la salud de la republica.

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¿A que esperar más, Catilina, si las tienieblas de la noche no ocultan las nefadas

juntas, ni las paredes de una casa particular contienen los clamores de la conjuración?

Codigo esta por todos lados, sus designos son para nosotros claros como la luz del dia,

te lo voy a demostrar. ¿Recuerdas que el 21 de octubre dije en el senado que en un dia

fijo, seis antes de las calenas de noviembre, se alzaría en armas C. Malio secuas y

ministro de tu audacia?

Dije también en el senado que habias fijado el quinto dia antes de dichas caledas para

matar a los mas ilustres ciudadanos muchos de los cuales se ausentaron en Roma.

Recuerda conmigo lo de la pasada noche: ya comprenderas que es mayor mi vigilancia

para salvar la Republica que la tuya para perderla. Aludo ala noche que fuiste en

falcarios a casa de M. Leca, donde acudieron muchos complices de tu demencia y tu

maldad. Aquí en el Senado estoy viendo algunos de los que contigo estuvieron. ¡Oh

dioses inmortales! ¡Entre que gentes estamos! ¡En que cuidad vivimos! ¡Que Republica

tenemos! Aquí, aquí están entre nosotros, padres conscriptos, en este consejo el mas

sagrado ausgusto del orbe entero, los que meditan acabar conmigo. Siendo esto asi,

acaba, Catilina, lo que empezaste, sal por fin de la ciudad; abierta tienes las puertas;

parte.

SEGUNDO DISCURSO: PRONUNCIADO ANTE EL PUEBLO.

Por fin ciudadanos romanos, hemos arrojado de la ciudad, o hecho salir de ella, o

acompañado hasta despedirle cuando se iba, a Lucio Catalina, desatada furia anhelosa

de maldades, infame conspirador contra la salud de la patria, que a vosotros y esta

ciudad amenazaba con el hierro y el fuego. Salio, partio, huyo, escapo. Ya no fraguara

aquel moustro, prodigio de preversidad, dentro de los muros ninguna desolación de

roma.

Mas si alguno de vosotros, por ser tan celoso patriota como todos debieran serlo, me

censura con vehemencia a causa de lo que yo considero un triunfo de mi discuros

acusándome de haber dejado escapar tan temible enemigo a quien debi pretender. Por

mi parte contando con nuestras veteranas legiones de la Galia, las que Metelo tiene en

los campos Picenio y Galicano, con las fuerzas que die por dia voy reuniendo, despecio

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profundamente un ejercicio compuesto de los viejos desesperados, de rusticos

disolutos, de aldeanos malgastadores, de hombres que han preferido faltar a su

obligación de compadecer en juicio a faltar la rebelión.

Logre al fin lo que me proponía; poner de manifiesto a todos vosotros la existencia de

una conjuración contra la republica; por que no habrá quien suponga que los parecidos

a Catalina dejan de obrar como el.

Pero hay quienes asegurarn, ciudadanos, que no he alcanzado al destierro a Catilina.

Si pudiera hacer esto con mis palabras también desterraría a los que tal dicen. ¡Oh aul

difícil es esta situación, no solo para gobernar, si no para salvar la republica! Si ahora

Lucio Catilina cercado y debilitado en fuerza de mis providencias y a costa de mi

trabajo y riesgo se amedrentara de pronto, mudara de propósito, abandonara a los

suyos, desistiese de todo intento belicoso.

Ordenad ahora, ciudadanos, contra las brillantes tropas de Catilina vuestras fuerzas y

vuestros ejércitos, y empezad aponiendo a ese gladiador medio vencido vuestros

consules y vuestros generales, y después llevad contra ese monton de naufragos de la

fortuna, contra esa extenuada muchedumbre la flor de la fuerza de toda Italia. Siendo

esto asi, lo que a vosotros toca, ciudadanos, es defender vuestras casas, como antes

dije, con guardias y vigilantes, que en cuanto la ciudad, ya he tomado las medidas y

dado las ordenes necesarias para que sin turbar vuestro reposo y sin alboroto alguno

este bien guardada.

Ciceron les mando continuasen en prometer cuanto pidiesen, finjiendo bien su papel

para afianzar mas a los conjurados y aumentar las pruebas de su delito. Haciéndolo

asi, y en la junta que tuvieron con ellos pidieron alguna prenda o señal que poder

demostrar a su nación para ser ceidos.

Hechas estas diligencias, se encamino Cicerón al Senado, que había hecho juntar en el

templo de la Concordia. Iba acompañado de gran numero de ciudadanos y detrás los

embajadores y los cuatro conjuradosen medio de los guardias. Luego que entro en el

senadoexpuso todo el negocio y fue llamadoVulturcio el primero para examinarle

separadamente. Cicerón le ofrecio gracia a nombre del senadosi confesaba con

Page 15: La República de Cicerón y las Leyes Catilinarias

sinceridad lo que sabia, y el, después de haberlo pensado un poco, confeso llanamente

“Que era verdad haberle encargado Lentulo las cartas para Catilina, con comisión de

proponerle aceptarse los socorros de los alóbroges y se acercase presto a Roma con

su ejercito para pretender y matar a los que huyeran de la ciudad cuando los amigos le

pusiesen fuego, y al mismo tiempo estar a tiro para socorrerles en caso de necesidad.

TERCER DISCURSO: PRONUNCIADO ANTE EL PUEBLO

La Republica, ciudadanos romanos, la vida de todos vosotros, vuestras fortunas y

bienes, vuestras mujeres e hijos, esta capital del gloriosismo Imperio, esta hermosísima

y por todo extremo afortunada ciudad ha sido el dia de hoy el el sumo amor que os

tienen los dioses inmorale y gracias a mis esfuerzos, vigilancia y peligrosos salvadosel

incendio y la matanza, librándose de las garras de un hado adverso y siendos restituida

y concervada la patria. Puede irse aquel en que nacemos, por que la savacion es un

goce positivo y cierto y el nacimiento principio de incierta vida, por que nacemosson

conocimiento y nos salvamos con plena satisfacción.

Cuando arrojaba a Catilina de la ciudad, cuando quería exterminarle, crei que con el

partirían sus complices, o que quedando aquí sin el, serian impotentes para realizar sus

malvados proyectos; pero al ver que auerllos cuya audacia y maldad temia mas,

continuaban en Roma y permanencian a nuestro lado, dedique por completo los días y

las noches a observar sus actos.

Al llegar Pontinio y Flaco hicieron cesar el combate empezado. Todas las cartas, bien

cerradas y selladas que los comisionados llevaban, se las entregaron a los pretores, y

los legados y sus acompañantes fueron presos y traídos a mi casa al amanecer. Sin

duda el escribir las cartas entregadas a los embajadores de los alóbroges

Hice entrar al Vulturcio sin los galos. Por orden del Senado, y a nombre de la Republica

le garantice la impunidad, excitándole a que sin temor alguno dijiera cuando supiese.

Cuando se repuso del gran terror que le dominaba, declaro que P. Lentulo le había

dado para Catilina una carta e instrucciones, a fin de que se valiese del servicio de los

esclavos y se acercara pronto con su ejército a Roma.