La Republica de Las Letras

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M A R C F U M A R O L I

LA REP ÚBL ICADE LAS LETRAS

t raducción del f ranc ésde josé ramón monrea l

b a r c e l o n a a c a n t i l a d o

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Publicado pora c a n t i l a d o

Quaderns Crema, S. A. U.

Muntaner, - BarcelonaTel. -Fax.

[email protected] www.acantilado.es

© by Marc Fumaroli© de la traducción, by José Ramón Monreal Salvador

© de esta edición, by Quaderns Crema, S. A. U.

Derechos exclusivos para todo el mundo:Quaderns Crema, S. A. U.

En la cubierta, Los cuatro lósofos (c . ), de Rubens

i s b n : - - - -d e p ó s i t o l e g a l : b. -

a i g u a d e v i d r e Gráficaq u a d e r n s c r e m a Composición

r o m a n y à - v a l l s Impresión y encuadernación

p r i m e r a e d i c i ó n octubre de

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En un libro publicado en , y que hizo época, La im- prenta como agente de cambio, Elizabeth Eisenstein quisodemostrar que la invención y la expansión de la impren-ta no habían sido sucientemente reconocidas hasta aho-ra por lo que eran: una revolución tecnológica que multi-plicó y aceleró los avances del saber, al mismo tiempo quehacía madurar la autonomía intelectual del individuo y au-mentaba el campo de su libre y pública expresión. Inspira-da por los puntos de vista de Marshall McLuhan, pero nopor las reservas íntimas del célebre publicista católico hacialas nuevas tecnologías de posguerra, Elizabeth Eisenstein,so pretexto de celebrar los benecios revolucionarios de laimprenta y del libro impreso, ponía los jalones de otra apo-logía, la de los nuevos medios de comunicación entonces enfase de despuntar en América y la de Internet, aún reserva-do a un pequeño número de personas en los años ochenta.

Esta apología americana supone, aparte de la incesante

aceleración del progreso humano, su escansión median-te unas revoluciones tecnológicas cada vez más radicales,revoluciones que liberan al hombre continuamente de loslímites que le ha impuesto la naturaleza, y crean para sucomodidad e incluso para su felicidad una segunda natu-raleza articial, en la que sus sentidos, su inteligencia, sumemoria, su imaginación, pero también su salud física y

sus posibilidades de vida han aumentado prodigiosamente.Esta utopía eufórica, casi milenarista, de pueblo elegido

México, FCE, (Elizabeth Eisenstein,The Printing Press asan Agent of Change, Cambridge, Cambridge University Press,).

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para un Manifest destiny se ha extendido a la mayor partedel universo, más o menos reformado o alineado con el mo-

delo del gran mercado de Estados Unidos. Ni las matanzasa gran escala que se han multiplicado desde el sigloxx , nilas crisis económicas sucesivas que nos hacen vivir en unaangustia permanente del mañana, ni siquiera las previsio-nes apocalípticas de agotamiento de las materias primas,del calentamiento climático, de la polución a gran escala dela atmósfera, merman esta fe mesiánica en el dios Progre-so, que es, con el darwinismo social, uno de los aglutinan-tes más poderosos de la sociedad estadounidense llamada«multicultural». Parece evidente que el genio cientíco ytecnológico se impondrá a las derivas y a los accidentes quela ferocidad, la voracidad y la imprudencia de la naturalezahumana han provocado por el camino, «globalmente posi-tivo», trazado por el progreso. El remedio está, por así de-cir, programado en el mal.

Creyente menos apasionado que Elizabeth Eisenstein enla benevolencia, tanto retrospectiva como prospectiva, deldios Progreso, he de reconocer con ella, y gracias a ella, lasventajas indiscutibles que la invención de la imprenta havalido a la humanidad en la transmisión y la acumulación

de sus saberes, y por consiguiente en su capacidad de acre-centarlos en detrimento de la rutina y de la ignorancia. Perono deja de asombrarme que haya pasado por alto las gue-rras de religión, mal necesario quizá, astucia de la razón sinduda, pero espantoso baño de sangre provocado en granparte por la vulgarización de la lectura de la Biblia que lamáquina de imprimir hizo posible y por la multiplicación

de las sectas adheridas a su interpretación idiosincrásica delas Sagradas Escrituras. Elizabeth Eisenstein saca también,de su propia celebración de los efectos felices de la impren-ta, la conclusión de que todas las revoluciones ulteriores enlas tecnologías de la comunicación tendrán efectos exclu-

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sivamente benécos. Me siento inclinado a oponer a esteacto de fe un principio de duda y de prudencia, a semejan-

za del que inspira al Sócrates de Platón el temor a que lainvención de la escritura amenace de atroa a la memoriaviva y el verbo oral. Todo progreso comporta sus daños co-laterales. Los propios Estados Unidos no habrían encabe-zado una marcha hacia la felicidad universal si las luces desus padres fundadores no hubieran tenido por fundamen-to económico la esclavitud de los negros en los estados delSur y si su despegue industrial y agrícola no hubiera teni-do por precio el genocidio de los indios en el Lejano Oeste.

La invención de la imprenta tuvo efectos secundarios ne-fastos que los humanistas, que sin embargo de entrada ledispensaron una gran acogida, no tardaron en advertir. To-maron medidas para que la cantidad de papel salido de lasprensas no ahogara la difusión y recepción de las obras decalidad ante sus verdaderos lectores. Por supuesto, los here-deros de Petrarca sufrieron la resaca de la divulgación tipo-gráca: la Iglesia romana la sometió a la jurisdicción del tri-bunal de la Inquisición y del Índice, y las Iglesias cismáticasno tardaron en castigar con severidad a los autores presun-tamente heréticos o «papistas». Pero ellos, sin recurrir ni a

la policía, ni a la cámara de tortura, ni a la hoguera, ni a ladenuncia pública, encontraron correctivos para la nutrida yeconómica circulación de libros o de folletos a sus ojos ab-surdos y nefastos, e impidieron al menos a una élite ilustra-da ceder a las elucubraciones seductoras para la mayoría. Aimitación de Erasmo (un Petrarca que tendría que ver con laimprenta), se aliaron estrechamente con las más prestigiosas

casas editoriales (Amerbach en Basilea, Aldo Manuzio en Ve-necia, Christophe Plantin en Amberes, etcétera). Una aris-tocracia de autores se alió con una aristocracia de editores.

Siempre en la estela del autor deEl ciceronianoy delElo-gio de la locura, la comunidad de los humanistas puso en

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práctica la ironía y la crítica para descalicar los malos li-bros, y recurrió al elogio para destacar el carácter sin igual

de los buenos autores contemporáneos, anticipando su de-nitiva consagración al Parnaso y «templo de la Gloria».Toda revolución tecnológica en los vehículos de la co-

municación, comenzando por la escritura, contemporáneade los primeros desarrollos históricos de la administracióny del comercio, responde a una demanda práctica. La in-vención del libro impreso no escapa a esta regla. Esta inven-ción fue provocada por el desarrollo de ciudades-Estado yde Estados cuya intensa vida urbana, política y económi-ca demandaba actores instruidos y ya no podía contentar-se ni con la elocuencia oral ni con la correspondencia ma-nuscrita. Ello no impide que estos progresos funcionalesno dejaran de provocar unas disfunciones desconocidas,peligros inéditos, peligros imprevistos. Cuando se trata deasuntos humanos, toda medalla tiene su reverso, y la dudacrítica debe ser el compañero más atento de la admiraciónmás justicada.

La invención de la imprenta, ciertamente un asunto pu-blicitario y comercial de gran futuro, se produjo en el mo-mento oportuno. Una parte importante de la población

urbana no podía ejercer su ocio sin saber leer. Había quesatisfacer esta demanda a gran escala y del modo más eco-nómico, cosa que no podía producirse sin atentar contra

Ya el joven Diego de Saavedra Fajardo, en su República literaria ( ) refiere que, con la invención de la imprenta, «todos procuran sa-car a la luz lo que estuviera mejor en la oscuridad, porque, como haypocos que obren lo que merezca ser escrito, así hay pocos que escribanlo que merezca ser leído». Este afán de publicar perjudica a «la repúbli-ca literaria […]; en que tiene mucha culpa la imprenta cuya forma cla-ra y apacible convida a leer; no así cuando los libros manuscritos eranmás difíciles y en menor número». Véase Diego de Saavedra Fajardo, República literaria, edición de Francisco Javier Díez de Revenga, Mur-cia, Academia Alfonso X el Sabio, .

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la autoridad de la cátedra eclesiástica e incluso contra laautoridad política. Nadie podía prever los futuros distur-

bios, ni notar, cuando estallaron, la relación de causa-efec-to entre la producción impresa y los movimientos masivosde opinión religiosa. Y sin embargo, un siglo antes de Gu-tenberg, Petrarca había inventado la mejor vacuna contralos daños colaterales de la imprenta: había hecho revivir la paideia de los griegos, lainstitutio de los romanos, la edu-cación de una élite de cultura y de costumbres que sirvieratambién de contrapeso, como había sido el caso en la An-tigüedad clásica, a las pasiones y a la violencia, tanto de lamasa como del hombre-masa, el tirano. A sus discípulos ylectores, que se llamaron más tarde los «humanistas», leshizo compartir su poderosa nostalgia de la época clásica delImperio grecorromano, y su deseo de reconstituir el con- junto de conocimientos y de sabiduría que había alimenta-do a sus grandes hombres. Según el poeta, la tragedia de laEuropa cristiana era el vandalismo de los bárbaros que ha-bían destruido, con esta literatura, el tronco matriz de unaélite civilizada. Desde hacía mil años, la Europa cristianaestaba, por así decir, atroada de civilización, no por cul-pa del cristianismo, como armaron más tarde Maquiave-

lo y Nietzsche, sino porque el laicado cristiano no dispo-nía de estas bibliotecas, de estas academias y de estaculturaanimi que habían formado el espíritu y suavizado las cos-tumbres antiguas paganas, por más privadas de la Revela-ción que estuviesen. Había alguna forma de armonía pre-establecida entre cristianismo y cultura antigua, así comode complementariedad entre la vida contemplativa del mo-

naquismo cristiano y el otium litteratum , el ocio letrado ala antigua, la vida del espíritu, olvidada o estropeada porel vandalismo bárbaro, pero que podía y debía ennoblecerde nuevo la vida activa del laicado cristiano, ya fuesen no-bles o mercaderes.

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De ahí la pasión contagiosa que dominaba a Petrarca dereconstituir, a fuerza de excavaciones, el tesoro disperso y

enterrado de lahumanitas antigua y de suurbanitas . ¿Cómocurar a la Europa cristiana de esta amputación? Petrarca ylos primeros humanistas se emplearon en redescubrir, vol-ver a copiar, publicar y reunir en sus estanterías las obrasmaestras olvidadas en las bibliotecas monásticas de la lite-ratura moral antigua. Esta biblioteca reconstituida y otravez contagiosa debía ser el nuevo punto de partida de lacivilización. Sin embargo, las nuevas copias de copias ma-nuscritas, que datan a menudo del renacimiento carolingio,tanto en papiro como en pergamino, seguían siendo pocasen número y muy costosas. El Renacimiento inauguradopor Petrarca (que quería educar a los laicos, y en absolu-to poner en tela de juicio la ortodoxia y la eclesiología ro-manas) ¿no estaba amenazado a su vez, a más o menos lar-go plazo, por el mismo desastre que había interrumpido enseco los avances del mundo antiguo? Era fácil, a principiosdel sigloxv , para unos invasores bárbaros, incendiar algu-nas grandes bibliotecas humanistas de Italia, tan fácil comolo había sido en Occidente en el siglovii.

No bastaba con reconstituir el fondo antiguo, había que

protegerlo contra una nueva destrucción o una nueva atro-fia mnemónica. La copia manuscrita, incluso vuelta máscómoda por la invención monástica del libro paginado, enrústica o encuadernado, que reemplazaba al antiguovolu-men , seguía siendo demasiado preciada para ser muy mul-tiplicada, y por consiguiente para poder defenderse con-tra la agresión. Uno se imagina el sueño de los discípulos

de Petrarca, buscadores de manuscritos de obras antiguasolvidadas, pero también de monumentos que hay que res-taurar en espíritu y de inscripciones que hay que descifrar:¿qué equivalente encontrar para la xilografía, el mármol ola piedra de esas inscripciones antiguas que habían sobre-

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vivido, deterioradas pero aún legibles, a la erosión deltiempo, o también a esas dedicatorias en letras de metal

engrapadas en los frontones de los templos antiguos,como la del arquitrabe del Panteón de Roma, o la de la Mai-son Carrée de Nimes? Los antiguos sólo disponían de ta-blillas para transmitirnos sus obras de gran aliento, asícomo de rollos de pergamino o de papiros, que podían ar-der con mucha facilidad; para consignar a los dioses y a laposteridad cortos mensajes (sms de una concentración su-blime), habían inventado una forma primitiva de impren-ta y de grabado: la inscripción. La técnica de la inscripciónera, por desgracia, muy pesada, inmodificable e inadecua-da para transmitir mensajes largos. Para Petrarca, y másaún para sus entusiastas herederos espirituales, amigos ydiscípulos, era vital, a fin de sacar a Italia y a la cristiandadromana de la ignorancia y la barbarie que debían a sus in-vasores del siglovii , y también para evitar el segundo de-sastre que había supuesto la rápida extinción del renaci-miento carolingio, que el legado en vías de reconstituciónde la Antigüedad grecorromana fuera sacado de una vezpor todas del olvido, y se volviera fértil en un progreso in-definido. Había que pedir a la Antigüedad que formara lai-

cos civilizados y modernos, había que reunir el patrimoniofilosófico, científico, oratorio, literario, artístico de la Es-cuela grecorromana para volverla de nuevo fecunda, y erapreciso, finalmente, prevenir que se reiniciaran unos de-sastres de transmisión semejantes a los que se habían pro-ducido en el siglovii , y, por razones diferentes, en el si-gloix .

¿Se inspiró Gutenberg, en la década de , en el des-ciframiento por parte de los humanistas anticuarios de lasletras de metal grabadas y jadas en la piedra de los fron-tones de los templos para concebir los caracteres de metal,móviles y en relieve, de la imprenta? O bien, técnico avisa-

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do, ¿se inspiró también, perfeccionándola, en la imprentade Extremo Oriente y en sus planchas grabadas con signos

inmóviles? Había que asegurarse asimismo de que hubie-ra un mercado dispuesto a rentabilizar una invención téc-nica tan ingeniosa.

Los monjes que dominaban gran parte del reducidomercado de la copia de manuscritos no podían conformaresta clientela. Los primeros en constituirla fueron el pú-blico de burgueses letrados capaces de leer la Biblia lati-na de san Jerónimo y los artesanos alfabetizados en condi-ciones de leer las primeras traducciones en lengua vulgarde las Sagradas Escrituras. No puede decirse que los pri-meros efectos de la imprenta fueran en el sentido del pro-greso. La circulación de papel sirvió a los odios sectariosy a las ambiciones nacionales. Multiplicó las sectas y am-plicó la propaganda. Muy pronto, sin embargo, los discí-pulos que Petrarca había hecho en varias regiones de Eu-ropa comprendieron las virtudes de la imprenta: la nue-va invención respondía perfectamente a sus nuevos anhe-los, pero también a su ambición de civilizar a la Europacristiana mediante el estudio de la ciencia, de la sabiduríay de las artes de los antiguos. La multiplicación por millares

de ejemplares de la misma edición de un gran texto anti-guo publicado por un lólogo incomparable hacía fácil supropagación por los cuatro extremos del mundo y, graciasa este aumento del número de bibliotecas en toda Europa,imposibilitaba su cuasi desaparición en caso de ofensivavandálica. Tal es al menos el admirable argumento de ven-ta que hará valer a sus clientes de toda Europa, a comien-

zos del sigloxvi , el gran editor y lólogo Aldo Manuzio enlos prefacios-maniesto que hacía gurar al comienzo desus admirables ediciones de clásicos de la losofía griegay latina, como Platón, Aristóteles, Cicerón, pero tambiénde los escritos en toscano de Catalina de Siena, delSueño

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de Polílo de Francesco Colonna en una lengua inventa-da, textos establecidos, cuando se trataba de griego anti-

guo, en su Academia lohelena e impresos en Venecia, ensus propias prensas, con unos caracteres que él mismo ha-bía diseñado y fundido especialmente.

Imposible también imaginar una distancia más abrupta,en un universo social muy jerarquizado, entre la imprenta alservicio del patrimonio espiritual recuperado de la élite eu-ropea más exigente y cultivada y la imprenta como vehículopanetario de la controversia escrituraria, de la disputa teo-lógica o de la propaganda política a la escala de unas masasurbanas. Esta élite «humanista» de la cultura, de la cienciay del gusto no había esperado la invención de la imprentapara tomar conciencia de sí misma, adoptar un nombre yaprovechar la ocasión que se presentaba, así como repre-sentar su papel en el mercado del libro o de la página impre-sa. A la cofradía internacional de humanistas misioneros,lanzados a la búsqueda y a la copia de manuscritos de obrasantiguas ignoradas, en la estela de Petrarca, uno de sus jóve-nes discípulos venecianos de la segunda generación, Fran-cesco Barbaro, le había dado el nombre, en, de Res-

publica litterarum, República de las Letras. Muy oportuna-

mente. Treinta años antes de la invención de la imprenta.¿Qué quería decir con esta expresión el joven Barbaro,cuando estaba terminando sus estudios de humanidadesen la Florencia del canciller Coluccio Salutati, de Leonar-do Bruni y de Poggio Bracciolini?

El Renacimiento humanista, la renovatio litterarum etartium que había inaugurado Petrarca, se caracteriza ante

todo por un cambio de modelo dominante en el diálogoentre letrados. Del modelo dialéctico de laquaestio y de ladisputatio que articula el edicio escolástico y la inteligen-

Trad. Pilar Pedraza, Barcelona, Acantilado, . (N. del E.).

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cia teológica del clero y de los monjes, se pasa a un mode-lo de diálogo de tipo retórico, cuyos géneros clave son la

epistola según Petrarca y sus derivados (o modelos) orales,la «conversación» (sermo), según Pontano, y el «ensayo»,según Montaigne. Todos son géneros privados, muy dife-rentes de los géneros públicos, discursos judiciales, polí-ticos, epidícticos de la Antigüedad pagana, modelos parael adiestramiento de los futuros magistrados, diplomáticosy dignatarios del foro moderno, el tribunal. Pero tambiénpara los predicadores privados, o poco menos, de la ren-ta de tipo medieval que les permitía sermonear en latín alpueblo de Dios. Ahora deben, como oradores bien adies-trados, convencer, agradar y conmover. El diálogo episto-lar o conversacional entre dos o varias personas, al margende losnegotia del foro político antiguo o de las cortes mo-nárquicas modernas, se sitúa en el orden de unotium ope-rosum, de un ‘ocio estudioso’. Éste supone, por parte de losque lo practican en su conciencia privada, uncommercium ininterrumpido con los amigos y con los muertos, esos ami-gos de la Antigüedad que sus ritos y sus egies mantienenvivos, ejemplares y generosos. El intercambio epistolar en-tre los vivos y la comunicación, a través de la lectura, con los

grandes muertos, dos formas superiores e íntimas del diá-logo, crean entre humanistas un vínculo social aparte, enuna república invisible cuyo patrimonio común, sin cesarreleído, reinterpretado y acrecido, es un bien común. ¿Erauna red social la Respublica litterarum? Sin duda, pero en-tre pares epistológrafos reclutados por elección de los pro-pios miembros, y no entre interlocutores numéricos que se

supone por denición aritméticamente iguales. Los ciuda-danos de esta República invisible no son los cives activos delas repúblicas antiguas, ni los súbditos pasivos de las mo-dernas monarquías, sino unossujetos de una relación iné-dita respecto a sí, al prójimo, al conocimiento y a la verdad.